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Del kitsch al irrespeto

Foto Escambray

Por Lisandra Gómez Guerra

Grité por repulsión y asombro. Lo confieso. No pude contenerme al ver la última escena de la más ridícula propuesta de los últimos tiempos: el pavoneo de Yotuel Romero, vestido estilo rey con capa-bandera cubana y Beatriz Luengo, de azul, en alusión a las listas de nuestro símbolo nacional.

Y solo tuve un tanto de consuelo —no solo al recordar la frase de que para que sea mundo tiene que haber de todo— sino al evocar la inspiración del periodista y humorista cubano Héctor Zumbado al escribir su libro: ¡Kitsch, kitsch, bang, bang!, publicado por Letras Cubanas, en 1988. El acto de Yotuel y Beatriz quizá sea la más sublime de las prácticas socioculturales y productos vulgares y ordinarios denunciados con fina ironía por ese autor, quien reconoció que en sus páginas está “todo lo que pervierta la belleza”.

El hecho transcurrió durante el desfile por la alfombra roja de los Grammy Latinos 2021. Y para los grandes medios internacionales mereció los mismos aplausos que el vestido de terciopelo de Nathy Peluso y el modelo de látex de Christina Aguilera.

Ninguna de esas publicaciones ha denunciado la cursilería mostrada y el hecho de constituir un verdadero atentado contra uno de nuestros símbolos; un suceso inadmisible para cualquier país, ideología, credo… porque atacar una enseña nacional no es sinónimo de rebeldía, ni muestra de oposición a determinado poder político, ni mucho menos ética y estética. Todo lo contrario. Significa punzar, degradar, ultrajar el alma de una nación y demuestra que el traje del arte le queda inmenso.

Definitivamente, en la guerra cultural contra Cuba —y a esta hora nadie puede ponerla en dudas su existencia— no hay límites. Es bienvenido todo lo que llame a la desmemoria.

Por ejemplo, no resulta la primera vez que tiran a un lado lo legislado en la Ley de los Símbolos Nacionales de la República de Cuba, aprobada en julio de 2019 para entre varias razones también ponerle freno a unas cuantas escenas del kitsch que aun encontramos en nuestro contexto como souvenir de candongas y trajes de cabaret con nuestra bandera.

La referida legislación no deja márgenes a interpretaciones erróneas. Entre las prohibiciones para utilizar nuestra enseña se expone: “No se puede usar en forma de cubierta, lienzo, tapete o de cualquier otro modo que impida que se pueda desplegar libremente, excepto en el caso de que se use para cubrir féretros o urnas”.

Una lectura pendiente para Yotuel, habanero con residencia en el exterior, donde se le da bien el papel de “abanderado” de las más radicales transformaciones para Cuba y toda la camarilla que le acompaña, insta y aviva.

Y si algo tan elemental como respetar y honrar lo más sagrado para cualquier Patria no forma parte de los conceptos del rapero, será demasiado pedirle que reconozca que su patético performance legitimó una de las tantas expresiones de la ideología patriarcal. Beatriz modeló prendida del macho alfa con abdomen cuadriculado que tanto le gusta exhibir. Y si no bastara con el recorrido por la alfombra roja, hasta sus lágrimas en la gala de los Grammy Latinos evidenciaron que la inocente Lola, de la serie española Un paso adelante, repite el mismo discurso de su esposo porque ella solo conoce a la Cuba que él le dibuja y la que ha vivido en sus visitas como turista.

Que en los Grammy Latinos se aplauda eso y más no sorprende. Como tampoco sucedió con la entrega de sendos lauros a Patria y vida como Canción del Año y Mejor Canción Urbana. El tema, interpretado por Yotuel Romero, Gente de Zona, Descemer Bueno, Maykel Osorbo y El Funky, desde mucho antes se conocía que sería noticia en esa noche de purpurinas.

El portal mexicano Bendito coraje publicó en el mes de octubre que Gabriel Abaroa, presidente emérito del grupo que otorga los premios, había recibido —a través de varias offshore ubicadas en Islas Vírgenes— el pago de un millón de dólares por Atlas Network, empresa detrás de la financiación y promoción en redes sociales de la canción, que fue presentada con todos los bombos y platillos, pero que en poco tiempo cayó en número de visualizaciones por su propio peso —rectifico, por su calidad—. El resto de las nominadas en la categoría Canción del Año superan con creces la cantidad de personas que las han disfrutado en YouTube —la mayor red social para compartir videos–.

Otra raya para los Grammy, certamen que ha estado enrolado en más de un escándalo. Artistas y medios internacionales se han hecho eco del negocio jugoso proveniente de la Academia Latina de Artes y Ciencias de la Grabación.

Afortunadamente, desde Cuba, donde la música con calidad corre por las venas, no se ha necesitado de esos “dobles juegos” para colarnos entre los galardonados. Leo Brouwer, el Septeto santiaguero, la Orquesta Aragón, Alain Pérez, Isaac Delgado, Omara Portuondo… han entrado por la puerta ancha a golpe de talento, trabajo e historia.

Pero, junto con esas alegrías y todas las que proporciona la autenticidad de nuestra cultura, no será difícil seguir topando de frente con hechos con categoría estética del kitsch, “una palabrita alemana que significa cursilería, mamarracho”, tal como la definió el propio Zumbado. Ya sea por desconocimiento, facilismo o, sencillamente, porque la llave más factible para entrar al gran mercado artístico, muchas veces, sea hacer el ridículo y lacerar las propias raíces.

Si bien es cierto que cada quien tiene derecho a opinar, disentir, expresarse, según experiencias, aspiraciones, saberes, intereses…, sería mucho más legítimo que junto a las manchas que inspiran los discursos “abrepuertas” también estuvieran algunas luces.

Confieso que daría otro grito al cielo si por ejemplo les motivara que más del 80 por ciento de la población se ha vacunado con productos nacionales o la denuncia por la pérdida de más de 198 348 000 dólares causados por el bloqueo entre abril y diciembre de 2020.

Una y otra vez hay que volver a las páginas de ¡Kitsch, kitsch, bang, bang! para recordar cuánto aún queda por erradicar el mal gusto, pero no precisamente porque sus ordinarias expresiones sean las cartas de presentación de Cuba al mundo.

Tomado de: Escambray

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Fidel innovador

Fidel Castro Ruz (1926-2016) Foto La calle

Por Víctor Fowler

De todas las estructuras de la Revolución cubana (políticas, organizacionales) ninguna es tan extraña como los CDR. Uno puede encontrar identidad absoluta, a la hora de establecer comparaciones, por ejemplo, entre el Partido Comunista de Cuba y aquellos que existían en el resto de los países que integraron el hoy desaparecido bloque socialista. Cualquiera de ellos, por encima de particularidades y diferencias, se define a sí mismo sobre la base de los siguientes postulados básicos:

  • Es considerado una agrupación de vanguardia,
  • que reúne a los elementos más conscientes de la población, en especial de la clase obrera, por ser esta la que liderea la lucha contra el enemigo imperialista
  • para la toma del poder político
  • y la realización efectiva de la «revolución».
  • El carácter de vanguardia de la organización proviene de su asunción de la ideología más progresista y emancipadora para los trabajadores, las clases populares y, en general, toda la sociedad.
  • De esta manera, el derrocamiento del viejo poder es apenas el inicio de la tarea verdadera, que es la creación e instauración de una nueva forma de Estado basada en la abolición de la propiedad privada sobre los medios de producción.

Estos esenciales mínimos son compartidos entre los viejos partidos comunistas de la antigua Europa del Este, así como por los modelos chino, vietnamita y coreano. Al menos, en sus inicios e incluso hoy —cuando numerosas fórmulas de economía de mercado y privatización han sido introducidas en estos países (los dos primeros)—, las luchas por la igualdad en estado «puro» siguen siendo una suerte de referente utópico de la voluntad estatal para alcanzar un mundo mejor para todos.

Otra organización, esta de alcance mucho mayor, como es la Federación de Mujeres Cubanas, muestra semejanzas —aunque sean parciales— con las organizaciones de mujeres que, desde 1959 y hasta hoy, existían o existen en diversas partes del mundo para la defensa (en un sentido muy amplio) de las luchas de las mujeres. Batallas como las libradas para garantizar a la mujer oportunidades de empleo, derecho al aborto, libertad para vestir las formas de determinada moda, la superación de obligaciones culturales como la celebración de las «fiestas de 15» o el enfrentamiento a la violencia de género, son prácticas compartidas con organizaciones para la lucha por los derechos de la mujer en otras partes del mundo.

Espacios como los del tejido ministerial de un país, en el cual son divididos en parcelas de especialización, son igualmente semejantes a los de cualquier otro país; los nuestros, de hecho, lo son tanto que incluso hubieron de ser «normalizados» para conseguir (en los distantes 70) una paridad estructural que favoreciera el más pleno entendimiento posible entre las direcciones soviética (por extensión, de los países socialistas) y cubana.

Organizaciones como los Sindicatos, la Unión de Jóvenes Comunistas, la Federación Estudiantil Universitaria, la Organización de Pioneros José Martí, la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media tienen —nuevamente con las particularidades de rigor en cada caso— numerosos pares o propuestas asemejadas a lo largo del mundo. Y lo mismo puede ser dicho de los aparatos judiciales, militares, policiales, de la seguridad nacional, etc.

En esta manera de mirar, las diferencias se tornan (y van develando cómo) rasgos de identidad, en tanto más radical es la distancia del resto de los modelos con los que se les pudiera comparar; esta dificultad para balancear los modelos lo mismo puede tener lugar en el espacio (es decir, en la sincronía) que en el tiempo (es decir, en la diacronía). Lo último, posibilita hacer análisis genealógicos y establecer linajes de lo que ha existido o no en el pasado, así como localizar, marcar, señalar los puntos de ruptura; es aquí, en estas fracturas y lugares de quiebre, donde, en atención al potencial de las propuestas, podemos hablar entonces de innovación.

A este propósito, ¿en qué sentido es innovadora la Revolución cubana y lo fue (o es) el pensamiento de su líder, Fidel Castro? ¿Qué inventó? ¿Por cuáles razones y qué potencial de futuro contiene aquello que haya podido crear? Creo que son, básicamente, dos los aportes de Fidel a esa ciencia/práctica mayor que es el diseño y organización de sociedades. El primero de ellos, a mi entender, es el hecho de haber propuesto colocar el Parlamento (la Asamblea Nacional del Poder Popular) «en la calle». Esta fórmula, imitación del viejo ideal griego del ágora, del espacio público donde el ciudadano era convocado a realizar su acción política, subyace en la idea de que el punto más alto en la práctica cotidiana del representante popular (el delegado, en el nivel barrial) sea el encuentro con aquellos a quienes representa, pero en el espacio de la calle. Este encuentro, préstese atención a los términos, no se formula como «encuentro con los vecinos» (cosa que bien pudiera ser, pues se trata de un proceso de barrio), sino con «los electores», cosa que anuncia la íntima conexión del hecho con el ámbito de las leyes.

Claro que sabemos, más allá de lo que lo mencionado anuncia, todo lo que el Poder Popular no es, sus limitaciones, errores y fracasos, los aspectos en el proceso electoral mismo que podrían ser mejorados; sin embargo, una estructura es tanto su existencia concreta como (partiendo del hecho mismo de que es y está) las infinitas posibilidades que nos ofrece para corregirla. Dicho de otro modo, el objeto pide y reclama su propia corrección; la lógica de su devenir en el tiempo es comenzar a envejecer desde el momento mismo en el cual empieza a operar, a interaccionar con lo que le rodea.

Por este camino, la segunda creación que necesita ser resaltada, está todavía más radical, son los humildes, decaídos y no pocas veces olvidados Comités de Defensa de la Revolución, organización que empieza a sacudir la poca agilidad de años en los que se les vio —a pesar de sus potencialidades enormes— languidecer en silencio.

Conocemos la anécdota, según la cual, en ocasión del acto de masas celebrado en la ciudad de la Habana, el 28 de septiembre de 1960 (para recibir a Fidel luego de su intervención en la Asamblea General de la onu el día 26 de septiembre, par de días antes), mientras Fidel hablaba se escuchó entre la multitud el sonido de un petardo.

Este formidable discurso estaba poniendo en escena varios núcleos articuladores: el enfrentamiento radical al monopolio (como práctica y concepto); la praxis sacrificial de aquellos cubanos que en Estados Unidos apoyaban a la Revolución cubana; la diferencia, unidad y condición intrínsecamente revolucionaria de aquellos a los que
—desde ya— define como oprimidos: obreros, blancos pobres, negros, indígenas, latinos, etc., en el corazón de Estados Unidos; el descubrimiento de un nuevo acceso a la identidad cuando se le lee desde dentro del imperio. Pero es cuando habla de los negros estadounidenses que el petardo suena.

Vale la pena reproducir el fragmento exacto:

«Nosotros vimos vergüenza, nosotros vimos honor, nosotros vimos hospitalidad, nosotros vimos caballerosidad, nosotros vimos decencia en los negros humildes de Harlem». (Se oye explotar un petardo).

A partir de aquí, «montado» encima del episodio, Fidel aplica la dramaturgia genial de proponer, en ese mismo instante:

«Vamos a establecer un sistema de vigilancia colectiva, ¡vamos a establecer un sistema de vigilancia revolucionaria colectiva! Y vamos a ver cómo se pueden mover aquí los lacayos del imperialismo porque, en definitiva, nosotros vivimos en toda la ciudad…».

El hecho de la lucha y su proyección hacia el futuro, lo que, en palabras de Fidel, «libera» al pueblo cubano «de las tristezas y de las vergüenzas del pasado». Una liberación que encuentra fundamento en el conocimiento y convicción de que los años venideros no van a ser, cosa que ya había anunciado en aquel célebre discurso del 8 de enero de 1959, «más fáciles», pues «el Primero de enero no finalizaba la Revolución, sino que empezaba». Ese tiempo futuro opera como un atractor, una suerte de inmenso escenario donde las fuerzas (de la transformación revolucionaria) están ya en movimiento a la espera de quien las opere; por tal motivo Fidel expresa: «…porque el futuro está lleno de sitios; en el futuro hay un lugar para cada uno de nosotros».

Como mismo la apelación implícita en el instante exacto de la invención de los cdr es de vigilancia y control, el final del discurso llama al alineamiento militante y militar al lado de la Revolución:

«¡Cada uno de nosotros somos soldados de la patria, no nos pertenecemos a nosotros mismos, pertenecemos a la patria! ¡No importa, no importa que cualquiera de nosotros caiga, lo que importa es que esa bandera se mantenga en alto, que la idea siga adelante, ¡que la patria viva!».

Sin embargo, pocos años más tarde, en el acto por el VII aniversario de la creación de los CDR, el día 28 de septiembre de 1967, la visión de Fidel es mucho más amplia y profunda porque los cdr son ahora mucho más que una cuestión de guerra y aparecen (junto con las tareas de control, vigilancia y resistencia) como herramientas para transformar la vida.

Tomado de: Granma

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Cuando el beisbol se parece a la vida

Por Félix Julio Alfonso López

El director de cine japonés Akira Kurosawa describió en sus memorias la manera en que el beisbol formó parte de su educación sentimental, e incluso en su adolescencia llegó a ser lanzador y jugador de short stop. En una de sus primeras películas Un domingo maravilloso (1947), una pareja de enamorados va en busca de un alquiler barato en un barrio de la periferia de Tokio, y después de visitar la habitación, pequeña, deprimente e insalubre, él juega con unos niños al beisbol y tendrá que gastar diez de sus preciosos yenes comprando dos pasteles, aplastados por una bola mal dirigida. Una metáfora sutil del éxito y la adversidad, tan cara al director japonés y al mejor cine a largo de su historia. Desde luego, es una suerte que Kurosawa no se haya dedicado de manera constante al beisbol, pues ello nos hubiera privado de esas obras maestras que son Rashomon y Los siete samuráis.

En otra isla lejana, pero igualmente devota del juego de pelota, un huracán dejó sin techo en 1933, a su paso por la provincia de Matanzas, a una familia humilde y numerosa, compuesta por una madre y cinco hijos, los que tuvieron que vivir en el terreno de beisbol del Central España, en la caseta que se utilizaba para guardar los proyectores de películas, que estaba debajo de la glorieta del terreno. Uno de aquellos niños pobrísimos se llamaba Saturnino Orestes Arrieta Miñoso Armas.

Como sabemos, Orestes Miñoso no solamente fue el primer negro de origen latino en pisar un diamante de Grandes Ligas, cuando firmó con los Indios de Cleveland en 1949 (Roberto Estalella y Tomás de la Cruz, “mulatos claros”, lo habían hecho antes), sino que lo hizo con obstinación en seis décadas distintas, y ha sido el único pelotero en pararse en un home a batear con más de setenta años (dependiendo de la fecha de nacimiento que tomemos del inefable Minnie: 1922, 1923 o 1925). Miñoso fue, como todos los grandes peloteros, una suerte de sumo sacerdote de esa religión laica en que se convierte el beisbol allí donde sus raíces son profundas y vigorosas.

He querido iniciar mis palabras de elogio a este libro del fraterno poeta, editor y ensayista Norberto Codina, citando a dos personajes tan distantes en la geografía como Kurosawa y Miñoso, porque sin saberlo ninguno de los dos existe algo que los une: el beisbol. Y es justamente esa secreta correspondencia que articula cultura y pelota, la savia nutricia, la esencia espiritual que sostiene la narración de Codina en este texto caleidoscópico titulado Cuando el beisbol se parece al cine; y también porque en breve su autor cumplirá setenta años, y como el Cometa del Central España, todavía se para con soltura en su cajón de bateo.

Cajón de bateo. Algunas claves entre beisbol y cultura, publicado en 2012 en la muy pelotera ciudad de Matanzas, es quizás el más remoto antecedente de Cuando el beisbol se parece al cine. Digamos que, hablando en el argot beisbolero, fue su “calentamiento” del brazo para lanzar, casi una década después, el que considero es el juego de su vida, el epítome de sus obsesiones sobre la poderosa e íntima complicidad que existe entre beisbol y cultura.

Como en aquella paráfrasis de Scherezada que hizo un lector improbable de las Mil y una noches llamado Yogi Berra, y que Norberto tanto disfruta, este libro es una caja china de historias, crónicas, recuerdos, digresiones, anécdotas, mitos, fábulas, leyendas y evocaciones, que se mueven en ámbitos geográficos y culturales tan diversos como Nueva York y Caracas, Chicago y Marianao, Los Ángeles y Mantilla, el Vedado y Quemado de Güines… La música, la poesía, el cine, la radio, el teatro, el relato costumbrista, las artes plásticas, la picaresca criolla, las historias familiares, la fascinación, la desmesura, lo sagrado y lo profano, la vida misma en toda su riqueza y complejidad, son algunos de los discursos literarios que pueblan estas páginas pantagruélicas. Como en El libro de arena de Jorge Luis Borges, citado aquí a propósito de su aborrecimiento del futbol, en este libro los relatos y experiencias sobre y desde el beisbol son literalmente infinitos.

La galería de personajes que hablan, discuten (el más beisbolero de los verbos), añoran y sueñan con el beisbol es tan extensa, rica y variada, que el índice onomástico del libro sería otro libro. Estamos en presencia de un compendio de profunda y exquisita erudición, de vocación enciclopédica y prosapia ilustrada. Lo verdaderamente asombroso de su lectura, que lo hace tan ameno, divertido y profundo al mismo tiempo, es esa monumental ligazón y sorprendentes asociaciones de todo tipo, que demuestran la inteligencia de su autor a la hora de narrar la saga cultural del beisbol, no solamente cubano, sino también estadounidense y de la cuenca del Gran Caribe. De manera ejemplar, Norberto maneja con destreza y naturalidad la historia del beisbol como parte indivisible de esa historia mayor que es la de la cultura cubana y universal.

Refiriéndome solo a Cuba, en su discurso se dan la mano Wenceslao Gálvez y Delmonte, short stop y primer historiador del beisbol cubano y Julián del Casal, enamorado platónico del juego; José Martí, asistente a juegos de pelota en Long Island y Cayo Hueso, somete a critica al beisbol profesional estadounidense desde su atalaya neoyorquina; el apasionado Eladio Secades contrapuntea con el no menos vehemente Ismael Sené, quien como su tocayo de Moby Dick, desgranaba relatos verdaderos y al mismo tiempo inverosímiles; Nicolás Guillen nos deslumbra con sus formidables crónicas y poemas dedicados a Basilio Cueria, José de la Caridad Méndez y Martin Dihígo; José Raúl Capablanca se nos revela como entusiasta practicante del beisbol (jugaba short stop y segunda base en la Universidad de Columbia), cuya pasión compartía con los tableros de ajedrez y Wilfredo Lam confiesa que de niño imitaba al gran Miguel Ángel González en la receptoría; Lezama Lima se transfigura en insólito cronista de beisbol en El Diario de la Marina y Alejo Carpentier aparece jugando pelota en los arrabales habaneros y fumando cigarrillos de la marca La flor de Marsans.

Siguiendo con la literatura, aquí están contadas las aficiones peloteras de una extensa cohorte de escritores de varias generaciones y estilos, entre ellos los olvidados Miguel Ángel de la Torre y Víctor Muñoz y sus no menos olvidadas novelas de temática beisbolera; Juan Antiga, pelotero del siglo XIX que tocaba la cítara y leía a Baudelaire, Pablo de la Torriente, Raúl Roa, José Zacarías Tallet, Guillermo Cabrera Infante, Luis Marré, Raúl Martínez, José Antonio Portuondo, Arturo Arango y José Rodríguez Feo, quien ensimismado en un juego de pelota se apropia de un cuadro de Fayad Jamis; también sabemos del fervor de Eliseo Diego por Babe Ruth y de Enrique Núñez Rodríguez por Conrado Marrero, a quien bautizó con elegancia como “El Lezama Lima de la pelota cubana”; aparecen las alusiones de Cintio al beisbol en Lo cubano en la poesía; Roberto Fernández Retamar nos recuerda a la Montaña Guantanamera y al mosquito Ordeñana, pero no se olvida “de Joyce, Mayakovski, Stravinski, Picasso o Klee, esos bateadores de 400” y no podía dejar de mencionarse la célebre devoción industrialista de Leonardo Padura, sin discusión el mejor pelotero entre los escritores y viceversa; menos conocido es que el folclorista Samuel Feijóo, el historiador Francisco Pérez Guzmán y el musicólogo Helio Orovio, se desempeñaron como coyunturales anotadores de pueblerinos juegos de pelota  en Las Villas, Güira de Melena y Santiago de Las Vegas.

Otras disquisiciones en estas páginas evocan a dos de los más grandes  comediantes criollos de todos los tiempos, Federico Piñeiro y Alberto Garrido, “Chicharito” y “Sopeira”, convertidos en “managers honorarios” de la Liga Profesional y también aparecen jugadores que tuvieron sus minutos de fama con la farándula, como el Gigante del Central Senado, Roberto Ortiz, interpretándose a sí mismo en la película Honor y Gloria, dirigida por Ramón Peón con guion de Eladio Secades, una bien pensada operación de marketing para el jugador almendarista, encaminada a borrar del imaginario popular un hecho innoble de su carrera, o el marrullero Clemente “Sungo” Carreras y sus polémicas relaciones con el capo mafioso Lucky Luciano y el actor estadounidense Marlon Brando.

Mucho se agradece también en este volumen la recopilación de los apodos de los peloteros criollos, mucho más originales y profusos antes que ahora, desde los simpáticos motes de “Bemba e cuchara”, “El Triple Feo” y “Pata Jorobá”, pasando por los festivos “Papá Montero”, “Cocaína” García y “Bombín” Pedroso, hasta los muy nobles y gallardos “El caballero” Oms, “El profesor” Bragaña, y “El inmortal” Dihígo; así como los perspicaces y rotundos fraseologismos beisboleros, de los que seguimos haciendo uso frecuente en nuestra cháchara cotidiana.

En el orden esotérico, es proverbial la religiosidad popular de un gran número de deportistas criollos, lo que explica que el Santuario de El Cobre esté repleto de exvotos y ofrendas de peloteros y que la propia Virgen de la Caridad haya sido invocada como símbolo victorioso del club Almendares, amén de haber tenido previamente una salvadora influencia sobre el brazo de lanzar de Conrado Marrero; no faltan desde luego, el sincretismo y las creencias en potencias de origen africano de muchos beisbolistas, adoradores de Shangó o hijos de Yemayá. No en balde le dijeron a la antropóloga Lydia Cabrera sus informantes abakuá, allá por la década del 50 del siglo XX que: “Las sangrientas contiendas de los efik y los efok, pretenden muchos negros que lo tienen por tradición oral, serían secretamente, para los dueños de los esclavos iniciados y divididos entre estos dos bandos, lo que hoy son los matches de baseball entre almendaristas y habanistas”.

La música, de manera particular el danzón y el son, ha sido uno de los discursos espirituales que han acompañado al beisbol desde sus orígenes. Aquí están para demostrarlo la estirpe musical y pelotera de Miguel Faílde, jugador de pelota en las Alturas de Simpson, el gran danzonero Raimundo Valenzuela, un clarinetista llamado José de la Caridad Méndez, Bartolo Portuondo y su hija la gran Omara, René González, violinista de la Orquesta Aragón, en cuyo puesto entró Rafael Lay, Raúl “Chino” Atán, Sindo Garay, Rafael Cueto, Ñico Saquito, Alfredo González “Sirique”, Benny Moré, Roberto Faz, Enrique Jorrín, Rubén Rodríguez, Sergio Calzado, Alberto Faya, Rolando Macías, Eduardo “Tiburón” Morales, Cándido Fabré, Los Van Van, el Dúo Buena Fe y tantos otros. En las artes plásticas, destaca la obra del crítico Jorge Bermúdez y la extensa galería de creadores que van desde Ricardo de la Torriente y Armando Menocal, pasando por René de la Nuez y Eladio Rivadulla, hasta llegar a Julio Neira y Reinerio Tamayo, autor este último de la imaginativa ilustración de cubierta y el más prolífico de los pintores cubanos de temática beisbolera.

Mención aparte merece la dilatada reflexión sobre el beisbol y su presencia en la historia, la política, la diplomacia, el cine, el entretenimiento, la música y la literatura estadounidense, donde aparecen figuras tan emblemáticas en el devenir de aquel país como Abraham Lincoln, Herbert C. Hoover, Franklin D. Roosevelt, Allen Dulles, Walt Whitman, Carl Sandburg, Rolfe Humphries, Ernest Hemingway, Abbot y Costello, Harold Bloom, Paul Auster y Bob Dylan, junto a los inmortales Ty Cobb, Honus Wagner, Babe Ruth, Lou Gehrig, Ted Williams, Joe DiMaggio, Jackie Robinson, Mickey Mantle, Willy Mays, Roger Maris y Pete Rose, protagonistas directos o aleatorios de un sinnúmero de películas, series, canciones y relatos que destacan el beisbol como narrativa predilecta, asociada al origen y desarrollo de la nación norteña, así como sus múltiples avatares en su triple dimensión de deporte profesional, espectáculo mediático y negocio lucrativo.

Venezuela, patria del autor, es el otro vértice geográfico que resume las pasiones contadas en este libro, cuyo beisbol tiene un origen cubano vinculado a las emigraciones que luchaban contra el colonialismo español, donde además la imbricación entre beisbol, historia y cultura guarda profundos paralelos con Cuba, y cuya memoria registra acontecimientos ilustres, como los célebres duelos de pitcheo entre Daniel “Chino” Canónico, hijo de un profesor de música y amante del jazz, y Conrado Marrero en las series mundiales de beisbol amateur a inicios de los años 40 en el mítico estadio Cerveza Tropical. Como colofón letrado a aquel inédito triunfo, fue el gran poeta venezolano Andrés Eloy Blanco, quien pronunció un enardecido discurso en el estadio nacional de El Paraíso, en la bienvenida a los campeones de 1941 en la Serie Mundial de Beisbol Amateur. En fecha más reciente, todos recordamos el formidable entusiasmo beisbolero del fallecido presidente Hugo Chávez, seguidor del equipo Navegantes de Magallanes, quien como tantos niños humildes latinoamericanos soñó alguna vez con llegar a ser un gran pitcher de Grandes Ligas.

El niño que fue Norberto Codina, con ascendientes beisboleros en el Manzanillo de sus mayores, jugador de pelota manigüera, coleccionista de postalitas de beisbol y admirador de los Tigres de Marianao, —émulos quizás en sus fantasías infantiles de los Tigres de la Malasia— nos ha mostrado la historia del beisbol como si se tratara de un cuento de Las Mil y una noches. O como una versión beisbolera de Rayuela, en el sentido de que es un libro al que se puede penetrar por cualquier capitulo y salir por otro, sin perder por ello el sentido cabal de la lectura. O como una película de David Lynch, una especie de rompecabezas cinéfilo y beisbolero, donde cada fragmento guarda un significado oculto que nos habla de la felicidad y el fracaso, de los sueños y espejismos de los peloteros y sus alter ego intelectuales. O como un laberinto en forma de diamante donde, en lugar del hilo de Ariadna, es una blanca y traviesa esfera la que nos guía en busca del próximo inning del juego.

Creo no exagerar si digo que, a quien Roberto Fernández Retamar definió, cariñosa y certeramente, como “poeta deportivo y tenaz director de La Gaceta de Cuba”, y de quien Rufo Caballero dijo que su único defecto era “no ser industrialista”, ha lanzado en este libro su juego perfecto. Entre sus cómplices sonrientes están los manes tutelares de su pasión beisbolera, la Sagrada Trinidad compuesta por la sabiduría guajira del sempiterno Conrado Marrero; el nostálgico Miñoso cocinando recetas criollas entre las ventiscas de Chicago y bailando su cadencioso chachachá y el Dios de Cobre de los Orientales, don Manuel Alarcón, enrolado de joven en las tropas de Batista por causa de la pobreza familiar, a quien otro adolescente vio pitchear también el juego de su vida en la catedral de la pelota cubana, enseñando su número de la suerte, el 17, en aquel ya lejano 1967.

Al final, que no quiere serlo por aquello de que “el cuento no se acaba hasta que acaba”, después de terminar la última página de este vademécum laberíntico y cinematográfico, nos queda la impresión de que hemos vivido una aventura maravillosa y nos hemos convertido en protagonistas de un juego que no termina nunca, repleto de lances inesperados y jugadas inolvidables. Entonces, después del out 27, podemos suscribir sin temor aquella sentencia, inapelable como un jonrón con las bases llenas: “Nuestra edad se juzga por los peloteros que hemos visto jugar durante esa película que se parece a la vida”.

*Palabras pronunciadas por el autor en la presentación del volumen, realizada el 8 de octubre de 2021 en los jardines de la Uneac.

Tomado de: La Jiribilla

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Netflix y la batalla ideológica

Por Sabino Caravaca

Imagínate que llegas a casa después de un día de trabajo, universidad o simplemente de haber estado con tus amigos. Llegas, enciendes el ordenador o el televisor y abres Netflix. Después de estar un buen rato buscando una serie, quizás más tiempo que lo que dura un capítulo, decides poner un documental sobre la historia de la Segunda Guerra Mundial.

En él, se exponen los errores del por entonces presidente de Reino Unido, Arthur Neville Chamberlain, y cómo llevó a que Alemania pudiera aumentar su influencia en Occidente. De repente, tu percepción sobre quién fue culpable de algunos hechos que acontecieron a estos errores cambia totalmente. ¿Por qué actuó de esa manera? ¿Cómo se creyó las mentiras de Hitler? ¿Por qué no renunció antes? etc. Tu percepción sobre el papel de Reino Unido en la guerra cambia por completo. Días más tarde, y sin saber muy bien por qué, decides investigar sobre el director del documental: Alejandro Bernard. Buscando en sus redes sociales, hay algo que te da mala espina y comienzas a indagar sobre su vida. Entonces, leyendo unos cuantos artículos, encuentras que parte de ese documental está financiado directamente por el Gobierno de un país en concreto, el cual es rival ideológico y económico con Reino Unido. De pronto, caes en la cuenta de lo que ha pasado.

Este ejemplo ficticio solo ilustra una guerra que se da cada día, cada hora y a cada segundo en nuestras vidas: la batalla ideológica. En resumidas cuentas, podríamos decir que la batalla ideológica es una constante por el pensamiento, donde las armas son los relatos y el objetivo es tu mente. Al igual que en el ejemplo del documental, esta batalla se da en casi la totalidad de nuestra vida: series, redes sociales, personajes influyentes, etc. Pero donde más se da esta batalla es, sin duda, en la política en su sentido más clásico.

En política, se lleva años realizando campañas ideológicas a través de los relatos; de hecho, en mi opinión, la política es esencialmente una batalla de relatos con el fin de construir realidades materiales. Porque, a fin de cuentas, si algo lo cree todo el mundo es más fácil que otros lo puedan llevar a cabo. Estas batallas pueden llegar a ser más o menos perceptibles. Todos estaremos de acuerdo, en que en el periodo de la Guerra Fría se enfrentaban dos modelos: el comunismo y el capitalismo. Propaganda, discursos e intromisión de mensajes en las líneas enemigas (y sobre todo en las propias), son las principales armas para esta batalla.

Pero no todas estas batallas se dan a la luz. De hecho, nuestra rutina está plagada de mensajes y relatos con el fin de cambiar nuestras percepciones. Ya sea qué marca compro, qué opino de la nueva medida del gobierno, o qué votaré el día de mañana.

Las formas de consumo ideológico se han ido transformando a lo largo de los años. Hollywood, por ejemplo, fue concebido como parte de la maquinaria ideológica de Occidente, con una efectividad innegable, moldeando el pensamiento y la visión de: qué fue, qué es y qué será el mundo. De hecho, plataformas como Netflix o HBO, parecen haber tomado su legado adaptándose a las nuevas formas de “entretenimiento” (audiovisuales). Es por eso que, muchos actores políticos, ya intentan acaparar el mercado del relato con el fin de construir no solamente una visión nacional, sino también internacional.

Higher Ground Productions, una productora estadounidense creada en 2018, ha firmado varios contratos para producir tanto series y películas como documentales exclusivos para Netflix. Lo curioso es que, esta productora, pertenece al ex presidente Barack Obama y a la ex primera dama, Michelle Obama; y es que, si hay alguien que haya entendido a la perfección cómo funciona la batalla ideológica son los Obama. A través de la firma de tres películas, cuatro series y varios documentales, no sólo buscan entretener a la audiencia de esa plataforma. Para Obama esto supone un paso más, no solamente para llevar su mensaje a nivel nacional, ligado a los intereses de su partido, sino también para construir una narrativa de alcance internacional. Recordemos que, actualmente, la plataforma cuenta con más de 208 millones de abonados, con el alcance y la influencia que esto supone. Y es que, en palabras de Ted Sarandos, director de contenido de Netflix: “Higher Ground están construyendo una compañía centrada en contar historias que ejemplifiquen sus valores”.

Además de las intervenciones directas de perfiles políticos, podemos observar cómo incluso las series denominadas “progres” o “anti establishment”, sucumben también a intereses partidistas. Es el caso de Broad City, una serie en la que dos estadunidenses veinteañeras viven aventuras relacionadas con sexo, drogas y alcohol. En uno de sus capítulos (3×05) no dudaron en hacer aparecer y dar publicidad electoral a la entonces candidata Hilary Clinton. Una intervención duramente criticada por los fans de la serie y una muestra más del interés que suscita el poder narrativo del audiovisual actual.

Pero si hay una narrativa que colma la mayoría de los productos de “entretenimiento”, esa es sin duda alguna la narrativa neoliberal. Historias de éxito, donde lo único que importa e influye parece ser el individuo. “O pisas o te pisan”, “la moral no te llega a ningún lado” o “si fracasas será por tu culpa», son algunos de los mantras que se repiten una y otra vez. Se mitifica a personajes como Pablo Escobar en Narcos, a Frank Underwood en House of Cards o a Heisenberg en Breaking Bad. Estos son algunos de los muchos ejemplos de personajes manipuladores, egoístas y ruines que solo buscan su propio beneficio y son endiosados por los fans de las series. Una narrativa individualista y amoral que trata de centrar la visión y la comprensión de los hechos en el individuo.

Recordemos que el discurso político, en todas sus variantes, no se centra solo en los intereses construidos, sino que se emplea como herramienta para construir nuevos intereses, donde estos últimos siempre están guiados por la ideología. El entretenimiento se convierte en una batalla por el sentido y la percepción. “Siembra vientos y recogerás tempestades», decía la Biblia, y es que, el poder constructor de realidades puede llegar a ser peligroso. Consumir historias sutilmente ideologizadas, como las de las series, de forma inconsciente y constante, hace que interioricemos determinados pensamientos e ideas, e incluso que lleguemos a concebirlas como propias, aun yendo en contra de nuestros principios o intereses.

Y aunque los medios para difundir el relato cambien, los instrumentos ideológicos se adaptan: desde Netflix y HBO hasta Facebook e Instagram, desde Twitter a los memes. Una batalla política, ideológica y de lucha por las percepciones que, por lo visto, resulta ser infinita. Y, al igual que en nuestra historia sobre Netflix, la observaremos y seremos víctimas de esta lucha desde la comodidad del sofá de nuestra casa.

Tomado de: El Salto

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Memoria Histórica: nos siguen engañando

Fusilamiento de republicanos ejecutado por franquistas

La capacidad de ilusionarse de las víctimas del franquismo, entre ellas CGT, no tiene límite. El lunes 15 de noviembre vemos a través de los medios de comunicación la noticia de la presentación de unas enmiendas por parte de PSOE y Unidas Podemos a la Ley de Memoria Democrática con las que se podrán juzgar los crímenes del franquismo. Recordemos que el único tribunal que los está investigando se encuentra a 10.000 kilómetros y con miles de trabas y zancadillas desde la Justicia y el Gobierno español. Y gracias al tesón de víctimas, equipo jurídico y la jueza argentina se ha procesado al exministro Rodolfo Martín Villa el 15 de octubre de 2021 decretando prisión provisional.

El Gobierno presentó un proyecto de ley de Memoria Democrática que ha sido ampliamente criticado por las asociaciones de víctimas, Amnistía Internacional y otras organizaciones de DDHH. Con esta ley pretende el Gobierno dar amparo finalmente a las víctimas, mejorando el articulado de la Ley de Memoria Histórica de Zapatero y, supuestamente, acabar con la impunidad del franquismo. Sin embargo, ninguna de las medidas recogidas en el articulado pendiente de debate facilita una verdadera ejecución del principio de justicia para las víctimas del franquismo. Por ello, desde distintos colectivos,  plataformas, organizaciones, etc se le ha criticado al Gobierno su posición tan pusilánime y de poco compromiso con el Principio de Justicia.

Analizando las enmiendas presentadas no descubrimos ninguna intención de llegar a juzgar al franquismo ni a sus criminales vivos. Se hace alusión a la Ley de Amnistía de 1977, una ley de punto final para los ejecutores de delitos contra la humanidad como son los torturadores y los asesinos de militantes antifranquistas, en su mayoría policías que continuaron en el cuerpo tras la “llegada de la democracia”, y con la que salieron a la calle solo 89 presos políticos antifranquistas que quedaban en las cárceles “Todas las leyes del Estado español, incluida la Ley 4611977, de 15 de octubre, de Amnistía, se interpretarán y aplicarán de conformidad con el Derecho internacional convencional y consuetudinario y, en particular, con el Derecho Internacional Humanitario, según el cual los crímenes de guerra, de lesa humanidad, genocidio y tortura tienen la consideración de imprescriptibles y no amnistiables».

Este texto no dice nada que no diga todo el ordenamiento jurídico español… pero si todavía, de forma inocente, pensábamos que la verdadera intención de PSOE y Unidas Podemos es eliminar la Ley de Amnistía, ya de una vez, como amparo de los criminales franquistas, estábamos muy equivocadas. Tanto el Ministro de la Presidencia como el Secretario General del PCE han declarado que estas modificaciones no van a facilitar juzgar a los franquistas.

Desde CGT denunciamos una nueva maniobra de distracción por parte del Gobierno “más progresista de la historia” para quedar bien con las víctimas anunciando modificaciones en la Ley de Amnistía y garantizando que se va a proceder al acceso a la Justicia de las víctimas cuando realmente el cambio es nulo.

Vuelven a proclamar una reparación simbólica sin llegar a hacer dar cumplimiento de las recomendaciones del Relator Especial de la ONU para la Verdad, la Justicia, la Reparación y las Garantías de No Reparación.

Desde CGT seguimos denunciando que partidos políticos que tienen un número inmenso de víctimas del franquismo entre sus filas no sean capaces de dar el paso de declarar el régimen franquista un régimen criminal y juzgar por sus crímenes a los secuaces que aún siguen vivos.

Y para rematar esta semana de noticias convulsas, ayer son paralizadas las obras que se están realizando para la exhumación de las víctimas inhumadas en el Valle de los Caídos, entre ellos los hermanos Lapeña que eran militantes anarquistas de la CNT de Calatayud asesinados al principio de la guerra. Después de 6 años de conseguir una sentencia que ha dado el derecho a sus familiares a la exhumación de sus restos de Cuelgamuros hace poco menos de 1 año es cuando se ha empezado a trabajar en ello. Pero una asociación de ideología fascista ha pedido medidas cautelares de paralización de los trabajos para la exhumación en el Valle de los Caídos y una jueza lo ha admitido.

Hoy 20 de noviembre, cuando se cumplen 46 años de la muerte del dictador gritamos:

Seguiremos luchando, como luchó Durruti contra el fascismo, hasta que las víctimas del franquismo reciban JUSTICIA Y REPARACIÓN.

Comunicado de CGT sobre el tratamiento de la Recuperación de la Memoria Histórica por el «Gobierno más progresista de la historia»

Tomado de: Nueva Revolución

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¿Quién quiere ser un maltratador?

Foto Compromiso Atresmedia

Por Jordi Elgström

Vivimos otro 25N y con esta fecha, cobra más importancia que nunca la necesidad de abordar el tema de la violencia sexista con rigurosidad y feminismo. Yo trabajo con hombres que han ejercido violencia y, en este campo, entender es clave para poder cambiar a las personas y acabar con la violencia desde la raíz.

Como buen psicólogo, vengo aquí más a plantear preguntas que a responderlas. Lo que voy a plantear es una que lleva tiempo rondándome por la cabeza y en las sesiones que mantengo con hombres. ¿Qué significa ser un hombre maltratador? Creo que en esta época, en la que el trabajo con hombres ha demostrado ser un elemento imprescindible en el abordaje preventivo de la violencia de género, reflexionar sobre las categorías con las que nos movemos es fundamental para seguir avanzando en la comprensión y el cambio político.

Qué significa maltratador

No deja de ser curioso que en las principales lenguas europeas el concepto de maltratador per se no exista y todo se resuelva con el termino abusador o agresor (abuser, abusatore, agresseur o abusador). Si nos basamos en la etimología, maltrato es un concepto esquivo: ¿no estaríamos incluidos todos (o casi) los hombres en la definición? ¿Quién no ha insultado, humillado, herido, incomodado o gritado en algún punto más de le hubiera gustado? Si mi jefe me insulta en el trabajo, es un imbécil pero no es un maltratador. ¿O sí?

Ante esto podemos decir que, cuando hablamos de maltratadores, nos referimos a aquellas personas que, más que episodios esporádicos, tienen dinámicas de violencia hacia otres o que, si sólo tienen episodios, son de una violencia más extrema. Pero, de nuevo, ¿dónde está el límite? Insultar a tu pareja es una forma de tratar mal, pero ¿hacerlo una vez te convierte en un maltratador? ¿Y si lo hago dos veces? ¿Solo me convierto en un maltratador si insulto a diario?

Podríamos buscar similitudes con otro tipo de delitos como el robo. Todos alguna vez hemos podido robar alguna cosilla, pero no por ello entramos en la casilla identitaria de ladrones. De igual manera que, en el significado social de la palabra, robar una bolsa de patatas no te convierte o categoriza en ladrón, pero quizás robar un banco sí. De la misma manera, ¿es idóneo identificar en la misma categoría todas las situaciones de maltrato o quizás deberíamos encontrar una identificación más gradual?

Un debate polarizado

Aunque éste pueda parecer un debate quisquilloso y tiquismiquis, realmente adquiere mucha importancia si categorizamos las prácticas sociales en cajitas. En lugar de entender la violencia como un espectro, en el que tenemos dudas, tendemos a diferenciar a la gente en cajas categóricamente muy diferente entre ellas, hecho que favorece la polarización del discurso.

Pero oye, ¿y qué problema hay en polarizar el discurso? En realidad, puede haber bastantes puntos a favor de este tipo de enfoque:

Por un lado, poner nombre a las cosas sirve como primer paso para tomar consciencia de las mismas. Seguro que ha habido personas que han normalizado y justificado la violencia de su padre o pareja hasta que han conceptualizado a esa persona como a un maltratador y eso les ha permitido defenderse o trabajar en la reparación del propio daño y la cura.

Permite conceptualizar y englobar a todos aquellos hombres que ejercen malos tratos. Aunque puedan existir grados, una diferenciación más estricta puede favorecer a la hora de simplificar y hacer más accesible el discurso. Ser más flexibles en los gradientes puede generar un relativismo retórico que lleve a que nadie se categorice como maltratador más allá de algún caso extremo y patologizado.

Se genera un debate social que enmarca a los hombres maltratadores como hombres indeseables que, a su vez, puede ayudar a cambiar el precepto de la propia masculinidad presente en esa sociedad. Algunos hombres podemos vernos reflejados en este concepto y, por miedo al mismo, iniciar un proceso de cambio o evitar actitudes de maltrato y entender que ese modelo de comportamiento no es el adecuado.

Como vemos, puede resultar útil políticamente el discurso de choque ya que permite poner sobre la mesa un tema históricamente invisibilizado, así como resulta un discurso contundente, claro y directo. Esto ha facilitado su difusión y que se comparta como una oleada.

El precio de la polarización

Ahora bien, si bien existen muchos puntos fuertes, el uso del término maltratador de una manera rígida también puede tener algunos riesgos.

Uno de los mayores peligros del uso indiscriminado del concepto es que polariza. No son pocas las veces que he escuchado frases como “yo no sé cómo puedes trabajar con maltratadores”, “yo es que acabaría con todos los maltratadores” o “nunca entenderé porque algún hombre puede comportarse así”. Aunque esta polarización facilita que algunos hombres se puedan identificar, también deja en bandeja que otros muchos no se identifiquen con el mismo por percibirlo como un concepto extremo que no se aplica a su situación. Y lo mismo puede pasar con las víctimas: pueden entender que su agresor no se ajusta a esos parámetros dicotómicos, lo que lleva a normalizar y no identificar a una persona como agresor.

La asignación de este concepto puede resultar una carga que a muchos hombres les puede dificultar avanzar. Uno de los principales pasos para generar un cambio en hombres que han ejercido violencia es el reconocimiento y responsabilización de sus acciones. Una vez pasado ese umbral, es más sencillo iniciar procesos de cambio. Con una categorización fuerte muchos hombres pueden resistirse a reconocer abiertamente sus acciones, no ya por predisposición a trabajar en las mismas, sino por miedo a que se le categorice con una identidad difícilmente revocable (¿cuándo a ojos de la sociedad un maltratador deja de serlo?).

Nos aleja de comprender cómo pueden funcionar las dinámicas de maltrato. Si un hombre tiene problemas para controlar la impulsividad, no tiene herramientas para solucionar problemas de una forma no violenta o no ha oído la palabra asertividad en su vida, por mucho que se les presione categóricamente, no van a poder cambiar, y no porque no quieran sino porque no saben cómo hacerlo. Si os pido que os comportéis de una manera más estoica, apostaría a que la mayoría de nosotros no sabríamos cómo hacerlo por mucho que nos presionaran discursivamente.

Por último, en este juego de identidades, persiste el problema de la irreparabilidad. Un ladrón se puede rehabilitar. “Yo antes era un ladrón”. La etiqueta vuela y muta. Con la etiqueta de maltratador las cosas no son tan maleables. No pocas son las experiencias que he escuchado de hombres que han hecho un cambio desde su agresión y que a pesar de todo y de los años, se les sigue conceptualizando como maltratadores, con el trato que representa hacia ese colectivo. Y a pesar, que podamos considerar que llevar esa etiqueta forma parte de la responsabilización de los propios hechos, en la vertiente más moral puede que una conceptualización tan rígida del término no haga justicia con la realidad y que genere daños colaterales desproporcionados.

¿Qué conclusión se puede sacar de todo esto? Por un lado, que no existe una solución tan dicotómicamente sencilla y que abrir el tema podría ser útil para generar más debate e investigación al respecto. Y por otro lado, poner en relevancia la importancia de la forma en que categorizamos las identidades en el discurso social, regido precisamente por una fuerte militancia en las propias identidades. Por último, me gustaría señalar que, como ha comentado mi amigo Lionel Delgado en varias de sus charlas, evidentemente, este tipo de debates son muy difíciles de llevar en entornos políticos y que responde más bien al dilema que existe entre movilización y trabajo cotidiano con hombres. Algunos de las que tenemos de enfocar la militancia son complejos de implementar en el trabajo de transformación y viceversa. Espero con este artículo haber podido aportar elementos a un debate que se muestra muy necesario.

Jordi Elgström. Psicólogo y terapeuta de hombres que han ejercido violencia, Co-coordinador del proyecto Hombres Contra el Patriarcado.

Tomado de: El Salto

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Diario 0: 42 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (+PDF)

Festival de Cine de La Habana: segundas partes pueden ser buenas

Del 3 al 13 de diciembre estaremos presentando la segunda etapa del 42. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano correspondiente a 2020.

El programa constará de 163 filmes de 26 países, desglosados en 56 largometrajes de ficción, 45 largometrajes documentales, 3 largometrajes de animación, 22 cortos de ficción, 18 cortos documentales y 19 cortos animados.

Los países latinoamericanos más representados son Brasil (32 títulos), Argentina (18), Cuba y México (16 cada uno), y Colombia y Chile (15 cada uno).

Esta segunda etapa del Festival cuenta con un programa de altísima calidad en el cual se incluyen los concursos de ficción, óperas primas, documentales, animados, cortos de ficción y documental, y las obras en postproducción.

Dichas producciones cinematográficas serán evaluadas por los diferentes jurados que en esta ocasión nos acompañarán. Los Premios Corales serán entregados en la noche del 10 de diciembre, pero el programa de exhibiciones continuará hasta el domingo 12, con la presentación de los títulos premiados y otras obras de interés para el público.

A este programa competitivo se le sumarán algunas secciones no competitivas entre las que destaca el homenaje a la directora cubana Sara Gómez, en el cual se exhibirán las copias recién restauradas de su mítico largometraje De cierta manera (1974) y sus excelentes documentales Guanabacoa: Crónica de mi familia (1966), Iré a Santiago (1964) y Una isla para Miguel (1968). Para complementar dicho homenaje se realizará el evento teórico «Sara Gómez, por una poética de los márgenes», en el cual participarán los destacados intelectuales cubanos Eliseo Altunaga, Gerardo Fulleda León, Víctor Fowler y Astrid Santana, y la académica canadiense Susan Lord.

La obra de Sara Gómez constituye un aporte invaluable para la cinematografía cubana. El acercamiento que hace el Festival a través de estas proyecciones y dicho evento, permitirán a críticos y académicos volver sobre la que fue, durante mucho tiempo, la única cineasta mujer en los momentos fundacionales del ICAIC.

También encontraremos otras actividades dentro de esta segunda parte como las presentaciones de libros relacionados al cine. Ediciones ICAIC traerá los títulos 100 años de cine en Cuba, de Ambrosio Fornet; Sergio Corrieri. Más allá de Memorias, de Luisa Marisy; El cine tiene sus redes, de Alberto Lezcano; Cuando el béisbol se parece al cine, de Norberto Codina; y La hoja y el cuerno, de Arturo Arango.

Por su parte, la Editorial Oriente presentará las Coordenadas del Cine Cubano (IV), volumen integrado por un colectivo de autores, en el cual se analizan obras fílmicas de la nación.

Desde nuestro sello editorial, Ediciones Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, estaremos presentando el título Tomás Gutiérrez-Alea. Entre Historias de la Revolución y Guantanamera, libro integrado también por un colectivo de autores, que se acerca a la obra fílmica de Titón a partir del panel convocado por el Festival en su edición 40 para homenajear al cineasta.

En la Sala «Yelín» de la Casa del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, el público podrá apreciar los carteles pertenecientes a la competencia de esta edición 42 del evento.

Esta segunda parte del evento llega pensando siempre en el público asistente a la sala de cine que se ha mantenido fiel, aun cuando el panorama internacional cinematográfico ha tenido que reinventarse producto de la COVID 19. Aunque las formas de asistir al cine pueden verse modificadas, el interés del público cubano en el mismo no ha disminuido, y para que se mantenga, trabajamos desde el Festival de Cine de La Habana.

Tomado de: Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano

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Sara Gómez y una cierta manera de entender el cine

Sara Gómez. Cineasta cubana (1942-1974)

Por Joel del Río

Nacida en Guanabacoa, uno de los mayores epicentros de la cultura afrocubana, y con estudios musicales y de etnografía, Sara Gómez (1942- 1974), única mujer que consiguió dirigir un largometraje de ficción en Cuba durante los primeros 40 años del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, no merece el homenaje solo gracias a su solitaria y excepcional condición de adelantada en la historia del cine cubano y de la cultura nacional. Existen numerosas razones para el tributo, pero se impone reconocer, primero, que solo ella consiguió un privilegio convertido casi en mito porque en esa categoría se encuentran Sara y su obra, sobre todo cuando uno sabe que murió de una crisis de asma y dejó inacabada su única película de ficción: De cierta manera (1974), cuya copia restaurada se exhibió por primera vez en Cuba este miércoles como parte de la inauguración de la Muestra de Mujeres Cineastas.

Las anteriores palabras, u otras muy similares, sirvieron de encabezamiento a un texto que escribí para La Jiribilla titulado “Coloquio y (de cierta manera) exégesis e inventario” y concebido para cubrir un conversatorio entendido como una de las actividades colaterales más importantes de la Muestra Joven en 2007. En aquel texto, y en varios otros que he tenido la ocasión de escribir, o leer posteriormente, se establece que Sara Gómez se destacó por muchas otras razones, además de ser la primera mujer en dirigir un largometraje de ficción dentro del ICAIC.

Para nadie es sorpresa que la futura realizadora explorara el periodismo en la revista Mella antes de trabajar como asistente, ya en el ICAIC, de Jorge Fraga (El robo), Tomás Gutiérrez Alea (Cumbite) y la francesa AgnèsVarda, cuyo documental Salut les Cubains, de 1963, incluye imágenes de la realizadora cubana bailando chachachá, mientras la francesa la describe como directora de filmes didácticos.

Después llegaron sus espléndidos documentales, esos que sobresalen por su inconformismo, además de las muy singulares referencias autorreferenciales: Iré a Santiago (1964), Guanabacoa: crónica de mi familia (1966),…y tenemos sabor (1967), En la otra isla (1967), Una isla para Miguel (1968), De bateyes (1971) y Sobre horas extras y trabajo voluntario (1973). Estos evidencian el deseo de la autora por mostrar las secuelas del subdesarrollo y los rezagos pequeño-burgueses respecto a la raza y el género femenino, en consonancia con su historia personal y la de su familia. Además de la experimentación y la frescura, del toma y saca entre el documental y la ficción, aparte de la combinación de discursos en apariencias opuestos como la voz en off y el cine directo, los filmes de Sara Gómez exhiben un sesgo que es profundamente autorista, vinculado a su experiencia personal como mujer, cubana, negra y activa participante en la transformación de la sociedad.

Si en Iré a Santiago retrata la cotidianidad de los habitantes comunes, en Guanabacoa: crónica de mi familia emprende la búsqueda de sus raíces y presenta el testimonio de una época y de una manera de vivir; si en …y tenemos sabor analiza la sonoridad de la música popular cubana a partir de la procedencia de algunos de sus instrumentos básicos, en el filme En la otra isla recurre al documental encuesta para registrar el modo de pensar y las expectativas de la nueva generación de cubanos y en Una isla para Miguel habla sobre los problemas de conducta de esos mismos jóvenes y rastrea los orígenes de estos adolescentes o niños, y devela la pobreza y el abandono de los padres. En De bateyes prefiere fabricar un reportaje sobre la inmigración y la historia de los caseríos rurales, y en Sobre horas extras y trabajo voluntario vierte la opiniones, también desde el cine encuesta, de los obreros de la industria textil sobre el modo de elevar la productividad.

Los problemas más complejos de la aplicación del socialismo en Cuba (la supervivencia de la marginalidad, las religiones afrocubanas, el choque entre la nueva moral y los valores tradicionales, atávicos) precisaban a todas luces un enfoque documental, objetivo, personajes reales, testimonios veristas, intención y tono didácticos, voz en off, cámara en mano y observacional, naturalismo, contemporaneidad, todo ello vinculado con la estética documental, por ello es que De cierta manera ostenta una puesta en escena plena de apropiaciones formales típicas del canon documental para descubrir, por esos derroteros, los más íntimos resquicios de la contemporaneidad cubana en cuanto a prejuicios raciales y constatar las diferencias de concepto sobre el género entre las culturas latinas y las teorías de izquierda sobre la emancipación femenina y la igualdad social.

Con un reparto principal integrado por Mario Balmaseda, Yolanda Cuéllar, Mario Limonta, Isaura Mendoza, Bobby Carcasés y Sarita Reyes, entre numerosos personajes reales, pobladores de los sitios en que se filmó la película, De cierta manera relata los conflictos entre los viejos hábitos que genera la marginalidad y una nueva moral, en el contexto de las transformaciones sociales que tienen lugar en Cuba a lo largo de los años sesenta y setenta. Además, se ilustra, en específico, la construcción del barrio Miraflores en 1962 por sus propios habitantes: sus conflictos, contradicciones y transformaciones.

El filme se propone un estudio sicológico de los habitantes de un barrio marginal en La Habana, un barrio que es demolido por la Revolución y en su lugar es construido una nueva vecindad, con modernos edificios de apartamentos, que son ocupados por los mismos inquilinos del antiguo barrio marginal. Esta población arrastra consigo su centenaria tradición de pobreza, ignorancia y misticismo. El protagonista del filme se enamora de la joven y progresista maestra del barrio, en quien cree encontrar no solo una mujer a su gusto sino una compañera que lo ayude a superar las inercias y prejuicios del barrio. Pero enseguida surgen las confrontaciones. Si el amor físico los une, hay diferencias de principios, de costumbres, de conceptos, que irrumpen a menudo, amenazando con el rompimiento. La creciente toma de conciencia de nuestro protagonista le plantea contradicciones con ciertos compañeros de trabajo, aferrados a sus concepciones machistas y marginales.

Rigoberto López en “Hablar de Sara, de cierta manera”, publicado en la revista Cine cubano, opina: “Con De cierta manera, su primer largometraje, su último trabajo, Sara se propuso romper valores éticos en una zona de la realidad y esto la llevó a abandonar valores estéticos tradicionales. Agresiva ante el reto y usando la cámara, siempre desde una concepción documental, como un privilegio que convirtió, apenas sin saberlo, en su estilo: una forma de hacer donde la frescura y la responsabilidad en el revelado de la realidad y su crítica, casan en un mismo lenguaje el amor y la comprensión en el análisis del problema con el rigor intelectual y el desenfado cinematográfico. (…) De cierta manera es un cine del presente y es un inapreciable testimonio para el futuro. Es también nuestra contemporaneidad y es, a no dudarlo, un cine de lo actual, donde la lucidez intelectual, y la profundidad crítica, muestran el talento y la personalidad de alguien que deja una huella personalísima en nuestro cine”.

Y tan profunda resultó la huella y la influencia de Sara Gómez y De cierta manera en el cine cubano que muy pronto aparecieron similares tratados sobre el machismo cubano en Retrato de Teresa (Pastor Vega, 1979) y Hasta cierto punto (Tomás Gutiérrez Alea, 1983) aunque ambas circunscriben, a diferencia de la películas de Sara, sus personajes femeninos a la condición de víctimas de las actitudes machistas, y en los dos argumentos apenas se avizoran, como sí lo hace De cierta manera, un camino para ganar en igualdad, en la progresiva emancipación tanto de las mujeres como de los hombres. Y avizora la igualdad posible no solo en cuestiones de género, sino también de raza.

Maribel Rivero en “Talco para lo negro. Expresiones de ascendencia africana en la cinematografía cubana: trazos de un viejo dilema”, publicado en La Gaceta de Cuba asegura: “La cinta deviene el más fiel testimonio de las contradicciones existentes alrededor del sector marginado, cuyos conflictos en el ámbito oficial parecían ya resueltos. A manera de estudio sicosociológico, la película recoge un rito religioso para acercarnos a los rasgos de la secta Abakuá. Sin embargo, la intención de recrear el ritual ñáñigo se desdobla en una crítica tácita hacia este complejo religioso como sustentador de rasgos machistas y contraproducentes para el desarrollo de la sociedad”.

En 2004, la realizadora suiza Alessandra Muller dirigió el documental Sara Gómez: An Afro-Cuban Filmmaker (2004), apoyado tanto por el ICAIC como por Agnès Varda. En el documental son entrevistados varios amigos y familiares de Sara Gómez, y varios apuntan que la directora escuchaba las opiniones de todos en el set, profesionales y no profesionales. Incluso el actor Mario Balmaseda, protagonista de De cierta manera, recuerda que “los actores tuvieron que convivir muchísimo tiempo, a lo largo de tres o cuatro meses, con los pobladores de los barrios representados, y con frecuencia tuvieron que dormir o comer en las humildes casas de algunos de ellos, y esta convivencia lo hacía todo mucho más fácil porque transitábamos desde un nivel profesional a uno más amistoso”.

Tomado de: Cubacine

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El universo masculino, sus vergüenzas y dolores

Por Begoña Piña @begonapina

La masculinidad es una cárcel, puede ser altamente tóxica y, sin duda, está en crisis. La cineasta Jane Campion mira por primera vez de frente al decadente universo masculino y, tras desmenuzarlo y examinarlo, lo expone con todas sus vergüenzas y dolores. Doce años después de su anterior película, esta intuitiva, poderosa y brillante creadora vuelve con El poder del perro, adaptación al cine de la novela de Thomas Savage (Alianza), y deslumbra con su combinación de sentimiento y furia.

Western moderno, que ella prefiere llamar post-western y que otros ya califican como revisionista o anti western, la película honra, sin disimulos, a los clásicos del género y al mismo tiempo los pulveriza por lo que contienen de ponzoñosa virilidad. León de Plata a la Mejor Dirección en el Festival de Venecia —donde la cineasta se convirtió en la primera mujer en ganar un León de Oro en la historia del certamen (El piano, 1993)— y Premio del Público en Toronto, El poder del perro estuvo en el Festival de San Sebastián y llega ahora a las salas.

Deseos reprimidos

Con un Benedict Cumberbatch absolutamente entregado a los deseos de la cineasta, portentoso en la maldad y el suplicio que despliega su personaje, y con una robusta creación por parte de Kirsten Dunst, la película avanza a través de la corrosión emocional del primero. Son los años veinte en Montana, los hermanos Burbank, Phil y George, hacendados poderosos, se ocupan de su inmenso rancho, comparten habitación y vida.

Phil es un vaquero mezquino, cruel, grosero, un macho del oeste americano de piel muy fina y que ha estudiado en la Universidad, un tipo que vive intensamente el dolor interior y la rabia de unos deseos reprimidos por los rígidos valores de la familia y de la comunidad. George es amable y sensible y el involuntario causante del estallido familiar, cuya mecha prende el día que aparece casado con Rose, la viuda del pueblo. Unos celos pueriles enfrentan a Rose con Phil, que verterá su sadismo y su inquina contra ella utilizando a su hijo Peter, un joven estudiante homosexual.

«Cautivador y vicioso»

Jane Campion estaba pensado en retirarse cuando leyó la novela de Thomas Savage y apostó por aparcar su decisión y volver al cine después de años dedicada a la serie The Top of the Lake. Intimidada, según ella misma ha confesado, por el universo masculino en el que iba a embarcarse, no pudo escapar a la oportunidad que le ofrecía el personaje de Phil Burbank, al que la escritora Annie Prouls (Brokeback Mountain) define en el prólogo de la novela como «uno de los personajes más cautivadores y viciosos de la literatura estadounidense».

Un hombre que bien podría haber nacido para que hoy la cineasta mostrara al mundo las flaquezas de la masculinidad tóxica, sus consecuencias, la perversidad del machismo y el deseo homosexual reprimido, al tiempo que bucear en la amenaza de la modernidad en las formas tradicionales y caducas de vivir. Montana años 20 es el tiempo en que los automóviles y los trenes, las grandes ciudades y sus costumbres, están llegando para ahogar la rutina de los ganaderos del campo.

El movimiento #Metoo

«El movimiento #MeToo probablemente influyó en mi decisión. Fue una fuerza tan poderosa que creo que abrió un espacio completamente diferente para explorar este tipo de temas. Era como si esas mujeres, en su mayoría mujeres jóvenes, hubieran pelado tantas capas de la cebolla en lo que respecta a la masculinidad, que crearon un espacio para que viejos guerreros como yo exploraran una historia muy masculina como ésta», declaró Jane Campion a Sean O’Hagan en una entrevista para The Guardian.

Una historia que se presenta ya como una advertencia desde el título, una expresión que procede del Salmo 22:20, palabras de Jesucristo en la cruz: «Libra de la espada mi alma, del poder del perro mi vida». «El poder del perro son todos esos impulsos, todos esos impulsos profundos e incontrolables que pueden venir y destruirnos. Incluso Donald Trump tiene problemas para mantener su poderosa fachada masculina. Ni siquiera pudo decir la palabra ‘perdí’. Decir la palabra ‘fracaso’ no es una opción para alguien como él, para este tipo de hombres», aclaró Jane Campion en unas declaraciones a Indie Wire.

Mujer en la industria del cine

Obsesionada con una imagen que surgió de la novela (la del joven Peter con un gran sombrero de vaquero paseando ante los trabajadores del rancho que le gritan «maricón»), la cineasta se lanzó al rodaje de esta película, con la que, además, ha querido hacer una clarísima declaración de intenciones sobre su postura como mujer en la industria del cine. Tras años trabajando con técnicos hombres con los que ha tenido magnífica sincronía, Campion ha desafiado al dominio masculino del cine incorporando a mujeres cineastas en el equipo.

Adam Arkapaw, habitual director de fotografía en sus películas, ha cedido el espacio a la fotógrafa Ari Wegner, que fue muy bien recibida por las productoras Tanya Seghatchian, Libby Sharpe y Chloe Smith. «La igualdad de las mujeres sigue siendo un problema que me preocupa, una pequeña obsesión para mí».

Tomado de: Público

Tráiler del filme El poder del perro (Australia, 2021) de Jane Campion

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Le decían magistra

Vicentina Antuña. Pedagoga, ensayista, filósofa y política cubana. (1909-1993)

Por Graziella Pogolotti

Para nosotros, iniciar los estudios universitarios significaba dar un salto hacia adelante en un proceso de aprendizaje que integraba el crecimiento intelectual y el acceso a una realidad social más compleja. Mis inclinaciones personales se centraban en la búsqueda de respuestas ante los problemas planteados por la contemporaneidad en sus aristas culturales y humanas. Todo parecía distanciarme del arduo esfuerzo impuesto por el estudio del latín clásico. Pero aquella mañana, en el tempranero primer turno de clase, nos recibió la amplia sonrisa de Vicentina Antuña, respaldada por una aureola transmitida por generaciones.

Le decían magistra, modo de reconocer la estatura de una enseñanza que sobrepasaba en su alcance el estrecho dominio del aula, donde habríamos de vencer los escollos de la Gramática hasta llegar a traducir textos de Julio César y de Salustio, a la vez que preservábamos para siempre en la memoria las fábulas de Fedro inspiradas en Esopo. Lo esencial de la enseñanza no se limitaba a los arcontes de Grecia, porque el tronco habría de estar en nuestra república. El rigor pedagógico y académico, necesario en todo proceso formativo, se complementaba con el diálogo informal, que daba apertura a un aprendizaje extracurricular enfocado hacia los más amplios horizontes.

En efecto, a la salida de la clase, Vicentina se instalaba en la minúscula cafetería para disfrutar una tacita de infusión. Allí la rodeábamos. Sin considerar límites de horario, la estancia se prolongaba con debates que abordaban los más acuciantes problemas de la contemporaneidad, atravesados por el acontecer de la política y por nuestras inconformidades respecto al adocenamiento de la enseñanza universitaria.

Movidos por la intransigencia juvenil, adoptábamos a veces posiciones de extrema intolerancia. Vicentina nos incitaba a matizar el análisis. Una llamada de atención sobre la responsabilidad inherente al ejercicio de la crítica dejó una impronta definitiva en mi conducta posterior. La autoridad de su palabra dimanaba de su actitud ejemplar en el aula, de su respaldo a muchas de nuestras iniciativas y de su proyección social a través de una práctica concreta en el enfrentamiento de los males que lastraban la vida republicana, todo ello apuntalado en irrenunciables principios éticos.

Participó activamente en la organización del movimiento feminista cubano, asociado a las posiciones más progresistas. Desde la Sociedad Lyceum, como parte de su directiva, contribuyó a crear un espacio de resistencia cultural que brindó apoyo a la vanguardia artística desamparada por las instituciones oficiales, proyectó hacia el ámbito público la voz de los más connotados intelectuales de la época, con énfasis en reputadas figuras comprometidas con la defensa de la República Española, así como la de personalidades latinoamericanas representativas de lo más avanzado del continente. En los días de la dictadura de Batista, la institución amparó la exposición Homenaje a Martí.

Ante la crisis irreversible de la República neocolonial, Vicentina se decidió a intervenir en la vida política. Se encargó de la sección femenina del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo). Ya bajo la tiranía batistiana asumió un ramal de la resistencia cívica del Movimiento 26 de Julio.

Su trayectoria docente, su proyección social y su conducta cívica le confirieron un sólido reconocimiento en los campos de la cultura y la educación. Con ese respaldo, encabezó la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación después del triunfo de la Revolución. Junto a Vicentina Antuña, el poeta José Lezama Lima, fundador antaño de la revista Orígenes, se ocupó de la difusión de la literatura e impulsó la publicación de textos representativos de lo más valioso de nuestra tradición. También el compositor José Ardévol, animador del Grupo de Renovación Musical, refundó instituciones fundamentales en esa área.

Maestra siempre, la educación constituía su preocupación mayor. Sin conceder horas al descanso y sin renunciar a la tarea encomendada en el ámbito de la cultura, se entregó de lleno al proceso de Reforma Universitaria, transformación radical de conceptos y programas que arribará próximamente a su sexagésimo aniversario. Por las noches, al término de la jornada laboral, rodeada de un estrecho número de colaboradores, afrontaba la puesta en marcha de un diseño renovador para la Escuela de Letras y de Arte de la Facultad de Humanidades. Después asesoraría al Ministerio de Educación en el perfeccionamiento de la enseñanza del español. Recibió honores, pero no la sedujeron los oropeles. Su ancla esencial se mantuvo en el aula, allí donde su acción directa podía configurar el perfil ético e intelectual de los más jóvenes.

Al igual que la mía, generaciones sucesivas le siguieron diciendo magistra. Recibimos de ella lecciones de rigor mediante el desciframiento de clásicos de la latinidad. Más allá de esa frontera, en diálogo informal aprendimos a leer la realidad en su complejidad y riqueza de matices.

Vicentina Antuña no dejó obra escrita. Fecunda e impalpable, marcó la formación de seres humanos, ciudadanos conscientes apegados a sólidos principios éticos. Fue su modo de hacer Patria. Su memoria, hoy más necesaria que nunca, tiene que preservarse a través del testimonio de quienes la conocieron. Su padre, emigrante asturiano, labró la tierra en las cercanías de Güines. Animada por la voluntad de contribuir a la construcción de una nación justa y soberana, Vicentina sembró futuro.

Tomado de: Juventud Rebelde

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