José Martí y la crítica de participación. Entrevista a Cintio Vitier

Cintio Vitier junto a su compañera Fina García Marruz Foto EL País

Por Patricia Ramos

Si mi padre no me hubiera recordado hace unos meses la existencia de esta entrevista, estoy segura de que este texto seguiría durmiendo unos cuantos años más. La hice hace diecinueve años. Un tiempo enorme. En aquel momento era una estudiante de Filología queriendo hacer una tesis sobre él. Perdí el rastro de las grabaciones, unos pequeños caseticos que ahora añoraría tener, y perdí también la copia digital. Solo quedaba el texto impreso que mi entusiasta padre volvió a teclear con la esperanza de esta vez sí sacarlo a la luz.

De Cintio, me queda aún hoy el recuerdo de su generosidad. Hablamos horas, yo absolutamente intimidada por la suerte de tener a tamaño intelectual frente a mí. Pensé publicarla varias veces, pero la vorágine de mi nueva vida como cineasta me hizo olvidarla por completo. Discutí mi tesis siendo ya estudiante de primer año de la EICTV, y las fotos que tengo son testigos de la intensidad de ese momento. Creo que no hubo una estudiante más flaca y más demacrada que yo. Agradezco la suerte de haber podido vivir este encuentro tan especial. Al leerla hoy, me reconozco en ella, con mis pasiones martianas y poéticas, recuerdo a trozos mi pasado “filológico” intenso, compartido con tantos amigos que ya no están. Poco supe de Cintio en mi nueva etapa de vida, tan solo unos recados muy simpáticos que me enviaba a través de un amigo. Me decía que abandonara el cine y regresara a lo mío. Pero lo mío ya era otra cosa. Contar historias es mi mayor felicidad, un verdadero vicio que no podré abandonar. La primera parte de la tesis se publicó, el resto quedó a la espera de una rescritura que nunca haré; el anexo, probablemente lo más valioso, este recuerdo deuda que merece ser compartido, ya está acá gracias a la complicidad del amigo Arturo Arango.

Los primeros quince años de la República se leyó poco a Martí, como lo demuestra más de un documento de la época. Está el testimonio de Gonzalo de Quesada, en sus cartas, donde se queja del trabajo que pasa para conseguir que se vendan las primeras obras “completas” editadas por él. Las cartas de Gonzalo de Quesada, por ejemplo, donde él a menudo se queja del trabajo que pasa para conseguir que se vendan las primeras obras “completas” que se tomó el empeño de editar. Uno de los pocos intelectuales que entonces se ocupó de estudiar y analizar los escritos de Martí publicados fue Medardo Vitier en su temprano libro sobre el tema, de 1911, Martí, su obra política y literaria. En 1954 publicó otra obra muy poco leída y pobremente valorada, Martí, estudio integral. ¿Podría usted hablar de la influencia que tuvieron esas inquietudes martianas de su padre en su formación y su trayectoria posterior?

Ese primer libro se publicó diez años antes de que yo naciera. Y cuando lo releo actualmente encuentro que traté sobre muchas cosas que ya él había descubierto antes de que yo naciera. Es un libro realmente muy bueno, sobre todo en lo referente al pensamiento y a la espiritualidad de Martí, más que a sus ideas políticas, y también a su contribución a la literatura hispanoamericana, porque él hace observaciones que haría muchos años después Gabriela Mistral, por ejemplo. Y como él, hubo entonces otros estudiosos. Si bien yo creo que fue el primero que sistematizó en un libro, aunque relativamente breve, pero de todas maneras en una forma ya de libro, una concepción, una imagen de Martí.

Están los trabajos, desde luego, de los hermanos Carbonell, los trabajos de Gonzalo de Quesada y las páginas dispersas, pero muy importantes, de Pedro Henríquez Ureña, en este caso ya no se trata de un autor cubano, pero sí muy ligado a la literatura cubana, al igual que su hermano Max. Y así se fue abriendo camino el estudio de Martí, que tuvo un momento especialmente importante con la generación de Mella, de Rubén Martínez Villena, de Pablo de la Torriente Brau, porque es entonces que tiene lugar la entrada en el mensaje propiamente político de Martí, ellos fueron quienes lo recepcionaron con más fuerza, desde el marxismo. Lo cual es muy importante, al ser esta la primera conciliación que se establece entre el marxismo y el pensamiento de Martí. Eso no fue algo que empezó con la llamada Generación del Centenario, ni mucho menos, sino aquellos fueron los que iniciaron esa simbiosis, como ejemplo de la cual están, en primer lugar, las Glosas que tú seguramente has leído de Mella.

Cuando Fina y yo amanecemos a la luz histórica de los estudios martianos, allá a principios de los 40, estaba Marinello, estaba Mañach, estaba Lizaso, estaba el hijo del llamado “discípulo predilecto”, Gonzalo de Quesada y Miranda, y empezaron las primeras biografías: la de Manuel Isidro Méndez, que era muy buena, aunque no tan bien escrita como la de Mañach. En fin, existía un conjunto de estudiosos bastante grande. Mi padre siguió estudiando a Martí siempre.

Hablas de un segundo libro de él, pero en ese lapso que va desde el primer libro hasta el segundo hay una cantidad grande de artículos que se pudieron incluso compilar en otro volumen. Fueron artículos que salieron en revistas y periódicos. El estudio de Martí dentro del contexto del siglo xix, sobre todo del pensamiento, fue una vocación perenne en él que ocupó toda su vida.

¿Y cuando fue que usted leyó el primer libro de Medardo?

De joven lo vi, no lo leí. En realidad muy tardíamente me hice cargo verdaderamente de él, porque además fue un libro que desapareció de mi casa. Mi padre era una persona muy poco cuidadosa en cuanto a conservar sus libros. Sus papeles. Nunca tuvo un archivo, nunca una carta de él guardada, ni de nadie. Hubiera podido publicarse un gran epistolario que no se conservó. Y como profesor tenía el piadoso mérito de prestar sus libros y los libros de su biblioteca. Y esto lo siguió haciendo, cada vez más, sobre todo en el último período de su vida, cuando fue profesor de la Universidad de Las  Villas. Allí se quedó la mayor parte de su biblioteca. Él vivía parte del tiempo en Santa Clara, y allá se fueron quedando. Cuando murió, todo estaba disperso y ese desapareció de mi casa hasta que lo volví a encontrar en una librería de libros viejos, mucho tiempo después. Y fue entonces cuando lo leí y me di cuenta de eso que te acabo de decir. Yo había escrito ya –fíjate tú si eso fue tardío– algunos de los primeros trabajos con relativa importancia que hice sobre Martí, desde la década del 50 en adelante. Y entonces fue cuando me di cuenta, como un lector sorprendido ante una obra perdida, de la cantidad de cosas que ya él había visto en Martí como pensador y como escritor.

En esa época, nos dimos cuenta de que lo que menos se entendía de Martí era precisamente su poesía. Yo escuché incluso conversaciones, de algunos de los principales martianos de la época –estoy hablando ya de los años 40–, que venían siéndolo desde los 20 o los 30, y hablaban con cierta condescendencia de los “versitos” de Martí: los Versos sencillos, los Versos libres. Decían que era un poeta que no había cuajado, que lo más importante en él no era la poesía. Ellos además tampoco habían descubierto la dimensión real de la poesía de Martí, que no descansa solamente en los versos sino en toda su obra. Así lo empezamos a ver nosotros. Cuando digo “nosotros” me refiero a Fina a mí. Y creo que estás obligada a ocuparte un poco de Fina, porque estamos unidos en este trabajo, no solamente porque hayamos escrito paralelamente, sino porque hemos tenido las mismas intuiciones, las mismas percepciones del mundo martiano.

Entonces, nos entramos en Martí por la poesía. Pero la poesía entendida no solamente como los poemas, como los versos, sin desde luego descuidarlos. La poesía en prosa en él es tan importante como la poesía en versos. Uno de los reproches que les hago a algunos escritores, a algunos críticos que hablan de la poesía de Martí, es que nada más se refieren a Ismaelillo o a los Versos sencillos o a los Versos libres, pero ¿y las crónicas? ¿y los diarios? ¿y los mismos discursos? A nosotros eso fue lo que más nos motivó con Martí, y sobre todo porque coincidieron esos años con la aparición del Diario de Campaña, que fue una revelación. La primera edición salió publicada allá en Ceiba del Agua, una cosa extraña.

Anexo al Diario de Máximo Gómez…

Sí, y después se hicieron ediciones pequeñas, como la de Manuel Isidro Méndez.

Hay una edición muy buena, con prólogo de Fina.

Nosotros nos quedamos deslumbrados con ese Diario. El Diario es una especie ya de decantación última de la mirada y el estilo de Martí. Por ahí es que nosotros entramos realmente a Martí, y esa entrada no había sido la más frecuente. A Martí se le había entrado, primero, por la oratoria patriótica, después, por el pensamiento antimperialista, y siempre, desde luego, como al gran revolucionario, fundador de la República que no existió. A nosotros lo que más nos impresionó fue la integralidad del revolucionario y el poeta en una solo pieza.

Yo le hice esa pregunta porque siempre me llamó la atención: hijo de martiano, martianos los dos…

Mi padre nunca me impuso ese libro en las manos, yo lo veía, entre tantos libros que curioseaba en su biblioteca, y como me pasó por ejemplo con la Segunda antología de Juan Ramón Jiménez, que para mí fue la revelación de la poesía, y estaba allí y un buen día me encontré con ella, y tuve la suerte que no tuvo Fina, porque Fina leyó a muchos poetas malos antes de leer a los buenos. Mi casa era una biblioteca, era una escuela, un colegio. Y lo que te he dicho ha sido referente puntualmente a ese libro; pero Martí estaba presente continuamente en la conversación de mis padres con sus amigos. Te estoy hablando desde mi niñez en el colegio, en las clases que él daba de literatura, en la Escuela Normal y en su propio colegio.

Aparte, mi padre nunca fue un padre “docente”. O sea, este padre que enseña, que se pone a darle lecciones al hijo. Eso fue más bien una atmósfera en la casa.

Y además muy pronto yo empecé a ir a las conferencias de él cuando –esto es una cosa un poco anecdótica, pero tiene cierta importancia– él firmó la adhesión de los profesores a las declaraciones de los estudiantes contra Machado. Fue un grupo de profesores, no fueron todos, por cierto, de la escuela Normal. Lo cesantearon, como cesantearon a otros muchos, y entonces, estamos hablando de mis diez o doce años, ya no tenía ninguna entrada económica. El colegio estaba en bancarrota, porque casi nadie tenía dinero para pagar un colegio privado, e incluso interno, que era mi propia casa. Y el sueldo de la Normal lo perdió. Tuvo que ponerse a dar ciclos de conferencias, en Matanzas y en toda la Isla: en Santa Clara, en Camagüey… y en Cienfuegos. Recuerdo especialmente ese viaje, porque se acababa de inaugurar el Ateneo de Cienfuegos, que lo presidía el jovencito Carlos Rafael Rodríguez junto con el caricaturista David. Y yo llegué allí en mis once y doce años con mi padre. Fui a todos esos sitios y conferencias que eran sobre cultura cubana, en general, pero muy expresamente sobre Martí. Así que la formación fue completa, pero no por, digamos, una dedicación a darme clases sobre eso específicamente; sino de la forma mejor, que es como los niños entienden mejor las cosas, las cosas que están en el aire. Y eso era lo cotidiano en mi casa.

¿Con qué exégetas de Martí, tanto nacionales como extranjeros, sintió una mayor identificación durante los años de su formación? ¿Y posteriormente?

En primer lugar hay que siempre recordar con gratitud la biografía de Mañach. Después se han hecho muchas críticas de esa biografía, incluso el sintió insatisfacción con ella y lo dijo muchas veces, porque al final había tenido que apresurarla porque el editor lo apuraba, y eso coincidió con la última etapa de la lucha contra Machado, en la cual él estaba muy comprometido. El propio Mañach sintió insatisfacción con ella y lo dijo muchas veces, se explicaba diciendo que había tenido que apresurar el final por presiones del editor. Eso coincidió con la última etapa de la lucha contra Machado, en la cual él estaba muy comprometido. Y, efectivamente, los últimos capítulos son un poco apresurados, pero es una biografía muy bien hecha, fascinante, escrita maravillosamente, que no tiene comparación con ninguna otra. Siempre recuerdo también la de Manuel Isidro Méndez, que fue muy amigo de mi padre, asturiano muy noble, que conoció a Martí profundamente; en algunos aspectos mejor que Mañach y que nadie, en algunos aspectos, digamos, personales, no como crítico profesional ni mucho menos como biógrafo. Además no era un escritor como Mañach, aunque escribía bien. Pero la biografía de Mañach fue fundamental en nuestra generación. Eso como imagen de Martí.

Estaban además la de Félix Lizaso, estaba la de Rodríguez Embil, que la criticaron mucho porque se llamaba el Santo de América, y después resultó que parece que sí, que era santo –esto es algo sobre lo cual podemos hablar en otro momento. Ezequiel Martínez Estrada, que se rio mucho de ese libro, al final terminó diciendo que era santo. Y bueno, en qué quedamos ¿era o no era?

Ese es un tema que empezó a manejarse mucho en aquellos años, y es un punto que está relacionado con el perfil biográfico, la imagen de Martí. De los estudiosos de Martí, la que más me impresionó fue Gabriela Mistral, que no escribió tanto sobre Martí pero lo que escribió fue esencial: el trabajo sobre los Versos libres y “La lengua en Martí”. Fueron al fondo de su palabra, de su persona. “La lengua en Martí” fue revelador, sobre todo en lo que se refiere a la expresión martiana. Le dice “el maestro americano más ostensible en mi obra”. Ese es un tipo de crítica que siempre preferí yo, que la he llamado crítica de participación, porque es que Gabriela no estaba viendo a Martí como crítica sino como poeta que había recibido un gran influjo de Martí, y que lo confesó públicamente.

Otros trabajos que me interesaron, fueron algunos de Marinello, como La españolidad literaria de José Martí, en el cual él pone de manifiesto vínculos de Martí con Santa Teresa, que no estaba de moda entonces ni ahora, y que, sin embargo, él tuvo el valor intelectual, y además la intuición poética, de decir cómo estas dos personas, tan distantes y distintas, tenían relación por el estilo y por muchas cosas. Incluso, quizá demasiado inclinado Marinello a la tesis del Martí místico. Y yo respeto mucho el misticismo y me parece que a veces se utiliza esta palabra con un poco de vaguedad, pues los místicos son una categoría muy específica de seres humanos.

Como también alimentó mi conocimiento de Martí lo que escribió Juan Ramón Jiménez sobre él, en un escrito suyo hecho en Cuba que aparece en Españoles de Tres Mundos.

Te estoy hablando de momentos que nos impresionaron especialmente.

Después vino el acercamiento, en el cual Fina tuvo una especial intervención, de María Zambrano, quien fue nuestra maestra de filosofía durante más de diez años aquí en La Habana, y que conocía muy mal a Martí. En general en España se conocía muy mal a Martí. Su maestro Ortega y Gasset no sabía una palabra sobre Martí.

De los españoles, entre los que más se acercaron a Martí están, en primer lugar, Unamuno, de quien nos gustó mucho lo que escribió; fue poco pero muy bueno, Unamuno hizo aquella observación inolvidable de que Martí escribía en una lengua “protoplasmática” anterior a la escisión de verso y prosa, algo que es lo que nosotros también habíamos intuido: la presencia de la poesía en el verso y en la prosa, como un lenguaje subterráneo. En segundo lugar esta Juan Ramón, que se percató de Martí en Cuba, fenómeno que explica diciendo que era muy difícil, para él al menos, conocer realmente a un hombre, como diría Unamuno, nada menos que todo un hombre, sin conocer el fondo, el paisaje, la historia, el entorno, de donde procedía. El paisaje cubano lo ayudó a ver a Martí. Vas a ver que ese es un trabajo ejemplar, maravilloso. Después vino María Zambrano, a quien Fina le dio personalmente la edición que acababa de salir del Diario, y ella escribió un solo artículo en toda su vida sobre Martí, pero muy bueno, que salió en la revista Bohemia, precisamente sobre el Diario. Es muy modesto, ella no pretende ser, ni lo era, una estudiosa de Martí. Es importante porque María es la mujer más inteligente que se ha producido en la lengua española desde Santa Teresa hasta nuestros días, por lo tanto, todo lo que María ha dicho, aunque no se esté de acuerdo, hay que atenderlo. Y realmente ella ahí, sobre todo, entró por la vena estoica.

Sin embargo, a mí me parece que en cuanto al Diario uno de los mejores trabajos que se ha escrito es el de Fina.

Ah, sin duda.

También hay un trabajo que ella hizo, que se publicó creo en el 51, ya casi cuando se acercaba el Centenario, sobre Martí en general, José Martí se llama, que no ha recogido en ningún libro, no sé por qué. Tú sabes que las mujeres son caprichosas. Jorge Luis Arcos, que ha estudiado mucho la obra de Fina, tampoco se lo explica. Es una imagen, la imagen de ella sobre Martí. Y tú sabes que cada cual tiene su Martí, esa es otra característica. Y allí está el Martí de Fina. Yo aprendí mucho con el Martí de Fina. Claro, también porque ella se adelantó a hacer trabajos importantes sobre Martí, como este primero que salió en la revista Lyceum y después el prólogo…

Sí, del 51, anterior al de usted del 53 sobre los Versos libres.

Ese es un trabajo ejemplar. Y además, porque uno no se puede alimentar de todo lo que se publica. Esos son los bibliógrafos, la gente que convierte la lectura en tarjetas, en fichas… lo cual se puede hacer, pero no reducirla a eso. Realmente uno solamente se alimenta de aquello que está en la vena de uno, lo que está en la misma dirección, lo que está en la misma melodía. En este sentido, las cosas de Fina a mí me influyeron muchísimo y me siguen influyendo.

Te voy a recordar ahora una frase que dijo José Coronel Urtecho, el maestro de los poetas nicaragüenses, el maestro de Cardenal, de todos los grandes poetas nicaragüenses contemporáneos, un maestro de verdad. Cuando llegamos a Nicaragua en el año 79, con motivo del triunfo de la Revolución Sandinista, que fue una maravilla, navegamos por el río San Juan –¡fue una cosa fabulosa!– hasta que llegamos, de noche, a las Brisas, una finca donde José Coronel Urtecho vivía, ya en Costa Rica. Pasamos una noche inolvidable. Empezamos a hablar de todo y como a la hora y pico de estar conversando se vuelve don José a Fina y le dice: “Vos conoces a Martí como Santa Teresa a Cristo”. Fina se quedó aterrada, palabras tan… pero no las dijo en un tono grandilocuente ni mucho menos, sino precisamente en un tono muy entrañable, muy conversacional.

Y ya que estamos hablando de conocedores de Martí, para mí ella es la número uno. Casi todo lo que ella ha escrito ha sido lo que yo he podido aprehender realmente de Martí. Pero, bueno, tenemos que salir de la familia necesariamente. Más o menos te he dado algunos indicios.

Desde 1944, al menos, usted incursiona en el ensayo en textos donde trata de acercarse a su “experiencia de la poesía”, ya fuera escrita o leída. En aquellas páginas comentaba los textos de los autores que más le interesaban, Juan Ramón Jiménez, Lezama, Vallejo, Mallarmé. Sin embargo, no es hasta 1953 que le dedica un primer estudio a José Martí. ¿A qué se debió este silencio? ¿Y por qué comenzar por Versos libres?

Tanto Fina como yo y como todo el grupo Orígenes fuimos muy tardíos en escribir sobre Martí. En realidad, Lezama nunca lo hizo en forma de ensayo, de un ensayo dedicado a Martí…

Hay tres trabajitos… pequeños pero…

Un libro, o algo así, no. Fina siempre se lo estuvo recordando y un poco reprochando: “¿Cuándo nos va a dar su ensayo sobre Martí? ¿Cuándo nos va a dar su libro sobre Martí?”. “No estoy preparado, todavía”. ¡Y nunca estaba preparado! Eso, en primer lugar, significa un poco lo que dijo Mella, ese “temor que se siente frente a las cosas sobrenaturales”; era un sobrecogimiento que nos producía la figura de Martí. Y hay que recordar que los de Orígenes fueron precisamente los tiempos en que más se prodigaron los estudios martianos, había entonces una especie de delirio de estudios sobre Martí, buenos y malos, de todo tipo, y los políticos lo utilizaban innecesariamente. Había una suerte de vulgarización de Martí que nos molestaba mucho. Si tú te fijas, en Orígenes, salvo en el número que se le dedicó en el 53, no se habla para nada, nunca de Martí. ¿Eso significa que no nos interesaba? No, al contrario, él nos importaba más que todo, pero no nos atrevíamos todavía a hablar de él. Para hablar de él tuvimos la necesidad de ese silencio, primero. Silencio, digamos, de preparación, que no acabó nunca en el caso de Lezama. Sin embargo, todas las cosas que Lezama escribió de Martí son importantes, son esenciales; las que escribió sobre la poesía, centro de su meditación en esos ensayos no dedicados absolutamente a Martí. Yo tengo un trabajito sobre Darío y Martí en Lezama. Tampoco toca todos los puntos, pero sí los que yo consideré más importantes, o, al menos, los que encontré más sugestivos.

Sin embargo, creo que el tema esencial de Orígenes es Martí, aquel hombre del cual no escribíamos. Pero precisamente eso tenía que tener un sentido. Ese silencio solamente se rompió en el 53, cuando sale esa página de Lezama que tú seguramente conoces, “Secularidad de José Martí”, que fue lo más importante que apareció en Orígenes en sus doce años. Una verdadera revelación del Martí nuestro.

Ya Fina había escrito sobre su Martí personal, digamos; pero Lezama descubrió, reveló en esa página tan breve el Martí que podríamos llamar generacional; aunque Orígenes nunca se presentó como una generación sino como un grupo en el cual había incluso dos promociones, desde el punto de vista cronológico. Lezama decía que la única generación a la que debíamos aspirar a pertenecer era la de José Martí. Y esto te indica las cosas de Lezama. Porque él no escribía, pero hablaba siempre mucho sobre Martí. No era posible hablar con Lezama de ningún tema, cuando iba a nuestra casa o íbamos nosotros a la suya, o en Bauta, adonde íbamos con el padre Gaztelu, o en la casa, aquí, cerca de Calzada, de Julian Orbón –que es otro tema muy importante: Orbón y Martí–, en que él no acabase hablando profundamente de Martí.

Entonces, el Martí que Lezama revela en ese escrito breve es ya el Martí generacional, que va a ser, en definitiva, el Martí de la generación del Centenario, sin que esta generación así llamada, autollamada, y con razón, del Centenario, que va a protagonizar el asalto al Cuartel Moncada, tuviera la menor idea de Lezama ni de ninguno de nosotros. Sin embargo, lo que dice Lezama en esa página es la explicación de lo que ellos van a hacer. Bueno, esa es mi interpretación.

Él presenta allí a Martí, fundamentalmente, como nuestra máxima impulsión histórica. Esta idea guarda cierta relación con la imagen de Martí que había dado Fina en el 51. Pero en el escrito de Lezama está presentada en una forma más categórica, más histórica, incluso más política. Dice que se encarnará cuando llegue la hora justa, y que esa fuerza de impulsión histórica será capaz de superar las toscas circunstancias y de avizorar, no recuerdo las palabras exactas, las cúpulas de los actos nacientes. ¿Pero qué actos nacientes eran esos? Nadie sabía qué actos nacientes eran esos en enero del 53. Se percibía en una forma muy diversa, casi siempre inconsciente, que estábamos tocando fondo. La República llegaba a un extremo de disolución y de vacío, muy bien detectado y expresado por Virgilio Piñera en sus poemas y en sus cuentos de la década. La República sentíamos que llegaba a la aniquilación o a la resurrección. Ese es el momento del 53 que Lezama precisa rigurosamente en esa página.

Versos libres. José Martí. Editorial Pueblo y Educación

¿Y en cuanto a usted? ¿Por qué los Versos libres como una primera motivación?

Recuerdo que por esos años inicié una relación, primero epistolar, después personal, con un estudioso muy noble y muy notable de la obra de Martí, Manuel Pedro González, quien es a su vez el maestro de un martiano norteamericano, que es el número uno en ese país y sigue siéndolo, Ivan Schulman. Tú sabes que ellos dos escribieron mucho sobre Martí, y Manuel Pedro ya estaba proyectando, en esa época, una nueva edición de las obras completas. Entonces él me pidió que escribiera sobre la poesía, pero desde nuestro punto de vista, que él más o menos conocía. Así que fue él quien me incitó, y yo entré por los Versos libres atraído por la poética. Y luego escribí un trabajo muchos años después, específicamente sobre ese tema, sobre el prólogo de los Versos Libres.

Fíjate que es en esos años 50 que se producen los dos ensayos de Fina, la página extraordinaria de Lezama y este trabajo mío.

Y después un silencio hasta la década del 60.

Sí, porque después lo que vino fue la guerra, y fue una situación trágica la que se vivió. Pero está Lo cubano en la poesía por el medio, cuyo rasgo más distintivo para mí se halla en que allí veo a Martí dentro del proceso de la poesía cubana. Este es otro punto de vista; ya no es Martí solo, sino Martí como culminación de un proceso de la poesía como conocimiento; pues no se trata solo de escribir versitos, que pueden ser magníficos o regulares, sino de ver la poesía como conocimiento. Como conocimiento de lo cubano, que en él se da como culminación. Y te repito, la poesía entendida no solamente a partir de sus versos, sino teniendo en cuenta el Diario. ¿Tú tienes la última edición?

Tengo la segunda edición, la del 70. ¿Pero, ha introducido cambios sustanciales en esa última edición?

No. Cuando se hizo la segunda edición, Ambrosio Fornet, que fue el editor, me habló de la posibilidad de ampliar el libro, de llevarlo hasta aquellos años. Pero ese libro tiene una fecha; además es un libro de época. Es testimonio de un momento de la historia de Cuba. Yo lo veo así, al menos. Y no fue precisamente mi empeño hacer la historia de la poesía cubana. Allí faltan figuras y sobran figuras. No sobran en el sentido de que todas tienen alguna importancia; quiero decir, que se encuentran insertadas figuras muy menores, sobre todo del siglo xix, que me interesaban para lo que yo estaba buscando cuando elaboré esas conferencias. Ese es un trabajo que después lo seguimos haciendo, Fina y yo, en Flor oculta de la poesía cubana, un libro que queremos mucho, de búsqueda más minuciosa en todo tipo de publicaciones y en la obra de poetas a veces desconocidos.

Volviendo a Lo cubano en la poesía, mi búsqueda entonces estaba en función del conocimiento de lo cubano, que en aquel momento tenía una especie de ingenua urgencia patriótica, porque ya no se sabía realmente que era lo cubano, y estábamos rodeados de sangre por todas partes. Las circunstancias en que se escribió ese libro y en que se dieron las sesiones en el Lyceum fueron terribles. Por eso no puedo olvidar ese lugar. Fue donde tuvieron lugar todas las conferencias importantes de la Zambrano, de Lezama. Y las mías de Lo cubano en la poesía eran sesiones muy dramáticas, no porque yo estuviera diciendo nada dramático, sino porque estábamos rodeados del drama del país y de todo tipo de peligros. Era una situación de guerra. Eso explica que no siguiéramos escribiendo sobre el tema.

Te repito que mi trabajo más importante sobre Martí –aunque eso de la importancia es muy relativo–, y además el más extenso, es el de Lo cubano en la poesía.

Después entramos a la Biblioteca Nacional, y allí nos dedicamos a ese estudio de una forma más regulada, más sistemática; porque éramos investigadores de ese Centro y porque inauguramos en la Biblioteca Nacional la Sala “Martí”, que fue de lectura y de investigación, donde se acumularon todos los archivos, los donativos, los papeles, en una palabra, todo lo que había sobre Martí. Realmente fue una sala excepcional y es el antecedente de este Centro de Estudios Martianos.

En varios de sus escritos Martí hizo referencias a una “religión venidera”, al tiempo que sometió a una dura crítica las opciones religiosas vigentes en su tiempo. Habló de la catolicidad como un proyecto vencido. Expresó su desacuerdo con algunos elementos capitales de este dogma: la idea del infierno, la idea de la providencia, la visión de Cristo como Dios hecho hombre, a la que parecía oponer la de un Cristo-hombre. Tanteó otras opciones religiosas emergentes en su época: los diferentes tipos de espiritualismo, teosofías, etc. A veces parece darnos a entender que es de alguna de estas variantes de espiritualismo, debidamente depuradas, que podría surgir esa que llamó “religión del futuro” o “venidera”. Sin embargo, la catolicidad vivió posteriormente varios remozamientos. En nuestro país, Orígenes representó uno de esos remozamientos. Visto desde esta perspectiva: ¿cómo pudo el grupo Orígenes, o la parte de él de orientación católica, valorar la crítica de Martí a las religiones? ¿Como un desacierto histórico?

Lo que sucede es que alrededor de este tema de las religiones hay como una especie de nebulosa y no es fácil que uno pueda convertirla en una constelación completamente emisible. Es la historia la que tendrá que hacerlo. No uno. Pero, desde este punto de vista, existe un indiscutiblemente vínculo nuestro con Martí –por lo menos para nosotros lo hubo– y que es una de las características de nuestra manera de ver a Martí. Cuando digo nuestras, en este caso, estoy hablando de Lezama, Eliseo, Octavio, Fina, Justo Rodríguez Santos, estoy hablando de todos nosotros, incluso del padre Gaztelu, que nunca se había acercado a los temas específicamente cubanos, y que sin embargo escribió los “Versos para José Martí”, un poema muy bello que apareció en Orígenes en el número del centenario. Todos de una forma o de otra nos acercamos a esta figura. Y para nosotros todos tuvo indudablemente un aliento profético, y los profetas no pertenecen a ninguna iglesia: ese es el asunto. Los profetas son profetas.

Martí, desde luego, como hombre histórico, tenía que apartarse de la Iglesia Católica, dado que la Iglesia estaba aliada a la corona española, principalmente a través de la institución del Patronato Regio, una concesión desdichada que hizo el Papa a los Reyes de España, para que fueran ellos los que dirigieran la Iglesia en América. Esta institución convirtió a la Iglesia Católica, de hecho, en un aliado, en un brazo de la corona y de la colonia, y por lo tanto la Iglesia fue enemiga de la Independencia. Imagínate tú qué situación esa. Ningún patriota difícilmente podría ser católico. Aunque hubo católicos, y no solo católicos sino también una serie grande de sacerdotes que fueron iniciadores de la idea independentista en América; pero lo fueron a título personal, como los mexicanos Hidalgo y Morelos, y entre nosotros nada menos que el padre Félix Varela, quien fue el primer independentista, no solo en su fuero interno, sino que hizo la primera publicación El Habanero, de prédica de la revolución armada. Esto, al parecer, es uno de los obstáculos para su canonización. Pero ya Martí lo canonizó: le dijo “el santo cubano” y nosotros estamos contentos con esa canonización.

Estas figuras que te he mencionado, que se apartaron en determinado momento de ciertas líneas y políticas adoptadas por la iglesia histórica, fueron, a nuestro juicio, mucho más fieles al cristianismo, en su esencia verdadera, que la institución, que, como todas las instituciones que en el mundo han sido, ha tenido altas y bajas, y más han sido las bajas que las altas, porque la historia es así. Siempre digo que una doctrina no puede ser juzgada por los que peor la representan, sino por los que la representan mejor, o sea, no podemos juzgar una doctrina por los que la traicionan –o si esa es una palabra muy fuerte, por los que la olvidan o la relegan.

Por eso, siempre que pienso en Morelos, Hidalgo, José Agustín Caballero, quien inició en Cuba un movimiento de rebeldía intelectual, o en José de la Luz y Caballero, quien se apartó incluso de la carrera eclesiástica, me pregunto: ¿Qué es lo que representan ellos realmente? Pues lo que va a decir Martí de sí mismo cuando llega a España ya desterrado, después de haber pasado el presidio político: “Cristiano, pura y simplemente cristiano”. Es en esa categoría que tenemos que poner, o por lo menos así lo vemos nosotros, a Martí; no fuera jamás del cristianismo, pero sí fuera de la institución, pues en definitiva esos hombres quedaron fuera de la institución, aun cuando no lo quisieran, porque el padre Varela nunca pudo volver a Cuba, la jerarquía española no lo admitió nunca más. Sin embargo, no lo pudieron acusar de herejía de ningún tipo jamás. Fue ortodoxo siempre, pero políticamente se apartó de las líneas de la Iglesia. Como también se apartaron los mexicanos, a quienes excomulgaron antes de fusilarlos: crímenes y pecados por los cuales la pobre Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana tendría que pasar la vida pidiendo perdón, como ya lo ha pedido este Papa por la evangelización.

¿Tú eres católica? ¿O eres religiosa?

Yo creo en Dios. No soy católica, aunque es la religión a la que más me acerco.

¡Claro! Además, este problema de la religión tiene un aspecto cultural, que para los materialistas es el único, pero para los creyentes evidentemente no es el único ni es el más importante. Pero, de cualquier manera que lo veamos, ya desde el punto de vista cultural Martí es un católico, porque participa del mundo de sus imágenes, del mundo de la meditación, del mundo, incluso, de la Virgen como madre. Esa es una devoción secreta de Martí, quien en varias ocasiones habla de la Virgen.

Apareció hace algún tiempo un poema suyo que lo había publicado Manuel Isidro Méndez, pero no Gonzalo de Quesada; no sé por qué, quizá se le escapó. Y cuando nosotros hicimos la Edición Crítica, lo encontramos manuscrito detrás de un papel donde están las bases del Partido; aunque el poema no parece de ninguna manera ser de esa fecha, sino muy anterior, por el estilo de las comas, no sé si tú lo has leído: “A la Virgen”. Está en las poesías varias de esta edición.

Y Martí escribió además el poema “Muerto”, en México, es decir en su época más anticlerical; pues los años mas anticlericales de Martí son los de México y Guatemala. En pleno anticlericalismo escribe “Muerto”, un poema sobre Cristo y su madre, sobre la relación del hijo y la madre. Ese es un poema con una fuerza, una sinceridad y una profundidad tremenda. No tenía Martí por qué fingir nada, al contrario; ni creo que le hiciera mucho bien en el medio mexicano escribir ese tipo de poesía.

Él siempre estuvo ligado a lo esencial del cristianismo, es lo que quiero decir, y es lo que nos importaba y lo que nos sigue importando.

Sí, pero al mismo tiempo que él atesoraba esas devociones de clara estirpe católica, puede escribir un poema como “La madre está sentada”, donde habla de la sucesión de las vidas, es decir, del hijo que muere que en realidad no se ha muerto, porque puede todavía reencarnar…

Porque hay una tendencia indudablemente ecuménica en la religiosidad de Martí, que incluye intuiciones hindúes: la serie de las vidas, el sentido purgativo de la vida para no volverla a vivir. Eso está en la poética de los Versos libres, incluso en los poemas, literalmente. Está en “Yugo y estrella”, en “Canto de otoño”. Por eso, y vuelvo atrás, me interesaron mucho los Versos libres, como te decía. No solo como poesía, sino como pensamiento sobre el mundo, sobre la concepción de la realidad trascendente que está en pleno período de agonía, de lucha interna.

Ya en los Versos sencillos eso se diafaniza, cristaliza, llega a una sabiduría, a una serenidad.

Pero del cristianismo lo que Martí, sobre todo, asume, no literariamente, sino en su vida, es la función o el valor redentor del sacrificio; la visión de que el sacrificio es útil en el mundo, en la concepción del mundo, en la historia; incluso en el universo material. Ya desde los griegos empezó a verse esta necesidad, que después aparece en el Antiguo Testamento y que culmina en la figura de Cristo. Hay una necesidad de sacrificio constante en la realidad de los contrarios, de las cosas, partiendo de lo que dice Heráclito: si el aire no se limitara todo sería aire, si la tierra no se limitara todo sería tierra, si el fuego no se limitara, todo sería fuego. Hay como una especie de compromiso mutuo de las materias, de los elementos, para que la realidad exista. Tienen que autosacrificarse. Fíjate tú, esa idea viene atravesando la historia, esa idea del sacrificio como compensación también del pecado; de ahí la idea de Martí de que a muchas generaciones de esclavos tienen que seguir muchas generaciones de mártires. Esta corriente justificadora del sacrificio voluntario es profundamente cristiana, asumida por el cristianismo; incluso no es inventada por el cristianismo, es asumida por el cristianismo y personificada en Cristo.

A mí no me satisface mucho el artículo de Martí sobre el Cristo de Munkácsy. Y tú en tu pregunta me parece que te refieres un poco a la idea del Cristo que no es el hijo de Dios, que no es Dios mismo. Si lees despacio ese artículo, te darás cuenta de que él hace declaraciones muy categóricas y elocuentes sobre el Cristo racional y fiero, etc., pero al final entra con una duda. He leído muchas veces ese artículo y no me ha parecido lo más satisfactorio de Martí sobre Cristo. Me parece más satisfactorio su poema “Muerto”, más satisfactorio lo que dice sobre la figura de más idealidad del universo; más satisfactorio cuando dice en el prólogo al “Poema del Niágara” que se está volviendo al Cristo perdonador, al Cristo que es un gestor de la piedad, del perdón, etc., pero ese Cristo es puro misterio, no es ni racional ni fiero. Y me parece más satisfactorio en fin, el modo como él asume a

Cristo hasta los últimos días de su vida, cuando poco antes de venir a Cuba escribió esa cosa tremenda de “En la cruz murió el hombre un día, pero hay que aprender a vivir en la cruz todos los días”. Ese es el Cristo vivo. Sencillamente ese es José Martí ya, porque está hablando de sí mismo.

Según se desprende de su ensayo “Martí futuro” (1964), incluido en Temas martianos (primera serie), desde la década del 60, al menos, usted se interesaba por hallar zonas de encuentros, relaciones entre Vallejo y Martí. Más tarde, tanto usted como Fina han abordado el tema nuevamente y otros autores se han interesado también en el tópico. Ahora bien, ¿habría sido usted quien primero estableció y profundizó esas zonas de encuentro entre Vallejo y Martí?

A mí no me interesan mucho estos problemas referentes a la cronología. Pero creo que cronológicamente el primero fue Larrea. Yo tengo una carta suya que he citado, de modo parcial, en varias ocasiones, y que por cierto salió ahora completa en algún lugar, en España. Me escribió esa carta sabiendo que yo me dedicaba a esos estudios y en ella me llamaba la atención sobre un fragmento del prólogo al “Poema del Niágara” que fue citado por Vallejo en su tesis de bachiller. Ese prologo de Martí es importantísimo. Larrea descubrió una relación entre ese personaje que es descrito por Martí en el fragmento que cita Vallejo, ese hombre vestido de negro que pasa golpeando el cerebro de sus contemporáneos, y el “Hay golpes en la vida tan fuertes: yo no sé”, de “Los heraldos negros”. El fragmento de Martí impresionó mucho a Larrea, en su imagen, sus palabras y hasta el ritmo, como un antecedente de “Los heraldos negros”, no del libro sino del poema mismo. ¿Tú lo has leído?

Sí, cómo no, Vallejo es mi poeta preferido.

Pues el mío también. Yo tengo sobre todo tres poetas preferidos: Juan Ramón, Lezama y Vallejo.

Pero volviendo al tema, yo creo que fue a raíz de esa carta de Lezama que yo encontré ese apunte de Martí… yo no sé la fecha, no sé si yo lo encontré antes o después…

Pero usted ahonda en esa relación de Vallejo y Martí como parte del Martí futuro, como parte de la trascendencia de Martí a través de Vallejo.

Pero, aparte de eso, digamos literalmente, también encontré una correspondencia entre Martí y Vallejo. Se trata de un texto que aparece, como tantas cosas que Martí dejó inconclusas, no inconclusas sino como proyecto, como esbozo, en sus cuadernos de apuntes. Esos apuntes son siempre una revelación, tú te encuentras millones de cosas allí, de todo tipo, porque su curiosidad era infinita. Entre esos proyectos e ideas que no llegó a realizar se halla un escrito cuyo asunto es el del poema “Masa”, de Vallejo. El final de ese escrito es increíble, cómo coinciden hasta las palabras, las imágenes, todo. Y yo siempre he pensado que entre ellos dos hay una correspondencia, una relación profunda, pero al mismo tiempo inverificable. No creo que se trate de lecturas, como en el caso de ese fragmento del “Prólogo al ‘Poema del Niágara’”, que Vallejo leyó, le impresionó y lo citó, porque se dio cuenta de que allí había algo muy profundo y que tenía que ver con él. Pero no sabemos hasta qué punto eso solamente influyó o no en la escritura de “Los heraldos negros”. En el caso de que te hablo, no se trata de que Vallejo haya leído ese apunte de Martí, donde se encuentra el asunto del poema “Masa”. No. El asunto no lo leyó Vallejo; el asunto lo proyectó Martí y lo escribió Vallejo. Esas relaciones secretas son las que en verdad nos interesan.

No te he dado todavía un consejo que es el único que te voy a dar: no te fíes demasiado de las relaciones visibles. Los críticos, hoy en día, siempre están buscando ese género de relaciones: “Fulanito en tal fecha leyó tal cosa, y por lo tanto lo que escribió al año siguiente debe estar relacionado con lo que leyó el año anterior”. Uno tiene que decir esa cosa factual, puntual de la influencia… Pero las influencias ocurren de una forma misteriosa.

Yo siempre recuerdo las frases de Lezama, porque era un maestro de verdad. Y él siempre hablaba del misterio de las fuentes. Las fuentes de los poetas casi nunca están al alcance de la bibliografía. De lo que se leyó o no se leyó. No quiero decir que eso no tenga una importancia también, pero no es tan decisiva como suele expresarse. Y a veces te atribuyen influencias de una lectura, de un escritor más o menos importante que leíste. Uno lee por obligación las cosas que hay que leer. Entonces se supone que el escritor leyó lo que se publicó en el 40, y si leyó eso, lo que escribió en el 41 está influido por… Lo estoy caricaturizando, pero hay algo de eso. Es una forma muy mecánica y no es válida.

Con frecuencia –y no pocas veces con una velada intención despectiva– se valora su desempeño crítico como el resultado de un estilo impresionista. ¿Considera apropiada esta denominación para calificar su obra crítica?

A mí se me ocurrió denominarla critica de participación, tomando como modelo a Martí, quien lo primero que hace es ponerse en el lugar del autor.

Él se pone en el lugar del otro, y por eso es capaz de ver con ojos piadosos, como todo autor ve su propia obra, lo que está leyendo, y descubre además las leyes del mundo del otro. Esa es otra razón que hizo que me interesara en los Versos libres, pues descubrí –y esta fue una de las razones por las que probablemente hice ese trabajo– la importancia crítica de los Versos libres. No solamente práctica, sino crítica. Pues hay una participación de Martí en el mundo del poeta que lee, del poeta que conoce, que es lo que le permite a él descubrir hasta qué punto aquel poeta es fiel a sí mismo; no a las ideas de Martí, sino a las ideas del otro. Pero para eso tiene que participar en alguna medida en el mundo del otro.

Esa sería la deuda principal de ustedes con Martí.

Sin duda alguna. Hemos querido ser discípulos suyos aunque no “discípulos predilectos”.

Le hago este comentario porque yo pretendía indagar en qué medida ustedes se sienten herederos del estilo crítico de José Martí.

Pues me parece evidente que hemos querido practicar ese tipo de crítica, que es la típica de él. Y que a veces, cuando se trata de autores menores, está también teñida de generosidad, de piedad, de un no excesivo rigor. Pero cuando se trata de Whitman, o se trata de Heredia, o se trata de grandes poetas, entonces él con todos los hierros de su mirada y también de su pasión y de su piedad y de todos sus dones, pero en una forma muy rigurosa, les pasa la cuenta. A Heredia se la pasa y a todos cuando no están a la altura de sí mismos.

Ahora bien, tampoco hay qué ensañarse con un poeta que puede tener destellos, que puede tener momentos amables, admirables, aunque menores, y aplastarlo con una crítica destructiva. Martí siempre buscaba la creación, siempre buscaba el mejoramiento humano, también del criticado. E hizo ese artículo tan bonito que tú seguramente has leído, “Sobre los oficios de la alabanza”, o sea, la fecundidad que puede tener la alabanza bien conducida en el terreno literario y en el terreno político y en el terreno humano en general.

Tomado de la revista La Gaceta de Cuba No 4 julio/agosto de 2018: http://www.uneac.org.cu

Patricia Ramos

Guionista y realizadora cubana graduada en la especialidad de guion de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba, y en la licenciatura en Letras por la Universidad de La Habana. Ha participado en los talleres de escritura de guiones de la Fundación Toscano y el Sundance Institute y del escritor colombiano Gabriel García Márquez. Escribió, produjo y dirigió Na-Na (cortometraje de ficción) que obtuvo varios premios en concursos internacionales y nacionales. Fue guionista y directora de El Patio de mi Casa (cortometraje de ficción), que igualmente ganó varios premios nacionales e internacionales, entre ellos el Primer Premio de guión en el concurso de Cortometrajes CAMINOS del Centro Memorial Martin Luther King Jr (La Habana) y fue elegido por la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica (FIPRESCI), como el mejor corto de ficción exhibido en Cuba en el año 2007. Ha impartido cursos de guión en el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica (ICAIC), la EICTV (La Habana), la Universidad VÉRITAS (Costa Rica), Universidad de la Punta (Argentina), y ha sido coordinadora del Servicio Internacional de Consultoría, EICTV. Con El techo Patricia se suma a lista de directoras cubanas que han realizado largometrajes de ficción.

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