Los pueblos de indios en Cuba y sus fuentes históricas

Evangelización de los indios

Por Carlos Venegas Fornias

Las primeras descripciones de los asentamientos indígenas de Cuba y la distribución de su población aparecen recogidas en fuentes históricas permeadas por la polémica sobre la capacidad y el derecho del indio para gobernarse por sí mismo, como un ser humano libre. Los dos cronistas principales de las Antillas, Bartolomé de Las Casas y Gonzalo Fernández de Oviedo, mantuvieron puntos de vistas opuestos dentro de este debate que dividió la experiencia colonialista española desde las primeras décadas del siglo XVI en dos tendencias: la necesidad de mantener sujeto al indio a la tutela del colonizador español y la de dejarlo libre como vasallo bajo la protección de la Corona, sujeto a un proceso civilizador gradual.

En la documentación generada por estas tendencias no se puso en duda la existencia de los pueblos de indios con anterioridad a la conquista, aunque se tratara de formas de habitar diferentes a la experiencia del invasor español. Más bien se discutió la conveniencia de mantener o no las formas primitivas de habitar de los indígenas y sus localizaciones originales, bien fuera para lograr una mejor explotación de su fuerza de trabajo, o para hacer más efectivos los criterios humanistas de protección y evangelización. La separación residencial o, por el contrario, la convivencia entre el indio y el español en las nuevas poblaciones, se convirtió en una de las alternativas más discutidas de la colonización temprana.

Las Casas fue testigo de la organización espacial originaria de la población india antillana y, tanto en La Española como en Cuba, sus descripciones tienen el valor del testimonio, como un cronista que participó desde 1502 en la ocupación de las islas. Sus testimonios, muy parciales y a menudo exagerados, han quedado expresos en sus obras. Atribuyó a la Isla de Cuba una población original de 200 000 indios y un patrón de asentamientos con pueblos de 100, 200 o 500 casas comunales o colectivas, en las cuales vivían de 10 a 15 vecinos de un mismo linaje por casa.[1] Teniendo en cuenta que los términos españoles de linaje y vecinos empleados por Las Casas eran sinónimos de parentesco y cabezas de familia, su empleo implicaba la agrupación de numerosas personas dentro de cada unidad residencial o caney, una construcción circular de unos 10 o 12 metros de radio cuyos miembros estaban unidos por lazos de parentesco que no fueron precisados por el cronista, pero que integraban una especie de clan o familia ampliada.

El orden del espacio ocupado por estos asentamientos no estaba basado sobre la propiedad familiar o individual del territorio y carecía de la dualidad entre lo público y lo privado manifestada en casas unifamiliares, calles, parcelas, cercas, propias de los pueblos europeos. Se trataba de un conjunto disperso y solo jerarquizado por una referencia visual dominante: la presencia de un espacio rectangular, barrido o allanado, frente al cual se levantaba la casa del cacique que ejercía la tutela sobre la población y que el cronista llamaba rey o señor. Este espacio recibía el nombre de batey? en su lengua juego de pelota?, una actividad a la vez lúdica y ritual que le atribuía una excepcional importancia social y sagrada. La casa del cacique se distinguía no solo por el lugar privilegiado que ocupaba frente al batey, sino por ser de mayor tamaño; en ocasiones las llamó casas grandes, pues también servían para congregar a la población.

El diseño del batey o espacio abierto era el módulo que articulaba el conjunto, pues se repetía con menor tamaño en otras áreas al aumentar las dimensiones del asentamiento, tal vez para alojar un tipo de autoridad que el cacique delegaba en otro subordinado, de acuerdo con el linaje o parentesco, mediante un mecanismo que el cronista no describió, o tal vez no pudo percibir con claridad, pero al menos dejó señalado el papel que desempeñaba este espacio en la forma característica de organizar los poblados indios y su crecimiento:

En esta Isla Española y en la de Cuba y en la de San Juan y Jamaica y las de los Lucayos, había infinitos pueblos, juntas las casas, y de muchos vecinos juntos de diversos linajes, puesto que de uno se pudieron haber muchas casas y barrios multiplicados; y porque en esta Isla y en las demás era muy asentada la paz y conformidad de unos pueblos y reinos con otros, y no había bestias dañosas ni otras cosas exteriores que a los vecinos y habitadores dellas molestasen, por esto no tuvieron necesidad de se ajuntar mucha gente y constituir poblaciones muy grandes, y ansi comúnmente había en esta y en las ya dichas islas los pueblos de ciento y doscientos y quinientos vecinos, digo casas, en cada una de las cuales diez y quince vecinos con sus mujeres e hijos moraban.

…en una casa de paja que tendrá comúnmente treinta o cuarenta pies de hueco, aunque redonda, y que no tiene retretes ni apartados, pueden vivir diez o quince vecinos toda la vida, sin que los maridos, ni las mujeres con las mujeres, ni los hijos con los hijos, tengan reyertas.

Los pueblos de estas islas no los tenían ordenados por sus calles más de que la casa del rey o señor del pueblo estaba en el mejor lugar y asiento, y ante la casa real estaba en todos una plaza grande y más barrida y mas llana, mas luenga que cuadrada, que llamaban en la lengua de estas islas batey, que quiere decir el juego de pelota (…) También había casas cercanas a la dicha plaza y si era el pueblo muy grande había otras plazas o juegos de pelota menores que la principal (De las Casas, 1967, pp. 243-244).

El primer párrafo citado alude a las causas esenciales que podían justificar la agrupación de los hombres en poblaciones ?interpretaciones sobre el origen de la vida en sociedad que el descubrimiento de otras culturas americanas despertaba en la conciencia de un europeo?, como eran la defensa ante la guerra y de los animales salvajes, pero al considerarlas inexistentes en las islas solo quedaba el linaje, la familia como una fuente generadora de las agrupaciones de viviendas sobre el territorio; una circunstancia que indudablemente favorecía formas de organización poco concentradas.

Los rasgos atribuidos por Las Casas a los pueblos de indios de las Antillas Mayores y de las Bahamas (Lucayas) resumían comportamientos básicos, muy extendidos por todas las islas, pero sin duda los descubrimientos arqueológicos revelan la existencia de espacios excepcionales que superan lo recogido en sus textos. Los espacios cercados con muros, como el recientemente encontrado en Jácana, sur de Puerto Rico ?un probable batey rodeado de petroglifos?, demuestran cuántas diferencias pueden haber quedado desterradas de las síntesis de los cronistas y la necesidad de aceptar sus afirmaciones como esquemas sumarios de una realidad que pudo haber sido más diversa y compleja de acuerdo con la importancia y función de la comunidad, bien fuera una simple aldea o un centro ceremonial.[2] En el siglo XIX el geógrafo español Miguel Rodríguez Ferrer describió un espacio de forma rectangular en la región de la punta de Maisí que llamó cuadrado terreo, terraplenado y rodeado por restos de un muro, y lo vinculó a la cultura aborigen.[3]

En el caso de Cuba, el mismo Las Casas registró en uno de sus primeros memoriales una evidente diferencia entre los indios guanahatabeyes, un tipo de población ubicada en el extremo occidental de la Isla que vivía en cuevas, no en casas, sin comunicación o trato con los demás, y a los que calificó de salvajes, o sea de una cultura inferior. Del mismo modo, identificó otro grupo, los zibuneyes o habitantes de los cayos de los archipiélagos del Rey y de la Reina, al norte y sur de la Isla, y les atribuyó un origen más antiguo, como primeros pobladores, también portadores de una organización menos compleja, muy similar a los de los indios lucayos que habitaban las Bahamas, pero sobre estos no afirmó que vivieran sin orden de pueblos. Habían sido sometidos por una oleada más reciente, de solo unos cincuenta años antes según Las Casas, de indígenas provenientes de La Española, últimos grupos que se consideran pertenecientes a la cultura taína.[4] En conjunto, la población indígena de Cuba precolombina se encontraba escalonada en tres estamentos, y el más aislado de todos aprovechaba las formaciones naturales para vivir.

Estas primeras observaciones antropológicas sobre la población de Cuba, expuestas por el cronista desde 1516, y luego ampliadas o repetidas en obras posteriores, nos revelan una temprana idea que sería predominante en el discurso lascasiano, la noción de la historicidad de las culturas humanas como estadios relativos, en diferentes etapas de desarrollo, que debían ser medidos y analizados dentro de su propio contexto y no comparándolos con modelos dominantes, una inclinación que halló una más completa formulación en la Apologética historia…, donde esbozó una historia natural del hombre aplicada al Nuevo Mundo, basada en los criterios de Aristóteles, y caracterizó la ciudad verdadera, como una aspiración humana para «conseguir el fin último y felice de la ciudad o vida social, cuanto sin fe y verdadero cognoscimiento de Dios en esta vida se puede alcanzar, que es la paz…», una condición finalista que servía de prueba para justificar el grado de civilización y humanidad de los hombres americanos y sus culturas precolombinas.

Las poblaciones indias del Caribe y las Antillas se le revelaban entonces, a la altura de la redacción de este texto, como las más primitivas, un primer estado partiendo del cual pasó a describir la forma de asentamiento de los indígenas delnorte de Venezuela y Colombia, a los cuales les atribuyó un estado más adelantado, más prudentes y sociales, pues tenían comunidades organizadas de una manera más compleja que él calificaba como pueblos, lugares, villas o ciudades, «poco más o menos», según las regiones donde habitaban.

Afirmaba que toda la costa continental caribeña estaba poblada de pueblos grandes de 10 000 casas, apartadas unas de otras, no en la forma compacta de la urbanización española, pero juntas bajo un gobierno, «…en razón de pueblo, de la manera en que ellos era ordenado y acostumbrado». Esta última frase de Las Casas resulta reveladora porque pretendió hacernos llegar con ella una advertencia sobre el relativismo de las formas de agrupación espacial de cada sociedad y la posible existencia de un orden reflejado en el espacio de los pueblos indígenas, pero de modo distinto a las consabidas calles, plazas y viviendas unifamiliares unidas características de la urbanización europea.

Los conceptos de límite o jurisdicción, de urbanización concentrada o dispersa de los naturales, no eran los mismos de la sociedad colonizadora, pero podían ser igualmente válidos para satisfacer los principios sobre la urbanización y el grado de civilización planteados por los filósofos clásicos del pensamiento europeo. El esquema evolutivo que Las Casas aplicaba a América terminaba por encontrar su culminación o madurez en las ciudades y centros ceremoniales de las civilizaciones aztecas e incas.

Pero parte de la cuenca del Caribe y casi todas las Antillas, si bien quedaban en un nivel relativamente inicial dentro de este esquema, fue apreciada por Las Casas como un territorio de cierta unidad manifestada en la manera de describir el orden de los pueblos aborígenes, y esta apreciación testimonial nos resulta muy valiosa comparativamente, porque la región estaba ocupada entonces, predominantemente, por pueblos de la cultura arauaca, también extendida por gran parte de la América del Sur, desde las selvas del Amazona hasta el arco de las Antillas. Los pueblos de indios de Cuba quedaban así inscritos dentro del gran panorama trazado por el cronista, como una manifestación de un área cultural homogénea y más amplia, que podemos calificar como de cultura predominante arauaca.

En La historia de las Indias expuso de manera ocasional, siguiendo el curso del relato de la conquista, otros aspectos importantes de los pueblos de indios de la Isla. Durante su viaje por el interior de Cuba con las tropas de Pánfilo de Narváez, su autor fue testigo de una cruel matanza de los indígenas llevada a cabo en el pueblo de Caonao en Camagüey; su descripción nos deja entrever la organización espacial del pueblo centrada en torno a un batey o plazuela frente al cual se situaba un gran bohío o casa grande, sitios donde se refugiaban atemorizados unos 500 nativos;[5] fuera de allí existía un espacio abierto similar, muy cercano, habilitado con una casa grande que servía de hospedaje a Las Casas y a unos 40 indios acompañantes. Caonao era un caso de pueblo calificado como grande por el cronista, y allí se hallaban reunidos en su batey unos 2 000 indios, atraídos desde los alrededores por la presencia de los españoles y sus caballos. Estaba no muy del mar y de un río que desembocaba en la costa sur de Cuba, pero durante el trayecto hacia este último asentamiento, el cronista pudo identificar numerosos pueblos más pequeños. Las ubicaciones de una aldea o pueblo en un sitio intermedio o equidistante de ambientes singularizados por el tipo de alimentación que proveían? la costa, el río, el bosque? favorecía el desarrollo paralelo de la recolección, la caza y el cultivo, con una economíabalanceada dentro de un sistema ecológico de amplio espectro. (Guarch J.M., Del Rosario y Guarch, E., 1993, p. 17). Las Casas también describió pueblos costeros adentrados en el mar sobre palafitos en el norte de Cuba, donde el esquema distributivo habitual pudo haber presentado notables diferencias por su adaptación al medio, con respecto a los pueblos asentados sobre la tierra firme interior. No obstante, los resultados de las investigaciones arqueológicas llevados a cabo recientemente en el asiento de Buchillones, en un sitio costero, han arrojaron la localización de la planta de una vivienda circular o caney que tanto en su diámetro como en los restos de su estructura coincide muy de cerca con la información resumida y codificada por el cronista.

Siguiendo el curso de las fuentes de los historiadores de Indias, nos encontramos con la obra de otro contemporáneo de los primeros tiempos de la colonización de las Antillas, el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo. No puede ser considerado un testigo presencial de los primeros años de la colonización, pero desde 1514 se mantuvo activo dentro de los territorios del Caribe y las Antillas por cierto tiempo, hasta radicarse definitivamente en La Española en 1530, ya desarticulada totalmente la organización indígena. Su descripción de los pueblos de indios en su obra Sumario de la natural historia de las Indias, publicado en 1526, presenta una visión de la diversidad de las locaciones donde estaban situados, y del equilibrio con el medio ambiente. Se detiene en los tipos de casas y en la técnica de su construcción, e incluso, en los cambios introducidos por los españoles en el uso y la distribución del espacio interno, y en las técnicas de construcción o carpintería. Particularmente fue el cronista que mejor describió la técnica de construcción de los caneyes, y señaló la existencia de un tipo de casa, llamada bohío en tierras del continente, más grande que los caneyes y propia de hombres principales e caciques, que se distinguía además por ser de planta rectangular, cubierta a dos aguas y con portales que servían de zagúan o rescibimiento:

…la una y otra son de muy buenas maderas, y las paredes de cañas atadas con bejucos, que nacen colgados de los árboles, con estas atan las maderas y ligazones de la casa; y las paredes son de cañas juntas unas con otras, hincadas en tierra cuatro o cinco dedos de hondo y alcanzan arriba y hácese una pared de ellas buena y de buena vista, y encima son las casas cubiertas de paja o yerba larga, y muy buena y bien puesta, y dura mucho, y no se llueven las casas, antes es tan buen cubrir para seguridad del agua como la teja.[6]

La calidad de la edificación descrita por el cronista introduce otro tema de interés: la relativa perdurabilidad de los asientos y el posible nomadismo de sus habitantes, muy relacionados con las posibilidades de producir alimentos en el sitio y mantener las prácticas agrícolas. Las huellas residuales o basureros han permitido a los arqueólogos plantearse hipótesis sobre la organización o trazado de los pueblos sobre el territorio y sobre la colocación de sus casas, pero sobre una base de información aún bastante débil para sustentarlas. Tanto Las Casas como Colón señalaron la limpieza de los interiores barridos, de los indígenas, lo que nos obliga a pensar que la localización de sus basureros no tenía por qué coincidir necesariamente con el número de las viviendas de una comunidad. Las Casas afirmó el uso de fuego dentro de los caneyes y describió aberturas para el humo en su parte superior, pero las huellas de hogueras mezcladas con abundantes residuos de sus dietas permiten también suponer la existencia de edificaciones externas a las viviendas, como cobertizos o bahareques, para proteger de la intemperie los fogones y otras actividades cotidianas realizadas fuera de las casas de habitar (Guarch J.M., Del Rosario y Guarch, E., 1993, p. 25, 35 y 36).

Con respecto a la forma de los pueblos en sí, las habitaciones de las casas, Oviedo insistió en la dispersión de estas habitaciones y en la diversidad de los asientos naturales escogidos por los indígenas, tal vez con el interés de señalar un signo de desorden y de caos que contrastara con el modelo de ciudad compacta, al modo español, que describió con tanto entusiasmo y admiración en el moderno trazado a regla y cordel de la nueva ciudad colonial de Santo Domingo; también destacó la correlación entre el vasto territorio ocupado por los pueblos de los aborígenes y la obediencia de sus habitantes a un solo cacique, donde su olfato de colonizador veía sin duda una ventaja para facilitar el control y sometimiento de los nativos bajo este mecanismo de obediencia a un solo líder:

…en las habitaciones de los pueblos son diferentes porque unos son mayores que otros en algunas provincias, y comúnmente en la mayor parte pueblan desparcidos por los valles y en las laderas y en otras partes y alturas, y en otras cerca de los ríos, y a veces apartados de ellos, y sembrados a la manera que están en Vizcaya y en las montañas, unas casas desviadas de otras; pero muchas de ellas y mucho territorio bajo la obediencia de un cacique, el cual es en gran manera obedecido y acatado de su gente, y muy servido… (Guarch J. M., Del Rosario y Guarch, E., 1993, p. 25, 35 y 36).

Las observaciones anotadas por Colón en su diario mientras navegaba en 1492 por la costa nororiental de Cuba no se contradicen ni añaden mucho a lo apuntado por Las Casas y Oviedo.[7] El 29 de octubre?un día después de su llegada a las costas de la Isla?, el Almirante observó dos construcciones de mayor calidad que las encontradas en las islas Bahamas:

Las casas diz que eran ya mas hermosas que las que habian visto, y creía que cuanto mas se allegase á la tierra firme serian mejores. Eran hechas a manera de alfaneques, muy grandes, y parecian tiendas en real sin concierto de calles, sino una acá y otra acullá, y de dentro muy barridas y limpias, y sus aderezos muy compuestos. Todas son de ramas de palma muy hermosas (Colón, 1961, p. 75).

La comparación de Colón estaba sostenida sobre la forma de cono de los alfaneques[8] y la disposición de las tiendas de campaña en los campamentos o en los pabellones de las ferias, ambos tipos de construcciones poco perdurables, aunque más grandes que el caso que observaba. Sin embargo, Colón estaba predispuesto a encontrar pueblos mayores, con casas más valiosas, dignas de las lecturas sobre el imperio del Gran Can que le servían de referencia y ansiaba descubrir. Varios días después, creyéndose ya en territorio de la India, envió dos emisarios para reconocer el interior del territorio y estos se adentraron unas doce leguas? aproximadamente 48 km? pasando por poblaciones no mayores de cinco casas, hasta llegar a una de 50 casas y 1 000 vecinos, o sea, unos 20 vecinos en cada una, «porque viven muchos en una casa».

Esto nos indica que coexistieron muchas calidades de asentamientos de acuerdo con el tamaño y que no era posible reducirlos todos a un esquema dimensional promedio. La magnitud de los asentamientos y su continuidad en el espacio deben haber respondido a la disposición de recursos naturales de la región y su capacidad para garantizar el sustento de los habitantes. La separación de las viviendas no mostró regularidades a los ojos de los cronistas que permitieran trazar esquemas distributivos reiterados e identificables en el espacio: todos insisten en una dispersión donde las casas no estaban juntas, aunque estas distancias no impidieran reconocer la pertenencia a un asiento de conjunto controlado por una autoridad. Sin embargo, esto continúa siendo un tópico discutible desde el punto de vista de las actividades productivas, pues el tipo de cultivo en rozas o bien el de montones pudieron influir en la distribución de las viviendas y poblados entre sí, en la medida que las siembras se situaban en medio de estos espacios y podían determinar la forma de aprovechar la tierra y organizar el emplazamiento, además de su perdurabilidad.

Existía un conjunto de unidades o pueblos, mayores o menores, que los españoles agruparon bajo los términos de provincia y aldeas, conceptos tal vez muy distintos a la realidad indígena, pero que permitían designar unidades mayores o agrupaciones de pueblos bajo la autoridad de un solo jefe o líder, circunstancia que resultó favorable a los conquistadores para ajustar su dominio sobre el territorio y trazar su propio orden. Estas agrupaciones tenían nombres propios e identificables, que los españoles tomaron de los indios y les dieron el nombre de provincias de igual forma que lo hicieron con algunos pueblos. El hecho de designar un sitio bajo un nombre determinado indica una peculiaridad de agrupación sobre el territorio, de modo que estos indicios nos permiten asegurar que los propios aborígenes reconocían de modo consciente límites y separaciones espaciales, productos de unas formas de organización sobre el espacio, aunque estas no siempre coincidieran con los contenidos dados por los colonizadores al nombre de pueblo o provincia.

La dicotomía entre población dispersa y población concentrada, los significados atribuidos respectivamente a estos términos como estados de barbarie y civilización, no pueden entenderse fuera del contexto histórico del siglo. Tanto Las Casas como Oviedo compararon los pueblos de indios y sus viviendas con ejemplos específicos del norte de la península española, donde las montañas imponían una dispersión excepcional. Las Casas señaló la semejanza de las poblaciones de algunas regiones indias dispersas en las sierras, como las que halló en Guatemala,[9] con la manera que estaban pobladas las sierras en Galicia, pobladas a trechos, o por barrios. Oviedo por su parte también comparaba las casas de los indios con las casas rurales de los villajes y aldeas de Flandes.

La cultura cristiana y la literatura grecorromana que servía de soporte al pensamiento europeo occidental, apreciaban la ciudad como una manifestación suprema de la condición del hombre en sociedad o colectividad. La intención de adaptar el indio a un estilo de vida urbano semejante al español, y al europeo en general, terminó por atribuir un rango teórico y un valor de modelo a la urbanización concentrada en calles y plazas propia de la cultura dominante y condujo a depreciar y destruir la relación estrecha y orgánica con el medio que constituía la base de los asentamientos indígenas y de muchas de sus creencias animistas. El plano fundacional ordenado se transformó desde el inicio en una figura cargada de prestigio como instrumento colonizador.

La aparición de las encomiendas en La Española en 1503 y las medidas para repartir los indios entre los colonos destruyó los pueblos o asientos originales, pues de cada pueblo se hacían numerosos repartimientos de indios, y estos eran sacados a las minas y separados de sus mujeres e hijos, lo que terminó por convertirse en un factor más de aniquilamiento de la población autóctona. Las instrucciones dadas entonces al gobernador Ovando para congregar o reducir en nuevos espacios a los indios, luego repetidas a Diego Colón, y las contenidas en las Leyes de Burgos de 1512 para crear nuevos pueblos de indios segregados, pero organizados a la manera europea, también tuvieron un efecto catastrófico: en 1508 quedaban unos 60 000 indios en La Española, pero en 1514 habían disminuido a 25 000, y cinco años más tarde no llegaban a 11 000 en la que había sido la isla más poblada de las Antillas.

En este contexto tan conflictivo por la rápida desaparición de la fuerza de trabajo del indio se produjo el inicio de la conquista y colonización de Cuba. La carta de relación del adelantado Diego Velázquez, fechada el primero de abril de 1514, aludía a la forma que había adoptado para hacer los repartimientos en la Isla y planteaba una innovación tendiente a conservar los asientos originales de los pueblos de indios, sin deshacer la estructura existente para evitar así los efectos negativos experimentados antes: «Y por no repartir los caciques en personas, sino que los de un pueblo sirviesen juntos en una parte, porque no se agraviasen, siendo la primera vez, señaló a cada cristiano un pueblo de indios, conforme a la calidad de su persona…» (Pichardo, 1977, p. 67).

Esto obligó también a veces a dar repartimientos de pueblos en compañía, o sea, a encomendar un pueblo a más de un español, de acuerdo con su tamaño, como se hizo con Las Casas y su amigo Pedro de Rentería en la fundación de la villa de Trinidad y durante el repartimiento de sus indios, cuando ambos recibieron juntos el pueblo de indios de Canarreo, considerado un buen pueblo. La organización india del cacicazgo quedó asimilada así como una herramienta de dominio territorial a la fundación de las primeras villas españolas en la Isla, un hecho que se inscribió dentro de una tradición que a la larga dará lugar a instituciones como la mita en las tierras continentales.

La posición de los pueblos de indios nunca había estado orientada con respecto a la explotación minera, pues eran la pesca, la caza, la recolección y la agricultura las actividades que constituían la base de su existencia. Preferentemente habitaban en zonas cercanas a la costa y a los ríos, sin un alto grado de interiorización, pues el monte cerrado que debió ser abundante en la Isla no les resultaba un medio favorable como hábitat, debido a la poca capacidad para la transformación del medio natural y la exuberancia de la vegetación tropical que se convertía en un obstáculo.

Partiendo de su experiencia como colonizador en La Española y en Cuba, Las Casas elevó a la Corona en 1516, junto con otros religiosos, un memorial que esbozaba el primer proyecto de distribución de la población indígena conocido en América, una hermosa utopía, que debía llevarse a cabo en la Isla, puesto que dada su colonización reciente aún conservaba más indios que las demás Antillas. El memorial proponía una separación espacial tajante entre indios y colonos españoles y una convivencia regulada por la iglesia, sin encomiendas o repartimientos personales. El plan eliminaba los asentamientos o pueblos de indios autóctonos y sustituía esta estructura original por una aureola de nuevos pueblos de indios, planificados racionalmente en forma radial en torno a las villas españolas, muy dentro del gusto renacentista por la simetría y el orden. Aunque no se llevó a cabo, su propuesta en parte fue incorporada a las instrucciones dadas a los padres Jerónimos al encomendárseles el gobierno de las Indias en 1517, que contemplaban reunir los indígenas en nuevos asentamientos o reducciones organizados en calles y plazas.

Movidos por el afán de evangelizarlos, el gobierno de estos frailes en La Española llevó a cabo la traslación de los indios a nuevos espacios y, según afirma Oviedo, solo consiguieron con esto acelerar su exterminio después de una epidemia de viruelas que se extendió a las demás Antillas. En lo tocante a los pueblos de indios de Cuba, la breve administración de los frailes no parece haber cambiado sustancialmente la situación de sus emplazamientos, antes bien, la Isla era para ellos un ejemplo a imitar en cuanto a la conservación de los asientos primitivos de los indios, y así lo refiere un documento que recoge la opinión de fray Bernardino de Manzanedo, que en 1518 recomendaba que los repartimientos no excedieran la cifra de 80 indios y que los españoles que tuvieran indios pertenecientes al mismo cacicazgo lo hicieran en sociedad para conservar la unidad del pueblo, «…como me dicen que se hace en Cuba, porque estando juntos los indios que son de un asiento consérvanse mejor»… (Papeles existentes, 1931, p. 57).

Abundan los testimonios sobre la resistencia de los indios antillanos a abandonar sus comunidades y el profundo efecto de desarraigo que esto les causaba. Los sentimientos telúricos del aborigen, su apego a la tierra nacían de una noción de supervivencia y adaptación al ambiente que sustentaba profundas creencias animistas. Los emplazamientos formaban parte de lo sagrado. Si bien mantener los asientos primitivos sin dividir fue un medio utilizado en Cuba para evitar el desequilibrio y la rápida aniquilación de la mano de obra autóctona, como había sucedido antes en las otras Antillas, no lograron en este sentido evitar su disminución bajo el maltrato y la intensa explotación. En 1522, en todas las provincias de Camagüey y Guamuhaya se habían suicidado más de las dos terceras partes de los indios. El propio Las Casas afirmaría que en solo tres o cuatro meses murieron 100 000 indios en las minas, la mitad de la población india que en alguno de sus textos había atribuido a toda la Isla.

Las referencias documentales posteriores sobre los asentamientos indígenas en Cuba no permiten en ningún caso afirmar que se hubiera llevado a cabo una nueva distribución o reemplazamiento de sus asientos originales, como sí sucedió en La Española, ni bajo los efectos de las reglamentaciones de la Corona, ni por iniciativa de los colonos o encomenderos de la Isla. Las reuniones o juntas de procuradores que se efectuaron en Santiago de Cuba periódicamente mientras se mantuvo la fundición de oro, ilustran con sus acuerdos algunos aspectos de la existencia del indio ya convertido en un sobreviviente, pero sin la desaparición de sus pueblos. En 1528 los procuradores de las villas, temerosos de las sublevaciones de los indios que se habían multiplicado ante la emigración de muchos colonos hacia las tierras del continente, afirmaban que los indios cantaban en sus areítos, tanto lo alzados como los pacíficos, «…que ya no podemos (los españoles) durar mucho en esta tierra por que no quedan en ella syno los enfermos y los que poco pueden». Las minas, yacimientos de aluvión donde eran conducidos a trabajar por los españoles, se consideraban sitios donde estaban «…más seguros de los levantamientos y ceremonias de sectas a que son inclinados (…) por estar como están fuera de sus pueblos y asientos e apartados de la conversación de los viejos obstinados que son los que siempre los atraen y echan a diversos daños…». Las sublevaciones indígenas se hicieron muy frecuentes a partir de la muerte del adelantado Velázquez en 1524 y las agresiones de los indios rebeldes a aquellos que habitaban en los pueblos de paz, encomendados a los vecinos, o en las villas españolas, se convirtieron en una noticia común en los documentos de estos años (Ibarra, 1976, p. 61).

De modo similar el gobernador de la Isla en 1537 daba cuenta a la Corona del estado de los indios naturales y pedía la supresión de los cuatro meses de libertad que una reciente ordenanza real les conferían para no asistir a trabajar en las minas debido a que en ese tiempo «…hacen en puntos señalados suyos sus areitos, que en comarca de cincuenta sesenta leguas no queda ningún indio que no venga a ellos, y pocas veces salen de esos areitos que no salgan muertos de ellos; los otros muy desabridos». La cita nos permite suponer la existencia de lugares ceremoniales aún sobrevivientes y ejerciendo una atracción regional extraordinaria (Colección, IV, 1888, p. 424).

Las jurisdicciones de las primeras villas españolas se extendían hasta donde marcaban los límites de estos pueblos de indios repartidos entre los colonizadores, y eran fronteras discutidas en ocasiones por las autoridades. Los procuradores pedían que fueran bien señalados los términos para que «…cada uno dellos sepa en que parte e provincias tiene su jurisdicción, porque hay confusión, especialmente en proveer los indios que se encomiendan e dan a tutela y de las visitas que hacen los alcaldes a los indios y señalar que caciques son de término e jurisdicción de un pueblo, ciudad o villa». Las villas asentaron sus territorios o jurisdicciones sobre un pasado precolombino, basado en la estructura espacial de la sociedad tribal precedente, asimilada en forma de pueblos y cacicazgos repartidos. En 1524, la Audiencia de Santo Domingo había tomado parte en estas querellas y determinado que los alcaldes de las villas y ciudades de Cuba visitaran solo los indios de su propia jurisdicción y no los de otras. Aún en 1577 el ayuntamiento de La Habana reconocía como su límite jurisdiccional el espacio abarcado por los pueblos de indios que les habían sido encomendados originalmente y solo se comprometía a tener despejados y abiertos los caminos hasta la entrada a su jurisdicción «…que es lo que habían antiguamente los yndios de esta villa».[10]

La persistencia de los pueblos de indios en Cuba experimentó una disolución gradual, tanto por la violenta disminución de la población, en 1556 se calculaban solo unos 2 000 indios naturales de la Isla, como por el mestizaje y la introducción de esclavos indios y africanos. El trasplante de indios esclavos desde otras regiones, sin arraigo en el suelo, comenzó muy temprano. Desde 1516 se había comenzado a traer indios desde las Bahamas y desde antes la Isla había sido receptora de indios que escapaban desde La Española, y algo similar ocurrió entre los indígenas cubanos que huían a refugiarse en los cayos de la plataforma insular y también en La Florida. A esto se agrega que en 1534 ya los vecinos de Cuba importaban indios esclavos desde México a cambio de bestias de tiro, caballos y mulos de sus haciendas, en cantidades considerables de un centenar de indios por cada bestia. Desde 1529 los esclavos africanos habían comenzado a ocupar el lugar de los indios naturales e importados en el trabajo de las minas.

La convivencia de los indios con los españoles siempre fue intensa. Los españoles incorporaron muchos indios a sus servicios como criados, guías, remeros e intérpretes de sus lenguas, y su unión con las mujeres indias en las poblaciones españolas fue muy frecuente. En 1534, de un total de 17 vecinos de Trinidad y Sancti Spíritus, nueve estaban unidos a indias y había una docena de hijos mestizos.

La aparición de reducciones de indígenas con el fin de preservarlos de la desaparición fue ensayada en Cuba con anterioridad a la abolición de las encomiendas por iniciativa de la Corona. En 1528 los procuradores reunidos en Santiago de Cuba pedían al rey que suspendiera la misión concedida poco antes a los frailes dominicos Pedro Mejía y Reginaldo Montesino para hacer una experiencia de indios en Cuba. No obstante, el experimento se llevaba a cabo ya en 1532 en Bayamo, donde un centenar de indios, cuyo encomendero había fallecido, fue separado y puesto a vivir aparte y en libertad, sin servidumbre, aunque este poblado fue luego desactivado por el gobernador. El obispo había recibido por entonces una real cédula con el fin de reducir todos los indios de la Isla a solo dos poblaciones. En 1544, cuando se trataban de aplicar en Cuba las leyes de disolución de las encomiendas, el Obispo se oponía nuevamente argumentando que para liberar los indios debían disponer de un religioso «…en cada pueblo do tienen su asiento, porque si de allí los sacan, luego son perdidos y ahorcados». Pero esa iniciativa se tomaría dos décadas más tarde. En 1553 se abolieron las encomiendas en Cuba y los indios liberados fueron reunidos en tres reducciones y en barrios anexos a las villas, como fue el de Campeche en La Habana y otros en Camagüey y Bayamo.

No se puede afirmar que los pueblos de indios desaparecieran del todo a causa de estas medidas reductoras. Entre 1571 y 1574 el cosmógrafo de Indias Juan López de Velazco afirmaba que, en Cuba, además de las tres reducciones de indios, Guanabacoa, Trinidad y El Caney, aún existían ocho pueblos de indios que llamaban cimarrones. Muy pronto estos pueblos de indios sobrevivientes fueron erradicados, como el que se encontraba localizado en la jurisdicción de La Habana, en un sitio nombrado Macurijes cercano al río Hatibonico, y que fue ocupado y desactivado en 1576 por el regidor habanero Cristóbal de Soto, sin violencia, y conducidos sus 60 o 100 habitantes a la reducción de Guanabacoa. Los indios macurijes pertenecían a una etnia residual o anterior al avance de la cultura taína tanto en La Española como en Cuba, y hubo varios sitios en el occidente de la Isla asociados a su nombre y caracterizados por cierta irreductibilidad y rebeldía ante el conquistador.

En 1608 el obispo Altamirano envió un informe al rey con observaciones generales sobre las poblaciones de la Isla. Es notable que señalara entonces solo dos reducciones indígenas: una en Baracoa, considerada como un pueblo de indios españolados, y otra en Guanabacoa; en ambas los indios estaban «…distintos por sí de los españoles», sin embargo, no mencionaba la reducción El Caney, en las cercanías de Santiago de Cuba, que también databa del siglo XVI. En otras tres poblaciones de la Isla, Bayamo, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba, los indios aún perduraban en barrios o arrabales asimilados en sus márgenes, «…pero como los pueblos en sí, por miedo del fuego no están en la forma de España de ahí nace que todos están mezclados y son ya como españolados». Los indios naturales de la Isla se encontraban en su mayoría en Santiago de Cuba, pues en el resto predominaban los advenedizos de la Nueva España. A pesar de las posibles inexactitudes, el informe del Obispo hace ver una creciente disolución de las cualidades étnicas originales de los indocubanos al iniciarse el siglo XVII, pero no solo a causa del contacto y mestizaje con el español (los indios españolados), o con el africano, sino también por los efectos de la temprana emigración de otros indígenas desde áreas continentales.

La relativa perdurabilidad de los pueblos de indios distinguió a Cuba de las otras Antillas en la historia temprana de su colonización y dio origen a una permanencia de los pueblos de indios, que fueron asimilados dentro de los límites más perdurables de las nuevas jurisdicciones municipales de las villas y ciudades hasta su total desaparición. En un sentido histórico americano el hecho guarda relación como antecedente del comportamiento de las formas de sometimiento tributarias y de explotación del trabajo que se impusieron a los indios para mantenerlos dentro de un régimen de explotación aún después de dictadas las leyes nuevas que abolieron la encomienda, como fue el caso de la aparición de la mita entre los indios del continente. Muy señaladamente esta convivencia de españoles y nativos sobre un mismo asiento, que sobrevivió durante varias décadas posteriores a la conquista, explica que muchos de los asentamientos arqueológicos aborígenes detectados en el país sean por lo regular sitios de testimonios de una manifiesta transculturación.

Bibliografía citada

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[1] Bartolomé de Las Casas: Apologética historia sumaria, Unam, México, 1967, t.1, p. 243. En otra de sus obras le atribuyó a la isla de Cuba poblaciones entre 200 y 300 casas con muchos vecinos. Ver Historia de las Indias, Fondo de Cultura Económica, México, 1951, t. 2,p. 350 y pp. 506-550.

[2] En La Española y Puerto Rico se han encontrado restos de cuatro de estos espacios o bateyes cercados con piedras; los dos de la primera Isla presentaron figura circular y los de la segunda eran rectangulares. Confirmaron la afirmación de Oviedo de que los bateyes se rodeaban con muros de piedra y tierra. Roberto Cassá, Los taínos de La Española, República Dominicana, 1974, pp. 94 y 95.

[3] Se trataba de un espacio rectangular de 258 por 98 varas, dimensiones notables que han hecho pensar en otro uso distinto de un batey. Miguel Rodríguez Ferrer: Naturaleza y civilización de la grandiosa Isla de Cuba, Madrid, 1976, p. 181.

[4] El poblamiento arauaco de las Antillas se produjo por oleadas sucesivas desde el sur, a través del arco de las islas menores. En Cuba penetraron por el oriente y a lo largo del tiempo fueron marginando las penetraciones anteriores hacia el occidente y los cayos adyacentes. La cultura llamada taína representa el estado más evolucionado de este tipo de poblamiento logrado en las Antillas hasta la llegada de los conquistadores.

[5] Las cifras de Las Casas pueden no ser confiables, pero su testimonio resulta siempre convincente, como al describir que los indios llenos de pavor trataron de escapar de la muerte trepando por las vigas del techo del bohío. Un motivo más para entender que se trataba de casas muy cerradas, casi sin huecos o ventanas, salvo una o dos puertas de entrada.

[6] Gonzalo Fernández de Oviedo. Sumario de la natural historia de las Indias, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, p. 135. Posteriormente el cronista volvería a reiterar estas descripciones. Ver Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, Editorial Guaranía, Paraguay, 1944, t. 3, p. 295.

[7] No es de extrañar las coincidencias, pues del diario fue transcrito y anotado por Las Casas.

[8] Casas típicas de la población nómada en medios desérticos.

[9] La observación de Las Casas, conocedor de los pueblos mayas, resulta interesante por establecer una posibilidad de comparación entre la dispersión del hábitat de los arahuacos y la forma de poblar de los primeros pertenecientes a altas culturas.

[10] Actas capitulares…, t. 3, 1946, p. 11.

Tomado de: http://www.perfiles.cult.cu

Carlos Venegas Fornias

Historiador, investigador y escritor cubano. Se desempeña en el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello. Entre sus títulos más recientes sobre historia de la arquitectura y el urbanismo en Cuba destacan Ciudad del nuevo mundo y La Habana de la Ilustración. En 2014 recibió el Premio de la Academia Cubana de la Lengua. Es miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y de la Unión Nacional de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción de Cuba (UNAICC). Le fue entregado el Premio Nacional de Investigación Cultural 2016 por la obra de la vida el 18 de enero de 2017 en el Instituto Juan Marinello.

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