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Impacto económico de la guerra en Venezuela

Por Pasqualina Curcio @pasquicurcio

Hemos actualizado el monto de la pérdida económica en Venezuela consecuencia de la guerra imperial. Asciende a 258.095 millones de dólares entre 2016 y hasta el 2020. Para nosotros los venezolanos, eso equivale a 60 años de importación de alimentos y medicamentos, o a 2 veces el pago de la deuda externa, o a 1 año y 9 meses de producción nacional. Son 51.000 millones de dólares de pérdidas anuales en promedio. Ha sido una guerra criminal, despiadada, inhumana.

Los 258.095 millones de dólares corresponden a lo que hemos dejado de producir estos 5 años (233.182 millones de dólares) más el dinero que nos tienen retenido y bloqueado en el sistema financiero internacional incluyendo los activos de Citgo y el oro que está en Inglaterra (24.913 millones de dólares).

El imperialismo nos ha sabido golpear, y lo ha hecho de manera precisa, ha apuntado al corazón de cualquier economía, las exportaciones y la moneda. Es la combinación perfecta de dos armas para asfixiar a los pueblos. Ellos lo saben, no por casualidad son parte esencial de sus históricos manuales de guerra no convencional.

De los 233.182 millones de dólares que hemos dejado de producir, 58.842 millones han sido consecuencia directa de la caída de las exportaciones que, en nuestro país son histórica y principalmente (95%) petroleras. Comenzaron manipulando los precios del petróleo que, por primera vez en la historia cayeron durante 4 años consecutivos, pasaron de 103,46 US$/barril en 2012 a 34,02 US$/barril en 2016. A partir de 2017 comenzaron a recuperarse los precios de los hidrocarburos, pero recordemos que fue ese año cuando Donald

Trump oficializó el bloqueo contra Pdvsa y emitió la Orden Ejecutiva 13.808 contra la industria petrolera, lo cual ha implicado no solo la dificultad para colocar nuestro petróleo en los mercados internacionales, sino también y sobre todo para importar la materia prima y la tecnología afectando directamente los niveles de producción que han caído 76% desde el 2017, pasando de 2.372.000 a 568.000 barriles diarios (Opep).

En Venezuela, como en cualquier país del mundo, las exportaciones impactan directamente sobre los niveles de producción, y no nos referimos exclusivamente a la caída de la producción petrolera que corresponde solo al 15% del PIB, sino al resto de la producción nacional debido a que, al disminuir las exportaciones disminuye el ingreso de divisas al país y, por lo tanto, la posibilidad de importar insumos, materias primas, repuestos y tecnología para la producción no petrolera. Entre 2016 y 2020 hemos dejado de exportar US$ 98.526 millones como consecuencia del bloqueo a Pdvsa que, aunado a la mala gestión y a la corrupción dentro de la industria, ha implicado US$ 58.842 millones menos de producción nacional entre 2016 y 2020.

Los otros US$ 174.339 millones que hemos dejado de producir entre 2016 y 2020 están explicados por el ataque al bolívar, el arma más poderosa en cualquier guerra económica la cual develamos en 2016 cuando publicamos el libro “La mano visible del mercado. Guerra económica en Venezuela”. Arma que fue posteriormente, en 2019, confesada por el senador estadounidense, Richard Black.

Recordamos cómo actúa esta arma letal y cuál es la secuencia en el ataque:

1) El imperialismo manipula el tipo de cambio del bolívar con respecto al dólar a través de los medios de comunicación, portales web y redes sociales, induciendo la depreciación de nuestra moneda. Desde el 2013 hasta hoy han atacado 5.178.365.937.759% nuestro bolívar: en 2013 dábamos 8,69 BsF/US$ y hoy debemos dar 450.000.000.000 BsF/US$ (equivalente a 4,5 BsD/US$). El ataque ha sido sin duda criminal. No hay manera de explicar con teorías económicas dicha “depreciación”, los números no dan, la explicación es política, y más que política, de guerra, ha sido una vil manipulación por la vía de la alteración de la escala monetaria.

2) El mayor tipo de cambio, aunque sea ficticio, sirve de referencia a los industriales y comerciantes para fijar el precio en bolívares de las mercancías induciendo una inflación de 671.045.856.034% entre enero de 2013 y octubre de 2021 (BCV).

3) Como el salario mínimo legal solo ha aumentado 16.867.469.780% durante el mismo período, el poder adquisitivo de la clase obrera, que somos el 95% de la población ocupada se ha pulverizado 99%, al punto que, mientras la canasta básica tiene un precio de 1.727 BsD, el salario mínimo sigue en 7 BsD. Esta situación ha implicado una caída de la cantidad de bienes y servicios demandados. Según el BCV entre 2014 y 2018 el consumo de los hogares cayó 50%. Muy probablemente la caída ha sido mayor a la fecha de hoy. Por ello la importancia de que los salarios aumenten en la misma proporción que los precios de los bienes y servicios de manera de evitar la pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores, y la necesidad entonces de la indexación para neutralizar el efecto del ataque al bolívar.

4) Debido a que el presupuesto de gasto público para la salud, educación, transporte, servicios básicos, etc, se aprueba en bolívares y no se ajusta cada vez que aumentan los precios, se genera una insuficiencia presupuestaria que incide en el desempeño y la calidad de los servicios que presta la administración pública, haciendo que dicho costo, de paso, recaiga sobre los hogares venezolanos. El gasto público en 2013 representaba el 33% del PIB, hoy no llega al 3%, lo que también ha implicado una caída de las cantidades demandadas por parte de la administración pública, que según el BCV ha sido del 30% entre 2013 y 2018, seguramente mayor hasta la fecha de hoy. Aquí la necesidad de indexar el presupuesto de gasto de la administración pública.

5) Tanto la caída de las cantidades demandadas de bienes por parte de los hogares como por parte del gobierno (según el BCV ha sido de 62% entre 2013 y 2018) ha obligado a los oferentes, dueños de las empresas, a reducir los niveles de producción porque no tienen quién les compre su mercancía, es por ello que se ha dejado de producir US$ 174.339 millones entre 2016 y 2020, consecuencia, por una parte, del ataque al bolívar que ha inducido la inflación y por la otra, del no ajuste proporcional del salario y del gasto público.

El problema central no son los US$ 233.182 millones de dólares que no se han producido como consecuencia de la guerra, sino lo que ese monto significa para cada mujer, hombre, niño y anciano venezolanos en su día a día, en su buen vivir que es lo que, en definitiva, le interesa afectar al imperialismo.

El problema central es que, a pesar de que estamos produciendo menos y que la torta a repartir es menor, ésta se está distribuyendo de manera cada vez más desigual entre trabajadores y burgueses debido, justamente, a que mientras los precios aumentan el salario nominal y el gasto público se ha mantenido congelado. Según el BCV en 2014 la burguesía se apropiaba del 31% del PIB y los trabajadores del 36%, mientras que en 2017 los porcentajes fueron 50% y 18% respectivamente. Desigualdad que es la causa determinante de la pobreza. Más allá de los números, esa es la afectación que verdaderamente importa y preocupa.

Tomado de: América Latina en movimiento

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John Huston y el amanecer del cine «noir». A 80 años de ‘El halcón maltés’

Fotograma del filme El halcón maltés (Estados Unidos, 1941) de John Huston

Por Moisés Elías Fuentes

El mismo año de 1941 en que dirigió su primer filme, John Huston había trabajado como guionista adaptador de ‘Su último refugio’, de Raoul Walsh y ‘El sargento York’, de Howard Hawks, dos veteranos pioneros de la industria, con quienes aprendió los aspectos artesanales del cine y la construcción de una voz personal, capaz de habérselas con las búsquedas formales del director como artista, a la vez que con las exigencias comerciales de los jerarcas de la industria cinematográfica.

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Hijo de Walter Huston, actor secundario que se inició en el cine silente, John Huston nació el 6 de agosto de 1906 y todavía joven, a través de su padre, entró a la industria, lo que le permitió conocer la realización cinematográfica hasta en su detalles mínimos, experiencia que, a partir de 1941, convirtió en filmes libres de efectismos miopes o academicismos hieráticos y sí, en cambio, plenos de una enorme inspiración artística de la que son testimonios Cayo Largo, La jungla de asfalto, Moby Dick, Los inadaptados y El hombre que sería rey, títulos imprescindibles en una carrera no exenta de altibajos, pero que, en su conjunto, se erige por derecho propio en una de las más brillantes de la historia del cine estadunidense, como se corrobora en ese digno epílogo a su obra fílmica que es Los muertos, adaptación del relato homónimo de James Joyce que el cineasta dirigió, arrasado por el enfisema pulmonar, poco antes de su muerte, acaecida el 28 de agosto de 1987.

Curtido por ese fogueo, Huston emprendió la filmación de El halcón maltés (The Maltese Falcon), adaptación al cine de la novela homónima de Dashiell Hammett publicada en 1930, que ya había sido llevada a la gran pantalla en dos ocasiones anteriores, con muy malos resultados, debidos sobre todo a la ligereza con que abordaron el intrincado argumento de Hammett, cargado de una violencia física, erótica y emocional que retaba la doble moral de la sociedad estadunidense, capaz de imponer un implacable código de censura, el Hays, para controlar el discurso cinematográfico, al tiempo que de voltear la vista ante el feroz racismo desatado contra las comunidades afrodescendientes e imperante en casi todo el país.

Realizador aguzado, Huston sí valoró la riqueza contestataria de la novela de Hammett, además de las posibilidades de experimentación visual que ofrecía, lo que le permitió elaborar una narrativa que no sólo asimiló las enseñanzas del cine policial y de gánsters que predominó durante las décadas de 1920 y 1930, sino que sentó las bases para la emergencia del cine negro, el noir y su sórdida visión de la gente común de la vida diaria, empujada por sus pasiones, ambiciones y obsesiones al crimen, el asesinato y la muerte.

Colaborador de los experimentados Walsh y Hawks, según apunté líneas arriba, Huston también aprendió de ambos cómo presentar personajes con personalidades bien definidas, quiero decir, no prototípicos sino dúctiles, con lo que dio paso a hombres y mujeres impredecibles en quienes se equilibran, de modo por demás perturbador, el individualismo y la solidaridad, el despropósito y la mesura, la lascivia y la templanza.

Cuando emprendió la dirección de El halcón maltés, Huston supo aprovechar su principal desventaja, la de ser un realizador debutante, lo que le relegó al cine serie B, pero que, en compensación, le otorgó una libertad discursiva y estética poco usual en el cine de alto presupuesto. Fue en ese ámbito de restricción económica que Huston desenvolvió un discurso signado por la influencia del cine expresionista alemán, los diálogos rápidos y agudos, la tensión sexual, el egoísmo y la ambigüedad moral.

Gracias a la paradójica libertad del bajo presupuesto, Huston reunió un grupo de actores de primer orden, aunque todos marginados, entre los que destacan los cuatro principales: Humphrey Bogart (el detective Sam Spade), Mary Astor (Brigid O’Shaughnessy), Peter Lorre (Joel Cairo) y Sidney Greenstreet (Kasper Gutman), quienes reprodujeron y aun exasperaron la relación tóxica, agresiva e inmoral de los personajes, planteada por Hammett en la novela. Y no sólo esto, sino que plasmaron las particularidades de las interacciones de los personajes entre sí, lo que alcanza su mayor cota en el enfrentamiento intelectual y emocional entablado entre Spade y Gutman, creación exclusiva de Bogart y Greenstreet, quienes sacaron lo mejor de sus experiencias (en el cine, el primero; en el teatro, el segundo), logrando uno de los duelos actorales más memorables en la historia del cine.

Actor secundario como lo fue su padre, John Huston entendía muy bien la correlación entre los actores y la imagen fílmica, por lo que se apoyó en la fotografía del veterano Arthur Edeson, seguidor del expresionismo alemán, para desarrollar una narrativa visual desconcertante: parca en cuanto a planos (planos medios, americanos, en picada y contrapicada, primeros planos, algunos generales) e iluminación (claroscuro y luces discretas), con estos elementos Edeson creó una atmósfera asimétrica, colmada de desproporciones, todo el tiempo amenazante, que ayudó a los actores para proyectar la marginalidad social de los personajes y su soledad interior.

Limitado por el presupuesto, como señalé antes, Huston ubicó las acciones en espacios cerrados que, si por un lado permitieron a Edeson el desarrollo de la atmósfera visual, por otro, sirvieron al director de arte Robert M. Haas para construir una escenografía que oscila entre la claustrofobia y el ocultamiento, austera e inmóvil, en desasosegante consonancia con el elegante pero serio vestuario del diseñador Orry Kelly.

Fueron estos los elementos que cohesionó Thomas Richards, editor con gran dominio de oficio, en un magistral trabajo donde armonizó el montaje narrativo, netamente lineal, con el expresivo y el ideológico, armonía de la que deriva el agilísimo ritmo de una película que, más que por la acción física, se distingue por la profusión de los diálogos, a los que Richards y Huston grabaron de la violencia implícita y la enorme fuerza expresiva que hicieron de la novela de Hammett una obra perturbadoramente seductora.

Seducción perturbadora que el filme acrecentó al dejar entrever las contradicciones que jalonaban a la sociedad estadunidense al inicio de la década de los cuarenta, tan lejos de la fantasía de riqueza sin esfuerzo que había prevalecido a lo largo de la década de los veinte (los locos veintes con sus clubes clandestinos en los que se escanciaba licor de contrabando a los millonarios instantáneos y la música jazz marcaba el ritmo de la felicidad), y, en cambio, cerca todavía de la Gran Depresión de 1929, que borró de golpe la ilusión de la bonanza perpetua y lanzó a los ciudadanos y ciudadanas de a pie a la década de los treinta con sus amarguras y estrecheces, que no se acallaban ni con las síncopas del swing jazz.

En cambio, los y las estadunidenses de 1940 entraban a una década enigmática, iluminada por la estabilidad económica, pero ensombrecida por la corrupción de la élite financiera y parte de la clase política y el avance ineludible de la segunda guerra mundial. Ante tal incertidumbre, el prolífico músico Adolph Deutsch optó por una partitura en la que campean instrumentos de viento de tonos oscuros, acompañados aquí y allá por los sonidos reflexivos de violonchelos y violines. Una partitura sombría y amenazante, como la década.

Es la atmósfera en que se desenvuelve El halcón maltés, mundillo habitado por hombres y mujeres comunes, decididos a cualquier perversidad con tal de forzar la entrada al paraíso monetario de los pocos. Pero, también, mundillo habitado por Sam Spade, antihéroe cínico e individualista y, a pesar de ello, con una ética personal inalterable, que antepone la justicia a sus propios sentimientos amorosos, lo que hace con Brigid, esa encantadora mujer que, desde su primera aparición, se erige en su complemento y su némesis, su anhelo y su conciencia de la irrealidad de los sueños. Es la atmósfera de El halcón maltés en la adaptación de John Huston, filme que arriba a sus ochenta años tan propositivo, contestatario e insurrecto como en aquel axial 1941 en que se encontró por primera vez con el público.

Tomado de: La Jornada Semanal

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Entrevista con el vampiro

Por Frank Padrón

La saga Drácula ha contado en el cine con una variopinta plasmación a través del tiempo, desde el surgimiento de la primera adaptación que inspiró la novela concebida por Bram Stoker en 1897, hace nada menos que 90 años (aunque se ha hablado de escenas conservadas de una cinta muda en los inicios del cine a fines del siglo xix), por el actor que encarnó al diabólico conde rumano durante no pocos años y títulos: el austrohúngaro Béla Lugosi, quien lo había estrenado en Broadway en 1927.

Desde esas lejanas plasmaciones del eterno vampiro ―con umbrales como Bram Stoker’s Dracula (1992) de Coppola, cuyo alarde de fidelidad lo llevó a involucrar al autor literario al propio título; La leyenda jamás contada (2014), del debutante Gary Shore; o los animados en 3D de la extendida Hotel Transilvania (2014-2021)― hasta la ya anunciada que dirigirá la china Cloé Zhao y que vestirá al monstruo de… cowboy), el rostro emblemático que ficha el imaginario en torno al también llamado en la pantalla Nosferatu ha sido el del actor y músico británico Christopher Lee (1922-2015 ), quien lo inmortalizara doblemente mediante decenas de filmes.

Justamente uno de esos fue programado en el espacio de lunes alternos Historia del cine (Cubavisión), Los ritos satánicos de Drácula (1973). En el programa el guionista y presentador Carlos Galiano tuvo a bien programar una tan breve como informativa entrevista con el célebre y prolífico actor, que incluso ya anciano se mantuviera activo en el cine, con títulos tales como El señor de los anillos, y en la que rinde homenaje a su predecesor Lugosi como lo hace en el propio filme a través de una réplica del anillo que aquel usara en sus obras.

Dirigida por Alan Gibson, esta vez el vampiro redivivo se oculta en una trasnacional que sustituye su gótico palacio y donde elabora una vacuna con otra peste bubónica que contagiará al mundo hasta provocar el fin. Su eterno enemigo, el científico Van Helsing ―otro que ha protagonizado más de un filme cazando no solo al monstruo de marras―, se opondrá nuevamente a él mientras se entera de que su sobrina y ayudante ha sido raptada con el propósito de que acompañe a Drácula en su apocalíptico plan.

La película es un collage de terror, ocultismo, espionaje, mística y aventuras, unidas por supuesto al vampirismo, muy al gusto setentero, que no acaba de resolver su tono, con unas escenas de las mujeres que eran raptadas para ser “convertidas” que hoy resultan patéticas.

También hay recursos muy facilistas y gratuitos, como esas “armas” siempre a mano de quienes se enfrentan a los engendros diabólicos: estacas, cruces y hasta finalmente un bosque de espinas que sirve de tiro de gracia al protagonista, quien, dicho sea de paso, no tiene aquí demasiado lucimiento, al punto de que casi implica una “actuación especial” del siempre, no obstante, respetable Lee.

Bien resuelta a nivel técnico para la época, con efectos funcionales y una puesta en pantalla decorosa, Los ritos… cuenta con un elenco notable que, además de quien asume al personaje central, incluye a Peter Cushing, Freddie Jones, Joanna Lumley, Michael Coles y William Franklyn, aunque en desempeños más bien desangelados .

Un filme para coleccionistas, aunque diste de clasificar entre lo mejor de la saga Drácula.

Tomado de: Cubacine

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La influencia de Kafka y el expresionismo en el cine y la literatura

Fotograma del filme La lista de Schindler (Estados Unidos,1993) de Steven Spielberg

Por Javier Quirce

La repercusión de la obra de Kafka en el cine y la literatura son enormes, sobre todo en autores posteriores tan relevantes como Camus, Borges, Hitchcock o Welles, que sin sus enigmas y juegos de espejos, nunca hubieran alcanzado tal profundidad narrativa y filosófica ni tampoco el reflejo de esa terrible soledad y drama que le espera al ser humano moderno.

Podemos encontrar innumerables artículos y reflexiones sobre la obra e inmensa influencia posterior que Franz Kafka dejó. Uno de esos casos de la literatura en que parece que la crítica supera a la propia obra. Hay varias teorías que apuntan a que la obra de Kafka consiste en pequeños dramas o pesadillas como dice Borges; o más bien en comedia tal y como opina García Márquez; o quizás en una crítica a la burocracia con tintes anarquistas, línea política que el escritor siguió en su juventud.

Antecedentes. El expresionismo y las sombras que tomaron Europa

A principios del siglo XIX, un Francisco de Goya mayor y enfermo, se pasea por su Quinta del Sordo en Madrid y comienza su colección de pinturas negras, un universo repleto de oscuridad, brujas y espíritus, con Saturno devorando a su hijo (1819-1823) como obra clave, sin sospechar quizás que estaba iniciando uno de los movimientos artísticos más importantes de la historia del arte.

Años después llega la novela victoriana desde Inglaterra, con la obra de Charles Dickens y su crítica a la nueva sociedad industrial. También otros títulos como Frankenstein (1818) de Mary Shelley, El extraño caso de Doctor Jekill y Mister Hyde (1886) de Stevenson, El retrato de Dorian Gray (1890) de Oscar Wilde o Drácula (1897) de Bram Stoker. En una evolución de la novela hacia una dudosa moralidad y un marcado gusto por lo gótico, lo siniestro y la profundidad del alma humana.

Charles Baudelaire eleva en Francia el simbolismo poético con Las flores del mal (1857), y al otro lado del Atlántico, Edgar Allan Poe -a quien el poeta francés denominaba su hermano oscuro- entrega sus primeros relatos de terror a varias revistas americanas.

Schopenhauer y El mundo como voluntad y representación (1819) dan un nuevo enfoque a la filosofía occidental, y al poco tiempo, Nietzsche y Freud remueven la conciencia de Europa, uno con su concepto de Superhombre, un nuevo ser humano no sometido a las limitaciones morales, y el otro, ya a finales del siglo XIX, con su psicoanálisis.

El proceso (1925) de Franz Kafka, una de sus obras capitales

Las raíces judías de Kafka tienen una clara repercusión en su obra, como por ejemplo sus reflexiones morales y religiosas con respecto al concepto de culpa, sobre todo en dos de sus obras más destacadas: El proceso (1925) y el relato La metamorfosis (1915). Algo que ya hizo previamente Dostoyevski con su atormentado estudiante de San Petesburgo Ralskolnikov en Crimen y Castigo (1866).

El proceso, es considerado como una de las novelas cumbre de la literatura universal. Basada en un cuento anterior llamado Ante la ley, nos cuenta la historia del alter ego del escritor Josef K. que es acusado a lo largo de la novela de un crimen que no sabe si ha cometido. Sombras alargadas, funcionarios tenebrosos, despachos oscuros, mujeres enigmáticas y una angustia existencial constante arrastran al lector de esta novela a un sin fin de preguntas.

Todas estas temáticas coinciden con las obras de sus contemporáneos del cine alemán, con Robert Wiene y El gabiniete del Doctor Caligari (1920), Fritz Lang y su Metropolis (1927) y Murnau con Nosferatu (1922). Películas en las que, como en la novela, predominan las sombras, los paisajes con edificios y oficinas envueltas en tinieblas y personajes con rasgos muy marcados.

El arte siempre tiene que ver

La tendencia expresionista contemporánea al cine y la literatura proviene de la corriente pictórica del grupo de artistas de El jinete azul en Múnich, con Kandinsky y Franz Marc; también con pintores de El puente de Dresden como Emil Nolde; y luego, por supuesto, los desgarradores paisajes y autorretratos de Egon Schiele desde Austria. Al mismo tiempo llegan también los primeros campos de color de Paul Klee, con referencias al arte gótico y medieval y el uso de colores con distintos significados.

Sabemos también que años después Adolf Hitler, acomplejado por su expulsión de la escuela pictórica de Viena, persiguió después ferozmente a todos los pintores expresionistas y quemó buena parte de sus obras, las que denominó «arte degenerado». Sea como sea, el expresionismo, con sus sombras alargadas, sus paisajes tenebrosos y la novela El proceso con su trágico final, parece que pronosticaban de alguna forma la pesadilla que viviría Europa con el Nacionalsocialismo y la Segunda Guerra Mundial.

Hay una réplica en España de esta tendencia en Luces de bohemia (1924) de Valle-Inclán, obra con la que iniciaba el esperpento. En ella tenemos a Max Estrella, poeta ciego y pobre durante su última noche en Madrid. La podríamos denominar como una versión española del expresionismo, además, simboliza muy bien el espíritu decadente de la época.

La influencia de Kafka en el cine

En cuanto a la influencia de estas tinieblas expresionistas en el cine, es más que evidente en títulos posteriores. Todos los grandes directores han sido grandes lectores, y Alfred Hitchcock no es una excepción. Ávido lector desde joven, devora novela del siglo XIX, con Henry James a la cabeza y su historia de fantasmas Otra vuelta de tuerca (1898), en lo que podríamos denominar como el inicio de la intriga y el suspense. Hitchcock frecuenta también a Patricia Highsmith y Extraños en un tren (1951) y luego lee también con ardor a Kafka.

Las claras referencias kafkianas, como el recurrente tema de la sospecha o de la culpa constante sobre el protagonista en películas como Rebeca (1942), Sospecha (1941) o Con la muerte en los talones (1959), son más que evidentes. Parece que Hitchcock recoge también de Kafka su tendencia a desarrollar mujeres enigmáticas, algo muy visto también en el cine negro y policiaco. Como la famosa femme fatale, la Kim Novak de Vértigo (1958) como claro ejemplo.

En 1962 llega un director con la capacidad, sensibilidad e inteligencia necesarias para llevar a cabo la adaptación cinematográfica de El proceso, el genuino Orson Welles. Con Anthony Perkins en uno de su grandes papeles -el también Norman Bates de Psicosis (1959)-. Largas sombras, diálogos interminables y una angustia constante para el espectador reflejan de forma impecable en el cine la obra de Kafka. Temática y atmósfera que se repiten en El tercer hombre (1949) de Carol Reed. Junto a la música de Anton Karas y esas sombrías calles de Viena, es considerado por algunos como el primer thriller de la historia. Podemos decir en este caso que la atmósfera de intriga en la obra de Kafka, también parece que tenga cierta repercusión en las películas y literatura de espías, temática que la guerra fría no hizo más que alimentar.

De claros tintes expresionistas, es también la fotografía de la primero incomprendida y luego glorificada La noche del cazador (1955) de Charles Laughton. Una cinta americana pero que mira constantemente a Europa. Un cuento infantil protagonizado por un siniestro reverendo, interpretado de forma magistral por Robert Mitchum y ese reflejo que le acompaña de sombras alargadas. Cabe destacar la influencia de movimientos artísticos como la Escuela de Nueva York y el action paiting del expresionismo abstracto americano, con Jackson Pollock a la cabeza.

Damos un salto aterrizando en la era moderna, a finales de los ochenta, mientras un joven Basquiat pintaba grafitis en Nueva York, comenzaba la carrera del director danés Lars von Trier. Heredero del dramaturgo Henrik Ibsen y de los cineastas Bergman y Tarkovsky.

Parece que todas sus películas buscan provocar un grito en el espectador, como el del cuadro de Munch. Con numerosas referencias cinematográficas, literarias y pictóricas, toda la obra de Lars von Trier, desde títulos como Europa (1991), con ese hombre que viaja por un tren en la Alemania de la posguerra, a esa enorme reflexión religiosa que se llama Rompiendo las olas (1996), Dogville (2003) o Melancolía (2011), von Trier repite constantemente la norma del personaje atormentado y solitario, tanto en papeles masculinos como femeninos, que se enfrenta solo a una sociedad fría, déspota y cruel, lo que es a su vez uno de los principales leitmotiv de la obra de Kafka, con claras referencias religiosas y existenciales.

Es también reseñable la fotografía de La lista de Schindler (1993) de Steven Spielberg, con ese blanco y negro únicamente roto con las secuencias de la niña judía de vestido rojo en el gueto de Cracovia. Junto a la inolvidable música de John Williams, la película recoge de nuevo la atmósfera de la época en esa vieja y castigada Alemania en guerra.

Heredera del estilo gótico y de una línea de cómics cada vez más oscuros, llegan el Batman de Tim Burton (1989), El caballero oscuro (2008) de Christopher Nolan y el último y aclamado Joker (2019) de Todd Phillips. Películas donde aparecen de nuevo esas sombras alargadas y cuerpos de rasgos marcados y de movimientos desgarradores, muy aconsejable para representar personajes atormentados que recuerdan inevitablemente a los autorretratos del Austriaco Egon Schiele.

Tomado de: Cultugrafía

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Miles de millones de dólares para recolonizar a Cuba: Una obsesión de Estados Unidos que perdura en el tiempo

Por Abel González Santamaría

Nuevamente suenan los tambores de la Guerra No Convencional de Estados Unidos contra Cuba, con la organización y financiamiento de una marcha contrarrevolucionaria por las calles del país el próximo 15 de noviembre. Forma parte de la misma operación político-comunicacional que tuvo su máxima expresión en los hechos del 11 de julio y que emplea como principal plataforma las redes sociales en internet.

¿Quién financia las acciones subversivas y a cuánto ascienden las sumas invertidas?

Recientemente el gobierno del presidente estadounidense Joe Biden solicitó al Congreso para su presupuesto de 2022 la cifra de 20 millones de dólares para los denominados programas dirigidos a «promover la democracia en Cuba», y casi 13 millones para las transmisiones ilegales de radio y televisión, mal llamadas Radio y TV Martí. Exactamente el mismo monto que para el 2021 solicitó la Administración de Donald Trump.

Desde 1996 y hasta el 2021, el Congreso norteamericano asignó alrededor de 404 millones de dólares para los programas de «democracia» [1] Estos fondos se han ejecutado a través del Departamento de Estado, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) y la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés).

Con la «Ley de Libertad y Solidaridad Democrática con Cuba», conocida como Ley Helms Burton de 1996, para provocar el cambio del sistema político y económico cubano, se internacionalizó el bloqueo y codificó los programas subversivos contra la nación, al establecer la obligación de otorgar financiamiento para su ejecución. En el documento se declaran abiertamente dos componentes fundamentales de su estrategia de Guerra No Convencional: la guerra económica y la guerra ideológica.

Desde entonces, cada gobierno estadounidense -sea republicano o demócrata- han empleado esos fondos, que como promedio se mueve entre los diez y 20 millones de dólares anuales. Los programas los opera bajo la Sección 109 de la Ley Helms-Burton, que «autoriza al Presidente a prestar asistencia y otros tipos de apoyo a personas y organizaciones no gubernamentales independientes en favor de los esfuerzos de democratización de Cuba».

A lo apuntado en la Sección 109, se le añade la Sección 115 donde se declaran «lícitas las acciones de inteligencia contra Cuba, para cumplir los propósitos del bloqueo». Por tanto, los millones de dólares invertidos para la subversión interna, no incluye los gastos de la Comunidad de Inteligencia contra Cuba, que se calcula también son millonarios.

Asimismo, desde 1984 y hasta el 2021, el Congreso estadounidense asignó cerca de 945 millones de dólares para las transmisiones ilegales de Radio y TV Martí. [2] Por tanto, si lo sumamos a los 404 millones invertidos en los programas «democracia», se puede asegurar que en los últimos 35 años el presupuesto del gobierno de Estados Unidos contra Cuba en materia de Subversión Política e Ideológica suma 1 349 millones de dólares, y si agregamos las partidas de la Comunidad de Inteligencia que tienen carácter secreto, se puede aseverar que los gastos ascienden a miles de millones de dólares para destruir la Revolución Cubana.

¿Cuáles son los orígenes de la subversión norteamericana contra Cuba?

Hace más de dos siglos de forma sostenida, la Mayor de las Antillas ha sido utilizada por los grupos de poder estadounidenses como «balón de ensayo» de sus proyectos hegemónicos, expansionistas y subversivos. Un precedente importante lo constituye el pensamiento geopolítico de los principales exponentes de los grupos de poder, destacándose entre ellos los primeros gobernantes conocidos como los «Padres Fundadores».

Uno de los precursores de esa posición fue Thomas Jefferson, quien había redactado la Declaración de Independencia y fue el tercer presidente estadounidense. Se reconoce como el primer gobernante que ideó la anexión de Cuba a Estados Unidos, cuyo testimonio resulta bastante revelador:

«Aunque con alguna dificultad (España), consentirá también en que se agregue Cuba a nuestra Unión, a fin de que no ayudemos a Méjico y las demás provincias. Eso sería un buen precio. Entonces yo haría levantar en la parte más remota al sur de la Isla una columna que llevase la inscripción NE PLUS ULTRA (no más allá), como para indicar que allí estaría el límite, de donde no podía pasarse, de nuestras adquisiciones en ese rumbo […] Yo estoy persuadido de que nunca ha habido una Constitución tan bien calculada como la nuestra para poner en armonía un extenso imperio con el principio del gobierno propio». [3]

Esa proyección se mantuvo invariablemente en el tiempo y aplicaron diversas fórmulas para apoderarse de Cuba–desde la compra de la Isla a España ofreciendo millones de dólares hasta la intervención militar. En 1898 lograron materializar por la fuerza sus ambiciones sobre el Archipiélago, sometido posteriormente durante 60 años al dominio imperial que intentó americanizar la sociedad cubana.

El triunfo de la Revolución en 1959 y su posterior carácter socialista, constituyó un duro golpe a la geopolítica estadounidense, al verse afectada por primera vez en la historia la hegemonía hacia América Latina y el Caribe, considerada despectivamente como su «patio trasero». A partir de entonces, los programas subversivos adquirieron otro carácter, que incluía acciones terroristas, como planes de atentados y acciones violentas en las ciudades cubanas. Millones y millones de dólares han empleado para recolonizar a Cuba.

Las evidencias históricas así lo confirman: intentos de compra y anexión; intervención armada y ocupación militar; imposición de un apéndice de la Constitución; usurpación de su territorio e instalación de una base militar permanente; establecimiento de regímenes dictatoriales; realización de acciones de sabotajes; introducción de plagas y enfermedades; organización de atentados contra sus principales dirigentes; múltiples acciones terroristas con un saldo de miles de víctimas mortales e incapacitados; aislamiento político internacional y regional; bloqueo económico, comercial y financiero; ruptura de las relaciones diplomáticas; creación y apoyo a bandas armadas; transmisiones radiales y televisivas ilegales; ejecución de programas subversivos financiados con miles de millones de dólares, los que invierten en la actualidad en las redes sociales de internet para sembrar el odio y la división entre los cubanos.

¿Se puede valorar la pretendida marcha del 15 de noviembre como un hecho aislado?

Existen evidencias denunciadas por Cuba de la complicidad del gobierno de Estados Unidos en la preparación y financiamiento de los promotores de la marcha, como parte de sus programas de «democracia». Persisten algunos factores que indican su organización y la certeza que será otro proyecto subversivo destinado al fracaso, entre ellos:

  1. Es declarada ilegal por las autoridades cubanas porque viola varios artículos de la Constitución de la República.
  2. Ante la insistencia de los operadores políticos de ejecutarla, se realiza un apercibimiento de la Fiscalía donde advierte las consecuencias legales para sus promotores.
  3. Existe una conexión entre los promotores y la extrema derecha anticubana radicada en Estados Unidos, con el objetivo de generar disturbios al igual que el 11 de julio.
  4. Quieren desarrollarla cuando el país está controlando la pandemia de la COVID-19, decide abrir sus fronteras internacionales y los niños iniciarán el curso escolar.
  5. De manera abierta el gobierno estadounidense amenazó con sancionar a Cuba si sus autoridades actúan sobre los promotores de esta marcha, lo que demuestra su complicidad en la organización y financiamiento.

Pero más allá de esos factores, se debe tener en cuenta que la obsesión de Estados Unidos para establecer el NE PLUS ULTRA y recolonizar a Cuba perdura en el tiempo. La esencia del conflicto bilateral entre ambos países se mantiene invariable: recuperar la dominación sobre la Isla y transformar su sistema político, económico y social, contra la voluntad soberana del pueblo cubano de defender su independencia y mantener el Socialismo.

Fuentes:

[1] Véase las estadísticas que son publicadas por investigaciones del Congreso norteamericano en: Mark Sullivan: «Cuba: U.S. Policy in the 116th Congress, March 29, 2019», en: https://fas.org/sgp/crs/row/R45657.pdf y «Cuba: U.S. Policy in the 116th Congress and Through the Trump Administration, January 22, 2021», en: https://sgp.fas.org/crs/row/R45657.pdf.

[2] Ibídem.

[3] Véase fragmentos de la carta que envió Thomas Jefferson a su sucesor James Madison en 1809, citada en: José Antonio Saco: Contra la anexión, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1974, p. 325.

Tomado de: Cubadebate

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Tomar distancia de todo lo inhumano

Por Silvio Rodríguez

La estrategia de Obama para mí siempre estuvo clara: “no le combatas, acércate a tu enemigo e inflúyelo”. Podremos ponerle los epítetos que queramos, pero sin dudas fue la política más pacífica, la menos cruenta de todos los presidentes norteamericanos que nos tocaron después de 1959. Por otra parte, de la misma forma que becar y hospedar en casas de personas de nivel medio, en los Estados Unidos, puede hacer pensar diferente a un joven que desde niño sólo conoce nuestra realidad —de ventajas sociales y carencias materiales—, visitar a Cuba, para un joven norteamericano, puede significar un gran cambio de mentalidad respecto a lo que desde niño oyó y leyó sobre nosotros.

Por eso siempre he dicho que, en el intercambio de influencias pueblo a pueblo, teníamos las de ganar. El porqué es sencillo. Por nuestra parte siempre hemos sabido que en los Estados Unidos materialmente se vive mucho mejor que en Cuba. En tal sentido no hay sorpresas para el ciudadano nuestro que pase por allá. Pero para los que sí habría sorpresas, y muchas, sería para los ciudadanos norteamericanos, cuando descubrieran la calidad solidaria de nuestro pueblo, a pesar de sus carencias. Y no iban a tener que leer editoriales que pululan en nuestra prensa, escrita o televisiva; bastaría vivir un poco entre nosotros para enterarse de los efectos del bloqueo al que sus dirigentes nos someten desde hace más de seis décadas.

La CIA, la USAID, Soros y el copón bendito anglosajón saben eso, y se lo vienen advirtiendo a todos los presidentes norteamericanos: si nos abrimos con Cuba, la perdemos. Los primeros que lo saben son los ultraderechosos políticos de la Florida, herederos de los esbirros de Batista. Por eso han creado el monstruo propagandístico que re-edita, generación tras generación, una feroz ideología anticastrista, hija del anticomunismo macarthista. Este monstruo, alimentado durante 6 décadas, ya es un factor electoral a veces determinante, como se ha comprobado. Por todo esto se recrudecen las presiones a Cuba. Mucho más cuando, a pesar de nuestra lamentable realidad económica, somos el único país del tercer mundo que ha creado sus propias vacunas contra la Covid19.

Respecto a nuestra realidad interna, siempre he dicho que no fuimos lo que íbamos a ser, fuera eso lo que fuera, sino lo que el conglomerado de presiones externas y capacidades propias nos ha permitido.

No tiene sentido llorar o lamentarse. La realidad es la realidad. Y si la queremos mejor no se puede empezar ignorándola o sacando conclusiones parciales. La justicia social, la ejemplaridad moral y cívica también pasa por comprender y asumir lo que genera lo complejo. No olvidemos el resultado de las presiones y/o represiones que atentan contra la impaciencia —virtud o defecto, según desde dónde se mire—. Hace 62 años que los más poderosos pretenden asfixiarnos. La mejor razón para tomar distancia de todo lo inhumano.

Comentario tomado de su blog: Segunda Cita

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Medio siglo con “Caliban”

Por Laidi Fernández de Juan

De pronto me llama Jaime: “Queríamos pedirte, porque se cumplen 50 años de la primera edición de…”. Entonces me quedo quieta, pasmada, muda, sin saber qué hacer, qué decir, cómo reaccionar. Ni siquiera atino a decidir si debo pronunciar alguna palabra. Siempre ocurre algo similar cuando mencionan tu nombre: aflora mi absoluta incapacidad para reaccionar de inmediato.

Hace mucho tiempo —tanto que parece una eternidad— yo esperaba el mejor momento para transmitirte lo que alguien necesitaba de ti y no se atrevía a pedirte directamente. Me fui convirtiendo en una especie de mediadora entre el mundo informal y tú. Mamá quedaba al margen de dichas intervenciones: su férrea costumbre de protegerte impedía ser elegida para el ejercicio de tal menester. Nuestra madre, ya se sabe, era impenetrable cuando de tus asuntos se trataba. Supongo que al principio mi juventud me hizo más accesible, unida a una jocosidad que todavía se me endilga, y a una supuesta ligereza —también asumida como natural. Quizás todo junto haya decidido el puesto de secretaria doméstica que me atribuyeron. Por una u otra razón se me acercaban las más disímiles criaturas para solicitar cualquier cosa que —no sé por qué— imaginaban que tú podrías satisfacer. Dramaturgos, escritores, reporteros, improvisados, jóvenes, extranjeros, alumnos, curiosos, vecinos, turistas, barrenderos, exnovios, maestras, secretarias, mensajeros, cantantes, amigos de amigos, ilustres, pobres diablos, funcionarios, consagrados, fotógrafos y desconocidos me llamaban o interrumpían mi paseo a través de mensajes o de terceras personas para pedirme algo. O sea, pedirte a ti. Desde una entrevista casual hasta la posibilidad de filmarte; desde una foto contigo en el parque hasta una conversación seria; desde una casa nueva hasta un visado para Groenlandia; desde una valoración de poemas hasta una loción para la sarna; desde criterios de danza clásica hasta opiniones del funcionamiento del transporte: las solicitudes más increíbles me (te) llegaban.

Algunas fueron descartadas ipso facto y no alcanzaron tus oídos, lo confieso. Recuerdo, por ejemplo, cierta vez que un señor entró a nuestro jardín en el momento en que yo arrastraba un bulto con pedazos de techo que recién se habían desplomado en el suelo de la cocina. Cuando yo me dirigía a la acera para que algún vecino me auxiliara, dicho señor penetró en nuestra entrada y me espetó: “Necesito que tu papá me resuelva dos sacos de cemento, porque se me está derrumbando la pared del baño”.

Ya para entonces yo era el enlace entre el universo no oficial y tú, de modo que tenía cierto entrenamiento. “¿Le servirán estos escombros?”, le dije mientras le mostraba los pedazos de bloques. “Es todo lo que podemos ofrecerle”, añadí. El hombre terminó por ayudarme a llegar hasta la esquina donde se depositan los desperdicios del barrio. “Perdón”, me dijo, “no sabía…”.

En otra ocasión fue una joven quien entró al jardín. “Quiero que tu padre lea este poemario mío y los publique en su revista”. Cuando me entregaba algo parecido a El Capital —pero más voluminoso—, añadió las palabras que definieron mi negativa a gestionar lo que me pedía. “No pude venir antes porque fui abducida por extraterrestres. Mira, fíjate en estas marcas que me dejaron los alienígenas en las muñecas”. Vi unas líneas que parecían pulseras, hechas con tinta de bolígrafo, en ambas manos. “No va a poder leer tanto, no le alcanza el tiempo. Lo lamento mucho —y le devolví el bulto de papeles—, pero si me traes un resumen, digamos, un tercio de este manuscrito, yo prometo que él leerá tus poemas”. Le regresé el paquete, y nunca volvió. Las gestiones que sí resultaron satisfechas no serán contadas. No solo por ser muchísimas, sino porque sería de mal gusto develarlas.

Lo cierto es que no me acostumbro a la idea de no tener a quién consultar. No existe persona que pueda acompañarme a decidir, y que, sobre todo, sea capaz de asumir peticiones variopintas. Ya el momento y el lugar adecuados dejaron de ser importantes. Y aunque no estés, sigues siendo evocación, presencia, preámbulo, excusa para acercarse a mí. Ahora mismo, cuando las escaseces pululan, no te imaginas los pedidos que recibo, como si no se acabara de entender que esta casa es igual al resto del barrio, incluso menos provista.

Un señor bastante mayor viene con cierta regularidad, y usa un bastón rudimentario, por más señas. Me dice “doctora”, me trata de “usted”, siempre me pide algo, y ofrece cada cosa que me resulta francamente simpático. No menciona tu nombre, pero él sabe. Según es fácil comprobar, se dedica a husmear en descampados, donde encuentra sabrá Dios qué cosas no del todo inservibles, aunque bastante ruinosas; algunas de las cuales me ofrece a cambio de los pedidos, como símbolo irredento de nuestra política del trueque. Por mucho que le diga que no necesito una revista Mar y pesca, ni latas oxidadas, ni sillas sin espaldar, ni mesas sin patas, ni retazos de cubrecamas, ni lámparas con moho y objetos por el estilo, me deja sus hallazgos en la reja. En un supuesto intercambio comparto con él jabones de baño, nasobucos sin estrenar, un poco de café, algún desodorante, alcohol desinfectante o medio pomo de analgésicos. Pocos días antes de la llamada de Jaime, el señor mayor del bastón me trajo un recorte de periódico donde apareces tú. “Esto lo busqué entre mis colegas del barrio que venden periódicos y se lo pedí. Es para usted”. El papel, bien antiguo, conserva la foto con nitidez aceptable. Estás riéndote. Eres joven y con cabellera negra. A cambio, le entregué al señor del bastón un abrigo de los tuyos, el beige. En la foto, tu chaqueta —que yo sé que era azul marino— se ve oscura, y del bolsillo de la izquierda asoman dos tabacos de aquellos que fumabas sentado en la sala, inundando toda la casa de aroma deliciosamente cubano. Sonreí al verte impreso, inamovible, en ese recorte. De golpe, me pareció escuchar tu risa de hombre feliz. Además, sentí otra vez el perfume que salía de tu boca cuando fumabas. ¿Recuerdas aquellos círculos que hacías con el humo, o mejor dicho, los aros de nube que lograbas arqueando los labios como si fueras un pez al momento de exhalar el vapor de tabaco? Así volví a verte. Y, una vez más, nos reímos juntos. Yo, porque trato de apresar los anillos que se van volando hacia el techo, hacia el cielo, hacia ese infinito donde estás ahora, mientras tú abandonas tu acrobacia labial de pez para carcajearte con mi inocencia. Yo revoloteo alrededor del inapresable último anillo, y tú te diviertes. Por eso ríes.

Me fijo en la fecha del periódico. Es 1971. Yo acabo de cumplir diez años, y tú estás escribiendo el ensayo cuya primera, exclusiva versión, me pide Jaime. Para encontrar tu mecanuscrito cumplí el ritual de imaginarte en la misma habitación donde lo escribiste. Me senté en la misma silla, recorrí con la mirada las mismas paredes, cerré la misma puerta. Te vi como en la única ocasión en que mamá me permitió entrar en este cuarto durante el tiempo que duró el parto de “Caliban”. Escribías en estado de gracia. Poseso, iluminado, apenas deteniéndote para comer algo frugal. Recuerdo esos días como si hubieran durado una eternidad. Mis diez años te echaban de menos, y por eso me permitieron asomarme un día. Había papeles por toda la habitación, en los libreros, en las sillas, en el suelo, regados, dispersos. Tú estabas sentado frente a la máquina de escribir, de espaldas a la puerta, y apenas me miraste. De una mesita recogí los platos con restos de la comida anterior, y deposité el bocadito que mamá me había dado para ti. Las teclas sonaban en la Olivetti con un ritmo desenfrenado, que no fue interrumpido en ningún momento de mi breve visita. Recuerdo que me asustó verte así. Me dolió que no me dijeras Poupeé ni recitaras uno de los poemas brevísimos que solías improvisar cuando me veías llegar. Eras otra persona, casi imposible de reconocer. Nunca más pedí verte durante ese siglo de dos semanas que ahora cumple 50 años. He leído varias veces ese ensayo tuyo, a lo largo de mi vida lo he consultado, y siempre descubro definiciones, orgullos, aprendizajes, pero no logro vincular la extrema lucidez de tus palabras con la imagen enfebrecida del momento en que las escribías. Los años han pasado, terribles, malvados, y me corresponde hurgar en tus archivos. Algo mágico debe existir en este estudio donde te refugiabas, digo yo, porque casi sin esforzarme, encuentro el envoltorio donde guardaste la primera versión. En un sobre amarillento están las más de 80 cuartillas de ese trabajo tuyo que tantas vueltas ha dado por el mundo. Tu letra (entonces delineada, aún armónica, casi perfecta) señala que es ese y no otro el contenido. “‘Caliban’ revisado” dice. Lo abro, salen las páginas, se desgajan y me sorprenden. Mis ojos se divierten con tus anotaciones al margen. Celebro tu obsesiva manera de no permitir nada al azar, y de repente parece que fue ayer cuando te vi teclear con frenesí la máquina Olivetti, por cierto, recuperada del garaje, adonde fue a parar ya ni se sabe cuándo. Al cabo de medio siglo te veo, sentado de espaldas. Eres y no eres el mismo. Me parece que debo decir “permiso, perdón, es solo un minuto”, como aquella única vez en 1971, pero guardo silencio.

Como se trata de ti, demoro en reaccionar. Voy a llamar a Jaime para decirle “encontré el original”, y claro está, permitiré que manoseen el sobre gastado y las hojas que llamábamos de China, que miren tu letra de antaño, que fotografíen, que escaneen todo el material, que lo hagan público, que se sepa, se comente, se divulgue. Son gentes que te quieren bien. Tú y yo lo sabemos, y, por mucho que intente guardarte para mí, eres —ya lo he dicho antes— de muchos, amado mío. Eres, después de todo, la fecha y el nombre que ya vemos arder.

Tomado de: La Jiribilla

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Cuidado con la Policía

Foto Catalunya Plural

Por Joaquín Urías

La policía es un invento moderno. Durante la mayor parte de la historia ha existido el ejército y diversos tipos de cuerpos armados al servicio de los poderosos, pero no la policía.

Sólo tras la revolución francesa, entrado ya el siglo XIX se empieza a plantear en algunos países europeos la necesidad de un cuerpo estatal armado encargado de vigilar y asegurar el cumplimiento de la ley.

La policía nace, pues, a la vez que el derecho moderno. Y no es casualidad. La unificación del poder público en el Estado y la consolidación de un parlamento civil que aprueba leyes y de una administración pública compleja exigen una fuerza armada diferente del ejército, capaz de investigar delitos y asegurar el cumplimiento cotidiano de todas esas normas. Nace el brazo armado de la ley.

Efectivamente, las fuerzas policiales son la manifestación más clara del monopolio estatal de la fuerza legítima. En nuestro sistema, queda abolido el recurso a la fuerza bruta como modo de resolución de disputas entre particulares y sólo el Estado, para asegurar el cumplimiento de las normas democráticas, puede recurrir a la violencia.

En los sistemas democráticos contemporáneos basados en el respeto a los derechos humanos como fundamento del orden social, la principal tarea de la policía ha de ser, necesariamente, la garantía de los derechos fundamentales. Sin embargo, se trata de una aspiración casi siempre frustrada.

La experiencia demuestra que quien ejerce la fuerza en nombre del Estado tiende a abusar de ella. La historia de la policía es también la de las dificultades del poder civil para controlarla y conseguir que la violencia se use tan solo como última solución, siempre de manera proporcionada y exclusivamente para asegurar el cumplimiento de las normas democráticas.

Las dictaduras lo tienen más fácil: le dan a estos cuerpos represivos poderes casi ilimitados que sirven para amedrentar a la población. La policía de la dictadura sirve para asustar al pueblo e impedir que piense o actúe por sí mismo. El problema surge cuando, como sucedió en España, se quiere pasar de una dictadura a una democracia.

La transición española supuso el mantenimiento incólume de todo el aparato estatal franquista, incluidos jueces, profesores y, por supuesto, policías.

Los primeros gobiernos democráticos tuvieron grandes problemas para hacerse con el control real de las fuerzas de seguridad. Durante años la policía nacional siguió controlada por el grupito de José Saiz, Conesa y Antonio González-Pacheco, conocido como ‘Billy el Niño’, es decir la cúpula de la brigada social creada para reprimir delitos políticos. Por su parte, la Guardia Civil protagonizó el único golpe de Estado de la democracia.

Ya ha pasado tiempo de aquello pero nuestra policía –como la judicatura– nunca ha logrado desprenderse del todo de los tics franquistas. Basta mirar a cualquier manifestación de Jusapol, el sindicato mayoritario en la nacional, para descubrir una estética y unas reivindicaciones neofascistas que asustan a cualquiera.

Se ha avanzado mucho en democratizar la policía, pero quizás no se ha alcanzado aún el objetivo deseable: invertir totalmente el principio sobre el que basaba la policía franquista. No se trata ya de mantener a la población asustada y desarticulada, sino de asegurar que sea la sociedad la que decide y el poder el que obedece. La policía democrática ha de proteger el ejercicio de los derechos políticos desde el más escrupuloso respeto a las personas y su libertad.

Los datos desmienten esta realidad. La sección española del Comité de Prevención de la Tortura, situada en el Defensor del Pueblo recogió en su último informe anual 68 denuncias por torturas o malos tratos contra funcionarios policiales. Son muchas más. La coordinadora por la prevención de la tortura, entidad independiente, sube la cifra a 224, afectando a un total de 1.104 personas.

La principal causa de la pervivencia de los abusos policiales está en la falta de control democrático sobre las fuerzas de seguridad. Una de las principales funciones del poder judicial es controlar y evitar los excesos del poder. En España los jueces no son reacios a controlar al poder político pero fallan estrepitosamente a la hora de poner freno a los abusos de las policías.

La connivencia entre jueces y policías es una vergonzosa anomalía española. Al espectáculo continuo de magistrados condecorados por los mismos cuerpos a los que deben controlar se suma a veces el de jueces vistiendo pulseritas de la guardia civil y pin de la policía, incluso cuando juzgan asuntos en los que están involucrados estos funcionarios.

El asunto es tan grave que empieza a trascender nuestras fronteras. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha condenado hasta en diez ocasiones a nuestros jueces por negarse a investigar denuncias fundadas de tortura. No es que no condenen, es que rechazan abrir una investigación. Hay también una condena por hacer la vista gorda ante la injustificada violencia policial a la hora se disolver manifestaciones.

La falta de imparcialidad de los jueces españoles respecto a la policía llega al punto de que numerosos juristas –y hasta algún magistrado– hablan de una (inexistente legalmente) presunción de veracidad de la policía. En la práctica resulta casi imposible oponerse a la palabra de un agente policial, salvo que haya pruebas flagrantes.

E incluso así, se nos acumulan los casos mediáticos de abusos policiales en los que la judicatura se ha negado a controlar a las fuerzas de seguridad.

Los guardias civiles que dispararon a inmigrantes que estaban en el agua en Tarajal y que causaron la muerte de 15 personas fueron absueltos. De los veinte casos en los que alguna persona ha perdido un ojo por mal uso de las balas de goma, sólo en uno hubo condena, pero nunca del autor de los disparos.

Recientemente, está el caso de los policías que, en Linares, dispararon con postas a la multitud que protestaba por la paliza que dos de ellos habían propinado a un ciudadano inocente. Resultaron absueltos. Los policías que entraron sin orden judicial en una casa donde había una fiesta no van a ser juzgados porque dice un juez que solo obedecían órdenes. Otro tribunal decidió no investigar las palizas que denunció una señora detenida por protestar en una manifestación de Vox en Granada…

Mientras las redes sociales se llenan de vídeos de malos tratos policiales, los datos no perdonan. En estos momentos, según el Defensor del Pueblo, sólo hay nueve funcionarios policiales en toda España cumpliendo condena por torturas o malos tratos.

La impunidad policial es tan evidente que da miedo. El poder judicial se niega a juzgar o a castigar incluso los casos más flagrantes de abusos y dificultan así que nuestra policía llegue a ser nunca auténticamente democrática.

Más aún, la judicatura refuerza la impunidad policial dándole credibilidad a todo lo que diga un agente y regalándoles con ello el terrible poder de meter en la cárcel a quien quiera. El escandaloso caso del diputado condenado por la vaga declaración de un policía de que le había dado una patada es un salto cualitativo. El Tribunal Supremo, en primera instancia, ha considerado tan creíble esa afirmación difusa y no corroborada por ningún dato (ni siquiera los médicos apreciaron la más mínima contusión) como para vencer la presunción de inocencia.

El mensaje es claro: si un policía te mira, quítate de su camino porque puede impunemente propasarse contigo o acusarte de un delito inventado. Y los jueces lo van a proteger.

La policía, descontrolada, da mucho miedo y está cada vez más lejos de alcanzar los objetivos democráticos. La culpa es de un poder político acobardado ante los cuerpos armados y el riesgo de que parezca que es poco duro ante la delincuencia. Pero también de un poder judicial escasamente democrático y vendido a los poderes fácticos anteriores a la transición. La impunidad policial es el fin del Estado de derecho, pero a nuestros magistrados eso no parece preocuparles.

Joaquín Urías es profesor de Derecho Constitucional y exletrado del Tribunal Constitucional.

Tomado de: Nodo 50

Activistas españoles denuncian torturas y prácticas policiales abusivas en España y en la UE. Fuente RT en español

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La derecha europea y el fascismo libertario

Por Marcos Roitman Rosenmann

El conglomerado trasnacional, donde se agrupa el complejo industrial, militar y digital no conoce diferencias políticas, cuando se trata de acrecentar su poder. Hoy, parte de sus intereses se enquistan en el “fascismo libertario”. Su auge se reviste de un discurso nacionalista, homofóbico, racista, xenófobo y antiislamista. Bien es cierto, no todos comparten el ideario al cien por ciento. La Liga Norte, de Matteo Salvini en Italia o el Frente Nacional, rebautizado Reagrupamiento Nacional, encabezado por Marine Le Pen en Francia, marcan distancias con el ilegalizado Amanecer Dorado en Grecia o sus homónimos de la ex Europa del Este. Sin embargo, su presencia ha dejado de ser marginal. Hoy representan un porcentaje elevado de votantes. Se han constituido en imprescindibles para formar gobiernos y están presentes en ayuntamientos, el Congreso y comunidades autónomas. El ideario neofascista se recompone bajo un discurso “libertario”. Entre los nuevos nombres podemos citar a Éric Zemmour en Francia o Giorgia Meloni en Italia. La derecha se escora hacia posiciones totalitarias afincadas en un individualismo exacerbado. Su objetivo, poner las libertades individuales en la cima de sus reivindicaciones.

Sin embargo, tampoco hace falta crear nuevas organizaciones, el “fascismo libertario” anida en la derecha conservadora y los partidos liberales. Sus puntos de unión, hacen que se difumine por completo la diferencia entre derecha y “fascismo libertario”. Para comprobarlo, tomemos el ejemplo de la presidenta de la Comunidad de Madrid, la popular Isabel Díaz Ayuso. Entre sus frases para no olvidar su reivindicación libertaria podemos citar: “ni estados de alarma, ni confinamientos. Hay que aprender a convivir con el virus”; “si apretáis demasiado a los restaurantes y bares, al final el contagio se va a las casas. Los ciudadanos al no poder fumar, al no entender las normas, acaban yéndose a las viviendas”; “es un delito, en Cataluña, con el clima que tenéis, tenerlo todo cerrado, tener a la gente en sus casas”; “libertad o comunismo”.

El “fascismo libertario” no requiere ser mayoritario, ni siquiera convertirse en un partido a la vieja usanza hitleriana o fascista, su función es otra, inclinar la balanza y ser la llave para que las fuerzas conservadoras gobiernen sin contrapeso, prestando su apoyo a gobiernos en minoría. Los casos más llamativos: Estonia, Finlandia, Eslovaquia, Eslovenia, Austria, Rumania, Moldavia o Lituania. En España, Vox ha facilitado la gobernanza al Partido Popular en dos comunidades autónomas: Madrid y Andalucía. El llamado cordón sanitario es un eufemismo. Sólo en Alemania se mantiene y las razones son obvias.

En 2021, año de pandemia, 15 partidos neofascistas de 14 países firmaron un pacto en el cual subrayan su preocupación por el retroceso en la defensa de los valores familiares, la identidad nacional, la adopción de leyes LGTV y lo más destacado, el recorte de las libertades individuales bajo el decálogo sanitario del Covid-19. Entre sus firmantes Viktor Orban, Santiago Abascal, Giorgia Meloni, de la fascista Hermanos de Italia, Mateo Salvini, el polaco Jaroslav Kaczynski o Marine Le Penn. Su fuerza radica en un llamado espurio a proteger los derechos políticos supuestamente vulnerados tras la aplicación de los protocolos Covid. El ejemplo más destacado, el asalto, el pasado 9 de octubre, a la sede central de la Confederación General Italiana del Trabajo, protestando por exigir el certificado de vacunación para todas las actividades públicas.

Así, el “fascismo libertario” potencia, crea o se enquista en movimientos negacionistas, antivacunas, anticubrebocas, contra el pasaporte Covid, el 5G, provida, antiaborto, antifeministas, etcétera. Es decir, todo aquello que se considera, atenta y compete al individuo y no al Estado. La libertad se torna un campo de batalla de la cual emerge un discurso que cala en el imaginario colectivo, más allá de la distinción de clases. Las consignas son simples: ¡A mí no me dicen qué debo o no debo hacer! ¡Soy libre de ir a cualquier sitio! ¡No necesito que nadie controle mi vida! ¡Mis derechos no pueden ser pisoteados en nombre del Estado! ¡Con mi libertad no se negocia! ¡Los inmigrantes me quitan el trabajo! En este ambiente, se convocan manifestaciones y organizan actos donde se manifiesta el deseo de vivir sin ataduras. Los llamados botellones, concentraciones de cientos y miles de personas para beber en parques públicos, plazas o playas, bajo el lema: ¡Viva la libertad! se generalizan los fines de semana. Y las protestas de negacionistas en Italia, Francia, España, Gran Bretaña o Alemania aumentan bajo el mismo enunciado.

Un discurso, simple, pero contundente. El “fascismo libertario” se expande y eleva a la cima de las apetencias de satisfacción personal, al margen del bien común y el interés general. El nacimiento y auge del “fascismo libertario” en momentos de crisis pandémica y de un capitalismo que se retuerce para reinventarse en su forma digital, encuentra sus argumentos en el campo de las emociones, los sentimientos y el miedo. La mezcla explosiva de estos factores indica el peligro que nos acecha. Luchar contra el “fascismo libertario” se antoja unir fuerzas para combatir el capitalismo y sus máscaras.

Tomado de: La Jornada

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La misión del escritor*

Albert Camus. (1913-1960) Novelista, dramaturgo y ensayista francés.

Por Albert Camus

Estocolmo, 10 de diciembre de 1957

Al recibir la distinción con que ha querido honrarme su libre Academia, mi gratitud es más profunda cuando evalúo hasta qué punto esa recompensa sobrepasa mis méritos personales. Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer su decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre, casi joven todavía, rico sólo por sus dudas, con una obra apenas desarrollada, habituado a vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin una especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, a plena luz? ¿Con qué ánimo podía recibir ese honor al  tiempo que, en tantos sitios, otros escritores, algunos de los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natal conoce una desdicha incesante?

He sentido esa inquietud, y ese malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme de acuerdo con un destino demasiado generoso. Y como era imposible igualarme a él con el único apoyo de mis méritos, no he hallado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permítanme, aunque sólo sea en prueba de reconocimiento y amistad, que les diga, lo más sencillamente posible, cuál es esa idea.

Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de cualquier cosa. Por el contrario, si me es necesario es porque no me separa de nadie, y me permite vivir, tal como soy, a la par de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres, ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no aislarse; le somete a la verdad, a la más humilde y más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia más que confesando su semejanza con todos.

El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo hacia los demás, equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso, los verdaderos artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar partido en este mundo, sólo puede ser por una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.

Por lo mismo el papel de escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si en ello consiente. Pero el silencio de un prisionero desconocido, abandonado a las humillaciones, en el otro extremo del mundo, basta para sacar al escritor de su soledad, por lo menos, cada vez que logre, entre los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trate de recogerlo y reemplazarlo, para hacerlo valer mediante todos los recursos del arte.

Nadie es lo bastante grande para semejante vocación. Sin embargo, en todas las circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre para poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificará sólo a condición de que acepte, tanto como pueda, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio a la verdad, y el servicio a la libertad. Y puesto que su vocación consiste en reunir al mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la mentira ni a la servidumbre porque, donde reinan, crece el aislamiento. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia ante la opresión.

Durante más de veinte años de historia demencial, perdido sin remedio, como todos los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, especialmente, tal como yo era y con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura y la esperanza. Esos hombres nacidos al comienzo de la primera guerra mundial, que tenían veinte años en la época de instaurarse, a la vez, el poder hitleriano y los primeros procesos revolucionarios, Y que para completar su educación se vieron enfrentados a la guerra de España, a la segunda guerra mundial, al universo de los campos de concentración, a la Europa de la tortura y de las prisiones, se ven hoy obligados a orientar a sus hijos y a sus obras en un mundo amenazado de destrucción nuclear. Supongo que nadie pretenderá pedirles que sean optimistas. Hasta llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de desesperación han reivindicado el derecho al deshonor y se han lanzado a los nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de entre nosotros, en mi país y en el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se consagran a la conquista de una legitimidad.

Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia.

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que se corre el riesgo de que nuestros grandes inquisidores establezcan para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la Alianza.

No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra profunda aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabáis de hacerme.

Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros, de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y a la belleza; consagrado en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.

¿Quién, después de eso, podrá esperar que él presente soluciones ya hechas, y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir, como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse orgulloso apóstol de virtud? En cuanto a mí, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente ella me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y por la esperanza de volverlos a vivir.

Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos límites, a mis dudas y también a mi difícil fe, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabáis de hacerme. Más libre también para decir que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y sí, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Sólo me falta dar las gracias, desde el fondo de mi corazón, y hacer públicamente, en señal personal de gratitud, la misma y vieja promesa de fidelidad que cada verdadero artista se hace a sí mismo, silenciosamente, todos los días.

*Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura en 1957.

Tomado de: El Viejo Topo

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