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Luz, tiempo y espacio en el cine de Sofia Bohdanowicz

Sofia Bohdanowicz, cineasta canadiense

Por Guillermo Colantonio @guillermocolant

Recientemente DAFilms.com, la plataforma internacional de video on demand centrada en el cine de no ficción contemporáneo, lanzó una retrospectiva dedicada a la figura de la joven realizadora canadiense Sofía Bohdanowicz. Guillermo Colantonio pudo ver todos los filmes que forman parte de la muestra virtual, a la que se puede acceder desde todo el mundo, y este es su análisis.

An Evening (2019) es un cortometraje de apenas diecinueve minutos y regala, además de placer, una certeza: la importancia del espacio y de la luz en el cine de Sofia Bohdanowicz. Una casa recientemente vaciada es el objeto de exploración durante un atardecer. Objetos dispuestos de diversos modos se ven en función de los últimos rayos de sol que se filtran por las ventanas. Así, lejos de estar frente a una sucesión arbitraria de planos, la película construye un relato desde la ausencia a medida que imaginamos las historias posibles detrás de las cosas. La fuerza mnemónica de los signos es una preocupación constante para la joven directora canadiense y se muestra como uno de sus motores expresivos. ¿Quiénes vivieron allí, cuáles fueron sus pasos? Como toda voluntad de captar el pasado es una ilusión, habrá que imaginarlo y sentirlo. Por eso, además de las imágenes, está ese registro sonoro cuyas músicas nos transportan a otra esfera temporal. A medida que la luz se hace más tenue, la película también se va apagando, a un ritmo natural y pausado, como un cuerpo que languidece en paz. Es también el tiempo de la poesía, donde cada plano es un verso. La continuidad y el pulso rítmico no son detalles menores para fabricar un lapso momentáneo de sensaciones.

A prayer (2017) y Another Prayer (2013) son las dos caras de una misma moneda, dos cortos puestos en diálogo para explorar uno de los aspectos más fascinantes y misteriosos de este lenguaje, a saber, su carácter residual en el inconsciente, o de qué modo las imágenes proyectadas se alejan progresivamente de lo real hasta ocupar el lugar de los recuerdos. En el primero exploramos la cotidianeidad de una mujer mayor en sus quehaceres. El segundo nos muestra las imágenes proyectadas del anterior sobre las mismas superficies de los espacios que circundaba la mujer dentro de la casa. Película dentro de película. El cine como lugar espectral, un intento por restituir la lejanía de la vida para perderla en el tiempo. Pero no todo remite a la duplicación. También hay una poética detrás que confía en la luz como nota diferencial, aún en una época donde lo digital tiende a igualar todo. En efecto, Bohdanowicz encuentra en esos interiores materia cinematográfica pura.

Y en Never Eat Alone (2016), un simpático acercamiento a los amores pasados de su abuela, el docudrama es el marco, pero el espacio vuelve a ser la piedra fundacional. El interés arquitectónico vuelve a gobernar por sobre la narración y los ambientes de la casa son también protagonistas. La ubicación de un antiguo amante coloca en primer plano un rol privilegiado en las películas de la directora, el sujeto que investiga, que intenta desentrañar la trama familiar. Entre la aventura detectivesca de la joven nieta y las acciones diarias de la abuela, entre el pasado y el presente, la alternancia se constituye en el resorte estructural. Pero del mismo modo que el cine es un arte que demuestra su propia imposibilidad de ser netamente transparente respecto de lo real, aquí el pasado es una ilusión que ni las palabras ni las imágenes logran recuperar. El tiempo es implacable, los amantes son ahora ancianos y los signos de la memoria arman un cúmulo de fragmentos apenas rescatables. Ya ni siquiera la abuela está segura de que coincida la imagen que conserva de su amante con el hombre que su nieta ha hallado.

Mansion du bonehur (2017) se caracteriza por su serenidad. En este caso somos invitados a habitar el universo de una peculiar astróloga parisina que lleva cincuenta años viviendo en el mismo lugar, un departamento que será retratado como un pequeño mundo. Pero, además, es también el modo en que una documentalista se conecta con su personaje, la forma de acercarse, de establecer empatía y de pactar un mecanismo posible de filmación, hecho que, al estar incluido como parte de la película, rompe la pared donde se dibuja la palabra verdad en el género propiamente dicho y se desnudan sus convenciones.

Una especie de alegría envuelve el registro e impregna de vitalidad a la pantalla, a pesar de un uso excesivo de la voz en off. Sin embargo, la cuestión decisiva de los espacios reaparece, sobre todo en la fascinación que transmiten los ambientes cuando están interrelacionados a fuego con los cuerpos de sus habitantes. Lugares donde los objetos cobran vida y dan lugar a historias. Por ello, más allá de la aparente modestia formal, se devela progresivamente una épica del detalle. Y más allá de la mujer astróloga cuya profesión hubiera servido a otros para la explotación sensacionalista, es un componente más en la mirada de la realizadora, si se quiere un camino para focalizar el interés en el amor hacia las pequeñas actividades: el goce de hacer un buen pan, el ocuparse de la belleza corporal y el charlar con otros vecinos del barrio.

Y hacia el final, una vez consumada la aventura en París, cuando la directora regresa a su lugar de origen, asoma nuevamente la misteriosa relación entre la experiencia vivida y filmada y su posterior proyección, es decir, la imposibilidad de establecer identidades en un arte donde no es factible medir el tiempo de manera cuantificable. Se pregunta Bohdanowicz “¿todos esos recuerdos, todos esos sonidos y colores formarán una historia, una confesión, un diario, un retrato, un registro de viaje o una experiencia?” Todas estas preguntas se activan mientras vemos por última vez la fachada de “la mansión de la felicidad”, la imagen de algo vivido que ya no es la cosa en sí.

MS Slavic 7 (2019) retoma la trama familiar y la investigación, en este caso sostenida por el alter ego de Sofia, la joven Deragh Campbell. El título alude a un código de acceso para revisar unas cartas en la Biblioteca de Harvard de su bisabuela poeta. ¿Por qué están allí?, ¿cómo fue la correspondencia que mantuvo con un amigo polaco también deportado?, serán algunos de los interrogantes a develar. La reconstrucción de una historia reaparece como inquietud a través de traducciones, complicaciones en el camino y enfrentamientos con una tía académica. A diferencia de otros filmes, la gelidez del registro conspira contra las intenciones primarias. No obstante, lo más interesante es la forma en que se escenifica una experiencia emocional en el proceso de investigación donde se diluyen las fronteras genéricas entre la ficción y el documental, y una identidad se difumina en la evocación de palabras, gestos y cuerpos espectrales convocados por la lectura de los textos.

“Así como un explorador se adentra profundamente en tierras nuevas y desconocidas, uno hace descubrimientos en la vida cotidiana, y en un entorno antes mudo, comienza a hablar un idioma que se hace cada vez más claro. De esta manera, los signos sin vida se convierten en símbolos vivos y el muerto revive” Esta frase se escucha en la más experimental de sus películas, Point and Line To Plane (2019) y en la más sentida, porque parte de una ausencia real, un afecto, un amigo. Es una sentencia cuya resonancia condensa gran parte de la poética de Sofia Bohdanowicz en ese intento por restituir lo vivido. Nuevamente Deragh Campbell será la protagonista de un duelo que consiste en acercarse a las cosas que compartieron con Giacomo, entre ellas los cuadros de Kandisnky, como si ello pudiese revivir un acontecer que ya está inevitablemente extraviado en la lejanía. Es el viaje más especial y más comprometido de todos en tanto y en cuanto se confirma lo vulnerable que somos ante la muerte. Al menos queda el cine, ese arte de los espectros.

Tomado de: Cinerama Plus

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Hugo del Carril, director esencial del cine argentino

Por Horacio Bernades

Hasta los años 70 se consideraba que Hugo del Carril era un actor y cantante de tangos, que grabó la marcha “Los muchachos peronistas” y que a comienzos de los 50 dirigió una importante película social llamada Las aguas bajan turbias. Lo que se sabía menos era que además de Las aguas bajan turbias Del Carril había dirigido, a lo largo de casi tres décadas, catorce películas de lo más diversas, la mayoría considerables y algunas de ellas fundamentales. Tuvo que llegar la renovación producida en la crítica de cine argentina a partir de los años 80 para que esas cosas comenzaran a saberse. La revalorización de este porteño nacido en 1912 y fallecido en 1989 se completó veinte años más tarde, cuando se hallaron copias y negativos de la mayor parte de sus películas, que se consideraban pérdidas para siempre.

Tres décadas después de textos liminares firmados por los críticos Gustavo Cabrera y Gustavo Maranghello, la investigadora especializada Daniela Kozak y la doctora en Historia Florencia Calzon Flores reunieron a un equipo de colaboradores, para estudiar todas las facetas artísticas de Del Carril. El cantante, el galán, el ciudadano, el hombre de ideas y convicciones, el cineasta y el predecesor del cine independiente, sin descuidar aspectos específicos de su obra (el papel de las mujeres en ella) y el rescate y difusión recientes de buena parte de su filmografía. El resultado de ese esfuerzo conjunto es Más allá de la estrella – Nuevas miradas sobre Hugo del Carril, recientemente publicado por Autoría Editorial.

¿Cómo evalúan la carrera de Del Carril como cineasta?

Daniela Kozak: Es un director fundamental del cine argentino. Dirigió gran parte de su obra entre el final del cine clásico y la transición hacia el cine moderno y eso se nota en sus películas, donde conviven los géneros populares con la construcción de un estilo visual propio, muy potente, que da cuenta de una búsqueda autoral.

¿Creen que a partir de Las aguas bajan turbias se lo vio pura y exclusivamente como “cineasta social”, y por ese motivo las películas que no incursionaban en esa veta decepcionaron a los críticos de la época?

DK: En los 50, los críticos de los cineclubes y de las revistas especializadas tenían como referencia al neorrealismo italiano y estaban muy interesados en que el cine argentino siguiera ese camino. A partir Las aguas bajan turbias le empezaron a prestar mucha atención a Del Carril como cineasta, porque vieron que esa película retrataba los conflictos sociales con “autenticidad”, un concepto muy repetido en esa época. Su película siguiente, La Quintrala, generó muchas expectativas, pero tanto esa como Más allá del olvido los decepcionaron, porque Del Carril no continuó con el retrato de la realidad desde un punto de vista crítico y para ellos todo lo que no iba en ese sentido era un retroceso.

Florencia Calzon Flores: Justamente, uno de los aspectos que más nos interesaron de él como figura fue su relación con la política. Hizo pública su pertenencia al peronismo cuando grabó la marcha en 1949, que se estrenó con su voz ese 17 de octubre. En ese momento ya era un ídolo popular, una figura consagrada del tango y del cine que manifestó, como tantos artistas de la época, su simpatía por el peronismo.

DK: Su relación con el peronismo fue mucho más compleja y llena de matices de lo que uno podría imaginar si solo se lo considera “el cantor de la marcha”. Es lo que explica Juan Manuel Romero en su capítulo, en donde reconstruye algunos de los problemas que tuvo con el Secretario de Prensa y Difusión del gobierno peronista, Raúl Apold, que llevaron incluso a que le levantaran de cartel Las aguas bajan turbias y La Quintrala. Y, por otro lado, también fue perseguido y encarcelado después del golpe militar de 1955 por su identificación con el peronismo.

Las autoras. Foto: Sandra Cartasso

La renovación producida a fines de los 50/comienzos de los 60 englobó a Del Carril dentro del cine industrial previo y como tal lo desechó, producto de un combate generacional característico de toda “nueva ola”.

DK: El hecho de que fuera un cantor de tango y una estrella del cine industrial, su interés por los géneros populares, su identificación con el peronismo y, también, la distancia generacional que lo separaba de los cineastas y críticos jóvenes que impulsaban el “nuevo cine argentino” llevaron a que lo ubicaran del lado del viejo cine sin tener en cuenta la singularidad de su trabajo. Tanto para los críticos más interesados en un cine comprometido con la realidad como para los más identificados con la vertiente más subjetiva e intimista del cine moderno, Del Carril era una figura “de la vieja generación”. Además, la mayoría de estos críticos era antiperonista y rechazaba en bloque casi todo el cine que habían hecho los estudios durante el peronismo, porque lo consideraban el cine del régimen. Para ellos, los directores de la industria y del cine popular —incluido Del Carril— eran el “viejo cine” que había que dejar atrás.

¿Creen que la revalorización de los géneros de consumo popular que tuvo lugar a partir de los años 80 influyó en la reconsideración de su obra?

FCF: Sí. Del Carril murió en 1989 y a partir de entonces se publicaron libros como los de Gustavo Cabrera y César Maranghello que revalorizaron su figura, sobre todo como director de cine. En particular, la idea del libro que ahora editamos fue integrar la figura de Del Carril a las nuevas perspectivas de análisis sobre las industrias culturales y la cultura masiva que se desarrollaron desde los años 2000. Por eso, recuperamos aspectos de su trayectoria que no habían sido tan estudiados, como su rol de galán cantor en el cine, el alcance transnacional de su carrera en el cine de México y de España, el rol de los personajes femeninos y las relaciones de género en sus películas, su relación con la crítica y con la política. De ahí el subtítulo del libro, “Nuevas miradas sobre Hugo del Carril”, porque además de recuperar su obra como director, incluimos otras dimensiones.

Ayudó también a ese rescate el hallazgo de latas con varias de sus películas, desde comienzos de este siglo.

DK: Ese hallazgo fue clave para revalorizar su obra, porque permitió que sus películas pudieran volver a verse en fílmico, proyectadas en salas y después en canales de televisión y plataformas online, y las acercó a una nueva generación de espectadores. En el año 2000, Fernando Peña y el coleccionista Octavio Fabiano descubrieron rollos de varias de sus películas en un sótano inundado y sin luz de la Enerc. A eso se sumó el hallazgo en el Museo del Cine de una copia en 35mm de Las tierras blancas, cuyo negativo estaba perdido, y copias de otras películas en colecciones privadas. A partir de ese rompecabezas se pudo reconstruir su obra, y en 2018 el Malba ofreció la primera retrospectiva completa del director en fílmico. La historia de este rescate está contada con detalle en el epílogo del libro, porque nos parecía fundamental incluir la cuestión de la preservación a la hora de abordar su obra y su trayectoria.

¿Creen que Del Carril dejó alguna clase de herencia estética en generaciones posteriores, o como el resto del cine argentino clásico cayó en el olvido?

FCF: Fue una figura que trascendió el cine clásico, porque su tarea como director se extiende más allá de ese período y porque supo transitar por distintos temas y géneros que le dieron amplitud a su obra. Además, produjo y financió muchas de sus películas, incluso de su propio bolsillo, y de esta manera asumió la dirección como una manera más de expresar su mirada artística. En este sentido, fue un pionero de la producción independiente.

Tomado de: Página/12

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Juliana Marino: “La Revolución cubana está intentando encontrar dentro de sí misma las claves para avanzar en rangos de libertad, igualdad y prosperidad por medio de su modelo socialista”

Juliana Marino, exembajadora argentina en Cuba
Foto Radio Nacioanal

Por Alejo Brignole

La exembajadora argentina en Cuba, Juliana Marino, nos da aquí su visión sobre la Cuba actual y los desafíos que debe enfrentar en el presente contexto internacional y el recrudecimiento del bloqueo estadounidense reactivado por Donald Trump y continuado por Joe Biden.

Desde las filas de peronismo desde la década del 70, Juliana Marino tuvo cargos partidarios y fue activa militante en el Movimiento de Mujeres, legisladora por la ciudad de Buenos Aires, diputada nacional, impulsora de leyes vinculadas a la salud, la educación y los derechos de las mujeres, niños y niñas, sumado a un largo etcétera que incluye su tarea como diplomática en Cuba, representando a la Argentina por pedido de la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Juliana Marino, integrante de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad y del Instituto Patria es una observadora comprometida de los procesos latinoamericanos, a los cuales suele aportar visiones críticas siempre constructivas, pero no por eso complacientes. Correo del Alba quiso conocer su mirada sobre Cuba, que se encuentra ahora (y por enésima vez en su historia reciente) en el centro de las miradas mundiales por una misma y vieja razón: su resistencia contumaz a la obsesión estadounidense por destruir su proyecto soberano socialista. Lucha de todo un pueblo que la exdiplomática analiza aquí desde su experiencia en la Isla y con su habitual rigor histórico, con respeto a las decisiones soberanas del gobierno y pueblo cubanos.

Usted fue embajadora argentina en Cuba desde 2008 al 2015… Evidentemente habrá abordado un análisis propio sobre la realidad de la isla. ¿Qué nos podría decir sobre el delicado equilibrio entre el brutal bloqueo que Estados Unidos sistematiza como un genocidio silencioso desde hace 60 años, y la propia estructuración socio-económica cubana? ¿Qué habría que modificar en Cuba de cara a los nuevos desafíos?

Desde su inicio, pero fundamentalmente a partir de su tercera década de Revolución, la República de Cuba ha estado buscando su rumbo en un esquema socialista que garantizara estabilidad, desarrollo, crecimiento y justicia. Por eso ha sido siembre tan observada y medida por izquierda y por derecha y puesto en discusión su sistema, sobre todo cuando debió emprender su propio destino en soledad y tal vez –afortunadamente– debido a esto, sin dogmatismos.

El primer gran experimento socialista latinoamericano debía ser adaptativo, supongo. Cualquier dogma hubiese resultado disfuncional quizás…

Muy probablemente, sin dudas. La Revolución cubana definió el carácter socialista de su proyecto el 16 de abril de 1961, a través del discurso de Fidel Castro en las honras fúnebres de las víctimas del bombardeo de aviones de los Estados Unidos a distintos puntos del país. Imperdible por su pormenorizada revelación, el relato da cuenta de las agresiones salvajes sufridas por la Isla desde el comienzo de su gobierno revolucionario y de las difamaciones y fake news (ya en aquellos tiempos) que condicionaron desde el comienzo las decisiones unificadas que habían logrado las heterogéneas fuerzas políticas y milicias populares. Para Cuba la unidad fue un camino duro, doloroso, con costos, pero deseado e inexorable. Tan inexorable como el de la elección de su signo socialista, el único capaz de garantizar su independencia, su soberanía, su reconstrucción, desarrollo y justicia distributiva.

Aquel histórico discurso en donde Fidel dejó en claro que el odio norteamericano era no poder soportar una revolución socialista “en sus propias narices” (más o menos fueron las palabras de Fidel, creo recordar).

Ese mismo… Un discurso histórico que siempre recomiendo volver a él y si le parece le leo dos párrafos elocuentes que iluminan la historia heroica de la unidad nacional, anti-anexionista, soberana y humanista.

Por favor…

Fidel dijo en La Habana ese día… “Aquel hecho (explosión del barco La Coubre) situaba a nuestro país en una situación especial: nos hacía vivir, en pleno siglo XX, como se vieron obligados a vivir los pueblos y las aldeas en este continente en los siglos XVI y XVII, como se vieron obligados a vivir las ciudades y los pueblos en la época de los piratas y de los filibusteros. Colocaba a nuestro país en una situación especial en virtud de la cual nuestras fábricas, nuestros ciudadanos, nuestros pueblos, tenían que vivir a merced, cuando no de un avión que quemara nuestros cañaverales, un avión que tratara de lanzar una bomba sobre nuestros centrales azucareros, o un avión que ocasionara víctimas en nuestra población, o de un barco que penetrara en nuestros puertos y cañoneara descaradamente –cosa que no había ocurrido nunca, cosa que no ha ocurrido nunca en lo que transcurre de este siglo en este continente.

“Compañeros obreros y campesinos, esta es la Revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes. Y por esta Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, estamos dispuestos a dar la vida.

“Obreros y campesinos, hombres y mujeres humildes de la patria… ¿Juran defender hasta la última gota de sangre esta Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes?” [1].

Nada mejor que pasajes de la historia de Cuba para que los hechos con su elocuencia den cuenta de la epopeya de una pequeña nación desafiante en la defensa de su autodeterminación y para que se comprenda la dinámica de su  representación y organización políticas y su cohesión social a pesar de las crisis y malestares internos.

El hostigamiento, las difamaciones, la promoción de emigraciones (Campaña Peter Pan, Leyes “pies secos, pies mojados” y Ley de Ajuste Cubano), el terrorismo y los sabotajes mercenarios a la producción económica y la aplicación de la Ley de Comercio con el Enemigo  de 1917), sin olvidar las sucesivas leyes Torricelli y Helms-Burton sobre la extraterritorialidad, que dan sustento al bloqueo que ya lleva más de seis décadas, no hicieron más que confirmar que la única vía posible para Cuba era y es la Cuba socialista, en un principio integrada al CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica – Mercado común socialista) y que frente a la caída del campo socialista padeció lo que se conoce como “período especial”. Un período durísimo en el que el pueblo cubano sufrió hambre y privaciones inenarrables, con secuelas graves en la salud de la población por la falta de alimentos básicos y restricciones de todo tipo.

Un genocidio gradual en pleno siglo XXI y con la anuencia silenciosa de todos los poderes mundiales…

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) condena anualmente el bloqueo –y esto es muy importante– pero la condena no es vinculante, por lo tanto no tiene efectos concretos y deja un apoyo tan trascendente en el plano de la retórica. Lo que sí queda internacionalmente repudiado son sus consecuencias genocidas. No abundaré sobre esta condición porque se conoce bastante, aunque diré que tuve la oportunidad de comprobarlo en un viaje que realicé en 1994 como concejala de la Ciudad de Buenos Aires, época en la que, por ejemplo, La Habana estaba totalmente a oscuras y en vez de “apagones” con gran sentido del humor llamaban “alumbrones” a las poquísimas horas con energía eléctrica. Por supuesto, poca agua debido a la misma carencia y tampoco nafta en los surtidores. Ni medicamentos en los hospitales, ni lápices en las escuelas, ni papel higiénico en las casas.

Por otro lado, desde el comienzo de su gobierno, sobre todo después del desembarco y ataque en Playa Girón y de la década de terrorismo sufrido en el propio territorio y en su producción porcina o azucarera, la Revolución debió destinar cuantiosos recursos a la defensa y seguridad nacionales, postergando inversiones vinculadas a las necesidades del desarrollo. Este ha sido y es motivo de debate interno.

Hasta la década de 1980 la economía estuvo dirigida a la electrificación, la construcción de industrias, viviendas, hospitales, policlínicos, centros educacionales, instalaciones culturales, deportivas y de infraestructura hídrica, agropecuaria, portuaria, vial, de aeropuertos y por supuesto la alfabetización. El crecimiento y desarrollo del acceso a la educación en todos sus niveles, era un asunto al que Fidel dedicaba un esfuerzo impresionante y que lograba transmitir al pueblo cubano. Un  impulso  fuera de lo común que perduró en la década de los 90, a pesar del período especial. Tenía la convicción –y no se equivocó– de que solo la cultura y el desarrollo científico, y en especial en el campo de la salud, ofrecerían un camino viable.

Coincidirá conmigo en que la pandemia de Covid-19 puso a prueba estos postulados de Fidel y que además pasaron la prueba.

Absolutamente… En este sentido (y en muchos otros) Fidel fue un visionario singular. Por eso mismo, la viabilidad del modelo socialista cubano ha despertado siempre la curiosidad del “mundo occidental” y Cuba ha padecido la injerencia para su fracaso. La historia económica de la Cuba socialista ha sido debatida en forma permanente tanto interna como externamente. El propio Che ha escrito sobre la economía cubana en el contexto de su Revolución. Muchos se han preguntado…  ¿Es que Cuba no acierta su camino? ¿Es que el estatismo productivo no es eficiente ni viable? ¿Cuánto el bloqueo impide el desarrollo de las fuerzas productivas? ¿Cuánto lo obstaculiza la burocracia? Seguramente muchos y muchas que estén leyendo esta entrevista son estudiosos y más conocedores que yo de las alternativas mencionadas, los debates teóricos y la comparación entre gestiones y medidas. Algunas de ellas desacertadas y extravagantes, según los propios cubanos y cubanas que no pierden el sentido del humor cuando las relatan con picardía.

De lo que sí puedo hablar –en tanto viví la realidad cubana como embajadora y habité la isla– es de la importante etapa iniciada alrededor de 2006 para discutir entre toda la población la actualización del modelo a través de la elaboración de los llamados “Lineamientos del Partido” para consensuar y decidir medidas reclamadas largamente. Pude ver grupos de trabajadores en sus núcleos laborales, en los barrios, en las organizaciones de masas, debatiendo durante horas infinidad de puntos y registrando metódicamente todas las posiciones, las correcciones, las propuestas y las aceptaciones de la sociedad. Por ejemplo, la cuestión de la “libreta” (alimentos subsidiados/mantenerla o eliminarla), la doble moneda y el trabajo por cuenta propia (no estatal). No es como la democracia burguesa a la que estamos acostumbrados en Argentina, pero… ¿Quién puede decir que no es una democracia? Una democracia directa y con amplia participación popular.

Sin embargo, los medios y el imaginario creado señalan que en Cuba gobierna una dictadura…

Eso es una construcción alejada totalmente de la realidad. En la sociedad cubana son permanentes los análisis, las críticas y autocríticas acerca de los tiempos de aplicación de las medidas, de los avances y retrocesos, las frustraciones y las expectativas sociales y la falta de solución a graves e históricas ineficiencias, burocratización y corrupción denunciadas desde el más alto nivel por las propias autoridades cubanas.

Si alguna seguridad tengo es que el bloqueo obstaculiza despiadadamente que Cuba pueda abrirse más y verificar a la vez la eficiencia de su modelo y de su socialismo de economía planificada y estatal. Pero a la vez, contrafácticamente digo, ¿cómo hubiera podido resistir las condiciones que crea el bloqueo sin un socialismo con consenso popular, con un Estado protector y promotor de la ciencia como motor del desarrollo económico y productivo, herramienta humanista y de solidaridad entre los pueblos, donde la salud, la educación, la ciencia, no constituyen una mercancía y están al alcance de todas las personas y de todos los segmentos sociales? Cuba ha logrado crear ciencia productiva y a la vez embajadora de la solidaridad y que sin dudas le ha permitido romper el aislamiento al que es sometida por los Estados Unidos.

Insisto… La pandemia de Covid-19 dejó en evidencia muchos logros cubanos excepcionales, a la vez que dejó al descubierto las contradicciones y abandonos en que el capitalismo incurre a la hora de cuidar a la ciudadanía. 

Mire… Tuve el privilegio de ser testigo de la Cuba que avanzó en poner en discusión su modelo de sociedad y su esquema económico. Debate que tuvo lugar durante la primera década del siglo XXI.

En relación al tema económico, una de las cuestiones que aquejan a su sistema es el alto nivel de apertura externa y la incidencia del bloqueo ante la debilidad producida por la caída del campo socialista. Por otro lado, hace años que trata de salir de la crisis que la afectara en el 2008-2009, cuya tasa de crecimiento pasó de 6.4% en el quinquenio anterior, al 1,4%.

Esta situación la llevó a encarar una profunda reforma, que fue la actualización del modelo económico socialista cubano que empezó con los lineamientos del Partido y siguió con la “conceptualización” del propio modelo. En abril de 2011, después del proceso de debate social masivo que referí, el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba definió lo que se conoce como Lineamientos de la política económica y social del Partido y la Revolución [2]. Se incluyeron conceptos como “mercado”, “trabajo por cuenta propia”, IED (inversión extranjera directa). Y aunque se ratificaba el esquema productivo central basado en la “empresa estatal socialista”, se empezaba a abrir el campo del desarrollo a una economía de carácter privado.

El objetivo estratégico de los lineamientos y la conceptualización del modelo fue, según sus propias palabras, “impulsar y consolidar la construcción de una sociedad socialista próspera y sostenible en lo económico, social y medioambiental, comprometida con el fortalecimiento de los valores éticos, culturales y políticos forjados por la Revolución en un país soberano, independiente, socialista, democrático, próspero y sostenible”.

Es importante que yo destaque la trascendencia del término “próspero” y su significación y resonancia para la sociedad cubana en lo referido a la creación de riqueza nacional y mayor desarrollo en áreas con atrasos reversibles, disminución de la dependencia en rubros esenciales, autoabastecimiento normal y continuado de bienes, mayor poder adquisitivo, mejoramiento de las condiciones básicas referidas a transporte y vivienda e infraestructura general.

Este período importantísimo, antecedente de la última reforma constitucional, tuvo una legitimidad medular en la definición de Revolución orientada en el año 2000 por Fidel Castro. En aquella oportunidad Fidel expresó: “Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”.

Hay ideas centrales muy potentes cargadas de mística revolucionaria, pero la economía es un problema técnico que, si bien puede y debe abordarse desde bases éticas, como propuso Fidel, se resuelve con medidas fácticas y novedosas para la costumbre social.

Por supuesto, por eso mismo el diagnóstico y líneas de trabajo compartidos por los “Lineamientos y la Conceptualización del Modelo” incorporaron conceptos económicos controvertidos, ansiados y a la vez temidos por una población muy protegida por el Estado a pesar de las carencias de este.

¿Por ejemplo?

Se confirmó  la necesidad de la ampliación de la inversión extranjera, la extensión del trabajo por cuenta propia (no estatal) en actividades seleccionadas y también sobre el aumento y disponibilidad de las divisas y la eliminación de la dualidad monetaria y cambiaria.

La creación de impuestos y su obligatoriedad no formaban parte de la cultura económica de la sociedad cubana, tema de relevancia al que se refirió reiteradamente Raúl Castro durante su presidencia.

El bloqueo también provocaba de forma terrible muchas carencias que de todos modos no se hubieran podido ocultar…

Era más que urgente subsanar la insuficiente oferta de bienes y servicios, resolver las tendencias negativas entre importaciones y exportaciones y corregir la baja productividad e ineficiencia en muchos sectores, sobre todo en el agropecuario, y reparar la obsolescencia tecnológica de la planta industrial. Y en ese diálogo con los agentes sociales también se hablaba de corregir la falta de organización, de disciplina, exigencia y control de las actividades productivas y de servicios. Había que corregir conductas como el desinterés, el individualismo, el burocratismo, las indisciplinas, los delitos, la corrupción y otras desviaciones y formas de marginalidad social.

¿Era compartido este diagnóstico?

Sí, era compartido y las críticas a flor de piel. Por eso para modificar estos desequilibrios económicos y sus secuelas sociales, los documentos referidos –que además constituyeron una sucesión de debates y movilización social– incluyeron reformas de gran resonancia para el modelo socialista. Entre ellas, a la par de mantener la planificación socialista y la empresa estatal y la defensa y la seguridad como objetivos esenciales, se reconoció la existencia objetiva de las relaciones de mercado sobre el cual el Estado ejerce regulación e influencia, se ampliaron las formas de propiedad y se precisó su regulación y la de la riqueza material y financiera de personas naturales y jurídicas; surgieron, se aceptaron y legitimaron reformas “privatizadoras” entre las que resaltan las vinculadas a la inversión extranjera directa, diferentes formas de gestión, creación y avances de organizaciones empresariales, trabajo por cuenta propia, creación de cooperativas no agrícolas.

Pero los cambios no llegaron a tiempo para hacer frente al agravamiento del bloqueo por parte del nuevo gobierno estadounidense de entonces, la administración Trump. Y por supuesto la pandemia agudizó las carencias en las condiciones de vida de la población y puso en evidencia una desigualdad que crecía.

Una pobreza que creció en sectores de la sociedad cubana. Más en algunas provincias que en otras (los propios hechos demuestran que no fue uniforme la movilización en la isla) y dejó al descubierto heridas, postergaciones, desatenciones y aspiraciones reconocidas por las autoridades al convocar de inmediato al conjunto social a la reflexión y al amparo. Para todos y todas que tengan interés, es muy esclarecedor seguir los diálogos mantenidos públicamente por el propio presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez con actores principalísimos de la sociedad cubana como periodistas, intelectuales, cientistas sociales y los miembros integrantes del poder popular en barrios y pueblos de provincia, acerca de los cuales ha sido extremadamente importante el mapa reciente de las situaciones de pobreza, desamparo o marginalidad.

¿Podríamos decir que el presidente Díaz-Canel se mantuvo fiel a la premisa de Fidel de dialogar con el pueblo sin ocultamientos? 

Sin dudas… Pero tengamos en cuenta que hay sectores de la población y franjas etarias que no han vivido y justipreciado las diferencias entre la historia de Cuba y la historia de la Revolución. Sectores que han podido ir incluyéndose en las ventajas y posibilidades de la cultura digital y desde allí son convocados, atraídos, muchas veces captados o confundidos. Pero creo que el Gobierno ha asumido estos cambios con la seguridad de que hay reservas morales, políticas e ideológicas y que tiene condiciones para enfrentar cada nuevo ataque del más malo del barrio.

¿Estados Unidos?

Estados Unidos no admite que exista en su arrabal una isla insumisa y que exporte otro ejemplo al mundo. Y esta condición rebelde, tremendamente digna, ha logrado que la mayoría de la población mantenga su adhesión al ideario revolucionario. Entonces… ¿qué reproches sociales existen? En lo personal creo que se aspira a nuevas formas de participación para la toma de decisiones y el control de las mismas y que este rejuvenecimiento debería alcanzar al Parlamento y a todas las organizaciones de masas y al propio Partido. Esta demanda ha sido reconocida y ha puesto en movimiento un fructífero y remozado diálogo social.

Sin embargo, durante las protestas hubo acusaciones de quietismo, de anquilosamiento de los mecanismos dinámicos que la Revolución siempre defendió o intentó ejercer… 

Las críticas están, pero fíjese… Aún los sectores más críticos no podrían argüir que no ha habido cambios en Cuba. Los ha habido e importantes y esos mismos cambios de carácter económico han reconfigurado la estructura socio-clasista cubana con consecuencias que deben ser atendidas. No debería tampoco desconocerse que la Revolución atravesó el proceso de trasvasamiento de la generación histórica, de sus liderazgos carismáticos, la desaparición física de Fidel, con una estabilidad política ejemplar, digna de ser imitada por tantos otros países.

Sobre todo, en un contexto de enorme presión externa. Un logro nada menor, si revisamos diferentes procesos del siglo XX en donde estuvo presente la amenaza estadounidense.

Sin dudas… Podrá discutirse cuál es el impacto del bloqueo en la realidad de Cuba. Lo que no se puede es soslayarlo. Un país que es capaz de crear y elaborar sus propias vacunas –por su desarrollo científico y humano– pero necesita de la solidaridad internacional para el aporte de jeringuillas, nos confirma las dificultades de Cuba para su abastecimiento de materias primas de las que carece, equipamientos y/o repuestos que les son negados cada vez que una empresa, europea o de cualquier lugar del mundo integra más del 10% de capital estadounidense.

Luego me gustaría que volvamos para hablar sobre el bloqueo, pero ya que menciona a las Naciones Unidas, denos su visión como diplomática sobre esta nueva embestida internacional contra Cuba… ¿Qué reflexión haría sobre el estado actual de eso que llamamos “Derecho Internacional” a la luz de estas aberraciones orgánicas contra toda una población y un país soberano? ¿No estamos ante un claro retroceso en los parámetros humanistas que, al menos en la formalidad, el mundo había conquistado? 

En el caso de los bloqueos y sanciones a distintos países es indiscutible el retroceso de los principios éticos que fija el Derecho Internacional y que se vulneran en la práctica sin piedad y con impunidad. Solo considerando la debilidad de la ONU con sus resoluciones no vinculantes y la falta de democratización del Consejo de Seguridad con el poder de veto de sus miembros permanentes –naciones poderosas–, puede comprenderse la tolerancia de los más de 180 países que cada año votan en contra del bloqueo a Cuba y que no solo comprueban cada año cómo se desoye e incumple el universal reclamo, sino que asisten además impotentes a la aplicación de sanciones económicas y saqueo de fondos genuinos de varios países y al agravamiento de las medidas de bloqueo a la Isla y a otras naciones. Y como agravante, en medio de una pandemia, que es un hecho social mundial de una magnitud sin precedentes. Sin duda forman parte de la matriz y el arsenal de las guerras de cuarta y quinta generación que asolan a nuestros pueblos a fin de garantizarse –el imperialismo–, los recursos naturales y el dominio en el marco de lo que llaman “cuestiones que afectan su seguridad nacional”.

Cristina Fernández de Kirchner le comisionó a usted personalmente la tarea de representar a nuestro país ante Cuba… ¿Cuáles fueron las instrucciones para las relaciones entre nuestras dos naciones fraternas, como son Cuba y Argentina?

El respeto que Cristina tiene a la institucionalidad argentina e internacional se fue demostrando en toda su política exterior, de allí que no hizo falta que me explicitara su respeto al principio de no injerencia. También es bien conocido su apego a las ideas latinoamericanistas de nuestros próceres y su adhesión al ideario peronista “unidos o dominados”, que el general Perón confirmara en su retorno y cuya impronta se mantiene en los compañeros sobrevivientes de mi generación. Ya Néstor en el 2005 había aferrado esta línea al quehacer político de nuestra región junto a Chávez, Lula, Fidel, cuando en mayo de 2008 se creó la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).

Cristina fue clara al reforzar la idea de estrechar los lazos y vínculos no solo comerciales, sino sobre todo políticos, culturales y de hermandad. Para ello era necesario dejar atrás algunos malentendidos y ayudar a resolver un par de temas que perturbaban la relación, como la autorización de emigración de la Dra. Molina, hecho que se verificó en el mes de junio de 2009, en un gesto de distención y confianza que Cristina agradeció al gobierno de Raúl Castro y que selló una relación personal de respeto y amistad entre los líderes Fidel, Raúl y la entonces presidenta, quien viajó en cuatro oportunidades a la Isla durante sus dos mandatos.

La posición de Cristina denunciando al bloqueo ha sido vibrante en todos los foros y cumbres internacionales, por eso me atrevo a recomendarles lean el libro Cristina Fernández de Kirchner. Una política exterior soberana, publicado por el Instituto Patria y editado por Colihue y en el cual se puede a través de sus discursos, leer su pensamiento. En relación a Cuba, recomiendo su discurso en la VII Cumbre de las Américas del 11 de abril de 2015 en Panamá.

Ya nos dio su visión y análisis sobre los desafíos económicos y sociales de Cuba… ¿Cómo justiprecia usted las protestas recientes en la isla? ¿Cuánto hay de operación de inteligencia estadounidense y cuánto de reclamo genuino para aggiornar la economía cubana dentro de los estrechos márgenes que permite el bloqueo?

Los recientes acontecimientos sociales en Cuba fueron disparados claramente por una operación orquestada desde los Estados Unidos, a través de un ciberataque, trolls, fake news y activistas internos “subvencionados” por la Usaid y la NED, según los diseños desestabilizadores de la CIA. Y acompaño esta afirmación con dos fuentes serias [3] y que personalmente he podido confirmar con amigas y compañeros cubanos, críticos muchas veces de las medidas que se van tomando (como ocurre en cualquier país, naturalmente), pero leales a la Revolución y a la necesidad de avanzar más rápidamente en  los cambios que el propio pueblo cubano se ha dado, como ya he explicado, a fin de hacer realidad el  “Plan Nacional de Desarrollo Económico” hasta 2030.

Los medios de comunicación internacionales y muchos de nuestro país solo registraron los hechos vandálicos producidos por sectores marginales y no los masivos actos de apoyo al gobierno presidido por Díaz-Canel Bermúdez, de gran prestigio personal como cuadro histórico y muy popular por su constante presencia en pueblos, empresas, barrios y con su cercanía y escucha a los sectores populares.

De todas maneras, debo señalar que sí hay niveles de descontento en Cuba. ¿Inició este descontento la revuelta? No. ¿Formó parte? Algunos al comienzo se sumaron, pero de inmediato negaron su apoyo porque no han sido parte de la cultura política de la sociedad cubana, por lo menos la que yo he conocido, las movilizaciones violentas, la destrucción de organismos del Estado, menos que menos escuelas u hospitales, hechos que de inmediato advirtieron al pueblo sobre el origen espurio y oportunista de las “protestas”.

Deberíamos llamar a las cosas por su nombre: no es descontento, es fatiga social por lo que se conoce en Cuba a través del dicho “se está pasando mucho trabajo” que, así escuetamente y sin dramatizar, describe en forma elocuente las proezas cotidianas trajinando “la diaria” para viajar, abastecerse de alimentos, medicamentos, repuestos, artículos de higiene, de estudio, de vestimenta. Situación a la que los somete el impertérrito Estados Unidos imperial.

Si a esta situación, que lleva décadas, se le agrega el impacto de los efectos de la pandemia que cerró el turismo y del agravamiento del bloqueo recargado por Trump-Biden, es lógico el estrés social que, por otra parte, se vio incrementado por la escasez de medicamentos. También oscurecieron el panorama las estadísticas de contagio y muertes, ajenas a las extraordinarias estadísticas de expectativa de vida y acceso a la salud que es costumbre del pueblo, sin discriminaciones y con gran desarrollo científico. El derecho a la salud es tan trascendente para la sociedad cubana que ha insistido en procurarlo para el resto del mundo en lo que podemos considerar realmente una hazaña internacional.

¿El bloqueo debe estar siempre en un plano central al analizar a Cuba? ¿Qué implica en términos humanos y sociales una coerción como la que padece ese país desde hace más de medio siglo?

Para muchos fuera de Cuba el tema del bloqueo es un pretexto para enmascarar las presuntas debilidades o anomalías del modelo, sus anacronismos y demora en llevar adelante los cambios que el propio Gobierno promueve. ¿Es cierto que no debería el bloqueo determinar al socialismo como lo hace, según sostienen algunos dentro de la Isla? Pienso que las restricciones externas que el bloqueo impone y la afectación de la inserción internacional de Cuba, dificulta claramente el rumbo hacia el socialismo al que la sociedad cubana aspira.

Ocurre que el bloqueo no solo se ha mantenido. Ciertamente ha aumentado y ha extendido su dominio extraterritorial a países con los cuales Cuba hace décadas viene estrechando vínculos de todo tipo, pero sobre todo comerciales. Y la finalidad es obstaculizar su normal desarrollo y continuidad y restringir su capacidad de manejar las distintas crisis del capitalismo mundial y las suyas propias. No se le puede asignar toda la responsabilidad al bloqueo, pero sí un lugar crucial.

Entre sus características estructurales, Cuba cuenta con limitados recursos materiales y financieros e importante dependencia de las relaciones económicas externas y escasa oferta exportable. No olvidemos que una de sus principales fuentes de ingreso de divisas –el turismo– fue prácticamente paralizado durante la pandemia. En los años de Donald Trump se sumaron 243 medidas y se reforzaron muchas dirigidas a complicar el suministro de combustible y a perseguir y afectar a las instituciones financieras y a los países que mantienen relaciones normales con la isla. Hasta se impidió bajar insumos médicos de emergencia ya en el puerto. Entonces, si contamos con que además se prohibió y entorpeció el envío de remesas por parte de la diáspora cubana en los Estados Unidos y se dedicó a desacreditar la calidad e impedir la venta de servicios profesionales de Cuba en el exterior (salud y educación entre otros), podríamos, sin duda, asignarle al bloqueo un protagonismo central en la situación económica del país, con sus consecuencias en los aspectos económicos, políticos y sociales.

De todas maneras, la propia dirigencia cubana –el presidente Miguel Díaz-Canel o Raúl Castro Ruz como primer secretario del Partido en las aperturas de la Asamblea Nacional del Poder Popular (Parlamento Cubano)– en innumerables oportunidades han denunciado a viva voz los errores de diseño, las falencias y moras en la aplicación de las medidas y la necesidad de desterrar los burocratismos y corrupciones del Estado y la falta de compromiso de la dirigencia. También destacaron reiteradamente la necesidad de reformas en los ámbitos productivos y tecnológicos, cadena de suministros y logística, junto a la necesidad de incrementar la cercanía a la población y disminuir las desigualdades impropias de una Revolución.

Cuba ha demostrado ser una potencia en diversos aspectos: educación, salud, investigación médica e internacionalismo solidario. De hecho, está en un puesto Alto en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de la ONU, en la posición 70, solo 24 puestos más abajo que Argentina. ¿Cómo se imagina a una Cuba sin bloqueo y sin presiones coercitivas externas?

La imagino como la pequeña gran nación que es a pesar de las adversidades, entre las que incluyo el castigo nunca contabilizado de las catástrofes naturales. En los huracanes de 2008 se perdieron cerca de 10 mil millones de dólares y en el de Santiago de Cuba, algunos años después, más de cinco mil millones, toda su infraestructura, toda su riqueza forestal y su producción de café. He sido testigo de la devastación, pero también del milagro de la recuperación por la mística y la fuerza de una población que no se doblega. Tiene tal experiencia acumulada en el manejo de las crisis y tal predisposición a encarar y a resolver los conflictos de la humanidad que además de dar un salto cualitativo en su esquema de desarrollo nacional, podría mantener y acrecentar un papel relevante en la solución de la grave crisis mundial postpandemia.

El aparato educativo y cultural cubano, la excelencia de sus universidades y la formación de sus profesionales le ha permitido mostrar una solvencia que podría acrecentarse enormemente de tener las condiciones para desplegar sus fuerzas productivas y creativas. Cuando se está en Cuba se es testigo del respeto internacional que ha logrado, de las relevantes relaciones que mantiene con todos los países y las regiones del mundo, sin corsés ideológicos, sectarismos ni dogmatismos y sin perder su autoestima y su vocación de autodeterminación.

Por último… ¿Estados Unidos le tiene miedo a Cuba?

Creo que le tiene miedo a su liderazgo moral y a su ética humanista. Mantiene su temor a la capacidad de levantarse como ejemplo civilizatorio, como paradigma pacifista, anti-consumista y ecologista. Y desde ya le teme a su liderazgo político y de integración en la Latinoamérica continental y en el propio Caribe. El espejo de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), aun con su parálisis temporal, devuelve una imagen más esperanzadora y justa que la caduca e irremediablemente desprestigiada Organización de Estados Americanos (OEA). Recordemos que la Celac es un espacio donde Estados Unidos no es invitado. Tampoco Canadá.

El determinismo geográfico enlaza geopolíticamente a Estados Unidos y a Cuba, pero sus idearios –uno de dominación y otro de hermandad– no dejan dudas a los gobiernos y pueblos de buena fe de nuestra Región sobre a quién temer y a quién abrazar.

Probablemente, ahora que lo pienso, el mantenimiento de la base de Guantánamo, tal vez no sea solo capricho y dominación regional, sino miedo. Como hemos visto recientemente en Afganistán, no es la primera guerra que Estados Unidos pierde y hasta ahora Cuba va sin dudas ganando la batalla moral de los pueblos de América Latina y el Caribe.

Pero todo este ataque cultural, periodístico, cibernético, amplificado internacionalmente, no solo no ha acabado sino que recrudecerá. Sigue siendo el intento de crear una oposición interna –que es lo que Estados Unidos alega–, pero que busca derribar al Gobierno y generar caos en su modelo. Ante esto ¿cuál es el desafío de la Revolución, del Gobierno y Estado cubanos? Como hacer que el futuro no sea retroceder al capitalismo y continuar el proceso emancipador que nunca se dijo que fuera fácil, rápido ni permanente.

Sin dudas, como he leído recientemente en un interesante y muy sincero artículo: “Tenemos el deber de formular una pregunta mejor, más compleja, comprometida y lúcida: ¿cómo satisfacer el deseo de protesta, de rebeldía, de insumisión desde el campo de la Revolución y en favor del socialismo? ¿Cómo lograr que ese flujo político, lejos de atentar contra el poder revolucionario, lo refuerce? Estas preguntas, por supuesto, no se responden con sanciones legales o disposiciones policiales, tampoco con una mejoría económica ni con campañas de comunicación: esta misión histórica que impone la Revolución sobre nuestros endebles hombros requiere de un amplio y desmedido despliegue de política revolucionaria”. “Urgen, pues, respuestas que pongan el acento sobre la recomposición de la hegemonía, del consenso de la Revolución y de su proyecto socialista”.

¿Qué se advierte en el futuro inmediato?

Al respecto, el dilema sigue siendo de una magnitud desafiante. Leo en Infobae de Argentina cómo se va preparando la crisis que desatará el imperialismo en noviembre. El grupo de debate político Archipiélago ha convocado a una movilización para marchar “cívica y pacíficamente por nuestros derechos” el 15 de noviembre. Una historia de desestabilización de 60 años autoriza a pensar que no es la defensa de más derechos en el marco del modelo socialista cubano lo que se busca, sino la intención clara de replicar los modelos “primaveras” de protestas que concluyen con la muerte y el derrumbe de gobiernos populares e independientes del imperio.

Sobre esto, el Gobierno cubano ya ha negado la autorización y con claridad ha definido que la Constitución y las leyes del país no autorizan y consideran ilícitas las manifestaciones que pretenden cambiar el sistema socialista que esas mismas leyes establecen.

La convocatoria está acompañada por denuncias sobre la “represión” de julio pasado, la existencia de presos políticos y hasta se atreve a hablar de desaparecidos y otras calumnias y noticias falsas.

El país en el que las fuerzas de seguridad reprimen con violencia las protestas sociales y matan con las rodillas en los cuellos a personas, sobre todo negras, y que se considera con autoridad moral para cuestionar a otras naciones, su democracia y su libertad, sigue poniendo a prueba a la isla y su historia de dignidad.

La Revolución cubana está intentando encontrar dentro de sí misma las claves para avanzar en rangos de libertad, igualdad y prosperidad por medio de su modelo socialista con reformas heterodoxas y creativas, mientras asume con sinceridad la necesidad de estrecharse con su pueblo. Tal y como siempre ha hecho para su resistencia.

[1] Para leer completo el discurso de Fidel Castro el 16 de abril de 1961, ir al link: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1961/esp/f160461e.html

[2] Ver: www.cuba.cu

[3] https://capac-web.org/ong-de-revista-anfibia-y-cosecha-roja-formando-periodistas-para-atacar-a-cuba/

http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2021-07-12/analista-desnuda-campana-en-twitter-contra-cuba-hilo-completo

Tomado de: Correo del Alba

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Reflexiones sobre el trabajo social comunitario

Podíamos contar en el Escambray con la experiencia acumulada por el grupo de teatro que dirigía Sergio Corrieri.

Por Graziella Pogolotti

Recién nombrado rector de la Universidad de La Habana, José M. Miyar Barruecos visitó la entonces llamada Escuela de Letras y de Arte. Muy pronto, estudiantes y profesores del alto centro de estudios lo conocieron por Chomy, un apelativo más familiar y cercano.

En aquel primer encuentro era portador de una propuesta singular. El proyecto consistía en emprender, a partir de una estadía de varias semanas, estudios dirigidos a difundir la cultura en zonas históricamente desfavorecidas del país. Grupos de maestros se distribuirían junto a sus alumnos a lo largo del territorio nacional, desde Minas de Matahambre hasta Punta de Maisí. La idea nos entusiasmó. Encendió la llama del espíritu misionero latente en cada uno de nosotros.

Por vía académica habíamos accedido a un extenso conocimiento de la historia de Cuba en lo político, lo social y lo económico. Disponíamos de una visión teórica de su estructura socioclasista. Nuestro trabajo profesional se orientaba al abordaje de los procesos evolutivos de las artes y la literatura. Contábamos con información actualizada acerca de las ideas dominantes en la época sobre los problemas derivados del legado neocolonial, el consecuente subdesarrollo y las concepciones desarrollistas de matriz latinoamericana.

Con todo ello creíamos tener las herramientas requeridas para llevar adelante una tarea culturizadora. El choque con la realidad concreta nos impondría un profundo examen autocrítico. Sin renunciar a nuestra vocación de maestros comprendimos que, ante los desafíos de una realidad compleja y contradictoria, tendríamos que asumir la modesta posición socrática de permanentes aprendices.

Se imponía, en primera instancia, una revisión del concepto de cultura, que rebasaba en mucho la evolución de las artes visuales, la arquitectura, la música, las expresiones escénicas y literarias procedentes de fuentes europeas, africanas y latinoamericanas.

Todo grupo humano es portador de una cultura forjada en condiciones concretas de vida, modos de supervivencia, prácticas laborales, formas de establecer relaciones interpersonales, de conservar tradiciones a través de una memoria a veces deshilachada, de tener sueños y expectaciones. En ese complejo entramado histórico y social se fraguan valores.

Para desencadenar acciones transformadoras en cada contexto específico había que formular proyectos de investigación. El propósito era propiciar el siempre renovado conocimiento de la realidad, sometida a cambios acelerados en virtud de la obra mayor emprendida por la Revolución. Con las posibilidades abiertas por el acceso universal a la educación, la electrificación extendida a todo el país incentivaba el progreso material y ponía los medios de comunicación al alcance de las grandes mayorías.

No había pasado mucho tiempo desde aquel impacto iniciático cuando, a la vuelta de los años 70, la universalización de la Universidad impulsada por Fidel ofreció la oportunidad de implementar un proyecto de investigación-desarrollo. Podíamos contar en el Escambray con la experiencia acumulada por el grupo de teatro que dirigía Sergio Corrieri. El territorio padecía de un relativo estancamiento, resultante de la etapa de lucha contra bandidos.

La voluntad política delineó entonces una acelerada modernización que ofrecía a los campesinos la opción de pasar del bohío aislado —todavía alumbrado por rudimentarias chismosas— a pequeños conglomerados urbanos, donde dispondrían de electricidad, agua corriente y televisión. La oferta era tentadora, pero implicaba rupturas de hábitos, modalidades laborales y un arraigado vínculo con la tierra, ratificado con la adquisición de la propiedad a partir de la Reforma Agraria.

En ese contexto específico, la investigación de terreno se convertía en componente básico de una acción cultural efectiva. El método de entrevistas provocaba en el interlocutor el rescate de su historia de vida. A través del recuerdo del pasado y el presente iba apuntando una proyección de futuro. Sobre esa base se definían vías de acercamiento a expresiones del arte y la literatura.

Eran los primeros pasos para la construcción de un sujeto participativo, apto para la transformación progresiva de su realidad. El trabajo emprendido no pudo mantener la continuidad requerida. La vida universitaria recobró su cauce tradicional.

Ahora, cuando las miradas se detienen en los barrios menos favorecidos, se me agolpan los recuerdos de una experiencia vivida medio siglo atrás. Fue una aventura hacia lo desconocido. Al intentarla, nos sentíamos desarmados. Sobre las huellas que pudimos haber dejado en el Escambray ha crecido la hierba. Para los animadores de aquel proyecto, en cambio, dejó una marca imborrable. Constituyó un aprendizaje intenso. Implicó un enorme desafío intelectual. Modificó nuestro concepto de cultura. Aprendimos que la investigación sistemática de la realidad ofrecía las claves para entablar un diálogo productivo con el otro, para desencadenar procesos de autorreconocimiento y propiciar la apertura hacia zonas más amplias de la creación artístico-literaria. Era el modo de contribuir a la construcción de un sujeto participativo, transformador de su contexto y encaminado hacia una progresiva emancipación.

Tomado de: Juventud Rebelde

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Prólogo de Cintio Vitier a «Notas de Viaje»

Por Cintio Vitier

Palabras de Cintio Vitier al prólogo del libro Notas de Viaje.

Si un héroe de las gestas libertarias latinoamericanas, de Bolívar a nuestros días, ha sido atractivo para las juventudes, no sólo nuestras, sino del mundo entero, ése es Ernesto, Che, Guevara.

Ni siquiera la condición de mito contemporáneo que alcanzará su figura más allá de la muerte pudo restarle, antes bien le acreció, esa vitalidad juvenil que parece constituir, junto con la audacia y la pureza, el secreto de su carisma. Llegar a la categoría de mito supone una cierta hieratización de la persona que se torna símbolo y bandera de tantas dispersas y vehementes esperanzas. Bueno es que así sea, porque la utopía histórica necesita rostros que la encarnen. Pero bueno es también que no perdamos de vista la cotidianidad formadora de esos hombres que fueron niños, adolescentes, jóvenes, hasta encenderse con el fulgor de los guías.

Y no porque pretendamos disolver su excepcionalidad en lo que sus vidas pudieron tener de común o familiar, sino porque el conocimiento de esas primeras etapas formativas nos da precisamente acceso al arranque prístino de su trayectoria posterior.

Todo lo cual resulta especialmente cierto y comprobable en el caso del Che, cuyo relato de aquel primer viaje que inició teniendo veintitrés años, con su amigo Alberto Granado, ha de ofrecer a los jóvenes de corazón la imagen jovial, divertida y seria, mordaz y cercanísima hasta casi sentir la risa, el tono de voz o el jadeo del asma, de un joven como ellos que supo llenar de juventud toda su vida, que supo madurar su juventud sin marchitarla. A los jóvenes de corazón, no de mera cronología, va dedicada la edición de los apuntes de este viaje incondicionado, libre como el viento, sin otro propósito que conocer mundo, jinetes los dos amigos en la rugiente moto nombrada Poderosa II, que rindió el ánima en mitad de la aventura, pero le comunicó el alegre impulso que llega hasta nosotros y va a perderse en el horizonte americano.

Quien iba a ser uno de los héroes del siglo XX nos advierte al comienzo de estas páginas: “No es éste el relato de hazañas impresionantes”.[1] La palabra “hazañas”, sin embargo, queda vibrando encima de las otras, porque no podemos ya leer estas páginas sino desde su propio futuro, desde la imagen que se halló a sí misma en la Sierra Maestra y alcanzó su máxima perfección en la Quebrada del Yuro. Si la aventura juvenil no hubiera sido el preludio de la formación revolucionaria, estas páginas serían distintas, las leeríamos de otro modo que no podemos imaginar.

Basta saber que son del Che, aunque las escribiera antes de ser el Che, para que las leamos como en el fondo él ya presentía que deberían leerse, cuando nos dice:

El personaje que escribió estas notas murió al pisar de nuevo tierra argentina, el que las ordena y pule, yo, no soy yo, por lo menos no soy el mismo yo interior. Ese vagar sin rumbo por nuestra “Mayúscula América” me ha cambiado más de lo que creí.

Se trata, pues, del testimonio —el negativo fotográfico, dice también—, de una experiencia de cambio, de metanoia, de primera “salida” quijotesca a su manera seminconsciente —como va a serlo a plenitud la última—, hacia el mundo exterior que paradójicamente será, como en el Quijote, el ámbito mismo de la conciencia. Un viaje, pues, del “espíritu soñador” hacia la toma de conciencia, que en principio, y con la perfecta lógica de lo imprevisible, se proyectaba hacia Norteamérica, como en efecto lo fue, definitivamente: hacia el “negativo fotográfico” de Norteamérica que es el Sur de la pobreza y el desamparo americanos, y hacia el conocimiento real de lo que Norteamérica significa para nosotros, desde nosotros.

“Todo lo trascendente de nuestra empresa se nos escapaba en ese momento, sólo veíamos el polvo del camino y nosotros sobre la moto devorando kilómetros en la fuga hacia el norte”. Y ese “polvo del camino” ¿no era en verdad, sin saberlo todavía él, el mismo polvo que viera Martí viajando de la Guaira a Caracas “en vulgar cochecillo”? ¿No era el quijotesco polvo en que se le aparecían los fantasmas de la redención americana, “la natural nube de polvo que debió levantar, al caer al suelo, nuestro terrible manto de cadenas”?[2]

Pero Martí entonces venía del Norte y el Che iba hacia sí mismo, entreviendo sólo, a través de anécdotas y estampas, su destino.

Comeback, el perrito que se nos presenta tan gracioso y con “impulsos de aviador” saltando de la moto de Villa Gesel a Miramar, medio celestino de Chichina por más señas, reaparece en la Sierra Maestra como el cachorro mascota al que hay que ahorcar por sus ”histéricos aullidos” durante la emboscada, que se frustró, a Sánchez Mosquera. Misterioso nombre el de ese lugar: Agua Revés. “El cachorro, tras un último movimiento nervioso, dejó de debatirse. Quedó allí, esmirriado, doblada su cabecita sobre las ramas del monte”. Pero al final de este episodio de Pasajes de la Guerra Revolucionaria (1963), descansando en el caserío de Mar Verde, otro perro aparece:

Félix le puso la mano en la cabeza, el perro lo miró; Félix lo miró a su vez y nos cruzamos algo así como una mirada culpable.

Quedamos repentinamente en silencio. Entre nosotros hubo una conmoción imperceptible.

Junto a todos, con su mirada mansa, picaresca, con algo de reproche, aunque observándonos a través de otro perro, estaba el cachorro asesinado.[3]

Era Comeback que volvía, haciéndole honor a su nombre, recordándonos también lo que dijera Ezequiel Martínez Estrada, nuestro otro gran argentino, del Diario de campaña de Martí:

Esas emociones, esas sensaciones no pueden describirse ni expresarse en el lenguaje de los poetas y los pintores, los músicos y los místicos: pueden ser (…) absorbidos sin respuesta como los animales con sus ojos contemplativos y absortos.[4]

La confrontación de Pasajes de la Guerra Revolucionaria con las presentes Notas de viaje, no obstante los más de diez años transcurridos, nos revelan que éstas son el modelo o patrón literario de aquéllos. La misma sobriedad, la misma lisura, el mismo frescor ágil, idéntica concepción de los momentos que deben darle unidad a cada breve capítulo, y desde luego el mismo pulso imperturbable que acepta lo risueño y lo trágico sin distenderse ni crisparse.

No se busca el acierto, sino la fidelidad a la experiencia y la eficacia narrativa. Logradas ambas, el acierto viene solo, se sitúa en su lugar imposesivo, no deslumbra ni estorba: contribuye. Aquí está formado ya, con escasos tanteos o vacilaciones, el estilo del Che, que los años únicamente pulirán como él pulió su voluntad con la delectación de un artista, pero no de un artista de las letras: un callado pudor lo obliga a no detenerse demasiado en ellas, pasar con ella hacia la poesía de la imagen desnuda, devuelta con mínimo toque —imprescindible—, a la realidad. El círculo “yo-ello-en mí”, se cierra y abre continuamente sin densificarse nunca, alojando un estilo que prefiere ignorarse, portador de las cosas que está diciendo sin que pierdan aquí (en estas Notas…), su novedad o su guiño, allá (en los Pasajes…), su peso, giro, deslumbre, mas pasadas a la imperceptible ingravidez del relato. Entre la sensación anotada (“el empecinado asesino dejaba un rastro de ranchos quemados, de tristeza hosca…”)[5] y el relato que se persigue a sí mismo (“mi boca narra lo que mis ojos le contaron”), fluye la prosa en la página y a veces, desde ella, nos mira.

Prosa de los ojos, de gran visualidad, dibujante hasta donde la vista alcanza, con el toque interior cuando el paisaje mismo lo contiene:

El camino serpentea entre los cerros bajos que apenas señalan el comienzo de la gran cordillera y va bajando pronunciadamente hasta desembocar en el pueblo, tristón y feucho, pero rodeado de magníficos cerros poblados de una vegetación frondosa.

En el episodio del robo frustrado del vino, como en otros que espontáneamente van a unirse al linaje de la picaresca tradicional, no faltan preciosismos de dicción:

repasando mentalmente las sonrisas con que se acogían mis morisquetas de borracho para encontrar en alguna la ironía sobradora del ladrón.

Lo extraño vuelve. En “Exploración circunvalatoria”: “La noche oscura nos traía mil ruidos inquietantes y una extraña sensación de vacío a cada paso que dábamos en la oscuridad”. En Pasajes de la guerra… “Aquí, en la emboscada, sucedió un minuto de extraño silencio; cuando fuimos a recoger los muertos, luego del primer tiroteo, en el camino real no había nadie…” Las imágenes generalmente irrumpen con la plenitud y mudez propias del mundo del ver:

La enorme figura de un ciervo cruzó como exhalación el arroyo y su figura plateada por la luna saliente se perdió en la espesura. Un palpetazo de “naturaleza” nos dio en el pecho… (“Exploración…”).

Su voz y su presencia en el monte, alumbrado por las antorchas, adquirían tonos patéticos y se notaba cómo muchas gentes cambiaban de idea por la opinión de nuestro líder. (Pasajes…) [6]

No obstante aludirse a la voz y al tono, la escena nos parece muda o como vista de muy lejos, pero sobre todo vista.

Parecido silencio envuelve, en las notas de este viaje, a los varios episodios quijotescos o chaplinescos que nos cuentan, como el ya  citado del robo del vino, la persecución nocturna de los dos jóvenes “por un enjambre de bailarines enfurecidos”, los mismos jóvenes enrolados en un carro de bomberos peruanos, la deliciosa aventura de los melones y su flagrante huella sobre las olas, ola enigmática de la foto imposible en un rancho pobrísimo de un cerro caraqueño.

El semifinal de la Poderosa II está dicho con gran eficacia cinematográfica:

por unos momentos no vi nada más que formaciones semejantes a vacunos que pasaban velozmente por todos lados mientras la pobre Poderosa aumentaba su velocidad impulsada por la fuerte pendiente.

La pata de la última vaca fue todo lo que tocamos —por un verdadero milagro— y, de pronto, apareció a lo lejos un río que parecía atraernos con una eficacia aterradora. Largué la moto contra el costado del camino y subió los dos metros de desnivel en un santiamén, quedando incrustada entre dos piedras y nosotros ilesos.

Todo como ocurriendo sólo para nuestros ojos, dentro de un silencio fílmico.

Estas aventuras juveniles, veteadas de jocundia, humor y frecuente autoironía, no van en busca del “paisajismo” sino del “espíritu del monte”. Por eso en el capítulo titulado “Por el camino de los siete lagos” leemos:

pero ocurre un hecho curioso: se produce un empalagamiento de lago y bosque y casita solitaria con jardín cuidado. La mirada superficial tendida sobre el paisaje, capta apenas su uniformidad aburrida sin llegar a ahondar en el espíritu mismo del monte…

Ese “espíritu” se dio, de golpe, en la aparición súbita del mentado ciervo: “Caminábamos despacio temerosos de interrumpir la paz del santuario de lo agreste en que comulgábamos ahora”. Se borra aquí la ironía dedicada al tópico religioso: “El domingo por la promesa del asau, fue esperado con una unión religiosa por ambos ayudantes”. Muertos de risa saldrían de una iglesita a la que no entraba Cristo por más que desde el púlpito lo invitara y anunciara la retórica vacía de una cura infeliz. En cambio, sin ser creyentes, en lo agreste podían sentir la presencia metafórica de un “santuario” donde comulgar con el “espíritu” de la naturaleza revelada. Lo que enseguida nos recuerda imágenes análogas de Martí (que sí fue un creyente libre), como ésta de sus Versos sencillos: “Busca el obispo de España / Pilares para su altar; / ¡En mi templo, en la montaña, / El álamo es el pilar!”[7]

Ya en Valparaíso, el 7 de marzo de 1952, ocurre el encuentro frontal con la injusticia encarnada en una víctima: la vieja asmática clienta del boliche La Gioconda:

La pobre daba lástima, se respiraba en su pieza ese olor acre de sudor concentrado y patas sucias, mezclado al polvo de unos sillones, única paquetería de la casa. Sumaba a su estado asmático una regular descompensación cardíaca.

Y después de completar el cuadro del total desamparo, amargado más aún por el rencor familiar que rodeaba a la enferma, escribe el Che —sintiéndose impotente como médico, aproximándose a la toma de conciencia que despertará su otra vocación definitiva—, estas palabras memorables:

Allí, en estos últimos momentos de gente cuyo horizonte más lejano fue siempre el día de mañana, es donde se capta la profunda tragedia que encierra la vida del proletariado de todo el mundo; hay en esos ojos moribundos un sumiso pedido de disculpas y también, muchas veces, un desesperado pedido de consuelo que se pierde en el vacío, como se perderá pronto su cuerpo en la magnitud del misterio que nos rodea.

Imposibilitados de continuar de otro modo, deciden seguir de polizones en el barco que habrá de conducirlos a Antofagasta. Como tales no ven, o no ve el Che, por el momento, las cosas tan claras:

Allí (mirando el mar, apoyados en la borda del San Antonio) comprendimos que nuestra vocación, nuestra verdadera vocación era andar eternamente por los caminos y mares del mundo. Siempre curiosos; mirando todo lo que aparece ante nuestra vista.

Olfateando todos los rincones, pero siempre tenues, sin clavar nuestras raíces en tierra alguna, ni quedarnos a averiguar el sustratum de algo; la periferia nos basta.

Es la atracción marinera, más que la atracción del “camino” del caminante. Ya al entrar en Valparaíso, apuntó: “el puerto mostraba a lo lejos su tentador brillo de barcos mientras el mar negro y cordial nos llamaba a gritos con su olor gris” (preciosa sinestesia de una rica sensualidad). La tierra pide arraigo, aunque sea pasajero; el mar es como la imagen de la liberación absoluta de toda raíz. “Ya siento flotar mi gran raíz libre y desnuda…”, el verso que preside el capítulo sobre la liberación de Chichina (porque la mujer es siempre más tierra que mar), lo dice todo. ¿Todo? Otra raíz lo desgarró en los ojos de la vieja chilena asmática. Y pronto punzaría otra vez su pecho al amistarse con el matrimonio de obreros chilenos perseguidos por comunistas, en Baquedano:

El matrimonio aterido, en la noche del desierto, acurrucados uno contra el otro, era una viva representación del proletariado en cualquier parte del mundo.

Compartieron con ellos sus mantas, como buenos hijos de San Martín:

Fue esa una de las veces en que he pasado más frío, pero también, en la que me sentí más hermanado con esta para mí extraña especie humana.

Es curiosa esta extrañeza, este como entrañable distanciamiento que todavía lo envuelve desde su soledad aventurera. Nada más solitario que la aventura. Hasta cuando se apiada de los galeotes o del niño azotado don Quijote está solo, rodeado por la extrañeza, por la locura del mundo circundante. En sus Meditaciones del Quijote, José Ortega y Gasset dijo, como centro de su reflexión: “Yo soy yo y mi circunstancia”, lo que ha solido entenderse como la suma o simbiosis de dos factores. También puede entenderse como una disyunción, como que en el “yo” se dan, separados, distanciados, aunque tensamente relacionados, los dos factores. Así aparecen todavía en estas memorias de la primera “salida” del Che, quien nos dice:

A pesar de que se había perdido la desvaída silueta de la pareja en la distancia que nos separaba, veíamos todavía la cara extrañamente decidida del hombre y recordábamos su ingenua invitación: “vengan, camaradas, comamos juntos; vengan, yo también soy atorrante”, con que nos mostraba en el fondo su desprecio por el parasitismo que veía en nuestro vagar sin rumbo.

¿De quién sería el secreto desprecio que aquí se intuye: de aquel humilde obrero o del Che mismo? ¿O quizás ni de uno ni del otro, sino del encuentro “en la noche del desierto”, compartiendo el mate, el pan, el queso, las frazadas, surgió la chispa iluminadora de un doloroso distanciamiento?

Por lo demás, ya estamos en Chuquicamata, con la mina y el minero del Sur hemos topado:

Eficacia fría y rencor impotente van mancomunados en la gran mina, unidos a pesar del odio por la necesidad común de vivir y especular de unos y de otros…

Aparece, imponente, la necesidad, y el salto de una amorosa idea que sólo en Cuba, en un inspirado discurso, logrará su contexto, alcanzará su posible sentido:

…veremos si algún día, algún minero tome un pico con placer y vaya a envenenar sus pulmones con consciente alegría. Dicen que allá, de donde viene la llamarada roja que deslumbra hoy al mundo, es así, eso dicen. Yo no sé.

Efectivamente en Cuba, en 1964, esta idea se le entrelazará con palabras de León Felipe que no sabemos si ya se habían publicado y el Che las conocía cuando escribió lo anterior: palabras que en él adquieren la fuerza de una utopía que empezaba a tocar con sus manos:

porque nosotros podríamos decirle hoy a ese gran poeta desesperado que viniera a Cuba, que viera cómo el hombre después de pasar todas las etapas de la enajenación capitalista, y después de considerarse una bestia de carga uncida al yugo del explotador, ha reencontrado su ruta y ha reencontrado el camino del juego. Hoy en nuestra Cuba el trabajo adquiere cada vez más una significación nueva, se hace con una alegría nueva.[8]

Por lo pronto, en marzo de 1952, el Che se dice: “veremos… eso dicen. Yo no sé”. Las duras lecciones continúan en el capítulo titulado “Chuquicamata”, el pueblo minero que “parece ser la escena de un drama moderno”, sobriamente descrito con equilibradas dosis de impresiones, reflexiones y datos. Su mayor lección es la que “enseñan los cementerios de las minas, aun conteniendo sólo una pequeña parte de la inmensa cantidad de gente devorada por los derrumbes, el sílice y el clima infernal de la montaña”. En su ojeada de despedida, el 22 de marzo de 1952, o algún tiempo después, revisando sus notas, concluye el Che: “El esfuerzo mayor que debe hacer (Chile), es sacudirse el incómodo amigo yanqui de las espaldas y esa tarea es, al menos por el momento, ciclópea”. El nombre de Salvador Allende nos detiene.

En moto, en camiones o camionetas, en barco, en un “forcito”, pernoctando en comisarías, a la intemperie o en albergues ocasionales, luchando el Che casi siempre con el asma, divertidos y animosos hasta la temeridad, los dos amigos atraviesan la Argentina y Chile. A Perú entran a pie. El indio peruano los impresiona como el indio mexicano a Martí:

Sus miradas son mansas, casi temerosas y completamente indiferentes al mundo externo. Dan algunos la impresión de que viven porque eso es una costumbre que no se pueden quitar de encima.

Es el reino de la piedra vencida y de la Pachamama, la Madre telúrica que recibe “el escupitajo de coca” con sus “penas adheridas”. El reino de la muerte y su retórica provinciana, máscara de un odio al difunto el de “sus semejantes”, por eso, por serlo. El ombligo del mundo, donde Mama Ocllo enterró en la tierra el clavo de oro. El lugar elegido por Viracocha. El Cuzco. Y allí, en medio de la barroca procesión del Señor de los Temblores, que es “un Cristo retinto”, como eterno recordatorio del Norte que sólo puede verse desde el Sur americano, su reverso fatal y denunciante:

Sobre la pequeña tabla de los nativos agrupados al paso de la columna, emerge, de vez en cuando, la rubia cabeza de un norteamericano, con su máquina fotográfica y su camisa sport, (que) parece (y en realidad lo es) un corresponsal de otro mundo…

La catedral del Cuzco le saca al Che el artista, con observaciones como ésta: “El oro no tiene esa suave dignidad de la plata que al envejecer adquiere encantos nuevos, hasta parece una vieja pintarrajeada la decoración lateral de la catedral”. De las muchas iglesias visitadas le queda, solitaria y muy gaucha, “la imagen lastimera de la capilla de Belén que con sus campanarios abatidos por el terremoto parece un animal descuartizado sobre la colina en que está emplazada”. Pero su juicio más penetrante sobre el barroco colonial peruano lo encontraremos en las líneas finales que cierran, con agudo contraste, su impresión de la catedral de Lima…

Aquí el arte se ha estilizado, casi diría afeminado algo: sus torres son altas, esbeltas, casi las más esbeltas de las catedrales de la colina; la suntuosidad ha dejado el trabajo maravilloso de las tallas cuzqueñas para tomar el camino del oro; sus naves son claras, en contraste con aquellas hostiles cuevas de la ciudad incaica; sus cuadros también son claros, casi jocundos y de escuelas posteriores a la de los mestizos herméticos que pintaron los santos con furia encadenada y oscura.

La visita a Machu Picchu, el 5 de abril, le dará tema para una crónica periodística que publicará en Panamá,[9] el 12 de diciembre de 1953, crónica en la que se nota un cuidadoso acopio de datos, de información histórica y una cierta intención didáctica que está ausente de sus apuntes personales. Algo semejante sucede, aunque con mayor peso de la experiencia vivida, con la crónica titulada “Un vistazo a los márgenes del gigante de los ríos”, también publicada en Panamá, el 22 de noviembre de 1953, en la que se relata el viaje en balsa por el Amazonas. La balsa, humorísticamente llamada Mambo-Tango para que no se le acusara de ser fanáticos de este último género, los llevó con mil trabajos y tumbos a conocer la dura realidad de los indígenas en la selva. De la altura solitaria del “enigma de piedra” al enervante desamparo de las márgenes amazónicas, era como viajar por la tierra genesíaca de la América de la que, celebrando sus veinticuatro años en el leprosorio de San Pablo, dijera bolivariana y martianamente: “Constituimos una sola raza mestiza que desde México hasta el estrecho de Magallanes presenta notables similitudes etnográficas. Por eso, tratando de quitarme toda carga de provincialismos exiguos, brindo por Perú y por América Unida”.

Ni una pizca de solemnidad en la evocación de estas palabras, antes bien las resume y comenta con un desenfado que, fingiéndolas retóricas, las pone justamente al margen de toda convención: “Grandes aplausos coronaron mi pieza oratoria”, apunta. Lo mismo hace cuando en la carta a la madre desde Bogotá, el 6 de julio del 52 (incluida aquí para completar el relato de la experiencia colombiana), se refiere otra vez a su “discurso muy panamericano que mereció grandes aplausos del calificado y un poco piscado público asistente”; y al aludir, con marcada ironía cariñosa, a las palabras de gratitud de Granado: “Alberto, que ya pinta como sucesor de Perón, se mandó un discurso demagógico en forma tan eficaz, que convulsionó a los homenajeantes”. Pero de lo que éstos, los enfermos del leprosorio, hacen y dicen, habla de otro modo, velando la emoción de su inocultable patetismo con otra sobriedad. Así sobre la despedida del leprosorio de San Pablo, escribe:

Por la noche, una comisión de enfermos de la colonia vino a darnos una serenata homenaje, en la que abundó la música autóctona, cantada por un ciego; la orquesta la integraban un flautista, un guitarrero y un bandoneonista que no tenía casi dedos del lado sano, lo ayudaban con un saxofón, una guitarra y un chillador. Después vino la parte discursiva en donde cuatro enfermos por turno elaboraron como pudieron sus discursos, a los tropezones; uno de ellos desesperado porque no podía seguir adelante acabó con un: “tres hurras por los doctores”. Después Alberto agradeció en términos rojos la acogida…

En la carta a la madre insiste en detalles de esta escena (“el acordeonista no tenía dedos en la mano derecha y los reemplazaba por unos palitos que se ataba a la muñeca”, “casi todos con figuras monstruosas provocadas por la forma nerviosa de la enfermedad”), intentando sin éxito, para no entristecer demasiado, compararla con un “espectáculo de película truculenta”; pero la desgarrada belleza de esa despedida está mejor en el desnudo apunte:

Soltaron amarras los enfermos y el cargamento se fue alejando de la costa al compás de un valsecito y con la tenue luz de las linternas dando un aspecto fantasmagórico a la gente.

Lo que en la carta a la madre llama “semisorna” (familiar, o fraternal, o vuelta hacia sí mismo), no era más, repetimos, que ironía cariñosa o velado pudor. De su experiencia con los leprosos, a los que seguramente hicieron tanto bien —y de ahí la inmensa gratitud—, no sólo con la atención a cada caso sino también jugando al fútbol o conversándoles con su desprejuiciada, hermanadora y fuerte humanidad, raíz en el Che del revolucionario en ciernes, subrayamos estas despojadas palabras: “Si hay algo que nos haga dedicarnos en serio, alguna vez, a la lepra, ha de ser ese cariño que nos demuestran los enfermos en todos lados”. Cuán en serio iba a ser esa dedicación, y cuán profunda, entendiendo por “lepra” toda la miseria humana, no podía suponerlo todavía.

Leídos estos apuntes llenos de tantos contrastes y enseñanzas, de tanta comedia y tragedia, como la vida misma, y comentados sin propósito exhaustivo, sólo con ánimo sugeridor, nos queda la alegre imagen del Che llegando a Caracas, envuelto en su manta de viaje, mirando el panorama americano “mientras vociferaba versos de toda categoría acunados por el rugir del camión”.

Sin comentarios dejamos, porque en su terrible desnudez y majestad no los necesita ni los tolera, esa página absolutamente excepcional titulada “Acotación al margen”, que no sabemos si debe situarse al principio o al final: esa insondable “revelación” del destino que el Che vio “impreso en la noche” con cuyo ser se confundía en espera de la sentencia (“el tajo enorme”) del “gran espíritu rector”, del Gran Semí que en la visión martiana de Nuestra América regara “por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la américa nueva”10[10] .

Página inexorable que, como a la luz de un relámpago trágico, nos alumbra el “sagrado recinto” que había en el fondo del alma de aquél que se llamó “este pequeño condottieri del siglo XX”; de aquél que, en nuestra invencible esperanza, vuelve siempre a sentir bajo sus talones “el costillar de Rocinante” y vuelve siempre otra vez “al camino” con su adarga al brazo.[11]

Cintio Vitier

Mayo de 1992

[1] El primer viaje de Ernesto Guevara con su amigo Alberto Granado, del que los apuntes que presentamos son testimonio, abarcó cinco países — Argentina, Chile, Perú, Colombia, Venezuela—, y se extendió desde Córdoba, en diciembre de 1951, hasta Caracas, el 26 de julio de 1952. Testimonio basado en un Diario que, según haría también al redactar sus Pasajes de la Guerra Revolucionaria, refirió utilizar como materia prima para sus crónicas.

[2] José Martí: Obras completas, Editorial Nacional de Cuba, 1963-1973, t. 7, pp. 289-290.

[3] Ernesto Che Guevara: Obras 1957-1967, Casa de las Américas, 1970, t. I, pp. 331-332.

[4] Ezequiel Martínez Estrada: Martí revolucionario, Casa de las Américas, 1967, p. 414, no. 184.

[5] Ernesto Che Guevara, ob. cit., t. 1, p. 330.

[6] Ibid, p. 320.

[7] José Martí, ob. cit., t. 16, p. 68.

[8] Ernesto Che Guevara, ob. cit., t. II, p. 333.

[9] “Machu Picchu, enigma de piedra en América”, Revista semanal Siete, Panamá (N. del E.).

[10] José Martí, ob. cit., t. 6, p. 23.

[11] Ernesto Che Guevara, ob. cit., t. II, p. 693: Carta de despedida a sus padres.

Tomado de: Centro de Estudios Che Guevara

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La marcha y la mancha

Por Ricardo Riverón Rojas

Me gustaría participar en una marcha donde se reclame justicia social, respeto a los derechos humanos, condena a la represión, libertad de expresión, libertad para los presos políticos, fin de la pobreza, igualdad de oportunidades… En mi país se convocó a una para el próximo mes, pero veo que la convocatoria no valora esos conceptos de la misma manera en que los asumimos la mayoría de los cubanos (el 85.5 %), ni mide con la misma vara su posible violación. No voy a participar, pues más que marcha sería, para mi fuero interno, mancha.

Quien la convoca, si leo su currículo, ha sido beneficiario, en alto grado, de la justicia social y la igualdad de oportunidades que la política educacional y cultural de la Revolución desplegó para todos los cubanos desde sus primeros días hasta hoy; nunca fue discriminado ni censurado, sino todo lo contrario. Así lo reconoció en entrevista concedida a Raquel Caballero Ruiz para el periódico Juventud Rebelde el 24 de febrero de 2012:

Desde que empecé a hacer teatro en Holguín ingresé a la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Integrarme a esa organización me ofreció la posibilidad de participar en talleres, de compartir experiencia con otros creadores, hacer encuentros y publicar mis obras. (…) Tengo todos los motivos del mundo para agradecer el apoyo brindado, porque sin la Asociación no hubiese podido hacer la mayoría de mis trabajos.[1]

No le veo sentido a marchar para reclamar lo que ya poseen quienes, como él, demostraron talento, pero sospecho que tratar de convencerlo para que desista sería en vano. En otros momentos de la conversación, el joven confiesa que publicar sus libros y estrenar una decena de textos lo convierten en “un autor afortunado”. También se refiere a sus estudios, primero en la Escuela Nacional de Arte (ENA) y posteriormente en la Universidad de las Artes (ISA), de donde egresó con título de oro. Comenta asimismo las posibilidades que ha tenido como guionista para audiovisuales y para participar en eventos e intercambios allende el mar.

Evidentemente, el sistema propició su formación y su obra se ha reconocido, como la de tantos. Me gustaría marchar con él si reclamara que esas mismas oportunidades se abrieran para todos en aquellos sitios del mundo capitalista donde al desarrollo de la gran mayoría no lo respaldan políticas públicas inclusivas. Como bien sabemos, en esos predios por lo general el dinero, o el azar —no siempre concurrente—, son quienes desbrozan el camino a la academia. No creo que, desdeñando la amplitud de nuestras instituciones educativas, alguien con un mínimo sentido de la justicia se aventure a afirmar que quiere para los jóvenes talentos cubanos el mismo destino que tendrían en la mayor parte de este tercer mundo al que pertenecemos. Marchar para eso sería un descomunal contrasentido.

Claro, después de aquellas añejas afirmaciones, el todavía joven deriva de su visión, antes agradecida, hacia el cuestionamiento de la masificación de la cultura, uno de los proyectos más osados y generosos que en el terreno cultural ha emprendido nuestro país en lo que va de siglo. De paso, además de extraer un saldo nulo de aquella idea de Fidel, le mete caña —como le dicta una desgastada matriz peyorativa— al ideal guevarista del hombre nuevo. En otra entrevista, concedida a Alejandro Langape para la revista Árbol Invertido, el 18 de noviembre de 2020, lo afirmó. Llamo la atención sobre la autorreferencia, en ese mismo intercambio, a su obra Semen, premiada y puesta en escena dentro y fuera de Cuba. Supongo que quede claro que, al parecer, ante su puesta en escena y publicación, la cruenta censura comunista dormía o estaba entretenida con alguna que otra nimiedad.[2] Más allá de la pequeña cuota de razón que pudiera tener, sobre todo por las derivaciones no previstas con que opera el programa después de dos décadas de gestado, propongo leer un fragmento:

Para mí la Batalla de Ideas era la resurrección de aquel proyecto de hombre nuevo que pretendía, con la masificación de la cultura, atenuar los efectos de la degradación social que se percibía. La realidad, sin embargo, no muestra hoy evidencias de que seamos más cultos ni mejores (como sociedad) que en aquellos años. Semen es una reflexión en torno a esas preocupaciones. El texto fue ganador del premio Calendario, se publicó en La Habana y Buenos Aires, fue estrenado con mucho éxito por el grupo El Portazo, de Matanzas, y también ha sido llevado al cine por Juan Carlos Cremata.[3]

Yo marcharía —solo que en otros contextos— contra la censura, la falta de libertad de expresión, la existencia de presos políticos, y llevaría como ejemplo algunas de las obras más impugnadoras del dramaturgo convocante a la marcha en Cuba. El ejemplo cubano en eso de no censurar pudiera serles de utilidad, lo mismo en Madrid, pues en algunas de esas monarquías europeas contra sus majestades no se puede expresar nadie, porque la ley castiga al súbdito que se atreva. Igual podríamos marchar en Washington, o en Miami.

Marcharía también para denunciar esas cárceles donde mantienen durante años, sin instrucción de cargos y en no pocos casos sin delito, a prisioneros que deben enfrentar las condiciones más humillantes que podamos suponer; el de la base naval de Guantánamo sería mi ejemplo emblemático.

Claro que marcharía pacíficamente. Y también, pese al riesgo, contra los abusos policiales en esos sitios donde te pueden sacar un ojo con balas de goma, barrerte con un cañón de agua, caerte a golpes, asfixiarte bocabajo contra el piso con una rodilla sobre el cuello o despacharte con una bala de material menos “noble”. Como veo que no es hacia esos territorios que se enfilan los reclamos de quienes convocan a marchar en mi país, decido que no me mancho.

¿Y qué ha pasado en Cuba los últimos cinco años para que algunos piensen que es legítimo marchar para pedir cambios? Claro que hay que cambiar, a los revolucionarios no hay que pedírselo, pues no hay herramienta más valiosa que el cambio para que la Revolución como proceso emancipador no se detenga, se defienda e insista en su apuesta por el desarrollo.

Muchos de los cambios en nuestra economía en poco más de una década, que no son pocos ni de pequeña naturaleza, buscan hacerla funcionar eficientemente. En su totalidad han debido responder, de una manera u otra, además de a una nueva lógica global —no siempre socialista en el sentido ortodoxo—, a la agresividad del bloqueo, nunca ausente, sino más presente y atenazador que nunca tras las 243 medidas que nos regaló el republicano Trump, al parecer sin reversión demócrata. A quienes dicen que el bloqueo no es causa de nuestros agobios, los invito a recordar cómo nos abastecíamos en el período de distensión de ayer mismo (gobierno de Barack Obama) y cómo lo hacemos después del arribo a la Casa Blanca del magnate inmobiliario.

Han transcurrido menos de cinco años desde que, en 2017, asumió la presidencia de Cuba Miguel Díaz-Canel Bermúdez. Desde entonces no ha parado de enfrentar adversidades de alta complejidad, timoneadas con bastante acierto, según creo. Apenas comenzaba su gestión cuando el accidente del avión de Holguín conmovió al país; acto seguido nos sorprendió el tornado en La Habana, que obligó al despliegue de cuantiosos recursos y recuperación en tiempo récord; nos fueron cayendo, en progresión creciente, las ya referidas medidas de Trump, con especial incidencia aquellas relacionadas con el abastecimiento de petróleo, las de carácter financiero y la clausura de los servicios consulares; en 2020 hizo su debut entre nosotros la pandemia, hasta la fecha de hoy combatida de manera ejemplar con vacunas y protocolos propios. Y por si fuera poco, irrumpieron los episodios de descontento inducido —con actos vandálicos y todo—, de los cuales solo sacan provecho quienes se niegan a incorporar la hostilidad de Estados Unidos en las variables de sus análisis sobre la situación de Cuba.

Para cada uno de los desafíos que menciono, el actual gobierno ha tenido una respuesta inmediata y abarcadora en la medida en que los recursos lo permiten. El actual programa de transformación de los barrios desfavorecidos (herencia del subdesarrollo y, quizás, de la no calibración, culposa y con retraso, de su magnitud) viene dando soluciones a problemas acumulados por más de una década, como el de materializar, de manera inmediata para sus habitantes, regularizaciones de diverso tipo.

Son muchos los problemas acumulados, y solo una acometida integral, priorizada y sostenida, permitirá ponerles fin. Yo estoy dispuesto a pedirles a los dirigentes cubanos, no en una marcha de dudosa inocuidad, sino en uno de los muchos espacios de diálogo que me propician, que no dejen que se pierdan la fuerza e intensidad con que trabajan hoy ante esa complejísima problemática social, sobre todo porque cuentan con el apoyo y participación de los pobladores.

Yo marcharía siempre que fuese necesario por la reivindicación de los más necesitados, pero evidentemente mis motivaciones no son las mismas de quienes pretenden hacerlo para que todo sea como es en esa buena parte de la humanidad que aún padece estatus colonial o neocolonial. A ciencia cierta, no sabemos con qué programa estos “rebeldes” se proponen gobernar mejor, con más respeto y justicia para todos. Lo que sí han dejado claro es que no quieren marchar por amor al deporte.

Notas:

[1] Yunior García Aguilera: “Escribo como si estuviera sentado en primera fila”, Juventud Rebelde, 24 de febrero de 2012. Entrevistado porRaquel Caballero Ruiz. Disponible en: http://www.juventudrebelde.cu/cultura/2012-02-24/escribo-como-si-estuviera-sentado-en-primera-fila].

[2] El 27 de noviembre de 2020 (según me confirman desde el Ministerio de Cultura) Yunior García Aguilera tenía cuatro obras en cartelera.

[3] Yunior García Aguilera: “El día que deje de cuestionarme, dejaría de ser yo”, Árbol Invertido, 18 de noviembre de 2020. Entrevistado por Alejandro Langape. Disponible en: https://arbolinvertido.com/entrevistas/yunior-garcia-dramaturgo-y-actor-el-dia-que-deje-de-cuestionarme-dejaria-de-ser-yo.

Tomado de: La Jiribilla

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El malestar de los intelectuales

Antonio Gramsci. Fue un filósofo, teórico marxista, político y periodista italiano. Fundador del Partido Comunista de Italia. Teórico del marxismo. (1891-1937)

Por Jorge Luis Acanda

Ya se ha convertido en un lugar común la aceptación de la relación entre cultura y política. Aunque todavía falta por lograrse un consenso en la comprensión de esa relación. No voy a dedicarme aquí a analizar este tema, que tiene demasiadas aristas como para poder ser tratadas en el espacio que un artículo permite. Quiero referirme a una cuestión muy vinculada a la cuestión «cultura y política», y que tiene que ver con los que se supone sean los representantes de la primera: los intelectuales, su lugar y su papel en los procesos políticos.

La así llamada «cuestión de los intelectuales» ha estado presente a todo lo largo del movimiento obrero, del movimiento comunista y del movimiento revolucionario (tres cosas que no son idénticas, y que a veces han coincidido, pero otras no). Tiene por lo tanto bastante más de siglo y medio de existencia. A lo largo de ese período, de «cuestión de los intelectuales» pasó a denotarse como «problema de los intelectuales», y en algunos lugares y épocas llegó a constituirse en lo que, parafraseando a Freud, podemos llamar «el malestar de los intelectuales». ¿Por qué «problema»? Puede avanzarse una primera respuesta que parece obvia: la persistencia del tema se debe a una razón de carácter ontológico-social: dadas las características específicas del modo de producción capitalista, la clase obrera no puede producir natural o espontáneamente sus propios intelectuales. Pero los necesita, porque sin intelectuales no hay ni movimiento obrero, ni comunista, ni revolucionario. Marx, Lenin, Stalin, Mao, Fidel, los grandes organizadores y propulsores de la revolución comunista, no han sido otra cosa que intelectuales. Intelectuales son los que han organizado y dirigido a la clase obrera y a la revolución. Se crea así una dificultad para esa clase obrera, dificultad que tiene permanentemente que superar. Pero esa respuesta inicial no nos aclara mucho, pues la historia nos dice que la relación de contradicción no se ha dado, como pudiera pensarse superficialmente, entre la clase obrera y la intelectualidad, sino que se produce y se reproduce, permanentemente, en el seno de la propia intelectualidad vinculada a la revolución, enfrentando a una parte de ella con otra.

Es algo cuando menos curioso, para no decir verdaderamente trágico, que la situación de los intelectuales en ese movimiento haya sido rica en conflictos, y más aún, en rechazos y antagonismos. ¿Para quién son los intelectuales un problema, y más aún, un malestar? Podemos decir que no se trata de la contradicción entre clase obrera e intelectuales, sino entre intelectuales e intelectuales. Más exactamente, entre un grupo de intelectuales situados en la posición de poder político dentro del movimiento comunista, y otro grupo intelectual carente de ese poder. Estos han constituido, permanentemente, un problema para aquellos. Si ya sabemos para quién son un problema, tenemos entonces que plantearnos esta otra pregunta: ¿por qué lo son?

No sería cierto afirmar que todo se reduce a la contradicción entre la intelectualidad conservadora y la intelectualidad revolucionaria. La cuestión de los intelectuales, que no es otra cosa que la de sus funciones y papel en el movimiento comunista, ha sido planteada por los propios intelectuales que estaban activos en las filas de este o colocados en la dirección del mismo. Y muy a menudo ha tomado la forma de debates cargados de conflictos entre los miembros del primer grupo y los del segundo. De ahí que la «cuestión de los intelectuales» haya sido presentada, a lo largo de la historia del movimiento comunista, como el conflicto entre intelectuales y partido, entre intelectuales y políticos. ¿Es legítimo presentarla de esta forma? Para poder responder a esta interrogante, tenemos primero que plantearnos esta otra: ¿qué debemos entender por intelectuales, y qué por «políticos»?

Ya desde fines del siglo XIX, con el desarrollo del capitalismo monopolista y la expansión de los mecanismos de la racionalización capitalista, los más avisados representantes de la teoría social burguesa comprendieron la necesidad de estudiar las nuevas e importantes funciones que asumían los sectores sociales vinculados a la producción, reproducción y circulación del conocimiento. La teoría de Weber sobre el papel creciente de la burocracia, las reflexiones de otros autores sobre lo que se dio en llamar «la nueva clase», etcétera, son ejemplos de esto. Aquí, como en otros campos, el marxismo tradicional se quedó rezagado. Podemos decir que en él existió un vacío con respecto a este tema. Su concepción sobre la intelectualidad la recordamos todos aquellos que tuvimos que lidiar con los manuales soviéticos. Se la interpretaba exclusivamente desde un punto de vista muy economicista, teniendo en cuenta sólo su tipo de actividad laboral y su relación de propiedad con los medios de producción, y se la presentaba como un sector o grupo social intermedio y ambivalente, que oscila entre la burguesía y la clase obrera. Explotada por la primera, se inclinaba a aliarse con el proletariado, pero condenada al individualismo por la propia característica del trabajo que realizan, es portadora de vicios e inclinaciones pequeñoburgueses. En conclusión, no es digna de fiar, y debe ser sometida a vigilancia permanente por la clase obrera, incluso cuando el nuevo estado socialista ya ha creado una intelectualidad nueva, proveniente de las filas de los obreros y campesinos. Y se concluía haciendo una diferenciación entre la intelectualidad científico-técnica, responsabilizada con el desarrollo de las fuerzas productivas, y por ende muy importante para la construcción de un socialismo que se entendía desde una visión cosificada, y que supuestamente realiza una actividad sin contenido ideológico, y la intelectualidad humanista, que no contribuye al desarrollo de las fuerzas productivas, por lo que es menos importante que los ingenieros y los químicos, y que, para justificar su existencia en el socialismo, ha de devenir en propagandista de la línea del partido, reflejando en sus poemas, novelas, pinturas y esculturas, los ideales del realismo socialista, y apoyando las directivas del partido con sus investigaciones y monografías.

En este alborear del siglo XXI no solo sabemos ya que esta concepción era simplista, sino también que se utilizó como justificación de políticas represivas con respecto a ciertos sectores de la intelectualidad en más de un país del así llamado «socialismo real». Pero ella no encierra, en exclusiva, todo lo que el marxismo puede decirnos sobre la cuestión de la intelectualidad y su papel en la revolución. En la obra de Antonio Gramsci encontramos abundantes y profundas reflexiones sobre el tema.

La teoría gramsciana sobre los intelectuales cumple un conjunto de tareas: En primer lugar, está dirigida contra la falta de comprensión en el movimiento socialista del papel y la importancia de la intelectualidad en las sociedades tardocapitalistas y para la realización de la revolución socialista. En segundo lugar, también critica la visión común, de carácter idealista, que concibe a los intelectuales como un grupo que existe encima y por fuera de las relaciones de producción, y destaca la profunda inserción de este grupo social en la reproducción del sistema de las relaciones sociales, sobre todo en la modernidad capitalista. Y, por último, busca establecer las características esenciales de la actividad intelectual en su relación con la existencia y reproducción del todo social.

Es cierto que la sola mención del término «intelectual orgánico» levanta muchas ronchas, y no es para menos. Muchas veces se le ha utilizado en un sentido muy estrecho y bastante alejado del que le diera Gramsci. En un sentido en el que organicidad se identificaba con disciplina, encuadramiento, subordinación. El intelectual orgánico sería aquel que subordinaba su pensar y su acción a la disciplina debida al acatamiento de las directivas emanadas de la dirección del organismo político al que pertenecía. Esta acepción se personificaba en la lamentable historia de las sucesivas claudicaciones de una figura como Georg Lukacs, y se expresaba a las mil maravillas en aquella famosa frase que tengo entendido se le adjudica a Louis Aragon: «no hay verdad fuera de mi partido». Es comprensible, y del todo legítimo, que muchos intelectuales se opongan a esta interpretación, en la que la organicidad no significaba más que la cortapisa al ejercicio del criterio.

Comencemos entonces por aclarar lo que significaba, en el pensamiento gramsciano, tanto el concepto de intelectual como el concepto de organicidad. En el vocabulario cotidiano se ha fijado la identificación del término intelectual con el creador artístico. Intelectuales serían sólo los escritores, poetas, actores, artistas plásticos, etcétera. Pero en Gramsci vamos a encontrar una concepción distinta. A diferencia del marxismo ramplón, buscó la identidad definitoria de éstos no en su actividad intrínseca, sino en el conjunto de relaciones sociales en el que desarrollan su función.

«¿Cuáles son los límites <máximos> que admite el término intelectual? ¿Se puede encontrar un criterio unitario para caracterizar igualmente todas las diversas y variadas actividades intelectuales y para distinguir a éstas al mismo tiempo y de modo esencial de las actividades de las otras agrupaciones sociales? El error metódico más difundido, en mi opinión, es el de haber buscado este criterio de distinción en el conjunto del sistema de relaciones que esas actividades mantienen (y por lo tanto los grupos que representan) en su situación dentro del complejo general de las relaciones sociales». [1]

Este es un principio importante, pues fue el que le permitió establecer un concepto ampliado, expandido, de intelectual. Por cierto, que lo de expandido no lo digo por gusto. En los Cuadernos de la Cárcel encontramos una concepción expandida de fenómenos tan complejos como el Estado, la política, etcétera. Con ello, Gramsci cumplía un principio metodológico, que caracteriza toda su obra y le proporciona profundidad y radicalidad (en el sentido de develamiento de las raíces) a su construcción teórica: investigar los fenómenos sociales desde la comprensión del carácter difuso, molecular, capilar, del poder y de las relaciones de poder.

De ahí que para Gramsci —y esta es una precisión que debemos hacer desde el inicio— por intelectuales ha de entenderse a todos aquellos que desarrollan funciones organizativas en la producción, la política, la administración, la cultura, etcétera. No sólo los escritores y artistas, sino también los maestros de escuela, los políticos profesionales, los administradores, los técnicos, los arquitectos, etcétera, en tanto participan en la labor de producción, reproducción y difusión de valores, modos de vida, modos de actividad, principios de organización del espacio, etcétera, son intelectuales. En tanto el poder se estructura, existe y se ejerce en todos estos intersticios de lo social, y la hegemonía de la clase dominante se enraíza en ellos, intelectuales serán los encargados del funcionamiento del aparato hegemónico, o aquellos que con su actividad contribuyen a la construcción de espacios de contrahegemonía.

Pero, además, debemos destacar que son las mismas características del modo de producción capitalista las que llevan a Gramsci a la ampliación del concepto de intelectual. Como señalara Weber, el desarrollo del capitalismo implica la expansión de la racionalidad formal o instrumental. Todos los espacios de la vida social quedan sometidos a los dictados de esa racionalidad. Ello está muy vinculado a lo que Marx denominó como mercantilización creciente de toda relación social en el capitalismo. En el capitalismo el mercado pasa a jugar un papel central. Pero, en el capitalismo, «el mercado no es compra; es la generalización de un modo de representar sujetos, procesos y objetos regido por la lógica del fetichismo». [2] Los sectores sociales encargados de la organización y funcionamiento de ese proceso de mercantilización expansiva son, por lo tanto, también grupos objetivamente encargados del funcionamiento de importantísimos procesos de producción de representaciones.

En el capitalismo toda actividad y todo producto sociales devienen mercancía. La mercancía es un fenómeno muy complejo, pues a diferencia de lo que consideran la mayoría de los profesores de economía, la mercancía no se crea para satisfacer necesidades, sino para crear necesidades. Más específicamente, para producir un ser humano que sólo pueda satisfacer sus necesidades convirtiéndose en un consumidor ampliado de mercancías. El objetivo de la producción mercantil no es la producción material, sino la producción de una subjetividad social específica.

Como afirmara Gramsci en los Cuadernos, la necesidad de «profundizar y dilatar la “intelectualidad” de cada individuo» como condición necesaria de existencia del capitalismo, determina «la importancia que han alcanzado en el mundo moderno las categorías y las funciones intelectuales». [3] Por ello en el capitalismo lo cultural adquiere una importancia extraordinaria para la reproducción del sistema de relaciones sociales, importancia que no tenía en los modos de producción anteriores. Lo cultural deviene parte integrante del proceso de producción, y del proceso de reproducción ampliada del valor, es decir, del proceso de producción de plusvalía, que es la esencia del capitalismo. Ello condiciona el surgimiento de un grupo social con un peso relativo importante en el capitalismo, encargado de realizar una actividad intelectual que ya no es simplemente de legitimación ideológica del orden existente, o de difusión de alta cultura, sino sobre todo de aseguramiento de la reproducción material del modo de producción existente. «El modo de ser del nuevo intelectual ya no puede consistir en la elocuencia motora, exterior y momentánea, de los afectos y de las pasiones, sino que el intelectual aparece insertado activamente en la vida práctica, como constructor, organizador, “persuasivo permanentemente”, no como simple orador …». [4] Un grupo que está vinculado a la hegemonía de la nueva clase dominante — en este caso la burguesía — de una forma mucho más profunda y compleja que sus antecesores. Es por ello que Gramsci va a acuñar el concepto de intelectual orgánico. Y también el de «intelectual de masa», para indicar la aparición y expansión de este grupo social heterogéneo, masivo y multiforme.

¿Qué significa organicidad? Es un concepto que no inventó Gramsci, sino que existe en el pensamiento teórico-social, sobre todo en el pensamiento crítico, desde fines del siglo XVIII, y que es desarrollado por la teoría crítica precisamente a partir de las exigencias de su lucha contra el positivismo. La idea de organicidad tiene como objetivo establecer la relación de dependencia interna entre dos o más objetos. Dos fenómenos son orgánicos entre si cuando uno es la condición de existencia, funcionamiento y reproducción del otro.

Por lo tanto, debemos rechazar la falsa idea de que sólo la clase obrera tiene intelectuales orgánicos, o que un intelectual orgánico es tan sólo aquel que, conscientemente, se enrola en una organización política o se decide a actuar en defensa de determinados intereses clasistas. La organicidad de un intelectual viene dada por la funcionalidad intrínseca a su actividad, en tanto ella tienda a la reproducción de la hegemonía existente o, por el contrario, a la subversión de la misma. El carácter orgánico o no de la actividad del intelectual se determina a partir del análisis de la función que ejerce en el seno de la superestructura. Toda clase necesita intelectuales. Siempre existe un vínculo orgánico entre los intelectuales y las distintas clases sociales. Sean conscientes o no de ello, los intelectuales son funcionarios de una lógica macropolítica de carácter incluyente, sea del Estado, del capital, de la clase obrera, de la nacionalidad, etcétera. El intelectual, en la sociedad moderna, es orgánico a la hegemonía o a la contrahegemonía, más allá de que milite o no en algún organismo político. De hecho, puede ser más orgánico un intelectual sin militancia política que otro que si la tenga, simplemente porque la actividad intelectual del primero está más vinculada orgánicamente a la reproducción de una cierta hegemonía que la del segundo.

Ochenta años de distintas experiencias en el intento de construcción del socialismo permiten afirmar que la nomenklatura, la burocracia enquistada en las estructuras partidistas y estatales y devenida aparato de poder, no constituye en modo alguno un sector cuya actividad intelectual sea orgánica al desarrollo de una revolución comunista. El carácter de clase de la organicidad de un intelectual no depende de su voluntad, de sus inclinaciones o preferencias políticas, sino de la dimensión intrínseca de su actividad intelectual. Se puede militar en el partido comunista y no ser un intelectual orgánico del proletariado, y viceversa.

Observemos que, para Gramsci, la categoría de intelectual incluye también a los políticos. No hay cabida entonces, desde la interpretación expuesta en los Cuadernos de la Cárcel, para referirse a los intelectuales y a los políticos como dos grupos necesaria y esencialmente antitéticos. Gramsci afirmó que la así llamada clase política «no es otra cosa que la categoría intelectual del grupo social dominante». Todos los intelectuales ejercen una función «política». En los países del comunismo estatalista, un grupo de intelectuales logró monopolizar las funciones de dirección tanto de las instituciones públicas coercitivas (el Estado, en el sentido estrecho del término) como del aparato de dirección partidista, e intentó presentarse como la única fuerza capaz de dirigir la actividad política de las masas. Ellos, en tanto «políticos» o «dirigentes», serían los encargados de articular y lograr la realización de la práctica política, y a los «intelectuales» (entendidos aquí en el sentido estrecho) quedaría la creación de las formas discursivas que legitimaran y facilitaran la difusión de esas formas y direcciones de la práctica política previamente establecidas.

Así, la teoría pasó a entenderse como un momento secundario y posterior con respecto a la práctica. Esta maniquea interpretación alcanzó carta de ciudadanía, hasta el punto de que, en muchos círculos, la expresión «intelectualizar un problema» pasó a ser sinónimo de inútil y vacío rejuego de palabras, cuando, si tomamos los conceptos en su verdadero sentido, la percepción de la existencia de un problema, y su comprensión, son en sí mismos resultados de una actividad intelectual.

Pero frente a estas deformaciones, se alza la propia historia del movimiento comunista. Lenin dijo alguna vez que sin teoría revolucionaria no puede haber práctica revolucionaria. Y Gramsci, desde su experiencia como fundador y líder del partido comunista italiano, destacó que la conciencia política de una clase es, en primer lugar, autoconciencia o conciencia de sí, «comprensión crítica de sí mismo». [5] Representa una etapa superior, pues solo en ella se alcanza la unión de teoría y práctica. Y a continuación hizo la siguiente advertencia:

«en los más recientes desarrollos de la filosofía de la praxis la profundización del concepto de unidad entre la teoría y la práctica se halla aún en su fase inicial; quedan todavía residuos de mecanicismo, puesto que se habla de la teoría como “complemento”, como “accesorio” de la práctica, de la teoría como sierva de la práctica. Parece correcto que también este problema deba ser ubicado históricamente, es decir, como un aspecto del problema práctico de los intelectuales. Autoconciencia crítica significa, histórica y políticamente, la creación de una élite de intelectuales; una masa humana no se “distingue” y no se torna independiente “per se” sin organizarse (en sentido lato), y no hay organización sin intelectuales, o sea, sin organizadores y dirigentes, es decir, sin que el aspecto teórico del nexo teoría-práctica se distinga concretamente en una capa de personas “especializadas” en la elaboración conceptual y filosófica». [6]

La organicidad de la relación entre los intelectuales y la clase que éstos representan no es mecánica: el intelectual goza de una relativa autonomía respecto a la estructura socioeconómica, y no es su reflejo pasivo. Esta autonomía es, en primer lugar, consecuencia del origen social de los intelectuales. Si bien una parte de ellos, en especial los grandes intelectuales, surge directamente de la clase que representan, la gran mayoría proviene de las clases auxiliares aliadas a la clase dirigente.

A esta autonomía estructural se suma la autonomía debida a la función misma de los intelectuales como agentes de la superestructura: el intelectual no es el agente pasivo de la clase que representa, así como la superestructura no es el reflejo puro y simple de la estructura. La autonomía es, por otra parte, indispensable para el ejercicio total de la dirección cultural y política. A este respecto resultan de gran interés algunas notas escritas en los Cuadernos a propósito de la lectura por Gramsci de la novela Babbit de Sinclair Lewis. En ellas se afirma que la existencia de una «corriente literaria realista» que realice «la crítica de las costumbres es un hecho cultural muy importante», pues la expansión de la autocrítica significa el nacimiento de «una nueva civilización… consciente de sus fuerzas y de sus debilidades». Esa autocrítica, por supuesto, han de realizarla los intelectuales orgánicos del sistema, que «se distancian de la clase dominante para unirse luego a ellas más íntimamente, para ser una verdadera superestructura y no sólo un elemento inorgánico e indiferenciado de la estructura-corporación». Estos intelectuales orgánicos constituyen «la autoconciencia cultural» de ese sistema hegemónico precisamente porque representan «la autocrítica de la clase dominante». [7] La incapacidad de un Estado para garantizar esta función de (auto)crítica por parte de su intelectualidad orgánica, y el intento de convertir a estos intelectuales en «agentes inmediatos de la clase dominante», representan para Gramsci un signo inequívoco de que ese Estado no ha logrado rebasar la fase económico-corporativa y arribar a la fase ético-política. Es decir, que esa estructura estatal no ha logrado alcanzar el grado de madurez necesario para representar los intereses esenciales de las clases revolucionarias, y para poder constituirse en agente de la «reforma cultural», en fuerza que promueva la construcción de una hegemonía de un signo inverso, subvertido, liberador y desenajenante.

La actividad crítica de la intelectualidad (entendiendo por tal, como ya hemos visto, a los escritores, maestros, dirigentes técnicos, dirigentes políticos, artistas, etcétera) con respecto a las nuevas relaciones sociales que se van erigiendo, es una labor de autocrítica, pues esas nuevas relaciones son estructuradas y puestas a funcionar por ella. Y es una labor necesaria, pues sólo así la revolución logra ser una empresa colectiva y consciente, y por tanto verdadera. La labor crítica de la intelectualidad es condición orgánica, y por tanto imprescindible, del desarrollo de la revolución.

Es preciso detenerse a reflexionar en la contraposición que estableció Gramsci entre el intelectual orgánico y lo que llamó el «intelectual tradicional». Algunos interpretan esto como que el intelectual tradicional es el que resiste políticamente al cambio, en el feudalismo o el capitalismo, y el orgánico el que actúa a favor del socialismo. Pero es una deformación del sentido en que se usaron estas categorías en los Cuadernos. Muy por el contrario de lo que muchos piensan, Gramsci creó el concepto de «intelectual orgánico» teniendo en cuenta precisamente el papel de la intelectualidad en el modo de producción capitalista, para destacar lo específico de las funciones de la intelectualidad de la burguesía a diferencia de las tareas de la intelectualidad en las sociedades precapitalistas.

En aquellas sociedades precapitalistas existió lo que Gramsci denominó el «intelectual tradicional»: los sacerdotes, escribas, funcionarios del gobierno, etcétera, que cumplían funciones intermediarias entre las masas y los distintos aparatos del Estado, y que legitimaban el status quo. El intelectual tradicional es un retórico, que crea y disemina la alta cultura. No desapareció con el advenimiento del capitalismo, y Gramsci consideraba a Benedetto Croce un ejemplo de intelectual tradicional. El intelectual orgánico es un nuevo tipo de intelectual, un producto del proceso capitalista y del cambio industrial, un intelectual que deviene «organizador técnico, un especialista en ciencias aplicadas». Se trata del nuevo intelectual de la racionalización y la tecnologización. A los abogados, maestros, sacerdotes y doctores, que siempre han sido incluidos en las filas de los intelectuales, Gramsci añadió ahora también a los farmacéuticos, científicos naturales, investigadores, arquitectos, ingenieros y personal técnico en general, al personal militar, a los jueces y el personal de la policía. Tal vez todos ellos no produzcan formas de conocimiento, pero juegan un papel clave en la diseminación de información al servicio de la tarea de disciplinar el cuerpo y la mente para los poderes existentes. Propagan una «estructura de sentimientos», una racionalidad instrumental. Se trata de los nuevos intelectuales de la racionalización capitalista. Así como los aparatos coercitivos del Estado, en la sociedad política, son movilizados cuando se les necesita para asegurar el status quo, los aparatos de la sociedad civil promueven el «consenso espontáneo».

Debo alertar sobre algo: las distintas nociones de intelectual que presenta Gramsci en sus Cuadernos no se excluyen entre sí, ni uno cancela al otro. La distinción entre intelectual tradicional e intelectual orgánico es una distinción compleja. En la historia de los intelectuales italianos, Gramsci encontró que todo grupo social crea orgánicamente uno o más estratos de intelectuales, que le dan homogeneidad y conciencia de su propia función, no sólo en el campo económico, sino también en el social y el político. En este sentido, los intelectuales tradicionales de las sociedades precapitalistas fueron también intelectuales orgánicos, pues propagaban y legitimaban, estuvieran conscientes de ello o no, la concepción del mundo de la clase social que poseía el poder económico y político. A su vez, algunos de los intelectuales orgánicos del capitalismo son también intelectuales tradicionales, por su forma de actividad, que realizan en el campo de la alta cultura, desempeñando el papel de árbitros del gusto filosófico y literario, difundiendo hacia abajo, hacia el común de los mortales, las normas del buen gusto y del buen hacer. Como ya dije, Gramsci señaló el ejemplo de Croce como una figura en la que ambas caracterizaciones se integraban.

Cuando Gramsci estudió la comunidad intelectual del capitalismo, la describió como una comunidad intelectual que es tanto orgánica como tradicional a la vez. Es orgánica en tanto los empresarios capitalistas la han creado orgánicamente junto con ellos, y como condición necesaria de su reproducción como clase dominante, no sólo en el campo de la legitimación espiritual, sino también en el de su reproducción económica. Es tradicional en tanto este grupo humano, como toda intelectualidad encargada de la legitimación de la dominación, incorpora los valores predominantes y modos de ver de la clase económica dominante y produce una alta cultura acorde con estos valores.

Esta comunidad intelectual, surgida orgánicamente del modo de producción capitalista, contiene tanto al filósofo y al escritor, a los organizadores de la nueva alta cultura, como también al técnico industrial, al especialista en economía política, al diseñador de los espacios urbanos, al administrador del nuevo sistema legal, en tanto ellos propagan las normas de la cultura cotidiana. Tanto aquellos como estos difunden la concepción del mundo propia del modo de producción capitalista, caracterizada por la idolatría del progreso tecnológico, la visión tecnocrática-funcionalista del progreso, y la racionalidad instrumental.

Debe hacerse notar que Gramsci diferenció una serie de comunidades intelectuales orgánicas dentro de los escalones superiores del capitalismo. Mientras que los empresarios capitalistas pueden crear una élite administrativa de economistas, ingenieros, abogados y políticos culturales para cumplir complejas tareas de organización de alto nivel, los empresarios mismos representan una especie de comunidad intelectual, en tanto ellos organizan la administración de esto niveles superiores de organizaciones sociales. Esto presupone de su parte una combinación de cualidades de liderazgo, conocimiento del comportamiento y la psicología individuales y colectivas, conocimiento técnico y capacidad económica. En los Cuadernos, Gramsci escribió que el modo de ser del nuevo intelectual no puede seguir consistiendo en la elocuencia, sino en la participación activa en la vida práctica, como constructor, organizador, persuadidor permanente, y no simplemente como orador.

Esta concepción compleja sobre la composición de la intelectualidad orgánica tiene mucho que ver con la interpretación gramsciana sobre la hegemonía. La intelectualidad es el agente social de afianzamiento de la hegemonía, pero para Gramsci la hegemonía no es un fenómeno exclusivamente ideológico. No utilizó este concepto como idea que justificara la subvaloración o el olvido de la importancia de los procesos estructurales en la articulación de la hegemonía burguesa, ni mucho menos en la conformación de la hegemonía comunista. Resaltar el componente ético-cultural de la hegemonía no significó nunca, para Gramsci, desconocer el necesario componente económico de la misma. En un momento cenital de la lucha revolucionaria, en junio de 1919, escribió lo siguiente:

«… el que funda la acción misma sobre pura fraseología ampulosa, sobre el frenesí de las palabras, sobre el entusiasmo semántico, no es más que un demagogo, no un revolucionario. Lo que hace falta para la revolución son hombres de espíritu sobrio, hombres que no hagan faltar el pan en las panaderías, que hacen rodar los trenes, que proporcionan materias primas a las fábricas y saben cambiar en productos industriales los productos agrícolas, que aseguran la integridad y la libertad de las personas contra las agresiones de los malhechores, que hacen funcionar el complejo de los servicios sociales y no reducen el pueblo a la desesperanza y a una horrible carnicería»[8].

Años más tarde, en los Cuadernos de la Cárcel, insistió en que «si la hegemonía es ético política no puede dejar de ser también económica, no puede menos que estar basada en la función decisiva que el grupo dirigente ejerce en el núcleo rector de la actividad económica». [9] De ahí la importancia de los grupos que realizan su actividad intelectual en la organización del proceso económico, pues con ello ejercen una influencia decisiva sobre la conformación de la subjetividad socialmente establecida. Ello se reafirma en este otro fragmento:

«La base económica del hombre colectivo: grandes fábricas, taylorización, racionalización, etcétera. Pero en el pasado, ¿existía o no el hombre colectivo? Existía bajo la forma de dirección carismática… es decir, se obtenía una voluntad colectiva bajo el impulso y la sugestión inmediata de un «héroe», de un hombre representativo; pero esta voluntad colectiva se debía a factores extrínsecos y se componía y descomponía continuamente. El hombre-colectivo moderno, en cambio, se forma esencialmente desde abajo hacia arriba, sobre la base de la posición ocupada por la colectividad en el mundo de la producción».[10]

Es ahí precisamente donde reside la importancia de la intelectualidad orgánica revolucionaria, y de su labor crítica: sólo ella permite la estructuración, incesante y progresiva de la «voluntad colectiva» y del nuevo tipo de subjetividad social en el que se encarna.

Veamos ahora la interpretación que hizo Gramsci sobre el intelectual orgánico de la clase obrera.

Como afirmó Hobsbawn, Gramsci no consideró que «las clases subalternas sean una especie de bella durmiente del bosque, destinada por la magia de la historia a despertar en el momento justo»,[11] ni que le tocaba al intelectual orgánico revolucionario jugar el papel del príncipe azul que despierta a la bella durmiente. La clase obrera ha surgido como resultado del modo de producción capitalista, ha sido creada por la burguesía, y ha existido en el seno de la hegemonía cultural de esta clase. Su «subalternidad» es resultado de ese condicionamiento social. Los grupos revolucionarios no pueden aspirar a «encontrarlo todo hecho», a construir la nueva hegemonía cultural simplemente tomando los productos y formas de conciencia colectiva de esas clases subalternas, generalizándolos a toda la sociedad. Ya en El Manifiesto Comunista se había lanzado la siguiente advertencia: «Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor».[12] No existe algo que pudiera llamarse «un modo proletario» de apropiación de la realidad. En la sociedad capitalista, el modo burgués de apropiación es el predominante y hegemónico, pues lo ha expandido a todas las demás clases sociales. Por eso debe ser abolido, para crear uno nuevo, todavía no existente plenamente en la sociedad capitalista, presente sólo como posibilidad, como potencialidad, como conjunto de momentos específicos y aislados actuantes en el conjunto de la producción espiritual de los grupos subalternos, la cual está funcionalizada por la hegemonía burguesa. La destrucción de esa hegemonía implica la destrucción y superación de la cultura de las clases sociales explotadas. Es siguiendo esta línea de razonamiento que deben leerse las numerosas páginas dedicadas en los Cuadernos al tema de la cultura revolucionaria, páginas que han sido muchas veces objeto de interpretaciones erróneas.

Una vez más es preciso alertar contra las interpretaciones simplistas y deformadas del legado gramsciano. Gramsci no es un «populista». No consideraba que «el pueblo», por alguna razón milagrosa, ha logrado crear una cultura que, por «popular», es antitéticamente diferente a la cultura de la clase en el poder, una cultura libre de toda influencia hegemónica de la cultura dominante. Sería un error pensar que la clase dominante ejerce su hegemonía sólo a través de la cultura «oficial» o «alta cultura», y entender a la cultura popular exclusivamente como cultura de la resistencia. Esta es una concepción que, desde el punto de vista gnoseológico, repite los esquemas dicotómicos y mecanicistas, y que, desde una perspectiva política, lleva a dispensar, injustificadamente, a las fuerzas revolucionarias de la tarea, larga y sumamente compleja, de tener que construir una nueva cultura, pues conduce a la creencia de que basta con tomar algo ya dado con anterioridad a la propia revolución, entregando a la cultura popular a su dinámica interna de desarrollo, y que con ello aparecería espontáneamente la cultura revolucionaria. Esta concepción, además de establecer una coartada para las posiciones de subvaloración de lo cultural y del papel de los intelectuales (posiciones que caracterizaron a las élites dirigentes de muchos países que intentaron la construcción del socialismo), implica una posición antidialéctica, pues ignora el carácter internamente contradictorio de la cultura popular, en tanto producto social, y por ende resultado del entrecruzamiento de relaciones de fuerza de signo muy diverso, y portadora, en consecuencia, no sólo de elementos de oposición y resistencia de las clases subordinadas al poder, sino también de elementos de la hegemonía de la clase dominante. Es preciso descubrir la presencia de relaciones hegemónicas de dominación en el seno de la propia cultura de los «simples».

La noción de hegemonía implica un elemento de consenso, no reductible al efecto ideológico del engaño o la ocultación. La concepción gramsciana rompe con los esquemas verticalistas, y establece que el poder no se impone desde arriba, sino que su éxito depende del consentimiento de los de abajo. El poder se produce y reproduce en los intersticios de la vida cotidiana. Es, por ende, ubicuo, y se halla presente en cualquier producto o relación sociales.

La cultura es siempre políticamente funcional a los intereses de las distintas clases. La clase dominante es hegemónica precisamente por su control de la producción cultural. Este es el punto de anclaje fundamental de la dominación. Es por ello que la emancipación político-económica de las clases subalternas es imposible sin su emancipación cultural. Emancipación que es también liberación de su sujeción a la cultura popular, a la cultura que ha creado bajo las condiciones de la hegemonía burguesa. De ahí que desde el punto de vista de su capacidad liberadora, Gramsci juzgue negativamente a la cultura popular, pues la considera incapaz de, por sí sola, liberar a las masas populares. Por lo tanto, éstas, para emanciparse, deben trasmutarse y abandonar los contenidos de su identidad cultural, avanzando hacia la constitución de una nueva identidad que supere a la anterior. Un elemento característico de las propuestas gramscianas consiste precisamente en que ellas marcan más el momento de la escisión que el de la continuidad entre la cultura popular y la cultura revolucionaria.[13]

Para Gramsci es necesario crear y difundir entre los individuos una nueva concepción del mundo. Hay que liberar a las masas de su cultura y llevarlas a una visión del mundo diferente en tanto coherente, crítica y totalizadora. La cultura popular no es concebida como un punto de llegada, sino como un punto de partida para el desarrollo de una nueva conciencia política, cuyas raíces estén echadas en la cultura popular, pero para modificarla y superarla. Esta operación exige una pedagogía adecuada y un saber apropiarse de los elementos progresivos de la cultura y del espíritu popular creativo. La nueva cultura no nace y se desarrolla por sí misma, sino que es menester organizarla y tomar medidas que la desarrollen. Es a la intelectualidad orgánicamente revolucionaria, a través de su labor de difusión de un pensamiento crítico y de una «estructura de sentimiento» acorde a ello, a quien toca tomar esas medidas.

Las reflexiones sobre el sentido común contenidas en los Cuadernos son de gran importancia para aprehender la esencia de la teoría de la hegemonía. El sentido común es un instrumento de dominación de clase. De ahí que en los Cuadernos se afirme que la nueva concepción revolucionaria del mundo «solo puede presentarse inicialmente en actitud polémica y crítica, como superación del modo de pensar precedente y del pensamiento concreto existente (o del mundo cultural existente). Es decir, sobre todo, como crítica del “sentido común”».[14]

Gramsci distingue entre sentido común y «buen sentido», o núcleo sano de la concepción del mundo espontánea de las masas. Al hablar de «buen sentido» se refiere a la presencia, en el sentido común, de elementos de humanización y racionalidad, de elementos de un pensamiento crítico y verdaderamente contrahegemónico. El buen sentido ejerce una función crítica con respecto a las cristalizaciones y dogmatizaciones presentes en el sentido común. Es en este núcleo sano en el que deben apoyarse los intelectuales orgánicos de la revolución a los efectos de proveer de una base real para la construcción de la nueva hegemonía. La tarea no es la de aceptar la cosmovisión popular y las normas prácticas de conducta de las masas, sino la de construir un nuevo sentido común, pues el ya existente en la sociedad capitalista es incapaz de crear libremente una conciencia individual y colectiva coherente, crítica y orgánica.

«La filosofía de la praxis no tiende a mantener a los “simples” en su filosofía primitiva de sentido común, sino al contrario, a conducirlos hacia una concepción superior de la vida… para construir un bloque intelectual-moral que haga posible un progreso intelectual de masas».[15]

Está claro que, para Gramsci, la producción de la hegemonía liberadora significa un proceso pedagógico inédito en la historia de la humanidad. Y ello por dos razones: por los contenidos a ser enseñados, y por la relación pedagógica entre educador y educado.

Como ya apunté anteriormente, en los Cuadernos encontramos un replanteamiento del socialismo en términos éticos-culturales. La nueva sociedad se ve como aquella que crea las condiciones para que las masas se apropien y produzcan un modo de pensar diferente al que ha predominado históricamente. La dominación y la explotación han marcado las características de todas las formaciones sociales existentes hasta el presente. Como premisa y resultado, a la vez, se ha universalizado un tipo de producción espiritual que reproduce la jerarquización asimétrica y la reificación, y que se caracteriza por la subordinación cognoscitiva, la asimilación acrítica, la cosificación, la enajenación, la naturalización de las relaciones sociales, la interpretación instrumental del saber, los métodos pedagógicos verticalistas y repetitivos, la persistencia del mesianismo y la modelación unilateral de los procesos del pensamiento. El socialismo estadolátrico no desestructuró esa armazón epistémica, ni se propuso la producción de un modo de pensamiento diferente, cuestionador, abierto, iconoclasta, desafiante de la autoridad y las falsas certezas, sino que intentó utilizar los viejos mecanismos de producción espiritual para crear, a marchas forzadas, la nueva sociedad. Aquí. Los resultados son bien conocidos.

La construcción de la hegemonía revolucionaria es un acto pedagógico. «Cada relación de hegemonía es una relación pedagógica». Pero esa relación pedagógica «no puede ser reducida a relaciones específicamente escolares».[16] Por ello Gramsci enfatiza en que la idea de que «no se trata de una educación “analítica”, esto es, de una “instrucción”, de una acumulación de nociones, sino de educación “sintética”, de la difusión de una concepción del mundo convertida en norma de vida».[17] No se trata de difundir un conocimiento instrumental entre las masas, sino de universalizar la capacidad de pensamiento crítico.

Si el contenido de esa educación es diferente, también lo es su modo de realizarse. El objetivo de los grupos dirigentes de la revolución no puede ser el de mantener a los «simples» en su posición intelectualmente subalterna. «La filosofía de la praxis… no es el instrumento de gobierno de grupos dominantes para tener el consentimiento y ejercitar la hegemonía sobre clases subalternas, sino que es expresión de estas clases subalternas, que desean educarse a sí mismas en el arte de gobierno».[18] Si la revolución socialista ha de ser la subversión de la hegemonía capitalista, y la construcción de una hegemonía de signo radicalmente diferente, en tanto humanista y liberadora, entonces la relación a establecer entre los «simples» y los grupos dirigentes de esa revolución ha de estar marcada por la siguiente pregunta:

«¿Se quiere que existan siempre gobernados y gobernantes, o por el contrario, se desean crear las condiciones bajo las cuales desaparezca la necesidad de la existencia de esta división? O sea, ¿se parte de la premisa de la perpetua división del género humano o se cree que tal división es sólo un hecho histórico, que responde a determinadas condiciones?».[19]

La construcción de la hegemonía socialista no es sólo un proceso político, sino también gnoseológico, y es ello lo que torna el cambio político verdaderamente radical. No es posible transformar las relaciones sociales de producción capitalistas y eliminar la dominación, si las nuevas relaciones de poder siguen repitiendo los esquemas asimétricos. Es por ello que en los Cuadernos se establece una contraposición entre aquellas élites revolucionarias animadas de la voluntad de romper el patrón objetualizante de las relaciones intersubjetivas, y aquellas que, aunque animadas de los mejores deseos, no tienen en cuenta este importante factor, y conciben la función de la organizaciones políticas de lucha exclusivamente como la de búsqueda de una «fidelidad genérica de tipo militar a un centro político».[20] La continuación de este fragmento es concluyente: «La masa es simplemente de “maniobra” y se la mantiene “ocupada” con prédicas morales, con estímulos sentimentales, con mesiánicos mitos de espera de épocas fabulosas, en las cuales todas las contradicciones y miserias presentes serán automáticamente resueltas y curadas».[21]

A la luz de las experiencias históricas que condujeron al ominoso final de los experimentos anti-capitalistas en los países de Europa del Este, las ideas planteadas por Gramsci cobran un carácter admonitorio. Es imposible la construcción y mantenimiento de la hegemonía socialista si se mantienen los esquemas verticalistas y el carácter pastoral del poder. La subversión política es, en su sentido más amplio y profundo, pero también más estricto, revolución cultural. Implica la conformación de una política para el desarrollo por primera vez libre y multilateral de la subjetividad humana, que, por lo tanto, tiene que superar los «unanimismos» impuestos y la interpretación de la unidad como excluyente de la diferencia y la discusión.

Gramsci presentó de un modo nuevo el problema, vital y permanente para el marxismo, de la relación entre un centro organizador del proceso político y la espontaneidad, creatividad y autonomía de las clases implicadas en la subversión del modo de apropiación capitalista. La cuestión cardinal de producir un ensamblaje entre ese centro y las formas de asociatividad revolucionarias surgidas en las propias masas en la lucha permanente por el desarrollo de la nueva hegemonía. Por ello distinguió entre el centralismo democrático y lo que llamó «centralismo burocrático», en el que el aparato organizativo se autonomiza con respecto a las clases en lucha y pasa a defender sus intereses de autoconservación, y no los de aquellas.

«La burocracia es la fuerza consuetudinaria y conservadora más peligrosa; si ella termina por constituir un cuerpo solidario y aparte y se siente “independiente” de la masa, el partido termina por convertirse en anacrónico y en los momentos de crisis aguda desaparece su contenido social y queda como en las nubes».[22]

Por el contrario, el centralismo democrático «ofrece una fórmula elástica, que se presta a muchas encarnaciones, dicha fórmula vive en cuanto es interpretada y adaptada continuamente a las necesidades. Consiste en la búsqueda crítica de lo que es igual en la aparente disformidad, y en cambio distinto y aún opuesto en la aparente uniformidad».[23]

De ahí la importancia que Gramsci le concedió a la obtención del consenso «activo» como pieza clave de la hegemonía revolucionaria. La burguesía logra su hegemonía porque hace pasar sus intereses como intereses generales, de toda la sociedad. Obtiene un consenso que puede considerarse pasivo, pues es sólo ella, como sujeto excluyente de la reproducción social, quien fija el orden cultural existente en consonancia con lo que le sea de provecho. Pero la hegemonía liberadora sólo puede construirse si todas las clases y grupos empeñados en la subversión del modo de apropiación capitalista poseen las capacidades materiales y espirituales necesarias para plantear sus propios intereses y, en conjunto, establecer los puntos de encuentro. Para el socialismo,

«… es cuestión vital el logro de un consenso no pasivo e indirecto, sino activo y directo, es decir, la participación de los individuos aunque esto provoque la apariencia de disgregación y de tumulto. Una conciencia colectiva y un organismo viviente se forman sólo después que la multiplicidad se ha unificado a través de la fricción de los individuos y no se puede afirmar que el “silencio” no sea multiplicidad. Una orquesta que ensaya cada instrumento por su cuenta, da la impresión de la más horrible cacofonía; estas pruebas, sin embargo, son la condición necesaria para que la orquesta actúe como un solo “instrumento”».[24]

La importancia del consenso activo, y por ende de la conformación de un sustrato cultural que permita la independencia intelectual de cada individuo, confirma la idea gramsciana del papel esencial a jugar por la intelectualidad revolucionaria orgánica en la estructuración de la nueva hegemonía.

Gramsci diferenció entre «pequeña política» y «gran política»,[25] por lo que me parece que es legítimo distinguir entre grandes políticos revolucionarios, o verdaderos políticos revolucionarios, en el sentido orgánico, y «pequeños políticos». El verdadero político revolucionario concibe el poder que detenta como un instrumento en función de la realización de un proyecto ético-cultural que trasciende mezquinos intereses de grupo; el «pequeño político» no llega ni siquiera a ser un «pequeño político revolucionario», pues no logra entender la dimensión desenajenante que necesariamente ha de tener la nueva hegemonía comunista, y agota su esfuerzo en el manejo de la coyuntura.

Un estadista es un gran político revolucionario, pero también lo es un maestro de escuela, o un director de programas de televisión, o un arquitecto, en tanto colocan su actividad intelectual en función del desarrollo de una «conciencia de sí» crítica y coherente entre el pueblo. Ellos serán siempre la piedra en el zapato de los politiquillos, el verdadero malestar en su existencia, por cuanto estos últimos, pese a su posición consagrada en un calificador de cargos, no han sido, ni serán nunca, orgánicamente revolucionarios. Y no se puede ser un revolucionario inorgánico.

Notas

[1] A. Gramsci, Los Intelectuales y la Organización de la Cultura, Buenos Aires, Lautaro, 1960, p. 14.

[2] José Miguel Marinas, «La verdad de las cosas (en la cultura del consumo)», revista Ágora, Universidad de Santiago de Compostela, 1997, volumen 16, nr. 1, p. 92.

[3] A. Gramsci, Los Intelectuales y la Organización de la Cultura, edición citada, p. 16.

[4] Ibidem, p. 15.

[5] A. Gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, La Habana, Edición Revolucionaria, 1966, p. 20.

[6] Ibidem, pp. 20–21.

[7] Notas sobre Maquiavelo, sobre Política y sobre el Estado Moderno, Buenos Aires, Lautaro, 1962, p. 325.

[8] Citado en: AA. VV., Revolución y Democracia en Gramsci, Barcelona, Editorial Fontamara, 1981, p. 148.

[9] A. Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, edición citada, p. 55.

[10] Ibidem, p. 185.

[11] Eric Hobsbawn, «De Italia a Europa», en: AA. VV., Revolución y Democracia en Gramsci, Barcelona, Fontamara, 1981, pp. 35–36.

[12] Carlos Marx, Federico Engels, Manifiesto Comunista, La Habana, Editora Política, 1966, p. 70.

[13] Rafael Díaz-Salazar, El Proyecto de Gramsci, Barcelona, Anthropos, 1991, p. 154.

[14] A. Gramsci, El Materialismo Histórico y la Filosofía de Benedetto Croce, edición citada, p. 18.

[15] Ibidem, p. 19

[16] Ibidem, p. 34.

[17] Ibidem, p. 222.

[18] Ibidem, p. 234.

[19] A. Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre Política y sobre el Estado Moderno, edición citada, p. 41.

[20] Idem, p. 45.

[21] Idem, p. 46.

[22] Idem, p. 78.

[23] Idem, p. 105.

[24] Idem, p. 193.

[25] A. Gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, edición citada, p. 177.

Este trabajo fue publicado en la revista Temas, La Habana, número 20, abril-junio 2002.

Tomado de: La Tizza

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El olvidado genocidio de Estados Unidos sobre el pueblo filipino

Víctimas en el primer día de la guerra entre Filipinas y Estados Unidos

Por Oier Zeberio

La historia de la humanidad está repleta de manchas oscuras, momentos en los cuales los humanos han enseñado su peor faceta y donde el horror ha hecho acto de presencia. El genocidio, es decir, la aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales o religiosos es, por desgracia, un hecho habitual en nuestra historia.

Sin embargo, ya sea por razones políticas o por otros intereses, algunos de esos genocidios han sido olvidados por la historia, o, mejor dicho, por aquellos que la escriben. En esta ocasión, hablamos del genocidio que ocurrió entre 1899 y 1902 en Filipinas y que fue cometido por Estados Unidos, un suceso que ha sido convenientemente escondido por los libros de historia.

Antecedentes históricos

España colonizó el archipiélago de Filipinas en 1571, cuando Miguel López de Legazpi sometió Manila y emprendió la ocupación de Luzón, la isla principal y una de las más importantes. Durante trescientos años fue la única provincia española en Asia, y el lugar desde donde el país desarrolló su comercio en Asia oriental.

La dominación española no estuvo acompañada siempre por tiempos de paz. Hasta 1896, las unidades españolas, formadas también por isleños, “resolvieron” los levantamientos contra la ocupación sin excesivos problemas. En 1896, sin embargo, los independentistas tagalos (pobladores autóctonos) se sublevaron y comenzaron a luchar contra los colonos españoles a través de la guerra de guerrillas.

El imperio español hizo lo que mejor sabía hacer, responder con violencia. Entre las víctimas de la represión figuraron personas como José Rizal, líder autonomista filipino. Fue acusado injustamente de complicidad con la sociedad secreta independentista Katipunan, dirigido por Emilio Aguinaldo. El asesinato de Rizal prendió la mecha definitiva de la sublevación, avivada ya por las noticias que llegaban de la revolución en Cuba en 1895.

No obstante, los sublevados —debido a la mala organización, las divisiones internas y otros factores— no lograron liberar el archipiélago. Por otro lado, los españoles tampoco consiguieron imponerse. El imperio contaba con pocas fuerzas y, además, la mayoría de los soldados eran nativos. Ante la situación de bloqueo, Madrid decidió negociar. Finalmente, el 23 de diciembre de 1897, el imperio español y los sublevados firmaron un acuerdo de paz en Byak-na-bató.

Este acuerdo permitió a los líderes independentistas como Emilio Aguinaldo emprender el exilio. Sin embargo, pocos meses después de la firma, Estados Unidos entró en escena invadiendo el archipiélago el 1 de mayo de 1898. Washington convenció a Aguinaldo para que regresara a Filipinas y encabezara la insurrección contra el dominio español.

En cuestión de 3 meses y 17 días, España fue derrotada. Madrid no pudo resistir el asedio estadounidense, ya que no se encontraba en condiciones de enviar más efectivos por los hechos que se estaban registrando en la guerra de Cuba. El 10 de diciembre de 1898, España y Estados Unidos firmaron el tratado de París y Filipinas pasó a estar bajo el dominio de otro Estado.

Según Javier Galván, director del Instituto Cervantes de Manila en declaraciones efectuadas a la BBC, «los filipinos pensaron que los estadounidenses habían llegado a ayudarles a liberarse de los españoles». Concretamente, Aguinaldo pensó erróneamente que contaba con el apoyo estadounidense para convertirse en presidente de la recién nacida república filipina.

El líder independentista filipino leyó la Declaración de Independencia de Filipinas el 12 de junio de 1898 en Cavite, justo cuando estaba terminando la guerra hispano-estadounidense. Además, convocó elecciones constituyentes que culminaron en la redacción de la Constitución de Malolos, la primera Constitución escrita de la historia de Filipinas.

El 1 de enero de 1899 Aguinaldo fue elegido presidente. La Primera República Filipina nació oficialmente el 23 de enero de 1899. Sin embargo, Estados Unidos utilizó sus armas y su ejército compuesto por más de 100.000 hombres para que ese sueño no se convirtiera en realidad.

El genocidio

Quedó claro en poco tiempo que Estados Unidos llegó para quedarse. Ante esta situación, los nacionalistas volvieron a empuñar las armas y se enfrentaron a los estadounidenses en una contienda que se desarrolló entre 1899 y 1902 (oficialmente) y que fue bautizada como la Guerra filipino estadounidense, la primera guerra de liberación nacional del siglo XX.

Es aquí donde se registró uno de los mayores genocidios de la historia. Para los estadounidenses los filipinos eran “incapaces de autogobernarse y tenían que ser educados y cristianizados”. Y para doblegarlos, utilizaron una violencia inusitada.

La guerra causó la muerte de 4.324 soldados estadounidense y de 16.000 soldados filipinos. El número de civiles muertos por acciones de represalia del ejército estadounidense, por el hambre y la enfermedad se estima que es superior al millón. Concretamente, el autor de “Geografía General de Las Islas Filipinas” fray Manuel Arellano afirma que “las guerras para aplastar a la insurgencia filipina provocaron matanzas, ejecuciones sumarias y un millón de muertos en el archipiélago”.

La cruda realidad es que la actuación del ejército estadounidense fue simple y llanamente genocida. Durante la guerra, los soldados estadounidenses y otros testigos enviaron cartas que describían algunas de las atrocidades cometidas por las fuerzas estadounidenses. Por ejemplo, en noviembre de 1901, el corresponsal en Manila del Philadelphia Ledger escribió:

Nuestros hombres han sido implacables, han matado para exterminar a hombres, mujeres, niños, prisioneros y cautivos, insurgentes activos y sospechosos, desde muchachos de diez años en adelante, prevaleciendo la idea de que el filipino como tal era poco mejor que un perro.

Cuando algunas de estas cartas se publicaron en los periódicos, se convirtieron en noticias nacionales, lo que obligaría al Departamento de Guerra a investigar. Dos de esas cartas incluían los siguientes testimonios:

Un soldado de Nueva York: Hace unos días se nos entregó el pueblo de Titatia, y dos compañías ocupan el mismo. Anoche uno de nuestros muchachos fue encontrado baleado y con el estómago abierto. Inmediatamente se recibieron órdenes del General Wheaton para quemar la ciudad y matar a todos los nativos a la vista; lo que se hizo hasta el final. Se informó que murieron alrededor de 1,000 hombres, mujeres y niños. Probablemente estoy empezando a tener un corazón duro, porque estoy en mi gloria cuando puedo ver mi arma en algún “piel oscura” y apriete el gatillo.

Cabo Sam Gillis: Hacemos que todos entren a sus casas a las siete de la tarde, y solo les decimos una vez. Si se niegan, les disparamos. Matamos a más de 300 nativos la primera noche. Intentaron incendiar la ciudad. Si disparan un tiro desde una casa, quemamos la casa y todas las casas cercanas, y fusilamos a los nativos, por lo que ahora están bastante tranquilos en la ciudad.

En un artículo publicado en 2008 por la revista New Yorker, el historiador norteamericano Paul A. Kramer afirmaba que “la quema de villas, la violencia, y la tortura mediante el método de ahogamiento simulado por parte de las tropas estadounidenses provocaron incluso la indignación de una parte de la sociedad americana que se identificaba como antimilitarista y anti imperial”:

En mayo de 1900, el periódico Omaha World-Herald publicó una carta del soldado A. F. Miller de un regimiento de voluntarios donde revelaba el uso generalizado de la tortura contra los prisioneros de guerra y en particular, el uso de la “water cure” como mecanismo para obtener información de los filipinos. Los insurgentes filipinos eran colocados de espaldas, sujetadas por varios soldados y se les colocaba un pedazo de madera redonda en la boca para obligarlos a mantenerla abierta. Una vez sometido el prisionero filipino, se procedía a verter grandes cantidades de agua en su boca y fosas nasales hasta provocarles asfixia – ABC

La República estuvo en vigor hasta la captura y arresto de Emilio Aguinaldo —calificado como “bandido fugitivo” por las tropas estadounidenses— el 23 de marzo de 1901. Algunos meses después, en septiembre de 1901, enfurecido por una masacre guerrillera de tropas estadounidenses en la isla de Samar, el general Jacob H. Smith tomó represalias ordenando un ataque indiscriminado contra sus habitantes, ordenando «matar a todos los mayores de diez años». Entre 2.000 y 2.500 filipinos perdieron la vida en aquella ocasión.

Por otro lado, se establecieron “zonas de protección” y a los civiles se les dieron documentos de identificación. Se les obligó a internarse en campos de concentración. Los estadounidenses insistieron en que los campos eran para “proteger a los nativos amigos de los insurgentes y asegurarles un suministro adecuado de alimentos”, al mismo tiempo que “se les enseñaba normas sanitarias adecuadas”.

Un comandante de uno de los campos, sin embargo, los calificó como “suburbios del infierno”. Se calcula que entre enero y abril de 1902 8.350 personas murieron en los campos de una población total de 289.000. En algunos se registraron tasas de mortalidad de hasta el 20%.

El Gobierno estadounidense declaró oficialmente terminada la guerra el 2 de julio de 1902. Sin embargo, el general del Katipunan Macario Sakay continuó la resistencia hasta 1907, cuando fue capturado y ahorcado. A partir de ese momento Filipinas se convirtió en una colonia de EE. UU. En 1916 se le otorgó al país cierta autonomía como “Estado libre asociado”. Pero no fue hasta julio de 1946 cuando el país proclamó su independencia tras la ocupación japonesa que se efectuó en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.

Tomado de: Eulixe

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Alfred Hitchcock, diario de un perverso

Alfred Hitchcock fue un director de cine, productor y guionista británico. Pionero en muchas de las técnicas que caracterizan a los géneros cinematográficos del suspenso y el thriller .

Por Victoria Leven @LevenVictoria

François Truffaut: Señor Hitchcock, usted nació en Londres el 13 de Agosto de 1899. De su infancia solo conozco una anécdota, la de la comisaría. ¿Es una anécdota real?

Alfred Hitchcock: Si. Yo tenía quizás cuatro o cinco años… Mi padre me mandó a la comisaría de la policía con una carta. El Comisario la leyó y me encerró en una celda durante unos diez minutos diciéndome “Esto es lo que se hace con los chicos malos”.

(El Cine según Hitchcock por François Truffaut)

Los Hitchcockianos ya conocemos esta anécdota biográfica o seudo biográfica de su infancia, pero quienes por primera vez se sumerjan en las aguas profundas del alma de Hitchcock entenderán en esta nota cuanto sentido tiene dicha cita.

Mi análisis no pretende ser un diario cronológico de su biografía personal, sino más bien la articulación de una idea de diario en cuanto a aquello que nos habla de lo íntimo. Y en este caso del íntimo mundo fantasmático Hitchcockiano, ese que vive en sus filmes de manera semi velada, parcialmente oculta, engañosamente encubierta detrás una artificiosa y magistral, máscara cinematográfica.

A.H decía “yo solo hago un cine para la mujer que friega los platos y su esposo, el rutinario señor oficinista”. Eso parece cuando instala frente a sus ojos una ventana hacia otro universo: el “Mundo del Suspense”. Pero en ese discurso de intriga co-existen, detrás, una máquina siniestra y una mirada perversa sobre la realidad y la existencia.

Me gustaría develar la segunda palabra relevante que elegí para el título: perverso. Una definición provocadora que identifica al Maestro.

La perversión está interpretada desde muchas vertientes del pensamiento, la del modelo católico: como aquello que no está en armonía con las normas de Dios. La de la Real Academia Española: quien altera el buen gusto o las costumbres consideradas normales o sanas, a partir de desviaciones de todo tipo que resultan extrañas.

Pero ante todo Sigmund Freud lo focaliza en un solo punto no moralizante: ya que lo presenta como un conjunto de conductas de tipo sexual que no tienen objetivo reproductivo y que simplemente se realizan con el único objetivo de buscar placer.

Pero este placer que nos enuncia el padre de la psicología, no es un simple disfrute, es GOCE, algo mucho más germinal, fundante y complejo.

Si el placer es lo que experimentamos cuando sentimos algo agradable, entonces lo contrario es lo desagradable, y en el límite, el dolor. El goce es diferente: es mucho más intenso, inconsciente y en general casi impronunciable, por eso se hace acto – palabra o acción física – pero no es un discurso. Suele estar vinculado a la excitación profunda, a la tensión del deseo, y por supuesto puede estar vinculado al dolor.

El goce que no está limitado moralmente, parece vincularse en muchos casos a la idea de lo perverso, por esa misma condición no moral de la pulsión libidinal y de la satisfacción pulsional.

Por eso como espectadores nos cala muy profundo –nos convoca y nos perturba– vibrar en nuestro goce personal con el goce Hitchcockiano. Este encuentro de goces no es más ni menos que un íntimo encuentro de fantasmas, los nuestros y los del maestro del suspense.

Hoy se ha creado un patrón de 550 conductas sexuales “disfuncionales” (parafilias) pero en los fantasmas Hitchcockianos interesan solo algunas, totalmente definitivas para su filmografía: incesto, voyeurismo, fetichismo, necrofilia, exhibicionismo, sadomasoquismo y complejo de Edipo.

Por otro lado, existen en sus relatos otras perturbaciones o traumas no relacionados a lo sexual: la pérdida de la identidad, el sujeto y la culpa, la pulsión por lo ilícito/ilegal, la percepción de lo real frente a lo fantasmático, la decadencia por “amor”, la lucha entre los planos de la conciencia y, rotundamente, lo siniestro.

Hitchcock es el paraíso de los deseos inmorales, ilegales o imposibles. Y deberíamos entrar en algunos de sus filmes para desnudar la definición de “perversidad” observando cómo se hace carne en su mundo cinematográfico. La angustia, el sexo y la muerte, según François Truffaut, son los tres tópicos que resumen los temas centrales del cine del Maestro.

En Hitchcock una situación perfectamente natural y familiar se desnaturaliza, se carga de horror y de posibilidades amenazantes… lo que antes percibíamos como algo perfectamente común se vuelve totalmente extraño. “E ingresamos así en el mundo del doble sentido” según Slavoj Žižek.

Imaginemos una cena familiar, la familia X ha invitado al Tío Rico a cenar. Descubrimos que unos ladrones quieren ingresar a la casa para robarle a la familia y especialmente al Tío. Pero eso es mucho menos siniestro y desestabilizante que si ciertas señales durante la cena le hacen sospechar al Tío que la propia familia lo ha invitado para envenenarlo y heredar su fortuna. Claramente como ha definido Freud en su texto sobre “lo siniestro”, lo más desesperante, cargado de terror y amenazante “está en lo familiar”.

Así construye Hitchcock su Suspense, basado en la percepción de lo siniestro, produciendo un clima disruptivo y sumergiendo en la oscuridad la psiquis de sus personajes a través de lo amenazante, está instalado en lo familiar.

En el filme La sospecha (Suspicion, 1941) Lina (Joan Fontaine) comienza a suponer por extrañas y perturbadoras pistas que su marido Johnnie (Cary Grant), desea matarla y heredar toda su fortuna. Así es que ella se enferma de tristeza, porque aun cuando sospecha que puede morir, no puede dejarlo, lo ama sin medida, está hundida en el abismo de “el otro”.

Así es que una noche Johnnie sube las escaleras de la mansión con el famoso vaso de leche casi iridiscente para llevarle a su mujer una bebida que la ayude a descansar, mientras nosotros temblamos como Lina al suponer que allí está el veneno fatal. Detrás del engaño del suspense, Hitchcock traiciona nuestras fantasías y cuando ella, temerosa, bebe el vaso de leche nada fatal le sucede y nuestro estado de tensión-confusión aumenta aún más. ¿Es que él verdaderamente la ama? ¿Es que ella en su plena subjetividad ve algo fantasmagórico y oscuro en su amado? ¿Somos nosotros los que distorsionamos la posible veracidad de los hechos?…  lo más angustiante es que ni en el final está la respuesta.

Si hablamos de “perversiones” su paradigmático filme La ventana indiscreta (Rear Window , 1954) es el apogeo del voyeurismo y el exhibicionismo.

Jeffrey (James Stewart) es un fotógrafo postrado en su departamento por un accidente laboral, y en su abulia decide espiar la vida de los moradores del condominio desde su ventana, que funciona como una suerte de panóptico. No encuentra mejor pulsión libidinal que tomar su cámara y sus binoculares para comenzar a fisgonear la vida de los inquilinos. Todos sus vecinos parecen exhibirse sin problema, sin miedo de ser vistos, como si no tuvieran registro de que los estamos invadiendo con la mirada, se exhiben casi intencionalmente (nosotros mismos los invadimos ya que somos la reiterada subjetiva de Jeffrey). Pero esta pulsión del deseo es prohibida e inmoral pues el voyeurismo busca constantemente el placer en una mirada cargada de oscuro erotismo y centrada en el cuerpo de los otros como objetos.

Un día, se concentra en observar a un matrimonio conflictivo y cree descubrir que se ha cometido un homicidio. Supone que el esposo ha matado a su mujer, la ha descuartizado y luego encerrado en una valija para desembarazarse de ella y desaparecer.  En paralelo al relato seudo policíaco, su novia Lisa (Grace Kelly), una bella mujer de clase alta, insiste en casarse con Jeffrey para que éste cambie su vida, pues ella la ve solitaria y mediocre.

Esta aparente sub-trama amorosa se une al final del relato cuando el asesino descubre la mirada de Jeffrey y entra a su departamento. Lo más interesante es que no va directamente a matarlo, sino que le pregunta una y otra vez “¿Qué quieres de mí?”… Aquí se revela que el asesino es su verdadero objeto del deseo, pero ¿por qué? Hay una sola respuesta: el vecino realiza el deseo prohibido de Jeff, su mayor fantasía, desembarazarse de Lisa, matándola, según nos revela Slavoj Zizek en su documental La guía perversa del cine (The Pervert’s Guide to Cinema, 2006).

Pareciera entonces que la verdadera historia no es revelar la intriga del vecino asesino, sino que más bien es la historia de un hombre postrado e impotente que lucha a capa y espada para evitar una relación amorosa y sexual con la bella mujer que se le ofrece. La ventana indiscreta es tan solo una ventana fantasmática donde los otros representan las fantasías de Jeffrey. Y así la culpa de su voyeurismo inmoral la transfiere a otro sujeto: el esposo asesino. Es un relato donde la trama central es, en apariencia, el descubrimiento de un crimen, sin embargo, lejos estamos de esta simpleza: a través de los ojos de Jeff nos hundimos en la profunda y espeluznante mirada Hitchcockiana.

Un filme muy pequeño y muy rico es Marnie (1964). La historia de una joven hermosa, Marnie (Tippi Hedren), que cambia de trabajo, de identidad y de imagen pues es una compulsiva cleptómana que roba el dinero de cuanto trabajo consigue y luego escapa a otro destino. Como en un ritual, se dedica a escribirle a su madre noticias de una vida “feliz” enviándole dinero y regalos. Pero un día en su nuevo trabajo, el dueño de la empresa, Mark (Sean Connery), la descubre robando. Mas no la amenaza con enviarla a prisión, sino que le propone casarse con él y de esa manera guardar su secreto, logrando que ella pueda seguir manteniéndose “libre”.

Casarse con ella, en el universo Hitchcockiano, significa que Mark pueda poseerla sexualmente y hacer de ella un objeto sometido a sus deseos, todo, a cambio de una falsa libertad. Pero en la noche de bodas él descubre que ella es frígida y que habla confusamente de un trauma insoportable en sus sueños. Fatalmente obsesionado con Marnie, Mark, como apunta Hitchcock, “hubiera querido poseerla allí en la oficina el día que la descubrió robando, como un deseo fetichista”. Pero esto no sucede y en el transcurrir del matrimonio problemático, Mark se transforma en un edípico padre protector. Para ayudarla a revelar su misterioso trauma la acompaña a ver a su Madre, a quien le suplica ayuda para reconstruir su recuerdo. Pero esta madre siniestra niega absolutamente todo. Hasta que en Marnie irrumpe una reminiscencia como la revelación. Ella ha sufrido una violación de pequeña, en los brazos del amante de su madre, que detuvo el abuso matándolo en un rapto de brutal violencia. Marnie vuelve a la realidad y llora en los brazos de Mark. Él ya conoce su abismo y su podredumbre, tal vez, ahora, pueda poseerla.

Psicosis (Psycho, 1960), es el patrón clásico del amor incestuoso y patológico hacia una madre muerta, donde no hay ningún sujeto que pueda escindirlo. Es una lucha constante entre los tres planos de la conciencia de Norman Bates (Anthony Perkins), entre el Superyó de la madre que vive en el altillo el espacio superior, desde donde le da órdenes constantemente como si él fuera un niño, luego la planta baja que es la terrenalidad, donde Norman actúa digamos como un sujeto normal que es el Yo, y el sótano el submundo del Ello, donde habitan sus perversas pulsiones prohibidas. A ese sótano, finalmente, Norman lleva a su madre para que su acoso Superyóico deje de oprimirlo obscenamente. Él ha sufrido un quiebre tan grande que entra en el universo de la esquizofrenia como la única forma de soportar esa realidad. Y mata a cuanta mujer desea sexualmente para mantener esa sadomasoquista fidelidad edípica hacia el sujeto muerto (su madre) como una suerte de amor necrofílico, pues poseer a otra mujer (viva) lo llenaría de una culpa insoportable. Y debería él morir inexorablemente.

Y llegamos a dos de sus más complejos relatos: Los pájaros (The Birds, 1963) y Vértigo (1958). “Si algo es demasiado traumático o está demasiado lleno de goce, necesitamos ficcionalizarlo” como refiere Slavoj Zizek en La guía perversa del Cine.

En Los Pájaros, una bella Joven adinerada, Melanie (Tippi Hedren), decide ir hasta un pueblito costero “Bodega Bay” para jugarle una suerte de broma pesada a Mitch (Rod Taylor), un hombre que conoció accidentalmente en la ciudad pero que le ha despertado un intenso deseo sexual.

Antes de continuar el texto, corramos el velo de filme genérico de terror y observemos lo que hay detrás de esa pantalla.

Cuando Melanie llega y lo vemos a Mitch esperándola en la costa sonriente, irrumpe imprevistamente un pájaro que la ataca con un agresivo picotazo en su cabeza. Todo parece un sorpresivo, pero banal accidente…

Melanie llega a la casa de Mitch, sin saber que ha entrado a la vida de un hombre adulto con un embrollo edípico complicado, ya que aún vive con su madre Lydia (Jessica Tandy) una mujer absorbente, celosa y posesiva.

Los pájaros, inexplicablemente comenzarán a atacar cada vez más a todos los habitantes de Bodega Bay, desintegrando la realidad. La armonía en la familia de Mitch se ha quebrado, y esos pájaros asesinos funcionan de forma tal que el deseo carnal entre Mitch y Melanie no pueda ser consumado frente a la urgencia de esta amenaza mortal.

“La invasión de los pájaros es el superyó materno decidido a impedir el encuentro sexual de esa pareja” (1). En el guion original, al final, la que salía herida gravemente era la madre, Lydia, y Melanie la abrazaba maternalmente. Pero Hitchcock decidió que la amenaza era opuesta y que debería ser la joven la que corriera peligro de vida, para que, finalmente, Lydia la contuviera en sus brazos como aceptando la transgresión amorosa que representaba el deseo entre la joven y su hijo, que pondría fin a su amor incestuoso.

Vértigo (1958) que he dejado para el final de la nota, es uno de sus filmes más intimistas, fantasmáticos y eróticos de toda su filmografía. Magistral en su mirada, nos lleva a los estados más íntimos de nuestro imaginario, revelando la inquietante e inexplicable dimensión de la pulsión del deseo. Voyeurismo, fetichismo y necrofilia son tres de los más notorios aspectos perturbadores del filme. Scottie (James Stewart) un ex policía devenido en desocupado por un padecimiento de vértigo, es convocado por un viejo amigo a seguir a su bella mujer que padece una suerte de vivencia fantasmática en torno a su identidad.

Scottie acepta el juego y comienza a espiar a Madeleine (Kim Novack) desde alguna clase de mundo subterráneo, entre las hendijas de una puerta, a través de un vidrio, como quien es un fantasma que observa a otro. Por eso lo que nosotros vemos son solo las apariencias de esos dos sujetos. Son como algo artificial, inauténtico. “Y esa es la verdadera tragedia de Vértigo, la de dos seres que quedan atrapados en sus apariencias y crean sobre ello un deseo desde una identidad falsa que triunfa sobre la realidad” (2).

Ella es una mujer fatal, y a toda femme fatal le corresponde la muerte, de quien la desea o de ella misma. Pues la fascinación sobre la absoluta belleza humana es lo más parecido a una pesadilla. Desear una criatura fascinante a la que, si nos aproximamos demasiado, vemos su más putrefacta esencia; es aterrorizante. Así es que, cuando Madeleine muere falsamente cayendo del campanario, algo que es la clave del plan del engaño de su amigo y su estafa, Scottie percibe esa muerte como verdadera. A partir de ese momento vive alienado deambulando por las calles y buscando una mujer que se le parezca. Encuentra a una mujer corriente, casi vulgar: Judy. Pero Scottie no quiere amar a esa mujer real, quiere poseer a la muerta, y con su pulsión necrofílica la transforma en la total apariencia de la “fallecida Madeleine”. Ahora si puede acceder a ella carnalmente y resolver su deseo pues “solo algo muerto puede poseerse total y eternamente” (3). Judy es la verdadera Madeleine y cuando él lo descubre debe matarla, pues solo debe hacer suya a la muerta, que es su único y absoluto objeto del deseo.

Estos temas críticos del alma humana entran en un universo de representación tridimensional a partir de la ubicación precisa de la MIRADA que define el mundo visto por Alfred Hitchcock.

La cámara es una ampliación de sus fantasmagorías que va apropiándose de las escenas y los personajes de forma tal que uno solo puede ver u oír, lo que él quiere que uno perciba o deje de percibir, y cómo quiere que eso suceda. El gran manipulador de nuestras oscuras fantasías ha hecho del ojo de la cámara una hendija que nos conduce a su abismo. Y no podemos salir de allí hasta que finalmente nos diga sus últimas palabras: THE END.

Referencias bibliográficas:

“El cine según Hitchcock” de François Truffaut

“Mirando al sesgo” de Slavoj Zizek – (1), (2), (3) citas del Capítulo “La Mancha Hitchcockiana”.

Tomado de: Cinerama Plus

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Maligno: Artificio no tan al desnudo

Por Álvaro Guerrero

Creo que analizar esta película plantea un desafío especial. Maligno desarrolla en sus primeros minutos una acelerada y desbordante secuencia que —a través de ángulos sinuosos, una cámara que gira a veces en círculo, en perspectivas en picado y contrapicado, y como escenario un hospital muy gótico que en su fachada de edificio casi parece más un castillo al borde un lago distante— se constituye entre el video clip, el video juego y la estética moderna o posmoderna de terror, montada dentro de un espacio clínico cerrado y misterioso, aislado del mundo. Lo que viene a continuación transcurre en otro edificio, una casa de suburbio de clase media-alta esta vez, también de estilo gótico, y comporta momentos que en su eficacia de luz, sombras y montaje, transitan entre la fantasmagoría propia de una casa del terror de parque de diversiones y básicos elementos de un áspero drama familiar; un acto violento de un esposo hacia una mujer embarazada, violencia desde donde se iniciará, sin que aún lo sepamos, la montaña rusa. En esos breves minutos, con lo mínimo -presentación simple de personajes, una pelea chocante entre esposos en la habitación, lo que sucederá posteriormente con misteriosos artefactos eléctricos entre el sofá del living y la cocina-, James Wan arma un escena que se propone y logra asustar en el sentido clásico de la sorpresa, no del exceso o el asco (gore).

¿De qué trata Maligno? ¿Importa tanto? Como pasa en estos casos, sí y no. Hay un misterio que es consustancial, tanto al monstruo de turno —que lo hay, cómo no—, así como a la protagonista, una mujer que por culpa de abortos espontáneos los últimos dos años ha visto truncado su más preciado deseo, ser madre y establecer, como ella misma declara, un vínculo biológico de amor con alguien en el mundo. Cuando la truculenta entidad asesina —de la que mayormente vemos sus largos cabellos y movimientos, que recuerdan mucho a El aro, y un abrigo negro que estiliza su silueta hacia la iconografía de estrella de rock o del animé japonés—, comienza a revelarse cada vez más sanguinaria en su misterioso plan de venganza, la película avanzará por los caminos más variados y juguetones que ofrece la cinematografía a Wan para representar actos de magia. La luz en función del color —en especial de la saturación muy controlada y dirigida en interiores, o jugando con la oscuridad que rodea a los objetos (la escena de la persecución del agente policial en un subterráneo abandonado con antiguos carruajes)— puede que llegue a jugar a un rol simbólico tan aparentemente misterioso como la anécdota que sustenta la acción. Si los significados de dicho plano simbólico recordaran las máscaras de los sueños podrían relacionarse con alguna de las dos capas de misterio de la historia, pero el trabajo vertiginoso, casi hiperkinético, de los travellings de cámara y del montaje, nos llevan a otro lugar, a otra sensación mucho más pop, allí donde esa economía muy sencilla pero efectiva de las motivaciones de los personajes que observamos al principio se ha ido atiborrando y perdiendo en función de la acción y el efecto puros.

El problema con Maligno es que sus personajes, más que ser absorbidos por el estilo, forman parte de él, de lo mejor y lo peor de esa narrativa que nunca se detiene: la aritmética de luz, color y sombras de la exageración y el exceso, y el hecho mismo de que ese exceso se queda en su propia naturaleza. Y, sin embargo, puede leerse como metáfora y alegoría de cosas subterráneas. No sería preciso decir que Maligno esté bien hecha, sino más bien que su seducción visual se traduce en un catálogo en forma de montaña rusa que ubica a los personajes en cualquier lugar correcto dentro de la puesta en escena, donde siempre es el lugar correcto respecto a plano, ángulo de la cámara y montaje, pero con una intensidad que no se cierra en un círculo perfecto sino que voluntariamente empalaga la mirada torciéndola y retorciéndola; es el kitsch elegante, en suma; a diferencia de un Joel Schumacher, por ejemplo. Pero, cuando la visualidad que coloca a los personajes en su eje, se desborda en sí misma, tiende a perderse inmediatamente el efecto del suspenso, y Maligno, tal vez demasiado voluntariosamente, se zambulle en ese festín visual donde todo está minuciosamente planificado y a la vez todo está permitido: suspenso, terror, anime, art cinema, terror asiático, acción, un dejo de artes marciales incluso, El aro y Matrix.

¿Y por qué es difícil analizar esta película, entonces? ¿Será el hecho de que puede complicarse el criterio desde dónde juzgarla? Puede que en ello se juegue un tema etario, de subculturas inclusive, en realidad de simple gusto personal, que podría llevar a disfrutarla más o menos. No deja de ser un tema fascinante para la crítica el toparse con un filme como este, que establece -de manera muy pop y adolescente eso sí- la posibilidad de filmar con todos los recursos del llamado buen cine una trama que a todas luces puede sonar e incluso verse absurda, y que jamás le hace el asco ni a desbarrancarse en ese absurdo ni a tomarse la elegancia de la acción pura con tanto profesionalismo estético en su desfachatado exceso. No es nada nuevo en las corrientes orientales del terror, el gore y la acción, el mezclar lo dramático (y melodramático) con aquello que por su exageración puede resultar hasta ridículo, sin que salga de ahí un producto derechamente risible, sino más o menos disfrutable -nuevamente- dependiendo del gusto; solo que lo que aquí hay de enfático es el tino visual de James Wan para deslumbrar y ocultar a la vez.

Y a propósito de esto último, ¿cuál podría ser la segunda capa de misterio, la correspondiente a la metáfora y el significado oculto? El hilo nos lleva del horror interno (psicológico) que el género femenino pueda llegar a recrear al perder el control de su propia identidad, a la dignidad de la potestad sobre el cuerpo que termina erigiendo la posibilidad real de establecer afectos humanos. No es casual que el tema de la violación, como origen último, de paso a la pesadilla; y que ésta lo dé a la posibilidad de redención y -¿por qué no?- de sororidad; en un solo plano compuesto por toda la ambivalencia polar del desastre y el dominio de sí misma que pueden llegar a desarrollar las mujeres centrales de Maligno, siempre con la sensación de absurdo (¿feliz?) rondando por ahí.

Tomado de: El Agente. Críticas de cine

Tráiler del filme Maligno (Estados Unidos, 2021) de James Wan

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