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Recordando El tren popular de la cultura: lo popular sobre rieles (+Video)

Por Marisol Aguila Bettancourt @Aguilatop

Al ver la decadencia actual de los ferrocarriles en Chile y las múltiples e incumplidas promesas de reactivación de una red ferroviaria que una de norte a sur los territorios, cuesta imaginar la relevancia cultural que tuvo el tren como medio de transporte en tiempos de otros modelos de sociedad posibles. La mínima expresión a la que hoy están reducidas las líneas férreas en nuestro país atenta contra el recuerdo de esa columna vertebral que recorría nuestra angosta geografía, que se extendía como sistema nervioso en forma de ramales hasta los pueblos más recónditos y apartados.

A 48 años del quiebre democrático en Chile y en tiempos de revisión de modelos de país para la construcción de una sociedad de derechos y no de consumo, el documental “El tren popular de la cultura” de la directora Carolina Espinoza (2014) nos retrotrae al ideario de la Unidad Popular y sus convicciones. Se creía que las y los ciudadanos debían tener acceso de manera igualitaria a todos los bienes de la civilización, no sólo a los materiales, sino a los que alimentaban el espíritu, y que la expansión de la cultura aportaría a la igualdad de derechos entre las personas.

El llamado “Tren de la victoria” fue el medio de transporte fundamental usado en la campaña de Salvador Allende y en cada estación se proclamaba su candidatura, lo que incluía además de las capitales provinciales de entonces, los más alejados poblados que se volcaban a esperarlo en una fiesta democrática. Desde Calera en la entonces Red Norte, hasta Puerto Montt por el sur, el pueblo se congregaba a esperar al Chicho y a escuchar sus propuestas para la vía pacífica al socialismo, lo que probablemente explique el ensañamiento de la dictadura contra la figura de los ferrocarriles, por su alto valor simbólico del imaginario popular y revolucionario. La experiencia histórica de los trenes de agitación durante la Revolución Rusa o la Misión Pedagógica en la segunda república española bien demuestran el poder de los ferrocarriles de llegar con expresiones culturales y educación masiva a sectores alejados de los centros administrativos.

Ya en el gobierno de Salvador Allende, el tren era un símbolo de la medida programática 40 “El Arte para Todos”, que tenía por objetivo la creación del Instituto Nacional del Arte y de la Cultura, además de escuelas de formación artística en todas las comunas del país, que se instalarían en las comunidades mapuche, los centros mineros y pequeños pueblos.

El tren de la cultura que revive el documental fue una experiencia única que alcanzó a realizarse en una ocasión durante el gobierno de la Unidad Popular en 1971, que reunió a más de ochenta artistas y trabajadores de la cultura que se montaban sobre rieles recorriendo las ciudades y poblados, con un fuerte compromiso de cambio social al acercar las expresiones culturales al pueblo.

Primeros bailarines del ballet popular, dúos de guitarra clásica, folcloristas montaban sus espectáculos en las estaciones ferroviarias o en las Plazas de Armas de las ciudades, hasta donde llegaban miles de personas a apreciar el arte que llegaba del centro a las periferias, como ocurrió en la zona minera de Lebu, donde todo el pueblo y el alcalde esperaban a los artistas.

De los 1.000 kilómetros de líneas férreas que había durante la Unidad Popular apenas quedan 500 km de un sistema de transporte desmontado por la dictadura, que el documental de la directora viene a rescatar desde una concepción de la cultura como una expresión de lo popular montada sobre los rieles.

Tomado de: Bitácora de cine

Tráiler del filme El tren popular de la cultura (Chile, 2014) de Carolina Espinoza

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Todas las pantallas encendidas. Hacia una resistencia creativa de la mirada

Autor: Antón Patiño

Vivimos inmersos en una excitada visualidad hegemónica, una iconosfera dominante postula un régimen de la mirada. La imagen-poder en la economía de la atención. Es necesaria una resistencia poética y artística que active el resorte de la duración frente a la disipación (propiciando un reencantamiento del mundo). Patiño traza metáforas del presente convulso (una instantaneidad incesante), y analiza cómo el «efecto actualidad» satura los poros de la realidad construyendo un mundo-imagen. De las máquinas de amnesia a la pantalla omnipresente, vivimos en un entorno narcótico donde la meta parece el olvido programado, el hechizo audiovisual, el embotamiento perceptivo. Se postula la dialéctica de la mirada a través del proceso artístico, una resistencia creativa en imágenes dialécticas que surgen de la duración e indagaciones de la introversión creadora como silencio activo.

«Un libro excelente. Más de cien páginas trepidantes. Con la particular prosa “sincopada” de Antón que tiende a lo aforístico. Es, en buena medida, un cuaderno de bitácora, un lugar (frente a la lógica de los «no lugares») desde el que describir sintomatológicamente lo que nos pasa. Y, sobre todo, formula una resistencia poética y vitalista. Por las páginas desfilan infinidad de autores que no pueden ser calificados de otra forma más que como «esenciales»: Benjamin, Debray, Nietzsche (propiamente el que cierra el libro con un elogio de lo «caótico»), Maffesoli, Blanchot, Deleuze, etc. Un libro que recomiendo con el máximo entusiasmo. Antón es, sin ningún género de dudas, uno de los artistas españoles más empeñados en la tarea reflexiva; desde hace años ha ido publicando libros y fanzines llenos de intensidad. Ahora en Todas las pantallas encendidas da lo mejor de sí. Un texto imprescindible, fragmentario, resistente, oportuno.»

Fernando Castro Flórez

El pintor y ensayista Anton Patiño se propone en este libro un análisis crítico de nuestro entorno visual, que desvela los mecanismos perceptivos de dominación. La hegemonía óptica de la imagen-poder segrega una telaraña hipnótica. Todas las pantallas permanecen encendidas (día y noche reclaman nuestra atención). No hay salida, sólo la experiencia creativa, la dimensión poética y la libertad de la mirada pueden servir de antídoto a un totalitarismo del espectáculo narcisista convertido en eje de una autoalienación colectiva sin precedentes. Reclusión insomne. Democracia visual. Pantallas parpadeantes para ojos sin mirada.

La deconstrucción óptica, el vértigo visual, la aceleración histórica expresan el alcance de los nuevos códigos de representación caracterizados por la simultaneidad perceptiva. Expresando un nuevo ámbito de la mirada y usos de la imagen en ese contexto, Patiño analiza aspectos críticos vinculados a la imagen como mediación instrumental y las posibilidades que nos ofrece el arte para ampliar la percepción, del mero entretenimiento a desarrollar nuestra sensibilidad.

Antón Patiño nació en Monforte (Lugo) en 1957. Pintor y escritor, es miembro fundador de Atlántica y colaborador del grupo poético gallego Rompente. Es autor de libros de aforismos y escritos fragmentarios: Geometría líquida (1993) y Mapa ingrávido (Cendeac, 2005), y de libros de ensayo y teoría del arte. Ha publicado un libro de poesía: Océano y silencio (2006) y, en colaboración con Xavier Seoane, escribió un libro-manifiesto: Hay suficiente infinito (1999).

Tomado de: Fórcola Ediciones

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Cómo las instituciones de élite estadounidenses crearon al presidente neoliberal de Afganistán, Ashraf Ghani

Por Ben Norton @BenjaminNorton

Antes de robar 169 millones de dólares y huir de su estado fallido en desgracia, el presidente títere de Afganistán, Ashraf Ghani, se formó en universidades estadounidenses de élite, se le otorgó la ciudadanía estadounidense, se formó en economía neoliberal por el Banco Mundial, fue glorificado en los medios de comunicación como un tecnócrata «incorruptible», entrenado por poderosos think tanks de DC como el Atlantic Council, y recibió premios por su libro «Fixing Failed States».

Ningún individuo es más emblemático de la corrupción, la criminalidad y la podredumbre moral en el corazón de los 20 años de ocupación estadounidense de Afganistán que el presidente Ashraf Ghani.

Cuando los talibanes se apoderaron de su país en agosto, avanzando con el impulso de una bola de boliche que rodaba por una colina empinada y se apoderaron de muchas ciudades importantes sin disparar una sola bala, Ghani huyó en desgracia.

El líder títere respaldado por Estados Unidos supuestamente escapó con 169 millones de dólares que robó de las arcas públicas. Según los informes, Ghani metió el dinero en efectivo en cuatro coches y un helicóptero antes de volar a los Emiratos Árabes Unidos, que le concedió asilo por supuestos motivos «humanitarios».

La corrupción del presidente había sido expuesta antes. Se sabía, por ejemplo, que Ghani había negociado acuerdos turbios con su hermano y empresas privadas vinculadas al ejército de Estados Unidos, lo que les permitió aprovechar las reservas minerales estimadas en 1 billón de dólares de Afganistán. Pero su salida de último minuto representó un nivel de traición completamente nuevo.

Los principales ayudantes y funcionarios de Ghani se volvieron rápidamente contra él. Su ministro de defensa, el general Bismillah Mohammadi, escribió en Twitter con disgusto: “Nos ataron las manos a la espalda y vendieron la patria. Maldito sea el rico y su pandilla».

Si bien la dramática deserción de Ghani se destaca como una cruda metáfora de la depravación de la guerra entre Estados Unidos y la OTAN en Afganistán, y cómo hizo muy, muy ricas a un puñado de personas, la podredumbre es mucho más profunda. Su ascenso al poder fue cuidadosamente administrada por algunos de los grupos de expertos e instituciones académicas más estimados y adinerados de los Estados Unidos.

De hecho, los gobiernos occidentales y sus taquígrafos en los medios corporativos disfrutaron de una verdadera historia de amor con Ashraf Ghani. Era un modelo para la exportación del neoliberalismo a lo que había sido territorio de los talibanes, su propio Milton Friedman afgano, un fiel discípulo de Francis Fukuyama, que borró con orgullo el libro de Ghani.

Washington estaba emocionado con el reinado de Ghani en Afganistán, porque finalmente había encontrado una nueva forma de implementar el programa económico de Augusto Pinochet, pero sin el costo de relaciones públicas de torturar y masacrar a multitudes de disidentes en los estadios. Por supuesto, fue la ocupación militar extranjera la que reemplazó a los escuadrones de la muerte, los campos de concentración y los asesinatos en helicópteros de Pinochet. Pero la distancia entre Ghani y sus protectores neocoloniales ayudó a la OTAN a comercializar Afganistán como un nuevo modelo de democracia capitalista, uno que podría exportarse a otras partes del Sur Global.

Como versión del sur de Asia de los Chicago Boys, Ghani, educado en Estados Unidos, creía profundamente en el poder del libre mercado. Para avanzar en su visión, fundó un grupo de expertos con sede en Washington, DC, el «Instituto para la Efectividad del Estado», cuyo lema era «Enfoques del Estado y el Mercado Centrados en el Ciudadano», y que se dedicó expresamente a hacer proselitismo de las maravillas del capitalismo.

Ghani explicó claramente su dogmática cosmovisión neoliberal en un libro galardonado, titulado de manera bastante cómica: «Arreglar estados fallidos». (El texto de 265 páginas usa la palabra «mercado» 219 veces asombrosas). Sería imposible exagerar la ironía, entonces, del estado que él personalmente presidió que falló inmediatamente pocos días después de una retirada militar estadounidense.

La desintegración instantánea y desastrosa del régimen títere de Estados Unidos en Kabul envió a los gobiernos occidentales y a los principales periodistas a un frenesí. Mientras buscaban desesperadamente personas a quienes culpar, Ghani se destacó como un chivo expiatorio conveniente.

Lo que no se dijo fue que estos mismos estados miembros de la OTAN y medios de comunicación habían prodigado elogios a Ghani durante dos décadas, describiéndolo como un noble tecnócrata que luchaba valientemente contra la corrupción. Durante mucho tiempo habían sido los ansiosos patrocinadores del presidente afgano, pero lo arrojaron debajo del autobús cuando dejó de ser útil y finalmente reconocieron que Ghani era el traicionero sinvergüenza, lo que siempre había sido.

El caso es instructivo, para Ashraf Ghani es un ejemplo de libro de texto de las élites neoliberales a quienes el imperio estadounidense elige, cultiva e instala en el poder para servir a sus intereses.

Cumbre de Varsovia de la OTAN de 2016, con la participación (de izquierda a derecha) del secretario de Defensa del Reino Unido, Michael Fallon, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, el presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, el director ejecutivo de Afganistán, Abdullah Abdullah, y el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.

Ashraf Ghani, fabricado en EE. UU.

No hay ningún punto en el que Ashraf Ghani termine y comience en Estados Unidos; son imposibles de separar. Ghani era un producto político fabricado con orgullo en EE. UU.

Ghani nació en el seno de una familia adinerada e influyente en Afganistán. Su padre había trabajado para la monarquía del país y estaba bien conectado políticamente. Pero Ghani dejó su tierra natal por Occidente cuando era joven.

En el momento de la invasión estadounidense en octubre de 2001, Ghani había vivido la mitad de su vida en los Estados Unidos, donde estableció su carrera como burócrata académico e imperial.

Ciudadano estadounidense hasta 2009, Ghani solo decidió renunciar a su ciudadanía para poder presentarse a la presidencia del Afganistán ocupado por Estados Unidos.

Una mirada a la biografía de Ghani muestra cómo fue gestado en una placa de Petri de instituciones de élite estadounidenses.

El cultivo estadounidense de Ghani comenzó cuando estaba en la escuela secundaria en Oregon, donde se graduó en 1967. De allí, pasó a estudiar en la American University en Beirut, donde, como dijo The New York Times, Ghani “disfrutó de la Playas del Mediterráneo, fui a bailes y conoció ”a su esposa libanesa-estadounidense, Rula.

En 1977, Ghani regresó a los Estados Unidos, donde pasaría los siguientes 24 años de su vida. Completó una maestría y un doctorado en la élite de la Universidad de Columbia de la ciudad de Nueva York. ¿Su campo? Antropología: una disciplina completamente infiltrada por las agencias de espionaje estadounidenses y el Pentágono.

En la década de 1980, Ghani encontró trabajo inmediatamente en las mejores escuelas: la Universidad de California, Berkeley y Johns Hopkins. También se convirtió en un elemento habitual de los medios de comunicación estatales británicos, estableciéndose como un comentarista líder en los servicios Dari y Pashto vinculados a la agencia de inteligencia de la BBC. Y en 1985, el gobierno de Estados Unidos le otorgó a Ghani su prestigiosa Beca Fulbright para estudiar escuelas islámicas en Pakistán.

En 1991, Ghani decidió dejar la academia para ingresar al mundo de la política internacional. Se unió a la principal institución que aplica la ortodoxia neoliberal en todo el mundo: el Banco Mundial. Como ha ilustrado el economista político Michael Hudson, esta institución ha servido como un brazo virtual del ejército estadounidense.

Ghani trabajó en el Banco Mundial durante una década, supervisando la implementación de devastadores programas de ajuste estructural, medidas de austeridad y privatizaciones masivas, principalmente en el Sur Global, pero también en la ex Unión Soviética.

Después de que Ghani regresara a Afganistán en diciembre de 2001, rápidamente fue nombrado ministro de finanzas del gobierno títere creado por Estados Unidos en Kabul. Como ministro de Finanzas hasta 2004, y eventualmente presidente de 2014 a 2021, empleó las maquinaciones que había desarrollado en el Banco Mundial para imponer el Consenso de Washington en su tierra natal.

En la década de 2000, con el apoyo de Washington, Ghani se abrió camino gradualmente en el tótem político. En 2005, hizo un rito tecnocrático de iniciación y pronunció una charla TED viral, prometiendo enseñar a su audiencia «Cómo reconstruir un estado roto».

La conferencia brindó una visión transparente de la mente de un burócrata imperial capacitado en el Banco Mundial. Ghani se hizo eco del argumento del “fin de la historia” de su mentor Fukuyama, insistiendo en que el capitalismo se había convertido en la forma indiscutible de organización social del mundo. La pregunta ya no era qué sistema quería para un país, sino más bien «qué forma de capitalismo y qué tipo de participación democrática».

En un dialecto apenas inteligible de neoliberalense, Ghani declaró, «tenemos que repensar la noción de capital», e invitó a los espectadores a discutir «cómo movilizar diferentes formas de capital para el proyecto de construcción del Estado».

Ese mismo año, Ghani pronunció un discurso en la Conferencia de la Red Europea de Ideas, en su calidad de nuevo presidente de la Universidad de Kabul, en el que explicó con más detalle su visión del mundo.

Alabando al «centro-derecha», Ghani declaró que las instituciones imperialistas como la OTAN y el Banco Mundial deben fortalecerse para defender «la democracia y el capitalismo». Insistió en que la ocupación militar estadounidense de Afganistán era un modelo que podía exportarse a todo el mundo, como «parte de un esfuerzo global».

En la charla, Ghani también reflexionó con cariño sobre el tiempo que pasó llevando a cabo la “terapia de choque” neoliberal de Washington en la ex Unión Soviética: “En la década de 1990… Rusia estaba lista para volverse democrática y capitalista y creo que el resto del mundo fracasó. Tuve el privilegio de trabajar en Rusia durante cinco años durante ese tiempo».

Ghani estaba tan orgulloso de su trabajo con el Banco Mundial en Moscú que, en su biografía oficial en el sitio web del gobierno afgano, se jactaba de «trabajar directamente en el programa de ajuste de la industria del carbón rusa», en otras palabras, privatizar el gigante euroasiático las eservas masivas de hidrocarburos.

Mientras Ghani alardeaba de sus logros en la Rusia postsoviética, UNICEF publicó un informe en 2001 que descubrió que la década de privatizaciones masivas impuestas a la nueva Rusia capitalista causó la asombrosa cifra de 3,2 millones de muertes, redujo la esperanza de vida en cinco años y arrastró a 18 millones de niños a la pobreza extrema, con «altos niveles de desnutrición infantil». La revista médica líder Lancet también encontró que el programa económico creado en Estados Unidos aumentó las tasas de mortalidad de hombres adultos rusos en un 12,8%, en gran parte debido al asombroso 56,3% de desempleo masculino.

Dado este historial odioso, tal vez no sea una sorpresa que Ghani se fue de Afganistán con tasas de pobreza y miseria que se dispararon.

El académico Ashok Swain, profesor de investigación sobre la paz y los conflictos en la Universidad de Uppsala y presidente de la UNESCO sobre cooperación internacional en materia de agua, señaló que, durante los 20 años de ocupación militar entre Estados Unidos y la OTAN, “el número de afganos que viven en la pobreza se ha duplicado y las áreas bajo el cultivo de amapola se han triplicado. Más de un tercio de los afganos no tiene comida, la mitad no tiene agua potable y dos tercios no tiene electricidad».

Pero el aceite de serpiente económico de Ghani encontró una audiencia entusiasta en la llamada comunidad internacional. Y en 2006, su perfil global había alcanzado tal altura que se lo consideraba un posible reemplazo del secretario general Kofi Annan en las Naciones Unidas.

Mientras tanto, los estados de la OTAN y las fundaciones respaldadas por multimillonarios le estaban dando a Ghani grandes sumas de dinero para establecer un grupo de expertos cuyo nombre siempre estará teñido de ironía.

El último administrador estatal fallido aconseja a las élites sobre «arreglar estados fallidos»

En 2006, Ghani aprovechó su experiencia en la implementación de políticas «favorables a las empresas» desde la Rusia postsoviética hasta su propia tierra natal para cofundar un grupo de expertos llamado Instituto para la Efectividad del Estado (ISE).

ISE se comercializa en un lenguaje que podría haberse extraído de un folleto del FMI: “Las raíces del trabajo de ISE se encuentran en un programa del Banco Mundial a fines de la década de 1990 que tenía como objetivo mejorar las estrategias de país y la implementación del programa. Se centró en formar coaliciones para la reforma, implementar políticas a gran escala y capacitar a la próxima generación de profesionales del desarrollo».

El eslogan del grupo de expertos se lee hoy como una parodia de la repetición tecnocrática: «Enfoques centrados en el ciudadano del Estado y el mercado».

Además de su papel en impulsar reformas neoliberales en Afganistán, el ISE ha ejecutado programas similares en 21 países, incluidos Timor Oriental, Haití, Kenia, Kosovo, Nepal, Sudán y Uganda. En estos estados, el grupo de expertos dijo que creó un «marco para comprender las funciones estatales y el equilibrio entre los gobiernos, los mercados y las personas».

Con sede legal en Washington, el Instituto para la Efectividad del Estado está financiado por un Quién es Quién de los financistas de think tanks: gobiernos occidentales (Gran Bretaña, Alemania, Australia, Países Bajos, Canadá, Noruega y Dinamarca); instituciones financieras internacionales de élite (el Banco Mundial y la OCDE); y fundaciones corporativas occidentales vinculadas a la inteligencia y respaldadas por multimillonarios (Rockefeller Brothers Fund, Open Society Foundations, Paul Singer Foundation y Carnegie Corporation de Nueva York).

La cofundadora fue la entusiasta del libre mercado Clare Lockhart, una ex banquera de inversiones y veterana del Banco Mundial que se desempeñó como asesora de la ONU para el gobierno afgano creado por la OTAN y miembro del consejo de administración de Asia respaldada por la CIA.

La perspectiva obsesionada por el mercado de Ghani y Lockhart quedó resumida en una asociación que formaron en 2008 entre su ISE y el grupo de expertos neoliberal Aspen Institute. Según el acuerdo, Ghani y Lockhart lideraron la «Iniciativa de creación de mercado» de Aspen, que, según dijeron, «crea diálogo, marcos y participación activa para ayudar a los países a construir economías de mercado legítimas» y «apunta a establecer cadenas de valor y sustentar la credibilidad instituciones e infraestructura que permitan a los ciudadanos participar de los beneficios de un mundo globalizado”.

Cualquier novelista que busque satirizar a los think tanks de DC podría haber sido criticado por ser demasiado agudo si escribieran sobre ese Instituto para la Efectividad del Estado.

La guinda del absurdo llegó en 2008, cuando Ghani y Lockhart detallaron su cosmovisión tecnocrática en un libro titulado «Reparar estados fallidos: un marco para la reconstrucción de un mundo fracturado».

El primer texto que aparece dentro de la portada es una propaganda del guía ideológico de Ghani, Francis Fukuyama, el experto que declaró infamemente que, con el derrocamiento de la Unión Soviética y el Bloque Socialista, el mundo había llegado al «Fin de la Historia» y la sociedad humana se perfeccionó bajo el orden democrático liberal capitalista dirigido por Washington.

Tras los elogios de Fukuyama hay un entusiasta respaldo del economista peruano de derecha Hernando de Soto, autor del tratado “El misterio del capital: por qué el capitalismo triunfa en Occidente y fracasa en todas partes” (spoiler: De Soto insiste en que no es imperialismo). Este Chicago Boy elaboró ​​las políticas de terapia de choque neoliberal del régimen dictatorial de Alberto Fujimori en Perú.

La tercera propaganda en el libro de Ghani fue compuesta por el vicepresidente de Goldman Sachs, Robert Hormats, quien insistió en que el texto «proporciona un análisis brillantemente elaborado y extraordinariamente valioso».

“Arreglar estados fallidos” es una lectura tremendamente aburrida, y esencialmente equivale a una reiteración de 265 páginas de la tesis de Ghani: la solución a prácticamente todos los problemas del mundo son los mercados capitalistas, y el estado existe para administrar y proteger esos mercados.

En un bromuro típicamente prolijo, Ghani y Lockhart escribieron: “El establecimiento de mercados funcionales ha llevado a la victoria del capitalismo sobre sus competidores como modelo de organización económica al aprovechar las energías creativas y empresariales de un gran número de personas como partes interesadas en la economía de mercado».

Los lectores del snoozer neoliberal habrían aprendido tanto al hojear cualquier panfleto del Banco Mundial.

Además de emplear alguna variación en la palabra «mercado» 219 veces, el libro presenta 159 usos de las palabras «invertir», «inversión» o «inversionista». También está lleno de pasajes torpes, repetidos robóticamente, como los siguientes:

Emprender estos caminos de transición ha requerido esfuerzos para superar la percepción de que el capitalismo es necesariamente explotador y que la relación entre el gobierno y las corporaciones es intrínsecamente de confrontación. Los gobiernos exitosos han forjado asociaciones entre el estado y el mercado para crear valor para sus ciudadanos; estas asociaciones son rentables desde el punto de vista financieros y sostenibles política y socialmente.

Destacando su fanatismo ideológico, Ghani y Lockhart incluso llegaron a afirmar una «incompatibilidad entre capitalismo y corrupción». Por supuesto, Ghani continuaría demostrando cuán absurda era esta afirmación vendiendo su país a empresas estadounidenses en las que habían invertido sus familiares, proporcionándoles acceso exclusivo a las reservas minerales de Afganistán y luego huyendo a una monarquía del Golfo con 169 millones de dólares en fondos estatales robados.

Pero entre la clase de élites insulares de Beltway, el libro risible fue celebrado como una obra maestra. En 2010, «Reparar estados fallidos» le valió a Ghani y Lockhart el codiciado lugar 50 en la lista de Foreign Policy de los 100 mejores pensadores globales. La estimada revista describió su Instituto para la Efectividad del Estado como «el grupo de expertos en construcción de estados más influyente del mundo».

Silicon Valley también quedó prendado. Google invitó a los dos a su oficina de Nueva York para resumir las conclusiones del libro.

Clare Lockhart y Ashraf Ghani presentan Fixing Failed States en Google en 2008

El Consejo Atlántico de la OTAN cultiva Ghani

Escribiendo en sus herméticas oficinas en la calle K de DC, los eruditos expertos en ataduras ayudaron a proporcionar la justificación política e intelectual para seguir adelante con la ocupación militar extranjera de Afganistán durante dos décadas. Los think tanks que los emplearon parecían ver la guerra como una misión civilizadora neocolonial destinada a promover la democracia y la ilustración para un pueblo «atrasado».

Fue en este ambiente aislado de think tanks y universidades estadounidenses políticamente conectados, en sus 24 años viviendo en los Estados Unidos de 1977 a 2001, donde nació Ghani el político.

La poderosa Institución Brookings estaba enamorada de él. Al escribir en el Washington Post en 2012, el director liberal-intervencionista de la investigación de política exterior del grupo de expertos, Michael E. O’ Hanlon, elogió a Ghani como un «mago económico».

Pero la principal de las organizaciones que impulsaron el ascenso de Ghani fue el Atlantic Council, el grupo de expertos de facto de la OTAN en DC.

Las influencias y patrocinadores de Ghani quedaron claramente evidenciadas en su cuenta oficial de Twitter, donde el presidente afgano siguió solo 16 perfiles. Entre ellos se encontraban la OTAN, su Conferencia de Seguridad de Munich y el Consejo Atlántico.

El trabajo de Ghani con el grupo de expertos se remonta a casi 20 años. En abril de 2009, Ghani concedió una aduladora entrevista a Frederick Kempe, presidente y director ejecutivo del Atlantic Council. Kempe reveló que los dos habían sido amigos cercanos y colegas desde 2003.

Ashraf Ghani con su amigo cercano y aliado, el presidente y director ejecutivo del Atlantic Council, Frederick Kempe, en 2015

“Cuando llegué al Atlantic Council”, recordó Kempe, “creamos una Junta Asesora Internacional, de presidentes y directores ejecutivos en funciones de empresas de importancia mundial y miembros del gabinete, ex miembros del gabinete de renombre de países clave. En ese momento no estaba tan decidido a tener a Afganistán representado en la Junta Asesora Internacional, porque no todos los países del sur de Asia lo están. Pero estaba decidido a tener Ashraf Ghani».

Kempe reveló que Ghani no solo era miembro de la Junta Asesora Internacional, sino también parte de un influyente grupo de trabajo del Atlantic Council llamado Strategic Advisors Group. En el comité se unieron a Ghani ex altos funcionarios del gobierno occidental y militares, así como líderes de las principales corporaciones estadounidenses y europeas.

Como parte del Grupo de Asesores Estratégicos del Atlantic Council, Kempe afirmó que él y Ghani ayudaron a crear la estrategia de la administración de Barack Obama para Afganistán.

“Fue así como hablé por primera vez con Ashraf y hablamos sobre cómo no se conocían realmente los objetivos a largo plazo. A pesar de todos los recursos que estábamos invirtiendo en Afganistán, los objetivos a largo plazo no eran obvios”, explicó Kempe.

“En ese momento, se nos ocurrió la idea de que tenía que haber un marco de 10 años para Afganistán. Poco sabíamos que estábamos desarrollando e implementando una estrategia, porque siempre se pensó que era una estrategia de implementación. Pero, de repente, teníamos un plan de Obama, detrás del cual poner esta estrategia de implementación».

Ghani publicó esta estrategia en el Atlantic Council en 2009, bajo el título «Un marco de diez años para Afganistán: Ejecución del plan Obama… y más allá».

En 2009, Ghani también fue candidato en las elecciones presidenciales de Afganistán. Para ayudar a administrar su campaña, Ghani contrató al consultor político estadounidense James Carville, conocido por su papel como estratega en las campañas presidenciales demócratas de Bill Clinton, John Kerry y Hillary Clinton.

En ese momento, el Financial Times describió a Ghani favorablemente como «el más occidentalizado y tecnocrático de todos los candidatos que se presentaban a las elecciones afganas».

El pueblo afgano no estaba tan entusiasmado. Ghani finalmente fue aplastado en la carrera, llegando a un triste cuarto lugar, con menos del 3% de los votos.

Cuando el amigo de Ghani, Kempe, lo invitó a regresar para una entrevista en octubre, después de las elecciones, el presidente del Atlantic Council insistió: “Algunas personas dirían que realizó una campaña sin éxito; Diría que fue una campaña exitosa, pero no ganaste «.

Kempe elogió a Ghani, llamándolo «uno de los servidores públicos más capaces del planeta» y «conceptualmente brillante».

Kampe también señaló que la charla de Ghani «debería ser estimulante para la administración de Obama», que confiaba en el Atlantic Council para ayudar a diseñar sus políticas.

“Habría venido aquí antes de las elecciones como estadounidense y afgano con doble pasaporte, pero uno de los sacrificios que hizo para postularse para un cargo fue renunciar a su ciudadanía estadounidense, así que me horroriza saber que está aquí en una visa afgana-estadounidense de una sola entrada”, agregó Kempe. «Así que el Atlantic Council se pondrá a trabajar en eso, pero ciertamente tenemos que rectificar eso».

Ghani continuó trabajando en estrecha colaboración con el Atlantic Council en los años siguientes, constantemente realizando entrevistas y eventos con Kempe, en los que el presidente del grupo de expertos declaró: “En aras de la divulgación completa, debo declarar que Ashraf es un amigo, un querido amigo».

Hasta 2014, Ghani siguió siendo un miembro activo de la Junta Asesora Internacional del Atlantic Council, junto con numerosos exjefes de estado, el planificador imperial estadounidense Zbigniew Brzezinski, el apóstol económico neoliberal Lawrence Summers, el oligarca multimillonario libanés-saudí Bahaa Hariri, el magnate de los medios de derecha Rupert Murdoch y los directores ejecutivos de Coca-Cola, Thomson Reuters, Blackstone Group y Lockheed Martin.

Pero ese año, la oportunidad tocó la puerta y Ghani vio su máxima ambición a su alcance. Estaba al borde de convertirse en presidente de Afganistán, cumpliendo el papel que las instituciones de élite estadounidenses le habían cultivado durante décadas.

La historia de amor de Washington con el «reformador tecnocrático»

El primer líder post-talibán de Afganistán, Hamid Karzai, se había mostrado inicialmente como un títere occidental leal. Sin embargo, al final de su reinado en 2014, Karzai se había convertido en un «duro crítico» del gobierno de Estados Unidos, como lo expresó el Washington Post, «un aliado que se convirtió en adversario durante los 12 años de su presidencia».

Karzai comenzó a criticar abiertamente a las tropas estadounidenses y de la OTAN por matar a decenas de miles de civiles. Estaba enojado por lo controlado que estaba y trató de ejercer más independencia, lamentando: «Los afganos murieron en una guerra que no es la nuestra».

Washington y Bruselas tenían un problema. Habían invertido miles de millones de dólares durante una década en la creación de un nuevo gobierno a su imagen en Afganistán, pero la marioneta que habían elegido comenzaba a frenarse en sus cuerdas.

Desde la perspectiva de los gobiernos de la OTAN, Ashraf Ghani proporcionó el reemplazo perfecto para Karzai. Era el retrato de un tecnócrata leal y solo tenía un pequeño inconveniente: los afganos lo odiaban.

Cuando obtuvo menos del 3% de los votos en las elecciones de 2009, Ghani se postuló abiertamente como candidato del Consenso de Washington. Solo contaba con el apoyo de unas pocas élites en Kabul.

Entonces, cuando llegó la carrera presidencial de 2014, Ghani y sus manejadores occidentales tomaron un rumbo diferente, vistieron a Ghani con ropas tradicionales y llenaron sus discursos con retórica nacionalista.

Con ropa tradicional afgana, Ashraf Ghani (derecha) estrecha la mano del Secretario de Estado de los Estados Unidos (centro) y Abdullah Abdullah (izquierda)

El New York Times insistió en que finalmente había encontrado el punto ideal: «Tecnócrata a populista afgano, Ashraf Ghani se transforma». El periódico relata cómo Ghani pasó de ser un «intelectual pro-occidental» que dirigía «una pequeña charla en una lengua vernácula mejor descrita como tecnocrates (piense en frases como ‘procesos consultivos’ y ‘marcos cooperativos’)» a una mala copia de «populistas que cortan trata con sus enemigos, gana el apoyo de sus rivales y apela al orgullo nacional afgano».

La estrategia de cambio de marca ayudó a colocar a Ghani en el segundo lugar, pero aun así fue derrotado cómodamente en la primera ronda de las elecciones de 2014. Su rival, Abdullah Abdullah, obtuvo un 45% frente al 32% de Ghani, con casi 1 millón de votos más.

Sin embargo, en la segunda vuelta de junio, las tornas cambiaron repentinamente. Los resultados se retrasaron, y cuando se finalizaron tres semanas después, Ghani subió con un sorprendente 56,4% frente al 43,6% de Abdullah.

Abdullah afirmó que Ghani se había robado las elecciones mediante un fraude generalizado. Sus acusaciones estaban lejos de ser infundadas, ya que había pruebas sustanciales de irregularidades sistemáticas.

Para resolver la disputa, la administración Obama envió al secretario de Estado John Kerry a Kabul para negociar entre Ghani y Abdullah.

La mediación de Kerry condujo a la creación de un gobierno de unidad nacional en el que el presidente Ghani, al menos inicialmente, acordó compartir el poder con Abdullah, quien ocuparía un puesto recién creado, cuyo nombre reflejaba de manera transparente la agenda neoliberal de Washington: director ejecutivo de Afganistán.

El secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, negocia con los candidatos presidenciales de Afganistán Abdullah Abdullah (izquierda) y Ashraf Ghani (derecha) en julio de 2014

Un informe publicado en diciembre por los observadores electorales de la Unión Europea concluyó que efectivamente hubo un fraude desenfrenado en las elecciones de junio. Más de 2 millones de votos, que representan más de una cuarta parte del total emitido, procedían de colegios electorales con irregularidades manifiestas.

Si Ghani ganó o no la segunda vuelta fue nebuloso. Pero había logrado cruzar la línea de meta, y eso era todo lo que importaba. Ahora era presidente. Y sus patrocinadores imperiales en Washington estaban más que felices de barrer el escándalo debajo de la alfombra.

Funcionario de Washington enaltece a Ghani ante el fraude y el fracaso

La aparente manipulación de las elecciones de 2014 hizo poco por empañar la imagen de Ashraf Ghani en los medios occidentales. La BBC lo caracterizó con tres términos -«reformador», «tecnócrata» e «incorruptible»- que se convertirían en las descripciones favoritas de la prensa para un presidente que finalmente abandonó su país con 169 millones de dólares y su proverbial rabo entre las piernas.

En una pieza que fue emblemática de la representación de Ghani en los medios, el neoyorquino afirmó que era «incorruptible» y lo aclamó como un «tecnócrata visionario que piensa con veinte años de antelación».

En marzo de 2015, Ghani voló a Washington para su momento de máxima gloria. El nuevo presidente afgano pronunció un discurso en una sesión conjunta del Congreso de Estados Unidos. Y fue celebrado como un héroe que desbloquearía la magia del libre mercado para salvar Afganistán de una vez por todas.

Ashraf Ghani en la sede del Congreso de los Estados Unidos

Los petroleros y sus amigos de la prensa no podían tener suficiente confianza de Ghani. Ese agosto, el director senior de programas de Democracy International, la organización de cambio de régimen financiada por el gobierno de Estados Unidos, Jed Ober, publicó un artículo en Foreign Policy que reflejaba la historia de amor de Beltway con su hombre en Kabul.

Cuando Ashraf Ghani fue elegido presidente de Afganistán, muchos miembros de la comunidad internacional se regocijaron. Sin duda, un ex funcionario del Banco Mundial con reputación de reformador era el hombre adecuado para solucionar los problemas más atroces de Afganistán y reparar la posición del país a nivel internacional. No había mejor candidato para llevar a Afganistán a una nueva era de buen gobierno y comenzar a expandir los derechos y libertades que con demasiada frecuencia se les ha negado a muchos de los ciudadanos del país.

Impertérrito por las acusaciones documentadas de fraude electoral, el Atlantic Council honró a Ghani en 2015 con su «premio al liderazgo internacional distinguido», celebrando su supuesto «compromiso desinteresado y valiente con la democracia y la dignidad humana».

El Atlantic Council señaló con entusiasmo que Ghani «aceptó personalmente el premio, que le entregó la exsecretaria de Estado Madeleine Albright, el 25 de marzo en Washington ante una audiencia de líderes, embajadores y generales de la OTAN».

Albright, quien una vez defendió públicamente la muerte de más de medio millón de niños iraquíes por las sanciones lideradas por Estados Unidos, glorificó a Ghani como un «economista brillante» y afirmó que «ha ofrecido esperanza al pueblo afgano y al mundo».

La ceremonia oficial del Atlantic Council se llevó a cabo más tarde en abril, pero Ghani no pudo asistir, por lo que su hija Mariam recibió el premio en su nombre.

Nacida y criada en los Estados Unidos, Mariam Ghani es una artista con sede en la ciudad de Nueva York que encarna a la perfección todas las características de un hipster radlib instalado en un lujoso apartamento tipo loft en Brooklyn. La cuenta personal de Instagram de Mariam presenta una combinación de arte minimalista y expresiones políticas pseudo-radicales.

Con un estatus de élite dentro del medio de activistas del cambio de régimen identificados por la izquierda, Mariam Ghani participó en un panel de discusión de 2017 en la Universidad de Nueva York titulado «Arte y refugiados: enfrentando el conflicto con elementos visuales», junto con la ilustradora y partidaria de la guerra sucia Molly Crabapple. Crabapple es miembro de la New America Foundation, financiada por el Departamento de Estado de EE. UU., patrocinada por el multimillonario y ex director ejecutivo de Google, Eric Schmidt. Mariam Ghani y ella también aparecieron juntas en una compilación de artistas del 2019.

En la ceremonia del Consejo Atlántico de 2015 en Washington, cuando Mariam Ghani aceptó con orgullo el premio máximo del think tank militarista de la OTAN para su padre, sonrió junto a tres compañeros homenajeados: un importante general estadounidense, el director ejecutivo de Lockheed Martin y la cantante de country de derecha Toby Keith, quien se hizo un nombre gritando amenazas musicales patriotas contra árabes y musulmanes, prometiendo «ponerte una bota en el trasero», porque «es el estilo estadounidense».

El marketing del Atlantic Council en nombre del presidente Ghani se aceleró después de la ceremonia. En junio de 2015, el grupo de expertos publicó un artículo en su blog «New Atlanticist» titulado «FMI: Ghani ha demostrado que Afganistán está ‘abierto a los negocios ‘».

El principal funcionario del Fondo Monetario Internacional en Afganistán, el jefe de la misión Paul Ross, dijo al Atlantic Council que Ghani había «señalado al mundo que Afganistán está abierto a los negocios y que la nueva administración está decidida a proceder con las reformas».

El burócrata declaró que el FMI era «optimista sobre el largo plazo», bajo el liderazgo de Ghani.

De hecho, Ghani y su régimen títere estadounidense tenían una especie de puerta giratoria con el Atlantic Council. Su embajador en los Emiratos Árabes Unidos, Javid Ahmad, se desempeñó simultáneamente como miembro principal del grupo de expertos. Ahmad aprovechó su sinecure allí para colocar artículos de opinión en los principales medios de comunicación que mostraban a su jefe como un reformador moderado que tenía como objetivo «restaurar el debate civil en la política afgana».

Foreign Policy le había prestado a Ahmad espacio en su revista para publicar un anuncio de campaña apenas disfrazado para Ghani en junio de 2014. El artículo cantaba su alabanza como “una alternativa intelectual pro occidental altamente educada al antiguo sistema de corrupción y caudillos de Afganistán”.

En ese momento, Ahmad era un coordinador de programas para Asia en el grupo de presión de la guerra fría financiado por el gobierno occidental, el German Marshall Fund de los Estados Unidos. Los editores de Foreign Policy aparentemente no se dieron cuenta de que el artículo de Ahmad tiene pasajes que son casi una copia, palabra por palabra, de la biografía oficial de Ghani.

En la Cumbre de la OTAN de 2018, el Atlantic Council organizó otra entrevista aduladora con Ghani. Haciendo alarde de sus supuestos «esfuerzos de reforma», insistió el presidente afgano, «el sector de la seguridad se está transformando por completo, en los esfuerzos contra la corrupción». Añadió: «Hay un cambio generacional que está teniendo lugar en nuestras fuerzas de seguridad, y en todos los ámbitos, que creo que es realmente transformador».

El periodista que condujo la entrevista de softbol fue Kevin Baron, editor ejecutivo del sitio web Defense One, respaldado por la industria de armas. Aunque la corrupción sistémica y la naturaleza ineficaz y abusiva del ejército afgano eran bien conocidas, Baron no ofreció ningún rechazo.

En el evento, Ghani rindió homenaje al grupo de expertos que había servido como su fábrica de propaganda personal durante tanto tiempo. En homenaje al director ejecutivo del Atlantic Council, Fred Kempe, Ghani expresó efusivamente: “Has sido un gran amigo. Tengo una gran admiración tanto por su beca como por su gestión”.

La historia de amor del Atlantic Council con Ghani continuó hasta el ignominioso final de su presidencia.

Ghani fue un invitado de honor en la Conferencia de Seguridad de Múnich (MSC) patrocinada por el gobierno alemán y respaldado por el Atlantic Council en 2019. Allí, el aristocrático presidente afgano pronunció un discurso que haría sonrojar incluso al pseudo-populista más cínico, declarando: “La paz debe estar centrada en los ciudadanos, no en las élites».

El Atlantic Council recibió a Ghani por última vez en junio de 2020, en un evento copatrocinado por el Instituto de la Paz de los Estados Unidos vinculado a la CIA y el Rockefeller Brothers Fund. Tras los elogios de Kempe como «una voz líder en favor de la democracia, la libertad y la inclusión», el exdirector de la CIA, David Petraeus, elogió a Ghani al enfatizar «el privilegio de trabajar con [él] como comandante en Afganistán».

No fue hasta que Ghani robó abiertamente y huyó de su país en desgracia en agosto de 2021 que el Atlantic Council finalmente se volvió contra él. Después de casi dos décadas de promoverlo, cultivarlo y enaltecerlo, el grupo de expertos finalmente reconoció que era un » villano escondido».

Fue un cambio dramático por parte de un grupo de expertos que conocía a Ghani mejor que quizás cualquier otra institución en Washington. Pero también se hizo eco de los intentos desesperados de salvar la cara por parte de muchas de las mismas instituciones de élite estadounidenses que habían convertido a Ghani en el asesino económico neoliberal que era.

En los infames últimos días de Ghani, Washington se mantuvo confiado

La ilusión de que Ashraf Ghani era un genio tecnocrático continuó hasta el final de su desastroso mandato.

Este 25 de junio, pocas semanas antes del colapso de su gobierno, Ghani se reunió con Joe Biden en la Casa Blanca, donde el presidente estadounidense aseguró a su homólogo afgano el firme apoyo de Washington.

«Vamos a quedarnos contigo», aseguró Biden a Ghani. «Y haremos todo lo posible para asegurarnos de que tenga las herramientas que necesita».

Un mes después, el 23 de julio, Biden reiteró a Ghani en una llamada telefónica que Washington continuaría apoyándolo. Pero sin miles de tropas de la OTAN protegiendo su régimen vacío, los talibanes avanzaban rápidamente, y todo se derrumbó en cuestión de días, como un castillo de arena golpeado por una ola.

Ashraf Ghani se reúne con el presidente Joe Biden en la Casa Blanca el 25 de junio de 2021

Para el 15 de agosto, Ghani había huido del país con sacos de dinero robado. Fue una refutación surrealista a la narrativa, repetida hasta la saciedad por la prensa, de que Ghani era, como dijo Reuters en 2019, «incorruptible y erudita».

Las élites en Washington no podían creer lo que estaba sucediendo, negando lo que estaban viendo ante sus ojos.

Incluso el legendario activista progresista anticorrupción Ralph Nader estaba en negación, refiriéndose a Ghani en términos cariñosos como un «ex ciudadano estadounidense incorruptible».

Pocas figuras resumen mejor que Ashraf Ghani la podredumbre moral y política de la guerra de 20 años de Estados Unidos contra Afganistán. Pero su historial no debe tomarse como un ejemplo aislado.

Fue el Washington oficial, su aparato de think tanks y su ejército de reporteros aduladores lo que convirtió a Ghani en quien era. Este fue un hecho que él mismo reconoció en una entrevista de junio de 2020 con el Atlantic Council, en la que Ghani expresó su mayor gratitud a sus patrocinadores: “Permítanme primero rendir homenaje al pueblo estadounidense, a las administraciones estadounidenses y al Congreso de los Estados Unidos, y en particular, al contribuyente estadounidense por los sacrificios en sangre y tesoro».

Ben Norton es periodista, escritor y cineasta. Es el editor asistente de The Grayzone y el productor del podcast Moderate Rebels , que es coanfitrión con el editor Max Blumenthal. Su sitio web es BenNorton.com.

Tomado de: The Grayzone

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Educación: el impacto de las nuevas tecnologías en la oralidad y la escritura

Imagen National Geographic

Por Sofía Gómez

¿Qué está ocurriendo a nivel educativo entre las nuevas tecnologías, la cultura escrita y la oralidad? ¿Qué transformaciones están implicadas en la manera en que la tecnología e internet permiten acceder y generar conocimiento? ¿De nuevo hay una vuelta a la preeminencia de la imagen y la oralidad sobre la palabra escrita? Efectivamente, las nuevas tecnologías están centrando a la imagen y a la oralidad como ejes en la distribución de la información, y a su vez, están haciendo de estas el primer canal para acceder al conocimiento, que sólo en la medida en que se hace más especializado integra a la escritura como vía preponderante. En las siguientes líneas esbozaremos de manera sintética esta postura.

Escritura / Imagen

Nuestra escritura, menciona Belén Gache (2005), “está concebida a partir del modelo logocéntrico. Se pretende una mera réplica del lenguaje oral y está basada en una serie de oposiciones como, por ejemplo, la del universo verbal frente al visual”. Este ha sido el punto de inflexión que ha desvinculado imagen y escritura alfabética, pues aunque el alfabeto también es una construcción visual, su razón de ser es la abstracción. El sistema alfabético se basa en una linealidad opuesta a la imagen, concebida más como un suceso holístico o circular que permite demasiadas interpretaciones como para conducirnos a un conocimiento más fiable, conducido. De allí que occidente haya hecho de la cultura escrita el punto de referencia para difundir conocimiento comprobable, direccionado.

Sin embargo, las dudas al respecto de esta perspectiva siempre han estado por ahí. Un caso es el de Fernando Zamora Águila, quien en su obra, Filosofía de la imagen (2008), propone concebir la imagen como un agente que por sí solo constituye una forma de pensamiento: “la visión humana suele llevar implícita la mirada, y por tanto implica la intervención de lo imaginario; asimismo, interesa mostrar cómo ésta es una forma legítima y auténtica de pensar”. Hace de la imagen un elemento epistemológico autónomo, lejos de la dependencia del logocentrismo, el cual propone que para que un pensamiento sea considerado como tal debe estar mediado o formulado exclusivamente a través de la palabra.

Para Zamora, el acto visual no es una recepción pasiva donde sólo se realiza una mímesis mental de las cosas que se observan a modo de una copia figurativa que reproduce mentalmente la información recibida a través de la mirada. En cambio, propone el acto visual como un ejercicio activo, como representación. La visión como actividad no se refiere al proceso fisiológico, fotoquímico o biológico, sino al fenómeno significante, aprendido, determinado psicológica y culturalmente, donde el mirar es agregar a la operación mecánica el aspecto significativo, que es lo que implica la representación.

Esta concepción, es la que aborda también Belén Gache, quien en su exposición sobre la literatura expandida justamente aboga por ampliar la visión logocéntrica que ha prevalecido en occidente. Christian Ferrer (2005) también apela a dicha revisión sobre el conocimiento, su apropiación y difusión. A través de una revisión histórica sobre lo que han representado el arribo de “nuevas tecnologías” en distintas épocas, nos habla de cómo estas siempre han sido interpretadas como hitos de un nuevo camino evolutivo. Y en efecto lo son. Pero Ferrer también nos advierte sobre concebirlas como cambios a rajatabla, separadas unas de otras y neutras en sí mismas.

La crítica que realiza Ferrer también es planteada por Pamela Archanco (2011), quien en su trabajo sobre la lectura escolar y sus prácticas, representaciones y la mediación docente, lanza interrogantes sobre los criterios de validación y legitimación de las diversas fuentes que consulta el alumno. Pone énfasis en cómo la información que los alumnos obtienen de internet (el sitio de donde los alumnos extraen la mayor parte del material para realizar sus trabajos escolares), la conciben como un saber con un alto grado de neutralidad. La intervención docente, señala, reside en promover la desnaturalización de esta concepción y la necesidad de hacer ver al alumno que es un requisito indispensable que contextualicen sociocultural e histórica de lo leen u observan.

La oralidad

La saturación de videos, por ejemplo, como nuevos modos de acceder a conocimiento, no es neutro, está modelando el tiempo que las personas piensan es “suficiente” para informarse de algo. El tiempo para construir saberes se está haciendo cada vez más breve, no sólo fugaz, sino breve. De allí que tenga mayor sentido retomar las críticas que Fernanda Cano (2011) presenta a los modos de leer y escribir, y a la par, de enseñar ambos procesos. El modelo tradicional de escritura concebido en etapas, por medio de un desarrollo lineal (como la escritura alfabética lo es), deja de ser irrefutable. Ella propone que como docentes debemos también modificar nuestra concepción del proceso de planificación, tan mecánico e inflexible que se aleja de lo que los nuevos modos de acceso a la información que están teniendo nuestro estudiantes.

En el caso de los videos, tenemos que ya no se trata sólo de imágenes aisladas, se incorpora un nuevo elemento: la oralidad, tema que Cecilia Bajour (2009) trabaja desde el valor que tienen las prácticas de lectura. Ella nos habla de cómo “oír entre líneas” es un trabajo que lleva tiempo, que se conquista y construye. Y aunque Cecilia se centra en “oír lo que se lee”, podemos apropiarnos de lo que menciona para la forma en que la imagen está fusionándose con la palabra oral y están dejando al margen o como un acompañamiento más a la palabra escrita.

En este sentido, pensar las clases como una construcción en común que se hace entre los alumnos y es dirigida por los docentes, tal como lo propone Nancy Romero (2011), es totalmente congruente con las formas de creación y reproducción del conocimiento actual. La oralidad debe adquirir un valor real en la generación de conocimiento dentro de las escuelas, desde la enseñanza básica hasta los niveles superiores. Digo real porque tanto aquello que los alumnos ven y escuchan a través de videos, películas, documentales e incluso tutoriales, deben comenzar a pensarse como parte de un tejido legítimo de saber. Asimismo, el comentar en clase, la participación oral en las sesiones, las exposiciones de los alumnos, deben observarse como algo significativo para la formación del estudiante. Pensar la oralidad como un complemento de la difusión del saber que está en igualdad de posibilidades que la escritura. Un hecho que la tradición occidental, a partir de Gutenberg y su imprenta, ha soslayado y que apenas comienza a volver a la carga.

En conclusión, el fenómeno que están creando las nuevas tecnologías e internet no significa que hemos “regresado” a un periodo previo a la alfabetización, la cual ha marcado por siglos la producción y acceso al conocimiento en occidente, sino que se trata de un ascenso de la imagen que no elimina a la cultura escrita, sólo está modificando su papel central, posicionándola a modo de acompañamiento. En los ámbitos académicos, la imagen es la primera puerta hacia un conocimiento más sistemático que aún sigue considerando a la cultura escrita –alfabética en específico– como la superior.

La oralidad también regresa a una posición más fuerte que le había sido arrebatada por la escritura. La oratoria en la Grecia Clásica da testimonio de lo que alguna vez fue el medio para el debate y reproducción del saber. Hoy, esa oralidad salpicada de coloquialidad, de tutoriales y youtubers está poniendo en jaque la supremacía que lo contenido en letras había alcanzado desde la era potencializada de Gutenberg. Como docentes y académicos debemos estar conscientes de dichos cambios, no para ponerlos en una balanza tajante de “mejor” o “peor” o “benéficos” o “dañinos”, sino como artificios que se agregan a nuestra historia como civilización sapiente.

Bibliografía

Archanco, P. (2011). Clase 20. Sobre la práctica de la lectura en la escuela: supuestos, continuidades y rupturas. En Diploma Superior en Lectura, escritura y educación. Buenos Aires: Flacso virtual, Argentina.

Bajour, C. (2009). Oír entre líneas: el valor de la escucha en las prácticas de lectura. En www.imaginaria.com.ar (Consultado el 28 de octubre 20016).

Cano, F. (2011). Clase 17. Para una reflexión sobre la escritura. En Diploma Superior en Lectura, escritura y educación. Buenos Aires: Flacso Virtual, Argentina.

Ferrer, C. (2005). Clase 14. La letra y su molde. Meditaciones sobre lectura, escritura y tecnología. En Diploma Superior en Lectura, escritura y educación. Buenos Aires: Flacso Virtual, Argentina.

Gache, B. (2005). Clase 16. Transgresiones y márgenes de la literatura expandida. En Diploma Superior en Lectura, escritura y educación. Buenos Aires: Flacso Virtual, Argentina.

Romero, N. (2011). Clase 19. El texto escolar en la escuela actual. En Diploma Superior en Lectura, escritura y educación. Buenos Aires: Flacso Virtual, Argentina.

Zamora, F. (2008). Filosofía de la imagen. Lenguaje, imagen y representación, México: ENAP.

Tomado de: Revista Vagabunda MX

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¿Cómo se hace un violento?

Matías de Stéfano Barbero

Por Sonia Santoro

¿Cómo se hace un femicida? Esta pregunta elevada en el aire en una pancarta en la movilización del primer #Niunamenos, el 3 de junio de 2015 disparó en Matías de Stéfano Barbero la necesidad de investigar la construcción de las masculinidades de los varones que ejercieron violencia contra las mujeres en la pareja. Ese trabajo se convirtió en el libro Masculinidades (im)posibles. Violencia y género, entre el poder y la vulnerabilidad, editado por Galerna, que promete ser indispensable para entender no solo por qué los varones ejercen violencia contra las mujeres sino cómo la estructura social avala y alimenta esa violencia a través de la construcción de masculinidades ancladas en el ejercicio de la violencia, la heterosexualidad obligatoria y el rechazo/negación de la homosexualidad, entre otras cuestiones.

Matías de Stéfano Barbero es doctor en Antropología (UBA), investigador, docente y becario posdoctoral del Conicet. Es miembro del Instituto de Masculinidades y Cambio Social, y de la Asociación Pablo Besson, donde forma parte del equipo de coordinación de espacios para varones que ejercieron violencia. El libro sobre el que se explaya en esta entrevista presenta diferentes historias de vida de los varones que ejercieron violencia y analiza el papel que tienen la violencia y el género en la construcción de la masculinidad a lo largo de sus infancias, adolescencias y vidas adultas.

Hace bastante que los estudios de género se preguntan qué es una mujer. ¿Qué es un hombre? ¿El eje ahora está puesto ahí?

Sí, qué es el hombre. Me parece que ya de hecho la propia pregunta muestra que hay una transformación en eso, en la misma forma que hay una transformación entre lo que pensamos qué es una mujer y cómo se produce una mujer a nivel social. Y las respuestas son a veces sorprendentes, en el sentido en que escapan un poco del sentido común que podemos construir, tanto de lo que es un varón o de los sentidos de la masculinidad, como del lugar que ocupa la violencia en la vida de la gente y el género en la vida de la gente. Cuando yo empecé a ir a los grupos (de varones que ejercen violencia) tenía la mirada un poco caricaturizada de lo que me iba a encontrar, y la verdad es que fui con un poco de miedo, tenía cierta aprensión. Y es curioso cómo también, quienes nos dedicamos a estas cuestiones tenemos nuestros prejuicios sobre cómo es el poder, cómo es la violencia, cómo es el sufrir, el hacer sufrir, y la verdad que cuando me encontré entre ellos, trabajando con ellos y escuchándolos, aparecen un montón de otras cosas que trascienden un poco ese sentido común, esa caricaturización de los violentos.

¿Cómo es esa caricatura?

Yo creo que la caricaturización viene un poco por poner siempre la violencia afuera. No quiero parafrasear mal a Nietzsche, pero esto de que siempre el malo es el otro y nosotros somos los buenos es casi me atrevería a decir un universal; la bondad siempre está de mi lado y la maldad del otro. Entonces, y no es algo que se limite solamente a la cuestión de la violencia de género y a los varones que ejercen violencia, esta idea de caricaturizar, de hacer exótico al otro que tiene ese estigma.

Caetano Veloso decía que visto de cerca nadie es normal. Me encanta esa frase. Lo mismo pasa un poco con esto, cuando uno se acerca y deja de construir esa otredad como una otredad tan exótica, y se acerca a conocer esas historias y ellos también se permiten, en un largo proceso de trabajo, poder mostrar lo que hay detrás de todas esas capas de resistencia, aparecen seres humanos más o menos comunes, con miserias, con su lugar de poder, con su miedo a la vulnerabilidad, personas que… esto a veces es polémico porque parece que uno está justificando, pero personas que también sufrieron mucho en ese proceso de construirse como varones.

No se trata de justificar sino de tratar de comprender cómo aparece la violencia a lo largo de la vida. La violencia en la vida de alguien no aparece cuando se ejerce sino mucho antes.

En el prólogo del libro se plantea que si bien reconocemos la violencia de género como un problema estructural, las soluciones que se están dando como políticas públicas en general son individuales. Usted tiene una crítica sobre eso.

Sí, eso lo recoge superbien Moira Pérez en el prólogo. Pasa un poco con esta idea de deconstrucción, que parece que es una idea que apela al individuo, como “deconstruite vos y tus cosas”. A mí me parece que lo potente que puede llegar a tener esta idea de politizar lo personal es hacerlo político en el sentido de la transformación colectiva. Que yo renuncie a mis privilegios, por ejemplo, no tiene un gran impacto social, puede tenerlo en mi vida cotidiana y en la vida de quienes me rodean, pero no supone una crítica estructural y no supone una transformación estructural. Y pensar las cosas siempre desde el individuo, lo bueno y lo malo, me parece que por un lado es el paradigma hegemónico ¿no? El sujeto, el individuo, y en ese sentido me parece reproducir el sistema que estamos intentando cambiar. Y por otro lado, las perspectivas que lo piensan exclusivamente individualmente, generalmente se terminan topando o reduciendo las posibilidades de actuación al orden de lo punitivo, al orden de decir “se encierra a esta persona y se acabó el problema”, cuando esa persona si bien tiene que tomar responsabilidad por lo que hizo, por supuesto, está expresando algo a nivel social y a nivel estructural, ciertas condiciones que hicieron que esa violencia en este caso pueda aparecer. Pienso en la importancia de reforzar la ESI (educación sexual integral) desde la primera infancia y que se toquen temas como la violencia, la masculinidad, el poder, la vulnerabilidad, y eso implica intentar prevenir antes de que la situación suceda, porque cuando ese niño que sufrió en la infancia, termine cometiendo un crimen y haciendo sufrir, ahí la sociedad va a llegar con todo el peso de la ley en su juicio a dar una solución punitiva. Creo que es mucho antes que tenemos que empezar a preocuparnos de esto en la vida de las personas, y no tanto precisamente como individuos sino en políticas públicas, desde el Estado, desde las organizaciones de la sociedad civil, que puedan considerar el problema a lo largo de la vida, un problema estructural que afecta a toda la sociedad y no solamente a quien termina siendo el síntoma.

Me gustó la metáfora que usó al comienzo: hay que “volver a Juan”, volver a poner el eje en el varón que ejerce la violencia y no tanto en la víctima ¿no?

La metáfora de volver a Juan viene de un ejercicio que hizo una lingüista feminista, que muestra en las cuatro operaciones lingüísticas, cómo de un acto que es “Juan golpea a María”, se va desplazando la atención hacia lo que termina sucediendo después, que queda María como víctima de violencia y Juan desaparece de esa ecuación lingüística. Por eso la idea de volver a Juan es ir volviendo en el sentido de volver a la escena, a esa primera formulación de Juan golpea a María o Juan ejerce violencia contra María, para ver qué es lo que pasa en esa escena y después seguir volviendo para ver quién es Juan. Porque entiendo que tiene que ver con una urgencia y me parece completamente legítimo asistir a las personas que sufren, pero si no nos concentramos también en las personas que hacen sufrir, las causas del problema van a seguir intactas y van a seguir reproduciéndose, y va a llegar un momento que no vamos a dar abasto para atender personas que sufren.

En el libro repasa las distintas ideas en torno a por qué los hombres son violentos: las teorías que plantean que son violentos por naturaleza, o que el violento es el otro… ¿Qué problemas plantean estas nociones tan arraigadas en nuestra sociedad?

A mí me sorprendió encontrar referencias a la violencia natural o asociada a los celos como algo natural o la violación como esa búsqueda de reproducción. Uno lo piensa medio demodé, pero la verdad uno se encuentra lamentablemente muchas de estas cuestiones. Para mí el problema es que muchas de estas teorías, más que para interrogar terminan sirviendo para justificar, para naturalizar determinadas cuestiones. Y esta idea de que la violencia está en los otros también es una mirada patologizante, es el otro siempre el patológico, el enfermo, el psicópata, y con esto no quiero decir que la biología, la psiquiatría o la psicología no tengan nada para decir, pero sí me parece que tenemos que analizar las consecuencias políticas que tiene pensar de una manera o de otra, y eso es lo que intento un poco con el libro.

El marco que yo utilizo es el de masculinidades, del estudio de varones y masculinidades desde una óptica feminista y de las ciencias sociales. Me parece que es el marco que más nos sirve para tratar de entender y de transformar.

¿Puede dar algunas pautas de cómo se explica la violencia masculina?

Podemos pensar el lugar que ocupa la violencia en la construcción de un sujeto varón en la sociedad, el vínculo que tiene la masculinidad y la posición masculina en la sociedad con la violencia es muy particular. Por un lado, es un privilegio en el sentido de que se fomenta esa agresividad potencial en los varones y en las mujeres no, por eso los varones muchas veces podemos responder con agresividad a determinadas situaciones y las mujeres no tanto, porque tiene que ver con una educación y con una forma de hacer un sujeto masculino en el mundo. Pero lo curioso, y esto no lo digo yo sino Rita Segato, Bell Hooks, desde un feminismo particular, es la idea de que la primera forma de violencia que los varones aprenden en su vida no es contra las mujeres sino contra sí mismos, que es una violencia que viene de esa manera masculina de ver el mundo, que limita, que cercena. Audre Lorde dice eso cuando analiza su posición de madre con su hijo varón: hay toda una parte de la humanidad que a los varones se les niega y se les quita, no es que nacen machos, para hacer un macho hay que ejercerles violencia. Entonces, los varones tenemos una relación con la violencia particular, que se va gestando en esta idea de construcción de la masculinidad. Que después aparece también en la construcción de la heterosexualidad muy vinculada a la homofobia también, casi que construirse como heterosexual es construirse homofóbicamente, porque yo tengo que ser varón cis heterosexual y tengo que actuar como tal, y actuar como tal implica rechazar una parte de mí que es una parte humana, esconderla y atacar también toda esa forma de expresión de género, lo que está feminizado en la sociedad y en los demás, en el grupo de pares también, para que me interpelen no desde la homofobia sino desde la heterosexualidad como un par. Y en ese sentido me parece que la violencia tiene mucho que ver con el poder entre varones y de los varones sobre las mujeres pero también con la vulnerabilidad, en el sentido en que muchas veces para no exponer nuestra vulnerabilidad, algo que aprendemos de chiquitos con estas ideas un poco maniqueas ya del “no llores”, no te muestres vulnerable, la violencia es esa huida hacia adelante de la propia vulnerabilidad. Voy a actuar con violencia en este momento porque mi lugar de poder se ve amenazado y no quiero dejar expuesta mi vulnerabilidad, porque aprendemos los varones a lo largo de nuestra vida que si nos mostramos vulnerables, nos exponemos a la violencia del otro, a la humillación y subordinación del otro, a la vergüenza…

Martín, uno de los casos que analiza en el libro, logra sobreponerse al bullying a través de ejercer violencia.

Sí, y lo que me parece interesante de ese caso en particular, por ejemplo, es que desencializa un poco esta idea de “si vos ejercés violencia, naciste violento”, como si no fuera compatible en una misma trayectoria vital ser víctima y ser victimario. Por eso esa relación entre sufrir y hacer sufrir me parece interesante, muchas veces quienes hacen sufrir están evitando sufrir, y esa es la construcción que fueron aprendiendo y reforzando a lo largo de la vida. Cuando uno habla con estos varones se encuentra curiosamente con esas historias de vida, como que de repente fueron víctimas en un momento también en algo vinculado al género, a la jerarquía de género y de la masculinidad porque ocupaban un lugar subordinado en esa jerarquía, y fueron viendo que así funciona el mundo, en una estructura jerárquica entonces “si voy ascendiendo puedo pisar al otro y con eso se reafirma mi lugar”. Y la mujer en esos casos siempre ocupa una posición como de moneda de cambio para el prestigio y el lugar de poder en el grupo de pares y en esa idea de masculinidad, entonces se va construyendo y solidificando esa percepción de la vida como una jerarquía. No hay que perder posiciones porque saben lo que es estar abajo de todo en la jerarquía porque lo sufrieron, entonces el precio es hacer sufrir.

En un capítulo habla de la violencia femenina como tabú ¿puede explicarlo?

Ese capítulo empieza con un epígrafe grande de Amelia Balcarce que reivindica el derecho de las mujeres a ser malas. Me parece que también, si solamente pensamos la violencia como un atributo de los varones, como vinculado a una identidad de género particular, parece que es un problema político. Primero porque deja a las mujeres en la posición de víctimas y las cristaliza ahí, y deja a los varones en la posición de victimarios y los cristaliza ahí, y después también deja sin cubrir otras identidades y expresiones de género y su relación con la violencia. Obtura otras preguntas, y me parece que es también una decisión política en el sentido en que muchas veces, en este momento en particular en donde hay tanto trabajo con varones, hay mucha resistencia, muchos cuestionamientos un poco desde el lugar del sentido común: “bueno pero las mujeres también son violentas”, uno lo escucha mucho en los grupos eso, pero también lo escuchamos en las redes sociales. Me parece que no inhabilitar esa discusión es una opción política para no darle lugar a las críticas que están en la sociedad a los enfoques que tenemos, me parece una responsabilidad que es difícil porque es caminar una fina línea entre mirar el afuera y decir “bueno las mujeres también, entonces se acabó el problema”… no, vamos a estudiar, yo estudio la violencia masculina pero sí reconozco que la violencia no es propiedad de los varones, y que aparece de muchas maneras en muchos vínculos, y que es posible que las mujeres la ejerzan.

También aparece, además, la confusión por el uso del término ‘violencia de género’ ¿no?

Sí.

Se plantea la idea de que las mujeres ejercen violencia de género, y ahí hay una confusión.

Sí, para mí tiene que ver con lo que me preguntabas al principio cuando hablábamos de qué significa la masculinidad, pero con el género pasa un poco lo mismo, son palabras polisémicas que se usan a veces de una manera y a veces de otra. Yo hago un análisis en el libro de cómo fue cambiando la violencia, al principio era la violencia doméstica, después violencia familiar, violencia conyugal, y hay muchas maneras de pensar el problema, violencia contra las mujeres es una manera pero violencia de género es otra.

Propone hablar de ‘violencia masculina hacia las mujeres´, no ‘violencia de género’ o ‘violencia machista’…

Sí, igual es un concepto que después de toda un discusión, este es el último, ‘violencia masculina contra las mujeres’. Y me parece que está bueno por esto, porque habla precisamente de quién ejerce esa violencia y contra quién la ejerce, porque hay críticas al concepto de ‘violencia de género’ que dicen que invisibiliza que las personas que la sufren son mujeres, y que las personas que la ejercen son varones cis, en la mayoría de los casos. Me parece interesante también entonces digo, ‘violencia masculina contra las mujeres’ puede comprender varias cosas. Después al final cuando tengo que referirme a la cuestión, hablo generalmente de la relación entre violencia y género como paraguas más grande.

¿Sirven los dispositivos para varones que ejercieron o ejercen violencia?

La percepción de las personas que trabajan en grupos… y también estuve participando en investigaciones con profesionales de otros equipos, de la provincia de Buenos Aires, no es una sensación mía, es que la transformación o el cambio sucede, lo que pasa es que son cambios, y esa es una de las luchas que tenemos quienes trabajamos.

La transformación sí es posible, pero es un trabajo profundo en el sentido de que es extenso, y una de las reivindicaciones que hay desde los espacios es que cuando se derivan varones desde la justicia, no se deriven por tres meses. Nosotros decimos que el trabajo es de mínimo un año de espacio grupal, una vez por semana, porque es un trabajo que va al fondo de la cuestión, que revisa profundamente la subjetividad, la historia de vida, entonces es un trabajo que tiene un gran impacto pero que necesita un tiempo para germinar y florecer.

Muchas veces ya dentro y estando en el grupo, muchos de los varones dejan de ejercer violencia física y están mucho más permeables a, en vez de ejercer violencia, a poder construir un conflicto con la pareja, muchas veces me cuentan que tuvieron una discusión pero que no pasó a mayores, que “yo pude decir lo que pensaba y ella también me dijo y lo vamos charlando. A medida que van pasando los encuentros y los varones llevan más tiempo en los grupos, aparece otra manera de enfrentarse a los conflictos en el sentido de que se construyen los conflictos, y no se usa la violencia para que ese conflicto desaparezca.

Tomado de: Página/12

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El chico de Charles Chaplin y la pobreza

Fotograma del filme The kid, 1921, de Charles Chaplin

Por Pilar Roldán Usó

Felicidad en la inmundicia

Si no tienes ropa decente, o si estás sucio y no tienes dinero, te miran por encima del hombro. La gente vuelve la cabeza y dice: «¡Apártate, escoria!». Así que no encajas. La sociedad te rechaza, no se ocupa de ti, y empiezas a perder la esperanza. Cuando eso sucede, te sientas a solas y piensas en tus problemas. Rechazado. Y sin contacto humano alguno, borras todo de la mente. El mundo exterior queda suspendido. Sales de la parrilla, miras a un lado y a otro. Absorto.

Street lives: an oral history of homeless Americans

Steven Vanderstaay, 1992

Charles Chaplin nació en 1889 en el East End londinense, justo la zona y el momento en el que Jack el Destripador eligió para rematar a sus víctimas. El realizador perteneció a una familia humilde de actores judíos y las desgracias que tuvo que soportar en su niñez fueron inmensas. Su padre, alcohólico, murió cuando el futuro cineasta contaba con cinco años, justamente cuando el pequeño se inició en los escenarios. Ante la terrible situación económica que atravesaba su madre, la familia se vio obligada a trasladarse al barrio de Lambeth. Allí, vivían en una habitación miserable y muchas veces escaseaba el alimento. Ni Charles ni su hermano Sidney disponían de zapatos. Para comer, necesitaban recurrir a la mendicidad por un plato de sopa denominada “popular”. La madre enloqueció y fue encerrada en un manicomio. Charlie acabó internado en un asilo.

No resulta sorprendente que muchas de estas experiencias dejaran huella en sus obras, en especial en su primer largometraje, El chico (The Kid, 1921), repleto de resonancias autobiográficas de mugre y miserias. No fue necesario para Chaplin, por tanto, poseer como referente la pobreza y la estratificación social relatadas por el novelista Charles Dickens en sus retratos de la sociedad victoriana. Todos recordamos la tremenda caracterización que realizó el escritor de aquellos seres olvidados, explotados y reprimidos en el mismo epicentro del Imperio británico. Los efectos cómicos, que en este filme de Chaplin pueden arrancar más de una sonrisa o carcajada en algunos espectadores, son solapados completamente por la  profundidad de las emociones y por la angustia existencial que desprende la película. Para planificar la habitación, por denominarla de alguna forma, en la que viven el vagabundo y el menor, se tomó como referencia aquella en la que había sobrevivido el director de pequeño. El modelo de los faroles de las calles fue escogido porque era el que existía en Londres en su niñez y el gasómetro de la estancia podemos observar que funciona con chelines y no con monedas de cuarto de dólar. Buena estrategia, por cierto, aunque el coste de la electricidad no hubiera alcanzado todavía la estratosfera.

Por si fuera poco, Charles Chaplin perdió a un hijo recién nacido pocos días antes de empezar las pruebas para la elección del chico protagonista de su película, una obra que inicialmente iba a denominarse El chiquillo abandonado. Ya nos hemos percatado de que la resurrección de los cuerpos resulta bastante complicada, pero si penetramos en el mundo de la imaginación, los límites pueden resultar insospechados. A pesar del rótulo inicial, avisando que en El chico estamos ante una película que provocará sonrisas y quizás alguna lágrima, pensamos que lo que verdaderamente arranca el filme son demasiadas lágrimas y contadas sonrisas. Y por encima de todo ello, cuenta con un final abierto que, a pesar de buenas intenciones, nos tememos que jamás se despejará en caminos de esperanza, al menos para nuestro querido Charlot y su futura relación con el menor.

El individualismo de Charlot

Chaplin creó con Charlot un personaje universal que trasciende décadas y siglos. La apariencia de su vagabundo la estableció definitivamente, huyendo de demasiados imitadores, en 1915. Para ello jugó con algunos elementos que en un principio podrían hasta identificarse con la indumentaria de un burgués: un bombín, enormes zapatos, un chaqué ajustado y un bastón. No obstante y por contra, el estado lamentable del conjunto convertía al hombre en un mísero vagabundo que jamás abandona la intención de buscar su lugar en el mundo a través del trabajo, de la diversión, del amor e incluso de la familia. Pero lo que más llama la atención en la caracterización del personaje es su salvaje individualismo. Frente al rechazo exterior, se lanza a la anarquía en solitario, huye de la masificación y navega sin compañía, al menos buscada, en una despiadada lucha por la supervivencia.

Se trata de una característica sorprendente para un personaje como Charlot, un rasgo de su personalidad que difícilmente pueden adoptar las clases sociales más vulnerables. Generalmente, deben crear complejas redes de dependencia entre ellos para la supervivencia. Pero nuestro vagabundo no se arredra ante la adversidad y es capaz de no interesarse por ningún contacto entre sus iguales, ya sea en la vecindad o en los albergues que frecuenta. Concretamente, en El chico no se nos ocurre ningún instante en el que solicite ayuda ajena entre los también desfavorecidos que le rodean para salir de los baches o socavones. Así, cuando encuentra al bebé lo único que se le ocurre es deshacerse del mismo, depositándolo en un carrito, haciéndolo desaparecer por la alcantarilla o dejándolo nuevamente donde lo encontró, junto a los cubos de basura. Y si tiene que pelear él mismo o su chico con los vecinos no dudará en someterse a una pelea desigual, cuyo resultado asemeja, al principio, bastante desfavorable.

Dignidad y pobreza

¿Qué trucos han empleado los pobres para conservar la dignidad? ¿Qué recursos utiliza Charlot en El chico para rodear su existencia y la del insospechado compañero de autoestima? Aquí, la picaresca entra en juego. Casi cualquier medio es bueno, frente a la persecución de los ricos y de sus agentes, para conseguir cobijo y alimentos. Recluidos y confinados a las afueras de las grandes ciudades, los obstáculos que deben atravesar los indigentes para poder levantarse al día siguiente bajo techo y en libertad no harán más que avivar el ingenio golfo. Y así le sucederá a Charlot y al chico. Si hay que romper cristales para luego cobrar por repararlos, ambos se ponen  manos a la obra; y si se carece de biberón, buena es una tetera. También, si hay que agujerear sillas para que sirvan de orinales no resulta un inconveniente; tampoco, si es necesario y no se disponen de recursos económicos para su adquisición,  la imaginación se agudiza de nuevo para elaborar pañales artesanalmente. Y qué mejor que utilizar una manta raída como poncho…

Parece que la pobreza en las zonas rurales llamó únicamente la atención en Estados Unidos durante la época de la Gran Depresión en la década de los treinta del siglo pasado y después, durante un breve periodo en los sesenta. A ello ayudó el documental de Harvest of Shame, de Edward R. Murrow sobre la grave situación de los trabajadores agrícolas migrantes en el país. Pero los guetos de la pobreza en las grandes metrópolis fue un rasgo permanente en aquella nación, al menos desde mediados del siglo XVIII. Hay historiadores que hablan de una tercera parte de afectados entre los habitantes de las ciudades. La recreación de las zonas habitadas por pobres en la película de Chaplin resulta magistral. A través de la suciedad, del aire enrarecido, de la basura que cae desde las alturas… Viendo el filme, nos podemos imaginar un ambiente viciado, cuerpos de animales en descomposición por las calles o moscas pegajosas en todos los rincones. Somos testigos de calles estrechas y lúgubres, viviendas hediondas en edificios destartalados y, además, permanecemos al acecho de chinches o piojos. No resulta inverosímil, claro que no, la aparición de la enfermedad en tales condiciones, menos entre los más débiles de los desfavorecidos, entre los pequeños y pequeñas.

La autoridad

Resulta destacado el sistemático encuentro de nuestro personaje con los representantes del orden, unas colisiones que, evidentemente, Charlot intenta evitar a toda costa. Su existencia en los márgenes de la legalidad obliga. Los barrios pobres siempre se han identificado con los desórdenes, el delito, la inmoralidad o el peligro para los estamentos superiores. En demasiadas ocasiones, se han dedicado esfuerzos a aislarlos o hasta destruirlos en vez de procurar mejorarlos. A lo largo de la historia han sido utilizadas medidas policiales demasiado rigurosas para la persecución sin tregua de los integrantes de las clases desfavorecidas, medidas claramente erróneas que solo consiguen eternizar los hacinamientos, la inmundicia y el recurso de la delincuencia.

Charles Chaplin era consciente de todo ello y no pierde escena para intentar aposentar al policía de turno vigilando al vagabundo y al chico. Esquina tras esquina, podemos observar al agente de la autoridad al acecho, recelando, atento a sus movimientos, persiguiéndolos o deteniéndolos. A pesar de la aparente despreocupación que exhiben nuestros dos héroes, a pesar de la felicidad que les embarga al empezar juntos un nuevo día con un techo sobre la cabeza y alimentos en la mesa, a pesar de todo, la permanente vigilancia y la tragedia que puede desencadenar les atenaza sin tregua. El temor a las fuerzas del orden se convierte en un instinto que el chiquillo no tiene más remedio que desarrollar desde sus primeros pasos. Ya se deben imaginar el desasosiego que puede originar una existencia en permanente miedo ante el hambre y la policía. Desesperanza y desolación que Chaplin aborda con valentía sin olvidar las delicias que aportan aquellos pequeños momentos de la vida. También para los pobres. Y nos hará cómplices de instantes mágicos, como aquel en que despreocupadamente se lee el periódico, más bien la gaceta del crimen, en un cuarto destartalado, mientras el pequeño prepara el desayuno.

El estigma

No resulta novedoso el achacar al pobre la culpa de su situación. La teoría de que la penuria económica hunde sus raíces en el fracaso personal, en la ausencia de ética en el trabajo, en la debilidad de carácter o en el desprecio por las normas no es minoritaria. Y se atribuye a los afectados una ausencia de voluntad, una pasividad para dar un giro al destino. La película de Chaplin es un perfecto manual del pobre y escena a escena lanza un grito contra “la cultura de la pobreza”. Aquella que se manifiesta por el miedo y odio a la policía (como ya hemos tratado), en la búsqueda de la marginalidad, en la no participación en instituciones sociales, en la territorialidad, en el fatalismo o en la impotencia.

El discurso resulta evidente: en la tierra de las oportunidades, de la indigencia, únicamente puede responsabilizarse a quien la sufre: por vago, por amoral, por delincuente… No existe espacio para un esfuerzo de comprensión. En El chico, sufrimos la angustia de los dos protagonistas cuando deben luchar contra un sistema que les engulle. Los esfuerzos serán constantes para separarlos, para encerrarlos, para privarles de su libertad de movimientos. Entre todas las escenas, nos gustaría detenernos ahora en aquella en que la rabia y la incapacidad ante fuerzas superiores explotan: cuando el chico es literalmente raptado y confinado en un camión hacia un destino incierto e indeseado.

Beneficencias

Las ayudas públicas y la beneficencia privada, históricamente, no han estado exactamente atinadas en la elección de sus auxilios. Ya en 1893, en los inicios de una profunda depresión económica, damas peripuestas y ociosas se dedicaban a repartir entre los niños y niñas de los suburbios de Nueva York macetas con plantas. Justo lo que necesitaban. Un año más tarde regresaron esplendorosas a los lugares elegidos para sus caritativos esfuerzos. Las plantas ya habían muerto. También muchos de los niños.

Charles Chaplin parecía ser consciente de estas incoherentes e inútiles ayudas y con ironía, nos regala en El chico los esfuerzos de una madre enriquecida con el paso de los años y arrepentida del abandono de su hijo siendo un bebé. Así, en sus ratos libres, la mujer se dedica a ejercer la caridad con niños pobres repartiendo entre ellos juguetes y parece que alguna fruta. No negamos cierta utilidad en el segundo elemento pero seguramente, la señora es incapaz de concebir la desesperación que lleva a una familia a quemar parte de su propio hogar para calentarse. Charlot sabía que los regalos siempre tenían un precio y estaba poco dispuesto a pagarlo. Con coherencia, pasa por alto, casi con desprecio, la limosna de la progenitora del pequeño.

Legados

El chico, además de ser una obra genial en la que el drama se traga a la comedia, es también uno de los primeros largometrajes que abordan la pobreza, concretamente la infantil, desde una perspectiva realista pero sin dejar de lado el carácter ficcional y la idiosincrasia del personaje de Charlot. Durante siglos, su huella ha sido muy alargada y ha influido, directa o indirectamente, en la realización de inolvidables películas que se han convertido, a lo largo de décadas, en auténticos iconos del estado social de los más pequeños que viven en la marginalidad. Basta con recordar a unas pocas, como Alemania, año cero, de Roberto Rossellini (Germania, anno zero, 1948),  Los olvidados, de Luis Buñuel (1950), Los cuatrocientos golpes, de François Truffaut (Les Quatre Cents Coups, 1959) Oliver Twist, de Roman Polanski (2005)  o la más reciente Cafarnaúm, de Nadine Labaki (Capharnaüm, 2018).

En la Europa del siglo XIII se pensaba en los pobres como en una tara que derivaba de tres defectos: de la ociosidad, de la disipación y de la ebriedad. Aunque en la actualidad el lenguaje ha cambiado, sigue relacionándose la indigencia con la holgazanería, el vicio o la irresponsabilidad. Nos enfrentamos al eterno mito del pobre dispuesto a beneficiarse de la ayuda ajena, pública o privada. Charles Chaplin, con El chico, nos regala una verdadera lección sobre el orgullo, la dignidad, la lucha por la supervivencia y el cariño que puede surgir entre los olvidados de la fortuna. Porque hay que tener presente que, ante todo, el filme de Chaplin es un tierno retrato, con una puesta en escena muy efectiva, sobre un amor paternal dispuesto a sortear cualquier barrera que impida su desarrollo.

Bibliografía

Ackroyd, Peter (2016). Charlie Chaplin. Barcelona: Edhasa.

Bazin, André (1974). Charlie Chaplin. Barcelona: Paidós.

Cousins, Mark (2005). Historia del cine. Barcelona: Blume.

Gubern, Román (1989). Historia del cine. Barcelona: Editorial Lumen.

Pimpare, Stephen (2012). Historia de la pobreza en Estados Unidos. Barcelona: Península.

Riambau, Esteve (2000). Charles Chaplin. Madrid: Cátedra.

Tomado de: El espectador imaginario

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En el olimpo de los grandes actores, Enrique Molina

Enrique Molina, actor cubano (1943-2021)

Por Joel del Río

Las personas de mi generación crecimos viendo en televisión y cine a Enrique Molina, de manera que se transformó en una presencia familiar, entrañable, y a muchos nos parecía que Molina estaría siempre ahí, permanente, garantizando un alto nivel histriónico y marcando el ritmo de nuestro audiovisual y de la cultura cubana.

Interpretando un papel memorable después de otro, desde los espacios televisivos de aventuras, hasta telenovelas y películas de gran éxito, siempre con actuaciones honestas, rigurosas, convincentes, Molina supo interpretar como nadie al hombre común, al padre de familia aquejado por la erosión de las ilusiones.

Aunque también incursionó en radio y en teatro, haciendo gala siempre de una versatilidad que lo distinguió, este actor fue brillantemente autodidacta. Inició su periplo profesional en 1963, cuando se integró a un grupo de aficionados del Sindicato Gastronómico. En 1964 formó parte del Conjunto Dramático de Oriente (donde conoció a Obelia Blanco, Raúl Pomares y María Eugenia García, entre otros), que fue determinante en su formación, en tanto posteriormente desarrollaría su carrera en obras de teatro, programas seriados y no seriados de la radio. A finales de los años sesenta comienza a hacer televisión en Tele Rebelde, hasta 1970 cuando regresa a La Habana.

A pesar de su fogueo inicial en otros medios, fue la televisión quien lo proveyó de imperecedera popularidad y permanente prestigio por sus actuaciones, en papeles grandes y pequeños, pero siempre portadores de una sorprendente espontaneidad y expresividad. Desde mediados de los años setenta se situó entre los mejores actores de la televisión cubana, gracias a seriados de aventuras en los cuales interpretaba papeles cada vez más importantes, como El Cacique Arimao, Los comandos del silencio, La guerrilla del altiplano, De cara a todos los huracanes o La retaguardia del enemigo, que lo transformaron en un actor muy conocido y respetado, al lado de Salvador Wood, Miguel Navarro o Manuel Porto, por solo mencionar unos pocos de su generación.

En las siguientes décadas dejó de ser un actor conocido para transformarse en mito, en símbolo de lo mejor del histrionismo en los medios cubanos, porque Molina refundó la capacidad de los papeles secundarios para absorber la atención del espectador.

Contribuyó a forjar esta dimensión icónica su actuación en el dramatizado El carrillón del Kremlin (1977), en el cual construyó minuciosamente la imagen del líder de la Revolución bolchevique, y luego arribó una de sus grandes frustraciones: interpretar al José Martí adulto en una serie que se preparaba y que terminó por cancelarse. Molina se transformó en paradigma para sus compañeros de oficio cuando fue capaz de bajar 42 libras y someterse a varias intervenciones quirúrgicas, y varios otros sacrificios, con tal de interpretar al Apóstol.

En lugar de quedarse rumiando la frustración, Molina siguió adelante, y en los años ochenta y noventa recuperó su estatus de “monstruo” en varios de los mejores seriados de nuestra televisión en esa época, como El tiempo joven no muere (Juan Vilar, 1980), con Miriam Mier, Cristina Obin y Salvador Wood, además del debut en televisión de Beatriz Valdés, Luis Alberto García y Omar Alí, entre otros; La gran rebelión (Jorge Fuentes, 1981), Algo más que soñar (Eduardo Moya, 1985), Hermanos (Eduardo Macías, 1988), Su propia guerra: El Tavo (Abel Ponce, 1991) y Memorias de un abuelo o Descamisado (1999), en los cuales se encargaba, ineludiblemente, de mostrar, junto con algunos de los protagonistas, el rostro humano de la épica, las motivaciones sicológicas de seres humanos inmersos en contiendas personales eideológicas.

En el ínterin, también se las ingenió para romper con los cánones habituales de la telenovela y presentar un personaje fuera de serie, que atrapó definitivamente el cariño de los televidentes cubanos: Silvestre Cañizo, en Tierra brava (1997).

El cine se fijó en Enrique Molina mediante dos obras de Manuel Pérez (El hombre de Maisinicú, de 1973, y diez años después, La segunda hora de Esteban Zayas) mediadas por sus muchas veces breves pero siempre atrayentes participaciones en Polvo rojo (Jesús Díaz, 1981), En tres y dos (Rolando Díaz, 1985) y Una novia para David (Orlando Rojas, 1986). Poco después llegan la también épica Caravana (Rogelio París, 1990) y Hello Hemingway (Fernando Pérez, 1990) en los papeles de un guardia batistiano inconforme con los abusos que presencia en los cuarteles, y abrumado por la obligación de mantener a una familia numerosa, respectivamente.

A estas alturas de los años ochenta y noventa, Molina ya se había convertido en actor fetiche de Daniel Díaz Torres, desde su personaje en Jíbaro (1985), hasta el cura delirante y apocalíptico de Alicia en el pueblo de Maravillas (1990), luego el policía retirado, esquemático, un poco pasado de moda y de fondo bondadoso en Hacerse el sueco (1991), que es otra de sus actuaciones extraordinarias, pasando por el quisquilloso padre de Lisanka (2009) y sin olvidar su participación de contrafigura, un tanto antagonista, del joven Vladimir Cruz en Kleines Tropicana (1997).

En los años noventa también debe ser mencionado su desempeño en Derecho de asilo (Octavio Cortázar, 1994), que le ganó el premio Caracol de actuación secundaria. Posteriormente se vinculó con frecuencia a los filmes de Gerardo Chijona, como Un paraíso bajo las estrellas (1999), Esther en alguna parte (2013), La cosa humana (2016) y Los buenos demonios (2018), haciendo gala de una organicidad que se había transformado en su marca distintiva. Además, se recuerda la sólida caracterización, también episódica, de un funcionario que opta por vivir bien sus últimos años en Páginas del diario de Mauricio (2005), de Manuel Pérez.

Y si algunos lectores juzgan abrumadora la enumeración de películas y obras audiovisuales con la presencia siempre aportadora de Enrique Molina, les cuento que todavía se quedan en el tintero otras participaciones memorables en coproducciones como 90 millas (Francisco Rodríguez Gordillo, 2005) junto con Daisy Granados, Claudia Rojas y Alexis Valdés, sobre una familia cubana que decide abandonar la isla de forma ilegal en una pequeña embarcación de fabricación casera. Y repite, con nuevos matices, el papel de policía superior, opuesto a renovaciones y alternativas en el filme Vientos de La Habana (2016) y en la posterior serie Cuatro estaciones en La Habana (2017), ambas obras inspiradas en las novelas de Leonardo Padura.

A lo largo de los últimos tiempos, Molina elevó a un estado de perfección tautológico la interpretación del padre de familia cubano, responsable de su prole y regañón, exigente y susceptible, mandamás y sencillo, frustrado por las circunstancias pero decidido a no dejarse pisotear, en Video de familia (Humberto Padrón, 2001), Mañana (Alejandro Moya, 2006), El cuerno de la abundancia (Juan Carlos Tabío, 2008) y Contigo pan y cebolla (Juan Carlos Cremata, 2014), que contienen algunos de los mejores desempeños en toda la historia del audiovisual cubano en tanto supieron escapar del encasillamiento, que también asediaba a Enrique Molina. Él supo lidiar con ese y otros muchos obstáculos y transformarse en un intérprete enorme, cuya memoria nos acompañó a lo largo de la niñez, la adolescencia, la juventud y la madurez, como alguien de mi familia.

Tomado de: Cubacine

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Kihachiro Kawamoto: Recorte y sueño

Kihachiro Kawamoto, cineasta japonés

Por Héctor Oyarzún

En la edición anterior, comenzamos a revisar el trabajo de Kihachiro Kawamoto, reconocido como el máximo exponente del stop motion japonés. Kawamoto se hizo famoso por el nivel de detalle de sus marionetas y por su forma particular de adaptar cuentos del folclor con muñecos en movimiento, incluyendo guiños a la tradición de los dibujos en pergaminos horizontales y al teatro de marionetas. El grueso de la obra de Kawamoto, con todas las variantes técnicas que fue utilizando, generalmente se concentró en este tipo de narración y técnica de manera casi ininterrumpida. El libro de los muertos (2005), su último trabajo antes de fallecer, es muestra de un estilo que nunca dejó de perfeccionar en cuanto a detalle técnico.

Por esta razón, no es extraño que la pequeña parte de su obra que se aleja de este estilo sea una de las menos comentadas. A pesar de esto, el interés por otros tipos de animación aparece tempranamente en su filmografía. Anthropo-Cynical Farce (1970), su segundo cortometraje, tiene pocas relaciones con el estilo más reconocido de Kawamoto: está en blanco y negro, utiliza tanto animación cutout como stop motion y el concepto de la película no tiene conexiones con la tradición o el folclor japonés. El único elemento que podría asociarse a su estilo es la forma en que combina muñecos tridimensionales con fondos 2D. Aun así, esta mezcla no se parece en nada a la imitación de los pergaminos pintados que utilizó en cortometrajes como Dojoji Temple (1976).

En esta edición revisaremos dos cortometrajes «intermedios», realizados entre El demonio (1972) y Dojoji Temple, posiblemente sus dos mejores trabajos en su estilo clásico de marionetas. En ambos casos se trata de animación de recortes (cutout) y de formas que se alejan de su estilo visual característico, «desvíos» que no volvería a cometer después de estos dos experimentos. Por un lado, un Kawamoto surrealista, y por el otro, un alegato político inspirado en mundos literarios no ligados al pasado japonés.

Fotograma El viaje (1973)

Al inspirarse casi siempre en los relatos y estilos del folclor japonés, la mayoría de las lecturas sobre el trabajo de Kawamoto tienden a ignorar su influencia occidental, a pesar de que su entrenamiento formal haya sido junto a Jiri Trnka, el mayor exponente checo de la animación con marionetas. Sin embargo, más allá de su formación, Kawamoto siempre mantuvo interés y relación con los diferentes estilos y animadores del mundo, lo que se patentó en su largometraje colaborativo Winter Days (2003), donde invitó directores tan diversos como Yuri Norshtein, Raoul Servais, Bretislav Pojar o Jacques Drouin. En El viaje, su primera incursión en un cortometraje totalmente cutout (si no contamos la introducción y epílogos live action), este encuentro lejano con otros estilos artísticos se convierte en el centro del relato.

Comenzando directamente con una mujer japonesa preparándose para viajar, la animación de recortes empieza desde el momento en que el avión aterriza en una ciudad occidental indeterminada. La particularidad, y esto dará forma al estilo visual del corto, es que la llegada no solo implica el paso a la animación, sino también un enrarecimiento de todo. El viaje es el trabajo más sicodélico de Kawamoto, una especie de recorrido por diferentes espacios surrealistas que incluyen algunos guiños particulares a trabajos de Dalí y Magritte. Como en Cuadros de una exposición (1966) de Osamu Tezuka o El sujeto del cuadro (1989) de Georges Schwizgebel, el estilo se asemeja al paseo por un museo, donde cada nuevo plano es una nueva oportunidad para que el personaje recorra el cuadro.

Esta idea de paseo se apoya también en el ritmo y la forma en la que los personajes de Kawamoto se mueven. Como en los trabajos contemporáneos de René Laloux (El planeta salvaje fue estrenada el mismo año), la dificultad que implican los recortes para conseguir un movimiento fluido es utilizada para dar una cadencia reposada a cada situación, dando espacio para recorrer cada nueva escena/cuadro con la mirada. Además, estos recorridos se vuelven más pesados a medida que las imágenes asociadas a un imaginario de guerra aparecen, una referencia de Kawamoto a la invasión soviética a Checoslovaquia, país que lo había adoptado durante su entrenamiento animado.

Fotograma La vida de un poeta (1974)

Todavía más curiosa que su incursión surrealista, la siguiente animación de Kawamoto puede entenderse como una lectura de la vinculación entre la práctica artística y el descontento político. En general, la obra de Kawamoto podría estar dentro del reclamo que hacía Nagisa Oshima hacia el cine japonés a finales de los 60: una obsesión con el pasado que no acudía a los problemas del presente, especialmente tratándose del álgido momento político en el país durante la época. La vida de un poeta podría ser una excepción; un cortometraje que inicia con la injusticia de los despidos, y donde el mayor antagonista es el jefe y sus planes de inversión extranjera.

Este cambio de foco contiene elementos autobiográficos. Después de varios problemas internos con los trabajadores y sindicatos, el famoso estudio Toho puso a Watanabe Tetzuso de director para confrontar la situación en los cuarenta. Sin grandes conocimientos sobre cine, pero con un marcado anticomunismo, Watanabe se encargó de ahogar las huelgas con políticas agresivas y opresivas. En 1948, después de un operativo policial contra la toma que los trabajadores sostenían en Toho, Watanabe despidió masivamente a decenas de trabajadores, incluyendo una buena parte de la oficina de animación. Dentro del equipo despedido se encontraba un joven Kawomoto, quien había iniciado sus primeros trabajos en el departamento de Arte.

Esto podría explicar la escena inicial de La vida de un poeta: un trabajador entrega una carta a su patrón para solicitar un aumento salarial después de una serie de despidos masivos. A pesar de la reducción del cuerpo de trabajo, la fábrica sigue pidiendo los mismos resultados y carga laboral a sus obreros. Esta situación es también un ataque al espíritu del protagonista, quien empieza a tener una serie de alucinaciones después de la fatiga de la situación laboral. Este momento más extraño, que incluye después una oleada de nieve provocada por la muerte de los sueños y deseos de la clase obrera, desemboca en la búsqueda poética del protagonista, quien entiende el empobrecimiento y el desgano general como una vía para la expresión artística.

Inspirado en un relato de Kobo Abe (quien había sido adaptado hace poco de manera exitosa en tres películas de Hiroshi Teshigahara), se trata del corto más político de Kawamoto, así como de su reflexión más directa sobre la práctica artística. Renunciando al color para reflejar el descontento obrero, también se trata de un cortometraje de cadencia pesada, utilizando movimientos escasos y fundidos en algunas escenas. Es también, aunque en un estilo totalmente diferente, otro trabajo profundo de Kawamoto sobre el paisaje, uno de los aspectos principales de su trabajo con marionetas.

Tomado de: El Agente. Críticas de cine

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Amor a la ciudad

Eusebio Leal Spengler, Historiador de La Habana

Por Graziella Pogolotti

Numerosos factores intervienen en el descubrimiento y consolidación de la identidad nacional. Patria es «tierra de los padres», «terruño», «hogar». La familia transmite, en primer lugar, la memoria de historias de vida, los hábitos en el comer, un conjunto de valores básicos, así como los modos y vías de relacionarse con el resto de la sociedad.

Acudimos a la escuela desde la primera infancia. Es el ámbito de vínculos intergeneracionales más complejos, de crecimiento, de un aprendizaje que se produce por la acción combinada de vías informales y formales. De aquellos años de iniciación, recuerdo en particular las clases de lenguaje, siembra originaria del hábito de lectura. A través de textos breves entré en contacto con muestras significativas de una tradición literaria. Descubrí en esas páginas la Oda al Niágara, de José María Heredia, y los conmovedores versos de Al partir, de Gertrudis Gómez de Avellaneda.

A esa edad temprana debió memorizar Camilo Cienfuegos las estrofas dedicadas a la bandera por Bonifacio Byrne, evocadas en su último discurso al pueblo de Cuba. En ciclos sucesivos, ajustados a las características del desarrollo de la personalidad, me asomaba también a la historia de la nación, primero con énfasis en el perfil de los héroes, y más tarde como complejo proceso de construcción, no exento de conflictividad.

El barrio propicia la proximidad a un entramado social más complejo y favorece el reconocimiento y la identificación con el universo edificado más inmediato. Crecí en una Habana Vieja animada por las voces de pregoneros interpelando a las caseritas por el «pican, no pican» del tamalero al atardecer, por el penetrante aroma de las mariposas a la caída de la noche y la música del bolero en la vitrola del Café Cabañas.  Al andar por la Loma del Ángel podía evocar la sombra de una niña llamada Cecilia Valdés, inconsciente todavía del trágico destino que la aguardaba. Desde la distancia observaba con asombro el Arco de Belén, tendido como un puente a través de la calle. El clima tórrido había hecho una ciudad de puertas y ventanas abiertas, incitante al intercambio familiar entre vecinos.

La ciudad es también una realidad humana viviente, inscrita en una arquitectura con fuerte sello identitario. Desde esa perspectiva se entiende mejor el sentido profundo de la múltiple ejecutoria de Eusebio Leal. Él reivindicó los valores de un patrimonio nacional subestimado por los mercaderes del suelo durante la República neocolonial, como lo demuestran, entre otras muchas cosas, la destrucción de la casa fundadora de la Universidad de San Jerónimo para construir en su lugar, en nombre de una engañosa modernidad, una edificación destinada a convertirse en terminal de helicópteros. Centró su trabajo restaurador en el centro histórico, sin dejar de percibir los valores patrimoniales existentes más allá de esos límites. La ciudad colonial había sufrido agresiones de toda índole. Las construcciones fueron utilizadas como almacenes de las mercancías que entraban al país por los muelles, se convirtieron en oficinas o en viviendas superpobladas —nuestros solares habaneros—, refugio para los pobres y los marginados.

Eusebio comprendió que toda urbe es un cuerpo viviente. Su realidad compleja, de naturaleza cultural, fuente de descubrimiento y revelación identitaria, es la resultante del permanente intercambio entre el universo edificado y quienes lo habitan o modulan. Por ese motivo, en su empresa de rescate patrimonial, se situó en las antípodas de aquellos que convierten el legado urbano del ayer en museo arqueológico para el disfrute de visitantes y turistas.  Atendió simultáneamente los desafíos del salvamento de la arquitectura heredada y las lacerantes heridas del pasado en el plano social. Devolvió a la Plaza Vieja su original imagen urbana y procuró vivienda digna a sus pobladores. Ofreció refugio y protección a los más desamparados y vulnerables.

Su acción fundadora se orientó, asimismo, a calar en lo profundo de la subjetividad humana. Con su Andar La Habana desarrolló una prédica constante. Para hacer de la voluntad restauradora siembra y garantía de futuridad había que establecer un nexo armónico entre los pobladores y su entorno tangible, era indispensable fomentar el amor por la ciudad, despertar en cada uno el siempre renovado descubrimiento de sus valores y su singularidad.

El universo edificado es, ante todo, obra humana, testimonio del laboreo colectivo a través de los tiempos. Leer la ciudad —así nos enseñó Eusebio—, conduce a comprender las esencias de nuestra narrativa histórica. En ella reconocemos las claves del complejo devenir constitutivo de la nación.  Mosaico de barrios, La Habana preserva un legado patrimonial que trasciende los límites de la ciudad colonial.  Reconocerlo y salvaguardarlo habrá de ser obra de todos.  Establecer la relación armónica entre la persona y su entorno fortalece la plenitud espiritual del buen vivir y contribuye al mejoramiento humano. Para lograrlo con la mayor eficacia, la palabra y la obra de Eusebio Leal mantienen vigencia aleccionadora.

Tomado de: Juventud Rebelde

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Linchadores de artistas, el coro desafinado

Silvio Rodríguez, trovador cubano

Por Oni Acosta Llerena @OniAcostaLleren

Hace pocos días que circulan por las redes sociales llamados a boicotear conciertos del cantautor Silvio Rodríguez en España. Incluso ya hasta han publicado en iguales plataformas digitales el póster del concierto en Madrid, pero con chapucera manipulación gráfica donde se anuncia «cancelado», creando confusiones y anarquía visual desde que nos asomamos a dicho cartel promocional.

Pero más allá del derecho que tienen unos a expresarse en los canales que les sean de más agrado, el hecho del linchamiento mediático y artístico vuelve a ser comidilla en los predios del mercado del mal.

Si renunciáramos a los extremos antagónicos de esta ecuación social que significa Cuba para muchos de nosotros, notaríamos que el peso del arte como vehículo de división política es un objetivo muy bien definido, y nada casual.

No exagero cuando afirmo que eso ha sido constante asidero de un manual ya concebido y utilizado, donde el uso tendencioso de íconos de la cultura son elementos prioritarios en llamados a desestabilizar y generar estados de incertidumbre y angustia. Ejemplos hay (el cantante boricua Andy Montañez o el actor español Willy Toledo, entre muchos otros), y las campañas de chantaje y terror han hecho fuerte puja por extinguir voces amigas que han tenido el coraje de hablar positivamente de nuestro sistema de Salud, deportivo o de educación.

Pero esa red de miedos y rencores ha sido inclusiva y no solo ha cerrado contratos o extorsionado a artistas de otros países, sino que ha ido enfilando su mirada hacia lo interno del universo musical cubano, llegando a límites que rozan el absurdo: cada músico cubano que intente ponderar algún matiz positivo de nuestra sociedad o del Gobierno, será cazado hasta la eternidad.

Pero, ¿por qué hoy enfilan los cañones nuevamente contra uno de nuestros más plurales artistas? ¿Qué les duele más de Silvio, su obra cabal o que viva en Cuba?

En su elucubración fabulosa, solo aceptarían a un artista ventrílocuo que pensara, cantara y hablara por una nefasta legitimización de la Cuba que desean. Y el discurso de Silvio no les vale, a pesar de su criticidad artística y humana, y su propia visión del proceso revolucionario cubano. Subvaloran de facto su posición en la historia musical continental y mundial, y acuden al escarnio público o digital, ya que solo serán beneficiados o perdonados quienes vociferen y pidan intervenciones humanitarias y militares, quienes aún en detrimento del idioma español no logren hilvanar una oración coherente o vivan bajo los efectos nocivos de sustancias tóxicas. No importan su obra o talento, ni ser símbolos de una lucha emancipadora y real: solamente vale el decir lo que unos pocos dictan, cual emperador romano, decidiendo quién vive o no.

Coartar el derecho de nuestros artistas a la libre expresión desde la verdadera pluralidad y verdad es un arponazo a la vida, disfrazado de motivaciones genuinas. Visibilizar y tratar de brindar coherencia a quienes de manera lúdica repiten las desgastadas frases de siempre en detrimento del vínculo genuino del arte es circo barato. En esa línea han silenciado criterios del propio Silvio, de Roger Waters, de Danny Glover, de cientos de intelectuales firmantes de una carta que pide el fin del bloqueo, publicada en The New York Times y dirigida al presidente Biden. Solo les importa una mínima, inapropiada, sesgada y mediocre versión de Cuba. Y eso en la música se llama estar desafinado.

Tomado de: Granma

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