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Cuba: La voluntad de ser

Ares (Cuba)

Por Ambrosio Fornet

Treinta años de lucha en la manigua y la emigración les tomó a los cubanos borrar el estigma del coloniaje y la esclavitud que caía sobre el país a finales del siglo XIX. Fueron su dignidad y su empeño lo que dio a la mayoría el derecho a proclamar su objetivo, ser lo que querían ser, sin tener que disculparse por la sombra de un pasado ignominioso, que era la imagen que proyectaban como pueblo. En la decisión de llegar al final a toda costa radicó la clave del asunto. Y no dejó de representar un alivio para la autoestima de las naciones bolivarianas. “Cuba —había dicho José María Merchán al terminar la guerra— sería una gran mancha en América si no hubiera sido revolucionaria”· En efecto, los autonomistas no se dieron cuenta de que había toda una historia y un ejemplo detrás, “de que era imposible que Cuba, situada entre dos hemisferios que le recordaban sin cesar las glorias de Washington y de Bolívar, se resignase abyectamente a una esclavitud que todos sus vecinos quebrantaron con estrépito”. Téngase en cuenta que la situación se extendía por amplios sectores de la población, aquéllos  donde la trampa autonomista aparecía como la única alternativa viable. Para algunos era fácil hacerse los distraídos y equiparar autonomía y soberanía: el autonomismo era un simulacro que, con sus matices, parecía tener los mismos atributos que la independencia. Sucesivas frustraciones se encargarían de demostrar lo contrario.

Como había observado Benedict Anderson, la difusión de la idea misma de esa “comunidad imaginada” que conocemos como nación moderna requirió la existencia de, por lo menos, tres condiciones previas: la afirmación de las lenguas vernáculas, el surgimiento de un nuevo sistema económico (el capitalismo) y la aparición de una nueva tecnología (la imprenta, que era, a la vez, un nuevo medio de comunicación). Pero estamos hablando de otros tiempos. Para los independentistas cubanos, a partir del 68 la cosa fue más sencilla: abolición del coloniaje, abolición de la esclavitud. Ahora, aunque los obstáculos podían parecer insalvables, para afrontarlos sólo se requerían valor y un  acto de voluntad. La Enmienda Platt, al terminar la guerra, introdujo en el debate la dosis de autocrítica que faltaba. También nosotros —no tardó en advertir Márquez Sterling—éramos culpables de nuestra indefensión, puesto que conservábamos los vicios del pasado y no habíamos sido capaces de oponer el muro de la Virtud a la desvergonzada dependencia que se nos imponía, tan semejante a la del pasado. No todos enfocaban de ese modo el asunto. Juan Gualberto Gómez había declarado, a principios de 1901: “Esta Ley Platt lo que indica es que [los interventores] quieren encarrilar a Cuba por un camino como para no tener que volver” [entiéndase, como para quedarse]. En fin, que ya se estaban gestando las condiciones para que se produjera la Segunda Intervención (destinada a caer como un fardo ignominioso sobre los hombros de su propio promotor, el presidente Estrada Palma).

En la literatura —un espacio en el que se impone la innovación— suele darse el caso de que la “voluntad  de ser” se manifieste como otredad, como voluntad de ser distinta(o). Ese movimiento transicional que todavía a fínales del siglo veinte llamábamos “nueva literatura cubana”, por ejemplo, pudo ser descrito por Federico Álvarez como una serie de negaciones fundamentales. “Primera, la negación general, sorprendente, del barroquismo de nuestros dos mayores escritores, Carpentier y Lezama; segunda, la negación del trascendentalismo poético, ahistórico y místico de la poesía predominante en los años 50; tercera, la negación del criollismo nativista, vernacular, populista, folklórico; cuarta, la negación a priori del realismo socialista.” Hace veinte años  sostuve con mi hijo Jorge una polémica —un tanto quisquillosa, de mi parte— a propósito de su afirmación de que la nueva narrativa era una literatura del desencanto. Del desencanto, no; comentaba yo: del desencantamiento. Aquello podía ser desencanto para quien suscribiera la idea del determinismo histórico —un contexto en el que A siempre conduce a B— pero de lo contrario, lo que ocurría era que la realidad resultaba  ser más compleja. “Desencantamiento” fue el término que utilizó Max Weber para definir el cambio de mentalidad que se produjo entre el mundo hechizado y “encantado” del Medioevo y el mundo realista y pragmático del Renacimiento —argumentaba yo—. El choque de esos dos mundos hizo surgir El Quijote, la primera novela moderna, y ahora —en medio de este torbellino de pandemias, incertidumbres y escaseces— sirve para recordarnos que renunciar a la idea del mejor de los mundos, como dice Morin, no significa renunciar a la idea de un mundo mejor. De una Cuba mejor.

Puesto que esa es una aspiración irrenunciable —como se ha demostrado en nuestra historia, desde el 68 hasta hoy—, no tenemos reparos en seguir hablando de nuestra voluntad de ser.

Tomado de: Cubaperiodistas

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El respeto al derecho ajeno es la paz

Ares (Cuba)

Por Graziella Pogolotti

Todavía niño, aquel indio, movido por el afán de superación, abandonó el terruño y marchó a la ciudad. Allí aprendió el español, se adueñó de los latines y de las lenguas modernas y entró en el complejo universo del Derecho, animado por la búsqueda de principios de justicia. Desde su legendario coche, Benito Juárez afrontó la anacrónica invasión francesa promovida por Napoleón III —Napoleón el pequeño, según Víctor Hugo—, destinada a imponer en el Gobierno de México a Maximiliano de Austria, fusilado en Querétaro.

Para México y la América Latina toda, Juárez planteó, como noción fundamental para la convivencia entre las naciones, la indispensable necesidad del respeto mutuo, vale decir, de la no injerencia en los asuntos internos de otros países, concepto que, salvo breves parpadeos, ha presidido la política exterior de su país, refugio seguro para los exiliados de todas partes, de ejemplar conducta con las víctimas de la guerra de España y con los condenados por el macartismo en Estados Unidos.

Por su estatura cívica, Benito Juárez ha sido nombrado Benemérito de las Américas. La evocación del prócer mexicano es oportuna en los días que corren, cuando con ritmo vertiginoso, principios y aspiraciones humanas se subvierten y se asume de manera natural el intervencionismo más desembozado en el terreno de la política internacional.

En el siglo XX, dos guerras mundiales produjeron verdaderos holocaustos. Picasso, que había condenado con su Guernica el bombardeo de una población civil inerme, diseñó luego su paloma de la paz, símbolo de una aspiración universal. Al término de la primera gran conflagración, la fracasada Liga de las Naciones intentó interponer la negociación al uso de las armas. A través de los tiempos, se habían establecido regulaciones con vistas a formular reglas de juego respecto a las relaciones internacionales. Nada se hizo, sin embargo, para contener la arrogante expansión de la Alemania nazi hacia sus territorios vecinos. En nombre de la supremacía aria, el racismo se institucionalizó. El sentimiento nacional devino agresivo chovinismo. Territorios devastados acompañaron el sadismo de las cámaras de gas y los campos de concentración. El diario de Ana Frank, una niña refugiada con los suyos en el sótano de la casa hasta caer en manos de sus victimarios, estremeció a millones de lectores. En vísperas de la rendición del eje conformado por Alemania, Italia y Japón, Hiroshima y Nagasaki anunciaban la terrible amenaza latente para el porvenir del planeta.

La compleja arquitectura de la ONU aspiraba a procurar un espacio para la negociación, compartido por las grandes potencias y los países emergentes. Se proponía auspiciar la ciencia, la educación y la cultura y ofrecer plataformas para el desarrollo de los más desfavorecidos. No se ha desencadenado otra conflagración mundial, aunque los enfrentamientos localizados en puntos estratégicos no han cesado y la gran industria sigue fabricando un armamento cada vez más sofisticado.

So pretexto de la Guerra Fría, el imperio multiplicó bases militares en todos los continentes. Tanta es la carga de dinamita en un precario equilibrio del mundo que una chispa puede producir un estallido atroz. Ayer colonias habitadas por culturas mestizas, las tierras de los países subdesarrollados guardan minerales y reservas acuíferas de importancia estratégica. El despojo se cierne otra vez sobre ellas, el discurso hegemónico legitima el intervencionismo con el propósito de afianzar un nuevo orden mundial. En los últimos años el costo humano ha sido enorme. A los que perecen en las acciones bélicas se añaden los emigrantes desaparecidos en los cementerios marinos. Los supervivientes de estas oleadas se convierten en marginados. Rechazados, su presencia alienta la xenofobia en los países ricos, donde las políticas de ajuste reducen los beneficios antes promovidos por el Estado de bienestar.

Haber vivido un largo tramo, siempre al tanto del acontecer dentro y fuera de la Isla, regala una perspectiva del devenir de las fuerzas contrapuestas que van haciendo la historia. Después de los horrores padecidos en la Segunda Guerra Mundial, todo indicaba que se había llegado al reclamo generalizado de un nunca más. Aparejado al proceso de descolonización, los especialistas reconocían el valor intrínseco de cada cultura y arrojaban al desván de lo inservible la antigua oposición entre civilización y barbarie, justificativa de las aventuras de la conquista y de la opresión de los portadores de una memoria y de un diferente color de piel. Sin embargo, al amparo del poder financiero, el pensamiento de derecha se fue recomponiendo. La expresión más burda y ominosa se manifiesta en el discursar del Presidente de Estados Unidos, dirigido a apelar a los más oscuros sentimientos atávicos subsistentes en su nación. El Destino Manifiesto se proyecta con alcance planetario. Justifica el intervencionismo y la imposición de un modelo de dominación.  Nosotros, los latinoamericanos, tenemos una tradición de pensamiento que merece rescate. En las circunstancias actuales, es fuente de una propuesta emancipatoria basada en la paz y en el respeto mutuo. Constituye un espacio de convergencia para la humanidad toda en su lucha por su bienestar y por la resistencia frente a la acelerada depredación de los recursos de la Tierra.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

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Bolivia, los intelectuales y la incomodidad

Ares (Cuba)

Por Juan Manuel Karg

“El intelectual está para incomodar” es el latiguillo utilizado por algunos intelectuales de América Latina y el Caribe para cuestionar en los últimos días a Evo Morales, quien sufrió un golpe de Estado y se encuentra asilado en ciudad de México, a 8500 kilómetros de La Paz. Desde esta perspectiva, Morales habría incurrido en una serie de errores que, indefectiblemente, llevaron a este desenlace. “Cayó por su propio peso” fue otra de las apreciaciones que giraron en torno a esa construcción de sentido, en la cual el líder aymara sería responsable máximo de la situación actual de Bolivia. La idea de este artículo no es discutir con tal o cual intelectual, sino con las ideas centrales que han planteado, en base a lo que está sucediendo en Bolivia.

Empecemos: ¿por qué a algunos intelectuales les resulta más fácil “incomodar” a un expresidente que está asilado en otro país para intentar salvar su vida que “incomodar” a un gobierno de facto como el de Jeanine Añez, que a lo largo de una semana cuenta ya con más de 30 víctimas fatales en sus espaldas? ¿No será que estos intelectuales se sienten “incómodos” de defender a un líder nacional-popular al que siempre cuestionaron cuando estaba en el Palacio Quemado? Un golpe debería, en cualquier caso, ser la “línea roja”: la condena al golpismo y el llamado a la defensa de la democracia boliviana primero, luego el debate en torno a la figura de Morales y sus posibles errores en el pasado.

Por otro lado: ¿qué le incomoda más a Añez, presidenta de facto de Bolivia? ¿Qué los intelectuales sigan debatiendo el referéndum del 21 de febrero de 2016 y la posterior repostulación de Evo o que cuestionen la feroz represión que tuvo lugar en Sacaba, Cochabamba, y Senkata, El Alto? Mientras nos volcamos a estas discusiones sobre liderazgos y relevos, relevantes dentro del campo de las Ciencias Sociales, hay decenas de muertos en las morgues. Hay madres llorando a sus hijos. Hay vía libre a las FFAA, a través del decreto 4078, que consagra impunidad para disparar sin ser penalmente responsable, en aras del “orden social”.

Sigamos: incómodo hoy en Bolivia es ser indígena, ante la brutal revancha racista y clasista que ya se erige sobre aquellos sectores que ampliaron sus derechos desde el 2006 a esta parte. La quema de la whipala por parte de los golpistas es parte de ese entramado. Incómodo es soportar los gases lacrimógenos y las balas de plomo de un gobierno que amenazó con una “cacería” a dirigentes del Movimiento al Socialismo y llegó a hablar de “sedición” de parte de algunos periodistas extranjeros que llegaron a cubrir lo que allí sucedía. Incómodo es comprobar que los propios dirigentes del MAS casi no emiten opiniones públicas, ante el temor de ser detenidos por el gobierno de facto, que los acusa públicamente de “terrorismo”.

Incómodo hoy en Bolivia es tener que contar lo que pasa desde los medios de comunicación concentrados. La mayoría de ellos se plegó al golpe de Estado y apoyan al gobierno de facto de forma indisimulada. Unitel Red Uno, Bolivia TV, ATB, PAT, RTP, Página Siete, El Deber, Fides y Erbol tienen una cobertura de respaldo a la gestión de la autoproclamada Añez. Aquellos periodistas que, dentro de estos medios, no comparten la línea editorial, tienen expreso temor de hacerlo público para no sufrir represalias. ¿Es raro? No, es una de las características de los gobiernos autoritarios: buscar una total hegemonía mediática que hable de enfrentamientos y culpabilice a los manifestantes, que intente instalar la vieja idea del “se mataron entre ellos”. ¿Los intelectuales no deberían estar discutiendo este cercenamiento a la libertad de expresión en vez de seguir repitiendo la parlanchina del “pero Evo”? ¿No sería intelectualmente más honesto?

Un intelectual no debe perder nunca su capacidad crítica. Partimos de esa base. Compartimos ese principio. Pero hay momentos y momentos para ejercer ese rol. ¿Los intelectuales cuestionaron a Allende una semana después del golpe de Estado en Chile? No, algunos con más tiempo y rigurosidad si hicieron una revisión de lo hecho y lo no hecho, pero siempre desde la honestidad intelectual y una lógica distancia temporal. ¿Qué hizo la mayoría de los intelectuales en ese tiempo? Condenar enfáticamente el golpe de Augusto Pinochet, que implantó una de las dictaduras más sangrientas y duraderas del continente. Imaginemos, por un segundo, el irrespeto que hubiera significado un “pero Allende” el 18 de septiembre de 1973.

Bolivia vive hoy las derivas de un golpe de Estado que inició con la violencia del dirigente cruceño Luis Fernando Camacho, la complicidad del candidato perdedor Carlos Mesa, un amotinamiento policial que liberó la Plaza Murillo y se consumó tras el llamado de las FFAA para que el presidente renuncie. Hay un Jefe de Estado constitucional, que debería haber finalizado su mandato en enero de 2020, exiliado en México. Hay una presidenta autoproclamada, sin quórum, que otorgó vía decreto impunidad a las FFAA y, acto siguiente, les sirvió en bandeja una partida de 5 millones de dólares para equipamiento. Un coctel explosivo: libertad de acción y más herramientas en mano. Hay medios de comunicación absolutamente alineados al relato golpista, con periodistas atemorizados, que si se corren un milímetro de la nueva construcción mediática en torno a Evo -terrorista, narcotraficante, vándalo- ven en peligro su fuente laboral. Y, lastimosamente, hay algunos intelectuales que, incluso en este marco que detallamos, continúan con el “pero Evo” como bandera.

Cerramos este artículo con una frase final, que intenta ser una síntesis de lo que hemos planteado: cuando se intenta juzgar a las víctimas no hay que confundir incomodidad con irresponsabilidad.

Tomado de: https://www.pagina12.com.ar

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El ejercicio del criterio

Ares (Cuba)

Por Graziella Pogolotti

El establecimiento de la jornada de la cultura cubana entre el 10 y el 20 de octubre se basó en conceptos que rebasaban la creación artística y literaria. Sin descartar la importancia de esta última, subrayaba la existencia de valores culturales que atravesaban la sociedad en su conjunto en una pausada y multifacética construcción del ser cubano, entretejida con el proceso histórico de la nación. Tenía su sustrato en un fermento popular que iba adquiriendo conciencia de sí. En los campamentos mambises convivieron antiguos esclavos, mestizos que sentían el peso de la discriminación y letrados con formación cosmopolita. En la tradición del cimarronaje aprendieron a sobrevivir en condiciones de suma precariedad. Años más tarde, después del estallido de La Demajagua, a poco de desembarcar por Playita de Cajobabo, en artículo dirigido a una publicación norteamericana, Martí reconocería en esta fusión combatiente una de las razones determinantes de nuestra capacidad de gobernarnos por cuenta propia. No habría entre nosotros posibilidad alguna de guerra de secesión, sostenía. No desconocía por ello la contribución de los escritores y artistas. Desde la distancia, siguió los pasos del quehacer de los cubanos, a quienes dedicó numerosos comentarios con visión crítica e inclusiva. De acuerdo con esta línea de pensamiento, en pleno período especial, Fidel concedió primacía a la salvación de la cultura.

Lejos de cumplir una función meramente decorativa, como resultado de la observación de las múltiples facetas de la realidad y de la búsqueda de un lenguaje específico, las obras de arte expresan una visión del mundo. Cobran existencia real cuando encuentran interlocutores y logran trascender el tiempo en que fueron realizadas. Así ocurre porque su mensaje más profundo atraviesa la conciencia del destinatario y desencadena una creación personal, un redescubrimiento de sí y de su entorno. Por ese motivo, seguimos leyendo a los clásicos de otros tiempos, visitamos museos y escuchamos en conciertos música de otra época.

El capitalismo impulsó una progresiva mercantilización del arte. Surgieron el negocio editorial y las grandes distribuidoras de libros. Aparecieron los galeristas y más tarde las subastas entraron a formar parte del juego especulativo. Para muchos, adquirir una pieza de un autor renombrado era modo de invertir en un valor duradero. El mercado aprendió a apropiarse y neutralizar los intentos de ruptura planteados por las vanguardias.

Los adelantos de la técnica favorecieron la reproducción mecánica de las obras originales. La mercancía se abarató y alcanzó un destinatario masivo. Con la aparición de los medios audiovisuales, las imágenes y los sonidos llegaron a la intimidad de los hogares y, en la actualidad, acompañan a las personas a través de teléfonos móviles cada vez más sofisticados. El interlocutor de otrora se convierte en consumidor en un mundo donde predomina lo rápidamente desechable. Distanciada de la creación artística, la industria confecciona sus propios productos, y, valida de recursos de mercadeo, contribuye a construir un espectador acomodaticio. Cancela las posibilidades de autorreconocimiento, de profundización y análisis de la realidad imperante. A ese permanecer forzoso en la superficie de las cosas, a ese acallar las interrogantes, fuente de conciencia crítica y de voluntad renovadora de las condicionantes del entorno, responde el calificativo de banalización. El abismo entre los poderosos centros emisores transnacionalizados y la periferia del mundo se agiganta.

En sentido inverso, como factor de resistencia y, en última instancia, de supervivencia, se impone incentivar el ejercicio del criterio. En esos términos definió José Martí la práctica de la crítica. Su escasa presencia entre nosotros preocupó a Juan Marinello desde hace muchos años. A no dudarlo, el crítico es un actor imprescindible en todo entramado cultural. Su papel fundamental consiste en establecer un diálogo creador con el artista y con su destinatario. Sus funciones son múltiples. Le corresponde informar, proponer selecciones antológicas, sugerir un marco referencial, a veces histórico y, con mayor frecuencia, contextual, así como ofrecer su versión de una primera lectura del texto. Su palabra debe conjugarse con otras voces, reveladoras de otras aristas, todas ellas promovidas desde distintos medios de difusión. Ni juez, ni fiscal, inscrito en una red de opiniones, participa en el establecimiento de jerarquías y expresa el clima cultural de una época al que le resulta difícil escapar. Por eso, cuando revisamos la historia del arte observamos que a veces los comentaristas erraron y, a pesar de ello, sus observaciones conservan interés, en tanto testimonios de la complejidad y de las contradicciones de cada momento. Sus modalidades de lectura constituyen más que una guía para no iniciados. Ofrecen caminos para entrenar a un sector más amplio del público en el ejercicio del criterio, porque ese interlocutor silencioso nunca puede ser subestimado. En Cuba tuvimos una experiencia aleccionadora al respecto cuando después del triunfo de la Revolución las pantallas de nuestros cines se abrieron a una filmografía de los más diversos orígenes. En ese ambiente se fue desarrollando un público extenso y sagaz, que producía el asombro de visitantes de otros países.

La formación de ese crítico, inteligente y sensible, necesario en la hora actual y en los años por venir entraña la incorporación de una amplia gama de conocimientos. Tiene que haber entrado en contacto con las artes y las letras desde su etapa escolar. Tendrá que adquirir las herramientas requeridas para descifrar los códigos particulares de cada manifestación. Pero su horizonte tiene que ser mucho más vasto para entender las coordenadas del mundo en que está viviendo porque la obra de arte, cuando trasciende la superficie de lo coyuntural y efímero, se interroga acerca del sentido de la vida y de la historia.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

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El lado (más) oscuro del capitalismo

Ares (Cuba)

Por George Scialabba

Son tiempos oscuros para la república [estadounidense], concuerdan en decir todas las personas de derechas. Desafortunadamente, la mayoría de las personas de derechas no saben de la misa la media. Estamos comprensiblemente obsesionados con el hecho de que un cazurro vengativo y mezquino tenga un dedo en el botón nuclear y poder de veto sobre importantes esfuerzos para prevenir una catástrofe climática mundial. Eso es perturbador, lo reconozco, pero el elefante en la cacharrería y sus facilitadores republicanos son al menos un mal conocido. Sus expolios se llevan a cabo a plena luz del día, podemos cuantificar el daño que provocan y sabemos (en teoría) cómo frenarlos.

Mucho más insidiosos son los efectos sistémicos de un conjunto de nuevas prácticas (algunas legales, otras no) alejadas del escrutinio público. El equipo político de demolición que nos gobierna está desgarrando el tejido de nuestra economía y sociedad desde fuera. Estos nuevos depredadores, de los que se habla en tres recientes libros, están consumiéndolo desde dentro.

El libro que más te abre los ojos (hasta casi hacerlos salir de las órbitas) es Dark Commerce. How a New Illicit Economy Is Threatening Our Future [El comercio oscuro: cómo una nueva economía ilícita amenaza nuestro futuro], de Louise Shelley, una profesora de la Universidad George Mason y sin duda la decana de los estudios ilícitos, si tal disciplina existe. (Y si no, claramente debería existir). A los lectores que todavía no conozcan uno de los libros clásicos sobre este tema, como por ejemplo McMafia de Misha Glenny o Ilícito de Moisés Naím, o cualquiera de los anteriores libros de Shelley, podría resultarles sorprendente enterarse de lo profunda y extensa que es la ilegalidad económica contemporánea.

Las cantidades de las que hablamos son desorbitadas:

– El ingreso anual que se calcula que generan todos los tipos de delincuencia transnacional oscila entre 1,6 y 2,2 billones de dólares, más o menos el 7% del comercio mundial, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y la Delincuencia.

– El ingreso anual que se calcula que genera la venta de drogas ilegales: 320 mil millones de dólares.

– Las ventas anuales de productos falsificados o pirateados (por ejemplo, ventas online de fármacos ‘rebajados’): 461 mil millones de dólares.

– La tala y exportación ilegal de madera: entre 30 mil y 100 mil millones de dólares.

– El comercio ilegal de pescado, especies silvestres, minerales y residuos: entre 91 mil y 258 mil millones de dólares.

– Fármacos desviados y de baja calidad: 75 mil millones de dólares.

– Minería ilegal: entre 12 mil y 48 mil millones de dólares.

– Contrabando de tabaco: entre 8.700 y 11.800 millones de dólares.

Estas son las fuentes de ingresos más lucrativas, pero algunas otras actividades ilegales no son menos peligrosas o despreciables. La venta de armas de pequeño calibre y ligeras (1.700–3.500 millones de dólares) generan beneficios para grupos como las FARC, Los Zetas, ISIS, Al-Nusra y Al-Shabaab, que son tanto clientes como proveedores de este vasto mercado. Los componentes de las armas de destrucción masiva se venden en la dark web, una red informática inmensa y secreta a la que solo se puede acceder mediante un software especial que otorga anonimato. Los países menos desarrollados o asolados por los conflictos también sufren el saqueo de antigüedades por la bonita suma de unos 1.500 millones de dólares cada año.

Y luego está el tráfico de personas, que existe en diferentes formatos. Está el tráfico de órganos, por un valor aproximado de 1.000 millones al año. El tráfico de refugiados y de trabajadores forzosos o en condiciones de servidumbre produjo entre 4.700 y 5.700 millones de euros en Europa solo en 2015. Se trafica con mujeres tanto para la prostitución como para el matrimonio forzoso. Shelley no aporta un cálculo numérico para cuantificar el tráfico de mujeres, pero sí señala que la Organización Mundial del Trabajo calcula que 25 millones de personas sufren una u otra forma de trabajo forzoso.

Las cifras de facturación no son las únicas estadísticas sorprendentes de El comercio oscuro. La internet oscura, escribe Shelley, es “quinientas veces más grande que la internet superficial”. ¿Es eso cierto? Pues ahí no se queda la cosa. Cuatro de cada cinco visitas a la internet oscura “fueron hacia destinos online con material pedófilo”. ¡Caray! Si la internet oscura es quinientas veces más grande que la internet iluminada y si un 80% de los visitantes buscan pornografía infantil, ¿qué nos dice eso sobre la humanidad? Pues parece decirnos que somos una especie muy retorcida y que quizá deberíamos rendirnos ante el calentamiento global y esperar que lo que se salga del océano de aquí a varios millones de años tenga unos valores morales mejores que los nuestros.

El mundo no basta

Shelley es una experta en el comercio internacional de cuernos de rinoceronte, al que consagra un capítulo de su libro. Hace un siglo había un millón de rinocerontes negros en África, pero hoy en día quedan solo 5.000 (una disminución del 99,5 %). La extinción es probable, y esta es una calamidad que no se puede achacar al calentamiento global. Los millonarios chinos y vietnamitas constituyen el grueso de la demanda; valoran los cuernos de rinoceronte como símbolo de posición social, por sus supuestos efectos medicinales y, cada vez más, a medida que se avecina la extinción, como inversión. Una oferta reducida ha hecho que el precio ascienda hasta los 60.000 dólares el kilo. Por lo general, los clientes efectúan un pedido a los grupos criminales organizados de Asia, y estos contactan a sus homólogos en el sur de África. Se contrata a personas desempleadas, se las equipa y se las envía para que maten a los animales y les corten los cuernos. Luego, los cuernos se trasladan a Asia con la colaboración de aduanas, transportes, policías y agentes de seguridad, corruptos todos ellos, y en algunos casos, marchantes de arte y casas de subastas. Hacen falta muchas manos para acabar con una especie.

Echaremos de menos al rinoceronte, al menos durante un tiempo (somos una especie bastante desconsiderada y pronto tendremos otras preocupaciones existenciales). En cualquier caso, por muy valiosos que sean, ninguna especie puede competir en valor (ya sea biológico o económico) con las selvas tropicales del mundo, que estabilizan el clima del planeta y contienen una gran parte de la biodiversidad. Una de las selvas tropicales más ricas de la tierra (“puede que el ecosistema más rico del mundo”, según Shelley) solía estar en Sarawak (Malasia). Desde 1981 en adelante, el jefe del gobierno taló y vendió cuatro quintas partes del mismo, y se metió 15.000 millones de dólares en su bolsillo, en el de su familia y en el de sus compinches. Contó con la ayuda de un crédito de 800 millones de dólares de Goldman Sachs y con la de numerosas instituciones financieras adicionales, que no tuvieron problema en ayudarle a esconder las ganancias. (Igual que muchos otros delincuentes millonarios, también él se metió en el negocio inmobiliario. Compró un edificio en el centro de Seattle, en el que más tarde el FBI ubicó su cuartel general del noroeste de EE.UU. y del que rechazó mudarse cuando se le comunicó a quién pertenecía; otro fantástico ejemplo más de la destreza investigativa de la Oficina y de su integridad a prueba de bombas).

No contentos con destruir el medio ambiente, los criminales están saboteando los esfuerzos por salvarlo. La Comisión Europea tiene una política de “fijación previa de límites máximos” con respecto a los créditos de emisión de carbono, que las empresas con bajas emisiones de carbono pueden vender a las empresas contaminadoras.[1] Los hackers irrumpieron en el registro de carbono de la CE para robar créditos, y luego los vendieron por valor de 6.500 millones de dólares, además de obtener rebajas del IVA por algo que ni siquiera habían pagado. Más aún, “Interpol cree que el mercado de carbono valorado en 176.000 millones de dólares es vulnerable a otros tipos de intrusión criminal, como por ejemplo el fraude de valores, la manipulación de precios entre empresas vinculadas y la venta de créditos de carbono inexistentes”.

Todo lo relacionado con la internet oscura da escalofríos. Aunque haya actividades legítimas que sucedan allí (si es que se desarrolla alguna), parece ser principalmente un supermercado de narcóticos, pornografía infantil, tráfico de personas, armas y programas maliciosos. La legendaria web oscura Silk Road [La ruta de la seda] procesa 600.000 mensajes al mes, lo que se traduce en un número desconocido de pedidos, y en sus dos años de funcionamiento facilitó la venta de 1.200 millones de dólares en drogas, armas y programas maliciosos, que se pagaron utilizando bitcoins. En particular, los programas maliciosos son un mercado en crecimiento. Cada año, se roba medio millón de registros y hace cinco años la increíble cantidad de uno de cada diez estadounidenses de más de 16 años había sido víctima del robo de identidad. Antes de ser desmantelada en 2016, se calculaba que la red de cibercrimen Avalanche estaba detrás de programas maliciosos que infectaban a medio millón de ordenadores cada día. Vienen a por ti y a por mí, de eso no cabe duda; si no lo han hecho ya, claro está.

Las instituciones financieras desempeñan un papel muy importante en el comercio oscuro. Todo ese dinero sucio tiene que ser blanqueado y muchos bancos participan de la diversión; cuatro grandes bancos (Citibank, HSBC, Wachovia y Deutsche Bank) recibieron cuantiosas multas por este motivo. Western Union es una importante correa de transmisión del dinero de la droga entre México y Estados Unidos y de ganancias del tráfico sexual entre Europa Occidental y Europa del Este. Una investigación sobre 55 países en desarrollo descubrió que los flujos financieros ilícitos equivalían a casi un 4% de todo su PIB combinado en 2011. Los bienes raíces son un medio muy conocido: un estudio realizado en seis localidades de Estados Unidos concluyó que la gente que había estado bajo el escrutinio de la policía había tramitado, de manera directa o indirecta, un 30% de las compras inmobiliarias. El lavado de dinero mediante “operaciones comerciales” es habitual: mercancías (coches, lavadoras, etc.) se compran con dinero negro y se envían a otro país, allí se venden y los beneficios que se obtienen ya son dinero limpio. El cambio de divisas también tiene lugar en la internet oscura, y de las criptomonedas se dice a veces que son el futuro del lavado de dinero. Los libertarios que idearon las criptomonedas querían librarse de los gobiernos. Ahora parece que su mayor logro terminará siendo liberar a los criminales de los gobiernos.

De todos modos, seguro que se está llevando a cabo una campaña de seguridad pública inmensa y coordinada en nuestro nombre, ¿no? ¿Qué tal le está yendo? Pésimamente. “Ninguna de las categorías criminales ha dado muestras de un marcado descenso” en la economía oscura mundial, reconoce Shelley (aparte del comercio ilegal de clorofluorocarbonos). En parte, esto se debe a que hay mucho personal de seguridad pública que está en nómina o que ha sido intimidado, pero también a que la lucha contra la delincuencia requiere una gran cantidad de recursos y la fuente principal de ingresos para los gobiernos son los impuestos. En la actualidad, los ricos evaden el pago de impuestos a escala épica: los infractores corporativos estadounidenses tienen por sí solos 2,1 billones de dólares alojados en paraísos fiscales. Los millonarios de otros países son, sin duda, igual de reacios a pagar impuestos. Los conservadores, que siempre se muestran débiles a la hora de perseguir los delitos graves, aunque hagan mucho ruido a la hora de condenar los delitos menores, obviamente no van a darse cuenta de que las fuerzas de seguridad pública no tienen el dinero que necesitan para atrapar a los peces gordos, ni tampoco suscriben las otras propuestas de Shelley: “un Plan Marshall moderno… para garantizar que todo el mundo tiene oportunidades laborales legítimas en sus países de origen”, lo que serviría para disminuir el número de desesperados del que los criminales emprendedores habitualmente reclutan a sus soldados de a pie; y un mejor acceso a la asistencia sanitaria para frenar la demanda de fármacos ilegales de aquellos que no pueden permitirse los productos de las grandes empresas farmacéuticas. Dios nos libre de interferir de tal modo con el libre mercado.

Los sospechosos habituales

A pesar de su letalidad, casi todos los tipos de crimen económico conllevan al menos un intercambio de algún tipo y son por tanto fáciles de entender. Lo que pasa en Wall Street en la actualidad es una cosa completamente diferente. A lo largo de las dos últimas décadas, de acuerdo con el economista de Oxford Walter Mattli, los mercados de capital mundiales se han vuelto oscuros. Eso es malo hasta para aquellos de nosotros que tenemos poco o ningún capital.

En su libro Darkness by Design: The Hidden Power in Global Capital Markets [Oscuridad intencionada: el poder escondido en los mercados de capital mundiales], Mattli consigue la difícil tarea de hacer que hasta los que no son ricos echen de menos la antigua bolsa de Nueva York. Durante dos siglos, la bolsa de Nueva York fue la mejor opción de la ciudad y después del país. La estructura era bastante democrática: las empresas bursátiles eran relativamente pequeñas y tenían igualdad de votos en el órgano directivo de la bolsa. Tener una reputación íntegra era indispensable para una firma comercial pública y, además de eso, los antiguos miembros de la burguesía parecían contar con un abundante y caduco espíritu cívico. (Intenten imaginarse a Robert Rubin, Jamie Dimon, Lloyd Blankfein y el resto de los tiburones y comadrejas actuales con esa cualidad). Por eso invertían las ganancias de la Bolsa en una buena gestión pública, en recopilar datos y en monitorear las transacciones. El fraude era raro, por lo general se detectaba y se castigaba con severidad. En consecuencia, la bolsa cumplía su cometido con creces: recaudar capital para las nuevas empresas y disciplinar o recompensar a las empresas existentes.

En la década de 1960, la revolución informática comenzó a llegar a Wall Street. Primero se automatizaron las tareas administrativas y luego las operaciones bursátiles en sí. Los ordenadores, servidores, software y personal informático que hacían falta eran caros, y esto otorgaba una ventaja a los principales actores: los bancos de inversión y las corredurías bursátiles. Estas últimas iniciaron una fase de fusiones y adquisiciones compulsivas que dejaron al sector bursátil y a la Bolsa en manos de un reducido número de empresas gigantescas.

Estas empresas (Goldman Sachs, Citigroup, Morgan Stanley, UBS y otras) ya no dependían de la Bolsa para poner en contacto a compradores con vendedores, ni para proporcionar liquidez (una serie de fondos acumulados que permitían procesar los pedidos de manera fluida). El único obstáculo que había para las actividades más rentables (los mercados internos u “oscuros”, las operaciones bursátiles en grandes bloques y las operaciones bursátiles de alta velocidad) era la supervisión que llevaba a cabo la Bolsa de Nueva York. Por eso hicieron lo que siempre han hecho los amos del universo de Wall Street: cabildearon con éxito para que el gobierno tomara medidas en favor de sus intereses comerciales y lo presentaron como si fuera una obediencia inevitable a los imperativos de eficacia, progreso y modernización. En 2005, la Comisión de Valores y Bolsa (SEC por sus siglas en inglés) promulgó una serie de normas para reestructurar radicalmente la Bolsa de Nueva York según los términos que exigían las grandes empresas. Al año siguiente la antigua Bolsa de Nueva York pasó en la práctica a mejor vida.

¿Por qué debería importarnos esto? ¿Acaso no se trata de un ejemplo de gánsteres capitalistas tendiéndose una emboscada los unos a los otros? ¿De depredadores sucumbiendo ante superdepredarores? Sí y no. La Bolsa de Nueva York no está compuesta de Daniel Berrigans y Dorothy Days [activistas sociales vinculados a la Iglesia católica], eso es cierto; pero la mayoría de la actividad que tenía lugar allí estaba de alguna forma relacionada con el mundo real de la producción. Gracias a las extraordinarias velocidades que propiciaron los retransmisores de microondas (que en algunos casos alcanzan la velocidad de la luz) el volumen de operaciones bursátiles se ha multiplicado por mil y en su mayor parte son operaciones de arbitraje.

Las operaciones de arbitraje (transacciones trepidantes que aprovechan fluctuaciones minúsculas o temporales en el precio de las acciones) son socialmente inútiles. La defensa convencional de esta práctica sostiene que el arbitraje promueve una determinación eficaz del precio. Mentira y, además, las mismas grandes empresas que dicen que es verdad están también obstaculizando una herramienta verdaderamente útil para determinar el precio: el inversor informado. A menudo, los individuos o gerentes de fondos de pensiones y fondos comunes de inversión investigan en profundidad a las empresas y toman así sus decisiones de inversión. Los operadores de alta velocidad tienen acceso preferencial a información bursátil y cuando se enteran de órdenes institucionales de gran volumen pueden adelantarse (eso se llama “anticiparse a la orden”, que es la versión moderna de la ilegalizada práctica de “inversión ventajista”) y comprar o vender antes de que se emita la orden, lo que cambia el precio y les hace ganar (si esa es la palabra correcta) un pequeño beneficio. Cuando se realiza millones de veces, no solo roba mucho dinero de los fondos de pensiones y comunes (vamos, de ti y de mí), sino que también desincentiva la investigación en profundidad sobre las empresas, que es lo que de verdad mantiene la precisión en los precios de las acciones.

La fragmentación de las bolsas ha propiciado un cambio radical en el equilibrio de poder entre las grandes empresas y las bolsas que son, en teoría, las responsables de fijar las reglas según las cuales operan las primeras. En realidad, ahora las bolsas dependen completamente de las empresas, que han conseguido tantas concesiones y privilegios especiales que ya no existe ninguna pretensión de igualdad en el tratamiento que se da a los grandes y a los pequeños inversores. La oscuridad intencionada contiene numerosos ejemplos de ese tratamiento especial: suministro preferencial de datos, ‘colocar’ los servidores de clientes importantes en el parqué de operaciones, quote stuffing [una estrategia con la que se ralentiza intencionadamente el sistema inundándolo de un  gran número de órdenes y cancelaciones en cuestión de microsegundos, spoofing [la introducción una orden de compra o venta que no se pretende llevar a cabo para incitar a otros participantes a invertir] y cientos de Clases Especiales de Órdenes (SOTs por sus siglas en inglés), algunas de las cuales están diseñadas por las grandes empresas y todas ellas son, básicamente, fraudes. No llegué a entender completamente todas las descripciones que hace Mattli sobre cómo funciona este nuevo modelo de operaciones bursátiles, así que me consoló leer que “un regulador jubilado con un reconocido historial de 15 años al mando de dos importantes organizaciones de regulación financiera me confesó hace poco que ya no entendía cómo funcionaban en realidad estos complejos mercados de capital”.

La consecuencia última de la fragmentación son las “plataformas oscuras” (mercados privados que no ofrecen información previa a la negociación sobre precios ni volúmenes de las órdenes). Estas plataformas, cuya intención original era prevenir la inversión ventajista, han sido diseñadas, en cambio, para facilitarla, mediante la connivencia entre sus administradores y los operadores de alta frecuencia que participan en ellas.

Mattli ofrece sus recomendaciones utilizando el enérgico tono cargado de sentido común del profesor de Oxford: ¡Hágase la luz sobre los inversores! O, de forma más prosaica, hágase que el Congreso y la Comisión de Valores y Bolsa realicen sus trabajos. Desafortunadamente, como reconoce en ocasiones, ninguno de ellos quiere hacer su trabajo. El lobby bancario está muy organizado y (sobra decirlo) bien financiado; Mattli cita a un observador de Wall Street de la década de 1970: “Los bancos… ya tienen más poder que el Congreso”. A estas alturas, la contienda ya ni existe. Y la SEC está en un lado de la puerta giratoria, en cuyo otro extremo se encuentran los grandes bancos y las corredurías bursátiles (en las que, según se dice, alguien con la actitud correcta puede ganar muchísimo dinero). Lo mismo vale rezar para que llueva en el Sáhara que para que se haga la luz sobre Wall Street.

Tras una larga lista de terrores desconocidos, casi supone un alivio regresar a otros con los que estamos más familiarizados: los problemas y dilemas de nuestro futuro digital. Hoy en día, la presente digital ya da bastante miedo, como deja patente James Bridle en New Dark Age: Technology and the End of the Future [La nueva edad de las tinieblas: la tecnología y el fin del futuro]. El libro es un un agudo e informativo paseo por diez temas (ligeramente) relacionados entre sí (todos los cuales, en una encantadora muestra de vanidad, comienzan por la letra c). No existe una tesis central en la obra de Bridle, pero hay gran cantidad de información y reflexión sobre los métodos informáticos que rigen la investigación farmacéutica y sobre la fusión nuclear; sobre la curva Keeling, una gráfica que muestra la siempre creciente concentración de dióxido de carbono en la atmósfera, y su relación inversa con la capacidad cognitiva humana; sobre DeepDream, un programa que ceba imágenes a unas redes neuronales y genera unos resultados sorprendentes; y sobre otros temas. Bridle se muestra sucesivamente entretenido, sorprendido o indignado, que es la manera perfecta de abordar el fenómeno devora-futuros que describe.

La prosa de Bridle puede ser lírica y amenazante al mismo tiempo. Por ejemplo:

“En algún lugar entre los yihadistas y los estrategas militares, entre la guerra y la paz, entre el negro y el blanco, se encuentra la zona gris en la que habitamos la mayoría de nosotros hoy en día. La zona gris es el mejor descriptor para un entorno inundado de hechos imposibles de demostrar y falsedades demostrables que, sin embargo, nos acosan, como si fueran zombis, mediante conversaciones, engatusamientos y persuasiones. La zona gris es el terreno resbaladizo y casi inasible en el que nos encontramos ahora mismo como consecuencia de nuestras muy extendidas herramientas tecnológicas para generar conocimiento. Es un mundo de cognoscibilidad limitada y de dudas existenciales, que es igual de terrible tanto para el extremista como para los que creen en las teorías de la conspiración. En este mundo nos vemos obligados a reconocer el limitado alcance del cálculo empírico y el escaso beneficio que ofrecen los abrumadores flujos de información”.

Directo al vídeo

El gran logro de La nueva edad de las tinieblas es un capítulo, más inquietante que nada de lo que haya leído nunca, sobre la programación infantil de YouTube. Un inmenso archipiélago de vídeos, algunos elaborados por humanos y otros por bots informáticos, compiten por el número de visitas de los niños, lo que significa, en primer lugar, que hay que atraer la atención de los algoritmos de recomendación de YouTube. A menos que tenga la suerte de que una masa crítica de niños lo encuentre y lo recomiende, la forma más segura de atraer la atención de YouTube es incluir en el título de tu vídeo el nombre de un vídeo que ya sea popular.

Por ejemplo, algo como Cars 2 Silver Rayo McQueen Corredor Huevos Sorpresa Disney Pixar Zaini Racer Plateado de ToyCollector. Es “uno de los millones y millones de vídeos sobre huevos sorpresa que hay en YouTube”. Un huevo sorpresa de chocolate que contiene un juguete en su interior, y por extensión, cualquier cosa que contenga otra cosa dentro. Por lo que parece, a los niños les gustan estos y otros vídeos en lo que se abren cajas o se desenvuelven paquetes para desvelar una sorpresa. Uno de los realizadores de huevos sorpresa con juguete dentro se alió con Cars, una taquillera película de Disney para niños. Gracias a esta feliz sinergia, Cars 2 Silver Rayo, etc. ha conseguido alcanzar los 33 millones de visitas y ha dado pie a infinitas variaciones (“millones y millones” de ellas). Y “huevo sorpresa” es solo uno de los géneros audiovisuales. También está la Familia dedo (dedos bailando y cantando versos mediocres), Aprende los colores, Peppa Pig, Cabezas equivocadas, y sus infinitos imitadores, todos siguiendo la misma fórmula, y una proporción desconocida de ellos totalmente automatizados.

¿Por qué? ¿Para qué sirve esta producción incesante de basura profunda e irremediablemente inútil? Ingresos por publicidad, obviamente. Los vídeos vienen siempre precedidos, seguidos o interrumpidos por un anuncio destinado al segmento demográfico de niños entre uno y seis años. La comisión por el anuncio se comparte entre el realizador del vídeo y el propietario de YouTube, que es Google. Es un gran negocio: los realizadores más populares de la plataforma han ganado decenas de millones de dólares. Solo Dios (y puede que Hacienda) sabrá cuáles son las ganancias reales de Google.

¿Todo este balbuceo de bebé y sinsentido infantil es al menos inofensivo? Todo lo contrario, nos informa Bridle. No importa ya la contracción de la imaginación de millones de niños (los vídeos infantiles de YouTube son tan parecidos a los cuentos de hadas tradicionales y a las historias para niños como las dos dimensiones se parecen a las tres). Peor incluso, algunos de ellos son verdaderamente tóxicos.  Los personajes tienen características y formas extrañas e incomprensibles; y no pocas veces, coprofagia, sadismo, violaciones y violencia: es imposible que estas cosas no surjan en las decenas de millones de vídeos que existen, muchos de los cuales han sido realizados en las mismas condiciones que predominan en los talleres miseria o por programas de ordenador. “No se trata de la intención”, concluye Bridle, “sino de un tipo de violencia intrínseca a la combinación de sistemas digitales e incentivos capitalistas”. Claramente, también se trata en parte de la intención: eso es lo que pasa cuando haces que los niños sean un centro de beneficios.

La iniciativa, parece poderse afirmar, reside en los malvados. La cantidad y calidad de energía e invención que se destina a las infames actividades que se describen en estos tres libros podrían con facilidad acabar con la pobreza, la desigualdad, los conflictos internacionales y la crisis climática. Seguro que los infractores piensan que es más divertido dirigir el mundo que hacer contrabando de cuernos de rinoceronte o implantar programas maliciosos, ¿no? Entonces, si no puedes combatirlos, haz que se unan a ti; puede que así consigas al menos despertar su imaginación.

Tomado de: https://ctxt.es

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