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Eunice Foote: la sufragista que se adelantó a la ciencia climática y fue olvidada durante décadas

Eunice Foote (Estados Unidos, 1819-1888)

Por Tania Alonso Cascallana

Con la excepción de un par de negacionistas y algún que otro despistado, todo el mundo sabe que el dióxido de carbono (CO2) está detrás del cambio climático. La acumulación de este gas de efecto invernadero contribuye a que la atmósfera atrape más calor del que debería y ponga patas arriba el delicado equilibrio de nuestro planeta.

Lo que no tantos saben es que la primera persona en descubrir que el CO2 absorbe y mantiene mucho más calor que otros gases atmosféricos fue una mujer. Una mujer que, además, participó activamente en el movimiento sufragista, realizó experimentos en un taller casero y llegó a publicar sus conclusiones en una revista científica.

Durante años, el nombre de Eunice Foote fue olvidado por los investigadores que sentaron las bases de la ciencia climática. El mérito del descubrimiento se atribuyó a John Tyndall, un físico y químico irlandés que lo tuvo mucho más fácil para escribir su nombre en la historia.

Progresista, feminista y científica aficionada

Eunice Newton Foote nació en Goshen, un pequeño pueblo de Connecticut (Estados Unidos), en 1819. Cuando todavía era una niña, se mudó con su familia al estado de Nueva York. Allí tuvo una educación progresista para la época y la oportunidad de formarse en disciplinas científicas, como la biología y la química. En 1841, se casó con el abogado y matemático Elisha Foote, con quien compartía el interés por la investigación. Montaron un pequeño laboratorio en su casa, en donde empezaron a hacer experimentos a la vez que seguían de cerca los avances que se hacían en el resto del mundo.

El papel de Eunice Foote era, sin embargo, el de una científica “aficionada”. Era, también, una persona sin derecho al voto, que no podía acceder a la educación superior y que tampoco podía ocupar cargos públicos. En la década de 1840, algunas mujeres de Estados Unidos comenzaron a organizarse para denunciar estas y tantas otras restricciones políticas y sociales. Y, en 1848, la fuerza sufragista llevó a la celebración de la histórica Convención de Seneca Falls.

Un total de 67 mujeres y 32 hombres firmaron la ‘Declaración de sentimientos’ (hoy conocida como ‘Declaración de Seneca Falls’), un documento que exigía la igualdad entre hombres y mujeres y el derecho a voto de estas últimas. Entre las personas firmantes estaban Eunice Foote y su marido. Aquella declaración no tuvo consecuencias inmediatas y el voto femenino no fue una realidad en Estados Unidos hasta 1920. Sin embargo, la vida todavía le reservaba a Eunice Foote una oportunidad de contribuir a la historia, esta vez, científica.

El calor del dióxido de carbono

En 1856, Eunice Foote firmaba el artículo ‘Circumstances Affecting the Heat of the Sun’s Rays’ en la reconocida revista científica The American Journal of Science and Arts. En este trabajo, Foote exponía las conclusiones de un experimento que había realizado en su propia casa y sin más material que una bomba de aire, termómetros y varios cilindros de vidrio. La científica llenó uno de los recipientes con dióxido de carbono y otro con aire común. A continuación, los colocó a la luz del sol y esperó a ver si variaban los termómetros. Por supuesto, lo hicieron. Repitió el experimento con otro recipiente lleno de aire cargado de humedad. El resultado fue similar. La científica acababa de descubrir que el vapor de agua y el CO2 absorbían mucho más calor que el resto de los gases.

“El receptor que contenía el gas [CO2] se calentó más que el otro y, al ser retirado, tardaba mucho más en enfriarse”, explicaba Foote en su artículo. Hoy podemos constatar que tenía razón. Además, sabemos que una de las grandes amenazas del cambio climático es que el dióxido de carbono tarda décadas o incluso cientos de años en desaparecer de la atmósfera. De ahí que, aunque dejásemos de bombardear gases de efecto invernadero hoy mismo, las consecuencias del calentamiento seguirían notándose durante décadas.

Foote concluía que la presencia de CO2 en la atmósfera calentaría nuestra tierra. Y que, si en un período de la historia se mezclase en una proporción mayor que la de 1850, esto causaría inevitablemente un aumento de las temperaturas.

Fuera de las actas

El 23 de agosto de 1856 se celebró la octava reunión anual de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia (American Association for the Advancement of Science, también conocida por las siglas AAAS) en Albany, Nueva York. Foote no pudo leer su propio artículo, y en su lugar lo hizo el profesor Joseph Henry, de la Smithonian Institution. Pero ni la investigación ni la presentación fueron incluidas en las actas de la conferencia.

Cuatro años después, el científico irlandés John Tyndall llegó a conclusiones similares a las de Foote. Usando un aparato que él mismo había fabricado, midió el poder de absorción de los diferentes gases. Partía con ventaja respecto a Foote: era un reconocido investigador con una posición relevante en el mundo de la ciencia. Pero, aun así, no le hicieron mucho caso: el poder calorífico del dióxido de carbono era un problema que, al igual que hoy, incomodaba a muchos sectores. Tyndall nunca hizo referencias al trabajo de Foote, no se sabe si de forma predeterminada o por desconocimiento. Ella continuó investigando hasta la década de 1860, como mínimo, y firmó otras publicaciones.

La científica murió en 1888, cuando sumaba 69 años de edad. No se guarda ningún retrato suyo y, hasta 2010, ni siquiera se relacionaba su nombre con la ciencia climática. Fue en este año cuando el investigador Raymond P. Sorenson rescató a Eunice Foote del olvido y reivindicó su papel en la historia.

Tomado de: Pikara Magazine

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El fascismo en la mansión al lado

Salvador Allende. (1908-1973)

Por Eduardo Galeano

Quería contar un par de historias de Salvador Allende de quien tuve la suerte de ser amigo, muy amigo, y al que conocí de cerca. Una vez, una de las veces que nos vimos, en una de las Campañas Electorales, el me invitó a almorzar a la casa, yo había viajado a Chile y le encontré la cara muy preocupada, rara vez lo había visto tan triste creo que nunca, tristísimo estaba y le pregunté ¿qué pasaba?, le digo ¿qué ocurre?, pensé que sería algo vinculado con la campaña electoral, a los censos, los cálculos, las encuestas, cosas así, pero me parecía raro tanta tristeza por un cálculo de votos, además no era muy de él esto de andar calculando votos; y entonces me dijo: “no se trata de eso, pero se trata de algo que me ha dolido mucho”.

Entonces salimos a la puerta de la casa, me dijo:

“mira, mira bien esa mansión que tenemos aquí al lado, pues ahí vive una de las familias más ricas de Chile, allí hay una fortuna inmensa y esa casa tiene una sola empleada y esa empleada que gana un salario de hambre, se ocupa de los niños, se ocupa de hacer la comida, de lavar los platos, se ocupa de la jardinería, se ocupa de todo, a cambio de ese salario de hambre y lo que me tiene así tan triste como me viste, lo que me tiene realmente triste, es que me enteré de que esa pobre mujer, esa sacrificada mujer, ha enterrado su ropa. La poca ropa que tiene, nada, poca y pobre ropa, la ha enterrado porque los medios de comunicación, los miedos de comunicación, que sería el nombre adecuado, los miedos de comunicación la han convencido, de que si ganamos nosotros, si gana la izquierda y si yo soy Presidente, le vamos a sacar la ropa, le vamos a expropiar la ropa.”

Y esa pobre mujer se lo había creído y había enterrado en el jardín la poca pobre ropa que tenía. Y eso me pareció muy revelador, no el hecho en sí, porque la derecha jugó muy sucio en algunas elecciones chilenas y en otros lugares también, generando terror, generando miedo, sino la hondísima tristeza que Salvador Allende sentía por este episodio.

Decía: “¿Pero cómo?, si yo vivo para ayudar a gente como ella, ¿Cómo es posible que tengan miedos así tan absurdos?, ¿Cómo le vamos a sacar la ropa?,¡le vamos a multiplicar la ropa!, ¿Qué es esto como lo ves tú?”, le digo, no a mí también me pasaría lo mismo que te ocurre. Todavía le di un abrazo y le dije: sabes una cosa, esto habla bien de vos y de tu honda sensibilidad humana, pero ella no tiene la culpa de padecer los miedos que cada día le meten en la cabeza nuestros enemigos políticos.

Esa es una de las historias compartidas con él. Tengo algunas otras que contar, siempre me gusta en lugar de discursear contar historias chiquitas que son a veces reveladoras de la historia grande. En esa misma campaña electoral el me ofreció que si quería lo acompañara al sur del sur o sea a Punta Arenas, donde iba a dar un discurso de campaña y yo encantado le dije que sí y allá marchamos los dos juntos. Al llegar a Punta Arenas, por cierto me acuerdo que hacía un frío terrible y él me obligó a que fuéramos los dos a comprar calzoncillos largos, de esos que llegan hasta el tobillo y nos miramos al espejo los dos con calzoncillos largos y allí entendí porque se llaman “mata pasiones” que es el nombre, si se llaman mata pasiones con toda razón, le dije no te parece que estamos un poco ridículos y me dice sí pero nadie nos va a ver no te preocupes de esto nadie se entera.

Y muy poco después nos fuimos a echar unos tragos juntos y después a cenar, y ahí descubrí la nieve, yo nunca había visto nevar y descubrí que la nieve cae muy suave, como si fuera de algodón viene del cielo, sin apuros muy suavemente cae la nieve, y era muy bello verla, sentirla, desde una ventana donde cenamos Allende y yo. Y entonces el sacó de la ropa el discurso que iba a leer al día siguiente, me dijo, “te dejo el discurso de mañana, que voy a leer mañana aquí en Punta Arenas para que lo veas”, le digo bueno lo leo y te lo devuelvo, me dijo “no esa copia es para ti”, bueno te lo agradezco, lo leeré con mucha atención y al día siguiente paradito en primera fila estaba esperando el discurso que ya había leído y en el discurso apareció una frase que no figuraba en la versión escrita, o sea que Allende hablando había incorporado una frase y cuando terminó el acto y nos encontramos para seguir la noche, la fiesta, le dije: mira, sabes que hay una frase ahí que no la tengo en la versión que me diste, en la versión escrita y me dijo: “ya sabía yo que te ibas a dar cuenta ¡que ojo!, claro que no está en la versión escrita”, y le digo ¿Qué es?, ¿Una frase espontánea?, ¿Se te ocurrió en el momento?, y me respondió “sí de alguna manera sí, no sé porque sentí que tenía que decirlo y decirlo así como lo dije, no te lo podría explicar, fue una rara visita de un fantasma”.

La frase, que resultó ser con el paso del tiempo una frase profética, autoproféctica, decía: “vale la pena morir por todo aquello, sin lo cual no vale la pena vivir” y creo que es una frase que define muy bien el nivel de calidad humana de un hombre como él, como Salvador Allende, un hombre excepcional que restituyó a la democracia el prestigio de las palabras secuestradas por los políticos mentirosos, que han arruinado el lenguaje de tanto mentir.

Y Allende no mentía. Cuando después ganó las elecciones y nacionalizó el cobre, advirtió desde el Palacio de La Moneda, del Palacio de Gobierno, advirtió “yo de aquí no salgo vivo”, no era la primera vez que se escuchaba esta frase en América Latina, muchos Presidentes la han dicho y después salen vivos rumbo al aeropuerto; pero en el caso de él no salió vivo, porque había dicho que no iba a salir vivo y porque era un hombre de honor. Yo sé que el honor es un producto raro de encontrar, cada vez más raro y también sé que el lenguaje ha sido prostituido por algunos políticos mentirosos. Pero él contribuyó mucho a restituir la dignidad perdida al lenguaje político e hizo lo que había dicho que iba a hacer. Es como una recuperación del respeto a la palabra, del respeto que la palabra merece. Yo soy lo que te digo, porque mis palabras son yo, me contienen.

Eso era lo que quería decir en realidad el resto me parece que sobra. Pero quería ponerle el acento en la importancia que tiene ese legado que nos dejó Salvador Allende, como un mensaje para siempre, un mensaje de honestidad y de valentía para siempre, que lava los múltiples pecados cometidos contra el lenguaje por los políticos profesionales, nadie podrá evitar los ecos de lo que él dijo, de lo que él dijo cuándo anunció “yo de aquí no salgo vivo” y de lo que él dijo cuándo profetizó estando los dos juntos ahí en Punta Arenas.

Y la verdad es que estamos tan acostumbrados a divorciar la palabra del acto, las palabras y los hechos, que rara vez se juntan, rara vez se encuentran y cuando se encuentran las palabras y los hechos, las palabras y los actos, ni siquiera se saludan porque no se conocen, y en el caso de Salvador Allende hubo una identidad perfecta entre lo que se decía y lo que hacía y esa fue creo su mejor herencia esa recuperación de la dignidad al lenguaje, creo que nos dejó unas cuantas herencias importantes, todas referidas a la valentía, al coraje, la dignidad, pero ésta es para mí, que soy escritor y vivo de las palabras, la más valiosa de todas: cómo él recuperó el poder de la verdad que las palabras contienen. No sólo la capacidad de mentir como algunos miedos de comunicación difunden cada día, como esos miserables que habían convencido aquella pobre mujer que trabajaba en la casa de al lado de Salvador Allende, la habían convencido de que si ganaba la izquierda le iban a expropiar la ropa y ella la había enterrado en el jardín.

Pero hay otras voces que son dignas herederas de aquel hombre que nos enseñó que el lenguaje es sagrado, que la palabra humana puede ser sagrada y que a ella nos debemos y que por eso hay que ser muy cuidadoso en lo que se dice para no romper la difícil identidad que se logra en algunos casos excepcionales, pero se logra entre lo que se dice y lo que se hace.

Intervención en la Clausura del Encuentro Internacional Antifascista. Teatro Nacional, Caracas, Venezuela. 13 de septiembre de 2013

Tomado de: El sudamericano

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El patrimonio audiovisual: preservarlo los 365 días del año

Por Luciano Castillo @LucioC812

Proclamar desde el año 2005 el 27 de octubre como el Día Mundial del Patrimonio Audiovisual por los estados miembros de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencias y la Cultura (Unesco) era alertar acerca de su fragilidad extrema y las imperiosas, impostergables y perennes acciones para su preservación.

Sus costos son inaccesibles para muchos países forzados a recurrir a alianzas con el fin de impedir la desaparición de la memoria cinematográfica o, para expresarlo en términos contemporáneos, el registro audiovisual. Una de las más fructíferas es el convenio suscrito con el Instituto Nacional del Audiovisual (INA) de Francia para la digitalización y restauración de las ediciones del Noticiero ICAIC Latinoamericano, inscrito en el 2009 en el programa Memoria del Mundo de la Unesco por una iniciativa que promovió la Cinemateca de Cuba.

Poco más de seis décadas atrás, la institución fundada por el ICAIC al año siguiente de su creación subrayó en sus principios fundacionales esta prioridad que representa su razón de ser. Su antecedente en la Isla en los años cincuenta se consagró solo a la exhibición de clásicos y —no obstante pretenderlo alguna vez— nunca acometió una labor de rescate de la producción fílmica nacional y su documentación. La inexistencia de una entidad con estas funciones incidió en la pérdida de gran parte de la producción generada en la primera mitad del Siglo de Lumière.

Salvaguardar ese patrimonio es la responsabilidad mayor de nuestra Cinemateca, admitida como miembro permanente de la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF). Sin embargo, por mucho, demasiado tiempo, decisiones tan desafortunadas como imperdonables provocaron la reducción de su tarea esencial a los filmes sobrevivientes del período prerrevolucionario —apenas exhibidos durante 25 años— y, ante todo, a la producción del ICAIC. Era la Cinemateca del ICAIC y no la Cinemateca de Cuba. Actualmente acometemos acciones destinadas a superar esta falencia y recuperar todo lo relativo al resto de las productoras surgidas en la Isla en cualquier época, integrantes también del acervo patrimonial.

Es alarmante el estado de conservación del patrimonio audiovisual de la nación atesorado en las bóvedas de su Archivo Fílmico por la incidencia de muchos factores, sobre todo los problemas de climatización, felizmente ya solucionados. Pero el daño sufrido por las copias en algunos casos es irreversible y urge la adopción de medidas para interrumpir el proceso progresivo de deterioro. Frente a la imposibilidad de intentar este rescate en el territorio nacional por limitaciones de equipos, personal especializado y presupuesto, cuanto esfuerzo se destine siempre será insuficiente. No podemos permitir el incremento de la cifra de pérdidas de obras irrecuperables. Tampoco es ocioso reiterar hasta el cansancio: cada día que transcurra sin emprender una acción a favor de preservar el patrimonio significa veinticuatro horas en contra.

Gracias a la gestión de la Cinemateca de Cuba disponemos ya de copias de algunos clásicos restaurados según los parámetros contemporáneos que se disputan filmotecas y festivales internacionales. El elevadísimo costo de otorgar una nueva vida a títulos mayores como Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea, y Lucía, de Humberto Solás, lo asumió The Film Foundation, organización sin fines de lucro dedicada a la preservación y restauración, fundada en 1990 por Martin Scorsese, junto a Robert Altman, Francis Ford Coppola, Steven Spielberg y Clint Eastwood, entre otros creadores. Cuentan con la colaboración ineludible del Laboratorio L’immagine ritrovata de la Cineteca de Bologna, genuina meca de la cinefilia mundial.

Al archivo de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood debemos cinco obras en la filmografía de Titón: La muerte de un burócrata, Una pelea cubana contra los demonios, Los sobrevivientes, La última cena y El arte del tabaco, una pieza de orfebrería de la documentalística nacional. El más reciente resultado ha sido la restauración del único largometraje de ficción que pudo realizar Sara Gómez: De cierta manera, por un acuerdo del ICAIC con la firma berlinesa Arsenal, mientras en la Universidad de Queens, en Canadá, culminan los procesos para rescatar digitalmente su obra documental. El cineasta Ernesto Daranas, convertido en un paladín de esta cruzada, embiste los estragos del tiempo para salvar la de Nicolás Guillén Landrián.

Nuestra Cinemateca de Cuba, con el aliento permanente de la presidencia del ICAIC y la contribución del Archivo Fílmico del entonces ICRT, vuelve a sumarse a la celebración del Día Mundial del Patrimonio Audiovisual. Somos conscientes de la envergadura del reto que enfrentamos en este presente con destino a las generaciones futuras.

Tomado de: Cubacine

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Cinexcusas: Maestro Cazals

Felipe Cazals Siena ​ fue un director, guionista y productor de cine mexicano. Ha sido varias veces galardonado con el Premio Ariel (1937-2021)

Por Luis Tovar @luistovars

Hace nueve días, el pasado 16 de octubre, usted, maestro Felipe Cazals, dejó de estar físicamente en este mundo. Al momento de correr la mala nueva no se mencionó la causa de su muerte; tal vez alguien por ahí ya la haya revelado pero, para ser sincero –y hablaré sólo por mí–, no es que la causa no importe sino que palidece frente al hecho mismo de su ausencia.

Tenía usted ochenta y cuatro años de edad, maestro, y al menos en apariencia había concluido ya su fecundísima singladura en el océano cinematográfico, pues la que ahora sí puede ser llamada su última película, Ciudadano Buelna, la filmó hace poco menos de una década, en 2012, y con ella cerró, para empezar con lo más particular, no sólo el capítulo de la Revolución Mexicana de su filmografía personal –hay que sumar Chicogrande (2009), Las vueltas del Citrillo (2006) y ese inefable primer largometraje suyo, Emiliano Zapata (1969)–, sino el más amplio de corte histórico, que en rigor incluye El jardín de tía Isabel (1971) y Aquellos años (1972), de resultados agridulces por decir lo menos; La güera Rodríguez (1977), sobre la independencia de México; Kino: la leyenda del padre negro (1993), ubicada en el período de la Nueva España, y Su Alteza Serenísima, sobre el tristemente célebre “quince uñas”, el chaquetero político-ideológico Antonio López de Santa Anna, naturalmente del siglo XIX.

Pero no fue sólo todo lo anterior, que no es poca cosa, lo que se ha cerrado con su muerte, maestro Cazals, sino una manera completa de concebir, entender y hacer cine; quiero decir, no un estilo y nada más, ni únicamente una decantación temática reveladora de una clara postura política y sociocultural, que tampoco es poco decir, sino una postura integral frente al fenómeno cinematográfico visto desde todos sus flancos. (Permítame un paréntesis: sé que en este punto puede llegar Sepaquién a decir que lo antedicho no se refleja en las películas de Rigo Tovar o en Desvestidas y alborotadas, por ejemplo, a lo que un servidor respondería que, en efecto, no se refleja pero poco importa, y apelaría a la idea de Jorge Luis Borges cuando afirma que, de todo lo escrito, con que un solo verso perdure ya es más que suficiente. Tendré que alargar el paréntesis por si a Sepaquién se le antoja señalar que mucho de su cine fue realizado con recursos oficiales, como si por eso tuviera irremediablemente menos valor, y diré lo obvio: si ese fuese el criterio, tres cuartas partes o más de la cultura hecha en México, no sólo del cine, al menos desde la Revolución para acá, sería deleznable, lo cual es un despropósito monumental.)

Eso que llamo “postura integral”, maestro Cazals, es lo que nutre y se refleja en las películas que lo llenaron de premios y de justa fama pero, mucho más importante que eso, lo convirtieron a usted en un referente fílmico absoluto, no sólo para los nacionales sino para la cinematografía en su conjunto –y quien lo ignore, peor para él/ella, que en tal caso ni cineastas tendrían derecho a considerarse. Esas películas son, naturalmente, Canoa y El apando, ambas de 1975, Las Poquianchis, de 1976,  Los motivos de Luz, de 1985. Con ellas no sólo deslumbró y estremeció a un público, en aquel entonces, sin costumbre alguna de ver la realidad real desde su arista más dolorosa y urgida de denuncia, llevada a una pantalla grande; por si fuera poco, con ellas marcó una ruta que afortunadamente muchos se apresurarían a seguir, y otros que ya andaban por senderos parecidos, a remarcar.

Por eso le llamo aquí “maestro”, señor Felipe Cazals, porque su mejor cine nació revelador y sutilmente didáctico, y con o sin proponérselo nos ha enseñado –hablo de generaciones enteras– a entender el cine como lo que siempre debería ser: un diálogo entre creador y espectador del que ambos salgan enriquecidos, acerca de las vidas, las historias, las gestas y las ideas que a todos conciernen. Por eso, maestro Cazals, a título personal que de seguro compartirán cientos de miles o millones, permítame expresarle mi más profundo agradecimiento.

Tomado de: La Jornada Semanal

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End game: humanizar la muerte

Por Agustina Osorio

Tiene el mismo nombre que una película de superhéroes, pero no tiene nada que ver con el universo de los cómics y franquicias que venden secuelas, precuelas, spin-offs y demás opciones. End Game o Partida final (Rob Epstein, Jeffrey Friedman, 2018) en su traducción para nuestro país, es un documental original del gigante rojo, que dura apenas cuarenta minutos; los suficientes para exponer un pantallazo sobre una temática que, en general, en el lado occidental del mundo, nos asusta.

Si bien el documental está disponible desde hace tiempo, me animé a verla el 9 de octubre, en conmemoración del Día Mundial de los Cuidados Paliativos. La enfermedad y la muerte están tan escindidas de nuestra vida cotidiana y aprendizajes que nos resultan ajenas a la hora de hablar de ellas de manera orgánica. Según explica Darío Iván Radosta en su cuenta de Instagram @hablemosdemorir, en nuestra sociedad la muerte está medicalizada; es decir, está reservada a la medicina que, en nuestro caso, es científica y secular. En este sentido, la explicación de la muerte viene de la mano del método científico, que también ha modificado los criterios para declarar la muerte de una persona con el tiempo. Por ejemplo, hoy puede existir la llamada muerte cerebral mientras el resto de los órganos del cuerpo pueden mantenerse activos o vivos para, en ocasiones, permitir los trasplantes (que a su vez darán vida o prolongarán la de otras personas). En este plano, lo único que explica la muerte es el método científico, sacando de nuestro entendimiento o construcción de la experiencia de ese suceso al que nos vamos a enfrentar todos los seres humanos, los componentes subjetivos (cómo experimenta cada persona su cercanía a la muerte), las emociones y la explicación espiritual del fenómeno, sea cual sea su arraigo cultural. Entonces ¿cuándo morimos exactamente?, ¿qué sucede cuando morimos?, ¿cómo me preparo para ese momento?, ¿cuándo me despido de un ser querido?

Si bien los avances científicos han traído como resultado una mayor esperanza de vida (en especial en los países desarrollados) y mejoras en la salud, hoy nos enfrentamos al desafío de humanizar y retomar la valoración subjetiva, emocional y espiritual de la enfermedad crónica que aún no tiene tratamiento, así como el destino final de todas las personas, es decir, la muerte, liberándola del peso del fracaso a ese hecho inevitable.

End Game es un documental que expone de manera directa y cruda esta realidad y aquellas preguntas, acercándonos a las respuestas que algunas de las personas vinculadas a los cuidados paliativos van encontrando en el proceso de la enfermedad.

En términos de la OMS, los cuidados paliativos “son un modo de abordar la enfermedad avanzada e incurable que pretenden mejorar la calidad de vida tanto de los pacientes que afrontan una enfermedad como de sus familias, mediante la prevención y el alivio del sufrimiento a través de un diagnóstico precoz, una evaluación adecuada y el oportuno tratamiento del dolor, y de otros problemas tanto físicos como psicosociales y espirituales”.

Los ejemplos que se muestran en el documental no son perfectos, si bien están situados en un país con un profundo desarrollo de la medicina occidental, así como de dispositivos complementarios. Sin embargo, ningún servicio puede reemplazar las palabras cálidas de alguien que trabaja día a día con la temática, un abrazo contenedor o incluso el espacio para poder angustiarse y llorar sin interrupciones, y todo esto está presente en el documental en diferentes formatos.

Cuando escuchamos la palabra paliativos la asociamos inmediatamente a la idea de que ya no hay nada por hacer. Sin embargo, en boca de profesionales que se especializan en esta disciplina, siempre hay algo por hacer y eso es cuidar. Siempre se puede cuidar, y se puede hacer desde un lugar de respeto, empatía y teniendo en cuenta la voluntad de quien padece la enfermedad, por más apagada que esté su voz.

En End Game, una paciente joven, diagnosticada con cáncer de útero, no se resigna y quiere probar un tratamiento de quimioterapia a pesar de las consecuencias que ello podría traer a su calidad de vida, sin la garantía de que funcione. Otro paciente, ya mayor, decide pasar su final de vida en un hospice, un dispositivo creado especialmente para acompañar y cuidar de manera integral a las personas en la etapa final de una enfermedad. Una madre joven pasa el momento crítico de su enfermedad intervenida y asistida en un hospital; sin embargo, la institución permite a sus familiares acercarse y estar todo el tiempo que ella lo desee a su lado. Los debates sobre las posibilidades de pasar los últimos días en casa, así como la esperanza de un milagro, la idea de “amigarse con la muerte” o, en su defecto, al menos “tener una relación con ella”, en palabras de uno de los médicos, están presentes a lo largo del relato. No hay respuestas correctas ni incorrectas. La medicina y el método científico acá hacen lugar a las creencias y miradas de cada protagonista. Hay un método que se adapta a cada situación y eso ya es bastante.

End Game nos permite asomarnos a un tema que nos da temor a través de imágenes duras pero que tienen un trasfondo de esperanza en que la enfermedad se puede atravesar de manera humana y, sobre todo, acompañada.

Tomado de: Revista 24 cuadros

Tráiler del filme Final de partida (Estados Unidos, 2018) de Rob Epstein & Jeffrey Friedman

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Por Víctor Fowler

La imagen que regresa a mi mente es la de mi padre, recostado a la pared, muy cerca de la esquina donde se cruzan las calles Infanta y San Lázaro. La expresión en su rostro es de un desasosiego total, como si la única protección imaginable estuviese conectada a esa pared, como si temiese (o no pudiese) dar, aunque sea, un paso.

Los que conocen la zona caerán en la cuenta de que la cuadra a la que me refiero –entre las calles Concordia y San Lázaro– es pequeña. Sé que resulta extraño asociar la idea de protección con una concurrida esquina de la ciudad, pero tal fue la sensación que tuve cuando lo vi.

A unos metros de mi padre, un grupo de personas (la mayor parte, ancianos, igual que él) compraba bolsas de frijoles; de hecho, es eso mismo lo que él salió a buscar, solo que tres horas antes.

Basta saber que la casa familiar se encuentra a unos escasos cinco minutos, caminando con paso normal, para empezar a entender que algo muy grave tuvo que haber ocurrido durante esas tres horas en las cuales, más preocupados con cada minuto que pasara, esperaban su regreso.

El caso es que mi padre (dentro de mi cabeza) está en esa esquina: solitario, asustado, confundido. «Chico, no conozco estas calles», me dijo al verme llegar. «Puedo leer los letreros, pero no los entiendo…». Ese fue el debut –así, sin señal previa alguna– de la enfermedad de Alzheimer que mi padre iba a padecer en los años siguientes. Después, en la cadena de pequeñas anécdotas, vendrían momentos como cuando ya no recordaba la palabra televisor, y me pidió que prendiera «el cristal que nos divierte», o cuando ya no reconocía a familiar alguno.

Pocos años antes, a escasas cuadras de esa misma esquina, me tocó presenciar los lentos estragos de la misma enfermedad en una de las personas que más he querido: la poeta Albis Torres, quien una tarde, volviendo de su trabajo, no recordaba qué debía hacer para abrir la puerta de su casa. Además de esto, y para alargar los enlaces hasta el presente, es ahora mi madre la que padece de demencia senil.

Lo cuento para que se entienda la carga emocional con la que leí la noticia que informa sobre los investigadores que presentaron el NeuroEpo, medicamento cubano para combatir el Alzheimer (con particular efecto en las etapas inicial y ligera de la enfermedad).

Mientras leía, no pude menos que recordar los momentos de vida familiar que antes comenté, agradecer el esfuerzo sin límites que estos científicos nuestros realizan cada día, aplaudir el logro que acaban de obtener como investigadores y, finalmente, celebrar la esperanza que traen para los miles de personas (enfermos, sus familiares y seres queridos) ante quienes ahora se abre la posibilidad de una existencia menos desgarradora y destructiva.

Si, desde un punto de vista personal, la noticia constituye motivo de alegría, cuando lo pienso desde la escala de un país como el mío (pobre, ubicado dentro del circuito del subdesarrollo, y sometido a las violencias desmesuradas de la(s) política(s) de bloqueo), mi admiración –por los científicos que lo consiguieron, y por el Estado que lo impulsó y apoyó– se extiende más allá de cualquier límite que se me ocurra imaginar, como mismo crecen mi comprensión y mi orgullo. Son gigantes, son héroes, prueba viva de la increíble capacidad visionaria de Fidel cuando (¡nada menos que en febrero de 1960!) propuso que el futuro del país tenía que ser de hombres de ciencia.

Se trata de sumar, al NeuroEpo que celebramos hoy, la tremenda hazaña de quienes desarrollaron todo un conjunto de medicamentos para enfrentar la actual pandemia de la covid-19 (encabezados por nuestras Soberanas y Abdala), así como el logro enorme de ese otro equipo de científicos que ha desarrollado una vacuna para la prevención del cáncer de pulmón.

La alegría es más grande que los momentos penosos. Enfermos, familiares y el amplio abanico de los seres queridos; lo mismo del país cubano que de la humanidad, en general.

¡Qué personas extraordinarias los científicos que han desarrollado estos medicamentos! ¡Qué país de sorpresas y muestras de estatura mayor el nuestro! ¡Qué deseos de acompañar y ser acompañado!

Aquí…

Tomado de: Granma

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Juan Valdés Paz: El socialismo no puede posponer la democracia que ha prometido

Juan Valdés Paz. Fue un destacado sociólogo, politólogo, historiador y filósofo cubano. Profesor Titular Adjunto de la Universidad de La Habana y del Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García (1938-2021)

Por Fernando Luis Rojas López & Carolina García Salas

Juan Valdés Paz es politólogo, investigador y profesor universitario. Su actividad como investigador estuvo vinculada a instituciones como el Departamento de Filosofía, el Centro de Estudios sobre América (CEA) y el Instituto de Historia de Cuba. Es Profesor Titular Adjunto de la Universidad de La Habana, y del Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García. Ha impartido docencia en diversas instituciones nacionales e internacionales. Es Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas 2014. Es miembro del Consejo Editorial de la revista Temas, en la cual ha publicado artículos y reseñas, y participado como ponente en las sesiones de Último Jueves.

Carolina García Salas (CGS): ¿Qué distingue al socialismo existente del que se necesita para Cuba?

Juan Valdés Paz (JVP): Esta interrogante lleva implícita una discusión previa, que pudo ser una pregunta primera, acerca de qué vamos a entender por socialismo, porque ya a estas alturas no es un término suficientemente preciso o compartido, ni podemos estar seguros que todos los interlocutores entienden lo mismo.

No está de más recordar que, en la acepción clásica, el socialismo es un período de transición al comunismo. Hay una propuesta de sociedad a la que se llama comunista, y el socialismo es una transición entre la sociedad capitalista históricamente existente y la que se propone como alternativa. En los clásicos el socialismo es un período de transición con rasgos universales.

Todos sabemos que en las experiencias históricas de socialismo ese período fue una cosa mucho más complicada que lo que se sobreentendía en la formulación de los clásicos, por cuanto estos suponían que esa transición al comunismo sobrevendría en los países capitalistas más desarrollados. Al no suceder así, esa agenda quedó marcada por la necesidad de concluir o alcanzar los niveles de desarrollo de las fuerzas productivas que las sociedades que iniciaban esta experiencia no poseían, y esta circunstancia convirtió el proceso en algo más complejo.

Ese fue el primer problema, una de las premisas de la propuesta clásica ya no se daba; la segunda era que el socialismo avendría como un sistema mundial, es decir, las grandes sociedades capitalistas desarrolladas transitarían hacia fórmulas socialistas y facilitarían el proceso para las restantes, que las seguirían. Como el sistema internacional no se movió hacia experiencias de este tipo, desde entonces queda en pie la pregunta de si es posible el socialismo en un solo país, en el marco solamente de estados nacionales, cuando el mundo no se mueve en igual sentido y sigue dominado por relaciones capitalistas. Ese fue el primer gran debate que tuvo que enfrentar la experiencia soviética.

La tercera era la noción temporal de la transición. En la formulación clásica, este sería un período histórico más o menos corto, en virtud de que estaban dadas las premisas materiales, para usar el lenguaje de los clásicos, pero una vez que estas no existían, el socialismo parecía extenderse en el tiempo, y el comunismo aparecía cada vez más en lontananza. Por tanto, lo que hemos tenido son experiencias hacia sociedades no capitalistas, pero donde el comunismo se va convirtiendo en una noción utópica, que vale para orientar el sentido de la transición, pero siempre como una alternativa muy lejana. La realidad histórica y la que se nos impuso a nosotros, como a todos, es la de una indefinida sociedad de “transición”.

El otro problema ya no tiene que ver con los clásicos, tiene que ver con el socialismo real.

La transición dio lugar a un tipo de sociedad que en todas las experiencias del socialismo histórico —desde la soviética hasta la china— terminan siendo otro tipo de sociedad; no transitan sino que se convierten en una distinta, donde algunas de las premisas que requerían los clásicos y que incluso esperaban los revolucionarios, no se solventaron. Ejemplo, la extinción del Estado. Dice Lenin, en El estado y la revolución, que después de un tiempo éste se “extinguirá”;  y finalmente, las experiencias históricas fueron de socialismos de Estado, sociedades ordenadas y promovidas por el Estado, desde el poder político estatal, de las cuales lo que cabe es la discusión de hasta dónde fueron más o menos estatizadas.

Conclusión. Las experiencias reales del socialismo histórico tienen de común su opción no capitalista; han producido sociedades no capitalistas a las que es muy difícil calificar de socialistas en términos clásicos. A su vez, la mayor parte de las experiencias conocidas iniciaron medio siglo después, como mínimo, una “transición” al capitalismo; este fue el caso del socialismo de Europa del Este, incluido el soviético. De todas aquellas solo sobreviven los casos asiáticos de Corea del Norte, Vietnam, Laos y China.

CGS: ¿Qué es lo que tienen de común las experiencias sobrevivientes?

JVP: En lo fundamental, que se asumen como “socialistas”, que su programa político sigue estando comprometido con el socialismo, pero todas se han declarado de “características propias”. Tienen un proyecto socialista, quieren superar al capitalismo aunque tengan que utilizar sus instituciones para el propio desarrollo, y todas van a hacerlo a su modo: los chinos, los vietnamitas, los coreanos —ni decir— y finalmente nosotros, que cada vez más nos enmarcamos en esos rasgos propios. Ese es el punto, cuando hablamos de “nuestro socialismo”, si no le decimos “socialismo cubano”, ya no está claro de qué estamos hablando.

La otra observación es que en todos los casos, un factor muy importante en la sobrevivencia de estas experiencias es la cuestión nacional. En el de los chinos, el tema de la liberación de la agresión y ocupación por las grandes potencias, la recuperación de la unidad nacional, los factores etnoculturales, etc. han jugado y juegan un papel fundamental. Hablamos de una cultura de cuatro mil años ante un occidente de sólo cinco siglos; es decir, las características propias de su socialismo están determinadas y aluden a su identidad cultural y nacional.

Lo mismo sucede con Vietnam, que terminó de unificarse y de concluir la descolonización hace apenas cinco décadas, tiene que resistir a China en la frontera norte y a Estados Unidos en el Pacífico, de manera que también la cuestión de la independencia e identidad nacional es un componente muy fuerte. No voy a comentar Corea —porque es imposible—, pero esta lógica también vale para nosotros. Si hacemos la historia del socialismo cubano, veremos que los años sesenta están marcados, entre otras cosas, por la intención de producir un socialismo nacional de características propias, aunque no empleáramos esa terminología. Eso no resultó, porque no era económicamente viable, y pasamos a una transición socialista que tomaba en cuenta la experiencia internacional del socialismo, la de los “países hermanos” y al final, el modelo soviético. Readecuamos nuestra transición inspirándonos en ese modelo que en aquel momento fungía como el universal. Luego hemos estado dando tumbos, y ahora que no hay un modelo universal, no sé si por elección o porque no nos queda más remedio, volvemos a caer en la necesidad de elaborar una versión de socialismo nacional.

¿Por qué recalco esto?, porque creo que cuando lo vemos desde la perspectiva de las características propias, cuando se pretende la construcción de un socialismo adecuado a la historia y a la cultura nacional, se superponen entonces, más que un proyecto, dos: el de nación y el de sociedad.

Para el proyecto de nación está claro cuáles son los desafíos, el enemigo principal, la situación geopolítica, etc. Verlo desde ahí, por separado, nos puede sugerir mayores o menores aperturas, cierres, exposición, cuidados, delimitación de nuestras relaciones y nivel de integración regional. De manera que habría que reflexionar sobre qué tipo de sociedad y qué discurso hegemónico necesitamos para garantizar el proyecto de nación, porque este necesita una sociedad que lo realice; y ahí aparece el proyecto de sociedad.

Entonces mi manera de responder la pregunta es que tenemos que crear nuestra propuesta de socialismo nacional, que no la hemos desarrollado. Tenemos que considerar las exigencias del proyecto de nación como invariables, y las del proyecto de sociedad socialista, como variables. Es decir, podemos asumir una transición más acelerada, más lenta, más dura, más blanda, con más o con menos elementos de capitalismo; podemos flexibilizar el proyecto de sociedad en virtud de los desafíos internacionales a que estamos sometidos, por ser pequeños, porque el mundo es “ancho y ajeno”; podemos considerar ser más flexibles en el proyecto de sociedad y más duros en el proyecto de nación. Es en esa perspectiva que yo me coloco.

Ahora bien. El socialismo, bajo ese nombre, no solamente tiene una experiencia inscrita en una tradición comunista, sino que tenemos también una tradición socialdemócrata, más extensa inclusive, con más sociedades involucradas en esta última que en las procomunistas.

De manera que también tendríamos que ver —porque puede ser un riesgo, o una tentación, o una confusión— que nos movamos hacia una estrategia socialdemócrata creyendo que estamos asumiendo otra. Es decir, que seamos tan flexibles que termine sin importar el color del gato, mientras cace ratón; que no importe qué tipo de Estado o qué tipo de economía, si es eficiente. Ahí tenemos el modelo nórdico, que cada vez se degrada más, pero sigue siendo el éxito paradigmático de la socialdemocracia. No es casualidad que todas las experiencias socialistas europeas que transitaron al capitalismo declararan que iban a ser “nórdicas”. Y aquí también podemos encontrarnos esos discursos, que a donde conducen, a lo sumo, es a una sociedad capitalista con un wellfare state o “estado de bienestar”, con una política social más o menos amplia.

Fernando Luis Rojas (FLR): Queda claro que la transición socialista es un proceso tan complejo que constantemente pone en crisis su formulación clásica, si partimos de ese análisis crítico de las experiencias mundiales y de la propia. ¿Cómo define al que se necesita para Cuba?

JVP: Me voy a referir al deseable. La necesidad es una categoría que da cuenta de restricciones internas y constricciones externas que no puedes superar. Así que no voy a detenerme ahí porque es obvio que tendríamos que hacer una adecuación a esas condiciones. Lo que importa es no quedarse allí sino definir y perseguir las metas del proyecto.

No vislumbro que tengamos una idea clara de cuál es el socialismo posible. No lo hemos debatido. Hay críticas tácitas al que tenemos, porque si se proponen reformas puedes inferir que están dando cuenta de algo que era defectuoso, insuficiente o ineficaz.

Muy bien que se diga: “vamos al socialismo”, pero como ya no está claro qué cosa es lo que se coloca debajo del término, pues entonces es más confuso definir qué habría que continuar del socialismo real cubano, dando cuenta del proyecto de nación, de nuestras circunstancias, de nuestra propia historia, de nuestros logros, y qué habría que cambiar. Ese balance no está hecho ni siquiera por el Partido. En última instancia le correspondería a este, en su condición de “vanguardia organizada”, de “dirigente superior de la sociedad y el Estado”, haber hecho esa discusión. Mi percepción es que no está hecha, no voy a decir que no la van a hacer, pero me sospecho que no la harán. Y creo que nos seguiremos moviendo en un cierto mar de confusiones al respecto.

Acerca de las insatisfacciones del socialismo real hay bastante consenso, no hace falta que los académicos nos pronunciemos. Se hizo un debate público en los 90, se volvió a hacer en el 2007 y en el 2011. Con las opiniones de la población, sus demandas, los problemas, las propuestas; existe ya una agenda que la dirección del país tiene y no nos la ha devuelto. La población la produjo y la opinión pública la construyó de manera más o menos fundamentada, pero resulta que ellos son los que no tienen claro cuál es su propia agenda. Supongo que la dirección del país sí tiene esa información.

Es importante tener en cuenta esa agenda, porque es la base del consenso, puesto que no sólo tenemos que producir una buena idea de sociedad sino que tenemos que acompañar cualquier propuesta de ella con un nivel de consenso que garantice el apoyo de las grandes mayorías del país.

¿Cómo transcurrimos hasta aquí? Hemos tenido mucha suerte, hemos pasado muchas necesidades, hemos enfrentado en este medio siglo cualquier cantidad de desafíos, y la Revolución sobrevivió en las peores circunstancias, hasta la debacle del Período Especial, sobre la base del consenso.

Entonces, el tipo de sociedad que vamos a producir implica —mejor o peor diseñada— el consenso, y por tanto, el debate. Esto nos interroga acerca de lo que tenemos delante, cuáles son las oportunidades y los escenarios previstos para construir esos consensos.

Si mal no recuerdo, hemos sido convocados a discutir un nuevo modelo económico; no sé si bajo estos mismos términos se va a presentar la discusión, pero a eso fue a lo que fuimos convocados.   Después nos volvieron a convocar para y cito: “Elaborar los conceptos fundamentales del socialismo en las nuevas condiciones históricas”, que es una manera de decir el nuevo modelo de socialismo. Luego nos convocan a participar en una eventual reforma constitucional. Tres escenarios muy complejos donde se supone que van a concurrir todas las corrientes ideológico-políticas, las que creemos que existen y las que desconocemos.

Entonces más que una respuesta, yo lo que tengo son otras preguntas. Creo que el socialismo real que portamos tiene muchas deficiencias y es necesario hacerle profundos cambios en el sistema económico, político-ideológico, civil, comunicacional y cultural. Por eso me parecía que las convocatorias tenían un sentido de totalidad que permitía considerar que todas estas dimensiones iban a estar puestas a libre examen, —pensaba yo— e ir a debate público.

FLR: ¿Qué otras transformaciones sustantivas requiere el socialismo cubano?

JVP: Hay que empezar por terminar con la identidad de socialismo y Estado. La nuestra es una república socialista que tiene un Estado, pero la república no es el Estado. Por lo tanto, el primer problema que creo que enfrentamos es cómo desestatizar el socialismo cubano; ¿en favor de debilitarlo, de establecer dominios privados? No, en función de más autogobierno y más autogestión. Hay que desarrollar las formas autogestionarias de todo tipo —cooperativas, asociativas, comunalistas, etc.— y hay que desarrollar las formas de autogobierno, lo que sugiere una enorme descentralización del actual modelo de Estado y de Administración Pública que tenemos.

Y el segundo gran problema es lo que voy a llamar de una manera poética, un mayor alcance —yo diría notable— de su desarrollo democrático. Tenemos enormes déficits en este sentido, que han sido legitimados como restricciones impuestas por la confrontación con Estados Unidos. Pero el socialismo no puede posponer indefinidamente la democracia que ha prometido.

Recuerdo a Rosa Luxemburgo diciendo que el socialismo garantizaría la “democracia plena”; la palabra plena sugería algo mejor que la democracia liberal y es por cierto, un terreno de discusión si las distintas experiencias de socialismo histórico lograron efectivamente un mayor desarrollo democrático. Pero ese es nuestro problema, no porque ahora sea un desafío a raíz de la normalización de las relaciones con Estados Unidos y que esta nos imponga determinadas aperturas, o porque queramos parecer un poco más liberales de lo que éramos. No. Porque es la promesa del socialismo. Con gringos o sin gringos, peleados o abrazados, el socialismo le ha prometido al pueblo una democracia plena. No digo que eso esté a la vuelta de la puerta, por eso hablo de desarrollo democrático, tiene que ser un proceso evidente, continuado e indetenible.

CGS: El propio concepto de democracia y el modo en que se asume desde Cuba es un tema sujeto a constante debate y contradicciones. ¿Cuáles son los retos en este sentido?

JVP: Sí, detrás del término democracia hay una larga discusión sobre qué vamos a entender por ella, pero convencionalmente lo que tenemos para expresar esa democracia es un subsistema de representación y la pregunta de si: ¿son suficientes los mecanismos de que dispone la sociedad cubana en los sistemas político, económico, civil, ideológico-cultural, en la esfera comunicacional, para representar a sus bases? ¿Está bien representada la población? Habría que decir que tenemos serios déficits al respecto. Vuelvo al término luxemburguiano de plena, nuestra meta debe ser alcanzar la representación plena. Pero, ¿a qué distancia estamos de la plenitud y qué hacemos para avanzar hacia ella?

La segunda dimensión de este tema, aunque hay muchas bajo el sesgo de democracia, está en que el discurso oficial ha dicho que la nuestra es más democracia que la otra —que la liberal— porque es “participativa”. Pero cada vez que uno se sienta en un foro cualquiera, ya sea de académicos o de vecinos, todo el mundo tiende rápidamente a decir que hay mucha participación para la movilización, el apoyo y la ejecución, mientras que para todo lo demás, particularmente la toma de decisiones, es bastante limitada. Entonces, esa también es una agenda incompleta.

Creo que uno de los grandes retos que tenemos para superar la sociedad actual, es el tema de plantearnos no solamente reformas económicas, sino reformas en todas las esferas, que den lugar a un mayor desarrollo democrático. Tampoco hay que ignorar los desafíos reales a que nos enfrentamos, los temas de seguridad, los planes, la estrategia del soft power que ahora emplea Estados Unidos con nosotros. Seguiremos siempre enmarcados en innúmeras amenazas al proyecto de nación y por tanto, el de sociedad tiene que dar cuenta de ello. Seguramente tendremos que asumir algún nivel de restricciones, pero es importante, primero, que las reconozcamos públicamente; y segundo, que las consensuemos.

CGS: En el discurso político se reitera mucho una frase que apellida el tipo de socialismo que se construye en Cuba, “próspero y sostenible”. ¿Cómo concibe la prosperidad y la sostenibilidad en nuestro contexto?

JVP: El poder político produce frases y consignas. Siempre las habrá. Lo que pasa es que después la política tiene que hegemonizar la consigna, tiene que crear una cultura que la convierta en consentimiento de la sociedad, de manera que esta acceda a ella, la entienda, la incorpore a su lenguaje. Y ese es el problema, no discutimos la consigna; la entregas a la población y no la sometes a debate, no permites que se concientice, no educas para su libre examen. Si el pueblo lo hubiera discutido, si las ciencias sociales cubanas hubieran debatido qué vamos a entender por prosperidad o sostenibilidad, en qué consiste, cómo se expresa, cuánto abarca, podríamos intentar su esclarecimiento. Entonces la consigna la pueden producir en diez minutos en un buró, incluso puede ser el centro de muchos discursos, pero el quid es si tal consigna se va a convertir en cultura de las masas.

Lo de “próspero”, ¿por qué habría que discutirlo?, voy a ponerte un ejemplo: hoy día distintas corrientes ideológico-políticas utilizan el mismo término; para el neoliberalismo la prosperidad consiste en el crecimiento incesante de la economía, del Producto Interno Bruto (PIB), que se le revela claramente; una tendencia más socialdemócrata diría que no, que hay que lograr que crezca la economía y también que haya una repartición del ingreso; una más de izquierda piensa en una redistribución muy grande del excedente y una de derecha piensa en una distribución muy acotada, simplemente a los sectores más vulnerables; pero en cualquiera de los casos la prosperidad implica también la redistribución del excedente económico que se logra con el crecimiento. Nosotros, los socialistas y los comunistas, nos pasamos medio siglo o más discutiendo qué íbamos a entender por prosperidad. Habíamos hablado de justicia social, de calidad de vida, y de otros términos que la izquierda histórica ha acuñado para explicarla. Uno podría decir, martianamente, “toda la justicia”; otro, “la igualdad”. En fin, hay cualquier cantidad de conceptos asociados. ¿Por qué hay que subvertir al capitalismo?, porque este no puede garantizar ni la prosperidad ni la sostenibilidad.

Por tanto, yo creo que hace falta volver a debatir para enterarnos si todos estamos entendiendo lo mismo. Y aquí volvemos al punto anterior, de que al no haber debate no hay claridad. Pero existe una cultura de izquierda, una cultura revolucionaria, que ha polemizado esos términos, ha colocado una elucidación de qué debía entenderse por prosperidad, porque si esta es para todos, entonces estamos hablando del socialismo. Puede que sea esa la intención tácita, lo que entienden los políticos que han lanzado esa fórmula, pero no basta, hay que constituir una cultura, hay que convertirla en idea hegemónica, en ideal.

¿Esa fórmula encierra una estrategia?, ¿es tan general que ya define al socialismo con características propias que pretendemos? Si es tan ambiciosa, el primer desafío es que sea hegemónica, que la inmensa mayoría de los cubanos la queramos, lo cual supone, nuevamente, el debate, su “conceptualización”, que nuestros “intelectuales orgánicos” la fundamenten y la expliquen, etc.

Estamos, desde siempre, ante el ABC del marxismo, Gramsci incluido. Creo que ese tipo de consigna o fórmula, lo peor que tiene es que es muy abstracta, le ahorra a la dirección política explicitar qué es lo que entiende por ella, para ver si estamos de acuerdo; y finalmente, que no retoma la propuesta cultural de la izquierda. De habernos colocado en ella no creo que hubiéramos utilizado esas expresiones, sino otras como la de Martí, de “justicia plena”. Para decirlo rápidamente, nos vendría mejor el programa martiano. Y el gran desafío, vuelvo un poco al punto anterior, no es solamente producir el debate, sino que los resultados de ese debate se vuelvan o den lugar a un discurso hegemónico.

Creo que fue muy atrevido, objetivo, justo y político, que Raúl Castro en sus primeros discursos rechazara el unanimismo. Todo el mundo sabe que en ninguna sociedad hay unanimidad. La pretensión de que todos vamos a pensar y a actuar igual era de por sí no solamente una consigna burocrática, sino bastante poco socialista, además de mentirosa, porque no daba cuenta de la realidad. Entonces, ha sido muy importante reconocer que no hay unanimidad, que hay diferencias; porque le plantea al político el desafío de tratar con ellas, de administrarlas, de hacer propuestas y desarrollar estrategias que las incluyan.

Ahora bien, después de que se reconocieron las diferencias, no avanzamos más, ni siquiera en el sector intelectual. Las aceptamos, pero no nos hemos dedicado a identificarlas, explicitarlas. Los científicos sociales sí han dado cuenta, por ejemplo, de que bajo el impacto del Período Especial, de las estrategias de salida de la crisis y de las reformas en curso, se está imponiendo en la sociedad cubana un patrón de mayor desigualdad. Es decir, está más o menos claro que somos cada vez más desiguales en términos económicos, posicionales, de oportunidades, etc. Ese puede ser un costo inevitable, son procesos perfectamente observables y pueden ser descritos. Pero tenemos una mayor oscuridad en las diferencias político-sociales, también sabemos que las hay, pero hemos avanzado menos, tal vez porque las ciencias políticas han sido siempre “la Cenicienta” de las ciencias sociales cubanas. No hemos dado cuenta de que hay corrientes político-sociales diferentes y de que, incluso, no es solo en el espacio de la sociedad donde obviamente debe existir algún nivel de oposición sistémica, sino que existen también en el seno de la Revolución, en el sector de la población que apoya a la Revolución. Hay diferencias, algunas observables, otras de auto identidad.

CGS: ¿Es posible clasificar esas diferentes corrientes políticas?

JVP: No son puras, están muy confusas y a veces los propios sujetos sociales no están totalmente conscientes de que sus posicionamientos y propuestas clasificarían, para un observador distante, como más socialdemócrata, social-liberal, soviética, guevarista, socialista crítico, etc. En un trabajo reciente clasifiqué algunas corrientes sociopolíticas, no en abstracto sino frente a los Lineamientos, para hablar de la estrategia de reformas en curso. A una la llamé convencional, que es una mezcla de muchas cosas, un poco como ha sido la Revolución cubana; también está la guevarista; otra que llamo socialista crítica, es decir, los que critican al socialismo real cubano desde la izquierda, por estatista, y le reclaman que sea más socializante, que sea más autogestionario, que desarrolle más el autogobierno; esta corriente incluye las propuestas libertarias y comunalistas, que apuestan por centrar localmente la organización social, etc. Y están más claras las corrientes socialdemócratas y las social-liberales a las que ya me he referido; en estas dos la influencia china es distinta, pero está presente como referencia a sus reformas.

Cuando digo que hay que construir consenso, debatir y ser inclusivos, no es una cosa abstracta, no estoy hablando de individuos demográficos, sino de personas comprometidas con algunas de estas corrientes o con una combinación de ellas, porque no todos racionalizan exactamente lo que están pensando. Por otro lado, las actitudes o los posicionamientos que se derivan de estas corrientes son transversales a toda la sociedad cubana, no es que puedas decir que la burocracia está permeada por una sola de estas y los intelectuales por otra. Lo curioso y lo complejo está, aceptando la transversalidad, en las preguntas que caben para un politólogo o un sociólogo; por ejemplo, ¿cuáles de estas corrientes predominan en la burocracia cubana? Y utilizando mejor el plural, en las burocracias, ¿qué presencia tienen estas corrientes en la burocracia estatal, en la económica, en la partidista, en la militar, en la de la administración pública?, ¿y en el resto del funcionariado?, ¿y entre los dirigentes?

Es decir, creo que aceptar las diferencias es asumir, por tanto, que hay corrientes, posicionamientos distintos, eventualmente comportamientos, y que estos son transversales a toda la estructura social y que los tenemos que interrogar.

Por tanto, no solo en el discurso en sentido retórico, sino en todas las ideas que se promuevan, tiene que darse cuenta de esa diversidad, tienen que plantearse recursos hegemónicos de cierta complejidad, porque se dirigen a una población que tiene diez grados promedio, que tiene un millón de graduados universitarios y ¿vamos a resolver el problema diciéndole que la Revolución debe ser “próspera y sostenible”, apenas?; ¿con esas consignas vamos reconstruir la hegemonía?

FLR: Hay asuntos que han sido polémicos desde la propia formulación clásica del socialismo, la problematización pública sobre estos, en el contexto cubano, también ha sido escasa. ¿Qué conceptos y prácticas sobre la propiedad, los medios de producción y el mercado, deben caracterizar al nuevo modelo?

JVP: El tema de la propiedad rebasa la economía, esa es una primera cosa que hay que tener en cuenta. La propiedad es una categoría social, lo mismo que la posesión; aunque la dos tienen normativas jurídicas, el quid del asunto es que sociológicamente son dos condiciones distintas de las personas respecto a los bienes sociales.

Entonces, la propiedad es un tema que debiera tratarse de una manera mucho más política. Todo lo que tenemos al respecto es su taxonomía, su descripción restrictiva: las que la Constitución del 76 aceptaba como propiedad; las que la reforma del 92 aceptó como formas de propiedad; y seguramente, ahora que estamos discutiendo una reforma constitucional, las que se enumerarán de manera ampliada e inclusiva, en un nuevo texto.

Un enfoque sistémico nos ayuda a tratar mejor muchos de estos problemas, porque esta perspectiva no excluye que un componente dado de un sistema, lo sea también de otro. De manera que la propiedad es un componente del sistema jurídico, del político, del económico y del civil, y debe ser abordada con esa complejidad.

Cuando de propiedad se habla, la expresión alude a que un sujeto tiene determinados derechos domínicos, de dominio, sobre un objeto, pero estos son siempre limitados. Los primeros que lo formularon conceptualmente fueron los romanos, que los establecieron casi ilimitados. La sociedad histórica ha evolucionado poniéndoles cortapisas, restricciones. En Cuba, por ejemplo, la república anterior —pre revolucionaria, primera república, república liberal, etc.— avanzó conceptualmente hasta imponerle al derecho de propiedad el concepto de utilidad social. Esa era una gran conquista de la Revolución Mexicana, después de la Constitución de Weimar y después del constitucionalismo moderno. Nosotros fuimos de los primeros en incorporar al texto constitucional que la propiedad tenía una función social.

Las revoluciones y experiencias socialistas le dieron a esa función social de la propiedad una dimensión mayor y, de hecho, limitaron sus derechos domínicos. Yo creo que esa es la discusión, ¿cuáles son estos derechos domínicos? Para que quede claro que el Estado va restringirlos en función de los intereses de la sociedad. De manera que el sujeto interesado pueda decir “mis derechos están delimitados, restringidos o regulados, pero son estos”. Tienen que explicitarse las distintas formas de propiedad pública, mixta, cooperativa, privada, social —que es un invento nuestro para la propiedad de las entidades civiles— y personal. Entonces, no basta con enunciar las formas de propiedad, sino que hay que declarar los derechos domínicos que se le van a admitir a cada una.

¿Por qué me parece importante esta perspectiva del problema? Primero, porque tenemos una historia de arbitrariedad de la Administración estatal frente a los derechos domínicos de los propietarios. Esta suele restringir más o menos y según le convenga, quita, pone, inmoviliza. De manera que a nombre de la Revolución se ha eventualmente violentado algunos derechos de propiedad.

Naturalmente, está la propiedad económica, la cual es un componente de cualquier modelo que queramos implementar; es decir, la propiedad participa del sistema económico y también de otros. Yo creo que tendrán que ser definidas las formas de propiedad que se aceptarán, así como las formas de posesión que se admitirán en el modelo económico.

El tema de los derechos domínicos que le vamos a conceder a las distintas formas de propiedad, sobre todo económica, es lo primero en una adecuada relación entre los intereses privados y los sociales o comunes, o dicho de otra manera, es el terreno primario donde se dirime la mayor o menor conciliación entre los intereses privados y los representados por el Estado socialista. El desafío mayor no es económico sino político. No se trata solo de crear un sector no estatal, cooperativo, o mixto. ¿Cómo vamos a articular que todos esos nuevos agentes económicos entiendan que ellos tienen su espacio, su lugar, y están protegidos bajo el orden socialista? Hay que definirlo so pena de que el sector privado se vuelva desde el primer día antisocialista; porque muchos consideren que el socialismo es una limitación y que el estado socialista nada más que existe para poner impuestos, no le ofrece un comercio mayorista, tiene mil un inspectores corruptos, etc.

El tema político de ese modelo económico diverso es sobre cuántos de ellos están interesados o van a participar de la propuesta socialista, de si el socialismo los incluye, en qué los beneficia, en qué los protege, por qué estarían interesados en él.

Nosotros tenemos incluso en nuestra historia un ejemplo muy específico, que es cómo la Revolución mantuvo un sector privado campesino, y sin embargo los vinculó al modelo socialista de tal manera que se sentían seguros y beneficiados en esa articulación. Ahora menos, porque hay un mercado libre y los intereses más privados, la obsesión por la ganancia puede perturbar el comportamiento de muchos, pero es un ejemplo de un sector privado que estaba engranado a los mecanismos socializadores. El campesino era uno de los sujetos beneficiados por la Revolución, la que le dio la tierra, lo reconocía como ciudadano, lo hacía participar de todos los bienes públicos que el socialismo ofrecía, salud, educación, cultura, deporte, etc. ¿Y por qué no iba a querer ser privado y socialista? Ahora el desafío es que estos sectores pueden no encontrar articulación, incluso llegar a acumular recursos que les permitan financiar su desarticulación, pagar un maestro extra, un deporte extra, un servicio médico extra, una oferta de bienes extra, pueden salirse de la oferta social, que no necesiten nada del sector público.

Muchos compañeros han planteado la discusión de un modelo económico a secas, sin debatir cuál es la articulación, cuál es el modelo social y político, o sociopolítico, que le sirve de contrapartida y lo contiene. No se toma nota de los efectos, de los impactos que va a producir el modelo económico; por ejemplo, una mayor desigualdad, para la que no tenemos estrategia inclusiva ni políticas para revertirla.

CGS: El proceso de “normalización” de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, demandará en algún momento la reestructuración de algunas políticas de la Revolución, como la del libre acceso a la cultura y al conocimiento. ¿Qué pasará con la propiedad sobre los bienes culturales? ¿Cuáles son los desafíos del socialismo cubano en este sentido?

JVP: Nosotros hemos tenido políticas sociales basadas en un mundo que ya no existe; dicho de otra manera, basadas en un mundo que perdió la partida. Habrá que esperar de nuevo por las condiciones de una revolución mundial; mientras tanto, el mundo en el que nos insertamos es de reglas privadas, capitalistas, para la ganancia, de reconocimiento del beneficio.

Efectivamente, abrirnos al mundo significa que nos caemos en un terreno donde rigen las reglas de otros. El socialismo cubano —en los términos de su consigna— para ser sostenible tiene que ser capaz de producir una economía viable en las condiciones de la economía mundial y ese es un desafío abierto. Me imagino que nuestra inserción será una combinación de acuerdos políticos con capacidades de competitividad en algún nicho del mercado internacional, aunque si tuviéramos el mejor producto, puede que la cajita en que lo vendamos haga casi inoperante su oferta.

Ahora, necesitamos normalizar nuestras relaciones con Estados Unidos aunque sepamos que ese “normalizar” es otra forma de llamar a una “guerra fría” que es para nosotros permanente. Necesitamos para hacer viable la economía las ventajas del mercado norteamericano, el más cercano, el mayor del mundo, poseedor de tecnologías de punta, una clara fuente de inversión. Tendremos que administrar esas supuestas ventajas y adecuarnos en algún grado a esas nuevas condiciones.

Va más allá del diálogo, porque Estados Unidos te va a exigir el copyright y también lo harán todos los demás. Es decir, para tú despreciarlo te tienes que salir del mundo o tener uno propio. Nosotros hemos predicado la libertad de los bienes culturales, bienes para el pueblo; no hemos reconocido las políticas de copyright, publicamos lo de todo el mundo; pero en gran medida, esto durará hasta que aceptemos las reglas de juego.

No se trata solamente que reconozcamos el copyright a los EEUU y ellos a nosotros, sino que la sociedad cubana lo reconozca a sus productores y creadores; ahí entramos también en otra dimensión. Eso y millones de problemas que lleva la apertura se van a plantear, y por ello es tan importante, más que las discusiones puntuales de tales contradicciones que se generan por la normalización o por el reclamo de la inversión internacional, entender integralmente todos los desafíos que habría que administrar.

Se supone que la dirección política, que el gobierno cubano, que la opinión pública, vele todo el tiempo por nuestros intereses. Necesitamos precisamente un Estado fuerte para que haya un actor que exprese los intereses nacionales en esas discusiones, no es un actor por la libre sino bajo control social, que se sienta a la mesa, toma los acuerdos interestatales, intergubernamentales, está en los espacios multilaterales, etc. Necesitamos un Estado, y por tanto, un funcionariado y una dirigencia capaz de administrar las contradicciones y defender los intereses nacionales. Y hace falta una regulación de la sociedad basada en una información abierta y debate público. Pero si la garantía de la defensa de nuestros intereses nacionales va a depender de las buenas intenciones que adjudicamos a los funcionarios, o de la supuesta sabiduría de uno u otro dirigente, entonces sí nos colocamos en un escenario de riesgo.

FLR: ¿Qué rasgos podrían definir esa regulación social en la construcción del socialismo?

JVP: En las nociones del marxismo clásico, que además recogía toda la tradición socialista anterior, cuando trataron los conflictos sociales lo primero que dijeron fue de la regulación, de la necesidad de que el Estado, el gobierno, regulase el comportamiento de determinados agentes sociales en favor de otros. Esa es la idea esencial del socialismo, que se iba a regular, que se iban a incrementar las regulaciones sobre el comportamiento social. En un principio estas emanarían del Estado, en otro momento tendrían el consenso social y finalmente, la propia sociedad se autorregularía cada vez más, mediante la autogestión y el autogobierno.

Si nosotros no creamos una cultura paralela de que la sociedad cubana —el proyecto de nación y el proyecto de sociedad que conlleva— es una sociedad regulada por el Estado, y en muchos momentos, y cada vez más, por la sociedad sobre sí misma; si no introducimos esa noción, la gente va a creer que se está entrando en un modelo económico liberal de competencia, que incluso ya no existe; es decir, estarían pensando como los liberales del siglo xviii, en un mercado perfecto donde supuestamente todos los agentes económicos competían y ganaban. Eso hace rato que no existe en la realidad ni en la teoría económica, pero tiende a ser un rasgo espontáneo de la producción mercantil simple, la idea de una sociedad abierta, competitiva, y con el ideal de que nadie los restrinja, de que no los regulen.

Hay que crear una cultura de que el socialismo supone regulación. ¿Regulaciones arbitrarias? No. ¿Regulaciones consensuadas? Sí. Basadas en la democracia, ya sea por representación, porque los órganos que han dictado esas regulaciones son representativos, o porque la población ha participado directamente en esa regulación.

El socialismo no es propiedad pública, aunque necesita la propiedad pública para regular el sistema económico. El socialismo no es prohibiciones, sino regulaciones. La planificación es para regular, no para hacerte imposible la vida, ni para decir que “no te toca”.

Hay que instaurar un discurso hegemónico acerca del orden de la sociedad que construimos, y acerca de una sociedad regulada, que se autorregula; lo cual implica que regula los intereses particulares en función del interés común. Ya esto lleva una discusión sobre a qué le vamos a llamar particular y a qué común, porque muchas de las cosas que pasan por regulaciones estatales se supone que estuvieran en función del bien común, lo cual es discutible. Es decir, que también cada regulación implica un debate, una discusión, un consenso, un procedimiento democrático para establecerla y para controlarla. El tema de la democracia plena en el socialismo acompaña todos los escenarios. En última instancia, ¿cómo asumiremos los peligros de la apertura económica? Con más democracia.

FLR: En el contexto cubano, algunos de los más complejos debates sobre la democracia han estado estrechamente vinculados al tema de la sociedad civil. ¿cuáles son los rasgos y espacios propios de una sociedad civil socialista?

JVP: Para los clásicos del liberalismo la sociedad civil era la sociedad, y esta necesitaba de derechos para defenderse del Estado. La sociedad ha tenido que delegar su soberanía a cambio del orden; el Estado es el Leviatán, el gran monstruo, este Leviatán amenaza a la sociedad, la agrede, la constriñe, y esta necesita derechos civiles y políticos para restringir al Estado. Ese es el núcleo duro y progresista del pensamiento liberal.

Con el tiempo la “sociedad civil” pasó a ser una dimensión de la sociedad real, que crea subsociedades y participa de un espacio económico, civil, político, etc., y estos están conformados por instituciones. La sociedad es una, pero la habitan instituciones que ella ha creado en distintos escenarios. Por otra parte, si consideras que esos escenarios o esferas son en sí mismos sistemas de instituciones —jurídico, político, económico o civil, etc.— todo queda conceptualmente más claro. Pero en realidad, lo que hoy pasa por sociedad civil son formas asociadas, y por tanto, institucionales. Hay un grupo de instituciones a las que llamamos civiles, como hay otras económicas y políticas. Incluso, en el pensamiento liberal original, la sociedad civil que estaba frente al estado incluía tanto a las asociaciones económicas como a las no económicas porque ambas estaban agredidas, ambas le reclamaban derechos y espacios al Estado.

Con la evolución del propio capitalismo las instituciones económicas han tendido a crearse un espacio propio, e inclusive, las otras instituciones civiles se tienen que defender de las económicas, de esos otros privados; el privado consumidor, digamos, se tiene que defender del privado asociación económica —empresas, corporación, etc. y del mercado.

La gran herencia de la Revolución Francesa es el concepto de ciudadanía. La República es el orden de toda la sociedad, cada una de las esferas está subordinada al interés soberano de la República. La República es el pueblo; la  Constitución dice: “La soberanía reside en el pueblo”; por tanto, la soberanía del pueblo se da en una República y esta se la concede a un grupo de instituciones, políticas, económicas u otras; y se supone que todas ellas estén atravesadas por los derechos ciudadanos. La República tiene que definir y defender los derechos de los ciudadanos en cada una de las esferas, incluida la familia, para que no se reproduzcan relaciones de subordinación, de explotación, en ninguno de los órdenes, esferas o sistemas institucionales de la sociedad.

La sociedad civil nuestra es un grupo heterogéneo de instituciones, tiene una definición un poco negativa, más que decir lo que ella es, ha quedado por decir lo que no es: no son las instituciones políticas, no son las económicas, es lo que queda, la familia, las iglesias, las asociaciones civiles de interés, non profit, las organizaciones de masas. Vale decir que tampoco hemos estudiado suficientemente qué cosa sea la sociedad civil cubana, no hemos estudiado el problema que el socialismo tiene con la sociedad civil, el avance del Estado sobre su espacio, su indefensión.

Lo primero sería recordar que tuvimos una sociedad civil ocupada por la burguesía y marcada por relaciones capitalistas, la cual fue profundamente modificada por la Revolución. Como en todas las demás esferas, había que recrear la esfera civil, pero recrear no quería decir extinguirla ni acogotarla. Los pobladores, los miembros de una sociedad, los ciudadanos de una polis, también quieren y necesitan para expresar sus intereses, asociarse y representarse mediante asociaciones o instituciones civiles. Entonces el socialismo tenía que haber cuidado y desarrollado esto.

Hay una historia de la sociedad civil cubana en la que no me voy a detener. A nosotros nos gusta mucho decir que ella está conformada por las organizaciones de masas, que todas son ONG, incluso reconocidas como tal en la Constitución; que tenemos cuatro mil asociaciones civiles, una Ley de Asociaciones, etc., y que para asociarse hay que hacerlo bajo esa legalidad. Pero lo que la sociedad reclama es que esa sociedad civil que tenemos —las organizaciones de masas, las asociaciones, iglesias, familias— es insuficiente para representarse, necesita mayor capacidad y libertad de asociación. Y ello  entraña un peligro, porque eso es lo mismo que quiere el enemigo, que sabe que la esfera que tú has constreñido es la que ellos pueden ampliar; que donde ellos más podrían influir es precisamente sobre la esfera civil, que es donde se expresan más intereses particulares.

En el discurso liberal la economía privada forma parte de la sociedad civil; lo primero que tenemos nosotros es que aclararnos y aclararle a la sociedad que las organizaciones económicas no son parte de la sociedad civil sino de la económica, pero que las dos están conformadas por ciudadanos, de manera que hay que respetar sus derechos en ambos casos, en todos los casos.

Mi percepción es que la sociedad civil que tenemos es más que insuficiente, pero no cabe duda que mayor problema es que no hay claridad sobre cuál y cómo ella debe acompañar nuestros proyectos; hay que avanzar en una concepción revolucionaria de la sociedad civil.

Un punto importante es el lugar que las instituciones y agentes culturales van a jugar en este reparto. Estos son, instituciones, personajes civiles, económicos, públicos, o pueden ser lo uno y lo otro; pero ahí también tenemos un problema, por el peligro de que sectores intelectuales reclamen libertad de asociación y de organización para fines económicos en un caso, representación civil en otro, y no lo hagan bajo un espíritu socialista. En todas las esferas nosotros tenemos que asegurar la hegemonía de la cultura socialista, o si no habremos perdido; la oposición y el disenso tienden a agruparse donde precisamente la hegemonía socialista es más débil.

Nosotros tenemos que auscultar, asegurarnos de tener una propuesta de diseño, una estrategia para cada una de las esferas, no basta decir que son o no son revolucionarias, hay que examinar cómo y por qué se insertan en el proyecto de nación y en el de sociedad.

Y está demás reiterar que este es el primer terreno —además declarado—  de desafío de eso que llamamos el “proceso de normalización de relaciones” con los Estados Unidos, desde donde se hace política abierta para la sociedad civil. De manera que no basta reaccionar con el presupuesto acertado de la amenaza que implica este proceso, sino que debemos tener una respuesta un poco más elaborada, porque si ese puede ser un espacio propicio para la política imperial, ¿por qué no lo es para nosotros?, ¿no tenemos política para ello?, ¿solamente tendremos restricciones? Yo creo que, efectivamente, esa sería una de las cosas a solventar en este socialismo sostenible de que hablamos.

FLR: Es imposible hablar de democracia, construcción del consenso, sociedad civil, sin pasar por los desafíos directos del sistema político. ¿Cómo debiera funcionar un sistema político renovado?

JVP: En el caso del sistema político cubano, hay tres cosas sobre las que quisiera llamar la atención. Primero, sobre un orden institucional que supone, como todo orden, relaciones jerárquicas. En el socialismo, sobre todo en el período de transición, cito a Mao: “La política está en el puesto de mando”, de manera que el rol de las instituciones políticas en el conjunto de la sociedad es determinante para garantizarle una transición, un movimiento, una orientación socialista. Puede haber muchas circunstancias que impongan determinados zigzags en ese proceso, pero se supone que “la política en el puesto de mando” es quien garantiza a la evolución de la sociedad cubana su orientación. No porque los políticos estén superdotados, que pueden estarlo o no, sino porque la sociedad delegó en ellos su representación, porque es la instancia política donde estamos representados, la responsable del curso, la conducción u orientación del proyecto socialista.

Ese sistema político tiene instituciones representativas, los poderes se reúnen en un órgano representativo, la sociedad se representa en esos órganos, y además, dispone de mecanismos para renovarlos, suplantarlos, etc. El diseño institucional del sistema establece que todas las decisiones sean colegiadas. De manera que se puede y se debe perfeccionar todo eso, pero se supone que el sistema político está regido no solamente bajo una delegación moral, sino que dispone de dispositivos para que la sociedad se represente adecuadamente en el mismo, eso es lo que está normado.

Incluso, hablando de perfeccionamiento, el propio presidente Raúl Castro ha mencionado la necesidad de ponerle límite a los mandatos, sobre todo del primer nivel de dirección, y yo agregaría, se pueden poner reglas de incompatibilidad de cargos, de intereses, de declaración patrimonial antes de ocupar un puesto, etc. En fin, el propio régimen político burgués para poder funcionar bajo sus propias contradicciones y ante la presión democrática de las masas, tuvo que auto limitarse, tuvo que establecer multitud de reglas. Por ejemplo, la limitación de mandato es una conquista popular precisamente para evitar los malos gobiernos, porque tú no pones las reglas para los buenos.

Entonces hay un conjunto de normas —y se deben agregar otras— que formalizan la representación. Esas reglas son muchas y más claras en el sistema político, están más confusas en el económico. Es decir, que el criterio de representación de la sociedad tiene problemas y déficits en todas las esferas. Y en el nivel político, que es el que está en el puesto de mando, las exigencias de la representación obviamente deben ser mucho mayores.

Un segundo problema es que el conjunto de instituciones que conforman cada sistema o subsistema de la sociedad, deben estar normados y, de hecho, muchos de ellos lo están profusamente.

Como te comenté anteriormente, en uno de mis últimos trabajos hablo del orden institucional que se presume surgirá, el que está más o menos explícito en el proceso de reformas y el que se reclama, pero no está explicitado. Ahí identifico las corrientes políticas y hago una historia institucional de Cuba; caracterizo, señalo nueve períodos y declaro que todos estos, inclusive en el que estamos, están atravesados por un grupo de contradicciones que deben ser superadas a los fines socialistas. Hago también esta propuesta para que se disienta de ella y generar debate, para que se piensen y consensuen estrategias.

La primera de las contradicciones que identifico es que hay una desviación de la norma institucional, han pintado un pájaro que no vuela. Podría poner millones de ejemplos, pero creo que no hace falta. Quizás el más ostensible de todos es el de la Asamblea Nacional, que se supone conduce al país, tiene todos los poderes constitucionales, fácticos y legislativos, que como dice la propia ley, lo primero que hace cuando sesiona es poner en discusión, no aprobar mecánicamente sino debatir, la decisión que tomó el Consejo de Estado. Eso es lo que está en la letra, pero uno tiene la sensación de que la Asamblea realmente existente no se conduce de esa manera, ni dirige el país, ni toma todas las decisiones, ni pone en discusión las de los demás, ni le rinden cuenta los poderes públicos. Es decir, a uno le parece que el sistema político diseñado no es el que está funcionando. Incluso, por cada ley aprobada hay cinco o seis Decretos Leyes del Consejo de Estado; hay una minifuncionalidad de la Asamblea y una suprafuncionalidad del Consejo de Estado. Nadie tiene clara la rendición de cuentas del Gobierno a la Asamblea, porque resulta que el presidente del Consejo de Estado es también el del Consejo de Ministros, ¿cómo se van a exigir a sí mismos? Hay problemas de diseño y de funcionalidad, y todo eso se expresa como una desviación de la normativa institucional.

En algunos períodos la desviación de la norma ha sido monumental —en la segunda mitad de los 60, en la Batalla de Ideas— cuando casi se crean gobiernos paralelos. Quiere decir que el primer problema que tenemos es que hay un cierto grado de desviación; y de cómo la estrechamos o la suprimimos, puesto que una de las funciones de la política en el puesto de mando sería esa, velar por la norma institucional.

Una segunda contradicción es que todo eso pasa por el famoso problema descentralización/ centralización. Todo el socialismo habla de descentralizar, porque para que haya autogobierno, para que haya participación, el diseño institucional tiene que ser lo más descentralizado posible. Si hay más poderes y recursos en la Nación o en la Provincia que en el Municipio, este último siempre será nada. Uno necesita para participar una dimensión, una escala, un espacio local, de relaciones; y en él tienen que estar situadas una gran parte de las decisiones y de los recursos, para que se puedan asegurar una cantidad de los problemas de la vida común, sobre todo, de la vida cotidiana.

Entonces hay también un problema de diseño. El nuestro, en todas las instituciones, es increíblemente centralizado. Las organizaciones de masas son nacionales y verticales; las organizaciones civiles restantes tienen, por ley, carácter nacional y único. No tengo que insistir acerca de cuán centralizado está el Estado. En el sistema económico, la reforma empresarial en vez de crear empresas más desagregadas lo que ha hecho es agregar más empresas, ha creado corporaciones y las llamadas OSDE. Es decir, los diseños son altamente centralizados y el funcionamiento real todavía más desviado, con lo cual la representación se hace inútil y la participación es una música celestial. ¿Cómo participas si toda la estructura que te contiene está altamente centralizada, si el estilo de dirección es altamente verticalista? Por supuesto, la consecuencia de ello es otro problema que está en el listado, la llamada burocratización.

¿Cuál es la promesa socialista? La representación, la participación, el autogobierno, la socialización, pero lo que vemos en el socialismo real y en el nuestro, son las tendencias burocráticas de todas las estructuras, todas las instituciones tienden a burocratizarse.

Pero fíjate, burocratizarse no es solo burocratismo. El burocratismo es una cultura que apoya a una práctica perversa, la práctica burocrática; la burocracia o funcionariado es un supernumerario, “mucha gente”. Pero un solo dirigente puede ser burocrático, cuando toma decisiones discrecionales y la sociedad no puede, no tiene control sobre las mismas. Entonces, ¿por qué nuestras instituciones tienden a ser burocráticas? Porque las decisiones que se toman no tienen suficiente control social.

La última contradicción tiene que ver con la primera respuesta que te di; hemos prometido un socialismo autogestionario y lo que tenemos del otro lado, del lado de la realidad, es un socialismo de Estado. Al punto de que hay una cultura instaurada muy fuerte en la primera corriente político-ideológica, la que llamé convencional, para la cual el socialismo es el Estado surgido con la Revolución, lo que es estatal es socialista. La Revolución es el Estado, es revolucionario lo que el Estado te da; “no está con la Revolución” lo que esté fuera del Estado. Esa es ideología constituida y, por supuesto, es el lecho de rosas del burocratismo.

CGS: Pero usted también mencionaba que el socialismo necesita de un Estado fuerte. ¿Cómo lograr equilibrio en este sentido?

JVP: Exactamente, es muy complejo, necesitamos desestatizar en favor de una mayor socialización, pero también necesitamos un Estado fuerte, hay que poder discernir. Dicho de otra manera, la nación necesita un Estado fuerte y la sociedad una creciente socialización.

¿Qué es lo que la práctica ha demostrado? Que el Estado en favor de la Revolución, por y para ella —démosle ese crédito— ha establecido una sociedad tan regulada, tan llena de prohibiciones —cumpliendo aquel apotegma de que en el socialismo lo que no está permitido está prohibido— que ahora llevamos una temporada de desregulaciones y no suceden los males de que nos resguardaban. Por ejemplo, acabamos de descubrir que podíamos plantearnos una política migratoria diferente, alternativa; que no había que regularle la vida a la gente de esa manera; y que aún es discutible por qué quedan tantas regulaciones. Pero lo que hace a la cuestión, lo que importa es que nos hemos movido en un sentido, digamos, más socialista, más en favor de las libertades ciudadanas.

Cuando una regulación limita una libertad ciudadana tenemos un problema, tienen que haber razones muy poderosas, muy circunstanciales y muy sometidas al consenso de la población, para restringir o regular una libertad ciudadana. La libertad de movimiento es un derecho humano, una libertad ciudadana consagrada en la Constitución, así lo estaba en la del 40 y faltó en la del 76. La desregulación de esta es una de las cosas que hay que atribuirle al actual proceso de reformas y aplaudir que se han ido introduciendo otras que se mostraban no solamente innecesarias sino abusivas.

Voy a ponerte un ejemplo. Cuando prohibíamos un libre mercado de viviendas supuestamente lo hacíamos en favor del socialismo, de la igualdad, para que nadie se apoderara, por razones circunstanciales, de una mejor vivienda que otro etc., todas razones que se pueden argüir, pero me estoy tratando de poner de parte del político, del decisor. Bueno, pasa el tiempo, cambian las tensiones, desregulan y: (a), toda la población está feliz con eso y con que se haya creado un mercado de viviendas; (b), se vuelve a reproducir una concentración de las mejores viviendas en manos de los sectores más pudientes de la sociedad. Eso es cierto. Las regulaciones provocan problemas y la desregulación también los conlleva. Pero, ¿por qué aunque beneficien a minorías todo el mundo las aplaude? Porque es un tema de derechos, todos sienten que han ganado o recuperado una libertad.

Yo creo que esa es una lectura que tenemos que hacer, cuál es el mundo, el universo de regulaciones y restricciones de libertades ciudadanas que no son necesarias, que crean más problemas político-ideológicos de los que resuelven, que fueron creadas en el imaginario de una sociedad que nunca ha existido y que, si fuera a existir, la gente la tendría que querer, no se la podrían imponer por decreto.

Uno de los argumentos para tantas restricciones era el escenario de peligro en el que siempre estábamos, pero resulta que llegaron los 90 y estuvimos más en peligro que nunca; empezamos a desregular y no pasó nada.

Debemos aprovechar la oportunidad de que vamos a hacer una reforma constitucional o a instaurar una nueva —más parece esto último— para delimitar las prohibiciones. En uno u otro caso, la Constitución tiene que ser la fuente del ordenamiento real de la sociedad, tiene que ser la institución jurídica que efectivamente la regule. La Constitución la aprueban los ciudadanos, es una expresión de la soberanía popular, es uno de los pocos actos en los cuales la población no entrega la soberanía, sino que la ejerce.

La sociedad tiene que regirse absolutamente, hasta que se reforme nuevamente, por esa Constitución, y tiene que haber mecanismos que garanticen su aplicación; que todos los ciudadanos y todas las instituciones puedan reclamar a otros por su violación. Si en algún momento fue necesario limitar las garantías constitucionales, ya no lo es. Esta es una de las cosas que hay que resolver y definir en la próxima convocatoria. Decir que garantizamos la Constitución es decir que garantizamos los derechos de los ciudadanos.

Hace tiempo nosotros somos signatarios de varios documentos internacionales donde los derechos de los ciudadanos se equiparan con todos los derechos humanos. Nosotros defendemos que no hay solamente los tres grupos de derechos aprobados, civiles, políticos y económico-sociales, sino que se promuevan y se reconozcan derechos culturales, derechos de la naturaleza u otros. Estamos involucrados en todas las propuestas de ampliación de los derechos humanos, estamos comprometidos con esa categoría y, además, decimos que todos los derechos tienen igual jerarquía, que son interdependientes e inviolables. Tenemos un posicionamiento, pero la Constitución nuestra no reconoce esas mismas ideas, nos las incluye, no ha explicitado que el ámbito de los ciudadanos es el ámbito de los derechos humanos. Hay que prepararse para ello, crear esa cultura. Los derechos humanos no son los que da el Estado, son derechos originarios que la comunidad mundial ha reconocido. Nosotros a nivel nacional enriquecemos el fondo de derechos humanos con nuestras propias propuestas y eso está muy bien, pero fíjate que todo el tiempo está apareciendo la figura del ciudadano, eso es algo que tenemos que rescatar. Lo que en el discurso oficial es el pueblo, en la Constitución y en el derecho es el ciudadano, con sus múltiples roles.

Nosotros tenemos una batalla terminológica. Hay una cantidad de términos que nacieron y crearon las revoluciones, las que fundaron el régimen burgués o las que crearon otras experiencias, que son las que acuñaron algunos como democracia, ciudadanía, igualdad, soberanía, fraternidad, etc.. Está toda esa terminología que crearon las revoluciones y que nos hemos dejado arrebatar, que el discurso liberal dominante del capitalismo ha cogido para sí. Entonces se da la paradoja de que quien habla de ciudadanos es Obama, no nosotros; y por el contrario, nos preocupa cuando alguien emplea el término, lo miramos raro, pensamos “y este qué se trae”.  Decimos que lo que existe es el pueblo, pero resulta que el pueblo es el conjunto de los ciudadanos. El depositario de los derechos humanos es la persona, y esta vive en una polis, en una República, es un ciudadano. Vamos a usar las categorías como son. Es el ciudadano el que quiere y construye el socialismo, no es el socialismo el que inventa al ciudadano.

Puede ser que en un momento de la historia una vanguardia política o intelectual tenga propuestas; estas no son sino ideales hasta que la ciudadanía las acoge y las respalda. Puede anticiparse a la conciencia ciudadana, incidir sobre la cultura dominante, promover otra cultura hegemónica, definir un proyecto de nación y de sociedad diferentes, pero al final esas propuestas  solamente tiene futuro si han sido acogidas por los ciudadanos, si también las convierte en su proyecto. De manera que aquí, al final de medio siglo, es de los ciudadanos de quienes estamos hablando.

CGS: En este medio siglo los ciudadanos cubanos han socializado en contextos muy diversos que determinan sus imaginarios y concepciones sobre el socialismo. ¿Cómo legitimarlo aquí y ahora?

JVP: Hay que hacer explícitas cuáles son las premisas socialistas, cuáles son las del proceso de reformas, porque actualmente el escenario se conduce como si el compromiso socialista estuviera garantizado en la voluntad político-moral de los dirigentes históricos y en alguna palabra suelta, pero no del todo claras; parecería que la vanguardia es la depositaria de esa garantía.

Entre otras cosas, estamos en vísperas de una sucesión política, de una renovación generacional, y de nuevos desafíos. De hecho, hay que reformular el modelo socialista, el modelo económico, el orden constitucional. ¿Cuál es el curso socialista de esa transición de la que tanto se ha hablado?, Es necesario que en la cultura dominante eso esté claro, hay que hablar de socialismo, hay que identificar qué cosa es y será el socialismo cubano.

Cuando Fidel declaró el carácter socialista de la Revolución en abril de 1961 hizo un inventario de las conquistas que ya se habían alcanzado y le dijo al pueblo: “esto es el socialismo”. Este régimen socio político estaba maldecido y había en la población cubana una cultura hegemónica anticomunista, pero en aquel momento el socialismo fue definido por sus premisas concretas y reales, por sus logros, por los que había obrado y los que prometía. Ahora, de pronto, parece que todos los defectos, insuficiencias y problemas que tenemos, son los del socialismo; incluso llega un momento en que se convierte en un término descalificador. Me parece que ese es un terreno muy importante, donde hay que hacer la lucha ideológico-política, porque ahora lo que está puesto en juego es el carácter socialista de la Revolución cubana.

Ya la Revolución cubana es un hecho y es una historia, y está transitando a nuevos escenarios, lo que está ahora en discusión es su carácter socialista, entonces eso hay que explicitarlo, tiene que hacerse una discusión, hay que reconstruir una cultura. En la sociedad están coexistiendo seis generaciones políticas identificables y probablemente hay una séptima en formación. Las tres primeras vivieron mejor que sus padres, la cuarta igual, y las dos últimas peores; el gap generacional es un hecho. Nosotros tenemos que aculturar a las nuevas generaciones en el socialismo; también a algunos sectores de las viejas, actualmente atravesadas por fuertes sentimientos de frustración, renuncia y cansancio. Esa es la verdadera batalla de ideas, la que hay que hacer por el socialismo, que es siempre una construcción: estás prometiendo una sociedad que todavía no existe, se transita hacia ella, y siempre hay insuficiencias que señalar.

Hasta el Período Especial, la ideología dominante era que el destino de todos, el mío en particular, el de mi familia, estaba ligado al de la nación; ella era la locomotora, tiraba de todos, si el país progresaba todos progresábamos. ¿Qué fue lo que sucedió? Se paró el tren, no se mueve o retrocede. Ahora muchos dicen: “Yo no puedo salvar al país, pero me puedo salvar yo”. Un sector importante de la población comenzó a pasar a estrategias individuales. Entonces eran de sobrevivencia, pero ahora son de ascenso social. No obstante, todavía hay un grupo mayoritario de la población que no progresará si el país no lo hace.

En aquel momento era el proyecto socialista el que permitía realizar a la nación, la que no lograría sobreponerse al adverso entorno internacional ni resistir a la agresión, sin el socialismo. Es decir, éramos socialistas para realizar el proyecto de nación. Por eso insisto en que en realidad no tenemos un proyecto, sino dos que se complementan.

Tomado de: Catalejo. El blog de Temas

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Hegemonía y cultura en tiempos de contrainsurgencia soft

Hegemonía y cultura en tiempos de contrainsurgencia soft (Ocean Sur, 2021),

Por Gilberto López y Rivas

El último libro de Néstor Kohan, Hegemonía y cultura en tiempos de contrainsurgencia soft (Ocean Sur, 2021), es de lectura urgente para comprender a profundidad los procesos actuales que el comandante Fidel Castro consideró como batalla de ideas, en los ámbitos de la cultura y las ciencias sociales.

El libro esta precedido por fragmentos de sendos escritos de dos respetados profesores argentinos, secuestrados y desaparecidos por la dictadura militar, Daniel Hopen y Haroldo Conti, que muestran uno de los rasgos distintivos del fascismo y el terrorismo global de Estado: su odio a la intelectualidad revolucionaria. Estos epígrafes conllevan un propósito central de la obra: mostrar que, pese a represiones o cooptaciones, es posible resistir al enemigo de la humanidad y la vida en el planeta: el capitalismo y los estados imperialistas que imponen su explotación y dominación a los pueblos oprimidos y recolonizados por la vía de una contrainsurgencia letal, que ha provocado catástrofes humanitarias en numerosos países, o una contrainsurgencia soft, blanda.

Néstor Kohan no es dado a irse por las ramas. Entra directo a expresar que se embarca en una sociología de la cultura e historia intelectual con la declarada intención de desatar polémica, lo cual siempre logra, girando su trabajo en torno a tres problemas centrales: hegemonía/contrahegemonía, imperialismo y contrainsurgencia.

El libro trata un caso en particular: Cuba y su lucha contra el imperialismo estadunidense, la metáfora de David y Goliat, que ha sido una dramática realidad por más de 60 años: enfrentar con éxito las incontables incursiones militares abiertas y encubiertas, sabotajes, guerra bacteriológica, intentos de asesinato de dirigentes, actos terroristas, el bloqueo y las acciones de sus múltiples aparatos de inteligencia y contrainteligencia, que se complementan con el más notorio: la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Esta estrategia de contrainsurgencia militar ha sido acompañada de otra táctica imperialista dedicada a minar la moral y hegemonía socialista de la revolución cubana. A la denuncia sobre el papel que juegan las fundaciones fachadas de la CIA que proporcionan los fondos para la compra de conciencias, Néstor, con su ya proverbial erudición, va desbrozando la maleza ideológica de una contrarrevolución que se esfuerza por “construir una opción pretendidamente ‘democrática’ […] contra el proyecto comunista, al que sigue calificando, con escasa originalidad, de ‘totalitario’ […], donde las palabras ‘democracia’ y ‘república’ se enarbolan sin nombre ni apellido, sin referencias de clase ni determinaciones históricas, sociales ni geopolíticas”.

En torno al reciente debate cubano, Néstor afirma que revolución cultural es lucidez y es socialismo, sobre todo en el contexto de la crisis capitalista más profunda de la historia, en la que la especie humana está en peligro. Precisamente, en los momentos en que circulaba la demanda del Premio Nobel para la brigada médica cubana internacionalista Henry Reeve, y en plena emergencia sanitaria del Covid-19, estalla, ¡qué casualidad!, el Movimiento San Isidro en Cuba, el cual, como era de esperarse, recibe la cobertura mediática ­internacional.

Néstor observa, con dolor, las firmas de amigos y compañeros en un manifiesto, junto con conocidos trásfugas, y se debate entre la amistad y la necesidad ética de definirse frente a ese movimiento, optando por no perder la brújula del eje de la lucha de clases y las relaciones de fuerza, a partir del cual hace un recorrido crítico de gran envergadura teórica, sobre la línea discursiva del manifiesto. Kohan reitera su posicionamiento, con el que concordamos plenamente: “Revolución socialista, la cubana, que durante décadas ha sido y seguirá siendo la única vacuna y el único antídoto para garantizar la autodeterminación nacional y popular de Cuba frente a las pretensiones anexionistas de Estados Unidos, sea en su versión neofascista, sea en su presentación light y soft, igualmente imperialista”.

Asumiendo que los conflictos y los intentos de dominación no han desaparecido y que la guerra ideológica, fría, tibia o caliente, abierta o encubierta, simétrica o asimétrica, continua, y a propósito de la polémica sobre imperialismo, ciencias sociales y cultura, Kohan convoca a recuperar un programa antiimperialista y anticapitalista actualizado y acorde con nuestra época, como una tarea urgente y en el centro de la agenda. Exhorta a reactualizar y elaborar colectivamente nuevos planes culturales contrahegemónicos. Remontar la pendiente inclinada de las derrotas genocidas que padecimos, desmontando la avalancha asfixiante de propaganda y manipulación de la opinión pública que enfrentamos a diario.

El estudio y la discusión sobre este oportuno y excelente libro de nuestro camarada y amigo Néstor Kohan ofrecen las herramientas teóricas para estar a la altura de estos desafíos.

Tomado de: La Jornada

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La historia del Viejo Benjamin

Walter Bendix Schönflies Benjamin fue un filósofo, crítico literario, traductor y ensayista alemán de origen judío.

Por Lisa Fittko

El 26 de septiembre de 1940 Walter Benjamin se suicidó por sobredosis de morfina en una pensión de Port Bou. Un evidente suicidio inducido. Por eso cabe preguntar: ¿Quién mató a Walter Benjamin? Pro memoria, y por si así es posible saber qué ocurrió con el manuscrito que portaba, cuya salvación le parecía más importante que la de su propia vida. Los testimonios de Lisa Fittko y Henny Gurland permiten reconstruir aquel brutal episodio de la colaboración entre nazis y franquistas. Un episodio del que se han borrado las huellas: en el hermoso cementerio marino de Port Bou la tumba de Benjamin se ha esfumado y en el pueblo nadie recuerda nada, sin que falten algunas frustradas tentativas de la tradicional picaresca española. Un aura de misterio sigue rodeando la muerte de Benjamin en Port Bou, pero puede y debe esclarecerse.

Cumplo, por fin, la promesa de escribir la historia. La gente sigue pidiéndome que describa exactamente la forma en que…

Recuerdo todo lo que pasó, así lo creo. Es decir, recuerdo los hechos. Pero, ¿puedo revivir aquellos días? ¿Es posible retroceder y penetrar en aquellos tiempos en que no había lugar para recordar lo que era la vida normal, aquellos días en que teníamos que adaptarnos al caos y luchar por sobrevivir…?

La distancia de los años –una cuarentena– le ha dado una perspectiva a los acontecimientos, opinan muchos. Me parece, sin embargo, que esta perspectiva con pretensiones de comprensión fácilmente se vuelve una simple visión desde atrás, reformando aquello que… Contra esta trampa, ¿cómo poner en orden mis recuerdos? Y ¿por dónde empezar?

25 de septiembre de 1940

Port-Vendres (Pirineos Orientales), Francia.

*****

Me recuerdo despertándome en la habitación estrecha de bajo techo donde algunas horas antes había ido a dormir. Alguien llamaba a la puerta, pero no era la chica. Me froté los ojos medio cerrados. Se trataba de uno de nuestros amigos: Walter Benjamin, uno de los que huyeron hacia Marsella cuando los alemanes ocuparon Francia. «Viejo Benjamin», solía decir yo refiriéndome a él sin saber exactamente por qué –tenía 48 años–. ¿Qué hacía ahora aquí?

«Respetable señora ‒dijo‒, por favor, acepte mis disculpas por esta molestia». El mundo había quedado trastocado, pensaba yo, pero no la cortesía de Benjamin. «Su señor esposo ‒prosiguió‒, me indicó cómo encontrarla. Me dijo que usted podría conducirme a España a través de la frontera». ¿Qué dijo? Oh bien, sí, mi señor esposo –mi marido– habrá dicho eso. Supondrá que puedo hacerlo, lo que sea.

Benjamin se quedó parado ante la puerta abierta; entre la cama y el pasillo no había sitio para una segunda persona. Le sugerí enseguida que me esperara en el bistrot de la calle del pueblo. Desde el bistrot nos fuimos a dar un paseo, de modo que pudiéramos hablar sin ser escuchados. Le expliqué que, aunque mi marido no lo sabe, desde mi llegada a la zona fronteriza la semana pasada he encontrado un modo seguro de cruzar la frontera. Un día bajé al puerto para hablar con alguno de los obreros portuarios. Uno de ellos me invitó al local del Sindicato donde me pusieron en contacto con el señor Azéma: alcalde de Banyuls-sur-Mer, un pueblo cercano. Era el hombre que, según había oído en Marsella, podría ayudarme a encontrar un camino seguro para aquellos de nuestra familia y amigos que estuvieran dispuestos a pasar al otro lado. Se trataba de un viejo socialista de los que habían ayudado a la República española pasando desesperadamente la frontera con los médicos, medicinas y enfermeros necesarios durante la Guerra Civil española. «Una grata persona, el alcalde Azéma», le comenté a Benjamin. Se había pasado horas conmigo preparando cada detalle. Por desgracia, el famoso camino a través del muro del cementerio de Cerbère estaba cerrado. Había sido un camino absolutamente seguro y gran número de refugiados lo habían usado durante meses, pero ahora estaba fuertemente vigilado por los gardes mobiles. Sin duda por orden de la Comisión Alemana. Según el alcalde, el único punto realmente seguro era «la Route Lister». Ello significaba que tendríamos que cruzar los Pirineos más al oeste, a gran altura, haciendo una gran ascensión.

«Está bien ‒contestó Benjamin‒, será tan largo como seguro. Yo tengo dificultades cardíacas ‒continuó‒, y tendré que ir despacio. También hay dos personas que me acompañan desde Marsella y que necesitan pasar la frontera: la Sra. Gurland y su hijo. ¿Los llevará usted?»

Seguro, seguro. «Pero, Sr. Benjamin, comprenda usted que yo no soy una guía competente en esta región, que no conozco los caminos y que nunca los he recorrido por mi cuenta… Tengo un trozo de papel con unas indicaciones a lápiz, un mapa del camino hecho de memoria donde están descritos algunos de los detalles de las vueltas que hay que dar: una cabaña a la izquierda, una explanada con siete pinos que hay que bordear por la derecha, porque si no saldríamos demasiado al norte, hasta los viñedos que conducen al cerro en este punto a la derecha. ¿Quiere aún correr el riesgo?»

«Sí», dijo sin vacilar. «El riesgo real sería no ir». Dicho sea de paso, recuerdo que éste no era el primer intento de Benjamin para salir de la trampa, imposible de olvidar para cualquiera que conozca los anteriores. La atmósfera apocalíptica de Marsella en 1940 produjo historias absurdas de huidas frustradas: planes sobre barcos fantásticos y capitanes legendarios, visados para países inexistentes en el mapa y pasaportes de países que habían dejado de existir. Uno se acostumbraba a aprender en el Daily Grapevine [boca a oreja] que estos planes quiméricos podrían seguir el destino de un castillo de naipes. Éramos capaces de reírnos –teníamos que reírnos– del lado cómico de algunas de aquellas tragedias. La risa era irresistible cuando el Dr. Fritz Fraenkel ‒de constitución endeble y melena gris‒ y su amigo Walter Benjamin ‒con su cabeza de escolar sensible y ojos pensativos tras las gafas‒ se veían obligados a disfrazarse de marineros franceses para colarse de contrabando en un barco de carga. No llegaban muy lejos.

No obstante, podían continuar intentando huir, por suerte, dado el estado general de confusión.

Intentaríamos ver al alcalde Azéma una vez más, esta vez juntos, de forma que pudiéramos memorizar cada detalle. Avisé a mi cuñada –ella, el niño y yo pensábamos cruzar la frontera e ir a Portugal la semana siguiente– y salí con Benjamin hacia Banyuls.

Aquí tengo un lapsus de memoria. ¿Nos atrevimos a tomar el tren, a pesar de los constantes controles fronterizos? Tuvimos que haber andado 6 u 8 kilómetros desde Port-Vendres por la senda rocosa que ahora me era familiar. Recuerdo haber encontrado al alcalde en su despacho; recuerdo cómo miraba hacia la puerta y repetía sus instrucciones, contestando a nuestras preguntas.

Dos días más tarde, después de que el alcalde nos dibujase el plano de la carretera, nos asomamos a la ventana y Benjamin tomó nota de las direcciones: la explanada de los siete pinos y algunas colinas a las que tendríamos que subir. «Sobre el papel parece un paseo fácil ‒comenté‒, pero me temo que tengamos que atravesar alturas pirenaicas…». Se rió: «Eso es en España, al otro lado de las montañas».

Entonces, el alcalde sugirió dar un paseo aquel atardecer y recorrer la primera parte de la ruta para probar si podíamos encontrar nuestro camino. «Tú subes hasta este claro», dijo señalando el plano. «Luego vuelves y lo verificas conmigo. Pasas la noche en la fonda y mañana por la mañana, a eso de las cinco cuando aún está oscuro y la gente se va hacia sus viñedos, haces otra vez todo el camino hasta la frontera española». Benjamin preguntó por la distancia hasta la explanada. «Menos de una hora… bien, en realidad no más de dos horas. Un bonito paseo». Nos despedimos con un apretón de manos: «Je vous remercie infiniment, Monsieur le Maire», oí decir a Benjamin. Pude escuchar claramente su voz.

Fuimos a ver a sus compañeros, que esperaban en la fonda y les explicamos nuestro plan. Me pareció que cooperarían sin quejarse, contra lo que yo me temía, en una situación tan crítica. Caminamos tranquilamente, como turistas que disfrutan del panorama. Me di cuenta que Benjamin portaba una maleta de grandes dimensiones que había recogido cuando nos paramos en la posada. Parecía pesada y le ofrecí mi ayuda para llevarla. «Es mi nuevo manuscrito», me explicó. «Pero, ¿por qué la trae?». «Comprenda que esta maleta es lo más importante para mí ‒y añadió‒ no puedo arriesgarme a perderla. Es el manuscrito lo que debe ser salvado. Es más importante que yo mismo».

Esta expedición no iba a ser fácil, pensé. Walter Benjamin y sus caminos retorcidos. Justo como es él. Cuando intentaba pasar por marinero en el puerto de Marsella, ¿habría ido con la maleta?

Mejor sería pensar en el camino, me dije a mí misma, e intentar descifrar las indicaciones de Azéma en el pequeño plano. Aquí estaba el cobertizo vacío que el alcalde había mencionado; no nos habíamos perdido… por ahora. Luego encontramos el sendero con una ligera curva hacia la izquierda. Y la gran roca que había descrito. ¡Una explanada! Esa tiene que ser. Lo habíamos conseguido, después de casi tres horas.

Según lo señalado por Azéma, esto significaba sólo la tercera parte del camino. No lo recuerdo como si hubiera sido difícil. Nos sentamos y descansamos un rato. Benjamin se tumbó sobre la hierba y cerró los ojos; yo pensaba que debió haber sido fatigoso para él. Estábamos preparados para emprender el descenso de vuelta, pero él no se levantó. «¿Está listo?», le pregunté. «Estoy bien ‒contestó‒, vosotros tres vais delante».

«¿Y usted?».

«Yo me quedo. Voy a pasar la noche aquí y vosotros os reunís conmigo por la mañana».

Esto era peor de lo que yo esperaba. ¿Qué hacer ahora? Todo lo que podía hacer era razonar con él. La zona era agreste y montañosa, donde podrían aparecer animales peligrosos. Con certeza sabía que allí existían toros salvajes. Estábamos a finales de septiembre y no tenía nada con que cubrirse. En los alrededores merodeaban contrabandistas, y quién sabe lo que podrían hacer con él. No tenía nada que comer ni beber. En cualquier caso, era insano. Respondió que su decisión de pasar la noche en la explanada era irrevocable, al estar basada en un razonamiento muy simple. El objetivo era cruzar la frontera, de modo que ni él ni su manuscrito cayeran en manos de la Gestapo. Había alcanzado la tercera parte de este objetivo. Si tenía que volver al pueblo y repetir mañana todo el camino, su corazón probablemente no lo aguantaría. Ergo, se quedaba.

Me senté otra vez y dije: «Entonces yo también me quedo».

Sonrió. «¿Desea usted defenderme de sus toros salvajes, estimada señora?».

Mi estancia no sería razonable, explicó tranquilamente. Era esencial que hiciera las comprobaciones con Azéma y que descansara esa noche. Sólo entonces sería capaz de guiar a los Gurland antes del amanecer sin errores ni retrasos, para llegar a la frontera. Naturalmente que ya sabía eso. Además, tenía que conseguir algo de pan sin la cartilla de racionamiento, y quizá algunos tomates y sucedáneo de mermelada en el mercado negro para poder caminar durante el día. Supongo que sólo intentaba asustar a Benjamin para que abandonase su idea pero, naturalmente, no funcionó.

Durante el descenso quería concentrarme en el sendero para poder encontrar el camino en la oscuridad de la mañana siguiente. Pero la cabeza se negaba: él no debía quedar sólo allí, es un error… ¿Lo había planeado así durante el camino? ¿O el paseo le había extenuado de tal modo que decidió quedarse sólo una vez que llegamos?  Pero allí estaba la pesada maleta que no había soltado durante todo el camino. ¿Permanecía intacto su instinto de conservación? En caso de peligro, ¿qué le aconsejaría hacer su peculiar forma de razonamiento

Durante el invierno, antes de la capitulación de Francia, mi marido y Benjamin habían estado juntos en uno de los campos donde el Gobierno Francés encarcelaba a los refugiados de la Alemania Nazi. Fue en el Campo de Vernuche, cerca de Nevers. En una de sus conversaciones, Benjamin, fumador empedernido, declaró que había dejado de fumar hacía pocos días. Era angustioso, añadió. «Tiempos duros», le dijo Hans. Observando la incapacidad de Benjamin para «tratar las adversidades superficiales de la vida, que a veces se presentan…» (Walter Benjamin. Cartas 1) –en Vernuche todo eran adversidades– Hans se había acostumbrado a ayudarle en los problemas. Cuando quería demostrarle a Benjamin que en lo que se refiere a tolerar crisis y mantener el equilibrio síquico, la regla fundamental era conseguir satisfacciones evitando las privaciones, Benjamin respondía: «Sólo puedo soportar las condiciones de vida en el campo si me siento obligado a sumergir la mente totalmente en un esfuerzo. Dejar de fumar requiere ese esfuerzo y, por tanto, será lo que me salve».

A la mañana siguiente parecía que todo iba a ir bien. El peligro de ser vistos por la policía o por los guardias fue máximo cuando abandonamos el pueblo y empezamos a subir por la colina. Azéma había insistido: la salida, antes del amanecer; mezclarse con los vendimiadores en la subida; no llevar nada, excepto una ‘musette’; no hablar. De este modo, las patrullas no nos podrían distinguir de los habitantes del pueblo. La señora Gurland y su hijo, a los que había explicado estas normas, las siguieron cuidadosamente y yo no tuve problemas para encontrar el camino.

Cuanto más nos acercábamos a la explanada, mayor era la tensión que sentía. ¿Estaría Benjamin allí? ¿Estará vivo? Mi imaginación comenzó a girar como un calidoscopio.

Por fin. Aquí está la explanada. Aquí está el viejo Benjamin. Vivo. Se levantó y nos miró amistosamente. Entonces me sorprendió su cara, ¿qué había pasado? Esas manchas color púrpura oscuro bajo sus ojos, ¿podrían ser síntomas de un ataque al corazón?

Intuyó por qué lo miraba. Quitándose las gafas y limpiándose la cara con un pañuelo, comentó: «Oh, esto. El rocío de la mañana, ya sabe. Lo que se forma en la montura de las gafas, ¿ve? Se mancha al humedecerse».

Mi corazón cesó de latir en mi garganta, para deslizarse otra vez al lugar que le correspondía.

Desde aquí, el ascenso fue más empinado. Entonces, comenzamos a dudar repetidamente sobre la dirección que debíamos seguir. Me sorprendió que Benjamin fuera capaz de comprender su pequeño mapa y ayudarme a orientarnos para tomar el camino correcto.

La palabra «camino» se volvía a cada paso más simbólica. Se trataba de trechos de una senda difícilmente reconocible entre las piedras, luego el viñedo en pendiente que nunca olvidaré. Pero primero explicaré lo que hacía tan segura esta ruta.

Siguiendo el ascenso inicial, el camino corría paralelo a la bien  conocida carretera «oficial», a lo largo de la cumbre de la cadena montañosa que era realmente transitable. «Nuestra» carretera ‒la «Route Lister» y un viejo, viejo sendero de contrabandistas‒ corría por debajo y, a veces, metido por dentro de barrancos, fuera del campo visual de los guardias de fronteras franceses que patrullaban en lo alto. En algunos puntos, los dos caminos se aproximaban tanto que teníamos que guardar silencio.

Benjamin caminaba despacio y uniformemente. Por intervalos regulares ‒aproximadamente cada 10 minutos‒ se paraba y descansaba durante un minuto. Luego continuaba con el mismo ritmo estudiado. Lo había calculado y preparado durante la noche,  según me confesó: «Con este ritmo seré capaz de llegar hasta el final. Me paro en intervalos  regulares, tengo que pararme antes de caer exhausto. Así no llegues nunca al agotamiento».

¡Qué hombre tan extraño! Una mente clara como el cristal, una gran energía interior.

Walter Benjamin escribió una vez que la naturaleza de esta energía es «la paciencia, no superada por nada» (en Agesilaus Santander). Leyendo esto años más tarde, lo veía otra vez andando lentamente, sereno, a lo largo del camino, y este contraste hacía olvidar algunas de sus absurdidades.

Yo y el hijo de la señora Gurland, José ‒que tenía alrededor de 15 años‒ organizamos turnos para llevar la maleta negra que era terriblemente pesada. Pero ‒repito‒ todos mostrábamos buen humor. A veces, casualmente hablábamos sobre temas que giraban en torno a las necesidades del momento. Pero la mayor parte del tiempo permanecíamos silenciosos, vigilando el camino.

Hoy, cuando Walter Benjamin es considerado uno de los maestros y críticos de nuestro siglo, se me pregunta con frecuencia ¿qué decía sobre el manuscrito? ¿Discutía el contenido? ¿Desarrollaría un nuevo concepto filosófico?

Dios mío, yo tenía suficiente conduciendo mi pequeño grupo hacia arriba; la filosofía quedaba lejos, hasta que alcanzásemos la otra cara de la montaña. ¿Qué importaba ahora, sino salvar a unas  personas de los Nazis? Y aquí estaba yo con este komischer Kauz, ce drôle de type, este curioso excéntrico. Viejo Benjamin: en otras circunstancias no partiría con su equipaje, la maleta negra; pero teníamos que burlar al monstruo a través de las montañas.

Vuelvo a los viñedos en cuesta. No había sendero. Escalamos entre las vides cargadas con las uvas dulces, oscuras y casi  maduras de Banyuls. Yo las recuerdo con una inclinación casi vertical, pero algunas memorias, a veces, distorsionan la geometría. Aquí vaciló Benjamin por primera y última vez. Con más precisión, se esforzó, cedió y formalmente se dio cuenta de que aquella pendiente estaba por encima de sus posibilidades. José y yo lo cogimos entre los dos con sus brazos sobre nuestros hombros y le llevamos ‒a él y la maleta‒ cuesta arriba. Respiraba pesadamente, pero no se quejaba, por lo que veíamos. Sólo de reojo miraba hacia la maleta negra.

Después de los viñedos, hicimos un alto en una estrecha ladera ‒el mismo escenario donde conocimos a nuestros griegos unas semanas más tarde‒. Pero esa es otra historia. El sol estaba lo bastante alto como para calentarnos, de modo que debían haber pasado entre 4 y 5 horas desde que emprendimos la marcha. Probamos algo de la comida que yo había traído en mi musette, pero nadie comió mucho. Nuestros estómagos habían encogido durante los últimos meses ‒primero los campos de concentración, luego el caótico refugio‒ ‘la pagaille’, o el Caos Total. Una nación en marcha, moviéndose hacia el sur; a sus espaldas, pueblos vacíos y ciudades fantasmas, inanimadas, mudas, hasta que el estruendo de los tanques alemanes rompía el silencio. Pero ‒otra vez‒ esa es otra historia, una historia muy larga.

Mientras estábamos parados, pensé que este camino a través de las montañas se había vuelto más largo y difícil de lo que suponíamos por las descripciones del alcalde. Por otro lado, si uno se familiarizaba con el terreno y no tenía que transportar nada, y si  estaba en buena forma, podía recorrerlo en mucho menos tiempo. Como suele pasar con la gente de las montañas, las ideas del señor Azéma sobre la distancia y el tiempo eran elásticas. ¿Cuántas horas eran «unas horas» para él?

Durante los meses de invierno que siguieron, cuando cruzábamos la frontera por este paso dos y hasta tres veces semanalmente, pensaba con frecuencia en la autodisciplina de Benjamin. Pensaba en él cuando la Sra. R. se ponía a gimotear en medio de las montañas: «… no tiene una manzana para mí… quiero una manzana…», y cuando la señorita Mueller tenía un ataque súbito de gritos (yo lo llamaba «acrodementia»), y cuando el Dr. H. valoraba su abrigo de piel por encima de su seguridad (y la nuestra). Otra vez se trata de historias diferentes…

En aquel momento yo estaba sentada sobre los Pirineos, comiendo un trozo de pan obtenido con billetes de racionamiento falsos, y Benjamin pedía tomates: «Con su permiso, ¿puedo…?» El bueno del viejo Benjamin y su ceremoniosa cortesía de castellano.

De repente comprendí que lo que había estado contemplando amodorrada era un esqueleto, blanqueado por el sol. ¿Quizá una cabra? Sobre nosotros, en el cielo azul sureño, dos grandes pájaros negros volaban en círculo. Debían ser buitres. Me pregunto lo que esperan de nosotros… Qué raro, pensé, usualmente no suelo ser tan flemática en lo que respecta a esqueletos y buitres.

Nos levantamos y reanudamos la marcha. Ahora el camino comenzaba a ser razonablemente recto, ascendiendo muy ligeramente. Estaba lleno de baches, y para Benjamin debió ser duro. Después de todo, estaba en marcha desde las siete. Su caminar se hacía más lento y sus pausas más largas, pero siempre en intervalos regulares, observando su reloj. Parecía quedarse absorto cronometrándose a sí mismo.

Luego alcanzamos la cúspide. Yo iba delante y paré para mirar alrededor. La vista se aparecía tan de repente que por un momento me asombró, como un espejismo. Más abajo, de donde veníamos, reaparecía el Mediterráneo. Al otro lado, más allá, acantilados escarpados y, ¿otro mar? Naturalmente, la costa española. Dos mundos azules. A nuestras espaldas, al norte, el Roussillon catalán. Al fondo, lejana, La Côte Vermeille, la tierra otoñal con cientos de sombras color bermellón. Quedé boquiabierta; nunca había visto nada tan hermoso.

Supe que ahora estábamos en España y que, siguiendo el camino,  bajaríamos directos hasta llegar al pueblo. Ahora sabía que tendría que dar la vuelta. Los otros tenían los papeles y visados necesarios, pero yo no podía arriesgarme a ser cazada en suelo español. Pero no, no podía abandonar el grupo a sí mismo, no ahora. Un pequeño trecho… Anotando en un papel los detalles que me devuelve la memoria de esta primera vez que crucé la frontera por la «Route Lister», una imagen nebulosa cubre todo aquello que he pasado estos años. Tres mujeres ‒a dos de ellas las conocía vagamente‒ cruzaron nuestro camino. Confusamente, nos veo allí hablando por un rato. Habían llegado por otro camino y continuaron por separado hacia el lado español. Nuestro encuentro no me sorprendió ni me impresionó particularmente, puesto que muchas personas estaban intentando huir a través de las montañas.

Pasamos cerca de un charco. El agua estaba sucia, verdosa y apestaba. Benjamin se arrodilló para beber.

«No puede beber de ese agua ‒dije‒, está sucia y seguramente contaminada». La botella de agua que yo traía se había vaciado, pero hasta ahora no había mencionado que estuviera sediento. «Debo disculparme ‒dijo Benjamin‒, pero no tengo alternativa. Si no bebo, no seré capaz de continuar hasta el final». Inclinó la cabeza hacia el charco.

«Escúcheme ‒le dije‒. ¿Quiere esperar un momento y atenderme? Casi hemos llegado. Pero beber ese lodo es impensable.  Cogería el tifus…»

«Es verdad, puede ser. Pero comprenda que lo peor que puede ocurrir es que muera de tifus… DESPUÉS DE cruzar la frontera. La Gestapo no podrá atraparme y el manuscrito estará a salvo. Discúlpeme».

Bebió.

El sendero descendía ahora en una suave pendiente. Serían   alrededor de las dos de la tarde, cuando dejamos atrás la pared rocosa y, en el valle, contemplé el pueblo, muy próximo.

Lisa Fittko ayudó a muchos a escapar de la Francia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. La autora de dos memorias sobre Europa en tiempos de guerra, Fittko también es conocida por ayudar al filósofo y crítico alemán Walter Benjamin a salir de Francia para escapar de los nazis en 1940.

Tomado de: El Viejo Topo

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Monumentos sin domicilio fijo

La estatua erigida a Cristóbal Colón, en Barcelona. Foto DW

Por José Steinsleger

Parecería comprensible que en América, África y Europa empiecen a derribarse los bustos, estatuas y monumentos “que honran la memoria de traficantes de esclavos, genocidas y conquistadores que lucharon por la perpetuación de la esclavitud, y otros hombres a quienes en el pasado se consideró merecedores de homenaje público” (editorial de La Jornada, 13/6/20).

Los de Colón encabezan la nómina: cerca de 35 en el mundo, y 15 en España. Incluido el de Sevilla, con forma de huevo (la mayor escultura de bronce del país). Y a pesar de que el nombre oficial suena trascendente (“Nacimiento de un hombre nuevo”), los paseantes del Parque de San Jerónimo, lo llaman como se debe: “monumento al huevo”.

Con cinco monumentos al marino genovés, Estados Unidos y México encabezan la lista, respectivamente. Pero los del centro de Los Ángeles y la CDMX ya no están, ya que fueron retirados en 2018 y 2020. En el primer caso, por motivos de “justicia restauradora”, según el concejal Mitch O’Farrell, líder indígena de Oklahoma e impulsor de una verdadera cruzada contra los símbolos de la conquista española en la Alta California. Y en el segundo el espacio será ocupado por una réplica de la Joven de Amajac, pieza arqueológica recién descubierta en la huasteca veracruzana, en representación de las indígenas.

Sin embargo, será difícil remover el descomunal Faro de Colón de República Dominicana (800 metros de largo, 36.5 de altura), inaugurado el 12 de octubre de 1992, en conmemoración del quinto centenario del “descubrimiento”, y en el país donde, justamente, empezó hace 520 años el genocidio de los pueblos americanos, seguido de la esclavitud de los negros cazados en África por españoles, ingleses, holandeses y portugueses.

La imagen redentora que las derechas cavernícolas de España y América Latina transmiten de la Conquista (“acto emancipador”, según Vargas Llosa y sus mariachis) tiene los años contados. Por ejemplo, la periodista boliviana Verónica Zapata recuerda que en 2011, durante una visita del comandante Hugo Chávez a la Casa Rosada, comentó a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner: “¿Qué hace ahí ese genocida?…Ahí hay que poner un indio”.

Chávez se refería al imponente monumento a Colón (623 toneladas), erigido en 1921 frente a la sede del gobierno argentino. Labrado en Italia en mármol de Carrara, la columna de un solo bloque tiene 38 toneladas y 26 metros de altura. Y en la base, alegorías a la obra de Séneca: “La ciencia”, “El genio”, “El océano”, “La civilización”. En 2013, el monumento fue trasladado a terrenos del Aeroparque de la ciudad, y la comunidad genovesa puso el grito en el cielo.

En el caso de Bolivia (país que en 2009 se refundó como “Estado Plurinacional” durante el gobierno de Evo Morales), Victoria dice que “…resulta insólito que hasta la fecha todavía exista una estatua de Colón en el corazón de su capital política, La Paz, y a cuatro cuadras de la casa de gobierno”.

“En agosto pasado –relata– un grupo de manifestantes indígenas embistió contra la estatua, produciéndole la rotura de la nariz con un martillazo, además de pintar de negro su rostro. Luego le echaron una soga al cuello para poder tumbarla, y abajo sus compañeros tocaban instrumentos de vientos típicos del país, y levantaban las whipalas (bandera multicolor de los pueblos andinos), al grito de ‘¡jalalla!’ (voz quechua-aymara que expresa alegría y esperanza)”.

No obstante, otro tipo de personas reaccionó para evitar el derribamiento, al grito de “indios borrachos”, “indios ignorantes”, “indios incivilizados”, “arresten a esos atrevidos indios”. Los manifestantes fueron presos por la policía, y el alcalde Iván Arias (ex ministro de facto de la golpista Jeanine Áñez), calificó la acción de “delincuencial”.

Aunque más insólita haya sido la decisión del gobierno de Colombia (presidido por el genocida Iván Duque), de adelantar un diálogo con comunidades indígenas y hacer una revisión de los monumentos, desde 1920. De hecho, el Ministerio de Cultura, encabezado por Angélica Mayolo, ya retiró los de Cristóbal Colón y de Isabel La Católica, ubicados en una avenida céntrica de Bogotá.

Los dos ministros anteriores habían calificado de “vandalismo” el derribamiento de varias estatuas a los conquistadores españoles. En Cali, dos veces la de Sebastián de Benalcázar, “en memoria de nuestro cacique Petecuy”, aclaró el movimiento de Autoridades Indígenas del Sur de Occidente. E igual suerte corrió la de Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de Bogotá.

“¿Qué hacer con los monumentos derribados? ¿Dónde ubicarlos? ¿Qué fin darles?”, se pregunta la periodista colombiana Catalina Oquendo. Algunos especialistas proponen trasladarlos a museos, para “debates difíciles de pasados difíciles”. Preguntas de donde surgen otras: “¿cómo los presentamos? ¿Los restauramos por completo o mostramos la marcas de su caída?”

La verdadera historia de nuestros pueblos empieza a tomar forma y color. La historia –dijo un sabio– es la política de ayer. Y la política –respondió otro– es la historia de hoy.

Tomado de: La Jornada

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