Polémicas culturales

Los símbolos nacionales y la guerra cultural

Por Fernando Martínez Heredia

Desde hace varios meses —y estimulado por un incidente bochornoso— está presente en el conjunto de medios que circulan en la actualidad cubana un debate acerca de la utilización en espacios públicos de nuestros símbolos nacionales, la bandera de Estados Unidos y las implicaciones que advierten los participantes en el debate. Esto es muy positivo, porque ayuda a defender y exaltar el patriotismo en la coyuntura peligrosa que estamos viviendo e invita a definirse en un terreno que es favorable a la patria, en un momento en que el curso cotidiano incluye muchas cosas en las que no es necesario definirse, que resultan desfavorables a la patria y la sociedad que construimos a partir de 1959.

Como en tantos otros campos y problemas, pudiera producirse en este una división entre élites y masa de la población. La cuestión expresada en los símbolos nacionales tiene una larga data —siglo y medio—, e implica una cultura acumulada que desde el inicio hasta hoy le aporta al mismo tiempo una fuerza descomunal, una gran complejidad y aspectos que han sido y pueden volver a ser conflictivos. Desde hace tres décadas vengo publicando mis criterios sobre ese decurso histórico y sus expresiones contemporáneas, y no me repetiré aquí. Solo reitero que la explosión libertaria y de poder revolucionario combinados que se desató hace casi 60 años logró —entre tantas victorias— deslegitimar y disminuir a fondo las divisiones cubanas entre élites y masa, y resulta vital que no permitamos que hoy se vuelvan a levantar.

En torno a la cuestión de estos símbolos existen actualmente reacciones y opiniones diversas que no creen referirse a problemas trascendentales. Más vale no tacharlas de superficiales, ni sentirse solamente heridos ante lo fenoménico. También pueden crearse confusiones involuntarias, porque las ideologías que se van instalando en clases y sectores sociales no se basan en la malicia, ni en intenciones y reflexiones. Es imprescindible interesar a la formidable conciencia política que posee el pueblo cubano en cuanto a lo que significa esta cuestión, para que la resuelva.

Es preciso aclarar que estamos ante dos problemas diferentes: el del uso y la regulación de los símbolos identificados como nacionales, y el de la batalla cultural decisiva entre el socialismo y el capitalismo que se está librando en la Cuba actual.[1] Trataré de sintetizar aspectos, comenzando por el primer problema.

La ley que regula la utilización de esos símbolos puede ser muy rígida, pero nadie le ha hecho caso nunca a esa rigidez, y el pueblo ha expresado su patriotismo de todas las formas y con todas las acciones que ha estimado conveniente. El canon patriótico popular de uso de los símbolos nacionales tiene otras reglas que son diferentes a las legales, y más legítimas que estas, porque tiene su fundamento en la conciencia colectiva, los sentimientos, las costumbres y las tradiciones que lleva íntimamente cada persona consigo, desde que comienza a descubrirlos y asumirlos de niño hasta la muerte.

En la batalla de símbolos que se está librando participa una multitud de cubanas y cubanos que sienten una profunda emoción al cantar el himno nacional —como el atleta premiado que lo entona llorando—, o portan, veneran, pintan, saludan a la bandera de la estrella solitaria. Participan los que tienen a Martí como el padre tutelar de esta nación, que nos enseñó las cuestiones esenciales y nos brindó su talento, su proyecto y su vida, le tienen devoción y lo representan, aunque lo hagan con más unción que arte. Y los que siguen a Maceo porque supo trasmutar la guapería en heroísmo, renunciar al mérito propio por la causa y presidir la familia que murió por Cuba. Participa el que se tatúa al Che en su cuerpo, el que siente orgullo de ser cubano y el travesti vestido con la bandera en la obra de teatro político hecha por jóvenes.

Es un error poner las precisiones y discusiones sobre la ley en un lugar importante, en medio de la tremenda pelea de símbolos que ya estamos viviendo. Sería otra de esas discusiones que pueden ser largas o abstrusas, pero le interesan a muy poca gente y no sirven de mucho.

La ley debe servir, con claridad y sencillez, para defender lo que sería el hábito externo del patriotismo, frente al avance galopante de la mercantilización que está envileciendo tantas cosas, y para ayudar a hacer acertadas y efectivas las expresiones populares y oficiales del patriotismo. Hay que sacarla de la fría prosa y la convocatoria semestral de la Asamblea Nacional. Los medios de comunicación y el sistema educacional deben divulgarla —insisto, divulgarla—, como un auxiliar más del patriotismo, ayudándose con algunas narraciones emotivas y unos cuantos datos que casi nadie conoce, que sean ajenos unas u otros a los clichés tan repetidos que no mueven a nadie y provocan aburrimiento o rechazo.

Paso a la función de los símbolos en la batalla cultural, que en la fase actual de Cuba es la principal.

Será muy positivo si podemos analizar cada aspecto diferente del problema, teniendo siempre en cuenta que no existen así, sino como parte de un todo; que existen mezclados, en conflicto o en paralelo con los demás aspectos y problemas de su propio ámbito, pero sobre todo con otras características de la sociedad cubana actual. Habría que elaborar una comprensión del conjunto de la cuestión de los símbolos nacionales en función del complejo y doble conflicto actual, entre capitalismo y socialismo y entre Cuba socialista y Estados Unidos. Y atender también a los condicionamientos a que nos someten las corrientes culturales principales del mundo actual.

En cuanto a esto último, gana cada vez más terreno a escala mundial la homogeneización de opiniones, valoraciones, creencias firmes, modas, representaciones y valores que son inducidos por el sistema imperialista mediante su colosal aparato cultural-ideológico. Una de sus líneas generales más importantes es lograr que disminuyan en la población de la mayoría del planeta —la que fue colonizada— la identidad, el nacionalismo, el patriotismo y sus relaciones con las resistencias y las revoluciones de liberación, avances formidables que se establecieron y fueron tan grandes durante el siglo XX. La neutralización y el desmontaje de los símbolos ligados a esos avances es, por tanto, una de sus tareas principales. Es obvio que ese trabajo trata de ser más eficaz hacia los jóvenes, que están más lejos de las jornadas y los procesos del siglo XX. Si logran que les salga bien, la victoria imperialista será mucho mayor, porque se generalizará el desconocimiento y el olvido de aquel mundo de libertad, justicia social y soberanía, y les será más fácil implantar el mundo ideal y sensible correspondiente a su dominación.

En vez de desconcertarnos con las anécdotas terribles de ignorancias de jóvenes en este campo, y de que se extiendan las creencias en mentiras y aberraciones que son difundidas dentro de la masa creciente de medios que no controlamos, hay que desarrollar ofensivas —no ripostas— de educación patriótica y socialista bien hechas, atractivas y eficaces, exigir y lograr la participación de los medios nuestros que deben implicarse en esas ofensivas y la eliminación de las actuaciones y omisiones que se opongan a ellas o las debiliten, y organizar atinadas campañas de condena y desprestigio de los aspectos burdos o menos disimulados del sistema cultural-ideológico imperialista.

Pero lo esencial es que partamos de que en lo interno a Cuba está lo decisivo en la batalla de los símbolos.

Los niños pequeños y los alumnos de primaria aprenden a sentir el patriotismo y venerar los símbolos. Confluyen en ese logro la enorme tradición cubana que les llega desde las familias y la escuela, por la cual pasa el universo infantil, el esfuerzo de sus maestros, los actos escolares. Desde hace más de un siglo el patriotismo ha tenido una amplia presencia en su socialización, y la Revolución multiplicó las acciones, los vehículos y las actitudes positivas en esa asunción más temprana del patriotismo. La fractura viene poco después.

Hay que actuar mucho, y bien, en la formación de los adolescentes y jóvenes, porque ahí se unen la deficiente calidad de la educación secundaria y la avalancha de materiales ajenos o desfavorables al patriotismo nacional que cae sobre ellos, en una etapa de la vida en la que el ser humano experimenta una multitud de cambios, motivaciones e influencias. El peso de la familia disminuye en esa etapa, es insuficiente el trabajo o la influencia en ellos de instituciones y organizaciones de la Revolución, y se topan cada vez más con diferencias sociales, porque ellas han venido creciendo. Esas diferencias impactan su sensibilidad y su comprensión de la sociedad cubana, llegan a obligar a una parte de los adolescentes y jóvenes a hacer elecciones y renuncias, y tienden a sectorializarlos y disgregarlos.

Sin embargo, no debemos conformarnos con generalizaciones superficiales, ya sean triunfalistas o pesimistas. Es imprescindible analizar y llegar a conocer la situación, con rigor y con honestidad. Esto nos permitirá, por ejemplo, encontrar muchos miles de jóvenes en disímiles situaciones y de diferentes sectores, a lo largo del país, que se identifican con el patriotismo popular de justicia social, o que lo harían si se representan que eso es necesario. Qué los motiva, cómo lo entienden, cómo lo formulan, merece estudio más que preocupación. Y es posible que los más conscientes no parezcan muy tentados a decir lo dicho, hacer siempre lo que se espera ni hacer mucho caso a los consejos. Las generaciones que emprendieron las revoluciones que ha vivido Cuba tenían esos mismos rasgos.

Por su parte, la creciente conservatización de nuestra sociedad no incluye un chovinismo cubano, sino más bien la imitación de modelos extranjeros. Ponerse al día con los consumos materiales e ideales, hacer lo que se espera que uno haga, alternar, ocupar un lugar social determinado, no privilegia lo nacional, sino lo «de afuera», y Estados Unidos tendrá cada vez más presencia en esto. Pero no se trata de una subestimación abierta de lo propio, como experimentaban los colonizados hasta el siglo pasado: ahora viene envuelta en su disfraz neocolonial. Lo que abunda es una supuesta comprensión de que las naciones y lo nacional no tienen tanta importancia, y que la vida cotidiana, la diversidad de identidades e inclinaciones humanas y sociales de los individuos, gran parte de las preocupaciones y las ideas sobre el medio ambiente, la vida cívica y otras cuestiones se pueden y se deben compartir sin ninguna reserva por las personas de «todas» las naciones.

Detrás está la estrategia imperialista de desnacionalización de la población de la mayoría de las naciones, para desarmarlas y dominarlas más fácilmente, pero este peligro mortal no es objeto de polémicas políticas ni ideológicas. Los comportamientos desarmantes parecen algo natural, «normal», y pueden llevar a considerar anticuado, obcecado y hasta cavernícola al que insiste en fastidiosos discursos políticos.

Permítanme usar un material de hace dos meses para añadir criterios acerca de los símbolos. En los pueblos que han logrado avanzar en la lucha contra el colonialismo que el capitalismo le ha impuesto a la mayoría del planeta, numerosos aspectos de su universo simbólico adquieren una importancia excepcional. Son fuerzas inmensas con las que cuentan, muy superiores a sus escasas fuerzas materiales, porque son capaces de promover la emoción, exaltar los valores y guiar la actuación hasta cotas de esfuerzos, incluso de abnegación, heroísmo y sacrificios, que serían imposibles sin ellas, y propician triunfos que pueden ser asombrosos. Al mismo tiempo, esos símbolos son el santo y seña cívicos de una comunidad nacional, las canciones, las telas, los nombres, los lugares que identifican y reúnen a las hijas y los hijos de un pueblo orgulloso de su historia.

Por eso los símbolos cubanos son hoy también un frente en la guerra cultural. Pero lo que a mi juicio será decisivo es si enfrentaremos o no nuestros problemas fundamentales como revolucionarios cubanos socialistas, con la mayor participación real que sea posible en cada caso, con honestidad ante los datos de los problemas, la apelación al consenso y la creatividad de los implicados, la mayor flexibilidad táctica y el más férreo apego a los principios.

Hay que defender y difundir la causa del patriotismo socialista, la hija de la revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, hay que hacer conciencia y movilizar, hay que vivir y compartir las emociones y los sentimientos, las ideas y las actuaciones que han llevado a este pueblo a ser admirado en el mundo. Los símbolos nacionales no son cosas fijas que deben ser honradas según un recetario establecido, son algo que no vive por sí, sino cuando lo hacemos vivir. Son una relación íntima de cada uno y del pueblo entero con una dimensión que las personas revolucionarias y la nación liberada convirtieron en algo entrañable. Son la campana de La Demajagua de hoy, que apuesta a un futuro de libertad, soberanía y justicia social.

[1] Por cierto, vengo utilizando el concepto de guerra cultural y alertando en público acerca de ella desde hace más de 20 años. Ver: «Anticapitalismo y problemas de la hegemonía», de febrero de 1997, en Fernando Martínez Heredia: En el horno de los noventa, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005, pp. 242-245.

Tomado de: http://www.contextolatinoamericano.com

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La política cultural de la Revolución cubana en los 60

Palabras a los intelectuales, Fidel Castro Ruz

Por Aurelio Alonso Tejada

En Cuba sería prácticamente imposible hablar de la política cultural de la Revolución desde una instantánea del año 1968 —o de ningún otro momento— sin tomar en cuenta, en su integridad, la vertiente cultural de la transformación revolucionaria que se inició con el comienzo de los años 60. Nada nuevo añado al recordar que la radicalidad del cambio político y económico que tuvo lugar entonces se dimensionaba igualmente, desde el principio, también en el mundo espiritual: en la esfera del saber, del pensamiento y la creación, en las conductas y en los valores. Más exacto que «también», sería quizá decir «sobre todo», porque son estas las aspiraciones que expresan, en rigor, la desalienación en la cual se cifran los ideales más profundos del cambio. Dicho de otro modo, la revolución cultural, imposible de condensar en una simple etapa del proceso, es impresionante por sus aportes y cargada, a la vez, de complicaciones, de incidencias y desafíos.

Para el pueblo cubano, el corte definitivo a la indefensión ante la oligarquía nacional y la sumisión a la potencia dominante (el nuevo sentido que cobraba el concepto de soberanía), definió el paradigma de la transición que germinó en los 60, signado por la búsqueda de un camino socialista sin dependencias. Lamentablemente el nivel de independencia deseado no se pudo consolidar del todo debido a la conjunción de la sostenida hostilidad estadunidense y las limitaciones internas que prevalecían, y la hoja de ruta original tuvo que alterarse con el avenir de los 70.

Esta necesidad, nunca renunciada, de autoctonía reviviría a principios de los 90 —al desintegrarse el bloque socialista— envuelta en las enormes dificultades resultantes del derrumbe económico y del cuestionamiento de paradigmas. Se intentaba rescatar proyecciones y críticas acertadas de aquellos primeros años, y se producían, parejamente en este intento, miradas ilusorias al pasado, idealizando integralmente los 60, sin tomar en cuenta las contradicciones propias de la época. Es aquella complejidad lo que me he propuesto despejar aquí con algunas apreciaciones personales, seguramente polémicas. En todo caso, quiero destacar que en la preparación de estas líneas me he valido de los estudios realizados por Alina López Hernández (2013), Jorge Fornet (2013) y Guillermo Rodríguez Rivera (2017), amén de algunas experiencias personales. Pero las valoraciones que formulo son, por supuesto, de mi entera responsabilidad.

Quisiera distinguir, convencionalmente, tres etapas en la política cultural de la Revolución de los años 60, en las cuales anticipo que la perspectiva propiamente cultural está conectada con la política, como sabemos que lo está también la económica.

Enmarcaré una primera desde la victoria misma de 1959 hasta aproximadamente 1961, pues no siempre se pueden ver con exactitud momentos de corte. En estos años, la impronta revolucionaria en el mundo de la cultura se va a distinguir por hechos verdaderamente fundacionales, todos significativos, los que considero conforman un cuadro liminar de nuestra revolución cultural. Incluyo aquí, en el mismo año 1959, la creación del Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (ICAIC), la Casa de las Américas, el Ballet Nacional de Cuba, la Imprenta Nacional, que inauguraba, con una edición popular del Quijote, una política editorial al alcance de los ingresos más bajos, en la cual predominaban los clásicos y se abría puertas a la literatura socialista. La Biblioteca Nacional de Cuba, cuyos patronos habían mantenido en pie, a duras penas, desde su fundación en 1901, recibió enseguida un apoyo gubernamental decisivo. Se estableció un sistema nacional de escuelas de arte. Fue como un tiempo de siembra.

Figuras notables de la creación (como Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Alicia Alonso, Harold Gramatges o Mariano Rodríguez) y de la academia (como Vicentina Antuña, Juan Marinello, Mirta Aguirre, María Teresa Freyre de Andrade o Julio Le Riverend) tuvieron un protagonismo notable en estas acciones. Desde principios de 1959, salió a la luz Lunes de Revolución, semanario cultural del diario oficial del Movimiento 26 de Julio —el de mayor circulación hasta su desaparición al fundarse Granma en 1965—, portador de un abanico de criterios en debate dentro del panorama intelectual. Considero que Lunes… guardaba correspondencia con las tonalidades heteróclitas de los años primeros. Doy cuenta aquí solamente de las acciones que creo más significativas o, al menos, suficientes para esbozar un escenario temprano.

No estaría completo este panorama si omitiera la creación, en 1960, de las Escuelas de Instrucción Revolucionarias (EIR) que van a dominar el firmamento ideológico marxista durante los seis años siguientes, hasta revelarse discutibles en su estilo, redireccionarse hacia urgencias de la producción, y terminar disueltas antes del final de la década. Representan una importante vertiente del cambio cultural en marcha. Fue un sistema completo que estructuró cuatro niveles de enseñanza del marxismo para los trabajadores, siguiendo una estricta norma soviética: nivel elemental y básico, impartidos en el mismo centro de trabajo; y provincial y nacional, para los cuales se internaba a los seleccionados en cursos de varios meses y hasta de un año de duración. La escuela superior que se creó para los cuadros políticos se convirtió en universidad —subordinada al Partido Comunista de Cuba (PCC)— y así funciona hasta nuestros días. La experiencia bolchevique la recuerdo traducida (mal) como la «profesura roja», la cual respondía a la consigna de formarse «rojos y expertos».

Este sistema lo diseñó y condujo en la experiencia cubana Lionel Soto, quien compartía con Alfredo Guevara el prestigio de ser uno de los intelectuales más cultivados en el marxismo dentro de la Juventud socialista antes del triunfo revolucionario; ambos cercanos a Fidel y Raúl Castro desde sus luchas estudiantiles. Uno más sujeto, a mi ver, a una mirada doctrinal, el otro más abierto y creativo. Las EIR se identificaban, desde su origen, como «escuelas del Partido», aunque la integración de este no culminaría hasta 1965. Tuvieron el mérito de extender el aprendizaje del marxismo por toda la Isla, y el defecto de hacerlo aferradas al canon soviético; responden, en esta historia, por logros de difusión y por pecados de confusión. Aquel sistema funcionó —incluso desde antes de la alfabetización masiva— como un sistema paralelo al de la enseñanza general que dirigía Armando Hart, entonces ministro de Educación, quien tuvo un peso decisivo en tutelar, desde su posición, los pasos que antes he referido en el campo de la cultura, y otros que citaré a continuación, sin discriminación de tipo alguno ni alineamientos dogmáticos ni sectarios. La conducción de las instituciones culturales se subordinó, hasta 1976, al ministerio de Educación, y su análisis no debe pasar por alto los cambios de ministros.

Diferencio una segunda etapa de 1961 a 1964 (es una hipótesis de trabajo, insisto), tomando por eje la campaña de alfabetización en 1961, con el consiguiente plan de seguimiento, y la unificación y gratuidad del sistema educativo nacional, llamado a crear una ciudadanía instruida. No se condicionaba esta decisión a que el crecimiento de la economía pudiera costearla. La elevación masiva de las capacidades de consumo y creación de bienes espirituales se hacía clave para dar consistencia a la revolución cultural; no bastaba con echar a andar iniciativas e instituciones. La universalización de la enseñanza puede considerarse como la columna vertebral que sostendrá los pasos que iniciaron las fundaciones anteriores y los que se aspiraba a dar: el desarrollo deseado de la economía y el rumbo del proyecto social en su conjunto.

En el mismo 1961 —dos meses después de la derrota de la invasión mercenaria apoyada por los Estados Unidos, en Playa Girón— se produce uno de los primeros diferendos surgidos en el campo de la cultura, el cual se tornó definitorio. Al prohibir el ICAIC la difusión del documental cubano PM, de Orlando Jiménez Leal y Sabás Cabrera Infante, provocaría las controvertidas reuniones de junio, en la Biblioteca Nacional José Martí, en torno a la libertad de creación.

Después de tres jornadas de discusión, pronunció Fidel el memorable discurso publicado con el título de Palabras a los intelectuales (Castro, 1961). Enunció allí la definición de los parámetros que serían tomados desde entonces como rectores de la política cultural presente ya en las acciones culturales desplegadas con anterioridad: «Dentro de la Revolución todo. Contra la Revolución, ningún derecho» (11).[1] Ofrecía apertura a las libertades y fijaba a la vez el límite, parametración que se observará posteriormente en los aciertos, aunque también ha servido de referencia para justificar arbitrariedades. Depende de cómo se quiera entender el alcance de «contra», que es la preposición que expresa un inevitable límite a lo admitido. Fidel dijo primero «Contra la Revolución, nada», y repitió líneas más adelante la expresión completa, pero precisando «Contra la revolución, ningún derecho». La versión aludida con más frecuencia es la primera, menos precisa, porque el adverbio «nada» provee de una gran elasticidad para calificar el alcance del «contra», quizá demasiada. Es una sentencia que puede utilizarse tanto para justificar extremos de apertura como los de censura. Recuerdo que, en una entrevista de la época, uno de nuestros escritores más comprometidos, a quién la prensa pidió una interpretación, respondió: «¡Ama a la Revolución y haz lo que te dé la gana!». Pero a pesar de lo elástico de la connotación, o tal vez gracias a ello, es un enunciado que hemos utilizado y utilizamos como referencia sustantiva, en uno o en otro sentido. Lo valoro como muestra de la correlación entre lo que toca fijar al discurso político y lo que tiene que definirse en el territorio de la realización cultural; de ningún modo como una insuficiencia semántica.

De aquellos debates surgió, solo unos meses después, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), que procuraba una integración amplia de la intelectualidad cubana, positiva expresión institucional del «dentro» en la frase de Fidel. Ya se había creado, en el mes de enero, el Consejo Nacional de Cultura (CNC), llamado a proveer integridad institucional al cambio cultural desplegado en los tres años precedentes. Diseñado con competencia para motivar, inducir, organizar e incluso coordinar, también administraba. No incluía estructuralmente al ICAIC ni a la Casa de las Américas, que mantuvieron su autonomía, en respeto tal vez a cierta seniority en el cambio cultural, la cual podía servir más bien como ejemplarizante.

La redición masiva por la Imprenta Nacional del ensayo de Juan Marinello de 1958 titulado «Conversación con nuestros pintores abstractos», devino, hasta cierto punto, un manifiesto realista. Desde su creación y hasta 1964, el CNC es conducido por su ejecutiva segunda figura, Edith García Buchaca, con una severa mirada ortodoxa, que se hizo sentir en la primera marea polémica sobre la cultura en el socialismo, desatada en 1963, y sostenida con intensidad durante cerca de un año, a partir de la política de importación y difusión de películas cinematográficas (Pogolotti, 2006). Intervinieron en la discusión algunos de nuestros más prestigiosos intelectuales, y se puede decir que tuvo su clímax en la confrontación iniciada por Blas Roca (histórica figura política del viejo partido comunista[2] y director de su órgano de prensa, Noticias de Hoy) que objetaba como perniciosa la exhibición del cine occidental en nuestras pantallas. Decisivas fueron las respuestas de Alfredo Guevara en defensa de la apertura que la política del ICAIC había adoptado. No hubo publicación cultural que no se involucrara en el debate de un modo o de otro, el cual se volvía a centrar en proyecciones encontradas en torno a la cultura en una sociedad socialista. Creo que se puede afirmar que la confrontación en la política cultural en Cuba (sobre la connotación de la preposición «dentro») comenzó por el cine, y que en ella no logró imponerse el dogma.

En este período, que he caracterizado, de manera convencional, como el segundo, tres sacudidas, en la más estricta esfera de la política, van a tocar tangencialmente el tema de la política cultural. La primera fue la introducción de una proyección que privilegiaba las posiciones del comunismo tradicional, inclinado hacia la órbita soviética, en la integración del Partido —único, para nosotros, por unido— criticadas como sectarias al ponerse en evidencia, motivando la revisión de rumbos y actores en el tinglado político. La dirección del país acababa de concertar con la Unión Soviética (URSS) el despliegue de cohetes nucleares en Cuba; su cancelación inconsulta, en la ecuación que cerraba la Crisis de octubre unos meses después del proceso contra el sectarismo, dio lugar a un tenso diferendo con Moscú. El hecho es que la solución que se daba a la crisis no tomó en consideración las urgencias y la posición de Cuba, a pesar de ser la parte más interesada debido a que los cohetes se encontraban en su territorio.[3] El tercer incidente tuvo lugar en 1964, y fue la controversia política generada alrededor del juicio al delator Marcos Rodríguez, culpable de la masacre de los dirigentes del Directorio Revolucionario 13 de Marzo en la calle Humboldt número 7, en La Habana.[4]

La actuación de la jerarquía soviética en los dos primeros episodios, y en otros menos relevantes, prefiguraba el perfil de una nueva relación de dependencia, la cual suponía una evidente incidencia en la política cultural.

Un tercer período (siguiendo esta periodización convencional) abarcaría básicamente la segunda mitad de la década. El CNC cambia de dirección tras el juicio citado, al resultar encausados por encubrimiento Edith García Buchaca y su esposo Joaquín Ordoqui —a la sazón viceministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR)— a finales de 1964. Esto también representó un cambio de orientación, pues el Consejo no volvería a ser dirigido por figuras del viejo Partido Comunista. José Llanusa sustituyó a Hart como ministro de Educación, cuando este asumió la responsabilidad de organizador del PCC recién fundado, y designó presidente del CNC a un médico, que había fungido de rector de la Universidad de Oriente. Su desempeño en esta tarea fue inevitablemente discreto, incapaz de articular en política los avances de las instituciones que se subordinaban al Consejo, en consonancia con las que, por fortuna, mantuvieron su autonomía. Lisandro Otero se desgastó en el ejercicio de la vicepresidencia bajo una conducción que no dejaba espacio a iniciativas. No obstante, el movimiento de promoción cultural desplegado por la Casa de las Américas, el desarrollo del cine, la consagración de una gran escuela de ballet, y el emprendimiento editorial nacido en la Imprenta Nacional y consolidado con la creación del Instituto del Libro en 1967, fueron los que mejor lograron hacer realidad, en esa década, la política cultural revolucionaria.

En 1967, el CNC decidió crear una revista que titulamos RC, abreviatura de Revolución y Cultura, la cual dirigió Lisandro arbitrariamente, al margen del Comité de colaboradores, donde las más importantes figuras de la intelectualidad revolucionaria cubana habían aceptado figurar. La renuncia casi en pleno del Comité en una carta a la redacción en el segundo número, con el título de «No a RC-2», debido a un artículo poco respetuoso a la condición de intelectual, mostraba en el fondo esta incapacidad (VV.AA., 1967).

No obstante, crecieron en el escenario cultural las realizaciones y la presencia de Roberto Fernández Retamar, Manuel Galich, Roque Dalton, Mario Benedetti, y muchos más junto a Haydée Santamaría, en la Casa de las Américas; de Tomás Gutiérrez Alea (Titón), Julio García Espinosa, Humberto Solás, Santiago Álvarez, los primeros rostros que la pantalla inmortalizó, y toda la panoplia creativa vinculada al cine, junto a Alfredo; y el de la inigualable Alicia Alonso, con Fernando, las «cuatro joyas» y otros que tanta gloria han dado a la Escuela Cubana de Ballet; así como la nueva generación de músicos y pintores que emergían cerca de los consagrados. Y solo me asomo, con estas referencias personales, a un nuevo protagonismo que florecía en el contexto de nuestra revolución cultural.

El CNC de esos años no se movía a contracorriente de los logros, pero el cambio de orientación buscado, del cual se esperaba una sintonía más orgánica de aperturas, se diluyó en una proyección administrativista. Incluso me atrevería a hablar de un retroceso funcional de esta institución, si se tiene en cuenta que —doctrinarismo aparte— el período de García Buchaca mostró un órgano nacional más coherente administrando cultura, a pesar de lo que pueda objetarse al sentido de su proyección.

En 1962, en el campo de la educación superior, se aprobaba la Ley de la Reforma Universitaria, pero en 1964 también fue sustituido Juan Marinello (diría yo que en el declive coyuntural del panteón socialista) de la rectoría de la Universidad de La Habana, al parecer en busca de una proyección menos conservadora en su mirada socialista. Lamentablemente, tampoco parece haber sido un relevo exitoso; al menos no en lo inmediato. Se prescindió de una figura prestigiosa para lograr una ejecutividad que el sustituto no introdujo, y no duró más de un año en el cargo (alguien comentaría sobre la sustitución de Marinello: «se cambió prestigio cultural por resultados prácticos y ahora no tenemos resultados prácticos ni prestigio cultural»). Sin embargo, poco tiempo después, a principios de 1966, llegaría a la rectoría universitaria, donde permanecería hasta 1972, el Dr. José Miyar Barruecos. Dirigió en estrecha sintonía con Fidel Castro, y con él nuestra alta casa de estudios alcanzó el mayor protagonismo en las transformaciones propias del proceso revolucionario. Ese vínculo culminante que disfrutó la presencia universitaria en los 60 se esfumó con la salida de Miyar Barruecos del Alma Mater. Las buenas cosas no siempre han tenido la fortuna de durar.

Pero lo que quisiera destacar es que de 1965 a 1970 vivimos un período marcado por la mayor intensidad de la confrontación, dentro del proyecto socialista (subrayo «dentro» de la Revolución), de la herejía cultural frente a una ortodoxia doctrinal que se mantuvo impermeable. A la revista Casa de las Américas, que lideró desde 1960 las publicaciones culturales, por su calidad, su compromiso y su apertura, se sumaron en este período, entre otras, El Caimán Barbudo (1966), suplemento mensual del diario de la juventud y la revista de ideas Pensamiento Crítico, elaborada por un grupo de jóvenes profesores del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, creado en 1962 para impartir allí el pensamiento marxista. Existió de 1967 a 1971, y su cierre (de departamento y revista) anunciaba, como el «caso Padilla», la cercanía del dramático cambio en nuestra política cultural caracterizado para la historia como «quinquenio gris»[5] desde aquel año 1971, difícil y sombrío «dentro» de la Revolución.

Normalmente aludimos al Congreso Cultural de La Habana celebrado en enero de 1968 como referencia terminal de una etapa en el campo de la cultura, y al Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, en marzo de 1971, como inicio del «quinquenio gris», con una proyección discriminatoria y excluyente en la política cultural. Es una caracterización acertada, pero los tiempos tampoco pueden ser explicados por esquemas. La realidad social tiene demasiado contenido para ser simplificada.

Es por tal motivo que he tratado de centrar la mirada en lo contradictorio dentro de aquellos 60, que recordamos con justa nostalgia por la pluralidad de posturas, el espíritu polémico, la validación de la crítica, la creatividad cultural; incluida, por supuesto, la cultura política. Se puede afirmar que, escoyos e incoherencias aparte, son los 60 los años que marcan el punto más alto que conseguía la definición de nuestra identidad, siempre en un contexto contestatario, no solo contra la ideología enemiga, sino también ante los dogmas ajenos y propios, que nunca han dejado de ensombrecerla. Pero también cargados de lastres: cometimos errores, pequeños y grandes, se padecieron discriminaciones, a veces intensas como las que se revelaron en el resultado deformado que tuvieron las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) entre 1965 y su disolución definitiva en 1968, que quienes la sufrieron no podrán olvidar. No fue aquella la única expresión excluyente en la cual tal vez se exacerbara el sentido del «contra». Y no me detengo más en el giro que se dio en los 70 porque solo deseo consignar que ese giro tuvo lugar, existió en todo el complejo social, y que su incidencia justifica que los cubanos volvamos la mirada hacia aquella década que lo precedió, incluso para extraer aprendizaje en nuestra marcha hacia el futuro.

En 1968, pasado el Congreso Cultural de La Habana, se produjo otra sacudida política, secuela del «sectarismo» en la integración del PCC a comienzos de 1962. Los mismos responsables —algunos al menos—, trataban de recuperar posiciones (al nuevo proceso se le denominó «microfracción»), conscientes del estado de crisis al cual el bloqueo y las limitaciones internas habían llevado a la economía de la Isla al término de la década. El proceso se produjo enseguida, tras la clausura del evento cultural, por lo cual se puede inferir una situación que se había gestado paralela a la preparación del Congreso. Volvían aquellos actores a buscar la atención de la embajada soviética, aprovechando el inocultable desgaste de la economía, para presentarse como portadores de una alternativa de acercamiento al Kremlin. En un momento en que nuestras relaciones con la URSS habían vuelto a tensarse por el apoyo cubano a la lucha armada revolucionaria en América Latina, Moscú preveía el retroceso de la marea guerrillera tras el asesinato del Che en Bolivia. Diría que, desde su comienzo, 1968 se mostró como un año complicado para la Revolución cubana.

El Congreso Cultural de La Habana se había concebido como una reunión de intercambio en Cuba de la intelectualidad de izquierda mundial, no sujeta al canon moscovita. Una especie de cumbre de la heterodoxia. Convocado formalmente por el CNC —tras una iniciativa de Casa de las Américas— en concertación con las demás instituciones de la cultura, se logró una concurrencia de figuras que lo hicieron el paso más significativo dado en Cuba en esa área. A pesar de que algunos de los invitados más esperados se excusaran de asistir (Bertrand Russell y Jean Paul Sartre, en especial), y que no faltaron inconvenientes organizativos que un estudio riguroso no podrá omitir, coronó el éxito del Congreso que el discurso de clausura pronunciado por Fidel consagrara, como ninguna otra de sus intervenciones públicas, su mirada herética hacia la coyuntura internacional. Si alguno de nuestros invitados extranjeros hubiera podido quedar desalentado por incidentes de organización, Fidel resumía con sus palabras el profundo sentido de la convocatoria y le restituía a aquella reunión todo el mérito que se esperaba de ella.[6] Numerosos medios de prensa la celebraron en el mundo.

No quisiera pasar por alto que nuestras instituciones culturales convocaron, unos meses antes, un seminario nacional preparatorio, olvidado ya, en el cual durante casi una semana se confrontaron los criterios, sin pelos en la lengua, de tres generaciones de la intelectualidad cubana comprometida con la Revolución. Debiera intentarse un rescate de aquellos debates, porque en términos nacionales este seminario discutió problemas más directos sobre las perspectivas de la cultura en tiempo de Revolución, que el Congreso mismo, en el cual la participación cubana tuvo una importancia compartida con la de los invitados extranjeros.

La primera mitad de 1968 estuvo marcada, en el plano cultural, por la impronta del Congreso, pero fue un año que ya giraba en torno a la apuesta de una zafra azucarera gigante en 1970, asumida como única opción visible para lograr el despegue económico que el país requería. No me atrevo a afirmar si era acertada o no, pues no se alcanzó a producir los diez millones de toneladas de azúcar a que se aspiraba. Incluso creo que, si se hubieran alcanzado, difícilmente hubiera justificado el abandono de sectores productivos que impuso en la agricultura. No obstante, se colocó a la industria azucarera del país en condiciones de rebasar los ocho millones de toneladas, varias veces, en las dos décadas siguientes. Pero en lo inmediato sabíamos que el fracaso de la zafra sería funesto. Y fracasó. 1969 había sido bautizado, con realismo, como «Año del esfuerzo decisivo».

La bancarrota económica cubana, con la cual la «microfracción» parecía especular, al menos desde 1967, se hacía más visible en el horizonte, cuando las tropas del Pacto de Varsovia ocuparon Praga en 1968, y Fidel no pudo evitar, en la intervención en que daba a conocer la posición cubana, el intento de un balance imposible: la solidaridad internacionalista para no permitir que se desgajara un miembro de la comunidad socialista, y lo inadmisible de la violación de la soberanía de un Estado estrechamente asociado. El reconocimiento del experimento cubano como un socialismo sin alineamiento dependiente, que había prevalecido en el exterior, cayó en picada. En cambio, el restablecimiento de la confianza soviética se hacía imprescindible en previsión del puntillazo que podía recibir —y que recibió— la economía cubana. Comprender antes de los 70 las aristas de este entramado con claridad podía ser difícil. Obsérvese que desde 1969 desaparecería la crítica a Moscú en el discurso político cubano (Acosta de Arriba, 2015).

En el plano de nuestra mirada hacia Europa, debo recordar que Pensamiento Crítico (1969) dedicó un número doble a la marea revolucionaria de mayo de 1968 en Francia, al cual se acudiría en los aniversarios redondos, y que aportó la mayor parte de los materiales del primer Cuaderno de Ruth (VV.AA., 2008), por el aniversario cuarenta de aquellos hechos. La revista RC dedicó también un número al Mayo francés, y varios números a una selección de las ponencias del Congreso Cultural. Todo ello constituye un aporte al conocimiento de la coyuntura. El Instituto Cubano del Libro publicó obras de Herbert Marcuse, que los dirigentes de Mayo citaban como identificados, en apoyo a sus posiciones. La prensa cubana de la época siguió los sucesos, pero las izquierdas europeas ya no nos iban a pensar ni a entender igual que antes.

Finalmente quiero insistir, sobre todo, en que me parece imposible caracterizar la formidable revolución cultural que ha dado lugar al cubano de hoy —y en la cual los 60 tienen un valor formativo esencial— fuera de sus contradicciones, de las incertidumbres y los errores de incoherencia. Sin embargo, nada le resta dimensión a lo alcanzado, y ninguna etapa de las seis décadas vividas puede considerarse de logros o de fracasos puros. El presente es el resultado de esa historia y, por lo tanto, también sería erróneo —gravemente erróneo— idealizarlo.

[1] Me apoyo en mi artículo «Palabras a los intelectuales a la vuelta de medio siglo» (Alonso, 2011).

[2]. Llamado Unión Revolucionaria Comunista desde 1939 y Partido Socialista Popular desde el 22 de enero de 1944.

[3]. Los cinco puntos planteados entonces en términos de reclamo a Moscú por Fidel Castro como exigencia cubana en una negociación son los mismos que presiden nuestras demandas actuales, empezando con el cese del bloqueo y la devolución de la base naval de Guantánamo.

[4]. El periodista y escritor español Miguel Barroso publicó en 2009 un recuento de las implicaciones políticas del proceso, fundamentado en los testimonios que recogió principalmente de Edith García Buchaca y de su hijo Joaquín Ordoqui García, titulado Un asunto sensible.

[5]. Denominación discutible tal vez por la extensión del plazo y por la intensidad del color, pero incuestionablemente oportuna, dada por Ambrosio Fornet, y llamada a perdurar por su acierto.

[6]. Para una caracterización resumida, véase Rafael Acosta de Arriba (2015).

Referencias

Alonso, A. (2011) «Palabras a los intelectuales a la vuelta de medio siglo». El Tintero, boletín cultural del domingo de Juventud Rebelde, 19 de junio. Disponible en <http://cort.as/-EvOj> [consulta: 17 febrero 2019].

Acosta de Arriba, R. (2015) «La encrucijada de 1968 para Cuba y el mundo». En: Ahora es tu turno, Miguel. Un homenaje cubano a Miguel Enríquez. Alfonso Parodi, R. y Rojas López, F. L. (comps.), La Habana: Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello.

Castro, F. (1961) Palabras a los intelectuales. La Habana: Consejo Nacional de Cultura.

Fornet, J. (2013) El 71. Anatomía de una crisis. La Habana: Letras Cubanas.

López Hernández, A. (2013) Segundas lecturas. Intelectuales, política y cultura en la república burguesa. Matanzas: Ediciones Matanzas.

Pensamiento Crítico (1969) n. 25-26, febrero-marzo.

Pogolotti, G. (2006) Polémicas culturales de los 60. La Habana: Letras Cubanas.

Rodríguez Rivera, G. (2017) Decirlo todo. Políticas culturales (en la Revolución cubana). La Habana: Ediciones Ojalá.

  1. AA. (1967) RC-2. La Habana: Consejo Nacional de Cultura, diciembre.

______ (2008) 68 francés, 40 mayos después La Habana: Ruth Casa Editorial.

Tomado de: http://www.temas.cult.cu

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Pensando en clave de “raza”

Obra del artista plástico cubano Eduardo Roca Salazar (Choco)

Por Víctor Fowler

El reciente anuncio de una reunión del Consejo de Ministros, el pasado 21 de noviembre, en la cual fue dado a conocer “el Programa Nacional contra el racismo y la discriminación racial, que se ha concebido ‘para combatir y eliminar definitivamente los vestigios de racismo, prejuicios raciales y discriminación racial que subsisten en Cuba’” es una noticia cuando menos trascendente. Ideado, según la nota de prensa[1], como un “Programa de Gobierno” e integrado “al sistema de trabajo del Presidente Díaz-Canel” (es decir, bajo su supervisión directa y sin mediadores), el Programa contará con una “Comisión Gubernamental” que estará encargada de “coordinar tareas” y será “encabezada por el Presidente de la República”. La nota menciona que entre los objetivos del Programa se encuentran: “identificar las causas que propician las prácticas de discriminación racial; diagnosticar las posibles acciones a desarrollar por territorio, localidad, rama de la economía y la sociedad; divulgar el legado histórico-cultural africano, de nuestros pueblos originarios y de otros pueblos no blancos como parte de la diversidad cultural cubana; y fomentar el debate público organizado sobre la problemática racial dentro de las organizaciones políticas, de masas y sociales, así como su presencia en los medios de comunicación. Además de ello, en la nota son citadas palabras de Díaz-Canel en las cuales, si bien es señalado que “todo el mundo reconoce que nuestra Revolución ha sido posiblemente el proceso social y político que más ha aportado a eliminar la discriminación racial”, también se expresa que “subsisten todavía algunos vestigios, que no están por política en nuestra sociedad, pero sí en la cultura de un grupo de personas”. Entre los denominados “vestigios” son especificadas “manifestaciones de racismo en los chistes” así como en “determinadas actitudes a nivel social, por ejemplo, en el sector no estatal con algunas convocatorias de plazas que especifican el color de la piel”.

Si lo primero, los chistes, son un fenómeno cultural y de comunicación, y lo segundo, la convocatoria a cubrir plazas, corresponde a la esfera del trabajo, ambos puntos se unifican en que los dos desvalorizan al mismo grupo históricamente más desposeído, explotado y empujado a una vida de pobreza estructural y, en no pocas ocasiones, marginalidad. De esta manera, un suceso de la esfera del ocio (el chiste) se combina con otro en la esfera del trabajo (la convocatoria a ocupar plazas) para formar un continuo hostil para el mismo conjunto social. En el interior, o debajo de ese tejido que rodea a la persona, las dinámicas del chiste obedecen a una normativa que supone inferiores a los sujetos racialmente marcados como “Otros” (por ejemplo, “los negros”); este hecho de comunicación, generalmente constituido por gestos cómplices o unas pocas palabras, suele esgrimir su inocencia ante cualquier acusación o señalamiento repitiendo que solo es eso, un chiste. Sin embargo, la racialización del trabajo convierte en exclusión real el contenido depreciativo de aquello que, en el chiste, se presenta como un inocente deseo de alegrar determinado ambiente.

II

Imaginemos un gran mapa animado donde podamos ver la aparición y entrecruces en el tiempo de aquellos elementos que nos forman. Apelando a una descripción muy básica, seríamos un espacio al cual llegaron europeos, en su gran mayoría de raza blanca, conquistaron y colonizaron lo que estaba poblado por nativos americanos; veríamos a continuación de qué modo estos últimos fueron severamente dañados durante la conquista y colonización, exterminados o muy diezmados; más tarde, cómo fue que —buscando remplazarlos como mano de obra— comenzó la importación de esclavos africanos negros; a continuación, recuérdese que contemplamos un mapa animado, la vida experimentaría una aceleración violenta cuando, bajo el impulso del desarrollo de la economía de plantación azucarera, el trasiego desde África de los esclavos negros se dispararía a cifras de largas decenas de miles.

A este primer corte cualitativo seguiría, a la manera de reflujo, el comienzo de las guerras de independencia contra el poder colonial español y la extraordinaria excepcionalidad cubana según la cual —como parte de este ímpetu anticolonial— no solo pelearon blancos y negros en el Ejército Libertador, sino que una cantidad significativa de negros y mulatos alcanzó importantes posiciones de mando. Esto último, que miembros del grupo subalterno compartieran durante la guerra el poder efectivo dentro del Ejército Libertador, es la particularidad cubana, uno de nuestros más valiosos mitos fundacionales, y dio nacimiento a un constructo sociocultural cuyos efectos se mantienen hasta hoy. Para el sujeto de la otredad o “raza” negra, en condiciones de subalternidad, el mito de su empoderamiento durante las luchas anticoloniales, así como su fusión visceral con la noción de independencia nacional, corren en paralelo al gesto identificador y absoluto en su radicalismo del extremo más temido y libre de la “raza”, el cimarrón; ese gesto es el de la renuncia a todo diálogo con el amo porque la fuga pone al esclavo en un punto, un posicionamiento, en el cual no hay nada ya que dialogar, sino solo blandir el arma de trabajo, el machete, y decirle al amo: “ven a buscarme”.

Si a lo anterior agregamos que el espacio descrito igualmente recibió a miles de chinos en condiciones de semiesclavitud; que en la primera mitad del siglo XX el principal vínculo político-económico de la Isla, así como la lealtad ideológica de los sectores más reaccionarios dentro de sus élites políticas, fue con los Estados Unidos, lugar donde el racismo antinegro se extendía a todos los ámbitos; que en el año 1959 en la Isla tuvo lugar una Revolución socialista que reorientó hacia el mundo socialista las lealtades políticas, económicas, sociales, militares y culturales; y, finalmente, la desaparición del sistema socialista europeo y la introducción de elementos de mercado en la vida cotidiana de la Isla, es lógico suponer que las dinámicas de la racialidad en el país han resultado afectadas, conmovidas, sacudidas por cada uno de los acontecimientos señalados.

Con todos estos indicadores “actuando” y moviéndose a lo largo de nuestro mapa imaginario, es comprensible que estamos ante una realidad cargada de dinamismo, donde cada elemento, cada mínimo cambio, cada sustantivo o adjetivo adquiere implicaciones enormes porque habla de luchas (abiertas u ocultas, puntuales o extendidas, débiles o encarnizadas) en las cuales el poder político se entreteje con el militar, económico y la hegemonía cultural. El espacio del que hablamos tiene en su cimiento un duro pasado colonial, con fuertes presiones y barreras para el ascenso social de negros (esclavos o libres), chinos y blancos pobres (fueran estos hispanos o criollos); barreras y presiones se traducen en la presencia de estos grupos subalternos dentro del aparato político, en la cantidad y calidad del patrimonio que poseen y en su presencia y dominio del espacio simbólico. A medida que el tiempo ha pasado y que han cambiado las características del contexto, así ha cambiado la significación de pertenecer a cualquiera de estos grupos.

III

A todas luces, la creación de la mencionada Comisión Gubernamental significa que el racismo “está ahí”, vive y merece toda la atención; es un factor del presente cargado de pasado, de divisiones coloniales y desposesión, de acumulación monetaria y dolor, represión, despotismo y crimen. Al hablar de la esclavitud en su novela Francisco, escribió Anselmo Suárez y Romero: “… ha esparcido por nuestra atmósfera un veneno que aniquila las ideas más filantrópicas, y que sólo deja en su rastro el odio y el desprecio hacia la raza infeliz de las gentes de color”. La imagen del racismo que el autor nos brinda es perfecta en su capacidad de reunir un cuarteto de elementos decisivos:

Al encontrarse “esparcido” por la atmósfera, el racismo no está o se detiene en un lugar exacto, sino que, como un gas, viaja hacia todas partes;  al estar cargado de “veneno” destruye cuanta vida topa en la misma medida en que se extiende;  al aniquilar las ideas “más filantrópicas” abandona cualquier máscara y se manifiesta como una variedad del egoísmo extremo y la ausencia de empatía;  no tiene ningún contenido positivo, sino solo “odio” y “desprecio”.

¿Qué hacer y cómo localizar esto que se filtra o infiltra, muta y cambia, se esconde, se protege detrás de expresiones de inocencia? Cuando en el siglo XIX cubano estaba legislado que, si un negro y un blanco se encontraban en la calle, el negro estaba obligado a dejar la acera para el blanco y a saludarlo, estamos ante un caso de racismo sancionado, instrumentado, vigilado y enseñado por un Estado. En cambio, cuando alguien señala hoy a un grupo de personas con indicadores de origen afroide (tipo de cabello, color de piel, nariz ancha, labios prominentes) y, pidiendo complicidad, pronuncia una frase como: “Tú sabes…”, “Es que ellos…”, “Ellos son así…” u otro intento por el estilo de aislar al grupo y colocarlo en una posición desvalorizada, lo racista es apenas susurrado. La aceptación o no contestación ante el susurro es justo el tipo de complicidad activa o silencio tácito que el acto racista necesita.

IV

En el documental Traces of the Trade: A Story from the Deep North, hay un momento en el cual varios descendientes de la familia DeWolf, en Bristol, visitan el museo de historia de la ciudad. Saben que provienen de una de las más reconocidas familias de esclavistas en los Estados Unidos y quieren averiguar cuanto puedan del pasado lejano: ¿quiénes lo hacían?, ¿cómo era?, ¿qué pensaban los demás? El museo recibe a estas personas y los enfrenta a una verdad tan horrible como el mismo sufrimiento de los esclavos: herreros que forjaban cadenas y grilletes, carpinteros que hacían las carretas y las ruedas, comerciantes que traían la tela para confeccionar ropas, la ciudad entera, incluso aquellos que parecían distanciados, “vivían” de y gracias a la esclavitud. La fuerza de base del racismo radica en esta contaminación silenciosa y de complicidad.

Lo anterior también nos demuestra que la única forma de no ser racista es no siéndolo; o sea, expresando —de manera activa— el disgusto o la molestia ante cualquier acto o expresión racista, exteriorizándolo, compartiendo con el que padece. Esto quiere decir que, en las condiciones del presente, diferentes a las de aquel universo de complicidad estructural típico de las sociedades coloniales, la indiferencia o el silencio cómplice ante el racismo contribuyen a la infiltración del veneno atmosférico del odio y el desprecio.

V

Hace años, una amiga me contó que había habido en su vida un momento en el que toda la percepción y conceptualización que ella tenía del racismo cambió de manera súbita. Ocurrió en el preuniversitario. Ella estudiaba en la Vocacional Lenin, estaba en una cola de comedor a la hora del almuerzo, se encontraba justo detrás de uno de sus mejores amigos de entonces, ella es de piel blanca y él de piel negra, ella había hecho un chiste de contenido racista y el amigo, muy serio, se había vuelto para decirle que no le daba ninguna risa. Mi amiga pidió perdón y juró que nunca más iba a hacer algo semejante, pues había entendido que eso —que pretendía ser solo una broma— era sentido por el otro como un daño y una humillación palpables, inmediatos, sólidos.

De las varias lecciones a extraer de esta pequeña anécdota, la principal acaso es que la incomodidad o indignación son derechos de quien es “representado” por o a través del contenido racista y a quien, duplicando el daño, le es entregado o contado el “chiste”; dicho de otro modo, lo que no existe, en términos de ciencia del Derecho, es el derecho a sentirse indignado el narrador porque su receptor “no entendió” o “no aceptó” que solo se trataba de un chiste. Lo otro que el episodio nos enseña es que la petición de perdón auténtica actúa como cura, en este caso conservando la amistad; autenticidad equivale aquí a comprensión tan repentina como radical, una comprensión transformadora que hace de la persona, en este caso mi amiga, un luchador más en los enfrentamientos activos al racismo.

VI

Hace varios años también, subí a un “almendrón” en la calle Infanta y, unas cuadras más adelante, montó una actriz que, además del poco éxito que obtuvo como profesional, llevaba largo tiempo sin aparecer en las pantallas, televisiva o cinematográfica. A pesar de lo anterior, conocía una de sus obras y la felicité por ello. La obra, un cortometraje, había sido realizado cuando yo trabajaba como jefe del Departamento de Publicaciones en la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV), en San Antonio de los Baños, y el director era uno de mis amigos. La actriz preguntó que cómo yo sabía de su película, respondí que había trabajado en la “escuela de cine”, como es conocida la EICTV, y entonces ella me preguntó: “Y tú, ¿sigues en la cocina?”. Esto, que recuerdo como un momento tan perturbador como casi maravilloso, es un exquisito ejemplo del modo en que funcionan los prejuicios.

¿Cómo fue que, celebrando una actuación dramática y tras presentarme yo como trabajador de esa escuela de cine, aquella persona concluyó que mi posición laboral era la cocina? ¿A qué elemento recurrir para hacer este cortocircuito deductivo que no fuese el color de mi piel? ¿Dónde y con quiénes “aprendemos” a hacer cosas como esta? ¿Quiénes cumplen el papel de “pedagogos de la racialidad”, nos enseñan desde niños que ese “Otro racializado” es inferior, corrigen cualquier error de interpretación; es decir, siempre que tratemos al “Otro” como un igual, ¿se precipitan a intervenir de manera morbosa y vuelven a colocarlo en su “lugar”? ¿Quiénes asignan ese “lugar” y definen/deciden lo que hay en él?

Semejante atribución al Otro es virtualmente idéntica a la manera en la que fabrica su comicidad el humor racista; en mi encuentro con la actriz, “algo”, una especie de contenido esencial no-nombrado, justificaría por qué razón ella, sin parpadear, me puso en el lugar-cocina. Lo mejor en la historia es que la complicidad sobre la cual reposa la arquitectura del racismo es tan devoradora, pervertida o depredadora que la persona me “sitúa” con seguridad total y sin pensar, por un diminuto segundo, que en caso de estar equivocada yo me podría disgustar. Esto, el hecho de que el racismo funcione en tales códigos de complicidad e internalización, infiltración, introyección es lo que hace que sea aún más doloroso que un simple rechazo.

VII

El reforzamiento del dolor que nace del acto de “atribución” obliga, por el contrario, a una delicadeza máxima, extrema, por parte de aquellos que pueden herir, ofender, dañar a los sujetos que reciben el racismo sobre sí. En este punto, el punto de partida y regla básica es no asumir, sino preguntar, consultar, escuchar, instalar al respecto espacios de diálogo y participación; a ello se refiere la nota cuando destaca, entre los objetivos del Programa, “fomentar el debate público organizado sobre la problemática racial dentro de las organizaciones políticas, de masas y sociales, así como su presencia en los medios de comunicación”. Si la Revolución cubana, repetimos, “ha sido posiblemente el proceso social y político que más ha aportado a eliminar la discriminación racial”, la puesta en marcha del nuevo Programa incrementa todavía más la responsabilidad de las autoridades y decisores, de todo nivel, en lo tocante a la cuestión del racismo en todas sus manifestaciones evidentes, variedades, mutaciones o fórmulas ocultas. La responsabilidad a que nos referimos lo mismo abarca el momento en el que toca promover a alguien a posiciones de mayor jerarquía en los aparatos administrativo o político, que ese otro en el cual —a nombre de la Ley— toca detener, pedir que se identifique o juzgar sobre la libertad-futuro de alguno en el espacio legal. Responsabilidad y sensibilidad tienen que funcionar unidas, fundirse y mutuamente alimentarse y, lo principal, exigirse, revisarse y cuidarse la una a la otra en la tarea que al individuo le corresponda.

Lo principal a entender aquí es que lo que empieza por una incomodidad, al ver que se hace padecer a alguien por su color de piel, es apenas un primer paso en dirección al ofrecimiento de solidaridad y alianza, para de allí pasar a una militancia antirracista permanente y abierta. Si el racismo contiene ese núcleo enfermo que de modo permanente persigue la metástasis, la solidaridad y la militancia antirracista también demandan permanencia; es decir, no es un punto, acción o momento, sino una convicción a cuyo través el individuo se convierte en otro y acrecienta sus límites de acción participativa en el mundo y entre sus congéneres. Por eso, la única manera de ser antirracista es el estudio continuo de las variedades del racismo contemporáneo, en Cuba y en el mundo, la vigilancia crítica permanente sobre las posiciones propias, la constante interacción con ese Otro con quien creamos alianza y la realización de acciones concretas que amplíen las posibilidades para que pueda desplegar su mejor capacidad humana.

VIII

La última de las anécdotas personales que haré reproduce el fascinante parlamento pronunciado por la madre de una antigua novia: “¡Ay, Fowler, hablas tan bonito que cuando te oigo me olvido de que eres negro!”. ¿De qué forma entender esto? ¿Qué ocurre entonces cuando no hablo “bonito”? La lógica de esta pequeña historia es que el ingreso en la (alta) cultura y, en general, el saber, extraen del “lugar” que, de manera casi natural, “corresponde” al Otro marcado de manera negativa por su “africanidad” original. La historia también sirve para entender que la igualdad verdadera es la que acepta al Otro como igual sin antes someterlo a demostraciones o pruebas; es decir, para ser considerado igual o para, simplemente, ser aceptado e integrado no hay que ser especialmente leído, ni bello, ni buen vecino, pulcro, ni poseer mas virtud que la de ser persona. El bello poema Para la persona blanca que quiere saber cómo ser mi amiga, de la autora y activista estadounidense Pat Parker (1944-1989)[2], tiene cosas que enseñarnos al respecto: “Lo primero que haces es olvidar que soy Negra./ Segundo, nunca puedes olvidar que soy Negra”.

Si bien no hay algún valor jerarquizador, distintivo y específico en lo correspondiente al posicionamiento cultural, político, económico o distinción social dentro de un grupo y los caracteres externos y visibles de las personas, sí hay diferencias en cuanto a la cantidad de discriminación, dolor, inmovilidad social, ausencia de expectativas, malas condiciones de salud, nutrición y vivienda, empleo precario y otros indicadores de pobreza y sufrimiento histórico entre grupos humanos caracterizables, distinguibles o agrupables por sus atributos externos visibles. O sea, que la verdadera pregunta no es si hay diferencia entre blancos y negros (chinos, azules o verdes, si los últimos existieran), sino entre la cantidad, calidad, repetición y regularidad del sufrimiento que les toca recibir y asimilar no de acuerdo a quiénes son, sino a cómo lucen.

Es aquí, llegados a este punto y después del largo recorrido que hemos hecho, donde esperan los dos cuestionamientos cuyas consecuencias el racismo no puede enfrentar de forma coherente. El primero, derivado de una idea de ese gran pensador que fue Stuart Hall, viene de la siguiente frase que él gustaba de emplear: “We are here, because you were there”: “Nosotros estamos aquí porque ustedes estuvieron allá”[3].La frase liga inferior y superior, blanco y negro, poder y desposesión, para mostrar de qué modo la calidad de vida del grupo favorecido depende estructuralmente de todo cuanto extrajo (y continúa extrayendo) del grupo en estado de privación. El Otro a quien el racismo extremo niega, rechaza, con quien no desea compartir o no quisiera ver, cuyas tradiciones y prácticas culturales no soporta o con gusto destruiría, está “aquí” porque antes sus tierras fueron conquistadas y sus recursos drenados por el sujeto hegemónico; con este acto lo mismo recibió el beneficio que dio nacimiento a la relación simbiótica que une a los grupos distribuídos en ambos lados de esta ecuación social.

El segundo cuestionamiento, el más duro de aceptar por el sujeto hegemónico, es lo que la socióloga Peggy McIntosh[4] denominó “privilegio blanco” y que da nombre a todo el conjunto de beneficios, apoyos y ventajas que las personas del grupo “raza blanca” (préstese atención a que he entrecomillado el término) reciben y, de modo inmerecido, tienen a su disposición desde que nacen y a lo largo de sus vidas. La siguiente frase de McIntosh, tomada de su célebre texto El privilegio blanco: Deshaciendo la maleta invisible, ilustra a la perfección no pocas de las complejidades a las que nos hemos venido refiriendo:

En mi colegio y en mi casa, no me consideraba racista porque me enseñaron a reconocer el racismo solo en los actos individuales de maldad cometidos por miembros de mi grupo, nunca en los sistemas invisibles que conceden a mi grupo dominio racial no buscado desde el nacimiento.

Después de esto, es decir, ahora, podemos al fin hacer que coincidan todos los hilos dispersos, ya que los “sistemas invisibles” de los que habla la autora nos recuerdan (al estar basados en un volver la mirada hacia otra parte) la situación de compromiso y participación colateral, miasmática, ambiental, en la cual vivió buena parte de nuestros antepasados con respecto a la esclavitud. No necesitaban azotar a un esclavo para participar de la esclavitud, sino que les alcanzaba con no oponerse y recibir bienes (del tipo que fuesen) como si ello no tuviese que ver con la vida del esclavo o la esclavitud sucediese en otra parte. Idéntico no-mirar ocurre hoy cuando los que se encuentran en lugares de privilegio (que pueden ser de beneficios y ventajas en términos económicos, o de responsabilidad, por ser los sitios donde es organizado el presente y diseñados los futuros de las sociedades) ven a su alrededor, no encuentran allí al Otro racializado y no son capaces de preguntar (y preguntarle a ese Otro) por qué no “entra” a acompañar.

El momento de mayor estremecimiento espiritual deberá de llegar cuando el integrante del grupo hegemónico vaya más allá del análisis crítico de la época en la cual vive, más allá de las limitaciones o errores de las estructuras estatales y políticas de un territorio determinado, más allá incluso de la memoria familiar y al encuentro de sí mismo. Convocando la memoria familiar va a recordar el nombre de quienes fueron los pedagogos y a reconocer todo cuanto le enseñaron a no ver o callar, los prejuicios, las maneras sutiles de introducir división, el modo en que el contenido racista sobrevive a través de mutaciones. Durante el encuentro con sí mismo tendrá entonces que hacer(se) la pregunta más desgarrante y desoladora: ¿todo cuanto ha obtenido a lo largo de la vida ha sido merecido?, ¿o ha sido protegido por la condición de miembro del grupo hegemónico?

La mejor manera de responder a esta pregunta dual es introduciendo como contrapunto todo cuanto el “Otro racializado” está obligado a realizar o demostrar para ser considerado igual o aceptable; dicho de otro modo, agregando esa clase de subpregunta oculta, implícita, subterránea, desagradable, oscurecida que hay en lo siguiente: ¿qué es todo lo que no sé, no conozco, no he vivido o sido obligado a vivir y mi Otro racializado sí?, ¿de qué modo mi ignorancia me hace ser lo que soy y cómo soy, en tanto a él lo constituye un mar de conocimiento y experiencias y heridas que se me escapan? En uno de los más solidos aportes del texto citado, McIntosh presenta una lista de lo que llama “condiciones” que “actúan para sobreempoderar sistematicamente a ciertos grupos”; entre estos privilegios que conceden “el dominio en función de la raza o del sexo de una persona”; aquí es adecuado precisar que la afamada socióloga concibió el concepto “privilegio blanco” a partir de una investigación centrada en problemas del empleo femenino, en particular el momento cuando descubrió que, si bien “los hombres no están dispuestos a reconocer que tienen excesivos privilegios”, al mismo tiempo que ello “reconocen que las mujeres están en una situación de desventaja”. Fue partiendo de esta paradoja (reconocer la desventaja del otro, mas no el privilegio de uno mismo) que ella desplazó la mirada hacia la problemática racial y propuso ese listado de condiciones del cual elijo aquellos momentos que mejor pudieran ser adaptados al contexto de nuestro país:

Puedo encender el televisor o desplegar la primera página del periódico y ver que las personas de mi raza están ampliamente representadas.

Cuando me hablan de nuestra herencia nacional o de la “civilización”, me muestran que las personas de mi color hicieron de ambas lo que hoy en día son.

Puedo estar segura de que a mis hijos les darán material curricular que revele la existencia de su raza.

Puedo entrar en una tienda de música y contar con que encontraré la música de mi raza representada; en un supermercado y contar con que encontraré los artículos de primera necesidad que se ajustan a mis tradiciones culturales; en una peluquería y contar con que encontraré alguien que me corte el cabello.

Ya sea que utilice cheques, tarjetas de crédito, o efectivo, estoy segura de que el color de mi piel no va a tener un efecto negativo para la estimación de mi solvencia financiera.

Puedo maldecir, o llevar puesta ropa de segunda mano, o no responder las cartas, sin que atribuyan estas decisiones a los malos principios morales, a la pobreza, o a la ignorancia de mi raza.

Puedo hablar en público a un grupo de hombres poderosos sin que ello implique poner a prueba la totalidad de mi raza.

Puedo actuar bien en una situación difícil sin que digan que soy un orgullo para mi raza.

Nunca me piden que hable en nombre de todas las personas de mi grupo racial.

Puedo estar completamente seguro de que, si pido hablar con “la persona responsable”, voy a encontrar a una persona de mi raza.

Si un policía de tránsito me para o si la Dirección General de Impuestos revisa mi declaración de impuestos, puedo estar seguro de que no me seleccionaron a causa de mi raza.

Puedo comprar fácilmente afiches, tarjetas postales, libros ilustrados, tarjetas de felicitación, muñecos, juguetes, y revistas para niños en las que aparecen personas de mi raza.

Puedo decidir alojarme en lugares públicos sin temor a que las personas de mi raza no puedan entrar a esos lugares o reciban mal trato en los mismos.

Si he tenido un mal día, una mala semana, o un mal año, no tengo que preguntarme si cada episodio o situación negativa tuvo un trasfondo racial.

IX

Pese a ser algo tangencial al presente análisis, merece señalarse que mucho de lo comentado hasta aquí tiene implicaciones, derivaciones, parentescos e identidades con otros ámbitos de discriminación y alianza como son los problemas de género, identidad sexual, creencias religiosas, discapacidad, entre otros. Salir de este laberinto, que igualmente es una prisión, es solo posible, como antes dijimos, mediante el esfuerzo continuo y el estudio para entender lo que el racismo es; mediante una vigilancia crítica incansable hacia nuestros pronunciamientos y posicionamientos, sean públicos o privados; a través del intercambio permanente con ese Otro racializado en cuya búsqueda vamos; gracias a la realización de acciones concretas para que tanto el Otro como Yo nos transformemos en una entidad superior, mutuamente solidaria de manera radical, siempre en proceso de búsqueda, análisis, crítica, cambio, crecimiento y mejoramiento común.

Sin silencio, sin descanso, sin la ilusión de fechas, sino sabiendo que aquello que se reproduce, muta y se oculta necesita ser enfrentado en la misma dimensión total en términos de espacio o temporalidad. Con ciencia y en ejercicio de la conciencia, en la familia, en la escuela, el barrio, el grupo de los amigos, el ámbito laboral, el espacio público, los medios de comunicación, las escuelas, las instituciones culturales, las organizaciones de masas y las políticas, en las dependencias del Estado. Como expresara Díaz-Canel al hacer el anuncio del nuevo Programa:

Tenemos todo el derecho y la posibilidad de hacer algo coherente, de impacto, que nos ayude a resolver estas problemáticas en nuestra sociedad y mostrar una vez más el nivel de justicia y de humanismo de la Revolución.

Para una misión de este tipo toda la fuerza del Estado precisa de una sintonía armónica, perfecta, con toda la fuerza de las personas; de esa manera, al “factor del presente cargado de pasado, de divisiones coloniales y desposesión, de acumulación monetaria y dolor, represión, despotismo y crimen” que es el racismo, se oponen la acción colectiva, el debate extendido, la atención permanente de los medios de comunicación, la enseñanza en las escuelas y la dirección política sabia.

Es un sueño de país en el cual, al transformar, nos vamos a transformar.

Al hacer las preguntas, nos vamos a preguntar.

Al cambiar el mundo, nos vamos a cambiar.

El gesto tremendo del cimarrón cuando defiende su libertad ganada: “¡ven!”

Hagámoslo y hagámonos.

Notas:

[1] Díaz-Canel en el Consejo de Ministros: “No vamos a renunciar a las conquistas y los sueños por realizar”.

http://www.granma.cu/cuba/2019-11-21/diaz-canel-en-el-consejo-de-ministros-no-vamos-a-renunciar-a-las-conquistas-y-los-suenos-por-realizar-21-11-2019-22-11-18

[2] El poema de Pat Parker es una versión del autor a partir del original “For the white person who wants to know how to be my friend”.

[3] La frase de Stuart Hall es tomada de un documental de la BBC.

[4] El Privilegio Blanco: Deshaciendo la Maleta Invisible.

https://redfeminismo.wordpress.com/2016/09/15/el-privilegio-blanco-deshaciendo-la-maleta-invisible/

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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¿Quién impone decencia al reguetonero?

Basta ya de reggaeton en los cumpleaños infantiles!!!

Por Luis Rey Yero

En los últimos tiempos han surgido comentarios, en espacios públicos y en los distintos medios de comunicación, sobre el posicionamiento irreverente en el país de grupos reguetoneros que traspasan los límites del buen decir y la decencia ciudadana. Sin embargo, los cultores de este género satanizado mantienen su estatus de agrupaciones élites muy solicitadas por un segmento de la población joven. Dondequiera que actúen arrastran a un ferviente público que les rinde pleitesía cual si fueran dioses del Olimpo. Aquellos seguidores de los nuevos Mesías de la música popular cuando asisten a sus conciertos se identifican y actúan del modo marginal con que se les excita. No hay límites ante la pegajosa música que acompaña a las groseras letras.

Tal situación merece un análisis multicausal del por qué en Cuba se está produciendo esta insólita popularidad, fiel reflejo del libertinaje imperante en las buenas costumbres, de establecidas zonas de la sociedad. Es preocupante que, donde impera la violación de determinados principios éticos que definen una nación, se introduce el caballo de Troya del reblandecimiento de la conciencia ciudadana. Las fronteras del buen decir se desploman, porque quienes se convierten en paradigmas de hombres de éxito imponen modas y modos de conducirse provocadoramente dentro de la sociedad. Cuando asistí como delegado al VI Congreso de la Uneac, en 1998, expuse ante el plenario cómo en Cuba se estaban introduciendo en nuestro tejido social expresiones de subcultura marginal que iban generalizándose dentro de la población. El alerta, con los años, se convirtió en una triste realidad: un sector de la población joven de hoy actúa bajo la ética de la transgresión pública, y apela con mayor frecuencia a la violencia física.

Esta es una de las principales causas del por qué han proliferado con éxito los jóvenes y no tan jóvenes reguetoneros, resultado de una convivencia agresiva. Los que escriben las letras de las canciones incendiarias y de un erotismo barato, se alimentan de las expresiones conductuales de sus seguidores. Ellos han logrado transcribir los estados del alma de los transgresores, porque en la generalidad de los casos constituyen su propio lenguaje marginal. Mientras más atrevidas sean las letras, más pegada tendrá para quienes las cantan y bailan. De existir otro modo de pensar ciudadano, los reguetoneros no tendrían las audiencias que logran en espacios públicos. Lo que ocurre ahora mismo, forma parte de todo un sistema de conducta sicosocial que se ha ido modelando en el imaginario colectivo al margen de lo establecido.

No existen disposiciones legales que impidan a estos grupos sus actuaciones, pero sí obligarlos a ser más respetuosos en público. Ellos están amparados por sus centros de trabajo, probablemente pagan la cotización de su sindicato y ofrecen posibles jugosas ganancias netas para la institución que los representa. Entonces habría que preguntarse ¿quién los evaluó como agrupaciones profesionales, donde se debe tener en cuenta no solo la calidad interpretativa sino también el repertorio? Ellos no actúan al margen de la ley, han sido aprobados por consejos técnicos del Instituto Nacional de la Música que los avala y declara aptos para presentarse en cualquier espacio público dentro y fuera del país. Estimo que la causa esencial de que hayan proliferado grupos como los de El Chacal, se debe precisamente al reconocimiento profesional dado por quienes los evalúan.

Mientras los operadores de audios particulares y estatales, transportistas públicos, organizadores de fiestas, DJ ambulantes, centros docentes…, incluyan en su repertorio para espacios públicos canciones de reguetoneros que ni la radio ni la televisión difunden por las atrevidas letras, la popularidad del género se mantendrá incólume y quienes abrazan el modo de actuar de sus líderes irá in crescendo. Prohibir es tan aventurado como dejar que actúen sin ningún llamado de atención. Décadas atrás se tomaban medidas, quizás demasiado punitivas, pero efectivas, con agrupaciones musicales que “desbordaban las expectativas” de la decencia social. Algunas de ellas aún se presentan con regularidad sin perder su popularidad y con un modo de actuar más atemperado a nuestra identidad. Para los difusores y reguetoneros de hoy ya existe el Decreto Ley 349, que en su artículo 4.1 inciso a) considera “una contravención muy grave” la de quien “difunda la música o realice presentaciones artísticas en las que se genere violencia con lenguaje sexista, vulgar, discriminatorio y obsceno”.

Hay otra causa de índole económica. Principalmente los centros de turismo que apelan a estos representantes de la mala música, saben que tendrán asegurado su plan técnico económico del año. El caso más notorio es aquel —apenas transcurridas 72 horas de la clausura del IX Congreso de la Uneac donde hizo las conclusiones el presidente Miguel Díaz-Canel con un llamado a la decencia y la neutralización de la chabacanería—, cuando actuó en el motel Los Laureles, de Sancti Spíritus, el reguetonero El Chacal. Ese día, a pesar de que la reservación de las mesas costaba hasta 180 CUC (4 500 CUP), con alojamiento incluido, el lugar fue invadido por numerosas personas y las capacidades de alojamiento se agotaron. Su actuación devino un acontecimiento “cultural” sin precedentes en territorio espirituano, con custodia de policías y seguridad extrema para la agrupación.

Estoy convencido de que este no es el único caso. A lo largo de la geografía cubana los reguetoneros campean por su respeto, saben que quienes los apoyan tienen poder de decisión y solvencia económica. Aún recuerdo las palabras públicas de agradecimiento de Ambrosio Fornet, cuando le dedicaron una Feria Internacional del Libro, al afirmar que había que cuidarse de la mentalidad economicista en la esfera de la cultura por las deformaciones que podría traer aparejadas. A lo que yo sumo que existen vías para neutralizar la mala hierba, que asfixia los principios éticos y los más elementales fundamentos estéticos que modelan la nación cubana. Por tanto me pregunto, amparado en el Decreto Ley 349: ¿quién impone decencia al reguetonero, exigiéndole letras menos nocivas y moderación en las insinuantes acciones corporales?

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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Decreto-Ley del creador audiovisual y cinematográfico: otras voces, otros ámbitos

Alfredo Guevara: “«Se acabó el ICAIC como poder omnímodo que yo fundé. El ICAIC es obsoleto… hay que rediseñarlo de punta a cabo… “

Por Rebeca Chávez

Otras voces, otros ámbitos, así le llamó Truman Capote a uno de sus libros que en sigilo y sin autorización ahora uso. Pienso que «otras voces y otros ámbitos» encierra la idea de escuchar, conocer y saber del otro.

Eso fue lo que pasó un día de junio, el 28 para ser exactos, de 2013. Estábamos en medio de un intercambio tenso y sesgado sobre el ICAIC y el cine cubano, cuando Díaz-Canel nos contó que había hablado mucho con Alfredo sobre la problemática del cine cubano. Alfredo ya había puntualizado y expuesto sus ideas: «Se acabó el ICAIC como poder omnímodo que yo fundé. El ICAIC es obsoleto… hay que rediseñarlo de punta a cabo… diré más: que la revolución digital ha resuelto muchos de los problemas más complejos que tenía el trabajo de producción cinematográfica, obliga a una nueva estructura, a un nuevo diseño de cómo, desde el papel que le toque al Estado, dirigir el trabajo cinematográfico; dirigir no es mandar, dirigir es ayudar, es decir, contribuir a que el cine sea realizable».

El propio Díaz-Canel promovió «adelantar el proceso de reordenamiento del cine. Hacerlo con una visión amplia, el análisis incluía reordenamiento de la producción, el cine independiente, y el papel de la crítica cinematográfica». Y aclara: «si se entendió que era solo un análisis para el Icaic es un error. Se entendió o interpretó mal», y precisa: «la toma de decisiones en nuestro país estará incompleta siempre que no se consulte».1

Recuerdo las interminables reuniones, las discusiones y el aprendizaje, así como los razonamientos de las particularidades del cine cubano, y cómo hacer para que en otras circunstancias y con otros actores se conservaran las premisas fundacionales, entre ellas, aquella de arte e industria. La afirmación de Alfredo de «ahora hay un cine independiente, es un fenómeno que hay que aprender a asimilar», sería la piedra angular del futuro debate. Una confrontación muy polarizada se desató alrededor del cine independiente o de la producción independiente. Hubo ensayos por desechar, cambiar, soslayar o ignorar el apellido independiente y enseguida se puso de manifiesto y se revelaba que las dudas nada tenían que ver con la semántica: era la ideología. Se hizo cada vez más claro que solo la voluntad política podía (y pudo con absoluta razón y legitimidad) resolver este problema.

Vivir la experiencia del debate y seguir no fue fácil para ninguna de las partes, aunque para esa fecha ya había una experiencia exitosa acumulada en la gestión económica que descargaba al Estado de actividades que encontraron mejor respuesta en la esfera no-estatal. Suspicacias y prejuicios saltaban a cada momento, la idea de formar parte desde la gestación de la transformación del ámbito cinematográfico fue incomprendida, y la palabra más repetida: participación. Asistir a los intercambios, construir consensos, ser decisores. Fue este momento el más complejo y difícil de asumir: «la victoria posible de una tendencia sobre las otras no puede ser consecuencia de la supresión de las demás»,2 dicen en 1963 un grupo de cineastas. Hay mucho de terquedad en los cineastas.

Se reinicia el 2 de julio el último ciclo de encuentros entre la presidencia del Icaic y un grupo de directores, productores, guionistas, fotógrafos, editores, donde se analiza detalladamente el alcance y la puesta en marcha, en septiembre, de las principales normas jurídicas para el desarrollo creativo de la producción cinematográfica y audiovisual.

En este contexto tiene la Asamblea de Cineastas del 19 de julio, en el cine 23 y 12, un importante significado. Ese día el Presidente del Icaic subraya una vez más que fue crucial la participación efectiva de los cineastas y técnicos en varias etapas de trabajo de 2013 a 2019. Ha sido el permanente intercambio y los debates lo que permitió llegar a importantes ideas y borradores, para concebir y diseñar el futuro sistema del cine cubano. De estos intercambios nació, entre otras, la propuesta de incluir en el aprobado Decreto-Ley 373 conceptos contenidos en la Ley que creó al Icaic por su absoluta vigencia.

Igualmente se examinó y debatió el alcance del Acuerdo 8613 del Consejo de Ministros, que establece la creación de un Fondo de Fomento del Cine, que estimula la creación de nuevas obras; una Comisión Fílmica y la Oficina de Atención a la Producción, que facilitará la producción nacional (independiente) y la extranjera.

Construir un proyecto complejo y retador de un Icaic-otro, que debe conjugar y coordinar no solo recursos técnicos y materiales, sino también fomentar el nacimiento de proyectos con miradas y acercamientos a diversas temáticas es, precisamente, lo que el Decreto-Ley 373 facilita. Subsisten preocupaciones e inquietudes sobre cómo se gestionará el Fondo de Fomento, cómo resolver el eje Promoción-Exhibición-Distribución y, también preguntas sobre la importancia de estar o no en el Registro del Creador Independiente. Realmente volvemos al punto de partida: defender un proyecto cultural con relaciones de trabajo cimentadas en la confianza mutua y el respeto a todas las tendencias artísticas, con la impronta y la dinámica de este momento.

Es casi seguro que se seguirán modificando las relaciones entre cineastas e instituciones, el público y las películas. Tal vez dejemos de decir «vamos al cine», ese espacio de encuentro, socialización de ideas, de intercambio entre diferentes clases sociales y raciales. ¿Se reprogramarán las relaciones sociales en nuevos espacios concentradores de servicios? ¿El visionaje de películas será reducido al marco familiar, a pequeños espacios de iguales? ¿Se perderá para siempre la magia de la sala oscura que nos igualaba?

Está por ver cómo será este encuentro con las nuevas y diversas obras que producirá el cercano futuro cine cubano. Volverá Mayakovski a inquietarnos con estos versos: «Para ustedes el cine es un espectáculo. Para mí, casi una cosmovisión. / El cine es el innovador de las literaturas / El cine es el destructor de la estética /El cine es la intrepidez /El cine es el divulgador de las ideas».

Fuentes:

1 Sitio Web/Uneac, 28 de junio 2013/1:32pm. Consejo Nacional de la Uneac.

2 Declaración publicada en La Gaceta de Cuba, Uneac, 1964.

Tomado de: http://www.granma.cu

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Dominio Cuba: Narración, simbología y metáfora (+programa)

Imagen cortesía de Dominio Cuba

Por Octavio Fraga Guerra

Las prácticas de la comunicación, en cualquiera de sus “apartados”, están “sometidas” a un perenne desafío: el de reinventarse. Esta verdad incuestionable ha de ser un “tener en cuenta” para quienes desarrollamos el oficio, pues implica varios retos: construir códigos “imperecederos”, descorchar estéticas que transiten bajo el tamiz del mestizaje, erigir renovadas soluciones narrativas, asentar sólidas simbologías. También icónicas metáforas que habiten en la memoria y en el dialogo cotidiano de la sociedad global, que evoluciona con singulares envolturas, vestidas con distintivos acentos etnológicos y un abanico de puntales raíces culturales.

Se impone significar un punto y seguido. Somos parte de una era que evoluciona hacia marcadas mutaciones, que pulsan la reconfiguración de ciudadanos históricamente analógicos, que afloran con vestiduras y socializaciones digitales.

Las nuevas tecnologías, que ya no son tan nuevas, han incorporado otras maneras de articular los nexos entre los medios de comunicación y la sociedad global. Durante décadas han imperado estéticas y contenidos analógicos, gradualmente redimensionados por la aparición del celuloide y los dispares formatos televisivos.

Pero es todavía el celuloide el único soporte probadamente perdurable entre todos los que reposan en los anaqueles audiovisuales de las naciones, asegura  la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF). Y como obligadas referencias y fuentes de enriquecimiento de los arsenales creativos, la preservación de la memoria audiovisual es parte medular de una estrategia de primer orden, pues no solo se trata de atesorar los hechos históricos “impresos” en estos formatos.

Son esos los escenarios en que se mueve un complejo telar de infinitas dimensiones, que evoluciona como un enjambre interconectado, materializado en pantallas de dispares longitudes, diseñadas con un arco de prestaciones que en la era del marketing han sido acuñadas como “valores agregados”.

Los ases de un ordenador, la adaptabilidad y la praxis de una tableta o un móvil, los atributos de un GPS —que asiste en la movilidad de rutas urbanas o rurales—, los contenidos de un televisor doméstico o los cientos, tal vez miles, de salas cines que programan simultáneamente un filme inyectado en discos duros de un servidor remoto, son tan solo algunos de los destinos de estas digitales ramificaciones que constituyen los nexos, también réplicas, entre los medios y el receptor.

Comprender esta arquitectura es fundamental en el diseño de los contenidos y las maneras de socializarlas. La certera narración, las imprescindibles simbologías, las acabadas metáforas, son algunas de las claves que contribuyen a un eficaz “dialogo” con el lector contemporáneo.

Ser un constructor activo de este escenario implica bocetar y desarrollar renovadas puestas narrativas, esenciales para conectar con un lector saturado, que consume maquetadas manipulaciones, burdas desinformaciones, contenidos no siempre edificantes o de probados valores y acentos comunicativos que contribuyan a una mejor comprensión de la historia pretérita o nos permita visibilizar con anticipada nitidez los retos de la sociedad global.

Es también parte de los encargos de los constructores de contenidos dibujar con mapas estéticos las dinámicas de comunidades, países y regiones que arropan singularidades, atributos, saberes.

En Cuba no abundan los espacios novedosos de corte informativo que entronquen con este panorama. Laceran el esfuerzo los delgados diseños que soportan buena parte de nuestras páginas digitales generalistas o los pobres contenidos que han de tomar de las fortalezas de la literatura y los antológicos periodistas para un eficaz “dialogo” con el lector contemporáneo. También es vital renovarse en torno a los estudios más audaces sobre la comunicación y el periodismo, que no han de perder sus esteras fundacionales.

Emocionalidad, rigor periodístico, plurales narrativas o titulares de vistosos empaques, que en nuestros medios también padecen del síndrome de la clonación, son algunas de las rutas a tener en cuenta en nuestra labor profesional. Sobre esta gradación de problemáticas se ha de subrayar la escasa gráfica que caracteriza a nuestras publicaciones digitales, esenciales para complementar puntos de vista, discursos, tonos editoriales, así como la necesaria riqueza visual. La más descollante gráfica internacional de las últimas décadas, se distingue por tomar de los pilares y las voluptuosidades del arte, bocetadas como auténticos nichos de unidades significantes.

La fotografía, como probado recurso para socializar información, opiniones editoriales, orondas identidades, entonaciones culturales o nuestros más sagrados valores, ha de ser protagónica y no solo habitar en los repositorios de espacios informativos. Esta álgebra señala la necesaria conjugación entre los autores clásicos y los jóvenes. Se trata, por tanto, de construir un cromatismo generacional.

La sistematicidad y el seguimiento de una noticia, la defendida impronta de la inmediatez, son también variables no resueltas que atentan contra la fortaleza y rigor en el ejercicio del periodismo.

En el escenario de páginas digitales cubanas no predominan los materiales audiovisuales. Esta verdad resulta contradictoria frente al reconocimiento social de una generación que consume, cada vez más, este modo de leer contenidos. Condensadas entrevistas, fragmentos antológicos de filmes, reportajes temáticos, valoraciones a partir de una línea secuencial de nuestros líderes de opinión, son algunas de las vertientes que debemos concretar para fortalecer la visibilidad de nuestros espacios informativos.

La Televisión Cubana requiere despojarse de los caminos trillados o de lo que “funciona” en otras zonas geográficas del convulso planeta que habitamos. Las estéticas, visualidad y dramaturgia de cada emisión ha de ser construida por muchos. Esta tesis no entra en conflicto con la necesidad de actualizarse sobre los modos y medios con que se construye y proyecta la noticia. La entrevista, muy recurrente en nuestros espacios televisivos, adolece de una buena preparación, de cómo se va a proyectar el dialogo entrevistador-entrevistado.

Desde otras aristas, se debe enriquecer la labor de diseño de luces, los emplazamientos de las cámaras y su movilidad en el espacio interior, dos especialidades que responden a la intencionalidad de los contenidos, sin desconocer lo que aportan los recursos de la postproducción. Las dinámicas que marcan un programa televisivo no han de atentar contra la realización colectiva de una labor claramente creativa, la de informar. El buen trabajo de mesa define muchas veces el acabado de un texto audiovisual.

En medio de este tablado nacional nació un espacio que amerita “mirarlo por dentro”. Dominio Cuba, el programa que cada lunes, a las 10 de la noche, emite el Canal Caribe de la Televisión Cubana, se fraguó apropiándose de las estéticas de la contemporaneidad y los estamentos del periodismo. De lo que ha legado el arte digital, así como de la fotografía, la plástica y el amplio arsenal iconográfico cubano e internacional.

Imagen cortesía de Dominio Cuba

Imagen cortesía de Dominio Cuba

¿No es acaso la riqueza y la pluralidad de signos un valor para el desarrollo estético de la comunicación? ¿Cuáles son las premisas que sostienen este espacio informativo? ¿Qué distingos arropa Dominio Cuba en el contexto nacional? ¿Qué recursos de la dramaturgia televisiva toman sus creadores para conectar con dinosaurios analógicos y nativos digitales?

En el fondo de cada puesta, donde dialoga Darío Gabriel, se erige un telar de sobrias coloraciones, soporte de buena parte de la gráfica, que se revelan como virtuosas simbologías secundadas por pensadas sumas de palabras de empaque digital que jerarquizan ideas, conceptos, medulares puntos de partida informativa o líneas de pensamientos.

Su presentador, el periodista Darío Gabriel Sánchez, subraya en cada entrega tres esencias que son parte sustantiva de la profesión: informar, investigar, contextualizar. Este no es solo el diáfano eslogan de un espacio que dura tan solo treinta minutos, sino el enunciado y la materialización de los principios de una apuesta audiovisual nucleada por un arsenal de simbologías discursivas.

En cada capítulo el programa transcurre como un interlocutor de conexiones que invita a ser parte de una “puesta en escena”, de diálogos pensados y acentos significantes, debidamente ubicados en puntos de giros resueltos para atraer al lector audiovisual.

En el fondo de cada puesta, donde dialoga Darío Gabriel, se erige un telar de únicas coloraciones, soporte de buena parte de la gráfica, que se revelan como virtuosas simbologías secundadas por pensadas sumas de palabras de empaque digital que jerarquizan ideas, conceptos, medulares puntos de partida informativa o líneas de pensamientos. Son una suerte de “mapas tipográficos” donde pueden leerse, en unos minutos de nada, lo que podría interpretarse como apuntes de libros de sustantivas correcciones, edificados con palabras llanas, superpuestas desde la sobriedad. Todas ellas resueltas sin barroquismo o rebuscadas formas, que en verdad entorpecen la comprensión de un lector abrumado de señales sumatorias, ancladas por las estéticas posmodernas de sabor descafeinado.

La pantalla muta en colores y tonos que abrigan estados de ánimo, puntos de atención, resolviendo desde ese telar de texturas imperfectas las jerarquías temáticas. No se trata solo de solucionar una puesta televisiva para llenar minutos de programa. Son edificadas intencionalidades, discursos renovados, soportados por elementos que la semiótica descompone. El equipo creativo de Dominio Cuba construye sus narrativas pensando siempre en ese espectador remoto que no deja de moldearse en gustos, modismos, tendencias, permeado también por la cotidiana vivencia y las muchas otras lecturas que aportan otros saberes.

Los elementos gráficos se erigen como sellos en Dominio Cuba. Transitan no solo los entrecortados del presentador. Todos ellos son parte de una virtuosa dramaturgia que subrayan, bosquejan, sopesan las líneas temáticas que cada semana propone, pues sus creadores los pulsan empeñados en que sea “distinto” a la anterior emisión.

Las soluciones estéticas son plurales y de múltiples lecturas. La fotografía, la pintura, el grabado, contenidos de publicaciones, son fuentes naturales de estos goces estéticos que peregrinan desde composiciones mixtas en Dominio Cuba. Modernidad, tradición, imágenes icónicas, se fusionan en ese telar que nos propone metáforas alejadas de los convencionales modos de informar, investigar, contextualizar.

Este cúmulo de aciertos artísticos es válido para construir riquezas en los lectores digitales. Los trazados narrativos resueltos en cada segmento engarzan con esos leedores, muchas veces cautivos, quienes probablemente se identifican con las líneas que se les van revelando, asumen un mirar de las partes y del todo y comprenden las dinámicas narrativas de cada entrega.

Los lectores analógicos no son menos importantes en este análisis. Los realizadores de este programa los reconocen como segmentos de públicos de fundada relevancia. Sus tradicionales iconografías, son acopiadas en limpias combinaciones resueltas con hechura en este proscenio digital. Con Dominio Cuba, los analógicos sentirán estar en su tiempo vivido, pues sus recuerdos circulan en otras envolturas, con otros tempos estéticos.

El programa, dirigido por la periodista Rosa Miriam Elizalde se desarrolla desde medulares géneros periodísticos. La entrevista a pie de calle y la que materializan en el estudio, siempre sosegada, necesariamente analítica, de esperada profundidad.

Tomar las opiniones de la población constituye un atributo de Dominio Cuba. No solo por tener en cuenta los saberes, las inquietudes, los puntos de vista, los “mirarse por dentro” del ciudadano que acepta compartir sus palabras de tránsito, sino también porque ese diapasón de miradas y parlamentos legitima, complementa, el armazón televisivo de cada emisión.

El programa crece moldeado por las entrevistas a los expertos o a personas autorizadas que redondean, corrigen, replican o acentúan los temas que son distingos de cada emisión de los lunes. Todos los entrevistados se montan en la dramaturgia de la propuesta televisiva con acento de contrapunteo participativo.

A dichas fortalezas, se agregan los puntos de vista del equipo de realización, que es también protagonista de otras ventanas de ideas, y la elección de temas, fundamentalmente a cargo de la guionista Beatriz Pérez Alonso, joven profesora de la Facultad de Comunicación.

Sistematizar esta práctica en el periodismo audiovisual es vital para fortalecer la asiduidad de los televidentes, quienes, representados, tomarán notas sobre las valoraciones de los invitados de rigor.

El responsable del converso con la cámara es Adrián Migueles, quién además asume los roles de editor y director para la televisión. Establece así ritmos que emparentan con los lectores audiovisuales contemporáneos, equilibrando sus tiempos televisivos hacia ese otro lector que reconoce la existencia de compases propios del video clip, pero lee, con probada eficacia, desde las narrativas aristotélicas del relato tradicional. Vale distinguir la cámara que deambula respetuosa, indagadora, anclada al primer plano.

Dominio Cuba integró a los jóvenes Kalia Venereo, Aldo Cruces y Ary Vincench, graduados del Instituto Superior de Diseño, para intervenir en las texturas de los muchos “otros escenarios”, que son partes protagónicas del programa. Virtuosas animaciones, novedosas composiciones que toman de todas las artes para desplegar puntos de vista o significantes informaciones emergentes de la voz en off, tratadas con plasticidad y ponderada envoltura. Soluciones gráficas que evolucionan desde la tradición y la modernidad, creaciones artísticas que nacen de nuestra rica identidad, nuestros más descollantes acentos culturales.

También se justifican otras estéticas foráneas ante el trazo que imponen los temas, generando un vasto arsenal de culturas. Llamo la atención sobre los fotomontajes que construyen mensajes editorialistas, donde cabe la ironía, la sátira, el humor inteligente. Son parte de los cometidos de un equipo de realización que asume su encargo desde las soluciones colectivas, el dialogo cruzado o los resortes de la fotografía asentadas en cuidadas dosis; en la visión de un diseñador ilustrador, Aldo Cruces, que representa las ideas infográficas con una codificación muy particular en el uso de los recursos expresivos de la imagen, pautadas luego por una dirección de arte que apunta hacia una probable mirada femenina, la de la Kalia Venereo, quien asume este encargo profesional, esencial en toda puesta informativa.

¿No es acaso, la dirección de arte, una especialidad fundamental para el acabado de un programa informativo? ¿Exploramos habitualmente el diálogo y la creación colectiva en programas de este corte? ¿No son la cultura y todas sus expresiones artísticas materias de la que debemos apropiarnos con más sistematicidad para construir renovados contenidos? Son estos tan solo apuntes para el necesario debate.

Por otra parte, hay en Dominio Cuba un escenario de creación favorable (vital para el desarrollo de la nación): la confluencia de generaciones y su actuar participativo, que por su trascendencia en no puede pasarse por alto.

Se han de construir pilares donde converjan todas las generaciones en una esencial relación orgánica. Eso se traduce en generar espacios, que no son físicos, en los que han de ser protagónicas todas las ideas que fortalezcan los proyectos, significados por los imaginarios, los más genuinos conceptos o puntos de vistas. Es ese mapa el que nos permite entender y refundar la creación audiovisual. Rosa Miriam Elizalde, a partir de los resultados de cada puesta, revela una cabal comprensión de esa dinámica.

Como es tradicional en los programas televisivos de esta naturaleza, la estructura de Dominio Cuba transita desde las clásicas secciones. Esta manera de narrar es importante para edificar en los lectores una habitualidad, un sentido del tiempo, una lógica ojeada. Glosario, Hablando con… Memes de hoy, A quién seguir, son algunas de las paradas de rigor del programa diseñado desde un cuidado despliegue de signos, que son parte de su arsenal identitario. Pero es justo llamar la atención sobre la movilidad, la fragmentación, como si de pedazos se tratara, que caracteriza a esta puesta de la Televisión Cubana.

Sustantivos temas han sido tratados en doce emisiones de Dominio Cuba. Los parques Wifi, las Fake News, el internet móvil, la privacidad en Internet, los videojuegos, Big Data e inteligencia artificial, Gobierno electrónico, el Internet de las cosas o la Ciudadanía digital, por citar algunos ellos.

Su armazón flexible, y sus sellos de identidad resueltos desde la metáfora y la simbología, son fortalezas que le permiten incorporar ese amplio espectro de temas sin perder la solidez de su cuerpo narrativo.

Los muchos contenidos que engrosan el todo de este programa son unidades con significados. Recortar algunas de las partes de ese todo, no es una recurrente casualidad. Cuando se analiza su cartografía es posible desprender una entrevista, segmentos donde es protagonista el presentador o los núcleos iconográficos que progresan como unidades narrativas.

Rosa Miriam Elizalde y el equipo creativo de Dominio Cuba tienen muy claro la urgencia de que las partes de ese todo, se multiplique por las redes sociales que preexisten con sus propias “reglas del juego”. Facebook, Twitter o Instagram, son escenarios por donde circulan estas “fragmentaciones significantes”, que son también estímulos, narraciones completas, para reconocer ese todo.

Esta filosofía, que entronca con las dinámicas de las redes sociales, ha de ser tomada en cuenta no solo por los espacios televisivos de nuestro país. También por nuestras páginas digitales de cualquier perfil temático, pues más de la mitad de los contenidos de los medios del mundo, se solventan desde esos protagónicos enjambres.

Imagen cortesía de Dominio Cuba

Imagen cortesía de Dominio Cuba

Dominio Cuba en TV: Fake News (Segunda edición)

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Ambrosio Fornet: Entre la imaginación y el pensamiento

Por Octavio Fraga Guerra

Una entrevista audiovisual ha de ser cartografiada con agudo sentido del tiempo, con mirada pretérita y acento renovado. Es una ruta donde se impone construir signos de vastos contenidos en llana relación con los requeridos equilibrios temáticos que transitan por el texto fílmico.

En el documental, la entrevista es recurrente. Se erige como una plataforma inmaterial donde podemos reescribir medulares capítulos de la historia, la sociedad, la cultura y el pensamiento. Tras una evolución atemperada por la intencionalidad de sus autores, en este género cinematográfico son tomados en cuenta los muchos destinos por donde pueden deambular los cruces de palabras. Es edificado un amplio abanico de ideas que se erigen para el lector audiovisual.

La no ficción de corte biográfico, en el cine, suele estar planteada como una puesta en escena donde se jerarquizan los valores del entrevistado y las sustantivas palabras que genera el dialogo. Casi siempre es producida en un encuadre potenciador de la gestualidad y la expresión corporal, sin ignorar los pasajes de acentos socioculturales que fortalecen la personalidad del interlocutor protagónico. Eso sí, el personaje ha de ser retratado con sobria envoltura, cuya puesta en escena ha de ser frontal al reality show fílmico de burda factura, una tendencia creciente en ciertos filmes que apuntan al mundo animal o, también a las extravagancias de personajes anodinos ubicados en paisajes naturales, presentados en un transversal escenario.

Cuando el material está bien construido por ese echar un párrafo esperadamente enriquecedor, denota el particular intercambio de vestiduras y abordajes. Desde otra perspectiva, estudiosos del tema jerarquizan la voz como el elemento clave a trabajar, como articuladora del mensaje, “pero el resto de las expresiones no verbales que lo acompañan influyen decisivamente en la interpretación que extrae el telespectador”[i].

En este singular momento, la palabra es el eje narratológico. Se dimensiona en el empeño de darle cuerpo a la arquitectura fílmica construida. Todo ello acompañado de una fotografía que hurgue, humanice, retrate los cercos del protagonista; delineado por un montaje de austeras entradas, de cortes curtidos por giros y transiciones de “obligada presencia”; secundado por una banda sonora que legitime el dialogo, sublimice los momentos tejidos de improntas y simbolismos. Todas estas lumbres, y muchas otras, conviven en función del objetivo central: el entrevistado.

El teórico francés Michael Piault rubrica una idea que sirve de punto de partida a los esbozos anteriores, cuyo eje central es la pieza de la Videoteca Contracorriente producida por el ICAIC, donde el protagonista es el intelectual cubano Ambrosio Fornet.

“Hemos oído hablar del otro, hablar por el otro, designar al otro, interrogarlo para oír por fin su propia voz. Y luego surgió el tema de oír no sólo el sonido de su voz sino de aceptar su palabra, de escucharla directamente y no de transcribirla o interpretarla. Escuchar al otro, esto conducía igualmente a escuchar sus razones y a percibir el sentido que da a sus actos, a percibir las referencias que da de su comportamiento…”[ii].

Esta acotación puede parecer una simple nota al margen sobre los corpus teóricos que merodea a la entrevista, en particular la audiovisual. Es un excelente boceto sobre la corporeidad del protagonista o la dicotomía entre el imaginario construido sobre un personaje y la realidad contada por él mismo.

El audiovisual hoy, circula ante una colectividad cada vez más fraccionada, más hacia su parcela o su espacio vital asociado a lo profesional, a los gustos y motivaciones lúdicas. Asistimos a la fragmentación del conocimiento y los gustos que han explosionado en escenarios virtuales de ceros y unos. Sus velados códigos nos impulsan a descifrarlos, socializarlos, ante lo cambiante del escenario multimedia de estructuras matemáticas que condicionan o intervienen en el comportamiento humano, un cúmulo de información apabullante que no pocas veces oculta lo esencial para el crecimiento humano.

Como eje protagónico de la narración audiovisual, debe hallarse un equilibrio entre la codificación de los mensajes, la pensada fragmentación de los planos y el corte de las palabras. Es decir, una deseada armonía entre el discurso oral y la forma en que ha sido construido para que llegue con acierto al espectador.

Son estas, imágenes justificadas en la pantalla, construidas para un lector fílmico que se “apropia” de las baldas constitutivas de la estructura narrativa, de un dialogo pretendidamente culto, cuando se trata de personaje  de la estatura de Ambrosio Fornet. Como bien lo delimitó el entrevistador en este capítulo de Contracorriente, el también escritor y ensayista Francisco López Sacha, una figura del pensamiento cultural cubano.

López Sacha se muestra en dicha pieza fílmica tal y como es en los diversos escenarios sociales y culturales: exuberante, indagador, también protagónico, detalle que debió cuidar el realizador de esta entrega. Más bien se trataba de hurgar en los predios de Fornet sin caer en lo desmedido, en lo periodísticamente incorrecto, sin violentar las plazas personales del autor de Narrar la nación (2009), que en otros planos del filme se muestra atento a lo sustantivo de las interrogantes.

Uno de los grandes retos de toda entrevista fílmica es fotografiar al entrevistado tal y como es. Un personaje sujeto a la óptica de las cámaras, a las luces que enriquecen las texturas corporales, los fondos escenográficos. Un recreo de planos y contra planos pensados para construir autenticidad, humanismo, ruptura de lo artificial ante lectores que exigen severo profesionalismo.

Fornet, también teórico del cine y autor de Alea: una retrospectiva crítica (1987) o Las trampas del oficio (2007), se presenta en la entrevista con la sencillez que le caracteriza: un pensador cuya obra ha trascendido las coordenadas de nuestra geografía insular. Eso sí, sin dejar de hacer correcciones a sus propias palabras, sin renunciar a su derecho de abundar más allá de lo preguntando, pues sabe del valor del tiempo en la pantalla y su trascendencia formadora de probado alcance social. Con su labor ha puesto a la cultura cubana, en particular a la literatura y el cine, en el mapa de los más encumbrados escenarios de las últimas décadas del siglo pasado y del aún joven siglo XXI.

Las palabras del entrevistado son las de un intelectual que ha incorporado la educación como parte esencial de su vida. Este discurso fílmico, con envoltura de dialogo, se presta para el ejercicio de reflexiones cultas, despojadas de la petulancia y los esnobismos de algunos otros, que revelan vacíos humanos y limitaciones creativas.

López Sacha rompe su contienda indagatoria desde el encadenamiento lógico de sus orígenes. Remueve en los antecedes del trabajo intelectual de Fornet, en sus comienzos un probado lector, revelado luego como ensayista y devenido, con el paso de los años, como un gran editor, crítico de cine, guionista, conferencista en muchas materias de la cultura y la sociedad. Un sólido intelectual con una singular y descollante obra literaria sobre temas que pertenecen, en algunos casos, a los predios de la política cultural cubana.

A manera de prólogo, el entrevistador construye un mapa de Fornet. Contextualiza su origen provinciano, no para desmeritarlo, más bien para desgranar la singularidad de los primeros años de su vida. El autor de A un paso del diluvio (1958), su primera obra, nació en Veguitas, un pueblo situado a 47 kilómetros de Bayamo. Un intelectual que creció en el fragor de una época, revolucionaria por naturaleza, donde todo estaba por hacer.

No es casual esta apertura de la pieza audiovisual para entender el curso de su estructura narrativa, construida con sobriedad, contados recursos narratológicos y documentales. El filme emerge desde lo biográfico para desmontar nuestra sociedad y cultura, para significar algunas zonas del pensamiento cubano y la rica historia de un pueblo hidalgo, solidario.

El preámbulo del documental sustantiva que toda gran obra artística y literaria es fruto del esfuerzo, del empeño, cuya evolución pasa por los más disímiles obstáculos que han de sortear los pensadores; que la lectura es la praxis de su faena, porque enriquece, perfila ideas y conceptos, revoluciona las cortezas de las palabras.

En este primer tercio de la entrevista, se nos dibuja la evolución de un intelectual que hizo del ejercicio crítico una aguda labor entre los creadores literarios. Sus anécdotas fotografían una insuficiencia en el ejercicio crítico del arte y el pensamiento cubanos; la necesidad de despojarnos de la mentada autocomplacencia, de construir el rigor y la fina palabra en función de la sociedad, más allá de los predios naturales del arte y la cultura.

La actitud ética del entrevistado está plasmada en el segundo trecho de esta entrega, como parte de los roles y ejercicios humanistas que le toca asumir a los pensadores de nuestra nación, a los que se impone insertar en nuestros medios más allá de los naturales espacios en los que son leídos.

Sus acusadas aseveraciones presentes en estas dos primeras partes de la entrevista están despojadas de la ineficaz ortodoxia de la educación, del didactismo tardío. Fornet dialoga en cada tramo del documental con esa probada vocación de construir lectores cautivos, de aportar sus experiencias, sus puntos de vista enriquecedores de probada vigencia, de claro compromiso con nuestra cultura. Su oratoria es un permanente invitar a leer, a descubrir los ardores de los buenos libros y su pasión de hombre sabio aflora en cada una de sus intervenciones con meridiana sencillez.

Un nuevo trazo significante se incorpora en este dialogo ilustrado, la labor de Ambrosio en la creación de la colección Cocuyo, una serie de libros de autores cubanos, y de otras latitudes, que fueron escritos entre las décadas del 40 y 60 del siglo XX. Vale citar entonces una idea muy actual, que a manera de glosa nos expresa el interrogado, cuyo origen es el texto: Contribución a la crítica de Carlos Marx: “El artista cuando crea una obra de arte para el espectador, crea al mismo tiempo, un nuevo espectador para la obra de arte”[iii].

Ambrosio Fornet delinea una esencia de orden cultural cuya vigencia es incuestionable. Esta frase entra con brasa de relojería en el esqueleto y las ramificaciones de la política cultural de la Revolución cubana, en tiempos en los que las nuevas tecnologías multiplican el conocimiento, las maneras de construir la realidad y el pensamiento.

Estamos ante un escenario global que se trasmuta a sí mismo, se viste de disímiles ropajes, subvierte la realidad para construir otras; prostituye la verdad. A este escenario asistimos expuestos, a la intemperie. Y en el filme documental dedicado a Fornet, el anecdotario del también autor de El libro en Cuba (1994), es pasto para la entrega de nuevas aportaciones de matriz cultural y educativo, conexas a dichas ideas.

Pero el entrevistado va mucho más allá, incorpora a esta atmósfera fílmica un tema que compete no solo a la literatura sino también al audiovisual, al teatro, a las otras artes: se impone involucrar a las ciencias sociales para responder, en parte, a las expectativas no reveladas de ese lector que aspira también a recibir el retrato humanizado de nuestros héroes, de nuestros referentes históricos, sociales y culturales.

Desde esta perspectiva urge entonces reciclar la obra construida por Fornet, desde las herramientas de las nuevas tecnologías y, claro está, desde los tradicionales modos de comunicación para conducirlos hacia el templo de las bibliotecas.

La magnitud del asunto es proporcional con la legitimidad de toda obra sobresaliente, con hacer realidad la socialización de sus contenidos, con la necesidad de tocar los fondos y la epidermis de una generación que desconoce a muchos de nuestros más prominentes intelectuales.

[i] Balsebre, A., Mateu, M. y Vidal, D. La entrevista en la radio, televisión y prensa. Ediciones Cátedra, 2008.

[ii]   Piault, Michael. Anthropologie et Cinéma. Ed. Nathan, Paris, 2001.

[iii] Fornet, Ambrosio. Una entrevista a Ambrosio Fornet. Videoteca Contracorriente. ICAIC, 2009.

Tomado de: http://www.cubarte.cult.cu

*La Habana, 1966) Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Editor del blog CineReverso. Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubarte, Canarias Semanal y Cubainformación, estas dos últimas del Estado Español.

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Ecos de Palabras a los intelectuales

Por: Octavio Fraga Guerra

Resulta oportuno para el sistema de instituciones culturales de nuestra Isla, sus hacedores, y para la sociedad cubana, la publicación del compilatorio: Un texto absolutamente vigente. A 55 años de Palabras a los intelectuales. El joven historiador Elier Ramírez Cañedo asumió este encargo y encabezó el libro con el discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz,  colofón del encuentro del líder con los intelectuales en la Biblioteca Nacional los días 16, 23 y 30 de junio de 1961.

En el mapa de la compilación, de sustantivas texturas, se incluyen ideas de dieciséis pensadores de la nación. Carlos Rafael Rodríguez, Graziella Pogolotti, Armando Hart Dávalos, Roberto Fernández Retamar, Lisandro Otero, Nancy Morejón, Fernando Martínez Heredia, Jaime Gómez Triana, Omar Valiño, Aurelio Alonso, Ambrosio Fornet, Luis Toledo Sande, Fernando Rojas, Indira Fajardo Ramírez, Rayner Pellón Azopardo y Juan Nicolás Padrón, son los antologados en este ensayo.

En el corpus del libro, los autores revisitan las ideas de Fidel. Con sus notas contribuyen a la comprensión de la trascendencia de las intervenciones del líder en aquel convulso 1961. Un año marcado por sucesos históricos como la derrota de la Brigada 2506, en Playa Girón; la lucha contra las bandas mercenarias que operaban en el Escambray, y en otras zonas del país, y el empuje de la campaña nacional para eliminar el analfabetismo en la geografía cubana.

Palabras a los intelectuales dialoga con los textos que habitan en este libro-mapa. Es una selección que enriquece el alcance, la contemporaneidad y vigencia de este discurso fundacional, capital para el desarrollo de la política cultural de la nación. Resultan reveladores los enfoques de cada autor.

Al interior del libro se nos revela la anchura de sus contenidos, la evolución de cada uno de los textos y el curso de las más descollantes miradas. La pluralidad de los análisis nos permite atemperar la vitalidad de este volumen.

Los autores redimensionan a Palabras… más allá de la frase: “Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”. Desmontan tergiversadas lecturas, miradas fragmentadas o enfoques descontextualizados; apuntan, pliego sobre pliego, toda una batería de argumentos que revelan la trascendencia del texto, que con este volumen se convierte en un discurso mayor.

“Yo veo la trascendencia de Palabras a los intelectuales en el conjunto de la intervención de Fidel y en los objetivos que tuvo, más que en la frase famosa. A mi juicio, esa frase atendía a lo esencial de aquella coyuntura, y no al propósito imposible de enunciar un principio general de permanente de política cultural”, subraya el pensador Fernando Martínez Heredia.

La virtud de esta entrega, preparada por Ediciones UNIÓN (2016), es también la de nuclear en un solo volumen la mirada crítica de varias generaciones de intelectuales cubanos. Todas ellas enriquecedoras y sustantivas, ameritan leerse desde una mirada integral, abarcadora, contemporánea, historicista. Una clara invitación de Un texto absolutamente vigente. A 55 años de Palabras a los intelectuales.

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

*La Habana, 1966) Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Editor del blog CineReverso. Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubarte, Canarias Semanal y Cubainformación, estas dos últimas del Estado Español.

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Épica y tenacidad en el cine cubano contemporáneo. Por: Octavio Fraga Guerra*

En nuestra nación el cine épico tuvo su período de florecimiento en los albores de la Revolución. El ICAIC, fundado el 24 de marzo de 1959 como institución productora y gestora de las políticas culturales de nuestra cinematografía, subrayó los temas históricos, en particular la gesta emancipadora de la Isla. Historias de la Revolución (1960), de Tomás Gutiérrez Alea; El joven rebelde (1961), de Julio García Espinosa; Realengo 18 (1961), de Oscar Torres y Eduardo Manet; o Cuba´58 (1962), de Jorge Fraga son tan solo algunos de los filmes de ficción materializados en ese período fundacional que entroncan con esta esencial experiencia.

En décadas posteriores se concretaron otras puestas de amplia factura y renovados estilos como parte de esa estrategia de visibilizar la historia, la pretérita memoria y la eticidad de la sociedad cubana. Se retrataron, desde dispares narrativas, relevantes hechos, requeridas biografías e impostergables pasajes donde la sociedad cubana se vio representada, historiada, dibujada en veinte cuatro cuadros por segundo.

Textos fílmicos como David (1967), de Enrique Pineda Barnet; La odisea del General José (1968), de Jorge Fraga; La primera carga al machete (1969), de Manuel Octavio Gómez; Páginas del diario de José Martí (1971), de José Massip; Mella (1975), de Enrique Pineda Barnet; Primero de enero (1984), de Miguel Torres; Baraguá (1986), de José Massip; Asalto al amanecer (1988), de Miguel Torres, nos confirma lo vital que resulta de construir un cine jerarquizador de nuestros valores patrios, los medulares hechos de la nación, así como de los prominentes momentos de la historia nacional y locales.

Esta filmografía fue desarrollada por más de una generación de cineastas que tuvieron en el documental y en los Noticieros ICAIC las necesarias escuelas, una práctica que ha sido superada en las últimas décadas con la fundación de la Facultad de Comunicación Audiovisual de la Universidad de las Artes y de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. La impronta desarrollada al calor de la Revolución, los desafíos de cinematografiar nuestra rica historia, el compromiso de asumir las más descollantes epopeyas y sus protagonistas, fueron algunas de las ramas de este frondoso árbol, ralentizado por la crisis económica de la década de los noventa del siglo pasado.

Si repasamos las producciones de este siglo, estos dos grandes temas: épica y tenacidad, escasean en la cinematografía cubana. Kangamba (2008), de Rogelio París; Ciudad en rojo (2009), de Rebeca Chávez; Sumbe (2011), de Eduardo Moya; José Martí: el ojo del canario (2011), de Ferrando Pérez; La emboscada (2015), de Alejandro Gil y Cuba Libre (2015), de Jorge Luis Sánchez son los filmes de ficción que engarzan con este apartado. Al Instituto Cubano del Arte e Industrias Cinematográficas (ICAIC) y al resto de las casas productoras del país les asiste llenar estos vacíos, también de pensamientos, de lúcidas ideas. Son proyectos que han de ser solventados con una mayor producción de obras de ficción y de documentales, género este último que en nuestra Isla ha de crecer, evolucionar con obras de mayor factura, de notorio acabado.

Para este reto se impone diseñar lógicas de producción más allá de los nichos creativos y de gestión audiovisual. Son ideas básicas que han de materializarse desde una pensada articulación entre las casas generadoras de audiovisuales y multimedia y las instituciones productoras contenidos ideoestéticos y culturales. Esta variable ha de ser acompañada por un redimensionamiento de los esquemas de trabajo hacia una mayor flexibilidad, dinamismo y trascendencia que cale en la sociedad cubana y en otras geografías. Estas ideas no desconocen lo complejo del escenario económico nacional ni las políticas de centralización de los recursos financieros, idea esta defendida por el Che.

Se impone suscribir incentivos en los servicios, una de las habituales fuentes de ingreso de la cinematografía cubana. Vale la pena elaborar proyectos cuyos contenidos sean de interés para casas productoras foráneas, que cristalicen en nuestras fronteras y superen los tradicionales esquemas de las coproducciones, no exentas de retos. Para este empeño se han de integrar otras instituciones afines al arte y la cultura, así como entidades gubernamentales pensadas como activas colaboradoras de estos propósitos.

Las nuevas tecnologías abrieron paso a un estadío alentador para el desarrollo del cine cubano. Los filmes Leontina (2016), de Rudy Mora, y Bailando con Margot (2016), de Arturo Santana, no los confirman. Escenarios pretéritos construidos por estas herramientas permiten desarrollar y construir locaciones de legítima factura. El cine nacional crecerá con esas herramientas cada vez más reconocidas y usadas por jóvenes cineastas, desatadas en todo un entramado de ideas y sueños que ha tenido mayor desarrollo en las producciones de videoclip de factura nacional.

¿Épica y tenacidad solo para los filmes que abordan nuestras luchas independentistas, nuestra historia? No, son muchos los relatos a cinematografiar en 58 años de Revolución que “esperan” por los sabores del celuloide.

En estos tres últimos lustros ha sido fotografiada por el cine documental la obra de nuestros colaboradores en misiones internacionalistas. Sin embargo, su arte final no ha tenido la exigida factura. El tono reporteril, el empastado didactismo, la buscada y no siempre lograda suma de emociones, son desaciertos a tener en cuenta ante la necesidad histórica de documentar, pero también de ficcionar los relatos de nuestros compatriotas.

Hace más 30 años se fundó en Cuba el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (1 de julio de 1986). La institución sentó las bases para el desarrollo de los llamados polos científicos, enclavado en la capital y en varias provincias del país. Detrás de esas prominentes instituciones habitan muchas historias que podrían ser montadas en renovados textos cinematográficos. Los desvelos de sus protagonistas, el humanismo  de sus investigadores y los desafíos vencidos por la tenacidad y la ética de estos grandes creadores, son buenos pretextos para actualizadas puestas de cine.

Será gratificante conocer la vida y la obra de prominentes científicos de nuestra Isla. Nos asiste fotografiarlas, legitimarlas, humanizarlas. Para este escenario, casi virgen, cabe el documental y la ficción. Dichos sueños implican todo un trabajo de búsqueda de las historias de las muchas epopeyas vividas. En ese proceso de indagación afloran las ideas, los guiones, la empatía y el compromiso con los sueños cumplidos por los investigadores cubanos.

El Ballet Nacional de Cuba; sin dudas, una de nuestras agrupaciones culturales de mayor prestigio internacional, fortalece el sentido de la tenacidad, el orgullo de ser parte de esta Isla, nuestro apego a la nación y sus conquistas. Sin embargo, el séptimo arte no lo ha fotografiado más allá de la puesta en escena audiovisual o en los espacios informativos, filmando solo desde la epidermis de sus creadores. ¿Cuántas historias que habitan tras bambalinas se podrían contar? ¿Cómo logran nuestros bailarines esos prominentes resultados? ¿Es que estamos “condenados” a conocer solo las puestas de realizadores foráneos que abordan dichos temas? Son estas, a fin de cuentas, meras provocaciones para seducir a los narradores fílmicos.

En la misma línea de la tenacidad, dos ejemplos dispares son válidos para varias puestas de ficción y documental. La ejemplar faena de la cruzada teatral de Guantánamo y la obra de los constructores que con los pedraplenes unieron a nuestro archipiélago con la cayería norte del país.

La experiencia de la cruzada teatral de Guantánamo, que cada año se realiza en la oriental provincia, merece al menos un texto fílmico, una pieza capaz de hacer visible la gesta y la tenacidad de sus actores. Conformada por teatristas que cada año comparten sus empeños escénicos en poblados que no cuentan con un circuito de manifestaciones artísticas, sus protagonistas siguen aferrados a trotar por parajes distantes de la cabecera provincial en condiciones de campaña. Por más de 25 años, estos actores de excepción dejan huellas, conocimientos, estimulan en los pobladores de estas inhóspitas regiones saberes, valores, y lo más relevante, socializan su labor más allá de la nicho tradicional del teatro.

Los pedraplenes en Cuba son otra gran historia por contar en el cine. Desafiando los obstáculos de la naturaleza cientos de maestros de obras, técnicos y constructores se han “adueñado” del mar para erigir carreteras que permiten el paso a lo que hoy es un gran polo turístico en nuestro país. Esta gesta nos exige componer con imágenes propias los retos, obstáculos y desafíos de dichas obras.

Muchos otros ejemplos asociados a esta idea podrían ser enunciados. La obra de la Revolución Cubana está colmada de experiencias tenaces, de historias que abrigan la épica más allá de la mentada y necesaria memoria histórica o de la cronología de hechos. El primer reto está en sortear los desafíos y las dificultades que persisten en Cuba para hacer cine.

Épica y tenacidad son imprescindibles para la formación de valores. Nuestro cine está necesitado de construir un capital simbólico que se incorpore al consumo de materiales ajenos a nuestras fortalezas culturales. Lo esencial es construir, de manera escalonada, pensados contenidos para ese lector cautivo, que abunda en las redes sociales de aparente caos, donde se busca despolitizar, homogenizar el pensamiento, las culturas y los valores, muchas veces ajenos a los anclajes de la nación. La faena es larga, tenaz y solo es posible edificarla con la fuerza integradora de muchas instituciones como parte de ese entramado socio cultural construido por la Revolución Cubana.

Tomado de Notas del Reverso de: http://www.lajiribilla.cu

*(La Habana, 1966) Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Editor del blog CineReverso. Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubarte, Canarias Semanal y Cubainformación, estas dos últimas del Estado Español.

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Ciencias sociales, cine y sociedad cubana: apuntes vitales. Por: Octavio Fraga Guerra*

Ese sol del mundo moralI

La primera gran epopeya de la obra cultural de la Revolución cubana fue el destierro del analfabetismo en la Isla. Secundaron a esta proeza del año 1961, el acceso universal y gratuito a todos los niveles de educación, una de las medulares políticas del estado socialista; la masificación de la enseñanza técnica profesional, insuficiente en el período prerrevolucionario, y la multiplicación de las universidades por todo el país, muchas de ellas afincadas en las serranías de la nación.

Con la creación de la Imprenta Nacional de Cuba se construyeron las bases materiales para un nuevo peldaño de la ofensiva cultural de la joven Revolución. Casa de las Américas y el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográfica desarrollaron en estas primeras décadas de socialización nexos referenciales con la intelectualidad artística y literaria nacional e internacional.

Constituyó una plataforma impostergable para el desarrollo de la sociedad socialista la creación del Ministerio de Cultura, fundado por el intelectual Armando Hart, pues se imponía edificar la política cultural de la nación. Interconectado con los Institutos y Consejos, todo el sistema caló, junto a la UNEAC y la AHS, en los cimientos de la Isla.

El anclaje de bibliotecas, casas de cultura, cines, librerías, galerías de arte en todas las provincias y municipios del país completó un pensado empeño de socialización del arte y el pensamiento. Las escuelas de enseñanza artística (de nivel medio y superior), presentes en todas las regiones de nuestra Isla, tributaron formación cualificada a cientos de jóvenes. Los egresados de estas academias fortalecieron el andamiaje cultural en todos los estratos sociales.

II

Muchos son los datos y argumentos que podrían fotografiar en primer plano las dimensiones de esta obra social, definitivamente histórica. Sin embargo, amerita particularizar un acontecimiento que se ha afianzado en la sociedad cubana, la práctica de la lectura.

Dos de los grandes ejes que contribuyeron a este logro fueron el precio asequible de los libros y las voluminosas tiradas que caracterizaron aquellas primeras décadas de desarrollo instructivo, más la creación de una biblioteca en cada municipio, así como en todos los centros de enseñanza general.

El diseño de una estrategia de comunicación cultural, estética e ideológica, que apunta hacia la jerarquización de los valores literarios, los contenidos de los libros y a sus autores, rompió con las prácticas pseudoculturales imperantes antes de 1959, una experiencia cuyo momento climático es la Feria Internacional del Libro de La Habana, extendida a todo el país.

Entroncada con la política de la Revolución cubana, coexiste una sólida red de editoriales responsables de materializar este esfuerzo, ante los desafíos de las instituciones y asociaciones de las que son parte vital. Todas ellas tienen un permanente reto, edificar una sociedad culta, comprometida, solidaria, de profundos valores humanistas.

Casas editoriales como la de Ciencias Sociales, Arte y Literatura, José Martí, Letras Cubanas, Ediciones Unión, Capitán San Luis, Pablo de la Torriente, Ediciones ICAIC, Oriente, Editora Política y muchas otras más, desarrollan una labor socializadora en cada entrega de libros, fortalecida también por las editoriales de las provincias.

Se impone significar una problemática en torno a este tema. En los últimos años ha disminuido significativamente el número de ejemplares que se imprime por títulos, en relación con otros períodos, debido a la situación económica del país. Este decrecimiento está condicionado también por el deterioro de la industria poligráfica nacional, que no cuenta con todas condiciones tecnológicas y de insumos para hacer frente a las demandas productivas de las editoriales cubanas.

Un dato mayor, de gran contundencia social, pesa en las coordenadas ciencias sociales-cine-sociedad. En cincuenta años de Revolución Cultural se han publicado en nuestro país más de 80 mil títulos, de los cuales más de 57 mil son de autores cubanos.

Este no un simple valor estadístico, un número puesto para cubrir líneas horizontales y verticales llevadas a programas informáticos, muchas veces fríos, inocuos, insuficientes para entender el calado y las esencias de sus “ocultos logaritmos”. En los vértices de este demoledor dato numérico, habita el simbolismo de la obra de los intelectuales cubanos que han edificado historias, narrativas, poéticas, ideas, valores y principios.

Son un tesoro de conocimiento acumulado que reposa en las baldas de las bibliotecas públicas, institucionales y familiares, que amerita ser redimensionado en dos primeras líneas de trabajo: la presencia de los autores en los medios de comunicación y la creación de audiovisuales basados en esos contenidos.

III

¿Cómo socializar el conocimiento de los intelectuales cubanos ante el reiterado reto de una ofensiva globalizadora venida de las políticas subversivas del gobierno de los Estados Unidos y de Occidente?

Sobre este tema se han desarrollado lúcidos enfoques venidos de nuestros pensadores sociales que apuntan hacia una participación activa y comprometida de estos protagonistas de la Revolución, imprescindibles constructores de la obra cultural cubana.

Las esencias de sus análisis están dirigidos a ser parte vital de la construcción de un revolucionario arsenal ideoestético ante los desafíos de un nuevo período de nuestra historia, cuyo ante y después, es el restablecimiento de relaciones con los EE.UU. y el declarado empeño del gobierno de ese país de subvertir el curso socialista y martiano de Cuba. Asistimos a una era erigida con renovados y sinuosos andamiajes fabricados para desarrollar una escalada ideológica (de nueva generación).

Sobre el escenario de nuestras ciencias sociales y sus condiciones actuales, el intelectual cubano Fernando Martínez Heredia subraya:

“Contamos con mayor cantidad que nunca de especialistas calificados, cientos de monografías muy valiosas, centros de investigación y docentes muy experimentados, y un gran número de profesionales con voluntad de actuar como científicos sociales conscientes y enfrentar los desafíos tremendos que están ante nosotros. Pero son minorías respecto al ámbito general de las actividades dedicadas a los conocimientos sociales o relacionados con ellos, y tienen una incidencia realmente limitada en ese ámbito y en la sociedad”[i].

Algunos pilotes referenciales sobre este asunto en el país son el Centro de Investigación Cultural Juan Marinello, la revista Temas, Casa de las Américas y La Gaceta de Cuba, la colección Pensar a Contracorriente de la Editorial de Ciencias Sociales o el espacio mensual Dialogar dialogar, organizado mensualmente por la Asociación Hermanos Saíz.

Desde esta línea argumental, el ICAIC, con la Videoteca Contracorriente, materializó una voluminosa colección de diálogos que supera los 190 capítulos. Así ha quedado impreso en cine digital la sabia de notables intelectuales cubanos y de otras regiones en una biblioteca fílmica que atesora descollantes contribuciones al pensamiento progresista y revolucionario de la última década en plena era global. Pero es preciso subrayar un dato, más de la mitad de los entrevistados de esta colección no son cubanos.

Muchos de estos documentales son de obligada lectura por la trascendencia de sus contenidos, la vigencia de sus abordajes y la riqueza de sus enfoques. Sin embargo, en no pocas entregas, se ha logrado la exigida factura de realización frente a un lector multimedia permeado por los síndromes del discurso global. La estética de las nuevas tecnologías aplasta los argumentos, el esencial contenido, el hecho histórico o la ilustrada palabra.

Desde una mirada hacia nuestros medios de comunicación es un gusto contar, cada domingo, con las columnas de la ensayista Graziela Pogollotti y el escritor Ciro Bianchi, bajo el abrigo de Juventud Rebelde. En Cubadebate se impone leer al intelectual Luis Toledo Sande, al economista José Luis Rodríguez o a los historiadores René González Barrios  y Elier Ramírez Cañedo, por citar solo unos pocos de los que más “busco” en la columna de opinión del sitio.

Pero la citada suma de pensadores, y algunos otros que no he nombrado, no se corresponde con el inmenso arsenal intelectual construido por la Revolución cultural de la Isla, edificada a contracorriente: orgullosos disidentes del pensamiento global reaccionario. Este último conceptualizado como una estela ondular unificadora de ideologías y culturales que anula lo genuino de cada país, lo que distingue a cada nación.

Nuestros medios de comunicación digitales han de incluir en sus páginas nuevos rostros, nuevas letras. Urge sumar a estas plataformas, cada vez más tenidas en cuenta, textos de opinión y análisis de otros autores a través de columnas diarias, cuyos temas trasciendan lo político. La cultura, la historia, la filosofía, la economía, lo relacionado con la sociología, la sicología o los urgentes asuntos medioambientales, para construir cromatismos al servicio de nuestra obra revolucionaria.

IV

Sólidas plazas a tener en cuenta para la materialización de esta idea son el Centro de Estudios Martianos, el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, el Centro de Investigación Psicológicas y Sociológicas, el Instituto de Historia de Cuba, la Fundación Fernando Ortiz, el Centro de Estudio sobre la Juventud o los variados centros de investigación adscritos a la universidades, por mentar unos pocos de manera representativa, erigidos como centros de pensamiento en permanente labor intelectual.

La Oficina Nacional de Estadísticas e Información de la República de Cuba en su anuario sobre 2015 aporta un dato, todavía insuficiente, pero claramente relevante ante el desafío de la socialización de las ideas. Para el cierre de ese año, 3 millones 912 mil 600 usuarios disponían de acceso a internet[ii], una cifra que se incrementará en el 2016 con otras modalidades de conectividad y servicio materializadas de manera gradual. Este dato no entra en contradicción ni desconoce la lentitud y precariedad del acceso a las fuentes que pululan en el ciberespacio, un escenario global de influencias, donde debemos contribuir a la socialización de los argumentos, las lúcidas ideas.

V

Enfocadas hacia los jóvenes y adolescentes, nuestras publicaciones digitales generalistas nacionales y provinciales han de incorporar textos de otros muchos pensadores cubanos como parte de esa gran estrategia de seguir construyendo una sociedad culta, comprometida, solidaria, de profundos valores humanistas.

Ellos aportarán riqueza literaria y periodística a nuestras publicaciones, necesaria también para los que ejercemos el periodismo. Sus artículos pueden profundizar en los más diversos asuntos de la sociedad cubana y las dinámicas que establece la globalización. Estos nichos digitales contribuirían también a enriquecer y multiplicar las identidades de nuestros intelectuales y la grandeza de su labor, como esenciales pensadores de una nación genuina, revolucionaria, soberana. Una idea necesaria frente a las prácticas nocivas y mediocres de establecer en nuestra sociedad otros íconos ajenos a los pilares de la nación.

VI

Ese cromatismo intelectual multiplicado en los medios de comunicación también es muy útil para el cometido del cine cubano. Al edificar graduales identidades, requeridos temas y puntos de vista abordados por nuestros pensadores, los adolescentes y jóvenes tendrán la oportunidad de incorporar el requerido arsenal de argumentos a sus prácticas sociales. Construir un pensamiento cubano requiere de constancia, jerarquía, significados, graduales listones temáticos.

A nuestro cine y al audiovisual le asiste entonces la labor de profundizar, de erigir códigos, sólidos relatos y necesarias iconografías. Todo ello ante la obvia virtud de poder multiplicarse en la pantalla televisiva, en los escenarios digitales y en los espacios culturales y de pensamiento de nuestra Isla, naturales receptores de obras de esta naturaleza.

He comentado en este texto sobre la Videoteca Contracorriente del ICAIC y su gran acierto por lo producido. Se impone, no obstante, materializar otras entregas desde todos los géneros con la participación de varias generaciones de creadores, incluidos los egresados y estudiantes de la Facultad de Comunicación Audiovisual del Instituto Superior de Arte (Universidad de las Artes de Cuba), quienes han ser parte de estos proyectos más allá de las prácticas académicas.

Series, documentales, obras de ficción y multimedia constituyen ese diapasón de entregas donde el caudal de pensamiento cubano ha de morar en intencionadas realizaciones y tiempos en pantalla concienzudamente programados. Estas obras han de ser acompañadas por los medios de comunicación para potenciar dichos productos, trascendentes también desde el punto de vista cultural, ideológico, ético, educativo, y no solo estético.

No solo los cineastas han de ser los protagonistas de estas líneas de realización. Directores de arte, sociólogos, musicólogos, realizadores y diseñadores digitales, historiadores, estudiosos de la cultura y la sociedad cubana, no siempre incluidos en las apuestas cinematográficas (por abaratar costes de producción) son necesarios para enriquecer los contenidos y las estructuras narrativas de cada obra terminada.

Este sueño es un asunto de muchos y ha de verse, como dice un amigo, desde una perspectiva integradora. Subestimar la ofensiva mediática a la que asistimos o pretender contrarrestarla con soluciones trilladas, endebles guiones o mediocres soluciones estéticas, es apostar por esfuerzos baldíos.

Volvamos entonces a la obra de nuestros intelectuales, los que han edificado por más de 57 años de Revolución, un arsenal de ideas impresas en más de 57 mil títulos publicados.

Notas

[i] El reto de las ciencias sociales en la Cuba de hoy. Por: Fernando Martínez Heredia http://www.cubadebate.cu/opinion/2015/11/20/el-reto-de-las-ciencias-sociales-en-la-cuba-de-hoy

[ii] http://www.one.cu/aec2015/17%20Tecnologias%20de%20la%20Informacion.pdf

Tomado de Notas del reverso de: http://www.lajiribilla.cu

*(La Habana, 1966) Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Editor del blog CineReverso. Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubarte y Cubainformación, esta última de España.

15 años La Jiribilla

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