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Colapso

Autor: Carlos Taibo

La discusión sobre un probable colapso general del sistema no tiene por ahora mayor presencia en nuestros medios de incomunicación. Tampoco la tiene en el discurso de los responsables políticos, incluidos los que pasan por ser más innovadores y alternativos. Sí que se revela, en cambio, en la literatura y en el cine, en el buen entendido de que esa presencia remite antes al ocio y a la diversión que al propósito de articular al respecto una reflexión crítica.

En Colapso se sopesa el concepto que da título al libro, se analizan las presuntas causas del fenómeno —entre ellas, en lugar principal, el cambio climático y el agotamiento de las materias primas energéticas— y se estudian los rasgos previsibles de la sociedad poscolapsista. Pero se presta atención, también, a dos respuestas distintas ante el hundimiento general del sistema: la propia de los movimientos por la transición ecosocial y la característica del ecofascismo. En relación con los primeros se defiende un horizonte que, de la mano de una combinación de elementos precapitalistas y anticapitalistas, se ve marcado por verbos como decrecer, desurbanizar, destecnologizar, despatriarcalizar, descolonizar y descomplejizar,

Colapso, que llega a su quinta edición, es un manual útil para moverse en un debate que se antoja cada vez más urgente. La obra ha sido publicada también en Argentina, Brasil, Chile, México y Portugal.

Carlos Taibo ha sido durante treinta años profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid. Entre sus últimos libros se cuentan Anarquistas de ultramar (Los Libros de la Catarata, 2018), Ante el colapso. Por la autogestión y por el apoyo mutuo (Los Libros de la Catarata, 2019) y Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo (Los Libros de la Catarata, 2020; 4ª edición actualizada).

Tomado de: Editorial Catarata

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Miradas desde la psicología: Daybel Pañellas. Parte I (+Video)

Daybel Pañellas. Psicóloga social cubana

¿Qué problemas principales afectan las relaciones sociales en Cuba? ¿Qué significa que pueda definirse lo sucedido el 11J como una «emergencia», psicológicamente hablando? ¿Cómo se expresan las contradicciones intergrupales en Cuba hoy?

Algunas de estas inquietudes son respondidas por la psicóloga y profesora universitaria Daybel Pañellas para la serie de TemasVe «Cuba Profunda: otras miradas», en esta primera parte de la conversación que sostuvo con nuestro equipo editorial.

De la serie, Cuba profunda: otras miradas

Tomado de: Canal Cuba TemasVe

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Alt-Right: nuevos odios, viejo racismo

Foto BBC

Por Dalia González Delgado

Para los observadores habituales de la política estadounidense el asalto al Capitolio el 6 de enero no fue una total sorpresa, luego de cuatro años de un presidente que oxigenó a los grupos de odio y no reconoció los resultados de las elecciones. ¿Cómo llegaron a ese extremo? ¿Cómo ha logrado Donald Trump mantener el respaldo incondicional de decenas de millones de personas? ¿Por qué sigue vivo el Trumpismo y por qué es peligroso para el mundo?

Nos estaremos haciendo esas preguntas durante mucho tiempo. Las respuestas no son simples y no se agotan en un artículo. Hay que prestar atención a una variedad de fenómenos de larga duración en la sociedad estadounidense, entre los cuales destaca el conflicto racial. Esa corriente conflictiva de base ha producido organizaciones y movimientos diversos a lo largo de la historia, como por ejemplo el Ku Klux Klan. Entre sus expresiones más recientes se encuentra un movimiento de base de derecha que se conecta con el Trumpismo: la Derecha Alternativa, conocida como Alt-Right.

El término es vago y abierto a múltiples interpretaciones, pero en lo fundamental se trata de un conjunto de ideologías, grupos e individuos de extrema derecha cuya creencia fundamental es que la “identidad blanca” está siendo atacada por fuerzas multiculturales que utilizan la “corrección política” y la “justicia social” para socavar a los blancos y “su” civilización. Así lo define el Southern Poverty Law Center (SPLC, por sus siglas en inglés), institución dedicada al seguimiento de las agrupaciones extremistas en Estados Unidos. También los caracteriza el antisemitismo, el antifeminismo y la misoginia.

Derecha Alternativa es un término acuñado en 2008 por Richard Spencer, para describir un conjunto de ideas de extrema derecha centradas en la “identidad blanca” y la preservación de la “civilización occidental”. Spencer, abiertamente neonazi y uno de los rostros más visibles dentro del movimiento, dirige el Instituto de Política Nacional, un tanque pensante que también actúa como lobby para difundir las ideas del supremacismo blanco.

A diferencia por ejemplo de lo que fue el Tea Party en su momento, la Alt-Right no tiene una plataforma política estructurada. La denominación funciona como una especie de sombrilla donde entran varios grupos de odio y figuras públicas. No se trata de un bloque monolítico y sus aspiraciones son diversas: desde quienes quieren cerrar todo tipo de entrada a inmigrantes en Estados Unidos, hasta los que aspiran a crear un “etnoestado blanco” para los “europeos raciales”. Y no pensemos que por sonar disparatadas sus ideas no tienen seguidores. Una encuesta del SPLC reveló que el 29 por ciento de los estadounidenses conocen personalmente a alguien que cree que los blancos son la “raza superior”.

El discurso antiinmigrante, racista, xenófobo, misógino de Donald Trump durante su campaña electoral fue música para los oídos de la Alt-Right, que en ese contexto comenzó a ganar mayor atención dentro de la política nacional. “Hail Trump!”, con ese grito neonazi celebraron muchos la victoria en noviembre de 2016. Las imágenes se pueden ver en un escalofriante documental de The Atlantic del año 2020 titulado “White Noise”, conocido en español como “El nuevo supremacismo blanco”.

La coincidencia con el ex presidente no se dio solo a nivel de discursos sino que encontramos conexiones con figuras específicas del movimiento. El ejemplo más evidente es Steve Bannon, quien fue su jefe de campaña y asesor en la Casa Blanca. Bannon se jactó de convertir a Breitbart News en “la plataforma para la Derecha Alternativa”.  De acuerdo con datos compilados por Thomas J. Main en el libro The Rise of the Alt-Right, el promedio mensual para Breitbart fue de 64 millones de visitas y 10,3 millones de visitantes únicos entre septiembre de 2016 y febrero de 2018, con lo cual superó a todas las demás revistas web de cualquier orientación ideológica.

La Alt-Right se caracteriza también por un uso intensivo de las redes sociales digitales y de los memes para difundir sus ideas y ganar seguidores, sobre todo entre los jóvenes. Si conectamos eso con la epidemia de noticias falsas y el reciente escándalo en torno a Facebook, tenemos un escenario donde los discursos de odio pululan en la red sin que haya un control efectivo sobre ellos. Según Frances Haugen, ex empleada de la compañía, el algoritmo privilegia los mensajes que incitan al odio porque logran mayor número de reacciones entre los usuario y eso garantiza mayor permanencia en el sitio.

Pero la Alt-Right no solo está en Internet sino en la calle. Animados por la victoria de Trump, en agosto de 2017 organizaron una manifestación en Charlottesville, Virginia, que culminó con una persona fallecida y 19 heridas. El presidente dijo entonces que había sido “culpa de ambas partes”, con lo cual legitimó a los supremacistas blancos, al equipararlos con aquellos que se les oponían. Ese fue un punto de inflexión para el movimiento.

De acuerdo con el SPLC, aunque las protestas callejeras de esos grupos tendieron a disminuir sus ataques se volvieron más mortíferos en la era Trump. Entre 2014 y 2018, hombres influenciados por la Alt-Right asesinaron a 81 personas en Estados Unidos y Canadá. En 2019, después de que un supremacista blanco fuera acusado de matar a 51 personas en un ataque contra musulmanes de Nueva Zelanda, un hombre en California intentó imitarlo. Su rifle aparentemente se atascó y no logró todo lo que se propuso, pero una persona murió y otras tres resultaron heridas.

Luego, en agosto, un hombre entró en un Walmart de El Paso y mató a 22 personas. Un manifiesto en línea vinculado a él afirmaba que una “invasión hispana” amenazaba a Texas. Estados Unidos, que tanto terrorismo ha practicado y promovido en el mundo, lo ha sufrido también y no únicamente el 11 de septiembre de 2001; la gran mayoría de las acciones terroristas en suelo estadounidense las han ejecutado supremacistas blancos.

Alexandra Stern, profesora de la Universidad de Michigan, comprende las amenazas que plantea la proliferación de grupos nacionalistas y supremacistas blancos en todo el país, pero está más preocupada por la propagación de sus ideas en la sociedad en general. A diferencia del siglo XX –dijo en un evento reciente– la expansión de Internet y las redes sociales proporcionan a esos grupos una multitud de canales nuevos para difundir sus mensajes. La regulación de todo el espacio digital es absolutamente fundamental.

La Alt-Right volvió a ser noticia en septiembre pasado luego de que una investigación de la agencia Associated Press demostró cómo supremacistas blancos y grupos de odio han recaudado cantidades significativas de dinero a través de criptomonedas; así evitan la supervisión de bancos y tribunales. Andrew Anglin, fundador y editor del sitio web neonazi Daily Stormer y uno de los rostros visibles de la Alt-Right, ha recurrido a una red mundial de partidarios para recibir al menos 112 Bitcoin desde enero de 2017, hoy por valor de 4.8 millones de dólares, según los datos de AP. El propio Spencer calificó al Bitcoin como la “moneda de la Derecha Alternativa”.

El movimiento no opera únicamente a nivel nacional o virtual sino que se conecta con la política local. El estado de Florida, por ejemplo, tiene el segundo número más alto de grupos de odio activos conocidos en el país, con 68, según un reporte anual del SPLC. Eso es solo cuatro menos que California, que tiene casi el doble de población. De ellos, 47 son grupos de supremacía blanca. Ron DeSantis, gobernador de Florida desde 2019 y antes representante en el Congreso entre 2013 y 2018, ha participado en conferencias organizadas por grupos de la Alt-Right. Otro conocido, Mario Díaz-Balart, fue objeto de escándalo en 2018 cuando tuiteó una foto junto a un miembro de los Proud Boys, uno de los grupos de odio que se ubican dentro de la sombrilla de la Derecha Alternativa.

Establecidos oficialmente desde 2016, los Proud Boys se describen a sí mismos como “chovinistas occidentales” y rechazan cualquier tipo de corrección política. Son conocidos por su retórica antimusulmana y misógina y también por sus acciones armadas violentas. Algunos de sus miembros están enfrentando cargos penales por su participación en el asalto al Capitolio el 6 de enero. Su líder, el cubanoamericano Enrique Tarrio, se encuentra ahora mismo también en prisión.

El aumento de los grupos de Derecha Alternativa en Estados Unidos responde a una multiplicidad de factores: la elección del primer presidente negro, la crisis económica, la polarización creciente alimentada tanto por la desigualdad como por los efectos de las redes sociales, Donald Trump en la Casa Blanca. Millones de personas descontentas, que vuelcan su enojo sobre negros, mujeres, inmigrantes y otras minorías, porque no entienden que el problema de fondo es un sistema diseñado de tal forma que aumenta los niveles de desigualdad.

Todo lo anterior unido al racismo profundo como problema no resuelto en la sociedad estadounidense. Y el término lo aplican no solo para personas de piel negra sino para todos aquellos que consideren “no blancos”, incluidos latinos, asiáticos y hasta europeos de algunas regiones. Y no hablo únicamente de la discriminación cotidiana por el color de la piel –algo que no es exclusivo de Estados Unidos–, sino de un país donde incluso después de la abolición de la esclavitud hubo cien años de discriminación institucional legitimada en las leyes de algunos estados sureños. Para entender por qué es un problema no resuelto hay que revisar la historia e intentar responder preguntas tan complejas como: ¿Qué son los Estados Unidos? o ¿Cuál es su identidad nacional? Sobre esos temas volveré en un próximo comentario en este espacio porque lo que allá sucede, aunque sean temas internos, de alguna manera tiene ramificaciones que afectan al resto del mundo.

Tomado de: Contexto Latinoamericano

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No me llames etnia

Foto Sebastião Salgado (Brasil)

Por Ollantay Itzamná

Antropólogos euronorteamericanos, incluso hermanas y hermanos antropólogos originarios de Abya Yala, continúan utilizando el despectivo término etnia para referirse a los pueblos originarios o indígenas.

¿Qué significa el término etnia, y cuál es su contenido racista?

Etnia proviene del término griego ethnos que significa grupo humano extranjero, gentil, cuyos miembros carecen del derecho de ciudadanía. Por tanto, no son sujetos políticos, capaces de gobernarse, ni de gobernar. La Biblia incluso utiliza este término para referirse a los extranjeros que no son parte del pueblo elegido, pero comparten territorio con éste, como era el caso de los samaritanos

Con la llegada de la modernidad y de la ilustración, pensadores noreuropeos, dividirán la humanidad entre: civilizados, bárbaros y primitivos. Los civilizados serán ellos (que tienen cultura), los bárbaros serán los pueblos que habitan alrededor de ellos (bretón, catalán, flamenco,…) y los primitivos (sin cultura) seremos todos los grupos humanos que habitamos fuera de Europa y en la parte Sur del planeta. A los primitivos nos llamaron salvajes, etnia, tribu…

¿Alguna vez leíste o escuchaste que algún antropólogo se haya referido a los vascos o flamencos como etnia o tribu? No. A ellos se refieren como pueblos. Los términos etnia y tribu están reservados únicamente para los primitivos que necesitan ser civilizados, mas no así para los pueblos de Europa. Aunque, según la Real Academia Española (RAE), flamencos, quechuas, vascos, himbas, mursis, mayas, todos somos etnias.

Si ya la modernidad naciente (invasión europea) había negado la condición de sujetos de derechos (personas) a los originarios de Abya Yala con la finalidad de apropiarse/saquear sus bienes a cambio de civilizarlos, la antropología hará lo suyo, en especial la antropología cultural que surgió en los EEUU (con Franz Boas, principios del siglo XX), y su posterior especialización como etnología.

Desde finales del siglo XIX, antropólogos y etnólogos norteamericanos fueron enviados al Sur con la finalidad de investigar y registrar los bienes/riquezas milenarias de los pueblos para saquearlos. Pero, para evitar justificar o explicar dicho saqueo, tomaron el camino racista de llamar a todos los pueblos originarios del sur como etnias: objetos del pasado, piezas de museo, o a lo mucho, reproductores de cultura. Mas nunca como pueblos, sujetos políticos.

La antropología cultural, que luego se convirtió en un culturalismo nefasto para los pueblos, se expandió por todas partes, promovido por entidades académicas y financiera euronorteamericanas, con la misión de instalar en el imaginario colectivo global la idea de: los aborígenes son etnia, objetos de estudio (costales de huesos, sin historia, ni memoria).

Los bicentenarios estados naciones, como herramientas de dominación de la geopolítica moderna, jamás quisieron reconocer la cualidad de pueblos a los originarios.

Pero, llegó el convenio internacional n. 169º de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 1989, donde por vez primera reconoce a las y los originarios como pueblos… desde entonces, los pueblos originarios, jurídicamente, comienzan a existir como sujetos políticos, y ya no como simples piezas de museo o reproductores culturales, aunque, hoy, como ayer, incluso antropólogos indígenas, nos siguen llamando etnia.

Este racismo estructural, incluso promovido por la industria de la academia hegemónica, es tan evidente que la academia no envía ni a antropólogos, ni a etnólogos, hacia los pueblos originarios de Europa. Para allá, si acaso, van sociólogos, a estudiar las estructuras sociales de dichos pueblos. Antropólogos y etnólogos vienen hacia Abya Yala para estudiar a las piezas de museo, las etnias.

No me llames etnia, que no soy ningún extranjero sin derechos. No me llames etnia, que no soy ninguna pieza de museo del pasado. Soy pueblo, soy sujeto de derechos sociopolíticos, con historia, como vos. Soy hijo de la Madre Tierra. Somos hermanos, porque venimos de la misma Madre y vamos hacia su vientre fecundo de retorno.

Tomado: Resumen Latinoamericano

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La dramaturgia de los clásicos como inspiración cinematográfica

Fotograma de Edipo Rey (1967) de Pier Paolo Pasolini

Por Guillermo Heras

En primer lugar, me ha parecido más interesante utilizar el término dramaturgia, fundamentalmente en su concepción alemana, para intentar desgranar algunas reflexiones sobre la continua relación del cine con los textos teatrales clásicos, ya sean estos de los maestros griegos, las obras del Siglo de Oro y el Teatro Isabelino, los seguidores del Romanticismo hasta llegar a los realistas de comienzos del siglo xx donde sin duda, y dada la gran producción novelística de esta época, han sido muchas las versiones pasadas de la literatura a la pantalla. En suma, el cinematógrafo que nació como diversión y con una expresión de imágenes mudas tardó un tanto en buscar ciertas obras literarias, como las de Dumas o Verne, para al llegar el sonoro nutrirse de las grandes historias de esos narradores de finales del siglo xix y comienzos del xx. La dramaturgia escénica, en su concepción contemporánea, alude a la lectura específica o punto de vista que el director, ayudado por el dramaturgo, quiere proponer de un texto concreto y, como tal, también polisémico y abierto a todo tipo de interpretaciones artísticas e ideológicas.

No obstante, y por una cuestión de espacio me limitaré a intentar señalar algunas cuestiones más relacionadas con el periodo de la Grecia Clásica y la autoría del siglo xvii, tanto en España como Inglaterra, en su relación con la práctica cinematográfica y, como he señalado, basándome en las obras dramáticas que ejercieron de inspiración a los directores cinematográficos.

Empezaré por el territorio más cercano, el de nuestra gran dramaturgia del Siglo de Oro que, curiosamente, apenas ha tenido presencia significante en nuestra filmografía nacional y, mucho menos, en la internacional. Planteo esa curiosidad por el hecho cierto que con la manipulación ejercida por el franquismo y sus ideólogos sobre nuestro teatro del siglo xvii, apelando al tema trillado del honor y los valores patrios y, tomando como base determinados títulos que continuamente se representaron en los casposos escenarios de la Dictadura, ese hecho apenas tuvo relación directa para que la industria cinematográfica del Régimen hiciera demasiadas incursiones en ese repertorio, lo que dice mucho de la incultura general de las élites culturales de esos facciosos próceres.

De la época del cine mudo existe una adaptación de El alcalde de Zalamea, en 1914, dirigida por Juan Solé Mestres y en la que actúa uno de los intelectuales destacados del teatro de esa época, Adriá Gual. Se conoce también una versión de Don Juan Tenorio del año 1908, de Ricardo Baños, que luego volvió a rodar en 1922. Como curiosidad, parece que de esa época, existe una versión porno muy apreciada por el monarca de entonces.

Ya entre la postguerra y el tardo franquismo, se pueden destacar: Fuenteovejuna (1947) de Antonio Román, y luego la versión del mismo título que hizo en 1970 Juan Guerrero Zamora o El Alcalde de Zalamea (1954) de José Gutiérrez Maesso.

En 1973, Rafael Gil rueda El mejor alcalde el Rey y, en 1972, Mario Camus filma La leyenda del alcalde de Zalamea con Paco Rabal, Fernán Gómez y Charo López en el reparto.

Tomando la referencia de La vida es sueño, de Calderón, Luis Lucia dirige El príncipe encadenado, con un reparto en el que figuran Pedro Osinaga y Katia Loritz, algo que por lo menos resulta un tanto exótico. En 1996, César Fernández Ardavin rueda La Celestina.

Como curiosidades existen también algunas versiones latinoamericanas de nuestros clásicos, como son La casada casa quiere (1948), de Calderón, dirigida por el mexicano Gilberto Martínez Solares y en Argentina Luis Saslavsky filma La dama duende con guion adaptado por Rafael Alberti y María Teresa León.

Más recientes son El perro del hortelano (1996), con la excelente dirección de Pilar Miró, y la nueva versión de La Celestina dirigida por Gerardo Vera en 1996, con Penélope Cruz y Juan Diego Botto.

Como algo extremadamente exótico, el interesante realizador chileno Raoul Ruiz, rodó en Francia en 1986, Memoire des apparences, una versión muy libre de La vida es sueño.

Todo esto, si lo comparamos con las películas que se han filmado a lo largo del tiempo sobre obras de autores del periodo isabelino, incluyendo, claro está, la sobreabundancia de títulos de Shakespeare, resulta, como ya he dicho bastante sorprendente. Quizás una de las razones sea que ya con el nacimiento del cine la lengua dominante va a ser el inglés y, por tanto, su repertorio clásico más del gusto de los espectadores dominantes.

Para las referencias históricas tomo como base el libro Introducción a Shakespeare a través del cine, de Fernando Gil Delgado (Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, 2001). El autor nos señala en su prólogo que hasta ese año ha encontrado 392 versiones de la obra teatral de Shakespeare, de las cuales 91 son mudas y el resto en producciones cinematográficas o televisivas. Es evidente que en estos últimos años han surgido nuevos films sobre la dramaturgia del autor y, además podríamos decir que un gran número de producciones que pueden tener su origen en obras míticas del autor, pero que en manos de ciertos cineastas como, por ejemplo, Peter Greeneway, son pretextos para su propia creación. En otros casos, son inspiraciones para musicales como West Side Story, con el fondo de Romeo y Julieta, o El rey León, una mezcla referencial entre la Biblia y Hamlet y, también, la española Los tarantos de 1963 y dirigida por Francisco Rovira Veleta. En films más convencionales aparece, de un modo u otro, el texto dramático de Shakespeare en Laberinto envenenado, basada en Otelo, de Tim Blake Nelson, Romeo debe morir (2000), dirigida por Andrzej Bartkowiak, Trono de sangre (1957), inspirada en Macbeth, de Akira Kurosawa que también rodó Ran (1985), basada en Lear, la película de ciencia-ficción Planeta prohibido (1956) de Fred M.Wilcox, Hamlet va de viaje de negocios (1987) de Aki Kaurismäki, Buscando a Richard (1996), un excelente experimento de Al Pacino, Mi Idaho privado de Gust Van Sant, basada en Enrique IV o Vuelvo a casa de Manoel de Oliveira con el fondo de La tempestad y el afamado Shakespeare in love de John Madden (1998), pero con guion del gran autor Tom Stoppard.

Todas estas películas entrarían de lleno en lo que especificaba como trabajo de dramaturgia de los propios directores a partir de la obra shakespeariana. Lógicamente, podríamos pensar que, de vivir el Bardo en la actualidad sería uno de los autores literarios más ricos económicamente, gracias a sus derechos de autor. Junto a estos films inspirados en sus argumentos existen otros cientos que siguen más fielmente la estructura teatral y que, sin embargo, son obras maestras del propio cine. Entre la selección más importante, personalmente, elegiría estas cinco:

–Campanadas a medianoche (Falstaff), de Orson Welles (1965).

–El sueño de una noche de verano, de Max Reinhard y William Dieterle (1944).

–Julio César, de Joseph Mankiewicz (1953).

–Rey Lear, de Peter Brook (1969).

–Macbeth, de Orson Welles (1946).

Por supuesto que hay muchas más y no podemos olvidar las direcciones de Kenneth Branagh, Roman Polanski, Laurence Olivier, Grigori Konzintsev, Franco Zefilleri, Trevor Nunn o George Cukor. Significativamente muchos de estos realizadores fueron y son también directores de teatro, por lo que el tránsito de la escena a la pantalla resulta mucho más reconocible que los múltiples experimentos realizados “a partir de la obra original”.

Si la presencia del Bardo en los escenarios del mundo no ha dejado de ser fuente constante de la diversidad de miradas que producen sus grandes obras, no podemos extrañarnos de que siempre haya levantado un enorme interés en creadores y productores cinematográficos. Al fin y al cabo, todos los clásicos como ya he dicho, a partir de un cierto momento, están libres de derechos de autor.

En este recorrido por las adaptaciones al cine de los clásicos no podía faltar la referencia al gran teatro de los clásicos griegos, aunque curiosamente tampoco pueden competir en cantidad con las adaptaciones del teatro isabelino.

Si bien ya tenemos muestras fílmicas en adaptaciones del año 1908 de obras como Edipo y Prometeo, o un Edipo Re de 1910 de Giuseppe de Liguoro, la adaptación que Campanadas a medianoche. Orson Welles hizo, en 1991, Theo Frenkel o las interesante incursiones del griego Demetris Gaziadis, casi tenemos que pasar a los años cincuenta para encontrar títulos como Edipo Rey en un famoso director y pedagogo del teatro norteamericano, Tyrone Guthrie, que rueda su versión en 1957. La Antígona de Yorgos Javellas, en 1961, con la gran actriz Irene Papas, en el 1968, Philip Saville con Christopher Plummer, Orson Welles y Lili Palmer en el reparto, la decepcionante Los caníbales (1970) de Liliana Cavani o la extraordinaria experiencia que a partir de la versión de Bertolt Brecht / Hölderling que hicieron los cineastas Jean Marie Straub y Danielle Huillet, rodada en planos estáticos en el marco de las ruinas de Segesta (Sicilia) en el año 1992. También ha sido el trabajo de Michael Cacoyannis el que ha tenido un discurso creativo muy importante sobre los clásicos griegos, bien con sus adaptaciones o bien con películas que contienen la pulsión de esas tragedias. Entre sus títulos Ifigenia (1997), Las troyanas (1971) o Electra (1962).

Pero si hay un cineasta emblemático del siglo xx que supo captar en sus films y en sus obras teatrales toda la fuerza metafórica de la tragedia clásica, ese es, sin duda, Pier Paolo Pasolini. Hombre de cultura todo terreno, transitó por la literatura, el periodismo, la poesía, el teatro y el cine, creando una obra de enorme personalidad y clave para entender una parte del siglo xx. Sus dos obras cinematográficas, por excelencia, basadas en clásicos fueron Edipo Rey (1967) con Silvana Mangano y Medea con María Callas (1969), aunque también tiene una película, casi experimental, que tituló Apuntes para una Orestiada africana en 1970.

Como tantos artistas que murieron de manera convulsa y en edad de total madurez, no sabemos hasta donde habría podido llegar Pasolini en sus diversas incursiones en los lenguajes artísticos. Lo que queda claro es cómo en sus películas, tanto en las de inspiración clásica, como en las que abordó temas contemporáneos, la pulsión de la catarsis y la anagnórisis, propia de la tragedia griega, está totalmente presente en su realización. La belleza de las imágenes, la calidad de sus intérpretes, el equilibrio entre tradición y modernidad nos muestran una posible vía de seguir adaptando los clásicos a las pantallas de hoy, aunque estas estén más preocupadas de los shows tecnológicos o las comedias banales. ¿Se acuerdan de ese prodigio de comedia que es To be or not to be, de Ernst Lubisth, rodada nada menos que en 1942?

Y ya, para terminar, intentaré hacer algunas reflexiones propias sobre esta relación, siempre intensa, pero también siempre inquietante, entre cine y teatro.

  1. Cuando el cine pasó de ser una atracción de barraca de feria a espectáculo de masas, nuevamente se habló de la muerte del teatro, pero pronto se fijan en la representación teatral y sus obras como fuente de inspiración.
  2. Muchos de los pioneros, fundamentalmente europeos, que se van incorporando a la industria cinematográfica provienen del teatro, tanto directores, actores como autores.
  3. Esa influencia teatral, quizás solo rota por las vanguardias histórica hizo que muchas películas durante una época parecieran teatro filmado.
  4. Con las aportaciones de las técnicas de Artaud, Einsestein, Vertof, Kozintsev, Meyerhold, Piscator o Brecht, más las de la nómina de expresionistas alemanes el lenguaje del cine va adquiriendo una especificidad de lenguaje que lo que produce es una influencia decisiva en la puesta en escena teatral, es decir, un claro mestizaje entre ambos lenguajes.
  5. De alguna manera ha existido una tendencia, a partir de los años 60, de aspirar a una especie de “sueño eterno” por el que los directores de teatro quieran volcar sus experiencias escénicas como si fueran una película.
  6. Definitivamente, toda la dramaturgia contemporánea está atravesada por la influencia del guion cinematográfico y sus diferentes técnicas narrativas.
  7. Las puestas en escena actuales deben al concepto de iluminación del cine muchos de sus hallazgos. Por ejemplo, en el modo de crear espacios simbólicos o metafóricos solo a partir de la luz.
  8. Las formas de interpretación actoral han caminado paralelas a una estilización continua del modo de encarar la construcción de un personaje.
  9. En su relación con los clásicos adaptados a la pantalla podemos hacer una clara referencia a estos temas propuestos:

a) Los clásicos son utilizados en un primer momento como una adaptación simple del tema o personaje del que tratan, sin profundizar en el lenguaje específico del film.

b) Con el tiempo se va produciendo un apoderamiento de los directores y guionistas del texto clásico para dar una propia lectura, a veces contradictoria con el texto de origen y en otras superándolo en fuerza y comunicación.

c) El propio concepto de clásico ha hecho que cada vez más se entienda este término como mucho más cercano a nuestra época, y de ese modo puede hoy parecernos tan clásico Don Quijote que Bodas de sangre o Luces de Bohemia.

Por tanto, un análisis exhaustivo de la influencia de los clásicos literarios, más allá del teatro, nos produciría un listado de vértigo.

d) Las influencias que directores y guionistas han tenido de los clásicos de toda época a veces no son detectados con facilidad, pues precisamente su articulación al lenguaje cinematográfico produce sorprendentes mestizajes.

e) La industria cinematográfica tuvo que superar bastantes prejuicios con respecto a la adaptación de clásicos por una cierta idea extendida de que los clásicos son aburridos.

f) Pienso que si hubiera más osadía y riesgo en nuestro cine español, beber de los clásicos es una oportunidad de futuro, siempre y cuando no se hagan meras recreaciones arcaicas o coartadas culturalistas.

Tomado de: Quaderns de cine

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Invitación de boda: Masculinidades en el prisma

Por Álvaro Guerrero

El retrato que Annemarie Jacir hace de dos masculinidades en conflicto latente es abordado en su conjunto con el valor igualmente común de lo entrañable, algo fácil de esperar, pero en cuyo grado de alcance o éxito radica la dificultad y el tamaño del logro poético. Jacir filma a sus seres dejándoles la oportunidad de mostrarse en lo que son, no tanto en lo que puedan llegar a aparentar.

El ciclo de cine “Hecho por mujeres” partió con Invitación de boda, de la realizadora palestina Annemarie Jacir, quién ya cuenta con cinco largometrajes en el cuerpo, siendo este su último estreno, del año 2017. Leo que Jacir, además de cineasta, es poeta, lo que inmediatamente —sin prejuicio, claro está, de lo extensa que pueda ser la lista— me retrotrae, a vuelo de pájaro, al recuerdo de dos cineastas italianos extremadamente polémicos, aunque por motivos bien diversos: Pasollini y Bertolucci; ambos poetas laureados, en particular el primero, cuyos poemas ilustran volúmenes literarios que pueden encontrarse, no con facilidad, en algunas librerías de Santiago. Se trata de dos cineastas que a pesar de sus diferencias comparten dos rasgos comunes: la preocupación por la innovación en las formas y el juego hacia los límites de aquello que puede ser representado, en particular en la relación de la libertad y el sexo como expresión pura del cuerpo. Guiándome solo por esta película, Jacir no parece interesada en lo absoluto en ninguna de esas facetas o desafíos de la estética y poética cinematográfica.

Como he señalado, desconocía el cine de Annemarie Jacir hasta que vi esta película, por ende solo me guío por esta experiencia para apreciar su capacidad visual a la hora de presentar y representar seres y situaciones humanas, que es lo único, y no es poco, que parece importarle, al menos en un primer plano. Seguimos viviendo en tiempos de fragmentación, de búsqueda de la identidad, de relatos a microescala, y ahí es donde opera la mirada de Jacir, al nivel del transeúnte que camina desde su casa y tarde o temprano (dentro del día) retornará a ella sin épica, que oculta más o menos lo que cualquier otro u otra, que se funde en suma con la idea de sujeto común. Aquí la poesía, por ende, es la que apunta y, sobre todo, avala a dicho sujeto, la que le sirve de sostén por encima de la necesidad de explicarlo a cabalidad.

Esta es una historia familiar como todas las películas sobre la preparación de una boda, pero como telón de fondo, ya que en este caso la figura de la familia se concentra en primer plano en el retrato de dos hombres, el padre Abu y el hijo Shadi. Este último ha viajado desde Italia, donde reside desde hace años con una vida que todo indica no desea abandonar ni cambiar por nada del mundo. Durante el transcurso de un día (de la mañana al primer crepúsculo de la tarde) se trasladan en automóvil por las calles de Nazaret en lo que se constituye como tradición local a la hora de repartir las invitaciones a la boda, la de Amal, hija de Abu. En ese tránsito permanente y breve por cada estación de paso, Shadi y Abu vivirán situaciones ancladas en la más pura y dura cotidianeidad junto a familiares, amigos o simples conocidos, donde todo, absolutamente todo, aspirará al rango de lo llamado común, del sentido común que puede y tal vez debe sublimarse narrativamente en cierto humor constantemente tañido de fragmentarias emociones.

El retrato que Annemarie Jacir hace de dos masculinidades en conflicto latente es abordado en su conjunto con el valor igualmente común de lo entrañable, algo fácil de esperar, pero en cuyo grado de alcance o éxito radica la dificultad y el tamaño del logro poético. Jacir filma a sus seres dejándoles la oportunidad de mostrarse en lo que son, no tanto en lo que puedan llegar a aparentar. Después de todo se trata del reencuentro de un padre con su hijo en función de la boda, todo matizado con un elemento familiar que podría estructurar el relato: la madre, mujer que ahora vive en Estados Unidos y cuya ausencia se debe a una posible infidelidad en el pasado y al hecho posterior de haber rehecho su vida, y de quien, en suma, es incierta su asistencia a la boda debido al estado clínico terminal en que se haya su actual esposo. Este hecho puede sorprender a primera vista, por tratarse de una cultura tradicional generalmente considerada como machista, y no debería leerse sin olvidar la importancia que la cineasta palestina logra, a partir de él, constituir alrededor de estas dos masculinidades arrojadas a su propia y algo forzosa intimidad.

En ese último plano, sin embargo, es donde Jacir construye más bien el centro y sentido de su filme, una poesía de la amistad fracturada por las historias particulares y sociales propias de la realidad palestina dentro del estado de Israel. Que la madre viaje o no, resulta importante para la consumación real y feliz de la boda, pero su ausencia, más allá de un posible gesto de sorpresa, sirve para dejar a estos dos hombres enfrentados contra otra ausencia mucho más poderosa: la de la libertad de los palestinos puesta en cuestión desde la cuna a la tumba dentro del estado de Israel. Ese es el eje que ha distanciado a estos dos seres, tanto física como simbólicamente, sin que ninguno de ambos haya resultado ni remotamente integrado a la obligatoria condición de sumisión que reconocen y resienten de forma diversa.

De tanta cotidianeidad filmada en clave de sencillez, Invitación de boda puede correr el riesgo de tornarse algo pueril en las constantes microsituaciones de un guión donde descansa fundamentalmente la propuesta. Poco, eso sí, puede reprocharse a la dirección de actores, en especial de padre e hijo, y que además comparten esa condición en la vida real. Abu y Shadi (Mohammad y Saleh Bakri), dan vida fresca, natural, a una serie de momentos que transitan entre la nada y la vida, y el hilo muy tenso que equilibra ambos lugares puede correr el riesgo de ir representativamente (filmicamente) solo hacia un algo que está ahí más que nada por estar, porque ha de haber vida, sobre todo ante la injusticia. El clímax y la resolución final se juegan todo el acento de esta disyuntiva. Si es ya demasiado tarde como para consumar algo más poéticamente poderoso, será una pregunta válida para la galería.

Tomado de: El Agente. Críticas de cine

Tráiler del filme Invitación de boba (Palestina, Colombia, Noruega, Francia, Alemania, 2017) de Annemarie Jacir

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Hermína Týrlová: Magia cotidiana

Hermína Týrlová, cineasta checa

Por Héctor Oyarzún

Después de la Segunda Guerra Mundial, la animación checa se estableció como una de las más importantes del mundo. Su nivel de producción y avances técnicos la convirtieron, posiblemente, en el estudio que mejor le hacía frente a la calidad técnica de la producción de Disney en Europa a comienzos del siglo, incluso al nivel de la Soyuzmultfilm soviética durante sus mayores años de gloria. Por lo general, esta proliferación animada se atribuye a la centralidad de la figura de Jiri Trnka y su dirección de la división de marionetas del Estudio de Animación de Praga. La animación con marionetas (o puppetry) existe desde antes del impulso checo, pero fue gracias a Trnka y su equipo que sus normas de producción se estandarizaron hasta alcanzar su madurez.

Sin embargo, fuera de la capital checa existían otras innovaciones en el stop motion en paralelo, o incluso antes, a la sofisticación en el uso de muñecos de Trnka. En la pequeña ciudad de Zlín, las animaciones de Karel Zeman y Hermína Týrlová desarrollaron otro camino posible para las marionetas y el stop motion. Como comentó alguna vez Týrlová, la predilección por los muñecos en Checoslovaquia se entendía casi como un paso natural desde la larga tradición del teatro de marionetas en el territorio. Antes de empezar sus primeros cortometrajes, Týrlová ya había desarrollado comerciales para televisión con la técnica de animar muñecos. Al no manejar todavía un proceso estándar, Týrlová ha relatado cómo los alambres de los cuerpos resistían un número limitado de movimientos, por lo que los primeros intentos la obligaron a aprender a soldar y a reparar los accidentes en medio del proceso animado. Ya estando dentro de los Bata Studios en Zlín, Týrlová produjo La hormiga Ferda (1944), hito de la animación checa que alcanzó reconocimiento internacional inmediato.

A medida que la carrera de Týrlová evolucionó, el interés por los posibles objetos a animar se empezó a diversificar. A diferencia de Trnka que continuó desarrollando la animación con muñecos, Týrlová, quién dirigió casi la totalidad de su trabajo expresamente a público infantil, pensaba que el hecho de ver objetos cotidianos moverse podía encantar a los niños tanto con el lenguaje animado como con el elemento mágico de los cuentos de hadas. Durante las décadas siguientes, Týrlová empezó a animar diferentes objetos cotidianos como pañuelos, prendas de ropa, canicas o sobres de carta, mezclándolos a veces con personajes humanos en live action, algo que animadores checos de segunda generación como Jan Svankmajer repetirían en su obra posterior.

Casi tres décadas después de sus innovaciones en el terreno de la animación con muñecos, Týrlová alcanzó uno de sus períodos de mayor productividad y experimentación durante de la década del 60. La posibilidad de mezclar elementos y estilos de animación se convirtió en uno de sus métodos principales después de El nudo en el pañuelo (1958), donde un pañuelo y distintos tipos de tela protagonizan la historia. Este deseo de ver elementos comunes en movimiento se expresa con mayor claridad en La carta curiosa, el ambicioso viaje de una carta que decide salir de su buzón.

Desde la presentación, Týrlová juega con la idea del movimiento mágico a través de la sugerencia de que un objeto podría moverse mientras no lo vemos. Combinando planos live action desde el interior y el exterior de un buzón de cartas, en el momento en que el plano vuelve al interior del buzón podemos ver a la carta protagonista moverse sola desde dentro. Además de esta combinación con imágenes live action (incluyendo un segmento paralelo no animado en el que un niño espera la carta), Týrlová combina sutilmente momentos de pixilación (animación stop motion con seres humanos) para las interacciones de la carta con el mundo humano. A diferencia de otros relatos de Týrlová, generalmente sencillos, La carta curiosa también destaca por su ambición, incluyendo viajes en avión y momentos de anarquía en los que la carta llega a desordenar la oficina de correos.

En un relato bastante más sencillo, Canica se dedica a presentar una serie de animales de madera pintada compitiendo por una canica. Más cercano al estilo de Evelyn Lambart, el argumento parece una excusa para desplegar posibilidades de diseño y movimiento de una fauna diversa. Jugando con la sencillez de las figuras geométricas, las articulaciones de los animales son separadas por pequeñas esferas, mientras que los cuerpos pueden ser pelotas de distintos tamaños (como con el gato y el león) o una variedad de formas rectangulares y circulares (como con el cocodrilo y el elefante). Gran parte de la gracia de Canica está en cómo cada animal tiene su propio momento de presentación, lo que implica también una escena para enseñar el diseño y movimiento particular de cada animal.

Este foco en el cuerpo y la forma de cada animal también se potencia por la sencillez con la que Týrlová apenas agrega detalles al suelo o los fondos. Apenas con un color y juegos de luces, los animales parecen flotar en un espacio abstracto, algo que potencia el aspecto atemporal de esta nueva versión del cuento de hadas que Týrlová explícitamente quería materializar.

Tomado de: El Agente. Críticas de cine

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La colmena (1982), de Mario Camus

Por Enrique Fernández Lópiz

Gran novela, excelente película y fiel retrato de la posguerra

Hace muchos años leí la excepcional novela de Camilo José de Cela de título La colmena. Novela que por la censura sólo pudo publicarse en 1951 en Buenos Aires y que, finalmente, con la anuencia de Manuel Fraga, se editó en España en 1955. A mí me cautivó esta obra, considerada entre las mejores novelas españolas del pasado siglo.

En la novela y en la película el encuadre donde se suceden los acontecimientos es el Madrid de 1942, durante tres días que ni siquiera son correlativos en el tiempo. En la historia, con un verismo radical, Cela dibuja la realidad social de aquella época de posguerra, adoptando un punto de vista objetivista.

La obra recorta mucho y selecciona dentro del inmenso conjunto de personajes y situaciones que abarca. En el filme, apenas aparecen unas decenas de los más de trescientos personajes de la novela. Y entre estos, apenas figuran las clases más acomodadas, ni tampoco cobra relieve la clase obrera o los sectores marginados.

Predomina la clase media baja y la pequeña burguesía venida a menos. Son gentes en una situación difícil, inestable, con un futuro incierto y que viven viéndolas venir, «a salto de mata», como suele decirse: al día. Sus aspiraciones e ilusiones son falaces.

Sus miradas «jamás descubren horizontes nuevos», y su vida, como luego transcribiré al final de estos comentarios en palabras del propio Cela, es una «mañana eternamente repetida». Personajes, en definitiva, transitando por «caminos inciertos».

Camilo José Cela escribe en el prólogo a la primera edición de la novela: «La colmena no es otra cosa que un pálido reflejo, que una humilde sombra de la cotidiana, áspera, entrañable y dolorosa realidad, (…) no aspira a ser más que un trozo de vida narrado sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vida discurre, exactamente como la vida discurre. Queramos o no queramos. La vida es lo que vive —en nosotros o fuera de nosotros—; nosotros no somos más que su vehículo, su excipiente como dicen los boticarios. (…) Su acción discurre en Madrid, en 1942, y entre un torrente, o una colmena, de gentes que a veces son felices, y, a veces, no».

Fiel al espíritu de la novela, Mario Camus, fallecido hace muy poco y a quien quiero humildemente homenajear con estas palabras sobre su excepcional filme, consiguió una genial película costumbrista de aquella época, con una magnífica ambientación. Se trata de un cine ponderado, minucioso, de precisa puesta en escena, realizado con maestría soberbia y una depurada técnica a todo nivel.

Y, sobre todo, con tres puntos de apoyo que soportan con genialidad este proyecto. El primero, por supuesto, su excelente dirección. De otra parte, un guion muy bueno de José Luis Dibildos, con la ayuda de Cela, que hace una adaptación ejemplar, soberbia y admirable de esta novela de nuestro Nobel de Literatura en 1989.

El otro puntal es un elenco actoral extenso y de primer nivel donde todos, actores y actrices, hacen papeles memorables que ya quedan en el recuerdo del buen cinéfilo. Que todos los actores sean de primera línea se fundamenta en que al ser tantos los personajes que intervienen, de no haber sido interpretados por figuras estelares, la trama habría podido parecer una maraña de personajes confundibles. Mientras que, de esta manera, todos los roles son asociados a un actor o actriz grande, por lo que todos los personajes quedan identificados.

Participaron, y tal vez me olvide de alguno: Luis Escobar, Charo López, Fiorella Faltoyano, Concha Velasco, José Sacristán, Emilio Gutiérrez Caba, Mary Carrillo, José Luis López Vázquez, Francisco Rabal, José Sazatornil, Francisco Algora, Elvira Quintillá, Luis Ciges, Agustín González, Antonio Resines y María Luisa Ponte (impresionante), además de otros que empezaban a destacar, como Imanol Arias, Victoria Abril y Ana Belén, y ¡hasta el mismísimo Cela tiene su papel como el singular inventor de palabras!

Tiene el filme una excelente música del egregio Antón García Abril, y una fotografía de Hans Burmann, tenue y amarillenta, que casa a las mil maravillas con la historia y el momento.

La obra de Camus obtuvo nada menos que el León de Oro del Festival de Cine Internacional de Berlín en 1983, hace ya cerca de cuarenta años.

Si la novela me impresionó, la película, cuando la vi hace años, me llenó, y vista hace poco, volvió a gustarme igual, dándome la impresión de que Camus no ha envejecido, que sigue vigente con este filme y tantos otros entre los que cabe destacar otra película grande y multipremiada, adaptación de la novela de otro insigne novelista español, Miguel Delibes: el filme Los santos inocentes (1984), otra de las grandes películas de nuestra cinematografía.

O sea, que ver ahora La colmena es revisar nuestra reciente historia. Justo cuando decimos estar en crisis (lo cual nadie duda): ¿qué diríamos entonces de aquel panorama posterior a nuestra contienda civil que nos presentan Cela-Camus en este retablo, reflejo y espejo de esa época de miseria a todo nivel?

En la historia, una colmena de personajes cuyo epicentro es el café de Doña Rosa (que en otra época fue cementerio, pues las mesas de mármol son lápidas, lo cual descubre el pobre grupo de poetas que allí se reúnen). No sólo se describe la escasez de recursos económicos de los clientes hasta para tomarse un mísero café, sino también, con esta metáfora audaz de las lápidas, retrata la situación del momento, que hace buenas las palabras del gran Dámaso Alonso cuando escribió en una noche de insomnio de 1940: «Madrid es una ciudad de un millón de cadáveres.» Me permitiré transcribir este poema al final de esta crítica, pues creo que viene enteramente al caso.

Principalmente, esta película narra con un descarnado humor, la situación económica, política y social de la época. Una especie de soberbio y preciso documento histórico, como lo es la novela de Cela, si bien la obra literaria es insustituible; o sea, recomiendo su lectura, más allá de que se visione esta gran película.

Al final de la cinta, en boca de Teófilo Martínez, locutor, actor, y una de las mejores voces españolas del siglo XX, se declaman unas líneas de la novela de Cela, donde se dice:

«La mañana sube, poco a poco, trepando como un gusano por los corazones de los hombres y de las mujeres de la ciudad; golpeando, casi con mimo, sobre los mirares recién despiertos, esos mirares que jamás descubren horizontes nuevos, paisajes nuevos, nuevas decoraciones.

La mañana, esa mañana eternamente repetida, juega un poco, sin embargo, a cambiar la faz de la ciudad, ese sepulcro, esa cucaña, esa colmena…

¡Que Dios nos coja confesados!»

Es una película para conocer y tener una más justa apreciación del presente, nos conviene entender cómo fue nuestro pasado no hace tanto tiempo. Digo esto pensando sobre todo en los más jóvenes, los de cuarenta para abajo. Y de paso subrayo mis condolencias por la pérdida de este gran director y escritor de la generación de lo 50 que fue Mario Camus. Descanse en paz.

Y como prometía en líneas precedentes, ahí va esta poesía rebelde, desgarradora, angustiosa e inconformista con la época de posguerra de la obra de Dámaso Alonso: Hijos de la ira (1944). Va este poema de título Insomnio. A Camus le habría gustado releerlo.

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres

(según las últimas estadísticas).

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,

y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.

Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.

Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,

por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,

por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.

Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?

¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,

las tristes azucenas letales de tus noches?

Dámaso Alonso, 1944.

Tomado de: Encadenados

Tráiler del filme La colmena (España, 1982), de Mario Camus

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Dalton Trumbo y la dignidad de Robert Rich: la trama de persecución ideológica que sacudió a Hollywood

Trumbo estuvo once meses en prisión.

Por Juan Pablo Csipka

Octubre de 1960. Se estrena Espartaco, la película protagonizada y producida por Kirk Douglas sobre la revuelta de los esclavos contra Roma. Es una superproducción dirigida por Stanley Kubrick y con un elenco de lujo que incluye a Laurence Olivier, Tony Curtis y Charles Laughton; y está basada en la novela de Howard Fast (en la que aparece la frase “Volveré y seré millones”). En los créditos se lee el nombre del guionista. Para algunos pasa desapercibido, para otros, no. Hace más de diez años que ese nombre no se ve en pantalla. El plano con el nombre de Dalton Trumbo es la imagen que termina con la lista negra en Hollywood.

El macartismo entra en escena

El guionista que resumió en su caso el efecto del macartismo en el cine había nacido en Colorado en 1905. Trabajó como periodista antes de llegar a Hollywood. En 1939 apareció su novela Johnny tomó su fusil, un manifiesto antibélico. Un año después se estrenó Kitty Foyle, por la cual fue nominado al Oscar. De a poco, ganó posiciones como uno de los guionistas mejor pagos. Hacia 1943 se afilió al Partido Comunista y estuvo en el Pacífico como corresponsal de guerra. En 1946, escribió un artículo titulado “La amenaza rusa”, que se publicó en Script Magazine. Era un texto crítico de la agresividad del gobierno de Truman hacia la Unión soviética. «Si yo fuera ruso me alarmaría y pediría a mi gobierno que tome medidas de inmediato contra lo que parecería un golpe casi seguro dirigido a mi existencia”, dice en un pasaje.

El creciente anticomunismo en Estados Unidos ya veía a Hollywood como un nido de rojos. 1947 fue el año clave. El Congreso formó el Comité de Actividades Antinorteamericanas, presidido por John Parnell Thomas, un duro que a los pocos años de la fiebre anticomunista caería en desgracia por delitos de corrupción. Su sucesor fue el senador Joseph McCarthy.

El Comité sacó a flote lo peor de los testigos, que iban a declarar a sabiendas que serían encausados por desacato si, bajo juramento y ateniéndose a la Primera Enmienda (norma constitucional que protege en los Estados Unidos el derecho de reunión, de libre profesión de culto y de expresión), se negaban a declarar (derecho también contemplado por la Quinta Enmienda, que protege contra la autoincriminación). En un país donde se proclama que la ley está por encima de los hombres, el Comité pisoteaba esas enmiendas constitucionales.

Once hombres, entre guionistas, directores y productores, se negaron a dar nombres. En octubre de 1947, el Comité decidió encausarlos por obstruir su labor. Uno de los once era Bertolt Brecht, que se fue a Suiza un día después de declarar. Los otros, los llamados Diez de Hollywood, tendrían el triste privilegio de integrar la primera lista negra. Eran Alvah Bessie, Herbert Biberman, Lester Cole, John Howard Lawson, Albert Maltz, Samuel Ornitz, Adrian Scott, Edward Dmytryk, Ring Lardner Jr. y Dalton Trumbo.

Comienzan las delaciones

El establishment de Hollywood se plegó a la acusación de desacato: en una reunión en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York, los jerarcas de los estudios anunciaron que no contratarían a los acusados hasta tanto no demostraran su inocencia; es decir, que no tuviesen vinculaciones con el Partido Comunista. Bajo la presidencia de McCarthy, el Comité tuvo su apogeo para 1952, con cientos de personas que pasaron a integrar la lista negra.

El director Edward Dmytryk, que integró la primera lista negra, cedió a las presiones y, deseoso de recuperar su carrera, testificó ante el Comité en 1951, confirmando las adhesiones izquierdistas de 26 personas ligadas al mundillo de Hollywood, entre ellas, tres guionistas que estaban con él en la lista original: Lawson, Maltz y Scott. Según el director, estos lo incitaban a incluir mensajes izquierdistas, abierta o subliminalmente, en sus películas. Ninguno de los tres volvería a trabajar tras el testimonio de Dmytryk, de acuerdo a la alianza de los estudios con Washington. Maltz se las rebusco, como se estiló hacer entre los exonerados, con un seudónimo, y fue así que escribió el guión de El manto sagrado en 1953.

Si Dmytryk actuó por el ansia de recuperar su carrera, se puede decir en su descargo que se quebró a los cuatro años de ser incluido en la lista negra y que no tenía el convencimiento de Adolphe Menjou. El veterano actor (el maquiavélico general que pivotea entre la hombría de bien de Kirk Douglas y el fanatismo de George Macready en La patrulla infernal) fue gustoso a prestar testimonio. Agregó el declarante: “Yo cazo brujas si las brujas son los comunistas. Soy enemigo de los rojos. Si quieren ser comunistas, que se vayan a Rusia”. Fuera del Congreso, Humphrey Bogart y Lauren Bacall (que presenciaron el testimonio de Trumbo), junto a otros actores formaban el Comité en defensa de la Primera Enmienda, en apoyo a los expulsados del sistema.

El caso Kazan

“Yo cazo brujas”, dijo Menjou. De ahí a Las brujas de Salem de Arthur Miller hay un paso. Su drama sobre la fiebre inquisitorial iba a estar directamente basado en McCarthy y sus acólitos. Consagrado desde el estreno de Muerte de un viajante, Miller debió testificar. No dio un solo nombre y se le retiró el pasaporte. Lee Cobb, el actor que hizo de Willy Loman en el estreno de Muerte de un viajante se quebró y dio una veintena de nombres.

Elia Kazan declaró en el apogeo del Comité, en 1952, y dio los nombres de personas vinculadas a pequeños grupos teatrales con los que había trabajado casi 20 años antes. Hacía mucho que no tenía noticias de varios de ellos, y sin embargo los nombró. Miller le quitó el saludo para siempre. Kazan respondió desde el cine en 1954 con Nido de ratas, un dramón en el que Marlon Brando se quiebra y delata las actividades ilícitas de un grupo de mafiosos en el puerto de Nueva York. Orson Welles diría en Francia en 1982 que «Kazan es un traidor» y que la película glorificaba la delación.

El guión de Nido de ratas era obra de Budd Schulberg, otro delator. Kazan se equiparaba con el boxeador semi analfabeto de Brando que apenas podía distinguir el bien del mal. Del mismo modo, los izquierdistas ilustrados pasaban a la categoría de rufianes que explotaban a los obreros portuarios. Cobb, el humillado Willy Loman de Miller, el que mandó al frente a 20 personas para salvar su carrera, personificó al líder de la banda delatada por Brando. Por si fuera poco, como apoyo moral al personaje de Brando, hay un cura católico en la piel de Karl Malden que lo insta a testificar. ¿Quién podía contradecir los consejos de un sacerdote acerca de qué es correcto y qué no lo es? Casi medio siglo más tarde, al recibir el director un Oscar honorario en 1999, las heridas no habían cicatrizado: la mitad de los asistentes no se levantó a aplaudir de pie a Kazan; muchos optaron por quedarse en sus asientos cruzados de brazos.

Lardner y su testaferro

Vayamos a otro nombre de la primera lista negra: Ring Lardner Jr. Firmaba así para diferenciarse de su padre, un notable escritor satírico de los años 20. Junior era el más joven de los Diez de Hollywood: tenía 32 años cuando entró a la lista negra, y fue el último en morir, a los 85, en 2000. No dudó en continuar trabajando con varios seudónimos al quedar fuera del sistema; esto es, con el nombre prestado de otro guionista, que era el que aparecía en pantalla.

Lardner llegó a reconocer, poco antes de su muerte, que uno de esos guiones ganó un Oscar, pero que él jamás diría cuál ni reclamaría la estatuilla para sí, porque consideraba que el otro guionista, al prestarle el nombre, le había hecho un enorme favor. Con su nombre se quedó con la estatuilla por el guión de MASH, de Robert Altman, en 1970. Al subir a recoger el premio no hizo ninguna alusión a su pasado.

«La barbarie que se hace pasar por virtud americana»

Llegamos a Dalton Trumbo. O Robert Rich. Porque Trumbo decidió seguir escribiendo sin pedir prestado el nombre a otro colega, salvo que fuese inevitable. Simplemente pasó a firmar así, como Robert Rich, y peregrinó en el desierto durante más de una década para ver demolido, casi de un plumazo, en 1960 el sistema impuesto en 1947.

No dio un solo nombre ante el Comité. «Este es el comienzo de un campo de concentración estadounidense», fue lo último que dijo cuándo le ordenaron retirarse. Pasó once meses preso por desacato y se fue a trabajar a México. Como Robert Rich ganó un Oscar en 1956, pero no lo pudo ir a buscar sino hasta 1975, como Dalton Trumbo. Antes, había escrito el guión de La princesa que quería vivir, que lanzó al estrellato a Audrey Hepburn. Ian McLellan Hunter fue el autor que le prestó el nombre. El guion recibió un Oscar, oportunamente recibido por Hunter, hermanado luego con Trumbo en la lista negra. En los 90, se hizo público que había sido su testaferro y se cambiaron los créditos de la película, así como hubo una estatuilla entregada a la viuda de Trumbo, fallecido en 1976.

El calvario del guionista tuvo alcance global con la biopic que protagonizó Bryan Cranston en 2015. Antes, fue el tema de Trumbo, el documental de Peter Askin que recrea las cartas de éste en las voces de Michael Douglas y Liam Neson, entre otros, así como a través de los testimonios de sus hijos y viejas entrevistas a éste. Hay momentos tocantes, como la carta a la madre de Ray Murphy, un joven testaferro de Trumbo que murió repentinamente, y en la que el libretista recuerda la época de ambos en el Pacífico, justo antes de empezar a actuar en campañas antifascistas que lo llevaron a ser citado por el Comité y al desacato por acogerse a las enmiendas.

Askin recrea en el documental la carta que Trumbo envió al director de la escuela de Los Ángeles a la que concurría su hija tras regresar de México. La niña fue literalmente segregada al saberse que su padre estaba en la lista negra. “Según creo, la Asociación de Padres y Maestros y los defensores de los alumnos han celebrado reuniones secretas a fin de hablar del carácter de la señora Trumbo y del mío y sobre qué hacer con nosotros. Mitzi, que empezó el curso con muchos amigos, lleva tres meses siendo el objeto de la mofa, el escarnio y el odio de los que más quería. Las pequeñas conspiraciones de los niños dirigidas contra ella se inspiran en secreto en las de los padres, y está siendo silenciosa e incesantemente perseguida y boicoteada y evitada durante toda la jornada escolar. Este lento asesinato de la mente, del corazón y del espíritu de una niña es el orgulloso resultado de las reuniones patrióticas celebradas por algunos padres y patrocinadas por la Asociación de Padres y Maestros y los defensores de los alumnos. Me gustaría que vieran lo apropiada y valientemente que nuestra hija trata de librarse del desconcierto de su primer encuentro con la barbarie que se hace pasar por virtud americana. Una barbarie que comenzó en su escuela entre alumnos”.

Fue en esa época cuando Trumbo escribió el guión de The Brave One (El niño y el toro, Irving Rapper, 1956), un drama taurino ambientado en México sobre un niño campesino que quiere evitar que el novillo con que se ha encariñado sea usado en las corridas por un famoso torero. Una especie de Platero y yo trasladado a la tauromaquia. El film le valió el Oscar a Robert Rich, que no asistió a la ceremonia. Al día siguiente aparecieron seis personas del mismo nombre, registrados en el sindicato de guionistas, que reclamaron el premio. La incógnita era total, y la Academia de Hollywood inició un sumario. Sin embargo, era un secreto a voces que Rich era Trumbo. El guionista no confirmaba ni negaba la autoría.

Espartaco como yo colectivo

En otra de las cartas que Askin recrea en su documental dice Trumbo, al saber de la candidatura al Oscar por el guión de The Brave One: “El propio nombre, Robert Rich, se presta magníficamente a hacer bromas, y podría ser incluso la invención de un bromista. Pero, no obstante, contiene, como en todo buen chiste, un elemento esencial de tragedia, u horror, o desgracia, o destino terrible. Robert Rich es el artista desconocido. Es el fugitivo estadounidense de nuestro tiempo. Y tengo el propósito y la determinación de que su nombre se recuerde como símbolo de esta deshonra nacional mucho después de que la propia lista negra haya sido destruida”.

En 1960 se derribó el muro de silencio impuesto por la lista negra. Testimonia Kirk Douglas en el documental de Askin que cuando uno llega casi a los 90 años, como él en ese momento (murió a los 103), mira hacia atrás y analiza qué cosas lo enaltecen, en su caso se le infla el pecho de orgullo por haber contratado a Trumbo para escribir Espartaco. Douglas decidió que Trumbo figurara en pantalla. Por primera vez en más de una década, el nombre de Trumbo aparecía en los créditos de una película. Dos meses más tarde se estrenó Éxodo, de Otto Preminger, otro film escrito por Trumbo, y en el que también se ve su nombre en pantalla. No hubo represalias y fue el fin de la persecución: se podía volver a trabajar en Hollywood.

Una escena de Espartaco era mucho más que un guiño a lo que había pasado. Los romanos aplastan la rebelión de los esclavos. Craso, el general que personifica Laurence Olivier, quiere al cabecilla. Hace saber a los prisioneros que evitarán la crucifixión si identifican a Espartaco. La vida a cambio de la delación. Kirk Douglas se apresta a dar un paso al frente, pero sus compañeros proclaman, como un solo gran yo colectivo: “¡Yo soy Espartaco!”.

Trumbo nunca acusó públicamente a nadie por haberlo incriminado a él y a otros en el Comité. Fue siempre muy crítico del período, y llegó a decir que en el fondo todos fueron víctimas. Menos condescendiente respecto de la liviandad con que se atropelló la Primera Enmienda, reflexionó en una entrevista, anticipándose de manera profética al Acta Patriótica de George W. Bush: “Si a todo un país le garantizaran justicia, educación, salud, seguridad, en fin, todos los beneficios habidos y por haber, a cambio de entregar su libertad de expresión, me preguntó cuántas personas aceptarían. Temo decir que, en mi opinión, la mayoría diría que sí”.

Tomado de: Página/12

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La imagen

Autor: Jacques Aumont

¿Qué significa ver una imagen? ¿Cuál es la relación entre el espectador y la imagen? ¿Cómo representa la imagen al mundo real? ¿Por qué clasificamos algunas imágenes como arte? En torno a estas preguntas fundamentales, el reconocido teórico del cine, Jacques Aumont, reúne con la lucidez que lo caracteriza el conjunto de teorías y saberes vigentes sobre el tema de la imagen y los medios de comunicación y expresión. Aumont, bajo la óptica de diferentes disciplinas, aborda la imagen en sus distintos aspectos: como fenómeno de percepción, como objeto de una mirada por parte de un sujeto espectador, establece su relación con el espectador a través de un medio o dispositivo, analiza su poder como herramienta, describe sus cambios a través del tiempo y enumera las características propias que la diferencian de otros lenguajes. Con un estilo llano y alejado de los dogmas, La imagen se ha constituido como un texto de referencia no solo para estudiantes y profesionales de las artes visuales sino también para todos los interesados en la materia.

Jacques Aumont es un reconocido teórico y crítico francés de cine. Fue profesor en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales y en la Universidad de Lyon. Actualmente, enseña en la Escuela de Bellas Artes de París.

Tomado de: La Marca Editora

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