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Javier Couso: La industria y la cultura cinematográficas tienen que estar apegadas a la realidad

Javier Couso. Trabajador audiovisual español

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Transcripción de la entrevista a Javier Couso, trabajador audiovisual español, en el espacio Diálogos en reverso de la Unión de Periodistas de Cuba, realizada el 23 de febrero de 2022 sobre el tema Cine español contemporáneo: el de la gran pantalla y el de otras.

Octavio Fraga: Hola. Son la una de la tarde hora de Cuba, siete de la tarde hora de España. Como cada miércoles “Diálogos en reverso”, un espacio de la Unión de Periodistas de Cuba. Hoy tenemos otro gran invitado, un entrañable amigo, Javier Couso de España. Para esta cita se ha querido presentar como trabajador audiovisual. Bienvenido.

Javier Couso: Buenas tardes y muchas gracias por la invitación, es un placer verte de nuevo. Es cierto, somos amigos ante que compañeros de batallas audiovisuales, sobre todo personales. Para mí es un placer no sólo verte de nuevo, sino estar en este espacio. Un saludo a todo el equipo técnico también.

Octavio Fraga: Gracias Javier. El estilo del prólogo de este espacio es hacer una presentación del invitado, prefiero, como siempre, leerlo. Me ha costado reducir su historia, pero es importante que la gente conozca a nuestro invitado. Se formó como técnico de sonido cinematográfico en la Escuela de Radio y Televisión Española, tiene un diplomado en periodismo audiovisual en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, de La Habana. Ha ejercido oficios como periodista, productor, cámara, realizador audiovisual, editor. Es músico, también librero. Durante su trayectoria como eurodiputado en el Parlamento Europeo —entre 2014 y 2019— fue vicepresidente de la Comisión de Asuntos Exteriores y miembro de la Comisión de Seguridad y de Defensa de este organismo internacional, además de formar parte de la Comisión Especial sobre Terrorismo en esta Cámara. Fue portavoz de grupos de apoyo a los procesos de paz en Siria y vicepresidente del grupo parlamentario de amistad con Cuba. Durante su legislatura realizó entrevistas a personalidades como a nuestro ex-ministro de Cultura Abel Prieto, así como a los ex-presidentes Dilma Rousseff, de Brasil, y Rafael Correa, de Ecuador. Es miembro fundador de la Red en Defensa de la Humanidad, capítulo España. Es además miembro fundador del colectivo Hermanos, Amigos y Compañeros de José Couso, una causa que en Cuba seguimos y acompañamos. Ha sido jurado del premio de ensayo Pensar a Contracorriente que se otorga en las jornadas de la Feria del Libro de La Habana. Participa habitualmente en foros sociales en temas relacionados con los movimientos progresistas. Su último trabajo audiovisual fue la dirección del documental Una mosca en una botella de Coca Cola, que aborda el tema de la desinformación en España. Es también coautor del libro En pie de calle. Reflexiones para tiempos convulsos, publicado por el sello editorial Akal.

Es un intelectual que desarrolla una intensa labor por lo que cree, por lo que piensa.

El tema que pactamos para hoy Javier y yo, lo hemos querido nombrar “Cine español contemporáneo: el de la gran pantalla y el de otras”. Empiezo Javier con la primera pregunta para no perder ni un minuto. Este titular asume que coexisten dos tipos de cine en España. El que barniza la sociedad española y el que asume una narrativa crítica, ¿cómo es la relación entre estas dos maneras de fotografiar la realidad española, y qué jerarquía tienen en los espacios de exhibición en España?

Javier Couso: Bueno, hay un cine que podríamos llamar, hablando en palabras entrecomilladas, mainstream o grande. Un cine de situación, de comedia, realmente acrítico con las cosas que están pasando con el sistema en que vivimos. Es el que domina prácticamente la gran pantalla a pesar de todo hay una corriente —siempre la ha habido— del cine español que también ha intentado contar la situación que se vive y sus contradicciones en una sociedad de capitalismo avanzado producto de un problema estructural económico. En primer lugar, esos cuarenta años de dictadura franquista que tuvimos, y luego, la integración directa por parte del gobierno: primero de la Unión de Centro Democrático (UCD) y luego del Partido Socialista. Hay que sumar eso que se llama la Unión Europea, que ha repercutido evidentemente en nuestra economía al imponérsenos una moneda como es el euro. Una moneda cara que sirve mucho a Alemania y una Unión Europea que gira en torno a Alemania. Con la entrada del euro y también con la división internacional del trabajo europeo, a España le ha tocado el sector servicio, el sector terciario. Se ha abandonado prácticamente un sector como el de la agricultura, bastante importante, aunque sigue existiendo, sobre todo en el eje Mediterráneo; también están los grandes latifundios en Andalucía. Algo pequeño queda en el norte de España, en Asturias y Galicia. La flota pesquera también abandonada —la segunda más significativa del mundo después de Japón— con una desindustrialización evidente. Eso el cine lo ha ido recogiendo, hemos tenido películas que han retratado no sólo la lucha, que es muy importante, también lo más doloroso, la derrota del movimiento sindical frente a estas agresiones del capitalismo Unión Europeo, como yo lo llamo.

Las grandes pantallas o los cines de mi país los dominan las producciones de Hollywood. Como sabéis, trabajan con los súper villanos esa narrativa que comparo mucho, en algunas cosas, con Hollywood —sobre todo en el momento de la Guerra Fría— y con las máximas de Goebbels. Tiene mucho de continuidad en toda esa construcción cultural del mundo de la bipolaridad de Yalta, que ha sido hasta el día de hoy muy maniquea, apelando sobre todo a los sentimientos de un súper villano, etcétera, etcétera. Pero eso es lo que domina, como pasa en todo el occidente capitalista.

Afortunadamente todavía hay lugares en España para películas que impactan y que hacen pensar. Podríamos hablar, por ejemplo, una que ha recibido unos cuantos Goya, se llama Maixabel, de Icíar Bollaín, la recomiendo a todo el mundo. Aborda el drama que se vivió aquí con ETA, con el terrorismo de ETA. Se hizo en el país vasco que es donde sucedieron la mayoría de estos atentados. Es una iniciativa por parte de los familiares de personas asesinadas, de reunirse con activistas de la banda terrorista ETA que estaban arrepentidos. Es una película que llega al corazón, técnicamente increíble.

Para no volver a repetirme, conviven las dos. Y todavía sigue existiendo, afortunadamente, este cine social. Yo, me he dedicado al documental y al reportaje largo periodístico, pero hay pocas ayudas en España para estas miradas. Y es bastante complicado, aunque consigas una pequeña subvención de la Unión Europea o de alguna comunidad autónoma; también luego para la exposición o para la exhibición en cines.

Octavio Fraga: En buena parte de los países de América Latina hacer cine es todo un desafío, ¿se repite esta fotografía en España?

Javier Couso: Pasa absolutamente igual, es exactamente igual. Yo me he dedicado más a la comunicación periodística, he trabajado en programas de entretenimiento, pero te das cuenta de que es un medio carísimo y necesitas —para hacer cine— toda una complejidad técnica. El séptimo arte exige también muchísimo dinero, entonces hay una dificultad grande para hacer. La gente, como en todas las partes se va —como decimos en una frase muy española— buscando la vida, inventándose cómo lo puede hacer. Hay unas cuantas escuelas de cine en España y los jóvenes talentos tienen que luchar muchísimo. De toda esa inspiración juvenil y de todos los egresados de las escuelas de cine y de televisión, muy pocos al final acaban pudiendo llevar su material. Supongo que pasa igual en América Latina. Se empieza evidentemente con cortos, trabajando el corto documental o el corto dramático. Presentarlo en los festivales y de ahí conseguir algún patrocinador, algún productor que te pueda poner dinero para poder dar el salto al mediometraje y después al largometraje, es una carrera bastante complicada.

Octavio Fraga: Esta pregunta no estaba en el tintero, hablas de patrocinador, ¿ese patrocinador no te condiciona la política editorial de la película que quieras hacer?

Javier Couso: Siempre, siempre te condicionan, sobre todo cuando tratas temas complicados. Aquí se habla de que existe mucha libertad de expresión, libertad de información. Tú puedes decir prácticamente lo que te dé la gana, excepto meterte con el Rey. De hecho, tenemos un cantante, como Pablo Hásel, en prisión por haber hecho en unas rimas de hip hop críticas con el Rey. La monarquía está blindada, el tema del terrorismo también puede acarrear responsabilidades penales, puedes hablar de todo lo demás. Lo que pasa es que no tienes altavoz, el problema es el altavoz, el altoparlante. Cómo lo decíais en Cuba, si no te escucha nadie pues no sirve para nada.

Evidentemente asumimos los modelos comerciales con toda la característica intrínseca de prácticamente cero críticas, así tienes menos problemas. Pero en las problemáticas que se abordan, y sobre todo para esa dialéctica que tiene que tener el cine —sobre todo el cine documental o el cine dramático con aspiración social— tienes muchos problemas, y hay temas que están absolutamente vetados, vetados también a nivel comunicativo.

Nosotros tenemos un grave problema en la comunicación española, en el periodismo español. Realmente hay dos grandes oligopolios, dos grandes empresas que tienen múltiples periódicos. La televisión pública y algunas televisiones públicas autonómicas deberían contrapesar y dar espacio a las diferentes sensibilidades que hay en la sociedad española, pero eso no es así. Por ejemplo, estamos cerca de una conflagración militar en Europa, otra vez, en la frontera entre Ucrania y Rusia, sobre todo por la expansión agresiva de la OTAN cercando a un país como Rusia. Es nuestro vecino que nos suministra toda la energía y muy pocas veces encuentras voces críticas. Prácticamente el cien por cien de los medios de comunicación lo que hacen es reproducir directamente esa narrativa. Se ha demostrado además que prácticamente lo que elabora el Departamento de Estado estadounidense o los diferentes servicios de inteligencia occidentales, es de lo que se informa.

Octavio Fraga: ¿Qué relevancia le da el estado español a la cultura y en particular al cine? ¿Qué diferencias avistas en materia de política cultural en comparación con el resto de los países de la Unión Europea?

Javier Couso: A partir de la guerra de Irak, en el año 2003, donde además fue asesinado mi hermano por tropas estadounidenses, el cine y el mundo de la cultura se convirtió en una de las puntas de lanza de esa batalla ciudadana que fue mayoritaria. Se hablaba de que prácticamente el noventa por ciento de la sociedad española abominaba esa intervención en la que nos metió el ex-presidente José María Aznar. En la gala de los Goya donde se entregan los premios del cine nacional, por desgracia una copia prácticamente de lo que son los Oscar, los actores, actrices y los directores, se convirtieron en una punta de lanza contra la guerra. A partir de ese momento hay un divorcio grande entre la derecha que representa el Partido Popular, pero también con el surgimiento de la extrema derecha con el partido Vox. Arremetieron contra los actores y las actrices españoles que mayoritariamente son de izquierda.

Hay que decir que con los gobiernos del Partido Socialista —hay directrices y directivas europeas en torno a apoyar la cultura— se han dado una serie de ayudas a diferentes producciones, pero también hay una mirada crítica. Por ejemplo, si hablaras con Willy Toledo, pues ves cómo ha sido represaliado por sus actividades solidarias con Cuba, ha perdido incluso trabajos.

El gran paradigma en ese sentido es Francia, por la acertada política de apoyo a la cultura nacional. Es increíble la producción de cine francés, se ha intentado hacer por parte de la Unión Europa —entre las pocas cosas buenas que yo le veo a esta Unión Europea neoliberal— la promoción de la cultura europea intentando contrapesar un poco a la cultura hollywoodense, o por lo menos tener una industria cultural propia. Creo que se ha quedado a medio camino, pero sería un mentiroso si dijera que no está presente el apoyo a la cultura. Los grandes emporios económicos tienen toda esa maquinaria de abogados y personas que están buscando subvenciones y consiguen el dinero. En cambio, los jóvenes creadores, las personas que empiezan o los que son más independientes, lo tienen más difícil. No tanto para conseguir una subvención sino para realizar su promoción, una obra que no puede ver la gente es una obra muerta.

Octavio Fraga: El período franquista ha sido fotografiado, sobre todo por el cine documental. ¿Cuál es la mirada que tienen los jóvenes cineastas españoles sobre ese período horrendo de la historia española?

Javier Couso: Vuelve a salir aquí el genio del mal, el ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels. El fascismo en aquel momento, sobre todo el nazismo, definió claramente su apoyo al cine por parte de sus dirigentes. La industria alemana, tanto del cine como de los reportajes bélicos y políticos era potentísima. La imita Mussolini en Italia y Franco por medio del NO-DO, que era el noticiero documental. Se ponía en los cines todo un programa para exaltar al régimen fascista. Hay mucho archivo documental de la resistencia antifranquista, una resistencia que duró cuarenta años y que tuvo muchos muertos. A partir de los años sesenta, con la incorporación de la televisión, en la transición democrática a partir del año ‘75 —cuando muere Franco— hay un proceso democrático, que de eso también tendríamos que hablar mucho. Una democracia bastante condicionada porque no hubo una depuración de los elementos franquistas, tampoco se vio mucho en Alemania. También podríamos debatir mucho sobre eso.

Martín Patiño, por ejemplo, reflexionó sobre lo que había pasado en el momento que estaban viviendo, un momento de efervescencia política y social. Luego ha habido muchos directores y directoras que han ahondado en la memoria democrática. España es el segundo país del mundo con más desaparecidos, el segundo país del mundo. Se estima entre ciento veinte mil y ciento cuarenta mil compatriotas enterrados en fosas, en las cunetas y andenes de las carreteras. También en los campos, en tapias. En los primeros quince años del franquismo se fusiló a más de doscientas mil personas, pues cerca de ciento cuarenta mil aún siguen enterradas, y ningún gobierno democrático ha querido meterse en esa faena, recoger a todos estos compatriotas y honrarlos. Ha habido una batalla muy militante por parte de algunos directores que ha hecho eco en el cine como puede ser Almodóvar. Afortunadamente hay un trabajo por la memoria democrática y antifascista de los cineastas de recordar todo aquello que pasó, porque la gente joven, al no haber un programa —como tendría que haber en todas las escuelas— para explicar lo que pasó por desgracia se olvida mucho.

Documentalísticamente, grandes directores, como puede ser Bardem, Camus, muy cercanos al Partido Comunista, o Berlanga, que trataron de hacer dentro de la dictadura franquista un cine social luchando contra la censura. Ellos consiguieron verdaderas obras maestras del costumbrismo y lo que era la realidad cotidiana de esa vida gris, de vivir bajo una dictadura nacional católica militar durante cuarenta años.

Octavio Fraga: En estas dos últimas décadas y la anterior, España ha sido escenario de grandes crisis económicas, sociales, políticas. Conflictos que han sido fotografiados por los jóvenes realizadores de tu país, ¿cómo valoras esas piezas, qué interpretación le darías a esas obras?

Javier Couso: Esos períodos convulsos —tanto de lo que se llamó la reconversión industrial, que fue nuestro proceso de desindustrialización, exactamente igual con todas las luchas que se han desarrollado en torno a la vivienda o la sanidad pública— han sido recogidos por algunos de los directores y directoras de nuestro país. Películas como Barrio, donde se empezó hablar a finales de los años noventa de aquella juventud que se quedaba fuera de todo ese proceso de entrada en la Unión Europea en esos barrios. Antes, en los setenta, la caracterización de lo que fue la delincuencia en los barrios populares. Tal y como se desarrolla el capitalismo, los campos se abandonan y la gente tiene que ir a buscar el trabajo a las grandes ciudades, también ha pasado en América Latina con mayor dimensión. Pues se forman barrios con desatención y con graves problemas de equipamiento. También hubo mucho cine, se llamó el cine quinqui, que era también una crítica social y en estos veinte años podríamos hablar sobre todo centrados en eso. En la inseguridad social de la juventud, en la precariedad, somos el segundo país después de Grecia con mayor desempleo juvenil, que ronda a veces cerca del cincuenta y pico por ciento. Hemos estado entre el cuarenta y cinco y el cincuenta y tres por ciento y, sobre todo, el fenómeno de una juventud desplazada. Porque ha hecho mucha mella el neoliberalismo y su industria cultural, de lo que se ha llamado los chonis, la gente de barrio que lo que le gusta es trabajar para luego salir a bailar y todo el fenómeno de las drogas asociadas a la cultura en España —que es muy potente por desgracia— sobre todo esas nuevas drogas de las pastillas, el éxtasis y todo lo asociado, como el crack, la cocaína, la heroína que golpeó mucho mi país. Hay algunos directores que han abordado ese desplazamiento y esa juventud olvidada por el gran sistema. Yo creo que, afortunadamente, aunque no es mayoritario, sí ha habido muchas representaciones de todos estos fenómenos que hemos estado viviendo.

Octavio Fraga: Al principio lo citabas, me refiero a Pablo Hásel, el rapero preso que tiene una condena de entre dos y cinco años de cárcel por cantar expresando su posición sobre la legitimidad de la monarquía y la vida corrupta del Rey emérito Juan Carlos. ¿Cómo es el tipo de censura que se produce con los cineastas que son críticos a los temas complejos de la sociedad española?

Javier Couso: Bueno, lo que realmente se hace es una censura previa. Al no financiarlos, no darles salida comercial, no haber lugares de exhibición, que no se muevan por el lucro. No hay una firme voluntad de obligar a las empresas privadas de televisión a que pongan el cine que desarrollan los autores jóvenes, la gente crítica, por lo tanto, ese es el tipo de censura que se articula. No es una censura directa, lo que sí hay es una censura en otros escenarios, sobre todo musicales, y también de obras de teatro. Incluso, se han metido en la cárcel, por ejemplo, a unos titiriteros acusándolos de ETA cuando no decían en su obra nada, era una crítica precisamente a ETA y fueron metidos en la cárcel. Todo viene de la efervescencia social que hubo a partir de la crisis, primero la subprime en Estados Unidos, y posteriormente el estallido de la burbuja inmobiliaria en España que arrastró además una crisis de deuda y de recalificación de la deuda, y de todas las recetas neoliberales de lo que se llamó el “austericidio”, de obligar a que se separara la deuda de los intereses privados de la banca por encima de la salud y la educación, y ahí tuvimos una efervescencia social impresionante. En ese contexto surge Podemos, primero fue el 15-M, las acampadas en las plazas y todo eso. En ese momento gobernaba la derecha, el Partido Popular, que desarrollaron unas leyes que han sido calificadas como leyes mordaza, que penalizan absolutamente la protesta social, asociado además a penas de prisión, pero también a multas económicas —como hacía el franquismo— que muchas veces no te metía en la cárcel, pero te arruinaba por medio de multas. Toda esa arquitectura, que todavía no ha sido derogada por este gobierno, supuestamente progresista, es la que ha permitido todas estas anormalidades que se producen y que además llevan aparejadas reprobaciones por parte del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo que es de obligado cumplimiento. Y hemos tenido, varias veces, sentencias en contra de España, tanto por censurar a artistas como por represalias de todo tipo, por esos temas que en teoría no se pueden tocar. En una sociedad normalizada no habría ningún problema para que hubiera un debate sano entre los creadores. Y sobre, todo en ese tipo de música como el hip hop, el punk, el hardcord, o el metal, que es de crítica social.

Octavio Fraga: En la plataforma Netflix se pueden ver películas españolas y también series. ¿Qué opinión te merecen los contenidos de Netflix, lo que se está exhibiendo, lo que se está ofertando en esa plataforma tan mediática y tan global?

Javier Couso: Bueno, hay cosas que me gustan, de ahí han salido series potentísimas como por ejemplo Fariña, es la que me viene ahora mismo a la cabeza. Fariña. Al norte, noroeste de España, en Galicia, entraba durante mucho tiempo la droga. En las zonas cercanas a Portugal, en las rías, que tienen muchos acantilados y que te puedes esconder muy bien, se dedicaron al contrabando, normalmente de tabaco con Portugal. Por ahí empezaron a entrar los cárteles de la droga colombianos y después los mexicanos. Y se produjo una destrucción, prácticamente, de la juventud gallega, incluso los narcos en vez de pagar con dinero las descargas de las lanchas que llegaban con los fardos de cocaína, se les empezó a pagar con droga, y eso supuso un ataque social. La serie me impactó profundamente porque además vincula, indisimuladamente, los contactos entre los narcos gallegos y algunos políticos del Partido Popular español, que es el partido más corrupto de Europa. Entonces tienes esta serie que es muy interesante y luego tienes lo que llamo basura mainstream. Pasa como en las redes sociales o las noticias donde debes tener la cultura de discernir. Por desgracia no se trabaja en la educación para ello, la capacidad para distinguir lo que es bueno y lo que es malo. Otra serie que ha tenido mucho éxito como La casa de papel, de éxito global en el mundo, no me ha gustado prácticamente nada.

Yo tengo casi todas las plataformas, pero más que Netflix, aunque sé que es el fenómeno global más importante, yo sigo más una plataforma catalana que se llama Filmin que se dedica al cine de autor, al buen cine, a las series desconocidas por el gran público. Ahora estoy viendo una serie noruega sobre el terrorismo islamista que va teniendo, poco a poco, su presencia, aunque trata más el cine culto, el cine con profundidad social.

Netflix yo lo he consumido, no tengo ningún problema. Lo que me da miedo es que pueda ser hegemónico. Las grandes plataformas, al final, acaban pudiendo limitar lo que es la creatividad o enterrar la creatividad y sobre todo la diversidad, como pasa con Facebook y el Metaverso, como pasa con las grandes plataformas. Hay que empezar a embridarlas porque tienen presupuestos que superan a los de un estado pequeño, tomando incluso como referencia el producto interior bruto de cualquier estado pequeño. Se convierten en monopolísticas y debemos de combatirlo, y eso sólo se puede hacer con leyes y un consenso internacional.

Lo consumo porque vivo dentro del capitalismo y hay que consumir toda la producción cultural, y algunas están muy bien hechas, pero pondría el acento en ese control que deben ejercer los estados. ¿qué es lo que busca el neoliberalismo? Quitar a los estados la capacidad democrática de controlar los mercados. Entonces nos iríamos a la distopía que es la que quieren los dueños de Facebook. Por eso se han ido a lo que se llama ahora el Metaverso.

Internet nos permite un programa como este que estamos haciendo, para enterarnos de otro tipo de cosas, de otras miradas. Pero va dominando en la juventud, va desplazando a la televisión, y hay que controlarlo. La manera de controlarlo es, precisamente, esos universos cibernéticos que requieren mucha inversión, y en la cual a ver cómo nos inventamos. Los pueblos siempre nos inventamos, nos inventaremos para hacer guerrillas, pero por desgracia depende tanto del dinero, algo que es también un problema para las grandes producciones cinematográficas.

Octavio Fraga: ¿El cine que se hace en España es bien recibido por los españoles, es consumido? Sabes que en otros países de América Latina lo que más se consume es cine estadounidense.

Javier Couso: España está dividida ideológicamente por episodios de gran tensión. Por ejemplo, en el proceso independentista catalán ha habido una polarización extrema en nuestro país, polarización total. La extrema derecha, representada por Vox, tiene una desafección grandísima por la cultura y el cine español, lo denostan continuamente, porque le dan una caracterización ideológica a sus creadores. La mayoría de las personas que están en la cultura, en la producción audiovisual en mi país son gente progresista o de izquierda y eso molesta mucho a la derecha española. Porque, de hecho, han gobernado y posiblemente pueden gobernar cada vez más extremizados y en ese sentido hay una dicotomía. Con una serie de películas cercanas a la comedia costumbrista, por ejemplo, la serie de Torrente, que es un policía español estereotipado, fascista, pero que va en torno a la comedia. Han sido número uno compitiendo con las grandes producciones de Hollywood. Es cierto que hay pocas películas o pocas obras así que hayan llegado a la masividad que llega el cine estadounidense. Pero es cierto que en esa producción, típica de la comedia española, sí han llenado las salas a un nivel impresionante. Es una batalla complicada, sobre todo con esas grandes superproducciones de Hollywood. Por ejemplo, los súper héroes nos invaden la producción audiovisual en los momentos de Navidades o de verano. Ese cine Disney o Pixar destinado a la infancia, a la juventud, pues es prácticamente imposible competir con ellos, porque la animación requiere muchísimo dinero.

Los paradigmas dramáticos son demasiado rápidos y nos han acostumbrado a eso. Yo a mi hija le puse una vez la serie The Wire, que recomiendo a todo el mundo, tiene cinco temporadas. Analiza muy bien el capitalismo estadounidense, es de muy buena factura dramática y te engancha. Pero es una serie que tiene un crecimiento lento y Hollywood nos ha acostumbrado al paradigma dramático de los cinco minutos, nos ha ido acostumbrando a esa inmediatez. Eso es lo que me da miedo de la potencia cultural estadounidense, que cada día es más frenética, y cada día lo que busca es que tu capacidad de asombro tenga que ser citada para que un audiovisual sea interesante.

Octavio Fraga: ¿Qué peso tiene la crítica de cine que se hace en la sociedad española, en el consumo de cine?

Javier Couso: Bueno, sobre todo hay grandes programas de crítica cultural de cine en la televisión pública, en la 1 y en la 2; en la 2 sobre todo. Por las noches hay un programa que se llama El cine español, con un coloquio anterior o posterior —no me acuerdo ahora mismo— un cine fórum con los directores sobre obras españolas.

Octavio Fraga: Lo conducía una actriz española.

Javier Couso: Sí, antes era Cayetana Guillén Cuervo. Luego estaba también Días de cine, que es un programa que yo procuro ver siempre porque te hablan de todas las novedades, pero también un poco de historia de cine. Luego tenemos el problema de lo que hablaba antes, de los dos grandes monopolios, de oligopolios podríamos decir, de la prensa española, que sólo promocionan las películas que hace su grupo empresarial. Entonces, realmente, no hay una cultura, no hay una actividad cultural que enseñe y transmita; comparado, por ejemplo, con Cuba. Pues estamos a años luz, excepto esas honrosas excepciones que te estoy nombrando.

Octavio Fraga: ¿Desde tu perspectiva cuáles son los temas que aún faltan, que no han sido abordados por el cine español contemporáneo, esos temas que deban incluirse o abordarse por el cine español?

Javier Couso: Bueno, desde el género bélico, que a mí me gusta mucho, no se ha abordado muy bien, por ejemplo, la guerra civil española. Se ha abordado de manera más ideológica quizás, pero un buen cine, y en eso estoy viendo que tanto los chinos como los rusos están haciendo una labor impresionante. Los rusos de antes están escribiendo su historia, y precisamente ellos pusieron veintisiete millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial, y la historia la había contado toda Hollywood. Entonces yo creo que nos hacía falta eso.

También hace falta acercarse a las últimas realidades que hemos vivido, los movimientos underground, los movimientos de ocupaciones, de antifascistas, todo aquello que surgió a partir de las plazas, eso debería ser abordado. Y luego hay un problema grave de despoblamiento del campo, los centros rurales cada vez están con menos servicios, están muriendo los pueblos, y yo creo que es una realidad que se podría y se debería contar. Tú miras a la calle, la realidad cotidiana, y puedes contar muchas cosas. Yo creo que eso es lo que también nos falta.

Igual estaría bien abordar la participación nuestra en Irak, sobre el tema Aznar, aunque se ha cubierto con algunas películas. La verdad que sí se ha cubierto, pero se debería cubrir más. También se ha cubierto el problema de los feminicidios, no somos el país que tenemos más gravedad a pesar de ser terrible el terrorismo machista y el asesinato de mujeres en mi país en comparación, por ejemplo, con los países nórdicos que es menor. Aquí se ha decidido que una manera de combatirlo es contarlo, y aunque ha habido películas, hay que profundizar más sobre ello. Se impone abordar todo el tema de las agresiones a las mujeres, que es un tema candente en mi país.

Octavio Fraga: Hay un viejo debate en torno a si es posible hacer un cine culto y entretenido ¿Cuál es tu mirada sobre eso?

Javier Couso: Es un tema imprescindible de abordar, pasa también con la televisión. Por ejemplo, se producen en Cuba, Venezuela, Nicaragua; tenemos que competir al mismo nivel. En el sentido de que tiene que haber programas reposados, pero tiene que haber programas también rápidos, tienen que estar conectados con la realidad cultural de la calle. Quizás los indios y los chinos han sido capaces de crear unas industrias del cine muy apegadas a su cultura, estamos hablando de dos países que tienen más de mil millones de habitantes, pero muchas veces se confunde la crítica o la mirada desde la izquierda, desde el progresismo, con una especie de meta…, una palabra que se dice en Cuba…

Octavio Fraga: Metalenguaje, la metatranca también se dice.

Javier Couso: Metratranca, sí. Entonces yo creo que hay que huir de eso y creo que las nuevas generaciones están ya huyendo de eso. Para que algo sea interesante no tiene que ser aburrido y al revés. He trabajado mucho sobre eso e incluso escribí artículos sobre el tema ¿Cuál es la industria cultural ahora que mueve más dinero que el cine y la música juntos? La de los videojuegos. Pues ahí debe de estar también la mirada desde el momento preciso, lo que pasa es que ahí hay que invertir también muchísimo dinero. Yo juego; soy un video jugador, ahora estoy con Call of Dutty Vanguard, que tiene muchas escenas y muchas partes cinematográficas. En la mirada de las cámaras, cuando lo estudias, te das cuenta que se podrían contar muchas épicas con este recurso. Ahora estoy con una francotiradora rusa, pero estaría bien también combatir con un joven cubano o joven cubana en Girón, en la gesta de Martí, o en la gesta del libertador Bolívar. Curiosamente, yo tengo dos juegos de Hezbollah, una fuerza política pequeña, aunque importante en su país; ellos lo han desarrollado. Cuando estuve en el Líbano me los compré. Tiene que estar la industria también cinematográfica, y la cultura cinematográfica tiene que estar apegada a la realidad. Las propuestas culturales no tienen por qué ser —como decimos en España— un aburrimiento, porque si no, no las va a ver nadie, sólo los creadores y gente que va a estar allí, que saben, más culturalmente.

Octavio Fraga: Cierro con esta última pregunta, la tomo de una idea que dijo en este espacio Fernando Buen Abad, fue el 12 de enero de este año cuando lo entrevistamos. Él planteaba que la lucha de clases ha de ser gran tema de la sociedad contemporánea y que estaba, casi que epidérmico, en el cine de América Latina, ¿Crees que pasa igual en España?

Javier Couso: Sí, yo creo que sí. O sea, se reproduce la lucha de clases, si he entendido bien la pregunta, a todos los sectores de la sociedad y de la producción cultural también. Lo que pasa es que como decía Warren Buffett: “la guerra de clases existe, y la vamos ganando”. Pasa en Latinoamérica y pasa también en nuestro país. Por ejemplo, el gran proyecto emancipador que iniciaron Fidel y Chávez en América con la integración regional debería estar presente también como industria cultural, sobre todo cinematográfica, porque los estados son los que pueden apoyar, grandes empresas de este tipo.

Octavio Fraga: Te la voy a abordar de otra manera porque me parece relevante ese asunto. Él decía que el gran tema del cine de nuestra América, y por supuesto de España, es la lucha de clases.

Javier Couso: Vale.

Octavio Fraga: Ese era el abordaje que él tenía, ¿crees que eso falta en el cine español?

Javier Couso: Falta. Exacto. Los ejemplos que he ido poniendo de los barrios, de esas contradicciones de este capitalismo avanzado con las realidades culturales y sociales de una parte importante de la población, que tiene graves problemas en España. Hay un millón de personas cerca de la pobreza extrema, hay millones de personas que están en la exclusión social, que no llegan a fin de mes y a veces no pueden pagar. Hay un concepto que se llama pobreza energética, porque no puedes pagar la calefacción en invierno, hay grandes problemas que deberían de ser abordados, y son parte de la lucha de clases. Ese no es un fenómeno atmosférico, no es como una pandemia, es consustancial a un tipo de desarrollo económico. Claro que se debe abordar, yo estoy de acuerdo con Buen Abad, pero se debe abordar de la manera que decía antes, desde todos los prismas. No tiene que ser sólo un documental, por ejemplo, tienen que ser también obras de todos los géneros dramáticos que nos acerquen y que tengan esa mirada. Por eso hablaba también de la serie The Wire, que a pesar de ser una serie que analiza claramente la lucha de clases a todos los niveles; la primera es la droga, la segunda el mundo de la especulación inmobiliaria, aborda también los sindicatos, la prensa dentro de Estados Unidos.

Comparto totalmente lo que dice Buen Abad, me parece magistral, él aborda todos estos temas tanto comunicativos como audiovisuales. Él es un sabio. Hay que hacerle mucho caso, hay que profundizar, pero siempre huyendo de ese elitismo cultural que aleja a la mayoría de la población, que es a la que en teoría nos tenemos que dirigir.

Octavio Fraga: Javier, ha sido un gusto tenerte aquí en “Diálogos en reverso”, de la Unión de Periodistas de Cuba. Muchas gracias por estar en esta hora de conversación, y te mandamos un abrazo entrañable todos los que estamos aquí.

Javier Couso: Bueno, para mí ha sido un placer conversar con vosotros. Espero, os haya servido mi criterio y mi mirada a pesar de que no me dedico al cine como tal, pero sí trabajo en proyectos audiovisuales más comunicativos. Eso sí, soy cinéfilo y procuro ir al cine una vez a la semana, y sobre todo en lengua española o en versión original. Soy un consumidor de cine, aunque la palabra no me gusta, soy un enamorado del cine.

Octavio Fraga: Un lector de cine.

Javier Couso: Un lector de cine. No podría vivir sin el cine. Espero, aunque no sea un erudito sobre el tema, que os haya gustado mis reflexiones.

Octavio Fraga: Muchas gracias, te va mi abrazo, y cuídate mucho.

Javier Couso: Encantado.

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Mapa: Las imágenes se rebelan contra mí

Por Andrea Carolina Estrada Rodríguez & Jorge Posada

Hace 56 años (16 de abril de 1963), Jonas Mekas, escribió en su diario: “¿Saben una cosa? Lo que nos salvará será la película de 8mm. Pueden pensar que estoy loco. Se acerca el día en que el metraje de películas caseras de 8mm. será coleccionado y apreciado como un hermoso arte popular, como las canciones y la poesía lírica creadas por la gente. Ciegos como estamos, nos llevará unos años más darnos cuenta, pero algunos lo saben ya.” 1

Hoy en día el 8mm es sustituido por las grabaciones digitales de los teléfonos celulares y las handycams. A pesar de la abrumadora cantidad de material audiovisual contenido en el internet (con sus diversas plataformas de distribución y proyección) y en los dispositivos de almacenaje de información electrónica es difícil que a ésta se le considere como un documento importante, un testimonio de nuestro tiempo. Las grabaciones hechas diariamente por millones de usuarios se diferencian de la producción cinematográfica en los procesos, en las finalidades, en las motivaciones. Existen en esta producción amateur búsquedas artísticas, históricas, estéticas, políticas y formales distintas a las que procura la industria del cine. Dentro de unos siglos los antropólogos e investigadores tendrán mayores certezas, indicios y verdades de la vida social de nuestro siglo en el material amateur que en las películas consideradas obras fílmicas.

La historia reciente del cine cuenta con varios ejemplos donde la producción cinematográfica es híbrida. Krzysztof Kieślowski, en un análisis metatextual, representa en El aficionado (Amator, 1979) la tensión y la distancia entre las actitudes, preocupaciones y deberes de un entusiasta de las cámaras 8mm. y un autor. Maja Miloš en Klip (2012) muestra la obsesión por grabar y observar la totalidad de las actividades humanas, la necesidad de que nuestra vida tenga sentido a través de una pantalla. Christiane Burkhard en Vuela angelito (2001) utiliza el material de archivo familiar para reconstruir su memoria e identidad. Zhu Shengze en Present.Perfect (2019) realiza un montaje cinematográfico con varios streamings no editados que en su momento fueron transmitidos en tiempo real.

Mapa (2012) de León Siminiani es un ejemplo notable de la combinación de elementos cinematográficos profesionales (el meticuloso montaje, la aparente estructura caótica, las decisiones formales) y amateurs (él dirige, graba con una handycam el sonido y la imagen, escribe, monta, está dispuesto a incluir el azar, mezcla la obra con su propia vida, ignora conscientemente las convenciones).

Mapa es una película-diario (16 de abril 2008 – 20 de octubre 2010) sobre el proceso de mudanza y viaje de su autor, las dificultades que plantea la vocación de cineasta y la construcción de la obra como un hogar posible. Es el itinerario vital de Siminiani en dos países y concepciones de la realidad dispares: España y la India. Es el recorrido por las ideas y las emociones que transcurren alrededor de dos relaciones amorosas fallidas.

La obra comienza con un extracto de Límites (2009), un cortometraje documental en formato pequeño con fondo negro en el que aparece la expareja de Siminiani caminando en el desierto.  La voz en off sitúa al espectador en el punto de vista del director y con ello lo convierte en otro personaje que estará obligado a relacionarse con él: “Me llamo Elías León Siminiani. Tengo 37 años y trabajo dirigiendo series de ficción juveniles para la tele. En realidad, siempre quise hacer cine pero mis primeros cortos no fueron bien.” Esta voz es el hilo reflexivo que recorre y cuestiona la obra, nombra los objetivos, los procedimientos y las situaciones que originaron, hicieron en ocasiones avanzar y en otras detener el curso de la película. Esta voz crea un personaje inteligente, empático, sarcástico, burlón y esquizofrénico que incluso crea a un Otro que confronta el quehacer y las decisiones de Siminiani, dentro de un aprendizaje fílmico y filosófico que duda entre lo racional, lo emotivo o el equilibrio. Esta voz corresponde a uno de los señalamientos que Mekas hace en otro fragmento de su diario, el 5 de diciembre 1968: “Creo que la razón principal por la que fracasan todos nuestros documentales es que las voces de los comentaristas son tan estúpidas. He llegado a la conclusión de que a menos que el lector o recitador de las líneas sea tan sensible e inteligente como las verdades que pronuncia, el comentario parecerá vacío, estúpido, pomposo, banal y destruirá las imágenes.”2 La voz autorreferente de Siminiani otorga una unidad, una espesura, una dinámica hipnótica a sus secuencias.

Siminiani constantemente devela el dispositivo: detiene la imagen, altera el sonido, agrega reflexiones sobre lo que ocurre en la pantalla, explica las formas en que graba o monta y las implicaciones en las siguientes secuencias, agrega acotaciones, títulos e intertítulos dentro del cuadro, notas, meditaciones y rituales, citas de guías turísticas, recuerdos de Passolini, Moravia, Ravel y Wong Kar-wai, material de archivo, elipsis. Estos elementos crean un ritmo dinámico y sorpresivo: por momentos existe sólo narración, en otras divagaciones filosóficas, apuntes socioeconómicos. En cuanto a las imágenes, combina la cámara en mano, el tripié y la animación. Incorpora material de archivo propio, los objetos, las máquinas, los documentos, la música que le sirvieron para armar el film.

Siminiani elabora a partir de la precariedad, con los pocos elementos que tiene logra “que una operación imposible funcione”. Lo extraordinario es que utiliza y destina su propia existencia a la película. Sus movimientos, decisiones e ideas son instrumentos para hacer que la trama continúe y finalice. Sacrifica su vida a la película. El cine invade cada uno de los espacios íntimos de Siminiani. Cada acto es digno de ser parte de la cinta, de ahí que incluya momentos que en otro contexto podrían parecer insignificantes, secuencias que parecerían errores y que en definitiva son los momentos más emotivos (el plano secuencia en el que un niño impide que veamos cómo una vaca logra salir de una zanja porque desea mirar su rostro en la pantalla de la cámara). Siminiani crea en el terreno de la duda, no sabe qué sucederá después de cada secuencia, a pesar de sus planes y del guion. “Las imágenes se acaban rebelando contra mí”, declara mientras un hombre nada al amanecer en el Ganges. La precariedad como uno de los cimientos del cine en Iberoamérica. Hallar un hogar en la obra, encontrar la belleza en las crisis y las deudas (económicas y sociales) de nuestros países. Una práctica híbrida: entre la totalidad de las imágenes digitales y el profesional que monta y construye. Entre la conciencia y la inocencia. Entre el control y el caos. Entre el desconcierto y la necesidad de adquirir identidades. Vida, cine y presente. En el inicio de su Diario, Jonas Mekas, escribe sobre el cine como un hogar y una experiencia posible: “Pertenezco siempre a alguna parte. Se me deja caer en cualquier lugar de piedra, seco, apagado, sin vida, donde nadie quisiera vivir –yo empiezo a vivir, absorbiéndolo todo, como una esponja. Tampoco cuento con el futuro: estoy aquí y ahora.”3

Notas

1 Jonas Mekas, Diario de cine (Madrid: Editorial Fundamentos, 1975), 117.

2 Idem., 241.

3 Idem., 9.

Andrea Carolina Estrada Rodríguez estudia cine en la Escuela Superior de Cine. Jorge Posada es autor de Habitar un país es llenar de tierra una piscina (2017).

Tomado de: Pulsar

Tráiler del filme Mapa (Esaña, 2012) de León Siminiani

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Carlos Saura: «España me ha despreciado»

Carlos Saura, cineasta español

Por Begoña Piña @begonapina

Chavela Vargas enronquecía maliciosamente la voz en una estrofa de la canción El rey de todo el mundo -«Ya vez que no es lo mismo / amar que ser amado / Hoy que estás acabado / qué lástima me das»-. Ahora, un grupo de bailarinas jóvenes la cantan a voz en grito en un bar al terminar las clases de danza. Y se ríen. En su constante indagación de las músicas populares, el cineasta Carlos Saura pone en boca de estas mujeres ese despecho musical y le concede el presente.

Lo hace en El rey de todo el mundo, su nueva película, una más en la larga lista de musicales-Saura, en la que de nuevo trabaja con Vittorio Storaro. Son ya cuarenta años desde que hizo el primero, Bodas de sangre, con Antonio Gades. Y más de sesenta desde su primer largometraje, Los golfos. Medio centenar de películas, decenas de premios y reconocimientos. 89 años y sigue obsesionado con el futuro y los proyectos del mañana, tanto que esta película ya casi se ha quedado en su pasado. Antes de que desaparezca de su universo, Público habla con el mejor cineasta español vivo de la música mexicana, de su cine, de los espejos y del paso del tiempo.

Aprovechando la música popular mexicana, la película habla del proceso de creación, ¿por qué ahora?

Siempre estoy preocupado por cómo se hacen las cosas. Aquí es como si fuese yo el protagonista y pensara en cómo voy a hacer la película y en cómo voy a contar la historia. Es la historia de un autor buscando hacer su obra. Aunque como autor sé que a veces la historia se desborda y sobrepasa la idea que tenía el creador.

¿La elección del tema ‘El rey de todo el mundo’ es porque quiere decir algo sobre las mujeres?

Siempre he estado del lado de las mujeres, desde el principio de mi vida y en todas mis películas. He tenido siete hijos, seis hijos y una hija, pero es la mujer la que es la madre de todos los hombres, y eso es una cosa que se olvida. Por encima de todo está la madre, es el factótum de todo.

La música mexicana es muchas veces excesiva…

…Hay exceso, sí, pero son mucho peores algunos tangos en Argentina, que son feroces. Me interesan más, por ejemplo, los corridos, que cuentan cosas de la revolución. Eso me encanta. Por cierto, que hoy hemos perdido esa idea de contar historias en las canciones. Con los corridos hay algo como de volver al romance antiguo.

Ahora que habla de volver, usted una y otra vez vuelve a los espejos.

Es uno de los milagros del ser humano, nos podemos ver reflejados e invertidos, es un auténtico misterio. He utilizado otra vez los espejos, en los interiores, hay mucho artificio de ese en la película. Todo eso lo he llevado al cine de lo aprendido en la ópera y en el teatro. Cuando empecé en el cine renegaba de trabajar en estudio y mira ahora. También es cierto que entonces no era fácil el acceso a los estudios.

La imaginación, muy presente en esta historia, ¿es el elemento clave del cine?

Sí. Los grandes de la imaginación en el cine son solo tres, Bergman, Buñuel y Fellini. Y luego están Kurosawa, algunos chinos… La imaginación es maravillosa y es más rápida que la luz. Es una maravilla, un invento solo del ser humano, que no tienen los animales, es el gran invento del ser humano.

Y usted ¿no imagina ya películas que no sean musicales?

Sí, sí. Pero es que no me dejan. Tengo un proyecto de hacer una versión nueva de Elisa, vida mía, pero las televisiones no lo quieren, lo ha rechazado todo el mundo, los productores no quieren financiarme ese tipo de películas… Pero sí me gustaría hacer un cine más de autor, más personalista. Aunque debo decir que todo el cine que he hecho, quería hacerlo.

¿Siente que España le ha menospreciado?

Sí. España me ha despreciado, desgraciadamente es verdad. Ha sido gracias al reconocimiento que he tenido fuera que he podido seguir haciendo cine. Cuando presenté La caza en el Festival de Berlín (la película fue Oso de Plata a la Mejor Dirección), un crítico español me dijo: «Vaya una mierda de película que has hecho». Me pasó lo mismo con Cría cuervos y con Carmen. La crítica que hizo El País era tremenda. Tanto que me fui a Canadá, donde Geraldin (Chaplin) iba a rodar con Robert Altman, porque pensé que nadie iba a ir al cine a ver Cría cuervos.

¿La crítica le ha afectado en su carrera?

Lo que pasó con esas películas, me ha pasado muchas, muchas veces con las demás. Nunca he tenido buena relación con la crítica, pero sí hubo un tiempo en que las críticas me hacían replantearme todo lo que había hecho. Luego me remito a la frase de Cortázar: «Hiciste tus errores porque es tu personalidad».

¿Sigue usted tan obsesionado con el futuro como siempre?

Siempre, sí, siempre he estado obsesionado con el futuro, por lo próximo que voy a hacer. Es que eso es lo único importante. El pasado es lo que ya has hecho. Ya no importa. Y con el cine me pasa igual que con las fotografías. Haces una foto y ya es el pasado. Haces una foto con el móvil, que es rapidísimo, y lo que tienes es el pasado. Nunca veo mis películas.

Tomado de: Público

Tráiler del filme El rey de todo el mundo (España, 2021) de Carlos Saura

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La fiebre del milagro

Por Andrés Duarte

A Daniel Céspedes, emulando sus maneras

No es necesario argumentar por qué Los jueves, milagro (1957), de Luis García Berlanga, es un clásico del cine español. Tal vez llame más la atención todo el revuelo supuestamente extracinematográfico que suscitó su quinta película. El cineasta no se había enfrentado como hasta ese momento a una censura directa y decisoria. En la bibliografía se lee que Berlanga tuvo más suerte con Los jueves… que con Bienvenido, Míster Marshall (1953). ¿Cómo aceptarlo conociendo de antemano el papel de aguafiestas de la censura?

Es para alarmarse aún: se suprimieron y añadieron escenas, intervino otro director (Jorge Grau), se impuso incluso el rango y la orden de la figura religiosa que debía aparecer en la película (un sacerdote dominico), pero el colmo fue que se solicitaron cambios en lo que los personajes decían a través del doblaje… En fin, ¿qué obra estrenó un Berlanga de 36 años el 2 de febrero de 1959 en el cine Capitol de Madrid? Habrá que leer sus memorias o indagar en los escritos de Antonio Gómez Rufo, amigo y biógrafo más acreditado de Berlanga, pues de su autoría son Berlanga, contra el poder y la gloria (1990) y Berlanga: confidencias de un cineasta (2000). Si algo más determina buscar y ver el largometraje es asimismo por un hecho insólito: la Filmoteca Nacional encontraría después dos versiones terminadas y distintas de Los jueves, milagro. En honor a la verdad, ¿cuál fue la que prefirió Berlanga?

Un pueblo español, otrora famoso por su balneario, ha caído en el olvido. Solo tiene importancia para sus habitantes. El ferrocarril pasa todos los días y no se detiene. Es la característica de los pueblos de tránsito que perdieron hace tiempo la categoría de zona de estancia. Al deteriorarse los negocios de la región algunos sagaces deciden hacer un acuerdo en el que religión, política y cultura contribuyan a despabilar la vida de un pueblo monótono y miserable.

Otra vez un lugar rural, simple e ilusorio1 en el cine de Berlanga deviene escenario idóneo para acoplarse a como dé lugar con la vida, prefiriendo ensanchar sus horizontes al mero ajuste con el nacionalismo alarmante de la época franquista de los años cincuenta. Más que fomentar el negocio de un balneario, los farsantes con sus montadas apariciones sacan provecho de una iniciativa grupal para ¿salvar? esa villa campesina que merece entretener(se) a su modo. La salvación y el entretenimiento son cuestionables una vez que lo imperante es la premeditada y posterior explotación. No quiere ser el espacio que confina a quien llega, sino el que hechiza y deja ir para ser recordado. Contrario a El museo, el microrrelato inolvidable de José María Merino.

Convengamos que Plácido (1961) y El verdugo (1963) son sus dos mejores películas. Pero ello se puede admitir porque antes dirigió Bienvenido, Míster Marshall (1953), Novio a la vista (1954), Calabuch (1956) y Los jueves, milagro (1957). Míster Marshall —hay que decirlo— está al mismo nivel estético y conceptual que Plácido y El verdugo.

Los jueves, milagro, amén de su aura epocal, tiene unos momentos de puesta en escena e ingeniosidades que pocas veces consigue Berlanga en su cine de los años setenta y ochenta. Algunos celebran demasiado la trilogía de la familia Leguineche (La escopeta nacional, 1978; Patrimonio nacional, 1981; Nacional III, 1982), la cual está muy bien. No puede negarse. Aunque Tamaño natural (1973) es tan honesta y sugerente como La vaquilla (1985). No obstante, el guion de Berlanga y José Luis Colina para Los jueves… es de ovacionar junto a esa escena en que al tonto Mauro se le quiere y logra convencer de cuanto le están presentando como supuesto milagro. Aquí está la referencia del Fellini de Almas sin conciencia (1955) y uno de sus actores (Richard Basehart), ahora como Martino. Eso sí, es mayor el choteo, la visión agridulce, más sardónica que hiriente de Berlanga con respecto a su realidad. Los farsantes, bajo el arrepentimiento de cuanto estimularon, terminarán sorprendidos.

Mayor pícaro que todos los del pueblo es el forastero que interpreta Basehart, a quien lo vimos encarnando a un timador en Almas sin conciencia y antes, a El Loco, un acróbata que se acerca —de acuerdo con la clasificación de Fellini— a un payaso de nariz roja de la serie “augusto” en La strada (1954). ¿A qué ha venido tan misterioso personaje que se hace llamar Martino? Eso es spoiler y no pretendo “destapar el final”. Valga añadir que Berlanga saca partido del carisma de un provocador Basehart que, en Los jueves…, pareciera haber acrecentado literalmente su estatura física y capacidad histriónica. Mientras Fellini le concede secundarios muy atendibles, Berlanga por su parte lo resalta con toda intención en reiterados primeros planos. No es un protagonista tardío sino oportuno. Aparece en el momento justo del relato, cuando el fraude sobre san Dimas parece haber fracasado. Lo que representa Martino para esta historia, además de la cura generalizada del agua, es resuelto en una secuencia paroxística harto simbólica, en la que el pueblo pide a san Dimas y comienza a sanar bebiendo y vertiendo agua por doquier. Pareciera ser el pedido que la España agreste, en nombre de casi el resto de la nación, hace a sus circunstancias no tan transitorias para aquella época y ya hoy, en rigor, históricas.

Es la burla española, a las claras y por antonomasia ya una situación berlanguiana. Es el escenario caótico y esperpéntico en que la moral se alfombra en favor de una fuerza expresiva generada con mucho empeño pícaro aunque de efecto contraproducente por dicha para ellos (don Ramón, don José, don Evaristo, don Antonio, don Salvador y don Manuel) y los demás de Fuentecilla y aldeas aledañas. Se soslaya lo que hacen con Mauro al aparecérsele el ficticio san Dimas, el Buen Ladrón. Sin embargo, no tiene parangón en el catálogo de pillerías de las ficciones españolas. A Berlanga y Colina no les basta y cuelan una cantidad apreciable de frases, de las cuales me permito incluir las siguientes:

― Luisito, no te acerques a la cascada. Recuerda que la hicieron los romanos.

― Oye, ¿no nos estaremos metiendo en algo demasiado serio?

― Si yo digo que he visto a san Dimas, tendrán que creerme. Soy el cronista oficial del pueblo.

― Pero, ¿no me cree? ¿Entonces los curas en qué creen?

― Pero, hombre, en una capital de provincia, ¿quiere usted que hayan las mismas imprentas que en Madrid? (para un “adornito dorado” en la botellas de aguas carbonatadas que se venden).

― Es muy fácil cerrar los ojos y luego decir que no se ha visto nada.

― Pero a un pobre loco se le puede engañar. Ahora, yo no sé si a trescientas personas… (…) A trecientas personas y a un cura.

― Don Antonio no necesita hacer chantaje. Le basta con ser alcalde.

Sobre este director la Cinemateca de Cuba, en su programación de noviembre, ha considerado el ciclo de películas «Centenario del director Luis G. Berlanga: la risa amarga». Su ética y estética en Los jueves, milagro, como en su cine tan español y transnacional a punto fijo, son consecuentes con la lucidez crítica que de continuo sigue pidiendo a gritos la cultura y la propia vida.

Nota:

1 Aquí se habla de Fuentecilla. Existe una aldea en Castilla-La Mancha que se llama Las Fuentecillas y en Burgos (en la comunidad autónoma de Castilla y León) se encuentra el Paseo de las Fuentecillas. También está La Fuentecilla o monumento a Fernando VII, una pequeña fuente madrileña emplazada entre la calle de Arganzuela y la calle de Toledo. Las escenas de Los jueves, milagro se rodaron en los pueblos zaragozanos Alhama de Aragón y Bubierca. No se olvide que Las Fuentes es un distrito de Zaragoza. Allí se encuentra el conjunto escultórico La Fuente de las Aguadoras. Según la división administrativa, Las Fuentes es la demarcación número seis.

Tomado de: Cubacine

Tráiler del filme Los jueves, milagro (España, 1957) de Luis García Berlanga

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Agustí Villaronga: «Es necesario hablar del mal para entender algunas cosas»

Por Begoña Piña @begonapina

Un cadáver con las piernas en el agua llama inmediatamente la atención en el monumental lienzo La balsa de la Medusa. Géricault pintó a la izquierda ese cuerpo sin vida consciente de que aquel era el primer punto al que acudiría la ‘mirada’ del espectador. Quería que empezara ahí, en una víctima, el relato visual de una tragedia henchida de crueldad, miedo, canibalismo y locura. Obra maestra del Romanticismo, la pintura compartía desde el arte el escándalo internacional que se originó tras el naufragio de la fragata Alliance de la Marina francesa en 1816.

77 años después de aquel horror, en 1993, el escritor Alessandro Baricco relató el naufragio en un bellísimo libro, Océano mar (publicado en España por Anagrama 1999), que en manos del cineasta Agustí Villaronga se convirtió en una obra de teatro —‘fantasma’ a causa de la pandemia—, transformada ahora en película. El vientre del mar, que ha hecho historia al ser la producción más galardonada en los 24 años de vida del Festival de Málaga, es un relato de maldad y atrocidad, imposible de aislar de la tragedia de los migrantes en el Mediterráneo. «Aquel fue un caso vergonzoso para Francia. Sin embargo, hoy el mundo no está avergonzado».

Legado literario y teatral

En 1816, la Alliance embarrancó ante las costas de Senegal. Sin botes para evacuar a toda la tripulación, se construyó una balsa frágil y muy inestable a la que obligaron a subir a 147 hombres. Les abandonaron a su suerte. Solo nueve de ellos se salvaron. Entonces hubo un juicio y Francia quedó deshonrada ante el mundo entero. Hoy, la desidia global permite que miles de personas apuesten toda su suerte y su futuro a atravesar el Mediterráneo en embarcaciones precarias, y gobiernos de todo el planeta miran hacia otro lado.

Rodada en blanco y negro, revelando el legado literario —la voz en off con palabras de Baricco— y teatral, la película es un espejo de «las desigualdades, el egoísmo, el instinto de supervivencia, o el embrutecimiento humano, causado por diferentes circunstancias, que no entienden de fronteras o épocas. El miedo nos convierte en animales y nos empuja a sobrevivir»

«El mal surge»

Roger Casamajor y Óscar Kapoya encabezan un reparto en el que Villaronga ha apostado por incluir actores negros, que no existieron en el acontecimiento real, y algunos momentos en que estos aparecen con ropas de hoy. Además, se incluyen imágenes del proyecto In the Same Boat, del italiano Francesco Zizola, que grabó el naufragio de migrantes en el Mediterráneo del barco Bourbon Argos.

«El hombre convive con el bien y con el mal, es inevitable. Ahora ya soy una persona mayor, pero antes en mi cine sí tenía una forma de mirar el mal, con cierta fascinación. Creo que es necesario hablar del mal para entender algunas cosas», dice Agustí Villaronga, que añade: «El mal existe porque forma parte de la humanidad misma. En una balsa, unos hombres enfrentándose entre sí… el mal surge. El peor enemigo del hombre es el hombre».

La gente que se ha tragado el mar

«Cuando estaba escribiendo el guion era inevitable pensar en el Mediterráneo, en los cayucos, en las pateras, en toda la gente que se ha tragado el mar. El naufragio de la película ocurrió hace más de 200 años y…». El cineasta, atento al mundo que nos rodea, no augura un futuro mejor. Tal vez, por ello, la película lanza una cuerda invisible, y sin embargo, recia y áspera, entre aquel pasado, este presente y el mañana.

«El futuro será igual. Mira el mundo cómo es. En palabras de Baricco, ‘quien ha visto la verdad quedará para siempre inconsolable’. El hombre ha demostrado que es incapaz de dejar de hacerse daño. Por otro lado, las pandemias y hambrunas han existido siempre, tienen un recorrido en la historia del ser humano. No siempre se produce un Holocausto nazi, pero depende de cómo se manipule a la gente, se puede acabar otra vez en eso. Y eso es lo que hay que intentar evitar y vigilar, no llegar a extremos tan graves. Hoy hay muchos naufragios y no son todos en el mar».

Cine de bajo presupuesto

El vientre del mar es una película de presupuesto reducido, unos 400.000 euros, para la que Villaronga ha sabido aprovechar espléndidamente bien el artificio teatral. «Ya escribí pensando en eso, en el bajo presupuesto, y ahí lo teatral ayuda mucho. Jamás hubiera salido la misma película con un presupuesto más alto, pero tampoco hubiera sido mejor», afirma, convencido, sin embargo, de que en estos tiempos, una película como ésta tiene muchas dificultades en los cines. «Siento decirlo, pero yo no doy un duro por nuestra película en las salas».

«El proceso de exhibición en el cine empezó a cambiar en 2018 y la pandemia fue la puntilla. La tendencia no es buena, no creo que vayan a desaparecer todas las salas, pero sí muchas —dice el director—. Tampoco las plataformas pueden ser una forma de ocio a lo bestia. El cine no va a morir, pero la manera en que se ve, sí. Es verdad que hay muchas películas cuyo destino natural es la sala de cine, pero…».

Tomado de: Público

Tráiler del filme El vientre del mar (España , 2021) de Agustí Villaronga

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“Es un milagro sacar adelante una película creada por una mujer y en euskera”

Lara Izaguirre, cineasta vasca

Por June Fernández @marikazetari

La cineasta Lara Izagirre (Amorebieta-Etxano, Bizkaia, 1985) nos escribió el siguiente mensaje con motivo del estreno de su segundo largometraje, Nora: “Quiero hablar con vosotras sobre lo que supone que una mujer haga una película en euskera”. El detonante fue el ciberacoso que recibió después de que el periódico más leído de Bizkaia manipulase sus palabras para poner un polémico titular a su entrevista, relativo al actor de Hollywood (denunciado públicamente como agresor machista) que ha obtenido el premio honorífico del Festival de Cine de Donostia, Zinemaldia. Izagirre es presidenta de la asociación de mujeres del sector audiovisual y de las artes escénicas de Euskadi, (H)emen, y lo vivido le ha servido para ver cómo se encarna la violencia patriarcal en la industria del cine. “Necesito periodismo feminista”, nos dice.

Nora es una chica vasca de 30 años que ha fracasado en su sueño de trabajar en revistas de viajes. La muerte de su abuelo, al que cuidaba, le anima a emprender un viaje a su medida, de pocos kilómetros, pero que le descubrirá el camino hacia una nueva vida. Después de Otoño sin Berlín, la directora y guionista vizcaína ha expresado su lado veraniego en esta segunda y deliciosa película. Aunque ligera, tiene muchas capas, que invitan a reflexionar sobre las responsabilidades de cuidado de las mujeres, la espinosa relación entre madres e hijas o la apuesta por desplazar el amor romántico del centro de nuestras decisiones vitales.

Has tenido que esperar seis años, pandemia mediante, para que Nora llegase a los cines. ¿Cómo valoras su acogida?

La presentamos en el Zinemaldia del año pasado, las críticas fueron muy buenas y el público la recibió muy bien, pero habíamos decidido de antemano retrasar el estreno en las salas de cine porque las medidas vinculadas a la pandemia no eran claras. Resulta novedoso que hayamos luchado contra el ritmo de la industria cinematográfica, dando prioridad a la situación social. Como cineasta, para mí ha sido un aprendizaje enorme ver que la promoción se puede hacer a otro ritmo. El verano pasado pusieron la canción de Izaro en la radio, grabamos un videoclip dirigido por Marina Palacio, organizamos un concierto en Lekeitio (en la misma ubicación de la película)… Llámame romántica, pero ha sido especial estrenar en septiembre en los autocines de Getxo. Preparar todos los detalles con tanto mimo ha sido posible porque hemos trabajado despacio. Ahora que ha llegado a las salas, estoy muy feliz. Me había quedado muy unida a la película anterior, pero he visto que Nora tiene una energía muy bonita y que eso es lo que más ha agradecido el público. Así que, al final, esta propuesta veraniega sienta muy bien en estos momentos.

Sí, a mí también me ha parecido que viajar con Nora y recrearnos en la belleza de la película alivia la resaca de la pandemia.

La presenté en los dosieres como “una película abrazo”. A la gente le daba risa, pero hace poco me dijeron eso mismo en una charla: “He sentido la película como si fuera un abrazo”. Ahora que los abrazos aún están medio prohibidos, me parece muy importante que la película cumpla esa función.

Y, sin embargo, en la película no hay apenas abrazos… ¿Será por el carácter vasco?

¡Es cierto! ¡No ha sido consciente!

La escritora Eider Rodríguez ha comentado que, a menudo, las creadoras tienden a escribir obras turbias y duras para ganarse el favor de la crítica patriarcal. Nora se podría considerar una película femenina. Es luminosa y encantadora como su protagonista, interpretada por Ane Pikaza. ¿Qué te parece?

Rodríguez tiene toda la razón. No sabes la lucha que ha sido defender una película sobre una chica normal. A la hora de solicitar las subvenciones, me ha ocurrido que, después de la reunión, se me acerque algún hombre y me proponga otra historia que, a su juicio, sí merece la pena ser contada. También ha habido hombres que me han dicho que la película no es suficientemente feminista. ¡Dejadme en paz! Nos quieren meter en una casilla para encajarnos en sus esquemas. Yo creo que las mujeres tenemos que ser libres para contar lo que queramos como queramos. Pero garantizar esa libertad es muy difícil. Cada vez veo con mayor claridad que ese encanto de Nora resulta revolucionario. Es más, teniendo en cuenta que es una obra creada en euskera por una mujer, ¡es un milagro! Al público le ha gustado, ha funcionado, pero a los que reparten las subvenciones no les gusta que nosotras contemos este tipo de cosas.

Se han realizado muchas road movies de mujeres que se conocen a sí mismas viajando. ¿Qué aporta Nora?

Es un género que me gusta mucho como espectadora. Me resulta atractivo ver a las mujeres en esa relación con el viaje y la naturaleza. Quería que eso estuviera también en nuestro cine, en euskera. Cuando presentamos Nora en el Zinemaldia, Nomaland [película estadounidense dirigida por Chloé Zhaok y protagonizada por Frances Mcdormand] acababa de estrenarse también. Así que las y los periodistas me decían: “¡Noraland!”. Mi objetivo no era muy ambicioso ni intelectual: quería mostrar a una mujer local haciendo un road trip a su medida. El euskera convive con otros idiomas (castellano, inglés, francés), porque esa es mi mirada sobre la lengua.

Varios grupos en defensa del euskera hemos denunciado que en algunos cines vascos se proyectó la versión doblada. ¿No te parece un claro signo de la falta de normalización del euskera? ¿Cómo se toman estas decisiones?

El artículo que publicaste en [la revista] ARGIA me dejó pensativa: en qué momento decidimos doblarla, para qué… Por un lado, Televisión Española ha adquirido los derechos de antena y de momento obligan a dar la traducción (creo que quieren cambiar la norma). Será emitida en euskera, en ETB1, y doblada, en TVE. Por otro lado, los distribuidores nos dijeron que las películas dobladas llegan a más salas de cine españolas que las subtituladas. Pero, ¿qué ha pasado? Justo lo contrario de lo que esperábamos: a nivel estatal se ha apostado por la versión original y unas pocas salas de cine han decidido proyectar la doblada ¡en Euskadi! Mi cabeza ha estallado, no entiendo nada. Tal y como han ido las cosas, puedo decir que doblar no ha valido la pena. Hicimos la película en euskera porque así lo queríamos, pero nuestra postura no fue la de defender el euskera, y quizá era necesario. A mí lo que me preocupa es que haya un público dispuesto a ver en castellano una película creada en euskera. Me pregunto qué tenemos que hacer para que las nuevas generaciones no compren esa entrada.

Tanto el reparto como el equipo técnico de Nora está formado mayoritariamente por mujeres. ¿Ha sido una apuesta feminista?

Cuando creé Un otoño sin Berlín, pensaba que la igualdad estaba conseguida. ¡Era bastante happy flower entonces! (Risas). Después me di cuenta de la situación en el mundo del cine. Entonces conté el número de mujeres y hombres contratados, y me dio mitad y mitad. En la mayoría de las películas, las mujeres suelen representar alrededor del 30 por ciento o menos del equipo. En Nora, el proceso ha sido más consciente, pero en el resultado no hay grandes cambios. Yo creo que las mujeres confiamos en las mujeres y que eso mejora la película.

Pero el patriarcado fomenta lo contrario, la rivalidad femenina…

Eso es lo que dice el patriarcado, pero el del cine es un trabajo muy intenso y cercano, y no es casualidad que la mayoría de las cineastas incluyamos a muchas mujeres en nuestros equipos. Hemos entendido que trabajamos en una industria poderosa y muy hostil, y que juntas somos más fuertes.

Por eso habéis creado la plataforma (H)emen. ¿Qué recorrido habéis hecho?

Creamos (H)emen en 2016, y el objetivo principal era la visibilidad. Siempre tenemos que escuchar que no hay directoras o sonidistas; fundamos la asociación para poder decir que estamos aquí y que somos muchas. Creamos una base de datos en la que puedes anunciarte como profesional para que te contraten. La red que se ha creado es hoy el corazón del proyecto, porque ha cambiado la relación con el trabajo de muchas de nosotras. Una guionista o una compositora musical se pueden sentir muy solas, por eso da mucha tranquilidad poder llamar a una compañera y preguntarle: “¿Tú cuánto vas a cobrar por hacer esta película? ¿Ah, sí? Entonces yo subiré mi tarifa”. Queremos que (H)emen sea una casa de las mujeres, un refugio y una fortaleza. En estos cinco años nos hemos empoderado gracias a, entre otras cosas, el apoyo de otras asociaciones de mujeres cineastas del Estado.

Como presidenta de (H)emen, el estreno de Nora se te ha mezclado con la polémica en torno al premio Donostia de este año. Has tenido que responder a discursos machistas y enfrentar ataques en línea de las y los seguidores del actor en cuestión.

He conseguido tomar distancia y disfrutar de la promoción, pero al principio no me lo podía creer. Estaba en Madrid en el preestreno, en un momento tan bonito, y todo estalló a raíz de un titular manipulado. Le pedí al periodista que lo cambiara, porque puso en mi boca palabras que no dije, y se negó. Entonces me di cuenta de qué es importante para la industria del cine. Las mujeres no somos importantes, las historias que contamos tampoco, nuestras películas tampoco. Ha sido la traca final. Hasta entonces, ante cada ataque a la película, me había cuestionado a mí misma: “Igual es que el guion no es tan bueno…”. Pero ahora me he dado cuenta de que no es eso, sino que vivimos en una sociedad con una estructura patriarcal en la que es casi imposible que exista una película como Nora. Por eso, me siento una superviviente. El año pasado hice el Master de Igualdad de la Universidad del País Vasco, y para mí ha sido interesante (a la vez que duro) ver cómo se encarnan todas estas agresiones contra las mujeres. Ahora admiro aún más a las mujeres que trabajan en el cine y a las que dan la cara.

¿Cómo valoras la actitud del director del Zinemaldia ante el debate que ha suscitado el premio Donostia?

Este año hemos tenido dos polémicas vinculadas al Zinemaldia. Por un lado, la eliminación de los premios de interpretación diferenciados para mujeres y hombres y la creación de uno único sin género. Nosotras respondimos que, si quieren reconocer el género no binario, es mejor crear un tercer premio. Desde Zinemaldia replicaron que han tenido en cuenta las reflexiones del movimiento feminista, pero nosotras desconocemos con quién tienen esa interlocución. En cualquier caso, ese puede ser un debate interesante. En cambio, el debate en torno a este actor es muy distinto, porque puede abrir el camino a las agresiones machistas. Yo ahí veo una línea roja.

Volviendo a Nora, su protagonista encuentra un posible amor, pero prefiere continuar su viaje sola, sin novio. Me parece interesante, ya que el amor romántico es uno de los sustratos de la violencia machista.

Ha sido el resultado de la transformación que he hecho en el camino. En el guion, el final era distinto, aparecían la madre y el chico. Yo quería dar a entender que no eran novios pero, lamentablemente, todavía interpretamos todas las relaciones entre hombres y mujeres desde el prisma del amor romántico. Igualmente, grabamos esa secuencia. Luego, en el montaje, me parecía que ese no era el final adecuado. Elegí entonces otra secuencia que teníamos grabada: la mujer de la librería, Nora trabajando en ella, y otra posible Nora. En Un otoño sin Berlín tomé la misma decisión, eliminar a los hombres de la última secuencia y ¡dejar tranquilas a las protagonistas! Me doy cuenta como creadora de que yo también soy víctima del amor romántico. ¡Menos mal que en ambas películas me di cuenta a tiempo! (Risas).

Te he leído en una entrevista que Nora está muy atravesada por tu maternidad, aunque la protagonista no sea madre. Te quiero contar que este verano me separé por primera vez de mi hija, para viajar sola a Galicia, precisamente al funeral de mi abuelo. ¿No estaría bien escribir una road movie en torno a la maternidad?

La actriz protagonista, Ane [Pikaza], me preguntó durante el rodaje: “¿Pero Nora quiere o no quiere ser madre?” Y fue importante saber que, aunque en la película no se explicita, Nora no quiere ser madre. Digo que la maternidad ha atravesado la película, porque mi hija pequeña era muy pequeña cuando yo me iba de rodaje. Tenía la atención dividida y eso explica varias imperfecciones que detecto en la película. Ahora me parecen un regalo, porque serán un recuerdo. Soy una madre muy heterodoxa y no sé si sería capaz de contar la maternidad a través de una película. Me parece muy difícil. Eso sí, en mis películas las relaciones madre e hija no son nada fáciles. ¡Debería mirármelo! (Risas). Necesitamos referentes, modelos diferentes, y sería tranquilizador verlos en la gran pantalla.

Tomado de: Pikara Magazine

Tráiler del filme Nora (España, 2020) de Lara Izaguirre

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El tren en el cine español

Fotograma del filme El espíritu de la colmena, de Víctor Erice

Por Javier Herreros Martínez

En ocasiones se divisaban dos o tres trenes simultáneamente, cada cual con su negro penacho de humo colgado de la atmósfera, quebrando la hiriente uniformidad de la pradera. ¡Era gozoso ver surgir las locomotoras de las bocas de los túneles!»

Escribir sobre el tren en el cine español es viajar por la historia de España. El tren y su poder metafórico de traslado existencial conecta con los múltiples vericuetos de la vida. Salidas y llegadas a pueblos y ciudades. Y las vías de los ferrocarriles que desde mediados del siglo XIX se mezclaron con los espacios naturales, estableciendo una simbiosis única de tradición y modernidad.

Las primeras imágenes que se me vienen a la mente, mejor será decir al corazón, corresponden a una vieja locomotora que hacia 1970 entra en la estación de Zafra (Badajoz). Es una de las secuencias iniciales de Los santos inocentes (1984), de Mario Camus, largometraje magistral sobre la magna novela que Miguel Delibes publicase en 1981.

El cielo está encapotado —un día frío extremeño—, el viento mueve las copas de los árboles, en el andén hay unas pocas personas esperando. De un tren antiguo, de color azulado y franjas amarillas, bajan varios soldados que vienen del centro donde realizan el servicio militar, la mili. La cámara fija su atención en uno de ellos, fino, alto, que se despide amistosamente de sus compañeros, y con la indumentaria soldadesca y el petate a cuestas cruza las vías férreas y entra en el café de la estación. En el café solitario, únicamente un señor mayor en la esquina, de espaldas. La cámara continúa atenta al soldado espigado, delgaducho, con bigotillo. Se sienta, saca un cuaderno y un bolígrafo del macuto, y escribe con grafías temblorosas, inseguras: Hermana Nieves.

El soldado se llama Quirce y es hijo de Paco, el Bajo, y la Régula, la familia humildísima que lleva décadas trabajando en unas condiciones medievales en el cortijo de la Marquesa, cerca de la frontera con Portugal. Quirce llega a Zafra para ver a su hermana que labora en una fábrica de alimentación. Y después visitará la morada de sus padres en el cortijo, donde sus progenitores han envejecido prematuramente por la soledad, la pena y las ausencias.

El filme de Camus no nos mostrará, pero nos sugiere otro viaje en tren de Quirce: a Madrid para ganarse el jornal en un taller. He elegido la llegada de Quirce a Zafra en el arranque de Los santos inocentes porque esta película era la preferida de mi hermano Jorge, por Delibes —nuestro novelista de referencia—, y porque sigo emocionándome al verla como cuando la vi con mi hermano en mi adolescencia.

Viajemos ahora al norte de España, Gijón, principios de la década de 1980. Un plano del cielo límpido para que seguidamente la cámara descienda y pueda recoger las vías de la estación de tren y los tejados de las casas y las fábricas. Un alba radiante, despejada, esperanzadora, una armonía potenciada por los acordes del Canon de Pachelbel. Llega el tren. De las puertas de la estación sale un señor de unos sesenta años, mediana estatura, trajeado, con barba y una maleta. Toma un taxi. Pero pronto hará a pie, con los pasos del corazón y la música barroca, el recorrido por los lugares gijoneses que tan feliz le hicieron en su infancia y juventud: el cine Robledo, el paseo marítimo, la pescadería municipal, el Molinón.

Este exiliado republicano, llamado Antonio —e interpretado mágicamente por Antonio Ferrandis—, regresa a su ciudad cuarenta años después. Es el inicio de Volver a empezar (1982) de José Luis Garci. El tren que une las distintas etapas de la vida.

Retrocedamos en el tiempo. Años 50. Madrid. Atocha. Pilar Miró, en Beltenebros (1991), nos muestra una estación de tren fría, oscura, generadora de miedo y tensión. Lleva a las imágenes las palabras de la novela de Muñoz Molina: una trama de espionaje, traiciones y asesinatos: «…en aquella especie de helado almacén, una torre de ladrillo próxima a los raíles de la estación de Atocha donde pasó algunos días esperándome […] muerto de frío, supongo, y de aburrimiento y tal vez de terror […] oyendo hasta medianoche el eco de los altavoces bajo la bóveda de la estación y el estrépito de los expresos que empezaban a llegar a Madrid antes del amanecer».

Atocha como destino del crimen y Atocha como refugio. «He venido a matar para evitar que mueran otros», dice Darman, el protagonista encarnado por Terence Stamp, histórico intérprete europeo que participó en largometrajes del nivel de Teorema, de Pier Paolo Pasolini.

El tren en el cine español es el primer plano de Ana Torrent, de esa niña de mirada potente —de ojos oscuros, amplios—, mirada deslumbrada por la llegada del ferrocarril al páramo castellano. Al regreso de la escuela, años de posguerra en Castilla, Ana y su hermana Isabel se acercan a las vías del tren, y ponen sus orejas en el metal, escuchando ya a lo lejos el movimiento de la locomotora. Cuando se acerca más y más, con una espuma de humo rodeándola, y un fragor tremendo, Isabel alerta a Ana de que se aparte de las vías: el deslumbramiento por lo nuevo hace que la pequeña Ana se quede hipnotizada, pero finalmente se aparta gracias a los gritos de Isabel.

El tren como el mundo que se empieza a descubrir en la infancia en esa obra cumbre de Erice: El espíritu de la colmena (1973). Esta secuencia extraordinaria me recuerda a los juegos infantiles de Olmo y Alfredo en torno a las vías del tren en el norte de Italia, en Novecento (1976), de Bertolucci.

Finales de los 90. Madrid. Estaciones de tren de Carabanchel o de Aluche, o quizá Vallecas o El Pozo. Paredes pintadas con grafitis. Acaba el siglo, pero en las grandes urbes numerosos jóvenes luchan por encontrar su lugar en el mundo. Marginados. Excluidos. Rebeldes y entusiastas. Barrio (1998), de Fernando León de Aranoa, fue otro hito del cine español por transmitir sin demagogia y grandilocuencia los problemas a los que muchos jóvenes españoles hacían frente en las ciudades: el desempleo, la droga, la violencia, el arrinconamiento social.

Con toda la dureza del filme, se trata de una de las historias más bellas de amistad que se ha rodado en nuestro cine, al igual que Deprisa, deprisa (1981), de Carlos Saura. Los viajes en tren y metro de Manu, Javi y Rai son reflejos de su voluntad de vivir y rebelarse ante un destino adverso.

Viajes, viajes en tren. Miradas al tren. En diversos períodos del siglo XX: los 40, los 50, los 70, los 80, los 90. En lugares diferentes: Extremadura, Madrid, Castilla, Asturias. El tren en la infancia, la adolescencia, la juventud, la madurez o la vejez. En estaciones o al aire libre.

Las imágenes de los trenes constituyen secuencias inolvidables de nuestro cine y, acaso, de nuestra propia vida. Las películas y los trenes: Barrio, El espíritu de la colmena, Beltenebros, Volver a empezar, Los santos inocentes. Los cineastas: León de Aranoa, Erice, Miró, Garci, Camus. Adolescentes madrileños, niñas de Castilla, un asesino inglés que llega a Atocha, un republicano exiliado que regresa a Gijón, un joven soldado que se baja en Zafra. Viajaron en tren y, nosotros, gracias al cine, viajamos con ellos. Cine y memoria. Ferrocarriles del recuerdo.

Tomado de: Encadenados

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Cine social sin nosotras

Por Irantzu Varela @IrantzuVarela

Que sí, que Javier Bardem lo borda. Como (casi) siempre. Es de esos actores tan buenos que se te olvida que lo es, y se encarna en ese señoro explotador, cenutrio y -a mi pesar- entrañable a ratos, de tal forma que te lo crees, por arquetípico que sea.

Pero El buen patrón es decepcionante la mires como la mires.

Si la miras con perspectiva de género (que no te digo feminista, ¿eh? te digo con la conciencia básica de que las mujeres somos la mitad de la gente) no supera ni la prueba básica. Hay pocas mujeres con diálogo, prácticamente no hablan entre ellas y, si lo hacen, es por su relación con un hombre. Vamos que no pasa el test de Bechdel. Y así no se puede. Así se puede ver El Padrino (Coppola, 1972) o 12 hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957), pero no una película hecha en 2021 por un director que cree, y así lo afirma en las ruedas de prensa, que está haciendo “cine social”.

Entre los escasos papeles femeninos de la última película de Fernando León de Aranoa tenemos a la esposa “consentidora”, a la “infiel” (la comedia es clichés, pero estos apestan a obsoleto), a las prostitutas, a la secretaria liada con el superior intermedio y a las becarias enamoradas del jefe viejo. De lo más revolucionario, todo.

Solo hay una mujer con trama propia, que encarna Almudena Amor, y que consiste en la subversiva figura de una joven, bella y lista becaria que se enamora (no os lo vais a creer) del jefe viejo, tan viejo que es el mejor amigo de su padre. En realidad, lleva enamorada de él toda la vida, tatuaje incluido. Nunca habéis visto nada igual antes en el cine, amigas. Ella, con su inocente mirada y su perversa belleza, le seduce, pérfida femme fatale, sin que él pueda evitar caer en sus redes y encima (no os vayáis a pensar que el director se ha dejado llevar por sus fantasías de señoro) cuando follan, ella se pone encima, lo hace todo, y le deja baldado con “lo que ha aprendido en el porno”. No es para nada un estereotipo patriarcal ni una proyección de heteruzo mayor. Es “cine social”.

Si la miras como una película con intenciones mínimas de transformación de las estructuras de la sociedad (supongo que eso es el “cine social”, ¿no?), tampoco libra. Se enmarca en una empresa familiar, y este marco sirve para desplegar conflictos laborales y personales, que son una oportunidad para la crítica, la mirada ácida o, por lo menos, la comedia inteligente. Pero es una oportunidad perdida.

El jefe explotador es más tonto que malo y explota más por costumbre que por clase. El mando intermedio es esbirro y está más cansado (y jodido por su mujer) que enfadado. El obrero despedido está solo (además de jodido -este también- por su exmujer) y su protesta es ridícula, sin estrategia, ni conciencia de clase (ni rastro de sindicatos, por cierto). El segurata es majo, empático, tontorrón y nada violento. El obrero explotado de por vida, también en domingo, es sumiso y agradecido. El nazi es un buen chaval con mal ojo para las amistades y mala suerte. El marroquí es un fucker. Un argumento de vanguardia, vamos.

Una película “social” sobre un empresario de medio pelo de provincias sería una sátira atrevida sobre la mezquindad de quienes viven del trabajo ajeno, las puñaladas entre compañeros, las estrategias para sobrevivir a cualquier precio, los obreros de derechas, los cipayos de clase, la violencia machista y el racismo en el mundo empresarial; también sobre la mediocridad de quienes heredaron su posición, además del puesto; y sobre las redes clientelares, los chanchullos, la pantomima familiar, el compadreo. Pero El buen patrón no es eso.

La película de Fernando León de Aranoa es un retrato costumbrista, bien hecho, de una España de laca y gomina, chuletón y Ribera de Duero, de mediocres, enchufes, pelotas y puteros. Pero no es buena, ni profunda, ni compleja, ni crítica, ni cuenta nada nuevo.

Si la miras como una comedia, tampoco es para tanto. El sarcasmo de las mujeres de ellos, burlándose -con la boca pequeña- de los hombres hechos a sí mismos que lo han heredado todo, el chiste sobre las subvenciones al cine, la coña de la gorrona de impresoras… chistes algo buenos, pero que no terminan de encontrar una estructura crítica, o rompedora, o una estructura a la que agarrarse. La peli te la cuenta el título: un empresario que va de bueno y no lo es. Y ya estaría. Con chistes como de guionista de Buenafuente (o sea, buenos, pero sueltos).

Esperábamos más del director de Familia (1996), de Barrio (1998), de Los Lunes al Sol (2002), de Princesas (2005). Esperábamos que nos hiciera reír con una comedia y que nos hiciera pensar con una película seria. Que hiciera honor a su trayectoria o que siguiera los pasos de comedias que han hecho historia. Un poco de Amanece que no es poco (Cuerda, 1989), de El sentido de la vida (Jones & Gilliam, 1983), de La muerte de un burócrata (Gutiérrez Alea, 1966). Un poco de comedia social, que es lo que nos habías prometido, Fernando.

Sé que puede parecer que tengo algo contra los señoros. Y lo cierto es que lo tengo. No soporto que quienes ocupan los espacios hegemónicos en la creación cultural, quienes acaparan el prestigio, la legitimidad, los espacios y el dinero, actúen como si no hubiera pasado el tiempo. Como si no hubieran existido las luchas y las conquistas del movimiento feminista, del movimiento antirracista, del colectivo LGTBIQ. No se puede hacer películas como si no hubiéramos recorrido todo lo avanzado. Haced películas, haced comedias, pero no creáis que estáis cambiando el mundo haciendo lo mismo de siempre, contando vuestras historias sin moveros una micra de la posición en la que estáis subidos, creyendo que la vida, el arte, la cultura, la política es eso que véis desde ahí arriba.

En el Festival de Cine de San Sebastián, donde se presentó la película, hubo críticos que daban la Concha de Plata a mejor interpretación a Bardem, y que consideraron que “se lo habían quitado” cuando la ganaron Jessica Chastain y Flora Ofelia Hofmann, porque hay señoros que sienten que todo es suyo y nada es nuestro en todos los gremios.

La película está bien realizada, bien interpretada y funciona, pero eso no es mucho pedirle a una historia que aspira a llegar a los Oscar (es la candidata española) y que va de obra trascendente. Merece señalarse la música de Zeltia Montes, compositora que va acumulando premios y nominaciones y que confirma que las mujeres están ocupando el espacio que se les ha cerrado hasta hace poco en todos los ámbitos creativos.

El cine es una expresión artística, pero también una contribución al relato que construye el imaginario colectivo, por eso no es una obra aislada que no interactúa con su contexto, sino una pieza que marca las posibilidades de nuevos caminos a nuevas realidades. Ya no estamos para historias de bellas mujeres que se enamoran de viejos, de personajes planos que cincelan estereotipos, de realidades blancas y cisheteras donde todos son malos, y los malos son buenos. Ya no estamos para ser las espectadoras o las secundarias. El mundo ya no es eso, el cine no puede serlo.

Tomado de: Pikara Magazine

Tráiler del filme El buen patrón (España, 2021) de Fernando León de Aranoa

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La colmena (1982), de Mario Camus

Por Enrique Fernández Lópiz

Gran novela, excelente película y fiel retrato de la posguerra

Hace muchos años leí la excepcional novela de Camilo José de Cela de título La colmena. Novela que por la censura sólo pudo publicarse en 1951 en Buenos Aires y que, finalmente, con la anuencia de Manuel Fraga, se editó en España en 1955. A mí me cautivó esta obra, considerada entre las mejores novelas españolas del pasado siglo.

En la novela y en la película el encuadre donde se suceden los acontecimientos es el Madrid de 1942, durante tres días que ni siquiera son correlativos en el tiempo. En la historia, con un verismo radical, Cela dibuja la realidad social de aquella época de posguerra, adoptando un punto de vista objetivista.

La obra recorta mucho y selecciona dentro del inmenso conjunto de personajes y situaciones que abarca. En el filme, apenas aparecen unas decenas de los más de trescientos personajes de la novela. Y entre estos, apenas figuran las clases más acomodadas, ni tampoco cobra relieve la clase obrera o los sectores marginados.

Predomina la clase media baja y la pequeña burguesía venida a menos. Son gentes en una situación difícil, inestable, con un futuro incierto y que viven viéndolas venir, «a salto de mata», como suele decirse: al día. Sus aspiraciones e ilusiones son falaces.

Sus miradas «jamás descubren horizontes nuevos», y su vida, como luego transcribiré al final de estos comentarios en palabras del propio Cela, es una «mañana eternamente repetida». Personajes, en definitiva, transitando por «caminos inciertos».

Camilo José Cela escribe en el prólogo a la primera edición de la novela: «La colmena no es otra cosa que un pálido reflejo, que una humilde sombra de la cotidiana, áspera, entrañable y dolorosa realidad, (…) no aspira a ser más que un trozo de vida narrado sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vida discurre, exactamente como la vida discurre. Queramos o no queramos. La vida es lo que vive —en nosotros o fuera de nosotros—; nosotros no somos más que su vehículo, su excipiente como dicen los boticarios. (…) Su acción discurre en Madrid, en 1942, y entre un torrente, o una colmena, de gentes que a veces son felices, y, a veces, no».

Fiel al espíritu de la novela, Mario Camus, fallecido hace muy poco y a quien quiero humildemente homenajear con estas palabras sobre su excepcional filme, consiguió una genial película costumbrista de aquella época, con una magnífica ambientación. Se trata de un cine ponderado, minucioso, de precisa puesta en escena, realizado con maestría soberbia y una depurada técnica a todo nivel.

Y, sobre todo, con tres puntos de apoyo que soportan con genialidad este proyecto. El primero, por supuesto, su excelente dirección. De otra parte, un guion muy bueno de José Luis Dibildos, con la ayuda de Cela, que hace una adaptación ejemplar, soberbia y admirable de esta novela de nuestro Nobel de Literatura en 1989.

El otro puntal es un elenco actoral extenso y de primer nivel donde todos, actores y actrices, hacen papeles memorables que ya quedan en el recuerdo del buen cinéfilo. Que todos los actores sean de primera línea se fundamenta en que al ser tantos los personajes que intervienen, de no haber sido interpretados por figuras estelares, la trama habría podido parecer una maraña de personajes confundibles. Mientras que, de esta manera, todos los roles son asociados a un actor o actriz grande, por lo que todos los personajes quedan identificados.

Participaron, y tal vez me olvide de alguno: Luis Escobar, Charo López, Fiorella Faltoyano, Concha Velasco, José Sacristán, Emilio Gutiérrez Caba, Mary Carrillo, José Luis López Vázquez, Francisco Rabal, José Sazatornil, Francisco Algora, Elvira Quintillá, Luis Ciges, Agustín González, Antonio Resines y María Luisa Ponte (impresionante), además de otros que empezaban a destacar, como Imanol Arias, Victoria Abril y Ana Belén, y ¡hasta el mismísimo Cela tiene su papel como el singular inventor de palabras!

Tiene el filme una excelente música del egregio Antón García Abril, y una fotografía de Hans Burmann, tenue y amarillenta, que casa a las mil maravillas con la historia y el momento.

La obra de Camus obtuvo nada menos que el León de Oro del Festival de Cine Internacional de Berlín en 1983, hace ya cerca de cuarenta años.

Si la novela me impresionó, la película, cuando la vi hace años, me llenó, y vista hace poco, volvió a gustarme igual, dándome la impresión de que Camus no ha envejecido, que sigue vigente con este filme y tantos otros entre los que cabe destacar otra película grande y multipremiada, adaptación de la novela de otro insigne novelista español, Miguel Delibes: el filme Los santos inocentes (1984), otra de las grandes películas de nuestra cinematografía.

O sea, que ver ahora La colmena es revisar nuestra reciente historia. Justo cuando decimos estar en crisis (lo cual nadie duda): ¿qué diríamos entonces de aquel panorama posterior a nuestra contienda civil que nos presentan Cela-Camus en este retablo, reflejo y espejo de esa época de miseria a todo nivel?

En la historia, una colmena de personajes cuyo epicentro es el café de Doña Rosa (que en otra época fue cementerio, pues las mesas de mármol son lápidas, lo cual descubre el pobre grupo de poetas que allí se reúnen). No sólo se describe la escasez de recursos económicos de los clientes hasta para tomarse un mísero café, sino también, con esta metáfora audaz de las lápidas, retrata la situación del momento, que hace buenas las palabras del gran Dámaso Alonso cuando escribió en una noche de insomnio de 1940: «Madrid es una ciudad de un millón de cadáveres.» Me permitiré transcribir este poema al final de esta crítica, pues creo que viene enteramente al caso.

Principalmente, esta película narra con un descarnado humor, la situación económica, política y social de la época. Una especie de soberbio y preciso documento histórico, como lo es la novela de Cela, si bien la obra literaria es insustituible; o sea, recomiendo su lectura, más allá de que se visione esta gran película.

Al final de la cinta, en boca de Teófilo Martínez, locutor, actor, y una de las mejores voces españolas del siglo XX, se declaman unas líneas de la novela de Cela, donde se dice:

«La mañana sube, poco a poco, trepando como un gusano por los corazones de los hombres y de las mujeres de la ciudad; golpeando, casi con mimo, sobre los mirares recién despiertos, esos mirares que jamás descubren horizontes nuevos, paisajes nuevos, nuevas decoraciones.

La mañana, esa mañana eternamente repetida, juega un poco, sin embargo, a cambiar la faz de la ciudad, ese sepulcro, esa cucaña, esa colmena…

¡Que Dios nos coja confesados!»

Es una película para conocer y tener una más justa apreciación del presente, nos conviene entender cómo fue nuestro pasado no hace tanto tiempo. Digo esto pensando sobre todo en los más jóvenes, los de cuarenta para abajo. Y de paso subrayo mis condolencias por la pérdida de este gran director y escritor de la generación de lo 50 que fue Mario Camus. Descanse en paz.

Y como prometía en líneas precedentes, ahí va esta poesía rebelde, desgarradora, angustiosa e inconformista con la época de posguerra de la obra de Dámaso Alonso: Hijos de la ira (1944). Va este poema de título Insomnio. A Camus le habría gustado releerlo.

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres

(según las últimas estadísticas).

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,

y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.

Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.

Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,

por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,

por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.

Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?

¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,

las tristes azucenas letales de tus noches?

Dámaso Alonso, 1944.

Tomado de: Encadenados

Tráiler del filme La colmena (España, 1982), de Mario Camus

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Vanguardia española

Fotograma Un perro andaluz, de Luis Buñuel

Por Ana Ferrá Hernández

En el mundo moderno las cosas pueden ser de mil maneras.

Joan Pijoan (1928)

El arte y la cultura avanzan gracias a personas inquietas, valientes e inconformistas que, desmarcándose del pelotón, van delante pese a todo y, con tendencias revolucionarias, rompen una lanza a favor de la innovación.

Ese avance de primera línea, en pos de la búsqueda de nuevos retos, se lleva a cabo por caminos inexplorados en virtud de la capacidad individual del artista que los sondea.

De esta forma, estas novedosas expresiones artísticas se vinculan, surgiendo movimientos vanguardistas en entornos tan dispares en un principio como la pintura, la literatura, el arte y, cómo no, el cine.

Una experimentación en la indagación creativa fue el motor que arrancaba mentes y extremidades de unos artistas autónomos y capaces de transformar el lenguaje plástico y literario, enmarcándolo dentro de nuevas referencias, alcanzando de este modo otro nivel.

El fin más patente, en todas las obras circunscritas a esta corriente, es la originalidad en la exposición de conceptos. El espectador, neófito en estas lides, queda estupefacto a merced de la creación y, todavía hoy, somos capaces de sorprendernos ante tal capacidad expositiva. Esas desafiantes provocaciones, fruto de la libertad de expresión de los artistas, hacen del material, que rompe con todo precedente, un pozo sin fondo para críticos que buscan desmenuzar y analizar estos complejos e intrincados trabajos. Todo un reto para quien esté dispuesto a imbuirse en él.

Pero ir a la cabeza tiene un precio; llegar antes a la meta. Lo original y nuevo es breve, y así son los ciclos vanguardistas, en contrapartida, ocupan un espacio tan relevante que su peso específico resulta abrumador y, sin duda, concebimos la historia gracias a ellos: quien da primero, da dos veces.

Las vanguardias se engloban en dos momentos temporales, a saber, la vanguardia histórica que se enmarca desde la primera mitad del siglo XX hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial (1939) y la segunda ola de vanguardias, cuyo inicio acontece tras la finalización de esta (1945).

La aparición de nuevas tecnologías, el crecimiento económico industrial y la investigación científica, facilitada por un intercambio comercial que acercaba pareceres y culturas, despertó la curiosidad de artistas e intelectuales que vieron la posibilidad de ampliar fronteras tanto física como psicológicamente.

De esta forma, las vanguardias artísticas como la soviética, el expresionismo alemán o el surrealismo francés llegaron a España. A raíz de ello, el creacionismo o el ultraísmo fueron algunos tímidos movimientos que se gestaron en la península.

Además, la creciente transformación social y las tensiones entre clases posibilitaban una mayor libertad al artista que luchaba por avanzar hacia el futuro rompiendo las tradiciones, ese era el camino hacia el progreso.

Irremediablemente se fue quedando cada vez más estancado, la lógica del consumo en la era de la reproductibilidad técnica sesga principios novedosos de originalidad y vanguardia. Ese fue su fin.

Esa «crónica de una muerte anunciada» fue el germen de una auténtica revolución. Un lenguaje original que rompe con toda convención se convierte en incomprensible para un público no ilustrado. Sea como fuere, esta renovación ejerció gran influencia, convirtiéndose en la revitalización de nuestra cultura visual artística y literaria, afectando sobremanera al arte y a la sensibilidad de artistas posteriores.

Estamos ante un cambio de paradigmas, una crisis se avecina ante el impulso irracional de unos soñadores que representan la realidad a través de su imaginación. Son artistas y literatos quienes alzan su voz ante la muchedumbre solitaria, el espíritu de una época se subleva y, expresando temores y expectativas, manifiesta el sentir de toda una población.

Las vanguardias artísticas y literarias se manifiestan en el cine y sin ellas este no habría encontrado cauces ni leguajes propios. Aunque fue una relación de doble filo en la que todos salieron beneficiados, el cine las absorbió de tal modo que acabo imponiéndose.

El papel de las vanguardias históricas es fundamental para su reconocimiento como arte. Construido el discurso visual y textual, a través de la imagen, el desarrollo es imparable.

El cine, hijo de la cultura burguesa, tiende al realismo. Nace como un arte que incorpora la cuestión de la tecnología, la producción y la distribución en masa.

La vanguardia cinematográfica no rompía con tradición alguna, puesto que carecía de ella. Desprovisto de pasado, todo era nuevo, camino inexplorado para mentes ávidas. Miel sobre hojuelas.

Las tímidas vanguardias del panorama cinematográfico español coinciden con la transición del mudo al sonoro. Una original forma de expresión estaba surgiendo, gracias a la cual entendemos el cine en nuestros días.

Al margen de la consolidación de la industria cinematográfica aparecen los interesantes experimentos de unos pocos y es ahí donde detendremos la mirada para comprender mejor.

Esta sí es la historia de un cine que tuvo su movimiento vanguardista peculiar, fugaz, con pocos representantes, pero con trabajos que han servido de guía a generaciones posteriores, tanto dentro de las fronteras peninsulares como allende los mares.

Una nueva y atractiva forma de diversión se presenta con el cinematógrafo, en él se unen arte e industria, vinculando al espectador tanto en la identidad de la realidad mostrada como en el espacio-tiempo donde esta se desarrolla.

Los recursos, técnicas y procedimientos creativos se amplían, esta modificación conlleva, con cambios y matices, la creación de grandes obras, descubriendo otra forma de admirar la realidad. Una realidad vista a través de ojos inconformistas permite percibir las cosas de un modo irracional. Ya lo describió Baudelaire (1821-1867) en sus poemas y lo manifestó Ramón Gómez de la Serna en sus greguerías. La embriaguez desvirtúa la percepción de las cosas. Películas como Esencia de Verbena (Ernesto Giménez Caballero, 1930) representan verazmente esta realidad.

Desprendernos de ideas preconcebidas es quizá la forma más pura de ver. Las vanguardias relativizan, fragmentan y sustituyen. Ese cine-ojo que mira sin tapujos ni pudor, descrito por Vertov (1896-1954) y representado en El sexto sentido (Nemesio M. Sobrevila, 1929) es el ingenuo inicio de una corriente que establece una reflexión metafísica sobre el cine y la mirada. Reducida la distancia estética entre hombre y espectador (Daniel Bell, 1919-2011), éste se sumerge en sus propias emociones.

De modo artesanal y con pocos recursos frente a una población poco docta, fueron Barcelona, Valencia y Madrid los tres puntos cardinales a destacar. Espacio de arte popular se integró en la vida de los españoles en el siglo XX.

A través de la creación de los Cineclubes, un público específico disfrutaba de las primeras experimentaciones presentadas. Con el fin de alcanzar una mayor difusión se establecen proyecciones de todo género que, a pesar de la escasez económica, llegan mejor a la población. De esta forma se llevan al cine acontecimientos populares como las zarzuelas y, alcanzando su madurez estética, se consolida como instrumento de entretenimiento. Manifestación cultural que representa a la sociedad y se relaciona con los movimientos artísticos de la época.

De personalidad propia, muchas de las películas, filmadas con rollos de nitrato de celulosa, fueron irrecuperables, puesto que se perdieron en incendios. Aun así, muchas obras populares, en las que la literatura, la novela o el teatro fueron llevados al cine, se conservan en filmotecas y archivos.

El nacimiento de una nueva alfabetización fílmica asienta referentes atemporales. Músicos, fotógrafos, pintores o escritores encuentran en el cine una magnifica ventana donde manifestar su potencial.

Sentados a la mesa del café del Pombo respiramos vanguardia. Novedades e inquietudes se plantean en unas conversaciones distendidas. Jóvenes rebosantes de inquietud reunidos en torno a ella escriben, sin saberlo, un pedacito de nuestra historia.

Fue Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), escritor y periodista, impulsor de estas reuniones, erigiéndose como figura principal en la animación de la vida literaria madrileña y del movimiento vanguardista que nos ocupa, creando, en este café, una de las tertulias  más famosas de todos los tiempos. De esta forma, humores metafóricos y conversaciones serias discurrían a lo largo de las mesas y, entre cafés y aguardiente, compartían agradables momentos.

Empiezan los años veinte y José Gutiérrez Solana (1886-1945) plasma en lienzo estas reuniones, emplazadas en un local que, a modo de institución, se convierte poco a poco en uno de los centros neurálgicos culturales de la ciudad. En él, una silla vacía invita a nuevos personajes a compartir esos instantes de novedad y sabiduría.

Siempre podremos retomar ese viejo hábito que es charlar.

Gómez de la Serna

La greguería, ese aforismo personal propio de Gómez de la Serna le convierte en personaje imprescindible para Ernesto Giménez Caballero (1899-1988), quien en 1930 dirige el corto Esencia de Verbena, cuya estructura vanguardista nos recuerda trabajos de otros directores de la época, como son Luis Buñuel (1900-1983) o Edgard Neville (1899-1967). En ella se expone de forma desinhibida el sentir de las verbenas y su verdadera esencia.

El espíritu castizo y el sello personal de Neville, presente en sus insólitos y peculiares trabajos, le convirtieron en alguien capaz de ofrecer un trabajo con estilo y buen gusto, retratando, de un modo crítico y sutilmente irónico, la sociedad de la época.

Las publicaciones, plataformas relevantes para propagar el movimiento vanguardista, daban voz y eco a personas comprometidas que, mirándose al espejo de vanguardias europeas, expresaban su sentir en la península ibérica. La gaceta literaria (1927-1932), dirigida por Giménez Caballero y Pedro Sainz Rodríguez (1897-1986), Vltra (1921-1922), Cruz y Raya (1933-1936), dirigida por José Bergamín (1985-1983) o El litoral, dirigida por Emilio Prados (1899-1962) y Manuel Altolaguirre (1905-1959) eran algunas de las más relevantes.

¡Qué bellísimo nombre para una revista! Debo recordar que yo he tenido algo que ver con él. En mi viejo soneto A un capitán de navío… por ti los litorales de frentes serpentinas… y en muchos otros poemas de Marinero en tierra y libros posteriores, empleé esta palabra con tanto éxito, que cuando en aquellos años iniciales de mi generación lanzaron la revista, la palabra que ya ondeaba desde hacía tiempo repetida en el aire, fue elegida y estampada por ellos, en lo alto de su cubierta, en bellos caracteres negros sobre un profundo azul Mediterráneo.

Rafael Alberti

Los textos vanguardistas relacionados directa o indirectamente con el cine permitían que en España fueran conociéndose estos movimientos. La vinculación de esta información con los profundos cambios culturales desarrollados a finales de los años veinte hizo posible la maduración de estas nuevas ideas que provenían de diversas partes de Europa.

Poetas, dibujantes y otros colaboradores se vincularon a estos proyectos. La nueva cultura española cristalizaba por medio de estas publicaciones. En ellas aparecían las opiniones de artistas como Luis Buñuel o el joven Salvador Dalí (1904-1989) que, interesados por el mundo artístico, descubrían en el cine una nueva forma de expresión.

El pintor de Figueres, uno de los artistas más relevantes de la historia de España, excéntrico e inconformista, plasma el mundo con exquisita sensibilidad artística.

En 1929, vinculados por un sueño, realizan juntos Un perro andaluz, experimento cinematográfico, entendido por pocos y admirado por muchos que, increpando al espectador mediante inquietantes primeros planos, representa el zenit de esta colaboración, convirtiéndose en uno de los títulos más representativos del movimiento.

El primer Cine-Club Español aparece en los años 30. La vinculación de Luis Buñuel es innegable, ofreciéndonos trabajos de poesía visual, se compromete, al igual que los escritores de la generación del 27, a cambiar el mundo. La utopía de crear un movimiento cultural en España es el motor de una gesta que, como un embrión, pugna por desarrollarse. Estos escritores, poetas e intelectuales plasmaron la renovación de cambios sociales y políticos de la época.

El cine de vanguardia tiene nombre propio: Buñuel fue un hombre de ideas claras, su estilo personal seleccionando planos, rodando las escenas planificadas previamente, su gran capacidad de ejecución, milimétrica pulcritud o la profusión de detalles fueron algunas de las claves que enmarcan todos sus trabajos.

Junto a Federico García Lorca (1898-1936) o Rafael Alberti emprenden proyectos interesantes que permiten renovar el mundo de la imagen. Interaccionando plumas, ideas y percepciones se adquiere una mayor dimensión. Gracias a la fusión de cine y poesía, los límites entre realidad y ficción aparecen desdibujados más que nunca.

Yo nací -¡respetadme!- con el cine.

Rafael Alberti

La representación artística de la realidad fusionada con el campo de los sueños y la locura abre un mundo infinito de posibilidades. Los amigos Dalí, Lorca y Buñuel no dejaron perder esa oportunidad. Sus efervescentes pensamientos se plasmaban en guiones, escenas, planos pictóricos o en cualquier momento de locura creativa en el que la genialidad acudía en su busca.

Literatura, fotografía o artes plásticas, cualquiera podía adaptarse a las necesidades del cine. Este, como arte más representativo de la época, acrecentaba el interés de artistas e intelectuales que, preocupados y curiosos, acudían a él en busca de nuevos retos y experiencias. Las filmaciones se alternaban con recitales poéticos o conciertos musicales, sesiones que rompían con la estética tradicional.

De este modo, se increpa al espectador que, aturdido, contempla este movimiento revolucionario y se cuestiona vivencias ajenas y propias bajo el nuevo prisma. Trabajos únicos y exclusivos forman parte de la historia y trascienden como obras claves, tiempo y espacio.

A principios de verano de 1930 se rueda Esencia de Verbena, poema en 12 imágenes orquestado por Ernesto Giménez Caballero, quien se encarga de dirección, guion y producción de esta greguería, cortometraje documental que representa un pedacito de historia madrileña. En blanco y negro y a 35mm nos ofrece esta pieza de 11 minutos de duración que, transformada en video, podemos disfrutar actualmente como legado.

Luces y sonidos se combinan y a modo de exquisita metáfora de la época y retratan momentos festivos de la sociedad madrileña. Pocos documentos vanguardistas son los que encontramos en la cinematografía española (Vicente Sánchez Biosca, 1957) lo que incrementa brillantez y singularidad de los osados directores dispuestos a experimentar en este campo.

Documental costumbrista que, junto con las audacias formales de la vanguardia, nos propone un equilibrio improvisado entre lo popular y lo vanguardista. El pueblo y sus costumbres retratados de forma peculiar.

Norias, churros, gigantes y cabezudos, aguardiente y chiquillos cuajan las secuencias con insólitos movimientos de cámara. Las tomas desde el tiovivo son un buen ejemplo de ello.

Mediante trucos, en un montaje rápido y secuencial, se ofrece esta pieza vagamente surrealista que muestra, con sonorización y voz en off incluida (de Ramón Gómez de la Serna) un particular punto de vista.

Clásico del cine de vanguardia española, repleto de elementos populares (como la poesía de García Lorca), representa las fiestas y verbenas de la ciudad. Retratando diversos lugares y rincones, nos transporta a otra época. Una visión diferente muestra la esencia de Madrid, sus fiestas populares y las extrañezas que conllevan para el foráneo.

Numerosas estampas ofrecen en la cinta distintas versiones de las verbenas madrileñas: San Antonio (festividad popular San Antonio de la Florida, 13 de junio, congregados en el paseo de la Florida avanzan en romería hasta la ermita del santo), San Isidro (fiestas patronales en honor a Isidro Labrador celebrada el 15 de mayo con romerías, atracciones… espectáculos tradicionales del casticismo madrileño), San Lorenzo (fiestas populares más antiguas del barrio de Lavapies celebradas el 10 de agosto completan la trilogía festivalera junto a las de la Paloma y San Cayetano, celebrada esta última el 7 de agosto en la plaza del Cascorro, cerca de la iglesia parroquial que lleva su nombre, como conmemoración del fallecimiento de este santo en Nápoles :San Cayetano de Thiene,  1671), el Carmen (en el barrio de Carabanchel, Vallecas y Chamberi, celebradas desde 1577 para conmemorar la fundación del convento Carmelita de San Dámaso) o  la Paloma (Clásica Zarzuela Tomás Bretón, 1894. Fiestas celebradas en el antiguo barrio de Calatrava –ahora la latina– en honor a la virgen de la Paloma sobre el 15 de agosto).

Otras como Santa Cristina (en Puerta del Ángel, el 24 de julio) o la antigua La Virgen del Puerto, conocida hoy como la Melonera (en Paseo de las Delicias, el 8 de septiembre) también forman parte del legado popular de la ciudad y en ellas, como en todas, barquillos y mantones pueblan las calles.

Los barquilleros, las chulas madrileñas, mercaderes en sus puestos de fruta y la población general disfrutan por igual de unas fiestas populares que no discriminan clase social, edad ni ocupación. Aunando tradición religiosa con cultura popular ofrecían a la sociedad momentos de ocio y disfrute, ferias y carruseles admirados y sentidos por todos. Más allá de los lugares está el bullicio de sus gentes, esa es la verdadera esencia de cualquier verbena.

Espectáculos populares en tiempo de glosadores. El Pabellón artístico de Antonio Valle, la barraca de los autómatas con el carillón, los carteles con faltas ortográficas, el prestidigitador con turbante, el torero, las sillas giratorias, el borracho o la estocada, todo aparece representado en breves minutos.

Ramón Gómez de la Serna es quien, en clave de humor, expone de alguna forma las diversas escenas y, moviéndose de una a otra, actúa de forma burlesca frente a una cámara que le sigue. Su giro de cabeza de modo vertiginoso o el momento del tiro al blanco dispuesto al impacto de las pelotas, no hacen más que acrecentar la particular singularidad de esta filmación. Recordar a Chaplin en estos breves instantes es inevitable, comprender mejor el contexto, también.

Las madrileñas castizas, los mozos de buen parecer y los chiquillos curiosos componen la algarabía que bulle en las calles y plazas de la capital española en sus momentos más lúdicos, festivos y entrañables; celebraciones que, Dios mediante, se repetirán año tras año.

Tiene esa rueda (la de la noria) el mismo fin que el vino, que el polvo, que el organillo, que el baile y que los ojos de las verbenas: marear.

Ernesto Giménez Caballero

Esta filmación se torna fantasía mediante imágenes captadas a modo de bocados de realidad y, con un pie en el surrealismo, resalta como veían y vivían los coetáneos estas pintorescas celebraciones.

Poema documental que describe tradición y costumbres a ritmo de organillo y chulapa. Las tomas creativas destilan cultura y nos permiten un inmediato regreso al pasado. Los acontecimientos religiosos sirven de puente y en su conmemoración recordamos nuestra historia. Gracias a ella podemos disfrutar del momento presente y esa toma de conciencia histórico-religiosa nos ayuda a seguir adelante en el tiempo que nos ha tocado vivir.

La vanguardia española fue poco relevante. Unos círculos exclusivos acogían a personajes afines interesados en esta nueva tendencia, guerreros osados que se enfrentaban a lo desconocido con todas sus armas, a pesar de todo, no fueron suficientes para la plena implantación del movimiento.

La constante búsqueda de influencias foráneas hace que emerjan algunas figuras relevantes y que tengamos suficiente bagaje cultural para aproximarnos a ella desde el punto de vista del oriundo peninsular.

La burguesía sigue nuevos caminos de expresión y gracias a ello nace una actitud inconformista que propicia interesarse por nuevos estilos.

Sea como fuere, el cine refleja el crecimiento de una sociedad industrial que, siguiendo los pasos de un incipiente futurismo, se adentra estas nuevas experiencias y retos. Se convierte en referente temático de artistas e intelectuales cuya influencia imprime carácter en todas sus obras.

Y, tras el paso de los años, supone una fuente de novedades para directores que, buscando nuevos retos, beben de su influencia.

Fuentes consultadas

www.cronicapopular.es

www.bne.es

www.museoreinasofia.es

revistasucm.es

revistasedp.edaddeplata.org

Madripedia

Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Cine y renovación estética en la vanguardia española, Alfonso Puyal

Comprender el cine: las vanguardias y la construcción del texto fílmico. Mirian Tavares, 2010

El cine español (1896-1930): Origen y evolución de géneros y estructuras. José Antonio Bello Cuevas, 2010

El videoarte y su relación con las vanguardias históricas y cinematográficas. Camila Sabekis, 2015

La chula madrileña en la narrativa corta de Emilio Carrère. Carmen Servén Diez.

Imaginario en la Vanguardia española. Vicente Sánchez Biosca

La influencia del cine en la generación del 27. Flora Lobato

Vanguardias artísticas y vanguardias cinematográficas. Manuel Ángel Vázquez Medel

Tomado de: El Espectador imaginario

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