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Ese oro que sangra en vez de brillar

Extracción de oro en la Amazonía peruana causa la pérdida de 4.437 hectáreas de bosque por año

Por Sergio Ferrari

Cada año se extraen 3.300 toneladas de oro a nivel mundial. El 49% del mismo se utiliza para fabricar relojes y joyas, un 29% como inversión, 15% lo compran los bancos centrales y el 7% restante se destina para dispositivos técnicos.

Su precio explota. La segunda semana de noviembre alcanzó el récord de los últimos seis meses. Los últimos días su precio oscilaba en los 1.875 dólares estadounidenses por onza.

Entre el 50% y el 70% del total global se refina en Suiza. De las siete mayores procesadoras a escala internacional, cuatro residen en ese país alpino, no sólo el segundo importador mundial, sino también el mayor exportador de este metal precioso, aunque no cuente ni con un solo yacimiento dentro de sus fronteras.

Es síntesis, la mayor parte del oro que circula por el mundo, pasa por Suiza. Llega sin refinarse y parte con deslumbrante “pureza”. Un negocio que le representa entre 70.000 y 90.000 millones de francos anuales (1 franco = 1,09 dólares estadounidense). Si bien se extrae oro al menos en 90 países, prácticamente la mitad de todas las importaciones del metal procesado y refinado en Suiza provienen de Gran Bretaña, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Hong Kong. Paradójicamente, ninguna de esas naciones cuenta con extracción nacional. Por otra parte, una cantidad significativa llega de países productores cuyas economías dependen, en gran medida, de su exportación, como Burkina Faso, Ghana, Mali y Perú, entre otros.

Según un informe oficial de la Oficina Federal de Aduanas de Suiza, en 2017 este país importó 2.404 toneladas métricas de oro, con un valor aproximado de 70.000 millones de francos suizos. Ese mismo año exportó oro por un valor de 67.000 millones de francos suizos. Es otras palabras, en 2017 el tráfico de oro representó el nada despreciable 24% de las exportaciones y el 31% de las importaciones helvéticas. Para contextualizar estas cifras, en ese mismo periodo, la industria relojera helvética exportó por 20.000 millones de francos, lo que equivaldría a unos 24 millones de relojes.

Las ventajas fiscales también influyen en la importación del metal precioso, debido a que en este país no se aplican impuestos al oro adquirido como inversión ni a las monedas de oro importadas ni al oro procesado. Las aleaciones con otros metales también pueden declararse como oro y, en consecuencia, eximirse de impuestos. Tal es el caso de la plata, que, aunque sólo contiene un 2% del metal precioso, puede importarse libre de tasas.

Sangra la tierra

Aunque todas estas cifras son públicas, el informe The Impact of Gold, (El Impacto del Oro) que publicó la segunda semana de noviembre la organización WWF Suiza (World Wide Fund for Nature – Fondo Mundial para la Naturaleza) les da nueva relevancia.

El camino del oro desde la mina hasta nuestro país —sostiene dicho informe— “es especialmente problemático. Suele ser opaco y difícil de rastrear porque los intermediarios mezclan ese mineral proveniente de diferentes fuentes”. Sin trazabilidad —concluye el informe— “no se puede descartar que el metal utilizado fue producido en condiciones sociales y ecológicas inaceptables”. https://www.wwf.ch/sites/default/files/doc-2021-11/2021_11_WWF_The%20Impact%20of%20Gold.pdf

La publicación de WWF Suiza sistematiza conceptos y constataciones.

El oro se extrae a menudo en condiciones sociales y ecológicas deplorables, con consecuencias nefastas para el medio ambiente y las poblaciones locales.

Abrir nuevas minas y construir las infraestructuras necesarias requiere grandes superficies. Ahí donde se descubren vetas se talan enormes extensiones de bosque, muchas veces de forma ilegal. Sólo en Brasil, su extracción supone la destrucción anual de una superficie natural del tamaño de 14.000 campos de fútbol.

Por otra parte, su extracción requiere casi sistemáticamente productos químicos altamente tóxicos, como el mercurio y el cianuro. Estas sustancias se expanden en el aire, el suelo y el agua. En consecuencia, la biodiversidad se resiente, así como la salud de la población local. Entre otras enfermedades, dichos venenos pueden causar ceguera, daños cerebrales, tumores y malformaciones fetales.

La recuperación del oro tiene, además, un impacto directo en la calidad y la disponibilidad del agua en las regiones afectadas.  Finalmente, son evidentes los efectos nocivos sobre el clima, debido al alto consumo de energía ya que la producción de un kilo de oro genera unas 12 toneladas de emisiones de CO2.

La organización ambientalista WWF Suiza subraya que, junto con el enorme impacto medioambiental, la extracción suele asociarse con condiciones laborales deplorables, esclavitud, tráfico de personas, trabajo infantil y prostitución forzada. Muchas veces los pueblos indígenas o las comunidades autóctonas son expulsados de sus tierras, ahora convertidas en yacimientos a cielo abierto.

La dramática Amazonia peruana

Hacia mediados del 2019, Perú exportaba unas 60 toneladas de oro producido ilegalmente en su suelo, gran parte del cual iba directamente a las refinerías suizas. La región de Madre de Dios (con Puerto Maldonado como capital), en la Amazonia peruana, es históricamente uno de los principales centros de extracción aurífera del país sudamericano.

Un reciente reportaje de la agencia española de noticias EFE señala que “desde el aire, el paisaje es desolador: allí donde antes hubo bosque amazónico, ahora rebosan cráteres de fango, árboles talados y arenales yermos tapizados en mercurio y morralla. Un páramo depredado por la *fiebre del oro* aluvial, que a ras de suelo creó un infierno clandestino y sin ley en la selva peruana. Se trata de La Pampa —entre los kilómetros 98 y 115 de la carretera interoceánica—, un territorio dentro del escudo protector de la reserva nacional de Tambopata que durante años ha sido el epicentro de la minería ilegal en la región peruana de Madre de Dios, y en donde este suculento negocio, más rentable que la cocaína, arrebató en las últimas décadas 25.000 hectáreas de una de las selvas con más biodiversidad del planeta”.

Dicho reportaje, elaborado in situ, señala que “hoy a pesar de los esfuerzos millonarios destinados a echar a los mineros ilegales de la zona, el flagelo sigue en brasas, el desastre ambiental intacto, y la trata de personas, el sicariato y la explotación laboral y sexual continúan proliferando como efectos colaterales de esta tragedia. Allí se extiende una suerte de poblado sin nombre, en donde hoy viven unas 40.000 personas dedicadas a actividades vinculadas a la minería ilegal. En esta ciudad improvisada escasean los lujos, pero sobran hoteles, restaurantes, bares y, sobre todo, prostitución, al más puro estilo del ‘salón’ de las películas de vaqueros”.

En Madre Dios se produce el 70% del oro artesanal de Perú, que es el primer productor de oro de Latinoamérica y el 5to a nivel mundial. En Madre de Dios, el 70% de la economía tiene que ver con la minería, pero solo el 10% es legal.

A comienzos del 2019, el Gobierno peruano puso en marcha la Operación Mercurio en la región de La Pampa, un mega operativo para tratar de erradicar las actividades no legales. Según la publicación digital peruana Actualidad Ambiental, si bien se ha logrado reducir la minería ilegal en un 98%, existe evidencia de que la misma ha migrado a áreas circundantes.

A pesar de más de 700 operativos policiales en menos de dos años y de la expulsión de 25.000 mineros ilegales, un informe de Monitoreo de Deforestación en la Amazonía indica que, tras el inicio de la Operación Mercurio, 1.100 nuevas hectáreas quedaron deforestadas debido a la actividad aurífera, y se constató la aparición de seis nuevos puntos de extracción no autorizada: Pariamanu, La Pampa (en dos zonas ubicadas al norte de dicha región), Camanti, Chaspa (Puno) y Apaylon. En síntesis, toda política represiva de estas actividades cuando no van acompañadas de propuestas productivas y de reinserción laboral parece estar condenadas al fracaso.

Autocrítica helvética

El Consejo Federal suizo (poder ejecutivo colegiado) “es consciente de que existe el riesgo de que se importe en Suiza oro extraído ilegalmente, con las posibles violaciones de los derechos humanos que esto representa”.

Así lo afirman las autoridades federales en el informe “Comercio de oro producido en violación de derechos humanos”, presentado ante el parlamento a fines de 2019, como respuesta a una interpelación que cuatro años antes presentó el senador nacional ecologista Luc Recordon.

El Gobierno le encargó a un grupo independiente que realizara un análisis del sector del oro en Suiza, sus principales actores y los posibles riesgos y desafíos. Como parte de este proceso, el grupo se puso en contacto con representantes del sector privado y de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) activas en derechos humanos, medio ambiente y cooperación al desarrollo.

El informe acepta como probable que las actividades de las empresas en toda la actividad aurífera tengan repercusiones negativas en una amplia gama de derechos humanos, como: maltrato de los trabajadores y violaciones de la legislación laboral, en particular en lo que se refiere a condiciones de trabajo seguras y saludables y a una remuneración que proporcione una vida digna. También reconoce posibles violaciones del modo de vida tradicional de los pueblos indígenas, su autodeterminación y sus tierras. Así como impactos negativos en las comunidades locales: reasentamiento y desplazamiento forzado, violación de los derechos de propiedad, de la libertad de asociación y de opinión y expresión.

El informe habla de los eventuales daños al medio ambiente y no excluye la posibilidad que las empresas auríferas cometan violaciones contra el estado de derecho. Finalmente, el Gobierno recomienda asegurar mayor transparencia en todas las actividades relacionadas con el oro que llega a Suiza. Recomienda, además, estimular a las asociaciones involucradas en la industria y el comercio del metal (por ejemplo, la Asociación Suiza de Fabricantes y Comerciantes de Metales Preciosos y la Swiss Better Gold) a que mejoren la manera como operan y a entablar un diálogo con las ONG interesadas en los desafíos pendientes en este sensible sector de la economía helvética.

Entre las recomendaciones de su informe de noviembre, WWF reclama leyes que obliguen a las empresas con sede en Suiza que compran y procesan oro a cumplir normas sociales y ecológicas mínimas y hacer público su comportamiento. Y llama a los consumidores a que asuman actitudes más responsables al adquirir productos que contienen oro. Ciertos sellos de calidad existentes como FairTrade y FairMined contribuyen a promover una extracción más responsable y transparente y a minimizar la potencial destrucción futura del medio ambiente.

500 años después, las carabelas repletas de metales preciosos provenientes del Nuevo Mundo se ven reemplazadas por buques o aviones de carga que llegan a destinos europeos. Se les agregan otros, provenientes de África y de Asia. Una gran parte del oro importado por Viejo Mundo desemboca en las sofisticadas refinerías de Suiza, principal plataforma giratoria del comercio mundial. Casi todo legal, aunque no siempre justo y, por eso mismo, tampoco ético.

Tomado de: América Latina en movimiento

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Vicente Monroy: «El cine demuestra que el hombre moderno no es un hombre racional»

Vicente Monroy. Foto El cuaderno digital

Por Horacio Bernades

Un libro que empieza con una cita que dice “Le olía mal el aliento, como a todos los cinéfilos” no puede ser malo. Contra la cinefilia – Historia de un romance exagerado no lo es. El autor, Vicente Monroy, dice “haber despertado del sueño cinéfilo” un tiempo atrás, por lo cual de esa herida aún no del todo cicatrizada parecería manar por momentos cierta clase de veneno particularmente ácido. Al fin y al cabo, quienes todavía profesan esa religión podrán ser ligeramente fanáticos o ponerse algo pesados de a ratos, pero no le hacen daño a nadie que no sea miembro de la pandilla rival. Y además lo más posible es que esas pandillas se hayan extinguido, como alguna olvidada variedad de gliptodonte o pterodáctilo. Sobre el final del libro (editado por Capital Intelectual) Monroy hace una de las acusaciones más duras contra esta etnia, imputando a sus antiguos pares de amar al cine como quien ama a la mamá.

Pero, ¿qué es ser cinéfilo? ¿Ver una película todas las semanas, día por medio, llevar la cuenta de cuántas se vieron en un mes o un año? ¿Saberse de memoria los nombres de hasta el último figurante de la más oscura película de la historia del cine? ¿Preferir la sala cinematográfica antes que el living? ¿El celuloide y no el streaming? ¿El cine más que la vida? ¿No practicar otros deportes que no sean el de sentarse varias horas por día en una butaca? ¿Amar la oscuridad? ¿Ir todos los años al Bafici y todos los meses a la Lugones? ¿Se pueden sostener hoy en día los más estrictos de esos principios? ¿El cinéfilo es el que ve mucho o el que sabe ver? ¿Qué es saber ver? ¿La cinefilia es una forma de elitismo? ¿Qué tradición la anima, quiénes son los dioses y practicantes históricos de este credo?

Son todas preguntas que Página/12 hizo a este toledano de poco más de 30 años, quien a pesar del título algo terrorista de su libro revisa en él con cariño (salvo cuando se pone rabioso, como queda dicho) tanto la historia del amor al cine y su relación con el mundo, como las costumbres más privadas de esta curiosa tribu. Lo hace sin imponerse una sistematización que su peculiar objeto de estudio tal vez no admita, combinando la sesudez del ensayo con la minucia colorida. Se agradece.

¿El cinéfilo es aquél que ama el cine en su totalidad? ¿O el que ama determinadas formas de concebirlo?

El cinéfilo es eso y es más. En tanto el cine fue el gran catalizador de las relaciones humanas del siglo XX, el cinéfilo fue quizás el individuo por excelencia de su época, como el del siglo XIX lo fue el flâneur, el del XVIII el turista y el del XVII el navegante. Si reconstruimos esta sucesión, todos estos personajes forman parte de un gran proyecto humano de los últimos siglos: el del desarrollo de una visión completamente moderna del mundo. La conquista del mundo a través de la mirada. Esa visión expansiva culmina en cierto modo en el cine, con la promesa de que ya no hará falta salir a buscar el mundo, ahora es él el que vendrá a nosotros a través de una pantalla blanca. Así que el cinéfilo es un mutante excepcional.

¿La cinefilia, tal como la conocemos, nace con los Cahiers du cinéma?

No exactamente. La cinefilia parisina del periodo 1945-1968 fue un movimiento complejo y contradictorio, vinculado con los grandes problemas de la posguerra y la reconstrucción de Europa, donde se jugó el último gran combate entre el socialismo de Estado y la democracia liberal. Fue un movimiento muy político, y de ahí su gran macguffin: la «política de los autores», que hacía referencia a una forma de hacer política con el cine, una máquina de combate. Truffaut pasó años queriendo escribir un artículo sobre la política de los autores que probablemente habría sido la culminación del proyecto cahierista, pero no fue capaz de terminarlo. ¡Así de complejo era el asunto! Lo que nos ha llegado hasta hoy es otra cosa, la versión Disney de este gran combate: la «teoría del autor», término vulgar acuñado por el crítico estadounidense Andrew Sarris, que representa la versión domesticada y simplificada de la «política de los autores» francesa. Esta versión estadounidense es la que utiliza la cinefilia actual cuando habla de los autores como figuras obsesionadas por una serie de gestos y estéticas, creadores de un universo cerrado, en lugar de pensar en el cine como un plano expansivo de la experiencia.

¿Por qué hay cinéfilos y melómanos, pero no “literatófilos” y “arteplastófilos”?

Godard solía comparar el cine con el rock, como dos artes completamente modernas. Es innegable que el cine y la música fueron las dos únicas artes capaces de recuperar, en el siglo XX, una de las funciones fundamentales del arte: la creación de formas de vida. Hasta hace poco la música y el cine no se consumían, se vivían, configuraban maneras de vivir a su alrededor. Eso es lo que vulgarmente hace que las reconozcamos como expresiones «populares». El cine inventó aspiraciones, deseos, formas de estar, de actuar y hasta de amar. «El amor moderno nace directamente del cine», decía el poeta Robert Desnos. Lo mismo con la música.

¿Por qué la cinefilia siempre fue una forma de la pasión, y no de la simple apreciación?

Porque presenta una experiencia previa a lo racional: una imagen intuitiva del mundo, puntos de vista que se acoplan intuitivamente con nuestra experiencia, un montaje de imágenes y sonidos que nos ayuda a ver más y mejor. Eso es también lo que convierte el cine en un fenómeno puramente moderno. Igual que el cubismo, que puso en práctica una regresión (histórica y psicológica) a un momento anterior al gran arte. Cuando uno lee mucho sobre cine se va dando cuenta de que hay una dimensión del cine que permanece inaccesible a la razón, y que ha obsesionado a sus mejores teóricos y críticos. El cine demuestra que el hombre moderno no es un hombre racional.

¿La cinefilia era un culto o una iglesia, con sus fieles y apóstatas, sus santos y renegados, sus dogmas y rituales?

Sin duda. Hasta sus últimas consecuencias. La sala de cine es el gran espacio ritual del siglo XX, donde se concentraron las últimas aspiraciones religiosas del hombre moderno. Un templo donde, a cualquier hora del día, se hace una noche artificial para que se haga otra vez la luz. La luz de un mundo nuevo.

En las primeras páginas del libro ironizás sobre la cantidad de veces que se profetizó la muerte del cine y esa muerte no se produjo. Sin embargo más adelante vas más allá todavía, hablás de un posible apocalipsis del cine.

No creo que el cine se vaya a acabar, porque el cine no es lo mismo que la industria cinematográfica, ni que las salas, ni que los festivales, el cine ni siquiera son las películas. El cine es una gran revolución de la mirada, un fenómeno de la imaginación que se ha integrado de muchas maneras en nuestra forma de ver el mundo. ¿Desaparecerán las películas en formato 100 minutos, las convenciones del guion estadounidense, la obsesión cinéfila por los planos secuencia, los premios de Cannes? Supongo que lo harán tarde o temprano, pero el cine seguirá existiendo. A lo que asistimos es a un cambio de modelo, en el que el cine como objeto histórico tendrá que encontrar su lugar en la periferia de un universo de las imágenes que sigue en expansión. Así que el apocalipsis no es necesariamente una mala noticia.

En tu libro hablás de muchas formas de “cinefilia extrema”. Mareos, pérdida del sentido de realidad, trastornos del habla, sensaciones físicas, vampirización del espectador por parte del dispositivo cinematográfico. ¿Por qué el cine es la única de las artes que produce esos efectos?

Es un arte de cualidades sensoriales muy avanzadas. «El cine enseña como Santo Tomás: tocando», decía el legendario fundador de la Cinémathèque Française, Henri Langlois. El cineasta español Val del Omar hablaba de la táctil-visión. El montaje y el sonido nos introducen virtualmente en un mundo que nos absorbe, y este sueño de la absorción táctil ha pervivido a lo largo de toda la historia del cine: el color, los formatos panorámicos y expandidos, el 3D… Todavía hablamos de sonido envolvente y parece que las realidades virtuales vuelven a estar de moda. Como si siguiera vivo el sueño del teórico André Bazin: el de una sustitución completa del mundo real por uno ficticio como destino del cine.

Ese estado próximo a la hipnosis, a la pérdida de sí, fue incluso tratado desde el interior de las propias películas, como en Sherlock Jr, de Buster Keaton, Videodrome, de Cronenberg, y Europa, de Lars von Trier.

Y mucho antes. Uno de los temas recurrentes de las películas de entre 1895 y 1915 es la constante recurrencia del adentro y el afuera de la pantalla, ese leve muro inmaterial. Como sucede ya en The Big Swallow (1901), de James Williamson. El cine nació demasiado tarde para ser inocente, siempre fue consciente de sus poderes.

Hablás también de la cinefilia como una forma de la clandestinidad. Aunque esté en una sala llena de gente, el cinéfilo siempre está solo, o sólo con el objeto de su deseo. ¿La hipervisibilización del mundo contemporáneo trajo consigo la abolición de la clandestinidad?

Indudablemente. El creciente control simbólico del espectador sobre las imágenes transformó la economía de su consumo y terminó con gran parte de la «magia del cine», que se sustentaba en el hecho de que el espectador era sumiso frente a una pantalla que lo triplicaba en tamaño y sobre la que no ejercía ningún poder. Hoy vemos las películas en pantallas más pequeñas que nosotros, podemos parar, rebobinar, fácilmente obtenemos fragmentos de video, fotogramas, hacemos memes con ellos, los intercambiamos en Internet, los volvemos virales. Es, como digo, un cambio profundo en la economía de las imágenes que afecta profundamente a la identidad del cinéfilo.

¿Por qué el libro se llama como se llama? Vos te asumís como cinéfilo, y más allá del mal aliento y alguna pulla final no atacás a la cinefilia.

La cinefilia fue el movimiento más importante que se desarrolló en el siglo XX alrededor de las imágenes. Warburg, Benjamin, Eisenstein… todo apunta al cine. La cinefilia exploró el efecto de las imágenes sobre la razón y sobre el cuerpo, de un modo desorganizado pero absolutamente novedoso en la historia del pensamiento. El cuerpo de textos que ha dejado es de un valor incalculable, más valioso que las propias películas. Pero creo que es hora de mirar más allá. El gran proyecto humanista del que el cine es un episodio grandioso está lejos de completarse. La cinefilia actual está en contracción, y debe aceptar su valor residual en un mundo de las imágenes que la excede.

¿La posibilidad de una pandemia sin final a la vista supone un paso más en la cesación del cine como acto social?

La pandemia ha sido un golpe duro para la industria, pero no estoy seguro de que los cambios en el cine como acto social se hayan agravado excepcionalmente en el último año. El paso de las salas a las pantallas caseras lleva décadas en desarrollo, y la consolidación de los focos de debate en Internet han sido el leitmotiv de las últimas dos décadas. En este sentido, como ocurre en muchos otros ámbitos, la pandemia se está utilizando como metáfora de una crisis estructural que viene de lejos.

¿La cinefilia termina con el VHS, cuando las películas empiezan a hacerse visibles para todos? ¿Se trataría en ese caso de una práctica elitista?

No se trata del formato doméstico ni de la democratización de las películas, sino de la tecla PAUSE. El sonado apocalipsis cinéfilo no tiene tanto que ver con la crisis de una conciencia de clase cinéfila como con el creciente control del espectador sobre las imágenes, la desaparición de los viejos ritos y el avance de nuevas formas audiovisuales. No es una crisis política sino de fe.

¿La cinefilia está llamada a morir en un plazo relativamente breve?

Parafraseando a Érik Bullot, la cinefilia es una invención post-mortem. El surgimiento tardío de la conciencia cinéfila coincide con un periodo de crisis, con la reducción masiva del número de espectadores y el final del clasicismo americano. Así que en cierto modo la cinefilia nace como un lamento sobre el fin de la cinefilia, y ha sido así desde entonces. Podemos buscar todo tipo de razones a su desaparición, pero lo cierto es que el proyecto cinéfilo ha perdido su carácter combativo, y no parece que tenga mucho más que aportar a un universo de las imágenes que, por el contrario, es tan estimulante hoy como hace cien años.

Vos señalás que Deleuze llegó a creer que “el cine era el nombre del mundo”. Sin embargo sostuvo que el “hecho fílmico consiste en expresar la vida, vida del mundo o del espíritu, de la imaginación o de los seres y de las cosas, por medio de un sistema determinado de combinaciones de imágenes”.

Deleuze fue el pensador más emocionante del cine en las últimas décadas del siglo XX, un momento que concentró una gran cantidad de contradicciones. Esas contradicciones están expresadas en los momentos más hermosos de sus libros, que son verdaderos fogonazos de lucidez. Supo ver mejor que nadie que existía un mundo anterior al cine, al que nunca volveríamos, y otro posterior, que era cada vez más fragmentario y cambiante. Entendió que la conciencia del ser humano se había transformado profundamente en 1895, que el pensamiento contemporáneo solo podía expresarse mediante efectos dinámicos y de montaje, y que, en adelante, solo podríamos entender la realidad en la medida en que entendiéramos sus imágenes. El mundo y las imágenes habían llegado a confundirse. Se alineaba así con Freud, con Benjamin, con Warburg, con Eisenstein y con muchos de los grandes pensadores del siglo XX, que anunciaron que la distancia entre nuestro mundo y el de las imágenes era cada vez más pequeña. En ningún lugar como en el cine ha quedado expresada esa gran tempestad que fue el siglo XX, que la obra de Deleuze se atrevió a surfear. Su defensa del cine como expresión del mundo es mucho más que un llamado al humanismo: es un verdadero acto de fe.

En la última parte de libro (capítulo 7) aclarás que “despertaste del sueño cinéfilo”. Como la astilla del mismo palo, ahora parecería que hablás de la cinefilia desde la vereda de enfrente. Se te lee enojado: “un artificio ingenioso”, “artilugio cultural fastuoso”, la referencia a Deleuze (que creo que era más un teórico que un cinéfilo stricto sensu), “urdieron estrategias intelectuales” (el verbo “urdir” tiene una connotación conspirativa). Creo que generalizás demasiado: “cambiaron su visión irreflexiva por otra más astuta, etc.” ¿A qué cinéfilos te referís, que pasaron de la ingenuidad a la “ciencia de la mirada”? Porque los críticos de los Cahiers ya desde un comienzo sometieron el cine a una reflexión profunda…

En un momento dado, quizás a partir de los años 70, la cinefilia, que había sido un fabuloso y enriquecedor combate entre una pulsión conservadora y otra progresista de la visión del arte, tendió inevitablemente hacia la melancolía y el revisionismo. El conservadurismo —como suele ocurrir— ganó la partida, y la cinefilia dejó de luchar contra la sumisión del cine al capital. El carácter utópico del cine como creador de una nueva conciencia fue desapareciendo, y en su lugar se impuso un tratamiento convencional de los argumentos más dogmáticos de la cinefilia clásica. No creo que haya que culpar a nadie, aunque sin duda es posible encontrar pruebas de este cambio en los mismos espacios que en otra época fueron el epicentro del despertar de la conciencia cinéfila. Leer las ideas del joven Olivier Assayas en Cahiers du cinéma sobre la importancia del «autor» en la creación cinematográfica es realmente deprimente. El cine, ese gran universo en expansión, entró en contracción. Hoy observamos los frutos de ese Big Crunch por todas partes: las películas y las series remiten a estéticas y narrativas de los años 80, los remakes y reboots invaden las carteleras; también el cine de autor se ha convertido en una copia de sí mismo; en pleno 2021 somos incapaces de dar una definición creíble del cine que no pase por la industria de Hollywood. Estamos de lleno en el simulacro de un cine de otra época. La pulsión conservadora de la cinefilia, con sus ansias de distinción, ha condenado al cine a repetirse a sí mismo.

“Está bien amar el cine, pero no hay que confundir ese amor con el de una madre”. ¿La cinefilia sería una forma de infantilismo, de edipismo crítico?

Es posible que por momentos lo haya sido. De ahí la obsesión de muchos cinéfilos con la experiencia cinematográfica de la infancia, que tan bien se cuenta en esa película por lo demás espantosa: Cinema Paradiso. En cualquier caso me gusta que hagas este apunte de tintes psicoanalíticos, porque el cine ha sido un fenómeno psicológico muy poderoso. En este sentido, creo que deberíamos hablar menos de la historia del cine y más del cine en la historia: de sus efectos en nuestro comportamiento, en nuestro pensamiento y en nuestro inconsciente. Cuando los historiadores del cine se remontan a los orígenes, a finales del siglo XIX, se contentan con reconstruir los medios técnicos, ópticos y químicos que llevaron al desarrollo del invento de los hermanos Lumière, y lo tratan como un invento teatral, relacionado con otros aparatos ilusionistas del siglo XIX. Creo que es un error. Deberíamos prestar más atención al hecho de que el cine nació casi al mismo tiempo que el psicoanálisis de Freud y la psicohistoria de Warburg, e incluso que la relatividad de Einstein. El cine es mucho más que un arte o que un entretenimiento: su nacimiento forma parte de un momento de transformación a gran escala de nuestra percepción del universo sensible.

Tomado de: Página/12

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Utopías y distopías: las revistas de cine en México

Revista Cine Toma (Portada)

Por José María Espinasa

Atento al acontecer cultural de nuestro país, acaso soñando con utopías o temiendo distopías, el autor de este artículo se pregunta con legitimidad sobre una de tantas paradojas de estos tiempos: “Ahora que abundan los festivales cinematográficos de toda laya, ¿qué revistas de cine en papel puede leer el espectador mexicano?”

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Al escribir en una entrega anterior sobre la relación entre cine y literatura el tema se me impuso. Hay frases que uno no recuerda dónde las leyó y que quedan resonando en la memoria. “Todo lo pensamos entre todos” es una hipótesis extraña que, supongo, leí en algún libro de difusión científica, espacio en el que actualmente es un hecho de claridad meridiana: la ciencia actual se trabaja en equipo. Es, sin embargo, más interesante el asunto cuando esto ocurre sin planificación ni organización, un poco por casualidad, pero ya sabemos que la casualidad no existe. Así, hace unos años se empezó a poner de moda la palabra distopía, algo así como la utopía negativa o vuelta del revés, no algo que se deseaba sino aquella realidad terrible a la que lo deseado nos lleva: el mundo feliz que se revela universo concentracionario o la búsqueda de la libertad que erige dictaduras de larga duración. Y así, por azar, encontré en el número 52 de la revista Cine Toma, la siguiente cita de Fernando Birri: “La utopía está en el horizonte y si está en el horizonte yo nunca la voy a alcanzar, porque si camino diez pasos la utopía se va a alejar diez pasos, y si camino veinte pasos la utopía se va a colocar veinte pasos más allá, o sea que yo sé que nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve? Para eso, para caminar.”

Suelo decir a mis alumnos de edición que las revistas de cine son un fenómeno paradójico en un país como México. No sólo no abundan sino que al universo fílmico, en especial a la industria, no le son simpáticas: no quieren que se hable de cine sino que la gente vaya a verlo o lo consuma en plataformas. Grave error, pues eso adelgaza la densidad de la experiencia y el espectador iletrado abandona mucho más fácilmente la costumbre de ver películas que el espectador preparado. Así, la notable Cine Toma, revista hermana de Paso de Gato (de teatro) murió hace unos tres o cuatro años al perder la publicidad gubernamental y no tener publicidad privada. Ahora que abundan los festivales cinematográficos de toda laya, ¿qué revistas de cine en papel puede leer el espectador mexicano? Si está suscrito a alguna de otro país o en otro idioma tiene suerte. ¿Mexicanas? Actualmente creo que no hay (aunque no estoy seguro del todo, no sé si Estudios Cinematográficos, de la UNAM, sigue saliendo). En la web hay algunos portales que se puede consultar. Algo similar ocurre con el mundo de las artes plásticas: hay ferias, museos, galerías y una pintura de alto nivel y no hay revistas de reflexión sobre arte. Hay que vender los cuadros, dicen, no pensar sobre ellos.

En ese camino, las revistas culturales impresas se vuelven utopías y sirven, como dice Birri, para caminar. También las distopías, por eso la idea ha encontrado suelo fértil en el terreno editorial. Y por eso nacen nuevos proyectos editoriales con una frecuencia que las leyes del mercado no sólo no pueden explicar, sino que no pueden tolerar. Por eso también uno suele leer revistas de hace cinco, diez o cien años, pues el concepto de actualidad que despliegan es totalmente distinto de esa idea efímera del momento, y si esto sucede con las de cine o teatro, cuantimás con las literarias. Una de las distopías más frecuentes es aquella en que la literatura y la lectura han desaparecido, se las prohíbe –como en Fahrenheit 451– o se les combate en el mercado. Y si el libro encontró hace más de quinientos años, en la imprenta, un vehículo para pluralizar y difundir el hábito de la lectura, hoy la técnica es su principal enemigo y los avances digitales, al solucionar problemas como el alto costo o la distribución, lo que la están volviendo es prescindible. Se me dirá que nunca se lee más que ahora, pero nunca se ha leído con tan poca profundidad.

El medio cinematográfico está buscando un regreso impetuoso de la pandemia: festivales en abundancia, noticias en la red, buenas ideas en marcha –como la nueva sede de la Cineteca Nacional en la Cuarta Sección de Chapultepec– y en ese contexto hay que pensar las razones del porqué la industria cinematográfica no apuesta y no le interesa la creación de una densidad cultural en ese ámbito. La poca publicidad que tenía Cine Toma venía del Estado, no de la industria, y al acabarse la revista no pudo seguir saliendo (en contraste, con un esquema reducido a tiempos de pandemia, Paso de Gato sobrevivió). En el pasado, las revistas de cine o estaban apoyadas directamente por el Estado o por la universidad; los intentos independientes fueron pocos y efímeros. En otros países el crecimiento industrial y comercial del cine tiene también una base cultural en revistas y colecciones de libros, centros de investigación y experimentación. En México, insisto, abundan los festivales de cine y, sin embargo, no hay cultura fílmica escrita, pese a contar con una nueva generación de críticos y ensayistas notables en ese ámbito. Es algo similar a la paradoja editorial: muchas ferias del libro en un país de bajo índice de lectura. ¿Es una utopía que pudiera volver a salir Cine Toma? ¿Lo es pensar que el momento es ideal para el surgimiento de otras propuestas editoriales sobre cine?

Tomado de: La Jornada Semanal

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Antes de la explosión luminosa

Por Andrés Duarte

A estas alturas, clasificar o englobar una película en la categoría de LGTBI pudiera ser (de hecho lo es) contradictorio por confinar las representaciones simbólicas de una comunidad que ha batallado por ser aceptada y corresponder a su manera al cuerpo multiforme y variable del ser humano, a esos fueros internos consecuentes con la proyección en la convencional sociedad.

Mas, el grupo necesita aún identificarse para visibilizarse mejor en el territorio mundial. La divertida y audaz Breaking fast (Mike Mosallam, 2021) ha apostado por echar en cara que es queer de principio a fin y, no por ello, falla en sus premisas temáticas y dramatúrgicas. Al contrario. Por su parte, Supernova (Harry Macqueen, 2021) ―exhibida en la más reciente emisión de La séptima puerta―, que es también LGTBI, deja que la enunciación de sus concepciones, su performatividad mínima y el improbable activismo de la comunidad yazca como trasfondo —muy al fondo— de una trama en la que la homosexualidad es secundaria.

En lo que muestra mucho interés Supernova es en relatar, de manera casi lacónica, que no quiere decir con ausencias de matices, el destino imperioso y consciente de una relación de años, una relación con mínimas posibilidades de futuro porque uno de sus integrantes padece una enfermedad terminal.

El guionista y director se cuida de no incurrir en lo lastimero aunque los protagonistas, Sam (Colin Firth) y Tusker (Stanley Tucci), hablen de lo que están pasando, de cuanto está por suceder. Pero más que de la ausencia venidera, la película aborda las temáticas del sacrificio en una pareja, donde por lo general uno tiene a veces que achicarse un poco para que el otro se luzca en su profesión. Sin embargo, aquí el sacrificio es mutuo porque ambos son buenísimos en sus profesiones: Sam es un consumado pianista y Tusker un escritor que, pese a su enfermedad (demencia senil de tipo Alzheimer), conoce el éxito de ser publicado y leído.

Es verdad que el ritmo de Supernova es hasta cierto punto flemático, que son los diálogos los que parecen romper con ese silencio que acompaña a las miradas de estos hombres afligidos que, de vez en cuando, sonríen y se burlan de todo. No les queda de otra. Pero la circunstancia de road movie que la trama despliega contrasta con la sobriedad de un drama sobre la existencia, el amor y hasta el prepararse para la muerte.

En su momento, cuando God’s Own Country (Francis Lee, 2017) explotaba la precisión de su guion en escenas en las que el silencio parecía que no podía romperse (esto ya lo había conseguido el maestro Ang Lee con Brokeback Mountain, 2005), Macqueen lo consigue a fuerza de testimoniar lo contemplativo de lo que sus protagonistas observan, de los espacios rurales a los que regresan e incluso, con las personas que deciden visitar antes de tomar la decisión definitiva.

Firth y Tucci poseen un repertorio increíble de personajes gais. No obstante, al asumir a Sam y a Tusker, respectivamente, dan una lección de interpretación tan alejada de los modelos estereotipados de representación que a ratos, hay que decirlo, la comunidad LGTBI exige para restringir las mil maneras de respaldar porque se participa de la diversidad del mundo.

Tomado de: Cubacine

Tráiler del filme Supernova (Reino Unido, 2021) de Harry Macqueen

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El despertar de una generación

Jóvenes alfabetizadoras en la Plaza de la Revolución

Por Graziella Pogolotti

Conviven entre nosotros varias generaciones, cada una de ellas modelada por tiempos y circunstancias diferentes. De la más antigua —ayer denso y frondoso bosque— el paso de los años va dejando árboles dispersos. Sus raíces se hunden en el recuerdo de las luchas contra la tiranía, en las vivencias de una República en proceso de descomposición y en los albores épicos del triunfo de enero de 1959.

La siguiente surgió con el anhelo de cumplir tareas de gigantes. Tuvo la oportunidad de hacerlo cuando, apenas a la salida de la infancia, fue convocada a participar en la Campaña de Alfabetización. Estamos arribando a las seis décadas de aquella hazaña portentosa, asociada simbólicamente a la cartilla y al farol.

Transcurría el año 1961, en el cual se sentaron dos pilares fundamentales para la conquista de la soberanía: la victoria de Playa Girón y el inicio de una revolución en el terreno de la educación, decisiva para el logro de la plena emancipación humana, cimentada en la formación de un sujeto crítico, consciente y participativo, capaz de potenciar al máximo sus facultades creativas.

En secuencia célebre de Memorias del subdesarrollo, Sergio contempla la ciudad a través de un catalejo. El conflicto planteado por Tomás Gutiérrez Alea en ese clásico de la filmografía latinoamericana se adscribe al debate de ideas que caracterizó a la década del 60 del pasado siglo. Desde los ángulos más diversos —la economía, la sociología, la política y la cultura— se llevaba a cabo un sistemático desmontaje de las formas de opresión colonial y sus consecuencias en la vida de las naciones emergentes.

Roberto Fernández Retamar se refirió reiteradamente a la dramática contradicción entre países subdesarrollantes y subdesarrollados, porque la dependencia engendra deformaciones estructurales de la economía, con sus repercusiones en el abismo de desigualdades creado en la sociedad y en la cultura. En este último caso se manifiesta en un reducido sector ilustrado con visos de modernidad, instalado sobre un trasfondo que permanece al margen de la historia.

Con la Campaña de Alfabetización, sus protagonistas, aquellos adolescentes formados en contextos urbanos, descubrieron la violencia impuesta por el subdesarrollo a través de la miseria extrema, las vidas cercenadas por la falta de acceso a los servicios médicos, así como las expresiones de otra cultura y de otros valores. Lo hicieron a través de la convivencia cotidiana en territorios regidos por el más absoluto desamparo y la ausencia de información.

Fue un aprendizaje que rebasaba las enseñanzas de los libros de historia y revelaba, con la crudeza de la confrontación directa, las realidades siempre silenciadas que configuraban la esencia y el destino del país. Como antecedente de esa experiencia, en conmemoración del 26 de Julio, más de medio millón de campesinos pudieron visitar La Habana, acogidos muchos de ellos en hogares capitalinos.

El rescate de la soberanía de la nación y el enfrentamiento al imperialismo pasaban por el reconocimiento del otro, por la redefinición del concepto de cultura y por la valoración de la naturaleza del subdesarrollo. Constituían el fundamento de una larga lucha por la emancipación, que imponía la necesidad de superar una pesada carga en lo interno, acumulada a través de siglos de dominación colonial.

Para las manos encallecidas en el duro laboreo, adaptarse al manejo del lápiz constituyó un desafío. Había que asumirlo cada noche, robar horas al sueño al cabo de la jornada de trabajo, alumbrados tan solo por el farol parpadeante. Valía la pena sobreponerse al cansancio e intentar la tarea. Significaba, ante todo, un acrecentamiento de la autoestima, un paso decisivo en la conquista de la dignidad. No tendrían que volver a padecer la humillación de firmar con una cruz documentos de implicaciones desconocidas.

Representaba también, para ellos y para sus hijos, la posibilidad de incorporarse a una acelerada dinámica social, de construir proyectos de vida y de constituirse en sujetos actuantes en la transformación del país. Sin esa acción precursora, convertida en una auténtica y profunda revolución cultural, no hubiéramos podido lograr el desarrollo científico que hoy nos enorgullece.

Fue una hazaña sin precedentes. Pulverizó los pronósticos de los más calificados especialistas a nivel internacional. Nació de la confianza depositada en las potencialidades latentes en el pueblo, convocado a participar en un empeño redentor. Entre los actores se contaban los muchachos procedentes de las capas urbanas y aquellos otros, deseosos de adueñarse de la letra confiados en la construcción de un porvenir mejor, así como los pedagogos formados en la mejor tradición cubana que supieron elaborar métodos de instrucción ajustados a las posibilidades de maestros neófitos.

Al cumplir su sexagésimo aniversario, la evocación de la Campaña de Alfabetización no puede reducirse a un homenaje formal. Sigue constituyendo fuente de aprendizaje. Incita a la relectura productiva de las razones y el sentido del proceso revolucionario cuando la confrontación con el poder hegemónico pasa por la economía y alcanza la sociedad, la cultura y los medios de comunicación. Hoy como ayer, en un contexto de creciente complejidad, se impone hurgar en lo profundo de nuestra realidad mediante el estudio y el empleo de las herramientas de la ciencia para sentar las bases, a través del diálogo con el otro, de una hegemonía cultural con vocación emancipadora.

Tomado de: Juventud Rebelde

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Instigar una “primavera cubana”

Por Manuel Hevia Frasquieri

Amplios reportajes fílmicos sobre las gigantescas revueltas populares en Túnez, Egipto y Libia a lo largo de 2011 describían el uso masivo por los manifestantes de plataformas de Internet en las redes sociales. Aquellos jóvenes intercambiaban mediante sus celulares todo tipo de consignas, denuncias o recibían indicaciones de las organizaciones que lideraban aquellas revueltas, mantenían una interacción con otros manifestantes con los que se reunían en parques y avenidas, trasladaban imágenes en vivo a los medios de prensa o mensajes en la red sobre lo que estaba ocurriendo.

Las nuevas herramientas permitían visibilizar en todo el mundo, de acuerdo a patrones dictados por Washington en las plataformas y reses sociales, la intensidad y la violencia de las protestas antigubernamentales y su represión policial. Un destacado asesor de la política yanqui comentaría años después sobre aquellos sucesos y lo que significó para el accionar político de su país integrar estas redes en sus herramientas diplomáticas, convertidas en “aceleradores de un supuesto cambio democrático en el Medio Oriente”.

Mientras tenían lugar aquellos eventos en 2011 algunas operaciones encubiertas patrocinadas por la USAID y la NED, visiblemente relacionadas a los servicios especiales norteamericanos, venían ejecutándose desde tres años antes para instigar lo que los propios norteamericanos denominaron como una “Primavera Cubana” al estilo del Medio Oriente.

Nuevos programas sediciosos en marcha

Un documento informativo elaborado por la USAID sobre el programa secreto “Apoyo a la sociedad civil cubana” fechado el 28 de enero de 2009 en San José, Costa Rica, constituye una prueba irrefutable de la naturaleza sediciosa e injerencista de estos proyectos. El programa fue promovido por la USAID a través de su “Oficina de Iniciativa para la Transición» (OTI), con participación de otras instituciones como Creative Associates International de Costa Rica y Communications, Control Systems and Signal Processing, y otras entidades que se incorporarían sucesivamente o actuarían en estrecha coordinación desde otros proyectos paralelos en curso.

Este programa se extendería por un periodo inicial entre 2008 y 2011 siguiendo la norma de la mayoría de sus proyectos, los que renuevan sus asignaciones monetarias en posteriores años fiscales.

El programa develaba el dominio de un alto nivel de datos e informaciones sobre la realidad interna cubana, resultado de estudios previos de situación operativa propios de la actividad de inteligencia.

Este documento reflejaba con cinismo sus preocupaciones sobre los obstáculos y el riesgo que enfrentaban al realizar estas acciones dentro de Cuba dada la hostilidad existente contra sus programas. Esto podría explicar la aplicación por la USAID de fuertes protocolos de seguridad para sus subcontratistas como se aprecia en sus documentos de trabajo.

Valoraban con cinismo la crisis económica existente en el país como una oportunidad estratégica para sus objetivos, que facilitaba en gran medida el desenvolvimiento de sus programas subversivos a lo interno.

Con total desfachatez expresaban en sus documentos originales que la crítica situación de la economía cubana “le resta legitimidad al gobierno cubano e incrementa la motivación de los ciudadanos al cambio”.

El mega proyecto “Apoyo a la sociedad civil cubana instituyó sin dudas un novedoso modelo subversivo que ha mantenido su vitalidad hasta nuestros días.

Esbozó como “Misión” promover “la transición en Cuba, sacar el país del estancamiento a través de iniciativas tácticas y poner en movimiento el proceso de transición hacia el cambio democrático”.

Al definir el éxito final al que aspiraban sus promotores expresaron: 1) “Una variedad de plataformas ciudadanas están establecidas sólidamente como organizadores comunitarios legítimos (las consideraban como vehículos para el involucramiento comunitario).”  2) “Las plataformas comunitarias están activamente involucradas en los procesos de cambio (las concebían como Iniciativas de terreno promoviendo la eficacia de la base hacia arriba)”.

La última afirmación del documento remataba un enfoque retrógrado y confuso al postular: “En última instancia, el éxito significa que cuando aparezca la oportunidad de posibles reformas sociopolíticas la sociedad cubana esté preparada para ser parte de la conversación”.

El enemigo pretendía desconocer la capacidad del pueblo cubano para decidir su futuro. Nuestra sociedad ha demostrado con creces estar preparada para asumir los cambios socioeconómicos que necesita la nación. La aprobación mayoritaria de su nueva Constitución de la República es evidencia de ello.

De acuerdo a este programa la USAID estableció sólidos puntos de vista para un trabajo sedicioso y conspirativo de largo alcance al concebir en una primera fase la construcción de “plataformas ciudadanas”, estructuradas, preparadas y con variados propósitos; las “plataformas de comunicaciones masivas alternativas” con “un acceso masivo, contenido inteligente y no censuradas”, y los denominados “espacios para reuniones masivas, no amenazantes para el estado”.

Tras la apariencia externa de estas formulaciones que poseen una identidad social reconocida en el mundo, subyace el trasfondo engañoso del enemigo que aspira a utilizar estos mecanismos sociales como un artilugio de hostilidad y odio contra la Revolución en un renovado intento de restauración de un sistema abolido por nuestro pueblo desde 1959.

El enemigo intenta engañar al mundo negando la legitimidad de las plataformas ciudadanas surgidas al calor de la Revolución cubana durante más de sesenta años, mientras intenta fabricar y proclamar otras que brinden cabida a los intereses de mercenarios, traidores y anexionistas al servicio del imperio yanqui.

Estas formulaciones no eran letra muerta o un ejercicio teórico pues se ejecutaban a toda marcha contra Cuba como fue la operación encubierta Zunzuneo, una plataforma comunicacional alternativa que se desplazó entre 2009 y 2011 enmascarada tras una red social de mensajería que alcanzó más de 45 mil usuarios, principalmente jóvenes y la organización de unos 1 331 grupos,

El programa “Apoyo a la sociedad civil cubana” se atribuyó un “logro significativo sin precedentes” con la creación de Zunzuneo, el que estaba dirigido a promover comunicaciones independientes “que brindarían un acceso futuro a los móviles de más de 400 mil cubanos”.

Este programa se atribuyó también “un crecimiento significativo en el movimiento contracultural” de la juventud en la capital, atribuyéndose como logro una supuesta “marcha contra la violencia celebrada en noviembre 2009”. Un incidente como este había tenido lugar en esa fecha  como parte de una provocación organizada por elementos contrarrevolucionarios internos, en la que algunos jóvenes instigados por estos habían desfilado entre las calles G y J en la barriada del Vedado, lo que no tuvo mayor trascendencia en la población.

Una segunda fase del trabajo subversivo de este programa estaba referido “al apoyo de iniciativas para la rendición de cuentas de abajo hacia arriba”, las que perseguían trasladar preocupaciones que ellos catalogaban como “legítimas” a los líderes de las comunidades, para que se convirtieran en “presiones públicas, viables y exitosas”, como una forma más de presión contra las autoridades locales.

Esto último no era algo nuevo. Es un componente básico de la doctrina del golpe suave recogidas en los manuales de “lucha noviolenta” del politólogo norteamericano Gene Sharp, que sirvieron de marco doctrinal de las acciones subversivas durante el derrumbe del socialismo en Europa Oriental y más tarde en las denominadas revoluciones de colores y la Primavera Árabe. Actualmente es enaltecida en el discurso político de la derecha cubano- americana y por organizaciones terroristas de Miami.

Esta metodología es el componente principal del “Modelo para el cambio social” que propone este programa enemigo.

El mismo aboga por el fortalecimiento de un liderazgo y una estructura comunitaria a nivel de base, la sucesión de “pequeñas victorias” que incrementen la motivación y la participación de la comunidad y las presiones de abajo hacia arriba a favor de reformas socio económicas; según este programa esto haría posible nuevas presiones reformistas internacionales sobre el país y finalmente presuntas negociaciones con el gobierno a favor de reformas que incluirían la participación de la sociedad civil.

Pero el modelo de sociedad civil en Cuba que concibe el enemigo es contrario a la participación mayoritaria de organizaciones sociales, políticas y de masas inspiradas en un rumbo revolucionario que define el carácter de nuestro modelo socialista. Obviamente, el enemigo excluye también de este “modelo para el cambio social” a la guerra económica que ejecuta contra Cuba y a las millonarias asignaciones de la propia USAID y a la guerra mediática y de influencia subversiva que actúan permanentemente sobre el entorno social cubano.

Estas son precisamente sus palancas para tratar de forzar ese supuesto “cambio” y constituyen el principal arsenal subversivo para empujar al país a la desestabilización y el caos interno.

Un elemento novedoso de este programa subversivo es el trabajo dirigido contra “personas claves” dentro  la población a los que segmenta o divide no por su edad, nivel económico, cultural o  posición social sino por su supuesta “lealtad al régimen”.

Lo anterior introducía un nuevo criterio de selección del “potencial” en el país a trabajar por el enemigo, sin duda voluble y arbitrario, copiada según sus propias fuentes de las experiencias del movimiento de oposición serbio OTPOR en las denominadas revoluciones de colores, el que segmenta la población en cinco grupos.

Obviando cualquier análisis sobre la inconsecuencia de esta fórmula introducida en este programa de la USAID me limitaré simplemente a explicarla a los lectores.

El grupo 1 es considerado por el enemigo como el “activamente leal”.  Pero el énfasis principal de su trabajo futuro de influencia recaería sobre los ciudadanos a los que catalogaba supuestamente como “pasivamente leales” (grupo 2) y los llamados “neutrales” (grupo 3).

Entre los “pasivamente leales” el enemigo ubicaba a los “ciudadanos escépticos pero simpatizantes del régimen”. Entre los “neutrales” situaba caprichosamente a los cuentapropistas, agricultores pequeños y a los operadores del mercado negro, considerándolos como parte de la “ecuación para un cambio sociopolítico”.

Consideraban que el desafío fundamental de trabajar sobre estos dos grupos era psicosocial, para contrarrestar su apatía y desesperanza y lograr finalmente su deseo “a favor del cambio”.

El objetivo mediato de este programa era incorporar respectivamente los grupos 2 y 3 a las categorías de “desleales pasivos” (grupo 4) y “desleales activos” (grupo 5), convirtiendo según sus palabras, “lo latente en acción”, lo que significaba dotar esta acción de una naturaleza ofensiva y abiertamente contrarrevolucionaria.

Dentro de los “desleales pasivos” el enemigo catalogaba por igual a personas religiosas católicas, jóvenes des-socializados y blogueros en las redes a los que consideraba cada vez más confrontacionales, así como a los ciudadanos de la “cultura subterránea que negocian espacios para la libre expresión”.

Entre los “desleales activos” incluía a los elementos contrarrevolucionarios, los que evaluaba como “carentes de estrategia, coordinación y mensajes tangibles, desconectados del ciudadano promedio, que habían perdido estatura y relevancia internacional, aunque mantenían cualidades como el coraje y poder de permanencia”.

Al margen de la superficialidad o incongruencia de semejante segmentación,  el enemigo aspiraba en esencia a empujar a supuestos ciudadanos pasivos a “un proceso de cambio de régimen”. Para ello promovió un diseño metodológico  dirigido a identificarlos, ganar su confianza, estimularlos a la acción con metas y agendas para el cambio, desarrollarle habilidades de liderazgo, estructurarlos, apoyar sus acciones y conformarlos en redes ciudadanas. Estos componentes mantienen su vigencia en la actuación del enemigo en estos momentos.

Entre los sectores sociales considerados como estratégicos, la USAID y su gobierno incluyeron en este programa a los estudiantes universitarios, la juventud y los que denominan “la contracultura”, los ciudadanos católicos de base, los pequeños agricultores, los afrocubanos, los cuentapropistas, la comunidad LGBT y las víctimas afectadas en esos momentos por un huracán en tres provincias, prioridades que aún mantienen.

Los logros del programa considerados por la USAID

El programa reconocía haber obtenido hasta esos momentos distintos “logros” en su administración e implementación dentro de Cuba lo que demostraba su carácter ilegal e injerencista. Al margen de una posible falsedad o exageración en los datos aportados en este informe, la USAID declaraba con desfachatez haber logrado asociar en estos planes a más de 30 ONGs de quince países latinoamericanos, establecer “relaciones de trabajo” con una red de más de cien jóvenes católicos, mantener relaciones de confianza con ciento veinte cuentapropistas y estudiantes de universidades de cuatro ciudades en el país.

Reconocía también una relación inicial con más de 120 jóvenes que constituían figuras de la “contracultura” y una posible relación futura con más de quinientos “beneficiarios” potenciales de otros sectores. Por último refirieron la “puesta en marcha de una iniciativa para establecer un centro de entrenamiento local para activistas sociales”, cuya existencia no fue posible determinar en esta investigación histórica.

Finalmente, el programa reconoció más de 47 donaciones aprobadas por su gobierno con una cifra superior a los $ 2,32 millones, con $ 1 millón de gastos ejecutados hasta ese momento. Admitió el acceso a una asistencia material que les permitió entregar directamente a sus “beneficiarios” captados unas 70 laptops, 40 celulares y 220 USBs y discos duros externos, así como la “presencia” del programa en seis provincias cubanas como Pinar del Río, La Habana, Villa Clara, Camagüey, Holguín y Santiago de Cuba, en una primera etapa.

La evaluación de los “logros” obtenidos hasta esos momentos reflejaba el optimismo de la USAID y su confianza de que en 2011 habrían alcanzado los objetivos planteados en aquel programa. Pero una vez más subestimaba a la Revolución cubana.

Los casos de Allan Gross y Zunzuneo tributaban a los objetivos del programa “Apoyo a la sociedad civil cubana”,

En momentos que se desplegaba con fuerza el programa analizado en este ensayo histórico el subcontratista norteamericano encubierto de la USAID Allan Gross había arribado al país en 2009 como empleado de la Development Alternative, Inc (DAI) introduciendo ilegalmente medios de infocomunicaciones con los que abasteció y entrenó a redes internas independientes para garantizar una futura interacción entre las pequeñas células creadas y el libre acceso satelital a Internet.

Se trataba de otro proyecto secreto de la USAID operado por un experto en tecnologías de comunicación que había laborado en más de cincuenta países. Según medios de prensa había elaborado sistemas satelitales de este carácter durante las intervenciones militares norteamericanas en Iraq y Afganistán. Alan Gross fue encarcelado y juzgado más tarde por los tribunales cubanos.

En la sentencia dictada por los tribunales quedaba probada su intención de crear condiciones para la difusión de informaciones distorsionadas de la realidad cubana y la promoción de acciones de desobediencia civil cuya fuente de información no pudiese ser detectada por las autoridades.

En esos momentos se desplegaba también otra peligrosa operación encubierta de la USAID conocida con el nombre de “Zunzuneo” que se desplazaba en el sector de las telecomunicaciones, la que promovió a modo de disfraz una gigantesca red social de mensajería para personas jóvenes con temáticas amenas y despolitizadas relacionadas con el arte, el deporte, la música u otras curiosidades. Zunzuneo” fue diseñada especialmente para Cuba por el enemigo a un costo millonario e instaló de forma encubierta una plataforma comunicacional horizontal entre teléfonos celulares de jóvenes usuarios cubanos ajenos a esta nueva patraña.

Por su trascendencia, esta investigación histórica brindará  al lector en el próximo ensayo la forma en que fue articulada internacionalmente esta operación a partir de documentos inéditos de la USAID y sus mercenarios a sueldo.

Muchos lectores coincidirán conmigo que los casos de Allan Gross y Zunzuneo fueron dos operaciones encubiertas dirigidas por la CIA y pagadas por la USAID a un costo millonario.

Fueron sin duda proyectos novedosos de alta tecnología organizados minuciosamente pero inspirados y puestos al servicio de la maldad y el odio hacia Cuba, en momentos que el acceso a Internet se iba desarrollando a pesar de los obstáculos del bloqueo económico estadounidense y que pretendían crear plataformas de mensajería grupal fortaleciendo una relación a todas luces inocente y despolitizada de jóvenes usuarios para crear la simiente de pequeños células dentro de la red social, fuera de todo control de nuestras autoridades.

Era parte también de un trabajo gradual, por etapas, diseñado desde un programa global y estratégico de la USAID buscando escalar en un futuro a la confrontación de mensajes con puntos de vista más confrontacionales, aprovechando cualquier coyuntura favorable para seguir abonando el terreno hacia el proyectado cambio de régimen.

Tras el fracaso de las operaciones de Allan Gross y Zunzuneo, la Radio y TV Martí anunciaron en 2013 la operación «Piramideo», con propósitos similares: crear una red social de “amigos” con fondos de la USAID y estructurar una nueva plataforma de mensajería contra Cuba.

Al año siguiente quedaría al descubierto también el programa «Commotion», pagado por el Gobierno de Estados Unidos, que proyectó fallidamente establecer ilegalmente una conexión inalámbrica WI-FI dentro de Cuba.

La falacia de una Primavera Cubana se derrumbó estrepitosamente.

Todos estos proyectos formaban parte de un vasto plan subversivo abarcador como el de “Apoyo a la sociedad civil cubana”, entre otros 479 programas,  que marcharon desde entonces hasta la actualidad contra Cuba con el beneplácito del Gobierno de Estados Unidos, mediante aportes monetarios calculados en ciento cuarenta y ocho millones, ciento veintiún mil, trescientos cincuenta dólares[1] ($148, 121,350).

No quiero terminar sin brindar nuevos elementos a nuestros lectores sobre la conducta sinuosa de la USAID en la aplicación de sus programas Democracia contra Cuba, las que realiza como agencia federal independiente bajo el control del Departamento de Estado estadounidense.

Los estrictos protocolos de seguridad que la USAID suministra a sus espías

Si alguien tuviera alguna duda sobre el carácter conspirativo de estos proyectos lo invito a leer fragmentos textuales de un protocolo de seguridad entregado por la institución CREA CR, precisamente una de las promotoras del programa USAID analizado, suministrado a sus emisarios que viajaban a Cuba en esos años.

El texto alude a algunos lineamientos de un “plan de emergencia” a seguir en caso de detención o interrogatorio del visitante —entiéndase subcontratista de la USAID— por las autoridades cubanas.

Podría resultar algo inusual en el mundo que una ONG extranjera instruya a un simple turista que visite un país para veranear cual debe ser el comportamiento que debe mantener en caso de ser detenido o interrogado por hechos de carácter político.

En la narrativa de estas indicaciones resalta el interés de la USAID de no divulgar dato alguno sobre la organización que lo envía, el contenido del programa o sus contrapartes, el objetivo de su viaje y mucho menos admitir contactos con “elementos contrarrevolucionarios o contrarias al gobierno” durante su estancia, todo lo cual evidencia el ambiente conspirativo de estas visitas a Cuba. Les ofrezco algunos fragmentos originales de estas orientaciones.

“Relato acerca de la razón de estar en Cuba

“[…] El interrogatorio puede ocurrir informalmente en la calle y ser llevado a la estación de policía o al centro de detención, en su cuarto de hotel o en el aeropuerto a su llegada o salida de Cuba.

Durante cualquier interrogatorio (o cualquier otra conversación sobre el tema), no mencione a CREA, el programa de CREA, ni a sus contrapartes en Cuba.

“Durante la detención o el interrogatorio, el procedimiento usual para operar de las autoridades cubanas es el de asustarle, confundirle y usar cualquier poder psicológico que pudieran utilizar en su contra.

“Su objetivo primordial durante el interrogatorio es mantener la calma, hacerlos entender que no van a conseguir nada con ese cuestionamiento y seguir manifestando que no comprende qué es lo que piensan que ha hecho mal.

“A pesar de que nunca hay certeza total, confíe en que las autoridades no intentan hacerle daño físico, sino asustarlo/a. Cometer daño físico a los extranjeros por parte de las autoridades es extremadamente raro. Recuerde que el gobierno cubano prefiere evitar malos reportajes de prensa en el exterior por lo que un extranjero golpeado no les conviene.

“Como regla general, un recurso que suele ser útil es continuar actuando como cualquier turista, hacerse el tonto y hacerse el/la que no comprende por qué se le está cuestionando.

“Aún si los que lo cuestionan insisten en que usted hizo algo malo o en que usted habló con alguien no grato para ellos, como regla general usted debe seguir haciéndose el/la que no entiende por qué hacen tanto lío.

“Nunca admita haber hecho algo malo, mucho menos si no tiene a un representante de su Embajada a su lado.

“Siempre tenga en mente que nada de lo que usted ha hecho durante su viaje es ilegal, de ninguna manera, en ninguna sociedad democrática y abierta. De esa manera, logrará mantener una apariencia calmada durante el interrogatorio.

“Si el interrogatorio se prolongara o se formalizara llevándole a una estación de policía, exija su derecho de contactar directamente a su Embajada. Continúe haciéndose el/la que no entiende cuál es el problema que tienen con usted.

“Habrá preguntas sobre las personas con las que se ha reunido, las razones por las cuales ha conversado o se ha reunido con personas específicas, el verdadero propósito de su viaje, sus objetivos al estar en Cuba, sus relaciones con organizaciones extranjeras que se oponen al gobierno cubano y temas similares.

“Durante el interrogatorio, recuerde siempre que a menudo esas personas no tienen detalles acerca de lo que usted ha hecho o haya dejado de hacer, aun cuando actúen como si estuvieran enterados de todo.

“Si se le preguntara sobre personas específicas con las que se hubiera reunido o con las que hubiera conversado, puede negar la reunión o puede reconocerla en caso de que no tuviera sentido negarlo en ese momento.

“Si decide admitir siempre explique que usted se ha reunido y conversado con docenas de personas y que es algo que siempre le gusta hacer con las personas del lugar al cual usted viaja. No es su intención hacerle daño a nadie y que usted no sabía que en Cuba hubiera personas con las que puede hablar y otras con las que no.

“Las autoridades cubanas utilizan la etiqueta ‘contrarrevolucionario’ libremente contra cualquier persona que no les sea grata. No admita haber tenido contactos con alguna persona ‘contrarrevolucionaria’ o que esté en contra del gobierno.

“Recuerde que sus reuniones han sido con actores de la sociedad civil y no con activistas políticos de ninguna índole. Cualquier contacto con individuos a quienes el gobierno considere problemáticos deberá explicarse como una casualidad o por curiosidad a causa de lo que ha leído en los periódicos”.

Sobran los comentarios.

Tomado de: Razones de Cuba

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El lápiz y la cámara

Autor: Jaime Rosales

“Los apuntes que aquí encontrará el lector son ideas generales sobre el cine. Conceptos aplicados y reflexiones personales sobre el oficio de director de cine y sobre la creación artística en general. Son el resultado de mi experiencia como cineasta, es decir, como director de cine y como cinéfilo. Siempre he pensado que visionar las películas de los demás es un acto tan creativo como hacer las mías propias. El aprendizaje del cine no se diferencia del aprendizaje de la vida. La vida es algo que se hace y que se aprende. El único tema de una película es la vida, lo que viene a ser lo mismo que decir que el único tema de una película es el cine”. Jaime Rosales

Jaime Rosales (Barcelona, España 1970). Sus películas hablan de la incapacidad de comunicarnos, de la complejidad del universo familiar y de la irrupción imprevista de la violencia en la vida cotidiana. Incansable explorador de las posibilidades que puede ofrecer el soporte audiovisual, las películas de Rosales reflejan el gran interés del director por encontrar nuevas formas expresivas alejadas de las convenciones habituales del lenguaje cinematográfico.

Tomado de: Lur

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El Sr. Jake Sullivan y una gran tradición americana

Jake Sullivan. Consejero de Seguridad Nacional por la administración del presidente Joe Biden.

Por José Ramón Cabañas @JoseRCabanas

El 7 de noviembre pasado el Asesor de Seguridad Nacional del Presidente de los Estados Unidos, Jake Sullivan, fue cuestionado en un programa de CNN, en relación con la demora por parte de su jefe para cumplir promesas de la campaña electoral, respecto a las relaciones con Cuba.

La respuesta literal de Sullivan fue que “sobre Cuba, las cosas cambiaron un poco este año. En julio vimos unas protestas sustanciales, las más significativas en mucho tiempo. Y vimos una brutal represión por parte del gobierno que continúa hasta el día de hoy, mientras se sigue dictando sentencia contra algunos de esos manifestantes”.

Estas palabras merecen algunos comentarios. El primero es que el nuevo gobierno no hizo absolutamente nada sobre lo anunciado en la campaña electoral entre enero, en que tomó posesión, y el mes de julio, cuando sucedió lo que él llama “protestas sustanciales”. Biden ni siquiera dejó sin vigor aquellas medidas de Trump que se implantaron violando todas las sacrosantas reglas de consultas interagenciales, que deben hacerse antes de dar un paso en política exterior.

No pudieron “rectificar” siquiera el acto ilegal de Mike Pompeo de reincorporar a Cuba en la lista de países que supuestamente patrocinan el terrorismo. Un acto que fue cometido con escalamiento, nocturnidad y alevosía.

Lo que sucedió en julio, que Sullivan considera como “significativo”, está directamente relacionado con algo que se llama bloqueo, que es genocida por naturaleza y que, en combinación letal con el desarrollo de la COVID19, hubiera hecho desaparecer del mapa a cualquier nación. Por mucho menos que eso Estados Unidos tuvo un 2020 de convulsiones sociales que estremecieron al país de un extremo a otro y el 6 de enero del 2021 se vivieron extremos en la vida de Washington DC, que aún están por comprenderse en su total magnitud.

El Sr Sullivan utilizó con toda intención (es parte del libreto) el adjetivo de “brutal”, para definir la forma en que las fuerzas del orden y el pueblo en general reaccionaron ante los hechos y trató de dar un sentido irreal de extensión en el tiempo de lo sucedido al decir “hasta el día de hoy”.

Llama la atención que este es el mismo funcionario que ha preparado las agendas del Presidente y el Secretario de Estado en visitas recientes de estos a países de la región latinoamericana que viven en un casi permanente estado de sitio o de excepción, donde hay desaparecidos, tumbas masivas y falsos positivos, donde se asesina a periodistas y líderes sociales, donde es difícil diferenciar los medios que utilizan las fuerzas policiales de los que usa el ejército, donde hay más corrupción que agua potable. Pero allí Sullivan se ha cuidado de recomendar el adjetivo “brutal”.

El Sr Sullivan, quizás sin proponérselo, ha hecho entrada triunfal en la larga lista de fabricantes de argumentos para dar cierto velo de justificación a la política de Estados Unidos contra Cuba. Hay que decir que es una vieja industria con productos notables, pero él ya tiene su lugar en una historia que comenzó 62 años atrás.

Cuando en abril de 1959 Fidel Castro salió de un encuentro personal con el entonces vicepresidente Richard Nixon ya su suerte estaba echada. El líder de la Revolución cubana había viajado a la capital estadounidense, no a buscar enemigos, sino a explicar por qué el pueblo cubano se había movilizado contra la tiranía de Fulgencio Batista. Pero al mandatario de la indiscutida potencia mundial le llamó la atención el fuerte sentido de dignidad del comandante guerrillero y sobre todo…que no le pedía absolutamente nada, ni becas, ni préstamos, ni reconocimiento. Nixon dejó escrito en su informe sobre la conversación que, de alguna manera, debían “deshacerse” de aquel dirigente tercermundista de nuevo tipo.

En realidad las intenciones de eliminar físicamente a Fidel eran anteriores a este encuentro y nunca se debatieron públicamente.

Pero con el surgimiento de un nuevo Estado cubano que predicaba ofrecer salud y educación para todos, que atacaba las diferencias y las manifestaciones racistas y que reestructuraba la pirámide de la propiedad y la distribución de las riquezas, el esquema de dominación panamericano que Estados Unidos había diseñado para el hemisferio occidental sintió un estremecimiento. Ser distinto en esta zona del planeta, salirse del diseño de Washington, era un crimen que tenía serias consecuencias.

Para demonizar a la Revolución cubana Estados Unidos utilizaría todas sus herramientas, tanto fuera para convencer a los propios cubanos de que el nuevo proceso era nocivo, como para crear rechazo entre los estadounidenses y otros gobiernos y pueblos del mundo.

Algún día uno o varios autores redactarán una documento preciso y ordenarán todas los argumentos fabricados por  las agencias federales estadounidenses para justificar acciones de enfrentamiento hacia Cuba, pero no sería un error mencionar entre uno de los primeros de aquellos el de las nacionalizaciones de empresas extranjeras radicadas en Cuba.

Era prácticamente imposible para la Revolución cubana cambiara el estado de cosas existente en el país sin redistribuir la riqueza que se generaba en la Isla, dominada por el latifundio y las transnacionales estadounidenses y de otras potencias. Más aún si desde aquellas empresas se comenzaba a conspirar y a atentar contra los cambios que se ponían en vigor.

El gobierno revolucionario, actuando desde la ley, previó esquemas de compensación para las empresas y países que eran objeto de las nacionalizaciones, que fueron cumplidos escrupulosamente, excepto para el caso de Estados Unidos, país que actuó contra los fondos (cuota azucarera) que generaría los ingresos que permitirían compensar.

La supuesta afectación a Estados Unidos por el proceso de nacionalizaciones en Cuba ha estado desde entonces formando parte del andamiaje de argumentos que se ha utilizado para justificar la política de bloqueo, pero es esencialmente fabricado. Su constante reiteración ha hecho incluso que una apreciable cantidad de cubanos emigrados hayan asumido dicha narrativa para justificar su propia decisión de abandonar el país. Si en el Sur de la Florida residieran efectivamente tantos ex propietarios de tierras y grandes negocios, Cuba sería del tamaño de Australia, o más.

En la medida en que Estados Unidos fue cerrando gradualmente las opciones económicas para Cuba y que esta fue buscando alternativas en otros destinos, entonces comenzaron a aparecer las condenas ideológicas que se cuestionaban el acercamiento a naciones “extracontinentales” como la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la República Popular China. Estas asociaciones son las que se citan expresamente en la directiva presidencial 3447 de John Kennedy para declarar el bloqueo a Cuba, el mismo que se mantiene en pie hasta hoy, a pesar de que la URSS se extinguió hace 30 años y de que China es el principal socio comercial de los Estados Unidos de América de las últimas dos décadas.

El miedo a la “influencia comunista” sirvió de impulso tanto a la operación Peter Pan, por la que emigraron 14 000 menores no acompañados a Estados Unidos;  hasta el proselitismo político y las acciones armadas de los “alzados” del Escambray y otras zonas montañosas de la Isla que cobraron la vida de más de 600 cubanos en los años 60 del siglo XX.

Después  de la derrota militar en Playa Girón y de la solución negociada de la Crisis de Octubre, la Casa Blanca puso todos sus esfuerzos en aislar a Cuba de los gobiernos de los países latinoamericanos y caribeños. Si bien la mayoría de ellos rompió las relaciones diplomáticas con La Habana, en sentido contrario se multiplicaron los vínculos con fuerzas políticas progresistas de toda la zona con la Revolución. Dirigentes y miembros de base de diversas organizaciones vinieron hasta la Isla para conocer cómo los pobres podrían labrar sus propios destinos en una versión tropical. Cada cual regresó a su lugar de origen con su propia de idea de cómo replicar la experiencia cubana según las características de su nación. A eso la Casa Blanca le llamó en su momento “exportación de la Revolución”, que tenía un matiz de algo ilegal para aquellos que estaban acostumbrados a la “imposición del capitalismo”.

Para los planeadores del Pentágono y la CIA, la Revolución Sandinista, las luchas populares en Guatemala, El Salvador, la victoria del movimiento Nueva Joya en Granada no se explicaban porque la gente se cansaba de ser explotada, o porque aspiraran a un mundo mejor, sino por “la maligna influencia cubana”.

Durante todos los años en que la “presencia militar cubana en África” fue el slogan del Departamento de Estado para tratar de aislar a Cuba, esa misma agencia no tuvo reparos para desarrollar la teoría del “compromiso constructivo” con las autoridades del Apartheid y mantener a Nelson Mandela en la lista de terroristas con acceso prohibido a la “tierra de los libres”. Cuando el líder sudafricano se convirtió para todo el mundo en un faro de libertad, Washington intentó cambiar el libreto e incluso le cuestionó las relaciones con La Habana. Aún le duele a algunos que la paz definitiva para la región del África Sudoccidental se firmó en el corazón de Manhattan con la presencia, entre otros, de los victoriosos representantes cubanos en traje de gala y con todas sus condecoraciones.

Cuando desaparecieron la Unión Soviética y el campo socialista se escuchó un “ahora sí” colectivo en inglés, pues desde Harvard hasta Oxford todos los estudios de prospectiva indicaban que Cuba no se podría mantener por sus propios pies. En lugar de tender puentes, Washington se dispuso (como ahora) a recrudecer el bloqueo, con la aprobación de la llamada Ley Torricelli.

Era obvio que la pérdida del 85% del comercio de exterior y una reducción del 35% en PIB en Cuba tenía que traer consigo alguna consecuencia social, que se expresó entre otras manifestaciones en el aumento del potencial migratorio cubano.

A la altura de 1995, cuando crecía el reconocimiento a Cuba por la heroicidad de resistir y vencer en condiciones únicas, comenzó a circular en el congreso estadounidense el borrador de lo que después se conocería como Ley Helms Burton. Sus patrocinadores encontraban cada vez más dificultades en convencer a otros de que Cuba era un “peligro”. Pero entonces vino la provocación del 24 de febrero de 1996 y el debate se extinguió, la atmosfera se enrareció y el tema cubano volvió a convertirse en tóxico.

A partir de 1998 comenzaron a soplar otros vientos en América Latina con el ascenso al poder de la Revolución Bolivariana, que continuaron con la elección a la presidencia de líderes como Rafael Correa, Nestor Kirchner, Luis Ignacio da Silva, Evo Morales, Daniel Ortega, Pepe Mujica, con la consolidación del CARICOM como ente de integración y finalmente con la extinción del Grupo de Río y creación de la CELAC.

La fábrica de argumentos de Washington tuvo por entonces sus problemitas de calidad en la producción de nuevas razones para aislar a Cuba, al extremo de que en el 2009 la OEA revirtió el acuerdo por el cual suspendía los derechos de la Isla. Es decir el panamericanismo reconocía un error de más de 40 años de antigüedad

La historia más reciente es  más conocida. Pero vale la pena destacar que aún bajo las condiciones de la presidencia de Barack Obama se fabricaron razones para postergar los cambios en la relación con Cuba. Durante cinco años el nombre de un “contratista” de la USAID que vino a la Isla a ayudar a subvertir el orden interno con dinero federal se convirtió en titulares y en un valladar para el acercamiento bilateral, que se desvaneció simplemente cuando se manifestó la voluntad política para avanzar. Y esa sería una de las grandes lecciones del momento: cuando desde lo más alto del poder ejecutivo estadounidense existe la disposición para dar pasos en la política exterior (en un sentido o en otro) los argumentos que hasta entonces se esgrimían para no hacerlo pasan a un segundo plano y la fábrica de excusas cesa su producción.

Con la regresión simbolizada por la marca Trump volvimos al estado de cosas que conocemos mejor. Pero es aún útil escarbar en dos de los más publicados argumentos para atacar a Cuba, antes del aporte de Sullivan.

Coincidiendo justo con la  elección del magnate (más pretensión que realidad) inmobiliario, que tendría la misión de destruir todo lo que tuviera la firma del primer presidente afro descendiente de Estados Unidos, un oficial encubierto de la CIA en La Habana reportó desde su cama unos síntomas de salud que rápidamente saltaron a otros oficiales de similar origen. A las pocas semanas los directivos del Departamento de Estado incorporaron el término “ataques sónicos” a su jerga diaria, hasta que fue “filtrado” a la prensa a mediados del 2017. La narración, sin aporte de ninguna evidencia, tuvo un desarrollo exponencial, causando la envidia de series televisivas como “Juego de Tronos” y desviando la atención de cónclaves que se dedican al estudio riguroso de los OVNIs.

A pesar de todas las contradicciones en la dramaturgia y en el libreto, los síntomas que primero se generaron supuestamente por el uso de sonidos y después por microondas, dieron cuerpo a un política que no solo congeló las acciones y la cooperación en un sin número de áreas en la relación bilateral con Cuba, sino que fueron la base para justificar una buena parte de las 243 medidas de reforzamiento del bloqueo que implantaron desde el Ejecutivo contra Cuba.

Con la misma velocidad que llegó John Bolton a la silla (esperemos que no sea la misma) que ocupa hoy Sullivan, a finales del 2018, apareció otro esqueleto en el baúl de los argumentos contra Cuba. De la noche a la mañana se reportaba la “presencia de 20 mil efectivos militares cubanos en Venezuela”. En momentos en que Bolton y otro personaje venido del más allá (Elliott Abrams) tenían que explicar ante sus jefes y ante el público que el gobierno del Presidente Nicolás Maduro permanecía en el poder a pesar de las guarimbas, el robo de fondos, los atentados contra su vida y otros planes maquiavélicos, había que echar mano de un patronímico que había sido demonizado durante años ante un público que estaba dispuesto a creer tal “razón”. Los “cubanos estaban detrás de todo lo que se mueve en Caracas”, no importaba la férrea resistencia del pueblo venezolano, ni la capacidad de sus dirigentes.

Pero en honor a la verdad hay que reconocer al equipo de Biden que si bien ha asumido con cierta reserva y sin saber cómo manejar el asunto de “los incidentes de salud (ahora) no identificados”, no se han atrevido a volver sobre la historia de los “20 000 militares cubanos en Venezuela”, mientras conspiran alrededor de la aún posible negociación entre el gobierno y la oposición (organizada o no) venezolana.

Este es un resumen muy aprisa sobre la gran tradición americana a la que se acaba de sumar Sullivan por la puerta ancha. En la época de las etiquetas, los seguidores y los likes, se requiere de mucha menos capacidad intelectual para inventar pretextos y articular campañas, de hecho hay algunos que lo hacen solo con dos pulgares, un grupo de crédulos y contando con buenas relaciones en las directivas de las plataformas digitales.

No obstante, la experiencia prevalece: mientras más pretextos, menos voluntad política… y también viceversa.

Tomado de: Centro de Investigaciones de Política Internacional

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El inhumano juicio contra Assange: un riesgo para la justicia de todos

Julián Assange, editor del sitio web WikiLeaks

Por John Pilger

La reciente audiencia sobre el caso Assange estuve ausente de la autollamada “prensa libre”. La mayoría de la gente no sabe que un tribunal en el corazón de Londres juzga sobre su propio derecho a saber, a cuestionar y disentir.

La primera vez que vi a Julian Assange en la prisión de Belmarsh —durante el 2019, un poco después de que le quitaran su calidad de refugiado en la embajada de Ecuador— me dijo “creo que estoy enloqueciendo”.

Había adelgazado y estaba demacrado, con los ojos hundidos. Lo delgado de sus brazos se acentuaba por una tela identificadora de color amarillo amarrada alrededor de su brazo izquierdo, un símbolo que evoca el control institucional.

Durante todo el tiempo que duró mi visita, estuvo confinado a una celda aislada en un ala conocida como “atención sanitaria”, un nombre orwelliano. En la celda contigua, un hombre claramente perturbado gritaba durante toda la noche. Otro sufría de cáncer terminal. Otro estaba gravemente discapacitado.

“Un día nos dejaron jugar monopolio”, me dijo, “como terapia. ¡Esa fue nuestra asistencia sanitaria!”

“Esto es Alguien voló sobre el nido del cuco”, le dije.

“Si, sólo que más loco”.

El humor negro de Julián lo rescató muchas veces, pero ya no más. Las insidiosas torturas que sufrió en Belmarsh han tenido efectos devastadores. Hay que leer los informes de Nils Melzer, Relator especial de la ONU sobre la tortura, y las opiniones clínicas de Michael Kopelman, profesor emérito de neuropsiquiatría en el King College de Londres y del Dr. Quinton Deeley, y reservar el desprecio para el sicario estadounidense en los tribunales, James Lewis QC, que calificó esto como un “proceso de enfermedad (malingering)”.

Me conmovieron especialmente las palabras expertas de la Dra. Kate Humphrey, neuropsicóloga clínica del Imperial College, de Londres, quien declaró el año pasado al Old Bailey que el intelecto de Julian había pasado de estar en “el rango superior, o mejor dicho, probablemente muy superior” a “un nivel significativamente por debajo” de su nivel óptimo, hasta un punto donde le costaba mucho retener información y “rendir en un rango bajo a medio”.

En otra escena judicial de este vergonzoso drama kafkiano, pude ver cómo a Julián le costó recordar su nombre cuando el juez le pidió que lo dijera.

Estuvo encerrado durante la mayor parte de su primer año en Belmarsh. Ante la negación de realizar ejercicio adecuadamente, recorría su pequeña celda, ida y vuelta, ida y vuelta, para “mi propio auto-maratón” me dijo. Se podía sentir la desesperación. Encontraron una hojilla de afeitar en su celda. Escribió “cartas de despedida”. Llamó varias veces a los samaritanos.

Primero le negaron sus lentes de lectura, abandonados en la brutalidad de su secuestro de la embajada. Cuando los lentes finalmente llegaron a la cárcel, tardaron días en entregárselos. Su defensor, Gareth Peirce, se cansó de escribir cartas al director de la cárcel, reclamando por la retención de sus documentos legales, la negación del acceso a la biblioteca de la prisión y al uso de una laptop básica que tenían preparada para un caso como este. La prisión se tomó semanas, incluso meses en responder. El gobernador, Rob Davis, fue galardonado con la Orden del Imperio Británico.

Los libros que le envió un amigo, el periodista Charles Glass, sobreviviente de una toma de rehenes en Beirut, fueron devueltos. Julian no podía llamar a sus abogados estadounidenses. Desde el comienzo, estuvo constantemente medicado. Una vez, cuando le pregunté qué le estaban dando, no pudo responderme.

A finales de octubre, durante la audiencia ante la Corte Suprema para decidir si finalmente Julián iba a ser o no extraditado a Estados Unidos, solo pudo comparecer —brevemente, durante el primer día— por video-conferencia. Se veía indispuesto e inquieto. A la Corte se le dijo que no había asistido “excusado” por su “medicación”; pero su compañera, Stella Moris, declaró que Julian había solicitado asistir y que el permiso fue negado. No hay dudas de que comparecer ante el tribunal que te va a juzgar es un derecho.

Este hombre, profundamente orgulloso, también exige el derecho a mostrarse fuerte y coherente en público, como hizo en Old Bailey el año pasado. En ese momento, consultó constantemente con sus abogados a través de las rendijas de su jaula de cristal. Tomó muchas notas. Se puso de pie y protestó, con una rabiosa elocuencia, contra las mentiras y abusos del proceso.

No quedan dudas sobre el daño que se le ha hecho a Julián durante esta década de encarcelamiento e incertidumbre, incluyendo más de dos años en Belmarsh (cuyo brutal régimen es celebrado en la última película de Bond).

Pero tampoco quedan dudas sobre su coraje y su heroica capacidad de resistencia y resiliencia. Esto podría llevarlo a superar la actual pesadilla kafkiana (si logra sobrevivir al infierno estadounidense).

Conocí a Julian cuando llegó a Gran Bretaña en 2009. En nuestra primera entrevista, me habló del imperativo moral detrás de WikiLeaks: el derecho a la transparencia de los Gobiernos y el Poder es un derecho democrático básico. Lo he visto aferrarse a este principio incluso en detrimento de sus condiciones de vida.

Casi ninguno de estos notables rasgos de su carácter ha aparecido en la llamada “prensa libre”, cuyo futuro, según dicen, está en riesgo en caso de que Julian sea extraditado.

Obviamente, porque esa “prensa libre” no ha existido nunca. Lo que ha existido son periodistas extraordinarios que han ocupado cargos en “los medios” —clausurada esta opción, el periodismo independiente se ha visto obligado a volcarse en internet—.

Allí, se ha convertido en un “quinto poder” un samizdat de trabajo voluntario, sostenido por quienes fueron excepciones honorables en los medios, ahora reducidos a una cadena de clichés. Palabras como “democracia”, “reforma”, “derechos humanos” son despojadas de su significado en el diccionario y la censura funciona por omisión o exclusión.

La reciente audiencia fatídica ante la Corte fue “desaparecida” de la “prensa libre”. La mayoría de la gente no sabe que una Corte en el corazón de Londres se sentó a juzgar su derecho a la información; el derecho a cuestionar y discernir.

Muchos estadounidenses, si saben algo del caso de Assange, creen en la fantasía de que Julián es un agente ruso responsable de la derrota de Hillary Clinton contra Donald Trump en las elecciones presidenciales del 2016. Esto es sorprendentemente similar a la mentira de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva, lo que justificó la invasión a Irak y la muerte de —aproximadamente— un millón o más de personas.

Es poco probable que sepan que el testigo principal de la investigación que sustenta uno de los cargos inventados contra Julián admitió recientemente que mintió, fabricando su “evidencia”.

Tampoco habrán oído o leído sobre las revelaciones de que la CIA, bajo su antiguo director Mike Pompeo (un imitador de Hermann Goering), planeaba asesinar a Julián. Nada nuevo. Desde que conozco a Julián, ha estado bajo amenaza (y cosas peores).

En su primera noche en la embajada de Ecuador durante el 2012, figuras oscuras se arremolinaron frente a la embajada golpeando las ventanas, tratando de entrar. En EE. UU., figuras públicas —incluyendo a Hillary Clinton, recién llegada de destruir Libia— tienen mucho tiempo pidiendo el asesinato de Julián. El presidente actual, Biden, lo denominó un “terrorista tecnológico”.

La ex primera ministra de Australia, Julia Gillard, tuvo tantas ganas de complacer a los que llamó “nuestros mejores amigos” en Washington, que pidió que se le quitara el pasaporte —hasta que le advirtieron que eso sería ilegal—. El actual primer ministro, Scott Morrison, un diplomático, cuando se le preguntó sobre Assange, dijo: “debería dar la cara”.

La temporada de caza contra el fundador de WikiLeaks empezó hace más de una década. En 2011, The Guardian explotó el trabajo de Julián como si fuera propio, acumulando premios de periodismo y acuerdos con Hollywood, para luego volverse en contra de su fuente.

Vinieron años de condenables ataques contra el hombre que se negó a ser parte del club. Fue acusado de no cuidar, en la redacción de los documentos, los nombres de las personas que podían entrar en riesgo. En un libro de The Guardian, escrito por David Leigh y Luke Harding, Assange es citado diciendo, durante una cena en un restaurante en Londres, que no le importaba si los informantes nombrados llegaran a sufrir daños.

Ni Harding ni Leigh estaban en esa cena. John Goetz, un periodista de investigación de Der Spiegel, sí estuvo allí, y en su testimonio declaró que Assange no dijo nada de esto.

El gran denunciante Daniel Ellsberg declaró al Old Bailey el año pasado que Assange había redactado, personalmente, 15.000 documentos. El periodista de investigación neozelandés, Nicky Hager, quien trabajó con Assange en las filtraciones de la Guerra de Afganistán e Irak, describió cómo Assange tomó “precauciones extraordinarias en la redacción de los nombres de los informantes”.

En 2013, le pregunté al cineasta Mark Davis sobre esto. Un respetado locutor radial de SBS-Australia, con Davis como testigo, acompañó a Assange durante la preparación de los archivos filtrados para su publicación en The Guardian y The New York Times. Me dijo: “Assange fue el único que trabajó día y noche extrayendo los 10.000 nombres de personas que podían ser fichadas por la revelaciones de los registros”.

En una conferencia ante un grupo de estudiantes de la Universidad City, David Leigh se burló de la idea de que “Julian Assange terminará en un traje anaranjado”, despreciando con sorna lo “exagerado” de sus temores. Más tarde, Edward Snowden reveló que a Assange lo tenían sujeto a un “cronograma de persecución”.

Luke Harding, quien coescribió con Leigh el libro de The Guardian en donde se reveló la contraseña de los cables diplomáticos que Julián había confiado al periódico, estaba fuera de la embajada de Ecuador cuando Julián pidió el asilo. Parado junto a una línea de policías, se regodeó en su blog: “Scotland Yard puede reírse de último”.

La campaña fue implacable. Los columnistas de The Guardian escarbaron hondo. “Él es, realmente, la cagada más grande”, escribió Suzanne Moore de un hombre que no conocía.

El editor que presidió todo esto, Alan Rusbridger, se ha unido últimamente al coro que repite que “defender a Assange es proteger la prensa libre”. Después de publicar las revelaciones iniciales de WikiLeaks, Rusbridger podría preguntarse si la posterior excomunión de Assange de The Guardian será suficiente para proteger su propio pellejo de la ira de Washington.

Es probable que los jueces de la Corte Suprema anuncien su decisión sobre la apelación estadounidense el próximo año. Lo que ellos decidan determinará si el poder judicial británico ha destruido, o no, los últimos vestigios de su criticada reputación. En el país de la Carta Magna este vergonzoso caso debería haber salido de los tribunales hace tiempo.

El tema acá no es el posible impacto sobre una cómplice “prensa libre”. Es la justicia negada —voluntariamente— para un hombre perseguido.

Julian Assange es un narrador de verdades cuyo único crimen ha sido revelar los crímenes y mentiras del Gobierno en una gran escala, realizando así uno de los más grandes servicios públicos que he visto en toda mi vida. ¿Necesitamos recordar que la justicia para uno es la justicia para todos?

Tomado de: Investig Action

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Rittenhouse y el racismo institucional

Kyle Rittenhouse portando un rifle semiautomático AR-15
Foto WFLA

Por La Jornada

Un jurado de Kenosha, Wisconsin, absolvió de todos los cargos a Kyle Rittenhouse, el joven que el 25 de agosto de 2020 asesinó a dos personas e hirió a una más durante una manifestación contra la brutalidad policiaca en esa ciudad del Medio Oeste estadunidense. En anticipación de que la sentencia absolutoria enardeciera a una comunidad tocada por la protección judicial a quienes actúan en nombre del racismo, el gobernador Tony Evers llamó a “mirar hacia adelante, juntos”, y el presidente Joe Biden pidió a los inconformes que “expresen sus opiniones de forma pacífica con apego a la ley”.

El caso de Rittenhouse reaviva el debate en torno a dos de los mayores demonios de la sociedad estadunidense: el racismo y el culto a las armas de fuego, y está llamado a convertirse en paradigma de la incapacidad de las instituciones de esa nación para procesar estos problemas.

Para hacerse una cabal idea de las hondas implicaciones del fallo dictado ayer, es necesario remontarse a sus primeros antecedentes. El 23 de agosto de 2020, un oficial de policía de Kenosha disparó siete veces por la espalda al afroestadounidense Jacob Blake cuando éste trataba de abordar su vehículo en el curso de una pelea doméstica. Este incidente ocurrió en momentos en que se encontraba a flor de piel la indignación por el asesinato del también afroestadounidense George Floyd, quien fue asfixiado hasta la muerte por el policía blanco Derek Chauvin, y desató una serie de protestas que incluyeron episodios de violencia como incendios de negocios. En respuesta a estas manifestaciones contra el racismo y la brutalidad policiaca, grupos de ultraderecha convocaron a “proteger” a la ciudadanía y la propiedad privada, y Rittenhouse se unió a uno de los contingentes armados que acudieron a amedrentar a quienes protestaban por tercera noche consecutiva.

La inocultable simpatía de muchos agentes del orden hacia estos grupos, que suelen combinar el supremacismo blanco con el culto a las armas, terminó de configurar el escenario de la tragedia: el 25 de agosto, elementos policiacos vieron a Rittenhouse y otros hombres pasear por las calles de Kenosha con armas de alto poder mientras regía el toque de queda, pero no sólo no los detuvieron, sino que les ofrecieron agua y hasta les agradecieron su presencia, todo lo cual consta en video. Aunque en el momento del ataque Rittenhouse tenía sólo 17 años y era, por tanto, demasiado joven para portar el rifle semiautomático AR-15 con que tomó dos vidas, ya había participado en el Programa de Cadetes de Seguridad Pública del Departamento de Policía de Grayslake, Illinois, que ofrece la oportunidad de viajar en autos patrulla y da entrenamiento en el uso de armas a menores de edad.

Se trata de una historia en que la violencia engendra violencia, y las instituciones encargadas de prevenir crímenes se convierten en sus ejecutores o cómplices. A propósito, debe recordarse que ya en 2016 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos expresó su “profunda preocupación ante un patrón reiterado de impunidad frente a los asesinatos de afrodescendientes a manos de la policía”. El caso de Rittenhouse representa la extensión de este manto de impunidad no sólo a quienes asesinan a personas negras, sino incluso a quienes disparan contra personas blancas –como lo eran las tres víctimas del joven– que levantan la voz para acabar con el racismo institucional que aqueja a la autoproclamada “mayor democracia del mundo”.

Tomado de: La Jornada

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