Quinteto de Viento Santa Cecilia: escrituras en verso (VIDEO)

Foto tomada de la página de Facebook del Quinteto de Viento Santa Cecilia.

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

El neoyorkino Aaron Copland, autor de grandes sinfonías y temas para el cine, nos dejó un texto fundamental: Como escuchar la música, un volumen, de empaque especializado que aborda los laberintos de la percepción musical y, despojado de petulante palabrería, subraya cómo todos escuchamos la música en tres planos distintos: el sensual, el expresivo y el puramente musical.

En este ensayo Copland moldea —asimismo— una provocación y establece los “límites de la música”:

Mi parecer es que toda música tiene poder de expresión, una más, otros menos; siempre hay algún significado detrás de las notas, y ese significado que hay detrás de las notas constituye, después de todo, lo que dice la pieza, aquello de que trata la pieza. Todo este problema se puede plantear muy sencillamente preguntando: “¿Quiere decir algo la música?” Mi respuesta a eso será: “Sí.” Y “¿Se puede expresar con palabras lo que dice la música?” Mi respuesta a eso será: “No.” En eso está la dificultad[i].

Ciertamente la música genera una gama de estados de ánimo: serenidad, plenitud, abatimiento, conquista, excitación, deseo, goce, más una suma de otros innecesarios de citar en esta crónica.

En primer lugar, las lecturas, impactos y comportamientos que produce la música, varían en dependencia de las condiciones en que se escucha. En segundo lugar, la recepción evoluciona en dependencia del capital cultural construido por cada individuo y, no menos importante, la predisposición que este tenga para escuchar la música toda.

Pudieran agregarse otras variables, pero estas tres resultan las más relevantes frente a un tema verdaderamente complejo, en el que la subjetividad influye en el tránsito música-receptor.

No podemos desconocer otro asunto prominente, las tecnologías que favorecen la música contemporánea han explosionado este tópico hacia zonas insospechadas de la teoría musical, que entroncan con el análisis de empaque sociológico.

Después de haber disfrutado el concierto del Quinteto de Viento Santa Cecilia, titulado Sonidos caribeños: un tributo a la música cubana y latinoamericana, las tesis sobre percepción musical de Aaron Copland me sirvieron para traspasar el umbral del tiempo. La cita fue este sábado 12 de agosto, en la tarde, en el Teatro Hart de la Biblioteca Nacional José Martí.

Proscenio espacioso, fondo de tela negro debidamente aforado. Climatización cabizbaja pero edificante, compartida por todo el público en la aritmética del salón. Anoto también la ausencia de micrófonos y recursos escénicos que subvierten la puesta en escena. Vale distinguir sobre un público activo que recibió el concierto como un flujo exclusivo. En respuesta a este estado de gracia, unas enormes ganas de disfrutar un repertorio de compositores de acentos múltiples y dispares geografías. ¿La mejor traducción de esta tarde? Absorberlo todo.

Tras la presentación de rigor, a cargo de Mara Pérez, fagot y directora de la agrupación, el quinteto rompió los cercos del silencio con Danza de mediodía, del mexicano Arturo Márquez. Esta pieza está fundida por la multiculturalidad que habita en el repertorio del compositor; empuja a la reflexión, a una mirada que impacta en los horizontes de la imaginería estética.

El quinteto empasta los tiempos del ritmo, aquilata las curvaturas del tema y ensambla los nichos de un danzón, trabajado por el autor con redundantes timbres que jerarquizan la anchura de la pieza. Fagot, oboe, clarinete, flauta y corno, apuestan por encender —y lo logran— los misterios de esta danza pintada con aliños de muchas otras geografías. Es un tema que destila apropiaciones, discursos nuevos.

Tras una pausa de miradas entrecruzadas, ajustes de “clavijas”, sorbos de agua, más pañuelos que limpian inflexiones de sudores quebrados, un cambio de tempo en el programa, Oye cómo va, de Tito Puente. Rico mambo al compás de vientos desatornillados, secundado por discretos movimientos de caderas de los cinco de Santa Cecilia, implicados en un juego de miradas y traducciones. Partituras y atriles de enfundan como parte del tablado que sostiene la ejecutoria de los intérpretes. Es el poder simbólico de sus fisonomías, esenciales en la ejecutoria de intérpretes inmersos en los poderes de sus metáforas musicales.

Este tema de Tito Puentes es uno de los más versionados e interpretados de su repertorio en todo el mundo. La agrupación lo acoge con los tonos clásicos propios de su envoltura tímbrica, destilando en el mapa del Teatro Hart los puentes que habitan en las fortalezas narrativas que le distingue. Resulta un cambio de estadio, otro punto de giro del pensado repertorio en sintonía con el enunciado del programa.

Se recicla el ritual de unos pocos sorbos de agua, la fuga de sudores zanjados por pañuelos de diversos calibres. Continuó la tarde con dos temas antológicos, esos que guardamos en la colección de nuestras vidas, en los aposentos de nuestro tiempo. Es la fuga hacia otras sonoridades como parte de ese ejercicio selectivo de fortalecer la memoria y el gusto, que son esenciales protagonistas de nuestro desarrollo espiritual.

Foto: Octavio Fraga Guerra

Foto: Octavio Fraga Guerra

Por una cabeza, de Carlos Gardel, y El cumbanchero de Rafael Hernández Marín, irrumpieron en las tablas del escenario. Estos intérpretes virtuosos pintaron los cedros del tiempo, aquilatados con acentos de tango y rumba. Desatornillaron el sentido escénico de lo advertido hasta el primer corte del programa; la corporeidad de sus poses y brazos dibujaron círculos de sentimientos y fiesta; pasión y lúdicas respuestas. No es posible hacer un arte mayor, sin sentir las raíces de nuestros empeños. La sabiduría y el talento son parte esencial de ese juego de palabras que nos sirve de brújula. Eso lo tiene claro El Quinteto de Viento Santa Cecilia.

Carlos Gardel emergió con su tango sentido, hermoso, de una fuerza poética irreprochable. En esta tarde de exclusivos cruces la agrupación perfiló los lirismos que se imprimen en sus escrituras. No fueron interpretaciones de soliloquio, ni de curvaturas estrechas o entonaciones templadas, propias de los que van “de paso por la vida”. La pieza ejecutada transitó con las sonoridades que el genio le imprimió en su presentación. Los vientos de esta agrupación calaron su brío, reescrito con un sello de exquisita factura, de apego a sus raíces, impregnándole un trazo de oníricas respuestas.

Con El cumbanchero, el programa fue totalmente subvertido. Tras una delgada introducción se desató la rumba, el goce estrepitoso que impregna este tema musical. Eso sí, presentado con estatura intelectual, la de cinco músicos que saben tocar los cedros de sus instrumentos iluminados por el ejercicio del rigor y la apuesta de no dejarse llevar por las faldas del cansancio.

Singular es la manera en que se proyectó la flautista Brenda Fernández en este concierto en su diálogo actoral con la partitura que alumbra sus interpretaciones. Ella se mueve con los resortes de una gestualidad corporal que trasmite ímpetu, sentido del ritmo y un renovado discurso con los pentagramas.

Mara Pérez con su fagot proyecta otros tempos musicales dispuestos en la sincronía del teatro; los deja reposar en lo más alto de la cubierta, donde pernoctan pájaros al vuelo, que circundan en los límites de sus visualidades.

La clarinetista Maricel Espinosa, la oboísta Alexandra Pena y José Enrique Iglesias Valcárcel con el corno, proyectan una entrega mesurada, lúdica, de contenida expresión corporal, aunque a veces subvierten ese pose discreto. Es parte de un juego de personalidades en el que se edifican riquezas para un hecho artístico noble. Vernos envueltos en las emociones que generan los temas que talentosos intérpretes nos regalan, posiciona en un acto único, irrepetible.

El vestuario blanco negro que arropa al quinteto subraya esa línea de sobriedad que le distingue en apego al sentido de la puesta, a lo que resulta esencial: el poder de la música como estela permanente con el público. Toda una arquitectura de signos pensada para edificar satisfacción, diálogos, entrecruzamientos de signos, un arsenal fortalecido por el valor simbólico y cultural de los temas, donde las maneras de interpretar, influyen en las respuestas de los receptores.

Ernesto Lecuona ocupó la cumbre del programa de esta tarde. Su pieza Para Vigo me voy, con arreglo de Marcos M. Valcárcel, resultó una fiesta de rumbas hilarantes desabotonadas por la complicidad de los ejecutantes, que entregaron escalonadas respuestas de un ritmo cadencioso, soltura de timbres y “voces corales”, entretejidas por la virtud de la armonía, el acompasado estar en los tempos de una versión a la que le imprimen una descollante identidad. Celebra el quinteto las notas de un gigante de nuestra cultura con exigida vitalidad, sin quebrar las bases rítmicas de su escritura.

Se repiten los rituales de las pausas. Delgados sudores de manos son amordazados por trazos de pañuelos blancos, las tomas de agua son parte de un acto dramatúrgico celebrado como parte de un esfuerzo grupal. Las miradas apuntan hacia Mara Pérez, fagot y directora de la agrupación; los cuerpos de los interpretes se reinventan tras una jornada que parece poca, pero en verdad, ha transcurrido más de media hora de arpegios, de plurales empaques, de notables cadencias.

Se produce, casi que imperceptible, el giño de continuar con otras piezas de un repertorio raigal. Con Suite popular cubana, aflora un collage de géneros que incluye Homenaje al Danzón, Son a Gladys Nidia, Invitación al bolero y Recordando el Chachacha. Con esta entrada se materializa una añadidura de mestizajes, todos compuestos por Félix Darío Morgan. Se advierte el destape de melodías sensuales, de sonoridades sugerentes y temas que nos incitan a bailar, a sentir nuestras horondas raíces culturales.

Foto: Octavio Fraga Guerra

Foto: Octavio Fraga Guerra

El Quinteto Santa Cecilia ​interpreta todo un abanico de imbricaciones musicales que nos definen, por esa corporeidad lograda en los nexos de instrumentos, convocados para deleitarnos en los acentuaciones de una isla, que vibra cuando se subvierte el sonido de los vientos.

La armonía del acto musical, la dramaturgia de las respuestas corpóreas, el trazo resuelto que construye los tonos melódicos de un paraban de alegorías se funde en esta suma de variedades. Si el lector está predispuesto a escuchar ese todo, la satisfacción se eleva al punto de identificar nuestras bases culturales e identificarnos como nación.

El arreglo de Marcos M. Valcárcel, de La Guantanamera, de Joseíto Fernández, vuelven a estar en esta tarde de sonidos caribeños y se apropia del espacio, de la ritualidad del público y de los pliegues del Teatro Hart. Los vientos del Quinteto Santa Cecilia conquistan el tiempo reservado como preámbulo de una despedida, subrayan los tonos que nos interpelan, los que nos hacen sentir “diferentes” en medio de tantos flujos de signos y apropiaciones que subvierten el sentido de lo nacional.

La respuesta de esta agrupación emerge como un sincrónico discurso de brasas, que parte de no subestimar lo “conocido” de un tema presente en el imaginario colectivo de la isla.

Para el cierre del concierto, el Quinteto de Viento Santa Cecilia se apropió Atenas Guaguancó, un tema del pianista, compositor y arreglista cubano Alejandro Falcón. Buena parte de su obra está dedicada a Matanzas, su ciudad natal.

En este arreglo, al menos así me llegan sus armonías, se avista un fecundar de los mares que le arropan, el pintar de las calles de arquitectura neoclásica que iluminan sus metáforas, de una ciudad también rica en historias de vida, en portentosas entregas musicales  e identidades bailables. Provincia de grandes poetas cuya mejor voz de la sensualidad la resume Carilda Oliver Labra. ¿No estará todo eso en las respuestas vibrantes de este quinteto a la hora de interpretar un tema tan ecléctico?

[i] Copland, Aaron. Como escuchar la música. Fondo de Cultura Económica. p, 29.

Atenas Guaguancó. Tema del pianista, compositor y arreglista cubano Alejandro Falcón. Tomado de la cuenta de Youtube del Quinteto de Viento Santa Cecilia.

Octavio Fraga Guerra

Licenciado en Comunicación Audiovisual del Instituto Superior de Arte, (Universidad de las Artes de Cuba). Especialista de la Cinemateca de Cuba. Articulista de cine. Colaborador de las publicaciones Cubaperiodistas, El Periódico Cubarte y La Jiribilla. Miembro de la Unión de Periodistas de Cuba y de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica. Sus textos son incluidos también en otros medios de Cuba, España y América Latina. Fue presentador, guionista y director de La cámara lúcida, de Tele K, en Madrid, espacio televisivo dedicado a promover el cine documental Iberoamericano. Como cineasta ha producido varios documentales. Fue director de las publicaciones Jazz Plaza y Cubadisco. Editor del blog CineReverso.

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