Un libro entrañable. Por: Iroel Sánchez*

“Un desafío político y estético, el acta de fundación de una nueva conciencia colectiva y de un lenguaje capaz de expresarla en toda su complejidad”. Palabras del escritor y editor cubano Ambrosio Fornet en la primera edición cubana de este libro.

“Un desafío político y estético, el acta de fundación de una nueva conciencia colectiva y de un lenguaje capaz de expresarla en toda su complejidad”. Palabras del escritor y editor cubano Ambrosio Fornet en la primera edición cubana de este libro.

El libro de Jesús Díaz Las iniciales de la tierra, publicado en Cuba en 1987, acaba de ser definido por Guillermo Rodríguez Rivera en un texto difundido en el blog de Silvio Rodríguez como “la más importante novela de la Revolución Cubana”, el propio Silvio ha dicho de ella que “está entre las mejores obras literarias escritas en y sobre la Revolución Cubana”. Ambos, Silvio y Guillermo, admirados amigos y queridos intelectuales cubanos de primera línea, han reavivado en mí el deseo de escribir sobre esa obra.

No voy a dar un juicio literario acerca de ese título que, junto a la novela Un tema para el griego, de Jorge Luis Hernández, el volumen de cuentos de Reinaldo Montero Donjuanes y el relato de Francisco López Sacha Figuras en el lienzo, marcó la relación mía y de varios de mis amigos con la literatura cubana de los años ochenta del siglo pasado. Muchos lo han hecho ya, Ambrosio Fornet la llamó “la más cruda bildungsroman de la literatura cubana contemporánea”, y sólo quiero decir que esa novela dotó de carne, sentido e imaginación la épica de los años fundacionales de la Revolución cubana con una carga de verosimilitud y autenticidad que no he encontrado en otra obra. La aguda lucha de clases, errores, contradicciones, injusticias y heroísmos están en ella con un nivel de credibilidad que no permite la indiferencia.

Hace más de un cuarto de siglo de mi primera y única lectura de ese libro y tanto el nombre de su protagonista -Carlos Pérez Sigfredo- como prácticamente todos sus pasajes los recuerdo con total exactitud. Desde que vi el homenaje que Fernando Pérez hace a la novela de Jesús Díaz en su película Suite Habana –uno de los protagonistas lo lee en vísperas de abandonar el país- pensé en contar esta historia sobre un libro y sus viajes.

Este es el relato de un ejemplar viajero porque pocos libros acumulan más kilometraje que mi volumen de Las iniciales de la tierra, tal vez los diarios de navegación. Adquirí la novela en la librería que entonces quedaba en la céntrica esquina habanera de 23 y L, luego de leer una entrevista a su autor en la revista Bohemia que me llamó poderosamente la atención y lo leí -más bien lo devoré- entre los largos viajes en guagua a la CUJAE en mi quinto año de Ingeniería en Sistemas Automatizados de Dirección.

De allí saltó a las manos de otros aspirantes a ingenieros electrónicos, civiles, de explotación del transporte y construcción de maquinarias, incluyendo sus respectivas novias, en no menos extensos recorridos de ómnibus y trenes no sólo dentro de La Habana. En las vacaciones de 1987 Silvia, la novia de Carlitos que estudiaba ingeniería química, estableció record nacional cuando lo llevó y trajo de regreso a su natal Moa en el extremo oriental de Cuba. Lo que no sabíamos entonces era que los viajes más largos de aquel libro estaban por venir.

Nieto, cuando partimos juntos hacia Angola, lo llevaba con él y yo mantuve control del libro hasta que no separamos en un lugar llamado Dongo.  El ya ajado ejemplar volvió a ser numerosamente prestado entre los cubanos del Grupo Táctico emplazado junto al río Cuatir, donde fue ubicada la unidad a la que asignaron a Nieto, en la carretera que va de Menongue a Cuito Cuanavale.

Una sola vez nos reencontramos Nieto y yo en ese período y fue cuando -enterado de que mi unidad pasaría  por aquella carretera, con  rumbo a Longa para reforzar la retaguardia a quienes combatían en Cuito- me esperó al borde del camino para darnos un abrazo que detuvo por unos segundos, e hizo sonar los claxons, a la caravana de camiones, tanques, obuses, BTRs y Shilkas que “marcaban gomas” buscando evadir las minas; pero entonces no tuvo el buen gusto de llevar el libro consigo.

Él regresó a La Habana primero que yo, por supuesto con la novela. Cuando en abril de 1989 llegué a la Isla temí no recuperar el ejemplar, los padres de Nieto se lo habían llevado con ellos -al libro, no a mi amigo- nada menos que a Jabarovsk, en plena Siberia, donde laboraban como parte de un contingente de trabajadores forestales cubanos que enviaban madera hacia Cuba. Entre las pocas consecuencias positivas de la desintegración de la URSS y el fin de las relaciones económicas entre nuestro país y la potencia soviética estuvo el retorno de los padres de Nieto ¡con el libro! que yo insistentemente le pedía a él recuperar. Desde entonces, lo he vuelto a prestar  varias veces y a todo el que se lo he dado le hago la historia del libro viajero para comprometerlo a que me lo devuelva.

Sólo vi a Jesús Díaz una vez, fue cuando acudí a un conversatorio en la Casa estudiantil de la CUJAE donde le pregunté por qué había excluido de la novela un fragmento publicado antes en la revista El Caimán barbudo que a mí me había gustado mucho porque recogía un pasaje de la vida estudiantil en los primeros años de la Revolución. Fue enfático: “porque me pareció mala literatura”, dijo, y dio por zanjado el asunto.

Se constituyó en un referente para mí. Recuerdo que cuando leí sus reseñas de Descubrimiento del azul, el libro de Sacha donde está “Figuras en el lienzo”, y de Un tema para el griego, ambas publicadas por él en El Caimán que  me enviaban a Angola los amigos, pedí que me los hicieran llegar y agradezco mucho aquellas lecturas a las que tal vez de otro modo no hubiera accedido.

Años después me desconcertó saber que el autor de aquel libro entrañable se había sumado a los que cambiaron de bando en el momento más duro. Y no solo eso, sino que era la punta de lanza en una operación que el entonces canciller español Javier Solana organizó por encargo de EE.UU. contra Cuba. Con dolor, leí la crónica en El País en que Jesús Díaz contaba cómo participó de las provocaciones de los terroristas de Hermanos al rescate contra la Revolución.

Jesús Díaz murió en el 2002 en Madrid. Creo que nada de lo que hizo contra la Revolución cubana le quita grandeza, vigencia y valor a Las iniciales de la tierra. No solo es buena literatura sino que a muchos nos hizo entender mejor la Revolución y sentirla más cercana.

Mi libro viajero lo tengo a buen recaudo y ya no lo presto. Lo conservo para que mis dos hijos lo lean a la edad en que yo lo leí.

Texto tomado del blog: http://lapupilainsomne.wordpress.com

foto Leandro Teysseire*(Santa Clara, Cuba, 1964).  Editor y periodista. Autor del libro: “Sospechas y disidencias” Editorial Abril (2012).

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