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Brasil: ¿Año nuevo?

Luc Descheemaeker (Bélgica)

Por Eric Nepomuceno

Llevamos nueve días de 2022, pero la verdad es que, al menos en este Brasil destrozado, seguimos como en los peores momentos de 2021, el año maldito que parece no terminar nunca.

La pandemia de covid enfrenta un nuevo brote, esta vez de la variante Omicron, pero nadie sabe de qué proporciones. Hospitales públicos y privados reciben legiones de pacientes, no conozco a nadie que no tenga algún caso en la familia o en gente cercana, pero el verdadero número de infectados es desconocido.

Además hay una nueva epidemia de influenza, un tipo muy severo de gripe, que también lleva a internaciones en hospitales.

Los más atentos y que pueden pagar por un test de covid buscan frenéticamente por farmacias y laboratorios clínicos. Los demás no tienen a quien o adónde acudir: no hay ninguna acción del gobierno para expandir el testeo, las personas que tienen recursos actúan por iniciativa propia, las demás quedan al sabor del viento.

El ablandamiento de medidas mínimas de restricción en el fin del año que no acabó causó efecto: en la ciudad de Río de Janeiro, por ejemplo, la proporción de diagnósticos confirmados en el testeo aumentó de 0,7% de principios del pasado diciembre para 46% en esta primera semana de enero.

Todo eso ocurre mientras dos otros factores aumentan la preocupación general, pero muy especialmente de médicos y funcionarios de salud.

El primer factor es la falta de datos actualizados de la pandemia y que servirían para la elaboración de análisis concretos sobre los casos de internaciones, contagio y óbitos, además de saber cuáles son las localidades más afectadas y la edad con mayor incidencia de Covid.

A raíz de esa falta los médicos y científicos responsables no tienen cómo elaborar informes que servirían de base para establecer acciones.

La causa de esa confusión está en la acción de hackers en el sistema de información del ministerio de Salud. Ocurre que esa acción se dio el 10 de diciembre, y pasado un mes nadie en el ministerio o en el gobierno logró sanar el problema. Parece increíble semejante ineptitud, pero así es.

Hay fuertes sospechas de que el hacker en cuestión sea alguien del mismo ministerio. Es que la salida de los datos hacia el espacio coincidió con otra ofensiva del presidente Jair Bolsonaro y de su ministro de Salud contra la exigencia del llamado “pasaporte de vacuna”, o sea, que para ingresar o frecuentar determinados lugares sea obligatoria la presentación del certificado de vacunación.

Al hacer desaparecer el registro de vacunados, el hacker llevó todo el resto para el espacio. El ministerio asegura que los datos fueron preservados, pero nadie logra acceder a ellos y menos aún actualizarlos.

Tanto el ultraderechista mandatario como su ministro son radicalmente contrarios a la exigencia del “pasaporte”, pero nada pueden hacer: por determinación de la corte suprema de Justicia, la palabra final las tienen alcaldes y gobernadores. Y la inmensa mayoría aprueba la medida.

El otro factor determinante para que el cuadro preocupante se fortalezca está en la acción de Bolsonaro.

Pese a la nueva crisis, él sigue en campaña permanente contra la vacuna y toda y cualquier medida de prevención. Junto a su ministro de Salud, pone especial énfasis en dar combate a la vacunación de niños entre 5 y 11 años.

A mediados de diciembre la agencia reguladora de Salud aprobó la medida, pero el ministerio de Salud recién la autorizó el pasado día 5, a raíz de la determinación del Supremo Tribunal Federal.

Con eso se retrasó la compra del inmunizante y, como consecuencia, de su aplicación, que recién empezará a fin de mes y en escala muy por debajo de lo que podría y debería ser.

Bolsonaro seguirá promoviendo aglomeraciones, poniendo en ridículo medidas básicas de protección, como el uso de barbijos, descalificando la vacuna, retrasando su compra, tratando por todos los medios de sabotear su aplicación. Su conducta será seguida por su fidelísimo ministro de Salud.

Pese a tal actitud criminal, 67% de la población brasileña adulta ya se vacunó. Y eso significa, entre otras cosas, que cada vez más Bolsonaro se dirige especialmente al núcleo más duro de sus seguidores más radicales, y es cada vez menos oído por la inmensa mayoría de la población.

El problema, entonces, no se resume a lo que él dice o deja de decir, pero sí a lo que él hace –promover aglomeraciones, incentivar la ignorancia– y lo que deja de hacer: comprar inmunizantes para todos.

Sí, sí: vamos por el noveno día de 2022, y surgen claras señales de que el año solo será nuevo a partir del domingo 2 de octubre, cuando ocurrirán elecciones presidenciales.

Será un largo tiempo de tensiones y peligros, tal como estaba previsto.

Lo que nadie puede prever es su dimensión. Al fin y al cabo, Jair Bolsonaro no es un caso para analistas y científicos políticos: es para psiquiatras.

Tomado de: Página/12

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Todo va de maravilla

Julian Assange, periodista y editor del sitio web WikiLeak Foto Agencia Envolverde

Por Edward Joseph Snowden

Edward Snwoden explica por qué la decisión del Tribunal Supremo británico de extraditar a Assange podría sentar un precedente extremadamente peligroso para la profesión del periodismo. Y el denunciante no perdona a todos los “periodistas” que han optado por condenar a Assange, cavando la tumba de su propia profesión.

Evangelio, una palabra del inglés antiguo, es un concepto que significa “buenas noticias”. Y es el evangelio lo que ha escaseado al adentrarnos en la temporada navideña. Cada vez que este hecho me deprime, recuerdo que encontrar el mal, la fechoría e incluso el sufrimiento en los titulares, es sólo una señal de que la prensa está haciendo su trabajo. No creo que ninguno de nosotros quiera despertarse por la mañana y leer “¡Todo va de maravilla!” sobre nuestro cóctel de ponche de huevo, aunque incluso si lo hacemos, sabemos que un titular así es sólo una indicación de todo lo que no se informa.

Al entrar en esta época navideña, me siento acosado por extraños sentimientos religiosos; digo extraños porque no soy muy creyente, ni en Dios, ni en los gobiernos, ni en las instituciones en general. Trato de reservar mi fe para las personas y los principios, pero eso puede llevar a algunos años de escasez en el apaciguamiento de la sed espiritual. Puedo encontrar una forma de atribuir mis impulsos al ritualismo del Covid-19 –las abluciones de desinfección y enmascaramiento, el aislamiento penitente, el ¿qué significa todo esto? que surge de la confrontación con la impotencia y el capricho de la enfermedad–, pero una fuente más convincente podría ser la novedad de la paternidad: siendo la religión un sustituto de la tradición en general, me pregunto: ¿qué voy a dejar a mi hijo? ¿Qué herencia intelectual y emocional?

Junto con las “buenas noticias”, he estado pensando en la “mala fe”, una frase que siempre me recuerda el chiste de Thomas Pynchon, en el que todo lo malo se convierte en un balneario alemán: Bad Kissingen, Bad Kreuznach, Baden-Baden… Bad Karma.

Conocía la frase sobre todo por su cosecha jurídica, pero empecé a notar que se aplicaba cada vez más a la política durante los ciclos de la historia de Bush-Obama: los republicanos siempre estaban “negociando de mala fe”, u “operando de mala fe”, y sólo empeoró después de eso: la frase se hizo más frecuente una vez que Trump asumió el cargo. Así que me sorprendió descubrir que “mala fe” tiene raíces mucho más profundas que nuestro derecho consuetudinario: male fides, del latín. Su uso, que es fascinante explorar, era originalmente literal: se utilizaba para caracterizar a alguien que practicaba la religión equivocada. De ahí pasó a la contradicción Whitmaniana, pero muy anterior a ella. Alguien que estaba “en mala fe” estaba en contradicción consigo mismo; tenía dos corazones, o dos mentes, o más. En este sentido, incluso Jesús podría decirse que estaba en mala fe, siendo en parte humano y en parte divino.

Me impresiona profundamente la generosidad de esta definición primitiva: hay una simpatía –una simpatía con “una casa dividida contra sí misma”– que falta por completo en el sentido contemporáneo, en el que la “mala fe” es una fechoría intencionada. Esto sigue siendo, al menos para mí, una historia cautivadora que hay que descifrar: cómo una frase que significaba, a grandes rasgos, “mentirse a uno mismo sin saberlo” llegó a significar, a grandes rasgos, “mentir a otros a sabiendas”.

Estoy seguro de que todos tenemos nuestros ejemplos favoritos (o menos favoritos) de esta práctica doble (o múltiple) –esta condición que sólo luego se convirtió en práctica–, pero para mí, la categoría de mala fe que se lleva el premio siempre ha sido el legalismo burocrático que me resulta más familiar. Tal vez una mejor manera de decirlo sería: aquellas situaciones en las que el derecho se opone a la justicia.

Estoy seguro de que conocemos bien este fenómeno: el representante del seguro médico o el empleado del instituto de transporte que dice “tengo las manos atadas”; el oficial de policía o el soldado que invoca sin ironía ciertas de las fuerzas del orden más malvadas del siglo pasado cuando se encogen de hombros y dicen: “Sólo estoy cumpliendo órdenes, amigo”; o incluso aquellos que salen en la televisión para sugerir que los denunciantes (whistleblowers) podrían estar protegidos, si sólo se sometieran a los “canales adecuados”, que es el código para estar en una parte muy particular del suelo suspendido por encima de un tanque con la etiqueta: ¡PELIGRO! PIRAÑAS.

Fue Jesús el que pidió perdón a sus crucificadores diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, pero estos insoportables practicantes de la mala fe invierten la fórmula: saben exactamente lo que hacen, y sin embargo lo hacen. Me pregunto si pueden incluso perdonarse a sí mismos.

Esta Navidad puede ser la última que el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, pase fuera de la custodia de Estados Unidos. El 10 de diciembre, el Tribunal Superior británico falló a favor de la extradición de Assange a Estados Unidos, donde será procesado en virtud de la Ley de Espionaje (de 1917) por publicar información veraz. Para mí está claro que los cargos contra Assange son infundados y peligrosos, en desigual medida: infundados en el caso personal de Assange, y peligrosos para todos.

Al tratar de procesar a Assange, el gobierno de EE.UU. pretende extender su soberanía a la escena mundial y hacer que los editores extranjeros sean responsables de las leyes de secreto de EE.UU. Al hacerlo, el gobierno de EE.UU. establecerá un precedente para procesar a todas las organizaciones de noticias en todas partes –todos los periodistas en todos los países– que se basan en documentos clasificados para informar sobre, por ejemplo, los crímenes de guerra de EE.UU., o el programa de aviones no tripulados de EE.UU., o cualquier otra actividad gubernamental o militar o de inteligencia que el Departamento de Estado, o la CIA, o la NSA, preferiría mantener encerrado en la oscuridad clasificada, lejos de la vista del público, e incluso de la supervisión del Congreso.

Estoy de acuerdo con mis amigos (y abogados) de la ACLU: la acusación del gobierno estadounidense contra Assange equivale a la criminalización del periodismo de investigación. Y estoy de acuerdo con innumerables amigos (y abogados) de todo el mundo en que en el centro de esta criminalización se encuentra una paradoja cruel e insólita: a saber, el hecho de que muchas de las actividades que el gobierno de Estados Unidos preferiría silenciar se perpetran en países extranjeros, cuyo periodismo será ahora responsable ante el sistema judicial estadounidense. Y el precedente establecido aquí será explotado por todo tipo de líderes autoritarios en todo el mundo. ¿Cuál será la respuesta del Departamento de Estado cuando la República de Irán exija la extradición de los reporteros del New York Times por violar las leyes de confidencialidad iraníes? ¿Cómo responderá el Reino Unido cuando Viktor Orban o Recep Erdogan pidan la extradición de los reporteros de The Guardian? No se trata de que Estados Unidos o el Reino Unido vayan a acceder a esas demandas –por supuesto que no lo harían–, sino de que carecerían de cualquier base de principios para su negativa.

Estados Unidos intenta distinguir la conducta de Assange de la del periodismo más convencional calificándola de “conspiración”. ¿Pero qué significa eso en este contexto? ¿Significa animar a alguien a descubrir información (algo que hacen a diario los redactores que trabajan para los antiguos socios de WikiLeaks, The New York Times y The Guardian)? ¿O significa dar a alguien las herramientas y técnicas para descubrir esa información (lo que, dependiendo de las herramientas y técnicas implicadas, también puede interpretarse como una parte típica del trabajo de un editor)? La verdad es que todo el periodismo de investigación sobre seguridad nacional puede ser tachado de conspiración: el objetivo de la empresa es que los periodistas persuadan a las fuentes para que violen la ley en interés del público. E insistir en que Assange de alguna manera “no es un periodista” no hace nada para quitarle fuerza a este precedente cuando las actividades por las que ha sido acusado son indistinguibles de las actividades que nuestros periodistas de investigación más condecorados realizan rutinariamente.

Cualquiera que haya visto las malas noticias esta última semana, seguro se ha encontrado con una versión precisamente de esta pregunta, ¿es Assange un X o un periodista? En esta fórmula absurda, X puede ser cualquier cosa: hacktivista, terrorista, reptiliano. No importa qué pieza se coloque para completar el rompecabezas, porque el ejercicio no tiene sentido.

Este tipo de indagación sincera, crédula, petulante y complaciente, es sólo el ejemplo más reciente –justo a tiempo para Navidad–, de la mala fe en la carne y en la palabra, presentada por profesionales de los medios de comunicación que nunca tienen peor fe que cuando informan –o juzgan– a otros medios.

La ocultación, la retención, la manipulación del significado, la negación del significado, estas son sólo algunas de las formas en que algunos periodistas, –y no sólo los periodistas estadounidenses–, han conspirado, sí, conspirado para condenar a Assange en ausencia, y, por extensión, para condenar a su propia profesión, para condenarse a sí mismos. O tal vez no debería llamar “periodistas” a los autómatas de Fox, o a Bill Maher, porque ¿cuántas veces han hecho el duro trabajo de cultivar una fuente, o de proteger la identidad de una fuente, o de comunicarse de forma segura con una fuente, o de almacenar el material sensible de una fuente de forma segura? Todas esas actividades constituyen el alma del buen periodismo y, sin embargo, son precisamente las actividades que el gobierno estadounidense acaba de intentar redefinir como actos de conspiración criminal atroz.

Criaturas de dos corazones y dos mentes: los medios de comunicación están llenos de ellos. Y demasiados se han contentado con aceptar la determinación del gobierno de Estados Unidos de que lo que debería ser el propósito más elevado de los medios de comunicación –la revelación de la verdad, frente a los intentos de ocultarla– está súbitamente en duda y muy posiblemente sea ilegal.

¿Ese escalofrío en el aire en esta temporada navideña? Si se permite que la persecución de Assange continúe, se convertirá en una helada.

A abrigarse.

Tomado de: Investig’ Action

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La isla de Bergman

Por Carlos Bonfil

Una de las sorpresas más notables en la desangelada cartelera fílmica de este inicio de año, es La isla de Bergman (2021), séptimo largometraje de la realizadora francesa Mia Hansen-Love ( Edén, 2014; El porvenir, 2016), un relato semiautobiográfico en el que se combinan con imaginación y astucia elementos de ficción y de realismo para narrar los desencuentros profesionales y afectivos de una pareja de cineastas estadunidenses que viajan hasta la isla de Färo, al sureste de Suecia, en un peregrinaje artístico marcado por la admiración que ambos le profesan al director de cine Ingmar Bergman. Ningún cinéfilo familiarizado con la obra del autor de Gritos y susurros (1972), ignora que ese lugar emblemático fue durante casi medio siglo su residencia de trabajo y retiro espiritual, y también el escenario agreste de cintas como A través del espejo (1961) o Persona (1966). En ese sitio, convertido luego de la muerte de Bergman en un punto de encuentro obligado para sus seguidores o para turistas curiosos, con recorridos en autobús y visitas guiadas a la manera de un parque cultural temático, donde Tony (Tim Roth) y su compañera sentimental Chris (Vicky Krieps), habrán de descubrir las señales inquietantes de una crisis amorosa provocada por la rivalidad profesional, las sospechas de infidelidad y un malestar indefinible ligado misteriosamente a la propia isla y a los dramas que en ella llegaron a filmarse. Hay incluso en la cinta una alusión al lugar en el que Bergman filmó Escenas de un matrimonio (1973), “la película que provocó el divorcio de millones de parejas”. Una señal ominosa para los dos artistas estadunidenses en busca de una inspiración artística.

Cuando se conoce parte de la biografía de la directora Mia Hansen-Love, separada de su pareja sentimental y colega de largo tiempo, el cineasta francés Olivier Assayas, quien la dirigió en Los destinos sentimentales (2000), la posible transferencia de su experiencia personal a la personalidad, acciones y estados de ánimo de su protagonista Chris, se vuelve aún más sugerente, sobre todo cuando esta última planea filmar una película en la que habrán de intervenir dos personajes involucrados en una intensa relación amorosa, argumento que decide narrarle a Tony, su pareja. De ese modo, La isla de Bergman propone la ficción de Chris al interior del relato de Hansen-Love como un juego de espejos o de cajas chinas, donde también tienen cabida, de manera oblicua, temas y obsesiones del director de La hora del lobo (1968).

Lo notable es ver cómo esta construcción dramática, en apariencia laboriosa, fluye con sencillez y gracia en un relato que en todo momento evita las asperezas de los pleitos conyugales –una tentación que habría hecho de la cinta una ociosa parodia de los filmes de Bergman–, para ofrecer, en cambio, algunos toques de malicia e ironía, como la sorpresa de descubrir, en una escena, que algunos habitantes de la isla de Faro desconocen el gran calibre artístico de su antiguo conciudadano ilustre, algo que confiesan sin mayor empacho a la pareja de perplejos visitantes extranjeros. Otros comentarios de la gente del lugar aluden, en cambio, a la cuestionable reputación del cineasta en su vida íntima: hombre obsesionado con su trabajo, como lo muestra su producción prolífica, y displicente, cuando no omiso, con su familia siempre cambiante (casado en cinco ocasiones, divorciado cuatro veces, padre ausente de nueve hijos).

Sin ser el Tony que interpreta Tim Roth un patriarca polígamo semejante, sí aparece en la historia como un hombre de narcisismo taimado que de modo insensible alimenta las inseguridades profesionales de su esposa, ignorándola en sus afanes creativos o apabullándola con sus propios logros y su autosuficiencia. La vía de escape de la joven Chris frente a este diálogo de sordos en que se ha convertido su matrimonio es la fabulación romántica, ese guion cinematográfico en el que recrea la experiencia de otra pareja en donde la pasión, y no la morosidad o el hastío, sería la nota dominante. En las ficciones paralelas que escudriñan dos relaciones sentimentales divergentes, aunque en algunos puntos complementarias, la realizadora francesa consigue, a ma-nera de tributo, la novedosa fusión de dos vertientes del cine del maestro sueco: la tensión dramática de conflictos afectivos en apariencia irreparables, y la astuta ligereza y candor lúdico de las pocas comedias en que la versatilidad del director de Un verano con Mónica (1953) sorprendía por igual a sus detractores y a sus seguidores. Bergman por Mia Hansen-Love, una lectura artística inteligente.

Tomado de: La Jornada

Tráiler La isla de Bergman (Francia, 2021) de Mia Hansen-Love

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“Aún no sabemos cuántos casos de bebés robados a mujeres indígenas hay en Perú, ni siquiera si continúan hoy”

Melina León, cineasta peruana Foto Golden Globes

Por Jose A. Cano @caniferus

La génesis de Canción sin nombre empieza con una llamada de la activista francesa de origen peruano Celine Giraud a Ismael León, padre de Melina León, directora de la película. Giraud era la fundadora de La Voix des Adoptes, una ONG francesa dedicada a reconstruir la vida de niños robados y adoptados de forma ilegal en Francia. Ella misma pudo encontrar a su madre biológica en Perú gracias a los recortes de prensa de los reportajes que León, el padre, escribió en los primeros años 80. Este contacto animó a León, la hija, a convertir la historia de aquellas mujeres y aquellos bebés en su primer largometraje. Y, en entrevista con El Salto, a confesarnos que tras décadas de investigación “no solo sigue pasando, es que no sabemos cuántos casos de bebés robados a mujeres indígenas hay en el Perú”.

La película cuenta la historia de Georgina, una mujer de etnia andina que junto a su marido se muda ya embarazada a Lima a finales de los 80, expulsados de su lugar de origen por los enfrentamientos entre el Ejército y Sendero Luminoso. En la capital peruana se dedica a vender papas en el mercado de la ciudad hasta que da a luz y su bebé, una niña, desaparece. Georgina no recibe ninguna explicación ni ayuda de las autoridades, apenas el apoyo de otras mujeres en parecida situación, hasta que aparece Pedro Campos, un periodista limeño de origen mestizo y homosexual en secreto, que decide sacar a la luz el robo sistematizado de los hijos e hijas de las mujeres indígenas.

En su recorrido por más de 100 festivales de todo el mundo, Canción sin nombre ha cosechado más de 40 galardones, como el premio a Mejor largometraje en el Festival de Estocolmo (Suecia), CineVision a Mejor Película Internacional de un Nuevo Director en el Filmfest München (Alemania), Mejor Dirección en el Festival de Thessaloniki (Grecia), el Premio FIPRESCI a Mejor Película del Festival du Nouveau Cinéma de Montreal (Canadá), y el Colón de Oro a Mejor Largometraje en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva (España), entre muchos otros. Entre otras cosas, le valió para ser estrenada en Netflix en enero de 2021 y en España también está disponible en la plataforma Filmin.

La directora explica que durante la parte de documentación la Policía le aseguró que es imposible saber el número total de casos de robos de niños “porque en los 80 en Perú era mucho más fácil falsificar documentos y era muy peligroso investigar a estas mafias. Los diarios de la época calculaban unos pocos cientos de víctimas por lo que pudieron demostrar, pero es imposible saberlo”. Incluso “constatamos que estos robos siguen existiendo y que algunas mafias de robo de niños aún funcionan porque hay policías y jueces que lo permiten… mejor dicho, esos policías y jueces forman parte de las mafias”.

La cineasta, que estrenó en la quincena de realizadores de Cannes y con su cinta ha sido candidata por Perú a la nominación al Oscar a Mejor Película Internacional y al Goya a la Mejor Película Iberoamericana —“me di cuenta de que los premios no son como los festivales, en los festivales el jurado sí se ve la película”—, se lamenta de que aunque Canción sin nombre ha sido bien recibida en su país, “los robos de bebés y la violencia contras las mujeres o los pueblos indígenas no son un tema de debate o actualidad. Si acaso se habla de las esterilizaciones forzosas de Fujimori, pero como forma de denostar ese periodo, no como crítica al racismo”.

León se hizo cercana de una madre afectada “que nunca recuperó a sus hijos. Fueron robados mayores, y los pudo localizar y los llegó a conocer a través de la fundación de Celine, pero nunca recuperó la relación. Es uno de muchos. Sabemos que hay muchísimos casos más que nunca se resolvieron”. Si necesitaba más pruebas de la actualidad del tema, en 2018 se destapó una red de tráfico con sede en Arequipa, la segunda ciudad del país. También investigó el fenómeno a nivel mundial, escandalizándose con casos como el desvelado por la BBC en 2019 de las “granjas humanas” en Nigeria.

Una actriz no profesional para un personaje indefenso

A la protagonista Georgina le da vida Pamela Mendoza, antropóloga y actriz del teatro comunitario a la que León eligió porque “me parecía absurdo recurrir a actores que, por su procedencia, han podido acceder al teatro profesional cuando queríamos reflejar el enorme abismo que hay en Latinoamérica para las personas de ascendencia indígena. Era más lógico recurrir a personas que hayan sufrido en carne propia la marginalización y la racialización y buscar entre ellas el talento”. Mendoza es hija de migrantes andinos y en las entrevistas ha explicado varias veces que de alguna manera interpreta la historia de su madre y sus tías, excepto por la parte del robo.

Georgina y su marido, Leo, al que pone rostro el actor Lucio Rojas, van y vienen al centro de Lima caminando desde una casita en uno de los acantilados que rodean la ciudad, un desierto que cuelga sobre el mar, en planos que subrayan su indefensión. “Lima es una ciudad capital de un país que no está hecho para servir a la mayoría de gente descendiente de indígenas, de quechuahablantes o de andinos. Los mestizos que hablamos el castellano como primer idioma adquirimos un estatus mayor, pero el que se nota más andino, como el caso de Pamela, lo tiene peor”, explica la directora. Ella misma lo sabe por la historia de su padre, cuya familia paterna blanca nunca lo reconoció.

En el caso del personaje de Pedro Campos, el periodista que interpreta Tommy Párraga, León decidió añadir su homosexualidad a la condición de mestizo para añadir “las otras formas de violencia que vivimos. Esa pequeña historia de amor que él vive en segundo plano no estaba en los primeros borradores del guión, pero creí que a una audiencia internacional, que no supiese tanto del racismo en Perú, le ayudaría a entender por qué se solidariza con ella”. A su padre, Ismael León, “la condición de mestizo lo hizo rebelde y muy solidario con la gente marginalizada. En el periodista de la película, que viva un romance es una forma de indicar que en la vida también pasan cosas con luz”.

Cuando le preguntamos por el balance sobre la situación de las comunidades indígenas en los 40 años pasados desde los primeros reportajes de su padre, la cineasta es pesimista. “La violencia que sigue habiendo se ve en cómo ha afectado la pandemia a los descendientes de indígenas, por ejemplo. Por darte un dato, había 100 camas de UCI en Perú a principios de 2020, la gran mayoría en Lima. Imagínate lo que pasó en zonas como Iquitos, en la selva de Perú, o en Arequipa, que solo tenía tres camas de UCI. Por eso han muerto más de 200.000 personas. Cualquier avance que haya habido no sé en qué lo podemos traducir”.

Aunque sí observa una revalorización de las culturas indígenas en cuestiones como “la debacle del cambio climático. El mundo ha vuelto sus ojos a los indígenas al darse cuenta de que el modelo en el que estamos es destructivo y su forma de vida es un contrapeso”. Melina León es la primera mujer peruana invitada a Cannes, lo que considera “una muestra del interés que hay por el tema a nivel internacional: por el trabajo de las mujeres, por la vida de los indígenas, por los Derechos Humanos en el Perú…”.

Tomado de: El Salto

Tráiler del filme canción sin nombre (Perú, 2019) de Melina León

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“La aceptación siempre es un misterio”

Carlos Barba Salva. Cineasta cubano

Por Dayron Rodríguez Rosales

Ganar premios, en casa, constituye una alegría que Carlos Barba Salva pudo vivir junto a su equipo de realización de Las polacas, cortometraje que se alzó en la más reciente edición del 42 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (FINCL) con el “Premio Coral Especial del Jurado de Cortometraje de Ficción” y, también, con el del “Cibervoto”, reconocimiento que otorga el público a su película favorita.

El realizador conversó con Cubacine sobre esta inolvidable experiencia y acerca de la historia de amor y dolor que caracteriza al cortometraje.

¿Qué significó para usted recibir tales galardones?

Un sueño hecho realidad, sin miedo a caer en el lugar común o en lo manido. El Festival de Cine de La Habana tiene mi edad y pensé mucho en los cineastas cubanos, los que están, pero sobre todo en los que no, los que se fueron sin ese reconocimiento. Además, se lo dediqué a mis padres, con ellos fui a mi primer Festival y por vez primera al cine.

Cuando pienso en un certamen como este, que como espectador visité desde muy joven, me acuerdo de cuando estudiaba en la Universidad de Oriente ―en la carrera de Letras nos daban días para disfrutarlo y uno viajaba por sus medios―. Entonces, siempre me vienen a la mente esas jornadas, visualizándome desde el patio de butacas, aplaudiendo algún film.

Después, me tocó acompañar películas en las cuales fungí como asistente de dirección (con particular emoción recuerdo Barrio Cuba, de Humberto Solás, en el Yara, que fue un verdadero acontecimiento). Luego vinieron mis propios documentales. Y, más tarde, ocurrió la exhibición de mi primer cortometraje en competencia, 25 horas, en la sala del Acapulco y en el propio Yara.

Pasa el tiempo y llega Las polacas, y la alegría se duplica, cuando de pronto eres tú quien te encuentras delante, con todos ahí esperando a que articules unas palabras que tuvieron que aflorar con mis pocos pasos hacia el estrado.

Estoy muy agradecido con el Festival por considerar mi película, al jurado por premiarla y, por supuesto, a la gente que en el primer pase en el cine Riviera el pasado 6 de diciembre, fue tan generosa. Algunos salían con los ojos anegados en llanto, abrazándonos, otorgando un Coral anticipado.

Ahora, ya después de premiado, similar recepción tuvo el corto en el Yara, la catedral del circuito cinematográfico cubano, un cine que alberga la sinceridad en sus espectadores que dialogan con los filmes y los hacen suyos.

También obtuvimos el premio “Cibervoto” al corto más votado, que concede el Portal del Cine y Audiovisual Latinoamericano y Caribeño, de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, por una votación efectuada en línea a través de la plataforma: cinelatinoamericano.org.

¿Considera que el apoyo de Mareafilmes y del ICAIC fue decisivo para obtener tales resultados?

Mareafilmes es mi casa, nacida en Santiago de Cuba con Mujer que espera. Y con el ICAIC hice mis primeras asistencias de dirección en largometrajes de Solás, Perugorría, Arturo Sotto o Rebeca Chávez.

Solo realicé un documental enteramente producido por el Instituto, Gibara, ciudad abierta, y fue una gran experiencia para mí, porque me dieron la posibilidad de escoger el staff, que era digamos, el resumen de mis compañeros en proyectos anteriores.

Con Las polacas tuve el apoyo del presidente del ICAIC, Ramón Samada, quien acogió la idea que venía de un audiovisual independiente, y de Francisco Álvarez “Panchito” y demás especialistas de su oficina. Con ellos había trabajado antes y, ahora, para el tema de permisos de filmación en calles y otras cuestiones de logística, en tanto Las polacas es una película de carretera (road movie) y necesitábamos circular por varios lugares y con andamiaje. Filmar fue como regresar con amigos a vivir el cine, aunque fuera una semana apenas.

¿Tuvo dudas, en algún momento, respecto a la acogida que tendría su corto por parte del público? ¿Imaginaba que sería así de afectiva y calurosa?

La aceptación siempre es un misterio. Cuando se escribe una historia el proceso es una lucha constante para que le guste a uno, primero; la batalla es contigo mismo y con eso que está debatiéndose y tomando forma en la cuartilla en blanco.

El rodaje es el siguiente paso, que se rebela, que tiene vida propia, que pasa por las actrices en el trabajo de mesa y que nos anuncia que hemos iniciado nuestro viaje.

Haber nacido y vivido en Cuba hace que contar historias sea algo natural. Existe magia en los filmes que completa el espectador, de eso estoy cada vez más seguro, y Las polacas me lo demuestra una vez más.

En festivales internacionales donde ha asistido el corto solo, donde Coralia Veloz obtuvo un premio especial del jurado por su magistral interpretación en el Seattle Latino Film Festival, por ejemplo, o cuando recientemente asistí al Havana Film Festival de New York, ―mi primer evento de este tipo tras la pandemia― me impresionó la recepción en el Village East Cinema de Manhattan. De hecho, al final la proyección ellos hacen “Preguntas y respuestas”, y se tuvo que extender la sesión por las inquietudes que se formulaban. Pero ya después de ese interesante encuentro, afuera de la sala, entre las personas que me felicitaban, un joven se me acercó para pedirme un consejo sobre su madre, y una decisión que debía tomar, pues el final de Las polacas le hizo reflexionar acerca de su realidad inmediata. Llegué al hotel con su imagen, cuestionando lo que a veces se dice, eso de que el cine no puede cambiar mentalidades.

En fin, que estoy muy agradecido por todos los que estaban allí con sus palabras elogiosas, pero lo que ese muchacho dijo me hizo pensar en el valor de esa línea del guion, en la defensa de las actrices ante la historia, en ese hilo infinito entre ficción y realidad que, en ocasiones, no se puede explicar.

Apostar por Coralia Veloz y Tahimí Alvariño fue un grandísimo acierto. Coménteme sobre el trabajo con estas dos populares y queridas actrices cubanas, madre e hija dentro y fuera de la pantalla.

Con Coralia trabajé en Barrio Cuba y Tahimí es una amiga de hace años. Vivíamos en paralelo nuestras carreras y, de vez en cuando, nos jurábamos la posibilidad de hacer algo juntos, pero nada impuesto, ni como meta a cumplimentar. Hasta que un buen día sucedió. Llegó la historia que estábamos esperando y supimos sacar provecho de la misma.

Fue un goce porque ellas, con su sola presencia, aportaron mucho al estilo del cortometraje, a lo que aspirábamos a conseguir: madre e hija diciéndose verdades a boca jarro.

En el rodaje, como todo el equipo, fueron súper dedicadas y se esforzaron mucho. Recuerdo que de pronto, una vez, se nubló y la luz cubana hay que entenderla y quererla, y yo las sentía tan preocupadas como nosotros.

No son actrices (Coralia y Tahimí) que se aíslan en maquillaje o que ponen distancia de sus compañeros. Nunca están ajenas al espíritu del filme, saben qué puede o no obstaculizar una filmación, y que un nubarrón puede impedir la continuidad. Eso se aprecia tanto.

¿Por qué contar su historia desde un auto Fiat Polski 126p, es decir, en un vehículo en movimiento y con muy poco espacio?

Una historia como esta, de amor y dolor, un drama latente inagotable, que debía ser ejecutado por dos personajes, tenía que llevarlo a otro nivel. Había algo de claustrofobia que necesitaba para que madre e hija estuvieran más cerca, físicamente, pues ya en muchos sentidos e ideas estaban separadas, y nada mejor que un antiguo polaquito, que es otro rol importantísimo en Las polacas, junto a la fotografía del esposo y padre, que en una escena saca del maletín “Bertha”.

Si se quiere está más cerca de lo teatral lo que yo propongo con Las polacas, aunque desde una visión cinematográfica, y estamos muy contentos de que haya funcionado. Yo no quería distracciones formales, sino a ellas en el centro de los acontecimientos. Hay que estar atento a todo lo que se dicen, hacer el viaje también, acompañarlas cada minuto.

La música de Yuri Hernández; la fotografía de Carlos Rafael Solís; el montaje de Jorge “Tutti” Abello; el sonido de Javier Figueroa; el diseño de banda sonora de Valeria Mancheva y Benito Amaro, sin dudas, me ayudaron a construir ese universo. También está Juan Manuel Gómez en la producción junto conmigo; Ernesto Rancaño y N&B en el diseño gráfico con un cartel tremendamente hermoso y que, a su vez, formó parte de la selección oficial del 42 FINCL; Víctor Dennis González operando cámara; Oscar Pérez como jefe de iluminación y Abel Álvarez en la dirección de producción.

¿Cuáles proyectos le ocupan hoy?

Hace tres años que trabajo en la trama de un largometraje de ficción inspirado en una idea de la gran actriz alemana Hanna Schygulla; invitación de la querida y ya fallecida cubana Alicia Bustamante y de la propia Hanna para colaborar juntos.

Tengo en plan, además, dos cortos casi en igualdad de condiciones para rodar, y un proyecto que me tiene muy ilusionado con el cineasta Gerardo Chijona, a quien me unen afectos entrañables. Porque el cine es eso también: cercanía, afinidad y confianza.

Tomado de: Cubacine

Tráiler del filme Las polacas (Cuba-EE.UU., 2021) de Carlos Barba Salva

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Celebración de la fantasía

Por Eduardo Galeano

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca de Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.

Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.

Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba más de un metro del suelo me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:

-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima- dijo.

-Y ¿anda bien?- le pregunté.

-Atrasa un poco- reconoció.

Microrrelato escrito por Eduardo Galeano que aparece en su obra El libro de los abrazos.

Tomado de: El Viejo Topo

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«Congresista Mario Diaz-Balart: ¡Usted es un sinvergüenza!»

Congresista estadounidense Mario Diaz-Balart

Por Carlos Lazo

Congresista Mario Diaz-Balart: ¡Usted es un sinvergüenza! Dicho en buen cubano señor: ¡Usted es un descaro’! ¿Cómo se atreve a decir que usted quiere lo mejor para el pueblo cubano? Eso suena a broma macabra. ¡A usted no le importan los cubanos de aquí ni los cubanos de allá! ¡Hipócrita!

¡Usted es uno de los que idearon sanciones anti familia que castigan a padres, hijos y abuelos cubanos, en Cuba y en Estados Unidos!

Usted, Diaz-Balart, promovió y aplaudió el cierre de la embajada USA en la Habana. Cientos de miles de familias tienen que realizar sus trámites migratorios en otros países, cortesía cruel de Díaz-Balart y comparsa.

Usted, Diaz-Balart, es culpable confeso de que se prohibieran los envíos de remesas familiares a Cuba a través de Western Union. Su razón de ser como político, es apretar la soga al cuello de la familia cubana. Usted apretó la tuerca del sufrimiento en medio de una pandemia.

Por su culpa, Díaz-Balart, no existen vuelos de aerolíneas estadounidenses a las provincias cubanas. Trump suspendió esos vuelos, incitado por usted y otros odiadores. Por su culpa, los vuelos a Cuba se han encarecido.

Usted, Díaz-Balart, apoyó las medidas trumpistas de cierre del programa de reunificación familiar. Por su culpa, cientos de miles de familias cubanas languidecen esperando reunificarse con sus seres queridos. Por su culpa, señor, nuestra gente desesperada se lanza al mar y pierde la vida.

Pero su desfachatez e inhumanidad no es nada nuevo. ¿Se acuerda del 2004 y de las medidas de Bush que nos impedían visitar Cuba? ¡Solo una visita cada tres años! ¡Punto! ¡Sin excepciones humanitarias! En aquel momento usted participó en el diseño de aquellas crueles restricciones.

Ayer y hoy, usted se ha opuesto a las visitas familiares a Cuba. “Para acabar con el gobierno de Cuba, la familia tiene que hacer sacrificios”. Eso decía usted. ¿Se acuerda? Así vociferaba hace casi veinte años y aún hoy usted sigue repitiendo lo mismo. “¡Qué aprieten más!”. “¡Hay que sacrificarse!”.

¡Qué fácil es pedir hambre y desesperación para otros! ¡Qué fácil es pedir separación de familia, prohibición de viajes, negación de visas, prohibición de remesas (para las familias de otros)! ¡Usted tiene a su familia al lado suyo, Díaz-Balart. ¿Y los demás? ¡Qué se fastidien! ¡Qué los bloqueen!

¿Y usted dice amar al pueblo cubano? ¡No joda chico!

Carlos Lazo

5 de enero de 2022

Nota: ¡Ah! Y antes de difamar de Medea Benjamin, fundadora de Codepink, lávese la boca señor Díaz-Balart. Esa mujer menuda, es una gigante de amor y solidaridad. Medea, además de llevar ayuda solidaria al pueblo cubano, lucha junto a norteamericanos y cubanoamericanos dignos, para levantar las sanciones que castigan a Cuba. Dese un respetón Díaz-Balart. ¡Lávese la boca! A Medea Benjamin la quieren y estiman millones de cubanos. ¡A usted lo desprecian!

Tomado de: Radio Miami TV

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Teatro y cine

Autor: Charles Tesson

Forma parte de la colección “Pequeños Cahiers de Cinemà” dirigidos a estudiantes de primeros cursos de cine. Volúmenes de la colección como Guión o  La luz en el cine han sobrepasado los 4.000 ejemplares de venta.

Cuando el cine vislumbró la posibilidad de contar historias y de escenificarlas, tomó el teatro como modelo y optó por el rodaje en estudio, el cual le ofrecía las condiciones materiales propias del teatro. El cine ha tomado mucho del teatro, ha hecho propios diversos ingredientes suyos, como la interpretación de los actores, el decorado, la escenografía, el diálogo y la dramaturgia, adaptándolos a sus propios medios de expresión. La construcción de las primeras salas de cine se hace eco de la arquitectura típica del teatro.

Mientras el calificativo de «teatral» a menudo posee una connotación negativa cuando designa el estilo de una película, es precisamente en su relación con el teatro donde el cine ha adquirido conciencia de su naturaleza singular como arte y de sus propios dilemas artísticos, entre la atracción por la realidad y la trampa de sus falsas apariencias.

Este libro se detiene no solo en las adaptaciones de obras de teatro a la pantalla, sino también, sobre todo, en las diversas formas que esta relación ha llegado a adquirir. El hilo conductor son los momentos en que el cine ha necesitado más del teatro para defi nir su «pequeña diferencia», como el paso al cine sonoro, la omnipotente televisión o también la irrupción de las nuevas tecnologías.

Muchos cineastas sienten la necesidad del teatro para redefinir las posibilidades del cine: Marcel Pagnol, Sacha Gitry, Jean Renoir, Alain Resnais, Charlie Chaplin, Carl T. Dreyer, Manoel de Oliveira o Jacques Rivette…

Charles Tesson es crítico y docente en la Universidad de París III, Sorbonne Nouvelle. Es autor de diversas obras dedicadas a Satyajit Ray, Luis Buñuel y La Serie B, en Cahiers du Cinéma.

Tomado de: Ediciones Paidos

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¿Es esta la nueva normalidad?

Por Marc Vandepitte 

2021 fue un año agitado, lleno de imprevistos. Los partidarios de Trump asaltaron el Capitolio, no se resolvió la crisis del COVID-19 y la degeneración del clima provocó inundaciones sin precedentes. ¿Es esta la nueva normalidad? Una mirada contradictoria a algunos de los acontecimientos llamativos del pasado año.

La democracia amenazada en Estados Unidos

El 6 de enero varios miles de partidarios de Trump irrumpieron en el Capitolio para impedir que Biden fuera declarado presidente. Vimos imágenes que nadie esperaba en un país «democrático» de Occidente. Este «golpe» fallido no fue en absoluto el fin de la era Trump, sino todo lo contrario.

El asalto al Capitolio radicalizó aún más al Partido Republicano. El 70% de su base y una abrumadora mayoría de los funcionarios electos siguieron apoyando firmemente a Trump a pesar de este flagrante ataque al Estado de derecho. El 56% de los republicanos incluso cree justificada la violencia para «proteger el modo de vida tradicional estadounidense». Muchos de ellos opinan que los asaltantes son buenos patriotas.

Mientras tanto, el Partido Republicano se ha embarcado en una operación para asegurarse la victoria en las próximas elecciones presidenciales. En los 19 estados en los que son mayoría se han aprobado leyes que dificulta votar a las personas de color. Los funcionarios que se opusieron al intento de Trump de socavar los resultados están siendo purgados y sustituidos por partidarios leales. En más de diez estados se han promulgado leyes que dan a los republicanos un fuerte control sobre el recuento y el control de las papeletas.

¿Puede Biden provocar un cambio? Hay pocas posibilidades. Hasta ahora no ha podido realizar ninguno de sus grandes planes y promesas. En primer lugar, porque es prisionero de los poderosos grupos de presión que le apoyaron durante su campaña electoral. Los planes de reducción de impuestos beneficiarán principalmente a la clase alta rica. Mientras tanto, la vida se encarece y la crisis del COVID-19 se prolonga. Mejor ni hablar de su torpeza durante la retirada de Afganistán.

Tiene una mayoría muy justa en el Senado y hay muchas luchas internas en el Partido Demócrata. La popularidad de Biden ha caído al 43%. Es el segundo porcentaje más bajo de un presidente en funciones al cabo de un año. En 2022 se arriesga a perder las elecciones parlamentarias de mitad de mandato, lo que le hará aún más débil frente a Trump en 2024. Las próximas elecciones presidenciales podrían convertirse en una crisis constitucional o algo peor.

La interminable crisis del COVID-19

En 2020 la gestión de la crisis del COVID-19 en la mayoría de los países occidentales fue desastrosa. Los gobiernos no estaban preparados, reaccionaron demasiado tarde, y carecieron de valor político y de decisión para cortar la pandemia de raíz. Además, cuarenta años de políticas neoliberales han afectado gravemente a la asistencia sanitaria. Como resultado, cientos de miles de personas perdieron la vida innecesariamente.

Pero no hay que preocuparse, a principios de 2021 llegaron las vacunas como una especie de deus ex máquina, que nos iban a llevarían rápidamente de vuelta al «reino de la libertad». Una vez alcanzado un porcentaje suficientemente alto de vacunados en la población, las medidas de seguridad se suprimieron inmediatamente. Libertad para ser feliz.

Esa decisión fue muy miope, porque Occidente piensa principalmente en sí mismo cuando se trata de la vacunación y olvida que el virus no conoce fronteras. La inmunidad de grupo en un país o región es una ilusión, el nacionalismo de las vacunas una idiotez. En un mundo altamente conectado no se derrotará a la pandemia en ninguna parte hasta que lo sea en todas partes. Los expertos nos han advertido desde el principio sobre las variantes, especialmente las procedentes de zonas donde es baja la cobertura de vacunación.

Una vez más, nadie le hizo caso a la ciencia y se dejó de lado a los países del Sur. El acaparamiento por parte de Occidente es escandaloso. Hoy en día casi el 70% de los habitantes de los países más ricos están totalmente vacunados. En los países más pobres apenas se llega al 3,5%.

Además del nacionalismo «de las vacunas», el afán de lucro de los gigantes farmacéuticos también desempeña un papel fatal. Apoyados por los gobiernos occidentales, se niegan a liberar las patentes y se aferran desesperadamente a su monopolio de producción de las vacunas. Esta situación hace que se produzcan menos vacunas de las que el mundo necesita, aunque se generan unos beneficios exhorbitantes. Los dos productores de vacunas más importantes, Pfizer/BioNTech y Moderna, obtienen en conjunto un beneficio de 65.000 dólares por minuto. A los accionistas les importa un pepino que esa situación monopolística haga que mueran millones de personas innecesariamente.

A consecuencia de ello pronto tuvimos que lidiar con las variantes, contra las que no solo no sirven las vacunas, sino que también pueden reinfectar a alguien. La variante ómicron probablemente sea menos mortal y tenga síntomas menos graves, pero, al ser mucho más contagiosa, está sometiendo al sistema sanitario (tanto a los médicos de cabecera como a los hospitales) a una fuerte presión, una vez más. También sigue siendo peligroso y mortal para ciertos grupos de riesgo. Y no parece que la variante ómicron vaya a ser la última.

Oficialmente, hasta ahora han muerto 5,4 millones de personas a causa del COVID-19. En realidad es probable que la cifra ronde los 12 millones. Y quienes pensaban que la pandemia había terminado, se equivocan. Hoy en día todavía se muere una persona de COVID-19 cada 12 segundos.

Si seguimos metiendo la pata así, corremos el riesgo de que esta crisis interminable se convierta en nuestra nueva forma de vida. «Si queremos volver a tener una Navidad normal, tenemos que vacunar a todo el mundo», dijo Nick Dearden, director de Global Justice Now.

Aún no se ha evitado que degenere el clima

El pasado verano Bélgica y Alemania se vieron afectadas por unas inundaciones sin precedentes. Fue una dolorosa llamada de atención sobre lo que nos espera si dejamos que el clima siga degenerando. Para evitar esta degeneración, el calentamiento del planeta debe mantenerse por debajo de 1,5°C.

Un grado y medio, ese fue el objetivo de la cumbre del clima celebrada en Glasgow en noviembre. Pero aparte de alcanzar un consenso entre todos los países y acordar reunirse de nuevo anualmente, no hubo ningún plan de acción a largo plazo ni compromisos concretos por parte de los participantes. No se decidió ninguna obligación. Con los actuales planes nacionales de todos los países juntos, nos dirigimos a un calentamiento catastrófico de 2,4°C.

El gran ganador de esta cumbre es el sector de los combustibles fósiles. A corto plazo los gigantes de la energía pueden continuar con sus actividades sin molestias e incluso expandirlas. Los grandes perdedores son los países del Sur. Son los menos responsables del calentamiento global, pero sufrirán la peor parte de sus consecuencias. Además, no disponen de los recursos necesarios para llevar a cabo la necesaria transición energética.

Los países del Norte no están dispuestos a asumir los costes de su histórica deuda climática. Sin una transferencia seria de fondos -varios múltiplos de lo que prometen ahora- nos dirigimos a un desastre climático.

Es muy urgente, no nos queda mucho tiempo. Para tener la posibilidad de limitar el calentamiento global a 1,5ºC, tenemos «ocho años para reducir casi a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero», según Inger Andersen, del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma): “ocho años para elaborar planes, adoptar políticas, aplicarlas y, en definitiva, reducir las emisiones. El tiempo corre».

La cumbre de Glasgow demostró que los jefes de gobierno son incapaces de cambiar el rumbo. Será necesario otro equilibrio de poder para obligar a los jefes de gobierno y a la élite económica a cambiar de rumbo. Un rumbo que no asegure los beneficios de los grandes grupos de capital, sino los del planeta. Un rumbo que no pase la factura a la gente común o a los países del Sur. Este es quizás el reto más importante al que nos enfrentamos hoy en día.

Tomado de: Investig´ Action

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Los desechos en la ecología-mundo capitalista. Una breve historia de la basura plástica

Basura plástica

Por Frank Molano Camargo

El gobierno chino promulgó en 2018 una política de protección ambiental denominada “Espada Nacional” o también “Espada Verde” que consiste en la prohibición de importar diversos tipos de plásticos reciclables del resto del mundo. Si la potencia asiática, para entonces, no se hubiera convertido en el importador de más del 50% del plástico desechado que ha sido generado por el norte global, esta medida posiblemente hubiera pasado sin advertencia. Pero no es así, y ahora los gobiernos y corporaciones globales ven cómo los discursos de economía circular con que en las últimas décadas alentaron a sus ciudadanos a consumir infatigablemente y separar residuos, están colapsando.

Millones de toneladas de plástico descartado ya no fluyen hacia China. Y, en este capítulo del tóxico romance entre el capitalismo y sus desechos plásticos, por una parte, se incrementan las alarmas en los círculos de poder que buscan desesperadamente un lugar dónde redirigir el flujo de desechos, no importa que ese dónde se transforme en nuevas zonas de sacrificio[1]. Por otra parte, como también ocurre en otros momentos de la historia del exceso de desperdicio capitalista, la basura se convierte en el espejo que refleja las inconsistencias, cada vez más evidentes, de los repertorios de sustentabilidad ambiental y economía circular que han vendido los promotores del capitalismo verde.

¿Cómo China decidió dejar de ser el principal vertedero del plástico de la ecología-mundo capitalista y qué impactos tiene esto? ¿Cómo está respondiendo el norte global ante este desafío y qué ocurre en la periferia de la ecología-mundo capitalista? Son las preguntas que se responden a continuación.

El “tóxico idilio plástico” de la ecología-mundo capitalista

En sentido estricto, el plástico no es una materialidad sino una cualidad. Etimológicamente proviene del griego plassein (“moldear”, “dar forma”). Hasta antes del auge de la industria petroquímica en el siglo XX la cualidad de lo plástico tenía diferentes usos (las artes, por ejemplo). Sin embargo, el descubrimiento en las primeras décadas del siglo XX de la versatilidad de los polímeros (resinas sintéticas derivadas del petróleo que, sometidas a altas temperaturas, mostraban una gran capacidad de plasticidad para producir infinidad de mercancías) fue lo que produjo que, a mediados del siglo XX, el plástico se transformara de adjetivo en sustantivo.

Como ningún otro material, el plástico le ha dado a la ecología-mundo capitalista un toque distintivo. La ecología-mundo capitalista es una forma de producir-organizar el espacio, el poder, la naturaleza, la riqueza, mediante flujos de energía y capital que conectan ecosistemas y sistemas de trabajo humano y natural[2]. En esta ecología-mundo, el plástico posibilita la aceleración de procesos de extracción, producción, distribución, consumo y descarte de infinidad de mercancías a lo largo y ancho del planeta, en un envoltorio ideológico de fluidez y ductilidad de la vida moderna, pero, con profundas consecuencias ambientales, también de alcance global.

Las compañías petroquímicas generalizaron las mercancías de plástico tras el boom económico que siguió a la Segunda Guerra Mundial, y lo hicieron con una retórica de modernidad, higiene, ecología e incluso feminismo. Ya no habría que cazar elefantes para obtener marfil, los bosques maderables serían protegidos, la salud de las personas estaría aún más a salvo y el tiempo dedicado a las tareas domésticas, mayoritariamente realizado las mujeres, se reduciría[3]. Durante las últimas décadas, la tasa de producción de plástico ha crecido exponencialmente a nivel global. La producción acumulada de plásticos es superior a los 8 mil millones de toneladas desde 1950 (cuando empezó su masificación), y la mitad ha sido generada solo en la última década. Se han producido más de 300 millones de toneladas anuales de plásticos en los últimos años, con la expectativa que a 2050 la tasa se eleve a 600 millones de toneladas diarias.

Actualmente, más del 99% del plástico es fabricado con combustibles fósiles. Durante todo el ciclo de vida del plástico se generan gases de efecto invernadero: al extraer petróleo y refinarlo, al producir polímeros, al enterrarlo en rellenos sanitarios o incinerarlo, y también al reciclarlo. Sin embargo, la tasa de reciclaje de plástico varía ampliamente entre países y no alcanza el 10% a nivel mundial. Así que la mayor parte del plástico producido termina en vertederos, plantas de incineración, dispersa sin ningún tipo de gestión, en los mares –donde se han formado gigantescas islas de basura plástica– o en otros cuerpos de agua continentales. También partículas nanoplásticas se encuentran en los organismos vivientes, incluidos los humanos.

Los grandes monopolios de la cadena global de plástico tratan de invisibilizar su responsabilidad socioambiental transfiriéndola a los consumidores con el sofisma de que todo depende de los hábitos responsables de consumo. Se trata de una argucia, pues está establecido que en el norte global capitalista los principales productores de plástico son los gigantes petroquímicos. Para 2019, según la asociación australiana Plastic Waste Markers Index, el primer puesto lo ocupaba ExxonMobil con 5,9 millones de toneladas de desechos plásticos, seguida de la compañía química estadounidense Dow con 5,5 millones de toneladas, y de la empresa de gas y petróleo china Sinopec con 5,3 millones de toneladas. Además, otros mega oligopolio corresponde al de los principales distribuidores de plástico. Por último, debemos añadir que, acorde a Break Free From Plastic, una red global ambientalista, los responsables de generar más desechos plásticos contaminantes son Coca-Cola, PepsiCo y Nestlé.

En la década de 1990 se conformó el actual flujo de residuos plásticos de la ecología-mundo capitalista. En esa década florecieron economías capitalistas emergentes que requerían, además de capitales, un alto consumo de materias primas que no tenían a disposición. Una fuente potencial de estos recursos fueron los desechos del norte global. Grandes cantidades de papel, cartón, plástico, chatarra fueron desviados hacia estas economías como ayuda para el desarrollo. No se trató solo de una imposición externa, ya que las clases dominantes y los gobiernos de estas economías jugaron un activo papel en esta vía.

El principal receptor de estos flujos de basura plástica global fue China. A finales de la década de 1990, con una economía capitalista en auge, China se convirtió en el principal destino del mercado mundial de desechos reciclables. Comenzó a importar una amplia gama de chatarra, desde plástico hasta acero, para satisfacer la demanda de insumos en su sector manufacturero y así surtir el mercado interno y convertirse luego en el principal exportador de mercaderías del planeta. Los altos precios de petróleo encarecieron el plástico virgen, así que el reciclaje de desechos resultó mejor negocio para la expansión económica del gigante asiático. A comienzos del nuevo milenio, cada año China importaba 4 millones de toneladas de residuos plásticos, 12 millones de toneladas de papel usado y 11 millones de toneladas de chatarra metálica. Para 2016, China importaba cerca del 30% de desechos plásticos y chatarra metálica de todo el mundo, principalmente del norte global, y esto incluía el 55% de la chatarra de cobre del mundo, el 24% de aluminio, el 55% de papel desechado y el 51% de plástico desechado mundial. Ese año, según Will Flower, Estados Unidos enviaba cada día con destino a China 1.500 contenedores en buques cargados con residuos de todo tipo. Estos buques habían llegado a Estados Unidos con mercaderías baratas y retornaban a China con residuos para seguir produciendo más mercancías[4]. Claro está, no solo Estados Unidos participó de este flujo global de materialidades descartadas, también Europa, Japón y Australia encontraron en China un insaciable devorador de sus basuras.

De esta manera se constituyó un circuito global de gran parte de desperdicios, una ecología-mundo capitalista que parecía resolver los problemas del exceso de producción y consumo. En el norte global los ciudadanos podían consumir sin pausa y su conciencia ambiental quedaba en paz, incentivada por las autoridades ambientales y la publicidad sobre la importancia de separar y organizar los residuos domésticos. Las grandes corporaciones de la industria petroquímica adoptaron el lenguaje de la economía circular global, una estrategia orientada a asegurar su legitimidad pública al tiempo que ampliaban sus mercados y, por supuesto, aparecieron empresas globales de comercio de desechos que se lucraron al máximo[5].

Pero, si todo era tan exitoso… ¿Por qué China puso fin a este modelo de flujo de desechos? ¿Qué está pasando en la ecología-mundo capitalista?

En la primera década del siglo XXI, China se vio inundada de desechos globales. Lo que en un principio fue visto como un impulso al desarrollo económico se transformó en su contrario. Muchos de estos desechos no solo eran de mala calidad, sino que estaban contaminados. Además, los contenedores llevaban también basuras peligrosas y no reciclables. Los fabricantes chinos debían realizar grandes inversiones en la reclasificación de materiales y en la eliminación de las materialidades peligrosas, lo que implicó crear zonas de sacrificio ambiental en varias regiones chinas.

Por esta razón, en 2013 el gobierno chino diseñó la «Operación Green Fence», la cual buscó establecer controles sobre la calidad de los materiales de desecho importados y reprimir el comercio ilegal y el contrabando de desechos globales. Estas medidas pusieron en evidencia que las grandes potencias capitalistas estaban obviando el Convenio de Basilea que establece sobre el control de los movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos[6]. Los exportadores de basura global hacia China argumentaron que el Convenio de Basilea no esclarece qué se considera residuos peligrosos y, por eso, los principales exportadores de residuos se negaron a firmarlo. Las potencias capitalistas del norte global no juegan limpio cuando de basura se trata. Utilizaron la exportación de plástico a China para deshacerse de otras basuras, incluso residuos tóxicos y peligrosos.

También hubo cambios significativos en la sociedad China que explican el cambio de prioridades ambientales en relación con la importación de desechos. En las últimas décadas apareció una clase media y un movimiento sindical hartos de la contaminación causada por los desechos importados, lo que trajo olas de protesta e inconformidad pese a la censura y las políticas de cooptación gubernamentales. En 2015 y en 2016 la opinión pública china fue estremecida con los documentales Under the Dome y Plastic China, respectivamente, que señalaron los duros efectos del reciclaje informal y la contaminación del aire, el agua y el suelo del país asiático[7]. A la presión ciudadana se le debe agregar el incremento del gasto público por razones de descontaminación ambiental, así que estas condiciones empujaron a la República Popular China a endurecer la política de importación de desechos. En 2017 el gobierno proclamó la agenda denominada “Espada Nacional” para hacer frente a la basura del norte global, que detalla las regulaciones para la calidad de la basura importada y prohíbe la importación de 24 tipos de desechos, incluido el plástico no industrial.

En marzo de 2018 China dejó de importar plástico, papel y otros tipos de chatarra de baja calidad. Así que, miles de toneladas de plástico desechado empezaron a acumularse en puertos e instalaciones de reciclaje de todo el mundo, principalmente del norte global que, considerando a China como su principal vertedero, no desarrolló tecnologías de reciclaje en su propio patio.

China es hoy una superpotencia económica en la ecología-mundo capitalista y su gobierno busca dejar de ser consumidora de tecnología, basura e ideas de sus rivales capitalistas. Ahora se proyecta como el epicentro de nuevos patrones globales. Y, en lo que respecta a la gestión de desechos, su política es reemplazar el sector de reciclaje informal por “parques eco-industriales” de alta tecnología más limpios. El propósito es, como sugiere Kate O’Neill, liderar un nuevo enfoque en la disputa por definir los criterios de la economía circular en el marco del capitalismo.

China pretende transitar a una nueva lógica, sea o no un error querer compatibilizar el exceso de producción y consumo, por un lado, con la gestión de desechos, por el otro. Pero mientras eso ocurre, sus competidores en el norte global no están dispuestos a hacer cambios sustantivos en la dinámica establecida, por lo que, previendo el cierre del gran vertedero chino, se están creando nuevas zonas de sacrifico a las que reorientar los flujos de desechos en la ecología-mundo capitalista. El norte global está reorganizando la geografía mundial de flujos de basura plástica, mediante métodos legales e ilegales, que acorten las cadenas mundiales y abaraten costos de transporte. De hecho, un informe de Interpol establece que en los dos últimos años, a partir de la entrada en vigor de la política Espada Nacional de China, se ha incrementado el comercio ilegal de residuos[8].

Según Interpol, dos son los espacios que constituyen la periferia tóxica de las potencias europeas: en primer lugar, los países de Europa del Este (especialmente la República Checa, Polonia y Rumania), y, en segundo lugar, la denominada región MENA (Medio Oriente y los países del Magreb). En el tránsito de estos flujos, cuyo destino final son los vertederos ilegales, los desechos peligrosos se camuflan o son legalizados sin mayor control ambiental. El impacto es nefasto, tanto en lo social como en lo ambiental. Por citar un ejemplo: desde 2018, en Polonia, se han producido incendios en vertederos ilegales en los que se depositan basuras domésticas y de grandes supermercados, que salen del Reino Unido etiquetadas como plástico de la “lista verde” de la Unión Europea. En Zgierz, en el centro de Polonia, los propietarios del vertedero quisieron borrar las pruebas del delito que supone la importación ilegal prendiendo fuego a los casi tres mil metros cúbicos de basuras, con severos impactos para la salud humana y el resto de la naturaleza en este territorio.

Las pujantes economías asiáticas (Japón, Corea del Sur, Taiwán… entre otras) y Australia encuentran un mercado legal e ilegal de residuos plásticos en Malasia, Tailandia y Vietnam, países en que se reproduce el viejo discurso que glorifica la basura importada como materia prima para el desarrollo, pese a que, según señala Interpol, son países que carecen de la infraestructura adecuada para el reciclaje de plásticos.

En el caso de Estados Unidos y Canadá, si bien no renuncian a exportar desechos a los países asiáticos, están diversificando sus zonas de envío. Estados Unidos incluso está llevando su basura plástica a ecosistemas inhabitados por humanos. Un reportaje periodístico de 2016 sobre la inundación global de plástico estadounidense informa que en ese país se han constituido empresas que compran todo tipo de plástico, contaminado o no, y lo exportan a 78 destinos, también a ecosistemas vírgenes (es el caso de la Reserva Marina de las Islas Heard y McDonald (HIMI) en el océano Índico australiano, hasta 2016 protegido celosamente). Según el mencionado reportaje, estas “islas deshabitadas” han recibido 57 toneladas métricas de desechos plásticos no clasificados procedentes de Estados Unidos[9]. Sin embargo, la nota periodística oculta que esta decisión pone en riesgo estos ecosistemas frágiles. Las autoridades ambientales buscaron restringir y controlar la presencia de especies exóticas causantes de la devastación de poblaciones reproductoras de aves marinas, la modificación de las comunidades de plantas e invertebrados, la reducción general de la biodiversidad y las extinciones locales[10]. Ahora, las consecuencias de la presencia de esta nueva materialidad desechada ofrecen un sombrío panorama.

Por razones de cercanía geográfica, pero también por factores geopolíticos, el destino de la basura plástica de Estados Unidos y Canadá tiende a ser América Latina y el Caribe. Según Interpol, en 2020 se notó un notable crecimiento del sector de reciclaje en la región, impulsado por inversionistas de China y Estados Unidos que esperan sacar provecho del exceso de plástico norteamericano. Así, los agentes privados se benefician de las institucionalidades débiles, con escasa capacidad para realizar controles ambientales a las importaciones provenientes de Norteamérica. Para ese año México, El Salvador y Ecuador se habían convertido en los principales importadores de desechos plásticos, con 32.650 toneladas, 4.054 toneladas y 3.665 toneladas respectivamente[11]. Recordemos que Estados Unidos no es firmante del Convenio de Basilea, y está utilizando los tratados de libre comercio y las fisuras del Convenio para firmar acuerdos bilaterales con otros países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) con los cuales, según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, “intercambió” el 55% de sus basuras plásticas. Actualmente, en América Latina, forman parte de la OCDE los siguientes países: Chile, Colombia, México y Costa Rica, cuyos gobiernos pueden estar tentados a convertirse en receptores de la basura norteamericana en nombre de las medidas de recuperación económica postpandemia.

La reconfiguración del flujo de plástico desechado en la ecología-mundo capitalista amenaza seriamente la vida humana y no humana en la periferia global. La inundación de estos desechos crea nuevas zonas de sacrifico, afecta a la salud humana, así como al bienestar de otras especies. Y, de manera particular, impacta negativamente sobre la economía popular de millares de recolectores de materiales descartados que recorren las calles de las ciudades del sur global y que ahora se enfrentan a la competencia de la basura importada. Es en estas condiciones que debe exigirse la defensa del trabajo de los recicladores populares y de sus organizaciones, algo fundamental en el sur global. Además, en el escenario de profundos desafíos en que nos encontramos, la ciudadanía debe presionar para que las políticas gubernamentales garanticen la soberanía ambiental y social de sus respectivos países.

[1] El concepto de ‘zonas de sacrifico’ hace referencia a espacios sometidos recurrentemente a daño socioambiental debido a la saturación de efectos contaminantes. Usualmente estas zonas están habitadas por poblaciones racializadas o de bajos ingresos, así que padecen procesos de injusticia ambiental. También, en una perspectiva antropocéntrica, pueden ser regiones sin habitantes humanos, pero con vida no humana considerada ‘no valiosa’ o ‘de menor impacto ambiental’ por parte de quienes toman las decisiones de contaminar.

[2] Jason W. Moore. (2020). El capitalismo en la trama de la vida. Ecología y Acumulación de Capital. Madrid: Traficantes de Sueños.

[3] Susan Freinkel. (2012). Plástico: Un idilio tóxico. Tusquets Editores.

[4] Will Flower. “What Operation Green Fence Has Meant for Recycling.” Waste360. 11/02/2016.

[5] Kate O´Neill. (2019). Waste. Polity Press.

[6] Su nombre completo es Convenio de Basilea sobre el Control de los Movimientos Transfronterizos de Desechos Peligrosos y su Eliminación. Se adoptó el 22 de marzo de 1989, y entró en vigor el 5 de mayo de 1992, con la intención de poner fin a graves situaciones, relacionadas con el tráfico de residuos peligrosos, presentadas a finales de 1980. Pese a que está suscrito por 187 países, Estados Unidos se ha negado a suscribirlo y otros países han logrado modificar apartados claves del convenio para continuar exportando materiales de desecho peligrosos para toda la vida en el planeta.

[7] Michael Standaert. “It Looks to Go Green, China Keeps a Tight Lid on Dissent”. Yale Environment 360. 2/11/2017.

[8] “Strategic Analysis Report – Emerging criminal trends in the global plastic waste market since January 2018”. Véase: www.interpol.int/es/Noticias-y-acontecimientos/Noticias/2020/Un-informe-de-INTERPOL-alerta-del-drastico-aumento-de-los-delitos-relacionados-con-los-residuos-plasticos

[9] Xavier A. Cronin. “America’s plastic scrap draft”. Recycling Today. 30/09/2016.

[10] Ver el informe del Departamento de Agricultura, Agua y Ambiente australiano en: http://heardisland.antarctica.gov.au/protection-and-management/history-of-protection/pressures

[11] Alianza Global para Alternativas a la Incineración (GAIA). La basura plástica llegó a América Latina: tendencias y retos en la región. Resumen ejecutivo, julio 2021.

Tomado de: El Viejo Topo

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