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Tatiana Huezo: «El México real es más duro aún que el que se refleja en mi película»

Tatiana Huezo, cineasta salvadoreña radicada en México

Por Diego Brodersen

Una de las imágenes más potentes e inolvidables de Noche de fuego, primer largometraje de ficción de la realizadora salvadoreña –residente en México– Tatiana Huezo, se despliega a los veinte minutos de comenzada la proyección. La protagonista, una niña que luego será adolescente, está sentada en un sillón de la única peluquería para mujeres del pequeño pueblo donde nació, escondido entre montes, selvas y malezas, acechado por la policía militar y por el polvo de la cantera que todos los días explota las piedras. Más arriba está el campo de amapolas de donde se extrae el opio, propiedad del cartel narco de la región, mandamases de la vida y de la muerte, de los cuerpos de los habitantes del lugar. Ana (la expresiva Ana Cristina Ordóñez González, debutante absoluta en la pantalla) escucha las excusas de su madre para cortarle el pelo “como un chico”: si no se van los piojos, no la dejarán volver a la escuela. La verdad es otra, ligada a la tremebunda práctica de los narcos de secuestrar y llevarse niñas y adolescentes con fines innombrables. Cuanto más machona la imagen de Ana, menos probabilidades de que ocurra lo peor. La cámara de Huezo se clava en el reflejo de Ana mientras las tijeras hacen su trabajo y las lágrimas comienzan a aflorar sin posibilidad de ponerles freno. La violencia, es sabido, tiene mil y una formas.

Ganadora de una mención especial en la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes a mediados de este año, Noche de fuego comenzó desde entonces a recorrer una gran cantidad de festivales –en San Sebastián se llevó el premio mayor de la competencia Horizontes Latinos–, y desde este miércoles podrá verse en la plataforma Netflix, sumándose a un nutrido y estimulante paquete de films latinoamericanos que fueron lanzándose durante este mes, entre otros 7 prisioneros, del brasileño Alexandre Moratto, y Una película de policías, del mexicano Alonso Ruizpalacios. Tatiana Huezo viene desarrollando una carrera como documentalista con títulos como Tempestad y El lugar más pequeño –esta última sobre las consecuencias de la guerra civil en su país de origen, El Salvador– y logra en su primera aproximación al universo de la ficción un relato que conjuga la denuncia de la violencia narco y su connivencia estatal con un carácter evocativo de enorme lirismo, escapando al mismo tiempo de las trampas de la simple explotación narrativa de temáticas que –para bien y, sobre todo, para mal– suelen hacer las delicias de los festivales europeos.

Noche de fuego, que acaba de ser elegida para representar a México en los premios Oscar, es una adaptación libre de Prayers for the Stolen, cuyo título refiere a las plegarias por aquellas personas que han sido “robadas”, escrito por la autora mexicano-estadounidense Jennifer Clement y publicado en 2014. “Un día me llamó el productor Nicolás Celis y me pidió que leyera un libro, que en español se titula Ladydi. Era la novela de Jennifer Clement. En ese momento me encontraba trabajando en la investigación de un nuevo proyecto documental sobre el universo de la infancia y la adolescencia”. Las palabras de Huezo en una rueda de prensa internacional de la que participó Página/12 refieren al origen de un proyecto que partió de un texto ajeno y terminó siendo extremadamente personal. “Devoré el libro de Clement en tres días y me enamoré de la niña protagonista, de cómo este personaje se da cuenta de lo que implica ser una mujer en un contexto violento. También me cautivó el entorno en donde se desarrolla la historia, la montaña de Guerrero. La novela tiene una fuerte investigación periodística sobre el mundo de la siembra de amapola en México, y recuerdo que eso también me pareció muy valioso”.

¿Cómo fue el proceso de adaptación de la novela hasta llegar al guion final?

Me emocionó mucho la posibilidad de encarar un nuevo reto en mi camino y le dije que sí a Nicolás Celis, pero recuerdo haberle pedido una sola cosa: tener libertad creativa en todos los niveles. Yo sabía que sólo podía aproximarme a esta esta historia desde mi propia búsqueda, sumergiéndome emocionalmente en ese universo infantil a partir de mi propia experiencia. Tengo una hija de nueve años a quien veo crecer cada día y eso me hace mirar hacia atrás, a mi propia infancia. Para mí era fundamental poder hablar desde mi punto de vista sobre el contexto violento que envuelve a la historia, mi propia mirada sobre México. Nicolás estuvo de acuerdo en que yo hiciera mía la novela y en que la llevara hacia donde yo necesitaba llevarla. El libro fue un gran punto de partida y toda una inspiración para reinterpretar y adaptar esta historia.

¿Cómo sintió la transición del documental a la ficción?

Pienso que en mis películas anteriores hay una búsqueda permanente de mecanismos narrativos muy cercanos a los que se usan en la ficción. Suelo poner en escena momentos de la vida de los personajes, situaciones que descubrí durante la investigación y por los que fui tocada de alguna manera. También suelo “provocar” emocionalmente a los personajes; pienso que el reto de una entrevista es provocar y atrapar, entre otras cosas, los sentimientos de un ser humano. La estructura dramática también es algo que siempre he trabajado con mucho tesón antes de lanzarme a rodar mis películas anteriores, así como la construcción del universo estético y la forma narrativa. En ese sentido, me gustaría aclarar que siempre he visto al cine documental como la posibilidad un viaje poderoso, emocional y sensorial. Cuando llegó la oportunidad de escribir y dirigir Noche de fuego, mi primera ficción, no lo dudé un solo minuto. Era la oportunidad de llevar más lejos esa búsqueda y experimentación que ya había comenzado en mis documentales.

Noche de fuego es un relato de crecimiento y un drama sobre la violencia y el crimen, narrados desde una perspectiva femenina. ¿Esto último era algo que le interesaba particularmente?

No concebí la historia como una bandera femenina o feminista. El reto era construir personajes complejos y humanos con quienes se pueda caminar de la mano y sentirlos muy cerca. Me propuse no juzgar a los personajes, no encasillarlos ni definirlos de manera total, para evitar empobrecerlos. Efectivamente, hay un entorno criminal y violento, donde los personajes femeninos están expuestos a la brutalidad, pero no me interesaba victimizarlas. Eso es profundamente aburrido en una película y la vida no es así. Para mí era importante construir personajes femeninos reales, llenos de claroscuros. Son niñas que cuestionan a sus madres, que cuestionan el mundo en el que viven y que, de alguna forma, adquieren un pensamiento crítico en la escuela, con los maestros rurales que llegan al pueblo. Son niñas-semilla. Así me gustaba imaginarlas mientras escribía: mujeres que podrán incidir en su realidad, más allá de la tragedia que se avecina.

También hay un aspecto social muy marcado ¿En qué medida el país que describe la película refleja el México real contemporáneo?

Creo que el México real es más duro que el que se refleja en la película. Hace ya muchos años que nuestro país está marcado por el saqueo, la violencia y la impunidad. El discurso de la “guerra contra el narcotráfico”, que inauguró el expresidente Felipe Calderón, pareció ser una de las razones más fuertes para justificar miles de muertos y desaparecidos a lo largo y ancho del país. Esta guerra absurda que dura ya casi quince años es solo la punta del iceberg y ha dejado al descubierto, entre otras cosas, la colusión entre autoridades y el crimen organizado. En ese contexto de impunidad, en donde todo vale, en donde no hay rendición de cuentas frente a la justicia, la mujer se encuentra muy expuesta. Todos los días escuchamos historias de niñas y jóvenes que desaparecen; en muchos casos, esta situación tiene que ver con el millonario negocio de la trata de personas. En Noche de fuego el tema de la violencia está representado por el contexto que envuelve a las protagonistas. Hace tiempo que trabajo con estos temas, y no he logrado apartarme de ahí. Me impactan mucho las resonancias que esta violencia deja en el interior de las personas y cómo la vida de una persona, de una familia, se trastoca de forma irreversible cuando está inmersa en un contexto como el que se vive en muchos pueblos y ciudades de México. Pienso que la raíz de toda esta violencia es la tremenda desigualdad económica, y que la verdadera tragedia es cómo hemos normalizado esta violencia, cómo nos hemos acostumbrado a ella. Creo que las historias que logran conectarnos con quienes viven la angustia de tener a un ser querido desaparecido nos ayudan a cuestionarnos, a no olvidar lo que está pasando desde hace muchos años en México.

¿Cómo fue la búsqueda de las actrices, niñas, jóvenes y adultas, que terminaron interpretando a los personajes?

No fue fácil. Había que encontrar a tres protagonistas de nueve años y a sus “clones” adolescentes. Esto supuso un alto grado de dificultad en el casting, que sin duda fue uno de los retos más grandes del proyecto. Por otra parte, intuía que trabajar con niñas de la ciudad les restaría credibilidad a los personajes. Para mí era importante que estas niñas compartieran aspectos esenciales con los personajes escritos en el guion y, entre otras cosas, debían ser niñas del campo, que vivieran en un ámbito rural. La historia se desarrolla en la montaña y las niñas iban a andar muchas veces descalzas, se debían tirar en el río helado, debían tener una relación con la tierra, con el ganado, etcétera. El casting duró en total un año y participaron alrededor de ochocientas niñas de distintas zonas rurales del país. Básicamente, las audiciones consistían en saber quién era la persona, cómo era su vida cotidiana, cuáles eran las responsabilidades en casa y que había detrás de sus afectos familiares. Aunque el reparto de la película está integrado por actores profesionales y no profesionales, ninguna de las seis niñas que finalmente encarnaron a los personajes eran actrices, y todas tuvieron un fuerte entrenamiento para poder realizar este proyecto.

La escena en la que la protagonista, Ana, debe someterse a un corte de pelo obligado tiene un fuerte impacto simbólico. ¿Cómo se preparó esa escena?

Decidí trabajar con una serie de motivaciones, que no necesariamente estaban relacionadas con los verdaderos motivos que había detrás de cada secuencia, sobre todo en el caso de las niñas. Y esas motivaciones emocionales partían siempre de sus propias vidas, de sus miedos, de sus pérdidas. La niña actriz, Ana, sabía que en algún momento iba a suceder eso durante el rodaje, eso estuvo claro desde el comienzo. En el taller de preparación hicimos solamente un ejercicio al respecto para no desgastarla emocionalmente. Trabajamos “la despedida”, lo que implica despedirse de algo o de alguien que realmente amas. Ella hizo este ejercicio frente a un espejo con profunda emoción. La escena del pelo fue un gran momento que Ana nos regaló, y pienso que ella es una actriz nata. Llevábamos ya varias semanas de rodaje y cuando llegó ese momento me dijo: “Tatiana, dime exactamente en qué momento debo llorar”. Me lo dijo con frialdad y con la claridad de intuir lo que yo necesitaba para esa escena. Recuerdo que mi respuesta fue: “Te lo voy a decir durante la toma, en qué momento empezarás a despedirte de tu pelo”. El trabajo previo sobre la despedida ya estaba en la memoria emocional de Ana, y el momento del corte de pelo fue un largo plano que no tuvo interrupciones, para dar tiempo a que esa despedida sucediera.

¿Qué elementos del cine documental cree que son importantes mantener en el rodaje de una ficción?

Pienso que los documentalistas observamos agudamente la vida de los otros, intentamos descubrir y entender de qué están hechos los personajes que ponemos en una película. Nos volvemos cómplices y testigos y eso nos acerca profundamente a ellos. Desde esa mirada e intención intenté construir a los personajes de Noche de fuego. Viniendo del documental, el instinto que implica trabajar con la realidad se convirtió en mi única brújula. El reto era intentar acercarme todo lo posible a la verdad que hay en la vida cotidiana y encontrar algo de veracidad en las acciones de los personajes. La diferencia entre el mundo de la ficción y la del documental es que en el documental todos los elementos con los que vas a trabajar ya existen: están los personajes, los hechos por los que transitan, sus circunstancias y los espacios que habitan. En la ficción hay que crearlo casi todo, muchas veces desde cero. En esta película generamos el viento, la lluvia, los incendios. Se creó cada espacio: el campo de amapolas, la fiesta del jaripeo, la casa de Ana. Se buscaron todos los objetos, cada color y textura en las paredes. Y luego hay que dotar todo eso de una enorme coherencia para que funcione y tenga credibilidad. El planteo de la puesta en escena fue en este sentido: la cámara debía adaptarse a los personajes y no al revés. Decidí que fuera una cámara en mano libre, muy viva, como nuestras niñas. Le pedí a Dariela Ludlow, la directora de fotografía, que en esta película no hubiera marcas de foco. También le pedí que intentara iluminar los 360 grados y que moviera lo menos posible las luces para no entorpecer la progresión dramática de las escenas, sobre todo en el caso de las niñas, que no eran actrices profesionales. Hizo un trabajo extraordinario. La verdad es que todo el equipo creativo y técnico que me respaldó se dejó la piel haciendo esta película.

Tomado de: Página/12

Tráiler del filme Noche de fuego (México, 2021) de Tatiana Huezo

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No es un amor tardío

Por Andrés Duarte

Cuando pensamos en el cine en relación con la vejez, el espectador con cierto recorrido de las imágenes en movimiento ―sin ser un especialista en el séptimo arte― se percata pronto de que las personas mayores no suelen ser las protagonistas de los relatos. Tal vez se pueda advertir, desde hace un tiempo hacia esta fecha, una mayor y mejor atención del héroe crepuscular en la pantalla grande.

Pienso ahora en la reciente El buen mentiroso (Nicholas Seale, 2019) con Helen Mirren e Ian McKellen. Ambos interpretan personajes llamativos que, en otro momento, se les hubiera otorgado a intérpretes jóvenes. No podía ser otro que Harrison Ford quien protagonizara la cuarta entrega de Indiana Jones. Sean Connery encarnó a un ídolo de acción en la fallida La liga extraordinaria (Stephen Norrington, 2003), Glenn Close se travestía de hombre en Albert Nobbs (Rodrigo García, 2011), Meryl Streep se ha reafirmado entre personajes históricos y ficcionales (La duda, La dama de hierro…) como una actriz que casi todo el mundo quiere ver. Existen muchos más ejemplos y acaso el menos esperado haya sido Cry Macho (2021), la reciente entrega del veterano Clint Eastwood, una película cuyo título alude a un personaje, no a una actitud. En Cry Macho las mujeres mandan, convencen, deciden los destinos de los varones.

Por lo general, el personaje de la tercera edad aparece como impulsor de protagonistas lindos y jóvenes. La convención estética, que no ética, es esa.

Si las películas empiezan con un personaje mayor, lo emplean cual puente para recordar mediante un largo flashback. Entonces aparece al principio y al final. Todo lo que vemos es para resaltar el ser humano que solía ser: joven, bello, capaz. ¿Cuándo cambia esto? Pues cuando trabaja un actor o una actriz de fama internacional. De lo contrario, sucede como en Salvando al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998) o en aquella de las chicas peloteras interpretadas por Geena Davis y Lori Petty: Un equipo muy especial (Penny Marshall, 1992). La persona es adecuada mayor para evocar sus vivencias juveniles como Casanova (Lasse Hallström, 2005) o el personaje de Salieri en Amadeus (Miloš Forman, 1984).

En realidad no se debe hablar del amor, del odio o cualquier otro sentimiento como temática. Esta atañe a algo general: la guerra de Troya, por ejemplo, donde el asunto vendría a ser la cólera de Aquiles por la muerte de su amante, entre otras razones. Ahí están presentes el amor, la venganza, la cólera, la muerte. Las viñas de la ira, que es un título metafórico, no es un filme en realidad sobre la ira ni en el libro de John Steinbeck ni en la adaptación de John Ford en 1940. Cuando el austriaco Michael Haneke titula su película Amor (2012) no es que pasa por alto el sentimiento de esos dos ancianos que se quieren. Pero no es el amor la temática del filme de Haneke, sino más bien sobre el proceso de deterioro físico y espiritual de una pareja de años, del sacrificio que uno hará por los dos en nombre del amor, aunque esto último suene cursi. Si vamos más atrás, está Fedora (Billy Wilder, 1978) y antes, otra de él que es mucho mejor: El crepúsculo de los dioses (1950), que aborda, entre otros asuntos, cómo la vejez influye en la vida personal al erosionar previamente la profesión. Tiene otras interpretaciones, pero la vejez no es su temática.

Las películas de personas mayores, aunque reflejan la nostalgia y los recuerdos de sus personajes, no son películas sobre la vejez. El profesor Borg, ya muy anciano, rememora el amor en Fresas salvajes (Ingmar Bergman, 1957). Pero este clásico sueco representa más bien un recorrido espiritual del personaje sobre la vida que ha llevado, si valió la pena entregarla a los estudios, quemar etapas y dejar que el tiempo haga todo lo demás. El personaje se percata a destiempo ya cómo la vida se le ha ido entre las manos. En todo caso, no está mal decir que es una película acerca de la memoria.

Teniendo en cuenta o no lo anterior, Filippo Meneghetti, contra estereotipos de bellezas jóvenes, convence con una historia de amor que está lejos de ser crepuscular. Deux o Entre nosotras (2020), su ópera prima ―y filme exhibido recientemente en el cine La Rampa―, es una apuesta por la relación entre dos personas que llevan amándose a escondidas desde hace años. El conflicto principia cuando un suceso inesperado empuja a que el sentimiento de una por la otra se evidencie para las familias de ambas, para el mundo. Meneghetti no le interesa sensibilizar: la brusquedad por el desespero en que una de ella se impone para cuidar a la otra es de una necesidad argumental ineludible, de una verosimilitud temática, sin embargo, impresionante.

Aunque el cineasta ha declarado que era la película que le hubiera gustado ver hace años, ya que la mayoría se centra en la homosexualidad como centro conflictivo, Entre nosotras es una trama en la que se exponen con sutilezas y por oposición el peso de la convenciones heteronormativas y machistas. Nina (Barbara Sukowa) y Madeleine (Martine Chevellier) se visitan porque son vecinas cercanas. Cuando los demás no están, aprovechan para quererse en ese edén doméstico que han creado por años. El conflicto ahora gravita sobre cómo mantener la relación cuando ya no se la pueden esconder a los demás.

En entrevista Meneghetti ha dejado bien claro su tesis propuesta y, por fortuna, abordada con mucha sinceridad. Declaró:

Vivimos en un mundo obsesionado por la belleza, es casi fetichista, y eso me molesta, me carga mucho. Los cineastas tenemos una responsabilidad con las imágenes y estamos llenando el cine de cuerpos perfectos, cuerpos de modelos que no son reales. Nos sentimos mal con nuestro cuerpo porque tenemos modelos que son inalcanzables, que no son reales. Yo creo que hay que rellenar ese hueco, sí, hay que mostrar que se puede ser bello, fascinante, atractivo con setenta años y sin maquillaje, que no hay que ser perfecto, no hay solo una belleza ni una sola forma de existir en el mundo.1

Referencia bibliográfica:

1 Begoña Piña. Filippo Meneghetti: “Nos falta el relato de las mujeres lesbianas”. Público. Recuperado de www.publico.es/entrevistas/filippo-meneghetti

Tomado de: Cubacine

Tráiler del filme Entre nosotras (Francia, 2019) de Filippo Meneghetti

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Miguel Delibes ante sus historias filmadas

Miguel Delibes, ​ fue un novelista español y miembro de la Real Academia Española desde 1975 hasta su muerte

Por Susana Gil-Albarellos Pérez-Pedrero

No es extraño que el vallisoletano Miguel Delibes haya sido uno de los escritores españoles más adaptados a la pantalla grande, entre otras causas, porque tanto su vida como su obra se empapan de cine desde sus inicios.

A su asistencia asidua a las salas de cine desde niño (“Como espectador me inicié a los seis años en el cine Hispania de Valladolid, todavía mudo, donde semanalmente se proyectaban películas apropiadas para niños”) se une su labor como crítico cinematográfico.

De 1953 a 1999, Miguel Delibes publica en prensa una serie de artículos acerca de diversos aspectos relacionados con el cine: comenta estrenos de películas en las salas, reflexiona sobre géneros cinematográficos y su evolución, coteja el cine español con el europeo, valora los diversos avances técnicos de la industria cinematográfica y, finalmente, repasa algunas de las adaptaciones de sus obras literarias al cine. Considerados en su conjunto en la actualidad, estos textos cinematográficos conforman la labor de un espectador y crítico de cine de enorme agudeza y sentido visual.

Adaptaciones de Delibes

De su extensa producción narrativa, nueve obras han sido llevadas al cine con desigual resultado: El camino (Ana Mariscal, 1963); Mi idolatrado hijo Sisí (Retrato de familia, Antonio Giménez-Rico, 1976); El príncipe destronado (La guerra de papá, Antonio Mercero, 1977); Los santos inocentes (Mario Camus, 1984); El disputado voto del señor Cayo (Antonio Giménez-Rico, 1986); El tesoro (Antonio Mercero, 1988); La sombra del ciprés es alargada (Luis Alcoriza, 1990); Las ratas (Antonio Giménez Rico, 1997) y Diario de un jubilado (Una pareja perfecta, Francesc Betriú, 1998).

Además de las películas apuntadas, hubo otros textos que, con guion ya avanzado, no se filmaron por distintas razones, a veces personales y otras económicas. Entre ellos se encuentran Cinco horas con Mario, que el escritor no quiso ver en forma de filme; La guerra de nuestros antepasados, con guion de Delibes para Gonzalo Suárez, o El hereje, cuyo guion llegó a ser escrito e iba a ser dirigido por José Luis Cuerda, pero nunca llegó a filmarse, seguramente por razones económicas.

Novelas aptas para guionizar

Si se repasan las adaptaciones cabe preguntarse qué tienen los textos de Delibes para resultar tan atractivos a la gran pantalla. Las razones son varias.

Por lo general, las novelas del escritor vallisoletano no son muy extensas, y de las adaptadas al cine, si exceptuamos La sombra del ciprés es alargada, todas son fácilmente asimilables en forma de filme. Por otro lado, muchas de estas novelas tienen una construcción lineal y están escritas a modo de secuencias, lo que sin duda agiliza la construcción del guion.

Además, la ambientación, tanto de las novelas rurales (El camino, Los santos inocentes, El disputado voto del señor Cayo, El tesoro y Las ratas), como de las urbanas (Mi idolatrado hijo Sisí, El príncipe destronado, La sombra del ciprés es alargada y Diario de un jubilado), es austera en cuanto al espacio. Las rurales porque su intención es mostrar la severidad, cuando no pobreza, del campo castellano o extremeño, y las situadas en provincias, porque las ciudades y los interiores donde vive la clase media que protagoniza estas novelas no precisan de ninguna ostentación. En este sentido, es fácil comprender que la filmación de estas obras no supone, desde el punto de vista económico y de utilería, ningún dispendio difícil de acometer.

Pero por encima de estas consideraciones más o menos técnicas, existen otras de mayor calado que han hecho de la narrativa de Delibes una fuente cinematográfica.

La primera tiene que ver con la construcción de los personajes que pueblan estos textos y la inclinación del escritor a tratar individuos de toda clase y condición: niños, jóvenes, jubilados, amas de casa, hombres de campo, marquesas, desvalidos, pobres y discapacitados. Una galería de seres humanos que bajo su pluma adquieren realidad y cuyas vivencias son perfectamente identificables por el lector o espectador. Los personajes de Delibes padecen los sucesos del vivir cotidiano de los hombres y mujeres a lo largo de diferentes momentos de la historia de España, puesto que su narrativa abarca cinco décadas.

En segundo lugar encontramos el valor del lenguaje en las novelas de Delibes, que el cine ha respetado en muchas de las adaptaciones. Los personajes hablan como sienten, y cada uno es identificable a través de su idiolecto. La asombrosa variedad de registros lingüísticos, además de la traslación del lenguaje oral, hacen de su narrativa un manual del español en los niveles fonético, léxico y sintáctico sumamente útil en la enseñanza del idioma.

El autor y sus adaptaciones

Es interesante constatar que en diversas ocasiones Miguel Delibes hace comentarios de las adaptaciones de sus obras. Así, en 1984 y con el título de “Experiencias cinematográficas”, publica un artículo en ABC en el que se sorprende de la lentitud y el orden del rodaje de El camino, de Ana Mariscal, y comenta la dificultad de reducir la historia de Retrato de familia, dada la extensión de la novela. A La guerra de papá le dedica otro artículo centrado en el trabajo en el cine con niños, y alaba que Mercero consiga que el actor que da vida a Quico, Lolo García, de tan solo tres años, juegue mientras, sin saberlo, actúa.

En “Novela y cine”, publicado en 1985, Delibes repasa de nuevo las adaptaciones de su obra narrativa y se muestra, en general, satisfecho con los resultados. Finalmente, en 1999 dedica un apartado especial a Los santos inocentes, “Milana bonita”, en el que alaba la feliz relación que entre novela y cine se da en dicha ocasión, opinión que comparto porque es, sin duda, la mejor y hasta ahora muestra no superada de excelencia en el complicado campo de las relaciones entre literatura y cine.

Termino señalando que, en Miguel Delibes, participante de una u otra manera en las adaptaciones de sus novelas al cine, se da el respeto mutuo entre ambas manifestaciones artísticas cuando afirma:

“El director de cine no ha de ser más respetuoso con la novela que el novelista con el guion”.

Susana Gil-Albarellos Pérez-Pedrero. Profesora Titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Universidad de Valladolid.

Tomado de: The conversation

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A propósito del 15N en Cuba: ¿y cuáles son nuestras matrices de opinión?

Por Pedro Santander Molina

¿Quién en Cuba, Venezuela, Bolivia o Nicaragua no ha escuchado hablar de las “matrices de opinión”? Esas que se montan a través de los medios de comunicación y las redes sociales en laboratorios del enemigo y atacan los procesos sociales transformadores. ¿No es acaso bastante común en los análisis de la plaza, en las columnas de opinión, en las denuncias públicas y discusiones políticas comentar y denunciar “matrices de opinión” que se montan contra los gobiernos y pueblos de estos países? Sin duda que así es.

Pero —sobre todo después del 15N en Cuba— creo necesario formular un par de preguntas. En primer lugar, ¿qué es una matriz de opinión? ¿A qué nos referimos cuando usamos ese sintagma? La primera vez que leí una definición que denota un esfuerzo interesante e intelectualmente creativo para plantear una definición fue en Granma. La propone la sicóloga cubana Karima Oliva, dice ella: “Una matriz de opinión es una representación parcial de la realidad de impronta ideológica que responde a los intereses de determinado grupo de poder y se fabrica con la intención de producir o mantener la hegemonía y dominar la opinión pública respecto a un tema. Las matrices de opinión intentan crear condiciones subjetivas favorables para intervenir o administrar los procesos políticos. Se gestionan tomando en cuenta las características de los públicos a los que van destinadas.”

Esta propuesta contribuye a llenar un vacío definicional que tenemos en el campo revolucionario respecto de un concepto que usamos a cada rato, respecto del cual siempre estamos alertando (“ojo, que nos están montando una matriz de opinión”), en relación al cual actuamos (“epa, hay que combatir esa matriz”), etc. La definición de Oliva le da una característica ideológica y operativa a las matrices de opinión, también una dirección (los públicos) y un propósito (intervenir en procesos políticos”).

Sin embargo, queda una duda que se acrecienta con los recientes acontecimientos en torno al 15 N en Cuba. ¿Sólo quienes adversan los procesos revolucionarios construyen y ponen en circulación matrices de opinión? ¿Sólo la clase dominante tiene la capacidad de construir matrices? ¿Sólo quienes controlan los medios de producción mundial de comunicación pueden posicionarse en el polo de la producción de las matrices? Si así fuera, entonces en el campo revolucionario solo nos limitaríamos a detectar y denunciar las del enemigo, y eso sería todo.

En ese sentido, para no estar condenado aquello, vale la pena realizar en serio un viraje metodológico en relación con una actitud tan propia de nuestra práctica política de lucha y resistencia: estar siempre hablando del enemigo y de lo que éste nos hace.

Claramente en torno al llamado contrarrevolucionario del 15N se desplegó toda una batalla en el plano semio-comunicacional. Éste incluyó las redes sociales (tendencias, fake news, bots, actividad orgánica, guerra de etiquetas, etc.), los medios mundiales (antes que ocurriera esa marcha que nunca ocurrió ya era titular en CNN; el País, EFE, etc.), los medios nacionales (que, por ejemplo, informaron acerca de la relación del principal convocante a la marcha con el terrorismo de Miami), pero también el boca a boca, la comunicación directa, el rumor, etc. Sin duda, nuestra militancia ha observado con atención lo que el enemigo en esta fase aguda de ataque comunicacional hizo en el plano de las matrices de opinión contra Cuba.

Y por estos días ¿qué pasó con nosotros/as? ¿Construimos matrices?, si es así, ¿cuáles? ¿cómo se construyeron, cuáles fueron sus canales de circulación principales, cómo se instalaron en la opinión pública, qué formatos se mostraron como los más efectivos para el campo revolucionario, que programas o iniciativas comunicacionales, qué voceros/as lograron darle voz a esas matrices, etc.?

No tengo las respuestas claras, sí la necesidad de advertir acerca de la urgencia de observar, analizar y aprender de nuestras propias experiencias exitosas. La del 15N sin duda lo fue.

Pudimos observar que hay tropa digital revolucionaria, que se activó orgánica y activamente por esos días y en modo multiplataforma. Se apreció una incipiente respuesta sistémica entre mundo digital y el analógico, entre medios tradicionales, digitales y vocerías para enfrentar una batalla como la que se avecinaba. Vimos fuerza comunicacional propia, a pesar de la asimetría. Vimos intuición y asertividad operativa, vimos, en el marco de un escenario asimétrico, la importancia de apostar a variables cualitativas más que a las cuantitativas. Un ejemplo aparentemente nimio al respecto: a las fake news, a las granjas de bots del imperialismo, a los beneficios algorítmicos de los que disfrutan los voceros peteyankees y a su actividad inorgánica y monetariamente inflada, nuestra tropa respondió con artillería de memes que convocaron tanta genialidad humorística y provocaron tanta carcajada auténtica que ya algunos están pidiendo nombrar el 15N como el Día Nacional del Meme en Cuba.

Algún intelectual de rostro grave me podría reprochar candidez en el ejemplo, “qué ingenuidad política” me diría este hombre serio, “meter los memes en la lucha revolucionaria… qué banal”. Para responder sólo basta recordar la importancia del humor político en nuestra tradición que hoy, sin duda, se manifiesta en el formato “meme”, que, además, es el formato más dado a la viralización y que conecta con una amplia audiencia juvenil, esa que descree de los rostros adustos. También agregar lo importante que es la risa y, más aún, burlarse del enemigo y reírse de éste en momentos clave, como una batalla ganada que tenía día y hora fijada por el adversario, y eso, además, en un período en que el desaliento es la macro-matriz del imperialismo para desmoralizarnos y socavarnos por dentro.

Volvimos a las matrices. Y me atrevo a afirmar que el imperialismo tiene bien definida una macro-estrategia: provocar el desaliento permanente de las fuerzas revolucionarias. Desde ahí emanan, semio-comunicacionalmente hablando- un sinnúmero de matrices de opinión que la sustentan, la nutren, y en su despliegue nos hacen daño y afectan la correlación de fuerza.

Es el momento de la contraofensiva comunicacional después del fiasco mayamero del 15 N, pero ¿con qué matrices de opinión? Analicemos nuestra fuerza y triunfos, y sabremos responder a esa pregunta. Y sabiendo responder a esa pregunta, sabremos dar mejor contiendo en la batalla comunicacional.

Pedro Santander Molina es Doctor en Lingüística y profesor de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, donde preside su Capítulo Académico. Integra el movimiento Mueve América Latina.

Tomado de: Cubaperiodistas

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Cuba, el país del que se informa de unas protestas que nunca existieron

Foto El artemiseño

Por Pascual Serrano @pascual_serrano

Desde más de un mes antes, desde Estados Unidos anunciaban para el lunes 15 de noviembre protestas en Cuba para promover «el cambio político» en la isla. Los medios extranjeros informaron con fruición de la jornada de movilizaciones para acabar reconociendo que, sin necesidad de violencia policial alguna, no se produjo ni una sola manifestación.

Con la pandemia de COVID, en muchos países la gente se manifestó contra el Gobierno porque les limitaba las libertades o porque consideraban que los contagios se estaban disparando sin que el Gobierno tomara las medidas necesarias.

En Cuba se convocó una jornada de protestas precisamente el 15 de noviembre, el día en que se terminan muchas restricciones, se inician las clases en los colegios y se abren sus fronteras porque las cifras de contagios habían mejorado. Gracias a la vacunación masiva la situación sanitaria está controlada.

Cobertura antes de la noticia

En cuanto a la cobertura periodística, mientras lo habitual es que los medios informen al día siguiente de las movilizaciones, de la respuesta del Gobierno, hagan las valoraciones desde los diferentes sectores, etc. En cambio, en el caso de Cuba la noticia de que iba a tener lugar una protesta empezó en los medios los días anteriores.

«Sacudir una isla: las claves de la marcha por el cambio en Cuba», titulaba el diario El País el día anterior. «‘Tenemos que sacudir las cosas’: los jóvenes en Cuba podrían desencadenar una jornada de protestas.

Una nueva generación de disidentes, que emplea internet para difundir sus ideas, convocó a una manifestación para el 15 de noviembre, un movimiento audaz con pocos precedentes en la isla», titulaba y subtitulaba en The New York Times también el día anterior.

«ABC de las protestas del 15 de noviembre en Cuba» afirmaba el día 14 la CNN, incluso una semana antes, el 7 de noviembre, ya calentaban motores: «Estas son las razones por las que cubanos protestarán este 15 de noviembre». «Los jóvenes, una generación asfixiada que busca el cambio en la Cuba comunista», titulaban el día 11.

Convocar en lugar de informar

Cuando en algunos momentos de mi profesión he tenido que ayudar en los servicios de comunicación de algún movimiento social, sabíamos que lograr que los medios difundieran el resultado de una movilización era algo muy bueno porque significaba que la gente podía conocer lo que se reclamaba, pero todavía era mejor si lo difundían antes porque, además, estaban ayudando a convocar a la gente a unirse.

Sin duda era este el objetivo de los medios ante la convocatoria de protesta cubana, lo curioso es que estuvieron informando de unas protestas que nunca se produjeron.

Resulta impactante el caso de CNN que llevaba días con el siguiente titular y enlace en su portal: «Minuto a minuto: protestas en Cuba contra el Gobierno», y cuando pasó el día 15, en ese mismo enlace llevaba a un texto de apenas seis párrafos uno de los cuales decía «El equipo de CNN en La Habana condujo por la ciudad el 15 de noviembre, informando una fuerte presencia policial y reportando que no hubo protestas durante el día».

Pero veamos cuál era la convocatoria para el día 15. Se denominaba Marcha cívica por el cambio y la convocaba una plataforma recién creada que se hace llamar Archipiélago y que, según uno de sus fundadores, Leonardo Fernández Otaño, quieren «caminar hacia una transición democrática en Cuba», pero cuyo único dato para valorar su apoyo son los 33.000 miembros que tiene su páginas de Facebook en todo el mundo.

La idea, parece evidente, era resucitar las movilizaciones del 11 de julio cuando algunos cubanos salieron a la calle en protesta por las dificultades económicas consecuencia de las restricciones económicas de la pandemia. La convocatoria primero fue anunciada para el día 20 de noviembre y después cambiaron al 15. Consistiría en una manifestación a las tres de la tarde. Después, uno de sus líderes dijo que se manifestaría él solo el día 14 «en representación de todos los ciudadanos a los que el régimen ha privado de su derecho a manifestarse».

Finalmente, el plan quedó en que saldrían a la calle sin desfilar por ninguna ruta concreta pero vistiendo de blanco y llevando flores para depositarlas ante las estatuas y próceres de la patria.

Como hemos comenzado señalando, al final ni salieron a manifestarse, ni los cubanos se vistieron de blanco como símbolo de protesta ni pasó nada, ni el 14, ni el 15 ni el 16 de noviembre. La principal manifestación fue en Miami, donde parece que quieren decidir el futuro de Cuba.

Una de las razones con la que se intenta justificar la falta de apoyo del pueblo de Cuba a las protestas contra la revolución, es que había mucha presencia policial y se detuvo a los líderes o se les asedió en sus casas sin permitirles salir.

La CNN fue el único medio que dio datos de detenciones recurriendo a una «organización independiente de derechos humanos», con sede en La Habana. Señalaron que se «arrestó a 11 personas, mientras que agentes y simpatizantes del Gobierno ‘sitiaron’ a otras 50 dentro de sus casas para evitar que las protestas de la oposición planificadas se llevaran a cabo el lunes». O sea, que desactivando a sesenta personas se desinflan todas las manifestaciones, homenajes florales y hasta dejaron de vestirse de blanco como se invitaba desde la oposición.

El periodista cubano Iroel Sánchez ironizó incluso con el liderazgo de algunos de los promotores:

La periodista Rosa Miriam Elizalde, premio nacional de Periodismo José Martí en 2021, ha detallado en el periódico mexicano La Jornada cómo se ha ido gestando esta movilización.

El 20 de septiembre comenzaron a llegar cartas a ocho Gobiernos municipales o provinciales de Cuba, en las que se anunciaba la celebración de marchas pacíficas, no se trataba de petición de autorización como se hace en cualquier país, sino la notificación de que lo harían y el reclamo de protección de las autoridades.

Los firmantes eran un pequeño grupo de personas sin representación de ningún colectivo y su reivindicación era un cambio de sistema, sin más detalles. Es por ello que no fueron autorizadas. Sin embargo, desde Florida, Estados Unidos, anunciaban que habría manifestaciones en un centenar de ciudades.

El papel de Estados Unidos detrás de las convocatorias se muestra en el dato de que desde aquel 20 de septiembre hasta el miércoles 10 de noviembre «se habían producido 29 intervenciones públicas desde Washington o Florida con todo tipo de demandas y amenazas a las autoridades de la isla. El vocero del Departamento de Estado, Ned Price, ha explicado con pelos y señales las supuestas causas, objetivos, contenidos y demandas que tendría la marcha.

El senador Marco Rubio celebró la operación en menos de 24 horas de circular la noticia, mientras un par de asesores principales de Biden han amenazado con más sanciones al Gobierno de La Habana».

Y, como sucede siempre, el dinero que no falte. En septiembre de 2021, el Gobierno Demócrata entregó casi siete millones de dólares a 12 organizaciones que publicitan a diario la marcha cívica por el cambio en Cuba, lo que recuerda el habitual modus operandi de las revoluciones de colores exportadas por occidente en la Europa del Este.

Elizalde también recuerda que «el grupo privado de Facebook que aparece como organizador de la marcha es cualquier cosa menos moderado». «De cada 10 publicaciones, ocho recurren a la violencia simbólica y a la descalificación política de quienes defienden el proyecto socialista o celebran algún éxito social en Cuba.

El debate en estos espacios no es para modificar opiniones, sino para agitar prejuicios, instalar el odio entre los cubanos como fuente excluyente de legitimidad de un Gobierno que ha conducido al país en condiciones muy difíciles», señala la periodista.

Nadie duda de las dificultades que han tenido que enfrentar los cubanos en los últimos meses, donde han confluido el cierre de fronteras por la pandemia, con la grave afectación al turismo y pérdida de ingresos para muchos de ellos, junto con las más de 243 medidas adicionales de bloqueo impuestas por Trump que no han sido modificadas por Biden.

El propio Gobierno cubano reconoce los problemas de desabastecimiento e inflación, pero precisamente el 15 de noviembre era una fecha de alegría y optimismo para los cubanos. Ese día se abrían las fronteras, llegaban los vuelos y con ellos los encuentros familiares y los turistas; los niños y jóvenes se incorporaban a las aulas y las perspectivas de mejora de la economía eran evidentes.

En cuanto al control de la pandemia, los datos son los mejores de todo el continente y de gran parte del mundo. Según las cifras manejadas por la Universidad Johns Hopkins, la incidencia a fecha del 15 de noviembre es de 56,77 contagios por cada 10.000 habitantes. España, con una de las mejores cifras de Europa se encuentra en 82. Y en cuanto a la mortalidad, los datos del Ministerio de Salud Pública de Cuba son de 0,86% frente al 2,01% en el mundo y 2,44% en el continente americano.

Estos datos han sido posibles gracias, entre otras razones, al éxito de su campaña de vacunación con vacunas propias. Cuba ha sido el primer país del mundo en comenzar a vacunar a los niños mayores de dos años. A fecha 10 de noviembre, 7,9 millones de cubanos han sido totalmente vacunados, lo que representa el 71,2% de la población, mientras que un 88,7% cuenta con al menos una dosis.

No deja de resultar paradójico que se informe más de unas protestas que nunca existieron en Cuba que de los cientos de muertos en motines carcelarios en Ecuador y su presidente esté implicado en los papeles de Pandora junto con el de Chile, de los cientos de líderes sociales asesinados en 2021 en Colombia o del millón y medio de familias que sufren apagones de luz tras la privatización de su servicio en Puerto Rico.

Tomado de: Razones de Cuba

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El supermercado de lo visible. Hacia una economía general de imágenes

Autor: Peter Szendy

“Intento analizar, auscultar aquí aquello que, ya en 1929, Walter Benjamin describía como un espacio cargado ciento por ciento de imágenes. O dicho de otra forma, esa visibilidad saturada que hoy nos llega desde todas partes, que nos rodea y nos atraviesa. Un espacio icónico es el producto de una historia: la de la puesta en circulación y mercantilización general de las imágenes. Había que esbozar su genealogía, desde los primeros ascensores o escaleras mecánicas (esos travellings avant la lettre) hasta las técnicas contemporáneas de oculometría, que pesquisan incluso nuestros menores espasmos oculares, pasando por el cine, ese gran director de orquesta de las miradas.

Sin embargo, en forma subyacente a esta inervación de lo visible, existe una economía propia de las imágenes, lo que intentamos llamar su ‘iconomía’. Deleuze la había vislumbrado al escribir, en páginas inspiradas por Marx: ‘el dinero es el reverso de todas las imágenes que el cine muestra y monta al derecho’. Una frase cuyo alcance ontológico solo comprenderemos al recordar que ‘cine’ quiere decir también, en este caso, ‘el universo’.

Por eso, bajo la guía de secuencias de Hitchcock, Bresson, Antonioni, De Palma o Los Soprano, estas páginas quisieran abrir la vía que conduce de una iconomía restringida a lo que podríamos denominar, con Bataille, una iconomía general”.

Peter Szendy

(Tu mirada no descansa, tampoco la imagen. Las imágenes se persiguen, se cazan y se sustituyen unas a otras. El mundo es una sucesión de imágenes que ya son recuerdos al nacer. El intercambio es una ficción capitalista; su corazón negro es la plusvalía, la asimetría radical. Así también tus ojos, siempre en deuda, van detrás de una imagen fantasmal que se disolverá en cuanto otra se apodere de ella. Nunca la tendrás del todo, nunca saldarás tu deuda. Tu deuda es infinita y solo se cancela con la muerte, a ojos cerrados, bajo el sol que cae a plomo sobre el duelo de un western. En el supermercado total de lo visible, no das tu tiempo por dinero: das tu tiempo, tu exiguo tiempo fascinado, por imágenes que circulan de pupila en pupila, como monedas fugaces, como acreedores hipnóticos que nunca te dejarán en paz).

Con El supermercado de lo visible, Shangrila Ediciones apuesta a la publicación en español de tres conferencias y un capítulo adicional de “contenido extra” que constituyen, entrelazados, uno de los textos más lúcidos y profundos acerca de esa pregunta que jamás dejará de asediarnos: ¿qué es una imagen?

Peter Szendy. París, 1966. Filosófo y musicólogo, Profesor de literatura comparada en la Universidad de Brown y asesor de los programas de concierto de la Filarmónica de París. Ha publicado, entre otras obras, Musica pratica. Arrangements et phonographies de Monteverdi à James Brown (L’Harmattan, 1997); Écoute. Une histoire de nos oreilles (Minuit, 2001); Membres fantômes. Des corps musiciens (Minuit, 2002); Sur écoute. Esthétique de l’espionnage (Minuit, 2007); Tubes. La Philosophie dans le juke-box (Minuit, 2008); Kant chez les extraterrestres. Philosofictions cosmopolitiques (Minuit, 2011); L’Apocalypse cinéma. 2012 et autres fins du monde (Capricci, 2012); A coups de points. La Ponctuation comme expérience (Minuit, 2013).

Tomado de: Shangrila Textos Aparte

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Máximo Gómez, dominicano de nacimiento, y cubano de corazón

Máximo Gómez Báez (Baní, República Dominicana, 18 de noviembre de 1836 – La Habana, Cuba, 17 de junio de 1905) fue general en la Guerra de los Diez Años y el General en Jefe de las tropas revolucionarias cubanas en la Guerra del 95.

Por Jorge Wejebe Cobo @wejebecobo

Máximo Gómez se calificaba a sí mismo como “dominicano de nacimiento, y cubano de corazón”, palabras que fueron ratificadas durante más de la mitad de su vida dedicada a la causa independentista en la Isla, desde que arribó junto a su familia en 1865. Cuando no llegaba a los 30 años y como oficial de la reserva militar española, tuvo que exiliarse, al ser derrotada su causa en la convulsa situación de su país.

Tenía experiencia militar por haber combatido junto a las milicias dominicanas contra las incursiones haitianas y en las propias contiendas civiles, en las que participó activamente.

El futuro Generalísimo del Ejército Libertador Cubano nació en el poblado rural de Baní, Santo Domingo, el 18 de noviembre de 1836, hace 185 años, y en su hogar le dieron una formación basada en la honorabilidad, la severidad y el virtuosismo, cualidades que serían el derrotero de su vida.

Tras llegar a Cuba se estableció con su familia en la finca El Dátil, cerca de Bayamo. En 1866 fue dado de baja del ejército español y al parecer su vida estaba predestinada a transcurrir en su proyecto de mejorar la situación económica de los suyos, incrementando la explotación de sus fértiles tierras, pero su gran sensibilidad ante la injusticia y la inhumana esclavitud lo llevaron a involucrarse en el movimiento independentista y fue de los primeros en seguir a Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868.

El joven dominicano se destacó dentro de las inexpertas tropas mambisas, al utilizar tácticas de combate diferentes a las tradicionales aplicadas por el ejército peninsular que también conocía, al concebir las acciones guerrilleras de emboscadas, de rehuir los enfrentamientos en grandes batallas en las cuales los colonialistas podrían desplegar su superioridad de fuerzas con la utilización de la caballería y artillería a sus anchas.

La gran lección sería el 26 de octubre de 1868, en que Gómez con unos 40 infantes armados en su mayoría solo con machetes se escondieron entre la tupida vegetación a ambos lados de la Tienda del Pino de Baire, aproximadamente a un kilómetro por el camino vecinal al oeste del poblado, y a su orden se lanzaron contra una columna hispana de más de 500 hombres y le hicieron más de 200 bajas en la que sería la primera carga al machete.

Ese fue solo el comienzo de la extraordinaria trayectoria militar de quien sería considerado por renombrados militares extranjeros como el primer guerrillero de América, y que le valieran fuera ascendido a General por Carlos Manuel de Céspedes.

Después vendría el Pacto del Zanjón y el destierro de 17 años afrontando vicisitudes en la pobreza y enfermedades de su familia, pero sin que dejara de pensar en la independencia de Cuba cuando intentó un nuevo estallido junto a Antonio Maceo.

En esas condiciones le escribió Martí en 1892 para integrarlo a la preparación de la Guerra Necesaria: […] Yo ofrezco a usted sin temor a negativa, este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres” y Gómez le responde: “Desde ahora puede Ud. disponer de mis servicios”.

En la nueva contienda reverdecerá su excepcional talento militar y junto con el Titán de Bronce llevará en la invasión la guerra a todo el país para en batallas memorables derrotar a las más selectas tropas colonialistas.

Pero después de la muerte de Martí y Maceo, fue la única máxima figura de la Revolución y tendría que sufrir la intervención yanqui en la guerra y el establecimiento de la neocolonia en 1902, facilitada por la división y la traición del anexionista y primer presidente cubano Tomas Estrada Palma y su grupo.

Al final de la guerra expresó: “La situación pues, que se le ha creado a este pueblo; de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine tan extraña situación, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía.”

Años después cuando Estrada Palma, antes de culminar su período presidencial en 1906, decidió reelegirse de forma fraudulenta el invicto jefe del Ejército Libertador se opuso decididamente.

En junio de 1905 realizó un viaje acompañado de su familia a Santiago de Cuba, pero sobre todo para continuar con su campaña contra la reelección de Estrada Palma.

Fueron tantas las muestras de afecto y cariño del pueblo hacia él, que al recibir numerosos apretones de mano se le infectó una pequeña herida que se generalizó y le causaría la muerte el 17 de junio de 1905, como consecuencia de su campaña cívica de unidad contra el engendro reeleccionista del anexionista Estrada Palma.

Esa fue su última batalla librada por el amor hacia Cuba que mantuvo inalterable desde aquellos lejanos días de octubre de 1868, aunque esta vez la libraría contra los males de la falsa república que solo culminaría con los cambios definitivos de la alborada revolucionaria del primero de enero de 1959.

Tomado de: Agencia Cubana de Noticias

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Discurso de aceptación del Premio Nobel

José de Sousa Saramago fue un escritor, novelista, poeta, periodista y dramaturgo portugués. En 1998 se le otorgó el Premio Nobel de Literatura. (1922-2010)

Por José Saramago

El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer.

Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su cama.

Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable.

Ayudé muchas veces a éste mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado.

Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: «José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera». Había otras dos higueras, pero aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera.

Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la Vía Láctea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea.

Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba.

Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, le introducía en el relato: «¿Y después?».

Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo.

Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa.

Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: «No hagas caso, en sueños no hay firmeza».

Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños.

Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: «El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir». No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada.

Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver.

Muchos años después, escribiendo por primera vez sobre éste mi abuelo Jerónimo y ésta mi abuela Josefa (me ha faltado decir que ella había sido, según cuantos la conocieron de joven, de una belleza inusual), tuve conciencia de que estaba transformando las personas comunes que habían sido en personajes literarios y que ésa era, probablemente, la manera de no olvidarlos, dibujando y volviendo a dibujar sus rostros con el lápiz siempre cambiante del recuerdo, coloreando e iluminando la monotonía de un cotidiano opaco y sin horizontes, como quien va recreando sobre el inestable mapa de la memoria, la irrealidad sobrenatural del país en que decidió pasar a vivir.

La misma actitud de espíritu que, después de haber evocado la fascinante y enigmática figura de un cierto bisabuelo berebere, me llevaría a describir más o menos en estos términos un viejo retrato (hoy ya con casi ochenta años) donde mis padres aparecen. «Están los dos de pie, bellos y jóvenes, de frente ante el fotógrafo, mostrando en el rostro una expresión de solemne gravedad que es tal vez temor delante de la cámara, en el instante en que el objetivo va a fijar de uno y del otro la imagen que nunca más volverán a tener, porque el día siguiente será implacablemente otro día.

Mi madre apoya el codo derecho en una alta columna y sostiene en la mano izquierda, caída a lo largo del cuerpo, una flor. Mi padre pasa el brazo por la espalda de mi madre y su mano callosa aparece sobre el hombro de ella como un ala. Ambos pisan tímidos una alfombra floreada. La tela que sirve de fondo postizo al retrato muestra unas difusas e incongruentes arquitecturas neoclásicas». Y terminaba: «Tendría que llegar el día en que contaría estas cosas. Nada de esto tiene importancia a no ser para mí. Un abuelo berebere, llegando del norte de Africa, otro abuelo pastor de cerdos, una abuela maravillosamente bella, unos padres graves y hermosos, una flor en un retrato ¿qué otra genealogía puede importarme? ¿en qué mejor árbol me apoyaría?».

Escribí estas palabras hace casi treinta años sin otra intención que no fuese reconstituir y registrar instantes de la vida de las personas que me engendraron y que estuvieron más cerca de mí, pensando que no necesitaría explicar nada más para que se supiese de dónde vengo y de qué materiales se hizo la persona que comencé siendo y ésta en que poco a poco me he convertido.

Ahora descubro que estaba equivocado, la biología no determina todo y en cuanto a la genética, muy misteriosos habrán sido sus caminos para haber dado una vuelta tan larga. A mi árbol genealógico (perdóneseme la presunción de designarlo así, siendo tan menguada la sustancia de su savia) no le faltaban sólo algunas de aquellas ramas que el tiempo y los sucesivos encuentros de la vida van desgajando del tronco central.

También le faltaba quien ayudase a sus raíces a penetrar hasta las capas subterráneas más profundas, quien apurase la consistencia y el sabor de sus frutos, quien ampliase y robusteciese su copa para hacer de ella abrigo de aves migratorias y amparo de nidos. Al pintar a mis padres y a mis abuelos con tintas de literatura, transformándolos de las simples personas de carne y hueso que habían sido, en personajes nuevamente y de otro modo constructores de mi vida, estaba, sin darme cuenta, trazando el camino por donde los personajes que habría de inventar, los otros, los efectivamente literarios, fabricarían y traerían los materiales y las herramientas que, finalmente, en lo bueno y en lo menos bueno, en lo bastante y en lo insuficiente, en lo ganado y en lo perdido, en aquello que es defecto pero también en aquello que es exceso, acabarían haciendo de mí la persona en que hoy me reconozco: creador de esos personajes y al mismo tiempo criatura de ellos.

En cierto sentido se podría decir que, letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido, sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona que hoy soy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser.

Ahora soy capaz de ver con claridad quiénes fueron mis maestros de vida, los que más intensamente me enseñaron el duro oficio de vivir, esas decenas de personajes de novela y de teatro que en este momento veo desfilar ante mis ojos, esos hombres y esas mujeres, hechos de papel y de tinta, esa gente que yo creía que iba guiando de acuerdo con mis conveniencias de narrador y obedeciendo a mi voluntad de autor, como títeres articulados cuyas acciones no pudiesen tener más efecto en mí que el peso soportado y la tensión de los hilos con que los movía.

De esos maestros el primero fue, sin duda, un mediocre pintor de retratos que designé simplemente por la letra H., protagonista de una historia a la que creo razonable llamar de doble iniciación (la de él, pero también, de algún modo, la del autor del libro, protagonista de una historia titulada «Manual de pintura y caligrafía», que me enseñó la honradez elemental de reconocer y acatar, sin resentimientos ni frustraciones, sus propios límites: sin poder ni ambicionar aventurarme más allá de mi pequeño terreno de cultivo, me quedaba la posibilidad de cavar hacia el fondo, hacia abajo, hacia las raíces.

Las mías, pero también las del mundo, si podía permitirme una ambición tan desmedida. No me compete a mí, claro está, evaluar el mérito del resultado de los esfuerzos realizados, pero creo que es hoy patente que todo mi trabajo, de ahí para adelante, obedeció a ese propósito y a ese principio.

Vinieron después los hombres y las mujeres del Alentejo, aquella misma hermandad de condenados de la tierra a que pertenecieron mi abuelo Jerónimo y mi abuela Josefa, campesinos rudos obligados a alquilar la fuerza de los brazos a cambio de un salario y de condiciones de trabajo que sólo merecerían el nombre de infames. Cobrando por menos que nada una vida a la que los seres cultos y civilizados que nos preciamos de ser llamamos, según las ocasiones, preciosa, sagrada y sublime.

Gente popular que conocí, engañada por una Iglesia tan cómplice como beneficiaria del poder del Estado y de los terratenientes latifundistas, gente permanentemente vigilada por la policía, gente, cuántas y cuántas veces, víctima inocente de las arbitrariedades de una justicia falsa. Tres generaciones de una familia de campesinos, los Mau-Tempo, desde el comienzo del siglo hasta la Revolución de Abril de 1974 que derrumbó la dictadura, pasan por esa novela a la que di el título de «Alzado del suelo» y fue con tales hombres y mujeres del suelo levantados, personas reales primero, figuras de ficción después, con las que aprendí a ser paciente, a confiar y a entregarme al tiempo, a ese tiempo que simultáneamente nos va construyendo y destruyendo para de nuevo construirnos y otra vez destruirnos.

No tengo la seguridad de haber asimilado de manera satisfactoria aquello que la dureza de las experiencias tornó virtud en esas mujeres y en esos hombres: una actitud naturalmente estoica ante la vida. Teniendo en cuenta, sin embargo, que la lección recibida, pasados más de veinte años, permanece intacta en mi memoria, que todos los días la siento presente en mi espíritu como una insistente convocatoria, no he perdido, hasta ahora, la esperanza de llegar a ser un poco más merecedor de la grandeza de los ejemplos de dignidad que me fueron propuestos en la inmensidad de las planicies del Alentejo. El tiempo lo dirá.

¿Qué otras lecciones podría yo recibir de un portugués que vivió en el siglo XVI, que compuso las «Rimas» y las glorias, los naufragios y los desencantos patrios de «Os Lusíadas», que fue un genio poético absoluto, el mayor de nuestra literatura, por mucho que eso pese a Fernando Pessoa, que a sí mismo se proclamó como el Super-Camoens de ella? Ninguna lección a mi alcance, ninguna lección que yo fuese capaz de aprender salvo la más simple que me podría ser ofrecida por el hombre Luis Vaz de Camoens en su más profunda humanidad, por ejemplo, la humildad orgullosa de un autor que va llamando a todas las puertas en busca de quien esté dispuesto a publicar el libro que escribió, sufriendo por eso el desprecio de los ignorantes de sangre y de casta, la indiferencia desdeñosa de un rey y de su compañía de poderosos, el escarnio con que desde siempre el mundo ha recibido la visita de los poetas, de los visionarios y de los locos.

Al menos una vez en la vida, todos los autores tuvieron o tendrán que ser Luis de Camoens, aunque no escriban las redondillas de «Sobolos rios». Entre hidalgos de la corte y censores del Santo Oficio, entre los amores de antaño y las desilusiones de la vejez prematura, entre el dolor de escribir y la alegría de haber escrito, fue a este hombre enfermo que regresa pobre de la India, adonde muchos sólo iban para enriquecerse, fue a este soldado ciego de un ojo y golpeado en el alma, fue a este seductor sin fortuna que no volverá nunca más a perturbar los sentidos de las damas de palacio, a quien yo puse a vivir en el teatro en el escenario de la pieza de teatro llamada «Que farei con este livro?» («¿Qué haré con este libro?»), en cuyo final resuena otra pregunta, aquélla que importa verdaderamente, aquélla que nunca sabremos si alguna vez llegará a tener respuesta suficiente: «¿Qué haréis con este libro?».

Humildad orgullosa fue ésa de llevar debajo del brazo una obra maestra y verse injustamente rechazado por el mundo. Humildad orgullosa también, y obstinada, esta de querer saber para qué servirán mañana los libros que vamos escribiendo hoy, y luego dudar que consigan perdurar largamente (¿hasta cuándo?) las razones tranquilizadoras que quizá nos estén siendo dadas o que estamos dándonos a nosotros mismos. Nadie se engaña mejor que cuando consiente que lo engañen otros.

Se aproxima ahora un hombre que dejó la mano izquierda en la guerra y una mujer que vino al mundo con el misterioso poder de ver lo que hay detrás de la piel de las personas. El se llama Baltasar Mateus y tiene el apodo de Siete-Soles, a ella la conocen por Bilmunda, y también por el apodo de Siete-Lunas que le fue añadido después porque está escrito que donde haya un sol habrá una luna y que sólo la presencia conjunta de uno y otro tornará habitable, por el amor, la tierra.

Se aproxima también un padre jesuita llamado Bartolmeu que inventó una máquina capaz de subir al cielo y volar sin otro combustible que no sea la voluntad humana, ésa que según se viene diciendo, todo lo puede, aunque no pudo, o no supo, o no quiso, hasta hoy, ser el sol y la luna de la simple bondad o del todavía más simple respeto. Sontres locos portugueses del siglo XVIII en un tiempo y en un país donde florecieron las supersticiones y las hogueras de la Inquisición, donde la vanidad y la megalomanía de un rey hicieron levantar un convento, un palacio y una basílica que asombrarían al mundo exterior, en el caso poco probable de que ese mundo tuviera ojos bastantes para ver a Portugal, tal como sabemos que los tenía Bilmunda para ver lo que escondido estaba. Y también se aproxima una multitud de millares y millares de hombres con las manos sucias y callosas, con el cuerpo exhausto de haber levantado, durante años sin fin, piedra a piedra, los muros implacables del convento, las alas enormes del palacio, las columnas y las pilastras, los aéreos campanarios, la cúpula de la basílica suspendida sobre el vacío.

Los sonidos que estamos oyendo son del clavicornio del Doménico Scarlatti, que no sabe si debe reír o llorar. Esta es la historia del «Memorial del convento», un libro en que el aprendiz de autor, gracias a lo que le venía siendo enseñado desde el antiguo tiempo de sus abuelos Jerónimo y Josefa, consiguió escribir palabras como éstas, donde no está ausente alguna poesía: «Además de la conversación de las mujeres son los sueños los que sostienen al mundo en su órbita. Pero son también los sueños los que le hacen una corona de lunas, por eso el cielo es el resplandor que hay dentro de la cabeza de los hombres si no es la cabeza de los hombres el propio y único cielo». Que así sea.

De las lecciones de poesía, sabía ya alguna cosa el adolescente, aprendidas en sus libros de texto cuando, en una escuela de enseñanza profesional de Lisboa, andaba preparándose para el oficio que ejerció en el comienzo de su vida de trabajo: el de mecánico cerrajero. Tuvo también buenos maestros del arte poético en las largas horas nocturnas que pasó en bibliotecas públicas, leyendo al azar de encuentros y de catálogos, sin orientación, sin alguien que le aconsejase, con el mismo asombro creador del navegante que va inventando cada lugar que descubre.

Pero fue en la biblioteca de la escuela industrial donde «El año de la muerte de Ricardo Reis» comenzó a ser escrito. Allí encontró un día el joven aprendiz de cerrajero (tendría entonces 17 años) una revista – «Atena» era el título – en que había poemas firmados con aquel nombre y, naturalmente, siendo tan mal conocedor de la cartografía literaria de su país, pensó que existía en Portugal un poeta que se llamaba así: Ricardo Reis.

No tardó mucho tiempo en saber que el poeta propiamente dicho había sido un tal Fernando Nogueira Pessoa que firmaba poemas con nombres de poetas inexistentes nacidos en su cabeza y a quien llamaba heterónimos, palabra que no constaba en los diccionarios de la época, por eso costó tanto trabajo al aprendiz de las letras saber lo que ella significaba. Aprendió de memoria muchos poemas de Ricardo Reis («Para ser grande sê inteiro/Põe quanto és no mínimo que fazes»), pero no podía resignarse, a pesar de tan joven e ignorante, a que un espíritu superior hubiese podido concebir, sin remordimiento, este verso cruel: «Sábio é o que se contenta com o espectáculo do mundo». Mucho, mucho tiempo después, el aprendiz de escritor ya con el pelo blanco y un poco más sabio de sus propias sabidurías se atrevió a escribir una novela para mostrar al poeta de las «Odas» algo de lo que era el espectáculo del mundo en ese año de 1936 en que lo puso a vivir sus últimos días: la ocupación de la Renania por el Ejército nazi, la guerra de Franco contra la República española, la creación por Salazar de las milicias fascistas portuguesas. Fue como si estuviese diciéndole: «He ahí el espectáculo del mundo, mi poeta de las amarguras serenas y del escepticismo elegante. Disfruta, goza, contempla, ya que estar sentado es tu sabiduría».

«El año de la muerte de Ricardo Reis» terminaba con unas palabras elancólicas: «Aquí donde el mar acabó y la tierra espera». Por tanto no habría más descubrimientos para Portugal, sólo como destino una espera infinita de futuros ni siquiera imaginables: el fado de costumbre, la saudade de siempre y poco más. Entonces el aprendiz imaginó que tal vez hubiese una manera de volver a lanzar los barcos al agua, por ejemplo mover la propia tierra y ponerla a navegar mar adentro.

Fruto inmediato del resentimiento colectivo portugués por los desdenes históricos de Europa (sería más exacto decir fruto de mi resentimiento personal), la novela que entonces escribí – «La balsa de piedra» – separó del continente europeo a toda la Península Ibérica, transformándola en una gran isla fluctuante, moviéndose sin remos ni velas, ni hélices, en dirección al Sur del mundo, «masa de piedra y tierra cubierta de ciudades, aldeas, ríos, bosques, fábricas, bosques bravíos, campos cultivados, con su gente y sus animales», camino de una utopía nueva: el encuentro cultural de los pueblos peninsulares con los pueblos del otro lado del Atlántico, desafiando así, a tanto se atrevió mi estrategia, el dominio sofocante que los Estados Unidos de la América del Norte vienen ejerciendo en aquellos parajes.

Una visión dos veces utópica entendería esta ficción política como una metáfora mucho más generosa y humana: que Europa, toda ella, deberá trasladarse hacia el Sur a fin de, en descuento de sus abusos coloniales antiguos y modernos, ayudar a equilibrar el mundo. Es decir Europa finalmente como ética. Los personajes de «La balsa de piedra» – dos mujeres, tres hombres y un perro – viajan incansablemente a través de la Península mientras ella va surcando el océano. El mundo está cambiando y ellos saben que deben buscar en sí mismos las personas nuevas en que se convertirán (sin olvidar al perro que no es un perro como los otros). Eso les basta. Se acordó entonces el aprendiz que en tiempos de su vida había hecho algunas revisiones de pruebas de libros y que si en «La balsa de piedra» hizo, por decirlo así, revisión del futuro, no estaría mal que revisara ahora el pasado inventando una novela que se llamaría «História do Cerco de Lisboa», en la que un revisor trabajando un libro del mismo título, aunque de historia, y cansado de ver cómo la citada historia cada vez es menos capaz de sorprender, decidió poner en lugar de un «sí» un «no», subvirtiendo la autoridad de las «verdades históricas».

Raimundo Silva, así se llamaba el revisor, es un hombre simple, vulgar, que sólo se distingue de la mayoría por creer que todas las cosas tienen su lado visible y su lado invisible y que no sabremos nada de ellas, mientras no les hayamos dado la vuelta completa. De eso precisamente trata una conversación que tiene con el historiador. Así: «Le recuerdo que los revisores ya vieron mucho de literatura y vida, Mi libro, se lo recuerdo, es de historia. No es propósito mío apuntar otras contradicciones, profesor, en mi opinión todo cuanto no sea vida es literatura.

La historia también. La historia sobre todo, sin querer ofender. Y la pintura, y la música. La música va resistiéndose desde que nació, unas veces va y otras viene, quiere librarse de la palabra, supongo que por envidia, pero regresa siempre a la obediencia. Y la pintura, mire, la pintura no es más que literatura hecha con pinceles. Espero que no se haya olvidado de que la humanidad comenzó pintando mucho antes de saber escribir. Conoce el refrán, si no tienes perro caza con el gato, o dicho de otramanera, quien no puede escribir, pinta, o dibuja, es lo que hacen los niños. Lo que usted quiere decir, con otras palabras, es que la literatura ya existía antes de haber nacido, sí señor, como el hombre, con otras palabras, antes de serlo ya lo era.

Me parece que usted equivocó la vocación, debería ser historiador. Me falta preparación profesor, qué puede un simple hombre hacer sin preparación, mucha suerte he tenido viniendo al mundo con la genética organizada, pero, por decirlo así, en estado bruto, y después sin más pulimento que las primeras letras que se quedaron como únicas. Podía presentarse como autodidacta producto de su digno esfuerzo, no es ninguna vergüenza, antiguamente la sociedad estaba orgullosa de sus autodidactas.

Eso se acabó, vino el desarrollo y se acabó, los autodidactas son vistos con malos ojos, sólo los que escriben versos o historias para distraer están autorizados a ser autodidactas, pero yo para la creación literaria no tengo habilidad. Entonces métase a filósofo. Usted es un humorista, cultiva la ironía, me pregunto cómo se dedicó a la historia, siendo ella tan grave y profunda ciencia. Soy irónico sólo en la vida real. Ya me parecía a mí que la historia no es la vida real, literatura sí, y nada más. Pero la historia fue vida real en el tiempo en que todavía no se le podía llamar historia. Entonces usted cree, profesor, que la historia es la vida real. Lo creo, sí.

Que la historia fue vida real, quiero decir. No tengo la menor duda. Qué sería de nosotros si el deleatur que todo lo borra no existiese, suspiró el revisor». Escusado será añadir que el aprendiz aprendió con Raimundo Silva la lección de la duda. Ya era hora.

Fue probablemente este aprendizaje de la duda el que le llevó, dos años más tarde, a escribir «El Evangelio según Jesucristo». Es cierto, y él lo ha dicho, que las palabras del título le surgieron por efecto de una ilusión óptica, pero es legítimo que nos interroguemos si no habría sido el sereno ejemplo del revisor el que, en ese tiempo, le anduvo preparando el terreno de donde habría de brotar la nueva novela. Esta vez no se trataba de mirar por detrás de las páginas del «Nuevo Testamento» a la búsqueda de contradicciones, sino de iluminar con una luz rasante la superficie de esas páginas, como se hace con una pintura para resaltarle los relieves, las señales de paso, la oscuridad de las depresiones.

Fue así como el aprendiz, ahora rodeado de personajes evangélicos, leyó, como si fuese la primera vez, la descripción de la matanza de los Inocentes y, habiendo leído, no comprendió. No comprendió que pudiese haber mártires de una religión que aún tendría que esperar treinta años para que su fundador pronunciase la primera palabra de ella, no comprendió que no hubiese salvado la vida de los niños de Belén precisamente la única persona que lo podría haber hecho, no comprendió la ausencia, en José, de un sentimiento mínimo de responsabilidad, de remordimiento, de culpa o siquiera de curiosidad, después de volver de Egipto con su familia.

Ni se podrá argumentar en defensa de la causa que fue necesario que los niños de Belén murieran para que pudiese salvarse la vida de Jesús: El simple sentido común, que a todas las cosas, tanto a las humanas como a las divinas, debería presidir, está ahí para recordarnos que Dios no enviaría a su hijo a la Tierra con el encargo de redimir los pecados de la humanidad, para que muriera a los dos años de edad degollado por un soldado de Herodes. En ese Evangelio escrito por el aprendiz con el respeto que merecen los grandes dramas, José será consciente de su culpa, aceptará el remordimiento en castigo de la falta que cometió y se dejará conducir a la muerte casi sin resistencia, como si eso le faltase todavía para liquidar sus cuenta con el mundo.

«El Evangelio» del aprendiz no es, por tanto, una leyenda edificante más de bienaventurados y de dioses, sino la historia de unos cuantos seres humanos sujetos a un poder contra el cual luchan, pero al que no pueden vencer. Jesús, que heredará las sandalias con las que su padre había pisado el polvo de los caminos de la tierra, también heredará de él el sentimiento trágico de la responsabilidad y de ella la culpa que nunca lo abandonará, incluso cuando levante la voz desde lo alto de la cruz: «Hombres, perdonadle, porque él no sabe lo que hizo», refiriéndose al Dios que lo llevó hasta allí, aunque quien sabe si recordando todavía, en es última agonía, a su padre auténtico, aquel que en la carne y en la sangre, humanamente, lo engendró.

Como se ve, el aprendiz ya había hecho un largo viaje cuando en el herético evangelio escribió las últimas palabras del diálogo en el templo entre Jesús y el escriba: «La culpa es un lobo que se come al hijo después de haber devorado al padre, dijo el escriba, Ese lobo de que hablas ya se ha comido a mi padre, dijo Jesús, Entonces sólo falta que devore a ti, Y tú, en tu vida, fuiste comido, o devorado, No sólo comido y devorado, también vomitado, respondió el escriba».

Si el emperador Carlomagno no hubiese establecido en el norte de Alemania un monasterio, si ese monasterio no hubiese dado origen a la ciudad de Münster, si Münster no hubiese querido celebrar los 1.200 años de su fundación con una ópera sobre la pavorosa guerra que enfrentó en el siglo XVI a protestantes anabaptistas y católicos, el aprendiz no habría escrito la pieza de teatro que tituló «In Nomine Dei». Una vez más, sin otro auxilio que la pequeña luz de su razón, el aprendiz tuvo que penetrar en el oscuro laberinto de las creencias religiosas, ésas que con tanta facilidad llevan a los seres humanos a matar y a dejarse matar.

Y lo que vio fue nuevamente la máscara horrenda de la intolerancia, una intolerancia que en Münster alcanzó el paroxismo demencial, una intolerancia que insultaba la propia causa que ambas partes proclamaban defender. Porque no se trataba de una guerra en nombre de dos dioses enemigos sino de una guerra en nombre de un mismo dios. Ciegos por sus propias creencias, los anabaptistas y los católicos de Münster no fueron capaces de comprender la más clara de todas las evidencias: en el día del Juicio Final, cuando unos y otros se presenten a recibir el premio o el castigo que merecieron sus acciones en la tierra, Dios, si en sus decisiones se rige por algo parecido a la lógica humana, tendrá que recibir en el paraíso tanto a unos como a otros, por la simple razón de que unos y otros en El creían.

La terrible carnicería de Münster enseñó al aprendiz que al contrario de lo que prometieron las religiones nunca sirvieron para aproximar a los hombres y que la más absurda de todas las guerras es una guerra religiosa, teniendo en consideración que Dios no puede, aunque lo quisiese, declararse la guerra a sí mismo. Ciegos.El aprendiz pensó «Estamos ciegos», y se sentó a escribir el «Ensayo sobre la ceguera» para recordar a quien lo leyera que usamos perversamente la razón cuando humillamos la vida, que la dignidad del ser humano es insultada todos los días por los poderosos de nuestro mundo, que la mentira universal ocupó el lugar de las verdades plurales, que el hombre dejó de respetarse a sí mismo cuando perdió el respeto que debía a su semejante.

Después el aprendiz, como si intentara exorcizar a los monstruos engendrados por la ceguera de la razón, se puso a escribir la más simple de todas las historias: Una persona que busca a otra persona sólo porque ha comprendido que la vida no tiene nada más importante que pedir a un ser humano. El libro se llama «Todos los nombres». No escritos, todos nuestros nombres están allí. Los nombres de los vivos y los nombres de los muertos.

Termino. La voz que leyó estas páginas quiso ser el eco de las voces conjuntas de mis personajes. No tengo, pensándolo bien, más voz que la voz que ellos tuvieron. Perdonadme si os pareció poco esto que para mí es todo.

Tomado de: El Viejo Topo

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Masacre que no se filtra, no existe

Alepo, Siria. Foto: Natalia Sancha (España)

Por Jorge Majfud

“Si las guerras pueden comenzar con mentiras, la paz bien puede comenzar con la verdad”. Julian Assange.

El 8 de marzo de 2019, los analistas de un comando militar estadounidense localizado en la millonaria península de Catar, se encontraban observando una calle de un pueblo pobre en Siria a través de imágenes de alta definición captadas por un dron inteligente. En la conversación que quedó grabada, los analistas reconocieron que la multitud estaba compuesta mayormente por niños y mujeres. A un costado, un hombre portaba un arma, pero todo parecía desarrollarse de forma tranquila. Hasta que una bomba de 220 kilogramos fue arrojada desde un poderoso F-15E, justo sobre la multitud. Doce minutos más tarde, cuando los sobrevivientes de la primera bomba comenzaban a correr o a arrastrarse, el mismo avión arrojó dos bombas más, esta vez de una tonelada de explosivos cada una y a un costo de un millón de dólares por explosión.

A 1870 kilómetros, en el Centro de Operaciones Aéreas Combinadas del ejército estadounidense en la base de Al Udeid en Catar, los oficiales observaron la masacre en vivo. Alguien en la sala preguntó, sorprendido, de dónde había partido la orden.

Al día siguiente, los observadores civiles que llegaron al área encontraron casi un centenar de cuerpos destrozados de niños y mujeres. La organización de derechos humanos Raqqa Is Being Slaughtered publicó algunas fotos de los cuerpos, pero las imágenes satelitales sólo mostraron que donde cuatro días atrás había un barrio modesto sobre el río Eufrates y en un área bajo el control de la “coalición democrática”, ahora no quedaba nada. La Oficina de Investigaciones Especiales de la Fuerza Aérea de estados Unidos se negó a explicar el misterio.

Luego se supo que la orden del bombardeo había procedido de un grupo especial llamado “Task Force 9”, el cual solía operar en Siria sin esperar confirmaciones del comando. El abogado de la Fuerza Aérea, teniente coronel Dean W. Korsak, informó que muy probablemente se había tratado de un “crimen de guerra”. Al no encontrar eco entre sus colegas, el coronel Korsak filtró la información secreta y las medidas de encubrimiento de los hechos a un comité del Senado estadounidense, reconociendo que, al hacerlo, se estaba “poniendo en un serio riesgo de represalia militar”. Según Korsak, sus superiores se negaron a cualquier investigación. “La investigación sobre los bombardeos había muerto antes de iniciarse”, escribió. “Mi supervisor se negó a discutir el asunto conmigo”.

Cuando el New York Times realizó una investigación sobre los hechos y la envió al comando de la Fuerza Aérea, éste confirmó los hechos pero se justificó afirmando que habían sido ataques necesarios. El gobierno del presidente Trump se refirió a la guerra aérea contra el Estado Islámico en Siria como la campaña de bombardeo más precisa y humana de la historia.

El 13 de noviembre el New York Times publicó su extensa investigación sobre el bombardeo de Baghuz. De la misma forma que esta masacre no fue reportada ni alcanzó la indignación de la gran prensa mundial, así también será olvidada como fueron olvidadas otras masacres de las fuerzas de la libertad y la civilización en países lejanos.

El mismo diario recordó que el ejército admitió la matanza de diez civiles inocentes (siete de ellos niños) el 10 de agosto en Kabul, Afganistán, pero este tipo de reconocimiento público es algo inusual. Más a menudo, las muertes de civiles no se cuentan incluso en informes clasificados. Casi mil ataques alcanzaron objetivos en Siria e Irak solo en 2019, utilizando 4.729 bombas. Sin embargo, el recuento oficial de civiles muertos por parte del ejército durante todo el año es de solo 22. En cinco años, se reportaron 35.000 ataques pero, por ejemplo, los bombardeos del 18 de marzo que costaron la vida a casi un centenar de inocentes no aparecen por ninguna parte.

En estos ataques, varias ciudades sirias, incluida la capital regional, Raqqa, quedaron reducidas escombros. Las organizaciones de derechos humanos informaron que la coalición causó miles de muertes de civiles durante la guerra, pero en los informes oficiales y en la prensa influyente del mundo no se encuentran, salvo excepciones como el de este informe del NYT. Mucho menos en los informes militares que evalúan e investigan sus propias acciones.

Según el NYT del 13 de noviembre, la CIA informó que las acciones se realizaban con pleno conocimiento de que los bombardeos podrían matar personas, descubrimiento que podría hacerlos merecedores del próximo Premio Nobel de Física.

En Baghuz se libró una de las últimas batallas contra el dominio territorial de ISIS, otro grupo surgido del caos promovido por Washington en Medio Oriente, en este caso, a partir de la invasión a Irak lanzada en 2003 por la santísima trinidad Bush-Blair-Aznar y en base a las ya célebres mentiras que luego vendieron como errores de inteligencia. Guerra que dejó más de un millón de muertos como si nada.

Desde entonces, cada vez que se sabe de alguna matanza de las fuerzas civilizadoras, es por alguna filtración. Basta con recordar otra investigación, la del USA Today que hace dos años reveló los hechos acontecidos en Afganistán el 22 de agosto de 2008. Luego del bombardeo de Azizabad, los oficiales del ejército estadounidense (incluido Oliver North, convicto y perdonado por mentirle al Congreso en el escándalo Irán-Contras) informaron que todo había salido a la perfección, que la aldea los había recibido con aplausos, que se había matado a un líder talibán y que los daños colaterales habían sido mínimos. No se informó que habían los habían recibido a pedradas, que habían muerto decenas de personas, entre ellos 60 niños. Un detalle.

Mientras tanto, Julian Assange continúa secuestrado por cometer el delito de informar sobre crímenes de guerra semejantes. Mientras tanto los semidioses continúan decidiendo desde el cielo quiénes viven y quiénes mueren, ya sea desde drones inteligentes o por su policía ideológica, la CIA. Este mismo mes, la respetable cadena de radio estatal de Estados Unidos, NPR (no puedo decir lo mismo de la mafia de las grandes cadenas privadas), ha reportado que hace un año la CIA debatió entre matar o secuestrar a Julian Assange.

La conveniente, cobarde y recurrente justificación de que estos ataques se tratan de actos de “defensa propia” es una broma de muy mal gusto. No existe ningún acto de defensa propia cuando un país está ocupando otro país y bombardeando inocentes que luego son etiquetados como “efectos colaterales”.

Está de más decir que ninguna investigación culminará nunca con una condena efectiva a los responsables de semejantes atrocidades que nunca conmueve a las almas religiosas. Si así ocurriese, sólo sería cuestión de esperar un perdón presidencial, como cada mes de noviembre, para Acción de Gracias, el presidente estadounidense perdona a un pavo blanco, justo en medio de una masacre de millones de pavos negros.

Nadie sabe y seguramente nadie sabrá nunca los nombres de los responsables de esta masacre. Lo que sí sabemos es que en unos años volverán a su país y lucirán orgullosas medallas en el pecho que sólo ellos saben qué significa. Sabemos, también, que al verlas muchos patriotas les agradecerán “por luchar por nuestra libertad” y les darán las gracias “por su sacrificio protegiendo este país”. Muchos de estos agradecidos patriotas son los mismos que flamean la bandera de la Confederación en sus 4×4, el único grupo que estuvo a punto de destruir la existencia de este país en el siglo XIX para mantener “la sagrada institución de la esclavitud”.

Tradición que nunca murió. Sólo cambió de forma.

Tomado de: América Latina en movimiento

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A 100 años de «El pibe», el lado oscuro de Charlie Chaplin

Por Geoffrey Macnab

Era un hombre pequeño con pies enormes y un mostacho breve… o al menos así era la manera en la que aparecía en la pantalla. Cien años atrás, tras haber hecho otras sesenta películas o más, Charlie Chaplin dirigió su primer largometraje, El pibe. Para entonces él ya estaba entre las más reconocibles y amadas figuras en todo el mundo. «Soy conocido en partes del mundo por gente que nunca oyó hablar de Jesucristo», acostumbraba ufanarse.

Ahora, Chaplin está volviendo a aparecer bajo los focos. Una nueva película documental, The Real Charlie Chaplin («El Charlie Chaplin real»), dirigida por Peter Middleton y James Spinney, fue presentada en el Festival de Cine de Londres. Pero el trabajo de Chaplin también está siendo revivido en cines del mundo. Títulos clásicos como El pibe, Tiempos modernos (1936), La fiebre del oro (1925) y El gran dictador (1940) han sido remasterizados en 4K por las distribuidoras Pieces of Magic y MK2, y serán relanzados en breve.

Es una oportunidad para que las nuevas generaciones lo descubran. Con la ventaja de ver las cosas desde el presente, de todos modos, hay algunos aspectos difíciles sobre el comediante del sombrero bombín. Su vida privada tuvo aspectos oscuros. En particular, sus relaciones con las mujeres son perturbadoras, especialmente cuando se las contempla a través del prisma del #MeToo. El actor estaba especialmente obsesionado con las chicas muy jóvenes.

Lillita MacMurray, quien fue conocida durante la mayor parte de su vida como Lita Grey, fue una de esas víctimas. Ella interpretó al «ángel coqueto» que impacta a Chaplin en El pibe, un momento complicado en una de las mejores y más duraderas películas de Chaplin. En ese momento tenía 12 años.

En una extraña secuencia al final de la película, el vagabundo de Chaplin, desplomado en un umbral, cae dormido y entra a la «Tierra de sueños». De pronto, las familiares callejuelas aparecen festoneadas de flores y atestadas de ángeles. Incluso a los duros policías y los perros callejeros les brotan alas. El vagabundo parece estar en el paraíso, pero de pronto «se arrastra el pecado». Es abordado por una joven ninfa de aspecto inocente (Lita Grey) que trata de «conquistarlo». Él no puede evitar perseguirla y se mete en una pelea con su novio.

El comediante se obsesionó con la joven actriz. Para entonces acababa de atravesar un embrollado y amargo divorcio de su primera esposa, Mildred Harris, que tenía 16 años cuando se casaron en 1918. Tuvieron un hijo en julio de 1919, que murió tres días después del nacimiento. En el proceso de divorcio, Harris acusó a Chaplin de crueldad psicológica.

Más tarde Chaplin se casó con Grey, en 1924, y ella hizo acusaciones similares sobre el actor cuando se separaron, tres años después. A mediados de los sesenta, Grey escribió una autobiografía sensacionalista, My Life with Chaplin; an intimate memoir («Mi vida con Chaplin, una memoria íntima»). Como la tapa del libro se encargaba de anunciar, era «¡la historia que Charlie no contó!». Y «el impactante relato de un matrimonio que se convirtió en uno de los más infames escándalos de todos los tiempos».

El libro describe cómo Chaplin se fue obsesionando con Grey en el set de El Pibe. «Sos una niña extremadamente bella, querida», recuerda que le dijo. Chaplin le dijo que ella le recordaba a «la chica en la pintura La edad de la inocencia» y que encargó un retrato de la actriz. «Te estuve mirando, querida, cuando vos no estabas mirando. He estado más y más atraído por esos ojos fascinantes tuyos… te hacen ver muy misteriosa». Su madre estaba preocupada por esa conducta, pero Chaplin le aseguró que él «no tenía el hábito de seducir a niñas de 12 años».

Tres años después, sin embargo, cuando ella tenía 15, él sí sedujo a Grey. Ella hizo una audición para La fiebre del oro y consiguió el rol protagónico. Tal como puntualiza David Robinson en su biografía de Chaplin, «todos los reportes de los periódicos dijeron que Lita tenía 19 años». Pero de hecho ella aún era menor. Eso no detuvo a Chaplin para empezar un romance con ella. Y Lita quedó embarazada.

Chaplin quería que ella se hiciera un aborto. Le ofreció dinero para que se casara con alguien más. Al final, extremadamente reluctante, el comediante hizo de Grey su segunda esposa.

El relato de Grey sobre su matrimonio de corta vida fue escrito años después del evento. Fue diseñado para vender muchas copias y causarle a Chaplin el máximo bochorno posible. De cualquier manera, el trato de Chaplin hacia ella emerge monstruoso y explotativo, y fácilmente lo podría haber llevado a prisión. En ese momento en California, «que un hombre tenga relaciones con una mujer menor de edad constituye, de hecho, un acto de violación, lo que supone penalidades de hasta 30 años en la cárcel», escribe Robinson en su biografía del actor y director.

The Real Charlie Chaplin, el nuevo documental, cubre la relación del artista con Grey en un nivel de detalle de enorme y dolorosa franqueza. Los realizadores encontraron entrevistas hechas por ella para televisión en las que trabaja duro para dar su versión de la historia. El público, de todos modos, estaba aparentemente mucho más interesado en los detalles financieros del subsecuente divorcio con Chaplin que en su sufrimiento. Al separarse, ella recibió un pago por entonces record.

Los medios retrataron a Grey como una adolescente manipuladora y maquinadora cuando, de hecho, ella era una víctima de un hombre mayor con actitudes predatorias. Es un episodio triste y miserable en la carrera de Chaplin, pero su popularidad no se vio entonces afectada. Solo veinte años después, cuando tuvo un romance en 1941 con otra actriz más  joven que él, Joan Barry (que tenía 22), Chaplin, que entonces tenía 52 años, cayó finalmente en desgracia. Pero fue más por las sospechas del FBI sobre sus simpatías comunistas que por su duro tratamiento de las mujeres jóvenes en su vida.

A pesar de su título, The Real Charlie Chaplin no consigue acercar más al público a la esencia de su personaje que las biografías y películas que se hicieron previamente sobre él. Ese londinense de clase trabajadora sigue siendo una figura intensamente privada y paradójica. Los directores lo describen como «un nadie que pertenece a todos». Exploran los extraños paralelismos entre Chaplin y Hitler («Ambos eran performers que imantaban al público»), nacidos con días de diferencia, que tenían un gusto similar en bigotes y que terminaron enfrentados uno a otro.

Los nazis odiaron a Chaplin, prohibieron sus películas y lo etiquetaron como «un desagradable judío acróbata». Chaplin respondió ridiculizando a Hitler en su película más valiente, El gran dictador (1940), en la que interpretó los papeles del líder fascista Adenoid Hynkel y un barbero judío del ghetto.

En sus películas mudas, en su personaje del vagabundo, Chaplin fue accesible para todas las culturas del mundo. Era una figura subversiva que provocaba amor, el hombrecito que se volvía héroe. Sus películas son tiernas, ingeniosas y muy graciosas. Se paró ante la autoridad en la pantalla, pero podía ser un autoritario fuera de ella. Se volvió inmensamente rico interpretando a tipos que no tenían un centavo. Sus comedias arengaban contra la crueldad de las figuras del establishment -policías, jefes, jueces- y sin embargo él era un jefe riguroso que a veces trataba a sus colaboradores con cierta brutalidad.

El documental hace una crónica de los muchos, muchos meses que pasó tratando de filmar una única y fundamental secuencia de su película de 1931 Luces de la ciudad, que involucraba a una florista ciega que confundía al vagabundo con un millonario. Llevó a sus colaboradores hasta la confusión por su obsesivo perfeccionismo.

¿Qué significa Chaplin hoy para las audiencias? El estatus del comediante ha ido cambiando sutilmente a lo largo de los últimos 20 ó 30 años. Fue una vez la estrella más popular del cine en el mundo, pero de a poco se fue convirtiendo en símbolo de la alta cultura. Cuando sus películas son revividas, tienden a ser exhibidas en salas de concierto con el acompañamiento de grandes orquestas, o en festivales internacionales como Cannes y Berlín. Son distribuidas por empresas de cine-arte, antes que por los grandes estudios del mainstream. Los críticos de cine y otros realizadores lo reverencias, pero Chaplin se ha ido alejando gradualmente del público general. Su trabajo ya no se encuentra fácilmente en la televisión como para que los chicos lo descubran.

La mezcla que consiguió el comediante de carcajadas y un profundo pathos ciertamente no atrajo a los espectadores británicos durante el thatcherismo de los ochenta y noventa. «No conozco ningún pueblo más cínico en el mundo que el británico, y si sos cínico no te puede gustar Charlie. Si sos cínico, entonces él no tiene esperanza, es solo insoportablemente sentimental», comentó el crítico de cine David Robinson acerca de cómo el trabajo de Chaplin quedó pasado de moda.

Ese cinismo se ha aliviado. Los miembros de una generación más joven e idealista, preocupados por la injusticia ambiental y política, pueden estar más abiertos al trabajo de Chaplin de lo que sus hastiados padres estaban veinte o treinta años atrás. En una era de guerras, migraciones en masa forzadas, inequidad y pobreza, sus películas deberían tener una nueva actualidad. De todos modos, el pibe de Lambeth también puede enfrentarse a una nueva, póstuma estimación debido al tratamiento que les dio a esas mujeres jóvenes. Es difícil llegar a cualquier conclusión que no sea que abusó y explotó a Grey. Si las estrellas de cine son atrapadas comportándose de la misma manera hoy, sus carreras implotarían de inmediato. Serían canceladas sin remedio.

Chaplin también fue una víctima, alguien que tuvo una traumática infancia de extrema pobreza. Fue separado de su madre mentalmente inestable en la misma manera brutal que sufría el chico que interpretaba Jackie Coogan en El pibe. Pidió limosna en las calles. Años después, aun cuando había acumulado una extensa fortuna, seguía aterrado por la posibilidad de perderlo todo. Era una figura insegura y temperamental, con una problemática vida privada.

Pero al mirar sus películas todo eso queda rápidamente en un segundo plano. Su genialidad permanece. Nadie más en la historia del cine ha tenido esa capacidad para conjugar a la vez las risas y las lágrimas. Muestra tal humanidad y humor en pantalla que parece más misterioso aún que pudiera comportarse de manera tan abominable fuera de ella.

Tomado de: Página/12

Tráiler del filme El Chaplin real (Estados Unidos, 2021) de Peter Middleton y James Spinney

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