Otra vez, “Pensar la imagen”

En no pocas ocasiones algunos realizadores del género documental tienen una suerte de modismo en torno a negar o desconocer los textos teóricos que se incorporan de manera gradual al escenario audiovisual como parte del gran cúmulo de miradas a las que no podemos estar ajenos.

Argumentos infantiles sustentados bajo el prisma de la mediocridad cultural, entorpecen la visión óptica de una realidad en la que no podemos desconocer a estos hacedores de ideas. Argumentaciones sacadas de conversaciones trasnochadas como: “pueden contaminar nuestra obra o nuestra estética”, son, por otra parte aseveraciones simplistas de “creadores” que presumen de aportar estéticas revolucionarias o vanguardistas, por citar dos adjetivos manidos para estos aventurados que transitan como espuma de mar.

Pero la realidad y la historia del género confirman que el divorcio de los creadores con los teóricos del cine es de una actitud como mínimo necia. Los que aportan recursos y argumentos teóricos sobre esta singular epopeya que es “hacer cine desde la letra escrita”, son autores que sustentan y fortalecen el entramado de un mundo donde la “actitud de la esponja”, es piedra angular para el éxito de cualquier acción creativa.

En esta sustanciosa nómina de teóricos del género cabe incluir, como inaplazable, al catedrático español Santos Zunzunegui, quien tiene una respetable bibliografía dedicada al audiovisual. Podría citar obras como La mirada cercana: microanálisis fílmico (1996); Contracampo: ensayos sobre teoría e historia del cine (2007); o el más reciente titulo, La mirada plural (2008). Pero prefiero “desempolvar” una obra que fue editada por primera vez en el año 1989: Pensar la imagen.

El título de por sí plantea un modo de hacer, una simbiosis de trabajo, algo que resulta esencial para cualquier intencionalidad audiovisual. Construir una imagen requiere de la apoyatura de soportes teóricos y lecturas donde las diversas corrientes y escuelas del género han sabido sentar pautas de calado que rompe las trampas de lo efímero.

Estos necesarios apuntes en torno a “una imagen inteligente”, están recogidos en este texto que siendo un libro de “lecturas teóricas”, tiene la virtud de escurrirse en un diáfano recorrido.

Zunzunegui no pierde tiempo en análisis laterales; se centra en las esencias de temas que sirven de argumentos ajenos a “diálogos de carretera”, esos que se diluyen en la frivolidad de análisis seudoculturales.

Un tratado en torno a la realidad y su “dibujo” como imagen, un desglose de sus principales características, son complementados por diferenciaciones entre imagen figurativa e imagen abstracta. La percepción de la realidad y su evolución histórica son aportes duraderos de este texto.

Un punto y parte son los capítulos dedicados a la percepción y la imagen, cuerpo y eje de esta obra. Los basamentos de este apéndice del texto requieren de una lectura detenida y pensada, bajo el mismo principio del título del texto. Es la tesis generalizada y no siempre compartida con la letra impresa, que también esta pintada de signos iconográficos más allá del propio texto.

El completo desmenuzamiento de la “imagen” como concepto y sus “acepciones” iconográficas, constituyen esenciales aportes de esta obra. La relación de esta “puerta” con la realidad es un aporte loable de Zunzunegui, quien tritura cada grieta del tema.

Cierra una parte importante de este capítulo la imbricada relación entre cultura, percepción e imagen. El autor propone desde apuntes estructurados para la reflexión una estrecha relación que no solo es iconográfica. Sustenta su percepción del capítulo en la diversidad de subyugantes carriles que sirven de tránsito para una mejor compresión del signo.

Leer esta obra requiere de una mirada mesurada y profunda. El resultado es un acompañamiento para una mejor labor de los que hacen del cine una obra “pintada” para la inteligencia.

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