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El Pentágono fue el guionista secreto de 800 películas de Hollywood

Por Walter Goobar @wgoobar

El Pentágono ha estado trabajando secretamente entre bastidores en unas 800 películas de Hollywood, según documentos recientemente desclasificados. La lista fue compilada por el sitio web de investigación FOIA.

Tom Secker y Matthew Alford expusieron cuán extensos son en realidad los programas del Pentágono y la CIA para asociarse con Hollywood, sobre la base de unas 4 000 páginas de documentos desclasificados obtenidos a través del Acta de Libertad de Información.

El informe señaló en su momento que: “Estos documentos demuestran por primera vez que el gobierno de los EE.UU. ha trabajado tras bambalinas en más de 800 películas importantes y más de 1 000 títulos de televisión”.

Revisando la lista en constante expansión, el observador promedio de películas podría sorprender a las películas que realmente están incluidas, hay otras más predecibles como Black Hawk Down, Zero Dark Thirty y Lone Survivor.

Pero completamente inesperados que aparentemente necesitaban el toque propagandístico del complejo industrial militar como Ernest Saves Christmas, Karate Kid 2, El silencio de los corderos, Twister, las películas de Iron Man y más recientemente, Pitch Perfect 3.

Cuando un escritor o productor de Hollywood se acerca al Pentágono y solicita acceso a recursos militares para ayudar a hacer su película, debe enviar su guion a las oficinas de enlace de entretenimiento para que lo investiguen.

En última instancia, el hombre con la última palabra es Phil Strub, jefe de enlace del Hollywood del Departamento de Defensa (DOD), que ha estado a la cabeza de este departamento anteriormente semi secreto que data de 1989.

Si hay personajes, acciones o diálogos que el Departamento de Defensa no aprueba, entonces el realizador tiene que hacer cambios para adaptarse a las demandas de los militares.

Si se niegan, el Pentágono empaca sus juguetes y se va a casa. Para obtener una cooperación total, los productores tienen que firmar contratos, llamados Acuerdos de Asistencia de Producción, que los encierran en el uso de una versión del guión aprobada por militares.

Meses atrás, Strub fue perfilado de nuevo en un informe llamado “Elisting an Audience: How Hollywood Peddles Propaganda”, que lo citó tratando de hacer retroceder la creciente exposición de los medios durante el año pasado.

“¡No estamos tratando de lavarle el cerebro a la gente! “Estamos dispuestos a presentar la visión más clara y verdadera”, dijo Strub.

El informe señaló acertadamente que aunque por lo general los estadounidenses se enorgullecen de vivir en una sociedad libre de la censura, al tiempo que se burlan de los ejemplos de propaganda en lugares como Rusia o China, el público estadounidense está sujeto a propaganda estatal más local de lo que cree:

Esfuerzo militar en Rusia, manifestaciones masivas en Corea del Norte, mensajes contundentes de China.

Nos enloquecemos cuando nos vemos en ultramar.

Pero no cuesta mucho esfuerzo ver que la propaganda estadounidense está en todas partes, también. No está hecho por el gobierno y no es tan descarado como su contraparte del exterior.

Pero está aquí y para ignorar que una parte del contenido es, en esencia, la propaganda, especialmente en estos días, mientras Trump abiertamente anhela los grandes desfiles del ejército, es un error.

“Hay todo tipo de formas de hacer un punto ideológico”, agregó Harris. A veces creo que no estamos en sintonía suficiente. No nos vemos lo suficientemente duros para la propaganda.

Y lo que es más, a diferencia de los sistemas autoritarios, en Occidente son los consumidores los que realmente están dispuestos, si acaso involuntariamente, como partícipes de la propaganda estatal.

El informe del esquema continúa:

Ciertamente, el contenido tiene agendas alternativas, sinceros, también. Pero es el gigante y amorfo mercado de consumidores el que lo ha convocado. Esa es la diferencia entre nuestra propaganda y la de todos los demás. En regímenes autocráticos, una entidad respaldada por el gobierno lo empuja hacia consumidores indiferentes o reacios.

En América, nosotros, los consumidores, lo demandamos alegremente.

A continuación se muestra una lista meramente parcial de películas en orden alfabético. Las mismas tuvieron la participación del Pentágono durante el guion o la fase de producción, de acuerdo con los documentos desclasificados del gobierno de EE.UU.

Sorprendentemente, la lista de 410 películas no es más que la mitad del número total. Por ejemplo, Zero Dark Thirty y algunos otros prominentes no están allí.

Tomado de: Walter Goobar

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El periodismo, ante el desafío de los tiempos

«… las páginas iniciales de La edad de oro rinden homenaje a nuestros héroes, Hidalgo, Bolívar y San Martín, patrimonio común del conjunto de nuestros países».

Por Graziella Pogolotti

En una novela de Julio Verne dos periodistas, uno británico y otro francés, mantienen una permanente rivalidad. Para garantizar la primicia de la información y dar «el palo periodístico» respecto a los avatares de Miguel Strogoff, el correo del zar, cada cual intenta arribar más pronto al telégrafo situado en la mayor cercanía.

Con esos incidentes que animan el relato y suscitan simpatía en los lectores, el narrador estaba reflejando dos rasgos característicos de su época. Por una parte, preludio de lo que sucede en nuestra contemporaneidad, la invención del telégrafo acortaba el tiempo y la distancia entre las distintas zonas del planeta. Por otra, la Revolución Industrial introducía cambios tecnológicos en las imprentas y abarataba la producción de papel. Las tiradas de los periódicos se multiplicaron y a sus contenidos accedieron millones de lectores, seducidos por variadas propuestas que respondían a intereses igualmente diversos.

A lo estrictamente informativo, abierto a los anchos horizontes del mundo, se añadían artículos, comentarios, crónicas, gacetillas chismográficas y novelas por entrega, folletines precursores de las actuales telenovelas, que enganchaban al destinatario, pendiente del próximo capítulo para conocer el destino de la heroína. La visión romántica del cazador individual de la noticia desaparecía. La prensa se había convertido en decisivo factor para la conformación de la opinión pública al servicio de grupos de intereses y de partidos políticos.

Así lo comprendió José Martí. Entregó al periodismo una parte importante de su actividad creadora, con el objetivo de vincular el futuro de la isla al destino de la América Latina toda. Conocidos son los textos escritos para el diario La Nación, de Buenos Aires, en los que devela, entre otras muchas cosas, las intenciones ocultas tras la Conferencia Monetaria Panamericana celebrada en Washington.  Su tarea fundadora en este sentido fue mucho más allá.

A la altura de mi edad avanzada, he regresado a las páginas de La edad de oro para dilucidar la estrategia concebida por el Maestro en una publicación periódica dirigida a los niños. Con vistas a la formación de una ciudadanía consciente desde las primeras edades, allí desarrolla una narrativa inspiradora de un imaginario que despliega, en términos concretos, las bases teóricas expresadas en las páginas de Nuestra América.

En el sedimento nutricio de nuestra savia habrá de injertarse el conocimiento del legado de una cultura universal de amplios horizontes y derroteros plurales.

En correspondencia con este propósito, las páginas iniciales de La edad de oro rinden homenaje a nuestros héroes, Hidalgo, Bolívar y San Martín, patrimonio común del conjunto de nuestros países. Con visión preclara, en tiempos de escaso adelanto en las investigaciones arqueológicas, reivindica los altos valores artísticos de la obra de incas, aztecas y mayas, a la vez que refuta la condena a los sacrificios humanos en voz de conquistadores  que inmolaron a muchos en el fuego de la Inquisición.

El perfil de nuestra América, con su impronta singular, se inscribe en el prolongadísimo proceso de una historia humana que comenzó  por buscar refugio en cuevas para desafiar luego la ley de la gravedad en las catedrales góticas, los palacios y santuarios renacentistas, hasta la audacia experimental ferrovítrea del siglo XIX.

Así, instalado en el proyecto emancipador, ineludible garantía para el porvenir de nuestras tierras, recorre con pasmosa lucidez visionaria la Exposición universal de París de 1889, en el centenario de la Revolución  Francesa. No descarta la importancia del progreso tecnológico, sin caer por ello en la ingenua trampa de un positivismo acrítico. Se detiene en las muestras de un extenso conjunto de pabellones. Concede preferencia particular a los países periféricos, aquellos que un siglo más tarde se agruparían en un tercer mundo en vías de desarrollo. Ajeno a la visión eurocéntrica imperante en su época, aborda con respeto la singularidad cultural de cada nación.

Saber, sensibilidad artística y reconocimiento de los valores de una  auténtica modernidad se manifiestan en la descripción de la Torre Eiffel. Símbolo en la actualidad de la capital de los franceses, recibió en su época un rechazo generalizado, sobre todo por parte de la comunidad intelectual de entonces. Muchos reclamaban su derribo una vez concluida la feria.

Martí destacó el prodigio técnico y la elegancia de una silueta afinada, erguida hacia el cielo. Comprendió la necesidad de dotar a su interlocutor de las herramientas para el ejercicio de un pensamiento crítico, arraigado en la realidad profunda de las tierras de América y en diálogo entre lo propio y lo universal, mediante la seducción de una palabra respetuosa de las facultades de la infancia.

Por falta de financiamiento, la publicación de La edad de oro no pudo sobrepasar los cuatro números. En tan breve tránsito sentó pautas que conservan plena vigencia a pesar de los cambios introducidos desde entonces por el acelerado desarrollo tecnológico, utilizados de manera  perversa para levantar valladares frente a la lucha por la emancipación humana, cada vez más apremiante por el acrecentamiento de las brechas entre ricos y pobres, el uso de nuevas formas de colonialismo a través de la manipulación de las conciencias y la necesidad de preservar la salud  del planeta amenazada por el capitalismo depredador.

A contracorriente de tan poderosas fuerzas, corresponde al periodismo participar en la construcción  de un interlocutor crítico que, desde la perspectiva de nuestra América, se abra al conocimiento en profundidad de los conflictos políticos, económicos, sociales y culturales que nos conciernen. Para hacerlo con eficacia, tenemos que afinar nuestra capacidad de seducción, sin olvidar nunca que la plenitud humana se alcanza también en el reconocimiento y disfrute de la belleza.

Tomado de: Juventud Rebelde

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O Guisa o Praga

Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la Sierra Maestra

Editorial de La Tizza

A ser yo orador, o concurrente a Juntas, que no otra cosa significa entre nosotros la tal palabra, no sentaría por base de mi política eso que los franceses llamarían afrentosa hésitation [vacilación]. O Yara o Madrid.

José Martí

El ciclo político que irrumpió en el espacio público cubano el último fin de semana de noviembre del 2020 aún no ha cerrado. Por el contrario, entra en su fase más aguda de disputas, y el primer aniversario de esa fecha se perfila como la puesta en escena de una gran confrontación.

El día seleccionado es el 20 de noviembre. Anunciado como por un cálculo banal —el primer sábado después de la apertura al turismo—, vocero de propósitos en apariencia humanitarios —contra la violencia, por el cambio, por la democracia, etcétera, todas en este nivel de abstracción y sin apellidos—, encubridor de su contenido político con una retórica legalista sobre el derecho a manifestarse. En resumen, portador de lo más «limpio»: lo más cívico, lo más pacífico, lo más plural.

La marcha, sin embargo, no elige su fecha por azar matemático, antes bien, la propia fecha dice lo que la marcha se propone, a lo que aspira: no es una marcha sobre el presente de Cuba sino la conmemoración de una historia prestada, re-run, re-play, reboot, refrito: el 20 de noviembre de 1989 comenzaba en Checoslovaquia la «Revolución de Terciopelo», y se ponía en movimiento la secuencia que llevó al fin de aquel «socialismo». Nada más parecido al Foro Cívico de Vaclav Havel que este Archipiélago de Yunior García —aunque esta segunda vez no acontezca siquiera como farsa—. Y aunque a Checoslovaquia y Cuba las unieran una vez la misma palabra, socialismo, hay entre las dos historias nacionales una diferencia fundamental que es favorable a Cuba y se sustenta en la autenticidad y radicalismo de su revolución.

Con la mirada puesta en el antecedente señalado, hay que replantearse la iniciativa de esta contrarrevolución «respetuosa» de una legalidad que «le favorece». La pregunta sobre la convocatoria que ha lanzado Archipiélago se está dirimiendo en términos en los que solo el bloque político que la enuncia puede vencer: ¿se puede o no autorizar la marcha contrarrevolucionaria del 20 de noviembre? Para esta pregunta, formulada en tales términos, no existe respuesta capaz de beneficiar a los intereses del pueblo, de la Revolución.

Si la manifestación se autoriza —y si se autorizan en general las manifestaciones contrarrevolucionarias— se legitimará el accionar imperialista en la política interna y se abrirá una grieta por la que fluirían libremente el consenso y el deseo capitalistas que se han ido acumulando durante años en un sector de la población, y que se refuerzan con la situación excepcional de crisis en que vivimos. Una concesión así puede desbordarse en una situación de consecuencias políticas impredecibles. En caso de prohibición de la marcha, se desatará la campaña contra el poder del Estado para lacerar más su credibilidad y alimentar el martirologio de los miembros del bloque político de Archipiélago.

No nos corresponde responder la pregunta que plantea Archipiélago, esa duda tramposa que solo ofrece respuestas simples de «sí» o «no» que, con independencia de la selección, serán caldo de cultivo para sus intereses reaccionarios. Los revolucionarios cubanos tenemos el deber de formular una pregunta mejor, más compleja, comprometida y lúcida: ¿cómo satisfacer el deseo de protesta, de rebeldía, de insumisión desde el campo de la Revolución y en favor del socialismo?, ¿cómo lograr que ese flujo político, lejos de atentar contra el poder revolucionario, lo refuerce? Estas preguntas, por supuesto, no se responden con sanciones legales o disposiciones policiales, tampoco con una mejoría económica ni con campañas de comunicación: esta misión histórica que impone la Revolución sobre nuestros endebles hombros requiere de un amplio y desmedido despliegue de política revolucionaria.

Por otro lado, los nuevos aspirantes a opresores necesitan acotar el ámbito de la rebeldía a los estrechos marcos de la nación para extraer de la ecuación los factores externos de la crisis —de los que son astilla— y quedar en mejores condiciones de presentar su ilusión de capitalismo viable. Por eso nuestra rebeldía comunista ha de ir al unísono contra la injusticia institucional y contra la opresión capitalista e imperialista a nivel internacional. Hemos cedido terreno en ambos sentidos, como demuestra la impunidad de tanto oportunista, la soledad de la Tribuna ante la embajada gringa y la reducción del internacionalismo popular a tarea diplomática.

Urgen, pues, respuestas que pongan el acento sobre la recomposición de la hegemonía, del consenso de la Revolución y de su proyecto socialista. Si recordamos los sucesos del 11 y 12 de julio, el énfasis de la crítica en la «indecencia» y la violencia, su fijación en el orden y el derecho revelan sus límites: si lo único a mencionar de los manifestantes de aquellas jornadas eran sus «obscenidades», «mal vestir», «peor hablar», su «desorden sin permiso» en medio de la pandemia, su espontaneidad reaccionaria, su violencia ciega sin objetivo «claro», ¿qué reclamar entonces a estos liberales bien portados, cargados de cartas, hasta con permisos pedidos, comedidos y ecuánimes, con reglamentos e itinerario?

Es la diferencia política entonces, es la propuesta y el proyecto de país lo que está sobre la mesa, es el futuro de Cuba, su Revolución y su apuesta socialista, frente a este cosplay checo de segunda mano. La manifestación propuesta para el 20 de noviembre no solo es, de facto, la «Marcha del Partido Liberal», y, en cuanto tal, no puede ofrecerle al pueblo ni un programa positivo, sino que es, además, la avanzadilla de representantes de la agenda de Washington: es imposible que puedan enarbolar un proyecto de país decoroso.

El «día después» de la marcha será el de la liberalización de nuestra economía, de la subordinación de nuestra política a los designios de Estados Unidos, de la promulgación de leyes sociales conservadoras que nos hagan retroceder decenas de años. Será el día en que una parte blanca y anticomunista de la emigración que envía remesas a Cuba tome las riendas y profundice la discriminación racial, esta vez con un fundamento económico reforzado. No es un futuro independiente, no es una marcha independiente, sus promotores no son independientes ni buscan independencia alguna: son cómplices, conscientes o no, del imperialismo y buscan la sumisión a este.

Si su defecto fuese solo pecar de liberales, quizás aún merecerían el perdón de la historia. En lo absoluto, la historia jamás perdonará las transfusiones, transferencias y trasplantes de los que participa esta derecha nuestra en sus relaciones con otras derechas del mundo, más o menos reaccionarias; en particular, sus conocidas alabanzas a connotados presidentes conservadores del hemisferio. Tampoco perdonará la manera indecorosa en que replican, con aires «nuevos», la vieja política proimperialista y anticomunista del eje Washington-Miami, su defensa implícita o expresa del bloqueo y las nuevas sanciones que lo refuerzan, o los llamados a una intervención militar. No hay, no puede haber, ni un mínimo de patriotismo, ni un mínimo de amor al pueblo, ni un mínimo de decoro en personas que defiendan estas políticas.

¿Y qué izquierda será esa que frente a su propia incapacidad, en su ingenuidad suicida, se propone alegre como furgón de cola de los enterradores de la Revolución, porque busca desesperada «una salida»? Siempre dispuesta a disparar algo de pintura roja para colorear como defensores de los humildes, no solo a los enemigos de un Estado y un proyecto, que lo son y así se piensan, sino a los futuros constructores de otro Estado (liberal), aliado de la derecha internacional donde su crítica anticapitalista, marginada y marginal, no tendrá cabida y conocerán, sin dudas, la fuerza destructiva del capitalismo.

Hay ideología en toda proyección social, y aún más en toda proyección política. Los derechos humanos son políticos, la intervención humanitaria es militar, el civismo se subordina a la hegemonía. Es difícil aceptar una «izquierda» que desea el triunfo de esta marcha. Pareciera que en su afán opositor aspiran en verdad a correr el mismo destino de las izquierdas bajo los regímenes capitalistas; es como si desearan ser «alternativos» solo en el capitalismo; se trata de la aspiración de cierta izquierda a quedar viuda de las revoluciones, como señalaba Eduardo Galeano. Pero tendrían que ascender demasiado en principios y claridad política para resistir con la audacia de nuestros camaradas oprimidos de Chile, Colombia o Estados Unidos ante el terror conjunto del Estado y el capital. Mas, si no llegara a asustarles este deseo inconsciente suyo, deberían al menos aceptar que la consecuencia inmediata de su triunfo como grupo político implicaría la instauración del capitalismo en Cuba, para desgracia de los oprimidos de esta tierra.

Esta convocatoria a marchar el 20 de noviembre invoca a una nación sin apellidos. No menciona el socialismo porque sabe que este dotó de contenidos emancipatorios a lo nacional, de una forma en que la república burguesa neocolonial jamás hubiera podido. Esos que hoy nos invitan a marchar no realizan recuperación alguna de los contenidos más radicales de nuestras tradiciones de lucha por la emancipación, afincadas en la necesidad de resolver los problemas más acuciantes de los humildes. No veremos en sus discursos ni el antimperialismo, ni la igualdad o la justicia social, reivindicaciones populares que se ganaron en la lucha. Quieren darle la libertad a los esclavos después de 1886, democracia y derecho a la manifestación al pueblo después de 1959, Constitución del 40 después de la de 1976. El problema de su tiempo histórico no es el futuro, porque su único futuro es el pasado.

Que esta paradoja sea posible es, en parte, responsabilidad del campo revolucionario, responsabilidad nuestra. Que el pasado parezca moderno es un resultado también de nuestros retrocesos, abandonos, ausencia de profundizaciones en el programa de la Revolución, de la escasez de debates, de las dificultades en el ejercicio de un verdadero poder popular. Ellos han avanzado ahí donde retrocedimos.

Hemos creído que los procesos históricos son irreversibles, que los derechos son para siempre. ¡No!, es necesario seguir triunfando porque en cada batalla le va la vida a la Revolución. No olvidemos que Fidel, en el modo en que escogió morir, nos dijo: ¡No sean adoradores de estatuas o escuelas de nombres notables, sean revolucionarios, hagan la Revolución! No basta gritar ¡yo soy Fidel!: toca serlo.

Hay una lección histórica, traumática, que nos lega el 11 de julio a los revolucionarios cubanos. Si el 27 de noviembre la izquierda emergente podía tomar el liderazgo, ese día de verano solo el campo de la Revolución en su conjunto, con el Estado y el Partido a la cabeza, podía dar frente al evento, y solo desde ahí tenía capacidad de respuesta.

Nosotros, en tanto comunistas y revolucionarios, soñamos un mundo sin capitalismo y sin Estados. Pero entendemos, al unísono, la necesidad de un gran poder de la Revolución que sostenga y haga efectivo su aun mayor proyecto emancipador: la forma actual de ese poder se encuentra en cómo se resuelven las tensiones entre el Estado que sobrevino a la Revolución y los revolucionarios que le exigen su profundización comunista. Ante el Estado, es nuestro deber criticarlo en todo, presionarlo siempre, para que sea cada día más del pueblo, de la Revolución, del socialismo, de la democracia. No tendremos más socialismo si no hacemos a nuestro Estado más emancipador y emancipado, pero tampoco tendríamos socialismo si nuestro Estado se debilitara hasta un punto de no retorno. Es esto último, precisamente, lo que pretenden lograr parte de los entusiastas del 20 de noviembre.

Un 20 de noviembre que nos lleva, como pueblo, a los mismos lugares de hace treinta o sesenta años, cuando no peores: no hacia sociedades prósperas para todos, sino hacia la clausura de toda posibilidad de democracia y justicia más allá del capital y el parlamentarismo. Lejos de su pretendido pacifismo, sería esta una fecha violenta, no solo porque pretende saltarse un orden democrático establecido, sino por su servilismo, activo o pasivo, a la hostilidad de los Estados Unidos. No es otra la «paz» que proponen que la de los sepulcros de todo futuro en los estancados lodazales de lo igual, lo «normal», y no más que borrar toda victoria que, a diferencia de la de la Plaza Wenceslao o de los Astilleros de Gdank, este pueblo conquistó a costa de la sangre de miles, defendió con las armas y sostuvo en su esperanza.

Aquel ciclo de ofensiva reaccionaria abierto el 27 de noviembre podemos interpretarlo como la breve pero intensa campaña de verano que desatara la dictadura de Fulgencio Batista contra el Ejército Rebelde en la Sierra Maestra. Para vencer este aluvión de campañas contrarrevolucionarias, acciones anticomunistas, propagandas de odio, bloqueos económicos, articulaciones burguesas, políticas imperialistas, anticubanas y procapitalistas, debemos repetir el gesto audaz de los barbudos: de la organización de la resistencia a la contraofensiva estratégica. Nuestro 20 de noviembre no será, pues, aquel de 1989 sino el de 1958. No el de Praga, sino el de Guisa: el de la batalla de Guisa. No los últimos días de la experiencia checoslovaca, sino los primeros días de los cruentos combates finales del Ejército Rebelde, finales que iluminaban nuevos comienzos.

Por supuesto, ni esta derecha está organizada como una sanguinaria dictadura, ni el campo de la revolución se reduce a rebeldes y clandestinos; tenemos, por el contrario, una historia de revolución en el poder que es preciso continuar de la manera más leal posible a su proyecto radical de emancipación.

Debemos apostar por una solución de máximos, adelantar las leyes que profundicen la democracia socialista, abrir un debate público y masivo sobre la participación y la democracia. El socialismo no puede permitirse el lujo de abdicar de las llamadas libertades políticas y dejar ese resquicio abierto a la oportunista explotación de sus enemigos. ¡No!, el socialismo conoce formas de libertades políticas y democracia popular superiores a lo que pudiera ofrecer el capitalismo. La historia de la Revolución nos ofrece la posibilidad de retomar y ampliar sus conquistas en este sentido: fortalecer el poder popular a todos los niveles, retomar la Asamblea General Nacional que sancionó las dos declaraciones de La Habana, recuperar el mecanismo de los parlamentos obreros, potenciar el rol de los sindicatos, y más.

Se agrandaría así el consenso de la Revolución, mas no por eso dejaríamos de tener enemigos. No podrá entonces temblarnos la mano para trazar la raya que nos separa: ni un paso atrás ante el consenso de las mayorías, nada que ceder ante el imperialismo y sus sirvientes; ni un paso atrás ante las conquistas de la Revolución, nada que ceder ante las fuerzas destructivas del capitalismo.

Ese es el gesto de rebeldía que necesitamos abrazar como pueblo. Por eso repetimos junto a Martí: ¡o Guisa o Praga!; o la recuperación de la rebeldía por y desde la Revolución o la protesta destructiva de un liberalismo esclerótico; o el relanzamiento de una hegemonía que ponga en su centro la emancipación o el retorno a un país sin esperanzas ni futuros; o la profundización del socialismo en Cuba o el fin de la Revolución cubana.

La situación en que nos encontramos puede leerse como una crisis sin soluciones o como una oportunidad. Pero esta no se nos brindará por sí sola, habremos de construirla. Guisa no se nos dará como mera fecha del calendario. Debemos hacer a Guisa nuestra, refundarla. Guisa no es un lugar del pasado que se pueda reactivar por mera declaración discursiva, sino un espacio que arrancarle al presente con una nueva praxis revolucionaria, un campo de batalla actual desde el cual luchar, esta vez y siempre, por el triunfo de la revolución, que tendrá que ser el triunfo de los que cayeron en su lucha por un mundo mejor, el triunfo del socialismo, el triunfo de la utopía, el triunfo del pueblo: si de lucha se trata.

Tomado de: La Tizza

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Segunda intervención yanqui o la consolidación del dominio imperialista

Por Jorge Wejebe Cobo @wejebecobo

El 29 de septiembre de 1906, se inició la segunda intervención estadounidense en Cuba, a tenor de la Enmienda Platt solicitada por el presidente Tomás Estrada Palma ante la sublevación armada de sus adversarios del Partido Liberal, iniciada en agosto por el rechazo a su reelección fraudulenta y contraria a lo estipulado por la Constitución cubana.

Bajo la presidencia de Teodoro Roosevelt el gobierno de Estados Unidos, después de algunos intentos fracasados de mediar entre los contendientes, aceptó la solicitud y se nombró al Secretario de la Guerra de su administración, William H. Taft como Gobernador Provisional de Cuba y posteriormente se designó a Charles E. Magoon en ese cargo mientras durara la intervención.

En 1905 Estrada Palma, próximo a terminar su mandato, proclamó su decisión de postularse para un segundo período, apoyado por el Partido Moderado, que integraban los sectores más reaccionarios de la época, entre ellos los ex miembros del Partido Autonomista, organización que felicitó al Capitán General español Valeriano Weyler cuando la muerte de Antonio Maceo en 1896.

Para lograr sus fines no se detuvieron ante el crimen y fue el autor intelectual de la muerte del General de las tres guerras del Ejército Libertador Quintín Banderas, ultimado a traición por miembros del ejército en el mes de agosto en Arroyo Arenas, cerca de la capital, donde estaba alzado pero esperaba ese día un salvoconducto del presidente para rendirse y que debían entregarle esos militares.

También un año antes, en septiembre de 1905, fue asesinado en Cienfuegos por la policía en extrañas circunstancias, el joven coronel del Ejército Libertador Enrique Villuenda, destacado político liberal y duro oponente a los planes del mandatario.

José Antonio Frías, del partido gobernante se ufanó públicamente de ordenar el asesinato de Villuenda y pocos días después era recibido con honores por el presidente Estrada Palma.

Tras su apariencia de patriota desinteresado, Estrada Palma había realizado una activa labor ante el Congreso de EE.UU para que el ejército estadounidense interviniera en Cuba, y les aseguró a las grandes corporaciones yanquis seguridades para sus intereses en la nueva república.

Lea aquí: Segunda intervención yanqui: fortalecimiento del sistema neocolonial en Cuba

Con ese aval representaba el hombre providencial del naciente imperialismo para presidir la república mediatizada, inaugurada el 20 de mayo de 1902, apoyado por muchos cubanos por su conocido pasado e ignorantes de su callada traición.

Después de consumado el fraude electoral en diciembre de 1905, Estrada Palma no pudo contener la situación y solicitó la intervención estadounidense y renunció, al igual que sus principales colaboradores, a fin de que ocurriera un vacío de poderes que obligara a EE.UU a intervenir.

Durante la segunda intervención las autoridades estadounidenses repartieron por igual a los políticos corruptos de ambos bandos dinero y dádivas a costa del presupuesto nacional, fortalecieron el ejército y la penetración de los intereses de la Unión acabaron de controlar gran parte de la economía cubana.

La ocupación se extendió hasta el 28 de enero de 1909, cuando asumió la presidencia después de unas elecciones organizadas por las autoridades interventoras el general José Miguel Gómez, figura central del Partido Liberal opuesto a Estrada Palma, a quien el pueblo describiría años después por su escandaloso robo de las riquezas de la nación junto con su camarilla con la frase de: “Tiburón que se moja, pero salpica.”

Durante la intervención el imperio fortaleció las fuerzas armadas, la policía, e instituciones de control político y penetración cultural y sobre todo perfeccionó las bases de la corrupción desenfrenada de la clase politiquera pro yanqui que dirigían los partidos tradicionales, que robaban alternados en el poder gracias al sistema de la llamada “democracia representativa”.

Así se garantizó aún más el control de la Isla por Estados Unidos y se condenó al pueblo a una etapa de profunda frustración del ideal independentista del que solo saldrían las fuerzas progresistas a inicios de la década de 1920, lideradas por una nueva generación de revolucionarios encabezados por Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena y otros que protagonizarían el llamado despertar de la conciencia nacional.

Tomado de: ACN

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Revista Revolución y Cultura No 1, 2021 (+PDF)

SUMARIO

MAGGIE MATEO

El cumpleaños 70 de esta destacada ensayista, narradora y profesora, Premio Nacional de Literatura, decidimos celebrarlo con la publicación de los textos presentados en la jornada de estudios sobre las zonas más relevantes de su obra que le dedicara la Universidad de Lyon 2 en octubre de 2019.

3 –Cartografías imaginarias o cuando Maggie viaja  por el Caribe / Françoise Moulin-Civil

6 –Margarita Mateo: diálogo de la crítica y sus contingencias en La Habana de los 90 /Luisa Campuzano

9 –Humor y juegos polifacéticos en la autoría transgenérica de Margarita Mateo/ Sandra Monet-Descombey Hernández

12- Lecturas y locuras en Desde los blancos manicomios de Margarita Mateo /Victoria Famin

15 –La estética del ensayo de Margarita Mateo Palmer o el espejo del palimpsesto en Dame el siete, tebano. La prosa de Antón Arrufat/ Renée Clémentine Lucien

DANTE 700

Recordando a uno de los mayores escritores de nuestra era y su Comedia, desde un acercamiento a su visión en ella de la homosexualidad, hasta un detallado análisis de la presencia de su obra en Jorge Luis Borges, y de la deuda raigal de José Lezama Lima con su gran poema en Paradiso, y de Pier Paolo Pasolini con el florentino y el habanero en Petrolio.

17- Aunque desnudo y sin pellejo vaya, fue de un grado mayor de lo que piensas: sodomitas prohombres, hocicar de hormigas y libretazos dantescos / Mayerín Bello

21- Dante en Borges/ María Cecilia Graña

24- José Lezama Lima y Pier Paolo Pasolini: un diálogo dantesco/ Francesca Valentini

27- El Pentateuco cubano/ Noel Alejandro Nápoles González

La más importante exposición realizada por Kcho, una antología capaz de estremecer cualquier galería del mundo, está en el Museo Nacional de Bellas Artes. Basado en ella, el autor de este ensayo nos propone una novedosa interpretación de la obra de este artista.

31- ¿Es o no Vermay el autor del retrato de La familia Manrique de Lara? /Boris Morejón de Vega

La respuesta la hallará el lector en este texto, y, sobre todo, el porqué.

33- Marcelo y Graziella Pogolotti: de tal palo, tal ¿astilla? /Israel Castellanos León

Deudas, reconocimientos, homenajes… la entrañable relación padre/hija, a propósito del merecidísimo otorgamiento de la Orden José Martí a Graziella Pogolotti.

37 –Anatole France en Alejo Carpentier / Rafael Rodríguez Beltrán

Variaciones en el tiempo de juicios, valoraciones, visiones de Carpentier sobre la obra del “olvidado” escritor francés. Las influencias que recibió de él.

40- Historiar desde el placer con El Bello Habano /Eugenio Marrón

Entre el ensayo y la narración, un libro en que el humo se convierte en certidumbre.

RESCATES

De nuestros archivos: el cuento con que Ena Lucía Portela ganara en 1999 el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo.

41 –El viejo, el asesino y yo/ Ena Lucía Portela

DESPEDIDAS, ANIVERSARIOS, PREMIOS

Directora: Luisa Campuzano / Subdirector: José León Díaz / Consejo Asesor: Graziella Pogolotti, Ambrosio Fornet, Antón Arrufat / Redactores: Israel Castellanos, Alain Serrano

Administrador: Iván Barrera / Corrección: Surelys Álvarez / Diseño: CJLCH / Diseño web: Jorge A. Poo, Marvin Díaz

Tomado de: Revista Revolución y Cultura

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El monstruo debajo de tu piel (+Video)

Por Rafael Grillo

“Todos los niños ven monstruos”, dice el médico consultado. “Pero no así”, replica la madre de Samuel, y agrega: “Y se pone peor. Se ha vuelto agresivo”. Tras esta escena expuesta como spoiler, de seguro los espectadores recordarán a Regan (El exorcista, 1973) y Damien (La profecía, 1976), pasarán por Los niños del maíz (1984) y El buen hijo (1993) hasta caer en el abultado catálogo de chicos creepy del cine de terror del nuevo siglo (The Ring, 2002; Hereditary, 2004; Hyde and Seek, 2005; El orfanato, 2009; El niño, 2015; Brightburn, 2019). Hasta concluir que, si bien no se han contagiado todavía de “pedofobia”, al menos ya están aburridos de las películas de este corte. Y no quedará más remedio que citar a Jorge Pinarello, el youtuber del canal Te lo Resume Así Nomás, y disuadirlos con su fórmula: “Pero… pero… pero…”.

Cabe apuntar, en primer lugar, que William Friedkin confesó: “Babadook es la película más aterradora que he visto jamás”. Comentario proveniente del mismísimo director de El exorcista, y dado que meter miedo es lo mínimo que puede exigírsele a ese género, no hay elogio mayor que pueda imaginarse para esta cinta de 2014. Encima, el debut de Jennifer Kent en la realización impresionó a los expertos de su país, que le otorgaron los premios de cine australiano como mejor película, guion y dirección. La película cosechó el premio del jurado y el de mejor actriz (Essie Davis) en el Festival de Cine Fantástico de Sitges, y el de mejor ópera prima para el Círculo de Críticos de Nueva York, entre otros lauros.

Para más datos ilusionantes, la australiana venía de recibir entrenamiento con el macabro Lars Von Triers en Dogville; y como hecho reciente, hizo al público de Sídney salir espantado del cine cuando el estreno de The Nightingale. A pesar de ello, esa segunda obra suya se alzó con el premio especial del jurado en el Festival de Cine de Venecia de 2018.

Aunque la desmesurada Australia, isla-continente de relieves extremos y fauna exótica, haya montado su filmografía de terror en base a asesinos de mochileros (Wolf Creek, 2005), cocodrilos homicidas (Black Water (2007) y peripecias de survival horror (Aviso de tormenta, 2007; Dying Breed, 2008), ya se evidencia un cambio en la intimista Relic (2020), que explora la relación entre una anciana y su hija.

Pero antes que esta, apareció Babadook, centrada, más allá de lo sobrenatural, en los conflictos de la enfermera Amelia con su hijo de seis años (Noah Wiseman) tras la pérdida del padre y la asunción de la crianza en solitario. Detrás de la fachada de un argumento convencional: el monstruo de un cuento infantil que rompe las puertas de la ficción para habitar la realidad del dúo protagónico e imponer un ambiente de miedo y recelos mutuos dentro del vínculo filial, subyace una compleja urdimbre de traumas psíquicos que haría las delicias de la interpretación psicoanalítica.

De un lado, la mujer abrumada por las obligaciones, la soledad y la añoranza del sexo, en cuyo inconsciente anida un rechazo al niño, pues el accidente que mató al marido ocurrió cuando la trasladaba al hospital para el parto, y que se muestra receptiva a los galanteos de un compañero de trabajo. Del otro, un crío cuyas inseguridades y temores propios de la edad se refuerzan por el padre ausente, el impulso de inculparse por la muerte de este y el deseo de sustituirlo y colmar el afecto de la madre, que se expresan en una conducta bizarra y el interés superlativo por el mundo de la magia.

En el centro, de uñas afiladas, sombrero de copa y capa negra, Babadook, que aparentemente es conjurado en principio por Samuel; y, luego de que Amelia quema el libro en el patio, pero este reaparece íntegro a la entrada de la casa y ella lo recoge, parece apoderarse entonces de las obsesiones de la mujer. Hasta que, al final, tengan que luchar, entre ellos y contra la figura siniestra, para devolver la paz al hogar.

Por fuera de la trama deslumbra la creatividad de Kent para prescindir de la costosa parafernalia visual del momento y los efectos generados por computadora, para apoyarse en trucos de la vieja escuela y enfocarse en la iluminación, los manejos de cámara, el aporte dramatúrgico del sonido y la puesta en escena, y la conducción de los actores. Todo un homenaje al cine artesanal, que se hace aún más explícito en las secuencias de Amelia frente al televisor, viendo películas fantásticas de la era del blanco y negro.

Si esto fuera poco, hay que agradecerle a la australiana que el libro de Babadook mostrado en el largometraje, con las ilustraciones —tétricas pero geniales— de Alexander Juhasz, haya tomado después vida propia y se le hiciera una edición como objeto de arte. Mientras que, por el contrario, ella se negara a permitir la realización de secuelas para que, así, su película sobreviva como la obra irrepetible que es.

Tomado de: Cubacine

Tráiler del filme Babadook (Australia, 2014) de Jennifer Kent

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La ruta Marguerite Duras

Marguerite Duras, novelista, guionista y directora de cine francesa (1914-1996)

Por Alex Pena Morado

Antes de Calculta

En el horizonte, un espejo. En el espejo, Delphine Seyrig y Michael Lonsdale bailarán encarnando a Anne-Marie Stretter y al vicecónsul de Francia en Lahore. Escuchamos como una canción que parece repetirse en bucle se alterna en la banda sonora con una serie de voces que hablan entre sí, que comentan o recuerdan algo, algo que podría ser esta misma escena que vemos pero que no llega a serlo del todo. Hay un desfase entre lo que vemos y lo que oímos. Los actores se mueven con languidez, como si estuviesen suspendidos en el tiempo. Las voces acumulan recuerdos fragmentados de una historia que reconstruimos poco a poco. Incluso cuando son las voces de Seyrig y Lonsdale las que suenan en la banda sonora, ellos aparecen en pantalla con la boca cerrada.

Reconocemos la imagen de India Song (1975) de Marguerite Duras, la película que funciona como punto de anclaje de toda su obra, como eje central desde el que se organizan todas las demás. Podríamos decir, y de hecho se ha dicho, que con ella Duras descubre una forma de hacer cine, todo un dispositivo formal que le sirve para trabajar con sus textos en un medio que no es tan familiar para ella como el de la literatura. Esta propuesta la pondrá en práctica de una forma todavía más radical en películas siguientes como Som nom de Venise dans Calcutta désert (1976), que recupera la banda sonora de India Song sobre nuevas imágenes de un palacio en ruinas; Le Camion (1978), registro de una lectura del guion de una película posible que se convierte en la propia película; o L’homme atlantique (1981), con casi la mitad del metraje en negro. El descubrimiento, sin embargo, no es casual, sino consecuencia de un proceso que Duras desarrolla a lo largo de todas sus películas anteriores y en el que va encontrando cada uno de los rasgos del estilo que reconocemos en India Song: para llegar a las grandes habitaciones vacías que hacen que los actores parezcan en realidad fantasmas de un recuerdo que se escapa, para llegar a las voces entrecortadas y a las frases interrumpidas de los personajes arrebatados por la locura, para llegar a esa grieta que aparece entre lo que vemos y lo que oímos, Marguerite Duras ha filmado otras películas. En ellas encontramos una ruta que marca el camino hacia Calcuta, hacia la forma que reconocemos en los reflejos que muestran los espejos del salón de bailes de India Song.

Un hotel de provincias

Un hombre (Robert Hossein) llega a una ciudad de provincias para terminar los trámites de su divorcio. La primera vez que ve a la mujer con la que ha estado casado durante doce años, ella (Delphine Seyrig) aparece distraída entre la multitud, camina hacia la cámara hasta que su cara se vuelve borrosa. Pero el plano se repite: el mismo gesto, los mismos pasos, pero esta vez la calle está vacía. Todo lo que es accesorio ha desaparecido para destacar un único rostro. Él baja la vista.

La música (1967) es quizás la más teatral de todas las películas que dirige Marguerite Duras, si es que algo así puede decirse, si es que Duras no se cuestionase siempre sobre lo que le era específico al medio con el que trabajaba en cada momento. Como mínimo, podríamos decir: aquella junto a Jaune le soleil (1969) en la que mejor imaginamos cómo habría sido su representación sobre el escenario, en la que más claramente podemos ver la correspondencia entre cada una de las versiones. De hecho, Duras escribe la primera versión del texto que se acabaría convirtiendo en La música para el teatro, pero ya entonces exige una iluminación “violenta” de los rostros y “equivalente a los primeros planos y picados de esos mismos rostros en la oscuridad perfecta” (1), como si ya imaginase la película que quiere filmar. Que necesita filmar, agotada después de la escritura de El vicecónsul. Duras espera que dirigir una película sea una experiencia relajante, recuerda especialmente el trabajo con Alain Resnais para Hiroshima mon amour (1959), y todavía no le ha satisfecho ninguno de los intentos de adaptar sus textos al cine de otros cineastas. “Los lectores de la novela pueden sentirse decepcionados”, dice después del estreno de Moderato cantabile (René Clément 1960): “Creo que podría reescribir tal o cual escena para el cine, con el mismo espíritu, sin que tuviera nada que ver con el libro” (2). La música es más teatral de todas las películas que ha dirigido Marguerite Duras, y sin embargo en ella descubre ya una idea específicamente cinematográfica. La sucesión de dos planos, el montaje, para dejar solos en la ciudad a los tres personajes de la película.

Fotograma del filme Duras Jaune le soleil (1969)

El hombre y la mujer pasan la noche en un hotel, hablando antes de separarse para no volver a verse. Están solos, como si la repetición de ese plano en la calle hubiese efectivamente borrado a todas las personas a su alrededor. Marguerite Duras codirige La música junto a Paul Seban. Sabemos que los primeros desencuentros llegan pronto en el rodaje, que cada uno de ellos rueda sus propios planos. Podríamos imaginar que el plano repetido de Delphine Seyrig en la calle es una consecuencia de esta batalla entre los directores. Es, en cualquier caso, una frontera: cuando la cruzamos, reconocemos estar en una película de Marguerite Duras, intuimos las mismas sensaciones que producen las películas que ella filmará en los años siguientes. La calle se vacía, la gente desaparece, y ya solo quedan un hombre y una mujer que conversan rodeados de espejos en una escena que recuerda a los bailes de India Song.

Doble descubrimiento. Es la primera vez que vemos, en La música y en el cine de Duras, a Delphine Seyrig, una imposición de Seban en el casting de la película (Duras esperaba a Anouk Aimée), que más adelante se convertirá en la Anne-Marie Stretter del ciclo indio. Seyrig bailará en el hall de un palacio de Calcuta. Duras la descubre, a ella, caminando entre la multitud por las calles de Deauville. Duras descubre en ese momento, también, que un rostro es suficiente. No necesita que otras personas ocupen el fondo del plano y borra aquello a lo que podríamos llamar figuración o decorado. En la segunda parte de la película los personajes sin nombre de Seyrig y Hossein se reúnen en un hotel, hablan durante toda la noche de su matrimonio y se despiden por última vez. El edificio está vacío, de personas, pero también de objetos, de cualquier cosa que pueda apuntar a una puesta en escena naturalista. Solo dos rostros.

Un hotel junto a un bosque

Cuatro personas pasan los días en un hotel. Elizabeth Alione (Catherine Sellers) es la última en llegar, parece arrebatada por la melancolía. Dos hombres (Michael Lonsdale y Henri Garcin) parecen competir por su atención, pero no sienten celos el uno del otro sino de la pareja que forman Elizabeth y Alissa (Nicole Hiss), amante de ambos. Los cuatro mantienen largas conversaciones en los interiores y sobre todo en el jardín del hotel, en los límites de un bosque amenazante. De fondo se oye por momentos a alguien que juega al tenis. El edificio, por lo demás, está vacío. El hotel, nos damos cuenta en algún momento, quizás sea una clínica psiquiátrica. Elizabeth Alione quizás no sea una huésped como parece creer, sino que se ha internado para recuperarse del trauma provocado por la muerte de su hija. Al final de la película, su marido (Daniel Gélin) llegará para recogerla.

Antes de Détruire, dit-elle (1969), Marguerite Duras ya había tratado la locura como tema. Para entonces, ya había publicado El arrebato de Lol V. Stein (1964). Para entonces, Jacques Lacan ya había escrito un texto de homenaje a la escritora como respuesta al libro, precisamente el texto que supone una ruptura en la obra de Duras, un punto en el que el discurso comienza a interrumpirse, a volverse sobre sí mismo, a destruirse, de hecho. Los personajes de Détruire, dit-elle hablan, efectivamente, como personajes de una novela de Duras. El marido de Elizabeth no. El marido de Elizabeth mira a su mujer y al grupo que ha formado con la misma sorpresa con la que reaccionaría un lector que se encuentra por primera vez con los libros de la escritora-cineasta. En un momento de la conversación, entenderá que Stein y Max Thor tratan a su mujer como el personaje de una novela todavía por escribir, pero entonces dirá: “Las novelas ya no son historias, por eso no las leo”.

La mirada extrañada de Bernard Alione parece llegar para reencuadrar todo lo que la película ha mostrado hasta el momento. “No me había dado cuenta. Estáis todos locos”, dirá, como si quisiera dar voz a la reacción de los que vemos la película, la reacción que podríamos haber tenido antes de que nos envolviera y nos fuésemos convirtiendo en huéspedes del hotel. De alguna manera actúa como avatar de un público confundido por la explosión de sentidos de los diálogos, por las frases interrumpidas a la mitad, por la acumulación de temas con vínculos apenas sugeridos. Y a media que avanza la escena, esta sensación parece extenderse al resto de personajes, como si su presencia y sus preguntas sirviesen como reflejo para el resto de personajes atrapados en un hotel suspendido en el tiempo, en el que nadie sabe el día ni la hora. Cuanto más dura la conversación, más evidente se hace la disonancia. Finalmente, Alissa terminará por darse cuenta de que la pista de tenis está vacía. También el jardín. También los pasillos del hotel.

Bernard Alione llega a recoger a su mujer desde fuera de ese hotel, pero sobre todo desde fuera de la película, desde fuera del modo de su enunciación. Los personajes hablan así porque esta es la manera de hablar de un loco, por lo que es necesario un personaje que no lo haga, que hable de un modo que nos resulte familiar, que nos recuerde al de todas las demás películas. Es como si Duras necesitase todavía, en su primera película dirigida en solitario, crear un marco naturalista dentro del universo que presenta para justificar el estilo de sus diálogos. Se trata de una anomalía estilística que nos recuerda el artificio que la precede. Parecería que Duras nos dice que el mundo, ahí fuera, sigue siendo el mismo que conocemos, pero aquí es el lugar en el que pueden hablar los locos. Ese afuera aparece para establecer los límites de la locura. Lo hará igualmente con el personaje de Gérard Depardieu en Nathalie Granger (1972), vendedor ambulante de lavadoras que se encuentra con el silencio de las dos mujeres que habitan la casa de la película (Jeanne Moreau y Lucía Bosé), un lugar que parece también suspendido en el tiempo salvo por las noticias de una radio que suena en alguna parte. El vendedor terminará huyendo después de haber introducido en la casa, por un momento, el mundo exterior y su discurso banal. Volverá, eso sí, para escuchar algunas ideas sobre una película que habría hablado de un viaje en camión.

Fotograma del filme Détruire, dit-elle (1969)

Un hotel frente al mar

Pero antes de ese camión, Depardieu estará en una playa, verá como otro hombre (Dionys Mascolo) llega a un hotel frente al mar. También en La Femme du Gange (1974) el viajero recibirá en el hall del hotel a su mujer (Catherine Sellers) y a sus hijos. La aparición de la familia supone de nuevo, junto a las sirenas que nos avisan de un fuego que arde permanentemente, la irrupción de una exterioridad ajena a la película. Será uno de los pocos momentos en el metraje en los que el sonido se sincronice con la imagen y escuchemos hablar a los personajes que vemos en ese momento. Durante el resto del tiempo, el viajero, quizás Michael Richardson, caminará junto a unos vagabundos (Depardieu, Nicole Hiss, Christian Baltauss y de nuevo Sellers) por la playa y por los interiores del hotel vacío. Caminará, quizás, buscando revivir el episodio que protagonizó junto a Lol V. Stein y Anne-Marie Stretter en El arrebato de Lol V. Stein, ese baile que inició el “ciclo indio” de Duras, un ciclo que continúa con las novelas El vicecónsul y El amor y que tendrá una segunda vida en el cine con todas las obras que crecen alrededor del episodio inicial de El arrebato… y que siguen las vidas de sus personajes: La Femme du Gange, India Song y Son nom de Venise dans Calcutta désert. Michael Richardson caminará, y mientras lo hace escucharemos las voces de dos mujeres que recitan un texto que nada tiene que ver con las imágenes.

“En un espacio que se encuentra en algún lugar más allá de lo que vemos”, escribió Annette Michelson después de ver La Femme du Gange por primera vez, “hay dos mujeres que, como nosotros y de manera diferente, por medio de los recuerdos del pasado, ven lo que nosotros vemos, invisible para nosotros, así como para los personajes y para el cámara.” (3) Las voces, sin embargo, llegaron a la película solo después del rodaje. La propia Duras confiesa al equipo que no sabe de qué trata exactamente la película y que espera descubrirlo, quizás, en el montaje. En Trouville, filma planos del mar, de la playa, del cielo. Para entonces Duras había comprado ya un apartamento “suspendido sobre el mar” en el hotel Roches Noires que se convertiría en escenario de tantas de sus películas, La Femme du Gange la primera de ellas. Roches Noires será el casino de T. Beach en el que Anne-Marie Stretter baila con Michael Richardson y Trouville será la ciudad de S. Thala.

El amor cierra el “ciclo indio” de Duras. El texto, que después retoma y reescribe para La Femme du Gange, describe el mar de S. Thala. Ella vio el mar de Trouville e imaginó un mar omnipresente, “una masa viscosa que bate, avanza y engulle, el mar de los orígenes”, (4) un mar que primero escribe. S. Thala, por supuesto, no existe fuera de las novelas de Duras. No importa cuántos planos filme de los charcos que deja la marea sobre la arena al retirarse, del batir de las olas, del cielo apagado al final del invierno, nunca llegará a encontrar el mar de S. Thala. Pero ese, claro, es el descubrimiento de la película. El viajero y los tres vagabundos de la playa caminan, en un momento del filme, en fila por la arena de la playa. La voz en off de una mujer nos habla del mar de S. Thala, “Hay luz, allí, sobre el mar”. En ese momento, quizás, llegamos a ver.

Fotograma del filme La Femme du Gange (1974)

Finalizado el montaje de las imágenes, Duras inventa una segunda película. Hablará, de hecho, de dos películas distintas que componen La Femme du Gange. De un lado “la película de las imágenes” que vemos, del otro “la película de las voces” que oímos, sin más conexión que el haber sido inscritas sobre una misma tira de celuloide. En el prólogo que escribe para la edición del guion de La Femme du Gange, Duras explica que la segunda película, la de las voces “llegó de lejos, ¿de dónde? Se abalanzó sobre la imagen, penetró en su ámbito, se quedó allí.” (5) Nos advierte Duras de que estas voces no deberían ser enlazadas con la película de las imágenes, y, sin embargo, inevitablemente, una y otra terminan por tocarse. Casi de forma accidental lo que dicen las voces parece responder a lo que vemos en ese momento, como si solo por ser reproducidas en paralelo la película de las imágenes y la película de las voces fuese imposible que como espectadores no encontrásemos puntos de encuentro entre una y otra.

Es en ese momento de sincronización entre la imagen y las voces enunciadas desde el mismo lugar pero fuera de plano en el que alcanzamos a ver, ya sí, el mar de S. Thala. Duras lo ha escrito y nos muestra el escenario que le sirvió de inspiración, las vistas filmadas desde su apartamento. Solo en la película puede encontrarse la playa de Trouville con las voces que hablan desde S. Thala y entonces el círculo se cierra, el texto se reencuentra con la imagen original que lo había inspirado y aparece el mar. Con La Femme du Gange Duras intenta, por primera vez, dar un cierre al ciclo de novelas que inició con El arrebato de Lol V. Stein, “aplacar” de alguna manera a los fantasmas de Lol y Anne-Marie Stretter. La película es una brecha a la que se lanzan tres libros para ser destruidos, destruidos por otras tres películas. Aquí cesa la escritura. Después, está Calcuta.

(1) Thêatre I

(2) L’Express, 8 de mayo de 1958

(3) The Village Voice, 27 de junio de 1974.

(4) Laure Adler, Marguerite Duras, p. 421.

(5) Nathalie Granger / La mujer del Ganges, p. 131.

Tomad o de: Cinentransit

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El gabinete del doctor Caligari. El libro del centenario

Autores: Quim Casas, Marco Da Costa, Jesús Palacios, Adrián Sánchez

Considerada, con razón, como una de las películas más influyentes de la Historia del Cine, esta obra maestra, cuna del expresionismo alemán, ha despertado y despierta la admiración unánime de todo cinéfilo que se precie. Absolutamente innovadora, impuso un nuevo orden visual del que han bebido, y siguen bebiendo, infinidad de artistas de toda índole. El gabinete del Dr. Caligari sigue manteniendo intacto su enorme poder de fascinación.

Este libro celebra el centenario de esta obra maestra a través de la mirada de cuatro autores de prestigio que la analizan desde múltiples perspectivas. El lenguaje, su concepción, los decorados, los simbolismos, sus creadores, su gran herencia…

Quim Casas. Crítico de El Periódico de Catalunya y miembro del consejo de redacción de Dirigido por. Es miembro del comité de selección del Festival de Cine de San Sebastián. Profesor en la Universidad Pompeu Fabra y ESCAC. Autor o coordinador de libros dedicados a John Ford, Fritz Lang, David Lynch, Clint Eastwood, John Carpenter, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Abel Ferrara, Henry King, Don Siegel, Jacques Becker y Joseph Losey, entre otros.

Marco Da Costa. Es doctor en Filología española por la Universidad de Barcelona y profesor de lengua española y estudios culturales en la Izmir University of Economics. Autor de numerosos artículos relacionados con el cine, la literatura y los totalitarismos, ha publicado, entre otros volúmenes, El cine japonés bajo el peso de la tradición (2010) e Ideología y propaganda en el cine del Tercer Reich (2014) y, con esta misma editorial, El cine del III Reich. Desmontando el cine nazi en 50 películas (2016) y Hollywood contra Hitler (2018).

Jesús Palacios. Nació en Madrid en 1964.Comenzó su andadura de la mano de su padre, Joaquín Palacios, y con el paso del tiempo fue especializándose en cine fantástico. Autor y colaborador de diversos fanzines, tiene editados numerosos libros.

Adrián Sánchez. Autor de La historia del cine australiano y Al oeste del mito. 50 wéstern básicos, y participado en diversos libros colectivos como El universo de los hermanos Marx, El universo de Orson Welles, Fritz Lang Universum, Terminator. El imperio de Skynet, La fábulas mecánicas de Guillermo del Toro, Richard Matheson: maestro de la paranoia, Bolsilibro & Cinema Bis o Cine fantástico y de terror español Volúmenes 1 y 2.  Ha impartido cursos en la Universidad de Oviedo y el Centro de Investigación del Cine de Asturias, colaborado en diversas webs y publicaciones, tanto nacionales como extranjeras así como confeccionado cuadernillos para ediciones en DVD.

Tomado de: Notorious Ediciones

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La organización, y no el espontaneísmo

Por Fernando Martínez Heredia

Esto que vamos a conversar ahora del lado mío, son algunos comentarios no preparados previamente, pero que pueden servir como insumos para lo que ustedes pretenden en este día de debate. Es decir, hay que contemplarlos entonces teniendo muy en cuenta que es posible que muchos de ustedes no conozcan demasiado acerca de lo que se hablará y es imprescindible, sin embargo, que conozcan mucho, pero mucho más de lo que yo les voy a decir.

Me voy a referir, en términos generales, a la dirección política de la sociedad cubana en lo que toca a su organización en el proceso de la revolución y ni siquiera voy a tener en cuenta las etapas más primeras, las etapas del origen (…) Pero hay algunas experiencias, a partir de ahí, que son indispensables.

Una es, me parece, tener en cuenta que los protagonistas y participantes principales tuvieron siempre como algo fundamental estar organizados. La organización, y no el espontaneismo, resultó siempre priorizada.

El Movimiento 26 de Julio fue, primero, la forma organizativa básica que decidió; y este, sin dejar de ser muy importante, fue flanqueado y finalmente superado por el Ejército Rebelde, que se llamaba primero Ejército Revolucionario del 26 de Julio. El Ejército Rebelde llevó a una situación decisiva la lucha contra la tiranía y la obtención del triunfo mediante el desmantelamiento del aparato militar-represivo de la tiranía. El triunfo revolucionario de enero de 1959 permitió la liquidación, no solo del aparato militar-represivo, sino también del aparato político de la república, ya no solo de la tiranía. Es decir, los partidos políticos que existían –y en Cuba tenían una enorme importancia durante la República Burguesa Neocolonial–, fueron definitivamente liquidados por la revolución y, legalmente, esta fue la situación del propio año 1959.

El Gobierno revolucionario que se estableció a partir de ese triunfo era, sobre todo, un poder ejecutivo y legislativo al mismo tiempo. El poder judicial, después que fue depurado, se mantuvo como un poder autónomo, en el sentido que suele ser en estos casos, en el Estado, es decir, autónomo hasta cierto punto.

El poder ejercido por el Gobierno revolucionario tampoco hay que verlo de una manera formal, porque el Ejército Rebelde para la población, durante toda la primera etapa, tenía una importancia decisiva para plantearle problemas; pero también, incluso, para el Gobierno, para ejecutar políticas priorizadas o acciones priorizadas.

Entonces, el Gobierno revolucionario entendía que su legitimidad estaba dada por el propio hecho de la revolución, su triunfo, y el consenso popular que fue creciendo prácticamente sin parar durante 1959, 1960 y los primeros años sesenta. Se decía entonces: «la revolución es fuente de derecho». Es decir, la revolución ejerce el derecho a partir de sí misma, no lo toma de alguien, es constitutiva ella misma. Las leyes de la revolución… hay que ver, por ejemplo, que la revolución promulgó mil leyes en sus primeros tres años. Fíjense qué cantidad de leyes cargaba, y ellas tenían sus partes –por cierto, muy bien redactadas–, sus partes «de derecho», sus partes «de hecho» antes de las partes «positivas», como dicen los abogados.

[El Derecho siempre era el carácter constitutivo que tiene la revolución y esta decidía, inclusive, que se incorporaran al texto básico de una juridicidad que son las Constituciones, lo que consideraba necesario].

La Constitución de 1940, entonces, siguió vigente; pero esta era una Constitución muy superior a las circunstancias cubanas. Era el fruto de un acuerdo post-revolucionario, después de la Revolución del 30, que no viene al caso mencionar ahora; pero tenía en su contenido virtudes que permitieron que el régimen revolucionario pudiera tomarla, hasta 1976, como texto básico y le hiciera adiciones en todo lo que… por ejemplo, «la tierra es del que la trabaja» era un principio de la guerra revolucionaria y de la revolución en su primer año; las dos leyes de Reforma Agraria fueron las que llevaron esto a la Ley, pero la Constitución [de 1940] tenía un artículo que decía «se proscribe el latifundio», ya eso era una base; tenía otro artículo que decía «la propiedad solo puede existir en función social», ya eso era otra base. Claro, no se hicieron en 1940 para ser cumplidas, tuvieron que ser cumplidas por un poder político-militar con consenso amplio de la población; pero, desde el punto de vista legal, entonces se fueron adicionando.

Por ejemplo, en 1960 con la Ley de la Vivienda con un principio constitucional: «la vivienda es del que la vive», que rompía –como había roto otros preceptos ya, y como muy pronto rompería los demás– con la propiedad privada y con el respeto a la propiedad privada, que es algo muy importante también.

La organización política que trató de desarrollarse desde un inicio, pero bajo las normas prácticas de lo que hay, era el espíritu de la revolución. El espíritu de una revolución que no había sido reconocida, por los que «sabían mucho marxismo», como posible; ni había sido querida para nada por los «demócratas», que en nombre de la democracia gobernaban a Cuba para el capitalismo y para el imperialismo, no podía ser respetuoso de ese sistema de ideas y de instituciones.

El resultado fue que, en la práctica, el poder era bastante discrecional; también, al mismo tiempo, tenía recursos muy propios como era, por ejemplo, la participación masiva directa del pueblo en actividades en las cuales expresaba ideas y sobre todo expresaba su consenso. Estas, que se empezaron a llamar «movilizaciones» desde enero de 1959, eran una de las formas prácticas; pero hay otras formas que a veces no se miran, por ejemplo, la Milicia Nacional Revolucionaria oficializada a partir de octubre de 1959 significó en la práctica ir hacia el armamento general del pueblo, un principio comunista expresado por Carlos Marx como uno de los rasgos del poder proletario, en este caso del poder popular revolucionario. Es decir, al pasar gente común y corriente de Cuba a armarse para defender su revolución, al mismo tiempo hacían una organización política y tenían una transformación de conciencia que se podía considerar también la aparición de un nuevo cuerpo ideológico.

Las organizaciones de la revolución, entonces, fueron el camino tomado, no de una manera planeada, digamos, previamente, pero sí que se fueron sumando. El propio Gobierno revolucionario entonces fue flanqueado por la Federación de Mujeres Cubanas, por la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños, no solo por la Milicia Nacional Revolucionaria, y así después surgieron otras organizaciones. Una antigua organización se «democratizó», se llamó así al sistema de asambleas y de renovaciones en el movimiento sindical. Con lo que nació, entonces, el Ejército, el Gobierno, las leyes, la Constitución retomada por la revolución, las organizaciones militares, políticas y de masas.

Ese es el poder, digamos, en un sentido político más general, que en los primeros seis años intenta, primero, ir demasiado pronto y hace lo que se llamaron Organizaciones Revolucionarias Integradas a mediados de 1961, pero que fracasa por introducirse en ella lo que se llamó, en aquel tiempo, «el sectarismo». Es decir, un grupo intentó secuestrarla, y que Cuba fuera prácticamente como los gobiernos de los países de Europa que estaban en la órbita de la Unión Soviética. Fidel denunció esto en marzo de 1962, se produjo una transformación muy fuerte y de ahí nació, no solo la desaparición de las Organizaciones Revolucionarias Integradas –llamadas ORI–, sino el Partido Unido de la Revolución Socialista Cubana, ese largo nombre –la gente le decía el PURSC–. Es decir, un partido político que se formará a partir, y aquí si viene algo que es muy importante y que es característico de la Revolución cubana, a partir de la ejemplaridad de sus miembros. Para ser militante del Partido, una persona tendría que ser forzosamente elegido por sus compañeros de trabajo, o en su caso, de estudios, militares, como trabajador ejemplar. Sin la condición de «trabajador ejemplar» no se podía ser militante del Partido. El Partido sería entonces la organización política que vería, a través de un proceso, cómo podían pasar o no los trabajadores ejemplares a ser militantes del Partido mediante entrevistas, datos, preguntas a personas que los conocieran acerca de su vida, y asamblea después, de trabajadores ejemplares, que debían discutir libremente entre todos y aprobar o no quiénes llegaban a ser militantes.

Esto le dio una fuerza muy grande en cuanto a selectividad y en cuanto a prestigio al nuevo Partido que comenzaba, al PURSC. Este se fue extendiendo, sobre todo ya en los años 1963, 1964 y en el 1965, y se decidió formar una dirección que sustituyera a la dirección nacional de ese PURSC, que eran 24 o 25 personas que habían sido designadas cuando se constituyó, y que este Partido se llamara Partido Comunista de Cuba.

El Partido Comunista de Cuba se fundó entonces el 3 de octubre de 1965, y ese día se proclamó su Comité Central. El Comité Central eran, no recuerdo el número exacto, pero eran quizás seis docenas o un poco más de personas que venían sobre todo de las luchas contra la tiranía de Batista y también de luchas de los primeros años de la revolución en el poder. Había muchas personas desconocidas para el público y había otros que eran dirigentes. Es decir, en ese primer Comité Central ya había una buena combinación de personas muy destacadas, pero no que necesariamente tuvieran que ejercer funciones con responsabilidades.

Ese primer Comité Central también, al mismo tiempo, significó una ratificación del carácter absolutamente autónomo desde el punto de vista ideológico de la Revolución cubana respecto al socialismo de la Unión Soviética. Las relaciones entre Cuba y la URSS a partir de los sesenta en adelante fueron cada vez mayores y más importantes para Cuba, en cuanto a la defensa y también la economía –tampoco puedo hablar de su historia–, pero lo que sí fue imprescindible y sucedió fue que la Revolución cubana hiciera realidad su autonomía completa, que no se plegara a la política soviética, y este nacimiento del Partido en 1965 es un momento importante en esa dimensión.

También en ese momento se estaba tratando que el Estado se revolucionara. Hay toda una historia del Estado que yo tampoco la puedo hacer –no hay tiempo aquí para eso–, que llevó a enormes modificaciones en la estructura estatal en los años 1965, 1966, 1967; y la figura de Fidel en esto fue fundamental, como ya estaba siendo desde hace tiempo en todas las cosas más importantes de la revolución. Volvió a confrontar la organización política un escollo con relación a la pretensión soviética, y de la ideología que se adhería a las posiciones soviéticas, en lo que se ha llamado «la microfracción» que obligó a un proceso que para algunas personas fue un proceso criminal, y para otras fue un proceso de discusiones políticas a fines de 1967 e inicios de 1968. La revolución se tuvo que empeñar en el cumplimiento de un plan perspectivo que la llevó a la zafra famosa de 1970 e hizo que el Estado también entrara en una tensión enorme, mientras que la profundización del socialismo era intentada en todos los aspectos posibles, incluido el internacionalismo, que era una bandera desde 1959 de la revolución pero que en esta segunda mitad de los sesenta también se llevó a momentos muy altos con relación, sobre todo, a la revolución en América Latina –recuerden todos también Bolivia, y la caída del Che en 1967.

La revolución confrontó dos problemas básicos, me parece a mí, en estos años.

Uno fue el propósito de la expansión de la economía, de la economía de la revolución –la economía sin apellidos siempre es burguesa–, la economía de la revolución en un plan que se llamó «Plan Económico Socialista Acelerado» que no pudo llevar a Cuba a salir del subdesarrollo en pocos años, se demostró que no era factible –no se puede detallar aquí–, pero no era factible.

Segundo, el problema de la ampliación del campo revolucionario en el mundo que, a manera de consigna, por ejemplo, lo recuerdan ustedes: «crear dos, tres, muchos Vietnam», pero que formaba parte de una estrategia, la estrategia de la expansión de la revolución, en este caso, sobre todo, en América Latina como parte de una revolución de los países del Tercer Mundo y de la revolución en el mundo. Pero no se obtuvieron victorias en América Latina.

Es decir, Cuba no pudo ser acompañada por otros poderes que le permitieran hacer más factible su actividad, su sobrevivencia y su desarrollo.

Es ante esas dos ausencias que el país tuvo que atenerse a mejorar sus relaciones con la Unión Soviética, sobre todo después de 1970, lo que llevó a ingresar en el sistema llamado por nosotros «CAME», Consejo de Ayuda Mutua Económica, que era el sistema económico de los países que llamaban «países socialistas» y que presidía la URSS. Cuba ingresó en 1972, fíjense, 14 años después del triunfo de la revolución; pasó a ser, sobre todo, cliente y exportadora a la Unión Soviética y de algunos otros de estos países del CAME. De esa manera, no se pudo continuar el proyecto que llevaría a una industrialización con especializaciones, sino que, sobre todo, se impuso la fabricación y exportación de azúcar crudo hasta llegar a más de seis y después siete millones de toneladas en el curso de esos 15 años que van de 1971 a 1985.

De manera que, quitando lo demás porque no da tiempo, Cuba garantizó –poco a poco primero, y después de una manera más fuerte– un bienestar material pero no un desarrollo económico.

Y también garantizó lo que se empezó a llamar a mediados de los años setenta «la institucionalización»: es decir, pasar de la revolución como fuente de derecho a tener un cuerpo institucional que permitiera solidificar, cristalizar mejor los logros de la revolución y asegurar un funcionamiento sistemático de ella. Esto incluía una comisión que trabajaba con bastante parsimonia, sin apuro –y Fidel lo llegó a decir en un discurso importante a principios de los setenta–, que era la comisión para la Constitución; pero, a la vez, se hizo una reformulación del Estado otra vez, más cercana al ideal soviético.

A la vez que era un orden, tenía ese problema ya no solo ideológico, sino también que afectaba a la política económica y a la idea misma de la política. Es decir, la burocratización «no tenía que ser vista», como en los años sesenta, como algo peligroso y como un enemigo de la revolución; sino que podía ser, de otra manera, vista como un crecimiento ordenado de la administración, cosa que sucedió en el peor sentido.

Sin embargo, al mismo tiempo, se fue garantizando la universalización de la atención médica y su conversión en sistema de salud, que es mucho más que la atención médica; la universalización del sistema educacional… por ejemplo, en 1972 por primera vez en la historia de Cuba todos los niños de 12 años terminaron sexto grado. Eso no había sucedido, en los 14 años anteriores se fue hacia allí. Por eso es que surgió el Destacamento Pedagógico, porque hacían falta 35.000 profesores de Secundaria Básica y solo había 7.000. Me detuve en un detalle, no me puedo detener en ninguno, pero ustedes no, ustedes tienen que detenerse en todos los detalles, en especial en todos los detalles importantes.

Ahora bien, tenemos entonces una época contradictoria: avances en muchos sentidos, retrocesos en otros, confusión ideológica muy grande, implantación del dogmatismo en la teoría marxista, liquidación de una parte –principal diría yo– de las capacidades del pensamiento social para entender y para prever, es decir, el pensamiento que es capaz de analizar, criticar y discutir sin miedo qué socialismo.

En esa forma fue que llegamos al I Congreso del Partido, 17 años después del triunfo revolucionario y 10 años después de la constitución del primer Comité Central. El I Congreso del Partido, en diciembre de 1975, significó un momento importante en la institucionalización del país, y a la vez, la concreción de una manera determinada de organizar políticamente el país.

El Partido Comunista de entonces, que seguía teniendo el enorme prestigio de sus bases basado en lo que dije al principio, que había aumentado mucho el número de sus militantes, que tenía a su favor el crecimiento en educación y en salud, en la cultura general y técnica de la población; a la vez se vería afectado por este seguidismo de la ideología soviética y por los factores nacionales que entendían que el autoritarismo era mejor como una forma de organizarnos, y que bajo un sistema vertical se podrían obtener éxitos. Es este cuadro complejo en el cual el Partido Comunista celebra su I Congreso y a la vez acuerda que va a celebrar congresos cada cinco años, que la economía la va a organizar y la va a llevar, también, controlada de tal modo que se pueda hablar de Planes Quinquenales –por eso el Plan 1976-1980–, y así en cuestiones que van desde los aparatos auxiliares del Comité Central hasta la idea de que se necesita tener un ateísmo de tipo científico: una barbaridad burguesa en la cultura, como si formara parte de la necesidad de la cultura.

Entonces, por este camino, ateniéndome nada más a lo que hemos quedado que yo mencionara y no a lo demás, porque hay cosas importantísimas que no menciono, se llegó en 1980 al II Congreso del Partido, en el cual hubo algunas actividades previas de Fidel, y de Raúl también, estimulando la crítica, estimulando la discusión dentro de aquel marco, sin salirse del marco, pero estimulándola algo. Hubo algunas modificaciones también dentro del sistema del poder Ejecutivo, no del sistema, pero sí del personal. Sucedió, sin embargo, un hecho importantísimo que resultó negativo: los sucesos de la Embajada del Perú, que terminaron con la salida que llaman «del Mariel» de 125.000 personas. Todo aquel trauma de los primeros meses del año ochenta tuvieron un efecto también, pienso yo, de detención en lo que podía haber sido algo para analizar más críticamente la situación y la forma de llevar la política.

Entonces, a fines de ese año ochenta se hizo el II Congreso del Partido en condiciones, incluso internacionales, muy delicadas. Me refiero a la cuestión de Polonia, y con la expectativa de que el nuevo gobierno del presidente Reagan en los Estados Unidos sería todavía más peligroso y más agresivo que los anteriores, que lo habían sido. Entonces, Cuba se encontró con la realidad ya no de la forma de 1962 cuando la Crisis de Octubre, sino de otra forma –que por suerte quedó en aquel momento en secreto–: la Unión Soviética le hizo saber que no iba a «correr el riesgo» de un enfrentamiento directo con Estados Unidos por Cuba, que en caso de una agresión mayor Cuba no podía esperarlo. Esto tuvo efectos sobre el sistema defensivo cubano: la idea de la «Guerra de Todo el Pueblo» se materializó.

También, finalmente, a lo largo de la primera mitad de los ochenta se fueron haciendo demasiado visibles las consecuencias sumamente negativas de la burocratización, de la formación de grupos privilegiados, de la corrupción, de la ineficiencia, y apareció el fenómeno de la «Rectificación de errores y tendencias negativas».

Esto, que Fidel lo comenzó de una manera discreta a fines del año 1984, se hizo público en 1985, porque hubo cambios muy notables incluso en el personal del Partido, pero, sobre todo, una apertura hacia la actividad política, hacia la actividad política que fuera más de discusión, más de participación real. Se celebró un Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas importantísimo y, poco después, el III Congreso del Partido.

Este III Congreso del Partido ya fue plenamente dentro de la «Rectificación…» y desarrolló un conjunto de discusiones y de ideas importantes. El proceso de «Rectificación…» duró la segunda mitad de los años ochenta. Obtuvo avances que pueden ser considerados importantísimos porque fue también una forma precoz de Fidel, el máximo responsable de ese acierto, de darse cuenta de que la Unión Soviética iba por el camino más negativo y que culminó en su desaparición, pero darse cuenta antes de que se diera cuenta casi todo el mundo.

Esto me parece que fue muy positivo, aunque al final no pudo evitar lo que sucedió, lo que pasó en los primeros años noventa; pero, al menos el país no se precipitó ciego, sino que ya llevaba algún tiempo en unas condiciones políticas muy diferentes en que la población se sentía mucho más activamente metida en los sucesos de 1989 en el país y en lo internacional. Entre los segundos, tenemos la caída del Muro de Berlín y los bombardeos genocidas de la invasión a Panamá, el fin del llamado «campo socialista» entre 1989 y 1991, todo el cuadro en el cual se va hacia el IV Congreso del Partido.

En medio de aquella situación tan dificilísima, el Partido produjo el documento más profundo y autocrítico que había producido hasta entonces para uno de sus eventos: el Llamamiento al IV Congreso del Partido, del 15 de marzo de 1990, que se leyó en Baraguá. A partir de él, en las asambleas se recogieron más de un millón de opiniones críticas, se trabajó con ellas, pero el país iba confrontando dificultades crecientes, y después de más de un año de una situación política compleja se llegó al IV Congreso, en agosto de 1991, que se celebró en Santiago de Cuba. Este congreso lo que hizo prácticamente fue enfrentar la tremenda crisis que ya tenía el país encima.

O sea, no se puede decir que fue en la práctica el logro de las críticas de aquel maravilloso documento del noventa, pero yo creo que sin aquel maravilloso documento del noventa todo hubiera sido incomparablemente más difícil.

El país, entonces, requerido por la máxima dirección bajo la orientación y guía máxima de Fidel, se propuso enfrentar una crisis que acabó con la calidad de la vida en muy poco tiempo, produjo resultados terribles, la economía se desplomó, todo el sistema que tenía que ver con el llamado «campo socialista» como es natural, en este caso, se desplomó y la crisis de la primera mitad de los años noventa fue profundísima.

En un momento dado, incluso, se promovió otra vez la emigración informal, que se llamaron «los balseros», aunque en un número muchísimo menor que la del ochenta: «los marielitos», por el Mariel; y así fue avanzando el país a enfrentar su crisis política. Se fue sobre sí mismo, produjo una pequeña reforma –para algunos no tan pequeña– de la Constitución de 1976, que me la salté, en vistas de esta situación en que estamos haciendo esto, ahora donde nada cabe en la práctica.

[A fines de 1976 había existido una reestructuración completa del Estado a partir de la aprobación, después de un sistema formidable de discusiones populares, de una nueva Constitución: la Constitución de 1976, que se puso en vigor ese año, y la reforma del Estado, que también se puso en vigor ese año con la cual pasó a haber un Consejo de Estado, un órgano presidido, en este caso, por la elección de Fidel como tal –se eliminó el cargo de Presidente de la República– y una reestructuración también de los organismos centrales del Estado].

Me devuelvo al 2002, en donde se hicieron unas pequeñas discusiones, pero muy importantes; y se planteó que nada ni nadie puede acordar con ningún país extranjero nada que menoscabe la existencia del socialismo en Cuba. Me parece central ese asunto. Pero, antes, en 1997, se había hecho el V Congreso. El V Congreso del Partido que –en aquel momento, pienso yo– no pudo tener una importancia tan grande, del 8 al 10 de octubre, fue un cumplimiento, digamos, de aquella idea de que cada cinco años se hiciera uno –el anterior había sido en el 1991, y este fue en 1997, solo se atrasó un año–. Entonces, fue un momento de reafirmación política y nacionalista, en el sentido revolucionario, y vinieron los restos del Che y sus compañeros, que se habían logrado encontrar, y culminó el Congreso con las honras fúnebres al Che y sus compañeros.

Entre el V y el VI Congreso pasaron muchos años: de 1997 al 2011, es decir, casi 14 años. En el medio –ustedes conocen más, está más cerca de la vida de ustedes–, a fines de julio de 2006, por una grave enfermedad, Fidel tuvo que salir de sus responsabilidades y fue sustituido por el compañero Raúl. Esto se hizo ya oficial del todo a partir de febrero del 2008 al producirse, lo que sí ha sido muy secuencial cada cinco años, las elecciones de diputados nacionales del Poder Popular, se ratificó la situación por la elección de Raúl y la salida de Fidel de los cargos fundamentales y, ahora sí, de una manera definitiva.

Esa es la situación que nos lleva a estos dos periodos, que van a terminar en febrero de 2018 y que llevó a que Raúl planteara que había que hacer un Congreso del Partido y se fijara, finalmente, el 2011 como fecha para el VI Congreso. Este VI Congreso fue precedido de una intensísima formulación de documentos y de discusión de los documentos. Se les llamó, a los más importantes, «Lineamientos…», y su discusión fue ejemplar: en todos los campos, en todos los sistemas de las organizaciones sociales del país, políticas y barriales, y se produjeron una enorme cantidad no solo de discusiones sino de sugerencias, de planteamientos y de modificaciones. Hasta que se llegó, con esos «Lineamientos…», al VI Congreso y se produjo la discusión y aprobación ahí de ellos.

Hasta ahí la historia que, pudiéramos decir, que continua en cuanto a congresos con el que se acaba de celebrar hace muy pocos días: el VII Congreso; exactamente cinco años después, otra vez cinco años después, del VI. Pero ya esto no cabe en nuestro comentario.

Tomado de: La Tizza

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Los premios Sájarov, un arma de guerra europea

La golpista Jeanine Añez, entre las candidatas al Premio Sájarov

Por Juanlu González

Este año, los gerifaltes de la Unión Europea no han podido caer más bajo. Cierto es que eso es algo bastante difícil pero, desde luego, no desaprovechan ninguna oportunidad para intentarlo y con muy buen tino, a tenor de los resultados obtenidos. Si es verdad que alguna vez Europa fue un faro mundial para el respeto a los derechos humanos, la libertad, el bienestar social o la justicia; hace mucho que sólo es una triste sombra de su pasado.

En 1988, la UE creó el premio Sájarov a la Libertad de Conciencia. Como aseguran en sus documentos internos «es el máximo homenaje rendido por la Unión Europea a la labor en el ámbito de los derechos humanos» y «la expresión del reconocimiento a personas, grupos y organizaciones por su contribución extraordinaria a la protección de la libertad de conciencia». ¿Suena bien, verdad? Podría decirse que es una loable iniciativa de esas que hay que aplaudir por conveniente y necesaria y por la que habría que sentirse orgulloso.

Sin embargo ¿qué diríamos si este reconocimiento se otorga continuadamente a asesinos, golpistas y agentes extranjeros al servicio de la desestabilización de terceros países? Además de reconocer que es una nueva oportunidad perdida para la causa de la Humanidad, este hecho desacredita, tanto al Premio Sájarov en sí mismo, como a quien lo promueve: la Unión y el Parlamento Europeos.

El Premio Sájarov, dotado con 50.000 euros, se entrega en un pleno oficial que se celebra a finales de cada año en Estrasburgo. Cada grupo político del Parlamento puede proponer sus candidatos y candidatas, aunque también pueden hacerlo los diputados a título individual si tienen el apoyo de al menos 40 representantes. Finalmente, es la Conferencia de Presidentes del Parlamento Europeo quien decide al elegido o los elegidos, por lo que se trata de una elección puramente política.

Si echamos un vistazo a los últimos 10 años de galardones, comprenderemos perfectamente el papel que juega el premio Sájarov en la política exterior de la UE. De 15 reconocimientos, las desastrosas primaveras árabes han recibido cinco (dos Siria, Libia, Egipto y Túnez), otros dos han sido para su estrategia de guerra contra Irán, uno contra Venezuela, otro contra China y dos más contra Rusia (a través de Bielorrusia y Ucrania). Los otros cuatro podemos considerarlos como más neutrales y solo uno de ellos es un activista por la libertad de expresión en un país amigo de la Unión Europea (Arabia Saudí́).

Pero, ¿acaso no había activistas palestinos detenidos sin juicio en campos de concentración israelíes para un premio? ¿No había líderes sociales, indígenas o ecologistas en Colombia que se juegan la vida cada día por el medio ambiente o para recuperar sus tierras robadas para vivir con dignidad? ¿Hay alguien más merecedor de un premio por la libertad de prensa que Julian Assange? ¿No merecerían el Sájarov los médicos cubanos que han luchado desinteresadamente contra el Covid en Europa?

Pero no, no se trata de derechos humanos. En Europa y Estados Unidos solo se invocan los derechos humanos cuando sirven a sus intereses particulares. Sus aliados pueden vulnerar las normas internacionales siempre que lo deseen, porque ya se encargan de otorgarles la impunidad y protección que necesitan. Ambos tienen un largo historial de violaciones de las leyes humanitarias dentro y fuera de sus fronteras que sería prolijo enumerar; pero basta pensar en las guerras en las que estamos implicados, en las políticas de apoyo al yihadismo, en las cárceles secretas «contra el terrorismo» al margen de la legalidad, el apoyo a regímenes totalitarios, la venta de armas a países en guerra o que vulneran los derechos humanos, etc., etc.

Los nominados al premio de este año siguen la pauta del pasado. O quizá́ la empeoren. La terna finalista oficiosamente —no lo sabremos hasta el próximo 14 de octubre— la componen Alexei Navalny, Jeanine Áñez y un grupo de mujeres afganas.

Navalny ha sido propuesto por el Partido Popular Europeo. Es un agente norteamericano formado y pagado para desestabilizar a Rusia que forma parte del restringido club del «Greenberg World Fellows Program», programa que selecciona anualmente a un pequeño grupo de elegidos de todo el mundo para convertirlos en «líderes globales», una especie de Escuela de las Américas, pero no para militares, sino para civiles golpistas. Un gran ejemplo para nuestra clase política, ¿cierto?

Jeanine Áñez, al contrario que nuestro anterior nominado, no es una aprendiz de dictador, sino una golpista consumada responsable de la muerte de decenas de bolivianos en la represión posterior al golpe de estado de 2019. Autoproclamada presidenta de facto, dirigió́ un gobierno ilegal, liberticida y corrupto, que solo gracias a la voluntad y determinación del pueblo por retomar la democracia, fue doblegado en poco más de un año en una convocatoria electoral forzada por la movilización permanente y no por la voluntad de la dictadora, como quieren hacernos creer desde los escaños del Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos, sus mentores.

Los socialdemócratas y los Verdes, en una especie de lavado de conciencia colectivo, apuestan por las mujeres afganas para el Sájarov. Pero sólo por las afganas, olvidando a tantas y tantas mujeres que, gracias a Europa y Estados Unidos, han sido puestas bajo los designios de al Qaeda y el Estado Islámico en tantos y tantos países donde jugaron a las primaveras árabes para acabar con los regímenes laicos más sociales de la región.

Que no nos cuenten milongas. No son derechos humanos. Es pura geopolítica.

Tomado de: Nueva Revolución

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