Ojos color sol, es toda poesía. Por: Octavio Fraga Guerra* (VIDEO)

Escena de "Ojos color sol". Realizador: René Pérez.

Escena de “Ojos color sol”. Realizador: René Pérez.

Para la mujer de ojo pardos y pelos de lunas. La que me besa los sueños.

“Una cascada de ternura reunida en una pantalla”. Sentenciaría un poeta alucinado por la voz y la fuerza abrumadora de un texto místico y –porque no- realista.

“Lo real maravilloso, hecho puesta en escena”. Esta sería la tesis de un crítico literario acostumbrado a hurgar en los profundos vericuetos del barroquismo del universal escritor cubano.

“Sencillez y maestría en el uso de los recursos cinematográficos. Austeridad y llana intencionalidad para socavar las almas de los equidistantes de esta tierra, ellos, por momentos incólume”. Desde estas adjetivaciones, construiría su texto un articulista del audiovisual ante un videoclip que es poesía hecho arte.

René Pérez, el vocalista de Calle 13 se aventura con el tema Ojos color sol, para entrar en el oficio de la realización audiovisual. Tengo la certeza que ha irrumpido por la puerta ancha ante un escenario trepidante. Definitivamente inabarcable, pues conviven incontables producciones de un género televisivo saturado de mediocridad y facilismo a la hora de afrontar la reinterpretación” de un texto. Y es que la búsqueda coherente y personal de una obra musical lo exige, para ser edificada desde ese inevitable cerco que es el tiempo.

Toda obra de arte ha de tener una identidad, un sello propio que la haga “única” y a la vez parte de muchas otras. El surrealismo es la clave de esta pieza que cuenta con la complicidad escénica del actor mexicano, -también director y productor- Gael García Bernal y la actriz española María Valverde.

El tema nace de la mesura de sonoridades cuyos vértices son el violín y la guitarra. Una guitarra que irrumpe y clama por ser parte de algo más que una obra de composición orquestal. Ella nos da paso a un texto hermoso y sentido, nos invita a ser parte de algo más que una canción desnuda.

Una letra cargada de simbolismos y adjetivaciones sustantivas. Incluso vale decirlo a la inversa, sustantivas adjetivaciones. Y es que esta idea es parte de la esencia estremecedora, que su autor acostumbrado a ser centro de innumerables escenarios, hace “el suyo”, vestido de imaginarios, de sugerentes lucubraciones. De sueños que en la pantalla de esta puesta, es esa urgente verdad que ha de ser compartida.

La sencillez del intro en esta pieza decididamente fílmica, está en sintonía con la obra musical. No es inteligente desatar dramaturgias en los terrenos del audiovisual, distantes o distintos de los que traza la letra de una canción. En esta obra la idea esta resuelta pues su realizador parte del ese presupuesto ajeno al cadalso de los efectismos, de piezas que con el tiempo engrosan los anaqueles de lo efímero.

Lo que proyecta el intérprete de este tema con esta sugestiva canción es una declaración de amor. Unas sentidas ganas de amar sin murallas esquivas y lo hace en otros estratos donde la poesía es también parte del tempo. No solo del texto que resulta evidente, también de la pieza musical que engalana con orquestaciones, todas ellas de profundo calado humano.

La primera parte de este videoclip se desarrolla de manera sobria. Dos actores, un único escenario y los elementos escenográficos propios de la cultura latinoamericana. Lo religioso, los colores vivos, los atrezos que conforman una cultura rica y diversa. Todos ellos y más, son parte de un reservorio de íntimo dialogo trascolado a un lugar donde la luz es parte de la escena.

La subjetiva de una hoja que cae cual gota de agua. El movimiento de cámara delgado y de apariencia imperceptible. Las naranjas desparramadas y desvestidas al interior de una casa encumbrada. Son parte de la atmosfera que René nos delata y construye para llevarnos a los personajes, que por momentos resultan literarios y en otros abiertamente cinematográficos.

Esta ambigüedad es parte de las trampas, de las oportunas trampas que construye su autor para hacernos cómplices de un beso, de unos cuantos besos vibrantes tejidos y sentidos.

En este primer tercio de la obra es todo alegoría. Sugerente, declarado, francamente tierno. Incluso la conjugación imagen texto es un desafío a los machista que aún persiste en nuestras sociedades. Eso sí, las confesiones de su autor dejadas en las manos del actor mexicano ante una María Valverde eclipsada, nada tienen que ver con ese aplastante espíritu que la telenovela impone a no poco millones de espectadores, muchos de ellos dispuestos a consumirla hasta la saturación.

En un segundo tercio entra la voz inconfundible de Silvio Rodríguez. El autor de Oleo de una mujer con sombrero, irrumpe “cual si nada” para interpretar otra dimensión del tema, otro estrato de una pieza de texturas mágicas. René lo ha invitado para ser parte de una historia de amor. Para ser cómplice de un texto sentido, donde la encendida palabra es clave en toda su estructura.

Silvio “entra” a hurtadillas cuando se encuentran los besos. Cuando se desatan las emociones entre un hombre y una mujer que se tocan tan solo con los labios, con esos labios de amar. La letra se articula en esta parte de la canción con estos signos.

Primerísimo planos, planos cerrados o detalles de los personajes que nos invitan a ser espectadores de la intimidad, del deseo de amarse. Fotografía de puro cine que con su dialogo nos hace reflexionar sobre los hermosos derroteros del amor y la felicidad, cuando sus fuerzas habitan en nuestras vidas.

El hecho de que Silvio Rodríguez sea el cantor de estas letras, refuerza la intencionalidad del realizador puertorriqueño para esgrimir un mensaje impostergable.

Vuelve la voz de René para tomar otra dimensión ante un texto profundo y a la vez sencillo. María Valverde y Gael García Bernal no cesan de besarse. Por esta vez se tocan en trazos de un juego de mar, de una ola discreta y tenue.

La segunda parte de la pieza, sustentado por un guión escrito con atinada estructura, donde la ternura no deja de estar pero lo surrealista toma peso y se hace notar en cada parte de los planos que pintan escenas de tonadas migratorias. De escapadas ante un sueño onírico y viril.

Un botón que se desata solo, o una camisa que se desnuda ante los predios de una mujer hermosa. El hombre que rompe la gravedad y “vuela” como un pájaro que huye de lo imposible. Eso sí, sin dejar de besar pues en esos labios –eso nos dice René-, están los trazos de la vida. Unos cordones de zapatos que como orugas resultan mariposas, es también parte del adjetivo que se convierte en un pilar de idea.

En esta parte de la obra el encuadre “soporta” lo mágico del texto. Lo poético asume otra dimensión de claros paralelismos interpretativos en una particularidad texto-audiovisual. Y es que el autor se interpreta así mismo desde los cimientos del género.

La puesta evoluciona hacia un reforzamiento del lenguaje místico. Lo hace con escenas alucinadas e irreverentes ajenas a todo convencionalismo terrenal. Los ángulos y las posturas de los actores son también el centro de la cámara, que apena se ha movido de su “punto de partida” para seguir siendo nuestro testigo, nuestra otra mirada.

Vale la pena detenerse en el texto, en lo que nos trasmite sus sinfonías de letras inconclusas. No solo se habla de amor, del deseo, de la necesaria pasión cuando de amar se trata. En los campos de esta poesía que se titula Ojos color sol, hay un venir hacia la utopía. Un estar en los sueños imposibles que solo con el amor nos podremos adentrar en sus esencias, en sus rutas, en todas sus entrañas.

Lo “irreal e imposible” son una verdad si has de ello tus mejores empeños. Eso nos dice René y también Silvio quien vuelve a entrar en esta canción como un cómplice arado, como un entrañable amigo que no irrumpe en la intimidad de esta historia pero “siente” que ha de ser un impulso de sus “trampas”, pues el autor lo ha invitado para ello.

La puesta fílmica, se desarrolla en un defender de la utopía. El sueño como escena imaginada que entronca con la realidad. Un sueño que Silvio ha defendido siempre y René viene a continuar con nuevos aires musicales proyectados en la pantalla desde una acertada teatralidad del tiempo, de la sobria escenografía. Una casa soñada, que más que casa es el mundo de todos los posibles.

El planteamiento audiovisual en su parte final es más abierto, más iluminado, sin renunciar a esa intimidad que desde el principio su realizador ha defendido ante un espacio cerrado donde confluyen las icónicas ideas de la vida. El plano se desnuda para ver a dos personajes amantes, sumidos en medio de frutales de intensos colores y desbordadas patinas de luz. Ese es también el mundo que Ojos color sol nos regala e invita a que construyamos desde los firmamentos de la vida.

*Editor del blog: www.cinereverso.org

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