
Silvio Rodríguez: «… existieron espacios más permisivos que otros, y los que fuimos cuestionados por instituciones como el ICRT o el Consejo Nacional de Cultura, fuimos apoyados por otras como Casa de las Américas y el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficas (ICAIC).»
Por Laura Serguera Lio y Armando Franco Senén
Silvio Rodríguez, Eduardo del Llano, José Ernesto Nováez y Claudia Damiani analizan puntos álgidos del panorama artístico cubano a partir de los acontecimientos del 11 de julio
A poco más de un mes de publicado el texto en que tres economistas analizaban para Alma Mater las causas de las manifestaciones del pasado 11 de julio y ofrecían pistas sobre el contexto nacional, el dossier que abrimos ese día, Desafíos del consenso, llega a su fin.
Durante ocho entregas —Economía, Filosofía, Comunicación, Política, Derecho, Psicología, Historia y Sociología— , y con el concurso de jóvenes y experimentados científicos sociales, hemos tratado de aportar al discernimiento de sucesos nunca antes vividos para varias generaciones, pero, sobre todo, al entendimiento cabal del momento histórico y las vías para la construcción de una Cuba más justa, equitativa y feliz.
El trovador Silvio Rodríguez Domínguez, el escritor y cineasta Eduardo del Llano Rodríguez; el rector de la Universidad de las Artes (Isa) José Ernesto Nováez Guerrero; y la escritora y diseñadora Claudia Alejandra Damiani Cavero son los invitados al noveno y último capítulo de esta serie, dedicado a la Cultura.
¿Cómo se relacionan los eventos de noviembre de 2020 y los de julio de 2021? ¿Qué reclamos tiene el gremio del arte? ¿Son los artistas la avanzada de los cambios sociales? ¿Cuál es el estado de la cultura cubana?
Mucho más que arte
«La cultura no es solo las manifestaciones artísticas, allí entra la comunicación, las dinámicas propias de las redes sociales digitales y del acceso a la información; las narrativas que se construyen alrededor del gobierno, la institucionalidad y el proyecto cubano desde la disidencia; toda la producción simbólica asociada a las campañas mediáticas que precedieron al 11 de julio y sirvieron para catalizar el descontento popular hacia una protesta antigubernamental; y todo lo que, estando en el imaginario popular cubano, es pasto para que sean escuchadas esas narrativas», afirma Claudia Damiani.
Para Silvio Rodríguez se resume como «la acumulación de hechos y características que conforman una identidad». En este sentido, destaca que, aunque tras el triunfo revolucionario de 1959 han transcurrido seis décadas de independencia política de Estados Unidos, debido a la hostilidad imperial hemos desarrollado otra forma de dependencia, en una cultura de resistencia cada vez más vulnerada por el empobrecimiento de la población, el estrés social de una tensión constante y la aparición de generaciones distantes de los hechos liberadores que nos trajeron hasta hoy.
«Por esto, algunos jóvenes —y menos jóvenes— ya no ven en su tierra un futuro posible. De estos sectores, los que pueden emigran; los que no pueden emigrar se quedan, contrariados. Lamentablemente todo esto también ya es parte de nuestra cultura y, por lo tanto, condicionantes objetivas y subjetivas que contribuyen a los sucesos del 11–12 de julio».
A su vez, José Ernesto Nováez considera que dilucidar las causas de los sucesos referidos resulta muy complejo e impone una interpretación de la cultura desde una noción amplia. Asimismo, destaca que no todos los sectores que salieron a las calles a expresar su descontento eran iguales.
«Las transformaciones económicas y sociales que desde la década del noventa se han verificado en Cuba determinan la emergencia de espacios de relación y reproducción de la vida que no tienen una relación directa con el proyecto socialista cubano y que, en múltiples aspectos, divergen de este. Dichos sectores de la sociedad conectan y se expresan a través de un universo simbólico y cultural que refleja sus insatisfacciones, aspiraciones de vida y diferencias con el proyecto político de la Revolución. Estos símbolos, en su expresión más extrema, se entrelazan con el discurso de una parte del exilio cubano, sobre todo en La Florida, y con el proyecto de país que este representa: consumismo y neoanexionismo.
«También conviene apuntar el papel jugado por los avances de los últimos años en materia de conectividad, que han traído por un lado un grado de inserción mayor de la población cubana en las redes globales y por el otro han posibilitado el ingreso arrollador en la cotidianeidad de la Isla de las poderosas industrias culturales del capitalismo. De ahí que una parte de los reclamos el 11 de julio se expresaran a través de apelaciones vagas a la libertad, la democracia, la dictadura, etc, y consignas prefabricadas que en realidad parecen decir mucho y, en la práctica, no comprometen a nada, pues estos conceptos políticos solo tienen valor y utilidad cuando se acotan. Democracia, ¿cuál? ¿La esclavista, la burguesa, la socialista? Cada apellido implica formas totalmente distintas de sociedad.
«Lo más preocupante detrás de estas nuevas formas culturales que emergen, considero, es el grado de desconexión que implican con el proyecto soberano de nación en Cuba y su asunción de un discurso ferozmente anticomunista, rayano con el odio más irracional».
Damiani detalla que la masificación del acceso a Internet, con el advenimiento de los datos móviles a finales del 2018 como punto culminante, ha modificado la manera en que nos relacionamos y entendemos nuestra realidad. Al respecto, destaca que, mientras la diversificación e incremento de las fuentes de información se suma la democratización de las opiniones y otorga visibilidad a voces que de otra forma no la tuvieran, también favorece el odio y la polarización.
«La pandemia, al replegar la vida social al ámbito digital, cataliza también la asimilación de estos espacios de socialización virtuales y pone en contacto a personas que, en espacios físicos, tal vez, nunca hubieran coincidido. Esto, sumado a la crisis económica y sanitaria, de alcance global, pero que en el caso de Cuba se agrava por las agresiones políticas y económicas del gobierno norteamericano. El desabastecimiento, los costos sociales de las tiendas MLC y el reordenamiento, las afectaciones al servicio eléctrico, la falta de medicamentos y la saturación del servicio de salud pública por la COVID, no son factores culturales, pero son esenciales para entender el 11 de julio, y, que sean percibidos como injusticias por las cuales reclamar al gobierno, solo tiene sentido dentro de un proyecto socialista».
Igualmente, la joven escritora defiende el criterio de que la mercantilización de la cultura cubana es un factor a tener en cuenta, bajo el presupuesto de que desde la década de 1990 ha estado cada vez más influida por el contexto internacional, como resultado del desarrollo tecnológico que facilita el acceso a la información, y también a la globalización neoliberal.
«En consecuencia, la producción y el consumo cultural, por un lado, se ha diversificado, ganando en tendencias y corrientes diferentes, pero, por otro, se ha homogenizado para adecuarse a la cultura de masas, que es una cultura mercantilizada, pues el arte cubano para internacionalizarse tiene que acatar las leyes del mercado. Esto, por supuesto, es pasto para el sentido común liberal. En la segunda década del siglo XXI, además, aparecen espacios de consumo y producción artística de propiedad privada. En mi opinión, todo esto modifica la concepción que, como sociedad, tenemos del arte: el arte se convierte en un negocio.
«Nada de esto puede entenderse al margen de la crisis económica y de paradigmas de los 90 y su saldo de desencanto y escepticismo, ni del asedio constante del imperialismo norteamericano. Pero tampoco de las prácticas verticalistas, la insuficiente transparencia y la discrecionalidad, que las propias circunstancias adversas favorecen, pero que también sirven de caldo a la desideologización y la desmovilización popular».
Eduardo del Llano ofrece otro punto de vista al afirmar que en el ámbito de la cultura los acontecimientos del 11 de julio estuvieron influidos de forma directa por la falta de viabilización del diálogo iniciado el 27 de noviembre de 2020.
«De todas las iniciativas y conatos, la del 27 de noviembre me parece de lo más sensato. Había mucha gente, solo de mi equipo de trabajo como cinco personas, y yo no estuve ahí porque el día anterior mi esposa había llegado de España y teníamos que confinarnos 15 días sin salir de la casa, de lo contrario hubiera ido.
«Ahí se inició un diálogo. Se malogró, tanto por la parte institucional, sobre todo, como por los propios artistas, mas, aunque se haya malogrado, hay que insistir. Alguna vez tiene que salir bien. Creo que también permanecen en el fondo determinadas insatisfacciones vinculadas al decreto 349, por lo que pudo significar. También se realizaron demandas atribuibles al mal trabajo en el Ministerio de Cultura, la falta de respuesta ágil, creíble y juiciosa de las instituciones.
«Si el intercambio que amagó con iniciar hubiera fructificado, si se hubiera mantenido y nos sintiéramos escuchados y respetados, los sucesos del 11 de julio, quizás, se hubieran producido de todas maneras, en otros sectores, y la gente de la cultura no hubiera participado como participó».
Mirando —solo un poco— atrás
Aunque se ha dicho que no existe en la historia reciente de Cuba una experiencia similar a los sucesos del 11 de julio, no caben dudas de que al analizar la participación de artistas en estas protestas debe tenerse en cuenta, más allá de su naturaleza distinta, la concentración ocurrida afuera del Ministerio de Cultura (Mincult) la noche del 27 de noviembre de 2020. Ante la interrogante de la lectura de ambos eventos, las respuestas divergieron.
«Los productores culturales reflejan estética y simbólicamente los diversos procesos que se dan en la sociedad. Esto hace que su producción pueda servir tanto para garantizar la continuidad de un orden social determinado como su subversión y sustitución simbólica progresiva por otro nuevo. De ahí que la cultura sea un campo de batalla fundamental para cualquier proceso. Una vez dentro del consumo social, el hecho artístico adquiere, en cierta forma, vida y sentidos propios, que muchas veces sobrepasan las intenciones originales del artista e incluso pueden ser divergentes. Los símbolos e imaginarios que fundan la cultura y el arte son armas formidables tanto para la defensa de una realidad política como para su subversión. Esta polisemia del hecho cultural lo convierte en un escenario de disputa privilegiado», ilustra José Ernesto Nováez.
Eduardo del Llano considera a este sector la vanguardia de la sociedad. «Pide, y exige, y propone, y crítica cosas que los demás todavía no han visto o no se han atrevido. Contrario a lo que piensa mucha gente, el arte cubano tiene una tradición bastante crítica: en el cine se ve mucho, en la televisión se ve menos porque es un medio más controlado, más dependiente del Estado; pero en el teatro se ve mucho también, en la literatura, el humor. Aunque la mayor parte de los que se manifestaron ese día no eran artistas, ir frente al Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), por ejemplo, sí fue algo básicamente de los artistas. Ahora, eso tampoco me parece que fue la mejor idea posible, porque en ningún país del mundo te paras delante de un estudio de televisión nacional diciendo que quieres que te den 15 minutos.
«Sin embargo, creo que fue una acción pacífica y tratando de dialogar. Ahí no hubo absolutamente ninguna violencia por parte de los manifestantes, pero sí por parte de quienes los enfrentaban», relata Eduardo del Llano.
El escritor asevera que casi todo lo que se exige a nivel popular, lleva cinco, 10, incluso 20 años debatiéndose en el ámbito de las artes.
«La cultura artística y literaria estuvo presente y ya venía anunciando estas cosas desde hacía mucho tiempo. Creo que los artistas deben formar parte de cualquier tipo de mecanismo de diálogo y de cualquier proceso de transformación en Cuba. No creo que deban ser los que dirijan o los únicos que estén. Ser artista no es una patente de corso, eres un ciudadano común como cualquier otro.
«El problema es que no hay una unidad entre esas demandas artísticas y, si las hay, yo no las conozco. Hay algunos artistas, como Luis Manuel Otero Alcántara o Yunior García, que prácticamente asumen que el proyecto socialista es un proyecto fallido y, por lo tanto, hay que buscar otra cosa. No estoy de acuerdo con eso. No es que podamos presumir, sobre todo en los últimos tiempos, de muchos logros, pero no creo que sea un proyecto fallido o, por lo menos, no más que el capitalismo en la mayoría de los países del mundo, porque uno tiende a mirar al primer mundo, pero existe también el tercero que es bastante grande».
Claudia Damiani considera que, si bien el 27 de noviembre constituye el precedente directo del 11 de julio, debe hacerse la salvedad de su alcance menor y limitación a un sector joven de clase media, vinculado a la cultura y la intelectualidad.
«El detonante para este suceso —27N— fue la huelga de hambre del MSI (Movimiento San Isidro), que también se presenta como un movimiento artístico. Y, el propio 11 de julio, tuvo lugar una protesta frente al ICRT, protagonizada por miembros del 27N. Pero también personalidades de la música urbana sirvieron para aglutinar manifestantes de sectores populares en La Habana Vieja y Centro Habana. Las campañas de pedido de auxilio e intervención humanitaria que antecedieron al suceso estuvieron respaldadas por varios artistas cubanos y muchos de ellos se expresaron, durante y después, a favor de las protestas y contra la respuesta del gobierno. Incluso, la consigna que distinguía a las manifestaciones opositoras era “Patria y vida” que, como sabemos, tiene origen en una canción».
La también diseñadora gráfica refiere que existen variadas razones por las que una parte del sector de la cultura resulta funcional a una agenda de desestabilización política del proyecto revolucionario.
«El 27N reclamó libertad de pensamiento y expresión, pero en una posterior reunión con los directivos del Mincult, una parte de los manifestantes y otros actores políticos, todos los participantes declararon que, a pesar de tener una obra polémica, en su caso particular nunca habían sido objeto de censura.
«Cualquiera que haya degustado el cine, el teatro, las artes visuales y la literatura cubana contemporánea puede constatar que las obras suelen ser muy críticas, a menudo hipercríticas con la realidad nacional, sin que sea motivo de censura. De modo que no me parece que, en el contexto actual, pudiera hablarse de una ausencia de libertad artística. No obstante, la censura puede ser un resultado de la discrecionalidad y de la miopía individual de un determinado decisor, pero no creo que sea, ahora mismo, una política de Estado.
«El problema, muchas veces, me parece que no es de libertad artística, sino de acción contra el Estado (y no creo que tal libertad exista tampoco en ningún sistema liberal). El MSI, por ejemplo, no se puede interpretar al margen de lo político, no ya porque todo arte es político, sino porque, en su caso, lo político es el leitmotiv de lo artístico.
«Lo que sucede, por lo cual la libertad artística es una preocupación dentro del sector de la cultura, es que existen precedentes de verdadera limitación a la expresión artística en el desaparecido Socialismo real europeo y que existieron ecos de este proceso en el periodo limitado del Quinquenio Gris cubano; este es un fantasma que siempre se va esgrimir contra el socialismo. Porque, además, cómo lidiar con el disenso cuando se trata de un proyecto nacional contrahegemónico, es un problema que la Revolución aún no ha logrado resolver y que ha sido tema de debate desde principios de los años 60 del siglo XX, con mejores y peores momentos», sentencia.
Medicinas, democracia e… ¿intervención?
Silvio Rodríguez suscribe que el arte suele reflejar su tiempo, por lo que es común que los movimientos sociales estén representados en la cultura y viceversa. En este sentido, reflexiona:
«Creo inevitable que haya rupturas en una línea de pensamiento que se ha renovado poco. Es hasta lógico; es una condición del desarrollo.
¿Por qué eso tiene que ocurrir como trauma y no diáfanamente, como proceso dialéctico natural? Esa es una pregunta que pudiéramos hacernos. ¿Tenemos o no tenemos necesidad de evolución; tenemos o no cosas que cambiar? Al respecto, el famoso decálogo de Fidel todavía rebota en las paredes del Aula Magna. Y no digo que no se haya intentado ponerlo en práctica. Sólo que ha sido difícil convertirlo en algo más que una cita necesaria».
También coincide en el diálogo como uno de los reclamos más necesarios. El trovador añade que, si bien ningún país ha sido capaz de interactuar satisfactoriamente con la variedad de componentes de su sociedad, estas peticiones no se deben obviar.
«Mi generación, aunque fue naturalmente seguidora de la Revolución —los que la hicieron nos llevaban entre 10 y 20 años, ya percibía cosas diferentes, en forma y en contenido. Por eso, algunos de nuestros mayores fueron suspicaces con ciertas manifestaciones y pagamos por eso. Por entonces, las instituciones se estaban creando; los que las dirigían solían ser combatientes revolucionarios con diversas formaciones culturales y políticas, además de con personalidades bastante diferenciadas. Aquello permitió que no hubiera la misma postura oficial frente a manifestaciones culturales diferentes. También por eso existieron espacios más permisivos que otros, y los que fuimos cuestionados por instituciones como el ICRT o el Consejo Nacional de Cultura, fuimos apoyados por otras como Casa de las Américas y el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficas (ICAIC).
«La desaparición física de los fundadores de aquella variedad de espacios culturales fue llevando a que todas las instituciones se fueran pareciendo más en su permisividad y en sus políticas. Cabe preguntarse si la uniformidad conceptual de organismos y dirigencia es lo idóneo para un país culturalmente exuberante, como siempre ha sido Cuba».
Sobre las emanadas en su espectro más amplio, trascendiendo las relacionadas de forma exclusiva con el sector artístico, del Llano reflexiona: «En los reclamos más abiertos, de libertad, “que se vaya el gobierno”, democracia… mi opinión personal es que la influencia mediática ha hecho mucho daño. O sea, esa imagen que viene constantemente de influencers o youtubers en Miami, en Madrid, o donde sea, revisando todo el tiempo la historia del país, cuestionándolo todo, escamoteando un poco algunas de las verdaderas causas como el bloqueo o que lo que hoy sucede en Cuba con la COVID-19 ya pasó en el resto del mundo hace un año».
«Lo que quiero decir con esto es que algunas de las exigencias de los manifestantes, a mi juicio, fueron dictadas más por el desespero que por raciocinio. «Creo que en Cuba hacen falta más libertades, pero dentro del socialismo. Decir “libertad” en abstracto y, además, en muchos casos, pedirla asociada a una intervención militar o “humanitaria” de Estados Unidos o los cascos azules, me parece una tontería. Por esa causa realmente no doy nada. Ahora, la gente tenía todo el derecho del mundo a sentirse mal.
«El diálogo quizás no hubiera evitado lo del 11 de julio, porque hay una parte que fue estimulada desde afuera del país y mucha gente se sumó por desespero, pero a lo mejor se hubiera terminado más rápido, con menos violencia, si las autoridades hubieran estado acostumbradas a que la respuesta no tiene que ser impositiva, violenta o represiva, sino dialógica. Llamar a un enfrentamiento da pie a muchas cosas preocupantes».
Sobre este particular y los cuestionamientos a la actitud asumida por la dirección del país, Damiani expresa:
«Se han hecho reclamos al presidente por llamar al pueblo a contrarrestar las protestas, creo que todo el que decidió permanecer en su casa debido a la pandemia, hizo bien. Pero yo personalmente no estoy a favor de que se resuelvan los conflictos políticos con soluciones policiales; así que el llamado me pareció pertinente y nunca lo interpreté como una convocatoria a agredir a los protestantes (la violencia comenzó mucho antes de su comparecencia en televisión), sino a manifestar apoyo al proyecto socialista para evitar que se presente el conflicto como una oposición Estado-sociedad civil».
Asimismo, la también ilustradora manifiesta que, aunque el llamado de atención sobre la situación en Matanzas fue legítimo y permitió movilizar al gobierno y a sectores de la sociedad civil para la solución del problema, buena parte de sus expresiones en el espacio virtual fueron oportunistas y pro-imperialistas. «Un corredor humanitario no tiene sentido fuera de un conflicto bélico y no se puede pedir una intervención humanitaria con buenas intenciones, salvo que se ignore completamente lo que esto significa (lo cual es irresponsable). Muchos de los indignados por el descontrol de la enfermedad en la Isla, el día 11 llamaban a salir a la calle. ¿Llamar a un estallido social en medio de un pico pandémico tras pedir de intervención humanitaria por la situación epidemiológica? Algo no cuadra».
El rector del Isa, en tanto, reconoce que parte importante de los reclamos recientes provienen de sectores que han sido muy golpeados por la conjunción de la pandemia, la crisis económica global y nacional y el bloqueo.
«Se ha evidenciado con mucha fuerza cuánto se ha debilitado el trabajo comunitario y sin dudas plantea el reto inmenso de retomarlo en medio de todas las restricciones que impone la COVID. Pero también existieron dentro de esas protestas actores políticamente motivados y con fines precisos que buscaban y buscan desestabilizar el proceso político cubano.
«Dichos actores carecen de un programa político claro y solo buscan identificar y explotar emotivamente los problemas que van surgiendo. Su estrategia es puramente negativa, no proponer, sino cuestionar, y apelan a todas las herramientas de guerra no convencional, desde el asesinato simbólico, ampliamente perpetrado en contra de quienes defiendan la Revolución, hasta tácticas como el terrorismo, la intimidación, la burla… Tienen sus ideólogos más refinados que se encargan de construir complejos análisis cuyo fin último siempre es cuestionar y deslegitimar la Revolución, ya sea por una idealización de la Cuba prerrevolucionaria, ya sea por apelar al expediente de desconocer las conquistas de la Revolución, el caso es que siempre desconocen la particular configuración política, social y económica que en seis décadas ha construido el socialismo cubano y proponen sus sustitución por otro tipo de organización política siempre esbozada en líneas muy generales o no esbozada siquiera».
José Ernesto Nováez asevera que los hechos recientes demuestran que el tejido espiritual de la nación está dañado y que la cultura, con su función sanadora y salvadora, no ha llegado como necesitamos a la Cuba profunda.
«Urge revitalizar las estructuras de la cultura a todos los niveles. Lograr que el economicismo no nos impida ver que sigue siendo lo primero que hay que salvar. Entender que a la par de los problemas materiales debemos atender con igual premura los espirituales.
«También es preciso poner la producción intelectual y teórica al servicio de comprender y orientar la actividad cultural a todos los niveles de la sociedad. Avanzar en una mayor comprensión de lo que ha sido y debe ser la política cultural de la Revolución cubana —un término tan usado como muchas veces incomprendido—; las formas de dominación cultural en el mundo contemporáneo, la evolución de las industrias culturales.
«La relación del Estado y la sociedad cubana con la cultura, el arte y los artistas se ha basado, desde Palabras a los intelectuales, en un pacto social que creo debemos revisitar. Los nuevos escenarios económicos y políticos, la propia evolución del país, el desarrollo sostenido cualitativo y cuantitativo del campo cultural así lo demandan. Se debe fundar una nueva relación que responda mejor a los tiempos, que dé respuesta adecuada a las necesidades de los creadores, que se ajuste a las posibilidades económicas del país y que no abandone las esencias centrales de la práctica cultural de la Revolución cubana, que tiene al pueblo y al desarrollo espiritual de la nación como objetivo primero. Las formas de esta adecuación deben ser resultado de la inteligencia colectiva».
Por otra parte, del Llano considera que hay que escuchar todas las voces; promover el diálogo dentro del socialismo.
«Cualquier análisis que soslaye que somos un país del tercer mundo, las circunstancias reales de las democracias en América Latina y el hecho del bloqueo, es un análisis simplista. La sociedad cubana se tiene que democratizar muchísimo, y esto es una muestra dolorosa. Primero, porque ha habido manifestaciones porque no es democrática. Segundo, porque para que sea realmente democrática hay que acostumbrarse a las manifestaciones, a que la gente proteste.
¿Por qué la gente no se puede manifestar? Eso pasa en todos los países del mundo. La manifestación en sí, no es un acto negativo, sino un ejercicio de derecho ciudadano. Lo que no se puede es seguir asumiendo que la manifestación en sí y todos los que participan en ella, tienen una agenda oculta».
Damiani también apuesta por la profundización del socialismo y su democracia.
«Debe buscarse una implicación efectiva de la gente con el proyecto social al que tributan y, para esto, es imprescindible que sientan que tienen la información, que pueden opinar y que esas opiniones son, en efecto, tomadas en cuenta. Con este fin habrá que reactivar mecanismos ya existentes, perfeccionarlos, y también crear mecanismos nuevos. Y no se pueden eludir las contradicciones, cómo lidiar con el disenso sigue siendo un debate vigente. En ocasiones se premia más la simulación que la actitud crítica, esa práctica debe desterrarse.
«Esto influye en que las personas se sientan realizadas personal y profesionalmente dentro Cuba. Claro, ello implica un proceso continuo de formación de consciencia, pues los paradigmas de éxito no pueden ser los de la sociedad de consumo y en eso el consumo cultural influye directamente.
«En el caso de los artistas y escritores debe buscarse la forma de que, dentro de la industria cultural cubana, puedan sentirse realizados en su obra. Una cosa es que el mercado del arte condicione qué se internacionaliza del arte cubano y otra es que, al interior de Cuba, no se promocione, no se distribuya y no se consuma la cultura cubana autentica sino está validada por el mercado internacional. Que, incluso, no se intente internacionalizar desde la propia gestión institucional. En esto influye desde el sistema educativo, los medios de comunicación públicos, las deficiencias de la industria editorial y sus canales de distribución y la escasa actividad crítica.
«Por supuesto, los problemas de la cultura, siempre son también problema de formación, el sistema educacional, en general, no sigue un paradigma emancipador, es reproductivo y se ha ido deteriorando. Además, la enseñanza universitaria y artística, manifiestan una composición elitista (por eso puede hacerse la distinción entre el 27N y los sectores populares del 11J), pues aun cuando el acceso a estos centros es universal, las propias condiciones sociales (origen familiar, expectativas sociales del medio en que se desarrollan los individuos y prosperidad económica del núcleo familiar) determinan que la mayoría que accede a estos espacios no pertenezca a estratos sociales desfavorecidos ni a grupos racializados. Y la marginación se sigue reproduciendo».
Silvio Rodríguez, apuesta a las esencias. «Hay muchas cosas buenas, útiles que se pueden hacer. Esos muchachos que no pertenecen a nada y se reúnen para limpiar las costas y las playas, ¿no son ejemplares? Y esos otros que recogen, curan y buscan hogares para los animales callejeros, ¿no son admirables y merecen ser imitados?
¿Qué respalda al funcionario de una Casa de Cultura que se proponga dar espacio a jóvenes, por raros que parezcan? ¿Cuál es la suerte de un maestro que diga que en su escuela hay espacio para cualquier tipo de discusión? ¿Qué institución asume conversar con jóvenes preocupados por lo que se les ocurra?
¿Estamos en condiciones de asumir la diversidad? Ojalá que sí, porque esa nueva sangre es parte nuestra y en sus planteos seguro habrá elementos útiles para llegar a mañana».
Notas
*Este material forma parte de una serie de textos producidos por la revista Alma Mater con el concurso de investigadores y especialistas en diversas ciencias sociales, que busca discernir las causas de los acontecimientos del pasado 11 de julio, así como analizar las demandas realizadas y sus posibles resoluciones.
*Para la elaboración del dossier “Desafíos del consenso” se convocó a investigadores sociales de diferentes edades, géneros, colores de piel y procedencias geográficas, bajo la premisa de que las características sociodemográficas individuales también median la interpretación de la realidad. Lamentablemente, por disímiles causas, no todas las personas contactadas accedieron a participar.
Tomado de: Alma Mater
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