Archives for marzo2017

Raúl Rodríguez: “Soy un fotógrafo realista”

Por Octavio Fraga Guerra

A Raúl Rodríguez siempre le interesó el cine. Desde niño estuvo vinculado a este arte, entretenimiento fundamental en la Santa Clara de los años 40, cuando la oferta de espectáculos prácticamente se limitaba a la proyección de filmes, las visitas del circo o de compañías de teatro. Sus padres iban al cine dos o tres veces a la semana, y muchas veces lo llevaban, incluso a ver películas prohibidas para menores. Así creció su hábito y gusto por la gran pantalla.

Desde muy chiquito ya era un cinéfilo. Y a los 14 años, cuando estuvo tres meses en casa de su tía en New York, caminaba por la calle 44, donde estaban las distribuidoras de películas, y de los basureros sacaba las revistas de cine para estar al tanto de los filmes que estaban en producción, en exhibición y en desarrollo.

De vuelta a su natal Santa Clara, empezó a estudiar en el preuniversitario (lo que en aquel entonces se llamaba Instituto de Segunda Enseñanza) y allí, un día descubrió un proyector de 16 mm, en perfecto estado, que nadie usaba, y creó un cineclub estudiantil.

Enrolado desde entonces en los vaivenes del séptimo arte, el cineasta Raúl Rodríguez ha sido proyeccionista, editor, promotor de cine club e incursionó en la dirección de documentales. Pero hoy es, sobre todo, un sólido operador de cámara y, más aún, un experimentado director de fotografía, avalado por más de cien obras audiovisuales que son las mejores huellas de su talento.

Un cúmulo de experiencias que tomó muy en cuenta el jurado convocado por el ICAIC para otorgarle el Premio Nacional de Cine, en su última edición. El lauro, reconoce a los cineastas del país por la obra de la vida. Y Raúl, considerado por muchos uno de los fotógrafos más prominentes del cine cubano, lo agradece. Porque este es, más bien, la continuidad de su trabajo, de su sustantiva labor creativa.

Pero, cuénteme, ¿cómo hizo usted para hacer realidad aquel Cineclub estudiantil en los años 60?

Primero me conecté con mis compañeros más cercanos y lo estructuramos, aunque no fue una tarea fácil. Las películas en aquel tiempo había que alquilarlas. Si las solicitabas a instituciones de La Habana, solo una costaba como mínimo unos 12.50 pesos. Entonces, nos íbamos a la estación del ferrocarril, pagábamos ahí mismo el coste del alquiler del filme, lo tomábamos y al día siguiente hacíamos la devolución, porque su tardanza significaba pagar el doble de ese valor. Y nosotros éramos muchachos muy pobres. Recuerdo que en aquella época muchas veces yo tuve que devolver varias veces la película sin poderla ver.

Pero el cine no es solo entretenimiento. Como todo arte en sus contenidos hay mensajes. Y la única manera de desentrañarlos es discutiendo el filme luego de verlo. Para esta labor, en nuestro Cineclub nos guiábamos por los textos de  críticos como Guillermo Cabrera Infante, de la revista Carteles, y por las excelentes crónicas publicadas por la revista Bohemia. Y hacíamos ese cine club a lo grande, los domingos por la mañana e invitábamos a mucha gente.

Esa fue mi etapa en el cine club, hasta finales de los 60, hasta que vine para La Habana. Creo que también fue meritorio mostrar en ese escenario los trabajos del ICAIC, que en aquel período eran desconocidos. Nosotros los exhibimos en Santa Clara.

Sin embargo, en este cine club que creamos no solo exhibíamos películas, también filmábamos. Yo tenía una cámara de ocho milímetros, que me había llegado a través de un curso. Con ella filmábamos pequeños documentalitos en la ciudad de Santa Clara y los editábamos a ojo. Con una lupa cortábamos y poníamos los planos.

Desgraciadamente esos materiales se perdieron. Recuerdo que uno de ellos lo pude traer a La Habana y Titón lo vio. Le interesó mucho uno que hicimos acerca las peleas de gallos, sobre el nivel de violencia que generan. Filmamos una pelea de gallo completa, con toda ese morbo de la sangre, un espectáculo repugnante que aún hay quienes cultivan, sin contar las de perros.

¿Cómo fue su participación en el Noticiero ICAIC y su experiencia de trabajo con Santiago Álvarez?

Yo no era un camarógrafo del Noticiero ICAIC. Trabajé en el Noticiero ICAIC por la necesidad que había de hacer filmaciones. A veces los camarógrafos del Noticiero no podían cumplir con todos los compromisos y entonces me vinculé con ese grupo y cumplí varias misiones internacionales. Cuando Héctor José Campora hizo el cambio de poder en Argentina, estuve allí filmando un documental con Santiago Álvarez. Este trabajo se llamó El nuevo tango y lo compartí con el excelente camarógrafo Adriano (Nano) Moreno.

También tuve la posibilidad de ir a Portugal cuando se produjo la famosa Revolución de los Claveles. Allí probamos la primera cámara no ruidosa que compró el ICAIC, blindada, de 16 milímetros. Filmamos aquellos días de tensión y alegría generalizada. Dos días antes de irnos para Portugal, en España se metieron en nuestro apartamento y nos registraron todo. Perdimos documentos, pero por suerte no tuvimos problemas con la cámara ni con la película virgen que llevábamos.

Estuve además en la visita de Fidel a Chile. Santiago hizo un documental titulado De América soy hijo y a ella me debo, un material de cinco horas en el que yo participé con una cámara. También participaron Iván Nápoles, Derbis Pastor Espinosa y el Nano. Fue una época tremenda. Trabajábamos con películas de 35 milímetro, que ocupa mucho espacio, pesan mucho y el cambio de rollos el complicado. Con todo y eso, estuvimos todo el tiempo con Fidel en Chile.

En el año 1972 filmamos el mundial de pelota en Nicaragua, estando Somoza en el poder. Pero aprovechamos para entrevistar a algunos miembros del Frente Sandinista que se hallaban en la clandestinidad. Fue una aventura porque estábamos en medio de una ciudad, muy vigilados. Yo era el camarógrafo y José Borras el sonidista. Filmamos en Granada, Chinandega, en las ciudades más importantes de ese país.

Su debut como director de cine fue con el filme Rancheador, de Sergio Giral ¿Qué recuerdos tiene de esa primera experiencia?

Fue violentar mi experiencia como fotógrafo. Hasta ese momento había trabajado como operador de cámara y asistente, pero nunca en un largometraje como director de fotografía, aunque tenía mucho interés en hacerlo.

En aquel momento tenía 36 años y todavía no me sentía lo suficientemente seguro. Pero Sergio Giral (que era el director), con quien yo había trabajado mucho haciendo documentales, me dio esa responsabilidad. Él tenía mucha confianza en mí y yo mucho miedo. Era mi primera vez; además, la tecnología del cine analógico es muy complicada: hay que saber de laboratorio, de exposición, de cómo iluminar. Y tener en cuenta otros muchos factores.

Fue una época en la que pasé mucho trabajo, incluso en mi vida cotidiana y para llegar al ICAIC. Vivía en una casucha de fibrocen, en Cojimar, que tenía ocho metros de largo por tres y medio de ancho. Pero siempre estaba en el ICAIC, que en verdad es mi casa.

Esta película se hizo en Pinar del Río, en la zona de Soroa. Empecé a dar mis primeros pasos, a iluminar, a hacer todo lo que se supone debe de hacer un director de fotografía. En esa experiencia me acompañaba como operador de cámara Julio Valdez (El Pavo), de mucha experiencia (posteriormente fue director de fotografía de películas de ficción). Pero, unas semanas después de empezar la filmación El Pavo se enfermó, tuvo que salir de la película y yo me enfrenté simultáneamente a la labor de operador de cámara, iluminación y dirección de fotografía. Afortunadamente pude conciliar los tres oficios.

Sergio es un director que hace búsquedas, experimenta. Y la imagen (no solo la dirección) también influye en la comunicación que se logre. En esta película él tuvo que moverse más a lo convencional, aunque logró romper esquemas en algunas secuencias. Contábamos con un gran actor, Reinaldo Miravalles. Fue la primera vez que Reinaldo tuvo que montar a caballo. Uno de los logros del filme fue la iluminación, el uso de la luz natural. Se consiguieron escenas con cierta legitimidad, veracidad. La película caminó bien, tuvo una trayectoria interesante en el ICAIC.

¿Cómo encara, en su condición de director de fotografía, el trabajo de prefilmación?

Como director de fotografía he realizado 28 largometrajes de ficción y muchos más como operador de cámara, además de documentales, programas de televisión, teatros para este último medio. Mis obras como fotógrafo pasan de 100.

Siempre he estado más inclinado al cine documental que al de ficción. (¿Será porque el documental da libertad para aportarle muchas cosas al proyecto?). Es la cámara la que tiene que descubrir, “estar a la viva”. Entonces el documental me permite experimentar más que la ficción. Esta requiere de un proceso largo: primero el guión literario, después el guión técnico, en el cual yo trabajo con el director, a veces con el director de arte y también con el asistente de dirección.

El guionista es un personaje fundamental, el argumento, la historia, es para mí lo más importante de la película. Priorizo la historia por encima de lo demás. Entonces voy a ver al guionista a su casa, le pregunto las cosas que no entiendo bien del guión literario y después tengo esa misma conversación con el director de la película: ¿Cuál es el objetivo del proyecto? ¿Qué imagen tienes en tu cabeza? ¿Cuál es el casting?  (Muy importante). Y me reúno también con el director de arte, fundamental porque es quien crea los espacios.

Trato de buscar los elementos más adecuados para el encuadre y la iluminación del trabajo. En ese proceso se dan los debates, las discusiones necesarias para que el filme llegue a buen puerto, a un resultado positivo. El guión técnico conlleva dos semanas de intenso trabajo (se discuten las escenas en planos). Y en ese proceso yo voy pensando en la luz, en cómo voy a iluminar esos lugares. Hago fotografías de las locaciones donde se va a desarrollar la filmación, aunque vayan a cambiar. Es enloquecedor.

Hay que pensar en las luces a utilizar, en los movimientos de cámara y sus porqués. ¿Cómo hago la fotografía de un primer plano de un actor, a la altura de los ojos, por debajo y por encima. Esas variaciones tienen un significado a la hora de montar la cámara. La mayor responsabilidad del director es la puesta en escena y la labor con el actor.

En el trabajo de mesa voy mirando la gestualidad y proyección de los actores. En dicho proceso el guionista es fundamental. El peso que lleva el director de fotografía en la película es enorme. Yo he tenido siempre la colaboración y el apoyo de los directores.

Fotografiar la realidad ¿Cómo se traduce en Raúl Rodríguez?

La realidad ha de ser fotografiada muy de cerca. No podemos convertirla en una imagen fabricada. Debemos apropiarnos de ella lo más fielmente posible. Por eso siento una gran pasión por el cine documental. El estilo del cine documental yo lo aplico al de ficción. El gran aporte que hace en mí el cine documental lo desarrollo en la ficción. Soy un fotógrafo realista. Me gusta copiar la vida tal y como es, aunque a veces me critican por eso.

Usted tuvo la vital experiencia de trabajar el cine analógico ¿Cómo ha sido su tránsito hacia el cine digital?

Para mí fue un salto tremendo. Por suerte estaba haciendo documentales en video digital y compartía los dos soportes. Cuando empecé hacer cine digital descubrí que la cámara domina y hace todo lo posible por salirse con la suya. En el cine analógico uno es el dueño de la imagen.  Para mí fue una gran alegría enfrentarme al cine digital. Es la posibilidad de poder ver el plano cuando lo terminas y hacer después los cambios, de hacer los cambios no solo de la fotografía, también de la iluminación, el encuadre o el maquillaje. Eso es fabuloso. Y cuando ves la película en la gran pantalla te das cuenta de la limpieza, la calidad, la perfección de color, de la óptica. Para mí la experiencia digital es maravillosa.

¿Cuáles son sus temas preferidos?

Uno de ellos es el tema histórico. Me permite romperme la cabeza buscando una imagen que responda al tema. Y también prefiero los actuales: esa película que es como la vida misma. Chocar con la realidad, con la crudeza del asunto. Soy capaz de moverme en ambos extremos. El cine de ficción histórico y el cine de ficción de hoy en día. El tema cubano me interesa mucho, me siento mucho más cómodo con mi realidad. La ciencia ficción me encanta.

Desde su punto de vista, ¿cuál es el estado de salud de la fotografía en el cine cubano contemporáneo?

En este momento hay muchos jóvenes trabajando como directores de fotografía. Algunos de ellos han sido mis asistentes; otros vienen de la FAMCA o de la EICTV. Veo las películas producidas por ellos y me siento feliz, porque tenemos un relevo importante, además de que los fotógrafos de mi generación siguen trabajando. Pero los jóvenes están haciendo un trabajo estupendo. Me hubiera gustado que hicieran también cine analógico, porque es una prueba dura para un director de fotografía.

¿Qué significado tiene para usted el otorgamiento del Premio Nacional de Cine?

Me produjo una gran alegría porque no contaba con él. Cuando me lo comunicaron sentí euforia y tristeza, una mezcla de muchos sentimientos. Es el premio más importante que da el ICAIC, el cine cubano. Lo acepto como estímulo al trabajo que he desarrollado por más de 50 años. Y lo digo con modestia, es un premio merecido. El ICAIC es mi casa y mi casa me ha otorgado este premio. Por supuesto, este reconocimiento no es final de mi trabajo, es la continuidad de toda mi carrera.

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

*(La Habana, 1966) Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Editor del blog CineReverso. Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubarte, Canarias Semanal y Cubainformación, estas dos últimas del Estado Español.

fraga.guerra@gmail.com

https://www.facebook.com/cinereverso

https://twitter.com/CineReverso

Leer más

Conversando con Lester Hamlet

Por Octavio Fraga Guerra

El espacio ajustado para el desarrollo de los personajes, la escenografía austera, minimalista, los desafíos de los muchos ángulos y planos que toca construir en locaciones de poca holgura (un apartamento de pocos metros cuadrados), son algunos de los tópicos de un diálogo que hurga en lo periférico, en lo corpóreo de Ya no es antes, la más reciente entrega cinematográfica del director Lester Hamlet.

¿Cómo fue el proceso de preparación de los actores y de la película? ¿Qué singularidades tuvo esta primera etapa?

Fue un proceso muy largo. Desde el momento en que me propuse hacerla y me aceptaron el proyecto pasaron 6 años. Eso, de alguna manera, alteró un poco el proceso positivamente, porque me dejó mucho tiempo para pensar.

Durante ese tiempo la diseñé e imaginé muchas veces. Las víctimas de esa dilatación fueron los actores que estuvieron en los casting iniciales. Luego, cuando pude filmarla, fue bastante rápido. Era una película que ya me sabía. Le tenía dibujado los planos, los movimientos, dónde ocurriría cada acción. Fue fácil organizarla. Era un espacio, dos actores. En ese sentido, no fue complicado.

Por otra parte, no podía tener a dos actores durante 12 horas de rodaje. Era una carga muy fuerte para ellos. Y fuimos viviendo la historia cada día. La misma naturaleza del guión nos permitió filmarla cronológicamente, descubrir acción tras acción. La filmación fue muy viable.

En Ya no es antes, logró reunir a dos actores antológicos ¿Qué significado tiene para usted este reencuentro?

Es un privilegio para la película contar con ellos. Es un honor porque de alguna manera este hecho redondea la metáfora. Si es cierto que Mayra y Esteban hacía 40 años que no se veían, también es verdad que Isabel y Luis Alberto hacía muchos años que no actuaban juntos.

Entonces el reencuentro de ellos dos formó parte de la naturaleza misma de la película. Y le dio, tal vez, un hálito de verdad, más allá de la interpretación. Son dos actores que están en el recuerdo del público cinéfilo cubano.

La gente los asocia con memorables filmes. Además, son dos grandes intérpretes y esta es una película que descasa en ellos, en sus verdades. Ese es su soporte principal. Creo que ninguna otra pareja de actores lo hubiera hecho así de bien, ni hubiera provocado esa pasión que despiertan en el público Isabel y Luis Alberto.

Dentro de los múltiples retos que tiene un director de cine, se incluye la dirección de actores ¿Es para usted una experiencia gratificante?

En mí, todo es un pretexto para llegar a esa etapa. El proceso que más disfruto es estar con ellos. No soporto la escritura del guión, aunque es un paso previo necesario. Pero, cuando de verdad me siento feliz, a full en mis potencialidades, es en el momento de dirigir a los actores. De la praxis cinematográfica lo que más me gusta es estar en el set filmando, conversando con los actores, ver cómo vamos armando la película.

Desarrolla el rodaje del filme en un pequeño apartamento pudiendo hacerlo en un estudio ¿Por qué este desafío?

Porque siempre le tengo miedo a la falsedad que puede tener un estudio. Temo que se note una costura de irrealidad. Creo que el apartamento, con todo lo difícil que fue, contribuyó a esa veracidad que quise lograr. Además de que durante años, supuse la película en un espacio real.

¿Cómo valora el trabajo de la directora de arte en Ya no es antes?

Fue vital. Vivian del Valle participado en todas mis películas en esta especialidad. Esta relación facilita el entendimiento entre ambos de lo que ella también descubre en el filme y de lo que quiere poner en la pantalla.

Todo ese mundo de los colores, los rosas, los fucsias, los grises, lo que está en las paredes es resultado de su labor. Creo en el trabajo en equipo, en lo maravilloso que te aportan los compañeros. El cine no puede hacerse solo, porque no eres capaz de tanto. No es igual que escribir un poema o pintar un cuadro. A los especialistas del cine, esa maravilla, hay que darles espacio para soñar. Y ahí viene un proceso de decantación, de conversaciones donde crece la obra.

En cuanto a trabajo con Harold López Nussa, ¿le marcó pautas creativas o le dió total libertad?

Harold es un virtuoso, es un genio. Por supuesto que conversé con él. Junto definimos, luego de ver la película, áreas donde intervenir, incorporar notas y acordes. Converso mucho, no soy un director que imponga nada. Creo que la película es un momento de realización de todos y todos tienen algo que aportar a la película.

Es un privilegio contar con Harold en una película, por segunda vez. Y según preveo haré todas las películas con él. Lo adoro, me encanta su música, la manera en que sabe traducir con música lo que está pasando en el filme. A veces como contrapunto, a veces como apoyo, a veces como subrayados.

¿Cómo fue trabajar con el experimentado Raúl Pérez Ureta ante un escenario pequeño, sobrio, de austera escenografía?

Fue un desafío enorme. Raúl Pérez Ureta es un maestro. Él hizo que yo tuviera una película bonita. No me lo imaginaba. Mientras yo me empeñaba en lograr intensidad, dramatismo, Raúl construía la belleza de la imagen.

Durante todo el proceso de la película cambiaron muchas cosas. Iban a ser unos actores que no fueron, iban a ser productores que no fueron, iba a haber una música que no resultó. Pero lo que nunca cambió fue la dirección de fotografía de Raúl Pérez Ureta.

“Ya en mi tercera película, y justamente por lo difícil que yo sabía que sería esta (la cuarta) estaba convencido de que tenía que hacerla con un maestrazo de la fotografía. Fue un lujo, porque no hay nada para mi tan importante como querer aprender y con Raúl se aprende todo el tiempo. Tiene más energía y vitalidad que nadie. Es una catedra del cine cubano.

¿Cómo evolucionó el guión a partir del texto Weeken en Bahía? ¿Cómo fue el trabajo desarrollado por Mijail Rodríguez en la co-escritura del texto fílmico?

Yo tenía claro a lo que quería llegar. Fue un trabajo de escritura permanente. Sobre todo de relectura y revisión. A veces Mijail y yo lo dejábamos reposar, lo dejábamos de leer por seis meses. Cuando volvía a releerlo, encontraba detalles en la estructura y hacia encuentros esporádicos con Mijail. Fue un proceso orgánico, vivo, hasta la edición.

Cuando entraron los actores el guión creció. Yo estoy abierto a eso, no soy un director aferrado a una única manera, a una sola intención. Es algo que uno no puede hacerse en soledad, y se debe estar abierto a escuchar los aportes de otras personas.

Si llamé a Raúl Pérez Ureta es porque sabía que no me iba a sentir solo. Iban a nacer soluciones, encuadres, posibilidades narrativas. Si llamé a Isabel y a Luis Alberto es porque no solo me quise aprovechar de los actores que son sino también de sus condiciones como artistas e intelectuales. Sus sapiencias le aportan a la película. Por lo mismo llamé a Harol, a Vivian del Valle y a todas las personas que integraron el equipo de realización: para aprender de ellos.

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

*La Habana, 1966) Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Editor del blog CineReverso. Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubarte, Canarias Semanal y Cubainformación, estas dos últimas del Estado Español.

fraga.guerra@gmail.com

https://www.facebook.com/cinereverso

https://twitter.com/CineReverso

Leer más

Ambrosio Fornet: Entre la imaginación y el pensamiento

Por Octavio Fraga Guerra

Una entrevista audiovisual ha de ser cartografiada con agudo sentido del tiempo, con mirada pretérita y acento renovado. Es una ruta donde se impone construir signos de vastos contenidos en llana relación con los requeridos equilibrios temáticos que transitan por el texto fílmico.

En el documental, la entrevista es recurrente. Se erige como una plataforma inmaterial donde podemos reescribir medulares capítulos de la historia, la sociedad, la cultura y el pensamiento. Tras una evolución atemperada por la intencionalidad de sus autores, en este género cinematográfico son tomados en cuenta los muchos destinos por donde pueden deambular los cruces de palabras. Es edificado un amplio abanico de ideas que se erigen para el lector audiovisual.

La no ficción de corte biográfico, en el cine, suele estar planteada como una puesta en escena donde se jerarquizan los valores del entrevistado y las sustantivas palabras que genera el dialogo. Casi siempre es producida en un encuadre potenciador de la gestualidad y la expresión corporal, sin ignorar los pasajes de acentos socioculturales que fortalecen la personalidad del interlocutor protagónico. Eso sí, el personaje ha de ser retratado con sobria envoltura, cuya puesta en escena ha de ser frontal al reality show fílmico de burda factura, una tendencia creciente en ciertos filmes que apuntan al mundo animal o, también a las extravagancias de personajes anodinos ubicados en paisajes naturales, presentados en un transversal escenario.

Cuando el material está bien construido por ese echar un párrafo esperadamente enriquecedor, denota el particular intercambio de vestiduras y abordajes. Desde otra perspectiva, estudiosos del tema jerarquizan la voz como el elemento clave a trabajar, como articuladora del mensaje, “pero el resto de las expresiones no verbales que lo acompañan influyen decisivamente en la interpretación que extrae el telespectador”[i].

En este singular momento, la palabra es el eje narratológico. Se dimensiona en el empeño de darle cuerpo a la arquitectura fílmica construida. Todo ello acompañado de una fotografía que hurgue, humanice, retrate los cercos del protagonista; delineado por un montaje de austeras entradas, de cortes curtidos por giros y transiciones de “obligada presencia”; secundado por una banda sonora que legitime el dialogo, sublimice los momentos tejidos de improntas y simbolismos. Todas estas lumbres, y muchas otras, conviven en función del objetivo central: el entrevistado.

El teórico francés Michael Piault rubrica una idea que sirve de punto de partida a los esbozos anteriores, cuyo eje central es la pieza de la Videoteca Contracorriente producida por el ICAIC, donde el protagonista es el intelectual cubano Ambrosio Fornet.

“Hemos oído hablar del otro, hablar por el otro, designar al otro, interrogarlo para oír por fin su propia voz. Y luego surgió el tema de oír no sólo el sonido de su voz sino de aceptar su palabra, de escucharla directamente y no de transcribirla o interpretarla. Escuchar al otro, esto conducía igualmente a escuchar sus razones y a percibir el sentido que da a sus actos, a percibir las referencias que da de su comportamiento…”[ii].

Esta acotación puede parecer una simple nota al margen sobre los corpus teóricos que merodea a la entrevista, en particular la audiovisual. Es un excelente boceto sobre la corporeidad del protagonista o la dicotomía entre el imaginario construido sobre un personaje y la realidad contada por él mismo.

El audiovisual hoy, circula ante una colectividad cada vez más fraccionada, más hacia su parcela o su espacio vital asociado a lo profesional, a los gustos y motivaciones lúdicas. Asistimos a la fragmentación del conocimiento y los gustos que han explosionado en escenarios virtuales de ceros y unos. Sus velados códigos nos impulsan a descifrarlos, socializarlos, ante lo cambiante del escenario multimedia de estructuras matemáticas que condicionan o intervienen en el comportamiento humano, un cúmulo de información apabullante que no pocas veces oculta lo esencial para el crecimiento humano.

Como eje protagónico de la narración audiovisual, debe hallarse un equilibrio entre la codificación de los mensajes, la pensada fragmentación de los planos y el corte de las palabras. Es decir, una deseada armonía entre el discurso oral y la forma en que ha sido construido para que llegue con acierto al espectador.

Son estas, imágenes justificadas en la pantalla, construidas para un lector fílmico que se “apropia” de las baldas constitutivas de la estructura narrativa, de un dialogo pretendidamente culto, cuando se trata de personaje  de la estatura de Ambrosio Fornet. Como bien lo delimitó el entrevistador en este capítulo de Contracorriente, el también escritor y ensayista Francisco López Sacha, una figura del pensamiento cultural cubano.

López Sacha se muestra en dicha pieza fílmica tal y como es en los diversos escenarios sociales y culturales: exuberante, indagador, también protagónico, detalle que debió cuidar el realizador de esta entrega. Más bien se trataba de hurgar en los predios de Fornet sin caer en lo desmedido, en lo periodísticamente incorrecto, sin violentar las plazas personales del autor de Narrar la nación (2009), que en otros planos del filme se muestra atento a lo sustantivo de las interrogantes.

Uno de los grandes retos de toda entrevista fílmica es fotografiar al entrevistado tal y como es. Un personaje sujeto a la óptica de las cámaras, a las luces que enriquecen las texturas corporales, los fondos escenográficos. Un recreo de planos y contra planos pensados para construir autenticidad, humanismo, ruptura de lo artificial ante lectores que exigen severo profesionalismo.

Fornet, también teórico del cine y autor de Alea: una retrospectiva crítica (1987) o Las trampas del oficio (2007), se presenta en la entrevista con la sencillez que le caracteriza: un pensador cuya obra ha trascendido las coordenadas de nuestra geografía insular. Eso sí, sin dejar de hacer correcciones a sus propias palabras, sin renunciar a su derecho de abundar más allá de lo preguntando, pues sabe del valor del tiempo en la pantalla y su trascendencia formadora de probado alcance social. Con su labor ha puesto a la cultura cubana, en particular a la literatura y el cine, en el mapa de los más encumbrados escenarios de las últimas décadas del siglo pasado y del aún joven siglo XXI.

Las palabras del entrevistado son las de un intelectual que ha incorporado la educación como parte esencial de su vida. Este discurso fílmico, con envoltura de dialogo, se presta para el ejercicio de reflexiones cultas, despojadas de la petulancia y los esnobismos de algunos otros, que revelan vacíos humanos y limitaciones creativas.

López Sacha rompe su contienda indagatoria desde el encadenamiento lógico de sus orígenes. Remueve en los antecedes del trabajo intelectual de Fornet, en sus comienzos un probado lector, revelado luego como ensayista y devenido, con el paso de los años, como un gran editor, crítico de cine, guionista, conferencista en muchas materias de la cultura y la sociedad. Un sólido intelectual con una singular y descollante obra literaria sobre temas que pertenecen, en algunos casos, a los predios de la política cultural cubana.

A manera de prólogo, el entrevistador construye un mapa de Fornet. Contextualiza su origen provinciano, no para desmeritarlo, más bien para desgranar la singularidad de los primeros años de su vida. El autor de A un paso del diluvio (1958), su primera obra, nació en Veguitas, un pueblo situado a 47 kilómetros de Bayamo. Un intelectual que creció en el fragor de una época, revolucionaria por naturaleza, donde todo estaba por hacer.

No es casual esta apertura de la pieza audiovisual para entender el curso de su estructura narrativa, construida con sobriedad, contados recursos narratológicos y documentales. El filme emerge desde lo biográfico para desmontar nuestra sociedad y cultura, para significar algunas zonas del pensamiento cubano y la rica historia de un pueblo hidalgo, solidario.

El preámbulo del documental sustantiva que toda gran obra artística y literaria es fruto del esfuerzo, del empeño, cuya evolución pasa por los más disímiles obstáculos que han de sortear los pensadores; que la lectura es la praxis de su faena, porque enriquece, perfila ideas y conceptos, revoluciona las cortezas de las palabras.

En este primer tercio de la entrevista, se nos dibuja la evolución de un intelectual que hizo del ejercicio crítico una aguda labor entre los creadores literarios. Sus anécdotas fotografían una insuficiencia en el ejercicio crítico del arte y el pensamiento cubanos; la necesidad de despojarnos de la mentada autocomplacencia, de construir el rigor y la fina palabra en función de la sociedad, más allá de los predios naturales del arte y la cultura.

La actitud ética del entrevistado está plasmada en el segundo trecho de esta entrega, como parte de los roles y ejercicios humanistas que le toca asumir a los pensadores de nuestra nación, a los que se impone insertar en nuestros medios más allá de los naturales espacios en los que son leídos.

Sus acusadas aseveraciones presentes en estas dos primeras partes de la entrevista están despojadas de la ineficaz ortodoxia de la educación, del didactismo tardío. Fornet dialoga en cada tramo del documental con esa probada vocación de construir lectores cautivos, de aportar sus experiencias, sus puntos de vista enriquecedores de probada vigencia, de claro compromiso con nuestra cultura. Su oratoria es un permanente invitar a leer, a descubrir los ardores de los buenos libros y su pasión de hombre sabio aflora en cada una de sus intervenciones con meridiana sencillez.

Un nuevo trazo significante se incorpora en este dialogo ilustrado, la labor de Ambrosio en la creación de la colección Cocuyo, una serie de libros de autores cubanos, y de otras latitudes, que fueron escritos entre las décadas del 40 y 60 del siglo XX. Vale citar entonces una idea muy actual, que a manera de glosa nos expresa el interrogado, cuyo origen es el texto: Contribución a la crítica de Carlos Marx: “El artista cuando crea una obra de arte para el espectador, crea al mismo tiempo, un nuevo espectador para la obra de arte”[iii].

Ambrosio Fornet delinea una esencia de orden cultural cuya vigencia es incuestionable. Esta frase entra con brasa de relojería en el esqueleto y las ramificaciones de la política cultural de la Revolución cubana, en tiempos en los que las nuevas tecnologías multiplican el conocimiento, las maneras de construir la realidad y el pensamiento.

Estamos ante un escenario global que se trasmuta a sí mismo, se viste de disímiles ropajes, subvierte la realidad para construir otras; prostituye la verdad. A este escenario asistimos expuestos, a la intemperie. Y en el filme documental dedicado a Fornet, el anecdotario del también autor de El libro en Cuba (1994), es pasto para la entrega de nuevas aportaciones de matriz cultural y educativo, conexas a dichas ideas.

Pero el entrevistado va mucho más allá, incorpora a esta atmósfera fílmica un tema que compete no solo a la literatura sino también al audiovisual, al teatro, a las otras artes: se impone involucrar a las ciencias sociales para responder, en parte, a las expectativas no reveladas de ese lector que aspira también a recibir el retrato humanizado de nuestros héroes, de nuestros referentes históricos, sociales y culturales.

Desde esta perspectiva urge entonces reciclar la obra construida por Fornet, desde las herramientas de las nuevas tecnologías y, claro está, desde los tradicionales modos de comunicación para conducirlos hacia el templo de las bibliotecas.

La magnitud del asunto es proporcional con la legitimidad de toda obra sobresaliente, con hacer realidad la socialización de sus contenidos, con la necesidad de tocar los fondos y la epidermis de una generación que desconoce a muchos de nuestros más prominentes intelectuales.

[i] Balsebre, A., Mateu, M. y Vidal, D. La entrevista en la radio, televisión y prensa. Ediciones Cátedra, 2008.

[ii]   Piault, Michael. Anthropologie et Cinéma. Ed. Nathan, Paris, 2001.

[iii] Fornet, Ambrosio. Una entrevista a Ambrosio Fornet. Videoteca Contracorriente. ICAIC, 2009.

Tomado de: http://www.cubarte.cult.cu

*La Habana, 1966) Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Editor del blog CineReverso. Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubarte, Canarias Semanal y Cubainformación, estas dos últimas del Estado Español.

fraga.guerra@gmail.com

https://www.facebook.com/cinereverso

https://twitter.com/CineReverso

Leer más