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Condiciones para una exitosa película crítica con el capitalismo

Fotograma de No mires arriba (Estados Unidos, 2021) de Adam McKay

Por Pascual Serrano @pascual_serrano

La exitosa película de Netflix ‘No mires arriba’ (ojo, spoilers) ha abierto un debate sobre el cine crítico con nuestro modelo moderno de sociedad, sus liderazgos políticos, sus medios de comunicación, sus redes sociales… Recordemos que recientemente también tuvo gran repercusión la serie de la misma plataforma ‘El juego del calamar’, que presentaba una situación económica y social capaz de llevarnos a cometer barbaridades. Es como si, desde el mismo capitalismo, la plataforma hubiese descubierto un filón explotando comercialmente películas o series que muestren la cara más miserable de nuestras modernas sociedades.

Sin embargo, a pesar de que aparentan una contundente sátira y tratan personajes y situaciones sin piedad, observamos en ellas unas características y unas limitaciones que nos hacen sospechar de la intención de su crítica.

Veamos cuáles son, a la luz de los ejemplos anteriores, cómo debe ser una adecuada película crítica con el capitalismo para ser tan exitosa como inocua. Es verdad que todas las características que repasamos no se cumplen en todos los casos, pero creo que son patrones bastante frecuentes.

  1. Debe ser divertida. Vivimos en la sociedad de la diversión y el entretenimiento, nada debe alejarnos de eso. Pase lo que pase es importante reírnos durante toda la película. ‘No mires arriba’ es el ejemplo más evidente. Nos parecen patéticos unos presentadores de televisión que ríen y hacen bromas y chistes mientras les cuentan que un meteorito va a destruir la Tierra, al mismo tiempo que nosotros nos estamos también riendo de las bromas y chistes de una película sobre un meteorito que destruye la Tierra. Ocurre lo mismo en ‘Idiocracia’, una distopía en clave de humor, donde la raza humana ha degenerado intelectualmente.
  2. Los ricos y poderosos deben parecer decadentes y ridículos. Lo observamos en ‘No mires arriba’ y se aprecia todavía más en ‘Los juegos del hambre’, donde el aspecto de los poderosos se llevaba al extremo del ridículo y la ostentación. También lo comprobamos en ‘El juego del calamar’, en las escenas donde aparecen esos ricos que pagan por observar el desarrollo del juego, sebosos y depravados, uno de ellos termina humillado y doblegado por un personajes en un acto justiciero, pero sin ninguna trascendencia. De ese modo, las audiencias, que nunca se consideran decadentes y ridículas y que odian a los poderosos, estarán encantadas con el símil de la película y con la apariencia patética de ricachones y gobernantes.

En la película ‘Los Productores’, de 1968, un empresario de teatro llega a la conclusión de que si estrena una obra mala de solemnidad será más negocio que si es buena, porque no tendrá que repartir beneficios y se podrá quedar con el dinero de todos los inversores. Eligen la obra adecuada, que es un musical de apología nazi y de Hitler, en el estreno parece que el público, como era de esperar se indigna y hace amago de abandonar la sala, pero en un determinado momento aparece una escena en que Hitler sale ridiculizado, el público comienza a reír y aplaudir entusiasmado y la obra termina siendo un éxito. Ya en aquellos tiempos descubrieron que si haces a la gente reír y el malo parece tonto puedes colarles lo que quieras, aunque sea el retrato benevolente de un genocida.

  1. Es importante que el poder se presente con una identidad ambigua e indefinida, no se concretará en multinacionales con nombre, fondos de inversión o determinados gobiernos o políticos. Por eso en ‘No mires arriba’, unos ven como la presidenta de la nación a Hillary Clinton, otros a Trump y otro, el ego patrio desmesurado, a Isabel Díaz Ayuso. De hecho han aparecido negacionistas y ultraderechistas aplaudiendo la película junto a políticos de izquierda como Pablo Iglesias o el exdiputado de Ciudadanos Juan Carlos Girauta. Una reseña de eCartelera titulaba «Comunismo, negacionismo, Trump… ¿qué critica realmente ‘No mires arriba’? Los espectadores no se aclaran».
  2. Los pobres y miserables pueden aparecer, no se ocultan, de esa manera la audiencia reconoce una determinada realidad y la película gana credibilidad. Sin embargo, no se identifica fácilmente a los responsables de esa pobreza, ni siquiera parece que sea un problema por el que preocuparse. Es el caso de ‘Nomadland’, indigentes alegres que viven en una caravana y mueren entre sonrisas por no tener una medicación para el riñón, sin amago de crítica para la sociedad que provoca ese problema. Ninguna identificación hacia el modelo sanitario privado del país, los gobiernos que no les dan cobertura, las farmacéuticas que cobran un precio disparatado por los medicamentos.

En ‘El juego del calamar’ no se explica qué modelo financiero es el que lleva a esas personas a participar en el juego para saldar unas deudas tremendas y que les arruinan la vida. Ni se profundiza en la paradoja de la joven que huyó de la Corea del Norte comunista para acabar en esa situación.

  1. No debe haber ninguna opción alternativa al sistema que se denuncia. El ejemplo más elocuente es ‘Joker’, el levantamiento de una ciudadanía indignada se hace en torno a un psicópata. No hay propuesta ni alternativa, solo una revuelta violenta y absurda. Algo que también está ocurriendo en demasiadas ocasiones en la vida real, donde sociedades explotan furiosamente sin saber ni qué proponen ni a dónde quieren ir. En otra antigua película que describe el poder de la televisión, ‘Network, un mundo implacable’, de 1976, un presentador fracasado inicia una fase de demencia cuando va a ser despedido y en sus últimos programas comienza a hacer un llamamiento para que la gente salga a gritar a las ventanas diciendo que están hartos. Él mismo deja claro que no sabe cómo arreglar nada ni cuál es la alternativa, pero que salgan a la ventana a gritar su enfado. El resultado es espectacular, la gente comienza a hacerlo y él se convierte en un referente de la rebeldía.
  2. No hay líderes subversivos con un plan de lucha ni objetivos de liberación, por muy desesperada que sea la situación nunca hay un Espartaco. Y mucho menos un partido organizado que lidere una movilización como en los clásicos italianos de ‘Novecento’ o ‘Los Camaradas’.

El final de ‘No mires arriba’ es de lo más reaccionario por su resignación. En ella los científicos sensatos optan, ante el desprecio al que les someten y la llegada del fin del mundo, a juntarse a cenar con sus familias y rezar. Muy subversivo no parece.

  1. En otras ocasiones, el pobre, por muy héroe que se presente, simplemente se busca la vida de forma individual o familiar, nunca de forma colectiva. Es el caso de ‘Parásitos’, sencillamente una familia que se busca la vida y cuya única aspiración es tener dinero y confort. Incluso la lucha de la supervivencia en ‘Los juegos del hambre’, por mucho que admiren la cooperación, es inviable porque debes matar al resto de desgraciados para sobrevivir.
  2. Siempre tienes que parecer más listo que todos los que salen en la película. Hasta ahora los malos eran muy malos, ahora deben ser también muy tontos, muy simplones (‘No mires arriba’ es el ejemplo perfecto). Es el mismo modelo que se repite en las redes sociales, donde todos nos reímos y nos burlamos de los que mandan, cualquiera de nosotros está convencido de ser más inteligente que todos esos que nos gobiernan. Mientras, esos supuestos tontos que mandan, Rajoy, Ayuso, Trump o Biden, nos van jodiendo la vida. Pero… y lo tontos que son, y lo que nos reímos de ellos.

No se trata de hacer una enmienda a la totalidad de esas películas que triunfan en el mercado y que se presentan como críticas contra el capitalismo. Sin duda, son mejores que la media y aportan elementos valiosos de reflexión. Pero es importante que seamos capaces de observar las grietas en su discurso revolucionario que no lo es tanto, que nos fijemos en las trampas para hacernos creen que son más subversivas de lo que son, que no perdamos de vista los agujeros por los que cuelan patrones mentales reaccionarios o desmovilizadores sin que nos demos cuenta, y que no olvidemos que una película siempre termina siendo inocua para el sistema.

Tomado de: El Diario

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Trump: enfermedad o síntoma

Osama Hajjaj (Jordania)

Por La Jornada @LaJornada

A un año de que una turba azuzada por el ex presidente Donald Trump asaltó el Capitolio estadunidense, el actual mandatario, Joe Biden, pronunció un discurso en el que acusó a su predecesor de haber intentado impedir un traspaso pacífico del poder. En la óptica de que dentro y fuera de Estados Unidos se vive una lucha entre la democracia y la autocracia; entre las aspiraciones de la mayoría y la avaricia de unos pocos, el demócrata denunció la red de mentiras sobre las elecciones de 2020 que el magnate ha creado porque valora el poder por encima de los principios y antepone su propio interés al de su país.

El desprecio de Trump hacia la legalidad, las formas democráticas y las mínimas normas del decoro institucional son un hecho patente desde su irrupción en la vida política; pero sería erróneo suponer que la crisis moral en la que se encuentra sumergida la sociedad estadunidense inició en 2015 –cuando el ex presentador de televisión anunció su intención de contender por la presidencia– o que fue gestada en su periodo al frente de la Casa Blanca. Por el contrario, el trumpismo es la consecuencia más dramática de la disfuncionalidad de larga data del sistema político estadunidense, y de la creciente incapacidad del mismo para responder a las demandas de la sociedad.

Dicho sistema se ha vaciado de contenidos verdaderamente democráticos hasta quedar reducido a un espectáculo, una simulación del gobierno del pueblo. Así lo reflejan la inamovilidad de su oligarquía bipartidista y de su clase política hermética, impermeable a la realidad, o la continuidad de un modelo de votación indirecta en el cual es factible (como fue el caso del mismo Trump, pero ya había ocurrido con su correligionario George W. Bush) ganar la elección, pese a perder la mayoría de los sufragios.

Más allá de esos problemas obvios, hay una palpable discordancia entre los principios políticos declarados y la realidad social e institucional. El enorme poder de los dueños de los grandes capitales y de los medios de información dominantes para influir sobre las decisiones políticas e imponer su agenda por encima de la voluntad popular anula en la práctica la pretendida igualdad de derechos de los ciudadanos y a ello se suma un racismo estructural que mantiene a millones de personas fuera del cuerpo político. Todo ello redunda en un divorcio de tal magnitud entre clase política y sociedad que desacredita por completo al sistema y abona al surgimiento de expresiones radicales como el propio trumpismo.

No es baladí recordar que la figura de Donald Trump es producto de la crisis económica crónica en amplios sectores de la población estadunidense y de instituciones que no han estado a la altura de las necesidades sociales: sólo reconociendo en el magnate al fruto de un descontento profundo y legítimo podrá desactivarse el riesgo de que él u otro personaje usen la ira de las mayorías empobrecidas para minar los fundamentos de la democracia. En este sentido, es preciso entender que las fuerzas sociales aglutinadas por el trumpismo no serán derrotadas en la arena política, sino únicamente a través de un cambio social y político profundo, en el cual se incluya tanto el rescate de las víctimas del neoliberalismo como la revisión de valores que larvan la urgente solidaridad social, entre los que se cuentan algunos tan preciados por los estadunidenses como el individualismo.

Tomado de: La Jornada

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La prostitución en el corazón del capitalismo

Autora: Rosa Cobo Bedía

Este libro explica los cambios que ha experimentado la prostitución en las últimas décadas. El viejo mundo de la prostitución era un conjunto de negocios casi artesanales sin apenas impacto económico. El nuevo canon es una industria global, interconectada, con un modo de funcionamiento similar al de las grandes corporaciones capitalistas, un volumen de beneficios anual mucho mayor que el de varias multinacionales juntas y con un pie en la economía ilícita y otro en la lícita. La novedad de la prostitución en el siglo XXI es la fusión entre los intereses patriarcales y los intereses capitalistas. El resultado es un proceso creciente de mercantilización de los cuerpos y de la sexualidad de millones de mujeres en todo el mundo, que son expulsadas de los países periféricos y traídas a los países centrales para que varones de todas las clases sociales accedan sexualmente a sus cuerpos en una operación de colonialismo sexual. Este gigantesco aumento de la prostitución ha sido posible por la complicidad de algunos estados y de algunas instituciones del capitalismo internacional. En este ensayo, Rosa Cobo muestra cómo la prostitución constituye un fenómeno social clave para entender la nueva configuración del capitalismo global y de los patriarcados contemporáneos.

Contenidos

Índice

Agradecimientos

Capítulo 1. La prostitución en el corazón de la barbarie

Capítulo 2. El cuerpo de las mujeres y la sobrecarga de sexualidad

Capítulo 3. Globalización de la pornografía

Capítulo 4. Economía política de la prostitución

Capítulo 5. La trata y las nuevas formas de esclavitud

Capítulo 6. La elección de las mujeres prostituidas

Capítulo 7. La demanda en la prostitución: los puteros

Rosa Cobo Bedía. Doctora en Ciencias Políticas y Sociología, profesora titular de Sociología en la Universidad de A Coruña y directora de Atlánticas. Revista Internacional de Estudios Feministas de la misma universidad. Directora académica del máster online Igualdad y Equidad en el Desarrollo (en cooperación con la Universitat de Vic). Cabe destacar algunos de sus libros: Fundamentos del patriarcado moderno. Jean Jacques Rousseau (Cátedra, 1995), Interculturalidad, feminismo y educación (Los Libros de la Catarata, 2006), Educar en la ciudadanía. Perspectivas feministas (Los Libros de la Catarata, 2008) y Hacia una nueva política sexual (Los Libros de la Catarata, 2011). Sus últimos libros publicados son La imaginación feminista. Debates y transformaciones disciplinares (Los Libros de la Catarata, 2019), junto a Beatriz Ranea, Breve diccionario de feminismo (Los Libros de la Catarata, 2020) y Pornografía. El placer del poder (Ediciones B, 2020).

Tomado de: Catarata

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El sistema de dominación múltiple

Por Gilberto Valdés Gutiérrez

*Intervención en el panel «Nuevas expresiones del Capitalismo y Patriarcado en tiempos de pandemia y crisis global», XIV Taller Internacional sobre Paradigmas Emancipatorios, octubre de 2021.

Al destacado educador popular panameño, ya fallecido, Raúl Leis, debemos la noción de sistema de dominación múltiple. Un breve ejercicio de arqueología epistémica y política revelará cómo esta categoría operacional de sistema de dominación múltiple se fue enriqueciendo y actualizando a lo largo de los Talleres Internacionales sobre Paradigmas Emancipatorios convocados cada dos años en La Habana desde 1995.

No se trata de una elaboración analítica pura, académica, del concepto; el énfasis fue puesto en la necesidad de compartir las razones y rasgos de los modos de resistencias y luchas populares, y de los epistemes desde donde se construyen los distintos saberes rebeldes y combativos contra las diversas prácticas de dominio y sujeción. El espíritu de los encuentros sobre paradigmas emancipatorios ha sido el de poner en común los saberes mencionados en tanto saberes solidarios —como los denomina Yohanka León— que acompañan las luchas emancipatorias, libertarias y de reconocimiento, enfrentadas a un sistema de dominio y sujeción múltiple. Esta confluencia de saberes puede interpretarse, también, en el sentido que Boaventura de Sousa utiliza el término traducción.

El nuevo ciclo de luchas y resistencias populares, sindicales, indígenas, afrodescendientes, de las mujeres, que conservaron la vida frente a la dominación neoliberal en los años noventa del pasado siglo, reveló una comprensión más profunda de la dominación; al hacerse visible que la confrontación era no solo frente a los gobiernos neoliberales de turno, sino contra un patrón de dominio y sujeción de más largo alcance.

Che Guevara captó el nexo causal, interno, complejo entre la teoría de la enajenación y la teoría de la revolución en Marx. Comprendió de manera pionera que la lucha emancipatoria no era solo contra la explotación, sino contra todas las manifestaciones de la enajenación humana en el capitalismo.

Algunos críticos del capitalismo coinciden en que hoy estamos en presencia de un tiempo cuantitativo, vacío, homogéneo y abstracto, como efecto de la universalización capitalista y la plena subsunción de la vida por el capital. Se ha impuesto la lógica de la mercantilización absoluta y del consumo —real y simbólico— como sinónimo de felicidad humana. No se trata de rechazar nihilistamente el bienestar, sino de impedir la expropiación del tiempo por el capital, que se ha extendido desde lo laboral a todos los ámbitos de la vida. Acercarnos a un bienestar mesurado que no esté centrado en el consumo impositivo, que no pase por alto la advertencia que nos hizo el joven Marx: «La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y unilaterales que un objeto es nuestro solamente cuando lo tenemos — cuando existe para nosotros como capital, o cuando es directamente poseído, comido, bebido, usado, habitado, etc., en fin, cuando es usado por nosotros».

Con la categoría de sistema de dominación múltiple podremos visualizar el conjunto de las formas de dominio y sujeción, algunas de las cuales han permanecido invisibilizadas para el pensamiento crítico, y favorecer así el acercamiento entre diversas demandas y prácticas emancipatorias que hoy aparecen contrapuestas o no articuladas; evitar, de esta forma, viejos y nuevos reduccionismos ligados a la predeterminación abstracta de actores sociales a los que se les asignan a priori mesiánicas tareas liberadoras.

El contenido del sistema de dominación múltiple, desde mi punto de vista, abarca las siguientes prácticas:

  • De explotación económica y exclusión social. Vemos aparecer nuevas formas de explotación de las llamadas empresas transnacionales de producción mundial, a la vez que se acentúan las prácticas tradicionales de explotación económica y a esto se agrega la exclusión social que refuerza las primeras.
  • Prácticas de opresión política en el marco de la democracia formal. Lo que se traduce en una política-espectáculo neoliberal; es decir, contaminación visual y «pornografía» política, irrelevancia decisoria del voto ciudadano, vaciamiento de la democracia representativa, corrupción generalizada y clientelismo político, y por último, el secuestro del Estado por las élites de poder.
  • No menos relevante es la discriminación sociocultural étnica, racial, de género, de edades, de opciones sexuales, por diferencias regionales, entre otras.

El ecocidio, etnocidio, feminicidio y genocidio son enfrentados hoy por trabajadores ocupados y no ocupados del campo y la ciudad, excluidos de las redes de reproducción del capital; mujeres, jóvenes e indígenas de nuestro continente que protagonizan las luchas más variadas y creativas contra la recolonización imperial.

La esencia de la categoría sistema de dominación múltiple coincide con la formulación que realiza István Mészáros para caracterizar la civilización del capital:

«El capital —apunta con razón el destacado pensador húngaro— no es simplemente un conjunto de mecanismos económicos, como a menudo se lo conceptualiza, sino un modo multifacético de reproducción metabólica social, que lo abarca todo y que afecta profundamente cada aspecto de la vida, desde lo directamente material y económico hasta las relaciones culturales más mediadas.»

La diversidad articulada puede concebirse, en este sentido, potencialmente, como posibilidad de la multiplicación de los sepultureros de esa reproducción metabólica social.

Helio Gallardo, en uno de nuestros talleres, destacaba las tres niveles o dimensiones del sistema de dominación múltiple. En primer lugar, las tramas o relaciones sociales donde están ancladas las formas de explotación. Otra dimensión está constituida por las instituciones y actores que protagonizan las distintas formas de dominio, como por ejemplo las instituciones financieras del gran capital, los llamados tanques de pensamiento y emporios mediáticos de la derecha internacional. Y, en tercer lugar, las lógicas de dominación que en ocasiones se reproducen total o parcialmente en las propias alternativas emancipatorias.

Al analizar la presunta crisis de los paradigmas, Franz Hinkelammert se pregunta si existe en realidad una pérdida de los criterios universalistas de actuar con capacidad crítica beligerante frente al triunfo del universalismo abstracto propio del capitalismo de cuartel, actualmente transformado en sistema globalizante y homegeneizante. Este sistema, para Hinkelammert, está lejos de ser afectado por la fragmentación. Todo lo contrario: aparece como un bloque unitario ante la dispersión de sus posibles opositores. Su conclusión es que no podemos enfrentar dicho universalismo abstracto mediante otro sistema de universalismo abstracto, sino mediante lo que define como una «respuesta universal», que haga de la fragmentación un proyecto universal alternativo:

«Fragmentarizar el mercado mundial mediante una lógica de lo plural es una condición imprescindible de un proyecto de liberación hoy. No obstante, la fragmentación/pluralización como proyecto implica, ella misma, una respuesta universal. La fragmentación no debe ser fragmentaria. Si lo es, es pura desbandada, es caos y nada más. Además, caería en la misma paradoja del relativismo. Solo se transformará en criterio universal cuando para la propia fragmentación exista un criterio universal. La fragmentación no debe ser fragmentaria. Por eso, esta ‘fragmentación’ es pluralización.»

Para Ana Esther Ceceña, el capitalismo de este nuevo siglo llegó con ímpetus renovados, pero con características diferentes. Se modificaron sus condiciones materiales tanto como sus modos y sentidos. Las materias primas de ayer, pierden hoy relevancia frente a nuevos materiales; las tecnologías invaden nuevos espacios y usan otros caminos; las comunicaciones ocupan todos los ámbitos y descubren formas y vehículos; los sentidos de realidad en su conjunto se transforman y se enajenan a través de nuevos mecanismos. Quizá el elemento más relevante, según esta autora, ha sido el cambio en la idea de la guerra y sus propósitos.

Esta transformación está vinculada con la generalización de la necropolítica neoliberal y subraya que, si hasta ahora hemos estado acostumbrados a medir las guerras por sus ganadores y perdedores, hoy tendremos que adecuarnos a las guerras infinitas. Esas guerras indefinidas que buscan mantener los territorios en situación de guerra, porque ya no son el medio sino el fin. Es la situación de guerra la que proporciona los beneficios: da paso al saqueo, estimula una variedad de negocios —armas, drogas, alimentos, trata de personas, mercenarismo y muchos otros— y permite un control sobre las poblaciones no legitimado, porque se ejerce en condiciones de excepción.

Ceceña propone asumir la noción de dominación de espectro completo, que ha sido la clave de transformación en el arte de la guerra y orienta sus modalidades prácticas. Es un concepto complejo que se actualiza mediante la experiencia cotidiana de la guerra en todos sus distintos escenarios y mediante el estudio del comportamiento humano, e incluso, del de todas las formas de vida que concurren en cada uno de ellos.

Uno de sus aprendizajes, muy evidente en las disputas por la territorialidad en la actualidad, es el de la aplicación simultánea y sin tregua de mecanismos variados que tiendan a confundir y a la vez a producir resultados combinados mientras agotan, en principio, las fuerzas físicas y morales del enemigo y que la autora identifica como avasallamiento, simultaneidad e impunidad.

La significación histórica y epistemológica de la noción de sistema de dominación múltiple radica en la superación del reduccionismo, y la consecuente comprensión de que las luchas contra el poder político del capital están íntimamente vinculadas a la creación, no solo de un nuevo orden político-institucional alternativo al capitalista, sino a la superación histórica de su civilización y su cultura hegemónicas.

Si concordamos en que este orden económico y político hegemónico está ligado íntimamente a una civilización excluyente, patriarcal, discriminatoria y depredadora, que impulsa la cultura de la violencia e impide el propio sentido de la vida humana, habrá que reconocer que la absolutización de un tipo de paradigma de acceso al poder y al saber, centrado en el arquetipo «viril» y «exitoso» de un modelo de hombre racional, adulto, blanco, occidental, desarrollado, homofóbico y burgués —toda una simbología del dominador—, ha dado lugar al ocultamiento de prácticas de dominio que, tanto en la vida cotidiana como en otras dimensiones de la sociedad, perviven al margen de la crítica y la acción liberadoras.

Nos referimos, entre otros temas, a los millones de hombres y mujeres que son expulsados de la producción, el mercado y la política, que sobran por no ser redituables, a la discriminación histórica efectuada sobre los pueblos y las culturas indígenas, los negros, las mujeres, los niños y niñas y otras categorías sociodemográficas que padecen prácticas específicas de dominación. Son expresiones de una civilización excluyente, patriarcal y depredadora que el capital encierra en su pensamiento único. El uruguayo José Luis Rebellato sintetizaba lo que queremos expresar con certeras palabras: «Patriarcado, imperialismo, capitalismo, racismo. Estructuras de dominación y violencia que son destructivas para los ecosistemas vivientes».

Dichas prácticas de dominio, potenciadas en la civilización y la barbarie capitalista, han penetrado en la psiquis y la cultura humanas. No de otra manera se explica la permanencia de patrones de prácticas autoritarias, racistas, sexistas y patriarcales que irradian el tejido social, incluso bajo el manto de discursos «democráticos» o en las propias filas del movimiento anticapitalista.

Podría objetarse que existen discriminaciones y violencias patriarcales y racistas mucho antes de la hegemonía del capital sobre la sociedad, lo cual es absolutamente cierto. Sin embargo, el régimen del capital las potencia y generaliza como nunca antes.

El alto grado de explotación/exclusión, de prácticas de saqueo, de opresión política y de discriminación sociocultural, así como de densidad de enajenación económica, social, política, cultural, mediática común a los modelos de capitalismo neoliberal dependiente en América Latina hace que se reúnan todas las dimensiones y las consecuencias de lo que hemos llamado sistema de dominación múltiple del capital; a saber: la muerte de los sujetos subalternos como «destino» —ya sean pobladores urbanos o rurales, trabajadores ocupados, no ocupados, jubilados o excluidos, indígenas, mujeres, jóvenes, personas LGBT— y la destrucción del entorno ambiental, como efectos sociales, humanos y ecológicos en el Sur periférico de la implementación de las nociones de «crecimiento», «desarrollo» y «competitividad» de la globalización imperialista.

El panorama descrito es interpretado y enfrentado a través de dos planos socio-políticos fundamentales: desde las experiencias autónomas anticapitalistas —emergencias emancipatorias anticapitalistas— que se generan en los territorios, a nivel local, y en el seno de organizaciones, redes y movimientos sociales, por una parte; y a través de las alternativas políticas en las que interviene el sujeto pueblo para avanzar en un nuevo proyecto de país, como está sucediendo durante este siglo en Latinoamérica. Ambas dimensiones están íntimamente entrelazadas, por lo que no deben oponerse como polos dicotómicos de acción social y política. Están en curso diversas iniciativas de las diferentes fuerzas populares para proponer salidas para la crisis, que defiendan los intereses de los trabajadores y de los pueblos en general.

Hoy el gran capital y la crisis actual del capitalismo están generando estrategias nuevas, y ese es el reto del movimiento social ahora: encontrar la nueva perspectiva de lucha común.

Debemos tender puentes entre los distintos tipos de luchas, que se conforman con «velocidades» distintas; unas están ancladas en la lucha por la sobrevivencia desde lo cotidiano y otras vinculadas a procesos de largo aliento. Ninguno de estos tiempos debe estar por encima del otro, hay que ver que la lucha por la autonomía de los sectores populares está ligada en ocasiones a la autodefensa y autosustentación en los territorios ante los embates de las transnacionales y las oligarquías locales y sus megaproyectos, que criminalizan al movimiento popular.

Es ahí donde se deben hacer las cosas de otro modo, de un modo no capitalista, sobre la base de los intercambios de saberes de todo tipo, no solo de técnicas sino a partir de las experiencias empíricas de cómo organizar los emprendimientos colectivos fuera de las relaciones dominantes de mercado, como organización de lo común. Debemos reflexionar sobre estos procesos de resistencia como núcleos de relaciones alternativas.

En síntesis, aparecen formas de auto-organización de la vida, que prefiguran los horizontes de emancipación a que se aspira, énfasis en la autonomía, en la manera de comprender y estar en el mundo, y comunidad/territorio, como entorno al que pertenece y hunde sus raíces y cultura de vida una colectividad. Estas referencias se perciben con mayor potencialidad para encauzar las energías emancipatorias no capitalistas. Ello ocurre en medio de tendencias innovadoras que caracterizan las prácticas de los movimientos sociales populares y que suponen cierta renovación del modo de entender los procesos de lucha por la emancipación y la justicia social.

La pertinencia de concebir a los movimientos sociales populares como sujetos de emancipación implica reconocer que ellos son los agentes que plantean un cuestionamiento crítico de las formas y relaciones de dominación existentes en la sociedad; es decir, un posicionamiento colectivo de inconformismo y contestación respecto de las cosas que no funcionan de manera satisfactoria, respecto de las relaciones que inferiorizan y discriminan. Contestación crítica y pro-activa que tiende a ser cada vez más integral y alude a las múltiples formas de subordinación, sin supeditar o jerarquizar unos tipos de opresiones a otras.

Hay espacios colectivos de lucha que no están localizados en territorios como referentes, como en las megaciudades, en las que se disputan espacios de poder mediante múltiples formas de lucha —incluida la electoral  para avanzar en la construcción de la hegemonía político cultural del pueblo. Se van así enlazando las bases estructurales y funcionales de las luchas, con la cultural y la territorial.

El reto frente a la crisis es crear un modo de producción y reproducción de la Vida profundamente distinto del actual, un nuevo sistema de metabolismo social, un nuevo modo de producción basado en una actividad auto-determinada, en la acción de los individuos libremente asociados (Marx) y en valores más allá del capital (Mészáros).

La lección de los procesos de resistencia y lucha en Latinoamérica obliga a superar el pensamiento dicotómico, que opone la autonomía de los movimientos y las luchas y la hegemonía política-cultural en el marco de procesos nacionales y regionales amplios, que aglutinan fuerza social y política, y emerge, protagónico de los cambios, el sujeto pueblo. El centro de gravedad política de cada país y región irá marcando el tipo de integración —unidad, articulación— necesaria al movimiento social popular, antineoliberal, antimperialista y anticapitalista para avanzar hacia la victoria de los pueblos, más allá de las crisis del sistema de dominio y sujeción del capital.

Desde esas nuevas concepciones epistemológicas emanan nuevas propuestas sobre los movimientos sociales en América Latina. Entre esos elementos innovadores están:

  1. a) Concebir las luchas de manera integral; esto es, incluyendo la base estructural y funcional de las mismas con la base cultural y territorial, lo que implica afirmar las identidades culturales y territoriales propias como ámbitos de lucha antisistémica —superar no la perspectiva clasista, sino el reduccionismo economicista y de clase—.
  2. b) Articulación de las luchas por la igualdad social con las luchas por el reconocimiento de las identidades diversas.
  3. c) Anclaje territorial de las luchas, que incluye la defensa de la tierra y el medio natural en contra de la privatización de elementos fundamentales para la reproducción de la vida como el agua, el bosque, la madera, el gas, las semillas; reivindicación del territorio —en disputa con el capital y sus socios locales— con un sentido político, como espacio en el que hunde sus raíces la cultura de vida de una comunidad.

Estamos viviendo el tiempo político de los movimientos sociales populares. La emergencia de estos movimientos desde los años noventa del pasado siglo se presenta como respuesta a las relaciones de dominación neoliberal, pero en confrontación a un patrón de poder de más largo alcance. No olvidemos que la conquista —y las sucesivas recolonizaciones que hoy imponen el imperio y las transnacionales— no fue solo de territorios y recursos, también fue y sigue siendo una conquista de los cuerpos, las subjetividades y las identidades. A las luchas por la ampliación de los espacios de igualdad y justicia desde la ciudadanía política, civil y social, se incorporaron con beligerancia y visibilidad política las demandas desde las relaciones de género, de racialidad, generacionales, los diferentes modos de vivir las culturas, los cuerpos y las sexualidades, así como la lucha por la justicia ambiental.

Ello ha condicionado esa radicalidad de lo antisistémico, entendido como perspectiva anticolonial y anticapitalista, antipatriarcal y por relaciones de producción y reproducción de la vida no depredadora. Más no se trata solo de un horizonte de transformación utópico, sino de prácticas cotidianas que intentan vivir por anticipado la emancipación. No obstante, seamos conscientes de que una mutación genética-cultural, civilizatoria, de los modelos de desarrollo heredados no se logra de la noche a la mañana. La organización y la conducción política son cada vez más necesarias para el avance de las alternativas socio-políticas antineoliberales.

Tomado de: La Tizza

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El monopolio cultural del neoliberalismo

Moro (Cuba)

Por Jorge Molina Araneda

“En virtud de la ideología de la industria cultural, el conformismo sustituye a la autonomía y a la conciencia; jamás el orden que surge de esto es confrontado con lo que pretende ser, o con los intereses reales de los hombres”.

La industria cultural, Theodor Adorno y Max Horkheimer

En este momento, cuando el sistema socioeconómico preponderante a nivel global se encuentra irremediable e incuestionablemente exhausto, el mundo político parece carecer de una opción ideológica que ofrezca una alternativa viable que lo reemplace. Los gobiernos de los países que mediante la razón o por la fuerza ofrecieron al mundo las ideas que durante 500 años guiaron el desarrollo sociopolítico y económico se encuentran cuestionados por su propia población.

En la compleja sociedad del siglo XX el acceso a los medios masivos de comunicación se convirtió casi en la única opción para poder ejercer eficazmente la libertad de expresión. Pero ya fuese por las barreras legales o económicas para acceder a tales medios o por la simple competencia en el uso de espacios y tiempos de impresión o transmisión, se fue acotando la diversidad de las opiniones y visiones que tal vez hubiesen evitado que la sociedad aceptara como dogma de fe el pensamiento único que hoy hace crisis. El acotado derecho a la información sirvió para la imposición de las ideas que, impregnadas hasta la médula en la humanidad actual, impiden a la mayoría ver las profundas contradicciones del sistema preponderante y, por lo mismo, evitaron, hasta el surgimiento del Internet, la difusión de nuevas ideas.

A la enorme mayoría aún le cuesta mucho percibir algo distinto a la idea de que nos encontramos ante una crisis de alcances inusitados. Lo que en las pancartas de los indignados se lee, lo que los movilizados identificándose como el 99 por ciento gritan, lo que cada vez más blogs y mensajes por la red claman es que no es una crisis, sino un engaño. El sistema socioeconómico preponderante no ha sido construido para el desarrollo y libertad de la humanidad, es un mecanismo articulado desde la cúpula de un poder omnímodo para extraer toda la riqueza mundial a través del complejo financiero-monetario. Si este ve acotado su dominio, ya sea por los excesos provocados por su propia voracidad o por eventos fortuitos, reacciona succionando todos los recursos de la sociedad. Este complejo financiero global es el que provoca la inflación, que, al igual que los intereses, constituyen el mecanismo intrínseco para la transferencia de riqueza. Cuando el complejo financiero pierde, arrebata a través de los gobiernos los recursos para ser rescatado. Es este el mecanismo esclavizador del capitalismo; el sistema que falsamente se promueve como sinónimo de libertad.

Con el engañoso canto a la libertad individual se ha impuesto un sistema cuya prevalencia depende de que exista escasez. Habiendo escasez, los seres humanos asumen en todo momento comportamientos de lucha, competencia —incluso si esto significa engañar o robar— para obtener el capital que, a través de su acumulación, incrementa a quien lo posee la capacidad de generar aún más escasez.

Rebasando a los gobiernos y sus opositores —todos ellos convenientemente acomodados en partidos políticos— la cosa pública se ha circunscrito alrededor de un solo tema: el capital. La riqueza de las naciones no se mide ya más que en términos del capital. La lucha ideológica, por tanto, se concentra en cómo y qué tanto se ha de hacer caso al capital. Unos, exaltando sus virtudes cuando unos cuantos le poseen y, en el otro extremo, quienes abogan por el dominio colectivo de las mayorías para poseerlo. Bajo esta premisa de que todo es capital, se diluyen todos los demás aspectos de la economía y la vida en sociedad: la dignidad, el trabajo, las fuentes naturales de recursos
—agua, tierra, aire, luz—. Nacidos bajo el cobijo del liberalismo, hay aún quienes en esa barahúnda de inconsistencias afirman que capitalismo equivale a libertad de mercados y protección a la propiedad privada. Ni unos ni la otra existen cuando todo el sistema privilegia a unos cuantos al exaltar el individualismo que provoca escasez y, con ello, la acumulación del capital. ¿Cuál es entonces la opción ideológica que pueda sacar al mundo de estas contradicciones?

Dany-Robert Dufour, filósofo francés, investigador del liberalismo y sus consecuencias cuando se convierte en capitalismo salvaje, ha afirmado que éste se plasma como un nuevo totalitarismo. El término de pleonexía dice, se halla en La República de Platón y quiere decir “siempre tener más”. La Polis, se construyó sobre la prohibición de la pleonexía. Puede decirse entonces que, hasta el siglo XVIII, toda una parte de Occidente funcionó con base en esa prohibición. A partir de la creación del complejo financiero monetario se liberó la avidez mundial, la avidez de los mercados, la avidez de los banqueros. Una avidez sobre la que el propio Alan Greenspan (expresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos) ante la Comisión norteamericana, después de la crisis de 2008, dijo: “Pensaba que la avidez de los banqueros era la mejor regulación posible. Me doy cuenta de que eso no funciona más y no sé por qué”. Greenspan confesó de esa manera que lo que guía las cosas es la liberación de la pleonexía, pero por ser un individuo creado y cultivado por el propio sistema, no le resulta posible ver más allá.

Ante la urgente necesidad de encontrar nuevos ámbitos ideológicos, nuevas propuestas de partidos y candidatos que recibirán de manos de sus antecesores, países enteros, sociedades y economías destrozadas, no es posible partir de lo conocido. Lo que conocemos se ha gestado en la lógica de la pleonexía que todo lo domina. Es preciso no caer en la tentación de querer arreglar el mundo —el país— con la óptica de nuestras propias estructuras, con las que fácilmente volvemos a repetir la urgencia de organizar, de instituir, de legalizar como si en esos actos conjuráramos lo que ya no queremos y terminamos apostándole de nuevo a la repetición y a la restauración de aquello que pretendimos cambiar.

Para muchos cientistas políticos, el comunismo era un muro de contención contra el capitalismo, una especie de amenaza constante que obligaba a los Estados capitalistas a buscar el bienestar social de las masas trabajadoras para tratar de evitar potenciales huelgas y alzamientos; con ello cobró más fuerza la idea del Estado del Bienestar.

Actualmente el capitalismo, en su versión más radical denominada neoliberalismo, es hegemónico en la mayor parte del orbe y, como todo poder monopólico, corre el riesgo de sufrir constantes y severos descontroles.

El imperialismo de la razón instrumental, del pensamiento calculador y pragmático, ha debilitado el pensamiento crítico-reflexivo.

El pensamiento único es la versión neoliberal de la economía de mercado que implanta la razón económica del beneficio sobre las motivaciones éticas y políticas; además, enaltece la excelencia del mercado y del capital, que es donde se subordinan los demás aspectos de la vida individual y social.

Algunos filósofos vinculan el pensamiento único con la actitud posmoderna, vale decir, el pensamiento a contracorriente es incapaz de esgrimir valores y razones sustantivos capaces de enfrentarse a las razones del mercado neoliberal.

Luego, el pensamiento único se define por las siguientes características:

–Primacía del poder económico: se atribuye a la economía la toma de decisiones y se considera que los intereses del conjunto de las fuerzas económicas constituirían los reales intereses de la comunidad global. La política está ligada al poder de los medios de comunicación y estos, a su vez, frecuentemente se subordinan al poder económico-financiero mundial. Las corporaciones transnacionales y las instituciones financieras son muy poderosas y adoptan como ideal unos pseudo procedimientos democráticos formales que carecen absolutamente de significado real. Amén la ciudadanía, en términos generales, no se entromete en la “cosa pública” e ignora las directrices que configuran su vida. Sin embargo, si en algún momento, por utópico que parezca, se devolviese el poder económico a su rol de subordinación a los intereses sociales, podría existir alguna posibilidad de alcanzar una sociedad libre y democrática.

–Indiferencia ecológica: el pensamiento único occidental concibe al ser humano como desarraigado de la naturaleza, por lo tanto, se observa a la misma con afán depredador. La economía capitalista de línea dura no evalúa ni reduce los costes ambientales de la salvaje y malintencionada interacción explotadora del hombre hacia la naturaleza.

–Desigualdad económica: el pensamiento único capitalista es indiferente hacia las secuelas negativas y desestabilizadoras que genera en el ámbito social, es decir, los ricos se hacen más ricos, y los pobres más pobres. Ergo, aquella brecha provoca una grave segmentación y polarización sociales.

El pensamiento único se conecta con la llamada razón instrumental, descubierta por los teóricos de la Escuela de Frankfurt, según la cual, y siguiendo a Horkheimer, consiste en una pequeña esfera de la racionalidad humana que ha ayudado a convertir a las personas en amos y señores de la naturaleza, les colma de innumerables medios materiales pero, coetáneamente, les deshumaniza y les domina. El imperialismo de la razón instrumental, del pensamiento calculador y pragmático, ha debilitado el pensamiento crítico-reflexivo, aquél que nos orienta y conduce a instaurar nuestra identidad personal con arraigo en la naturaleza y con pleno sentido de solidaridad social.

Horkheimer y Adorno criticaron a la sociedad de su tiempo, señalando que la razón instrumental puso en marcha la industria cultural, que impone sus modelos alienantes  a través de los medios de comunicación.

La industria cultural y sus medios de comunicación están formados por: internet, cine, radio, televisión, revistas, música, publicidad y todas las demás actividades de ocio. Merced a estos medios, los grandes magnates de la economía mundial imponen suavemente un monopolio cultural —hegemonía la llamaría Gramsci— que margina cualquier creación que busque emancipar al individuo y estimule la creatividad no controlada por ellos. Los productos de esta industria están diseñados para que el espectador no disponga de tiempo para pensar, pues lo que se ve, escucha o lee ya ofrece la panacea a cualquier interrogante planteada por una mente adormecida por la pirotecnia mediática. La industria cultural implanta valores, conductas, necesidades y lenguajes uniformes y acríticos para todos.

La única solución posible es contar, en algún momento, con una población sumamente politizada y cuestionadora del sistema mundial vigente, solo así paulatinamente se romperán las cadenas de la tiranía hegemónica del pensamiento único. Recordemos que el mismo Rousseau hace siglos nos advirtió en su Contrato Social que el ser humano nace libre pero en todos lados está encadenado.

En Los guardianes de la libertad, Noam Chomsky y Edward S. Herman develaron el uso operacional de los mecanismos de todo un modelo de propaganda al servicio del interés nacional —de EEUU— y la dominación imperial. Examinaron la estructura de los medios (la riqueza del propietario) y cómo se relacionan con otros sistemas de poder y de autoridad. Por ejemplo, el gobierno (que les da publicidad, fuente principal de ingresos), las corporaciones empresariales, las universidades, etc.

Para Chomsky, la tarea de los medios privados que responden a los intereses de sus propietarios, consiste en crear un público pasivo y obediente, no un participante en la toma de decisiones. Se trata de crear una comunidad atomizada y aislada, de forma que no pueda organizarse y ejercer sus potencialidades para convertirse en una fuerza poderosa e independiente que pueda hacer saltar por los aires todo el tinglado de la concentración del poder. Solo que para que el mecanismo funcione es necesaria, también, la domesticación de los medios; su adoctrinamiento. Es decir, generar una mentalidad de manada. Hacer que los periodistas y columnistas huyan de todo imperativo ético y caigan en las redes de la propaganda o el doble pensar. Es decir, que se crean su propio cuento y lo justifiquen por autocomplacencia, pragmatismo puro, individualismo exacerbado o regodeo nihilista. Y que, disciplinados, escudados en la «razón de Estado» o el «deber patriótico», asuman —por intereses de clase o por conservar su estabilidad laboral— la ideología del patriotismo y conservadurismo reaccionarios. En definitiva, el miedo a manifestar el desacuerdo termina trastocando la prudencia en asimilación, sumisión y cobardía. La meta del modelo socio-económico-cultural es: se debe pensar en una sola dirección, la presentada por el sistema de dominación capitalista. Y si para garantizar el consentimiento es necesario aplicar las herramientas de la guerra psicológica para el control de las masas; como por ejemplo: azuzar el miedo, campañas del terror electorales, fomentar la sumisión y generar un pánico paralizante, los vigilantes del sistema entran en operación bajo el paraguas de lo políticamente correcto, amparados por todo un sistema de dádivas y premios que brindan un poco de confort y poder acomodaticio.

El monopolio cultural que devino de las políticas de una democracia neoliberal no es más que una reencarnación del monopolio cultural fascista, fortalecido a través de lógicas sociales que encontraron la manera de velar las debilidades ideológicas que impidieron el dominio completo de los monopolios culturales que operaban como parte de aquellos fascismos. Horkheimer y Adorno fueron cuidadosos en recordar que el juicio de la élite intelectual de su tiempo, que pintaba a la industria cultural como una barbarie estadounidense resultado del retraso cultural de la conciencia norteamericana, era una ilusión. «Era, más bien, la Europa prefascista la que se había quedado por detrás de la tendencia hacia el monopolio cultural. Pero precisamente gracias a este atraso conservaba el espíritu un resto de autonomía.» Si a principios del siglo pasado las vanguardias obstaculizaron la tendencia hacia la consolidación del monopolio, hacia finales de la Segunda Guerra Mundial Horkheimer y Adorno percibían como perdida dicha batalla. Sin embargo, el duopolio ideológico que configuró el orden mundial de la posguerra resultó ser también una fuerte resistencia ante el avance del monopolio cultural. No fue hasta la caída del Muro cuando se declaró victorioso un modo de ser sobre el otro, para erigirse como único y permitir con ello el proceso de consolidación del monopolio.

Entre los incontables factores que posibilitaron poner en marcha de nuevo el avance de un monopolio cultural encontramos: la democracia moderna en 1989, y el neoliberalismo como ideología de dicha democracia. Entre estos sucesos existe una relación simbiótica, es decir, la realidad de la democracia moderna, alejada por completo tanto de su conceptualización antigua como ilustrada, no refiere a una forma de gobierno, sino al suplemento que legitima a los Estados oligárquicos contemporáneos (todos los Estados contemporáneos que se dicen democráticos). La retórica que se construye para explicar el porqué de una victoria de Occidente sobre el bloque socialista (y no viceversa) se apoyó de modo rotundo en el despliegue práctico, muy específico, del concepto de «libertad absoluta», donde el triunfo de las democracias sobre los totalitarismos no fue la consecuencia de un Estado que aseguraba la libertad del individuo como libertad para participar en la cosa pública, sino de un Estado que garantizaba la libertad como libertad individual, la cual en la práctica se tradujo en el derecho del individuo a quedar libre de toda intervención del Estado. Si el capitalismo es la lógica económica propia de una democracia moderna, el neoliberalismo encuentra, en el concepto de libertad individual que manejan dichas democracias, correlación y sustento de la lógica no-intervencionista que lo fundamenta. Una libertad definida por Karl Polanyi como «libertad para explotar a los iguales; para obtener ganancias desmesuradas sin prestar un servicio conmensurable a la comunidad; libertad de impedir que las innovaciones tecnológicas sean utilizadas con una finalidad pública, o la libertad para beneficiarse de calamidades públicas tramadas en secreto para obtener una ventaja privada».

El proceso por el cual el neoliberalismo —de la mano del concepto de democracia y libertad— se convierte en la ideología monopólica de las décadas de 1980 y 1990 no es otra cosa que lo que David Harvey, apoyándose en Gramsci, llama una construcción de consentimiento, es decir, la elaboración de un «sentido común» entendido como un «sentido poseído en común» que surge de un consenso mayoritario; en este caso, un consenso sobre la validez de la libertad absoluta individual, construido por necesidad sobre un envilecimiento de la noción de «lo común».

Harvey enfatiza que el sentido común, que dio legitimidad a la implementación de políticas neoliberales, de ninguna manera debe entenderse como un «buen juicio», cuya construcción se logra «a partir de la implicación crítica con las cuestiones de actualidad». Al contrario, en la constitución del sentido común pueden desempeñar una parte las creencias y los miedos, así como los prejuicios y valores culturales y tradicionales, mismos que «pueden ser movilizados para enmascarar otras realidades».

El mantra mental y cultural, que ha sufrido algunas fisuras durante los últimos quince años, dicta lo siguiente:

-El ser humano busca su bienestar personal, es esencialmente racional e individualista y responde a estímulos materiales, especialmente económicos.

-El bienestar social es la suma de los bienestares individuales, siempre que no se perjudiquen los derechos de los demás. La competencia permite aumentar el bienestar personal y, por ende, el social; por lo tanto, es un elemento esencial para el progreso.

-Los mercados operan con eficiencia y rapidez, si no se les colocan trabas y logran una asignación óptima de los recursos actuales y futuros; hay que dejarlos actuar con libertad. Incluso los monopolios naturales no deben ser intervenidos, pues las ganancias excesivas atraen a otros empresarios a actuar. Si existen externalidades, se resuelven por negociaciones individuales, sin que intervenga la autoridad.

-Los mercados de factores productivos deben actuar con el mínimo de trabas estatales. La movilidad de los trabajadores entre las empresas hace innecesaria la existencia de sindicatos por su poder monopólico. Tampoco deben existir interferencias en los mercados financieros. Debe haber apertura al exterior tanto en el comercio de bienes y servicios como en los capitales. La libertad de precios es el mecanismo central para asignar los recursos.

-Los empresarios son actores claves de la sociedad, pues determinan las iniciativas y el emprendimiento, incentivados por las utilidades. Además, generan el ahorro que posibilita el crecimiento económico y el progreso. Por lo tanto, deben trabajar con plena libertad, garantizando los derechos de propiedad. Las prestaciones sociales como la educación, la salud, la vivienda y las pensiones pueden ser entregadas por privados actuando como empresas, aunque las financie el Estado.

-Las funciones del Estado en una sociedad con mercados eficientes y sin externalidades se reducen a aspectos específicos: las tareas tradicionales del liberalismo, como son la defensa nacional, las relaciones exteriores y la administración de justicia. Además, por su naturaleza, se considera que el Estado es ineficiente, pues a diferencia del empresario privado no maximiza utilidades.

Estos son los elementos centrales de la ideología neoliberal que lamentablemente a nivel mundial se convirtieron en dogmas a raíz de la acriticidad y, en definitiva, de no mediar el año 2019 para nuestro país (Chile), continuarían siendo un incuestionable credo hasta para los más desposeídos que toman como normal la subyugación que padecen por parte de los más poderosos.

Tomado de: América Latina en movimiento

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La escuela austríaca y la apología del capitalismo

Por Julio C. Gambina

La escuela austríaca emerge hacia 1871, año del primer intento de gobierno obrero, con la Comuna de París, levantamiento y experiencia derrotada por la violencia de las armas con 30.000 muertos. Hacía pocos años, en 1867, se había publicado el Tomo I de El Capital, en donde se anticipaba que los expropiados (trabajadores o propietarios de su fuerza de trabajo) tenían derecho a expropiar a los expropiadores (capitalistas o propietarios de los medios de producción). El eje de esta monumental obra se concentra en las leyes del valor y del plusvalor, sustentadas desde la abstracción, núcleo central del método en Karl Marx (1818-1883). El pase a consideraciones concretas del funcionamiento del orden capitalista se conocerá con la publicación por Friedrich Engels (1820-1895) de los borradores de Marx del Tomo II, recién en 1885; y del Tomo III en 1994. El razonamiento completo de Marx sobre la dinámica del capitalismo se completa con la difusión de su obra hacia 1894.

El fundador de la escuela austríaca es Karl Menger (1840-1921), junto con William Stanley Jevons (1835-1882) y León Walras (1834-1910), quienes generan una ruptura epistemológica con la escuela clásica inaugurada por Adam Smith (1723-1790) y David Ricardo (1772-1823). Según John Maynard Keynes (1883-1946), es Marx quien denomina «clásica» a la escuela iniciada con la «investigación acerca de la riqueza de las naciones» en 1776, la primera sistematización de los estudios económicos y la formulación originaria de la ley del valor-trabajo. Hacia 1871 no solo está completa la exposición de la ley del valor, sino que por primera vez se sostiene cual es el origen del excedente económico, la plusvalía o plusvalor, fuente de la ganancia y sus formas concretas de manifestación en la renta o el beneficio empresario. Era la fundamentación acabada del socialismo como propuesta alternativa al capitalismo.

Con esos antecedentes tiene lógica la respuesta «austríaca» y el origen de una nueva denominación a la corriente principal de la economía, ya no clásica, sino «neoclásica». Los austríacos retoman la explicación del capitalismo, por eso «neo» y el argumento a derrotar es el socialismo en cabeza de Marx. El capitalismo ya está en su madurez y los estudios científicos, una vez sometidos a la crítica de Marx, mutan en «apología» del orden, de la propiedad privada y del libre cambio. Eso es la escuela neoclásica y la escuela austríaca, que sostendrá esos fundamentos con el tiempo, mediante los principales discípulos, caso de Eugen von Boehm-Bawerk (1851- 1914), cuya obra en polémica con Marx se publica en 1884, sustentando inconsistencias, cuya respuesta estaban en borrador hasta 1885 y 1894, con la publicación de los Tomos II y III de El Capital. Ludwig von Mises, (1881-1973) polemizó con Marx y en contra del socialismo en 1922, ya habiendo sucedido la revolución rusa y la primera experiencia por construir el socialismo vía planificación estatal. Friedrich Hayek (1899-1992), premio Nobel de economía en 1974 (otorgado por el Banco de Suecia) y cuya máxima obra es «Camino de la servidumbre» (1944) se concentra en la crítica a la planificación y en la defensa de la libertad de mercado, de precios y la propiedad privada.

Señala Perry Anderson[2]:

«Comencemos con los orígenes de lo que se puede definir como neoliberalismo en tanto fenómeno distinto del mero liberalismo clásico, del siglo pasado. El neoliberalismo nació después de la Segunda Guerra Mundial, en una región de Europa y de América del Norte donde imperaba el capitalismo. Fue una reacción teórica y política vehemente contra el Estado intervencionista y de Bienestar. Su texto de origen es Camino de Servidumbre, de Friedrich Hayek, escrito en 1944. Se trata de un ataque apasionado contra cualquier limitación de los mecanismos del mercado por parte del Estado, denunciada como una amenaza letal a la libertad, no solamente económica sino también política. El blanco inmediato de Hayek, en aquel momento, era el Partido Laborista inglés, en las vísperas de la elección general de 1945 en Inglaterra, que este partido finalmente ganaría. El mensaje de Hayek era drástico: «A pesar de sus buenas intenciones, la socialdemocracia moderada inglesa conduce al mismo desastre que el nazismo alemán: a una servidumbre moderna». Tres años después, en 1947, cuando las bases del Estado de Bienestar en la Europa de posguerra efectivamente se constituían, no sólo en Inglaterra sino también en otros países, Hayek convocó a quienes compartían su orientación ideológica a una reunión en la pequeña estación de Mont Pélerin, en Suiza. Entre los célebres participantes estaban no solamente adversarios firmes del Estado de Bienestar europeo, sino también enemigos férreos del New Deal norteamericano.

En la selecta asistencia se encontraban, entre otros, Milton Friedman, Karl Popper, Lionel Robbins, Ludwig Von Mises, Walter Eukpen, Walter Lippman, Michael Polanyi y Salvador de Madariaga. Allí se fundó la Sociedad de Mont Pélerin, una suerte de franco masonería neoliberal, altamente dedicada y organizada, con reuniones internacionales cada dos años. Su propósito era combatir el keynesianismo y el solidarismo reinantes, y preparar las bases de otro tipo de capitalismo, duro y libre de reglas, para el futuro. Las condiciones para este trabajo no eran del todo favorables, una vez que el capitalismo avanzado estaba entrando en una larga fase de auge sin precedentes su edad de oro, presentando el crecimiento más rápido de su historia durante las décadas de los ’50 y ’60. Por esta razón, no parecían muy verosímiles las advertencias neoliberales de los peligros que representaba cualquier regulación del mercado por parte del Estado. La polémica contra la regulación social, entre tanto, tuvo una repercusión mayor. Hayek y sus compañeros argumentaban que el nuevo «igualitarismo» de este período (ciertamente relativo), promovido por el Estado de Bienestar, destruía la libertad de los ciudadanos y la vitalidad de la competencia, de la cual dependía la prosperidad de todos. Desafiando el consenso oficial de la época ellos argumentaban que la desigualdad era un valor positivo en realidad imprescindible en sí mismo, que mucho precisaban las sociedades occidentales. Este mensaje permaneció en teoría por más o menos veinte años.»

Una cita larga pero necesaria, ya que en la escuela austríaca está el origen de las políticas «neoliberales», que varias veces sostuvimos que eran ni nuevas ni liberales. No nuevas porque se inspiran en la antigua tradición austríaca, contra el socialismo y la crítica de la economía política y no son «liberales» porque para funcionar necesitaron del terrorismo de Estado de las genocidas dictaduras del cono sur de América desde 1973. Si en 1947 eran sector en minoría dentro de la profesión económica, hegemonizada por el pensamiento de Keynes, para 1976 con el Nobel a Milton Friedman (1912-2006) se consolida su papel hegemónico como corriente principal sustentada hasta el presente, más allá de matices entre distintas vertientes de la tradición neoclásica.

Con la escuela austriaca se abandona la teoría objetiva del valor, con el eje en el estudio de la producción y la circulación, para sustentar la teoría «subjetiva» del valor, con eje en el consumo y la distribución sobre la base del libre comercio, el individualismo y la defensa de la propiedad privada de los medios de producción. Los austríacos concentran la mirada en valor y precio, desde un enfoque a-histórico en los «bienes», a contramano de la precisión de Marx en las «mercancías» y las formas del valor que desembocan en el «dinero» y por ende en la diferenciación entre valor de uso y de cambio, el doble carácter del trabajo materializado en la mercancía. Se trata de relaciones sociales históricas que no son asumidas desde la escuela neoclásica, claramente apologética del orden capitalista.

Los austríacos remiten a la categoría de «escases», por menos bienes que satisfacen necesidades sociales, por ende, son los bienes que tienen valor para esta corriente, sin considerar el papel del trabajo en el proceso de producción. Eso los lleva a pensar que no se pueden resolver todas las necesidades de la población y naturalizan la situación de escases y la imposibilidad de resolver la cuestión. Piensan en lo que existe, sin considerar la historia ni la posibilidad de producir los bienes necesarios para satisfacer crecientes necesidades históricas de la población.

Desde esa tradición emergen hoy propuestas ultra liberales que disputan el sentido ante la extensión de la crisis. El derrumbe del este europeo y de la URSS, hace tres décadas, extendió la hegemonía ideológica del neoliberalismo y avanzó en un sentido común que niega la posibilidad de construir alternativa a los postulados de la corriente principal y del orden capitalista, cuyos sustentos son como señalamos apologéticos. Está en la sociedad construir nuevos sentidos en contra y más allá del capitalismo.

Tomado de: América Latina en movimiento

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Se llama capitalismo

Foto Sebastião Salgado (Brasil)

Por Ambrosio Fornet

Sus propios autores afirman que detestan una expresión como la de “Tercer mundo”. Pero lo cierto es que acabaron imponiéndola. La usaron por primera vez en 1956 para llamar la atención sobre el hecho de que los países involucrados no eran ni socialistas ni capitalistas, ¿Qué significa eso? ¿Que eran inclasificables? No. Eran distintos, simplemente, sobre todo en lo que respecta a sus niveles de desarrollo y de influencia. Es obvio que unos y otros no podían medirse con el mismo rasero. Los Estados Unidos, por ejemplo, tenían a la sazón una renta nacional per cápita de 2 450 dólares, mientras que la renta de Marruecos –pongamos por caso— no llegaba a los 130. Y el nivel de influencia política de los Estados Unidos abarcaba la mitad del planeta.[1]

Entretanto, el creciente proceso de descolonización, sin alterar las relaciones de dependencia, iba haciéndolas cada vez más diversas, aunque el imperialismo siguiera siendo el factor clave del subdesarrollo de los países dependientes (el ejemplo más escandaloso era la India). Pero la relación inversa resultaba ser innegable como relación recíproca. La periferia dependía del centro, pero el centro continuaba siéndolo porque podía contar con una periferia que garantizaba los suministros necesarios. Ahí estaban el petróleo, el cobre, el plomo, el zinc, el manganeso y los fosfatos, además del hierro, la bauxita, el azufre y las piritas… Del otro lado se ofrecía la mano de obra barata y, por supuesto, la posibilidad del consumo suntuario abierta a las exiguas minorías: los perfumes, las perlas, las telas…

En lo tocante a información, los “nuevos Estados orwelianos” contaban con impresionantes equipos de apoyo, vastas redes electrónicas atendidas por ingenieros, matemáticos, estadísticos e informáticos que se ocupaban de mantener sobre su clientela una estricta vigilancia.[2] La etapa que va de Foucault a hoy hizo del tema un lugar común. El capitalismo alemán, como poder totalitario, contó con el apoyo financiero de empresarios, banqueros, industriales, el gran capital… Se llamaban Bayer, Opel, Agfa, Siemens, Telefunken. Con esos nombres los conocemos. Están ahí entre nosotros. Son nuestros automóviles, nuestras lavadoras, nuestros artículos de limpieza, nuestros radios despertadores, el seguro de nuestras casas, la pila de nuestro reloj. Están ahí, en todas partes, bajo la forma de cosas. Nuestra vida cotidiana es la suya.[3]

Hay cosas ocurridas ayer que me remiten vívidamente a un tiempo que pudiéramos llamar “remoto”. Me refiero a la década del setenta del pasado siglo. Sobre eso dejé constancia años después al constatar que se estaba produciendo en América Latina una contraofensiva reaccionaria que pretendía dos cosas: establecer regímenes fascistas y neutralizar las posiciones de la intelectualidad progresista latinoamericana.[4]

En ese horizonte no había vuelto a aparecer la perspectiva de cambios radicales hasta el triunfo del sandinismo en Nicaragua. Pero era obvio que había que estar atentos, no a la perspectiva de la revolución, sino a la perspectiva del cambio. Dentro de esta perspectiva suelo pensar en Cortázar como ejemplo paradigmático del intelectual que tendió un arco de pasión y lucidez entre las dos únicas revoluciones triunfantes del período, la cubana y la sandinista, separadas entre sí por un lapso de veinte años.

No hay ventas sin ideología de mercado, no hay mercado exitoso sin propaganda. En nuestra historia los nexos entre la acción y la ideología pueden detectarse desde los tiempos de Hatuey, en lo que alguna vez se me ocurrió definir como “la conexión quisqueyana” de la historia de Cuba. Desde entonces la acción de las armas se vio acompañada por ese tipo de manipulación ideológica que el historiador Emilio Bacardí llamó las dos grandes hipocresías del régimen colonial, el Patriotismo y la Fe. En estos espacios es fácil caer en la tentación del Destino. Todo fue así porque tenía que ser así. Pero parece más lógico hacerse preguntas. ¿Cuál hubiera sido nuestra historia si Céspedes no se encuentra con Marcano en su camino a Bayamo? ¿Y si a Donato Mármol no se le ocurre la peregrina idea de cruzar el Cauto para detener el avance de Balmaseda?

De estas inquisiciones me separo para concluir con un conmovedor ramalazo de poesía coloquial, el que Retamar lanza a propósito de las dudas que sufrió, todavía en la etapa insurreccional, toda su generación: “Nosotros, los sobrevivientes, ¿a quiénes debemos la sobrevida? ¿Quién se murió por mí en la ergástula? ¿Quién recibió la bala mía, la para mí, en su corazón?”. En una etapa posterior, el poeta describe el estado de ánimo de sus esperanzados colegas moviéndose “entre la certidumbre de que todo es una gran trampa, una broma descomunal…y la esperanza de que las cosas pueden ser diferentes, deben ser diferentes, serán diferentes”. ¡Qué situación! ¿Era mucho pedir?

Reclamos

No resisto la tentación de concluir con la arrasadora batería de preguntas que un miembro de la oposición chilena acaba de dirigir al otro bando, un bando que tal vez no se haya repuesto aún del golpe que significó el choque con aquella masa de pueblo (el ochenta por ciento de los electores que votó contra ellos en la Convención Constituyente). Dijo allí el atrevido retador (Ariel Dorfman) que no querían “una república excluyente”, sino una república “igualitaria, democrática y digna”. Pero que había que estar preparados para lo que viniera, porque ciertas cosas no podían dejar de hacerse. Cito textualmente: “Las aguas, por ejemplo, ¿son un recurso privado, transable, o pertenecen al conjunto de los chilenos? Las mujeres, ¿van a seguir siendo víctimas de la violencia? Los jóvenes no pueden ser discriminados. Los viejos no pueden pasar sus últimos días en la miseria. No podemos tener educación y salud de segunda clase para la mayoría de los ciudadanos. Hay ciertas cosas que son básicas y, sin esas cosas, no tenemos un país de verdad.”[5]

Me permito añadir otro comentario a lo dicho por Dorfman: “Más claro, imposible”. Eso es todo.

Notas:

[1] Cf. Pierre Jalée: El saqueo del tercer mundo. La Habana, Instituto del Libro (Col. Polémica), 1967. Original publicado en la colección “Cahiers Libres”, de Francois Maspero (París, 1965).

[2] Cf. Ignacio Ramonet: El imperio de la vigilancia. La Habana, Instituto Cubano del Libro / Editorial José Martí, 2016.

[3] Cf. Marcos Roitman Rosenman: “El gran capital no distingue…” (Tomado de La Jornada, sept. 22, 2021.)

[4] Véase el folleto que publiqué con Luisa Campuzano en el Centro Juan Marinello (La revista Casa de Las Américas: un proyecto continental. La Habana, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, 2001.

[5] Fueron dichas en un acto de homenaje a la memoria de Orlando Letelier y Ronni Moffitt.

Tomado de: Cubaperiodistas

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La sociopatía, fase superior del capitalismo

La erupción volcánica en La Palma que se inició el pasado domingo ha ocasionado el desalojo de miles de personas de sus hogares. Foto El País

Por Carmen Romero @carmenrogo10

Con diecisiete años me fui de mi pueblo para estudiar periodismo en la Universidad de Sevilla. Gracias a las becas públicas, pude permitirme alquilar un piso sin suponerle una carga económica a mis padres. La casera al principio fue muy amable. Tras varios meses, empezó a hacer lo que se viene conociendo como “putearme” para que dejara el piso y convertirlo en un AirBnb, es decir, convertirlo en un sacaperras de guiris. Ahora, por culpa del coronavirus y la crisis del turismo tiene un anuncio colgado en Facebook en el cual alquila aquel piso por un precio incluso más barato de lo que me lo alquilaba a mí, porque ya no hay tantos guiris en Sevilla para tanto cara dura.

El término especular tiene varios significados. Entre ellos destaca el de “Comerciar, traficar”. Otro de ellos es el de “Procurar provecho o ganancia fuera del tráfico mercantil”. Pero mi favorito es el que proviene del latín, specularis; espejo, lo cual en este sentido significa: “Dicho de una cosa reflejada en un espejo”.

Si colocamos paralelamente dos espejos perfectos uno frente a otro y una canica entre ambos, estos supuestamente forman lo que se conoce como reflexiones infinitas. Es decir, se produce una especie de bucle infinito de las propias imágenes de los espejos y la canica, que no es real. Se multiplica el número de figuras de la canica, cuando realmente solo hay una colocada físicamente entre los dos espejos. Esto es lo que hacen los rentistas cuando especulan con el precio de la vivienda. Lo que multiplican son los beneficios, es decir, ese reflejo de la canica en un bucle infinito de espejos. Pero, realmente, físicamente solo tenemos una canica. Realmente, la especulación de un derecho básico como el de la vivienda, no es más que un bucle infinito donde los rentistas, que actúan como espejos colocados uno frente a otro, deciden inflar esos precios para crear ese bucle de beneficios.

La erupción volcánica en La Palma que se inició el pasado domingo ha ocasionado el desalojo de miles de personas de sus hogares. Agricultores han perdido sus casas, sus lugares de trabajo, sus medios de vida. Por no hablar de los daños en carreteras e infraestructuras. Muchos de esos evacuados pasan los días en casas de amigos o familiares.

En medio del caos, la tristeza y la lava, los buitres de siempre pretenden hacer dinero a través del turismo volcánico. Las carreteras se llenan de turistas que quieren acercarse a la lava. Instagram, la red social del exhibicionismo extremo, se llena de fotografías de esos turistas posando frente a las ruinas que deja la erupción del volcán. Mientras tanto, en la vida real, gente que lo ha perdido absolutamente todo. A su vez, esos rentistas especulan con el precio de la vivienda en los municipios cercanos al volcán.

En medio de una catástrofe natural donde la gente sufre, hay quien decide sacar tajada e inflarse el bolsillo. Que suba el precio de la vivienda en medio de una catástrofe natural no es el mercado, aquel mantra de los liberales, sino la sociopatía, la fase superior del capitalismo.

Durante el confinamiento, los debates relacionados con lo público tomaron más peso que nunca. Sin duda alguna, la crisis del coronavirus demostró una vez más que, sin la clase trabajadora que abre cada día las calles, los sanitarios que nos cuidan y la importancia del dinero público para financiar servicios básicos e infraestructuras, las consecuencias serían aún peores. La catástrofe de La Palma lo vuelve a demostrar. Sin el trabajo de bomberos, sanitarios, protección civil y policías, todos trabajadores públicos, las consecuencias del desastre hubieran sido de película de terror.

Cansa el mismo debate de siempre. Cansa tener que recordad que, el que los ricos paguen más impuestos, no es solo una cuestión moral, sino hacer política útil para afrontar riesgos como estos. Cansa ver cómo condecoran día sí y día también a Amancio Ortega y le pintan una áurea encima de la cabeza cuando no paga los impuestos que debe en nuestro país para una mejor financiación de lo público que nos salve. Cansa que los influencers creadores de opinión pública repitan cada día que los impuestos son un robo y que por eso se marchan a Andorra. Pero ojo, cuando en Andorra, donde pagan un 10% de impuestos, ocurre una catástrofe de este tipo, Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado español son las que realizan el trabajo a través del Convenio del 2 de septiembre de 2015 en materia de lucha contra la delincuencia y seguridad, ya que Andorra carece de ningún cuerpo de seguridad de este tipo debido a la baja recaudación de impuestos con la que cuenta.

Que las personas desalojadas de sus hogares tengan que recurrir a la ayuda de amigos y familiares porque el Estado no puede llegar a todos por igual, significa que tenemos un problema. Cuando la familia, eso que representa al Estado represor, tiene actuar como núcleo social de resistencia antineoliberal porque el Estado no te proporciona un marco de seguridad para vivir medianamente bien perteneciendo a una clase social determinada, significa que lo que hay ahí fuera es mucho peor. Y lo que hay ahí fuera es un modelo económico empeñado en hacer trizas lo público. Un sistema con una cartera adicta al dinero. Un sistema que especula en el caso de La Palma con el derecho a una vivienda digna convirtiéndolo en un bien de mercado.

Tomado de: Eulixe

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El capitalismo no está muerto

Por Marcelo Colussi

Algunas décadas atrás, cuando a nivel mundial se conjugaron una serie de elementos que presentaban un panorama favorable a las fuerzas progresistas (avance del pensamiento de izquierda, movimientos populares en alza, guerrillas de orientación marxista, mística guevarista, mayo francés, teología de la liberación), era pensable que la toma del poder y la construcción de un mundo nuevo concebido desde ideales socialistas de justicia estaban a la vuelta de la esquina. Las décadas del 60 y 70 del siglo pasado, quizá con un aire excesivamente triunfalista –pero honesto, saludable, para echar de menos y reivindicar hoy día– lo permitían deducir: las causas populares y de justicia avanzaban impetuosas.

En estos momentos, bien entrado ya el siglo XXI, aquella marea de cambio que se mostraba imparable no existe. No sólo eso: muchos de los avances sociales conseguidos durante los primeros años del siglo XX hoy día se han revertido, en tanto que el ambiente dominante a escala planetaria se pretende que sea, al menos desde los poderes centrales que dictan las políticas globales, despolitizado, desideologizado, light. La pandemia actual viene a reforzar esa situación de postración para las grandes mayorías populares.

El sistema capitalista, de quien se anunciaba victorioso estaba por caer –eso se creía con profunda honestidad– no cayó. Lejos de ello, se muestra muy vivo, activo, vigoroso. De la Guerra Fría que marcó a sangre y fuego por largos años la historia global, fue el capitalismo quien salió airoso, y no la propuesta socialista. El muro de Berlín, símbolo de esa confrontación justamente, se terminó vendiendo por trocitos como recuerdo turístico. Y de las posiciones ideológicas de izquierda que definieron buena parte de los acontecimientos del siglo XX hoy parecieran quedar sólo algunos sobrevivientes, pero no son las que marcan el ritmo de los acontecimientos.

Vistas así las cosas, el panorama pareciera sombrío. En un sentido, lo es. Las represiones brutales que siguieron a esos años de crecimiento de las propuestas contestatarias, los miles y miles de muertos, desaparecidos y torturados que se sucedieron en cataratas durante las últimas décadas del siglo XX en los países del Sur con la declaración de la emblemática Margaret Tatcher “no hay alternativas” como telón de fondo, el miedo que todo ello dejó impregnado, son los elementos que configuran nuestro actual estado de cosas, que sin ninguna duda es de desmovilización, de desorganización en términos de lucha de clases. Lo cual no quiere decir que la historia está terminada. La historia continúa, y la reacción ante el estado de injusticia de base (que por cierto no ha cambiado) sigue presente. Ahí están nuevas protestas y movilizaciones sociales recorriendo el mundo, quizá no con idénticos referentes a los que se levantaban décadas atrás, pero siempre en pie de lucha reaccionando a las mismas injusticias históricas, con la aparición incluso de nuevos frentes: las reivindicaciones étnicas, de género, de identidad sexual, la lucha por el medio ambiente.

De todos modos, aunque es cierto que las luchas reivindicativas no terminaron –ni es posible que terminen, porque son el motor de la historia precisamente–, están adormecidas. En términos generales lo que se ha inoculado en la cultura política de la población planetaria es el conformismo, la cultura “light”, la mansedumbre. Eso marca el momento actual. Las políticas neoliberales de estas últimas décadas sirven para acallar protestas: se trabaja cada vez más sin prestaciones sociales, sin sindicatos, en condiciones de mayor pauperización, y no hay que protestar porque se puede perder el escaso trabajo. En ese sentido, el capitalismo no está muerto. Las ganancias capitalistas, pese a la pandemia, siguen creciendo.

El sistema, que sin ningún lugar a dudas no puede solucionar todos los problemas humanos que hoy día ya son solucionables gracias al desarrollo científico-técnico, no está agotado. Con varios siglos de existencia, sabe arreglárselas muy bien para permanecer de pie. En la guerra contra el socialismo, hoy por hoy va ganando. Pero eso no es una buena noticia para la humanidad, porque la prosperidad de unos pocos asienta en las penurias de las grandes mayorías planetarias. Después de la pandemia no se ve, al menos en principio, un horizonte post capitalista. Al contrario, todo augura más capitalismo, con una super potencia en declive disputando la hegemonía mundial con otras dos super potencias (con capitalismo de Estado y capitalismo mafioso una, con socialismo de mercado la otra). Las guerras no han desaparecido de la historia, sino que siguen siendo una cruda realidad, y la posibilidad de un holocausto termonuclear está siempre abierta. Ante este mundo y la nueva normalidad que se avecina, con este “Gran Reinicio” que los capitales occidentales propician, la clase trabajadora mundial no puede sentir ninguna alegría. Si nuevas pandemias podrán venir, y la salud seguirá siendo un bien comercializable, el camino capitalista es un callejón sin salida. Por tanto, como gran tarea pendiente, estamos llamados a construir algo distinto, una alternativa a este modo de producción basado solo en el lucro, que prescinde tanto del ser humano –a quien transforma en esclavo asalariado, o lo desecha producto de la robotización– o se lleva por delante la naturaleza, olvidando que hay un solo planeta, que nuestra casa común no es una infinita cantera para explotar. Entonces: el sistema no está en fase de agonía, sino que se ha transformado en un “viejo mañoso”, aún con mucha energía.

¿Por qué “viejo mañoso”? Porque está dando renovadas muestras que “se las sabe todas”, y con aire mafioso no sólo sobrevive como sistema, sino que aún no se le ve final a la vista. Y peor aún: que para seguir sobreviviendo apela a cuanto juego sucio podamos imaginarnos, de lo más deleznable, bajo y ruin, pero siempre presentado como políticamente correcto.

Es un dato muy importante, y que en términos estratégicos de mediano plazo marca un escenario desconocido años atrás: el capitalismo de las que hasta hoy son las potencias, Estados Unidos y Europa, ya no está creciendo más, sino que se recicla. La potencia juvenil de los primeros burgueses de las ciudades medievales europeas, la potencia de los primeros cuáqueros llegando en el Mayflower a la tierra de promisión americana, todo eso ya no existe. En todo caso el nuevo capitalismo chino está dando muestras de una vitalidad ya perdida en los puntos históricos de desarrollo. Aún es un misterio cómo se seguirá comportando este nuevo capitalismo (o socialismo de mercado), si seguirá los mismos pasos seguidos por las potencias tradicionales (incluyendo a Japón), transformándose en un nuevo imperialismo guerrerista, tal como todos los crecimientos capitalistas considerables terminaron dando como resultado, o es una variante digna de ser observada con detenimiento. ¿Espejo donde pueda mirarse la gran masa de trabajadores y empobrecidos del mundo? Quizá no por ahora. Lo cierto es que en los países históricos del sistema (y en Estados Unidos más aún, líder de ese arrollador crecimiento de la empresa privada por más de un siglo), todo indicaría que se está involucionando. Pero no desapareciendo.

¿Qué significa esto? Que el capitalismo, como sistema desarrollado hasta niveles descomunales en cuanto a lo técnico, encontró un límite y se ha comenzado a dedicar cada vez más a sobrevivir, permítasenos decirlo así: en la holgazanería. La creatividad industrial, que por supuesto no ha muerto, se va trocando hacia formas de parasitismo social, fabulosas para los grandes poderes, pero inservibles para la población, y para el sistema mismo. La savia productiva se va viendo reemplazada por la especulación financiera, y entre los negocios más redituables van consolidándose los ligados a la destrucción: las armas, la guerra, el narcotráfico. En ese sentido, entonces, el capitalismo no está muerto, pero sí severamente enfermo, aunque pueda sobrevivir por mucho tiempo más aún.

La crisis financiera actual viene a resaltar los límites infranqueables del sistema: desde un esquema capitalista, que se basa sólo en la obtención de ganancia empresarial a cualquier costo y nada más, la inercia misma del sistema hace prescindible a la gente y lo único que interesa es la acumulación. Esta lógica se independiza y se mueve sola, casi con la lógica de una máquina automatizada. El sistema no puede reparar en la gente de carne y hueso; eso no importa, es prescindible, no cuenta al final del proceso. La acumulación capitalista llega a tal nivel de autonomización que lo más importante puede llegar a ser la muerte, si es que eso “da ganancia”. Tan es así que el actual modelo capitalista lo demuestra con creces: la guerra, la muerte, los negocios sucios como el trasiego de estupefacientes, son su energía vital. Y cada vez más. Uno de los pocos negocios que creció durante la pandemia fue, justamente, la industria militar (junto a la banca, las farmacéuticas y los ligados a inteligencia artificial).

El capitalismo chino, segunda economía a escala planetaria y siempre en ascenso, aún en plena crisis financiera de los grandes centros capitalistas históricos, de momento no muestra estas características mafiosas. Seríamos quizá algo ilusos si pensamos que ello se debe a una ética socialista que aún perduraría en el dominante Partido Comunista que sigue manejando los hilos políticos del país. En todo caso responde a momentos históricos: la revolución industrial de la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX China recién ahora la está pasando, al modo chino por supuesto, con sus peculiaridades tan propias (la sabiduría y la prudencia, ante todo). Queda entonces el interrogante de hacia dónde se dirigirá ese proyecto. Pero lo que es descarnadamente evidente es que el capitalismo ya envejecido se mueve cada vez más como un capo mafioso, como un “viejo mañoso”, pleno de ardides y tretas sucias. Entre las actividades comerciales más dinámicas hoy día a nivel mundial se encuentran la producción de armas y el tráfico de drogas ilícitas. Y los dineros que todo eso genera alimentan las respetables bolsas de comercio que marcan el rumbo de la economía mundial al tiempo que se esconden en mafiosos paraísos fiscales intocables. En ese sentido, la enfermedad estructural define al capitalismo actual.

Si el negocio de la muerte se ha entronizado de esa manera, si lo que duplica fortunas inconmensurables a velocidad de nanotecnología es la constante en los circuitos financieros internacionales, si en una simple operación bursátil se fabrican cantidades astronómicas de dinero que no tienen luego un sustento material real, si el capitalismo en su fase de hiper desarrollo del siglo XXI se representa con paraísos fiscales donde lo único que cuenta son números en una cuenta de banco sin correspondencia con una producción tangible, si destruir países para posteriormente reconstruirlos está pasando a ser uno de los grandes negocios, si lo que más se encuentra a la vuelta de cada esquina son drogas ilegales como un nuevo producto de consumo masivo mercadeado con los mismos criterios y tecnologías con que se ofrece cualquier otra mercadería legal, todo esto demuestra que como sistema el capitalismo no tiene salida.

Por supuesto que al sistema eso no le molesta especialmente. “Si da dinero, eso es lo que cuenta”, es la macabra sentencia. Así nació, creció y se globalizó el sistema. Así arrasó buena parte de la naturaleza y diezmó culturas ancestrales, arrollando a su paso todo lo que le significaba un obstáculo en su loca carrera por acumular. Pero hoy se ha entrado en una nueva fase donde al sistema ya no le interesa sólo la producción de bienes y servicios útiles para sus consumidores, pues lo único que lo mueve es la continuación de esa acumulación. Y como el capitalismo tiene un tope en tanto sistema en la producción de esos bienes, para seguir manteniéndose debe generar nuevos espacios donde desarrollarse, donde seguir reproduciéndose. Es así que va perfilándose este capitalismo de corte mafioso, este “viejo mañoso” interesado en promover nuevos campos de consumo como las guerras y el uso masivo de drogas ilegales.

Esto no es un simple hecho anecdótico, una transgresión, una travesura. La producción de guerras y la distribución planetaria de drogas ilícitas pasaron a ser parte de una estrategia de sobrevivencia del sistema, tanto porque genera las mayores cantidades de dinero que alimentan la economía global como por los mecanismos de control políticosocial y cultural que permiten. Esta nueva fase mafiosa que empieza a atravesar el sistema, que ya viene perfilándose desde las últimas décadas del siglo pasado, es la tónica dominante. China, con un capitalismo joven aún, no requiere de estos mecanismos. Los grandes bancos europeos, y más aún, los estadounidenses, ya han comenzado a hacer de ellos los engranajes que mantienen vivo el sistema.

El capitalismo no está en crisis terminal. Convive estructuralmente con crisis de superproducción, desde siempre, y hasta ahora ha podido sortearlas todas. Estos nuevos negocios de la muerte son una buena salida para darle más aire fresco. Lo trágico, lo terriblemente patético es que el sistema cada vez más se independiza de la gente y cobra vida propia, terminando por premiar el que las cuentas cierren, sin importar para ello la vida de millones y millones de “prescindibles”, de “población sobrante”, población “no viable”. Ello es lo que autoriza, una vez más, a ver en el capitalismo el principal problema para la humanidad. Esto es definitorio: si un sistema puede llegar a eliminar gente porque “no son negocio”, porque consumen demasiados recursos naturales (comida y agua dulce, por ejemplo) y no así bienes industriales (es lo que sucede con toda la población del Sur), si es concebible que se haya inventado el virus de inmunodeficiencia humana –tal como se ha denunciado insistentemente– como un modo de “limpiar” el continente africano para dejar el campo expedito a las grandes compañías que necesitan los recursos naturales allí existentes, si un sistema puede necesitar siempre una cantidad de guerras y de consumidores cautivos de tóxicos innecesarios, ello no hace sino reforzar la lucha contra ese sistema mismo, por injusto, inhumano, inservible, por atroz, por sanguinario. Porque, lisa y llanamente, ese sistema es el gran problema de la humanidad, pues no permite solucionar cuestiones básicas que hoy día sí son posibles de solucionar con la tecnología que disponemos, tales como el hambre, la salud, la educación básica. Como dijo Fidel Castro: “Las bombas podrán terminar con los hambrientos, con los enfermos y con los ignorantes, pero no con el hambre, con las enfermedades y con la ignorancia”.

El “viejo mañoso” en que se ha transformado el capitalismo, en definitiva, no es sino la expresión actualizada de algo que desde hace 200 años sabemos que no tiene salida. Que se salven algunos grupos elitescos en presumibles instalaciones fuera de este planeta (la ciencia ficción ya no nos sorprende) no significa salida alguna. En ese sentido es cada vez más claro, como dijera la revolucionaria Rosa Luxemburgo, que “socialismo o barbarie”. Si la salida para el capitalismo son guerras, consumidores pasivos de drogas y población “light” despolitizada, eso no es sino la más elemental justificación para seguir peleando denodadamente por cambiarlo. Este “viejo mañoso” no es sino la patética expresión de la barbarie, la negación de la civilización, la porquería más radical. ¿Cómo es posible haber llegado a esta locura en la que vale más la propiedad privada sobre un bien material que una vida humana? ¿Cómo es posible que para mantener esto se apele a la muerte programada, fría y calculada? Eso es la barbarie, y eso nos tiene que seguir convocando a su transformación.

Tomado de: Alainet

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El virus del hambre: marca y sello capitalista

Matias Tejeda (Argentina)

Por Pasqualina Curcio @pasquicurcio

Durante los 10 minutos que aproximadamente le tomará leer este artículo, habrán muerto de hambre 110 personas en el mundo, lo que equivale a 15.840 seres humanos diariamente, o casi 6 millones al año según estimaciones de OXFAM. Imagine ir a la cama en las noches sin tener nada qué comer. Imagine la angustia de una madre o un padre al no poder alimentar a sus hijos. Piense en el dolor, y más aún, en la impotencia que causa saber que un niño murió de hambre.

Según el reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) titulado “El estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo 2021”, en el 2020, el 30% de la población mundial, alrededor de 2.300 millones de personas, no tuvo acceso a una alimentación adecuada. Se lee también en el informe que el 12% de la población mundial, 928 millones de personas, padeció inseguridad alimentaria grave durante el año de pandemia, 148 millones más que en 2019.

La situación del hambre en el mundo es aún más indignante por el hecho de que, mientras 2.300 millones de personas no tuvieron acceso a una alimentación adecuada y 6 millones murieron por no tener qué comer durante el 2020, se desperdiciaron 2.500 millones de toneladas de alimentos que fueron a parar al basurero, nada más y nada menos que el 40% de la producción mundial de alimentos (informe del Fondo Mundial para la Naturaleza). De estos 2.500 millones de toneladas, 1.200 millones, equivalentes a US$ 370 mil millones, se desperdiciaron en la fase de producción agrícola. El resto de la comida, es decir, 1300 millones de toneladas, se botó en los hogares (61%), en los servicios de alimentos o restaurantes (26%) y en los comercios (13%). Según el mismo informe, el 58% del desperdicio de alimentos en la fase agrícola de producción ocurre en los países de ingresos altos y medios de Europa, en América del Norte y países industrializados, a pesar de que éstos cuentan con el 37% de la población mundial. En otras palabras, el desperdicio de alimentos en estos países y en términos per cápita, es mucho mayor.

Celsa Peiteado, responsable del programa de Alimentación Sostenible del Fondo Mundial para la Naturaleza dijo en julio 2021: “los datos son alarmantes: se desperdicia suficiente comida como para alimentar a todo el mundo hasta el 2050. Podríamos alimentar a todas las personas que pasan hambre en el planeta más de siete veces”.

En 2016, la ONU dijo que se necesitarían US$ 267.000 millones cada año para acabar con el hambre en 2030. Paradójicamente, cada año se botan, solo en la fase agrícola, US$ 370 mil millones en comida. Por otra parte, también paradójicamente, en 2020, las 10 personas más ricas del mundo incrementaron su riqueza en US$ 413.000 millones (Forbes), o sea, tan solo 10 personas aumentaron su fortuna en casi el doble de lo que necesitan más de 2 mil millones de personas para no tener que ir a la cama sin comer o, pero aun morir de hambre.

De acuerdo con el reciente informe de OXFAM de julio de 2021, se estima que 11 personas mueren cada minuto a causa del hambre, lo que supera la actual tasa de mortalidad por Covid-19, que es de 7 personas por minuto. Afirman los de OXFAM: “Lo que parecía una crisis global de salud pública ha derivado rápidamente en una grave crisis de hambre que ha puesto al descubierto la enorme desigualdad del mundo en que vivimos”. Desigualdad que es consecuencia, o mejor dicho, que es específica y característica del sistema económico, social y político que predomina. Insistimos en recordar, sobre todo a aquellos que repiten el discurso del supuesto éxito del capitalismo versus el supuesto fracaso del socialismo que, el 98% de los 195 países reconocidos por la ONU son capitalistas, así que, el hambre en el mundo tiene sello y marca capitalista.

El problema del hambre en el mundo no es por la falta de alimentos, es por la desigual distribución que se origina en el propio proceso social de la producción basado en la explotación del trabajador, el cual genera pobreza y grandes limitaciones para el acceso a alimentos por parte de las grandes mayorías.

Junto a las grandes desigualdades mundiales que derivan en pobreza y miseria, los conflictos y las guerras también son una causa importante del hambre. Según el informe mundial sobre la crisis alimentaria 2021, alrededor de 100 millones de personas cayeron en una situación de crisis alimentaria como consecuencia de las guerras en 2020. En este mundo predominantemente capitalista en el que vivimos, el gasto militar aumentó 2,7% con respecto a 2019, equivalentes a US$ 51.000 millones, alcanzando los US$ 2 billones de gasto anual, esto a pesar de que en 2020 la producción mundial cayó 3,5% (son datos publicados en el reciente informe del Instituto para la Paz de Estocolmo de abril de 2021).

Los cinco países que más gastaron y que juntos representaron el 62% del gasto militar mundial, fueron Estados Unidos, China, India, Rusia y el Reino Unido. En promedio, el gasto militar a nivel mundial con respecto al PIB pasó de 2,2% en 2019 a 2,4% en 2020. En EEUU alcanzó un estimado de US$ 778 mil millones en 2020, aumentó 4,4% con respecto al 2019 a pesar de que su economía cayó 3,4% durante el mismo período. Casi todos los países que conforman la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) aumentaron su carga militar durante la pandemia.

Acabar con el hambre en el mundo no pasa por dar comida a los pobres tal como, de manera focalizada receta el neoliberalismo cuando recomienda identificar a los que se encuentran en pobreza extrema para llevarles algo de comer. Tampoco es un asunto de la famosa frase, muy capitalista por cierto, que dice: “no le des el pescado, enséñales a pescar” porque en realidad el problema no es que no sepan pescar, el pescador/trabajador sabe pescar/trabajar y lo hace bien, el problema es que, lo que pesca/el producto de su trabajo, se lo apropia el burgués en el momento en que no le retribuye completamente el valor de su fuerza de trabajo, y solo le entrega, en el mejor de los casos, lo mínimamente necesario para que pueda sobrevivir y reproducirse como clase trabajadora.

Acabar, de verdad, con el hambre pasa por erradicar la pobreza, lo cual requiere acabar con las grandes desigualdades que se originan en un modo de producción basado en la explotación. Para acabar con las desigualdades hay que cambiar el sistema capitalista, ese mismo que predomina en el mundo desde hace siglos y que algunos insisten en calificar de exitoso a pesar de los 2.300 millones de personas que no tienen suficiente comida y los 6 millones que mueren de hambre todos los años mientras la casi mitad de los alimentos que se producen en todo el mundo son echados al basurero.

Tomado de: Alainet

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