(VIDEO) Los otros y nosotros

La sociedad contemporánea “emerge” bajo el incentivo de la acumulación y el consumo de productos de naturaleza impar. Esa corriente persiste –al menos es lo que dicen los mass media- amen de la crisis que en el presente agitan los escenarios sociales más heterogéneos. Ante esta diatriba se presupone como contra respuesta a esas grietas globales, la racionalidad ante el consumo.

Sobre esta cartografía imperante me ubico en la carretera de la austeridad, ajeno a todo signo de la acumulación. Bajo esta premisa hago una permanente discriminación de lo que es realmente vital para hacer de mi vida un “milagro real”. Sin embargo transito en una contradicción confesable: soy un ratón de documentales.

En los últimos dos años, entre los que me he podido comprar y los que realizadores y productores me han cedido para el análisis de rigor, ya puedo hablar de una videoteca incipiente, y mire usted, “la paso fatal” cuando la economía me hace posponer el sueño de tener el último de los documentales, al margen de las tecnologías del Ares y el Emule, que se me dan fatal.

Pero como había apuntado al inicio, tengo la suerte que una buena parte de esta “apropiación” de conocimientos en soporte DVD, está alimentada por la voluntad de los creadores de este género que conjugan la metáfora del arte con la objetividad que conforman puntos de vista, aproximaciones viscerales y apuntes estéticos.

El sentido del límite, el criterio de discernir lo que vale la pena acopiar para la estantería te hace ser selectivo para no llenar espacios que pueden ser tomados por verdaderas obras de arte. Esa que inspira, que trastoca raíces, que aporta datos y luces para entender más allá de la propia visión de un equipo de creadores. Que bajo la batuta de un “capitán” llevan a buen puerto ese barco que es el cine documental.

En nuestro transito por la vida solemos hablar de los libros, discos y películas que consideramos imprescindibles tener en nuestros anaqueles para sucesivas visitas. Esta máxima aspiración está matizada por esa lógica de disfrutarla con pausada mirada y los goces propios del conocimiento.

Ser parte de este siglo implica –obviamente-, heredar una acumulación de obras de arte. Esa recolección de sapiencias desde una perspectiva de presente-futuro sirve para discernir, desgranar y comparar corrientes estéticas, movimientos artísticos, singularidades culturales y por supuesto expresar lo que al principio dejaba entrever, los imprescindibles documentales para tener en casa.

Hace unos meses tuve la satisfacción de “visitar” una obra mayor que podría vestirla con más una docena de adjetivos, prefiero anotar tan solo tres. ¿Qué tienes debajo del sombrero? (2004) de los realizadores españoles Lola Barrera e Iñaki Peñafiel es una pieza fílmica de una desbordada carga humana, un símbolo audiovisual de la utopía, una apuesta por la constancia como instrumento de empuje ante la muralla de lo irracional, ante el veto de lo imposible.

Sus pautas fílmicas y conceptuales me avivan recuerdos y paralelismos con la Compañía de Teatro Infantil cubana La Colmenita que dirige Carlos Alberto Cremata. Esta sui géneris agrupación ostenta un largo recorrido de presentaciones, repertorios y premios. Quizás el más significativo en toda su trayectoria fue el que le otorgó la UNICEF como Embajadores de Buena Voluntad.

Lo particular no es el hecho de ser una agrupación teatral de niños y adolescentes, sino el incorporar como parte de su elenco a infantes discapacitados, que se integran a un proyecto escénico que lejos de ser “los raros” de la compañía son parte de ella. Esa convivencia va educando a los que asisten a esta experiencia, rompiendo con la mirada lastimera que más allá de integrar divide. Son esas etiquetas que construimos para resolver nuestro caos que persisten por la ignorancia sobre “el otro”.

Pero me regreso a, ¿Qué tienes debajo del sombrero? La obra se estructura bajo una acertada conjugación de personajes e interlocutores que son los ejes narrativos, los núcleos por donde se marcan giros y argumentos. Son los responsables de aportaciones textuales, pero también de los dramas y de las alegrías que confluyen en el círculo de lo posible.

Bajo esa realidad tangible, “ocultas” para millones de mortales por esa mirada devastadora que ha sido construida por la ficción insensible e inconexa, esta obra para a ser una realidad focal que marca los muros tercos donde cabe la bondad.

El filme se edifica desde dos miradas con texturas humanas: la primera, los protagonistas y la segunda, la de los interlocutores, que fortalecen esta apuesta documental no desde el complemento agregado, sino desde la jerarquía de sus posiciones sociales, de sus roles que engarzan de manera natural con el repaso de cotidianidades entremezcladas.

Un personaje principal: Judith Scott, una mujer de 62 años con Síndrome de Down y sordomuda. Una artista de peculiar vestuario, de singulares ademanes, de divertidas expresiones que son esas puertas abrigadas por encantos, donde la cascada de los afectos surte desde sus ojos. Otros “actores” secundarios forman parte de ese juego humano de convivencia grupal, donde el arte es instrumento y motivo de encuentro, presto para dignificar los sabores de la realización personal.

Es el canal para la búsqueda de respuestas, es también la cosecha para una persuasión acumulada junto a esa comunicación que seguramente andaba pospuesta por tiempos indefinidos y que escapa de todo cálculo posible. No son personajes sacados de una novela gestada en el retiro espiritual de una montaña, son hombres y mujeres tan reales como la vida misma.

Si dudas Judith Scott es la protagonista de esta obra documental, en torno a ella circula buena parte de la historia. El trazo humano de su trayectoria queda registrado con atinada compostura por una fotografía que busca la imagen de una mujer que tiene mucho que mostrar y no me refiero solo a su abultada obra de arte que aparece como trazos pictóricos, como pinceladas de una galería itinerante. La lente desnuda sus manías creativas, sus costumbres apegadas al escenario de su vida artística, “Creativa Growth Art Center”.

El dúo de Vicente Franco e Iñaki Peñafiel, -responsables de la imagen de esta puesta fílmica-, saben aprovechar cada instante bajo el signo del espacio enmarcado, con aberturas de una lente que no implora, no hace preguntas. Indaga desde ángulos inconexos para entender y mostrar detalles de una fuerza mayor, la del arte en franca conjugación con historias humanas.

Repasan cada gesto amable, cada silueta de luz timbrada. Es una cámara que dialoga con esos personajes que han congelado sus conflictos por historias mutiladas, una cámara que respeta el mundo interior de personas que se han dejado mostrar para dejar de ser una página oculta en el trastero de los quebrantos.

Lo simbólico no esta ausente en esta obra documental, quizás la nota de curso la da ese conjunto de revistas que la protagonista no deja para el azar y la perdida. Seguramente constituyen sus lumbreras para atravesar mundos y después de absorberlo todo, lo transporta con materialidades que ella junta.

Son objetos tan disímiles como carretes de estambres, pedazos de telas, cuerdas, desechos de otros lugares, así como aportaciones de otros que viven alrededor de Creativa Growth, que participan de manera indirecta en el flujo creativo que les desborda.

La artista Judith Scott termina construyendo esculturas que esconden en su interior multitudes de lecturas. El equipo de realización junto a los gestores de este centro de arte, participa en la idea de develar los entresijos de su íntimo universo, para entender la marea de sus emociones, sus apuntes icnográficos.

Es muy original el recurso de radiografiar sus piezas para hacer visibles sus núcleos estructurales, sus apéndices que resultan míticos quebraderos de cabeza. Las dimensiones de sus piezas expresan su insospechado e infinito mundo interior, bajo un velo que tiene escapatoria en cada una de ella.

Este es el espacio de todos: discapacitados, profesores de arte, colaboradores o galeristas, que suman motivos de legitimidad no solo para lo terapéutico, es arte “puro y duro”. Se desmontan ideas sobres los matices de cada apunte pictórico, de cada creación que descarga volúmenes, que define formas. Con esa sobriedad de la mirada indagadora de la lente, nos permiten acércanos a espacios vedados para los que andan cautivos por los aciertos humanos que allí se narran y que engrandecen esta pieza fílmica.

Es muy importante en esta obra el diálogo cruzado de los familiares de Judith, de galerista que no pierden la capacidad de asombro ante el milagro real de materializar obras de arte que se prestan para el discurso. Van apañados por el concepto y la búsqueda de la emoción, del sentido del mensaje, del trazo de un discurso, de sus propios conflictos que al final surte efecto en galerías de primera línea de los Estados Unidos y Europa.

El merito de esta conjugación de secuencias esta en develar testimonios que evaden los paternalismo hacia estos personajes, esa es una lección necesaria de la que debemos tomar nota. Al final nos conducen de manera gradual hacia un filtro mayor para descubrir, que estamos ante personas que adquieren la categoría de artistas.

Pascal Gaigne, Maurice Ravel y Alberto Iglesias son un trío curtido por el rigor, -claves de este arsenal de visualidades cinematográficas-. Sus creadores pactan una “serena voz” instrumental con una música que aporta silogismos y metáforas construidas para un repaso de esos mundos interiores. Pululan acordes de grueso calibre, con una sísmica trayectoria que no pretende ser el eje de todo. Acompañan el dialogo, la recreación del oficio, el transito entre escenas y secuencias que priman como repaso de vida y saben seducir, desde el don de la música, gestando emociones albergadas para esta ocasión.

La discapacidad está en la mente de los que “no saben leer” más allá de sus propias limitaciones, de los que no saben desentrañar el futuro de personas, que simplificamos como “los otros”. En la utopía no cabe el tamiz marcado por lo imposible.

El arte como recurso terapéutico es una herramienta reconocida por los reflujos que en su momento fueron hierba para el obstáculo. Hoy esta universalmente aceptada como parte de estrategias de trabajos en centros de inserción social, bajo una premisa: la de dignificar a personas que están en el desván del olvido. Entonces cabe una pregunta. ¿Cuál es la intencionalidad de Lola Barrera e Iñaki Peñafiel para hacer visible esta historia?

La respuesta es bien simple: los realizadores nos invitan a cambiar de rumbo, a tomar otros horizontes. La sensibilidad y la humildad desprovista de caretas ajustadas serán tan solo las herramientas por las que usted se debe acompañar para esta travesía. Sus realizadores han querido apuntar siempre en esta idea, conduciendo esta pieza fílmica hacia el derrotero más sagrado del universo: el ser humano sin límites y cortapisas.

Sinopsis

¿Qué tienes debajo del sombrero’? cuenta la vida de Judith Scott, una escultora norteamericana de 62 años a la que le llega el reconocimiento internacional después de vivir 36 años en una institución psiquiátrica. Judith tiene Síndrome de Down y es sordomuda. Su historia, contada a través de su hermana gemela, Joyce, sin discapacidad, es el detonante de una película que viaja al Creative Growth Art Center en California y descubre a otros personajes que como Judith buscan expresarse a través del arte.

¿Qué tienes debajo del sombrero?’ es una reflexión acerca del aislamiento que puede provocar una discapacidad, y de como a través del arte se consigue restaurar la comunicación.

Ficha técnica

Guión y dirección: Lola Barrera e Iñaki Peñafiel.

Producción: Julio Meden, Lola Barrera e Iñaki Peñafiel para Alicia Produce.

Producción Ejecutiva: Gemma Cubero del Barrio.

Montaje: Lola Barrera, Iñaki Peñafiel y Yago Muñiz.

Música original: Pascal Gaigne.

Músicas adicionales: Maurice Ravel y Alberto Iglesias.

Imagen: Vicente Franco e Iñaki Peñafiel.

Sonido: Celeste Carrasco y Nacho R. Arenas.

Duración: 75 minutos.

¿que tienes debajo del sombrero? from Iñaki Peñafiel on Vimeo.

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