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Atacar a Nicaragua: el viejo guion

Gioconda Belli y Sergio Ramírez: En sus textos o discursos podemos medir la contaminación, tergiversación y envilecimiento en esta fase que es la más decadente de la política y la cultura imperial.

Por Sara Rosenberg

A veces, conversando con amigos y amigas supervivientes de los años oscuros del terrorismo de estado en América del sur, nos preguntábamos cómo es posible o cómo fue posible que alguna gente se virara y se sumara a los postulados de los verdugos. Una historia que se repite, que sucedió después de la segunda guerra y que está muy bien documentada en el libro “La CIA y la guerra fría cultural”, de Frances Stonor Saunders. La pregunta es ¿Se viraron realmente o siempre fueron “intelectuales” –agentes- de la clase dominante?

Es casi banal decir que hay quienes mueren con la mirada limpia y amplia como el Che y tantos otros, y hay quienes mueren sin ver ni querer ver, porque antes dejaron de ser humanos, se vendieron, se quebraron, se perdieron a sí mismos. Y se perdieron “por un puñado de dólares”, renegando de lo esencial del ser humano que es su capacidad de amar y de pensar, sentir e imaginar un mundo nuevo. A estos resulta difícil comprenderlos y hasta se queda corto explicarlo por el poderoso caballero don dinero. Han envilecido, pervertido todo en ellos: algunos la palabra, otros sus posiciones, sus poses. Son los del chiste de Groucho Marx, cuando decía: “mire, tengo estos principios, pero si no le gustan, tengo estos otros”.

En este momento de decadencia de Occidente, de barbarie programada y de una violencia bestial contra todo aquello que no acepte el sistema “democrático” capitalista, vemos como aparecen los Caín, los “bien pagaos” diría Miguel de Molina, para hacer insustanciales discursos contra su propio pueblo y para pedir sin ninguna vergüenza el crimen: piden la intervención militar de Estados Unidos y Europa para su propia tierra, en nombre —claro está— de la “democracia”.

Ha pasado en Cuba en julio, y han premiado a uno de estos caines con un lugarcito en un programa de cocina de las celebritis en la televisión española, en un país en el que según los datos de la prensa oficial, más de un millón y medio de personas están en las “colas del hambre”, que es el modo light de nombrar a los despojados por el maravilloso sistema capitalista que promueven los cainitas mientras siguen recibiendo dinero y haciendo negocios, intentando roer el tronco de una revolución socialista que ha demostrado sobradamente lo que significa el antiimperialismo y la solidaridad internacionalista.

Ha pasado antes en Venezuela, con los intentos de golpe, de magnicidio, las guarimbas y la farsa de Guaidó, que fue reconocido por varios gobiernos de Europa que aún no se han disculpado. Ha pasado con el golpe de Bolivia, que el pueblo boliviano ha sabido revertir con rapidez y como no, pasa ahora con Nicaragua.

La campaña en los medios es implacable y cotidiana, abunda la propaganda contra Nicaragua cumpliendo con el viejo guión necesario para demonizar al gobierno sandinista, pues el 7 de noviembre se celebrarán elecciones generales e indiscutiblemente, todo apunta a que el Sandinismo se alzará una vez con una arrolladora victoria. Es tan clásico el guion y las voces que se levantan para degradar las conquistas populares y los avances sociales, que una piensa que el guionista se ha quedado sin recursos narrativos, de tanto usarlos y con tan mal resultado.

Nada nuevo bajo el sol, pero al menos podrían cambiar algunas escenas para mejorar el guion. Atacar a los procesos revolucionarios y a cualquier alternativa realmente democrática (necesariamente socialista o en vía al socialismo) es y ha sido el modo de defender la “democracia representativa” occidental, sí, la que bombardea y saquea, la de la OTAN, la que invade, compra y destruye países enteros mientras apoya la sólida “democracia” israelí que no cesa de asesinar palestinos, la que compite por la obediencia a los señores de la guerra y de los bancos, la que amasa la corrupción necesaria a la ley del mercado, la que compra cuerpos y vergüenzas, como dicen los Zapatistas, la que conocemos bien, la que no habla de derechos sociales sino de necesidades del mercado. Y el mercado es para ellos ley y dios.

Y en la defensa de esta “democracia” vaciada de organización realmente democrática y de contenido, con su viejo guión apolillado, aparecen con virulencia contra Nicaragua y sus logros sociales Sergio Ramírez y Gioconda Belli, como antes lo hicieron muchos otros cada uno con su papel en el coro del desencanto y la virulencia anticomunista aderezada con la palabrita-llave “Stalin” y “totalitarismo”, cada actor en su tiempo y con su estilo propio, desde Vargas Llosa, Volpi, Krauze, Pérez Reverte, hasta tantos otros que se pronuncian y hablan sin saber en qué y cómo y en qué sentido ha avanzado Nicaragua a pesar de los pesares, de la guerra permanente y de sus propagandistas escleróticos.

Hay que saber al menos algo de historia y saber que los Estados Unidos han intervenido durante más de cien años en las elecciones y en la política interna de Nicaragua, que han desembolsado ingentes sumas de dinero y apoyos a las dictaduras antes de la llegada del Sandinismo al gobierno, que han bloqueado y promovido la guerra para evitar lo que hoy existe: un país soberano y que como tal debe ser respetado.

En el caso de Ramírez, el viraje es total. Ha envilecido, pervertido, en este caso las palabras, sus posiciones, su no —visión de las cosas y uno de sus más manidos recursos es la victimización—según el guion estipulado. Aparece un día sí y otro también en los medios para hablar mal del gobierno nicaragüense, para hacerse la víctima.

En este guion triste por lo falso y en un Occidente que retrocede cada día más, Nicaragua es un mal ejemplo porque ha logrado avanzar a pesar de las dificultades impuestas: construcción de 21 hospitales y otros en marcha, un enorme movimiento asociativo de democracia protagónica que lucha para derrotar la pobreza heredada (50% del PIB), una recuperación económica del 5,6%, educación y salud gratuitas, construcción de carretas, vivienda dignas, igualdad de derechos y participación de la mujer, seguridad ciudadana, casi el 80% de energía renovable y cobertura de más del 99, 2 % de la población… la lista es mucho más extensa y por supuesto que interesa a los pueblos y no a los sectores “intelectuales” que recitan el guión trastabillante de las grandes corporaciones del imperio.

Y es que los “democráticos” imperios, USA y la UE, saben perfectamente que no todo se resuelve con marines y con intervenciones o golpes de estado, con agentes secretos, espías, financistas y directores de empresas multinacionales, sino también por medio de otro tipo de armas, llamémosle culturales e ideológicas, que usan a guionistas, directores de cine, periodistas, revistas literarias, académicos, creadores de dibujos animados y escritores que de manera sutil, descarada o pervertida defienden el “modo de vida” del “capitalismo democrático” como si esto fuera posible y no aquello que Soros llamó —fiel a su maestro K. Popper— la sociedad abierta, es decir el neoliberalismo y el despojo de las mayorías.

Gente como los Ramírez, en el caso de Centroamérica, son hoy los voceros de las nuevas formas de penetración física y simbólica a favor del imperio y en detrimento de los movimientos de liberación y en contra de los pueblos soberanos, como en el caso de Nicaragua, Venezuela, Cuba, Bolivia o Perú. Son el ariete de una nueva y particular guerra fría cultural en América Latina, si bien no en el sentido del conflicto de bloques, sino de la utilización de la proyección cultural exterior en detrimento de sus propios pueblos. Son, en sentido estricto, traidores, renegados de su propia sociedad. Practican la cultura del apego al más burdo colonialismo, al más destructivo, como bien señalaba hace ya años Franz Fanon en “Los condenados de la tierra” o en “Piel Negras, Máscaras blancas”.

De ahí sus declaraciones de alabanzas a Europa o a Estados Unidos, de donde les viene el financiamiento, las cámaras, los premios cooptados y la denostación a América Latina y a su propia cultura de lucha y emancipación. La misma Jean Franco, habla de que uno de los cebos que el imperialismo ha utilizado para comprar a personajes como este, es la promesa de que sean reconocidos en la llamada “cultura universal”, teniendo graves consecuencias de utilizar el arte y la literatura al servicio del hegemonismo occidental y, con ello, vilipendiar las culturas nacionales o regionales. Parafraseando a Hugo Chávez: estas personas le venden el alma al diablo.

Esta gente, mediante lo que escriben o declaran se vuelven “portadores del sueño americano”, amplificado por asociaciones, ONGs, medios, plataformas, que también son cruciales en la exportación del American Way of Life y la cultura imperial.

Las armas no convencionales —culturales e ideológicas— se han desarrollado durante décadas para utilizar a estos sujetos para atacar de forma insidiosa el proceso de transformación nicaragüense que ha conseguido logros estructurales de primer orden en materia social, económica, cultural y política.

El triste papel que desempeñan es el de personificar el “rostro soft” del imperio en su lucha contra los movimientos revolucionarios en América Latina, y al mismo tiempo son el punto de intersección crucial entre el campo de la piratería intelectual y el campo político, parafraseando a Pierre Bourdieu.

En el caso de Sergio Ramírez o Belli, en su afán de ¿protagonismo? y de atacar al Sandinismo, han caído en lo más abyecto de lo que Jean Franco llama la decadencia de la ciudad letrada latinoamericana. En sus textos o discursos podemos medir la contaminación, tergiversación y envilecimiento en esta fase que es la más decadente de la política y la cultura imperial: suenan a caínes en coro para tratar de desprestigiar a los gobiernos progresistas.

Por mucho que quisieran hacerse pasar por autonomistas, como en el caso de Borges en su momento, por ejemplo, no son más que piezas dentro del circuito imperial/capitalista que financia, promueve mediante diversas formas discursos culturales “universalizantes”, cuyo fin es tratar de neutralizar la creciente influencia de la izquierda, del progresismo y los nacionalismos latinoamericanos.

Ahora bien, los hechos reales demuestran que tras las máscaras, con las que se pretenden revestir estos señores, no son más que instrumentos inflados para arremeter infructuosamente en contra de los procesos populares en América Latina, con pleno arraigo entre sus pueblos. Es el caso de Nicaragua, de ahí que la desgastada retórica y las falsedades de los Ramírez, Belli, no tengan más recorrido que las tribunas de la prensa corporativa y tarifada.

Sara Rosenberg integra la Red de Artistas, Intelectuales y Comunicadores solidarios con Nicaragua y el FSLN.

Tomado de: Revista Comuna

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Los jóvenes y el sentido de la vida en tiempos de Covid-19

Foto Damián Busto Rodríguez (Cuba)

Por Laura Domínguez García

La utopía está allá en el horizonte. Me aproximo dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte corre diez pasos. Por más que yo camine, jamás la alcanzaré ¿Para qué sirve la utopía? Sirve para eso, para que yo no deje de caminar.

Eduardo Galeano

El año 2020 irrumpió con la propagación de una enfermedad tan letal como de rápido contagio, bautizada como COVID-19, la cual produjo un cambio sustancial en la cotidianidad de las personas. Esta delicada situación epidemiológica ha tenido y continúa teniendo un impacto en la subjetividad humana de los diferentes grupos etarios y, en particular, en los jóvenes, sobre todo en su visión del futuro, muy vinculada al sentido de la vida.

I. El sentido de la vida, la concepción del mundo y los proyectos futuros como formaciones complejas de la personalidad

Muchas personas piensan que la salud es un concepto asociado, esencialmente, al bienestar de nuestro cuerpo, concebido como sinónimo de ausencia de enfermedad. Sin embargo, el bienestar humano no solo se relaciona con la salud física, sino también con la salud mental. Esto significa sentir que nuestro cuerpo funciona de manera armónica y, además, estar satisfechos con la persona que somos, tener proyectos orientados al futuro en función de determinadas metas u objetivos y en lo referido a nuestro desarrollo personal.

Entre los principales contenidos de la personalidad que, con diferentes grados de complejidad, forman un sistema, se encuentran las necesidades, los motivos y el carácter, así como las formaciones motivacionales, entre las que destacan la identidad personal o autovaloración, los intereses profesionales, los ideales, proyectos futuros y la concepción del mundo, esta última como principal sostén de lo que entendemos por sentido de la vida. Asimismo, existen indicadores funcionales de la personalidad, relativos a la manera en que estos contenidos participan en el proceso de regulación y autorregulación del comportamiento.

Por otra parte, en lo referido al desarrollo de la personalidad, en la teoría psicológica se emplea el término “personalidad madura” (Domínguez García, 2018a), como sinónimo de personalidad saludable, la cual se caracteriza por:

  • Una identidad personal estructurada y estable, integrada por el sentido de identidad (concepto que tenemos de nosotros mismos) y el sentido de autoestima (cuánto nos queremos como somos, hasta dónde nos aceptamos y si somos autocríticos y capaces de trazarnos acciones encaminadas a nuestro perfeccionamiento como seres humanos).
  • Valores sociales y morales que se han convertido en convicciones y operan desde lo interno del sujeto, con relativa independencia de las exigencias externas, en la misma medida que nos permiten adecuarnos a ellas.
  • Proyectos futuros en términos de aspiraciones, metas, objetivos a alcanzar en un plazo más o menos mediato de tiempo, elaborados en estrecho vínculo con las principales necesidades y motivaciones de la persona.

Dichos proyectos futuros, como componentes de la concepción del mundo ‒y, a su vez, premisa para la construcción del sentido de la vida‒, constituyen formaciones complejas de la personalidad, entre la cuales existe un estrecho vínculo.

Entendemos por sentido de la vida la proyección que elabora cada individuo de su propia existencia y del camino a seguir para encontrar el lugar al que aspira en el mundo. Es la respuesta que damos a la pregunta de por qué y para qué existimos. El sentido de la vida, aunque constituye una reflexión sobre sí mismo, solo se realiza y expresa en la propia actividad del sujeto y en su sistema de interrelaciones con quienes le rodean, no estableciéndose de manera invariable, por cuanto se va reestructurando y construyendo durante toda la vida.

La concepción del mundo es la formación psicológica que constituye el logro más importante de la juventud como edad psicológica, y la definimos como la representación generalizada y sistematizada del joven sobre la realidad en su conjunto, de las leyes que rigen su devenir y de las exigencias que plantea el medio social a su actuación. Es también la representación del lugar que ocupa el hombre en este contexto y, por ende, la propia persona, pero no es meramente una representación intelectual de la realidad y sus leyes (componente cognitivo), sino que de ella se deriva una determinada actitud ante nuestro medio sociohistórico, muy influida por los valores de la persona (componente axiológico).

El componente cognitivo se refiere al conocimiento del contenido del valor, o dicho de otra forma, la conciencia de qué significa ser honesto, responsable, digno, justo, etc. Además, en los valores está presente un componente afectivo, el cual determina el compromiso emocional del sujeto con el contenido del valor. Esta unidad de lo cognitivo y lo afectivo es la que posibilita que el valor se convierta en un regulador efectivo del comportamiento. Si el contenido del valor no es construido de manera activa por la persona, si no adquiere para ella además un sentido personal, no puede convertirse en un elemento que movilice y oriente su conducta.

Los valores constituyen formaciones complejas de la personalidad cuyos contenidos se corresponden con significados socialmente valiosos (responsabilidad, honestidad, solidaridad, altruismo, dignidad, justicia, etc.), que permiten al joven la valoración moral de lo que acontece en su entorno social, de su propia persona y de las otras personas con las que establece relaciones dentro de los sistemas de actividad y comunicación en los que participa. La aparición de los valores como formación psicológica de la personalidad, de la concepción del mundo que los integra y sistematiza, unida al surgimiento de una identidad personal definida y del sentido de la vida, no es un producto automático del desarrollo ni se produce de manera espontánea en la juventud, sino que es, ante todo, un resultado mediato de las condiciones de educación en las que ha transcurrido nuestra vida y de la construcción subjetiva que hemos hecho a través de nuestra historia personal. En la juventud comienza a formarse esta concepción teórico-filosófica de la realidad, sobre la base de todas las adquisiciones del desarrollo precedente, expresándose en la búsqueda del sentido de la propia existencia y en la elección del futuro lugar a ocupar en el entramado social, proceso muy vinculado a la selección de aquella profesión en la cual el joven pretende formarse y, posteriormente, desempeñarse.

El surgimiento de la concepción del mundo y la elaboración del sentido de la vida como elemento distintivo de la regulación del comportamiento contribuyen al proceso de autodeterminación del comportamiento. No obstante, es necesario aclarar que esta elaboración del sentido de la vida no se produce de igual manera en todos los jóvenes, ni constituye un producto automático de la edad, ya que en algunos sujetos se observa una actitud pasiva y de inmediatez hacia lo que acontece a su alrededor, de una orientación estrecha hacia “el aquí y el ahora”, ante la idea de que el futuro “llegará por sí mismo”.

A nuestro juicio, al implicarse los jóvenes en la solución de problemas de alta significación social se desarrollan sus valores y, entre ellos, la responsabilidad y el compromiso personal-social. Esa vinculación les permite proyectar el futuro a partir de los resultados de sus acciones presentes, siempre y cuando estas no se realicen de manera formal, porque de realizarse así, conducen a la inmadurez, la falta de implicación y al formalismo moral.

Foto Damián Busto Rodríguez (Cuba)

II. Acerca de los proyectos futuros en jóvenes cubanos (1998-2020)

La juventud constituye una etapa de afianzamiento de las principales adquisiciones del desarrollo psicológico logradas en períodos anteriores y, en especial, en la adolescencia, consolidación que se produce en consonancia con la tarea principal que debe enfrentar el joven: la de autodeterminarse en las diferentes esferas de su vida, dentro de sus sistemas de actividades y comunicación. La nueva posición “objetiva” que ocupa el joven condiciona la necesidad de determinar su futuro lugar en la sociedad y de trazarse un sentido de vida, como conjunto de objetivos mediatos a alcanzar en las diferentes esferas de significación para la personalidad y que requieren de la elaboración de estrategias encaminadas a emprender acciones en el presente que contribuyan al logro de metas futuras.

La elección de la futura profesión o el desempeño de una determinada actividad laboral ocupa un lugar elevado en la jerarquía motivacional y permite establecer distinciones entre los variados sectores pertenecientes a la juventud, como son los estudiantes de nivel universitario, preuniversitario y técnico medio, trabajadores estatales o por cuenta propia, campesinos, etc. Entre estos sectores existen diferencias de carácter sociológico y económico que se reflejan de múltiples formas en la subjetividad, por lo que en la juventud, en comparación con etapas anteriores, se torna más difícil el establecimiento de regularidades y tendencias generales del desarrollo psicológico.

Los proyectos futuros, los cuales conforman parte del contenido esencial del sentido de la vida y de la concepción del mundo, pueden ser definidos como “la estructuración e integración de un conjunto de motivos, elaborados en una perspectiva temporal futura, a mediano o largo plazo, que poseen una elevada significación emocional o sentido personal para el sujeto y las estrategias correspondientes para el logro de los objetivos propuestos” (Domínguez García e Ibarra Mustelier, 2003, p. 446). Partiendo de esta conceptualización, desde 1998 a la fecha nos hemos dedicado al tema de investigación relativo a los proyectos futuros de los jóvenes cubanos (Domínguez García, 2015, 2016, 2017a, 2017b, 2018b, 2018c, 2019), utilizado técnicas abiertas y semiabiertas (técnica de los diez deseos, cuestionarios y entrevistas). Asimismo, hemos construido, desde la teoría enriquecida por los datos empíricos del propio proceso investigativo, cuatro dimensiones de análisis, cada una evaluada por distintos indicadores. Dichas dimensiones e indicadores son:

  • Contenido del proyecto: esfera de los sistemas de actividad o de comunicación al que se orienta. También puede estar referido a la propia persona.
  • Estrategias: vías o acciones a partir de las cuales el sujeto piensa alcanzar los proyectos a los que aspira. Pueden presentarse como estructuradas, parcialmente estructuradas o no estructuradas.
  • Temporalidad: momento en el tiempo en que se ubica la consecución del proyecto, es decir, si a corto plazo (hasta un año), mediano plazo (más de un año y hasta cinco años), largo plazo (más de cinco años) o plazo indefinido.
  • Obstáculos: previsión de contingencias que puedan afectar la consecución de los proyectos, ya sean de carácter interno (dependen de la intencionalidad del sujeto), externo (son independientes de la voluntad del sujeto) o mixtos (cuando se mencionan a la vez obstáculos internos y externos).

A lo largo de todos estos años, las muestras se han seleccionado siempre de manera intencional, sin pretensiones de derivar de nuestros resultados generalizaciones para la “juventud cubana” como categoría homogénea, y abarcan desde estudiantes universitarios del curso diurno y del curso por encuentros hasta jóvenes trabajadores estatales y por cuenta propia, vinculados al sector de la cultura, atletas de alto rendimiento, creyentes evangélicos, desvinculados del estudio y el trabajo, internos de dos tipos de sistemas penitenciarios, adictos a drogas legales e ilegales, pacientes cardiovasculares, pacientes psiquiátricos, mujeres embarazadas portadoras y no del VIH-SIDA, etc., todos comprendidos en la etapa de la juventud.

En cuanto a los resultados de investigación que se han desarrollado bajo nuestra dirección sobre el tema (Domínguez García, 2019), expondremos, en apretada síntesis, los resultados obtenidos:

  • En jóvenes estudiantes universitarios y/o trabajadores, los contenidos de proyectos se orientan a las esferas del estudio, la profesión-trabajo, la familia, el empleo del tiempo libre, sus necesidades materiales y la realización de sí mismo. En cuanto al nivel de elaboración de estrategias, en sentido general, se presentan como parcialmente estructuradas. La temporalidad es diversa, en dependencia del contenido del proyecto, y destaca el plazo no definido. La previsión de obstáculos presenta también una orientación diversa, pero el tipo de obstáculos más mencionados son los externos, lo que puede indicar limitaciones en el desarrollo de la capacidad de autodeterminación de los jóvenes.
  • En jóvenes estudiantes universitarios del curso diurno que estudian y trabajan, depende de la carrera estudiada el aporte de este trabajo a sus proyectos profesionales.
  • En jóvenes estudiantes universitarios del curso diurno –repitentes‒ se retrasa la temporalidad prevista para el alcance de los proyectos y evalúan obstáculos internos, además de externos.
  • En jóvenes vinculados al sector de la cultura (realizadores de la Muestra Joven del ICAIC y pertenecientes a la Asociación Hermanos Saíz), los proyectos se encuentran orientados a las esferas de profesión-trabajo, necesidad de realización profesional y necesidades materiales.
  • En jóvenes atletas de alto rendimiento, los proyectos están dirigidos fundamentalmente a las esferas de trabajo-profesión, realización de sí mismo, familia y pareja. Se destaca el propósito de superarse profesionalmente y lograr el reconocimiento dentro de su campo, resultado acorde con la actividad que realizan.
  • En jóvenes religiosos estudiantes universitarios (evangélicos) se presentan proyectos con buen nivel de estructuración y su cosmovisión religiosa de la realidad se integra al contenido de los mismos. En investigación reciente con jóvenes religiosos que estudian y/o trabajan, pertenecientes a dos denominaciones evangélicas, los proyectos se orientan hacia práctica de la religión, la familia, necesidades materiales y viajar.
  • En jóvenes hombres (identidad de género) con una orientación sexual homosexual existe un predominio de los proyectos orientados al desarrollo cognoscitivo, la esfera económica, emigrar y la realización de sí mismo como hombre, creando una familia futura.
  • En mujeres jóvenes que ejercen la prostitución se presenta un predominio de la esfera económica, viajar y de realización de sí misma como mujer, creando una familia futura. La que predomina entre todas es la esfera económica.
  • En jóvenes desvinculados de los estudios y el trabajo no existen proyectos estructurados. Sus motivos más relevantes se orientan a la esfera familiar y, en particular, a la familia de origen.
  • En jóvenes reclusos tampoco aparecen proyectos futuros estructurados y su materialización se encuentra mediatizada, como limitante objetiva, por su situación de privación de libertad.
  • En los jóvenes adictos al alcohol y otras drogas no existen proyectos suficientemente elaborados. Sus motivos se orientan al rechazo al tóxico, el logro de la armonía familiar y de su equilibrio emocional.
  • En los jóvenes pacientes cardiovasculares intervenidos quirúrgicamente y en los jóvenes pacientes esquizofrénicos rehabilitados la esfera familiar ocupa un lugar central en sus proyectos, mientras los estudios y el trabajo-profesión se encuentran limitados por su enfermedad.
  • En mujeres jóvenes embarazadas portadoras y no del VIH-SIDA los principales contenidos se orientan a la familia, las necesidades materiales, el trabajo-profesión y, en menor medida, a la pareja actual o ideal, viajar, salud y a la realización de sí mismo.

A partir de los resultados antes mencionados, podemos concluir que se encontró una relación de igualdad diversidad en los proyectos de los jóvenes. La igualdad se expresa en la semejanza de sus aspiraciones y objetivos, en cuanto a esferas más significativas hacia las que se orientan los proyectos. La diversidad está referida a su manifestación concreta, en cuanto al nivel de estructuración que alcanzan, evidenciada en indicadores como el nivel de elaboración personal y de vínculo afectivo positivo en la expresión del contenido de los proyectos, su temporalidad, la planificación de acciones o estrategias para su consecución y la valoración de los obstáculos. En este sentido, se presentan diferencias más evidentes, en comparación con los grupos restantes, en los jóvenes desvinculados del estudio y/o trabajo, los que consumen sustancias tóxicas y los que han cometido delitos, donde es pobre el espectro de motivos orientados al futuro, así como su nivel de estructuración. Otra diferencia interesante es que, en los jóvenes creyentes evangélicos, su cosmovisión religiosa se integra al contenido de sus proyectos orientados a diferentes esferas.

La temporalidad como pronóstico del tiempo en que será alcanzado el proyecto es diversa y abarca tanto el corto como el mediano y largo plazo, en dependencia del contenido del proyecto. En este sentido, se destaca una subordinación del proyecto de constitución de la familia propia al proyecto profesional. Así, mientras los proyectos profesionales y el estudio aparecen con elevada frecuencia y con una temporalidad a corto y mediano plazo, siendo fuente de realización personal para el joven, otros proyectos como los de formar una familia propia se ubican a mediano o largo plazo, ya que el logro de los primeros, en opinión de los jóvenes, sirve de sostén a los segundos.

Existen diferencias en cuanto al nivel de elaboración de las estrategias encaminadas a la consecución de los proyectos, pues mientras unos las fundamentan y se proponen un conjunto de planes encaminados a potenciar el logro de sus objetivos, otros solo mencionan algunas acciones aisladas, sin una elaboración personal en torno a ellas. La previsión de obstáculos que pudieran entorpecer la consecución de los proyectos puede tener una orientación también diversa: interna, cuando se hace depender de las propias características personales del joven (falta de persistencia, incapacidad para organizar el tiempo, escasa motivación, etc.), externa, cuando los obstáculos se asocian a contingencias de carácter social, presentes en sus sistemas de actividad y comunicación (problemas familiares, complejidad de los planes de estudio, carencias económicas, etc.) o mixta, cuando se brindan argumentos de ambas naturalezas. En sentido general, se hace alusión en mayor medida a los obstáculos externos, lo que puede indicar algunas limitaciones en la capacidad de autodeterminación de los jóvenes estudiados. El nivel cultural y la vinculación social de los jóvenes parecen ser factores influyentes en las características que adopta la proyección temporal de su motivación orientada al futuro.

Foto Damián Busto Rodríguez (Cuba)

III. Proyectos futuros y sentido de la vida en el contexto de la COVID-19

Como decíamos al inicio, la situación epidemiológica provocada por el coronavirus ha impactado nuestra subjetividad y, por tanto, nuestro sentido de la vida. Es por ello que, en pos de su bienestar psicológico y como parte del enfrentamiento a la pandemia, los jóvenes deberán tener en cuenta determinados aspectos esenciales, relacionados principalmente con el funcionamiento de la personalidad:

  • La posibilidad de representarse y afrontar la realidad desde una posición de aceptación de su carácter cambiante y, como tal, asumir determinados comportamientos.
  • Organizar alternativas de comportamiento diversas ante situaciones nuevas, poco estructuradas e inesperadas.
  • Ser reflexivos y no adaptarse de manera pasiva y conformista a la realidad.
  • Tener seguridad en sus capacidades, posibilidades y cualidades.
  • Ser independientes, trabajar en función del autocuidado, del cuidado a la familia y de otras personas con las que interactúan por razones justificadas.
  • Reevaluar sus proyectos (metas, planes y objetivos), teniendo en cuenta las contingencias presentes, lo que indica analizar posibles cambios en las estrategias para lograrlos (plan de acción), en su temporalidad (plazo de tiempo) y en la previsión de obstáculos (unos que dependen de la situación y otros de nosotros mismos).

No se trata de renunciar a nuestros proyectos, sino de ser realistas en su concepción. En el caso de los jóvenes, los proyectos relacionados con la profesión y el trabajo (culminar la carrera, continuar superándose, tener éxito en su labor) seguirán ocupando un lugar esencial en su jerarquía de motivos, pero será necesario modificar las estrategias para alcanzarlos, por ser esta situación epidemiológica un obstáculo externo que puede hacer que su consecución se posponga en el tiempo, y lo más importante: en este contexto es prioridad ser responsables con el cuidado de su salud, ya que conservar la vida es la premisa principal para lograr cualquier propósito.

Consideraciones finales

La salud mental, como componente del bienestar psicológico, implica la capacidad de reflejar de forma adecuada la realidad que nos rodea. Significa, además, un estado de equilibro emocional y de satisfacción con las actividades que realizamos y con las relaciones de comunicación que establecemos, aun cuando existen momentos de conflicto o pérdidas por la complejidad de nuestra existencia que nos provocan tensiones o pena. Es también la capacidad de enfrentar estos eventos con una actitud activa, de buscar alternativas de solución, y la actual situación no escapa de esta necesidad.

Cualquier análisis de las cuestiones relacionadas con la subjetividad humana y su bienestar no puede separarse de la evaluación del contexto en que se desarrolla. En los días que corren se desatan múltiples pronósticos sobre cuáles serán las consecuencias de la pandemia para la humanidad. Este fenómeno ha demostrado el poco valor del dinero y de lo material, porque, como sabemos, no se puede comprar la salud. Si bien ser optimistas es una condición para seguir adelante, es probable que, ante la crisis económica que se avecina, y como reflejo de ella, se profundice la crisis de valores y crezcan el egoísmo, el individualismo y la filosofía de “sálvese el que pueda”. Los países pobres lo seguirán siendo o serán más pobres y los países ricos seguirán siéndolo también, y los pobres del mundo, los desposeídos, mantendrán su condición. El medioambiente seguirá siendo agredido por el ser humano y, en particular, por las trasnacionales y grandes empresas capitalistas y se continuarán talando bosques, inundando los mares de desechos, y con ello, desapareciendo especies. El llamado “cambio climático” no se quedará atrás y el maltrato animal se mantendrá como un deporte para algunos.

Friedrich Engels nos enseñó que “la libertad es la conciencia de la necesidad”. Esto significa que debemos conocer las leyes que rigen la realidad, sin lo cual es imposible transformarla. En este proceso, los jóvenes serán importantes actores en la lucha por un mundo mejor posible, donde la solidaridad y el humanismo continúen siendo valores que distingan su sentido de la vida.

Referencias bibliográficas

Domínguez García, L. (2015). Proyectos futuros en jóvenes cubanos. En Centro de Estudios para el Perfeccionamiento de la Educación Superior (CEPES), Juventud y grupos en la educación superior (pp. 99-114). La Habana: Editorial UH.

Domínguez García, L. (2016). Proyectos futuros y riesgo adictivo en jóvenes. Revista del Hospital Psiquiátrico de La Habana, 13. Recuperado de http://www.revistahph.sld.cu/sup%20esp%202016/proyectos%20futuros.html

Domínguez García, L. (2017a). Proyectos futuros en jóvenes cubanos. En E. Morales Chuco (coord.), Identidad, cultura y juventud (pp. 12-34). La Habana: Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello.

Domínguez García, L. (2017b). Proyectos futuros en jóvenes cubanos: una mirada desde el enfoque histórico-cultural. En S. G. de Lima Mendonca, L. A. Araujo Penitente y S. Miller (coords.), A Questão do Método e a Teoria Histórico-Cultural: Bases Teóricas e Implicações Pedagógicas (pp. 147-166). Marilia y São Paulo: Oficina Universitaria y Cultura Académica. Recuperado de https://www.marilia.unesp.br/Home/Publicacoes/a-questao-do-metodo–e-a-teoria-historico–cultural—e-book-final.pdf

Domínguez García, L. (2018a). Personalidad, juventud y proyectos futuros. En J. R. Fabelo Roche y S. García Moré (coords.), Prevención y atención de los trastornos adictivos (pp. 165-187). La Habana: Editorial de Ciencias Médicas (ECIMED).

Domínguez García, L. (2018b). Proyectos futuros en jóvenes cubanos: 1998-2018 (conferencia). Hominis 2018. VII Convención Intercontinental de Psicología. La Habana, Cuba.

Domínguez García, L. (2018c). Proyectos profesionales y valores en estudiantes universitarios. Revista Cubana de Psicología, 1(1). Recuperado de http://www.psicocuba.uh.cu/index.php/PsicoCuba/article/view/13

Domínguez García, L. (2019). Proyectos futuros en jóvenes cubanos (conferencia). CIPCUBA, 37.o Congreso Interamericano de Psicología. Palacio de las Convenciones, 16-19 de julio. La Habana, Cuba. Domínguez García, L., e Ibarra Mustelier, L. (2003). Juventud y proyectos futuros. En L. Domínguez García (comp.), Psicología del desarrollo: adolescencia y juventud (pp. 446-458). La Habana: Editorial Félix Varela.

Tomado de: Revista Cubana de Psicología

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Noelia, tenemos un problema…

La actriz Andrea Doimeadiós, protagonista de La hora de Noelia

Por Norge Espinosa Mendoza

Llegó a su final la hasta ahora única temporada de La Hora de Noelia, que protagoniza ese talento ascendente que es Andrea Doimeadiós. Empecé a escribir estas notas hace varios días, hasta que opté por esperar a su despedida, a fin de repasar del modo más amplio algo que, sin lugar a dudas, ha sido lo más controvertido de los últimos meses en nuestra televisión. Noelia gusta o es odiada a rabiar, y ello la presenta como el fenómeno que desencadena los criterios más polarizados, llegando a las redes, donde se combinan los mensajes al privado para los interesados en localizar algún producto de primera necesidad que al parecer solo aparece entre los revendedores con las opiniones extremas que este humorístico desataba con cada emisión. Pro Noelia o Anti Noelia, seguimos viviendo en un mundo de alto contraste. Y yo, lo confieso, me muevo entre esos dos puntos. Y conste, que no con entera comodidad.

El arco de reacciones ante el breve espacio que se transmitió entre dos telenovelas, el sábado en la noche, es muy amplio. No solo en el grupo de mi comunidad de Facebook (Alamar el barrioooo) ha sido tema de debate este programa, sino que se ha extendido a conversaciones mucho más intensas, lo cual demuestra que si los cubanos empleáramos esa energía en demandas no menos urgentes, tal vez estaríamos mejor de lo que parece. “Insufrible, maravilloso, espectacular, un pujo, sáquenlo de programación, prefiero el apagón, brillante…” así de contrastantes son las opiniones que desencadena cada emisión de La Hora de Noelia. Y eso me da pie para un par de preguntas y algunas ideas a compartir sobre ella, y sobre el panorama en el que se ha insertado su anti-show.

Resulta obvio que la Televisión Cubana apostó mucho por los humorísticos durante este verano. Y eso implicó poner numerosos recursos en proyectos como este; así como en nuevos programas para niños o el lujoso estudio desde el cual se daba cubrimiento informativo a las Olimpiadas de Tokio. El viejo reclamo del público (más programas de humor), pareció al fin ser atendido, y con la misma fuerza con la cual nos da por casi todo, salieron al aire no uno ni dos, sino varios programas con ese perfil. Así como nos dio la fiebre de los programas de participación hace no muchos estíos, el verano de 2021 presentó a los espectadores Juntos pero no revueltos, La Hora de Noelia, Al habla con los muertos, El Humor se piensa…, y algunos pocos nuevos episodios de Vivir del Cuento, programa que ahora mismo posee el mayor grado de atención y visibilidad dentro de este tipo de producciones criollas para el medio, y que se ha ganado dicho sitial mediante el uso de la sátira y el costumbrismo que dialoga directamente con el cubano de a pie. Tras algunas semanas sin que se anunciara su transmisión, Pánfilo y sus amigos volvieron a la pequeña pantalla y eso generó un alivio que acalló rumores de suspensión, chismes y diretes que se caldearon ante el efecto no precisamente positivo que los nuevos espacios tuvieron en los espectadores. Y esa es una de las partes del problema.

A estas alturas vuelve a demostrarse que no basta con las buenas intenciones para hacer humor, y que la cuestión no radica únicamente en los recursos materiales que para ello se destinen. La televisión cubana se ha apegado a ese modelo costumbrista, que hizo época en hitos como Casos y cosas en casa, Detrás de la fachada, San Nicolás del Peladero, y otros sitcoms que aún perviven como marca de agua cuando se habla del asunto, en la memoria de no pocos. Y amén de algunos fracasos, no pueden olvidarse en fechas menos remotas los éxitos de Sabadazo (una luz en pleno Periodo Especial), Jura decir la verdad, Punto G, Deja que yo te cuente y por supuesto, Vivir del Cuento, junto a los cuales ha sobrevivido ese fenómeno (francamente no sé cómo llamarle) que han sido las variantes de Pateando la lata, con su retahíla de chistes más o menos ilustrados en cámara. Los nuevos programas de este verano se acercan o se alejan a esos modelos, pero ninguno ha conseguido el impacto de aquellos que recordamos. Actores y actrices de talento, algunas premisas interesantes. Y guiones no cuajados, problema que suelen compartir, y desde cuyo reconocimiento ya todo lo demás se tambalea.

El resultado de todo esto debería llevar a la directiva del ICRT (o como termine por llamarse bajo su nueva encarnación que-no-es-lo-mismo-pero-es-igual), a un replanteo profundo de lo sucedido. Hoy, pervive en la cartelera un Juntos pero no revueltos que sigue dando vueltas en redondo sin llegar a casi ningún sitio, el programa desde el cual Kike Quiñones propone dialogar en serio sobre el humor, y La Hora de Noelia, junto a episodios ya vistos de Vivir del Cuento. Un caso muy señalado fue el de Al habla con los muertos, del cual apenas se vio una emisión, la cual no dejó precisamente muchas expectativas. Dicho espacio, cuyas tramas se desarrollan en una morgue, fue un ejemplo notable de mal timing, de presentación en el instante menos oportuno, justo cuando la Covid se ensañaba en nuestra población, cosa que por supuesto no hay que achacar a su equipo, amén de que su pretendido humor no causara una impresión favorable. Pero esos vaivenes también influyen en la aceptación o fracaso del programa, que apareció durante la ausencia de Pánfilo y su tropa, y ya bajo la impresión, cuando menos tibia, de las demás propuestas de comedia en la pantalla.

Y así llegamos a La Hora de Noelia Bermellón, que son unos quince minutos cuando más, y se desprende de las breves apariciones de este personaje al final de las emisiones de El motor de arranque, otro proyecto humorístico que al quererse llevar a un formato mayor de aquél con el cual obtuvo éxito en el Canal Habana, sufrió al trasplantarse a Cubavisión y tampoco dejó un consenso acerca de sus valores. Tal vez eso debió haber servido de advertencia a los creadores del show de Noelia: una buena idea que funciona por unos minutos no tiene por qué lograr el mismo impacto cuando se le amplía, si no se hace un balance más riguroso de aquello que lo compone. Detrás de Noelia está Andrea Doimeadiós y está su padre, quizá el humorista más respetado hoy del país. Tengo por ambos un aprecio muy grande, y conozco bien sus trayectorias, lo cual me da en cierto modo alguna ventaja. Pero prefiero dejarla a un lado para intentar saber a qué se debe la controversia, expresada en grado tan extremo, alrededor de un breve programa.

Un error grave fue colocar ese programa a manera de tropiezo entre dos telenovelas, horario estelar y sábado por la noche. Es un espacio en el cual el espectador cubano está ya acostumbrado a otro tipo de entretenimiento, y es obvio que con respecto a ese molde, Noelia se sale del plato. Es parte de su naturaleza y de su concepto, y uno se pregunta a qué descerebrada cabeza se le pasó algo tan obvio por alto, ubicándola en semejante sitio. Otro error, que a veces ha sido justificado con frases de matices discriminatorios, es que este es un “humor inteligente”. A ver señores, hay humor blanco (el que generalmente vemos en nuestra pacata TV), verde, negro, etcétera. Hay humor británico y hay choteo (que es nuestra aportación al asunto, por lo general). Pero eso de “humor inteligente” presupone que hay un espectador bruto al cual estos referentes le quedan por encima, y emplear tal excusa para justificar “fallas de origen” no hace sino predisponer aún más al público que tiene todo el derecho a no asumir Noelia y sus despistes, sin que ello implique un insulto a su coeficiente intelectual.

Tengo amigos “curtos y apreparados” que la detestan. Otros, universitarios y con maestrías, que la adoran. Y entre unos y otros hay un amplio número de personas que han llevado el debate a la defensa de los talentos creativos del programa, escurriendo la pregunta esencial: ¿por qué ha sido tan álgido el debate alrededor de La Hora de Noelia, qué funciona y qué no en este nuevo programa?

Noelia Bermellón es un personaje que parece tener un solo chiste: su total incapacidad para demostrar cultura, información, dominio del lenguaje, en plena era del selfie, la biografía del yo que imponen las plataformas digitales, y el saber que no rebasa una búsqueda superficial en Google. Su entonación contrasta con ese look de Diva de la Desinformación, glamour de quincalla y quinceañera que la caracteriza, entrevistadora de vitrina. Y todo eso está bien, pero probablemente necesite ser más. Redondear un personaje, ya sea dramático o humorístico, aun cuando se trata de un carácter superficial, implica ir más al fondo. ¿Quién es realmente Noelia Bermellón, por qué habla así, cuál es su vida cuando no está ante las cámaras, está en verdad incapacitada para aceptar sus limitaciones como presentadora o ha creado una barrera que, como a Florence Foster-Jenkins, le impide reconocer que era la peor cantante del planeta? El tono, levemente a la defensiva, con el que Andrea ha defendido a su personaje en alguna entrevista, tampoco resulta de gran ayuda. Por suerte, ha contrastado eso con el rejuego que hace en cada emisión con las opiniones que recibe, interactuando a su modo con esos espectadores que la aman o los que quisieran verla repetir, sin éxito, los trucos de escapismo del mago Houdini.

El humor cubano tiene su propia tradición, y la risa es uno de nuestros modos más inmediatos para imponer distancia o cercanía sobre ciertos asuntos. Parte de nuestra identidad, es un canal imprescindible a la hora de reconocernos, y de eso ya hablaron Ortiz, Mañach, y Piñera, por solo mencionar a algunos maestros. La parodia es el recurso primordial que lo visibiliza entre nosotros: preferimos hacer burla de lo que no conocemos o nos parece demasiado formal antes que comprometernos con sus verdades, y eso nos ha funcionado a veces, y a veces no. En el caso de Noelia Bermellón, ella se entiende como parodia viva de esas seudopresentadoras, agitándose entre lo incólume, lo inédito y la cola del yogur que la obsesiona. En el programa que hizo una caricatura (comedida, creo yo) a los anquilosamientos de un programa tan veterano como De la gran escena, eso funcionó mejor porque el público domina el referente que originó la broma. En otros segmentos de La Hora, hubo personajes que simplemente no son eficaces, que deberían ser replanteados o sustituidos porque no logran entrar en la sintonía de la protagonista, figuras invitadas que no encontraban acomodo pleno en esas anti-entrevistas, y un desentono que funcionaba a ratos como defecto, no como chiste capaz de provocar, cuando menos, una sonrisa.

Yo saludo que la televisión cubana intente quebrar sus propios moldes y proponer ideas más frescas. Que lo haga junto al talento indudable de artistas como Andrea y Osvaldo Doimeadiós. Que entienda que el humor es, para nuestra sociedad, no simple entretenimiento y que puede apelar a otras fórmulas de provocación. Dicho eso, también espero que comprenda que un programa de televisión no es solamente eso, sino un resultado que debe cuidarse en el modo de proyectarse hacia sus espectadores, y calibrarse a través de sus virtudes y defectos en diálogo vital con dicho público. El humor es difícil, la comedia demanda ingenio, cultura, inteligencia… y eficacia. No hay peor chiste que aquel que aburre, falla, se desinfla, no logra sacudir al espectador en su manera de virar de revés algún aspecto del ridículo que somos o está ante nosotras y nosotros.

Leo Brower creó una pieza titulada “La tradición se rompe… pero cuesta trabajo”. Y eso me recuerda otra frase, dicha por una señora en plena calle: “Yo estoy con la idea, pero no con el proceso”. Noelia Bermellón está aún a medio camino entre la idea y el proceso, entre la tradición y la mejor manera de romperla, o por lo menos, de reorientarla para que nos pertenezca de otras maneras. No es poco el esfuerzo de la muchachita, valdría decirles a mis vecinos de Alamar (el barrioooo). A lo que ellos pueden responderme que también están en el derecho de elegir. Y es de eso que en verdad es necesario hablar: de crear espacios realmente inclusivos donde las opciones sean lo suficientemente variadas, y aparezcan a la vista no como imposición de nadie –ni siquiera de una cartelera de TV- sino como invitaciones a ejercer ese derecho primordial que es el de escoger libremente. Para que usted se sienta bien disfrutando de una película de Woody Allen mientras su vecino comenta la telenovela coreana. Sin que ello implica agresión ni menosprecio por parte de nadie. Elegir es también hacer, a modo de cada cual, la crítica. Y aunque yo a veces sonría con algún chiste de Noelia, la Suma Despistada, entiendo que detrás de todo eso, en la Cuba de ahora mismo, hay cosas que no son precisamente de risa.

La Televisión Cubana ha de cambiar al ritmo del país, del cual es un espejo inmediato. En algún momento habrá publicidad comercial en las pantallas, y se hará imprescindible la presencia de más producciones nacionales en nuestra cartelera. Habrá que diversificar y no solo multiplicar, escuchar mejor al público y saber seducirlo más allá de las maniobras del Pakete, tolerado por el mismo Estado que ahora trata de asimilar legalidades sobre el copyright y derechos de propiedad artística. En nuestros televisores empieza a coincidir un modelo de programación aún apegado al estatismo de fórmulas expresivas y conceptos ya tardíos, junto a la necesidad de otros más novedosos. En ese terreno intermedio, como ha pasado con los empeños de Rudy Mora o las entregas de la serie Promesas, van surgiendo otras señales. Y la posibilidad, como demuestra La Hora de Noelia, de otras vías hacia el humor en ese espacio tan íntimo y a la vez tan público que es la televisión. Por ahora, Noelia, tenemos un problema. Cambiar de horario podría ser una solución, que aplacaría muchos de los comentarios negativos. Y ayudaría a los que gustan del espacio a reencontrarse con su protagonista sin escuchar al vecindario insultando a la Incólume en Sí.

Se despidió La Hora de Noelia -o La Hora de No-verla, según quiso cada cual. Lo hizo con un programa a manera de resumen, con momentos tras las cámaras y opiniones que, curiosamente, resultaban laudatorias, aunque el equipo enunció algunas de las preguntas que yo mismo me he hecho, y se reconoció aún como experimento. Yo hubiese querido que a fin de ser consecuente con su “rareza”, también se expusieran otros criterios, para dar una idea cabal de lo que nos deja Noelia, en un repaso mejor matizado. En las redes, hubo quien pegó el grito en el cielo al oír hablar de una segunda temporada y otros que ya votan por ella. Y a decir verdad, sospecho que a fuerza de persistir Noelia acabará dejando su huella indeleble e inédita hasta en quienes “no la ruedan”, entre amigues y enemigues. Ella es la Otra, la que se sabe Diferente, parte de nuestra realidad, de nuestras “tormentas atormentadas”. Con sus rejuegos de palabras, su decir monótono, sus trajes de carroza venida a menos, ella se asoma como desafío. A lo acostumbrado, a lo predecible, al rechazo y hasta a sus seguidores. Y así ha de entenderse, además, a sí misma, desde la actriz que la interpreta, y para los talentos que la secundan, más allá de críticas y elogios. Como una apuesta que se agita entre los gustos y la zona de confort de cada cual.

Por lo pronto, Noelia, acá me tienes, atento a tus desvaríos y la cola del yogur. A la espera de un crecimiento y de pasos (o traspiés) más firmes. Hay que reconocer que te has ganado el gallardete de la polémica, y que has cruzado ese fuego sin despeinarte del todo. Como dijera otra presentadora a ratos despistada que también tuvo en la pequeña pantalla cubana su momento de gloria: seguimos en contacto.

Tomado de: El Caimán Barbudo

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La vía del desamor

Cartel El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009)

Por Luis Tormo

Amores que parten

Las primeras imágenes de El secreto de sus ojos (2009) son las de una pareja que se despide en una estación de tren. No sentimos mayor emoción y únicamente nos quedamos con la información puramente descriptiva de esas imágenes fragmentadas.

Trascurrido parte del metraje, cuando volvemos a ver la escena completa, insertada en el momento en el que la narración le asigna dentro de la cronología de la historia, no podemos dejar de turbarnos  con el dolor de esa despedida. La emoción que sentimos contemplando esa escena viene porque el espectador ahora tiene toda la información pues ha ido asistido al despliegue de una historia de amor. Ese conocimiento íntimo de los personajes es el que nos permite comprender la trascendencia de la despedida.

Un roce de los rostros de los protagonistas, casi un beso furtivo, y la urgencia provocada por la eminente salida del tren. Pasos acelerados por el andén, unas manos unidas pero separadas por el cristal de la ventanilla y la imagen de un amor que se aleja. Como espectadores sabemos que para los personajes ese alejamiento va más allá del hecho de subirse a un tren, implica una separación que marcará sus destinos.

Es cierto que la despedida más icónica de cine relacionada con un transporte quizá sea la de Casablanca (1942) y no es un tren sino un avión. Pero el tren que parte, el tren que abandona la estación, el tren que deja atrás las vías —y las vidas— son un recurrente en muchas películas por ese efecto visual de alejamiento, por la separación que supone un compartimento cerrado que aísla a uno de los personajes.

La realidad diría que nada es irreversible, que el personaje puede parar en la siguiente estación y deshacer la trágica despedida pero sabemos que cuando esa escena se plantea en el cine es una ruptura que significará una separación duradera en el tiempo, y la mayoría de las veces,  para siempre. Cuando los protagonistas de El secreto de sus ojos se vuelvan a encontrar años después observamos una sensación de pérdida,  una nostalgia derivada de la oportunidad perdida en la juventud por  coger (o no) ese tren que pasaba.

Pero mucho antes de El secreto de sus ojos, Breve encuentro (Brief encounter, 1945) ya jugaba con la emotividad de la despedida utilizando el tren. Una primera escena, que daba paso a un flashback, nos acercaba a una historia de amor mediatizada por el horario y la partida del tren. La presencia de una antigua amiga entrometida impedía la última conversación entre los enamorados acuciados por la necesidad de coger el tren para disimilar su historia de amor.

En el clásico inglés que dirigió David Lean, el tren acotaba los devaneos amorosos de la pareja protagonista, a veces simplemente con su presencia sonora, y la película incluía un estándar formal de la despedida ferroviaria: la conversación de última hora, el ruego del enamorado para volver a encontrarse, una promesa de ella mientras el tren parte, los primeros planos donde el rostro va más allá de las palabras y el juego con el montaje para dilatar el tiempo.

Un tren siempre presente y que encarna la tristeza de la mujer: «Parece que ha pasado una eternidad desde que el tren salió de la estación, llevándoselo hacia la oscuridad». El tren representa esa partida de la persona querida, engullida como si fuera víctima de un agujero negro que acaba con su historia de amor.

El tren es un elemento sustancial en el cine de David Lean. No tanto por la extensión de las escenas pero sí por la importancia que adquiere en sus películas: el viaje como símbolo de la libertad en Doctor Zhivago (1965), la descripción de la India colonial en Pasaje a la India (A passage to India, 1984) o la propia construcción del puente para el ferrocarril en El puente sobre el río Kwai (The Bridge on the River Kwai, 1957) son ejemplos notables.

De hecho, Lean incluye en Locuras de verano (Summertime, 1955) una despedida que clausura una historia de amor imposible entre una solterona americana y un galán italiano ambientada en la ciudad de Venecia. Katherine Hepburn sube al tren y en el último instante Rossano Brazzi aparece en la estación para ofrecerle un último obsequio. Lean estira la escena con una carrera por el andén y plasma la imposibilidad de ese amor a través de la distancia que los va separando y que impide el contacto entre ellos. Otra vez una despedida que supone el adiós definitivo a la ilusión de la protagonista de encontrar un amor en el marco idílico de la ciudad de los canales.

Dos años antes de que Lean filmará Locuras de Verano, Vittorio de Sica realizó Estación Termini (Stazione Termini. 1953). El director italiano venía de filmar Umberto D y decidió involucrarse en este largometraje producido por David O. Selznick; la idea de De Sica era realizar una especie de Breve encuentro a la italiana, pero el capital americano hizo que la película se planteara como una gran producción con estrellas (Jennifer Jones, Montgomery Clift) y el filme sufrió cambios tanto en el guion (Zavattini, Capote) como en el montaje definitivo.

Estación Termini nos dejaría una de las escenas finales más dramáticas de las que se desarrollan bajo el contexto de un tren. La pareja de amantes debe despedirse en el andén con el tren listo para salir. El trayecto de los enamorados hasta llegar al tren se tensiona por las miradas que Montgomery Clift efectúa a su reloj, durante la escena los insertos del reloj de la estación acrecientan la tensión, marcando la inevitable despedida. Un largo travelling mientras buscan el vagón del tren estira el tiempo y Clift acompañará a Jennifer Jones hasta el mismo vagón, subiendo a su compartimento. Última conversación, el tren se pone en marcha, el revisor alerta de que debe de bajar, Clift salta del tren en marcha y se lastima al caer sobre el cemento del andén mientras el tren se aleja por las vías.

Estas películas asientan una iconografía de la despedida que termina siendo reconocible para el espectador. Son escenas mediatizadas por el tiempo de partida que precipita los acontecimientos imprimiendo una urgencia en las conversaciones, acotando el acto que intenta retrasar la despedida, con un juego dramático del primer plano, de los gestos (abrazos, besos) envuelto en una  banda sonora que amplifica la emotividad.

La realidad actual impide el acceso de los acompañantes al andén y mucho menos subir al tren, pero en estos clásicos —para incrementar el efecto dramático— los enamorados corren, sitúan sus manos en el cristal de las ventanillas, se entregan objetos, se asoman por la ventanilla o saltan del tren en marcha.

Sabemos que la iconografía funciona y es reconocible cuando termina siendo objeto de parodia. El director Mel Brooks, acostumbrado a ironizar sobre los géneros y las obras clásicas del cine, como el western en Sillas de montar calientes (Blazing Saddles, 1974), el suspense en Máxima ansiedad (High Anxiety, 1978) o las películas galácticas en La loca historia de las galaxias (Spaceballs, 1987), incluye en El jovencito Frankenstein (Young Frankenstein, 1974) su propia recreación de la despedida en el tren.

El cómico americano plantea la escena como un clásico. Filmada en blanco y negro nos muestra a la pareja de enamorados en la estación junto al tren; ella se pregunta: «Cómo podría decir en unos minutos lo que me ha costado toda una vida entender», mientras se suceden los insertos del revisor gritando «¡Viajeros al tren!». Él intenta besarla, abrazarla, pero cuando se va producir ese contacto físico típico de las escenas ella le indica que lleva el pelo recién hecho, que el vestido se arruga, que lleva las uñas pintadas, hasta que terminan despidiéndose con los codos.

Ilusiones que se truncan y donde los personajes asumen que la separación quedará en el recuerdo como un testimonio permanente del dolor. En la película griega Un toque de canela (Politiki kouzina, 2003), con el trasfondo histórico de los enfrentamientos entre Turquía y Grecia y tamizado por la importancia de la gastronomía, Fanis reflexiona sobre su vida (su infancia, su familia, el amor de juventud) y en la emotiva escena final de la película, desarrollada en la estación, asistimos a la despedida entre los dos enamorados. Un hombre y una mujer, ahora ya adultos, que se han encontrado y separado en diferentes ocasiones, y que, ante el adiós irreversible, el personaje que interpreta George Corraface le pide a su amada que no se dé vuelta, que no se gire, porque la imagen permanecerá como una promesa.

Si bien es cierto que la simbología de la partida del tren se adapta perfectamente a la melancolía del adiós entre las parejas de enamorados, también el tren es el origen de encuentros y romances —pensemos en la escena del tren de Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959), entre Cary Grant y Eva Marie Saint y que Hitchcock concluyó con el significativo plano del tren entrando en el túnel—.

En este sentido hay que mencionar Antes del amanecer (Before sunrise, 1995) en la que el tren se convierte en la clave para sostener toda la película. El grueso del metraje se desarrolla por la noche en la ciudad de Viena pero el origen del romance está en el encuentro fortuito entre Ethan Hawke y Julie Delpy y en el permanente recordatorio que supone la partida del día siguiente.

Después de una noche romántica en la que los personajes conversan durante horas, conociéndose, abriéndose el uno al otro, intimando en las calles de Viena, tiene que ser en los momentos finales, con la presencia del tren como fondo de plano en el que destacan sus rostros, sus abrazos, sus besos, cuando los dos deciden encontrarse un tiempo después.

De manera recurrente, el tren vuelve a ejercer la presión de la salida inminente precipitando los acontecimientos, haciendo brotar las palabras y los deseos que no se han dicho durante las horas que han permanecido juntos, permitiendo un final abierto —la promesa de reencontrarse en seis meses— en los que cada personaje emprende su camino por separado y que Linklater  filma con unos planos en los que muestra los escenarios que han recorrido los personajes, ahora vacíos, y un perfecto raccord de movimiento que los va separando (él en el autobús y ella en el tren).

La capacidad de Richard Linklater para establecer proyectos que juegan con la continuidad y el tiempo —recordemos su experimento de filmar en tiempo real el paso de los años en Boyhood (2014)— permitió cerrar ese final abierto nueve años después haciendo coincidir a los mismos personajes en Antes del atardecer (Before sunset, 2004).

En definitiva, hemos nombrado una serie de filmes en el que se detalla el uso del tren como localización para transmitir al espectador la idea de ruptura amorosa, de separación categórica y que en cualquier momento de la cronología del film significa un punto de cesura en la trayectoria vital de los personajes.

Tomado de: Encadenados

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Las creadoras ante lo fantástico. Visiones desde la narrativa, el cine y el cómic

Autores: David Roas; Alessandra Massoni

Cada vez es mayor el número de creadoras que se enfrentan al cultivo de lo fantástico, ya sea en narrativa, teatro, cine, TV, cómic y otras artes, autoras que se insertan en una larga tradición que, sin embargo, ha sido habitualmente minusvalorada o incluso olvidada salvo honrosas excepciones, lo que ha implicado su escasa presencia en los cánones literarios y culturales por no responder a los valores patriarcales y claramente discriminatorios que, a su vez, han marcado su construcción. Esa marginación ha implicado también, por comparación con lo ocurrido con los autores masculinos, una lamentable escasez de investigaciones sobre las creadoras fantásticas, sobre todo en relación a sus manifestaciones en ámbitos artísticos aparentemente reservados a los creadores, como son el cine, la TV o el cómic, lo que afecta negativamente al conocimiento tanto del estricto panorama de lo fantástico como de la producción cultural realizada por mujeres. Se hace necesario, pues, reivindicar la obra de las creadoras fantásticas, potenciar su visibilización y, al mismo tiempo, fomentar la recuperación de multitud de obras que han quedado fuera del canon o, como decíamos, que han sido minusvaloradas. Ese es el objetivo primordial de este volumen, compuesto de diez trabajos en los que se estudia la obra de diversas autoras fundamentales en el cultivo de lo fantástico y terrorífico, como son las narradoras Mary Shelley, George Sand, Emilia Pardo Bazán, Charlotte Perkins Gilman, Shirley Jackson o María Luis Bombal, la directora y guionista Lucile Hadihalilovic, y la creadora de cómic Emily Carroll. Un recorrido que demuestra la variedad y la incuestionable vitalidad de estas autoras, a la vez que evidencia cómo muchas de ellas han abierto nuevos caminos y han desarrollado temas y formas ausentes o poco explorados en las obras fantásticas de los autores masculinos.

Tomado de: Visor Libros

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Reflexiones sobre la actualidad cubana (Parte III)

Por Fabián Escalante

Nuestro pueblo avanza en diversos frentes, en medio de las agresiones y bloqueos generados por el gobierno de Estados Unidos y sus aliados europeos. Uno de los enemigos a batir, la pandemia de la covid-19, comienza a retroceder bajo los efectos de la vacunación masiva con los inmunógenos generados por nuestros científicos. También, se resuelven problemas materiales y sociales en comunidades desfavorecidas y se ejecutan medidas dirigidas a activar la economía del país.

El fortalecimiento del Poder Popular en la base de la sociedad, como reclama insistentemente nuestro Presidente Díaz Canel, comienza a florecer, pues es allí, en la comunidad, en el Consejo Popular, donde se tienen que resolver los problemas y dificultades existentes, para mejorar las condiciones de vida de la población.

Mientras, el enemigo que no ceja en sus empeños subversivos, en su objetivo de derrocar la Revolución cubana, intensifica el bloqueo multilateral impuesto y continúa sus campañas contrarrevolucionarias, la más reciente, los llamados a “huelga general” y a manifestaciones para protestar por las violaciones de los derechos humanos en nuestra patria. Alegan, derechos conculcados, detenidos secuestrados, abusos policiales, etc.

Detrás de esta ofensiva mediática por redes sociales, emisarios, prensa extranjera etc., que amenaza con huelgas y manifestaciones a lo largo del País, hay —evidentemente— una operación subversiva, bien preparada, sobre un esquema de “guerra sicológica”, para aterrorizar, manipular sentimientos, asustar, o al menos, preocupar a nuestros ciudadanos. ¿Huelga de qué?, ¿Manifestación contra “la represión” de una policía sin armas? ¿Por la liberación de presos políticos inexistentes y otras “libertades constitucionales” secuestradas?

Repiten machaconamente las mismas calumnias y mentiras fabricadas por la contrarrevolución miamense y sus patrocinadores, quienes por más de seis décadas han pretendido confundir a la comunidad cubana asentada en Estados Unidos y a los pueblos del mundo con tales falacias.

Los ejecutores de tales acciones han sido públicamente señalados como egresados de talleres subversivos, becas en Instituciones y Universidades en Estados Unidos y España, donde fueron tratados a cuerpo de rey, financiados y orientados hacia sus enlaces en Cuba, noveles o veteranos colaboradores, los mismos que por una recarga telefónica, son capaces de quemar una tienda o atacar una estación de policía.

Difundiendo por las redes sociales a largo plazo sus provocativas intenciones, buscan desestabilizar la tranquilidad ciudadana, en un momento en que vamos saliendo del peor pico de la pandemia, en que se reinicia el curso escolar presencial tan esperado por la familia cubana, se intenta reanimar la economía, se reiniciarán los vuelos comerciales y se prevé la llegada de turistas y visitantes.

Esgrimen los subversivos, el derecho que le otorga la Constitución para manifestarse y protestar, obviando aviesamente el concepto que esta tutela y que reconoce, respeta y garantiza a las personas la libertad de pensamiento, conciencia y expresión, y señala que los derechos de reunión, y manifestación con fines lícitos, y pacíficos, se ejercerán, siempre, con respeto al orden público y acatamiento de las preceptivas establecidas por la ley. Esta misma Constitución señala que “la defensa de la Patria socialista es deber supremo, y que la traición a la patria es el más grave de los crímenes…”.

No existe en Cuba, en los 62 años trascurridos, un solo caso demostrado de represión indiscriminada, desaparecidos, tortura o “falsos positivos” —como se denominan en Colombia y otros países— los asesinatos de inocentes que se hacen pasar como enemigos.

Usted puede estar descontento o se contrario al Socialismo, ese es su derecho constitucional, además puede expresar sus opiniones públicamente, pero lo que no puede hacer, es actuar y conspirar, con apoyo extranjero, contra el orden legal establecido, como también se impide en todos los países del mundo, sea cual sea su filiación política. Usted no tiene ningún derecho a infundir el terror mediático, a envenenar con mentiras y manipuladas informaciones a la opinión publica cubana. Ese derecho no se lo concedemos.

Estoy persuadido que la respuesta revolucionaria que se propinará a tales acciones contrarrevolucionarias, será oportuna, correcta, proporcional y adecuada, como debe ser y siempre ha sido.

Tomado de: Cubadebate

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La CIA vs. Assange: el mundo debe saber

Por Patrick Cockburn

Hace tres años, el 2 de octubre de 2018, un comando de oficiales sauditas asesinó al periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudita en Estambul. El propósito del asesinato era silenciar a Khashoggi y atemorizar a los críticos del régimen saudita al mostrar que se les perseguiría y castigaría como si fueran agentes de una potencia extranjera.

Esta semana se reveló que en 2017, un año antes del asesinato de Khashoggi, la CIA había maquinado el secuestro o asesinato de Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, quien cinco años antes se había refugiado en la embajada de Ecuador en Londres. Un alto funcionario estadunidense de contrainteligencia señaló que “en los más altos niveles” del gobierno de Donald Trump se discutieron planes para la entrega forzada de Assange a Estados Unidos. El informante fue uno de los más de 30 funcionarios estadunidenses –ocho de los cuales confirmaron detalles de la propuesta de secuestro– citados en una investigación de 7 mil 500 palabras de Yahoo News sobre la campaña de la CIA contra Assange.

El plan era “irrumpir en la embajada, sacar a rastras a Assange y llevarlo a donde queremos”, recordó un antiguo oficial de inteligencia. Otro informante comentó que tuvo conocimiento de una reunión celebrada en la primavera de 2017 en la que Trump preguntó si la CIA podría asesinar a Assange y plantear “opciones” de cómo hacerlo. Trump lo ha negado.

Mike Pompeo, jefe de la CIA designado por Trump, declaró en público que clasificaría a Assange y a WikiLeaks como equivalentes a “un servicio hostil de inteligencia”. Apologistas de la CIA aseguran que la libertad de prensa no estaba amenazada, porque Assange y los activistas de WikiLeaks no eran verdaderos periodistas. Los funcionarios de inteligencia del más alto nivel intentaban decidir quién es periodista y quién no, y cabildeaban con la Casa Blanca para redefinir a otros periodistas de alto perfil como “traficantes de información”, a quienes se consideraría susceptibles de ser atacados, como si fueran agentes de una potencia extranjera.

Entre aquellos a quienes se mencionó que la CIA quería atacar estaban Glenn Greenwald, fundador de la revista Intercept y ex columnista de The Guardian, y Laura Poitras, cineasta documentalista. Los argumentos para hacerlo eran similares a los empleados por el gobierno chino para suprimir a disidentes en Hong Kong, los cuales fueron muy criticados en Occidente. Encarcelar periodistas como espías ha sido siempre la norma en países autoritarios, como Arabia Saudita, Turquía y Egipto, en tanto que denunciar a la prensa libre como antipatriota es una marca más reciente de gobiernos nacionalistas populistas que han llegado al poder en todo el mundo.

Sólo es posible hacer un breve resumen de la extraordinaria historia expuesta por Yahoo News, pero los periodistas que la escribieron –Zach Dorfman, Sean D. Naylor y Michael Isikoff– deben arrasar con todos los premios periodísticos. Sus revelaciones deben ser de particular interés en Gran Bretaña, porque fue en las calles del centro de Londres donde la CIA planeaba un asalto extrajudicial a una embajada, el secuestro de un ciudadano extranjero y su entrega secreta a Estados Unidos, con la alternativa de asesinarlo.

No se trataba de ideas deschavetadas de oficiales de inteligencia de bajo nivel, sino de operaciones que, según la información, Pompeo y la agencia tenían toda la intención de llevar a cabo. Esta fascinante y trascendental historia, basada en múltiples fuentes, debería atraer extensa cobertura y variados comentarios editoriales en los medios británicos, para no mencionar al Parlamento. Muchos periódicos han publicado cuidadosas versiones de la investigación, pero no han causado furor. Hay desconcertantes vacíos de cobertura, como en la BBC, que sólo dio cuenta del caso, hasta donde puedo ver, en su servicio de radio para Somalia. El Canal 4, normalmente tan diligente en defender la libertad de expresión, al parecer no mencionó la noticia para nada.

De hecho, el ataque a la embajada nunca ocurrió, pese a lo avanzado de la planeación. “Hubo una discusión con los británicos sobre poner la otra mejilla o mirar para otro lado cuando un equipo de tipos entrara e hiciera una acción”, aseveró un ex alto oficial de contrainteligencia estadunidense, quien añadió que los británicos se negaron a permitir la operación.

Sin embargo, el gobierno británico realizó su propia acción contra Assange, menos melodramática, pero más efectiva, al sacarlo de la embajada el 11 de abril de 2019, luego de que el nuevo gobierno de Ecuador revocó el asilo. Dos años y medio después, Assange permanece en la prisión de máxima seguridad de Belmarsh, mientras Washington apela contra una decisión judicial de no extraditarlo a Estados Unidos por un posible riesgo de suicidio.

Si se le extradita, enfrentaría 175 años de prisión. Sin embargo, es importante entender que sólo cinco de ellos estarían fundados en la Ley de Fraude y Abuso con Computadoras, en tanto que los otros 170 años potenciales serían conforme a la Ley de Espionaje de 1917, adoptada durante el punto más alto de la fiebre de patriotismo a raíz de que Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial.

Sólo un pequeño cargo contra Assange se refiere a la revelación por WikiLeaks, en 2010, de una colección de cables diplomáticos estadunidenses y reportes del ejército relativos a las guerras de Irak y Afganistán. Los otros 17 cargos están relacionados con clasificar investigación periodística normal como equivalente al espionaje.

La determinación de Pompeo de mezclar investigación periodística con espionaje tiene particular relevancia en Gran Bretaña, porque la secretaria del interior, Priti Patel, pretende hacer prácticamente lo mismo. Propone actualizar la Ley de Secretos Oficiales para que periodistas, denunciantes ciudadanos y filtradores de noticias enfrenten sentencias hasta de 14 años de prisión. Un documento de consulta emitido en mayo, titulado Legislación para Contrarrestar Amenazas al Estado (Actividad Hostil al Estado) redefine el espionaje como “el proceso encubierto de obtener información confidencial delicada que normalmente no está a disposición del público”.

La verdadera razón de que la exclusiva acerca del complot de la CIA para asesinar a Assange haya sido ignorada o minimizada es que, desde todos los credos políticos, de izquierda, derecha o centro, se le está relegando injustamente como un paria.

Por dar sólo dos ejemplos, el gobierno estadunidense ha seguido afirmando que las revelaciones de WikiLeaks en 2010 pusieron en riesgo vidas de agentes estadunidenses. Sin embargo, el ejército de ese país reconoció en una audiencia judicial en 2013 que un equipo de 120 oficiales de contrainteligencia no logró hallar en Irak o Afganistán una sola persona que hubiera muerto por dichas revelaciones. En cuanto a las acusaciones de violación en Suecia, muchos sienten que bastaría con ellas para negar a Assange cualquier aseveración de ser un mártir en la causa de la libertad de prensa. No obstante, el fiscal sueco sólo realizó una “investigación preliminar” y no se han presentado cargos.

Assange es una clásica víctima de la “cultura de cancelación”, tan satanizado que ya no puede obtener una audiencia, ni siquiera cuando un gobierno conjura para secuestrarlo o asesinarlo.

En realidad, Khashoggi y Assange fueron perseguidos sin tregua por el Estado porque cumplieron el deber primordial de un periodista: descubrir información importante que el gobierno quiere mantener en secreto y revelarla al público.

Tomado de: La Jornada

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Doce nuncas de una crítica que no confiesa su nombre

Por Víctor Fowler

Leo en La Jiribilla el artículo “Álvarez y lo uno, lo otro y también lo contrario”, de Jorge Ángel Hernández, quien pone en perspectiva una reacción más —se han sucedido varias de ese tenor en los medios sociales en las últimas dos semanas— a una entrevista con Rolando Prats, “No hay dignidad plena sin democracia plena”, publicada en OnCuba News el pasado 14 de septiembre como parte de la serie Voces cubanas, que han venido publicando Julio César Guanche y Harold Bertot Triana desde el pasado mes de marzo.

Destaco, de lo que dice Jorge Ángel Hernández en su artículo, la siguiente idea que transparenta uno de los procedimientos más recurrentes y curiosos —en las ideologías de derecha— cuando se diserta a propósito de la Revolución cubana. Cito:

…mostrarse como el iluminado defensor del sistema social justo, como si este fuera posible en una democracia liberal subordinada al capital global y sus centros de poder y, ¿paradójicamente?, sin rozar con un pétalo a los neoliberales hegemónicos e injerencistas mientras tilda de neoliberal al Estado cubano y sus transformaciones económicas, que, por supuesto, necesitan un permanente debate desde sus procesos internos de democracia socialista.

Esta negativa a “rozar con un pétalo a los neoliberales hegemónicos e injerencistas” se inscribe en un proyecto de análisis e intervención social y política que excluye, olvida, calla o, cuando más, semioculta lo injerencista y lo hegemónico como tal y —por defecto, pero no por designio— toma distancia de ello, pero sin declararlo, como si ese distanciamiento fuese una dimensión ya implícita en ese tipo de análisis que estuviese clara para todos.

Uno de los nuncas del discurso de derecha sobre (contra) la Revolución es nunca señalar la relación directamente proporcional entre la calidad de vida de la población cubana y las posibilidades de su mejoramiento, por un lado y, por el otro, el sostenimiento implacable y la intensificación constantes del acoso y la hostilidad no solo contra el Gobierno de Cuba, sino contra la existencia misma del proyecto revolucionario.

De esa manera, el posicionamiento crítico —que acusa a la Revolución cubana de ser un proceso neoliberal e incluso califica de “reaccionarios” a quienes permanecen alineados en diversos grados de compromiso crítico con el proyecto revolucionario— ni siquiera sabe qué hacer con la soberanía. Si se quisiera señalar algunos de los fundamentos de ese modo de ver, pensar y analizar las realidades de Cuba, tal vez pudieran proponerse los doce nuncas que siguen:

1) Nunca reconocer e integrar en el análisis la noción de agresividad imperial y las instancias, agendas y acciones que puedan estar asociadas con ella.

2) Nunca admitir que el centro rector de esa agresividad imperial se encuentra en el Gobierno de los Estados Unidos y en los grupos de poder (cuando menos: económicos, financieros, militares y mediáticos) asociados con ese gobierno e integrados en él.

3) Nunca debatir ni menos aún cuestionar, en términos de derecho internacional y soberanía nacional, las políticas, el lenguaje y los comportamientos del Gobierno de los Estados Unidos respecto a las formas y estructuras de la vida en Cuba con posterioridad a 1959.

4) Nunca aceptar que el enfrentamiento entre Cuba y los Estados Unidos ocurre en el marco de una asimetría desmesurada y carente de toda proporción: país pequeño, pobre y constantemente acosado vs. país inmenso y rico y, hasta hoy, el más poderoso del mundo (y el más poderoso que haya jamás existido).

5) Nunca considerar que ese enfrentamiento no es un asunto meramente conceptual, que tenga lugar exclusivamente en la esfera de la superestructura (como debate político o filosófico o en escenarios de reflexión o discusiones intelectuales o académicas), sino que constituye una articulación sistemática de violencias diseñada y desplegada por el país agresor con propósitos y alcances que delatan una pretensión universal.

6) Nunca convenir que esa pretensión universal se traduce y se apoya en un sistema de impulsos destructivos contra prácticamente todo tipo de estructuras, niveles, espacios y formas de existencia de la sociedad cubana desde 1959.

7) Nunca conceder que esa capacidad y esa voluntad de violencia se apoyan en una fuerza de magnitud virtualmente infinita, generada por los mecanismos de influencia o coerción económica, política y militar del Gobierno de los Estados Unidos y capaz de “manejar” a otros países o “arrastrarlos” en la dirección que mejor convenga a los intereses y designios de ese gobierno.

8) Nunca manifestar que la violencia antes mencionada encuentra amparo y apoyo en ámbitos estatales, gubernamentales y empresariales de países desarrollados, estratégicamente aliados de los Estados Unidos y que se cuentan entre los más poderosos del mundo.

9) Nunca tener presente que el Gobierno de Cuba opera permanentemente (y tal ha sido el caso desde casi su misma constitución en 1959) bajo condiciones de sospecha, hostilidad y acoso.

10) Nunca destacar aquellos logros que hayan tenido o podido tener lugar en el espacio/tiempo de la Revolución cubana; ni hacer mención alguna del esfuerzo que se haya necesitado para conseguirlo y, menos aún, de las acciones que en el presente se hayan realizado para garantizar que se pueda seguir prestando atención social —y no solo a los más necesitados— y seguir impulsando planes de desarrollo en numerosos ámbitos.

11) Nunca señalar la relación directamente proporcional entre la calidad de vida de la población cubana y las posibilidades de su mejoramiento, por un lado y, por el otro, el sostenimiento implacable y la intensificación constantes del acoso y la hostilidad no solo contra el Gobierno de Cuba, sino contra la existencia misma del proyecto revolucionario.

12) Nunca explicar a esas mismas masas populares a las que se pretende liberar (en este caso, del “comunismo”) de cuáles oportunidades universales y posibilidades efectivas de aprovecharlas disfrutarían en ese mundo tan radicalmente transformado al que se les invita.

*****

¿Se reconocerá a sí mismo, en esos doce nuncas que propongo, semejante discurso crítico de la Revolución y de todo lo que este asocia con la Revolución, en particular ese “comunismo” que no definen ni caracterizan, sino por los efectos de todo aquello que de hecho lo niega, desde la política imperial hasta los propios déficits del modelo cubano? ¿O no hablar nunca de ello seguirá siendo la única opción que le quede a una contrarrevolución incapaz de confesar su propio nombre, en un mundo en que ese nombre está desacreditado?

Tomado de: La Jiribilla

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La conquista del poder por parte del proletariado en las tres primeras películas de Eisenstein

Serguei Eisenstein, director de cine y teatro soviético

Por Jacques Franju

«Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes. […] Sin embargo, nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza por haber simplificado estos antagonismos de clase. Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado», Manifiesto del Partido Comunista, Karl Marx y Friedrich Engels (1).

No hace falta presentar a Serguei Eisenstein, el genial director de cine soviético que revolucionó el cine con sus películas, que revolucionó la idea de montaje (2), además de diferenciar cinco tipos de montaje: métrico, rítmico, tonal, armónico e intelectual (3). Es sabido gracias a muchos trabajos sobre estos temas. Así pues, nos detendremos menos sobre el montaje que sobre un aspecto menos estudiado: el importante ascenso, no de un personaje en particular, sino de una clase social, el proletariado, a través de las tres primeras películas de Eisenstein, es decir, La huelga (1925), El acorazado Potemkin (1926) y Octubre (1927). Advertimos desde ahora que no nos vamos a detener en los errores históricos del cineasta, ya que son conocidos y no son el tema sobre el que trata este artículo.

Antes de entrar plenamente en materia, conviene ponerse de acuerdo sobre una noción: ¿qué es un proletario?

El proletario es quien no posee nada aparte de su fuerza de trabajo, la cual vende. Productor del valor económico (al ser el trabajo la principal fuente de valor), el trabajo del proletario es acaparado por el capitalista, que posee los medios de producción y recupera el fruto del trabajo de sus asalariados. “Roba” también sería el término adecuado, ya que al proletario solo se le paga el valor de la reproducción de su fuerza de trabajo y no la totalidad, puesto que trabajando crea un excedente de trabajo que quien posee el capital transforma en beneficio y recupera para sí mismo (4). Esta descripción que hizo Marx en El capital es lo que justifica la revolución para abolir las clases sociales y llegar a una sociedad armoniosa, la comunista. Aunque pueda haber una tendencia a mezclarlas, la noción de proletario no se corresponde totalmente con la de obrero (5). En efecto, a menudo se considera a los obreros de las fábricas la vanguardia del proletariado debido a la gran concentración de proletariado en un lugar y a la facilidad que tiene para interactuar y, por la tanto, la unión entre ellos frente a la patronal. Sin embargo, en virtud de su definición el proletario es más amplio que el obrero. Se puede hablar de marinos explotados y maltratados en El acorazado Potemkin, de los «independientes» tipo conductores de Uber o incluso de los empleados del sector de la restauración.

El proletariado tampoco abarca totalmente la noción de pueblo. Se supone que esta última noción designa a la mayoría de los ciudadanos de un territorio dado haciendo abstracción de su clase social. Por consiguiente, no hay problema en utilizar la noción de pueblo para un perfecto reaccionario o para un populista de izquierda republicana totalmente ignorante del marxismo, ya que el término «pueblo» es muy elástico en el vocabulario político en función de la ideología de quien habla. Por supuesto, como en la mayoría de los países capitalistas el proletariado representa a la mayoría de la población, ocurre muy a menudo que personas que afirman ser socialistas, entre las que se encuentra Eisenstein, utilizan «pueblo» y «proletariado» de forma equivalente.

Con sus tres primeras películas Eisenstein quería llevar al pueblo hacia el socialismo. Además, hay que señalar que su primera película iba a ser el principio de una serie de películas titulada Hacia la dictadura del proletariado. Eisenstein empezó su carrera en el teatro del Proletkult (del que provenían los actores de su primer largometraje). Se trata de una corriente artística nacida en 1917 que quería establecer las bases de un verdadero arte proletario sin influencia burguesa. Una concepción poco dialéctica que fue objeto de duras críticas del Partido Bolchevique (6)…

Fotograma del filme La huelga (1925)

Las tres películas empiezan con una cita de Lenin relacionada con la trama. En la primera es un extracto que indica que es necesario que el proletariado se organice, en la segunda recuerda la chispa de la revuelta de los marinos en 1905 y la última habla de la Revolución de Octubre.

La película La huelga muestra el primer intento del proletariado ruso de rebelarse contra la todopoderosa patronal. Este largometraje describe la huelga de los obreros de una fábrica en 1912 tras el suicido de un colega al que se había acusado injustamente de un robo. La huelga dura mucho tiempo y aunque es muy combativa, acabará debido al hambre, a los traidores en su seno, a las provocaciones de la patronal y, por último, a la brutal represión de los ejércitos del zar.

La efervescencia del inicio de la huelga se muestra por medio de un montaje rítmico que empieza con la insistencia de uno de los capataces en que se reanude el trabajo, a continuación cuando los obreros ordenan detener las máquinas y después al recorrer los diferentes sectores de la fábrica para pedir a cada obrero que se una a la huelga. Esta larga secuencia acaba en una escena que me parece muy hermosa, la de una rueda mecánica que sirve para hacer funcionar las máquinas y que gira, a continuación vemos aparecer sobre su imagen tres obreros de diferentes edades, primero con los brazos a lo largo del cuerpo y después con los brazos cruzados. La máquina se detiene en el momento en que cruzan los brazos, desaparece después y solo se ve a los tres obreros. Esta escena, plena de significado, simboliza al mismo tiempo la unidad de los obreros contra el capitalismo, la recuperación de su fuerza frente a la máquina que los machaca y la prueba de que sin su fuerza de trabajo esta no funciona.

El tema principal de la película es el de la organización y del mantenimiento de la unidad. Hay que destacar que aunque los personajes se consideran a sí mismos obreros, su conciencia de clase es fragmentaria, lo que se explica sobre todo por el hecho de que hay pocos militantes (bolcheviques). Por otra parte, se tienen que enfrentar a una red de informadores/provocadores al servicio de la patronal mucho más experimentados que ellos. Es, además, la ocasión de mencionar un tema de la película que está presente con los informadores, el del lumpenproletariado (7). Se trata del proletario desclasado que se dedica al crimen y cuyos miembros, aunque en el marco de una revolución se les puede llevar hacia los demás proletarios, son sobre todo aliados de la patronal o de las fuerzas reaccionarias e incluso fascistas para reprimir al proletariado revolucionario. En la película esto se traduce en unos chantajistas o unos provocadores que queman una casa. Puede que todavía hoy algunas personas de izquierda olviden este estatus de «proletariado andrajoso», pero es muy necesario recordar que las mafias y otros bandidos no pueden servir a la causa del proletariado y que en la medida de lo posible hay que luchar contra estas actividades.

Tras la masacre al final del largometraje, la película pide que el proletariado se acuerde de sus mártires y rinda homenaje a su memoria. Los héroes de la clase obrera le deben inspirar, pero también, implícitamente, le deben hacer aprender de sus errores. Esta lección se comprenderá en parte en su segunda película, El acorazado Potemkin.

Fotograma del filme El acorazado Potemkin (1926)

El acorazado Potemkin cuenta la revuelta de los marinos de este acorazado durante el año revolucionario de 1905 en Rusia ante los malos tratos de los suboficiales y una comida en malas condiciones. Durante el levantamiento el marino que había llamado a la rebelión es asesinado a traición por el capitán del barco. Su cuerpo se depositará de forma casi religiosa en el puerto de Ordesa con un rótulo que explica los acontecimientos que provocaron su muerte. Su ejemplo vivificará a la muchedumbre que elegirá rebelarse y seguir el ejemplo del Potemkin. Desgraciadamente, el ejército del zar masacrará ostensiblemente a la muchedumbre de Ordesa antes de que los marinos repliquen.

Esta película, que parte de unos acontecimientos reales, aunque novelados, nos muestra siempre unas escenas de revueltas que cuestionan a la autoridad (en este caso zarista y religiosa), pero la unidad es más firme y se crea entre varias capas del proletariado, como demuestra la escena del marino asesinado que enciende la chispa de la rebelión de la población de Odesa. Una unidad que los odios irracionales no romperán: se golpea debido a su antisemitismo a un hombre que grita entre la multitud «muerte a los judíos».

El ejército del zar ataca por sorpresa a los sublevados de Odesa en la famosa escena de las escaleras. Los cosacos llegan por debajo de la estatua del zar para indicar claramente que actúan en nombre del opresor. Hay un momento de pánico y varias personas caen bajo las balas de los soldados. A pesar de los intentos, resulta imposible hablar a los soldados del zar, que incluso matan a niños. Con la famosa escena del cochecito de niño que cae por las escaleras Eisenstein muestra la vida que se va ante el horror de la escena, que refuerzan los primeros planos del rostro de las personas víctimas de la represión y cuya humanidad se destaca. Pero esta vez los marinos replican ante lo abominable y bombardean la Opera de Odesa. El montaje pretende ser intelectual, ya que las explosiones hacen referencia a la expresión de la ira del proletariado y las estatuas de leones que aparecen representan a los soldados del zar y la reacción. Al contrario de su primera película, la historia acaba con una semivictoria cuando los acorazados dejan pasar al Potemkin sin combate puesto que las tripulaciones de esos barcos se habían revelado y unido a la revolución.

Llegamos así al tercer intento, el de la película Octubre. El largometraje relata, por supuesto, las jornadas revolucionarias que llevan a la toma del Palacio de Invierno los días 25 y 26 de octubre de 1917, lo que llevó a la aparición del primer Estado socialista del mundo.

Al contrario de en las dos primeras obras, el proletariado ruso es mucho más consciente de sí mismo: ya no se deja engatusar, reprimir o dividir impunemente, como demuestra la escena en la que los mencheviques, que se han unido al gobierno provisional, tratan de detener la revolución durante la asamblea del sóviet de Petrogrado con unas súplicas que se comparan gráficamente a un violinista, sin que eso detenga al proletariado. Al contrario, mientras que en las dos primeras películas los enemigos de clase estaban unidos, en esta ya no lo están y están particularmente sometidos a las contradicciones de su clase social.

Por otra parte, lo que cambia respecto a las anteriores películas es la presencia más marcada de un partido de vanguardia del proletario: el Partido Bolchevique.

El partido tiene una importancia fundamental para los comunistas (como pone de relieve el Manifiesto del Partido) (8). Lejos de los partidos a los que estamos acostumbrados en Francia, cuyo objetivo es puramente electoral y recaudar subvenciones, el Partido Comunista según los textos de Marx y Lenin es un partido que representa a una clase revolucionaria, el proletariado, capaz de organizar su acción, incluso la espontánea, y de representar a esta clase en cualquier lugar (tanto en el trabajo como en el parlamento). El partido, formador teórico, desempeña el papel de intelectual colectivo y permite concienciar a los trabajadores. El partido permite mantener el impulso revolucionario y lograr una transformación radical de la sociedad. El partido está ahí para asegurar que no se da ningún paso atrás: una escena notable de la película es la del rebobinado de la primera secuencia, que muestra cómo el pueblo revolucionario de obreros y campesinos destroza la estatua del zar Alejandro III, en el momento en el que las tropas del general Kornilov amenazan con irrumpir para derrocar la revolución de febrero y devolver el poder a la familia real. Ante esta perspectiva, son los bolcheviques, algunos de ellos encarcelados tras las manifestaciones de julio de 1917, quienes serán la punta de lanza la lucha contra Kornilov, ya que el jefe del gobierno provisional, Alexander Kerensky, demuestra ser incapaz de dirigirla a pesar de sus sueños de grandeza. Por supuesto, para permitir que haya más identificación (y porque la referencia es obligada) el Partido Bolchevique se encarna en la figura de Lenin, cuyo regreso a Rusia se novela y el pueblo espera con impaciencia que salga de la estación para oírle hablar.

Fotograma del filme Octubre (1927)

Todos los acontecimientos de la película llevan a la toma del poder por parte del proletariado durante los días de octubre de 1917, presentada como un levantamiento de las masas proletarias contra la burguesía. La toma del Palacio de Invierno recuerda en cierto modo a lo que Jean Renoir hará en 1938 en su película La Marseillaise cuando los insurgentes toman el castillo del rey. La escena final muestra a los proletarios de San Petersburgo felices por haber tomado el poder y derribado el gobierno de Kerensky, lo que les permite decretar finalmente la paz y las tierras para los campesinos. En ese momento los relojes se detuvieron en todo el mundo y anunciaron el advenimiento del proletariado. Al final, podríamos suavizar la caricatura desmesurada del enemigo de clase, que a menudo es gordo, incompetente, pretencioso, sin estar a la altura, malvado por naturaleza, etc. No es que algunos rasgos no se encuentren en algunos impresentables, ni que la incompetencia probada de Kerensky (que hizo que le detestaran tanto los obreros, que tras sus grandes frases veían claramente los intereses capitalistas, como la derecha reaccionaria, que lo encontraba demasiado blando), pero este rasgo se exagera para dar un rostro humano al proletariado, que está muy lejos de los nobles de la película La Marseillaise de Jean Renoir. Sería un error subestimar al enemigo con el fin de educar al proletariado hacia la revolución. Conocer mejor el punto de vista del enemigo y sus costumbres permite abatirlo más fácilmente.

Notas:

(1) Tomamos la traducción de https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm (N. de la t.).

(2) « Sergueï Eisenstein : le cinéma peut-il éduquer les masses », Cinéma et politique, 22/05/2020.

(3) « Il pose les bases du montage Eisenstein et ses théories », Lucas Morata, 15/06/2017.

(4) Véase el vídeo « Être communiste en 2021 » des JRCF. Para profundizar más, véase, por supuesto, El capital, pero también Trabajo asalariado y capital, del mismo autor.

(5) Véase el famoso Manifiesto, o más recientemente un texto corto del blog Réveil communiste « Qui sont, et où sont les prolétaires en 2021 ? ».

(6) Véase « De la culture prolétarienne » de Lenin, 8 de octubre 1920.

(7) Véase, de nuevo, el Manifiesto del Partido Comunista.

(8) Véase también ¿Qué hacer?, de Lenin (1902).

Tomado de: Le cuirassé d’octobre

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La memoria y el silencio: la obra escrita de Iván Giroud

Iván Giroud, Presidente del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano

Por Margarita Mateo Palmer

…al parecer todo está listo no has olvidado por supuesto

mostrarte la lengua ante el espejo

y lo que es mucho más importante las señas

las señas que debes repetir hasta que aprendas

ese lenguaje tan confuso de los dedos

en el que debes recibir y devolver el saludo de tus cómplices trazar aún muchas palabras sin sonido…

«Lenguaje de mudos». Delfín Prats

Los tres libros[1] me llegaron a la vez —en un sobre blanco— gracias a mi antigua amistad campercasaliana. Como en los viejos tiempos, sonó el timbre de la puerta y allí estaba la lectura apetecida. Solo había que expresar el deseo en voz alta: artículos, entrevistas, libros desempolvados y hasta viejos pergaminos hacían su aparición.

Aunque había leído con mucho interés varias reseñas[2] acerca de La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1948-1964), el libro más reciente de Iván Giroud —y de ahí surgieron mis afanes de lectura—, decidí comenzar por Alfredo Guevara en el ejercicio de la crítica en Hoy y Nuestro Tiempo (1953-1957), publicado en 2017. No lo terminé. Mi interés no giraba tanto en torno al inicio en la crítica cinematográfica del fundador del ICAIC o a su figura, sino a la paciente labor de investigación y rescate del pasado, que me costaba trabajo asociar con alguien capaz de dirigir un proyecto cultural de tan delirantes dimensiones y complicados recodos como el Festival de Cine de La Habana: selección y programación de cientos de películas, conformación de jurados, galas de inauguración y clausura, detalles prácticos de transporte y alojamiento, muestras, retrospectivas. Dinamismo, agilidad, todo un mundo en movimiento incesante marcado por el apremio y la inmediatez. Es decir, me interesaba la labor de investigación de una persona cuyos saberes asociaba más con la sala oscura que con los luminosos salones de lectura de las bibliotecas; con la estridencia de los espectáculos y no con el silencio de las galerías de libros. Me detuve con interés en la nota del editor que califica de «cuasi arqueológico» el estilo de investigar de Iván Giroud, y me sedujo la pasión del estudioso cuando, a partir de un descubrimiento casual, comienza a adentrarse en inquietantes entresijos: «Terminé de leer aquellos artículos el sábado bien tarde en la noche. Y me costó alcanzar el sueño. El domingo temprano llamé a Manolito Pérez para comentarle sobre mi hallazgo, pero él quedó tan sorprendido y desconcertado como yo». Leído el prólogo del director de El hombre de Maisinicú y algunas de las primeras críticas, desistí de la lectura.

Comencé entonces La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1948-1964), y apenas pude parar hasta que lo concluí casi de un tirón. La transcripción de la grabación con la que termina el texto —que ocupa más de un tercio del libro— abrió para mí un mundo de confrontaciones, pugnas, conspiraciones y debates que daban vida excepcional a un fragmento de la historia de la política y la cultura cubana a principios de los años sesenta, por lo general reducido a una definición convertida en consigna[3] y muchos lugares comunes. Fue entonces que comencé la lectura del tercer libro: El pretexto de la memoria. Una historia del Festival de Cine de La Habana[4]. Los títulos de los diferentes capítulos que integran el libro —«La película maldita», «Le cantaron la Guantanamera», «Lenin en suite habanera», «El segundo crimen del padre Amaro»— incitan a la lectura. Los pequeños resúmenes que abren cada capítulo, no a modo de leads periodísticos, sino de peculiares sinopsis, acrecientan el interés del receptor:

Cine cubano en el Pompidou. «No puede entrar, compañero», el portero del Capri a Spike Lee. Retrospectiva de cine chileno. Fuertes crítica a Havana, de Sidney Pollack. Lo que el viento se llevó, en copia restaurada. Pastor Vega y Julio García Espinosa se despiden. Caótica clausura[5].

«¿Quién dijo que todo está perdido?», canta Fito Páez. La guerra de los emails. Cuarenta años de Viña del Mar. Retrospectivas de Joaquim Pedro de Andrade y Eric Rohmer. Javier Bardem, Diego Luna y Gael García Bernal nos visitan. Tres piedras en el zapato: La vida de los otros, Old Man Bebo y Telón de azúcar[6].

Como una catarsis califica Giroud el inicio de la escritura de este texto. El impulso de extroversión aparece unos pocos meses después de haber respondido con un simple «de acuerdo» al último correo electrónico que le enviara Alfredo Guevara, destituyéndolo como director del Festival. El estallido es inducido por un motivo aparentemente nimio, casi risible: la peregrina idea de que se pretendía escribir un «Manual de cómo se prepara y organiza el Festival de Cine», casi una burla para quien sabe que el Festival de La Habana solo se sostiene sobre una enorme capacidad de improvisación, solidaridad, asunción de riesgos, creatividad, relaciones personales, apuestas desesperadas, colaboración de amigos, azar, decisiones tomadas sobre la marcha, corretajes, apagafuegos, momentos caóticos, coyunturas delirantes, agotadora carrera de obstáculos acrecentada por las injustas leyes de aislamiento aplicadas por el vecino del norte, es decir, una infinidad de variables imposibles de ser estandarizadas en un manual.

Comienza entonces el proceso de purga, el reconocimiento de una experiencia dolorosa y al mismo tiempo liberadora, que le permite exorcizar algunos demonios a través de la escritura. Vienen las palabras a impedir cualquier naufragio, a dejar un testimonio que ampara y salva: «Comencé a escribirlo sin plan, a tirones e impulsos, sufriendo por lo que contaba y también por lo que omitía»[7].

Varios niveles de silencio se advierten en el libro. Están aquellas vivencias que por sí mismas se han fugado, huyendo por su cuenta, impidiendo el rescate de la memoria que, en su misteriosa, callada e indetenible labor, las ha desdibujado, tornándolas irrecuperables: tachadura o borradura sigilosa, ajena al control de la razón. A esas omisiones involuntarias se suman otras, descartadas con intención, eludidas conscientemente, como por ejemplo los motivos que llevaron al autor a ingresar en una escuela militar a los doce años.

Es sabido que los límites entre la autobiografía y las memorias (excluyo la denominación de testimonio, que con el paso de los años ha ido quedando subsumida en otras variantes de las escrituras del yo) son sumamente imprecisos. Como refiere Reinier Pérez-Hernández en «“El reverso del vacío”. El trauma de la memoria en las escrituras y narrativas de vida afrocubanas contemporáneas»:

«Como Bernd Neumann, distinguiremos la autobiografía de la memoria a partir de la tensión que esta establece entre “individualidad y entorno histórico-social”. Las memorias, señala él, “pueden ser definidas sin reservas como la forma literaria de los recuerdos de vida del ser humano que está integrado en la sociedad y desempeña su papel social”. De ahí que el memorialista “descuida generalmente la historia de su individualidad en beneficio [de la historia] de su época. No representa su devenir ni su vivir, sino su actuar en calidad de actor social y la valoración que se experimenta a través de los otros”. […] En sentido bajtiniano, las memorias responden a ese acto cívico-político, mientras que la autobiografía integra otros planos de la vida que no se consideran partes del foro público y social. Pero, como ocurre muchas veces, las fronteras entre una y otra son porosas[8]».

No es de extrañar entonces que esa y otras experiencias individuales estén ausentes en un texto volcado hacia la narración de las memorias de un festival de cine, aun cuando, en esa frontera porosa recordada por Pérez-Hernández, aparezcan vivencias personales o incluso, como en este caso, una breve caracterización a través de los recuerdos, de las inclinaciones culturales, las preferencias literarias y artísticas del autor, especie de carta de presentación autobiográfica muy pertinente para el ámbito en que se mueve el libro. Cuando Giroud, en su primer día como trabajador del ICAIC, toma el ascensor para subir al séptimo piso, siente que se mueve hacia una nueva dimensión de su vida y realiza un breve recuento:

«Contuve la respiración y mientras ascendía iba sintiendo que conmigo iban las películas que más me habían marcado hasta la fecha (París, Texas, de Wim Wenders; Blue Velvet, de David Lynch; Nostalgia, de Tarkovski); los libros que más amaba (Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar; El acoso, de Alejo Carpentier; Confesiones de una máscara, de Yukio Mishima; y las Apostillas a El nombre de la rosa, de Umberto Eco, en especial aquel apartado en el que define el posmodernismo, que me ayudó a comprender el arte de mis contemporáneos); y hasta el primer disco en solitario de Sting, The Dream of the Blue Turtles, que incluye «Russians», basada en un tema de Prokófiev, y que me parecía escuchar como banda sonora durante la escena en aquel mi breve viaje en el elevador»[9].

Otras breves anécdotas personales aparecen dispersas en las memorias: las suelas de sus zapatos nuevos insólitamente despegadas en el lobby del teatro Karl Marx mientras recibía a los invitados para la inauguración con El laberinto del fauno; la angustia compartida con Fernando Pérez de ser confundidos con «mulas» en los aeropuertos debido a la excesiva cantidad de bolsas de leche en polvo que llevaban en los maletines, la camisa recién estrenada, rota en el pugilato, una noche de inauguración, junto a los custodios, para impedir que las hordas —desesperadas por asistir al estreno de Fresa y chocolate— se colaran al teatro por la verja del parqueo. Otras vivencias de viajes —simpáticas y no— son rememoradas, mas el centro de interés sigue siendo su participación como actor social. Muy escueto es el espacio dedicado a los recuerdos personales de los festivales internacionales. Sobre los de Cannes, Venecia y Toronto, a los que asistió por primera vez en 1995, afirma:

«Conocer en un mismo año tres de los más importantes festivales de cine del mundo fue de excepcional importancia. […] …sin el influjo de todos ellos, así como de otros que no he mencionado, mi visión del mundo cinematográfico no se hubiera ensanchado y mi aporte a nuestro certamen hubiera sido mucho más pobre y conservador. Estos festivales me hicieron crecer, desafiaron mi imaginación, me plantearon retos y consolidaron mi vocación como programador y afinaron mi olfato como director del Festival. Mucho influyeron en mis siguientes pasos».

No faltan, desde luego, las múltiples referencias a muy diversas personas que, de una manera u otra, contribuyeron año tras año a la realización de este proyecto pantagruélico, a veces de manera tangencial, pero decisiva en su momento. Como ha expresado Camilo Pérez Casal:

«Conmueve la franqueza inusual de sus páginas, la ausencia absoluta de necesidad de protagonismo de su autor. Y, sobre todo, la puesta de todas las relaciones, las institucionales y las personales, en función de sumar esfuerzos por situar la cita de La Habana en el exclusivo circuito de festivales internacionales de cine del mundo. Este libro es también un homenaje al equipo que ha realizado el Festival y a todos los que han colaborado en sus cuatro décadas de andar»[10].

Es sabido que los silencios hablan. Son elocuentes y pueden tener tanto valor como la palabra dicha o escrita. Con un lenguaje desenfadado, y a la vez preciso, se mencionan a vuelo de pájaro breves experiencias tras las cuales uno puede adivinar anécdotas desagradables y grandes tensiones. Al referirse al Comité de Cineastas de América Latina, por ejemplo, se apunta brevemente lo ocurrido en una reunión celebrada en La Habana:

«…según la percepción de uno de aquellos veteranos, yo era un desideologizado personaje, que pretendía abrir espacio a obras que no manifestaban una clara lealtad a los postulados del nuevo cine latinoamericano, mientras a otras, que sí pertenecían al movimiento, incluyendo las de algunos directores que habían sido pilar de esta cinematografía, les cerraba las puertas por criterios meramente estéticos».

Sobre las proyecciones de Alicia en el pueblo de Maravillas durante el Festival de 1991 —reducidas a unas pocas funciones— comenta sucintamente el autor, en ese respetuoso y sobrio estilo de «a buen lector, pocas palabras» que caracteriza todo el texto:

«…cuando tuvo lugar el estreno ya se había establecido en algunos dirigentes y funcionarios la opinión de la inconveniencia de la película. Los cines de la capital se llenaban de militantes antes de que abrieran al público interesado en ver la película, en tanto los diarios principales del país publicaban al unísono artículos que la atacaban. Resultaba más que significativo que ninguno de los autores de esos textos se dedicaba profesionalmente a la crítica cinematográfica».

Las memorias ajenas también evocan recuerdos propios. No olvido la tensión en la cola del cine Yara en aquella ocasión. Era casi tangible una atmósfera de tirantez de la que podía percatarse hasta el más inadvertido. Los rumores se habían propagado con una velocidad asombrosa: yo estaba al tanto, no solo de la presencia de militantes que se habían prestado para esa «tarea de choque», sino de anécdotas difundidas de boca en boca, como la de una profesora de la Universidad de La Habana que en pleno fervor combativo afirmó que iría al cine con unas puyas para darle un taconazo en la cabeza al que se manifestara contra la Revolución. Avanzada la película, ya transportada por el mundo de la ficción a otra dimensión, me reí un poco alto, e inmediatamente, en la penumbra de la sala oscura, vi cómo se volvían hacia mí, admonitoriamente, varios de mis anónimos contertulios. En otros cines, según me contaron, se lanzaron consignas revolucionarias durante la función.

En el libro de Giroud se señalan los hechos, se devela con objetividad y osada firmeza lo sucedido en el pasado para que el lector reflexione por sí mismo sobre viejos avatares a la luz del presente. No le será difícil reconocer similares esquemas, modos de actuación carentes de transparencia, temores al diálogo y la confrontación, una incapacidad para asimilar las críticas y, sobre todo, la falta de confianza y subestimación de los espectadores. Sobre esta última cuestión, expresa el autor a raíz de las tensiones provocadas por El crimen del padre Amaro y por Balseros:

«En este tipo de situaciones considero que lo importante es tener clara la línea que uno está siguiendo y defendiendo y actuar con la mayor convicción. Nuestra posición es que el público tiene derecho a ver todas las obras y a juzgar por sí mismo. Las películas, por su parte, deben cumplir el requisito de ser realmente arte con independencia de su complejidad. Los límites están tipificados en la Constitución: la pornografía y la promoción o incitación a la discriminación y a la violencia. La función de la crítica consiste pues en contribuir a que el espectador pueda analizar con más profundidad y elementos, pero no sustituye su juicio».

Por último, están los silencios ajenos, las tramas ocultas, las decisiones tejidas tras bambalinas, los sutiles mensajes en clave cuyos códigos no es posible desentrañar. El gran revuelo en torno a la copia clandestina de Alicia… envió una señal inquietante pero indescifrable en aquel momento. Pasado el primer revuelo, no llegó la calma: «De todos modos me quedé intranquilo: si la copia de una película generaba tanto movimiento, comprendí que algo grande se avecinaba. Un mes después nos enteramos por la prensa». En efecto, aproximadamente un mes más tarde, Granma informaba sobre la desaparición del ICAIC y su fusión con el ICRT, una decisión que no pudo llevarse a la práctica debido a la sólida resistencia de los trabajadores del ICAIC, en particular de los dieciocho cineastas que formaron un comité y «se declararon en asamblea permanente para protestar la medida y evitar a toda costa que se produjera la fusión». De nuevo el silencio oficial intentando ocultar una realidad más fuerte que cualquier censura. Solo dos años después se derogó oficialmente un Acuerdo del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, que nunca llegó a implementarse.

Uno de los enigmas del Festival de La Habana son las preferencias de su público, caracterizado por una gran diversidad. Como ha señalado el autor, uno de los más importantes sostenes del Festival —en el cual también se basa su prestigio— es la participación de los espectadores, el diálogo abierto que son capaces de establecer con las películas desde sus butacas, la decidida y entusiasta vocación por un arte cuya calidad saben apreciar. Es indudable que el carácter popular que lo distingue está muy relacionado con la elevación del nivel cultural de la población cubana y las posibilidades de fácil acceso a expresiones artísticas que en otras latitudes poseen precios privativos. Varias son las anécdotas recogidas en El pretexto de la memoria… sobre ese público «tan famoso y apreciado como el propio Festival». En una de estas se narra el asombro de Peter Greenaway, quien permaneció en el cine Yara para ver la reacción de los espectadores ante Drowning by Numbers (1988). La función comenzó a las once de la noche, y finalizada esta, cuando bajó al vestíbulo del cine, un grupo de los asistentes lo esperaba para saludarlo, «entre ellos una mujer negra de unos cincuenta años, de apariencia muy humilde y a la que le faltaba una pierna y que se ayudaba con un par de desvencijadas muletas. Dejó a Peter sin habla cuando en perfecto inglés lo felicitó y le preguntó por qué no había traído su último filme, The Pillow Book (1996)». Existe en ese público —y esto es motivo de regocijo para los organizadores del Festival— una marcada preferencia por las películas cubanas. Esos espectadores que hacen colas interminables y esperan hasta altas horas de la noche para ver el filme que les interesa tienen, desde luego, una capacidad propia para apreciar el séptimo arte:

«El público cubano en particular ha dado reiteradas muestras de madurez y capacidad para discernir sobre la calidad y el contenido de una obra. Aquí se dice: “actuar de acuerdo con los principios”, y de eso se trata. Los principios no se pueden adecuar a las circunstancias del momento y mucho menos a los prejuicios ni a las aprensiones o temores de algunos funcionarios».

La presentación de Fresa y chocolate, por muchos motivos, marcó un hito en la historia del Festival. Además del tumultuario suceso ya comentado en el Karl Marx durante la inauguración del evento, en el cine Chaplin hubo que abrir las puertas a la multitud: «Algunas personas vieron la película sin sus zapatos; recuerdo que en el lobby del cine quedaron más de cincuenta de diferentes colores, tallas y modelos, y se encontraron objetos personales que fueron abandonados o perdidos en la desenfrenada carrera por encontrar una butaca». Como ha comentado Giroud: «Se ha establecido un mito según el cual en La Habana una película no ha triunfado verdaderamente si no rompe cristales. Que yo recuerde, ha ocurrido con Fresa y chocolate, La ley del deseo y con Good bye, Lenin». El año de Fresa y chocolate también fue importante debido a las palabras de clausura pronunciadas por Alfredo Guevara. Según el autor:

«Algo irrumpía en la homogénea sociedad cubana. El diferente encontraba su lugar en aquella película producida por el estado. Ya lo había alertado en su discurso de clausura Alfredo cuando dejó sin aire a muchos de los presentes al cerrar su intervención transformando la emblemática frase de «Socialismo o muerte» en la más actual y atrevida «Patria y vida».

En una carta dirigida por monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, donde le agradece su parte, «tan definitoria, en la producción y exhibición de Fresa y chocolate, sin duda, el filme cubano más significativo de los últimos años; ingrediente positivo, como pocos, en el “examen de conciencia nacional” que nos corresponde como nación adulta», añade:

«…gracias también por tus palabras iluminadoras con esperanza “abundantosa”, en la clausura. No es la hora ya de la trágica alternativa “Patria o muerte”; la historia camina y nuestro momento es de “Patria y vida” (como dijiste anoche), el del empleo existencial de la conjunción conjuntiva e ilativa “y”, y no de la adversativa “o” ante la realidad de una muerte anunciada y no deseada, que tuvo su significado positivo en otros momentos, pero que hoy, a mi entender de cubano impenitente, podría ocultar —quizás inconscientemente, sin quererlo— la espera fatal de un descalabro de nuestra nacionalidad irrenunciable. “Patria y vida” es el camino y Fresa y chocolate es un jalón impulsor en la dirección de la vida en incremento (o “henchimiento”, como diría nuestro Lezama)»[11].

El examen de conciencia nacional propuesto por monseñor no puede realizarse sin una mirada objetiva y crítica hacia el pasado, sin la transparencia requerida, sin romper los cercos de silencio, sin sacar a la luz lo que ha sido censurado. Un año después, en la muestra Una Mirada al Cine Cubano, se proyectó por primera vez en una sala de cine la controvertida PM, que estuvo en el centro de algunas de las más fuertes polémicas culturales de principio de los sesenta[12]. En 1999, a raíz del cuarenta aniversario de fundado el ICAIC, se organizó, con la colaboración de Reynaldo González —entonces director de la Cinemateca de Cuba—, un ciclo de todo el cine producido por la institución desde su surgimiento en 1959. Como se narra en «21 Festival. Sacando películas de las gavetas», las largas horas dedicadas a revisar esa producción le abrieron al autor las puertas de un mundo desconocido, incluido luego en la larga muestra realizada:

«En aquellas sesiones descubrí gran parte del cine cubano oculto: el de Nicolasito Guillén Landrián, del que tanto me habían hablado; y el de los directores que se habían marchado en los primeros años de la Revolución, como Roberto Fandiño, Eduardo Manet, Fausto Canel y Alberto Roldán. También descubrí dos megaproducciones que se rodaron a principio de los años sesenta: El otro Cristóbal (1963), del francés Armand Gatti; y Soy Cuba (1964), del georgiano Mijaíl Kalatózov».

Después de terminado el libro, queda aún más claro el despropósito de la elaboración de un manual. ¿Qué debe hacerse cuando al organizar un concierto de inauguración con la Orquesta Sinfónica Nacional interpretando una selección de la obra de Leo Brower producida para el cine se descubre que las partituras, de las que el músico no conserva copia —pues las entregó al Departamento de Música del ICAIC—, no aparecen en los archivos? ¿Qué hacer cuando un cineasta como Héctor Babenco es mirado con recelo por las autoridades debido a su amistad con Néstor Almendros, y apartado del Festival? ¿Qué instrucciones ofrecerá para sortear las restricciones del bloqueo estadounidense y lograr que, a través de tortuosos y complicados caminos, generadores de enormes sobresaltos si alguna vereda se empantana, una copia de La reina —la consecución de sus derechos fue también un reto— llegue finalmente de Nueva York a La Habana? No hay manuales ni recetas ni instrucciones que puedan codificar una experiencia siempre cambiante de acuerdo con las circunstancias contextuales —incluidos los ciclones y el panorama internacional—, a no ser un diáfano recuento de la experiencia acumulada —siempre sujeta a nuevos escenarios, siempre enfrentada a nuevos desafíos, siempre reclamando una dosis de creatividad—. Desde luego, también hay principios sólidamente establecidos —algunos de los cuales ya he comentado— que permiten trazar una estrategia. Sobre el distanciamiento con la Unión Europea en 2003, por ejemplo, que afectó el intercambio cultural con la isla, se comenta:

«Manteníamos un estilo basado en la confianza común, el respeto profesional y las responsabilidades de cada uno ante sus gobiernos. La política tiene muchas capas y muchas fluctuaciones, en tanto la cultura debe continuar su propio camino, que es el diálogo y el intercambio, pero resulta imposible mantenerse al margen de las tensiones políticas entre los gobiernos, aunque así lo deseáramos. Por eso es tan dañino cuando las diferencias no se dirimen con negociaciones y respeto mutuo».

El ejercicio de transparencia realizado por Iván Giroud a través de estas memorias, que como se ha dicho tienen una fuerte orientación cívico-social dentro de las denominadas «escrituras del yo», es un ejemplo más de una paciente y callada labor que ha venido realizando con la intención de que los hechos del pasado no sean escamoteados por un discurso y una historia oficial que cuentan con demasiadas lagunas y manipulaciones como para servir a la función fundamental del acercamiento al pasado: lograr un aprendizaje que permita iluminar el presente y proyectar mejor el futuro. Según Graziella Pogolotti en su prólogo a La historia en un sobre amarillo…:

«La relectura del ayer que nos incumbe no puede seguirse postergando. Como lo reclamara tantas veces Alfredo Guevara, para actuar con efectividad o sobre ella, la realidad debe asumirse en toda su complejidad. Cubiertas por otros, las zonas de silencio oscurecen el entendimiento de los hechos del ayer y mutilan la posibilidad de encontrar en la historia una fuente de aprendizaje. Por todo ello, justo es dar la bienvenida al paciente trabajo de rescate emprendido por Iván Giroud»[13].

En los tres libros publicados hasta el momento por este autor se reconoce la intensa labor de un intelectual volcado y comprometido con su tiempo, empeñado, contra viento y marea, en el desarrollo de un proyecto humanista y cultural dirigido principalmente hacia un público —popular y diverso—que irrumpe masivamente en las salas oscuras de la ciudad durante la celebración de un festival volcado en un inicio hacia la filmografía latinoamericana, pero que abrió su diapasón hacia el resto del mundo y ganó un notable prestigio internacional. Su brillante trayectoria en la conducción del Festival de Cine de La Habana ha continuado a partir de 2013 hasta hoy con nuevos avatares y conflictos que, con seguridad, seguirán marcando el guion de su vida.

[1] Alfredo Guevara en el ejercicio de la crítica en Hoy y Nuestro Tiempo (1953-1957), Iván Giroud, comp., Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana, 2017; Iván Giroud: El pretexto de la memoria. Una historia del Festival de Cine de La Habana, Capital Intelectual S. A., Buenos Aires, 2018; Iván Giroud: La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1948-1964), Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano y Ediciones ICAIC, La Habana, 2021.

[2] Cf: Zuleica Romay: «Polémicas sobre el cine y la Revolución cubana en los sesenta: nuevas iluminaciones», en http://havanafilmfestival.com/polemicas-sobre-el-cine-y-la-revolucion-cubana-en-los-sesenta-nuevas-iluminaciones/; Rafael Acosta de Arriba: «Otra vuelta de tuerca sobre la cultura cubana en los primeros años de Revolución», en http://cubarte.cult.cu/periodifo.cubarte/otra-vuelta-de-tuerca-sobre-la-cultura-cubana-en-los-primeros-años-de-revolucion/; Darío Alejandro Escobar: «La historia en un sobre amarillo y la necesaria relectura del ayer», en http://medium,con/el-caiman-barbudo/la-historia.en-un-sobre-amarillo-y-la-necesaria-relectura del ayer-e8db6edeaf1

[3] «…dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada». Fidel Castro: «Palabras a los intelectuales». 30 de junio de 1961.

[4] En espera de la edición cubana de El pretexto de la memoria. Una historia del Festival de Cine de La Habana, la Revista Cine Cubano adelanta este texto de la doctora Margarita Mateo Palmer sobre la obra escrita de Iván Giroud. (Nota de edición).

[5] Ibid., p. 43.

[6] Ibid., p. 217.

[7] Ibid., p. 11.

[8] Reinier Pérez-Hernández: «“El reverso del vacío”. El trauma de la memoria en las escrituras y narrativas de vida afrocubanas contemporáneas». Tesis de doctorado. Fránkfort del Meno, Universidad Johann Wolfgang Goethe. Inédito, p. 90.

[9] Ibid., p. 26.

[10] Camilo Pérez Casal: «Para leer El pretexto de la memoria», en https://mondiplo.com/para-leer-el-pretexto-de-la-memoria, abril de 2019.

[11] «De monseñor Carlos Manuel de Céspedes, La Habana, 11 de diciembre de 1993», en ¿Y si fuera una huella? Epistolario, Ediciones Autor, Madrid, 2008, p. 515.

[12] Cf: Graziella Pogolotti: Polémicas culturales de los 60, Letras Cubanas, La Habana, 2006; Iván Giroud: La historia en un sobre amarillo… ed. cit.

[13] Ibid., p. 20.

Tomado de: Cubarte

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