Muchos queremos a Rufo

Por Mauricio Escuela

Sí, necesitamos otro gordo, otro que salga en su columna en la televisión, uno que quizás sea menos espectacular que las galas de premiaciones, que no tenga ese brillo ni la fanfarria que se importa al por mayor, pero que le llame a cada video clip el mantra que le toca, que conjure las armas de la crítica en el género que aparenta entre nosotros la mayor levedad: el video clip. Queremos un Rufo Caballero, con su personalidad deliciosa, con esa manera de decir que encantaba a sus peores enemigos, con el verbo como teoría, pero jamás como onanismo.

Recuerdo aquella columna en la televisión, como un espectáculo raro, a ratos hasta grotesco, pero grato, donde un señor joven que entendía la dinámica de las generaciones, abordaba cada significado desde el punto que no otorga concesiones, en un ejercicio que iba más allá de la simple crítica, ya que planteaba altas cuotas de pedagogía creativa, las cuales elevaban la parada. Desde su deceso, por desgracia, hemos tenido videos que vuelven al cliché de la chica con poca ropa, la “descará, en una esquina posteá, mano en el pelo…”, que siempre viene con el cantante de reguetón repleto de prendas caras y con lenguaje sexista.

Rufo debió vivir, para ver el reparterismo, una especie de subgénero que se cataloga como “defensor” del reguetón pobre, pero que se parte las extremidades corriendo detrás de las ofertas que el mercado haga, con tal de elevarse en el status adquisitivo. Siempre lo he dicho, se trata de ritmos que, aunque se formen en las clases desposeídas, le cantan al lujo, como única manera de estar cerca de ese poder, en una especie de mística de la atracción que ¡a algunos les dio resultados!

El gordo, que criticó videos tan inocentes, como aquel donde se repetía incesante “ay Lola”, hubiera lanzado sus mejores armas hacia estos otros, que pregonan el “to Gucci” como garantía de que “vale la pena escucharme e imitar mi modelo”. Por eso me sorprendió hallar esta semana en las redes sociales un mensaje de cierto profesor de ciencias políticas, donde decía que “¿quién inventó eso de las industrias culturales?”, como si Theodor Adorno fuera, en la historia del pensamiento, solo eso, un adorno más, una guirnalda en el juego de los saberes. Por suerte, el gordo sabía también que los diplomas y los cargos, no garantizaban el saber necesario, para ejercer el criterio praxiológico acerca de los productos que impactan la cotidianidad.

Un doctor en ciencias, puede ser perfectamente un instrumento de la ignorancia, tal y como lo son muchos de los defensores del reparterismo, aunque ponderen a las clases bajas y su derecho a los lujos que gozan las ricas. La ciencia, llevada de la mano de quienes asolan el planeta, no piensa, es solo un instrumento de la razón ejercida por un poder que no se sacia y que tiende a ofrecernos una visión complaciente, donde el ser jamás se desoculta, o sea no existe la epifanía griega donde el conocimiento, más que una luz, es la luz misma en toda su extensión natural.

La crítica de Heidegger acerca del tecnocapitalismo aborda esta cuestión asoladora de la modernidad capitalista, la cual asume lo mismo el ropaje de una maquinaria que arrasa los bosques, que un reguetón donde la vida en su esencia queda fetichizada, esto es, vista según el sello del colonizador, detenida en un animal diseco. Las cosas, según la instrumentalización, deben ser inofensivas, blandas, utilizables, aunque no útiles, mercancías, pero no elementos de significación imperecederos.

Es una sabiduría, la de la ciencia que no analiza, que “debe servir para algo que dé dinero” y así se cae en el simple panorama de que solo lo que sea vendible, es útil. Ahí vienen entonces el reparterismo y sus parientes musicales, y sin un Rufo que explique, que fustigue, que guíe. En la música actual, el desastre que tenemos, se nos presenta como “lo que a la gente le gusta”, como si el ser, desde su nacimiento, trajera todo innato y no existieran el condicionamiento, los contextos. Y lo que más preocupa, es que para algunos que dirigen instancias estatales, son estos los parámetros a medir lo que se debe o no se debe pasar por los medios de consumo.

Necesitamos un gordo que analice y proponga, lo queremos los que vemos en el video clip aquello que lleva calidad en sí mismo, y no las tantas entregas que, en palabras del propio Pánfilo, parecieran presentaciones en Power Point. Las narrativas no tienen que ser aburridas, mucho menos serias, ni quietas, la música se puede mover de veras, pero más allá del canon brutal, que no nos deja otra cosa que mal sabor, y la barbarie de no contar con un Rufo, u otro que se lance al ruedo de desmontar lo que no debemos asumir como cierto, ni como bueno o bello.

Una mujer con poca ropa es hermosa, pero cuidado, que en un contexto determinado ni siquiera podemos llamarle a eso una pieza ética, porque lo que se acepta en una parte puede no serlo en otra, y el arte tiene esas complejidades, que por alguna manera lo han clasificado como una de las actividades más altas y calificadas del hombre.

Queremos un Rufo, un caballero de la crítica, un escritor (como él mismo se presentaba) que rescate nuestro criterio, que nos dé qué pensar, que haga del receptor el ente creativo, que le imponga a los emisores unas dinámicas más allá del mediocre ruido o del odio que ahora mismo parece reinar en no pocos.

Tomado de: http://www.cubahora.cu

Mauricio Escuela

Periodista, profesor, narrador, ensayista y poeta cubano. Nació en San Juan de los Remedios, Villa Clara, en 1988. Licenciado en Periodismo por la Universidad Marta Abreu de Las Villas en el año 2012. Graduado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso de La Habana en 2009. Ha ejercido el periodismo a través de la radio, la televisión y la prensa impresa nacional. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz, con textos publicados en diversas antologías en el interior de Cuba. Profesor de Filosofía de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, especializado en Historia de la Filosofía. Articulista de las publicaciones La Jiribilla y Cubahora, cronista de la revista El Caimán Barbudo.

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