Simbología del silencio en “Memorias de Eva”.

¿Qué pautas reflexivas asumir cuando una obra de arte te conduce hacia un discurso donde lo simbólico es estructura ósea? ¿Cómo desentrañar las elipses mutiladas que se esconden tras esa patina? ¿Tendría sentido arroparse de la teoría de Kant desde su libro: “Crítica de la razón”, para transformar la semiótica de la luz en palabra escrita?

Estas son tres de las preguntas que me hice ante una parábola cuando “me acerqué” a la más reciente serie fotográfica de la artista cubana Miladis González, que vislumbra una propuesta que apunta a sentar bases hacia derroteros más cercanos a lo irreal.

La conozco desde hace muchos años, mujer de ademanes femeninos, de alma reservada que busca con mirada inteligente y poética verdad descubrirte cada pliego de tus pensamientos sin pretender romper tu propio interior. Tan solo establece un diálogo donde el silencio es un recurrente vocabulario al uso. Se aproxima a tus manos, te saluda con un beso velado y empieza a despejar toda una discreta teatralidad de gestos y posturas escénicas, que nacen desde sus propias palabras. Te deja caer los primeros vocablos desde la cercanía y empiezas a estar en otra realidad, que no es ese sofá donde solíamos conversar en largas y nutridas tardes de domingo.

Pero siempre tenía la sensación que me faltaba por descubrirle otros vericuetos humanos por donde acercarme mejor, para apreciar en su justa medida sus valores como amiga y como artista. Obviamente nuestra amistad no es tema de análisis para este espacio, nos une el principio de ser reservados en lo que suele etiquetarse como: “vidas privadas”.

Sin embargo entendía prudente redactar un par de párrafos para mostrar tan solo insinuaciones de su calidad humana. Esta nueva serie: “Memorias de Eva” apunta hacia un lirismo donde su cuerpo es un eje discursivo que sostienen todos los símbolos velados. Descansa en un sosegado silencio que da paso a lecturas que enraíza con su mundo interior.

Su tónica figura te conduce a participar -desde la perspectiva del detalle- bajo el prisma inequívoco del primer plano. Objetos que suelen tener connotación mundana en espacios interiores, los reconsidera de modo metafórico y los posiciona ante su cuerpo. Desgarrar de tus sienes otras lecturas de las que no somos conscientes -a primera vista- por esa dinámica irracional que nos impone la urbanidad, de la que no tenemos salida ni consuelo y aceptamos como una desgracia inevitable.

Los iconos de sus interrogantes están escritos sobre su propia piel, ella es esa página en blanco donde la letra cursiva no se da desde los tradicionales modos de hacer. Sus narraciones, son propios de una artista que se transita por la obra de autor. Sus austeras escenificaciones surcan el límite de los sentidos para abortar nuestra marcha y hacernos tomar nota.

La sobriedad de la puesta, la luz de íntimos doblajes o los desnudos que simulan la obviedad, son en verdad ventanas vestidas de natura. Miladis es ese personaje que no solo es papel pautado, ella es proscenio, retablo, bambalina, texto de diario, luces y lunetas, en el que solo tienen cabida su monólogo de íntimas confesiones.

Su cuerpo es un mapa donde los continentes están diluidos a fondo y es que lo universal para ella es un asunto pendiente. Consciente de esa verdad, pospone sus ilimitadas ramificaciones para infringir los cánones del supuesto y hablar de otras connotaciones.

La casa, tu casa o la del otro es parapeto, es necesidad de refugio. Insustituible espacio donde poder acoger íntimas mutaciones que suelen padecer del síndrome de la fuga. Puede ser una casa de cimientos antiguos, de trasnochadas ventanas, de bibliotecas de infinitas proporciones, eso si una casa donde la palabra adquiere ese valor, donde la plática refluya continuada y febril.

El espacio es un elemento vital, no importa sus adecuaciones estructurales o sus colores de aguafuertes. Lo esencial es ese silencio que te invita como cómplice de un prisma que conversa desde lo intuitivo. Es esa casa que sabe a miel y aparece meditabunda desde esa mágica lectura, nace la pospuesta para el caos del ingenio.

En esa habitación se podría hablar de todo lo irascible: del miedo a la oscuridad de la que presume la ignorancia, de la pregunta inoportuna, del reiniciado mestizaje de los afectos. Tan solo hace falta una luz de discretas proporciones que surge de las entrañas del simbolismo.

En esa habitación podrías reencontrarte con tu otra mirada y hasta podrías hacerte un autorretrato para el desarme de ese relato breve del que aún no logras desprenderte, a pesar de esas interminables cuatro décadas que llevas rearmándolo sin tan solo tocar la cúpula de su cimiento.

Entonces la escritura sosegada de esta artista nace de la luz que puede parecer neblina de imprecisos colores. Sin embargo tras una pausa de una improrrogable adaptación oral te invita a recorrer tu abrupto pasado, ubicándote en el origen de todo. Es desde tu infancia por donde ella te hará labrar, tu pasado de incipientes aplausos y primitiva mirada de donde la racionalidad aún no tiene una vestidura completa.

Desde esa estrategia sicoanalítica, la luz se hará visible por el fuego de su cámara fotográfica que apuesta por descubrirte y descubrirse. Todo quedará registrado tras velar el papel, en un proceso que evoluciona ajeno a los tradicionales y obsoletos productos químicos. Esa objetiva realidad del cambio te permite observar tu verdadera voz.

Miladis se apertrecha de objetos, que ella prefiere llamar “artefactos”. A través de ellos encara su diálogo, sus preguntas, sus notas al margen. No es un soliloquio lo que expresan sus fotografías, son preocupaciones de una mujer que se desmarca del feminismo vacio para ubicarse en otra dimensión.

Sus palabras son parte de esa verdad y la interrogante se resuelve en sus afirmaciones: “Por la senda de la introspección, lo autobiográfico desvelo y magnifico, él autoconocimiento, la incertidumbre existencial, las relaciones con el otro, el erotismo. Las composiciones fotográficas a manera de montaje escenográfico, sud reales buscan instantáneas más allá de una única dimensión temporal o de sentido en el que no me interesa hacer una obra feminista sino reflejar mi propia subjetividad forjada en la resistencia, en la vulnerabilidad, en el dolor, siempre debatiéndome entre lo agradable de la apariencia sensible y el absurdo trágico de la vida misma”.

Pero la metáfora de su discurso está en la sobriedad de sus “textos fotográficos”. La idea de esta serie no cabalga bajo los cánones del arte literal. Miladis se aparta de esta monotonía, para complejizar sus preguntas que a la vez son respuestas dadas.

Con “Memorias de Eva”, nos enfrentaremos a nuestra propia condición humana, a nuestros aplausos, a las frustraciones de la vida, -a las nuestras-, y la verdad que entraña vernos en esas fotos donde la artista pone el eje de su pupila y pone su cuerpo e invita a otros “actores mudos”, para que formen de la vida. Solo es mirar alrededor…

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