«Para el cine revolucionario no existen fronteras culturales o ideológicas. Desde que el cine es un método y una expresión internacional y desde que este método y esta expresión están dominados por el cine americano asociado a los grandes productores nacionales, la lucha de los verdaderos cineastas independientes es internacional. Los cineastas independientes se deben organizar en una lucha común, estética, económica y política».
Tomado de la publicación: www.laventana.cult.cu
*Uno de los más grandes directores brasileños, nació el 14 de marzo 1939, en Vitória da Conquista, en el estado de Bahía. Estudió Leyes en Brasil, ejerció la crítica cinematográfica, y realizó también en la adaptación de piezas teatrales. Participó como cineasta en la creación y desarrollo del Cinema Novo, en Río de Janeiro, del que se convertiría en su líder teórico y su principal embajador en Europa. Sus escritos Riverçao critica do cinema brasileiro (1963) y Una estética de la violencia constituyeron las bases del Cinema Novo del Brasil de los sesenta del siglo XX.
La mediocridad y las contaminaciones del mercantilismo, que algunos consideran inherentes al cine, le parecían a Glauber Rocha los enemigos jurados de un arte heterodoxo, purificador, auténticamente nacional e intelectualmente elevado. A través de sus artículos críticos, su periodismo agudo y comprometido, sus escritos teóricos, y sobre todo de un cine anti convencional, opuesto a los cánones narrativos convencionales, cine del arrebato y el ensueño, del simbolismo rebuscado y la poética elaboración de lo popular, el creador devino testigo iluminado e imprescindible de un mundo tumultuoso (Brasil, América Latina, por extensión el Tercer Mundo) y de realidades contradictorias, milagrosas, surrealistas.
Sus diez largometrajes, pero sobre todo Dios y el diablo en la tierra del sol (1964) Tierra en trance (1967) y La edad de la tierra (1980), se erigen en alegatos del poder fecundante de la irritación y la inconformidad. Fue un fundador en todos los órdenes creativos en que incursionara. Y así, no solo dotó a su país, y al continente, de la primera producción vanguardista coherente y estimable, sino que también supo catalogar, clasificar y evaluar lúcidamente el cine brasileño de la primera mitad del siglo XX, al tiempo que combatía las estructuras mentales y económicas del subdesarrollo, único modo de imponer el llamado Cinema Novo, el movimiento que él mismo fundara e impulsara en compañía de Nelson Pereira dos Santos, Ruy Guerra y otros cineastas.
Y es que la obsesión dominante en el cine glauberiano sigue iluminando el presente y por ello no es para nada fotograma muerto, material de archivo, curioso y desdeñable. Se trata de la revelación, en veinticuatro imágenes por segundo, de la singularidad y vehemencia de una nación, desde la melancolía arrebatada y mística, desde el análisis, por supuesto, de las inequidades sociales y la catástrofe política, apostado en fecundar el polémico interregno del cine y la poesía, el cine y la pintura, el cine y el teatro popular.
Dios y el diablo en la tierra del sol combina elementos tan dispares como el folclor bahiano y las leyendas nordestinas, la iconografía del oeste (al estilo contemplativo de Sergio Leone y sus fabulosos westerns spaghetti), las prácticas distanciadoras de Bertoltd Brecht, la tradición operística europea, y las constantes referencias al barroquismo latinoamericano, todo ello a veces signado por la incoherencia y la confusión, pero cuánto necesita esta actualidad —colmada de productos culturales adocenados, donde todo está masticado y listo para el consumo, donde nada hay que pensar, añadir ni cuestionar, puesto que los contenidos son lineales, elementales y además pre digeridos— de semejante espíritu revulsivo, de aquellas dudas angustiosas, de aquel caos alumbrador que presentaba Glauber Rocha en la mayoría de sus películas, casi todas incomprendidas por el público mayoritario y fustigadas hasta el exterminio por la prensa menos perspicaz.
El cine, la obra toda de Glauber Rocha era visceralmente asimétrica, entendido este último término en el sentido que él mismo le daba cuando aseguraba que “el problema del arte moderno es la dialéctica entre simetría y asimetría, que también puede volverse convencional en cualquier momento, por eso es necesario el ejercicio de las rupturas”. Quizás en este asunto radique el por qué de la polémica, con visos de eternidad, respecto al valor de los filmes realizados por Rocha.
Abandonó Brasil en 1971 durante el régimen dictatorial militar brasileño y vivió y trabajó durante mucho tiempo en países de Latinoamérica y Europa, como Chile, Cuba, España, Portugal e Italia. No regresó a Brasil hasta sus últimos días, cuando viajó a Río de Janeiro, donde falleció el 22 de agosto de 1981, a los cuarenta y tres años de edad.
Notas biográficas tomadas de la web: www.cinelatinoameicano.org
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