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Recuerdo de los 265 niños que nacieron en Haití por abusos de Cascos Azules

Foto Desinformémonos

Por Victoria Korn

Si bien un demoledor estudio del Programa de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) reveló que 265 niños nacieron en Haití, conocidos como bebés-Minustah, tras la violación de mujeres locales por soldados de varias nacionalidades de las fuerzas de paz de Naciones Unidas, nada se ha hecho para resarcir los daños causados.

Más de 2.000 mujeres en Haití, muchas de ellas menores, han sufrido abusos sexuales por parte de las fuerzas de paz de desplegadas por Naciones Unidas. Los militares y otros funcionarios de las delegaciones de Naciones Unidos encargados de restablecer la paz en la zona mantuvieron encuentros sexuales con incluso niñas de once años, aprovechándose de la pobreza y miseria que varios años de guerra civil, injerencia extranjera  y catástrofes meteorológicas han provocado entre la población.

Cuando los cascos azules llegaron en 2004 supuestamente para ayudar a pacificar uno de los países más pobres del mundo, la esperanza era enorme. Cuando se fueron, 13 años después, la decepción era igualmente enorme, generalizada. Entre los que se fueron estaban los violadores, que abandonaron a los niños y sus madres,  y regresaron a sus países como si no hubiera pasado nada.

Las acusaciones de abusos sexuales son de larga data. Ya en 2013 cuatro soldados uruguayos fueron condenados por haber abusado de un joven haitiano. En 2012 la cantidad de denuncias era tan numerosa que la ONU adoptó algunas medidas. Y si esto fuera poco, el legado de Minustah incluye la epidemia de cólera que se desató en 2010: las investigaciones determinaron que había sido generada por soldados nepaleses que llegaron enfermos a Haití. Ese brote dejó más de ocho mil muertos.

Además, en 2011, cuatro marinos uruguayos fueron acusados de violar a un muchacho haitiano de 19 años en Port Salut. El asalto fue grabado con un teléfono móvil por los mismos efectivos y se filtró a Internet. El adolescente y su familia se tuvieron que ir de la ciudad después de que el vídeo se volviera viral. En noviembre de 2007, 114 miembros del contingente de Sri Lanka fueron acusados de conducta sexual inapropiada y abuso de al menos nueve niños. Los apartaron de la fuerza, pero no recibieron sentencia.

La nación más pobre del hemisferio occidental, que sufrió en 2010 el terremoto más mortífero del que se tenga registro, dejó de contar con la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah) a partir de este 15 de octubre de 2017. Los miles de militares, policías y funcionarios que la ONU desplegó en 2004 abandonaron el territorio haitiano, tras sembrar la desgracia durante trece años.

«Niñas de 11 años fueron abusadas sexualmente y embarazadas por los cascos azules y dejadas en la miseria, donde tuvieron que criar solas a sus hijos”, dice el informe, en el que se entrevistó a hombres y mujeres que vivían en torno a las bases militares. Los soldados destruyeron el futuro de estas niñas al embarazarlas. Esto ha tenido un impacto negativo en la sociedad, porque esas chicas pudieron ser abogadas, doctoras o cualquier cosa que pudiera ayudar a Haití. Ahora, en cambio, vagan por las calles o por los mercadillos cargando frutas para mantener a los hijos que tuvieron con los soldados de Minustah”, señala otro entrevistado.

La investigación remarca que hay tres elementos que, en una primera mirada, se pueden sacar en limpio de todo esto: que la pobreza se convierte en un factor que facilita el abuso por parte de los cascos azules, que los soldados que dejaron mujeres embarazadas solían ser repatriados sin ser castigados y que en muchos casos algunas chicas veían con buenos ojos la posibilidad de tener hijos con hombres de piel más clara.

«Cuando estuve con el brasileño, yo tenía 14 años. Iba al colegio en la Escuela cristiana. Me quedé embarazada y mi padre me echó de casa. Ahora trabajo para que alguien me dé 25 gourdes con los que mi hijo y yo podamos comer». Este es el testimonio de una joven de Puerto Príncipe, madre soltera de un niño de cuatro años, una más de 2.000 personas entrevistadas para un estudio sobre la explotación sexual y los abusos cometidos por los “cascos azules” en Haití, publicado por Internation Paecekeeping.

Las denuncias involucran directamente a soldados de distintos países, pero los más mencionados por las víctimas son efectivos de Uruguay, Brasil, Chile y Argentina, en ese mismo orden. Ellos, junto a uniformados de Asia, África, Canadá y Francia, participaron en la fuerza Minustah.

En Haití se han acuñado términos como «bebés cascos azules» o «pequeños Minustah» para referirse a los niños fruto de estas relaciones con miembros de la misión de la ONU (2004-2017), diferenciados de los hijos de haitianos. «Abusaron de muchas de nuestras familias. Podía parecer que te querían, te dejaban unas pocas monedas en tus manos tras acostarse contigo y dejarte un bebé. Entonces, el niño está en tus brazos y tu familia no tiene nada», relató otra de las denunciantes.

De hecho, el estudio se llama «Ponían unas monedas en tus manos y te metían un bebé”. El mismo señala la pobreza como factor clave en la explotación sexual y los abusos por los «cascos azules». De hecho, la repatriación del personal implicado a menudo agravaba las penurias de las mujeres y los niños, añade.

El informe de Unicef explica que tener hijos de piel clara con «cascos azules» se percibía como algo deseable por algunas mujeres para mejorar su estatus económico y social, algo que luego no se cumplía. Sin embargo, impelidas a buscar una nueva relación cuando el padre del niño se marchaba, las madres caían en un círculo vicioso. «Él se va y la deja en la miseria, y entonces ahora tiene que rehacer el mismo proceso para dar de comer a su niño», explica otro de los testimonios.

«Hay multitud de casos, multitud de escenarios diferentes, en los que estos niños son concebidos y nacen», explica la autora del estudio, Sabine Lee, profesora de la británica Universidad de Birmingham. «Está bastante claro que se aprovecharon de estas chicas, que se veía claramente que eran menores», asegura.

Un portavoz de la Fuerza de Paz de la ONU asegura que esta organización se toma en serio el asunto y que está dando apoyo a 29 víctimas y 32 niños nacidos a consecuencia del abuso y la explotación sexual por parte del personal de la Minustah.

En Haití nacieron 256 niños de padres soldados en la supuesta «Misión de paz». El menor tiene ya cuatro años. Entre las madres había niñas de 11 años. Los soldados uruguayos tienen el primer lugar de paternidad, seguidos por los brasileños, el tercero es de padres ‘desconocidos’ y los chilenos ocupan el cuarto lugar entre los países que más embarazaron y abandonaron mujeres e hijos. Y nada se ha hecho para resarcir los daños.

Victoria Korn. Periodista venezolana, analista de temas de Centroamérica y el Caribe, asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

Tomado de: Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico

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60 millones de latinoamericanos padecemos hambre y 267 millones inseguridad alimentaria

Foto Santiago Times

Por Rubén Armendáriz

El hambre en América Latina y el Caribe está en su punto más alto desde 2000, con sesenta millones de habitantes que padecen hambre y 267 millones que sufren inseguridad alimentaria. Entre 2019 y 2020 aumentó 30%, casi 14 millones, el número de personas que enfrentan inseguridad alimentaria, alertaron varias agencias de la ONU.

En un nuevo informe, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, la Organización Panamericana de la Salud, el Programa Mundial de Alimentos y el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia muestran cómo en sólo un año el número de personas que viven con hambre ha crecido en 13.8 millones, para un total de 59.7 millones de personas.

Si bien el coronavirus representa su propia amenaza para la salud, las consecuencias económicas de la pandemia también han significado alacenas vacías. Los meses de cierre y las restricciones a los viajes han afectado especialmente a los trabajos informales, en una región en la que faltar al trabajo un día puede significar tener poco que comer al día siguiente.

El panorama regional de seguridad alimentaria y nutricional 2021 apunta a que la prevalencia del hambre en el área se ubica actualmente en 9.1 por ciento, la más alta de los últimos 15 años. Esto se traduce en que cuatro de cada 10 personas en la zona –267 millones– experimentaron inseguridad alimentaria moderada o grave en 2020, 60 millones más que en 2019.

Además, en Sudamérica, la prevalencia de inseguridad alimentaria moderada o grave aumentó 20.5 por ciento entre 2014 y 2020, mientras en Mesoamérica hubo un aumento de 7.3 puntos durante el mismo periodo.

No obstante, señalan las agencias, la inseguridad alimentaria grave, es decir, personas que se han quedado sin alimentos o han pasado un día o más sin comer, alcanzó 14 por ciento en 2020, lo que supone un total de 92.8 millones, un fuerte incremento en comparación con 2014, cuando afectaba a 47.6 millones.

Dentro de este panorama de inseguridad alimentaria, por otro lado, no se han visto afectados de igual forma hombres y mujeres, ya que en 2020, 41.8 por ciento de las mujeres de la región experimentaron inseguridad alimentaria moderada o grave, en comparación con 32.2 por ciento de los varones. Esta disparidad incluso ha ido en aumento en los últimos seis años.

Debemos decirlo fuerte y claro: América Latina y el Caribe enfrentan una situación crítica en términos de seguridad alimentaria. Ha habido un aumento de casi 79 por ciento en la cantidad de personas con hambre entre 2014 y 2020, denunció el representante regional de la FAO, Julio Berdegué, quien indicó que si bien la pandemia ha agravado la situación el hambre ha ido en aumento desde 2014.

La producción de alimentos que se pierden o se desperdician representan anualmente más de ocho por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero en el mundo, aunque en el caso de América Latina y el Caribe no se cuenta con datos que permitan determinar cifras exactas y evaluar la situación real por país.

La pérdida de alimentos se refiere a la disminución de la masa de comida que tiene lugar las primeras etapas de la cadena de suministro, desde que cosecha y produce hasta que se distribuye. Los desperdicios, en tanto, son las pérdidas que suceden cuando los alimentos se comercializan y se consumen. Pero mucho de los alimentos desperdiciados son codiciados por aquellos que deben recurrir a los desperdicios de otros para alimentarse.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO), de todos los alimentos que se producen en el mundo 14 por ciento se pierde y 17 por ciento se desperdicia. Para los especialistas resulta inaceptable que se pierdan esos alimentos cuando en la región el hambre y la inseguridad alimentaria siguen siendo un enorme desafío

Las estimaciones previas subestimaban la magnitud del desperdicio de alimentos por parte de los consumidores. La cantidad de desperdicios en la realidad, según el reporte, es más del doble que la reportada previamente.

Las mujeres pasan más hambre que los hombres en toda la región, según la ONU. En 2020, aproximadamente el 42% de las mujeres sufría inseguridad alimentaria moderada o grave, frente al 32% de los hombres. Esta disparidad ha aumentado constantemente en los últimos años, con un incremento del 6,4% al 9,6% en el primer año de la pandemia.

En Guatemala, cerca de la mitad de la población sufre inseguridad alimentaria. Y en El Salvador y Honduras, las cifras son casi tan crudas, con cerca del 47% y el 46% de su población pasando hambre, respectivamente. Estos tres países son los puntos de partida de las caravanas de migrantes que se dirigen a la frontera sur de Estados Unidos en busca de una vida mejor.

En Sudamérica, Argentina experimentó el aumento más drástico de la inseguridad alimentaria en los últimos años, según el informe, con más de un tercio de la población con acceso limitado a los alimentos, resultado de una prolongada depresión económica que trajo de vuelta el espectro de la hiperinflación.

Década perdida

Según la Comisión Económica para América Latina (Cepal), la pobreza y la pobreza extrema alcanzaron en 2020 en América Latina niveles nunca observados en los últimos 12 y 20 años, respectivamente, así como un empeoramiento de los índices de desigualdad en la región y en las tasas de ocupación y participación laboral, sobre todo en las mujeres, debido a la pandemia de la Covid-19 y pese a las medidas de protección social de emergencia que algún   os países han adoptado para frenarla,

La pobreza en América Latina alcanzó a 210 millones de personas, casi 34% de la población de la región, gracias a las políticas de los gobiernos neoliberales y la pandemia del covid 19. Asimismo, la pobreza extrema afectó a 78 millones de personas, el peor registro en 20 años. Las cifras son para el término de 2020 y no consideran el permanente deterioro social en los meses transcurridos de 2021.

Uno de cada tres latinoamericanos vive bajo el umbral de la pobreza y ocho de cada diez son vulnerables, según el informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), que reveló que Honduras, país con poco más de nueve millones de habitantes, registró una tasa de pobreza del 57,8 %, lo cual se traduce en un retroceso de dos décadas en su desarrollo. El estudio señaló que Nicaragua y Guatemala presentaron tasas de pobreza de 55,7 % y 50,9 % respectivamente.

Antes de la covid-19, el porcentaje de personas en esa situación ya llevaba un lustro de crecimiento ininterrumpido. El virus, sin embargo, ha sido la puntilla final a esta preocupante tendencia. La mayoría de los países latinoamericanos experimentará un potente deterioro distributivo, un flanco siempre sensible en la región: quienes más han sufrido, están sufriendo y sufrirán los estragos de la pandemia serán los que partían de una situación peor.

“Como siempre, los grandes perdedores están siendo los pobres”, resumió gráficamente la jefa de la Cepal, Alicia Bárcena

Asimismo, la pobreza extrema, donde no están cubiertas las necesidades más básicas, habrá escalado hasta su nivel más alto desde el año 2000. El 12,5%, uno de cada ocho latinoamericanos, está ahora en esa situación; más de un punto porcentual que hace un año, cuando una crisis sanitaria era una opción remota, y casi cinco puntos más que en 2014, cuanto tocó el nivel más bajo de siempre, el 7,8% de la población.

La desigualdad en América Latina aumentó 5.6 por ciento el año pasado medida con el coeficiente de Gini. Nos espera otra década perdida y ni con el rebote de crecimiento en 2021 y los próximos dos años se logrará recuperar los niveles de la actividad económica anteriores a la pandemia, expuso Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

En términos monetarios la pobreza en América Latina y el Caribe tiene un claro sesgo intergeneracional: la incidencia de pobreza para el grupo de niños, niñas y adolescentes de hasta 14 años es mayor en 19 puntos porcentuales que la del grupo de personas entre 35 y 44 años, y 31 puntos porcentuales más con respecto a personas de 65 años o más.

De no tomarse en cuenta esta condición de privación de la población infantil en el diseño de políticas sociales, se corre el riesgo de repetir los ciclos intergeneracionales de la pobreza en la región.

Según las nuevas proyecciones de la Cepal, en 2022 América Latina y el Caribe crecerá 2,9% en promedio, lo que implica una desaceleración respecto del rebote de 2021. Nada permite anticipar que la dinámica de bajo crecimiento previo a 2020 vaya a cambiar.

Los problemas estructurales que limitaban el crecimiento de la región antes de la pandemia se agudizaron y repercutirán negativamente en la recuperación de la actividad económica y los mercados laborales más allá del repunte del crecimiento de 2021 y 2022.

En términos de ingresos per cápita, la región continúa en una trayectoria que conduce a una década perdida, advierte el informe. En el último año, la tasa de pobreza extrema habría alcanzado el 12,5% y la de pobreza el 33,7%. Las transferencias de emergencia a los sectores más vulnerables permitieron atenuar el alza de la pobreza en la región en 2020 (pasó de 189 millones en 2019 a 209 millones pudiendo haber sido de 230 millones, y de 70 millones en 2019 a 78 millones pudiendo haber sido 98 millones en el caso de la pobreza extrema).

Estas transferencias beneficiaron a 326 millones de personas, el 49,4% de la población. Sin embargo, la desigualdad en la distribución del ingreso aumentó (2,9% del índice de Gini). En tanto, la inseguridad alimentaria moderada o grave alcanzó a 40,4% de la población en 2020, 6,5 puntos porcentuales más que en 2019. Esto significa que hubo 44 millones de personas más en inseguridad alimentaria moderada o grave en la región, y 21 millones pasaron a sufrir inseguridad alimentaria grave.

Sobrepeso y obesidad

Otra de las grandes preocupaciones en América Latina sigue siendo el sobrepeso y la obesidad. El informe d los organismos de Naciones Unidas advierte que se está perdiendo la batalla contra otras formas de malnutrición: 106 millones de personas, lo que supone que uno de cada cuatro adultos, padecen obesidad. Entre 2000 y 2016 se notificó un aumento de 9.5 por ciento en el Caribe, 8.2 en Mesoamérica y 7.2 en América del Sur.

El sobrepeso infantil también ha ido en aumento desde hace 20 años; hasta 2020 se reportó que 3.9 millones de niños y niñas –7.5 por ciento de ellos menores de cinco años– tenían sobrepeso, casi 2 por ciento por arriba del promedio mundial.

En este contexto, América del Sur muestra la mayor prevalencia de sobrepeso en niños y niñas, con 8.2 por ciento, seguida por el Caribe con 6.6 y Mesoamérica con 6.3.

En América Latina y el Caribe, el Covid-19 ha empeorado una crisis de malnutrición preexistente. Con los servicios interrumpidos y los medios de vida devastados, las familias tienen más dificultades para poner alimentos saludables en la mesa, lo que deja a muchos menores con hambre y a otros con sobrepeso, lamentó el director regional de Unicef para América Latina y el Caribe, Jean Gough.

Esta situación ha llevado a la ONU a pedir acciones urgentes para detener el aumento del hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición, por lo que ha llamado a los países de la región a tomar medidas para transformar sus sistemas agroalimentarios y hacerlos más eficientes, resilientes, inclusivos y sostenibles.

Rubén Armendáriz. Periodista y politólogo, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).

Tomado de: Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico

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Nuestro negacionismo climático de cada día

Foto Eco-nnect

Por Aram Aharonian

Cada año, cuando llega el verano en estos confines del hemisferio sur, no entendemos qué debemos hacer en nuestras ciudades, para afrontar las altas temperaturas para no “morirnos de calor”, mientras releemos y analizamos las resoluciones de la Cumbre Climática de Glasgow, más conocida como Cop26. La alternativa es que uno pueda abandonar la ciudad hacia sierras, bosques y costa, creando filas interminables de automóviles y autobuses que contribuyen con sus emisiones a agudizar el problema.

Otros se atrincheran en sus casas de las cada vez más calientes ciudades, con sus aires acondicionados expulsando el calor de sus casas y subiendo la temperatura del ambiente urbano… y las facturas de los privatizados servicios de electricidad. Y todo es peor en tiempos de pandemia. Mientras, nos hablan de la inminencia de una suerte de apocalipsis climático, injustamente selectivo con los más vulnerables. Negacionismo climático | Havladdorías | DW | 11.10.2018

O, mejor dicho, en tiempos de pandemias: la de la covid-19, la del neoliberalismo, la del negacionismo, pese a que el panel intergubernamental de expertos sobre el cambio climático (IPCC) cerró la puerta de la especulación estadística al señalar que es “inequívoco que la influencia humana ha calentado la atmósfera, los océanos y la superficie”.

“A principios de la década de 1920 la gente hablaba sobre el enfriamiento global… creían que la Tierra se estaba enfriando. Ahora, es el calentamiento global […] un problema que no creo que exista de ninguna manera”, señalaba Donald Trump, el anterior (e inolvidable) presidente de Estados Unidos, quien retiró a su país del Acuerdo de París e impulsó una agenda de desarrollo enfrentada con los objetivos climáticos trazados apenas un año antes en Francia.

Su ejemplo y línea argumental los copió Jair Bolsonaro en su campaña presidencial, cuando amenazó con retirar a Brasil del Acuerdo de París. “Quiero saber alguna resolución para que Europa comience a ser reforestada. ¿Alguna decisión? ¿O sólo están perturbando a Brasil? Es un juego comercial, no sé cómo la gente no puede entender que es un juego comercial”, declaraba refiriéndose al cambio climático. Sus políticas han favorecido y acelerado el proceso de deforestación de la Amazonia con el fin de expandir sin límite la frontera agrícola.

No se trata de denunciar el negacionismo. Nos hemos cansado de denunciología y lamentos, la otra cara de carecer de ideas, de argumentos. Los éxitos electorales de Trump y Bolsonaro en las dos principales economías de América ilustran la magnitud y el impacto que alcanzan las diversas formas de negacionismo en la actualidad. Asimismo, podría entenderse como un reflejo de nuestras propias posturas negacionistas, nos guste o no admitirlo.

Naomi Klein, activista altermundista canadiense, señala que el negacionismo del cambio climático está lejos de ser patrimonio de militantes como Trump, ya que existen muchas otras formas de negacionismo.

“Muchos de nosotros participamos en este tipo de negacionismo; miramos por una fracción de segundo y luego miramos hacia otro lado. […] O miramos, pero nos contamos historias reconfortantes sobre cómo los humanos son inteligentes y crearán un milagro tecnológico que capturará el carbono de los cielos. […] O miramos, pero tratamos de ser hiperracionales al respecto: dólar por dólar, es más eficiente enfocarse en el desarrollo económico que en el cambio climático, ya que la riqueza es la mejor protección. […]”, señala.

“O miramos, pero nos convencemos de que estamos demasiado ocupados para preocuparnos por algo tan distante y abstracto. […] .. Y al principio puede parecer que estamos mirando, porque muchos de esos cambios en el estilo de vida son, de hecho, parte de la solución, pero todavía tenemos un ojo cerrado. […] O tal vez realmente miramos, pero luego, inevitablemente, parecemos olvidar. Somos parte de una extraña amnesia intermitente por razones perfectamente racionales”, añade Klein.

Quizá sea cierto que negamos porque tememos que afrontar la realidad de esta crisis lo cambie todo. El negacionismo del cambio climático es una expresión de nuestra propia incapacidad de resolver la tensión entre nuestros deseos ilimitados y los recursos limitados que tiene el planeta, señala Emilio Deagosto, químico uruguayo y magíster en Energías Renovables por la Universidad de Newcastle. Negacionismo del cambio climático en Europa es equiparable al de EE UU

Y, entonces, alimentamos las expectativas de crecimiento ilimitado depositadas en el desarrollo tecnológico, el excesivo foco en la riqueza como medida de prosperidad y el confort exagerado de nuestras sociedades modernas.

Hace medio siglo, un grupo de investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts liderado por Donella Meadows, advirtió en Los límites al crecimiento que “si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante los próximos 100 años”.

A Meadows le pegaron por todos lados, sobre todo los economistas liberales que señalaban que el crecimiento podía sostenerse sin tensiones con base en el desarrollo tecnológico. Medio siglo después se validan sus proyecciones que facilitaron la construcción de un entendimiento sólido sobre los impactos del desarrollo ilimitado en un planeta con recursos finitos.

Unos años antes el biólogo estadounidense Garret Hardin dio a conocer en 1968 su ensayo La tragedia de los comunes, donde argumentaba que los incentivos económicos que operan en pos de maximizar beneficios individuales a partir de la explotación de bienes comunes funcionan en detrimento de la sostenibilidad de estos bienes y, en consecuencia, del beneficio común.

En contraposición, cuatro años después la politóloga estadounidense Elinor Ostrom publicó El gobierno de los bienes comunes: la evolución de las instituciones de acción colectiva, obra que le valdría el premio Nobel de economía en 2009. Postulaba que cuando los usuarios utilizan recursos naturales en forma conjunta, con el tiempo se establecen reglas sobre cómo estos deben ser cuidados y utilizados de una manera que sea económica y ecológicamente sostenible.

Hoy, la evidencia de carácter ambiental vuelca la balanza hacia los postulados de Hardin. Pero las emisiones de gases de efecto invernadero son producto de tres variables: el número de habitantes del planeta, la riqueza per cápita y la intensidad de emisiones, definida como la cantidad de gases de efecto invernadero emitida por cada unidad de riqueza producida en el mundo (CO2-eq/PIB).

Las discusiones sobre el control poblacional implican valoraciones morales y éticas. El Banco Mundial estima una población global a 2050 de 9.675 millones de personas, con un aumento de 25% respecto de la población actual. Para graficarlo mejor, la población mundial se habrá duplicado desde el momento en que Diego Maradona levantó la copa del mundo en el estadio Azteca en 1986.

Es sobre la intensidad de emisiones como variables de ajuste en la carrera por mitigar el cambio climático que versan casi la totalidad de las propuestas que se han discutido y desarrollado en las últimas décadas. Se habló de desarrollo tecnológico, de energías renovables, de hidrógeno verde, de movilidad eléctrica, de captura de carbono, de financiamiento climático, de bonos verdes, de impuestos al carbono. Se habló y habló.

Las emisiones anuales de gases de efecto invernadero continúan en ascenso, tras un paréntesis por la pandemia en 2020, pero la brecha para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París es aún muy grande y el mundo se encamina hacia un escenario en el que el aumento de la temperatura media global en la superficie excede el objetivo de los 2 °C respecto de valores preindustriales y que es el umbral de seguridad.

Hasta hoy, casi 30 años después de que fuera adoptada la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Nueva York, el foco en la cooperación internacional y las soluciones tecnológicas ha demostrado ser largamente insuficiente para revertir la tendencia creciente de emisiones de gases de efecto invernadero.

Cuando fue adoptada esta Convención (1992), la humanidad emitía 22 gigatoneladas de CO2 a la atmósfera por año. Cinco años después, cuando se firmó el Protocolo de Kioto, este valor ascendía a 24 gigatoneladas y al momento de alcanzar el Acuerdo de París, en 2015, las emisiones anuales del principal gas de efecto invernadero se ubicaban en 35 gigatoneladas.

Entonces, mientras comenzamos a transpirar en el verano austral, cabe preguntarse si no es momento de aceptar la miopía negacionista y poner el foco también sobre la tercera variable: la forma en la que entendemos y medimos la prosperidad. Eso que llamamos modelo de desarrollo.

Quizá el año próximo salgamos de la pandemia de la covid19, aunque la Organización Mundial de la salud habla del 2023. ¿Y cuándo podremos librarnos de las pandemias del neoliberalismo y el negacionismo?

Aram Aharonian. Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

Tomado de: Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico

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La caja de bobos más grande que pueda existir: El METAverso de Facebook

Por Luis Bonilla-Molina

Mark Zuckerberg acaba de anunciar que desde el 1 de diciembre la empresa Facebook pasará a llamarse META. Esto tiene dos implicaciones, una de carácter empresarial para legitimar y construir viabilidad jurídica a una de las operaciones más importantes que vienen haciendo: la venta de información. Facebook usa la minería de datos para apropiarse la información desagregada de sus usuarios, la cual vende a terceros sin reportar porcentaje de ganancias para quienes de manera inconsciente proporcionan la información.

La segunda para crear el metaverso, un universo virtual que modelará actividades como consumo, participación política, sociabilidad, educación e incluso filtrará el acceso a la innovación científica tecnológica. Facebook ahora es Meta: Zuckerberg cambia el nombre a la compañía

Esto ocurre, en medio de la incredulidad de muchos docentes y gremios docentes respecto al sostenimiento de la ofensiva de las trasnacionales de la tecnología sobre el mundo educativo, tanto en la fase educativa presencial de la pandemia como durante la postpandemia. Hasta ahora, las actividades que pretende asumir el metaverso de Facebook eran parte de las tareas de reproducción cultural asignadas por el capital a los sistemas escolares (consumo, sociabilidad, ciudadanía, democratización del conocimiento).

Esto ocurre mientras entre el 40% y 50% de la población estudiantil – e incluso docentes- no tiene siquiera conexión a internet o aun dispositivo de conexión remota. Y el otro 50% -estudiantes y docentes- usó plataformas comunicacionales como zoom, googlemeet, streamyeards, Facebook o WhatsApp para maratones de doce horas de clase y más, evidenciando que no tienen ni la más mínima idea de la tormenta tecnológica que se avecina sobre la educación.

En el primero de los casos estaríamos observando el surgimiento de la peor y más abrupta de las exclusiones de los últimos siglos, aún ocultada con discursos de pronta normalización; quienes están quedando rezagados hoy corren el riesgo de quedarlo permanentemente y pasar a la periferia de la peor de las pobrezas y marginaciones.

En el segundo de los casos la educación durante la pandemia les convirtió en consumidores de tecnología, analfabetos en programación y algoritmos, destinados a seguir la pauta que impongan los acuerdos de gobiernos y sus ministerios de educación con las corporaciones tecnológicas.

Por eso hemos insistido en la urgencia de alfabetización en los algoritmos para poder producir respuestas de emancipación y liberación en el actual contexto y sobre todo sobre la necesidad de un debate pedagógico mundial sobre las implicaciones de la cuarta revolución industrial en educación.

¿Que será el metaverso de Facebook?

Hasta ahora Zuckerberg ha anunciado fragmentos de lo que será su metaverso y por ello afirmamos que será la más grande caja de bobos que pueda existir. Será un mercado virtual absurdo, donde van a cobrar dinero real por experiencias virtuales o tal vez sea gratuito para garantizar la alienación que sostenga el modo de producción y acumulación capitalista en la cuarta revolución industrial.

En el metaverso de Facebook, podrás tener avatares (réplicas tuyas) en la oficina y de tus amigos en casa. Mediante mecanismos de realidad virtual aumentada podrás compartir con amigos o personajes que tú crees, comprando alimentos, ropa, viajes, casas que solo estarán en este universo paralelo. Podrás viajar con amigos a lugares remotos con una sensación de realidad en tiempo real, propia de tecnología que hoy asociamos en su nivel primario al GPS.Mark Zuckerberg quiere crear un metaverso holográfico

En la caja de bobos más grande del mundo, quienes se sumen serán educados en comportamiento social, participación política, consumo y tendrán acceso a información filtrada y trabajada.

Claro que esto no será el 1 de diciembre de “golpe y porrazo”. La transición será lenta y sostenida pero seguramente, en el 2030, cuando los teóricos del Foro de Davos prevén el crash del sistema educativo global, el metaverso emergerá como alternativa más allá del entretenimiento.

*Doctor en Ciencias Pedagógicas, Postdoctorados en Sistemas de Evaluación de la Calidad Educativa y Pedagogías críticas y educaciones populares. Analista en ciencias sociales, pedagogo crítico. Profesor universitario Extraordinario e  invitado en varias universidades de América latina y el Caribe. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).

Tomado de: Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico

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