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Este 20 de octubre

Obra de la artista de la plástica Zaida del Río (Cuba)

Por Abel Prieto Jiménez @AbelPrieto11

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Celebramos este año el Día de la Cultura Nacional en medio de circunstancias excepcionales. Las restricciones impuestas por la pandemia obligaron a los creadores y a las instituciones a trasladar eventos, presentaciones y debates al ámbito virtual. La televisión apoyó ese gran esfuerzo, y puede decirse que no ocurrió el previsible “apagón” cultural. No obstante, el público acostumbrado a frecuentar los circuitos artísticos sufrió un cambio drástico en sus hábitos culturales y una reducción de sus opciones de enriquecimiento espiritual.

A la pandemia y sus secuelas de toda índole se sumaron los efectos del recrudecimiento del bloqueo, que se hizo más asfixiante que nunca. Enfrentamos limitaciones que obstaculizaron la participación de la población en los procesos culturales y la proyección social de escritores, artistas, instructores de arte y promotores, y de sus organizaciones e instituciones, desde la UNEAC, la AHS, la Brigada José Martí y los Institutos y Consejos del Ministerio de Cultura hasta la red de bibliotecas, museos, casas de cultura y demás entidades provinciales y municipales.

Si echamos un vistazo a nuestra región, advertiremos que el impacto de la epidemia de la covid-19 sobre el movimiento artístico ha sido devastador. Un mensaje circulado en julio de 2020 por la revista Conjunto de la Casa de las Américas denunció la situación desesperada del teatro latinoamericano:

“Mientras grupos y artistas generan iniciativas virtuales para sostener la actividad creadora y la comunicación con el público y con sus colegas de todas partes (…) como impulso vital para impedir que el teatro muera, muchos gobiernos neoliberales, carentes de políticas culturales humanistas e indiferentes a la necesidad de preservación y afirmación de la identidad de sus pueblos, dan la espalda a la cultura y a sus artistas.”

Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido allí donde reina el neoliberalismo, la cultura entre nosotros no ha quedado huérfana. En la Cuba satanizada por la maquinaria de mentiras de los medios y las redes sociales, la dirección del país ha seguido respaldando a creadores e instituciones. Protegió en particular a músicos y artistas escénicos no subvencionados, cuyos ingresos provenían de sus actuaciones en espacios públicos. Como dijo Díaz-Canel, “Con el cuerpo herido de dolencias y escaseces, Cuba no olvidó a sus artistas”.

Entretanto, en una clásica maniobra oportunista, el gobierno de los Estados Unidos y el núcleo fascista de Miami decidieron aprovechar la ocasión para reverdecer, con saña particular, su vieja aspiración de dividir a los sectores intelectuales cubanos, distanciar a los creadores de la institucionalidad revolucionaria y pregonar el debut de su quinta columna de “disidentes” tan largamente soñada.

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Llegamos en 2021 al Día de la Cultura Nacional después de conmemorar el aniversario 60 de “Palabras a los intelectuales” y de la fundación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y el 35 de la Asociación Hermanos Saíz.

Estas conmemoraciones no fueron rituales vacíos. Sirvieron para motivar un análisis riguroso y crítico en torno al protagonismo que deben asumir los escritores y artistas en el diseño y la conducción de los programas culturales.

En su discurso del 28 de junio a propósito de “Palabras a los intelectuales”, Díaz-Canel volvió sobre puntos vitales que Fidel había tocado seis décadas atrás. Resaltó que el único camino viable en términos de política cultural es el diálogo. No el “diálogo” falso, como show, que reclaman para las redes y los medios a su servicio los ruidosos anexionistas; sino el “verdadero”, el “real y honesto”.

El propio clima creado por Fidel para aquellos encuentros de junio de 1961, gracias a su humildad y a su capacidad de escuchar, significa, para Díaz-Canel, un ejemplo del modelo de comunicación que debe establecerse entre la vanguardia política y la vanguardia intelectual:

“Esa parte de su discurso es una lección de ética y de solidez cultural, de respeto al otro; es una prueba de cómo funciona el diálogo verdadero, con el oído atento a las voces inconformes o disonantes y la palabra dispuesta a responder, pero no para vencer, sino para aprender, aceptar, convencer: sin prepotencia y sin soberbias estériles. No impone, razona.”

Díaz-Canel, a su vez, reveló sus experiencias cotidianas en ese tipo de intercambios como ejercicio sistemático y fecundante “en el empeño de construir consensos y articular acciones”. Insistió en que continuaría compartiendo muchas ideas con la intelectualidad “en el diálogo vivo, que no ha cesado ni cesará”.

Mencionó al propio tiempo las decisiones tomadas por la dirección del país para preservar la cultura, en medio de las enormes dificultades y carencias del presente:

“No se esperó la demanda de los artistas. Se pensó en todos y en sus necesidades fundamentales en un contexto plagado de incertidumbres y malas noticias económicas globales que mantienen en suspenso los magros ingresos de una nación pobre y bloqueada. (…) // Eso no tiene otro nombre que Continuidad. Aquel diálogo de 1961 está vivo, aunque en más de un momento en estos años lo hayamos descuidado, pospuesto, malentendido y puede que hasta maltratado”.

Despejó asimismo cualquier temor de que pudieran regresar las posiciones dogmáticas y sectarias que distorsionaron en una época nuestra política cultural.

Hay que aprender del pasado, dijo:

“para que las experiencias negativas no se repitan y tampoco se eternicen en la memoria con efecto paralizador; para que las positivas se sistematicen; para que los miedos infundados no se tornen creíbles; para que los oportunistas y mediocres no tengan jamás poder sobre la creación; para que los mercenarios no desprestigien nuestro abanico cultural; para que la crítica se haga desde lo artístico y lo profesional y no desde las apreciaciones externas, que suelen ser estériles y producir reacciones contrarias; para que la Revolución que se hizo por la justicia y la  libertad no dé pie a confusiones que las nieguen”.

Subrayó además aspectos definitorios con respecto a la libertad de creación y al alcance del “dentro de la Revolución” formulado por Fidel y revisitado en la contemporaneidad:

“…la obra de arte tiene no solo el derecho sino la misión de ser provocadora, arriesgada, desafiante, cuestionadora, también enaltecedora y emancipadora. Someterla a la censura subjetiva y cobarde es un acto de lesa cultura. La libertad de expresión en la Revolución sigue teniendo como límite el derecho de la Revolución a existir”.

“Dentro de la Revolución”, ratificó, “sigue existiendo espacio para todo y para todos, excepto para quienes pretenden destruir el proyecto colectivo”. Martí “excluyó a los anexionistas de la Cuba con todos y para el bien de todos” y Fidel hizo lo mismo en 1961 con “los incorregiblemente contrarrevolucionarios”. Del mismo modo, “en la Cuba de 2021 no hay cabida para los anexionistas de siempre ni para los mercenarios del momento”.

Díaz-Canel desmontó el juego sucio del enemigo, sus intenciones, sus modos de actuar y de mentir, y adelantó los planes que han tramado para desestabilizarnos:

“No somos ingenuos. Está demasiado claro que nuestros adversarios tratan, por todas las vías, de provocar un estallido social y han escogido para inducir provocaciones un momento especialmente difícil para el país por los daños acumulados debido al reforzamiento criminal del bloqueo y el desgaste generado por el largo e intenso período de pandemia, asociado a los brotes y rebrotes de la COVID-19. (…) // Preservar, bajo el peor de los ataques, la independencia y la soberanía nacional seguirá siendo la primera prioridad para quien se sienta revolucionario y patriota, aunque esas palabras en ciertos círculos se consideren obsoletas. // Obsoleta es la dependencia, obsoleta es la humillación al poderoso. De todas las libertades, la más preciada es la que nos libera a todos los que compartimos un sentimiento, la que nos inflama de orgullo ante el triunfo de un compatriota, la bandera que se iza y el himno que se entona.”

No es posible hablar hoy del 20 de octubre sin detenerse en este texto tan hondo y convincente de Díaz-Canel.

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Para Fidel la cultura era la clave de la libertad de los seres humanos, de su capacidad para no ser engañados, y el mejor antídoto para sortear las trampas seductoras del consumismo. Podía ser un componente primordial de la calidad de vida, del nivel de vida, en una concepción de la felicidad muy diferente a la promovida por la publicidad capitalista, atada a la acumulación irracional de cosas materiales —con el consiguiente saqueo de los recursos naturales y el acelerado deterioro del medio ambiente.

Pero para Fidel la cultura representa algo más. La llamó más de una vez “escudo y espada de la nación”: el escudo, ese núcleo identitario que atesoramos, nos resguarda de las influencias desintegradoras, como dirían Cintio y Lezama; la espada, por su parte, es capaz de llegar muy lejos y transporta la verdad de nuestro país (y la defiende) en los sitios más remotos.

En 1993, en los días más amargos del Período Especial, Fidel dijo en la UNEAC aquella frase que ha sido recordada con frecuencia: “La cultura es lo primero que hay que salvar.”  Se refería al arte y a la literatura, sí, pero igualmente al vínculo cognoscitivo y afectivo entre cultura y nación y a la suma de conocimientos imprescindibles para que el ser humano pueda defender su libertad, su memoria, sus orígenes, y deshacer la vasta telaraña de manipulaciones que le cierran el paso día a día.

Unos cinco años después, en el VI Congreso de la organización, Fidel habló de la globalización cultural. Dijo que era “el más importante de todos los temas, la más grande amenaza a la cultura, no solo a la nuestra, sino a la del mundo”. Había que defender nuestras tradiciones, nuestro patrimonio, nuestra creación, ante el “más poderoso instrumento de dominación del imperialismo”. Y concluyó: “aquí todo se juega: identidad nacional, patria, justicia social, Revolución, todo se juega”.

A la luz de esta severa advertencia, comprendemos más cabalmente la envergadura de la frase sobre “lo primero que hay que salvar” y el impulso personal que dio Fidel a la formación a  escala masiva de instructores de arte, a introducir la apreciación artística en el programa televisivo “Universidad para todos”, a constituir talleres de ballet para niños de barrios humildes, a la multiplicación de editoriales en todo el país y a muchas otras iniciativas de difusión lo más amplia posible de la cultura.

Díaz-Canel está pensando en estas ideas de Fidel cuando, en el discurso ya citado, afirma que nuestro enemigo “no ha logrado jamás horadar el muro infranqueable de la sólida cultura e identidad nacional”. De ahí que se empeñe en insertar sus mensajes propios de la chatarra seudocultural, cargados de vulgaridad, “en esos espacios que dejamos vacíos, confiados en que la masificación de la educación y la cultura iban a resolver espontáneamente un acumulado histórico de desigualdades de siglos que no se curan ni en seis décadas de Revolución”.

Y reconoce, con franqueza y transparencia, que “somos responsables también de nuestros índices de marginalidad”. De ahí que no podamos abandonar en ningún momento “la querella abierta por Fidel contra la incultura” desde 1961 y “seguir apostando a la decencia y a la riqueza que aporta al ser humano la cultura artística, sin cansarnos”.

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Desde hace unos días, la “espada” certera e influyente que veía Fidel en la cultura nacional está en México, en el Festival Internacional Cervantino, donde Cuba es el país invitado de honor. Nuestro Ministro, el poeta Alpidio Alonso, preside una numerosa delegación. Entrevistado por el periódico La Jornada, respondió preguntas inevitables acerca de las campañas anticubanas que han querido implicar al sector cultural.

“No existe ningún tipo de confrontación entre las nuevas generaciones y los artistas de la isla con su gobierno”, asegura Alpidio. Y agrega: “el papel de la cultura es central para el proyecto de la revolución y el socialismo cubano que nació hace más de 60 años”.

“No tiene precedente: la manera en que se ha utilizado de forma perversa la tecnología en función de falsear las cosas y construir una narrativa que adultera todo. (…) El mejor mentís a las campañas de odio y desinformación es la obra misma de los artistas cubanos, con toda su complejidad y diversidad, pues el arte que se auspicia desde las instituciones culturales creadas por la revolución es crítico, no es un arte mojigato ni contemplativo…”

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El 22 de agosto de 1980, el Consejo de Ministros aprobó que el 20 de octubre fuera considerado oficialmente Día de la Cultura Nacional. Hart hablaba con mucho orgullo del significado de que se unieran en esa fecha el poderoso legado de la creación artística y literaria de nuestro país y la tradición patriótica y revolucionaria que se extiende desde 1868 hasta el triunfo de Enero del 59.

El itinerario que nos lleva de Céspedes y Perucho Figueredo hasta los jóvenes que hoy estudian en las escuelas de arte desemboca en Martí y en Fidel y pasa por Rubén, Lam, Alejo, Lezama, Virgilio, Guillén, Cintio, Fina, Alicia, Mariano, Fayad, Retamar, Haydee, Graziella, Barnet, Nancy, Alfredo, Eusebio, Torres Cuevas, Formell, Silvio, Choco y tantos otros. Tiene que ver con la identidad cubana, con sus esencias, con su perfil irrepetible, y tiene que ver de igual forma con los ideales de emancipación y justicia social que han inspirado a nuestros creadores.

Cintio nos recordó en el año sombrío de 1993 que no puede separarse el destino de la Revolución del destino de la patria: “Lo que está en peligro, lo sabemos, es la nación misma. La nación ya es inseparable de la Revolución que desde el 10 de octubre de 1868 la constituye, y no tiene otra alternativa: o es independiente o deja de ser en absoluto.”

Nación y Revolución, patria y Revolución, no pueden concebirse separadas. Tampoco es posible imaginar la auténtica cultura cubana, la cultura nuestra, vigorosa y genuina, vendiéndose al Imperio, aliándose al anexionismo. Si es realmente cubana, si nace de nuestras raíces, si ha sido gestada por hombres y mujeres (vivan donde vivan) portadores de aquella cubanía que definió Fernando Ortiz, va a estar ligada indisolublemente al binomio de nación y Revolución, de patria y Revolución.

Tomado de: El vuelo del gato

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Caliban: Edición Conmemorativa por sus 50 años (+ Libro)

Por Caridad Tamayo Fernández

Al cumplirse cincuenta años de la aparición de uno de los ensayos más influyentes de las últimas décadas, la Casa de las Américas publica esta Edición Conmemorativa con la que rinde homenaje a un texto y a un autor que nos son muy cercanos.

Fechado entre el 7 y el 20 de junio de 1971, «Caliban» apareció por primera vez en el número 68 de la revista Casa de las Américas, correspondiente a los meses de septiembre-octubre de ese año, hace ahora medio siglo. Algún día dicho ensayo merecerá una edición crítica (desafío arduo, si los hay, pues Retamar trabajó incansablemente en sucesivas y ampliadas revisiones del texto original) y que escapa a la pretensión de esta entrega.

Aunque aquí nos limitamos a recoger el mencionado texto, no es posible ignorar que él se completa con la lectura de otros. Alguna vez el propio Retamar aseguró que «Caliban» se le volvió una suerte de encrucijada a la que conducían trabajos anteriores, y de la que partirían otros que aparecen en varios de sus libros. Una parte de ellos, sin embargo, está directamente relacionada con ese célebre «concepto-metáfora» o «personaje conceptual», razón por la cual, desde 1995 y bajo el título de Todo Caliban, suelen aparecer, en un mismo volumen, el ensayo de 1971 y los que han llegado a formar su singular saga: «Caliban revisitado» (1986), «Caliban en esta hora de nuestra América» (1991), «Caliban quinientos años más tarde» (1992) y «Caliban ante la Antropofagia» (1999). Por otra parte, «Adiós a Caliban» se incorporó como «Posdata de enero de 1993» al ensayo original a partir de su edición japonesa, de manera que así aparece desde entonces y de ese modo lo recogemos aquí.

Cada uno de dichos ensayos iba dando fe de las transformaciones a las que estaba asistiendo el mundo, entre ellas, el crecimiento de la derecha mundial. Si en 1971 parecía que el conflicto esencial en la arena internacional era el existente entre el Este y el Oeste, los ensayos sucesivos eran escritos mientras se producía una agudización de las tensiones entre el Norte y el Sur, la gran polaridad de estos tiempos, como bien percibía su autor. Precisamente esa disyunción atañía de lleno al ensayo inaugural. Lejos, por tanto, de agotarse con el momento en que fue concebido, aquel hito de eso que en las últimas décadas ha dado en llamarse «Calibanología», continuaba siendo pertinente.

Editor exquisito y autor obsesivo con la corrección permanente de sus propios textos, Fernández Retamar no dejó nunca de retocarlos. La versión de «Caliban» que aquí ofrecemos es la última que él llegó a revisar. Hemos querido ilustrar esta edición con las cubiertas de algunas de las muchas ediciones que conocen el ensayo y su descendencia. Por fortuna, Retamar conservó el manuscrito de su ensayo de 1971, con correcciones de su puño y letra. Algunas páginas de ese material, custodiado por su hija y albacea, la escritora Laidi Fernández de Juan –a quien agradecemos las ideas y facilidades que nos ofreció para llevar a término esta edición–, ilustran también este volumen.

Al redactar en 2018 una Nota de presentación para la edición mexicana de Todo Caliban –la última que su autor llegara a ver– Roberto Fernández Retamar expresó, con palabras que justifican esta Edición Conmemorativa más allá de los aniversarios: «Nada hace pensar que la imagen de Caliban tienda a ser innecesaria, porque se hubiese desvanecido la temible imagen de Próspero. Por el contrario, hoy, a más de medio milenio de 1492, cuando se inició el actual reparto de la Tierra, la imagen de Caliban tiene más vigencia que nunca».

Una tempestad de ideas

Graziella Pogolotti (Prólogo de la Edición Conmemorativa)

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«Te vi como en la única ocasión en que mamá me permitió entrar en ese cuarto durante el tiempo que duró el parto de Caliban. Escribías en estado de gracia. Poseso, iluminado, apenas deteniéndote para comer algo frugal. Recuerdo esos días como si hubieran durado una eternidad. Mis diez años te echaban de menos, y por eso me permitieron asomarme un día. Había papeles por toda la habitación, en los libreros, en las sillas, en el suelo, regados, dispersos. Tú estabas sentado frente a la máquina de escribir, de espaldas a la puerta, y apenas me miraste. De una mesita, recogí los platos con restos de la comida anterior, y deposité el bocadito que mamá me había dado para ti. Las teclas sonaban en la Olivetti con un ritmo desenfrenado, que no fue interrumpido en ningún momento de mi breve visita». Así evoca Laidi Fernández de Juan, su hija, el nacimiento de Caliban en febriles jornadas creativas, desenlace dramático de años de meditación autocrítica, de revisión del saber acumulado de los días de la formación juvenil, iluminados por el batallar en el centro de los acontecimientos que definieron el perfil de una época, construcción edificada en noches sin sueño, en el hacer cotidiano del trabajo y en el diálogo con los amigos que concurrían a las tertulias dominicales, agrupados en el estrecho espacio de la sala donde, junto a los habituales, escritores, cineastas, diseñadores, gente de la cultura, aparecían visitantes latinoamericanos y, entre ellos, Roque Dalton, siempre apasionado, proyectado desde entonces hacia su destino final, ya inminente.

Con el balanceo incesante en su sillón favorito, Roberto Fernández Retamar conducía el diálogo. Era un intenso intercambio, atravesado por el ritmo de un acontecer en rapidísima sucesión y por el brote volcánico de acercamientos múltiples al marxismo, matizados por la relectura de los procesos de descolonización y sus repercusiones en el ancho campo de la cultura. Entre tantas voces, la de Retamar revelaba apuntes relampagueantes, primicias de la fragua ardiente de una escritura en gestación.

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Cuando se emprenda la impostergable investigación de la historia de las ideas en Cuba, el repaso del siglo XX mostrará las evidencias de dos décadas críticas y decisivas. Una de ellas se sitúa en el entorno de los años veinte. La otra, equiparable tan solo a la etapa fundadora auspiciada por Félix Varela y a la extraordinaria altura alcanzada con la obra de José Martí, cristalizó en el decenio que siguió al triunfo de la Revolución Cubana.

La Segunda Guerra Mundial –Francia vencida y la Gran Bretaña bloqueada– actuó como un corrosivo sobre los ligámenes que aseguraban el dominio de las tradicionales potencias imperiales en extensos territorios de varios continentes. En grado diverso, por vía de negociación o mediante la lucha insurreccional se gestaba un movimiento descolonizador. En Asia, África y la América Latina, emergían intelectuales orgánicos apremiados por la necesidad de diseñar estrategias. En gran medida, el meridiano de las ideas se instalaba desde la perspectiva de un mundo hasta entonces silenciado. Estaban en juego la política, la economía, las relaciones internacionales, el replanteo de alianzas para configurar, en un ámbito característico por su diversidad, las bases de una plataforma común. Era indispensable, también, repensar la cultura, porque el dominio colonial intervino en la modelación de las mentalidades de sus víctimas. En este sentido, la obra de Frantz Fanon conserva una vigencia deslumbrante. Para que el radical empeño renovador fructificara, había que descartar la tentación, típica de todo aldeano vanidoso, de echar por la borda el saber acumulado al amparo de la expoliación secular de millones de desheredados. El desafío real era aún mayor. Consistía en apoderarse creativamente de ese caudal, descubrir sus claves secretas y dotarlo de un sentido emancipador.

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Hay tiempos de aguas mansas y otros de marcha apresurada de la historia, estremecida en los planos de la economía, de la sociedad, golpeada por el ejercicio de la violencia de armas letales y por la crisis dramática de los valores más arraigados. En esas circunstancias, la persona, como barco ebrio arrojado a mares embravecidos, intenta encontrar brújula. En ese panorama hemos vivido los años que nutrieron el nacimiento de Caliban, hace ya medio siglo. Género híbrido por naturaleza, hecho de saber libresco y de experiencia de vida, transido de palpitantes referencias autobiográficas, el ensayo emerge con su incomparable capacidad de fracturar las falsas seguridades asentadas en los acomodaticios caminos trillados. Reino de la subjetividad, mantiene conexiones cómplices con la poesía.

Sabido es que el género, de aparición tardía, nació de manos de Montaigne, cuando la Francia ensangrentada aspiraba a cicatrizar las heridas causadas por la intolerancia y las guerras de religión. El autor no vivió resguardado entre los muros de su biblioteca. Era también hombre de andar a caballo, de tomar el pulso a la vida y de observar el mundo con perspectiva propia, en un acercamiento zigzagueante hacia el descubrimiento de un costado de la verdad. Con atisbo precursor, casi visionario, fue el primero en levantar dudas acerca de la legitimidad de la misión civilizatoria atribuida a los conquistadores del Nuevo Mundo. Sin saberlo, estaba iniciando un debate que, bajo el manto de otros nombres y de otras doctrinas, conserva en la actualidad una vigencia acrecentada.

En nota anexa a la versión original de Caliban, Roberto Fernández Retamar acota el substrato autobiográfico latente en un texto, testimonio de la alta temperatura pasional palpable en aquellos duros años de combate. El triunfo de la Revolución Cubana representó mucho más que el derrocamiento de una sangrienta dictadura alentada por el imperialismo en un continente donde, poco antes, la cautelosa reforma agraria bosquejada en Guatemala desencadenó una arrasadora invasión. Con ese antecedente, Cuba encarnaba una esperanza para los pueblos de nuestra América.

Sin embargo, el alcance de su programa radicalmente descolonizador fue mucho mayor. Rebasaba las fronteras de nuestra América con repercusiones en lo que había dado en llamarse «Tercer Mundo» y en amplios sectores progresistas comprometidos con un ideario socialista liberado de las ataduras dogmáticas que enturbiaron el desarrollo creativo de las fuentes originarias del marxismo. La Habana se convirtió en centro generador de un pensamiento ajustado a las inquietudes acuciantes de la contemporaneidad, en punto de convergencia para luchadores políticos de África y de la América Latina, así como para intelectuales y figuras relevantes del pensamiento, el arte y la cultura procedentes tanto de países subdesarrollados como europeos. A través de las publicaciones difundidas desde la Isla, la influencia del pensamiento emancipador se multiplicó. En ese contexto, el papel de la revista Casa de las Américas fue decisivo. Se convirtió en punto de mira para la ofensiva contrarrevolucionaria que se estaba implementando con el uso de paliativos reformistas como la Alianza para el progreso, de centros de entrenamiento para represores al servicio de dictaduras que no tardarían en llegar y la elaboración de un sofisticado programa en el terreno de la ideología destinado a socavar el creciente protagonismo de Cuba en el campo intelectual latinoamericano.

Provista de sólidos recursos financieros, bajo la dirección del reconocido intelectual uruguayo Emir Rodríguez Monegal, la revista Mundo Nuevo instaló su redacción en París, desde donde podía establecer un vínculo cercano con la creciente diáspora cultural latinoamericana. La ubicación en Europa ofrecía cobertura idónea a la adopción de una línea política de supuesta neutralidad. Se definía, de manera implícita, como contrapartida de la revista auspiciada por la Casa de las Américas. Su duración fue efímera, condenada a hacerse pública la documentación probatoria de origen de sus fuentes reales de financiamiento. La polémica en torno a Mundo Nuevo arrastró algunas rupturas. Otras se atribuyeron a errores cometidos en la aplicación de la política cultural cubana.

Sin embargo, el distanciamiento de los intelectuales obedecía a razones que sobrepasaban esas circunstancias. 1968 es una fecha que señala un punto de viraje. El mayo francés, irrupción de la rebeldía tercermundista en el corazón de Europa, fracasó. Se instauró un espíritu conservador, acomodado al buen vivir de un relativo bienestar material. Un año antes, había caído el Che en Bolivia. El movimiento guerrillero se atomizó. Mantuvo su presencia activa tan solo en algunos países de la América Central, donde conocería un reverdecer de esperanza a finales de los setenta con el triunfo sandinista. La violencia represiva de las dictaduras se instaló en gran parte de la América Latina con el saldo atroz de una generación inmolada y el estreno de las fórmulas extremas del neoliberalismo que aherrojó las economías nacionales a una acrecentada dependencia del capital financiero transnacional. El neocolonialismo se reafirmaba con el empleo de las doctrinas generadas por la escuela de Chicago. Muchos amigos de antaño cayeron en combate desigual. Otros se adscribieron, al amparo de una supuesta modernidad, al modelo civilizatorio que emanaba de los centros de poder.

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Una huella autobiográfica secreta, más íntima y entrañable, recorre el texto, «Somos hombres de transición», había dicho Retamar en uno de sus versos. Veníamos de muy lejos y el grácil aleteo de Ariel subsistía en nosotros, aun cuando, desde temprano, el corazón hubiera estado a la izquierda del pecho. El primer poemario publicado por Roberto Fernández Retamar, Elegía como un himno, homenaje a Rubén Martínez Villena, constituyó un acto de fe. Pero el autor confiesa su fascinación juvenil ante la lectura iniciática del Facundo, de Sarmiento. En un intenso camino de aprendizaje, tendríamos que despojarnos de los últimos rescoldos de Ariel para asumir, con plena responsabilidad, nuestra condición calibanesca.

Retamar había tenido acceso a la más refinada preparación académica. En sus ratos de ocio traducía poesías del griego al castellano. Profesor invitado en Yale, tuvo la oportunidad de estudiar a fondo la poesía hispanoamericana. En los cursos de Martinet en la Sorbona, conoció de las últimas tendencias de la lingüística, ciencia que tendría un influjo decisivo en el desarrollo del estructuralismo, presencia poderosa en todos los ámbitos de la cultura a partir de la década de los cincuenta. De arraigada cercanía a las ideas martianas que lo acompañarían en sucesivas relecturas a lo largo de toda la vida, era portador de una visión antimperialista y de una concepción descolonizadora, fundada en razones políticas y económicas.

En el vórtice de la oleada descolonizadora tricontinental, Cuba se convirtió en hervidero de ideas. La contribución de Fidel y el Che en este sentido, reconocida en términos formales por muchos, no ha sido valorada en su justa medida. Resultaba impostergable delinear una plataforma de pensamiento, elaborar definiciones y plantear interrogantes, ofrecer una lectura de la tradición socialista a partir del análisis riguroso de todos los componentes de la dominación colonial. Las consecuencias de la sujeción política y de la dependencia económica se tradujeron en el dramático legado del subdesarrollo. En más de una oportunidad, Roberto Fernández Retamar reconoció como contradicción fundamental de la época la contraposición entre países subdesarrollantes y territorios subdesarrollados. Estos últimos ofrecían una imagen engañosa. Mostraban sectores urbanos restringidos que cautivaban al visitante por su deslumbrante modernidad. La vitrina seductora ocultaba el desamparo y la miseria infinita que sustentaba una realidad ilusoria, tal y como lo observó Sartre en un primer tránsito casual por La Habana.

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Desde lo alto de un edificio habanero, Sergio, el protagonista de Memorias del subdesarrollo, contempla la ciudad a través de un catalejo. La fuerza impactante de la imagen subraya la síntesis metafórica de la perversa repercusión, en el campo de la cultura, del enajenante dominio colonial. Tras la cautelosa envoltura de un burgués acomodado en el vivir de la clase media, el personaje es portador de los desgarramientos y vacilaciones de un intelectual forjado a la sombra del modelo civilizatorio instaurado por el poder hegemónico, espantado ante el rostro de un Caliban que emerge desde abajo en procura de espacio propio, lacerado por las máculas y los apetitos trasmitidos a lo largo del tiempo por una cultura de la pobreza. La narración del filme se atiene al singular soliloquio de Sergio, aunque la visión crítica de Tomás Gutiérrez Alea se revela en la selección de los hechos y en el diseño de los conflictos, para mostrar la verdad de una existencia matizada por la grisura, el desconcierto y la impotencia, por la condición alienada de un intelectual despojado de las herramientas requeridas para desentrañar la esencia profunda del contexto específico en que habrá de desempeñar su papel. Como ocurre con buena parte de la obra de Gutiérrez Alea, Memorias del subdesarrollo constituyó un llamado perentorio a la necesaria toma de conciencia cuando en Cuba, en el llamado «Tercer Mundo» y en círculos progresistas de Europa se extendía el debate acerca del modo de definir el compromiso social del intelectual.

Sergio no constituía un arquetipo. Bien asimilada, la enseñanza de Brecht inducía al espectador a un distanciamiento crítico. Hijos del coloniaje, como lo ha señalado Roberto Fernández Retamar en más de una oportunidad, somos portadores de una doble cultura. Durante el paso por las aulas y, aun después, por interés personal, nos impregnamos de la tradición occidental. El autor de Caliban investigó el diálogo entre modernismo y generación del 98. En 1927, la primera vanguardia cubana se unió a los poetas españoles en la reivindicación de la obra de Góngora. Pero también nos ha tocado hurgar en archivos y bibliotecas, llevar adelante expediciones arqueológicas, seguir la pista de un quehacer a veces disperso en publicaciones de escasa circulación con el propósito de pulsar el ser de naciones en proceso de formación y desarrollo.

Con lucidez extrema, Retamar recalca el núcleo generador de la dramática confrontación que hoy amenaza el porvenir de la humanidad en el abordaje contrastante de civilización y barbarie en Sarmiento y Martí. A pesar de los indiscutibles valores del texto, Facundo se adhería a la consolidación definitiva del modelo colonial. Arraigada en el conocimiento profundo de las razones que castraron nuestras culturas originarias, en la percepción del peligro potencial del imperialismo naciente, afincada en el dominio de las realidades concretas de las tierras al sur del Río Bravo, Nuestra América articula una visión luminosa, asentada en una proyección emancipatoria cargada de futuridad.

La nueva novela histórica latinoamericana propone un cambio en el diálogo entre «el acá y el allá» e inicia el replanteo de la confrontación radical de dos modelos civilizatorios. En El reino de este mundo, los afrodescendientes sometidos a la esclavitud atesoran en la memoria la sabiduría forjada en la tierra de las grandes loas. Conviven en armonía con el mundo natural y dominan sus más recónditos secretos. Disponen de ellos para utilizarlos como armas de origen indescifrable en su primera insurrección emancipadora. Despojado de la capacidad de desentrañar el sentido de la historia, en su largo recorrido a través de un acontecer que lo sobrepasa, en un peregrinaje de progresiva alineación, Ti Noel encarna a los condenados de la tierra. Desde el acá de nuestras dolorosas tierras, a contrapelo de la historia oficial del Siglo de las Luces y de la Revolución Francesa, la de nuestra América se definía como un ininterrumpido cimarronaje. Faltaba mucho por andar, sin embargo, para desentrañar, en el plano de la conciencia, el alcance profundo de la opresión colonial.

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El primer día de septiembre de 1939, Hitler invadía Polonia. Comenzaba así un conflicto bélico que desbordaría las fronteras de la Europa incendiada. Hacia el este, la guerra se extendía al Pacífico. Involucraba los inmensos territorios de China, Corea y la Indochina francesa. Al sur del Mediterráneo, los combates se libraban también en el norte de África. Las antiguas potencias coloniales se debatían en una crisis irreversible. El planeta se achicaba y se hacía más interdependiente. La batalla anticolonial entraba en una nueva fase. La lucha en favor de la emancipación de los oprimidos rompía los límites locales para conformar las bases de una plataforma común de dimensión tricontinental; sin desatender los factores económicos revelaba también el papel determinante concedido a la castración de las culturas, la manipulación de la subjetividad y la anulación, por silenciamiento, de las conciencias.

Caribeño de origen, Frantz Fanon ejerció la psiquiatría en su Martinica natal. Atendió en su consulta a los pacientes más desamparados y tropezó con los muros infranqueables que se interponían en el logro de la indispensable comunicación. Con pobres recursos de un vocabulario prestado por Próspero con fines utilitarios, despojados de las raíces de su cultura propia, eran la encarnación viviente de las consecuencias últimas de un proceso de alienación destinado a mutilar el reconocimiento del yo, factor de afirmación identitaria, puntal decisivo de toda conciencia humana. La acción depredadora se había extendido a la humanidad silenciada de todo el planeta. La lucha en favor de la verdadera emancipación exigía el entendimiento de la naturaleza profunda del sistema de opresión. Para echar a andar, había que tomar la palabra. Fanon abandonó el recinto restringido de su consulta psiquiátrica para sumarse al combate en favor de la independencia de Argelia. Con el respaldo de Jean-Paul Sartre, publicó Los condenados de la tierra, un texto que removió de manera sustantiva el pensamiento de la época en secreta sintonía con las ideas que emanaban de la Revolución Cubana, en la activa solidaridad internacional con «los condenados de la tierra», desde la temprana colaboración médica con Argelia y en el énfasis en el papel decisivo de la conciencia, subrayado siempre por Fidel y el Che.

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Escribo estas líneas mientras el ciclón recorre el país de un extremo a otro, después de haberse abatido sobre las frágiles islas del arco antillano. Estamos en julio de 2021, año que quedará registrado en los anales de la historia por la pandemia que se extendió, incontenible, a través de todos los continentes.

En este panorama, la voz de «los condenados de la tierra» mantiene una vigencia estremecedora y, desde la distancia del medio siglo transcurrido, Caliban avanza hacia la construcción de una cultura orientada a sentar las bases de una perspectiva contrahegemónica, esencialmente descolonizadora, con respuesta a las nuevas formas de dominación y, a la vez, portadora del núcleo generador de la auténtica emancipación humana.

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Para Aristóteles, la tragedia inducía al reconocimiento de la verdad profunda que rige el destino de los hombres. Edipo, perspicaz descifrador de enigmas, no supo ver y, al descubrir las consecuencias de su ceguera, tuvo que arrancase los ojos. Llegado al ocaso de su vida, transido de melancolía, Shakespeare escribió La tempestad. En su obra toda, había bordeado el abismo reformulando preguntas inquietantes acerca de los conflictos del poder y la ambición. Ahora, enmascarado tras el juego de una comedia fantástica, se desdobla entre Próspero y Ariel, desgarrado entre las posibilidades infinitas de la obra de creación y las ataduras que sujetan la condición del artista. Todopoderoso, Próspero desata tempestades y rescata luego a las víctimas, en ejercicio de aparente magnanimidad, dueño de vidas y destinos, tejido con invisible hilo de acero. Condenado a cumplir los mandatos de Próspero, Ariel aspira tan solo a recibir, como retribución a los servicios prestados, el rescate de su libertad. Alígero si siempre no reconoce a su parigual en la monstruosa figura de Caliban. Próspero, en verdad, se ha ido despojando de su máscara. Su inmensa capacidad de invención abandona la búsqueda del reconocimiento de los vericuetos de la realidad para entregarse a la manipulación de un retablo de maravillas, en seductor dueño de marionetas privadas de conciencia. La obra de arte, polisémica por naturaleza, se gesta en la entraña de los conflictos de una época. Trasciende las circunstancias de su tiempo porque comparte la autoría con los lectores que habrán de abordarla desde perspectivas diversas, a través de generaciones sucesivas. Preserva así su fermento emancipador, su fuerza desencadenante de la necesaria anagnórisis. Al amparo del movimiento descolonizador, la figura mostrenca de Caliban sale de la gruta donde se había refugiado. De víctima desplazada accede al papel de protagonista.

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En 1971, la Europa socialista había entrado en un estancamiento irreversible. Antes de caer en Bolivia, el Che había advertido los síntomas de la corrosión que lastraba, en la teoría y en la práctica, el pleno desarrollado del sueño bolchevique. El movimiento de los países no alineados mantenía a duras penas una precaria unidad. El capital financiero se transnacionalizaba y la contrainsurgencia, en operación concertada en la América Latina toda, mediante la aplicación de la violencia, tronchaba la vida de una generación entera. La rebeldía del mayo francés se diluyó, acomodada a una promisoria economía del bienestar. Próspero parecía haber conjurado las tempestades latentes en el poderoso movimiento descolonizador. El modelo civilizatorio de antaño adoptaba las vestiduras de una modernización tecnocrática de inspiración neoliberal. Multiplicada en acelerada progresión geométrica, la riqueza acumulada derramaría el sobrante de sus utilidades sobre los condenados de la tierra. Sin embargo, bajo el volcán aparentemente adormecido, la lava ardiente proseguía su trabajo. Caliban, afianzado en el conocimiento de su realidad concreta, subvertía la palabra y el saber que alguna vez le fueron impuestos. Había llegado la hora de la anagnórisis, del reconocimiento de su verdad.

Ha transcurrido medio siglo desde entonces. En su expresión neoliberal, el capitalismo arranca al planeta sus reservas minerales sin parar mientes en la destrucción acelerada de los recursos de la naturaleza. Para asegurar su dominio, impone modelos de enseñanza orientados a entrenar hábiles operarios, carentes de formación humanista. Sometida a las leyes del mercado, la cultura ofrece un evasivo retablo de maravillas, un espectáculo seductor y renuncia por ello a estimular la acuciante búsqueda de la verdad, al ejercicio de su función provocadora de anagnórisis, reconocimiento de lo que somos, interrogante siempre renovada acerca del sentido de la existencia.

Y, sin embargo, contra viento y marea, Caliban ha salido de su gruta. Desde lo más profundo de nuestra América, las culturas originarias rescatan una sabiduría ancestral. Su proyecto descolonizador se ajusta a las demandas apremiantes de la contemporaneidad. Es el de los condenados de la tierra y también el de la humanidad toda. Propone un buen vivir en armonía con la naturaleza, de respeto y preservación de la madre tierra, fuente de vida y garantía de porvenir.

Involucrado en las grandes y pequeñas batallas de su época, Roberto Fernández Retamar vislumbró con lucidez que conserva vigencia estremecedora que Ariel conquistaría la libertad deseada cuando hiciera suyo el rostro y la palabra de Caliban.

Tomado de: La Ventana

Caliban: Edición Conmemorativa por sus 50 años en PDF

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Miradas desde la psicología: Daybel Pañellas. Parte II (+Video)

Daybel Pañellas. Psicóloga social cubana

¿Cómo ha acentuado la pandemia estos problemas que afectan las relaciones sociales en Cuba?, ¿ha sido todo negativo? ¿Qué otras experiencias han emergido de las limitaciones que ha marcado la pandemia? ¿En este contexto, cómo aparecen los dirigentes frente a los dirigidos, acaso como la imagen de la soledad del corredor de fondo? ¿Qué le recomienda a los que toman decisiones?

Algunas de estas inquietudes son respondidas por la psicóloga y profesora universitaria Daybel Pañellas para la serie de TemasVe «Cuba Profunda: otras miradas», en esta primera parte de la conversación que sostuvo con nuestro equipo editorial.

De la serie, Cuba profunda: otras miradas

Tomado de: Canal Cuba TemasVe

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Cárcel de algoritmos

Foto IE

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

Ahora resulta, también, que los conceptos con que transitamos las redes sociales son, en virtud de los programas sensibles de la www, unas forma del encierro del cual no se sale porque es un encierro, digital, ideológico y comunicacional. Se trata de dispositivos ciber-sensibles capaces de enlazar y circunscribir redes o conjuntos de palabras (e imágenes) entre usuarios coincidentes, para crear marejadas de ideas encerradas en sus propios mantos semánticos. No sorprende tratándose de tecnología ideada por la burguesía para comerciar globalmente. E-Comerce le llaman.

“Del latín medieval algorismus, y este epónimo del matemático y filósofo persa al-Jwārizmī (الخوارزمي), a su vez llamado así por ser nativo de Corasmia. Compárese guarismo… Conjunto secuencial, definido y finito de reglas para obtener un determinado resultado en la realización de una actividad.” (https://es.wiktionary.org/wiki/algoritmo)

Se fabrican a destajo trolls, fakes y bots en cuanto reducto sea posible manipular sin ser visto. Son una plaga y una calamidad cuya trascendencia sólo comienza a ser vista según genere “inconvenientes por espionaje o por siembra de pruebas falsas luego de quedar, un mensaje, encerrado en cárceles con rejas digitales invisibles.

Con los espejismo democráticos creados por Internet, proliferaron argucias y vigilancias a la información y crearon un caldo de cultivo descomunal infestado por dispositivos de control y represión semántica aplicados sistemáticamente para hacer negocios disfrazados de política. Cada día las evidencias se multiplican porque los usuarios reciben la misma información a pesar de estar en las más diversas redes y porque, más de una vez, los círculos en los que quedan encerrados son puntos ciegos para neutralizar movilizaciones twitteras. Parece que sólo hablamos entre un nosotros creado artificialmente.

Por ejemplo. Hay dispositivos diseñados para analizar nuestra conducta semántica en el contexto de nuestros contactos. Eso lo demuestra fácilmente la publicidad que de inmediato nos inunda cuando escribimos, por ejemplo, un correo electrónico o un mensaje en las redes. La cosa empeora cuando decimos que nos ha gustado algo en especial. Una cuenta, un concepto una imagen… entonces los algoritmos se adueñan de nuestros espacios virtuales para dejarnos encerrados en lo que ellos consideran el mundo de nuestros pares. Todo eso sin consultarnos.

Somos víctimas de publicistas y de servicios de inteligencia sin saber exactamente cuál es cuál, o cómo se diferencian. Con sus algoritmos ellos dan mayor importancia a los conceptos y núcleos que creen fiables y enlazan a webs de espionaje de datos con mentiras, informaciones manipuladas, rumores y calumnias para favorecer (especialmente) la difusión de noticias falsas y la creación de prisiones algorítmicas ideológicas. Imponen su visión del mundo encerrándonos y alejándonos de aquello que cuestiona sus ideas. Es un impacto invisible de la tecnología que fabrica burbujas ideológicas con algoritmos capaces incluso de intervenir contenidos emocionales e hibridarlos con las noticias falsas con otros algoritmos capaces de detectarlas y difundirlas mejor en sectores de usuarios más sensibles a esa fórmula que a su vez han sido encerrados en calabozos digitales a medida con base en el “big data”.

Hay usuarios que se han hecho adictos voluntariosos a las noticias no veraces. Con algoritmos se rastrea y se enlaza la proclividad de algunos que ya no necesitan del engaño porque se autoengañan y crean feligresías de la falacia como expresión de un estado alterado de relación con la realidad y como ejemplo de una cultura basada en patologías informativas de nuevo género que son mutaciones semióticas en un campo de lucha plagado con infecciones ideológicas muy letales.

Para combatir ese delito de lesa humanidad, nos urgen, por ejemplo, grupos de investigación multidisciplinarios que aborden este problema como un problema de cultura y comunicación íntimamente relacionado con problemas de salud mental y saludo pública en general. Habría que revolucionar la producción de los algoritmos para que en lugar de encriptar su origen y su fecha de creación ayudaran a garantizar la veracidad de una información, su responsabilidad social, sus autores, sus usos y sus intereses de clase con precisión de datos y códigos éticos con diferenciación entre informar y opinar.

Que las máquinas no decidan qué verdades debemos conocer ni con qué círculos de usuarios debemos ser enclaustrados para que terminemos hablando entre iguales bajo la lógica de que somos colectivos de consumidores promedio con modos de pensar similares. Porque ese es el negocio tarde o temprano. Para vendernos libros religiosos o progres, para vender este o tal tabaco, para un vestuario u otro… para encajarnos un dispositivo ideológico, electoral, dogmático o consumista.

Los algoritmos de mercado (mercadológicos) constituyen una forma de las inteligencias artificiales diseñadas para agilizar las ventas de toda la chatarra burguesa que circula en el E-Comerce y no solamente el espionaje para la represión física e intelectual. Incluso Google y Facebook han reconocido el uso y el abuso de los algoritmos y ya han ideado lavadoras de conciencia burguesa que se sustentan en una pretendida actitud ética en el manejo de información. Pero siguen espiando y vendiendo la información básica que la dictadura del mercado necesita para vaciar sus bodegas y saturarnos con crédito bancarios hasta la asfixia. Consumismo barnizado veracidad de publicistas.

También el modo de producción tecnológica debe ser escrutado en el contexto de la guerra económica que la burguesía ha desatado para dominar las relaciones de producción y todos sus campos emocionales. Necesitamos una revolución cultural que además de combatir la producción, distribución y consumo de informaciones falsas, consolide el derecho social a la cultura, la comunicación y la información emancipadas y emancipadoras. Que habilite a los pueblos a controlar directamente la producción de la tecnología en sus hardware y en sus software. Revolucionar la producción de los algoritmos para garantizar un proyecto de igualdad e integración hacia una alfabetización mediática capaz de ayudar a desarrollar tecnología soberana y habilidades pertinentes para democratizar la producción de la información. De inmediato.

Tomado de: La Jornada

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A 125 años del inicio de la Reconcentración en Cuba

Por Jesús G. Bayolo

¿Fue idea del III Reich la creación de los campos de concentración? Los nazis los “perfeccionaron”, pero no tienen el “mérito” de la originalidad. Los antecedentes de los campos de concentración contemporáneos tienen su origen en Cuba, en el siglo XIX, impuestos por los españoles para someter a la población y evitar su apoyo a los mambises. El 21 de octubre de 1896 Valeriano Weyler dictó la Reconcentración.

Los Estados Unidos también los estableció luego en varias oportunidades, y los británicos crearon espacios  de este tipo para más de 20 000 mujeres y niños durante la Guerra de los Boers (1899-1902), en África del Sur. En Francia, el gobierno instauró campos de refugiados para los republicanos españoles que llegaron en 1938, aunque al año siguiente igualmente internó allí a refugiados judíos y antinazis. Son estos algunos ejemplos.

La relación es más amplia e incluye los existentes en la URSS, en la época de Stalin. Todavía hoy persisten semejantes engendros. Los cubanos tenemos uno “demasiado cerca”, el de la Base Naval de Guantánamo, en el extremo oriental del país.

En tales sitios los concentrados generalmente no han tenido un juicio legal; su periodo de reclusión es indeterminado y la dirección del lugar ejerce un poder arbitrario e ilimitado. Se han utilizado diversas clases de instalaciones, cuyas similitudes están dadas por poseer bloques, barracones o tiendas de campaña rodeadas por torres de control y fuertes alambradas.

Las cifras de ellos en el mundo nazi, que incluyen los países ocupados, no son concluyentes porque algunos tenían corta duración y otros eran considerados subcampos y sucursales.

Según varios textos, solo había 39 con más de 2 000 “sucursales”. Parece que estos números están referidos únicamente  a Alemania. Ya en este siglo XXI se publicó un compendio de más de 100 historiadores, con determinada clasificación: 30 000 campos de trabajo forzado, 980 de concentración y 1 150 guetos judíos, además de miles de centros para practicar la eutanasia a personas dementes y mayores.

Para mí no están claras las diferencias entre las dos primeras denominaciones, y quizás tampoco para quien aseguró, en una publicación, que se establecieron unos 15 000 campos de exterminio y de concentración en los países ocupados, la mayor parte de los cuales fueron destruidos.

Weyler, el “Hitler” en Cuba

Pero… ¿realmente los campos de concentración nacieron en Cuba? La respuesta no es de las categóricas con un sí o un no, pero desafortunadamente tiene más de verdadero que de falso.

En un artículo titulado “Apocalipsis de la Reconcentración”, expresó Rogelio Riverón, narrador, poeta, crítico, editor y periodista de la central provincia de Villa Clara:

“De la Reconcentración, esa prefiguración de los campos de exterminio nazis, comenzada en Cuba en 1896 por el militar español Valeriano Weyler, se habla en ocasiones en sentido global, lo que quizás atenúe involuntariamente las dimensiones del genocidio, emprendido como estrategia de la metrópoli para aislar a los libertadores mambises de una población simpatizante con la causa de la independencia e imbuida de un creciente nacionalismo.

“Llevado por una explosiva mezcla de sadismo y temor, Weyler había decidido desgastar a los mambises cortándoles bruscamente el sustento que pudieran hallar en los campos cubanos. Nombrado capitán general de la isla en febrero de 1896, en sustitución del fracasado Martínez Campos, el también titulado Marqués de Tenerife tenía plenos poderes, como última carta de Madrid en la guerra, para aplicar una política represiva contra la población local”.

Por su parte, el bando de reconcentración, dictado el 21 de octubre de 1896, decía:

1-Todos los habitantes de las zonas rurales o de las áreas exteriores a la línea de ciudades fortificadas, serán concentrados dentro de las ciudades ocupadas por las tropas en el plazo de ocho días. Todo aquel que desobedezca esta orden o que sea encontrado fuera de las zonas prescritas, será considerado rebelde y juzgado como tal.

2-Queda absolutamente prohibido, sin permiso de la autoridad militar del punto de partida, sacar productos alimenticios de las ciudades y trasladarlos a otras, por mar o por tierra. Los violadores de estas normas serán juzgados y condenados en calidad de colaboradores de los rebeldes.

3-Se ordena a los propietarios de cabezas de ganado que las conduzcan a las ciudades o sus alrededores, donde pueden recibir la protección adecuada.

Crónicas de la época dan fe de que los reconcentrados morían en las calles y a bordo de los trenes que los transportaban. Algunos andaban desnudos por las plazas en busca de comida que no existía. La situación se agravaba por día. Los sufrimientos y calamidades aumentaban en la inhumana permanencia dentro de los barracones, almacenes o refugios abandonados, durmiendo a veces en patios. Ancianos, mujeres y niños morían continuamente.

Otras fuentes exponen que Weyler, además de organizar campos de concentración para los campesinos, destruyó los edificios que pudieran servir de refugio a los sublevados y prohibió la zafra. Los norteamericanos le dieron entonces los calificativos de “carnicero” y “tigre de manigua”; sin embargo, copiaron al carbón la fórmula en su guerra de Secesión, en la I Guerra Mundial, en Corea y en Vietnam.

Explica el historiador Miguel Leal Cruz que la concentración de población civil en zonas determinadas previamente establecidas, no fue algo exclusivo de Weyler. El mando anterior responsable a su llegada, los capitanes generales Emilio Callejas, Arsenio Martínez Campos y Sabas Martín, ya había puesto las bases, si bien permitieron a la gran mayoría de cubanos del campo permanecer en sus lugares de residencia.

Martínez Campos ya había apuntado, en correspondencia con el presidente Cánovas del Castillo, la necesidad imperante de esta medida reconcentradora para la población rural cubana, que puso en práctica con premura su sucesor.

Agrega Leal Cruz que el 8 de noviembre de 1897, ya destituido Weyler tras los acontecimientos de carácter político que siguen al asesinato de Cánovas del Castillo un mes antes, el director de la John F. Craig & Cía, de Filadelfia, con intereses en Cuba, escribía al secretario de Estado, John Sherman, que “continúan las privaciones y sufrimientos… Se solicita socorros y alivio… Hombres, mujeres y niños hacinados por miles en corrales sin tejados y sin alimento suficiente, ropas o medicinas y en lamentables condiciones sanitarias están muriendo diariamente…”.

Como suele suceder en los genocidios, no existe una cifra exacta de “concentrados” ni de muertos. Tomando números coincidentes en determinados  textos, pudiera señalarse que más de medio millón de cubanos sufrieron los horrores de aquellos “campos”, una cantidad extraordinaria para la población de entonces, y la  cifra de vidas segadas se estima por encima de las 300 000.

Si bien mermó con la salida de Weyler, la tristemente célebre reconcentración estuvo vigente hasta marzo de 1898. Lo más curioso de su existencia es que contribuyó a todo lo contrario por lo que fue implantada: la indignación que provocó incrementó y aceleró la lucha de los cubanos por su liberación de España.

Tomado de: Cubaperiodistas

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Cine social sin nosotras

Por Irantzu Varela @IrantzuVarela

Que sí, que Javier Bardem lo borda. Como (casi) siempre. Es de esos actores tan buenos que se te olvida que lo es, y se encarna en ese señoro explotador, cenutrio y -a mi pesar- entrañable a ratos, de tal forma que te lo crees, por arquetípico que sea.

Pero El buen patrón es decepcionante la mires como la mires.

Si la miras con perspectiva de género (que no te digo feminista, ¿eh? te digo con la conciencia básica de que las mujeres somos la mitad de la gente) no supera ni la prueba básica. Hay pocas mujeres con diálogo, prácticamente no hablan entre ellas y, si lo hacen, es por su relación con un hombre. Vamos que no pasa el test de Bechdel. Y así no se puede. Así se puede ver El Padrino (Coppola, 1972) o 12 hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957), pero no una película hecha en 2021 por un director que cree, y así lo afirma en las ruedas de prensa, que está haciendo “cine social”.

Entre los escasos papeles femeninos de la última película de Fernando León de Aranoa tenemos a la esposa “consentidora”, a la “infiel” (la comedia es clichés, pero estos apestan a obsoleto), a las prostitutas, a la secretaria liada con el superior intermedio y a las becarias enamoradas del jefe viejo. De lo más revolucionario, todo.

Solo hay una mujer con trama propia, que encarna Almudena Amor, y que consiste en la subversiva figura de una joven, bella y lista becaria que se enamora (no os lo vais a creer) del jefe viejo, tan viejo que es el mejor amigo de su padre. En realidad, lleva enamorada de él toda la vida, tatuaje incluido. Nunca habéis visto nada igual antes en el cine, amigas. Ella, con su inocente mirada y su perversa belleza, le seduce, pérfida femme fatale, sin que él pueda evitar caer en sus redes y encima (no os vayáis a pensar que el director se ha dejado llevar por sus fantasías de señoro) cuando follan, ella se pone encima, lo hace todo, y le deja baldado con “lo que ha aprendido en el porno”. No es para nada un estereotipo patriarcal ni una proyección de heteruzo mayor. Es “cine social”.

Si la miras como una película con intenciones mínimas de transformación de las estructuras de la sociedad (supongo que eso es el “cine social”, ¿no?), tampoco libra. Se enmarca en una empresa familiar, y este marco sirve para desplegar conflictos laborales y personales, que son una oportunidad para la crítica, la mirada ácida o, por lo menos, la comedia inteligente. Pero es una oportunidad perdida.

El jefe explotador es más tonto que malo y explota más por costumbre que por clase. El mando intermedio es esbirro y está más cansado (y jodido por su mujer) que enfadado. El obrero despedido está solo (además de jodido -este también- por su exmujer) y su protesta es ridícula, sin estrategia, ni conciencia de clase (ni rastro de sindicatos, por cierto). El segurata es majo, empático, tontorrón y nada violento. El obrero explotado de por vida, también en domingo, es sumiso y agradecido. El nazi es un buen chaval con mal ojo para las amistades y mala suerte. El marroquí es un fucker. Un argumento de vanguardia, vamos.

Una película “social” sobre un empresario de medio pelo de provincias sería una sátira atrevida sobre la mezquindad de quienes viven del trabajo ajeno, las puñaladas entre compañeros, las estrategias para sobrevivir a cualquier precio, los obreros de derechas, los cipayos de clase, la violencia machista y el racismo en el mundo empresarial; también sobre la mediocridad de quienes heredaron su posición, además del puesto; y sobre las redes clientelares, los chanchullos, la pantomima familiar, el compadreo. Pero El buen patrón no es eso.

La película de Fernando León de Aranoa es un retrato costumbrista, bien hecho, de una España de laca y gomina, chuletón y Ribera de Duero, de mediocres, enchufes, pelotas y puteros. Pero no es buena, ni profunda, ni compleja, ni crítica, ni cuenta nada nuevo.

Si la miras como una comedia, tampoco es para tanto. El sarcasmo de las mujeres de ellos, burlándose -con la boca pequeña- de los hombres hechos a sí mismos que lo han heredado todo, el chiste sobre las subvenciones al cine, la coña de la gorrona de impresoras… chistes algo buenos, pero que no terminan de encontrar una estructura crítica, o rompedora, o una estructura a la que agarrarse. La peli te la cuenta el título: un empresario que va de bueno y no lo es. Y ya estaría. Con chistes como de guionista de Buenafuente (o sea, buenos, pero sueltos).

Esperábamos más del director de Familia (1996), de Barrio (1998), de Los Lunes al Sol (2002), de Princesas (2005). Esperábamos que nos hiciera reír con una comedia y que nos hiciera pensar con una película seria. Que hiciera honor a su trayectoria o que siguiera los pasos de comedias que han hecho historia. Un poco de Amanece que no es poco (Cuerda, 1989), de El sentido de la vida (Jones & Gilliam, 1983), de La muerte de un burócrata (Gutiérrez Alea, 1966). Un poco de comedia social, que es lo que nos habías prometido, Fernando.

Sé que puede parecer que tengo algo contra los señoros. Y lo cierto es que lo tengo. No soporto que quienes ocupan los espacios hegemónicos en la creación cultural, quienes acaparan el prestigio, la legitimidad, los espacios y el dinero, actúen como si no hubiera pasado el tiempo. Como si no hubieran existido las luchas y las conquistas del movimiento feminista, del movimiento antirracista, del colectivo LGTBIQ. No se puede hacer películas como si no hubiéramos recorrido todo lo avanzado. Haced películas, haced comedias, pero no creáis que estáis cambiando el mundo haciendo lo mismo de siempre, contando vuestras historias sin moveros una micra de la posición en la que estáis subidos, creyendo que la vida, el arte, la cultura, la política es eso que véis desde ahí arriba.

En el Festival de Cine de San Sebastián, donde se presentó la película, hubo críticos que daban la Concha de Plata a mejor interpretación a Bardem, y que consideraron que “se lo habían quitado” cuando la ganaron Jessica Chastain y Flora Ofelia Hofmann, porque hay señoros que sienten que todo es suyo y nada es nuestro en todos los gremios.

La película está bien realizada, bien interpretada y funciona, pero eso no es mucho pedirle a una historia que aspira a llegar a los Oscar (es la candidata española) y que va de obra trascendente. Merece señalarse la música de Zeltia Montes, compositora que va acumulando premios y nominaciones y que confirma que las mujeres están ocupando el espacio que se les ha cerrado hasta hace poco en todos los ámbitos creativos.

El cine es una expresión artística, pero también una contribución al relato que construye el imaginario colectivo, por eso no es una obra aislada que no interactúa con su contexto, sino una pieza que marca las posibilidades de nuevos caminos a nuevas realidades. Ya no estamos para historias de bellas mujeres que se enamoran de viejos, de personajes planos que cincelan estereotipos, de realidades blancas y cisheteras donde todos son malos, y los malos son buenos. Ya no estamos para ser las espectadoras o las secundarias. El mundo ya no es eso, el cine no puede serlo.

Tomado de: Pikara Magazine

Tráiler del filme El buen patrón (España, 2021) de Fernando León de Aranoa

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La eterna ronda de Max Ophüls

Max Ophüls, cineasta alemán (1902-1957)

Por Armando Quesada Webb

Un hombre toma sus guantes y sombrero, le da la mano a su mayordomo y sale de su lujoso hogar. Dando un paso en la calle, vuelve su mirada hacia la entrada. Ahí está la borrosa figura de una joven que lo observa con inocentes ojos de amor y admiración. La silueta pronto desaparece, y el hombre, resignado, se sube al carruaje que lo dirigirá al escenario de su muerte. Esta serie de imágenes, de una potencia dramática abrumadora, pertenece a Carta de una desconocida (Letter from an Unknown Woman, 1948), filme de Max Ophüls basado en la novela homónima de Stefan Zweig. En él, se vislumbran todos los elementos asociados al cine del realizador alemán: los ambientes burgueses de Viena, la cámara prodigiosa y, por supuesto, los personajes femeninos víctimas de sus propios sentimientos.

Resulta irónico que Ophüls realizara en Estados Unidos, país donde nunca se sintió bien recibido, la que considero su mejor película. A diferencia de otros cineastas alemanes exiliados que trabajaron en Hollywood, como Fritz Lang y Billy Wilder, Ophüls no fue debidamente apreciado en aquella época. Fue hasta varias décadas después, cuando ya había muerto, que le fue otorgado el lugar que merecía en la historia del cine. Esto gracias a la revaluación que hicieron los críticos de Cahiers du Cinéma y a la admiración que le profesó Stanley Kubrick, quien lo definió como un artista que poseía «todas las cualidades posibles».[1]

Ahora bien, cuando se lee sobre Ophüls, hay dos elementos que siempre se destacan: las tramas amorosas y las minuciosas puestas en escena abundantes en planos secuencia. ¿Pero acaso esto es todo lo que ofrece? ¿Romances e imágenes bonitas? Limitar su obra es un error fácil de cometer. En realidad, debajo de sus frívolos protagonistas subyace una serie de ideas que obsesionaron al realizador; estas se manifiestan con claridad al examinar las películas de su última etapa, a partir de Carta de una desconocida.

Este análisis, sin embargo, prescinde deliberadamente de dos filmes: Atrapados (Caught, 1949) y Almas desnudas (The Reckless Moment, 1949). En ambos, queda en evidencia que el autor se encontraba severamente limitado por el sistema de estudios hollywoodense que tanto cuestionó y que no mucho después motivó su regreso a Europa. Aunque estas películas no están exentas de virtudes, no encuentro la misma esencia artística de Carta de una desconocida o de sus producciones posteriores.

Debido a eso, resulta apropiado concentrarse en las obras que mejor reflejan sus preocupaciones filosóficas y estéticas, para así poder delinear con mayor exactitud su concepción del amor y de los sentimientos humanos.

Un cineasta banal

Las poderosas imágenes que Max Ophüls creó al lado de directores de fotografía como Franz Planer o Philippe Agostini provocaron que la discusión sobre su trabajo tendiera a centrarse casi exclusivamente en el rigor técnico y no en el contenido dramático, o en la relación entre ambos elementos. Juan Carlos González explicó que, por mucho tiempo, los críticos lo desdeñaron y solo fueron capaces de ver la «brillante superficie de su cine»,[2] al que catalogaron como un puñado de «artificios vacíos», encasillando al director como un estilista superfluo.

No obstante, teóricos como Richard Brody se oponen ahora a esa interpretación. Para el crítico estadounidense, el error es confundir la devoción al estilo con falta de sustancia,[3] porque Ophüls, en realidad, está observando las profundidades que sugieren las superficies.

Todas las pretensiones y manierismos de sus personajes son máscaras para esconder la tragedia interior que experimentan, casi siempre ocasionada por el resultado fatal de romances en un principio idealizados. Cuando explora estas ideas, la técnica del autor no es gratuita; su cámara siempre tiene una intención dramática. Tag Gallagher, por ejemplo, afirmó que los planos secuencia sirven para enfatizar deseos, emociones y ansiedades.[4]

En Lola Montes (Lola Montès, 1955), su última película, Ophüls llevó su perfección formal al extremo. Los juegos de luces, la yuxtaposición de símbolos visuales y las magníficas transiciones del montaje embellecen la historia a tal punto que resultaría lógico concluir que se trata de una idealización de la Europa del siglo XIX. Sin embargo, la película le insiste reiteradamente al espectador que aquello que se muestra son historias; nada más que pedazos de una ficción. Ophüls no añoraba del pasado, sino que —como dice Brody—señalaba los vicios del ayer y evitaba caer en la nostalgia.

Tal como sucede en el circo que expone a Lola, en el burdel de El placer (Le plaisir, 1952) o en las calles vienesas de Carta de una desconocida, lo banal y lo trascendental convergen y se vuelven interdependientes; ambos son igualmente fundamentales en su corpus cinematográfico. Así lo delinea González: «Toda su obra es estilo, es precisión técnica llevada al extremo y puesta al servicio del único tema que pareció interesarle: las dolorosas y contradictorias tribulaciones del corazón enamorado».[5]

Amores trágicos, amores corrompidos

El final de Carta de una desconocida es aún más poderoso si se comprende su resonancia con los filmes posteriores de Max Ophüls. No se trata solamente de una recurrencia de temas, sino que hay una conexión más profunda; sus últimas películas son una sola tragedia en conjunto.

Se puede demostrar esto haciendo un recorrido en reversa desde Lola Montes. En esta obra, como en todas las demás, vemos a una mujer que ha sufrido por amor, pero que, a diferencia de las otras protagonistas, está resignada y ha aceptado su destino. El circo la exhibe como «la mujer más escandalosa», un raro y exótico espécimen, y se les pide a los miembros de la audiencia que pregunten lo que quieran sin ningún pudor. A Lola no parece humillarle esta circunstancia, más bien la acepta y participa del acto. Lola Montes es una película audaz estética y temáticamente, cuya cualidad esencial, según el crítico Diego Galán, es su anacronismo.[6]

En esta historia, el amor no es más que un placer transitorio, que no por ello deja de ser hermoso. Lola debe rendir cuentas por disfrutar de ese placer, por amar libre y pasionalmente. Pero ella se apropia de haberse convertido en objeto de la mirada, en una mujer-fiera condenada a estar en una jaula. No hay humillación alguna para ella; rompió tabúes, amó y disfrutó, y ahora debe ser juzgada. Ese es el precio de ser libre o, por lo menos, de haber querido serlo.

El gran contraste de Lola Montes con las demás obras del realizador es cómo su personaje central se deshace de cualquier pretensión y acepta todo por lo que es. Para la protagonista del filme anterior, Madame de… (1953), la imagen está por encima de todo, incluso de la pasión. El amor siempre se desgasta y por eso «la única victoria es la huida», dice uno de los personajes citando a Napoleón.

La película comienza con Louise vendiendo los pendientes que le regaló su esposo, con quien ni siquiera duerme en la misma cama. Ambos saben que ya no hay deseo, pero deben pretender lo contrario para mantener una imagen social. Después de una serie de peripecias, las joyas vuelven a la protagonista como obsequio de un nuevo amante; ahora son un símbolo de un amor fresco y renovado. Pero, como en todos los romances de Ophüls, el argumento se resuelve con un destino fatal. Este se manifiesta de forma muy similar a Carta de una desconocida. Primero, una despedida en la estación; luego, un duelo que representa las consecuencias del romance.

González apunta que esta etapa del cineasta, la de su regreso a Francia, se caracteriza por el balance perfecto entre lo clásico y lo barroco.[7] Esto es evidente en Madame de…, pero todavía más en El placer, donde tres relatos de Guy de Maupassant se conectan mediante la narración de un álter ego del escritor, un guía entre lo sagrado y lo profano. Lo primero que dice el Maupassant del filme antes de iniciar con sus relatos es que «no quisiera escandalizar». Aquí Ophüls juega con el pudor una vez más.

En las dos historias iniciales, el placer es sinónimo de llenar un vacío emocional. La primera trata de un anciano que se viste de joven y va a fiestas nocturnas. Lo hace impulsado por «la pena de lo que fue»; es decir, por el deseo de revivir el placer de la juventud. La segunda historia muestra a un grupo de hombres solitarios que buscan un escape en el placer momentáneo que ofrece el burdel del pueblo. Cuando las prostitutas se van a un bautizo, a ellos no les queda otra opción que sentarse juntos a compartir su miseria.

El tercer relato es el más oscuro, porque es el que expone a qué lleva esa búsqueda de placer. Dos jóvenes confunden el placer con el amor, lo cual les provoca heridas emocionales y la aproximación a la muerte. Para Ophüls, el amor se diferencia del placer porque necesita una concordancia de almas. ¿Existe algo así?

La última parada de este recorrido es La ronda (La ronde, 1950). Al igual que El placer, se trata de una antología, esta vez basada en una obra de Arthur Schnitzler. También hay un guía que entrelaza las historias: un álter ego del mismo director. El narrador es la encarnación del deseo, un ser que conoce los más profundos anhelos de hombres y mujeres. Este personaje rompe la cuarta pared; habla directo a la cámara, camina por los escenarios e interactúa con la orquesta que interpreta la música del filme. La ronda es sobre el arte de dirigir en sí mismo, el cual Ophüls nos revela, a través de su álter ego, como un acto de absoluto placer.

Este filme destaca por su tono cómico y por ser más modesto estilísticamente, pero la idea central es la misma: el placer lleva a la decepción. Los romances son cortos y los hombres desaparecen luego de obtener lo que quieren para buscar una nueva aventura. Así, la ronda de la pasión sigue y sigue dando vueltas, como explica jocosamente el guía. Por más decepciones amorosas que se vivan, siempre estará la posibilidad de un nuevo romance. Por eso la ronda nunca se detiene.

Revelaciones tardías: la tragedia compartida

¿Cómo es posible navegar por el universo de Ophüls y concluir que es frívolo? Hablamos de un cine lleno de matices, de miradas inocentes y corazones rotos, de mentiras y sabotajes, de placer y soledad. Todo esto es proyectado con la mayor elocuencia creativa en Carta de una desconocida.

Dentro de su hipnótica narración hay pocas certezas. Ni siquiera sabemos si lo que describe Lisa en su carta es verdadero, pero sabemos que sus sentimientos lo son. No obstante, para Stefan, ella solo fue una mujer más, otra montaña que escalar. Pero hay algo de inocente en él también. Ambos estaban lidiando con algo más allá de su entendimiento, dice Lisa en su carta, como si su destino fatal se encontrara predeterminado por una fuerza superior. Pero esta no solo trasciende el entendimiento de los personajes, sino del director y del espectador.

González es tal vez quien más se aproxima a ese concepto, describiéndolo como «la permanencia de los sentimientos, enfrentada a la transitoriedad de existir».[8] Gallagher apunta que, durante la mayor parte del metraje, Stefan se muestra siempre cubierto de sombras, mientras que Lisa está siempre iluminada.[9] Esto cambia en la última escena, cuando Stefan ve la imagen borrosa de Lisa antes de dirigirse a su muerte. Aquí, el pianista está cubierto de luz porque finalmente es consciente de lo que hizo. Por eso no escapa del duelo, sino que decide enfrentar las consecuencias de sus actos por primera vez en su vida.

Para Max Ophüls, el amor es un seductor engaño que inevitablemente lleva al desencanto o incluso a la muerte, ya sea literal o simbólica. Esa es la eterna historia que nos repite una y otra vez. Por eso en la escena del intento de suicido en El placer, la cámara toma una perspectiva en primera persona; se está reafirmando que en esa posición han estado o estarán eventualmente todas las personas a causa del desamor.

Al igual que sus personajes, Ophüls no puede evitar caer en ese hechizo y subirse una vez más a la hermosa ronda sin fin, aun sabiendo cuál será su destino. Esa es la tragedia sobre la condición humana que subyace en su obra.

Notas y referencias:

[1] Nick Wrigley, «Stanley Kubrick, cinephile» en Sight & Sound, 2013. {Revisado en línea por última vez el 2 de julio de 2021}. (T. de A.).

[2] Juan Carlos González A., «Max Ophüls: Vivir por amor al arte… de amar» en Revista Universidad de Antioquia #270, Medellín, 2002, pp. 129-134.

[3] Richard Brody, «Movie of the Week: ‘Letter from an Unknown Woman‘» en The New Yorker, 2015. {Revisado en línea por última vez el 27 de junio de 2021}.

[4] Tag Gallagher, «Max Ophuls: A New Art – But Who Notices?» en Senses of Cinema, 2002. {Revisado en línea por última vez el 27 de junio de 2021}.

[5] Juan Carlos González A., op. cit.

[6] Diego Galán, «‘Lola Montes’, un bello espectáculo» en El País, 1984. {Revisado en línea por última vez el 27 de junio de 2021}.

[7] Juan Carlos González A., op. cit.

[8] Ídem.

[9] Tag Gallagher, op. cit.

Tomado de: Correspondencias. Cine y pensamiento

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Ninja Thyberg: «Los consumidores quieren un porno racista y sexista»

Ninja Thyberg, cineasta sueca Foto Cineuropa

Por Begoña Piña @begonapina

«Todo el mundo querrá contratarte para hacer cosas cada vez más locas». Tan locas como una «doble penetración con dos hombres negros súper dotados». Esta práctica conlleva habitualmente riesgos de traumatismos y desgarros para la mujer. Por supuesto, ello no quiere decir que haya alguna mujer que lo desee y disfrute, pero la cruda realidad es que es un ejercicio placentero para el hombre por lo que revela de dominación y poder.

Dominación sexista, racismo, dolor, humillación… Cualquier ficción sobre la moderna industria del porno se queda en pañales al lado de ‘Pleasure’, la inteligente y audaz ópera prima de la joven directora sueca Ninja Thyberg, que ha dedicado varios años a investigar la industria del cine para adultos —llegó a convivir con mujeres que trabajaban en el porno y logró acceso a los rodajes— para completar esta película. Historia de una joven sueca que viaja a Los Ángeles con la intención de convertirse en una estrella del porno, está protagonizada por la debutante Sofia Kappel y cuenta con algunas trabajadoras y trabajadores del porno en el reparto.

La película revela una realidad perturbadora de una forma en que jamás se había mostrado en el cine. Inquietante, perturbadora y muy elocuente, ‘Pleasure’ explica magníficamente la toxicidad de esta industria controlada por hombres, creada para su exclusiva diversión, que engorda el anhelo machista de la supremacía y que solo busca beneficios económicos. Un veneno que emponzoña a los jóvenes y denigra a las mujeres.

Aclamada en el Festival de Sundance, la película se alzó en el Göteborg Film Festival con el Premio FIPRESCI de la Crítica Internacional. Su directora, Ninja Thyberg, conversó con Público en una visita a Madrid.

Debutar con una película así es especialmente arriesgado ¿cuáles han sido los motivos que la llevaron a tomar esta decisión?

El tema es importante para mí, he sentido que he estoy en este mundo para hacer esta película. Llevo mucho tiempo trabajando en este tema, he conseguido acceso a ese mundo, he investigado mucho y he logrado un acceso que otros no han tenido, y eso me hace sentir mayor responsabilidad. Es como una misión.

¿Qué opina usted de la definición del porno como prostitución grabada, mercantilismo de la sexualidad, violación consentida?

Estoy en contra de cualquier situación en la que se esté maltratando a una persona o estén abusando de ella. El porno es ficción y hay en él hoy un juego con el poder y prácticas sexuales en las que se juega con elementos que dan miedo, pero si se hace de una forma segura y se consiente, es diferente al porno en el que hay personas sufriendo.

El porno mainstream es muchas veces la primera aproximación que hacen los jóvenes al sexo…

No soy experta en eso pero, desde luego, es problemático porque todo sucede desde el punto de vista del hombre. Hay dominación. Por ello es importante empezar a hablar de esto con los jóvenes para que su educación sexual proceda de otra parte.

Entonces, ¿usted sí cree que hay un porno positivo?

Sí, Erika Lust, productora y directora, hace cine para adultos para mujeres y con ética. Hay muchos tipos de porno, pero la mirada masculina es la que domina, es un problema democrático, porque muchos aprenden el sexo desde ahí.

En el cine porno dominan el machismo, el racismo… ¿es lo que quieren los consumidores?

Sí, la gente que trabaja en la industria son solo trabajadores y tratan de satisfacer a los consumidores, el beneficio es lo que prima, las reglas del dinero son las que mandan. Y hoy los consumidores quieren esto, un porno en el que hay racismo, sexismo…

El personaje sufre dolor y humillaciones para conquistar el éxito, ¿sirve su historia como analogía de lo que le cuesta ascender en cualquier ámbito a la mujer hoy?

Absolutamente, lo que le pasa a Bella está basado en mi propia experiencia como mujer, aunque el aspecto sexual es una exageración, un extremo, pero me parecía importante e interesante poner al personaje en esa situación de explotación, en esas condiciones. Por otro lado, no quería mostrar a la mujer como una víctima, ella tiene su estrategia y es protagonista de su historia. Es una alegoría de esta sociedad.

¿Hay parte de su experiencia como mujer cineasta?

Sí, lo tenemos más difícil, pero ahora yo formo parte de una ola en Suecia, donde Anna Serner (directora general del Instituto Sueco de Cine) lleva diez años trabajando para que las mujeres tengan más peso. También hay una estrategia política para que haya plena igualdad. Por el hecho de ser mujer lo he tenido más difícil, pero también he tenido un gran apoyo de muchas compañeras. Las mujeres nos apoyamos entre nosotras. Yo formo parte de esa energía, de esa ola. Ahora tenemos el viento a favor.

Ese apoyo entre mujeres se muestra en la película, entre las trabajadoras del porno. ¿Es también un reflejo de la sororidad en cualquier situación?

Sí, claramente. Las mujeres tienen que ir de la mano. Lo que ocurrió con el #MeToo dio poder a las mujeres y entonces nos atrevimos a arriesgar determinadas cosas. Ese poder que de pronto teníamos las mujeres significaba algo importante… y siempre nos podemos apoyar y ayudar unas a las otras. Nunca diría que las mujeres son traidoras, eso es el cuento del hada malvada. A las mujeres se nos da muy bien ayudarnos entre nosotras. Yo no estaría donde estoy sin el apoyo de las mujeres. En este sentido, la idea americana individualista de que para llegar a conseguir el éxito tienes que pasar por encima de otras personas es falsa. Aunque también creo que no es tanto una cuestión de género como de justicia social y de jerarquías.

Usted no juzga, esta mujer quiere ser una estrella del porno, ¿por qué aspira una joven a eso?

Hay varias respuestas. Generalmente se quiere psicoanalizar a las mujeres como si estuvieran haciendo algo malo, en vez de cambiar de perspectiva. La mayoría de las mujeres que trabajan en la industria del porno lo hacen porque se gana mucho dinero. No hay razones oscuras, además, no siempre se pueden entender las cosas.

¿La clave de su película es mostrar la realidad para enfrentarse a ella?

Desde que era adolescente, cuando vi por primera vez una película porno, con mi novio, me di cuenta de que estaban transformando a las mujeres en objetos y que aquello estaba completamente dirigido al espectador hombre. Ese cine no me representaba a mí como ser humano. Desde entonces tengo ese sentimiento de injusticia, faltaba algo en la representación… Nació en mí una especie de frustración. Empecé a ver cómo, no solo en el porno, también en los vídeos musicales, en la publicidad… era injusto cómo se transformaba a las mujeres en objetos y me sentí muy sola, sobre todo porque nadie hablaba de ello. Entonces decidí que quería enarbolar esta lucha.

Sin duda, con ‘Pleasure’ ha roto usted muchos códigos, ¿necesitaba provocar para agitar conciencias?

Quiero que el público piense y si muestras lo que la gente espera, no funciona. Lo que pretendo, sí, es suscitar conciencia, mostrar las diferentes capas y plantear distintas preguntas para que el debate sea lo más rico posible. No me gusta engordar estereotipos, por ejemplo, en la película hay momentos brutales, pero eso no significa que solo haya que mostrar el lado sucio. Por eso rodeo a esta chica de diecinueve años de colores vivos, porque es su realidad y en esa realidad las cosas pueden ser de color de rosa aunque sean amargas.

¿Qué reacciones ha habido ante la película?

Siempre me he encontrado reacciones muy positivas, todo el mundo apoya la película. Pero creo que el público tendrá reacciones más negativas y críticas.

Tomado de: Público

Tráiler del filme Pleasure (Suecia, 2020) de Ninja Thyberg

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Balada del equilibrista

Por Frank Padrón

El 11 de septiembre de 2001 pasaría a la historia como una fecha terrible: la desaparición de las llamadas Torres Gemelas en Manhattan debido a atentados terroristas,  pero el 13 de octubre, aunque de 1974, un hecho apasionante, este sí feliz, se inscribió en los anales de las entonces flamantes edificaciones: el malabarista francés Philippe Petit, quien desde niño practicaba los juegos del equilibrio sobre cuerda floja y se ganaba la vida de joven con performances de ese tipo en las calles, logró con la ayuda de varias personas, planes detallados e imposturas, trazar un cable entre ambos edificios y recorrerlos a más de 400 metros de altura durante casi una hora, lo que provocó estupefacción del innumerable público que lo contemplaba arrobado en las céntricas rúas de la Gran Manzana.

Tras hacerlo en Notre Dame, de su país, y en un elevado inmueble australiano, el francés, quien fue encausado cientos de veces por la policía y llevado hasta a instituciones mentales, protagonizó la hazaña más literalmente espectacular de su vida.

El hecho y todo lo que le rodea no podía ser ignorado por el cine. El célebre  escritor neoyorquino Paul Auster, después de conocer al francés en 1980 tradujo al inglés su libro To Reach the Clouds (Alcanzar las nubes) el cual fue «leído» por la cámara del director Robert Zemeckis generando su filme En la cuerda floja (2015), con el protagónico de Joseph Gordon-Levitt, a quien asesoró el propio héroe en la preparación del papel hasta que el actor logró dominar la cuerda floja.

Pero siete años antes, otro cineasta norteamericano, James Marsh, se acercó al funámbulo y su hazaña en el documental Man on Wire (Hombre sobre la cuerda, 2008), por el que ganó un Óscar y fue visto en la más reciente emisión del programa Pantalla documental.

El filme no solo detenta un incuestionable valor testimonial, por cuanto documenta exhaustivamente todo el proceso del suceso desde la narración de sus protagonistas, Petit y quienes lo acompañaron en aquella genial e insólita locura (Jean-Francois Heckel y Jean-Louis Blondeau, más dos estadounidenses y un australiano —pese a que no eran de su entera confianza—, y su novia de entonces, Annie Allix), sino un nada inferior mérito artístico, por la manera en que Marsh mezcla entrevistas a esos personajes en el momento de la filmación con imágenes de la época en que tuvo lugar el acontecimiento, en los años 70, mediante un riguroso montaje que permite coherente y orgánica continuidad.

Más allá de la dimensión de la hazaña, revelada con la intriga de un thriller, el director abre su radio filosófico, siguiendo a pies juntillas a ese alucinado artista que tiene en el fondo la intensa aunque recóndita cordura de quien busca el equilibrio perfecto dentro de un universo que constantemente lo escamotea.

Su memorable performance (mostrado en fotos dada la ausencia de mayores audacias técnicas que hoy se hubieran viralizado al instante desde cientos de celulares en directo), con un alto contenido estético amén del peligro —o acentuado gracias a este—, discursa sobre todo en torno a búsquedas y reencuentros, pues su protagonista representa ese auto desafío perenne que debe asistir a todo humano en cuanto superarse, trascenderse constantemente.

Hombre sobre la cuerda, entonces, detenta no solo el valor de una reconstrucción minuciosa y precisa de un acto irrepetible y apasionante, sino que se erige en parábola sobre la humana aventura del eterno Ícaro tratando de volar, de retar y vencer la gravedad, el peligro, la finitud y conquistar el espacio todo, pleno…, sin quemar sus alas como en el mito. Por el contrario, fortaleciéndolas.

“Me preparo reduciendo la incidencia de lo desconocido y también definiendo mis límites. Si me creo un héroe invencible, pago con mi vida. Debo ser respetuoso con el espacio, que ni conquistaré ni dominaré. Pero si camino de forma artística, con poesía, con sentido, como asumiría una obra de teatro o una ópera, entonces puedo inspirar a alguien más”, declaró el equilbrista en una entrevista a la revista The New Yorker antes de emprender una caminata por el Gran Cañón del Colorado, en 1999.

En efecto, nos ha inspirado a todos desde el testimonio que, gracias al cine, ilumina sobre su grandeza.

Tomado de: Cubacine

Tráiler del filme Hombre sobre la cuerda (Reino Unido, 2008) de James Marsh

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Valeria Selinger: «Para mí era esencial que la película fuera una mirada de niña»

Valeria Selinger y Paula Brasca en el rodaje de La casa de los conejos

Por Astrid Riehn

Valeria Selinger es argentina, pero vive desde hace años en Francia. Fue ahí donde leyó por primera vez Manèges. Petite histoire Argentine, de Laura Alcoba (editada acá como La casa de los conejos por Edhasa). En la novela, la escritora argentina también radicada en Francia evoca la temporada que pasó entre 1975 y 1976 junto a su madre y sus compañeros de la organización Montoneros en una casa de La Plata, donde éstos habían montado una imprenta clandestina de la revista Evita Montonera. Para no levantar sospechas, colocaron delante jaulas con conejos para hacerle creer a los vecinos que se dedicaban a la cría de roedores. Salvo Alcoba y su madre, que lograron exiliarse en Francia, el resto de sus habitantes tuvo un final trágico. Todos (salvo Daniel Mariani, hijo de “Chicha” Mariani, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, quien no se encontraba allí y fue asesinado meses después) murieron el 24 de noviembre de 1976 en un brutal operativo contra la casa que duró unas cuatro horas e incluyó una lluvia de balas de distinto calibre y hasta un ataque con mortero. Entre las víctimas estaba Diana Teruggi, pareja de Mariani y madre de Clara Anahí, una beba de tres meses secuestrada ese mismo día y cuyo paradero jamás pudo ser establecido.

“Quedé muy conmovida e identificada con la necesidad de silencio de esa niña protagonista. Crecer respetando silencios, sabiendo que uno sabe cosas que no debería tal vez conocer, es dar un salto de la niñez a la etapa adulta salteándose una etapa, la que corresponde a la inocencia”, señaló Selinger a Página/12, quien se encuentra en Buenos Aires. Este jueves se estrena en Argentina La casa de los conejos, su versión cinematográfica de la primera novela de una trilogía de libros de Alcoba que se completa con El azul de las abejas y La danza de la araña. Con Paula Brasca como Diana Teruggi, Mora Iramaín García como la pequeña Laura, Guadalupe Docampo como su madre, Darío Grandinetti como “El Ingeniero” y Miguel Ángel Solá como su abuelo, la película se centra en la experiencia de esa niña que tuvo que aprender desde muy temprano que había cosas que no podía contarle a nadie.

Usted afirmó que al leer el libro de Laura Alcoba vio reflejada parte de su propia vida. ¿Tuvo una historia personal similar?

Crecer en esos años en familias que sabían y querían saber lo que pasaba te convertía en un niño con un bagaje diferente. ¿Qué hace un niño cuando le dicen «de esto ni una palabra afuera», o cuando le explican que no hay que tirar papelitos por los goles del mundial porque eso significa estar apoyando a los muertos que se esconden bajo el asfalto, según lo que decían los carteles en Europa? ¿Qué hace un niño que tiene que acompañar a su madre a quemar los libros prohibidos? ¿Qué hace un niño al que le enseñan a distinguir las publicidades y propagandas que apoyan a los militares? Creo que en esos casos un niño aprende a callarse. En esos casos un niño entiende perfectamente el poder y la necesidad del silencio. Es lo que viví y es lo que me identificó plenamente con el libro de Laura.

¿A qué estuvo atenta para recrear esa mirada infantil en su película?

Para mí era sumamente importante que la película fuera una mirada de niña y no una exposición de los hechos trágicos de la última dictadura. La elección fue no entrar en ningún discurso de militancia o no mostrar demasiado lo que ocurría afuera. La niña vive en esa casa y la historia se narra desde dentro de la casa y desde dentro del interior de esa nena. Sus silencios contribuyen a esta mirada. La decisión fue no sobreexplicar evidencias, pasar por alto conversaciones explicativas. Todo lo que se cuenta es desde lo que la nena entiende o interpreta. Por eso es una película entrecortada, fragmentaria, con una cámara desprolija y muchos silencios, cosas no dichas, recortes.

Si bien la novela revela que Diana está embarazada, el lector no se entera hasta el final quién era esa bebé. En cambio, el nombre de Clara Anahí se menciona a los 30 minutos de iniciada la película. ¿Por qué quiso mencionarla desde el principio?

Es un permiso que me concedí, ya que en esa época no se sabía de antemano el sexo de un bebé. Para mí era importante darle presencia antes de que nazca, porque después sabemos que Diana no va a tener tiempo de desarrollar esa maternidad más que por unos breves tres meses. Nombrarla era alargar y establecer ese puente imaginario entre Diana y su futura maternidad y Laura y su búsqueda de madre, porque la suya tenía la mente ocupada en el temor y el peligro de la situación. Es un modo de decir que finalmente Diana juega a ser mamá con Laura durante mucho más tiempo del que finalmente podrá ocuparse de su bebé.

La película termina con el brutal ataque a la casa y muestra cómo Diana coloca a su hija en la bañadera para protegerla. ¿Cómo tomó la decisión de incluir esta dura escena?

Me era muy importante poder dar una versión de lo que ocurrió en ese ataque, de lo que pudo hacer Diana con su bebé. Con Chicha Mariani evocamos que aparentemente es así como pudo haber ocurrido, aunque en realidad al parecer Diana tapó a Clara Anahí con un colchón. Pero claro, el verdadero ataque duró casi 4 horas… en una película hay siempre reducción de tiempos.

¿Llegó a enterarse Chicha Mariani de su proyecto antes de morir?

Sí, claro. Fuimos, por ejemplo, con Paula Brasca a charlar con Chicha para que nos cuente acerca de Diana y de su relación con Cacho (Daniel Mariani). Chicha vio fotos del rodaje. Me hubiera encantado que llegase a ver la película. Toda la familia Teruggi se implicó en el proyecto. Desde Daniel Teruggi, que se ofreció con total generosidad y de modo gratuito a componer la música de la película que yo interpreté como una especie de diálogo imaginario con su hermana Diana. La madre de Laura Alcoba me contó anécdotas, como por ejemplo la que dio lugar a la escena del contacto del Citroën. El padre de Laura aportó sus recuerdos de la cárcel y de su militancia. El tío de Laura, Luis Longhi, actúa y compuso la letra de un tema. Si, realmente las familias involucradas en esta historia forman parte de esta película y les estoy sumamente agradecida.

Tomado de: Página/12

Tráiler del filme La casa de los conejos (Argentina, 2020) de Valeria Selinger

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