De políticas culturales. Por: Graziella Pogolotti*

Narrar la nación. Ambrosio Fornet. Letras Cubanas, 2009. “Son ensayos que surgen en el epicentro de conflictos que trascienden lo literario para insertarse en lo social, en el futuro de un proyecto de justicia y equilibrio que deje atrás, por fin, la cínica hipocresía de las hegemonías mercantilistas que oprimen la cultura”. Jorge Ángel Hernández.

Narrar la nación. Ambrosio Fornet. Letras Cubanas, 2009. “Son ensayos que surgen en el epicentro de conflictos que trascienden lo literario para insertarse en lo social, en el futuro de un proyecto de justicia y equilibrio que deje atrás, por fin, la cínica hipocresía de las hegemonías mercantilistas que oprimen la cultura”. Jorge Ángel Hernández.

Indagar acerca de la prehistoria de las políticas culturales sería empresa difícil. Implicaría extrapolar un concepto relativamente reciente al análisis de sociedades estructuradas de manera muy distinta a la perfilada por los tiempos de la modernidad. Mucho tardaron en surgir instituciones oficiales diseñadas para la convergencia de las nociones de política y cultura. La acción de los mecenas, de los grupos filantrópicos, de las sociedades económicas de amigos del país, las tertulias y los salones fueron intentos parciales por llenar un vacío cada vez más palpable. En este como en otros aspectos, la Revolución Francesa marcó un cambio decisivo.

En efecto, el proceso desencadenado por la Toma de la Bastilla derribó los últimos vestigios de los privilegiados feudales, redistribuyó la propiedad de la tierra y proyectó al mundo la legítima aspiración al principio de igualdad entre los hombres. El concepto de patria desplazó el sentido internacional de terruño para asociarse a la idea de la nación. Los Estados Generales, fueron sustituidos por la Asamblea Nacional.

Las obras de arte confiscadas a la monarquía y a la aristocracia emigrada se convirtieron en bienes públicos patrimoniales. Simbólicamente, el Louvre, asiento de los reyes, adquirió la función de museo. Poco a poco la nueva configuración de la sociedad impuso la exigencia de definir políticas educacionales a escala nacional. El estado asumió el diseño de un sistema estructurado desde la escuela primaria hasta la universidad que incluía la formulación de programas de estudio para todos los niveles y la formación de los docentes.

El concepto de cultura maduró con mayor lentitud. En una primera etapa, las políticas se circunscribieron a la protección de los valores patrimoniales. El arte y la literatura pasaron de la dependencia del mecenazgo a la sujeción a un mercado expansivo y proteico, beneficiario de los avances tecnológicos y de las capas medias al libro y a los espectáculos. Los bienes artísticos adquirían valor de cambio y se convertían en mercancías. Tal era la corriente dominante. Pero, la complejidad de la vida conduce al replanteamiento de los problemas.

Valdría la pena emprender un estudio interdisciplinario para descifrar los factores que contribuyeron a modificar el concepto de cultura en sus vínculos con la sociedad. En estos apuntes dispersos, aspiro tan solo a mostrar algunas señales. Debemos al romanticismo la reivindicación de la memoria popular expresa en términos de folklore. La ruptura radical de los lenguajes artísticos por parte de la vanguardia fue un intento infructuoso por librarse de la dictadura del mercado. El protagonismo del diseño industrial acercó valores estéticos a la vida cotidiana. El desarrollo de la antropología introdujo un cambio fundamental de perspectiva, mientras las transformaciones sociales del siglo XX profundizan e intensifican las luchas anticoloniales. Hoy día resulta más claro que nunca el alcance de la manipulación de valores culturales como instrumentos eficaces para la imposición de hegemonías.

Cercana a nosotros y muy influyente en los medios intelectuales y políticos de esta parte del mundo, la revolución mexicana ofreció un temprano ejemplo de elaboración de políticas culturales. La deposición del porfiriato desencadenó fuerzas sociales latentes en lo más profundo de la nación. Pancho Villa y Emiliano Zapata encabezaron las demandas de una revolución agraria. Convocaron, con el apoyo de algunos intelectuales, a los indios y mestizos marginados. Aunque a la postre la mexicana desembocara en una revolución burguesa, la obra emprendida por José Vasconcelos se mantiene como un referente histórico a tener en cuenta. Los muralistas impulsaron el enriquecimiento de un imaginario animado por los rostros que emergían desde abajo. La difusión de la lectura dispuso de bibliotecas y de la publicación masiva de libros a bajo precio. En un empeño democratizador, cultura y educación andaban de la mano.

En su etapa inicial, la revolución de octubre concedió a la lectura atención particular. El estallido coincidió con un momento de intensa creatividad en el arte y el pensamiento rusos. A la jerarquía conquistada por la literatura desde el siglo XIX, se añadía un despertar de las artes plásticas que la colocaba en la vanguardia de la avanzada europea, la visión renovadora de la arquitectura, un desarrollo de la lingüística con repercusiones incalculables y la aparición de figuras que transformarían los estudios literarios. Algo similar estaba surgiendo en el campo del teatro y el cine.

Muy pronto, las contradicciones ideológicas oscurecerían las relaciones entre política y cultura. Fue, al principio, un debate abierto. Algunas voces adoptaron posiciones extremas al modo proletkult y de la negación de toda herencia literaria carente de perspectiva marxista. Lenin tuvo que intervenir con su conocido texto Tolstoy, espejo de la revolución rusa. El afianzamiento del stalinismo convirtió en doctrina del Partido y del Estado una postura estética bautizada “realismo socialista” que impuso un modo de escribir, de pintar y de componer música, estableció una censura estricta basada en lecturas ideológicas primarias y sometió a juicios políticos a escritores y artistas llevados a la muerte y al confinamiento en campos de concentración.

Un trágico malentendido quebrantó los cimientos de una verdadera política cultural socialista. El punto de partida se encontraba en concepciones periclitadas de la creación artístico-literaria, considerada reflejo directo de una realidad entendida en términos metafísicos. Se confundió arte con propaganda. Se reclamó un didactismo elemental, directo y aleccionador, formulado desde un deber ser en evidente contradicción con el propósito realista.

Restringir el término de cultura a la idea decimonónica asociada a las bellas artes y a las bellas letras ocultaba las complejas ramificaciones de los nexos con la sociedad. Las consecuencias repercutieron a largo plazo y constituyen un factor a considerar en el derrumbe del sistema. El desdén por los estudios antropológicos, la delimitación de la cultura popular a un folclor detenido en el tiempo, la escasa atención al desarrollo de los media y el debilitamiento del instrumental analítico de la dialéctica en la percepción de los fenómenos históricos, cerraron el horizonte a las expectativas de vida de inspiración socialista. De esa manera, las políticas culturales se circunscribieron a la aplicación de una lectura política, al margen de la verdadera naturaleza de la producción artística.

La contradicción fundamental del mundo contemporáneo se define entre un poder financiero transnacionalizado sostenido por un pensamiento neoliberal que permea todas las esferas de la vida y la defensa de proyectos sociales orientados al pleno desarrollo del ser humano. En el primer caso, se anula e instrumentaliza la persona. En el otro, se impulsa la desalienación del individuo, el respeto a la naturaleza y a la diversidad de las culturas. Son dos concepciones del mundo y de la vida irremediablemente antagónica. En esta lucha, la subjetividad desempeña un papel decisivo. Es el contexto que constituye el referente básico para el diseño de las políticas culturales. Seguiré abordando el tema en próximos trabajos

Texto tomado de la publicación: http://www.cubarte.cult.cu

Graciela Pogolotti*Crítica de arte, prestigiosa ensayista y destacada intelectual cubana, promotora de las Artes Plásticas Cubanas. Presidenta del Consejo Asesor del Ministro de Cultura, Vicepresidenta de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Miembro de la Academia Cubana de la Lengua.

Hija de uno de los íconos de la vanguardia artística de la primera mitad del siglo XX, Marcelo Pogolotti y de madre rusa. Nació en París en 1931 pero desde niña vivió en Cuba. Ser cubana, para ella, es una misión y un estado de gracia.

Es una de las más dispuestas y necesarias consejeras y asesoras de cuanto proyecto útil pueda favorecer la trama cultural de la nación. Esa vocación participativa se expresa también en las pequeñas cosas de la vida. Gusta de la conversación amena, de la música popular y no le gusta perder el hilo de una telenovela, nunca cierra las puertas a quien la procura.

A los siete años ya estaba en la capital cubana, donde estudia hasta graduarse como Doctora en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana. Cursó estudios de postgrado en La Sorbona, durante un año, estudió Literatura Francesa Contemporánea. Al regresar a Cuba, matriculó en la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling, donde alcanzó otro título.

Ha escrito numerosos ensayos, pero tan fundamental como su obra escrita ha sido su enorme labor en la docencia y la promoción de la cultura. Desde la cátedra de la Universidad de la Habana, a las investigaciones socioculturales vinculadas a los primeros pasos del Grupo Teatro Escambray, desde la formación de teatristas en el Instituto Superior de Arte, hasta la vicepresidencia de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, desde la Biblioteca Nacional, hasta la presidencia de la Fundación Alejo Carpentier.

Al Triunfo de la revolución se encontraba en Italia desde fines de 1958, se hallaba en una beca, residiendo en Roma por lo que aprovecho también para atender su salud. Al saber la noticia del derrocamiento de la dictadura se presento junto a otras personas que vivían en Roma en la sede de la Embajada a ocuparla. De regreso a la isla tuvo pasó por París hasta que finalmente llagó a Madrid, donde el Gobierno Revolucionario situó aviones para facilitar el regreso de los cubanos en Europa. Durante el vuelo conoció a Fayad Jamis, que ya era poeta y pintor distinguido pese a su juventud. Al llegar a La Habana observo una euforia generalizada, los rebeldes estaban en la terminal aérea.

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