Marion Davies, una actriz cómica de San Simeon

Marion Davies (1897-1961) Actriz estadounidense

Por Irene Bullock

Cuenta King Vidor en sus memorias, Un árbol es un árbol, que tras el éxito de El gran desfile (1925), el magnate de la prensa William Randolph Hearst no paró hasta que consiguió que el cineasta dirigiera a Marion Davies en una película. Vidor no recuerda la experiencia como algo desagradable. Es más, terminó trabajando con la actriz en tres comedias, y señala que siempre pensó que era una «cómica notable». Normalmente siempre que se nombra a Marion Davies no se suele comentar su labor como actriz, sino que se reitera que fue la amante de Hearst y que sus logros cinematográficos solo tuvieron que ver con los tentáculos del magnate y su máquina publicitaria a su servicio. Pero al analizar Espejismos (Show People, EE.UU., 1928), la segunda comedia que hizo bajo la batuta de Vidor, descubrimos a una actriz dotada para el género, además de gran imitadora de las divas del cine mudo.

Esta fue una película crucial en la carrera del director, pues se convirtió en la última que dirigió antes de meterse de lleno en el cine hablado, con el peculiar musical, Aleluya (1929). Espejismos supuso un divertido y conmovedor homenaje a la comedia que se hacía durante el cine mudo, construida en torno al gag visual. La comedia, tal y como se había concebido hasta el momento, había llegado a un alto grado de sofisticación con Charles Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd, Mabel Normand, Harry Langdon, Stan Laurel y Oliver Hardy… por lo que estaba condenada a la desaparición con la irrupción del sonido.

Mank (2020) de David Fincher ha hecho que se vuelva a hablar de nuevo de Hearts y Davies, así como de las jornadas que organizaban en San Simeon, la mansión que se ha convertido en leyenda. En esta obra cinematográfica, se refleja cómo el poderoso magnate de la prensa de la década de los veinte del siglo pasado extendió también sus tentáculos en la MGM y, entre otras cosas, manejaba la carrera de su amante. La Davies de Fincher es consciente de ello y no se toma nunca demasiado en serio su papel en la industria del cine. Y, viendo la película, no queda muy claro a qué atenerse sobre sus cualidades como actriz.

Volviendo a las memorias de Vidor, Hearst no se equivocó al buscarlo, pues quedó patente en la fructífera relación profesional establecida entre director y actriz que la Davies tenía una genuina vis cómica. La primera colaboración entre ambos fue la divertidísima La que paga el pato (1928); luego vino Espejismos y la última fue la olvidada Dulcy (1930). Al hablar sobre Espejismos en el libro, Vidor explica que acudió a su amigo el guionista Laurence Stallings, porque quería diseñar una producción al servicio de la actriz. Tenía claro que recrearía la película en Hollywood y que se inspiraría en la carrera de alguna famosa estrella de cine del momento. Con ese punto de partida harían una comedia para Marion. Enseguida pensaron que la modelo a seguir sería Gloria Swanson. Sus inicios como bañista de Mack Sennett, sus amoríos, su coqueteo con la decadente aristocracia europea eran un buen material para una comedia… Necesitaban un leitmotiv que les ayudara a construir la historia. Y lo encontraron en un elemento de comedia pura y dura: las famosas batallas de tartas. La protagonista de Espejismos lograría sus primeros éxitos siendo la diana del lanzamiento de pasteles. Después se transformaría en una estirada diva y actriz de cine serio que, posteriormente, recobraría su cordura cuando le volvieran a estampar una tarta en la cara, como en sus comienzos. Esa era la premisa. Pero lo que no sospechaba Vidor es que el famoso dulce le iba a traer un quebradero de cabeza.

Los tentáculos de Hearst

No era extraño que entre los invitados a San Simeon acudiesen productores, directores, actores, actrices, guionistas, periodistas… Lo más glamuroso del mundo del cine estaba presente en reuniones, fiestas, excursiones, comidas y cenas, donde el magnate y Marion Davies ejercían de anfitriones, como se puede ver también en Mank. El poder de Hearst era tal que, cuando vio el tratamiento de la historia de Vidor y su guionista, se negó en redondo a que a su amante le lanzaran tartas a la cara; lo debía ver demasiado humillante. Ante su enojo, nada se pudo hacer, ni siquiera los peces gordos de la MGM pudieron hacerle cambiar de parecer. Fueron infructuosos los intentos por parte del director para convencerlo. Al final tuvieron que modificar la premisa por otro gag cómico que, sin embargo, es igual de efectivo y no hace perder fuerza a la historia. Lo que lanzan al personaje de Davies será un interminable chorro de agua con un sifón.

La protagonista de la historia es Peggy Pepper, una provinciana sureña de Georgia que llega a Hollywood con su padre, el coronel Pepper (Dell Henderson), para convertirse en una famosa actriz dramática. Sin embargo, pronto se darán cuenta de que el ascenso no es tan fácil. Tan solo les echará una mano un actor cómico, Billy Boone (William Haines), que se parte de risa con la exagerada manera de ser y la afectación de Peggy. Este consigue una prueba para la aspirante a estrella en una de las películas cómicas de su productora, pero sin avisarla. En la primera secuencia en la que trabaja le echan un chorro de agua en el rostro. Peggy llora desconsolada, pero Boone le proporciona sabios consejos para moverse en el mundillo y la anima a que aproveche la oportunidad que le están brindando. Le dice que todo se la pasará en cuanto se vea en una pantalla grande. El día del estreno en un gran cine, Peggy y Billy son unos espectadores más en una sala donde todo el público se parte de risa. Peggy les ha conquistado. El público disfruta con una comedia de persecución trepidante, como las de los policías de la Keystone. La joven, sin embargo, sigue soñando con su futuro como actriz dramática y cuando a continuación proyectan un dramón dirigido por King Vidor y con John Gilbert de protagonista quiere quedarse a verlo. La actriz cómica sueña: «Así actuaré algún día. ¡Eso es auténtico arte!». Y Billy le replica: «No seas tonta. Hazles reír y les harás felices».

Espejismos cuenta el ascenso de Peggy Pepper y cómo olvida su esencia y frescura. En su camino hacia el éxito se comporta como una diva, dejándose adular por los demás. Incluso se mete en una especie de farsa con su nuevo partenaire, que se presenta como un conde y le promete encumbrarla en la alta sociedad de Hollywood. La joven deja totalmente de lado a Billy, que está enamorado de ella. Un día tiene lugar el reencuentro, cuando los dos ruedan exteriores en el mismo lugar, y ella termina recriminándole que siempre será un pobre bufón. Y más adelante, en el momento en que Peggy está a punto de arruinar su vida como actriz y como mujer, Billy trata de que recupere de nuevo la cordura, y durante una discusión le lanza otra vez un chorro de agua para que baje a la tierra. Esta reacciona de tal manera que hace que este se vaya apenado. Pero cuando Peggy se da cuenta de que ha echado todo a perder, mira al conde de capa caída con el que se va a casar y le dice entre risas y lloros: «Mírate, mírame. Solo somos unos farsantes, unos payasos. Él era la única persona real y la he perdido». Pero obviamente su vida es una comedia… y recuperará a su amor.

De esta manera, la película de King Vidor se convierte en un valioso documento histórico para ver el funcionamiento de la industria cinematográfica a finales de los años veinte en Hollywood. No falta nada: las salas de cine, el fenómeno fan, la importancia de la prensa, el funcionamiento interno de un estudio, los rodajes en interiores y exteriores, los comienzos y el despegue de una estrella, el trabajo de los directores de cine y los técnicos, las diferencias entre los pequeños estudios y los grandes, los trucos que se empleaban con los actores para conseguir buenas interpretaciones, el sacrificado trabajo de los dobles, la batalla sin cuartel (que dura hasta hoy) del drama frente a la comedia (cine serio versus cine de entretenimiento)…

Y, sobre todo, muestra la versatilidad como actriz cómica de Marion Davies, quien, con su Peggy Pepper, deja patente un dominio total de su rostro y su cuerpo al servicio de la comedia. Nos descubre su arte mediante divertidos gags visuales y muestra una inteligente capacidad de reírse de sí misma. Tiene varios momentos memorables, como el que protagoniza en la sala de casting, donde trata de convencer al organizador de sus capacidades como actriz dramática. Según su padre va dictándole distintos sentimientos y actitudes; ella, con un pañuelo en el rostro como telón (subiéndolo y bajándolo), va enseñando en su cara la ira, la pasión, la pena, la alegría…: una mala y exagerada imitación de las grandes divas del cine mudo. Marion Davies está realmente graciosa.

Otro de los valores de esta magnífica comedia es la continua alusión al star system de aquellos años, pero también los gloriosos cameos de artistas del momento a lo largo de la película. Es divertidísimo el protagonizado por Charles Chaplin, que se comporta como un fan encantador, cazador de autógrafos, en la puerta del cine. Ilusionado, el famoso director y actor solicita un autógrafo a la nueva actriz revelación, pero esta se encuentra tan enfrascada en una conversación con Billy, que ignora, e incluso le parece molesta, la invasión del pobre Chaplin. Billy está alucinado y emocionado, pero Peggy firma sin hacer mucho caso. Cuando finalmente pregunta quién era ese hombrecillo, y su amigo le revela el nombre…, ella se desmaya.

El primer famoso con el que se quedan ensimismados padre e hija a su llegada a Hollywood es John Gilbert. Cuando Billy y Peggy están en la sala de espera de un importante estudio, los dos señalan emocionados al actualmente olvidado actor Lew Cody, que se cruza con la novelista Elinor Glyn, toda una celebridad en ese instante. Esta última puso de moda el término it, y esta palabra se popularizó de tal modo que dio título a una película de Clara Bow y Antonio Moreno. Precisamente it definía la cualidad de ser especial, lo que hoy vendría a entenderse como cool. Es la cualidad que buscan en los estudios, y que encuentran en Peggy Pepper. Siendo ya una diva endiosada, un día almuerza animadamente en el estudio con el encantador Douglas Fairbanks y el rudo vaquero William S. Hart, y ambos rivalizan por conseguir su atención.

Pero el metacine llega a su clímax con la presencia de un cameo sorprendente. Cuando Peggy comienza su andadura por el nuevo estudio, un ayudante la lleva a través de las instalaciones para que no se pierda en su primer día de rodaje. De pronto, se cruza en su camino un coche del que sale una elegante mujer rubia con una raqueta, y hacia quien se dirige un hombre para consultar lo que está escrito en unos papeles. Peggy pregunta al ayudante que quién es y este se extraña de que no la reconozca y le dice que es Marion Davies. Peggy se asombra y después pone cara de desagrado. Es un momento divertido y fascinante.

Otro de los cameos más emocionantes ocurre hacia el final, justo cuando Peggy y Billy van a volver a trabajar juntos, sin que este último lo sepa. La protagonista cuenta con la complicidad ni más ni menos que del propio King Vidor, mientras está rodando una película que evoca El gran desfile. Y es un documento visual con todo su valor, pues se puede apreciar cómo trabajaba Vidor en sus películas. Al final tanto Peggy como Billy logran su actuación de oro en una película que satisface a ambos, sin traicionar ni sus raíces ni su talante natural, un trabajo donde vence el amor verdadero que se profesan. El beso entre ambos es tan deseado que cuando King Vidor da por terminada la secuencia, ve que estos siguen besándose y que, por más que les grita que han terminado de rodar, estos no hacen ningún caso. El director y los miembros del equipo, cómplices, van abandonando poco a poco la localización, y ellos disfrutan de su intimidad.

Todos estos cameos dan un valor muy especial a la película. Peggy y Billy, dos personajes absolutamente ficticios, se mueven en el Hollywood real de la época. Los personajes se encuentran no solo con personas reales de carne y hueso, sino que en su camino se cruzan con el director que les ha creado y con la actriz principal que da vida a uno de ellos.

Y como colofón final, el partenaire de Davies en esta película fue William Haines, famoso actor del momento. Los dos muestran una química especial, como puede comprobarse en una secuencia bellamente rodada por King Vidor, justo cuando Peggy va alzar el vuelo en un estudio importante, ya sin Billy a su lado, el hombre que le echó un cable en su ascenso al estrellato y que, además, la ama. Es una secuencia cercana y emocionante, propia de dos enamorados, en la que Billy es más consciente que ella de que sus caminos se separan quizá para siempre. Es él el que se queda sentado, sin moverse, y la ve marchar a través de un decorado. William Haines fue un actor que nunca ocultó su homosexualidad, y eso terminó con su carrera. A principios de los años treinta, debido a una situación comprometida del actor, el estudio le hizo elegir entre su carrera cinematográfica (donde iban a controlar su vida privada) o su pareja, Jimmy Shields. Haines abandonó la interpretación y se quedó con Shields. No obstante, no perdió su amistad con gente de Hollywood, entre la que estaba Marion Davies.

Espejismos no solo es una buena comedia muda de King Vidor, sino que es un testimonio impagable del Hollywood de los años veinte y la constatación de que nos perdimos a una gran actriz cómica.

Tomado de: Insertos. Revista de cine

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