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Otra vuelta de tuerca sobre la cultura cubana en los primeros años de Revolución

Por Rafael Acosta de Arriba

A poco de conmemorarse las seis décadas exactas de las tres reuniones efectuadas en la sala teatro de la Biblioteca Nacional José Martí, entre la dirección del gobierno revolucionario y un grupo de artistas y escritores, en junio de 1961, aparece La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1948-1964), de Iván Giroud, director del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, que, para decirlo rápido y sintéticamente, es una valiosa contribución a los avatares de la cultura cubana, específicamente en torno al cine, en los primeros meses de la Revolución.

Una contribución importante, cabría añadir. Mucho se ha escrito sobre aquellas reuniones y sobre el célebre discurso de Fidel Castro conocido como “Palabras a los Intelectuales”, el que, como se sabe, fungió como norma esencial de las políticas culturales en lo adelante. Ahora, Iván nos ofrece un volumen en el que hablan, además de su narrativa, numerosos documentos del acontecer de aquellos años iniciales.

Un prólogo de la Dra Graziella Pogolotti, en el que, con gran poder de síntesis, se establecen las coordenadas principales del libro, abre el volumen. Dice la reconocida intelectual, testigo de aquellos eventos:

“Con perfil propio, el debate cultural se inscribe en el más ancho territorio de la política. En ambos terrenos se plantea la difícil tarea de diseñar un proyecto de sociedad socialista sin maniatarse al trasplante mecánico de otros modelos, sorteando los peligros que dimana del permanente asedio del imperialismo”.

Un párrafo clave, ciertamente, pues muchos quieren desconocer para la posteridad que, cuando esas reuniones se produjeron, hacia solo dos meses se había producido la invasión por Playa Girón, derrotada por el pueblo y sus cuerpos armados, por lo que todos, tanto políticos como intelectuales, entraron al salón de actos de la Biblioteca Nacional con las escenas e imágenes de los fieros combates en sus retinas. Política pura: una agresión militar para derrocar la Revolución. Eso no puede olvidarse nunca a la hora del análisis del campo cultural en 1961.

El libro fue presentado recientemente en la Oficina del Festival, en El Vedado, con una concurrencia acorde a las medidas sanitarias establecidas (en circunstancias normales estoy seguro que el lugar se hubiese desbordado de público). Fue presentado por la escritora Zuleica Romay y el cineasta Manuel Pérez Paredes, Manolito, quienes destacaron los valores del volumen, en particular su aporte testimonial debido a los diversos documentos que contiene como anexos. En particular, Romay expresó en su extensa presentación:

“Empalmado como un collage en que ensayo y testimonio enhebran un solo discurso, este libro posibilita, si nos situamos a la distancia adecuada, apreciar las colisiones y alianzas, las sinergias y divergencias, los amparos y rechazos que favorecieron o entorpecieron el despegue del proyecto revolucionario cubano en su primer sexenio. Subrayo, en primer lugar, los valores metodológicos de la investigación, la que se muestra abarcadora y voluminosa desde referencias y recomendaciones bibliográficas cuya recopilación y ordenamiento cronológico resulta clave para examinar la textura de los debates. Reducir más de mil páginas a apenas cuatrocientas ha requerido una curaduría cuidadosa que satisfaga tanto la mirada panorámica como el examen atento”.

El libro, aunque se remonta a 1948, en su búsqueda de los antecedentes del cine realizado en Cuba y sobre los cuales brinda esenciales pinceladas, quizá con la intención de ofrecer una versión alternativa a la versión impuesta por Alfredo Guevara y otros fundadores del ICAIC de que el cine con valores artísticos comenzó en Cuba a partir de 1959, tesis sumamente discutible (Iván cita, por ejemplo, que el historiador del cine George Sadoul opinaba diferente, ver página 76), tiene su núcleo duro en lo que sucedió entre 1959 y 1964, es decir, en los seis primeros años de Revolución.

En su nota de autor, Iván relata cómo se encontró con la grabación de una reunión en el ICAIC, de julio de 1961, realizada pocos días después de las reuniones de la Biblioteca Nacional, hallazgo que fue el detonante para decidirse a escribir el volumen. Diré, de paso, que en el libro también concurre la vivencialidad de Iván en el cine cubano, pues desde hace más de treinta años, él trabajó en el ICAIC primero y después en el Festival, donde es su director desde hace muchos años (1994 al 2010, primero, y desde 2013 hasta el presente). Es decir, esa vivencialidad aporta lo suyo a la hora de hablar de una cinematografía y una institución que el autor conoce desde muy adentro.

Las fuentes revisadas, los años dedicados por su autor a buscar datos y pergeñar las páginas del libro, de seleccionar los fragmentos de documentos a citar y los documentos completos a anexar al volumen (cinco documentos claves), propiciaron un texto que se lee cómodamente, como una narración sobre hechos que, en su momento, fueron de una gran compulsión y controversia. La última reunión, de la que se ofrecen partes de la grabación hecha, y que consume casi una cuarta parte del texto, evidencia que, a pesar de las reuniones con Fidel y la dirección del gobierno, de los esclarecimientos allí vertidos, los protagonistas de la cultura seguían llenos de prevenciones, dudas y resentimientos, aun cuando el ICAIC conservaba cierta unidad por el liderazgo de Alfredo Guevara, el invaluable apoyo de Fidel y la presencia de varios intelectuales y artistas que encabezaban la creación en la entidad.

Las batallas individuales de Alfredo, que no fueron pocas, a veces con razón, otras sin ella, con adversarios como Guillermo Cabrera Infante, Pablo Armando Fernández, Tomás Gutiérrez Alea Titón, Carlos Franqui y Julio García Espinosa, unos contrarios, otros leales amigos discrepantes, se aprecian en el libro. También, la firme resistencia que se le ofreció al dogmatismo en las estructuras de poder de las instituciones culturales, el ICAIC una de ellas, cuando esa intolerancia quiso imponer el realismo socialista como norma y a los patéticos manuales de marxismo-leninismo soviéticos como fuente para adentrarse en la teoría marxista. La historia en un sobre amarillo es una muy buena radiografía, repito, de aquellos convulsos años.

1961, año que está justo a la mitad del período 1959-1964, fue un año decisivo en los inicios de la Revolución Cubana: para empezar, en el mismo mes de enero, se anunció la ruptura de relaciones diplomáticas por parte del gobierno de los Estados Unidos, la Campaña de Alfabetización a lo largo del año, la nacionalización de la enseñanza privada, la invasión de Playa Girón y la declaración del carácter socialista de la Revolución, la creación de instituciones culturales, el congreso de escritores y artistas, la creación de la UNEAC y revistas culturales, las reuniones de Fidel con los intelectuales en la Biblioteca Nacional, en fin, un conjunto de hechos en lo político y cultural conectados como vasos comunicantes. De alguna manera, las páginas de La historia en un sobre amarillo dan cuenta de un fragmento de aquellos meses extraordinarios y lo hace con fortuna.

Se trata, pues, de una investigación acuciosa (el cuerpo de notas es de una utilidad enorme para el estudioso) y de una lectura que mucho se disfruta y agradece, sobre todo cuando uno se ha iniciado en el seguimiento de los hechos ahí referidos, como es el caso del que redacta estas líneas. En sus páginas se reviven aquellos momentos de tensión y encono en que los grupos enfrentados dentro del campo cultural maniobraron de la manera que les fue posible, en aras de imponerse en una pugna cuyo destino fue marcado y decidido en las reuniones de junio de 1961.

Hay un párrafo de Alfredo Guevara en la mencionada reunión de inicios de julio, en el ICAIC, que merece la pena citar. Dice Alfredo: “… en medio de una lucha, en medio de un momento en el cual dentro del 26 de Julio había un combate, en el frente intelectual otro combate, y en todas partes había un combate que era el producto de la incoherencia general del Movimiento 26 de Julio y de la presencia en él de fuerzas contradictorias que algunas de las cuales trataban de frenar a la Revolución” (página 237). Hoy, resulta difícil para el no entendido y el que no vivió aquellos años, comprender un panorama tan complejo y cambiante, pero realmente fue peor que como lo describen los libros. Agréguese a esto, en ese turbulento 1961, los sabotajes (la tienda El Encanto, cien bombas en un día del mes de enero, conspiraciones de atentados, etc), y otros actos contrarrevolucionarios, que hacían sentir a la población que se libraba una guerra no declarada, pero cierta.

Con un diseño muy efectivo, debido al talentoso RAUPA, una edición certera del experimentado Camilo Pérez Casal y la maquetación de LISELOY, este bello objeto libro es un producto conjunto de Ediciones del Nuevo Cine Latinoamericano y Ediciones ICAIC, dos sellos que nos tienen acostumbrados a excelentes títulos. Otros volúmenes han abordado aquellos hechos y otros, seguramente, lo harán en un futuro, en la medida que aparezcan nuevos documentos o que los investigadores viertan nuevas luces sobre los mismos. Esa luz sobre el pasado se necesita y agradece mucho. Iván logra que los años iniciales de la Revolución en el terreno de la cultura se reproduzcan nuevamente ante nuestros ojos y nos permite releerlos una vez más, ahora con la distancia del tiempo a nuestro favor.

Tomado de: Cubarte

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Alfredo Guevara

Alfredo Guevara. Presidente fundador del ICAIC (La Habana, 1928-2013)

Por Ignacio Ramonet

Llevaba años leyéndole en la revista «Cine Cubano». Sus editoriales, sus textos teóricos, eran lo mejor que se escribía sobre cine en toda América Latina. Yo era entonces un cinéfilo de los de antes, rata de cinemateca, empollón de filmografías, gerifalte de cine club y fantasma de salas oscuras. Alfredo ya era un mito. Un príncipe del Renacimiento. De la nada o casi, ensamblando ingenios de muy diversas disciplinas y revelando talentos desatendidos, había hecho renacer toda la arquitectura de una flamante cinematografía insolente, creativa y singular. En sus primeros años, en sus primeras obras, el cine cubano poseía la impertinente frescura de la propia revolución. No me refiero sólo a las obras de ficción, muy escasas entonces. Sino a lo que abundaba, los documentales, los reportajes, los noticieros. Ellos constituían el mejor espejo, el mejor reflejo de la principal creación cultural producida por la revolución, o sea: los discursos de Fidel.

Nadie sabía eso mejor que Alfredo. Si el cine pertenecía a la cultura de masas, y si, en ese sentido, era una herramienta susceptible de influenciar y de transformar las mentalidades, los cineastas debían inspirarse de aquello que, en la Nueva Cuba, estaba transfigurando el país, o sea, repito, los discursos de Fidel.

Fidelista de la primera hora, de antes mismo de que el propio Fidel tuviera conciencia de su singularidad política, Alfredo admiró siempre en él su total desparpajo para cambiar las cosas. Su ética. Su elegancia. Su cultura. Su genialidad creativa en la manera de hacer política. Su increíble rapidez en entender un problema, hallar una solución, aplicarla y sacar la teoría del asunto. Todo ello a la velocidad de un latigazo.

De eso hablamos cuando me lo encontré por primera vez en París en el otoño de 1972. En casa de una amiga común, Anne, escritora y reciente viuda del actor más popular de Francia, Gérard Philipe. Por casualidades de la vida, teníamos otras amistades compartidas. Especialmente tres: Alejo Carpentier y su centelleante esposa Lilia. Y Saúl Yelín, director de relaciones internacionales del ICAIC, que yo había conocido muy bien en Rabat, en la residencia del primer embajador de Cuba en Marruecos, el inolvidable Enrique Rodríguez-Loeches.

Ahí empezó una amistad fraterna e intelectual que iba a durar más de cincuenta años… Le debo enormemente. Alfredo tenía idéntica edad que Fidel y veinte años más que yo. No pertenecíamos a la misma generación. Pero nos unían dos temas polémicos, centrales en nuestras vidas: el cine y la revolución cubana.

La victoria revolucionaria de 1959 significó, a escala internacional, una conmoción política de la que no se tiene idea hoy. En el seno de la hornada de jovencísimos líderes que llegaban entonces al poder, Alfredo, marxista del 26 de Julio, poseía la particularidad de ser quizás el único intelectual, a ese nivel, venido del mundo del arte. A veces se olvida que estuvo entre el reducidísimo grupo de dirigentes que, cinco meses después de la victoria, en torno a Fidel y al Che, redactó la ley de la Reforma Agraria. Unos meses más tarde, a la cabeza del recién creado ICAIC, lideró la complejísima batalla por la conquista de la hegemonía cultural dentro de la revolución. Contra, por un lado, el viejo partido comunista y, por el otro, los novísimos de Lunes. En sus determinantes Palabras a los intelectuales, Fidel zanja el debate y le entrega de hecho el bastón de mando al ICAIC, o sea, a Alfredo cuyo magisterio a partir de entonces será lo más cercano al de un ministerio de Cultura (que se creará casi veinte años después…)

En nuestras conversaciones, recordaba a menudo estos dos eventos fundadores: las reuniones en la casita del Che en Tarará para redactar la ley agraria, con las irrupciones nocturnas de Fidel; y el frente cultural con la derrota de jdanovistas y esteticistas.

Era muy radical. Incluso intransigente. Patriota cubano absoluto. Fidelista (y raúlista) integral. Muy crítico con todo. Insatisfecho permanente de cómo iban las cosas en Cuba… Pero no aceptaba de ningún modo que se abundara en ese sentido. Ni sus mejores amigos. Como si el único que pudiese enjuiciar el tema fuese él. Por estar -por definición- totalmente libre de toda sospecha.

Varias veces lo vi dudar. Me contó su íntima incomodidad cuando los tanques del Pacto de Varsovia entraron en Praga en agosto de 1968, y cuando Fidel lo aprobó… Y sus recelos cuando, poco después, la Unión Soviética recabó una influencia en Cuba que nunca antes había tenido… Jamás le conocí una real simpatía por los soviéticos. Era excesivamente esteta. Los hallaba patanes, burdos, vulgares, toscos, pesados… Le horrorizaba la idea de que esa inelegancia y ausencia de finura contagiaran a Cuba, la enlodaran. Soñaba con un socialismo culto, refinado. La cultura era su unidad de medida. Quien careciera de ella quedaba excluido del círculo de sus relaciones.

Cuando se instaló en París, en 1983, como embajador cerca de la Unesco, nos vimos mucho más a menudo. La atmósfera, me contó, se había vuelto muy complicada para él en La Habana. Sus enemigos lo cercaban. Para preservarlo, Fidel lo había exfiltrado a la capital francesa. Y estaba feliz. Era muy amigo de Danielle Mitterrand, y el esposo de ésta, François, era presidente socialista de Francia desde hacía dos años; gobernaba en alianza con los comunistas.

Cuando Alfredo llegó, el debate sobre qué tipo de socialismo, desgarraba a la izquierda francesa. La política de nacionalizaciones masivas impulsada por Mitterrand no estaba dando resultado, y la popularidad de su gobierno se había hundido. El presidente cambió totalmente de rumbo en 1983, rompió con los comunistas y adoptó, como Felipe González en España, una vía neoliberal. Los debates estaban al rojo vivo. Con Alfredo y otros intelectuales franceses debatíamos hasta altas horas de la madrugada en su gran apartamento de la Avenue Bosquet.

Yo era redactor jefe de Le Monde diplomatique. Alfredo venía a mi oficina a conversar con otro de sus grandes amigos, mi compañero de redacción y cómplice de mil batallas, Bernard Cassen. En aquel momento, yo estaba regresando de Polonia. Allí había ocurrido algo inaudito, estando yo presente, en agosto de 1980. Por primera vez una huelga general de obreros dirigida por el sindicato Solidarnosc había puesto contra las cuerdas a un gobierno comunista (en principio constituido por ‘representantes de la clase obrera’) que se había visto obligado a reconocer la existencia de sindicatos independientes…

Era un choque tremendo. Yo había sido uno de los primeros periodistas que había entrevistado al líder de aquel movimiento, Lech Walesa, en Gdansk. Un año después, en diciembre de 1981, el general Wojciech Jaruzelski, establecía el estado de sitio…  ¿En qué se había convertido el socialismo en Polonia? ¿Qué podía ser un socialismo piloteado por los militares contra los obreros?

En China, desde agosto de 1980, habían despegado las reformas económicas impulsadas por Deng Tsiao Ping, desde la cúspide del partido comunista, en favor del crecimiento económico, que dinamitaban el dogma burocrático de la «planificación centralizada»…

Eran controversias teóricas que debatíamos con Alfredo en París a la luz de lo que estaba ocurriendo en Francia y en España con los propios gobiernos socialistas de François Mitterrand y Felipe González. Y me imagino que él debía estar pensando en cómo se repercutirían estos debates en el muy diferente contexto de Cuba y América Latina…

En esto, para complicarlo todo un poco más, llegó Gorbatchev con sus teorías de la «glasnost» y de la «perestoika». Y unos años más tarde cayó el muro de Berlín y a continuación, lo que parecía inimaginable se producía, la propia Unión Soviética implosionaba…

Estos diez años que Alfredo pasó en París, de 1983 a 1992, fueron sin duda, en el plano intelectual, los más determinantes de su vida, después del decenio estructurante y fundador de 1955-1965. En ese período, inspirado por estos debates sobre «socialismo y libertad» que acabo de citar, escribió sus dos grandes libros Revolución es lucidez y Tiempo de fundación.

Cuando, en 1993, terminó su misión en la Unesco y se disponía a regresar a La Habana vino a verme a mi oficina del periódico con un enorme paquete envuelto en papel kraft y atado con varias cuerdas: «Quiero que me guardes esto. -me dijo- No lo abras. Nadie sabe que lo tienes. Y no se lo entregues a nadie hasta que yo te lo indique.» Lo metí en un cajón de mi escritorio. Y ahí estuvo cinco años. Hasta que él mismo vino a recuperarlo. Nunca lo abrí, jamás lo consulté. Eran los manuscritos y los documentos precisamente de esos dos libros, sus obras más personales.

¿Por qué me los confió? ¿Por qué no se los llevó con él de regreso a una Habana que entraba en ‘período especial’? Nunca me lo confesó. Le temía a los burócratas, a los dogmáticos, a los estalinistas camuflados. Creía en lo imposible, «en un socialismo de carácter renacentista en el que la creatividad de las personas se libere. E inunde el mundo de belleza».

Tomado de: UNEAC

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De amansados no se hacen revolucionarios

Por Alfredo Guevara

Encuentro sostenido por Alfredo Guevara con estudiantes, profesores y trabajadores del Instituto Superior de Arte con motivo del fin del programa lectivo de la Maestría sobre Estudios Cubanos, Instituto Superior de Arte (ISA), La Habana, 5 de febrero de 2010.

Rolando González Patricio, Rector del Instituto Superior de Arte (ISA): Buenos días. Dice Alfredo que mientras más baja la temperatura mejor. Parece que ya sintió la alegría convertida en calor humano en el Instituto Superior de Arte cuando recibimos a Alfredo Guevara, quien no necesita presentación acá. Doctor Honoris Causa de este Instituto, Premio Nacional de Cine, poseedor de la Orden José Martí, es un intelectual que ha echado su suerte con las mejores causas del siglo XX y del XXI. Nos honra con su presencia y es un lujo para el ISA, para el Departamento de Estudios Cubanos, que el programa lectivo de nuestra maestría concluya con una intervención de Guevara. Por tanto, como lo que todos queremos es escucharlo a él, no voy a prolongar esta presentación y voy a adelantar las gracias y a pedirles un aplauso de bienvenida.

Alfredo Guevara: Ya había dado los buenos días; ahora les digo: buenos días y gracias por la paciencia que tendrán de escucharme.

Me han hecho un pequeño resumen de cómo se ha ido produciendo este ciclo de encuentros. No quiero llamarlos conferencias porque —lo expliqué muy bien— me niego a dar conferencias por respeto a las conferencias. Una conferencia se prepara con mucho cuidado, con mucho más que aquel con que se prepara una clase. He sido profesor de la universidad y las clases duraban dos horas, pero me llevaba una semana prepararlas, y una conferencia le lleva a uno meses. Por tanto, esta es una conversación que iniciaré yo, pero en la que me someto también al criterio de ustedes, si quieren contradecirme yo defenderé mi posición.

Me aterra pensar que me toca estar aquí hoy, cuando compañeros en quienes tanto confío y a quienes tanto respeto me han precedido. Tal vez han agotado todos los temas, yo no sé muy bien cómo abordar mi ocasión porque eso es lo que es: una ocasión. Entonces, me voy a entregar a mis obsesiones en este instante.

Diré primero que la Revolución cubana es la culminación de un largo proceso en la lucha por la independencia, por la soberanía, por la identidad que se ha ido formando. Ya sé que quienes estuvieron antes seguramente han sido brillantes en sus exposiciones.

Hay una obra hacia la que siento un gran entusiasmo y respeto: es el librito maravilloso y suficiente sobre la eticidad cubana de Cintio Vitier.[1] También tengo un entusiasmo enorme, y considero muy necesario en este momento su conocimiento y divulgación —he pedido que se hagan separatas, pero no lo he logrado aún y tal vez acabe por hacerlo yo mismo— , por la introducción de [Eduardo] Torres Cuevas al libro que hizo sobre el padre Félix Varela.[2] Soy de los que piensan que el padre Félix Varela, precisamente por católico, por ser profundamente cristiano, por su formación filosófica y su formación intelectual, comprendió que no habría nación, identidad cubana mientras todos los integrantes de la población cubana no se convirtieran en ciudadanos, es decir, en iguales en derechos. Estoy hablando de la esclavitud.

Otros cubanos eminentes que también pensaron nuestra identidad lo hicieron desde el criollo, es decir, desde la sociedad blanca. Pero los trabajadores de la época, esos con las particularidades de Cuba, esos de los que Marx esperaba que fueran la fuerza transformadora de la sociedad, eran discriminados y, sobre todo, explotados.

La riqueza cubana, lo principal de nuestra riqueza, se forjó, como saben, en nuestro siglo XIX, resultado de la Revolución haitiana, de la destrucción del poder colonial y de la explotación de la población africana traída para hacerla trabajar al servicio de una minoría dominante y colonial, y del traslado a Cuba de la —para la época— alta tecnología de los franceses. Vinieron los franceses que pudieron, que habían colonizado a Haití y trajeron con ellos la alta tecnología del azúcar, de la producción azucarera y también lo peor de la explotación de la población sometida a la esclavitud.

Haití había sido el gran proveedor de azúcar en el mundo en aquella ocasión contemporánea, y Cuba pasó a ser entonces el gran exportador de azúcar al mundo europeo. Todavía después del triunfo de la Revolución, los primerísimos meses, me tocó vivir una experiencia muy especial que me ratificó la convicción del poder del azúcar, que desde luego no ignoraba nadie de mi generación con cierto desarrollo político.

Pasé rápidamente por París y se me acercó alguien de la Inteligencia francesa —no de la inteligencia como ustedes, sino de la Inteligencia de su Ministerio del Interior— para ofrecerme que robara unos papeles que iban a servir a Cuba. Por supuesto, aunque era muy joven, no era nada ingenuo, ya tenía cierto desarrollo, alguna experiencia y planteé que no iba a robar nada, que si me los entregaban sí. Sabían que yo estaba en esa época al lado de Fidel y no querían entregar los papeles a la embajada.

Los documentos que los franceses me querían entregar comprometían a varios ministros cubanos del primer gabinete que se integró después de 1959. Le dije a Fidel que traicionarían y él me respondió: «Espera, traicionarán muchos más». Acabé por traer esos documentos que probaban traiciones, pero ¡miren ustedes qué traiciones! Se informaba a Fidel de una traición sobre una negociación azucarera fundamental que estaba siendo saboteada desde dentro del propio Gobierno cubano y perjudicaba a Francia. ¿Por qué perjudicaba a Francia? Todavía no se había llegado —ahora se ha llegado más lejos— a la extracción del azúcar más allá de la caña y el pueblo francés dependía del azúcar, por sus cualidades energéticas —no se valora a veces suficientemente cuán imprescindible es el azúcar que rechazamos para evitar la gordura, pero que al mismo tiempo necesitamos para vivir— y todavía no había producción azucarera desde otra base.

A los franceses no les interesa hoy el azúcar de caña, ellos viven del azúcar artificial o de la extraída de otro vegetal. Pero ya en aquella época la producción azucarera mundial estaba en manos de la burguesía cubana, mitad criolla, mitad española. Solo recientemente se liberaron de esa dependencia con la producción remolachera. Los franceses también trajeron la tecnología de la producción del café, y como tenían algún desarrollo escogieron los microclimas en distintas partes de la isla y allí montaron los cafetales; así pasamos a ser también exportadores de café.

En resumen, la riqueza cubana resulta de la sabiduría de una élite del pensamiento y la cultura, de una élite dentro de los criollos, pero, ante todo, de los trabajadores africanos traídos a Cuba o descendientes de ellos.

Ni José Antonio Saco, ni otros grandes pensadores de lo cubano llegaron a comprender eso, por su condición. No hay que olvidar que Saco redactó una historia de la esclavitud, que no la hizo en Cuba ni la pudo publicar en Cuba. Pero ellos no estaban en condiciones de alcanzar esa comprensión, por la situación de la época, por sus situaciones personales, porque el criollo había desarrollado ya la visión de Cuba, pero no la visión de la integración de la población cubana, o no a este grado del que estoy hablando que sí alcanzó el padre Félix Varela.

En una ocasión, le expresé a los enviados del Vaticano que estaban analizando si se declaraba o no beato al padre Varela —primera condición para un día santificarlo—, lo que siempre he pensado al respecto. Resulta que al padre Varela ante la Iglesia, ante los especialistas de la Iglesia, le falta un milagro… ¡un milagro! Yo les dije a los enviados del Vaticano —primero públicamente porque era una reunión pública, pero después en privado— que hay que acabar de comprender que el milagro que le falta al padre Félix Varela es Cuba, que Cuba exista: la pensó y la describió, y habló de Cuba antes de que Cuba existiera. Fue el primer pensador cubano que hizo centro de su pensamiento a Cuba. Pero claro, esas cosas para la Iglesia, los técnicos, los teólogos, tienen otro significado.

He hecho esta introducción para decir que la patria, que la nación cubana, se inició, se materializó, a partir de la declaración de la independencia y de la abolición de la esclavitud, el mismo día y con el mismo campanazo. El inicio de la lucha por la independencia, entrelazado con la abolición de la esclavitud, indica que se iniciaron aliados los dos polvorines más grandes que tiene la Historia. Entrelazar la independencia y la defensa de la identidad, o sea, un movimiento nacional con un movimiento social, es el primer instante del proceso que ha conducido a la Revolución cubana en su estructura actual.

Demuestra que todo cuanto ha sucedido a partir de entonces es el resultado de una revolución nacional y de una revolución social, porque ha sido social, no étnica. La liberación de los trabajadores esclavos fue en realidad un movimiento en esencia social.

Ese es para mí el nacimiento de la identidad cubana, que en el proceso de la lucha por la independencia integró a todas las capas de nuestra sociedad. Ello me lleva a decir que, si de verdad somos revolucionarios, tenemos que considerarlas de este modo: todos los negros son blancos, todos los blancos son negros, porque todos somos mestizos, espiritualmente mestizos de dos grandes fuentes culturales, múltiples además.

España y Francia no son naciones consolidadas hasta que desaparecen las múltiples identidades que hacen de esos estados, Estados. En el caso de España —el que más peso ha tenido— , se trata de un Estado, pero está conformado por varias naciones, y aquí llegaron varias naciones. En África, con un nivel de desarrollo distinto, no llegaron a constituirse las tribus en Estados nacionales, sino etnias diversas con lenguas distintas, con variaciones en las concepciones religiosas, que eran también culturales y unían las regiones y las tribus, eso se mezcló en Cuba y se sigue mezclando de tal manera, que el único modo de entendernos de verdad y de entender todas las áreas de la cultura es comprendernos esencial y profundamente mestizos, no por la coloración de la piel, sino por el espíritu.

Quisiera también subrayar que la Revolución cubana, por diversas razones que no voy a entrar a analizar, tiene otra característica: para ser, tenía que ser social.

Creo que nadie sabe lo que es el comunismo y que es difícil creer que el socialismo haya existido, ni aquí. Nosotros tenemos una voluntad socialista, aunque este criterio no lo comparte todo el mundo. Algunos quieren idealizar nuestra realidad, nuestra realidad todavía muy dura, pero también la situación de la Revolución cubana en el contexto internacional y en el contexto nacional interno pasa por una etapa por la cual han pasado todas las revoluciones que han triunfado, o que lo han hecho por un período.

Fue Tocqueville quien dijo algo extraordinario que lo expresa todo: «Las grandes revoluciones triunfantes, al hacer desaparecer las causas que las han originado, se tornan incomprensibles». O sea, las poblaciones beneficiadas consideran lo logrado como su realidad normal y más si pasan generaciones —esa es nuestra situación—.

¿Qué es lo logrado en Cuba?

Creo que la Revolución cubana, la nuestra, la de esta época, la alcanzada a partir del triunfo de 1959, tiene logros fundamentales que nadie toma en cuenta. No lo digo como una crítica, creo que tenía que ser así y por eso mencioné a Tocqueville. Nosotros hemos construido la posibilidad de ser ciudadanos, porque los ignorantes no pueden ser ciudadanos, pueden ser objeto de altos gestos, pueden ser objeto hasta de igualdad, pero la expresión, pensemos en la asamblea ateniense, de la democracia, la participación, no es la misma si se trata de una mujer o un hombre culto que la de un ignorante.

Desde el Moncada ya quedó claro que uno de los objetivos de la Revolución era elevar el nivel de la población. Yo creo que un país de 11 millones de habitantes, con un millón de universitarios, cerca de dos —ahí no tengo la estadística— de personas instruidas a un nivel medio, es un país que ha logrado un éxito enorme en ese terreno, el de la instrucción.

No me refiero, cuando hablo de instrucción, a la instrucción artística, sino a la instrucción general en todas las áreas. Tampoco hablaré de la salud u otras ramas en que hemos sido exitosos, aunque se vivan —como también en la instrucción se viven— situaciones excepcionales que se intentan resolver.

Con toda franqueza les digo a ustedes, profesores y alumnos de nivel superior, que creo que ese nivel que hemos logrado en nuestro pueblo, y que considero un éxito fundamental de la Revolución, es instruido, pero no culto. A partir del nivel logrado será posible alcanzarlo; si somos capaces nosotros —y sigo diciendo «nosotros» pues, aunque ya no tengo cargos de dirección, trato, a veces con éxito, de influir en el pensamiento—. Yo me siento responsable, «corresponsable», de los éxitos y también de los fracasos de la Revolución, pero creo que lo más importante que hemos logrado es fomentar las condiciones para que la población sea una población de ciudadanos.

El aniversario 50 de la Revolución fue, a mi parecer, la culminación de un ciclo que ha culminado también porque ha sido marcado por Fidel. Fidel tuvo las visiones que tuvieron otros revolucionarios cubanos antes que él. Solamente me voy a referir a Mella, porque Mella está olvidado. No digo olvidado porque no esté, pues lo vemos en la bandera de la Juventud; está, me imagino, en los libros de texto; pero creo que cuando a un hombre como Mella se le convierte en estatua y se le condena a lo hierático le hemos asesinado involuntariamente.

También se pueden asesinar las ideas cuando se cristalizan y se convierten en banderitas y en palabras.

Creo que el socialismo, que es mi ideología, mi ideal, ha sido parcialmente asesinado en nuestro país, y tenemos que recuperar la esencia misma de la idea socialista para salvarnos y salvarlo de la cristalización que, en términos marxistas puros, se llama ideología.

He notado que Fidel no usa la palabra ideología, sino la palabra idea, y en Martí esa palabra no existe —no quiere decir esto que he revisado todos sus discursos, pues son muchos y largos, pero tengo esa impresión por la vuelta atrás que he hecho en muchos momentos—. Creo que tenemos que volver a la Idea, a la idea ética, que es la inspiración de Marx.

Quien haya leído El Capital y otros textos de Carlos Marx —no que lo diga, sino que lo haya leído de verdad—, habrá comprendido que la inspiración de Marx no es puramente económica, es ética.

Solo que en mi convicción lo importante para Marx es la esclavitud del hombre, la alienación, la pérdida de su autonomía intelectual, intelectual aunque estemos hablando de alguien no cultivado e incluso analfabeto.

En una parte de El Capital, en la reflexión sobre los modos de producción precapitalistas —al considerarlos no alienados aún—, Marx estudia la forma de producción artesanal. En ella el hombre o la mujer no resultan esclavizados porque no resulta esclavizado su intelecto. Ellos trabajan con sus manos o con el pensamiento y no producen en serie: cada «algo» de lo que producen tiene un matiz. Entonces se puede decir que el artista-artesano es un privilegiado porque ni la sociedad capitalista ni la sociedad socialista —o con intención o vocación socialista como la nuestra— lo llevan a la alienación.

Nuestra sociedad de vocación socialista, justicialista —eso se parece al peronismo, mejor no uso esta palabra—, de vocación justiciera socialmente hablando, también rompe, en las condiciones del socialismo, la alienación de la mujer y del hombre en la medida en que no son explotados de manera directa por otros hombres o mujeres.

Pero aún falta mucho para lograr desalienar, falta algo que todavía no se siente en las teorizaciones que conozco o en las expresiones que van convirtiéndose en tejido en los discursos de los dirigentes. No es posible plantearse tampoco —pero lo hago en términos de utopía— el tiempo de ocio, eso que el capitalismo llama ocio y que yo preferiría llamar tiempo realmente útil para el ser en sí, autónomo y diferenciado de la muchedumbre.

Ese tiempo útil para sí, si ahora lo tuviéramos, si se trabajara cuatro horas o cinco horas diarias y el resto del tiempo fuera para sí, hoy día lo utilizaríamos en la cola, o luchando por vencer dificultades y, por desgracia, no para cultivarnos, sino para ver telenovelas y otras tonteras. Pero desde la instrucción se puede lograr —soy utópico, pero creo que utópico es realista—, ya con el nivel de nuestro pueblo, que parte de ese tiempo útil se utilizara para cultivarse, y si tuviéramos una estructura que condujera a cierto refinamiento, eso sería más fácil.

Por desgracia, los medios de comunicación cubanos son los enemigos principales de la Batalla de Ideas proclamada por Fidel, y de toda vocación por la cultura más elevada, más compleja.

Yo sigo discutiendo —por supuesto lo hemos discutido en la UNEAC [Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba] y en muchos lugares— y hoy lo digo aquí: no se logra comprender cómo es posible que en nuestro país se quiera, por una parte, elevar el nivel intelectual de la población, su instrucción intelectual general, que el Ministerio de Cultura también esté dedicado a eso con más o menos éxito, que Fidel haya desencadenado la Batalla de Ideas, de ideas, no de ideología, y que algunos medios de comunicación se sirvan de recursos que lejos de cultivar la inteligencia la destruyen.

Ni se habla bien el español ni a nadie le interesa en los medios de comunicación que se hable bien. Ni se organiza la dramaturgia, no para hacerla dirigista, sino para que se base en el nivel más alto, sin pretender alcanzar a Félix B. Caignet.

Caignet fue un genio, inventó las telenovelas, pero tenemos que analizar por qué fue un genio, él mismo lo dijo en una frase: «La gente quiere llorar y yo les doy la posibilidad de hacerlo». Entonces, ¡ese no puede ser el modelo! Será el modelo para estudiar, incluso para estudiarlo nosotros, pero no es el modelo a seguir.

Estamos ante una situación de ese carácter y luchamos por resolverla. De algún modo mi proposición ha sido no destruir lo que existe, sino buscar los recursos, que no sé si aparecerán o no, para tener un canal de alto nivel, no exquisito, sino de nivel.

Si tenemos una población instruida, démosle lo mejor del conocimiento y del entretenimiento para ver qué pasa. Lo que propongo en realidad es una experiencia, una competencia entre la estupidización y la cultura, y no entiendo la cultura como el arte y la literatura, sino en un sentido más global. Sin el dominio de los medios de comunicación y sin utilizar ese poder tremendo, elevar la instrucción a la cultura, simplemente, no será posible. Los medios son el otro poder, son el otro Partido, porque tienen el poder sobre la mente.

No quiero dejar de decir, puesto que he hablado del socialismo, que con independencia de las convicciones de cada cual, un país como Cuba, con su historia, no tiene otra salida para su desarrollo que el socialismo. No tiene otra salida que evitar el caos como sistema, planificarse para el desarrollo. Nosotros tuvimos un gran pensador que no desarrolló su pensamiento en Cuba, sino junto a Carlos Marx, e hizo un estudio maravilloso que se llama El derecho a la pereza,[3] en relación con lo que dije antes.

Hay que planificar para acelerar el desarrollo. Lo que hacen los países capitalistas desarrollados es seguir explotando la mano de obra y el saber, saquean hasta agotar el planeta. En cierto momento hay que detenerse y desacelerar porque el resultado del desarrollo y de una posible riqueza no puede ser invertido en alcanzar más desarrollo, tiene que invertirse en que el ser humano tenga tiempo de ocio.

El derecho a la pereza no es el derecho a la vagancia: es el derecho a disfrutar del tiempo para su propio desarrollo, no solo para el desarrollo conjunto, porque —usé la palabra muchedumbre hace un rato— soy alguien que no acepta la idea de lastimar el concepto colectivo, de solidaridad, con el de masa. Todo cuanto se haga es por todos y por cada uno, uno a uno.

No podemos defender la diversidad en el campo ideológico y olvidarnos de que cada ser humano es diferente, tiene necesidades diferentes, tal vez no exageradamente diferentes, pero, como mínimo, matizadas.

Tendríamos que estudiar más y mejor a Marx y a su discípulo cubano, Pablo Lafargue.

Ese es el socialismo que yo quiero, un socialismo que se parezca lo más posible a esa época de oro que tuvo el mundo occidental que fue el Renacimiento. Ese instante de explosión del pensamiento en que se liberó de lo peor del medioevo. Quiero un socialismo renacentista, un socialismo del espíritu, que valga la pena, y creo que lo podemos construir.

Dije al comienzo que se cerró un ciclo, cincuenta años es un ciclo… Llega ahora el otro ciclo, que aún tenemos que construir, el ciclo del ciudadano autónomo y decididor, porque eso es lo que es ser un ciudadano. Creo —yo tal vez soy un optimista profesional— que eso viene ya en camino, pero tenemos que darle su empujoncito.

Roberto Hernández Biosca, jefe del Departamento de Estudios Cubanos del ISA (moderador): Ojalá que se repita pronto, pero no podemos desperdiciar esta oportunidad, así que, con mucho gusto, y el doctor Guevara nos lo decía al principio —tanto cuando llegó, como en público antes de comenzar su intervención—. Ustedes tienen la palabra para formular preguntas que él pueda responder, así que adelante. Dejo la palabra a maestrantes, miembros del claustro, invitados, compañeros de la prensa.

Rolando González Patricio: Yo quería pedirle a Guevara que siga desarrollando esa línea de pensamiento y aborde, de alguna manera, ideas que pueda tener en torno a ese país que deseamos, con un desarrollo superior del ciudadano, para cuya consecución se necesita un conjunto de ámbitos que se van solapando. Ese proyecto tiene muchas dimensiones y yo quería pedirle que se refiera al lugar de la comunidad, al lugar del municipio, en un país que por historia ha necesitado o ha tendido a ser muy centralista y, bueno, todo lo que se deriva de esta provocación.

Roberto Valera, músico y profesor del ISA: Bueno, como ustedes saben, yo soy músico y no soy un profesional de la palabra, mucho menos de las ideas, y mucho menos aún de las ideologías, pero me ha motivado, como siempre, Alfredo —nosotros le decíamos Alfredo cuando yo trabajaba en el ICAIC, nunca le decíamos Guevara— .

Él ha hablado del Renacimiento y yo opino que nosotros tuvimos un renacimiento, porque para mí los años 60 fueron un renacimiento de muchas cosas, en la cultura cubana en general, la cultura vista —como dice él— no solo como cultura artística y literaria, sino cultura científica, política, de todo tipo. También estaba diciendo que se había cumplido con los cincuenta años un ciclo, o sea, estamos en otro comienzo. Lo que a mí me preocupa en este momento es que no veo, o no encuentro todavía, la efervescencia de belleza que veía en aquellos años sesenta, cuando había una motivación muy grande y todo el mundo se sentía ciudadano, todos creaban cosas y estaban participando. Hoy veo que tenemos muchos deseos, pero todavía nos quedan también muchos temores porque tenemos ese enemigo que nunca cesa de amenazarnos, y todo el tiempo, cuando vamos a cambiar algo, estamos pensando en que si lo cambiamos se nos va a romper todo lo que hemos hecho, y hay muchas cosas que cambiar y cosas que facilitar. Por ejemplo, que el talento llegue a los lugares a donde debe llegar, que a veces yo creo que no están claros todos los caminos para que los mejores lleguen a los mejores lugares.

Estamos conscientes de que este es un nuevo ciclo. Fidel nos dijo que hay que cambiar todo lo que necesite ser cambiado, pero todavía siento temor y me preocupa no sentir el mismo entusiasmo para cambiar tantas cosas que hay que cambiar y conservar lo mejor de nuestro socialismo y todo lo que hemos conquistado hasta el momento.

Alfredo Guevara: Como no siento entrelazadas las dos preguntas ojalá que hubiera otra—, tendría que responderlas una a una y yo aspiraba a resumirlas.

Anamely Ramos, estudiante de la maestría y profesora de Historia del Arte del ISA: Creo que al comienzo de la Revolución, es decir, con la Revolución se planteó con mucha fuerza el problema de los artistas y de los intelectuales, qué papel debían tener dentro de la sociedad y cómo paulatinamente debía ir desapareciendo el intelectual como un profesional o el intelectual y los artistas como un grupo, sino que más bien debía darse una búsqueda del arte como afición, en lo cual teníamos toda una historia que venía desde la República, con el Estudio Libre para Escultores y Artistas. Es decir, se dio con mucha fuerza. Leí hace poco, en el libro de las cartas de Titón,[4] que él planteaba eso como un problema a resolver en la Revolución. Quisiera escuchar su opinión al respecto, saber si usted todavía cree que el artista, o el intelectual no debe ser un profesional dentro de una sociedad revolucionaria.

Lino Borroto, FLACSO [Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales], Universidad de La Habana: Primero que todo, quiero agradecer esto que para mí es un momento importante de la cultura y agradecerle al doctor Guevara su presencia y las provocaciones que ha hecho.

El doctor Guevara se refería y hacía una distinción, desde mi punto de vista muy interesante, entre idea e ideología en el pensamiento de Fidel. Pienso que la ideología está todavía muy matizada por todo el maniqueísmo que arrastramos de la etapa soviética. Esto no permite que la Batalla de Ideas sea realmente una Batalla de Ideas. Pienso en Mao: «Que florezcan cien escuelas ideológicas», en el mejor sentido de la palabra. Quisiera que el doctor Guevara se refiriera a esto, dé su opinión en este sentido.

Pedro Ángel González, profesor del ISA: El ISA en este momento está viviendo un proceso de cambios, se elaboran nuevos planes de estudio que implican cuestiones tales como reducir la presencialidad; dar prioridad al aprendizaje independiente; utilizar, hasta donde lo permita nuestra pobreza, la tecnología contemporánea, las computadoras, los libros digitales; integrar disciplinas, siempre que sea posible que estas disciplinas trabajen unidas. Es decir, tratar de integrar las literaturas, las artes plásticas, algo de música, en una sola disciplina que trabaje con más de un profesor, se trata de ir a una visión más actual de los procesos de enseñanza y de aprendizaje, con una participación más activa del estudiante. Lo cierto es que, en medio de esto, los que llevamos muchos años trabajando en la enseñanza artística, nos percatamos de que ocurren cosas contradictorias. En principio, muchos estamos de acuerdo en que estas cosas se pueden hacer; sin embargo, cuando se llevan a la práctica, no hay un pensamiento tan flexible como se enuncia, no hay un pensamiento tan capaz de adaptarse a nuevas circunstancias. Tendemos entonces a trancarnos, a establecer compartimentos de estanco, a tratar de repetir lo que hicimos siempre, que es a lo que nos acostumbramos, el hábito, y evidentemente tenemos poca capacidad de evolucionar. Eso que en el Instituto Superior de Arte se da en un grupo social relativamente pequeño, siento que ocurre en toda la sociedad. Es esto con lo que lo quería provocar.

Alfredo Guevara: Puedo dar respuesta al conjunto de preguntas.

Sobre el municipio: las cosas que voy a decir después no tendrán jamás solución si no llegamos a la base, incluso si no llegamos a la cuadra. Yo creo que, entre las cosas asesinadas, hemos asesinado los CDR [Comité de Defensa de la Revolución], que son lo más aburrido que existe, solo comparable con las reuniones del Partido, las reuniones de los núcleos. ¿Por qué? Porque ya no son lo que eran.

Rubén Martínez Villena, burlándose en un poema, decía: «municipal y espeso…». Pues estamos ante el municipal y espeso de nuevo. Nada se resuelve a nivel de municipio y los CDR son ayudistas de otras cosas. Creo que hay que hacer renacer el valor inicial de esas estructuras y de otras, que son o debían ser la red inicial en la base de la estructura socialista, que conceptualmente comienza por ser una red de solidaridad. Eso es lo fundamental, que la red de solidaridad esté viva y que no esté dedicada a reuniones, y más reuniones, y más reuniones. Yo, por ejemplo, decía en una reunión de hace unos días —estoy muy activo, ahora voy a todo, todo el que me dé chance de decir lo que pienso, ahí estoy, que antes me cuidaba más para poder escribir, pero por ahora voy a estar así— sobre esos jóvenes que están en la Avenida de los Presidentes los viernes y los sábados por la noche, algunas veces los domingos, que son los jóvenes preocupantes —preocupadores, mejor dicho— , que si yo fuera un joven hoy día y un dirigente y pudiera hasta caminar —ni eso puedo—, mandaría a lo mejor de la Juventud comunista a participar con ellos.

Cuando se fundó el ICAIC, en el que me tocó determinado papel, lo iniciamos con el Cineclub Nuestro Tiempo, el Cineclub Visión y el Cineclub Católico, es decir, los cineclubes que habían dado apoyo a la clandestinidad. Unos se habían prestado para reuniones, los católicos; otro, Nuestro Tiempo, reunió a jóvenes militantes; y Visión, que fue muy progresista y dio apoyo también. Pero aquello era improvisación y yo, que lo dirigí, estoy contra la improvisación, estoy pasionalmente por el rigor, por la formación. Pero entonces no podíamos hacer otra cosa. Esto mismo hicimos en todo el Estado, en el que campesinos que habían sido guerrilleros y otros participantes en la clandestinidad, universitarios algunos, tomaron el mando de todo.

Recuerdo que mi hermano, que era decano originalmente de Humanidades y después de Psicología, hizo una selección, a pedido mío, de quince jóvenes que él escogió y sometió a pruebas, que yo quería para matricularlos en una escuela para las ramas técnicas del cine. En una época Fidel me había hecho la concesión de que me metiera también en el cine, pero me había dicho inicialmente que no quería que hiciera cine, sino que estuviera al lado de él —entonces estaba duplicándome—, y cometí el error de contarle esto que he dicho: «Ya tengo quince que voy a poner en la escuela», y me dijo: «Son míos, los perdiste, van de directores de centrales azucareros y no me vas a decir que no es importante». Me los quitó y tuve que hacer otra búsqueda, pero esta vez no fui bobo y no se lo dije a él y formé mi gente, pero los primeros, que eran magníficos, me los quitó en cinco minutos. Ese es el problema, muchas cosas que pasaron tuvieron que ver con el nivel que teníamos en aquel instante y con la manera en que se nos presentaban las urgencias. Fue una verdadera locura la que me tocó vivir y no me parecía una locura, me pasé años al lado del Comandante, nunca dejé de estar cerca, siempre con él, y realmente las situaciones eran tremendas, la situación del país no era nada fácil.

Tenemos que recomponer la red que va de abajo hacia arriba y que es horizontal también, red de solidaridad, de pasión por transformar la sociedad. Pero hoy hay mucha desesperanza por ahí, los cuadros se creen que saben mucho, los cuadros formados —rector, va a tener que oír algunas cosas— en las escuelas de superación de cuadros, que son contrarrevolucionarias involuntariamente y que forman los cuadros más cerrados que se pueden ver, gente buenísima y con vocación revolucionaria, pero imbuidos de ciertas ideas que son las que voy a abordar ahora y que impiden el Renacimiento, son su barrera. Pero vamos a romper y a luchar contra esa barrera, que se llama estalinismo, y se llama marxismo-leninismo, porque el marxismo-leninismo es el estalinismo.

El marxismo y el leninismo son maravillosos. La base filosófica es el marxismo. La base estratégica también de toda la experiencia que permitió la fundación de la Unión Soviética, primer Estado socialista, portador de las grandes vanguardias artísticas. Estas vanguardias que después han sido las vanguardias en todo Occidente hasta que fueron muriendo, surgieron en la Alemania revolucionaria —revolución frustrada— y en los años que precedieron y que acompañaron a la Unión Soviética hasta 1934, es decir, hasta la consolidación ya total de Stalin. No me atrevería a decir que Stalin fue un malvado, pero estoy convencido de que «una revolución en cuya cúpula se asesinan unos dirigentes a los otros, deja de ser socialista en lo esencial». Me callaré a quién pertenece esta reflexión que comparto.

Yo estaba preparado al triunfo de la Revolución por accidente —viví años en Europa— para enfrentarme al realismo socialista. Estaba preparado por lo siguiente: cuando era muy joven, en 1950, estuve en la Unión Soviética como parte de un grupo de dirigentes estudiantiles del mundo. Fuimos a recorrer China en apoyo a la Revolución maoísta, la Revolución China, cuando todavía se combatía. En septiembre de 1949 cayó Shanghai, y estuvimos en Shanghai también. Por supuesto, nosotros hacíamos grandes discursos de agitación por toda China, nos traducían de un idioma al otro, me traducían del francés al cantonés. Es decir, que íbamos más bien para que nos vieran, porque yo no sabía lo que decían los chinos, pero recorrimos toda la parte liberada de China.

Al regreso, volvimos a pasar por Moscú y me sentí profundamente solidario hacia aquel país y hacia aquel pueblo, y orgulloso de Stalin porque había vencido a los nazis y había perdido 20 millones de personas, así que las cosas que me parecían mal, me parecían lógicas. En 1945 había terminado la guerra, y yo estuve en 1950, cinco años después, período en el que un país no puede reconstruirse.

Esa confusión que tuve yo es mi experiencia, y pienso que, efectivamente, merecían esa admiración y esa solidaridad que también expresamos a los soviéticos, la merecía el pueblo soviético y creo que la merecía Stalin en ese momento, porque haya pasado lo que haya pasado antes, al final logró encontrar la estrategia de reconstruir la URSS detrás de los Urales, de encontrar toda la fuerza necesaria para reconstruir las fuerzas armadas, enfrentarse y vencer el nazismo. Eso mismo hizo Iván el Terrible, que fue de una dureza tremenda con todos los cuadros que lo acompañaban en la lucha por afirmar la patria grande, y nos es más fácil admirar a Iván el Terrible y pensar que fue un nacionalista y un héroe que supo derrotar todas las conspiraciones y todas las cosas. Pero, ¡dios mío!, para derrotar las conspiraciones asesinó a media Rusia de aquella época.

Entonces yo no sabía nada, el Informe Jruschov no existía.[5] Había leído a Trotski, había estado en la casa de Trotski en México —en realidad había husmeado por las afueras de la casa de Trotski—. Sabía de las batallas, pero no me sentía propicio a Trotski y voy a decirles por qué —por lo que empecé diciendo que había estado muy joven en Europa y me había preparado contra el realismo socialista—. Si Trotski llega a tener el poder, cualquiera sabe lo que hubiera pasado, quizás Trotski hubiera sido Stalin —para combatir el estalinismo siempre se hace el elogio de Trotski, que es algo que no me explico: por qué una cosa queda probada por el rechazo a otra—, porque la destrucción del formalismo ruso y del movimiento futurista comenzó con Trotski en la Unión Soviética y en el exilio —en aquella época allí no hacía falta la «carta blanca», la gente se iba—.

Muchos de los formalistas rusos no se fueron por Stalin, fue Trotski quien hizo todo lo posible por destruirlos, y lo mismo con los futuristas. Algunos se quedaron, pero él comenzó la batalla contra la modernidad, contra las vanguardias artísticas en la Unión Soviética. Hay que estar claro en eso y los textos están ahí.

Conocí mucho después —desde luego, después del triunfo de la Revolución cubana— a Shklovski,[6] la gran figura del formalismo ruso, que regresó. Yo iba un año sí y uno no a la Unión Soviética porque se hacían los Festivales de Cine, así lo conocí. Shklovski se salvó porque se exiló y después pudo volver porque Trotski lo había atacado en el pasado. Para entonces resultaba bueno ser criticado por Trotski. Pero Shklovski no regresó por la aceptación de su trabajo intelectual —desde luego que no siguió abordando ciertas cosas—, sino porque Trotski lo había atacado, lo había tratado de destruir y se había tenido que marchar. Entonces, puesto que Trotski lo atacó, ya Shklovski era bondadoso. Esto es una caricatura, pero bueno…

A la muerte de Lenin se formó en la Unión Soviética una troika, que no es el inicio de Stalin, sino de una lucha por el poder. Stalin fue eliminando lentamente —no voy a detenerme en hacer la historia porque quiero ir un poco más lejos, pero sería interesante que ustedes la conocieran— a todo el mundo. Sale Trotski, entre ellos, y también fueron eliminados los secretarios de la Internacional. Esto toca a Cuba —para contestarle al compañero—, y a la imposibilidad momentánea del Renacimiento. Pero hablo de imposibilidad momentánea, no imposibilidad, ni paralización del camino hacia un Renacimiento. No se debe olvidar que Marx decía que para transformar la realidad hay que conocerla, y cuando la realidad es edulcorada a los dirigentes, resulta que entonces no la conocen.

Para estudiar marxismo, lo que hay que estudiar es filosofía porque Carlos Marx no sabía que su pensamiento iba a ser el marxismo. Marx estudió toda la filosofía, todas las manifestaciones de la cultura, todo lo que hoy conocemos como ciencias sociales, y después de estudiar como un loco, de profundizar, de ser un verdadero enciclopedista, pudo concebir el pensamiento que hoy llamamos marxismo. ¿Cómo podemos estudiar el marxismo?, ¿con el resumen que hizo Stalin y la deformación que hizo? No.

Si lo hacemos así nos estupidizamos, nos limitamos totalmente. Hay que estudiar filosofía, hay que estudiar todas las manifestaciones de la cultura para comprender el pensamiento de Marx porque ese fue su método. Pero es que también Lenin era un intelectual de una formación muy completa y muy compleja. Planteó que el desarrollo, que el triunfo, entonces potencial, del socialismo en Rusia permitiría vencer la barbarie oriental. Así está escrito: «la barbarie oriental». (Stalin no es un representante de la barbarie oriental y esto lo digo entre paréntesis).

No sé si ustedes en vuestros estudios han leído sobre el nacimiento de Rusia, el concepto de la nación rusa que resulta de la cristianización de esa parte del mundo eslavo. El nacimiento de la «Russie», que es Rusia y es también lo que es hoy Bulgaria —las fronteras se fabrican después—, ocurre tras la cristianización que da la unidad, pero también el orgullo, de la Gran Rusia. Para entender a Stalin hay que comprender esto.

Lenin, ante cosas que hicieron Stalin y otro, nacidos ambos en Georgia, decía que no hay fanático nacionalista más fanático nacionalista —no son palabras textuales, pero recogen la esencia— que los nacidos más allá de Rusia, en la periferia. Ante acciones de ellos, dijo: «Es que son más rusos que los rusos». Así era Stalin, por eso lo he comparado con lván el Terrible. Tal vez Stalin murió con la convicción de haber actuado justamente en todo porque defendió a Rusia.

¿Cómo se refleja el estalinismo desde entonces en Cuba, no cual vinieron los soviéticos, sino desde entonces? Hay que estudiar a fondo la Internacional  que era el Partido Comunista internacional— más allá de las naciones, con un carácter eurocéntrico, y vale la pena estudiarla si uno es un político, aunque esto no se enseñaba en las Escuelas de Instrucción Revolucionaria por nada del mundo.

El secretario de la Internacional era ruso y el Secretariado era internacional. Entonces pensaron en América en un momento dado y se crearon las tres unidades para dirigir la Internacional, para ser los intermediarios de la Internacional en América: una en Buenos Aires, una en México y otra en Chicago. La que atendía a Cuba era la de México, y cuando Mella es separado del Partido, termina la huelga de hambre y sale a México, entra en contacto con la Internacional directamente. Insisto en que la Internacional es un Partido Comunista internacional, es decir, que no se basa en las nacionalidades aunque pase consignas a las naciones.

Sale entonces una consigna de la Internacional copiada de la experiencia soviética y absurda para América Latina porque —voy a hablar de Cuba pero pasó en México también— hubo una insurrección, de la que no se habla, en Michoacán y otra en Veracruz que, desde luego, fueron decapitadas, y la Internacional pasó la consigna de crear los soviets. ¿Cómo se pueden crear los soviets? Tomaré el ejemplo de México porque es donde resulta más absurdo, aunque en Cuba también lo era. En un país que tiene 100 lenguas, 100 etnias, 100 formas de producción agrícola, el enfrentamiento entre la costa y la zona donde estaban los aztecas —lo que es Ciudad México—, ¿cómo es posible plantearse que se puede resolver el problema agrario o un problema fabril o cosas así con soviets? Es un disparate total y completo. Hoy mismo es más claro el disparate cuando vemos el crecimiento del poder indígena, del poder de los pueblos originarios.

Ellos no lo veían, habían pasado del eurocentrismo a ser universales, andaba también China revuelta y la Internacional cometió muchísimos errores.

¿Cuál fue el error en Cuba? En Los fundamentos del socialismo en Cuba, de Blas Roca, está recorrida la historia de Cuba con argumentos muy válidos —ya habíamos leído a Ramiro Guerra—,[7] pero la historia del anarquismo, del anarcosindicalismo y de los primeros semisocialistas que hubo en Cuba desde principios de siglo desaparece. Se trata de una época muy compleja y si me hacen dar una clase o una conferencia sobre esa época, entonces necesitamos dos días más…

Entonces, ¿cuál es la consigna de la Internacional en Cuba? Los soviets, y se forman soviets en Cuba. Si leemos sobre eso, se presenta como una maravilla, ¡ah, qué audaces, formaron los soviets! Eso es un disparate. En Cuba había que estudiar la realidad cubana y ajustarse a ella como lo hizo Mariátegui en Perú —sigue siendo válido Mariátegui y sigue siendo tomado como un arma del movimiento revolucionario—, y aquí se toma como un arma del movimiento revolucionario el disparate del siglo. ¿Saben quién se opuso a eso en el Partido? Quien fuera el dirigente del Partido entonces: Rubén Martínez Villena, y se opuso enfermo y débil, pero pasó, y no voy a entrar en detalles. Se nos murió Rubén Martínez Villena. Ahora, voy a decir una cosa injusta, ¡qué curioso que haya sido Martínez Villena, el intelectual, el que haya comprendido! Por eso es importante la formación. Los que no lo comprendieron y creyeron que era muy revolucionario hacer el soviet, no tenían la formación intelectual y la autonomía de pensamiento de Rubén Martínez Villena.[8]

Mella se incorpora y desarrolla para América el concepto de la Liga Antimperialista, de la unión de los exiliados y trabaja con la Internacional, pero cuando llega el momento en que la Internacional y el centro en México no creen en otras posibilidades de derribar a Machado, Mella prepara una expedición al estilo del yate Granma. No llega a realizarse, lo asesinan antes, pero Mella es el antecesor de Fidel en ese terreno. Claro que Fidel no tuvo que enfrentarse a las órdenes de la Internacional.

El Partido que tuvimos —y aquí expresaré todos mis pensamientos sin ambages— fue un partido estalinista y, al mismo tiempo, merecedor de los más grandes honores y de los más grandes reconocimientos, ese Partido y sus cuadros fundamentales —lo digo hasta de aquel con quien tuve diferencias muy grandes: Blas Roca—. Blas Roca, quien aplicó el soviet en Cuba, aunque creo que juzgar a partir del confusionismo que armó la Internacional y juzgar negativamente no es justo, pero el juicio que hago es un juicio de la realidad.

Hay que analizar ¿por qué?, ¿cómo?, ¿qué es lo que influyó?, ¿cómo se formaron?, ¿quiénes lo formaron?, ¿desde dónde los dirigían? Porque la Internacional financiaba los partidos, el salario de los cuadros del Partido venía en parte de la Internacional. Al triunfo de la Revolución, el partido que existía rechazó algunas cosas —no queda nada de esto en la historia—, como el Moncada, el Granma, que para ellos era más o menos «aventurerismo». Existen los documentos que lo demuestran, guardados, pero existen. Después se rectificó. Creo que es sabio rectificar.

Con el triunfo de la Revolución se unen las tres fuerzas que habían resistido a la dictadura y se unen con los valores de cada una, pero con la grandeza que hubo de parte y parte. No hay que pensar si hubo esta o aquella opinión, si se defendía la llamada lucha de masas y no la insurrección. En mi caso, supe desde el Moncada —no voy a hablar de mí—, pero supe desde que había sangre, mucha sangre, que ya no quedaba nada más que el camino de la insurrección.

Decir no a la historia del viejo partido sería injusto, pero decir que al triunfo de la Revolución cuadros formados en el estalinismo no se incorporaron al Estado y al partido cubanos, y que dominaron las Escuelas de Instrucción Revolucionaria, sería no aceptar la realidad y por lo tanto la formación. No hay que olvidarse de esto: en Cuba el marxismo había sido divulgado por el viejo partido y había impregnado a algunas personas, un grupo grande de personas, en términos relativos. Era un partido pequeño, con un trabajo bien hecho con los intelectuales. Nunca apareció para entonces el realismo socialista ni nada empobrecedor. ¿Por qué? Porque en la última fase, cuando ocurre la lucha contra el nazismo, se forma el Frente Mundial Antifascista.

Ese Frente Mundial Antifascista es en el que está la Internacional todavía luchando con esta línea justa. Entonces la gran tarea era enfrentarse al nazismo y era tan justa que, si no hubiera sido vencido el nazismo, la historia no sería la que estamos viviendo. A la Unión Soviética le tocó la tarea principal —aunque la propaganda diga otras cosas—, le tocó derrotar al nazismo con sacrificios enormes, y ahí juega su papel Stalin, pero juega también un papel la Internacional, la línea del Frente como la tarea principal. Y creo que fue justa, pero no vio que se podía ejercer la tarea principal y ocuparse de los problemas de cada país analizado, no con óptica internacional, sino con óptica también regional, local y hasta municipal.

Por eso hablé del problema del marxismo-leninismo y de cómo deben ser verdaderamente los estudios del marxismo, y cómo eso no excluye los estudios del leninismo, pues Lenin fue un genio, un estratega. Hay que estudiar todo eso como experiencia.

Lenin fue, después de Martí, uno de los primeros que encontró la clave del desarrollo y de la expansión de Estados Unidos hacia una conversión en imperialismo. Renunciar al estudio de Lenin sería un disparate. Recuerdo que cuando visité la dacha de Lenin quise saber qué libros tenía, y descubrí que evidentemente estaba estudiando la cuestión nacional, que había abordado antes. A partir de lo que ya había trabajado sobre la cuestión nacional, lo que se conoce, y de darme cuenta de que los libros que tenía allí en el mueblecito de al lado eran sobre las nacionalidades, pienso —pero eso no lo podemos ya saber, no lo sé yo por lo menos— que no estaba estudiando la cuestión nacional para defender el folclor, ni defender las cuentitas, ni las boberías, ni los bailecitos con trajes populares ni cosas parecidas, sino desde el punto de vista de cómo trabajar las nacionalidades porque la periferia de la Unión Soviética —ya incorporada porque era una federación de naciones— era, una parte de ella, musulmana. Y, ¿qué es el Islam? Es una religión, pero una cultura también. Es el problema de la integración de una Rusia socializada y combatiente, lo que de cara a la revolución internacional tenía que ser manejable. Esto no lo desarrollo porque es pura sospecha, pero a partir de lo ya escrito.

En Cuba ni el marxismo ni el leninismo eran parte de la población, entre otras cosas, porque una parte inmensa de la población es analfabeta. Le decía a alguien que me decía: «Sí, pero la socialización estalinista de Cuba…». «¿Qué socialización estalinista de Cuba?» En eso pasó una mujer con una lycra, una mujer gruesa que enseñaba todas sus masas en una lycra no sé de qué color, «Mira para allá, ¿tú crees que pueden leer un texto de marxismo-leninismo o estudiar las desviaciones de…?». No sigo. A aquella persona, que estaba muy imbuida de que todos eran estalinistas, pude convencerla con ese simple y pequeño hecho, pero para entusiasmar a los jóvenes de la Avenida de los Presidentes el viernes y el sábado, para citar un ejemplo extremo y no principal, no podemos seguir con este lenguaje «de palo». Tenemos que encontrar otro lenguaje y, si no estudiamos marxismo de verdad, ¿cómo convencerlos de nada?

Yo, si fuera joven, me iría con todos mis amigos de la Juventud comunista —porque seguro que iba a pertenecer a la Juventud comunista— para allá, a trabajar con ellos.

¿Saben por qué? Porque cuando conté cómo empezamos el ICAIC, ¿saben a quiénes yo aceptaba, o buscaba, o cuando me abordaban por ahí ya estaba reclutado para estudiar en nuestras escuelas? A los «locos». De amansados no se hacen revolucionarios. Los revolucionarios salen de los rebeldes. Y creo —no lo puedo demostrar— que en la Avenida de los Presidentes todos esos loquitos y loquitas que están ahí son canteras revolucionarias, mejor que todos los amansados y los aplaudidores. Al menos muchos de ellos. Pero hay que trabajarlos, hay que aprender hasta de los Testigos de Jehová.

Los Testigos de Jehová van de casa en casa, hablan con la gente. Les tiran una puerta y vuelven una y otra vez, ¡predican sin descanso! ¿Y eso lo hacen nuestros dirigentes de la Juventud? No. Tienen tantas reuniones, de mañana, tarde y noche, que pierden el sentido de la realidad real.

Ese es el problema que tenemos y por eso empiezo por jugármela luchando contra la idea de empobrecer el marxismo y el leninismo. Ya fui a las Escuelas de Instrucción Revolucionaria, de todas partes, ya me reuní con la dirección nacional de la FEU —no es que lo busque, es que me invitan y ahí se fastidian porque todo lo suelto enseguida, como con ustedes— , y he dicho lo que pienso. Ahora me dan ustedes la oportunidad, y mañana me la darán otros o en un momento determinado dirán: «¡No le den más la oportunidad!». Pero yo llego a quienes tenga que llegar.

Roberto Hernández Biosca: Bueno, creo que hemos abusado de la amabilidad del doctor Guevara.

Alfredo Guevara: No, no, no… Nosotros hemos abusado de la paciencia de ustedes, de mí no abusa nadie. Yo estoy aquí porque quiero estar y si tengo que estar hasta las cinco de la tarde, hasta esa hora estaré.

Roberto Hernández Biosca: Pues entonces, ¡adelante!… Es una broma. Casi todos los que estamos aquí tenemos en nuestros libreros —y muy manoseado y subrayado— un libro que se llama Revolución es lucidez. Creo que esta tarde, lo que empezó siendo por la mañana, le vamos a tener que cambiar el nombre al libro, por lo menos los que lo hemos escuchado aquí, y ponerle… Alfredo es lucidez.[9]

Alfredo Guevara: Gracias…

Roberto Hernández Biosca: Guevara empezó su conferencia, o su intervención, hablando de que Félix Varela inventó a Cuba y que ese es el milagro por el cual se le debe santificar. Como todo invento tiene una sucesión de perfeccionamiento —y estoy pensando en la tecnología, primero alguien inventó el pararrayos, ahora tenemos ya hasta el pararrayos con qué proteger las naves en el cosmos, no vaya a ser que las parta un rayo, pero el primero que inventó el pararrayos no pensó que podía servir para eso— .

Cuba ha tenido una secuencia de inventores que se han apoyado en el invento del anterior, de inventores de la Cuba inconclusa. Creo que hoy hemos tenido el privilegio de tener a uno de los más recientes inventores de esa Cuba inconclusa con todo derecho, y por eso propuse a las autoridades de la Universidad que esta primera incursión para empezar a pensar a Cuba de una manera diferente, la maestría que hoy concluye, lo mejor que nos podía pasar a todos —a los que inventamos la Maestría y a los que la pasaron— fue que Alfredo estuviera con nosotros esta tarde para decirnos las cosas que nos ha dicho.

Prepárense ustedes ahora, los que tienen que empezar a escribir las tesis para graduarse. Porque ahora hay una tesis pensada antes y después de la intervención de Alfredo Guevara.

Muchísimas gracias y a usted, doctor, por supuesto.

Alfredo Guevara: Gracias, gracias.

Notas:

[1] Se refiere a Ese sol del mundo moral. Para una historia de la eticidad cubana (Ediciones Unión, La Habana, 1975).

[2] Alfredo sugiere hacer una separata para el conocimiento y la difusión del prólogo de Eduardo Torres Cuevas a su obra Félix Varela: los orígenes de la ciencia y conciencia cubanas (Editorial de Ciencias Sociales, Col. Imagen Contemporánea, La Habana, 1997).

[3] El derecho a la pereza (en francés, Le droit á la paresse) es el primer trabajo teórico de Pablo Lafargue, redactado en Inglaterra en 1880, su debut en el diario L’Egalité y publicado como folleto en 1883. En esta obra, Lafargue realiza una crítica marxista del sistema económico nacido del capitalismo, cuyo desarrollo, concluye, desemboca en una crisis de superproducción, causa de paro y miseria entre la clase trabajadora. Propone alcanzar, mediante la generalización del uso de las máquinas y la reducción de la jornada laboral, el estadio de los derechos del bienestar con el que culminaría la revolución social, y cuya sociedad puede consagrar su tiempo a las ciencias, el arte y la satisfacción de las necesidades humanas elementales.

[4] En 2008, doce años después de su muerte, Ediciones Autor, de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), publicó el libro de Tomás Gutiérrez Alea, Titón. Volver sobre mis pasos, recopilación de la correspondencia del fallecido cineasta cubano. La recopilación de los textos que integran la obra estuvo a cargo de su viuda, la actriz Mirtha Ibarra. En el volumen aparecen misivas que Alea intercambió con Costa Gavras, Robert Redford, José Luis Borau, Carlos Fuentes y Juan Goytisolo, entre otros.

[5] En 1956 se celebró el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, en el que Nikita Jruschov dio a conocer un informe secreto, conocido como el Informe Jruschov, muy crítico con el estalinismo, que marcó el inicio de la destitución y la purga política de antiguos seguidores de Stalin.

[6] Victor Shklovski (1893–1984) fue un crítico, escritor y panfletista ruso y soviético. Fue uno de los primeros teóricos del llamado formalismo ruso.

[7] Ramiro Guerra (1880–1970) escribió, entre otros, Azúcar y población en las Antillas (1927); Manual de Historia de Cuba (1938); Historia de la nación cubana (1952), libros estos referidos a la economía y formación espiritual de la nación.

[8] Para conocer sobre la historia del primer Partido Comunista de Cuba, y sobre la influencia que ejerció ese partido con posterioridad al triunfo de 1959 es útil consultar, entre otros: Blas Roca Calderío: Los fundamentos del socialismo en Cuba, Editorial Páginas, La Habana, 1943; Angelina Rojas Blaquier en Primer Partido Comunista de Cuba (1925–1952), 3 vols., Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2005; Caridad Massón Sena: «Proyectos y accionar del Partido Socialista Popular entre 1952 y 1958», en 1959: Una rebelión contra las oligarquías y los dogmas revolucionarios, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, Ruth Casa Editorial, La Habana, 2009, pp. 225–247.

[9] El doctor Roberto Hernández Biosca hace un juego de palabras con el libro de Alfredo Guevara: Revolución es lucidez (Ediciones ICAIC, La Habana, 1998).

Tomado de: La Tizza

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Alfredo Guevara en la hora actual

Por Javier Gómez Sánchez

Este 2021, que ya comienza a ser entrado en meses, marca los 95 años del natalicio de Alfredo Guevara (1925-2013), uno de los más reconocidos intelectuales de la Revolución Cubana.

“Muy de niño, niño de veras, me tocó ver desde el balcón de mi casa en el Malecón de La Habana la efervescencia de la caída de Machado; al doblar casi, un poquito más allá del Prado, estaba el Palacio. Y bueno. No entendía nada, pero las imágenes están, muchas imágenes”, relató como entrevistado en el programa televisivo Con dos que se quieran.

“Me tocó ver el bloqueo de nuestra ciudad por la Armada Americana, por la Flota Americana. En el horizonte se veían cruceros que aparecían y desaparecían, tal vez por el movimiento del mar o de ellos mismos, o por la niebla, no sé. Fue una imagen terrible de cerco…”

Su claridad cobra vigencia especial en estos días, como la de otro grande del pensamiento revolucionario cubano Fernando Martínez Heredia (1939-2017), cercados ambos en los últimos años de sus vidas fecundas, no por barcos que aparecían y desaparecían en la niebla, sino por los asedios de un ambiente de seducción y posterior apropiación de sus figuras, que busca reinterpretarlos, utilizarlos, presentándolos de manera, —sin que parezca importar mucho cuanto de forzada tenga que tener— para que resulte favorable a las intenciones de un neo anexionismo y una neo contrarrevolución, ante los que nunca sucumbieron.

Sin embargo, cuando uno va a su pensamiento radical, ese que viene de la raíz y que va a la raíz de las cosas, no hay apropiación que valga. Bastaría buscar debidamente dentro de su abundante pensamiento, legado en discursos, cartas, entrevistas, para saber qué pensaba Alfredo Guevara ante la articulación de proyectos contrarrevolucionarios con publicaciones orientadas a la intelectualidad cubana.

En su abundante epistolario, publicado en 2008 bajo el título ¿Y si fuera una huella?, expuso sus comunicaciones con las más diversas personas: Cineastas, diplomáticos, funcionarios, amigos cubanos y extranjeros, compañeros de lucha y de militancia, como también con neblinosos acompañantes del momento, de dudosa trayectoria ideológica futura —acaso atisbada ya por Alfredo—, luego confirmada por la vida.

Por las revelaciones que ofrece, su epistolario constituye un legado ético y personal que, en palabras de su editora, es “un valioso documento para comprender no solo el pensamiento, proceder y actuar de una figura como Alfredo Guevara sino para transitar con desvelo por la historia de una Revolución rebelde desde sus comienzos.”

Es difícil no pensar en la actualidad clarísima de ese pensamiento, proceder y actuar cuando se lee la carta enviada el 22 de abril de 1999 a su compañero de militancia revolucionaria Raúl Castro, en cuyas líneas le comentaba: “Como debí recientemente pasar nueve días en cama, enfermo y en ese tiempo para enfermarme cada vez más, se me ocurrió revisar los once números de la revista Encuentro, que edita en España Jesús Díaz, pude apreciar en sus líneas fundamentales: la apuesta que hacen hacia un futuro no-predecible pero biológicamente inapelable, el que han dado en llamar con insistencia obsesiva, el post-castrismo; ese anexionismo igualmente reiterado y que llega en los casos más evidentes, pero no los únicos, a proponer, e iniciar, una revisión histórica de las ocupaciones americanas en Cuba, reevaluándolas como convenientes, como aporte ¨civilizador¨; y el esfuerzo de coordinación-agrupación factual de intelectuales cubanos dispersos por el mundo para cuando llegue la ocasión con que sueñan (apoderarse , ¨en salvadores¨, de la vida intelectual cubana, ya organizados).” (1)

La revista Encuentro de la Cultura Cubana, fue una publicación trimestral editada entre 1996 y 2009 con capital de entidades estadounidenses y europeas. La revista impresa fue luego convertida en los portales digitales Cubaencuentro.com y Diario de Cuba. Contó con financiamiento de la National Endowment for Democracy (NED), la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), la Fundación Ford y la Open Society Foundations.

Entre los referentes a los que remite cualquier análisis sobre Encuentro y ¨la percepción —expresada por Alfredo a Raúl— de lo que significa y busca¨, estarían entre otros antecedentes históricos, las revistas culturales diseñadas por la CIA Perspectives, Der Monat, y la más conocida Encounter.

Encounter, editada en el Reino Unido, fue una revista creada por la Agencia Central de Inteligencia en 1953, igualmente financiada a través de la Fundación Ford, dirigida a intelectuales de lo que llamaron “izquierda no comunista”, una operación de guerra cultural que creó el Congreso por la Libertad de la Cultura, una organización pensada para la formación de una intelectualidad anti-comunista favorecida por el impulso de la atmósfera anti-estalinista del momento. Realmente, tal y como tratan de hacer en Cuba, una derecha disfrazada de izquierda. Encounter existió hasta 1991 cuando, una vez desintegrada la Unión Soviética, no tenía sentido seguirla manteniendo.

La versión cubana y la original, Encuentro y Encounter, no solo coincidieron en el nombre sino en sus perfiles como publicaciones, que fueron exactamente iguales. La investigadora Frances Stonor Saunders autora del libro La CIA y la Guerra Fría Cultural explica acerca del patrón reconocible de este tipo de publicaciones: “La revista evidentemente tiene que ser una publicación cultural en la que la política se trate junto a la literatura, el arte, la filosofía, etc, como parte intrínseca de la cultura, como debe ser. La proporción entre artículos políticos y literarios, etc variará naturalmente de un número a otro, en el primero la política queda relativamente en segundo plano, ya que lo que se quiere es captar un público lo más amplio posible.” (2)

En el caso cubano, Encuentro no se manifestó desde el primer momento como contraria a la Revolución, sino que fue evolucionando paulatinamente desde una línea inicial más suave pensada para atraer al ¨público más amplio posible¨, como dice Stonor Sunders, entiéndase lectores y colaboradores entre los intelectuales cubanos, y pasar más tarde una abierta agresividad contrarrevolucionaria.

Para la segunda década de este siglo la experiencia iniciada con Encuentro se había desgastado bastante, producto del desprestigio financiero y la postura ya proyectada abiertamente contra la Revolución, por lo que las plataformas surgidas a partir de esta, Cubaencuentro.com y Diario de Cuba ya no engañaban a nadie.

A partir del 2014 la estrategia se retoma con Cuba Posible, que contó con financiamiento de gobiernos europeos y de Open Society, manteniendo muchas similitudes con Encuentro, pero con la variación de que ya no era una publicación editada desde el extranjero sino desde Cuba y presentada como un ¨laboratorio de ideas¨, aprovechando el ambiente de debate social a partir de las reformas impulsadas bajo la dirección de Raúl. Su misión principal era influir decisivamente sobre el sector intelectual cubano con arraigo en la institucionalidad y el sistema de cultura, en vista a la Reforma Constitucional, para contraponerlo al reconocimiento del liderazgo social del PCC, y debilitar en el texto los términos del socialismo cubano, lo cual llegado el momento no pudieron lograr.

El proyecto Cuba Posible fue disuelto en 2019, luego de que algunos de sus miembros se apartaran de este para no ¨quemarse¨, y poder seguir trabajando y colaborando con otros diseños políticos de similar objetivo y camuflaje.

En la actualidad el antiguo rol mediático de Cuba Posible, en su orientación hacia la comunidad artística e intelectual cubana lo han asumido las revistas Rialta e Hypermedia Magazine, ambas financiadas por la NED, la misma financista de Encuentro. Con la particularidad que estas últimas se han saltado la etapa inicial y desde el inicio asumieron una proyección abierta contra la Revolución.

No se trata de que Rialta e Hypermedia violaron el patrón, sino que en una sucesión de proyectos editoriales durante 20 años, (Encuentro-Cuba Posible-Rialta, etc) ya la función de construcción de influencia sobre una parte del sector intelectual y artístico cubano, sistemáticamente envenenado contra todo lo que huela a comunista, socialista o revolucionario en Cuba, la realizaron los proyectos anteriores, por lo que los actuales pueden prescindir del maquillaje de las primeras puestas en escena y les resulta posible ir directo al más descarnado y recalcitrante discurso contrarrevolucionario. Ya no aspiran ¨al mayor público posible¨, sino a consolidar y mantener la influencia conseguida sobre el segmento de público que dominan. Manipularlo, utilizarlo y lanzarlo contra todo lo que sea simbólico y significante de la subjetividad cultural de la Revolución.

La idea asumida con Cuba Posible, de que no funcionara solo como un proyecto editorial, sino como un ¨laboratorios de ideas¨ fue retomada recientemente por varios de sus antiguos integrantes en una acción efímera en las redes denominada Articulación Plebeya, una pieza en el entramado de buscar un golpe blando para Cuba, presentándose como un sector dialogante que ofrece propuestas, bajo una retórica de ¨democracia¨, ¨libertad¨, ¨derechos¨. Manejar un contraste frente al lenguaje agresivo de la contrarrevolución tradicional, para mostrar a la nueva contrarrevolución como una alternativa intelectualizada, culta y ¨preferible¨.

Con un fallido esquema de ¨mesas de debate¨ en las redes, básicamente se trataba de lograr una instrumentalización del bloqueo estadounidense contra Cuba. Presentar un grupo de concesiones políticas que la misma sociedad cubana que votó la Constitución con un 86 por ciento a favor, debe según ellos cambiar, para que el nuevo gobierno en la Casa Blanca alivie el bloqueo. Hacerle el servicio a los que nos bloquean, para que ese bloqueo se convierta en lo que siempre han buscado y nunca han logrado, una herramienta política desde dentro de Cuba. Retomar el ambiente diplomático de Obama, pero luego del reclamo de Trump de obtener ¨a better deal¨, un mejor acuerdo, a cambio de relajar el bloqueo (La imposición del pluripartidismo, la posibilidad de acción pública de la contrarrevolución, el desmantelamiento del sistema electoral y legislativo, la disolución de las organizaciones políticas cubanas, etc, y así todo lo que el pueblo debatió para mejorar y votó mayoritariamente en la Constitución). Esta fue la misión de la llamada Articulación Plebeya, usar la Constitución contra la Constitución. Proponer lo que los cubanos ¨tenemos que hacer¨ para que nos quiten el bloqueo.

Duró lo que un merengue. Con semejante sacrificio de la Independencia que tanto ha costado obtener, la idea no logró que se le sumaran más que los mismos de siempre. No pudieron engatusar a nadie en Cuba que fuera verdaderamente revolucionario y fidelista, —salvo para cuestionamientos que no pudieron responder—, para integrarlo favorablemente a una intención que, en medio del intento de golpe blando, hasta un ciego podía ver que no era más que un servicio al imperialismo disfrazado de ¨debate¨.

Por si quedaba alguna duda de la posición de Alfredo Guevara ante intenciones semejantes, incluyó en el epistolario su carta de ese mismo año 1999, enviada al cineasta Orlando Rojas: “No logro comprender esa voluntad de ir carcomiendo los símbolos, ensuciando involuntariamente valores reales e ¨imaginarios paradigmáticos¨ que son cuando menos, recursos, formas de identificar la patria. Nos igualaría a aquellos que ya teorizan la no viabilidad de la nación cubana, y así preparan, queriéndolo o no, climas de rendición.

“No aceptaré nunca sumarme a esa labor destructiva ni en pequeña escala, y me alejaré siempre, y combatiré siempre, a los que la substancian teóricamente. Son los peores, no se sirven de dinamita, dinamitan con ideas (…); y con ellos esos, (los) que lo hacen también en una u otra escala, o que sitúan el escalón que conduce a aquellas trampas.” (3)

Es el propio Alfredo, con palabras e ideas más que definidas, quien disuelve las neblinas de apropiación con las que pretenden envolver su pensamiento aquellos que solo apelan a su nombre para utilizarlo, y es ese el mensaje claro y preciso que nos deja para la hora actual, frente a la guerra que hoy se le hace a la base ideológica y al legado simbólico de la Revolución. Esa es su lucidez, y debe ser la nuestra.

(1) ¿Y si fuera una huella?, Alfredo Guevara. Ediciones Autor, 2008. p.561

(2) Who Paid the Piper: The CIA and the Cultural Cold War, Frances Stonor Sounders. The New Press, 1999.

(3) ¿Y si fuera una huella?, Alfredo Guevara. Ediciones Autor, 2008. p.565

Tomado de: Bufa subversiva

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Ser hereje es ser revolucionario

Alfredo Guevara. Intelectual cubano . Fundador y primer presidente del ICAIC

Por Rufo Caballero

En el año 1963, más de treinta años transcurridos, la revista Cine Cubano publicaba las siguientes palabras: “No hay vida adulta sin herejía sistemática, sin el compromiso de correr todos los riesgos. (…) El intelectual, casi automáticamente resulta condenado a la herejía” y una página después publicada también, sin embargo, sólo hay una herejía digna…, la que es hija de la lucidez”. Hoy día que celebramos tantos centenarios, de hecho, el año pasado, el advenimiento del cine a escala universal, este año el del cine latinoamericano y estamos abocados al del cine cubano, justamente quisiera conversar con el Maestro Alfredo Guevara sobre algunas problemáticas que acontece en estas tres escalas del discurso cinematográfico contemporáneo.

En los últimos años, cierta zona de la crítica considera que la producción cinematográfica latinoamericana de los años noventa, digamos que no adquiere el relieve estético, la trascendencia, que otros momentos sí abrazaron a lo largo de la trayectoria específicamente de esto que se ha dado en llamar el Nuevo Cine Latinoamericano. Incluso se pone como ejemplo la película Fresa y chocolate, quisiera, que se refiriera a este particular.

Creo que mi respuesta debiera iniciarse con lo que no fue la pregunta, sino con las consideraciones tan gentiles que hiciste al principio, y quisiera referirme a la herejía. La herejía es lo más revolucionario que existe, y creo que la revolución es una herejía en sí. Todo lo que rompe la norma, destruye lo establecido, o intenta hacerlo, y hace una búsqueda enriquecedora de la realidad, o tratando de restablecer o de establecer términos de justicia, en el caso de una revolución, parece en un instante una herejía.

Yo creo por eso, que ser hereje es ser revolucionario, y ser revolucionario es ser hereje. No me refiero a las religiones, me refiero a la actitud ante la vida, a la actitud de búsqueda, a la voluntad de renovación, a la voluntad de renovación a la voluntad de enriquecimiento de la realidad, a la inconformidad con lo que se tiene ante los ojos, a la voluntad de perfeccionamiento o de descubrimiento de otros planos de la vida y del pensamiento. A partir de esta respuesta a la no pregunta, puedo dar respuesta a la pregunta.

El Nuevo Cine Latinoamericano, surgido en un modo espontáneo, como un fenómeno de la realidad misma, en un período en el cual la lucha por la independencia nacional, por el restablecimiento del espíritu de identidad, exigía mucho de los jóvenes, y esos jóvenes dieron la respuesta que pudieron. Hay que decir que cuando las primeras obras del Nuevo Cine Latinoamericano tal vez no fueron obras de gran búsqueda estilística, pero tenían una virtud, se insertaban en el hecho cultural, en el fenómeno de la cultura de cada uno de los países en que el movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano, es decir de Nuevo Cine, afloró. Lo nuevo fundamental era, pienso yo, que la voluntad de encontrarse a sí mismos, de abandonar los mimetismos, de no dejarse neocolonizar, creo que ése fue el papel inicial; después, de la pléyade de autores surgieron obras, después y antes, porque entre las que no sólo tenían las características que señalé, pues había otras que tenían características mucho más complejas, surgieron también autores que aportaban lingüísticamente elementos nuevos, revelaciones, en el cine de este continente y sus islas, pero realmente se inició como un movimiento hacia la identidad, pero combativo, no simplemente reflexivo o especulativo, porque las condiciones lo exigían. Pero han pasado muchos años; y es natural que la cinematografía revolucione e involucione, según las circunstancias. Los que no parecen haber evolucionado son los autores, que permanecen, que siguen haciendo, digo yo, obra válida, también en las producciones.

En el caso de Fresa y chocolate, que mencionaste como ejemplo, es una prueba de que los jóvenes van tomando su papel, pero que los viejos maestros, Titón, antes de desaparecer —no desaparecerá nunca de nuestra cinematografía, pero de la posibilidad de crear obras-, volvió a demostrar, aun en las condiciones en que estaba, muy lastimado por la enfermedad, que era un gran autor.

Forma, bueno a veces, la forma es el valor principal; y vale la pena, en mi opinión, apreciar una obra en que predomina la forma. Yo creo que en Fresa y chocolate predominó desde el punto de vista de la forma, la maestría; pero, la densidad espiritual que esa obra tenía para mí, la inscribe muy seriamente, en este movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano. Es muy difícil durante treinta años ser nuevo y de eso me doy cuenta, de que un poco por fuerza producen inquietud, hasta el 18 año, es lo que tiene el Festival, no se le hace muy fácil ser nuevo; y es nuestra inquietud fundamental; ¿qué será este nuevo cine latinoamericano?, los nombres no desaparecen, un autor puede ser surrealista hoy, pero por supuesto, se puede ser surrealista a destiempo, sin embargo, si es auténtico en su expresión surreal, si es capaz de penetrar en la realidad con los ojos de los surrealistas, para mi vale. La critica también evoluciona y una nueva crítica tal vez no encuentre tan nuevo el Nuevo Cine Latinoamericano, los autores son los que tienen la palabra.

Bien, me parece inferir que, aunque Usted tal vez no observe determinados índices de renovación lingüística propiamente dichos, si aprecia, sigue apreciando, una como cierta solidez cultural que de alguna manera avala esa premisa, de alguna manera.

Aprecio cuando existe, y aprecio, también, que muy a menudo no existe.

Doctor, en realidad por estos años se viene hablando de alternativas frente a la globalización, en cuanto al cine propiamente. El desarrollo, el afianzamiento de las cinematografías nacionales, y, por otro lado, el desarrollo del principio de la autoría, porque un autor va a ir siempre contracorriente de algo que trata de inhibir la especificidad, la autenticidad y la identidad. ¿Cree Usted que este Cine Latinoamericano más o menos nuevo, en fin, de alguna manera está instrumentando estos dos principios de alternatividad frente a la globalización con eficacia?

El subdesarrollo y la marginalización, que son una desgracia que tenemos por supuesto, su fundamentación histórica no es una desgracia divina, a veces tiene sus ventajas.

El tema de la globalización ha llegado a América Latina para preocuparnos y para alertarnos, pero la globalización empieza en los países de alto desarrollo, y por tanto nosotros la observamos y hacemos nuestra meditación, nuestra reflexión al respecto, considerándola un riesgo, y un riesgo mayor, pero no creo que se observe en la producción cinematográfica latinoamericana, elementos que nos puedan ya preocupar sobre esa globalización; la palabra globalización es demasiado neutra, esa uniformación del pensamiento y de la cultura. Creo como tú, ya lo afirmaste, que el destaque y la apertura de posibilidades a la obra de autor es una forma de enfrentar esas voluntades de uniformación, el individuo es individuo y no será uniformado jamás. Puede ser uniformado en pequeños períodos, pero, a veces, un poquito más trágicos, la ley, el carácter mismo de la vida, es la variedad; la diversidad de puntos de vista, la variedad de formas, el enfrentamiento y la confluencia de ellas, el mestizaje no pocas veces; no habrá una cultura real de carácter uniformante; de eso debemos sentirnos seguros, de que no van a triunfar. Ahora, no se trata de sentarse a esperar que la vida en su decursar tranquilamente liquide la voluntad globalizadora uniformadora, hay que luchar; y hay que denunciar ese carácter como lo que es, como un fenómeno empobrecedor de la conciencia, del pensamiento, de la ética y de la estética.

Doctor, Usted estaba reflexionando sobre la situación actual del cine universal, quisiera conversar con Usted en tomo a este fenómeno tan controvertido pero imprescindible que tiene el orden cultural hoy en día que es el postmodernismo o la postmodernidad como condición aún más abarcadora ¿Considera Alfredo Guevara que exista una crisis de significado, de contenidos, en el cine universal contemporáneo, y si existiera, ella es deudora, se debe a esta frivolización que algunos teóricos achacan o suponen que es consecuencia del postmodemismo?

Yo no soy de los que cree que las corrientes del pensamiento que surgen en una época lleguen o puedan dominar de un modo tan absoluto la creación artística, y menos aún, de los que cree que en un período tan corto de la historia se pueda ya juzgar el peso de una forma de enfocar o de analizar la realidad. Te pones a pensar en el surrealismo, te pones a pensar en el periodo del existencialismo y parecía que la sociedad de los autores, esa sociedad invisible de los artistas-autores, resultaba impregnada ya y para siempre, en las generaciones que correspondían de este clima, de esta forma de enfocar la realidad. Yo creo que la relación con el enfoque analítico del llamado postmoderno hay elementos de sustancias muy importantes, muy serios, y un gran juego también, como lo hubo en las márgenes del surrealismo, como lo ha habido siempre, como lo hubo en las márgenes del existencialismo, pero lo que pasa es que el centro núcleo el cual es…, son las márgenes sobre las perspectivas del tiempo se quedan a depurar las corrientes. Hay una corriente postmodernista en los enfoques postmodernistas de lo que se produce en esta época, el análisis que parte de esos criterios, muchos superficiales, pero, acaso cuando los contemporáneos del Renacimiento observaron el eclecticismo que ya no es eclecticismo, cuando tenemos la perspectiva del tiempo, que resultaba de retomar la antigüedad clásica, de transformarla con otros puntos de vistas, otras… incluso para servir a otras concepciones filosóficas, a otra visión y esto incluye una visión religiosa.

¿Acaso pensaron lo mismo?

Debes moverte de un gran asombro —pero estamos hablando de cosas serias—; es decir, probablemente pasó en el Renacimiento; evidentemente muchas obras son muy frívolas, y que se justifican en la postmodernidad.

Me atrevería a hacerle una pregunta un poco osada, pero que para mí es crucial. Jamás ha sido escrito, yo al menos no lo he leído nunca, a modo de confesión —que digamos oficial— pero sí he escuchado en determinados sectores de la intelectualidad una especie de criterio soto vocce, como por debajo, en torno a que Alfredo Guevara intelectual, Alfredo Guevara ensayista, Alfredo Guevara pensador, digamos que se le confiere como mucha más importancia, trascendencia; digamos que vislumbra un carácter como mucho más noble, puro, en otras expresiones culturales, como digamos la literatura y las artes visuales, antes que el cine. ¿Me equivoco?

Te equivocas. (Risas.)

No creo en supeditaciones de un arte a otro, pero al cine le tocó surgir en el mundo y en Cuba, cuando ya ciertas formas de expresión artística, de expresión del pensamiento, habían recorrido un largo camino. Acudiste a un texto de Cine Cubano, pudieras acudir a otros, recuerdo muy bien, porque es un concepto que siempre tuve y que el equipo con que se inició el ICAIC compartió conmigo, no era posible crear el clima espiritual, como dijimos en la época, que pudiera favorecer el surgimiento de una cinematografía sin partir de aquellas expresiones que en la cultura nacional cubana habían sido capaces de sentir y expresar la identidad nacional, sin tomar en cuenta no ya las artes plásticas sino la música, sin tomar en cuenta la literatura, el amor a Cuba y al descubrimiento de que éramos nosotros mismos, nosotros y distintos, acaso tuvo su primera floración en la poesía, en la descripción, en la imagen literaria de este mundo, de este clima, de estas frutas, de estas plantas, de este modo de ser, de este modo de i vivir, que se dio en un período en que ni las comunicaciones marítimas, ni aéreas, y mucho menos de las comunicaciones propiamente dichas, lo que llamamos hoy en día la comunicación, tenían posibilidades. Muchas o varias naciones de la Península Ibérica, los franceses de Haití, de Nueva Orleans, los que huyeron de las guerras y de las derrotas, los africanos —también de distintas naciones llegados a Cuba convertidos en esclavos, es decir, en obreros sin salario—, fueron conformando en el mestizaje espiritual, geofísico, pero espiritual, fueron conformando algo nuevo que cualitativamente resultó Cuba. Esa Cuba fue expresada primeramente en la literatura, un poquito más tarde en la imagen y desde muy temprano en la música. Si el cine no partía de lo que ya había sido capaz de expresar lo cubano ¿cómo hacerlo?, ya desde entonces marcamos este principio, pero por supuesto, como dije en otra respuesta, tocaba a los autores, y nosotros entonces en aquellos primeros instantes dijimos que había que construir un mundo de imágenes que fueran, por aproximación, acercándonos a la visión cinematográfica de quiénes éramos, como los poetas, ensayistas y los novelistas, los compositores musicales y un poco más tarde en las artes plásticas lo habían hecho, y a partir también de lo más avanzado y diverso del arte cinematográfico en el mundo, no del teatro vernáculo que había sido el primer camino seleccionado por cineastas, a quienes tenemos que respetar, admirar y no olvidar, pero que no tuvieron una visión clara de que el nacimiento del cine en nuestro país, tenía que ser construido con un espíritu, con un criterio, con una voluntad de insertarse en la cultura nacional, en su densidad, a partir de su densidad más seria, con el mayor rigor intelectual, tomando en cuenta, nosotros no debemos olvidar, que este país surgió del curso de la historia, pero fue pensado. Tuvimos la suerte, yo cuando muy joven, estudiante aún, empecé a estudiar las obras del Padre Varela, que publicaba, que publicó, el Departamento de Extensión Cultural de la Universidad de La Habana, descubrí algo maravilloso, el Padre Varela era un enciclopedista y cuanto escribió era, estaba dirigido, a actualizar, a informar, a poner en circulación las ideas más avanzadas de su época, a ponerlas en el pensamiento y la conciencia de ese cubano que estaba naciendo y que ellos sabían que existía y que iba a existir de un modo más definido. Pero otro tanto hizo Domingo del Monte, ¿y qué hizo para nosotros los cubanos y toda América Latina José Martí?, no sólo combatir, afortunadamente dio en el instante preciso la precisa imagen del hombre del pensamiento que convierte el pensamiento en acción, pero realmente, nosotros en nuestra pequeña escala, porque he mencionado figuras de tal magnitud, que entonces nos quedamos verdaderamente minúsculos cuando nos referimos al proyecto cinematográfico, nosotros pensamos que el cine para que de verdad surgiera continuidad artística en el marco de una revolución como la nuestra, tenía que surgir desde los núcleos más densos de la cultura nacional.

De modo que celebramos entonces el centenario del cine, del cine nuestro, sin ningún sentimiento de culpa, que la idea esta fatalista de la crisis es improcedente.

Si no estuviese tan fatigado de la crisis de la novela, la crisis del cine, la crisis de las artes plásticas, todas las transiciones son crisis naturalmente, toda transición supone una crisis. Si es así como debemos entender, ¿acaso el nuevo cine latinoamericano tiene su crisis? Pero, pero las crisis no son nada más que el nacimiento de un nuevo rasgo.

Claro. No, yo lo citaba justamente porque es un programa recurrente de la literatura actual, pienso yo, que pensamiento pobre, o sea, una pobreza de pensamiento; para nada estoy de acuerdo ni con las crisis en la vida social ni cultural, artística.

Durante 1995 se estrenaron dos óperas primas La ola y Pon tu pensamiento en mí, dos películas que, por la juventud de sus creadores, hablaban o hablan en primer término, de la voluntad de dinamizarse y renovación del cine cubano y de su conducción específicamente, pero que, en mi criterio, representan la vuelta de un cierto aliento poético y de una trascendencia reflexiva, que, de algún modo, se habían extraviado en el cine cubano más reciente. Entonces quisiera que Usted me expresara un poco el criterio de la dirección del ICAIC en torno a la continuidad o no de esa línea, o sea de favorecimiento a esa línea, que tiene en el experimento formal y en la densidad conceptual su asidero fundamental. O sea ¿seguirá favoreciéndose esta línea a pesar de que pueda coexistir con muchas otras, independientemente de que La ola y Pon tu pensamiento en mí no sean todavía obras de culto?

Usaste la palabra extraviada, y me gustó. Yo considero, que Pon tu pensamiento en mí y La ola, como también considero Fresa y chocolate tan diversa, son mis películas, no son sólo las películas realizadas por un maestro como Titón y por dos jóvenes que hacían, que hicieron, de este modo sus primeras obras, son también películas mías, por cuanto me siento expresado en ellas. Pero una institución de una cinematografía, no puede resultar de las concepciones de una sola persona, y he dicho, repetido y subrayo ahora, que cuando uno tiene poder de decisión debe ejercerlo con cautela, reflexionando, pensando cada paso, pero hay ciertas decisiones que son de principio, una es que el cine cubano tiene que apoyarse en sus maestros, en quienes ya demostraron que son verdaderos artistas, hemos perdido a Titón, pero quedan otros. Pero tiene que abrir también sus puertas a los jóvenes de talento y que trabajan con rigor, con seriedad, que están respaldados por una cultura sólida, y que tienen sus conceptos de la vida y del arte muy bien definidos. Éste es el caso de Arturo Sotto, de Enrique Álvarez, yo creo en esas obras.

Nosotros no hemos tenido la oportunidad por razones financieras, y en algunos casos tecnológicas, pero que ya están en vías de superarse —unas y otras—, de disponer de suficientes copias para darle I una circulación a estas películas, que permitan de un modo más claro sentir la reacción del público. Yo nunca hago oídos sordos al mensaje que lanza la crítica, pero la crítica no es una abstracción, la critica la encarnan hombres y mujeres a quienes reclamo lo mismo que a los realizadores, cultura rigurosa y profunda, verdadera información y autonomía de pensamiento, si eso se da o no se da en los críticos, no es el caso que yo me ponga ahora a decir fulanito sí, menganito no, etcétera, etcétera. No me olvido de un cierto crítico, cuyo nombre no voy a mencionar, que se atrevió una vez a clasificar toda la obra de cineastas, pintores, dramaturgos, novelistas, etcétera, para determinar si entraban o no en el parnaso del realismo socialista. Nada sería más cómico que hoy día reproducir aquellos artículos, porque el parnaso del realismo socialista es una vergüenza para los que fueron incluidos, porque es un disparate teórico y una especie de guillotina intelectual que destruyó tantas cosas. Por suerte, no en nuestro país. También diría yo a los críticos, que reflexionen, y que no se lancen tan rápido contra Góngora, que no se lancen tan rápido contra Carpentier, que no se lancen tan rápido contra Lezama Lima, que no se lancen tan rápido sobre los innovadores, sobre los que en pequeña unidad o en gran escala enriquecen, porque después, se pueden encontrar cuando pasan los años que van a hacer el ridículo. Ésa es mi confianza, tal vez sea yo el que lo haga. Pero especialmente a los jóvenes les debe preocupar más, porque si un día llegamos a la conclusión de que no merecían esta comparación metodológica, no es con las personas, pero no debemos olvidarnos que Orígenes fue considerados por muchos durante un largo periodo un movimiento hermético, incomprensible, etcétera, etcétera, y si eran tan herméticos e incomprensibles porque no los leían simplemente, entonces los verdaderos desnacionalizadores que estaban en los medios de comunicaciones no eran condenados. Y eran criterios políticos, porque hay que estar claros en una cosa, y me vas a perdonar que te robe un minuto en un desvío —pero no es un desvío—, para decidir…, no se trata sólo de los autores, se trata de la línea de las publicaciones, para decidir lo justo y lo injusto, y yo acepto la posibilidad del error, porque sin error no hay búsqueda, es decir la búsqueda de un proceso de aproximación, en que una veces se logra cierto plano y otras veces no se logra, o demora más en lograrse, pero, esos decididores, debieran pensarse siempre a sí mismos, como el dirigente que tenemos, Fidel, y hombres que lo han acompañado en el curso de la historia, no pocos, otros que son aprendices de él y que están a su lado aprendiendo y yo quiero recordar que no hay que ir a Domingo del Monte o a Félix Varela, o a José Martí, o a Luz y Caballero, para pensar en los que pensaron, para mencionar a los que son, o los que merecen haber tenido la responsabilidad de pensar a Cuba —nosotros hemos tenido a un Carlos Rafael Rodríguez, que ahí está—, son los ejemplos, de cómo debe ser un dirigente, cómo debe ser un director de periódico, cómo debe ser el que orienta una página cultural, porque es una responsabilidad muy grande. Tiene que ser un hombre riguroso intelectualmente, que es el único modo de ser riguroso políticamente.

Ya al final, Alfredo, yo le agradezco, pero le agradezco no en nombre de la retórica al uso, sino sencillamente porque no tiene Usted idea, creo que nunca la tendrá con suficiente certeza, de cuánto esa delectación por el rigor ha impregnado a las nuevas generaciones de pensadores cubanos, y sobre todo por demostramos que la revolución es posible sin concesiones éticas, pero también sin concesiones populistas.

Muchas gracias, y hasta otro momento.

Sin concesiones estéticas.

También.

(Marzo de 1997)

(Versión de la entrevista concedida a Rufo Caballero para el programa televisivo por los cien años del cine cubano, marzo de 1997).

Publicada en Alfredo Guevara, Revolución es lucidez, Ediciones ICAIC, La Habana, 1998, pp. 123-131)

Tomado de: Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano

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Pensar es un acto revolucionario

Alfredo Guevara, fundador y primer Presidente del ICAIC

Por Alfredo Guevara

“En tiempos nublados como estos, cuando el debate de ideas se confunde con el zipizape ideológico, compartimos de nuevo sus palabras en la presentación del número de Temas dedicado a Transiciones, hace ahora trece años”.

Alfredo Guevara acaba de cumplir 95. Para Temas, su acompañamiento crítico, luz larga, apoyo invariable, en las verdes y en las maduras, sigue siendo más que la de un santo patrono. En Alfredo, raro ejemplo de intelectual y dirigente político de la cultura, el sentido revolucionario de la verdad y la lucidez intransigente, el pensamiento hereje enfrentado a dogmáticos y renegados por igual, el señalamiento de carencias y desacuerdos sin poner etiquetas ni dárselas de tribunal supremo, la crítica de los aparatos de gobierno, a veces muy dura, pero ajena al arte demagógico del tiro al blanco, el llamar a las cosas por su nombre, representaron una marca de identidad. En tiempos nublados como estos, cuando el debate de ideas se confunde con el zipizape ideológico, compartimos de nuevo sus palabras en la presentación del número de Temas dedicado a Transiciones, hace ahora trece años.

No puede prescindir un movimiento intelectual, no puede prescindir una corriente ideológica o una tendencia del desarrollo de la ciencia o de una ciencia, o de un grupo artístico, de ideología definida o de investigación en campo alguno, de la existencia de un órgano de expresión. Menos aún en tiempos de Revolución, tiempos previstos, cúmplase o no de modo integral la obligación y profecía, de cambio, y cambio no en marco de arbitrariedad sino de ajuste y perfeccionamiento a partir de la experiencia y de sus resultados. No logro pensar la Revolución, no digo ya la nuestra sino el concepto mismo, o pensar su imagen que como cineasta necesito, en términos de transición, término que a partir de la experiencia histórica reciente, o ya no tanto, queda ligado a pacto o concesiones o a procesos de lenta aplicación y que, cuando acelerados, más cerca andan de la descomposición de la realidad que se desmorona desde su interior esencial y acepta otra, que en medio de tal desestructuración se le impone triunfante. Comprendo, acepto, disfruto y de tan ingente y productivo esfuerzo de reflexión, análisis y disección y especulación me sirvo, cuando a mis manos llega una revista como este número 50 de Temas; pero no solo la que ahora comento a mi manera, sino las otras muchas de las que, como una hazaña del heroísmo intelectual y político, han permitido llegar a este tan simbólico ejemplar. No olvido aquellas que han recogido temas tan importantes y provocadores como la cultura cubanoamericana, las relaciones conflictuales con el imperio, los avatares de la economía y sus relaciones con la y las ideologías, raza y racismo, sexualidad, el mundo de las márgenes, y siempre América Latina y USA en el trasfondo y el primer término. Henos aquí en el número 50. La revista vive porque supervive; y Rafael Hernández, por esa y otras razones, no solo vive honrando y honrándose de este modo, sino que resulta sin proponérselo un sobreviviente. ¡Cuán complejo fue, por largo tiempo, esquivar con serenidad y dignidad, que es una de las formas del ser revolucionario, el asedio del funcionarismo-estaliniano y de sus recursos coercitivos, que además pervive, aunque hoy le toque pervivir y hasta reproducirse como gorrión mojado, por fortuna!

Lo que más admiro y respeto y me une a Rafael Hernández es esa forma de ser revolucionario. No es, no será la única, o la posible; los caminos del Señor son infinitos; pero es la que más admiro, la de la serenidad y dignidad del revolucionario que trabaja y trabaja construyendo sin tregua y sin concesiones, y sin llanto.

En el campo del pensamiento no hay atajos, ser o no ser tiene respuesta inmediata, ser siempre. Y además no existen monolitos, y cuando sentimos y hasta vemos presencia que no admite duda o que pretende no permitirla, debemos saber que se trata de espejismo y que un día u otro, más temprano que tarde, todo castillo construido con naipes caerá bajo el toque de algún que otro vientecillo o ventarrón.

Solo se construye en sólido sobre el saber. Y la realidad que es su objeto, su materia de desbroce, es tan compleja, tan móvil, tan inapresable de modo absoluto o definitivo, que toda conquista realizada supone nuevas metas. A ese sueño de la verdad solo llegamos por aproximación. El absoluto afortunadamente es tan solo un concepto tentativo, un modo de hablar para entendernos; todo punto de llegada no hace otra cosa que anunciar la partida. Por eso las revistas que surgen y desaparecen, que cumplen su función para un período, y permiten apreciar la complejidad extrema de esa realidad que no sabe ni de monolitos ni de absolutos, revistas que acaso como Temas perduran y se renuevan en cada número, resultan un remanso repasador de lo logrado, el oasis que se permite la memoria en letra impresa, la memoria que puede ser (no toda) manantial o sostén de lo más duro, aquello que resiste en la experiencia y va siendo y enriqueciendo la cultura. Eso fueron en su tiempo y circunstancias y para esa época y necesidad de ser, por decir algunos títulos probantes, las Memorias de la Sociedad Económica, o El Habanero o Patria o la Revista de Avance u Orígenes o Nuestro Tiempo o la revista Ultra, la Revista Bimestre Cubana o Lunes de Revolución o Cine Cubano o La Gaceta de Cuba o Pensamiento Crítico o la Revista de la Universidad de La Habana o la del Ministerio de Industrias o Cuba Socialista y Teoría y Práctica o la Revista de Información y Traducciones, Criterios y Nuevo Cine Latinoamericano, etcétera, etcétera.

Quede clarísimo que no he querido ser exhaustivo. Tan no lo he querido, que no me detendré en esa otra fórmula, fuerza, canal, tubo que se llama Internet y correo-electrónico, fórmula que todo lo permite, lo valioso y lo superfluo, el rigor tal vez, quizás, a veces, y la banalidad que puede, también a veces, quizás, tal vez, tocar la indignidad…

Revistas y revistas, las que menciono y las que no, me han servido de ejemplo y que, como se constata en alguna relación más completa que alguien numeró en el simposium que siguió a la conferencia más que magistral dictada por Fernando Martínez en el Instituto Superior de Arte hace unas semanas, han resultado, resultan tantas como criterios debaten ante oídos atentos y a veces sordos sobre nuestras vidas, sociedad y futuro.

¿Será ese debate que quisiera ampliar también para atentos y sordos este número 50 de la revista Temas?

¿Propone cada revista o publicación en su escala y para su auditorio, discútase lo que se discuta, al abordar problemas no resueltos, con sus reflexiones o proposiciones, una visión sobre lo que Temas ha abordado como «transición-transiciones» y uno de los autores incluidos en el sumario como transitología», inaugurando un término que él aspira a considerar esclarecedor y que no cabría decir si para mí resulta divertido o preocupante.

Diré por qué; no para polemizar, sino para introducirme en el debate fascinante que este Temas 50 recoge bajo el título genérico de «Transiciones y posttransiciones».

Me encantaría ser un gran teórico y apasionarme tanto con la claridad clarificante de las teorías que formulase, adentrarme tanto en ellas, que viviéndolas en mi mente las convirtiese en realidad. Debo conformarme, en cambio, con la experiencia que no sé si valiosa pero sí que mucha, variada, desconcertante e inserta en la historia del siglo XX, en diferentes latitudes y siempre como protagonista menor, a veces tan menor, y hasta menorísimo, que el testimonio que puedo dar solo tendrá el valor de la presencia. Era muy joven, adolescente casi, cuando entré en contacto con los anarquistas españoles que llegaron a Cuba; eran, se hacían llamar, libertarios y me impregnaron de ese ideal. Es que la generación habanera de que formo parte vibró con la República española, con sus comunistas, con sus socialistas y con sus anarco-libertarios. Esos profesores españoles revolucionarios que habían vivido el primer capítulo de la libertad y el fascismo, ese combate que precedió la Segunda guerra mundial, aportaron a Cuba la experiencia de una revolución social, y la de sus aciertos y errores, la depuración de aquellos en la reafirmación clarificante que se materializó en la reflexión y la intersolidaridad: todos habían pasado a ser, ante todo, republicanos. Cuando muchos años después llegó la transición –para valerme esta vez de ese término que desde España se hizo voluntaristamente modélico–, había pasado tanto tiempo que me preguntaba si los retornos eran posibles. Transterrados, había llamado María Zambrano a aquellos miles de seres que vinieron a refertilizar las tierras de América Latina; ellos, los que volvieron, fueron también capaces de refertilizar España y sacarla del horror del alma pandereta en que la había sumido el franquismo. Con los vivos y devueltos llegó el recuerdo y la obra, y llegaron los principios defendidos hasta el último día por aquellos que quedaron para siempre en nuestros países. Han sido necesarios varios decenios para que en estos dos últimos años aquella transición que se proclamó modélica porque pacífica y útil, bien calculada, acaso la única posible; pero también simple traspaso pactado de poderes y ceremonia de símbolos, comience a reconocer en la República, y en la excepcionalidad de aquella experiencia histórica, los valores éticos y el heroico coraje de sus protagonistas, la esencia más pura de la España que tenía que ser. En estos días he podido apreciar en la TV internacional la imagen recién descubierta y recién restaurada de grupos de entre los 300 000 refugiados republicanos que llegaron a México bajo el amparo del General Lázaro Cárdenas, que es decir de la Revolución mexicana, que había hecho temblar las tierras de América y, ante todo, la de México, más que todos sus terremotos ancestrales; Revolución nuestra, paradigma, Revolución que precedió a la rusa, quiero subrayarlo para más tarde servirme de ese subrayado.

Al fin pronuncio la palabra clave, la que quería decir sin ambages: ¡Revolución! De eso se trata en estas, mis reflexiones en la presentación del número 50 de Temas.

Las revoluciones son cataclismos y al pasar de una etapa a otra de la organización, desestructurando raigalmente una sociedad con la esperanza de estructurar, quiero decir, de construir otra, es obligado ese cataclismo y no, de ello estoy convencido, como he leído en algunos de nuestros autores, simple transición del capitalismo al socialismo. No logro evitar un sentimiento de estupor porque esa repetida frase parece empeñada en sustituir lo que anima la vida de una época. Revolución, así, con mayúscula, Revolución, con mayúscula y con orgullo al pronunciar esa palabra, palabra mayor. En el caso de Cuba, esa nueva terminología me resulta, para servirme del autor que parte de una nueva ciencia o rama, la transitología, como recurso para situar este juego o recurso formal o método como lo que me parece escapatología o evasionología o academiología. Las revoluciones son revoluciones y la nuestra se inicia con un baño de sangre que fue, también en ese nacimiento, de sacrificio, heroísmo, coraje y solidaridad.

Ese día 26 de Julio, tan cercano para el recuerdo, terminaron todas las teorías y legitimidad de las estrategias que se apoyaban en fraseologías y sueños y sobre todo en mimesis: la lucha armada era ya irrevocable; como irrevocable había sido el inicio de las insurrecciones cubanas que reunieron el 10 de Octubre de 1868 con el repique de La Demajagua dos revoluciones, la de la independencia, revolución nacional; y la de la liberación de los trabajadores-esclavos negros, revolución social. Esos entrelazados ingredientes eran pólvora. Fidel en 1968, y en La Demajagua, declaró con toda firmeza y lucidez que allí había comenzado la lucha cubana: la Revolución cubana. En el Moncada, en La Historia me absolverá, tenemos ya esbozado el programa para la revolución armada triunfante. Retorno a un instante de este texto. Tengo muchos años. Desde el Moncada sufrí persecuciones y prisiones que no terminaban, participé activamente en la clandestinidad habanera, pago aún –y no me importa– las consecuencias del odio y el abuso ejercitado sobre mi persona y más aún el dolor profundo que anida en mi alma, que no admite el olvido, ante el recuerdo de los compañeros caídos. Lo pagamos muy caro, en sangre, sacrificios, combates frontales. Derrotamos a la dictadura y al imperio, y mejor diré al Imperio y a su testaferro-dictador; y lo hicimos como un ejército martiano de jóvenes, muy jóvenes, como muchos o algunos de ustedes, encabezados por jóvenes, muy jóvenes, y por un lúcido jefe, Fidel, tan inteligente y sabio estratega en el combate armado como en el político. Días después del triunfo daba instrucciones que no podré olvidar jamás: «las leyes revolucionarias y la primera, la de Reforma agraria, deben ser un golpe tan destructor a la organización social que no haya modo de reconstruirla». Lo dijo de otro modo, más gráfico, más para mí que amo la palabra, pero mejor si deviene también imagen. En el Programa nacido del Moncada Fidel ya había diseñado, para un país pequeño, transformaciones de base, de esas que hacen del hombre ciudadano, del ciudadano ser pensante, del ser pensante ejercitador consciente de la libertad. Como señala con razón uno de los ensayos que aparecen en la revista, la reforma agraria y las nacionalizaciones resultaron determinantes en la destrucción del poder burgués y la explotación imperial estadounidense, es decir, de la presencia del capital extranjero y de la oligarquía testaferra; pero no tendríamos que olvidar nunca que se inició casi de inmediato la alfabetización, y que la sucedió el seguimiento y quedó establecida la meta del noveno grado. Los campesinos de todo el país visitaron a los citadinos; los niños de las sierras bajaron del monte, sierra y bosque, a estudiar a la ciudad; y las campesinas llegaron por miles a aprender corte y costura y acceder o ampliar «sus letras» y visión del mundo; los adolescentes citadinos pasaban semanas en el campo; muchas revoluciones se entrelazaban y complementaban y entre ellas, entre tantos cambios, el Ejército Rebelde se ejercitaba en el conocimiento, por demás imprescindible para el ejercicio de nuevas armas, en primer término defensivas.

No continuaré por este camino. Sé que los estudiosos, sociólogos y economistas prefieren o han preferido plantearse en sus artículos y ensayos más que el reanálisis de la obra de aquellos años fundadores, una visión crítica enriquecedora en relación con la formación, estado y perspectivas de la organización social y la economía en el contexto latinoamericano e internacional de la globalización en Cuba, pero más allá de nuestro país y contextualizándonos. No esquivaré el tema. Ya lo discutía Che con más de un contradictor en los años 60. Acaba de publicarse un libro que apenas circula y que recoge sus tesis de entonces y las discusiones internas en el Ministerio de Industrias. Se titula Apuntes críticos sobre la Economía Política. Hace trizas Che del Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS y el concepto mismo de los manuales. Ese engendro de papilla ideológica, inventado para sostén del estalinismo y de todo el antintelectual que en el mundo existe; es decir, para disfrute de todos los que prefieren renunciar al pensamiento, al análisis autónomo y crítico, diremos que por dogmático-miméticos, pero sobre todo por vagos, satisfechos en la estúpida placidez de su ignorancia. Che no propuso nunca nuevas Biblias; no me sentiría obligado a recomendar ese maravilloso libro, su libro, para seguir sus tesis, unas me entusiasman otras no tanto; pero es ante todo una incitación a pensar, a abordar los problemas como parte de una realidad siempre cambiante y no permite fabricar fórmulas que no deban o puedan ser desechadas años después si necesario fuese.

Tuve la oportunidad excepcional de descubrir a un senador chileno, algo frustrado porque alojado desde hacía varios días en el hotel Deauville, no lograba hacer contacto con dirigentes de la Revolución cubana. Él tenía sus tesis y lo llevé a conocer a Che y tuve así, como quien dice, accidentalmente, la oportunidad de, testigo mudo, escuchar parte de aquellas primeras conversaciones. Allende creía sincera y profundamente en la posibilidad democrática electoral de llegar al poder y desde el poder abrir caminos al socialismo; no de instaurar en horas, semanas, meses una sociedad de inspiración socialista radical, no era un ingenuo, pero sí de abrir caminos muy serios y cada vez más raigales en esa dirección. Probó que el democrático tradicional podía llevarle al gobierno e intentó ir más lejos: alcanzar el poder e iniciar las transformaciones soñadas. Lo pagó con la vida. Muchos años antes, en 1950, llegué a China cuando todavía los ejércitos de Chiang Kai Shek combatían; unos meses antes había caído Shanghai, en septiembre de 1949. Era parte de una delegación de estudiantes universitarios que recorría la China casi liberada participando en concentraciones populares que apoyaban a Mao Tse Tung; era todavía la guerra y nuestra caravana se apoyaba en tropas y ametralladoras de grueso calibre. Encontramos a Mao. El apoyo y entusiasmo popular eran impresionantes, pero tuvieron que combatir hasta el último instante. Los bolsones de los ejércitos enemigos estaban por todas partes y eran eso, bolsones muy, muy elásticos, avanzaban y retrocedían.

En 1968 estaba en la Sorbona cuando comenzó la rebelión estudiantil y toda la mañana permanecí bajo el fuego graneado de las bombas lacrimógenas que habían sido estrenadas en Vietnam. Walter Achúgar, un tupa de mi amistad más íntima, andaba en las mismas, nos separamos frente a una librería de izquierda, La Joie de Lire, en el borde del Boulevard Saint Michel y solo cuando logré salirme de la zona más caliente, descubrí mis ojos dañados. Cuando regresé a Cuba los oftalmólogos encontraron solución y me salvaron, pero otro de mis amigos de entonces, el director de la librería y la editorial que publicaba Tricontinental en francés, quedó tan dañado que permaneció meses hospitalizado. Una de las bombas había estallado sobre él. El general De Gaulle (al que pese a todo admiro) voló en helicóptero a Alemania a pedir ayuda a las tropas francesas allí acantonadas. Lo logró. Se sostuvo con ese apoyo militar pero el Estado francés, nacido de una revolución que transformó el mundo y la única que tras el Derecho romano que todo rige, fue capaz de imponer a cañonazos la estructura toda de la sociedad europea y con el Código napoleónico reestructurar a fondo el Estado fortaleciéndolo para la modernidad, había corrido riesgo mayor. Aquel Estado sin embargo, fuerte como pocos, estuvo a punto de derrumbarse en unas horas.

Era la segunda vez en mi vida en la que apreciaba esa debilidad estructural y militar ante un estallido de carácter popular y potencialmente revolucionario. Había aprendido en Bogotá, en 1948, junto a Fidel, cuán endeble puede ser esa y cualquier estructura estatal.

En Bogotá, en el corazón de América Latina, simbólicamente en los Andes y mientras tenía lugar la Conferencia Panamericana con la presencia del general Marshall, el asesinato de Gaitán, el líder liberal más popular y amado en la historia de aquel país, desencadenó una revuelta que, cuarenta y cinco minutos después, conmovió de tal modo los cimientos de la sociedad que pudo derrumbar el gobierno y desbordar sus fuerzas armadas. Policías y soldados entregaban las armas o no combatían. Debió llegar para detener la revuelta otro ejército, «los chulavistas». A ellos brutalmente tocó controlar al pueblo armado, saqueante e incendiario. Bogotá desapareció entre las llamas.

De nuevo un salto, 1968, en junio me tocó entrar a Brasil. Los jóvenes estudiantes de São Paulo, no pocos de ellos ligados a Acción Libertadora y muy directamente a Marighella, casi insurrectos, y en Río, Chico Buarque, Gilberto Gil, Glauber Rocha, Caetano Veloso, etcétera, etcétera, encabezaban manifestaciones contra la dictadura. Parecía otra vez el Mayo francés; pero los militares aplastaron aquel estallido. Cuando la policía militar pisaba mis talones, lo digo en broma, porque los mismos estudiantes que había conocido en una trinchera paulista me habían situado junto al piloto de un Air France sin plaza y sin billete y andaba ya sobre el Atlántico, vía París. Ellos en cambio conocieron más tarde las cárceles y algunos fueron asesinados. Pero no cesó el combate hasta la derrota de la dictadura. No, los que intentan cambiar la sociedad en cualquier dirección o inspirados en cualquier ideología o religión, marxistas y hasta reformadores, radicales o no, afrontan riesgos y responsabilidades y tareas y enemigos difíciles de quedar reducidos a esquemas técnicos. Ved a los líderes haitianos o a Juan Bosch en Dominicana, en tiempos no tan lejanos o actuales. Los regímenes oligárquicos, el imperio, y sus ejércitos, reprimen, aplastan y llegado el caso, asesinan. Siempre amenazan, cercan, empobrecen y limitan. Es el caso de Cuba, no olvidarlo.

Que me quiten lo vivido –se dice en broma– Eso, lo vivido, de lo que he reseñado bien poco, de esas experiencias, nace y se afirma un cierto sentido común. Eso me creo: las revoluciones son revoluciones.

Aciertan o fracasan. Navegan con suerte o encuentran obstáculos, tantos que no logran realizarse plenamente, sufren períodos de estancamiento y se corrompen o rectifican a tiempo y renacen a nuevos bríos.

Tuvimos un Moncada y tuvimos un Primero de Enero de 1959, el Año Nuevo más nuevo de nuestra historia. Cayó Che en Bolivia y Bolivia tiene a un revolucionario en la Presidencia y multiplica por dos su proyecto revolucionario con un boliviano aymara retornando a la dignidad del poder real a un descendiente de los pueblos autóctonos, un acto de justicia histórica. Tuvimos un Período especial, lo tenemos aún, un poco menos especial, y esperamos que tal especialidad se acorte si trabajamos bien y cumplimos la tarea que nos imponen las circunstancias: defender la Revolución y su esencial eticidad, el valor supremo que la legitima: su pasión por la justicia, por la verdad, aportando ideas, soluciones posibles o, en la mayoría de los casos, los marcos referenciales en que esas eventuales medidas-soluciones o de acercamiento a ellas serían factibles. Este número de Temas –estés o no de acuerdo con una u otra reflexión o proposición, con uno u otro texto– cumple largamente uno de los objetivos que me atrevo a suponer inspiran su diseño: provocar en el lector nuevas inquietudes, enriquecer las que ya seguramente tiene, alimentar esa angustia productiva que nace del compromiso activo, aquel que no admite que el pensar útil quede sumergido en el letargo corruptor de la inacción.

Recuerdo siempre de aquellos años más que juveniles a que he hecho referencia, las extrañas relaciones que establecí con Ortega y Gasset, a quien leía sin descanso pero no porque me fascinara sino porque provocaba en mí rechazo y silencioso diálogo, casi siempre turbulento. No porque negase sus tesis de modo total sino porque me parecían demasiado poco, poco menos que conformistas con el progreso y la modernidad tal y cual se presentaba en la época. Época de esperanzas en un mundo mejor posible y, por tanto, poco propicia a revoluciones de escala mundial. Conservo aún aquellos libros y los amo porque me hacían pensar y debatir en medio de la lectura. Preparando estas notas he apreciado no la fase del rechazo, que a veces he sentido más que pensado en la lectura de algunos párrafos, sino en la fase del estímulo, pues puede descubrirse o mejor apreciarse en la diversidad generacional y de responsabilidades y posibilidades, un debate virtual, la presencia de una conciencia activa. Esta vez en un período histórico en el que tengo la convicción de que lo posible es posible; y que lo necesario lo es también.

En uno de los artículos de Temas se cita una frase de Fidel, muy, muy bien seleccionada para este debate. Es una referencia al discurso del 1ro. de mayo de 2002. «¿Qué será la Revolución, me atrevo a preguntarme, y a hacerlo para nuestros días?» Fidel daba respuesta entonces a su propia reflexión y dijo: «Revolución es sentido del momento histórico, cambiar todo lo que debe ser cambiado».

En ocasión del lanzamiento del libro de Ignacio Ramonet 100 horas con Fidel, seguro de que aquellas páginas recogían ya un mensaje que recapitulando historia y vivencia apuntaban hacia el futuro, me dije que faltaba aún a Fidel y que esperaba eso fuera posible, y lo está siendo, entregar a las nuevas generaciones, las que están y las otras, mensajes y diseños de futuro. Y no es que no crea que puedan surgir otros Fidel, distintos pero válidos, otros José Carlos Mariátegui, otros Martínez Villena u otros Julio Antonio Mella u otros Flores Magoon, otros Salvador Allende u otros Che u otros Prestes o Marighella o Albizu Campos u otros Juan Bosch. Unos sucedieron a otros y ya han ido apareciendo quienes intentan completar historias o realizarlas, tomando el liderazgo de sus pueblos y entregando al espíritu de eticidad y justicia la forma de ser necesaria y posible a cada época o período o circunstancia con comprensión y «sentido del momento histórico». Siempre veremos, verá el curso de la historia, más previsible o inesperadamente, surgir el pensador, el jefe, los jefes, los organizadores necesarios. La barbarie capitalista, la explotación del ser humano, la injusticia y las máscaras que se inventan no tendrán jamás cuartel.

¿Por qué entonces Fidel, porque soñar entonces, reclamar de su persona mensajes y diseños, o esperarlos, o desearlos, y es mi caso? Solo porque me toca esta tribuna lo subrayo, no porque me dé significación particular alguna, es que he apreciado en los textos leídos más recientemente, en sus reflexiones, una común presencia. Todos parecen anhelar, ante nuevas realidades y oportunidad excepcional, históricamente excepcional, una necesaria refundación, revitalización del socialismo.

Unos quisieran sacudirnos del lastre que suponen restos que todo traba en el pensar y el ser desde las concepciones dogmático-rutinarias-mimético-empobrecedoras del estalinismo. Che llamaba bíblicas a las concepciones que devenían cristalización, ya para siempre inapelables. Y ¡Dios mío!, me toca matizar, lo hacen sin poesía alguna. Fidel ha dicho y ahora repito que lo revolucionario «es [tener el] sentido del momento histórico, cambiar todo lo que debe ser cambiado».

Tendrá América Latina, tendrá uno u otro país, tendrá Cuba acaso, tendrá la Revolución aquí, allá, en alguna parte, otros Fidel y otros Che y otros Martí y otros Bolívar, pero Fidel está aquí y es hoy. En el mundo y en nuestra época no hay alguien, otro pensador y jefe, con autoridad tal ante las nuevas generaciones, y ante la historia voz mayor, comunicador e –insisto– autoridad moral de tal magnitud que, como él, Fidel, pueda contribuir mejor y más productivamente al rediseño o retorno a las raíces con visión de contemporaneidad y de realidad real. Su voz puede entregar a las izquierdas y más precisamente al socialismo lo que le queda por dar.

¿Le queda por dar? Ya se está entrenando como en los días del Stadium Universitario y de la FEU. Atisbo en algunas de sus recientes reflexiones algunos de esos rasgos. Y no son pocos de entre los autores que reúne Temas en sus textos los que apuntan en algunas de esas direcciones, probando que no son pocas las líneas a repensar mirando hacia el futuro. No se trata de preocupaciones nuevas. ¿Es que puede repensarse el socialismo o una aproximación a un programa o programas socialistas sin que a su primer plano se incorpore el verde, la ecología, esa responsabilidad moral que el capitalismo salvaje y los imperios han pateado y el imperio de nuestros días destruye a mansalva? He ahí una bandera que redimensiona su presencia. No podrá estar ausente de un socialismo del siglo XXI la salvación del planeta, y de la vida humana, y de cada ser, uno a uno.

Ese Renacimiento socialista que cargado de humanismo, humanismo ante todo, ante todo humanista, debiese, tendrá que renacer, se apoya ya, y se apoyará igualmente en conceptos que fueron olvidados o relegados y que Mariátegui había situado en primer plano. Mariátegui y Zapata y la Revolución mexicana toda y más cercanamente los movimientos revolucionarios bolivianos que un cineasta subvalorado, Jorge Sanjinés, recogió en imágenes tan importantes sí, tan, tan importantes como las de Octubre. Habrá que pensar, repensar, valorar por eso, buscar inspiración en los movimientos populares de base, los Sin Tierra, las mujeres, los del margen, los pueblos indígenas, en los de aquellos que reclaman respecto a su dignidad en el marco de opciones naturales, y hasta en los delincuentes que deben de ser reeducados, son personas, para su reinserción social y el autorrespeto, y habrá que detenerse en esas otras formas y reclamos del campesinado sea donde fuera. Los revolucionarios, su vanguardia universitaria y sus «académicos» suelen ser citadinos o lo devienen, agrarismo, naturaleza, ecología y su interrelación no serán palabras vanas. Retornan a su justo lugar.

No he hecho referencia alguna al proletariado, a la clase obrera, y no la haré. Su papel como sostén del socialismo e impulso hacia el socialismo requiere reflexión complejísima y no seré capaz de centrar criterio en un párrafo. Mejor proponer a Temas provocar un debate, pero no cubano, latinoamericano, sobre tamaña inquietud y posibles respuestas en medio de una segunda revolución científico-tecnológica, en medio de una globalización que enriquece y  empobrece hasta lo monstruoso, en medio de un nuevo perfil de la sociedad, el perfil del saber.

El tema del mercado preocupa igualmente a los que en Temas publican sus ensayos, y aparece de algún modo en las reflexiones de Fidel, y presente estuvo siempre en las de Che. Me interesa en este instante adelantar un fragmento de una cita más amplia de Emir Sader utilizada por uno de los ensayistas de Temas. Él señala: «La lucha contra la mercantilización del mundo es la verdadera lucha contra el neoliberalismo, mediante la construcción de una sociedad democrática en todas sus dimensiones, lo que necesariamente necesita una sociedad gobernada conscientemente por los hombres y mujeres y no por el mercado». Aparece en el ensayo de Gilberto Valdés Gutiérrez «El socialismo del siglo XXI. Desafíos de la sociedad más allá del capital», y particularmente en su segunda parte, «América Latina: posneoliberalismo y socialismo». No me detengo en este ensayo por falta de interés en los otros, es que preparo para el XXIX Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que tendrá lugar en diciembre, un Seminario dedicado a «Realidad y/o utopía, América hoy». Es decir, a pensar el marco en el que el Nuevo Cine seguirá siendo cine nuevo o no lo será, porque ese cine surgió acompañando y no pocas veces protagonizando, en su escala, el combate por la liberación nacional. Ya no es el mismo, lo sabemos, pero ¿cuál será su compañía?, ¿qué le tocará protagonizar reseñando, descubriendo y enriqueciendo no solo la realidad, sino su imaginario ético-poético?  Es Osvaldo Martínez quien afirma esperanzado «el socialismo tiene una segunda oportunidad para repensarse. Para los cubanos, repensar el socialismo implica una gran dosis de responsabilidad. Se trata de valorar el significado de las cosas fundamentales que hemos alcanzado para avanzar, a partir de ellas, en ese socialismo del siglo XXI». Hasta aquí cito. Entonces diré, subrayando, que entre esos fundamentales objetivos alcanzados, que profundizar y cuidar, está el saber, el más alto tesoro de la conciencia para el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad, y para el desarrollo.

Desde el saber y el análisis de la realidad real tal vez evitemos la fobia antimercado que tendrán que controlar, como todo, esos hombres y mujeres del socialismo a que hace referencia Sader, y las instituciones instrumentales que les sirvan y no fuerzas ciegas que al final ni son ciegas ni logran enmascarar la brutalidad de sus objetivos.

Refiriéndose a ese tratamiento del mercado, que al final todo lo define en la organización y tratamiento de la estructura económica, Osvaldo Martínez lo califica de «asignatura pendiente del socialismo» y de «fenómeno sumamente ambivalente», pero no renuncia a llamar la atención sobre el peligro de pasar a ese extremo «peligro de que al reprimir (lo) ahogándolo totalmente, podamos

conseguir efectos negativos, de desestímulo productivo.». Me serviré de uno de sus párrafos porque resume en imagen casi cinematográfica este objeto de debate y vida. El mercado resulta «brioso caballo que corre el riesgo de lanzar a su jinete y descalabrarlo, pero al mismo tiempo, no hay otra cabalgadura disponible». «Entonces tendría que ser manejado en el día a día, mediante un proceso de prueba y error». Y esto de prueba y error me hace pensar en

Che; en ese no a la inacción o el inmovilismo frente a las urgencias que suponen disponibilidad para la rectificación y el ajuste, un componente del espíritu anti-dogmático, ya desbordando el problema y enfoque referido al mercado, pero a partir del mismo principio.

La revolución no es solo un proceso racional, pero no puede dejar de serlo: toda fuerza ciega tiene que ser humanizada.

Debo llamar la atención finalmente sobre dos aspectos de la entrevista a Ignacio Ramonet (incluida en este número). Uno, la calidad de las preguntas, otro la importancia de todas las respuestas y detenerme en una que me impresiona con dolor porque seguramente constata una realidad que aun si parcial resulta desgarrante. Dice Ramonet que las nuevas generaciones

interesadas en el cambio social que como «la generación de los años 60» podían vernos como Meca, es su lenguaje, nos consideran «un país socialista a la antigua, haciendo una especie de corte entre Cuba y América Latina». «Ese corte es un error», afirma. Subraya entonces y lo da como una de las inspiraciones y objetivos de su libro, que, «lo que ocurre hoy en América Latina no sería concebible si no se comprende a Cuba». Era hora ya de que alguien como Ramonet lo dijese. Esa entrevista debe tener la más amplia divulgación. Si el cuestionario es inteligente, el curso de las respuestas resulta prueba de lucidez y profundidad, y coraje moral, y equilibrio, y por ello, de rigor.

Y aquí termino, felicitando a Rafael Hernández y a sus colaboradores por el número 50 de Temas y por sus cincuenta números. Por su ejemplo de dignidad y coraje intelectual revolucionario; por el aporte que hacen y harán, que han hecho a la Revolución, porque pensar es un acto revolucionario.

Tomado de: Cubarte

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No es posible esperar a que los prejuicios se conviertan en consignas

Revolución es lucidez. Alfredo Guevara. Ediciones ICAIC 1998

Por Alfredo Guevara

No siempre resulta correctamente entendida la condición del intelectual y su tarea y responsabilidades en la sociedad. Esto suele provocar incomprensiones y aislamientos, agrios juicios y fáciles conclusiones. Para algunos se trata de un representante tardío de la burguesía o de sus concepciones y costumbres, para otros el prototipo de la amoralidad, y no faltan los que le consideran tácitamente un mal necesario, personaje siempre propenso al liberalismo en el orden ideológico, a la excentricidad en el de las relaciones sociales, y sospechoso por todas estas razones.

Las relaciones entre el intelectual y sus contemporáneos no pueden basarse en la sospecha. Solo hay un modo adecuado de abordar los problemas que le conciernen, y de resolverlos, no desde fuera, sino en el marco del respeto que todo ciudadano merece. Ese “modo” no es ni nuevo, ni inaccesible. Es muy simple y puede ser muy fácilmente resumido: hay que tratar de comprender. Y es evidente que esto no es imposible. Pero puede serlo también. Todo depende de la actitud que adoptemos y de la autenticidad de nuestro espíritu revolucionario. No es extraño encontrar compañeros que saben usar grandes palabras, repetir fórmulas y remitirse en última instancia a los intereses de la clase obrera y sus objetivos históricos. En algunas ocasiones las grandes frases y fórmulas encubren la más completa indigencia ideológica, y no deben faltar los casos —y no han faltado—, en que semejante oropel oculta el oportunismo, las actitudes amplificadoras o sectarias, o cuando menos una gran falta de humildad. Y son precisamente estas posiciones y actitudes, y la conducta y fraseología que de ellos se desprende, elementos que inciden para crear o sostener el clima menos propicio a la comprensión.

El revolucionario verdadero, o que siéndolo ha alcanzado un cierto nivel de desarrollo ideológico, se planteará los problemas que conciernen al trabajo creador, o debe aprender a hacerlo de muy diversa manera. Sería muy cómodo y tranquilizador abrir alguno de esos diccionarios de lugares comunes de la filosofía o la cultura —y ni la filosofía ni la cultura en su conjunto resultan del lugar común—, buscar en una página cualesquiera definiciones y recomendaciones, y aprobar de una vez por todas caminos que nos resultarían un tanto áridos abordados de otro modo. Pero el comodismo y los tranquilizadores no son propios de los revolucionarios, y mucho menos de su vanguardia. Por eso se hace necesario estudiar y conocer, discutir y profundizar, rechazar la sospecha como método y evitar las descripciones facilistas y caricaturescas, las excomuniones y en general una inútil batalla sin principios, que ya bastante daño ha hecho —y la historia contemporánea se encarga de probarlo— al desarrollo de la cultura y, particularmente, de sus manifestaciones artísticas en los países socialistas.

No debemos olvidar tampoco el grotesco y triste espectáculo que ofreció la filosofía marxista —centro de nuestra ideología—, exudada por la repetición durante los años del stalinismo cultural.

La primera cruzada, en el terreno de la ideología, debe librarse contra los papagayos y hay dos modos de hacerlo: denunciando el papagayismo, y desterrándolo de nosotros mismos. La experiencia viva, inmediata, de la revolución cubana, y nuestra condición de protagonistas nos arma excepcionalmente para ello. Nuestra revolución es en esencia, y por su presencia, una lección de antipapagayismo. Pero su objetivo no se define por ser anti. Se define por ser creativa, por buscar y desarrollar nuevas iniciativas incesantemente, y por hacerlo en estrecha conexión con el mundo real y transformándolo. También la revolución ha resultado para algunos demasiado excéntrica al salirse de ciertos cánones “clásicos”; no han faltado quienes confunden el valor y la audacia, consecuencias de una justa valoración de las circunstancias internacionales, con el aventurerismo hasta se da el caso de quienes dejan entrever sospechas de una floración liberal.

La creación es siempre una fuente de riesgos y exige un valor y una audacia especiales, y ese valor y esa audacia son parte de la condición misma de sus personeros, no importa que se trate de un investigador científico o de un explorador, de un militante revolucionario, o simplemente de un artista. La voluntad de enriquecer el mundo ampliando y haciendo más compleja su realidad, descubriendo internas conexiones y rompiéndolas y recreándolas, está presente en todos los casos. Y en todos la aceptación del riesgo es denominador común. Nada hay más parecido que un revolucionario y un intelectual, o lo que sería más exacto, el revolucionario es, según mi modo de ver, la más alta floración de la condición intelectual.

¿Por qué entonces este divorcio práctico, tanta ceguera y tan poca comprensión, y hasta hoy, voluntad de entender? ¿Por qué la sospecha se hace fácilmente ley en algunos ambientes y sectores, y es adoptada sin mayor reflexión, y se convierte en fuente de nuevas confusiones y prejuicios, de distancia, agresividad e incomunicación?

Los procesos revolucionarios no son cuentos de hadas, novelas rosa o fórmulas matemáticas. Ni la magia ni el folletín o el cálculo exacto y cronometrado tienen nada que hacer en ellos. La revolución derrumba altares, deja que otros se desplomen, y levanta los que puede y sabe construir, pero debe aprender nuevas técnicas, vivir convulsos períodos, quemar sus manos en la experiencia y crecer y alcanzar la dimensión y la profundidad que exigen sus búsquedas. No se trata sin embargo de sentarse a esperar, o de contribuir silenciosamente con el ejemplo y el tacto, en tanto los prejuicios crecen, los preconceptos campean por sus respetos. Es necesario abordar los problemas cuando estos se plantean como tales y hacer un esfuerzo y una contribución que se traduzca en lucidez. No es posible esperar a que los prejuicios se conviertan en consignas. Hay que saber decir no a tiempo, y hay que decirlo.

Una larga y nefasta tradición de simplificaciones teóricas está en la base de prejuicios y malentendidos. Y una penosa historia de abusos burocráticos justificados mediante elaborados sofismas y francos disparates, exigió explicaciones publicitarias, comentarios y acusaciones, trabajos críticos más o menos deshonestos y añadió en definitiva confusión y oscuridad a problemas ya de por si complejos, paralizando el pensamiento crítico o aplastándolo en la gazmoñería apologética. Esta tupida selva de ignorancia y mentira, de falsas teorías pseudorevolucionarias, palabrería y demagogia, se interpone entre muchos honestos militantes revolucionarios y los intelectuales dedicados a la creación artística. Estos no pueden satisfacer la demanda de los militantes que pretenden, obtener peras del olmo y quedan de este modo defraudados. El intelectual pasa a ser considerado a partir de entonces, indiferente o apático, marginal e inaccesible, y por lo tanto inútil socialmente.

Si alguien se sienta al final de una cadena ensambladora de refrigeradores con la esperanza de recibir como culminación del proceso mecánico un par de zapatos, seguramente no obtendrá su objetivo por apremiante que este le resulte y, o marchará discretamente o armará una protesta que le conducirá sin duda al más cercano manicomio. Esto no invalida su necesidad de zapatos, pero hay un juicio claro y coherente sobre el producto que una ensambladora de refrigeradores debe rendir. En cambio, cuando un militante revolucionario, o una organización de masas, o zonas de la opinión pública marcados por los aparatos de publicidad o divulgación, reclaman del escritor del artista plástico, del compositor musical o del director cinematográfico, la apología al minuto de los sucesos de la actualidad nacional o internacional, las puertas del manicomio se entreabren como una amenaza, no para los que esperan convertir a los artistas en “traganickeles-ideológico-agitativos”, sino para los creadores que estupefactos se inhiben o rebelan. Tampoco en este caso resulta artificial la necesidad del comentario apologético o crítico y seguramente incluso muchos creadores pueden dar en ese sentido una cierta contribución por virtud de su disposición militante y dominio del oficio. Pero esta no es la regla de oro, y falso sería pretender aplicarla sin antes detenerse a valorar la situación y disponibilidad de cada artista, el sentido y orientación de su trabajo, su formación y la dirección de sus búsquedas, la significación que estas tienen para el movimiento cultural y no solo inmediata sino también mediatamente.

Si somos capaces de un grado mínimo de curiosidad y estarán prestos a penetrar ese mundo en el que lentamente surgen nuevas dimensiones de la realidad o se revelan sentidos hasta entonces ocultos, podremos también tender un puente de comprensión, desarrollar el grado de confianza y colaboración que acerca el artista al militante, y permite razonable y serenamente el aprovechamiento mutuo de igualmente valiosas experiencias vitales. Descubriremos cuánta falsedad y daño encierran los manoseados manuales sobre el arte y la literatura, sus retóricas y abstractas clasificaciones, el juego de las categorías y nomenclaturas que sustituyen el pensamiento crítico, la exaltación de las corrientes populistas y los casi reglamentos y “esbozos de decretos” sobre los deberes y función social del artista, elaborados burocrática y a veces inquisitorialmente, y propagados como modernas biblias. El arte y el trabajo artístico no pueden ser manejados con decretos y palabras de orden a según preceptivas. Su vitalidad y significación, el grado de complejidad que suponen, escapa a los manuales y catecismos, incluyendo a los que repiten citas de Marx o Engels cada veinticinco líneas. El estudio, la exploración, y las provisionales conclusiones que van sacándose alrededor del trabajo artístico solo tienen real validez cuando resultan producto de una in­vestigación estética y sociológica serena y seria, fundamentada en hechos y análisis, y sujeta a las variantes que el desarrollo social, y el aporte de los creadores suponen. La verdad revelada es tema de las religiones, no del espíritu científico. Seguramente por eso Louis de Aragón señala con gran agudeza al referirse a los que esgrimieron impunemente el análisis de Engels sobre la obra de Balzac, convirtiéndolo en dogma, que “no comprendían que en este caso el ejemplo de Engels no está en el texto, en la frase sobre Balzac, sino en la conducta de Engels ante Balzac, y que seguir ese ejemplo no consiste en recitar una oración, sino en ser capaz, frente a otro hecho, de abordarlo con la inteligencia de Engels o de Marx”.

De todo esto puede inferirse, aun cuando andemos tras la verdad de “perogrullo”, que el trabajo artístico comporta un alto grado de elaboración y la capacidad, imaginación, sensibilidad y formación necesarios para producirlo. O lo que es lo mismo socialmente hablando, que los artistas y su trabajo merecen el respeto y la consideración de sus conciudadanos, y la atención de la sociedad, y de la revolución de que son parte. Es una pena que no pueda ahorrarme enunciar esta otra verdad perogrullesca. Y que deba empeñarme en subrayarla. No debe entenderse, sin embargo, que calculamos al artista intocable y marginal, o a todos los creadores en la misma posición y actitud o dueños del mismo nivel ideológico. Esto sería simplificar la situación y reducir a su absurdo un esbozo que pretende sobre todo fijar el grado de la complejidad que precisa reconocer a los problemas de la cultura artística y su tratamiento. Es en ese sentido en el que consideramos necesario establecer, y hasta promover, un respeto activo que supone la polémica y la crítica, y evita al mismo tiempo, la presión y el insulto.

No se trata pues de reclamar un silencio y serenidad beatíficos. Se trata de abrir y aun de ahondar el debate ideológico sin temores y sin límites, de hacerlo coherente y seriamente, buscando en extensión y profundidad las líneas más justas y los análisis más completos. Y de armarse para este proceso con una adecuada formación, que ha de comenzar por una información igualmente adecuada. De otro modo la tentación de la fuerza puede hacerse inevitable y causar incalculables daños, temporal silencio e irrecuperable empobrecimiento espiritual. En el terreno de la cultura no cabe expresarse por consignas, o hacer el juego a la provisional ignorancia de las masas, desencadenando reacciones de las que tarde o temprano ellas mismas pedirían cuentas. El riesgo es inevitable. Bastaría fijar algunos puntos con extrema claridad: 1) el arte y el trabajo artístico constituyen una especialidad; 2) la crítica de esa manifestación del trabajo humano, de su valor estético e importancia social, no debe ser abordada sino desde posiciones calificadas, y en consecuencia exigirá de sí misma un elevado nivel de información y densidad ideológica.

Es curioso que debamos detenernos en estas reflexiones y proposiciones. En general no aparecen espontáneas vocaciones críticas respecto de la ciencia y de sus manifestaciones, o del trabajo de investigación técnica en general. El arte debe afrontarlas, en cambio, independientemente del desarrollo cultural e inclusive de la instrucción de sus apologistas o detractores, y en la mayor parte de las discusiones de orden teórico alrededor de su naturaleza y supuestos deberes aparecen siempre ingredientes de ignorancia y confusión. Esto se explica por dos razones. Las manifestaciones artísticas se dirigen generalmente a todos los posibles espectadores, o en el caso de la literatura a cuantos saben leer y pueden adquirir un libro. La gente de cine sabe que cada espectador es un crítico potencial. Los tratados de matemáticas, los experimentos de física o las búsquedas que se ayudan en las calculadoras electrónicas pueden igualmente afectar la vida de todos los hombres, pero lo hacen indirecta y medianamente a través de objetos y productos, de nuevas condiciones de vida, y posibilidades de muerte. El consumidor puede rechazar la calidad del producto o lamentar la escasez de otro, y el ciudadano enterado y activo conoce de la importancia del átomo, de los peligros que comporta de las posibilidades que abre. Pero en general no se juzga a los científicos desde la ignorancia sobre su especialidad. A un lego no se le ocurrirá jamás opinar sobre la física cuántica. En cambio, la literatura y el cine, la música y la arquitectura y escultura, la danza o el teatro llegan en forma más directa y provocadora. No solo expresan enriquecen el mundo de imágenes e ideas, desencadenan, cuando resultan logradas, nuevas reflexiones o experiencias, y resultan, de hecho, un choque con la propia imagen o el descubrimiento de lo desconocido. Estas características fijan la ilusión de que la cultura artística puede y debe ser discutida exhaustiva y productivamente a todos los niveles, sin necesidad de tomar en cuenta, previamente, la especificidad de su elaboración o la complejidad del producto terminado, no solo como motivo de satisfacción inmediata, sino, sobre todo, como aporte, o simplemente como testimonio. Esa es también la clave de prejuicios que, en no pocas ocasiones, se confunda el gusto propio y a veces prejuicios y conformaciones ideológicas primarias con leyes de la estética marxista. El sociologismo hace su aparición: y a falta de un análisis en profundidad se cubre el vacío teórico con las fórmulas manidas que ofrecen manuales y supuestos divulgadores. Reader’s Digest tiene sus representantes en el socialismo. La obra de arte debe reflejar la realidad inmediata y su problemática, aportar soluciones colectivamente elaboradas y discutidas; quedar estructurada clara y orgánicamente con un criterio definidamente pedagógico, de modo tal que pueda ser asimilada sin mayor esfuerzo; exaltar “el héroe positivo”, evitar toda valoración de su contrapartida, y de ser posible explorarla; y reservar un capítulo, varias escenas, o el mejor ángulo del lienzo para alguna consigna de agitación y actualidad. Es así, en una mayor o menor medida, como llega a entenderse la significación social del arte: el artista debe ser reportero de prensa y pedagogo, orientador de la juventud y agitador político. El artista y su obra que­dan de este modo comprometidos con la actualidad. Y si no la abordan de inmediato y sistemáticamente no parecen revolucionarios y pueden ser rechazados como extraños a nuestra época.

En realidad, el artista y su obra están comprometidos con su época, y en nuestro caso muy concretamente con la revolución. No pueden ser indiferentes a ella, y no solo porque no deban. La neutralidad es ajena a los períodos revolucionarios, y ni siquiera es posible en otros momentos. Pero el trabajo artístico supone una larga, paciente y compleja elaboración, y un proceso de asimilación y sedimentación que puede ser inclusive el único resultado del esfuerzo de toda una corriente o tendencia y hasta de una generación. El experimento y las búsquedas, inclusive formales —la esencia de una búsqueda es siempre expresar clara, o más profunda y penetrantemente—, la confrontación y el sistemático trabajo crítico, no le son ajenos. Es necesario comprender esto. No para llenarnos de benevolencia sino para partir, en el análisis crítico, de posiciones justas y sobre todo reales. La crítica podrá entonces encontrar sus canales y promover discusiones constructivas. Y por este camino contribuir a superar situaciones, y muy puntualmente la ausencia de diálogo.

Ese diálogo y las condiciones en que debe producirse debe ser motivo de cuidadosa y sistemática atención. Estas notas pretenden de algún modo destacar su importancia y los riesgos y perjuicios que se desprenden de su ausencia, o los que traería una torcida concepción del método de trabajo en un terreno tan complejo como el que supone la preocupación por el desarrollo de un movimiento cultural digno de nuestra época y de las hazañas de nuestro pueblo.

¿Debe entenderse entonces que solo el prejuicio y la falta de información, o falsificaciones teóricas largamente divulgadas, resultan la causa de que un diálogo necesario y deseado permanezca como proyecto, o de que ni siquiera se plantee?

No son pocos ni leves los errores cometidos por las organizaciones profesionales, ni creo también poco que podamos o debamos “idealizar” o “barnizar” la situación del movimiento cultural cubano contemporáneo. Esto no sería una buena y ni siquiera una honesta contribución a la apertura del diálogo, a asegurar su valor y utilidad práctica. Pero no es posible tampoco analizar una muy concreta situación a base de generalizaciones, o borrando la historia y las características de un proceso cultural que ha dado y ofrece importantes aportes a la formación de nuestra nacio­nalidad, y que con sus armas específicas, y en la medida de su significación, fue capaz también de movilizarse y alinearse en la lucha por el triunfo de la revolución. Y esto es lo que considero urgente subrayar. Porque no son limitados comprimidos ideológico-caricaturesco al estilo comics los vehículos adecuados para analizar críticamente los problemas de la cultura o las realizaciones de los creadores. Y mucho menos para iniciar procesos de intención. La utilización de estos métodos supone penosas subestimaciones. Y prueba una vez más que el diálogo es necesario, y que necesario es abrir la posibilidad de que este se produzca en un clima adecuado.

Fuente: Alfredo Guevara, Revolución es lucidez, Ediciones ICAIC, La Habana, 1998, pp.167-174.)

Tomado de: Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano

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Homenaje a Alfredo Guevara (Libro PDF)

Índice

Liminar, Iván Giroud Garate

No se si detrás del muro existe algo, Alfredo Guevara

Estará pasando una temporada en el purgatorio, Manuel Pérez Paredes

Un mago, una especie de brujo, Geraldo Salno

Ese cuestionamiento constante de todo, incluyendo de sí mismo, Ricardo Alarcón

Momentos de libertad, Carmen Castillo

Apertura a toda la creatividad, Ignacio Ramonet

La capacidad del sueño en la Revolución, Eusebio Leal

Tomado de: Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano

Texto íntegro en PDF

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Restaurar y preservar para el presente y el futuro

Nueva sede de la Cinemateca de Cuba ubicada en Calle 11 e/ 2 y 4, Vedado. La Habana

Por Luciano Castillo @CinematecaCuba

Transcurrieron 39 años desde aquel 20 de octubre de 1981, cuando al instituirse el Día de la Cultura Cubana, el Consejo de Estado otorgó la Orden Félix Varela de primer grado a Alfredo Guevara, fundador del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, al cineasta Santiago Álvarez, director del Noticiero ICAIC Latinoamericano, y al ICAIC como institución creadora de un conjunto de obras enriquecedoras del patrimonio cultural de la nación.

Coincidir en el afán de preservarlas unió a Alfredo con Héctor García Mesa en ese hervidero de lo más progresista de la intelectualidad de la Isla que fuera la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo. Héctor había sido testigo allí de las tentativas del Cine Club de La Habana, devenido Cinemateca de Cuba, primer antecedente en el país de una entidad de esta índole. Esta iniciativa propició la apreciación por el público habanero de clásicos de la historia del séptimo arte, nunca antes exhibidos en Cuba. Alfredo y Héctor, involucrados en la lucha clandestina contra la dictadura, acogieron con calidez la creación de la Sección de Cine en Nuestro tiempo, si el primero se entregó a la producción del corto fundacional El Mégano junto a Julio García Espinosa, Titón, Massip y otros miembros, el segundo publicaba críticas y artículos en su revista. También los aunó la pasión por el neorrealismo italiano, que defendían con fervor en los debates del cine club.

Al fundar el ICAIC el 24 de marzo de 1959, mediante la primera ley revolucionaria en el ámbito cultural, Alfredo Guevara convocó para integrar el núcleo iniciático a Héctor García Mesa, con el fin de secundarlo en la creación de la institución en la cual convergieran sus sueños compartidos: la Cinemateca de Cuba. Conscientes de su significación para conservar la producción fílmica nacional y cuanto documento generara, confió en la entera consagración de Héctor a echar a andar la nueva entidad, el 6 de febrero de 1960.

Formar un público cualitativamente superior y difundir el cine más allá de las fronteras capitalinas llevó a que de sus oficinas saliera el primer equipo móvil de su Sección de Cine-Clubes a proyectar películas en escuelas y centros laborales. El vertiginoso desarrollo de esta actividad demandó independizarse de la Cinemateca en un departamento de alcance nacional. El arte de la pantalla en movimiento permitió a los habitantes de los más recónditos lugares de la geografía insular ver el cine… por primera vez.

El ímpetu con que Héctor acometió una misión abarcadora, además, de adquirir copias de clásicos de todas las épocas, posibilitó que, tras un primer año organizativo, el primero de diciembre de 1961, El acorazado Potemkin, de Eisenstein, irrumpiera en el Cine de Arte ICAIC, hoy Charles Chaplin, para iniciar las funciones de la Cinemateca, que promovió su primer cartel: el Charlot diseñado por Morante. Reconocida como miembro permanente de la Federación Internacional de Archivos de Filmes en 1963, a nuestra bisoña cinemateca pronto la distinguió transformarse en un museo itinerante del cine con funcione extendidas a las entonces seis capitales provinciales y otras ciudades de interés. No era raro escuchar las voces de nuestras actrices Eslinda Núñez y Daysi Granados en la sala oscura de 23 y 10 en la traducción simultánea de los intertítulos de obras silentes en checo, danés y otros idiomas.

Una programación rigurosa, marcada por el equilibrio entre nacionalidades, movimientos y tendencias, géneros y temáticas, la definitiva contribución a la bibliografía sobre cine cubano y la propuesta de los negativos del Noticiero ICAIC Latinoamericano, el primero en su categoría inscrito en el programa Memoria del Mundo de la UNESCO, configuran seis fructíferas décadas en el itinerario vital de la Cinemateca de Cuba. Restaurar y preservar para el presente y las generaciones futuras el patrimonio atesorado en su Archivo Fílmico representa no solo una tarea prioritaria, sino el mayor reto a enfrentar. No puede marcharse hacia adelante sin mirar atrás.

Especial atención amerita el fomento de nuestra afamada y única cartelística, que cuenta con la aprobación a nivel regional por la UNESCO y el renovado taller de impresión “Eduardo Muñoz Bachs”. Con su colección de carteles cinematográficos la Cinemateca despliega acciones concretas referidas a la localización de obras para su completamiento, la catalogación, documentación y su digitalización. Se llevan a cabo numerosas investigaciones, frecuentes exposiciones en Cuba y en importantes espacios del extranjero y han sido publicados varios libros. El cine 23 y 12, con 643 localidades y una galería expositiva es la sal capitalina donde desarrolla su programa semanal y abrió sus puertas la librería “Gérard Philipe”, la primera especializada en cine en el país. Anhelamos inaugurar allí en un futuro el café Buñuel

En nombre del heterogéneo equipo de esta institución, testimonio el reconocimiento a las máximas autoridades del gobierno por asignarnos este espacio privilegiado e incomparable que habitara Alfredo Guevara, un fundador por antonomasia. Su impronta, como la de Héctor García Mesa, acompaña perennemente nuestra denodada labor. Deseamos trasmitir nuestra gratitud por el constante aliento recibido por la presidencia del ICAIC.

Las condiciones ideales que posee nos permiten unificar en un solo conjunto todas las dependencias de la Cinemateca, dispersas en el edificio ICAIC, por resultar cada vez más insuficiente. Las características del entorno propicia emprender una serie de acciones, entre las que podemos citar: ser sede en su sala “El Mégano” de cursos de posgrados y diplomados, talleres sobre apreciación cinematográfica y los medios audiovisuales para el público infantil y juvenil, los encuentros de la Crítica Cinematográfica y Audiovisual, de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica y de espacios para impartir conferencia y sostener encuentros con cineastas de la isla y visitantes extranjeros, utilizar el patio para actividades multidisciplinarias, con especial énfasis en la historia del cine de la Isla y universal y colaborar con el movimiento de Cineclubes.

Multiplicar e incentivar las acciones promocionales e investigativas del acervo por sus especialistas y la atención óptima a la creciente cifra de estudiosos y críticos interesados en consultarlo es el paso inmediato, sin dejar de soñar junto a Alfredo y Héctor con un museo del cine cubano. ¡Bienvenidos a esta nueva sede y muchas gracias!

Palabras de Luciano Castillo en la inauguración de la nueva sede de la Cinemateca de Cuba.

La Habana, 20 de octubre de 2020.

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Presentación fragmentos del cancionero cubano

El británico Kevin Brownlow, el más connotado arqueólogo del cine, acostumbra a exclamar entusiasta al afrontar la búsqueda de una película desaparecida: «¡Tenemos que buscarlo en La Habana!». Sueña con la posibilidad de un hallazgo fortuito similar al ocurrido en los años setenta cuando milagrosamente se descubrió en un estante de las bóvedas de la Cinemateca de Cuba una copia de la versión en español de Drácula, dirigida por George Melford, que no existía en ninguna parte.

Hace cinco años, revisando el catálogo de negativos en blanco y negro depositados en los Estudios Cubanacán, me llamó la atención un título que se daba por perdido desde su efímero estreno el 7 de agosto de 1939 en el teatro Payret: Cancionero cubano. Enseguida conté con la habitual colaboración del Archivo del ICRT y llevé los rollos para someterlos al proceso de telecine. Cuál no sería mi sorpresa: ¡era una copia de aquella película, conservada en excelente estado! salvo algunos problemas con el sonido.

La compañía Películas Cubanas Sociedad Anónima encomendó esta sexta producción al catalán Jaime Salvador, director de las tres precedentes: Estampas habaneras, Mi tía de América y La última melodía. Al principio era un cortometraje cuyo argumento era un pretexto para eslabonar incidentes humorísticos con las más populares canciones del maestro Ernesto Lecuona justificadoras del título. En las cintas anteriores la música era un aderezo prodigado dentro de la trama, pero en Cancionero cubano es la razón de ser.

Ver y escuchar por primera vez a Lecuona tocar al piano «La comparsa», y dirigir la Orquesta de La Habana, integrada especialmente para la película, le otorgan valor histórico, amén de incluir lo más representativo del teatro vernáculo y valiosas figuras del arte lírico nacional en la escenografía de un teatro construido para rodaje en los estudios de Cantarranas, en la carretera de Bauta. Como tributo al Día de la Cultura Cubana, presentamos dos números musicales: «La comparsa» y «Mosaico de Venus», este último lo interpretan María de los Ángeles Santana, Zoraida Marrero, Margot Tarraza y Alfredito Valdés. La Cinemateca de Cuba se propone entre sus planes inmediatos restaurar Cancionero cubano con recursos propios del ICAIC para la difusión en todo el mundo de una genuina obra patrimonial.

Ambos textos cortesía del autor para el blog CineReverso

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Cinemateca nueva

Cinemateca de Cuba. Calle 11 entre 2 y 4. Vedado. La Habana

Por Rebeca Chávez

Este 20 de octubre asistí a un encuentro íntimo. La lluvia impidió que la vivienda de Alfredo Guevara, nueva sede de la Cinemateca de Cuba, se viera invadida por la curiosidad y el amor. Solo unos pocos venían desde antes, de los años fundacionales, que unos momentos después, gracias a las imágenes presentadas y a su memoria, Manolo Pérez nos reveló en sus esencias. Definiciones conceptuales que guardan total vigencia. Tensas y dramáticas relaciones entre cultura y política, entre contexto y memoria. No era un recuerdo cualquiera, era una convocatoria a repasar el presente desde ese pasado que había sido tejido por un grupo de soñadores.

Desde el día que nació el Icaic, Alfredo explicó sin ambigüedades ni neutralidades que: «No hay organismo del Estado que pueda crear una cinematografía, pero sí puede ayudar a su surgimiento, a un clima espiritual adecuado, una atmósfera de creación y respeto que la propicie». Y Manolo Pérez subrayó esta idea y también que el cine es un arte.

Tuve la ocasión de preguntarle a Alfredo sobre estos asuntos. Me dijo: busca lo que dije en el periódico Revolución de esos años: «Por supuesto, no podemos dejarlo todo al azar. Una vez creadas las condiciones es preciso se planteen en todos los órdenes las cuestiones de principios, y que se las analice y estudie, y que tratemos de encontrar una base ideológica común como la que tenemos con la Revolución. Esa base ideológica no puede trabar, sino que debe liberar los medios de expresión, el instrumental del trabajo del artista. Tal vez sea conveniente aclarar el concepto: No pretendemos, quede bien claro, establecer dogmas, y ni siquiera estamos personalmente dispuestos a acatarlos, pero no podemos acercarnos a la realidad, o encontrar su poesía sin seriedad y coherencia.

«Si nuestro cine es coherente, si aborda la realidad y se adentra en la verdad fresca y sinceramente, si la expresa apasionada y poéticamente, y si, con todos sus recursos, trata de ser eficaz como instrumento o medio artístico, no habrá razón alguna para el roce de la retórica. Ello dependerá, sin embargo, de que logremos crear verdaderos artistas, cabalmente formados. Pero para ser sinceros, si alguna vez se falla, será siempre preferible que el error se produzca por esta razón que por la adopción de actitudes cínicas o decadentes. En esta atmósfera de creación y experiencia, de selección y confrontación, surgirán, seguramente, los talentos individuales y las soluciones que necesitamos.

«La Revolución no es ajena al arte. El arte no escapa a sus convulsiones. El arte existe para provocarlas, unas veces en la conciencia, otras veces en la sociedad. El cine está sujeto a ese principio».

En medio de grandes confrontaciones internas, asediados insistentemente por Estados Unidos, Alfredo tuvo un cómplice y un fiel aliado en Fidel, quien alentó y apoyó el «encargo» del Icaic.

Manolito reservó para la secuencia final, sorpresa y emoción. Locación: Universidad de La Habana. Ha finalizado la entrega del título de Honoris Causa a Alfredo. Fidel ocupa el centro del cuadro y evoca su amistad con él, dice que lo conoció en la Universidad y nunca dejó de estar a su lado. Se le ve emocionado y comenta que, aunque lo había oído hablar muchas veces, ese día lo conmovió mucho. Momentos antes, Alfredo ha reconocido que sin la Revolución y sin la inspiración de Fidel, nada de lo que ha hecho y vivido hubiera sido posible.

Tomado de: Granma

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