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A 150 años del fusilamiento de los 8 estudiantes de Medicina

Fotograma del filme cubano Inocencia (Alejandro Gil, 2018) que aborda este dramático pasaje

Por Jorge Wejebe Cobo @wejebecobo

En la tarde habanera del 27 de noviembre de 1871, voluntarios españoles se agolpaban en La Habana, a la entrada del canal de la Bahía, para contemplar el fusilamiento de ocho jóvenes cubanos estudiantes de Medicina, ejecutados por un presunto delito.

Nada parecía augurar la tragedia tres días antes, el 24 de noviembre, entre los alumnos del primer curso de Medicina que esperaban una clase en el Anfiteatro Anatómico próximo al cementerio de Espada. Al demorarse el profesor, algunos deambularon por la zona y otros entraron en el cementerio, pasearon por su interior, montaron en un carro utilizado para trasladar cadáveres y uno de ellos, de 16 años, llamado Alonso Álvarez de la Campa, tomó una flor que estaba delante de las oficinas del campo santo.

Esos insignificantes acontecimientos fueron suficientes para que un vigilante o jardinero del lugar, molesto por la afectación de sus siembras, hiciera una falsa acusación al gobernador político Dionisio López Roberts, por la conjeturada profanación de la tumba del periodista Gonzalo Castañón, acérrimo integrista y recientemente muerto en un encuentro a tiros con un patriota en EE.UU.

Tamaña mentira provocó el brutal sentimiento anticubano de los sectores integristas habaneros más reaccionarios, representados en las fuerzas de voluntarios que solo necesitaban el menor pretexto para imponer el terror y la muerte en la capital, como venganza por las victorias del Ejército Libertador en los territorios orientales y centrales del país, a pesar de la ofensiva colonial.

En consecuencia, fueron detenidos 45 implicados, juzgados en las primeras horas del 27 y solo fueron condenados a benignas penas, lo que produjo prácticamente un alzamiento del cuerpo de voluntarios de la ciudad que se agruparon frente al Palacio de los Capitanes Generales y exigieron que corriera la sangre de los jóvenes, lo cual conllevó a un segundo Consejo de Guerra el propio día 27.

El Consejo estableció la cifra de ocho jóvenes a ejecutar: Alonso Álvarez de la Campa y Gamba, 16 años; Anacleto Bermúdez y Piñera, 20 años; José de Marcos y Medina, 20 años; Ángel Laborde y Perera, 17 años; y Juan Pascual Rodríguez y Pérez, 21 años.

Para mancha eterna de la justicia colonial española, los tres restantes condenados a la pena de muerte se escogieron al azar entre el resto de los presos, Carlos de la Torre y Madrigal, 20 años; Eladio González y Toledo, 20 años; y Carlos Verdugo y Martínez, 17 años, quien el día de los hechos se encontraba en su hogar en Matanzas, y otros fueron condenados a penas de cárcel.

A pesar de los 150 años transcurridos todavía impresiona el ensañamiento que el colonialismo español demostró en el crimen contra los ocho estudiantes, que eran inocentes a los cargos que se les imputaron como el de supuesta profanación que no conllevaba la pena capital, como demostró en la propia década de 1880, Fermín Valdés Domínguez sobreviviente de estos hechos que obtuvo el reconocimiento del hijo de Gonzalo Castañón de que la tumba de su padre nunca fue profanada.

José Martí, quien se enfrentó a esos mismos bárbaros que lo enviaron al presidio político por sus convicciones patrióticas, ese mismo año de 1871 salió de La Habana hacia España, como deportado cerca de cumplir 18 años y al conocer del horrendo crimen escribió su poema ¨A mis hermanos muertos el 27 de noviembre de 1871 ¨ en el que en una de sus estrofas proclama el fracaso de la tiranía contra la inmortalidad de sus víctimas.

¡Déspota, mira aquí cómo tu ciego,

anhelo ansioso contra ti conspira:

mira tu afán y tu impotencia, y luego

ese cadáver que venciste mira,

que murió con un himno en la garganta,

que entre tus brazos mutilado expira

y en brazos de la gloria se levanta!

Tomado de: Agencia Cubana de Noticias

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Máximo Gómez, dominicano de nacimiento, y cubano de corazón

Máximo Gómez Báez (Baní, República Dominicana, 18 de noviembre de 1836 – La Habana, Cuba, 17 de junio de 1905) fue general en la Guerra de los Diez Años y el General en Jefe de las tropas revolucionarias cubanas en la Guerra del 95.

Por Jorge Wejebe Cobo @wejebecobo

Máximo Gómez se calificaba a sí mismo como “dominicano de nacimiento, y cubano de corazón”, palabras que fueron ratificadas durante más de la mitad de su vida dedicada a la causa independentista en la Isla, desde que arribó junto a su familia en 1865. Cuando no llegaba a los 30 años y como oficial de la reserva militar española, tuvo que exiliarse, al ser derrotada su causa en la convulsa situación de su país.

Tenía experiencia militar por haber combatido junto a las milicias dominicanas contra las incursiones haitianas y en las propias contiendas civiles, en las que participó activamente.

El futuro Generalísimo del Ejército Libertador Cubano nació en el poblado rural de Baní, Santo Domingo, el 18 de noviembre de 1836, hace 185 años, y en su hogar le dieron una formación basada en la honorabilidad, la severidad y el virtuosismo, cualidades que serían el derrotero de su vida.

Tras llegar a Cuba se estableció con su familia en la finca El Dátil, cerca de Bayamo. En 1866 fue dado de baja del ejército español y al parecer su vida estaba predestinada a transcurrir en su proyecto de mejorar la situación económica de los suyos, incrementando la explotación de sus fértiles tierras, pero su gran sensibilidad ante la injusticia y la inhumana esclavitud lo llevaron a involucrarse en el movimiento independentista y fue de los primeros en seguir a Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868.

El joven dominicano se destacó dentro de las inexpertas tropas mambisas, al utilizar tácticas de combate diferentes a las tradicionales aplicadas por el ejército peninsular que también conocía, al concebir las acciones guerrilleras de emboscadas, de rehuir los enfrentamientos en grandes batallas en las cuales los colonialistas podrían desplegar su superioridad de fuerzas con la utilización de la caballería y artillería a sus anchas.

La gran lección sería el 26 de octubre de 1868, en que Gómez con unos 40 infantes armados en su mayoría solo con machetes se escondieron entre la tupida vegetación a ambos lados de la Tienda del Pino de Baire, aproximadamente a un kilómetro por el camino vecinal al oeste del poblado, y a su orden se lanzaron contra una columna hispana de más de 500 hombres y le hicieron más de 200 bajas en la que sería la primera carga al machete.

Ese fue solo el comienzo de la extraordinaria trayectoria militar de quien sería considerado por renombrados militares extranjeros como el primer guerrillero de América, y que le valieran fuera ascendido a General por Carlos Manuel de Céspedes.

Después vendría el Pacto del Zanjón y el destierro de 17 años afrontando vicisitudes en la pobreza y enfermedades de su familia, pero sin que dejara de pensar en la independencia de Cuba cuando intentó un nuevo estallido junto a Antonio Maceo.

En esas condiciones le escribió Martí en 1892 para integrarlo a la preparación de la Guerra Necesaria: […] Yo ofrezco a usted sin temor a negativa, este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres” y Gómez le responde: “Desde ahora puede Ud. disponer de mis servicios”.

En la nueva contienda reverdecerá su excepcional talento militar y junto con el Titán de Bronce llevará en la invasión la guerra a todo el país para en batallas memorables derrotar a las más selectas tropas colonialistas.

Pero después de la muerte de Martí y Maceo, fue la única máxima figura de la Revolución y tendría que sufrir la intervención yanqui en la guerra y el establecimiento de la neocolonia en 1902, facilitada por la división y la traición del anexionista y primer presidente cubano Tomas Estrada Palma y su grupo.

Al final de la guerra expresó: “La situación pues, que se le ha creado a este pueblo; de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine tan extraña situación, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía.”

Años después cuando Estrada Palma, antes de culminar su período presidencial en 1906, decidió reelegirse de forma fraudulenta el invicto jefe del Ejército Libertador se opuso decididamente.

En junio de 1905 realizó un viaje acompañado de su familia a Santiago de Cuba, pero sobre todo para continuar con su campaña contra la reelección de Estrada Palma.

Fueron tantas las muestras de afecto y cariño del pueblo hacia él, que al recibir numerosos apretones de mano se le infectó una pequeña herida que se generalizó y le causaría la muerte el 17 de junio de 1905, como consecuencia de su campaña cívica de unidad contra el engendro reeleccionista del anexionista Estrada Palma.

Esa fue su última batalla librada por el amor hacia Cuba que mantuvo inalterable desde aquellos lejanos días de octubre de 1868, aunque esta vez la libraría contra los males de la falsa república que solo culminaría con los cambios definitivos de la alborada revolucionaria del primero de enero de 1959.

Tomado de: Agencia Cubana de Noticias

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La carga al machete, método de lucha mambí

Fotograma del filme cubano La primera carga al machete de Manuel Octavio Gómez

Por Jorge Wejebe Cobo @wejebecobo

Aquellos primeros mambises, liderados por Carlos Manuel de Céspedes, se levantaron en La Demajagua el 10 de octubre de 1868, sin reparar en la desproporción frente a las fuerzas de la metrópoli, que llegó a encuadrar 100 mil soldados contra los cuales se alzaron pertrechados esencialmente con el machete utilizado en labores agrícolas.

El ejército español del siglo XIX tenía entre sus tradiciones guerreras la que les venía de los combatientes que diezmaron a las fuerzas invasoras de Napoleón Bonaparte en España (1808-1814), que incluyó ataques sorpresivos contra las columnas en marcha, utilizando esencialmente armas blancas, como las populares navajas e instrumentos de trabajo de los campesinos que nutrieron las filas de los soldados que libraron la contienda por la independencia en esa época.

Pero 60 años después, las tropas hispanas en su papel colonialista en Cuba enfrentaron tácticas de combate parecidas a las aplicadas durante la invasión napoleónica en la península.

A pocos días del alzamiento, el 26 de octubre de 1868 Máximo Gómez, en aquel entonces un joven dominicano de poco más de 30 y veterano de las guerras civiles en su patria, tomó una osada decisión y llevó a unos 40 combatientes armados en su mayoría solo con machetes a esconderse entre la tupida vegetación a ambos lados de la Tienda del Pino de Baire, aproximadamente a un kilómetro al oeste del poblado de igual nombre, para emboscar a una columna enemiga.

Esa fuerza, de 700 efectivos, estaba dirigida por el coronel Demetrio Quirós Weyler y venía de Santiago de Cuba hacia Bayamo. Cuando su vanguardia entró en la emboscada entonces Gómez salió al camino e inició el asalto al machete contra los espantados jinetes que sufrieron gran cantidad de muertos y los que se salvaron huyeron hacia Baire.

Fue así que por primera vez se utilizó la carga al machete contra el ejército colonialista, que tuvo más de 200 bajas al enfrentarse a ese tipo de ataque contra el cual las normas de combate no contaban con una defensa muy efectiva.

Los mambises no tardaron en asimilar e enriquecer las cargas al machete, enseñadas por Gómez, que se convirtieron en una forma de lucha muy utilizada por los cubanos, quienes generalmente iban a las batallas sin armas de fuego o con escasas municiones, lo cual hacía muy difícil los enfrentamientos tradicionales.

Antonio Maceo y su hermano José, Calixto García y otros futuros jefes militares fueron alumnos aventajados de Gómez. Mientras en el Camagüey, el Mayor Ignacio Agramonte organizó la caballería que hizo legendarias las cargas al machete.

El conocido toque a degüello desde entonces se convirtió en el terror de los contingentes españoles, ante lo cual la formación defensiva de los cuadros erizados de bayonetas resultaban incapaces de frenar el avance de la caballería insurrecta.

La carga al machete fue la base de la táctica de combate de los mambises durante las guerras de independencia y significó un ejemplo de la voluntad de lucha y de la creatividad de los cubanos, los cuales enfrentaron con éxito al ejército hispano que fue enviado a miles de kilómetros de su país a defender una causa muy diferente a su época de gloria cuando hizo historia por liberar a su patria del yugo extranjero.

Tomado de: Agencia Cubana de Noticias

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