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El protagonismo de la comunidad en el documental etnográfico

Javier Expósito Martín, profesor de Antropología audiovisual y arqueólogo español

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Transcripción de la entrevista a Javier Expósito Martín, profesor de Antropología audiovisual y arqueólogo español, en el espacio Diálogos en reverso de la Unión de Periodistas de Cuba, realizada el 9 de febrero de 2022 en torno al tema: Del registro etnográfico al video antropológico compartido. Nuevos enfoques desde la antropología visual.

Octavio Fraga: Hola, buenas tardes, bienvenidos a otra edición de “Diálogos en reverso” como cada miércoles, a la una de la tarde hora de Cuba. Hoy estaremos conversando con Javier Expósito Martín, profesor de antropología audiovisual y arqueólogo español. Bienvenido Javier a este espacio de la Unión de Periodistas de Cuba. Es un honor y un placer tenerte acá, buenas tardes.

Javier Expósito Martín: Hola, buenas tardes, muchas gracias por la invitación, el placer es mío, es un honor para mi también estar con ustedes y compartir este rato.

Octavio Fraga: Bueno, como es ya dinámica de este espacio hacemos una breve presentación del invitado. Javier Expósito está desarrollando su doctorado en Historia, Antropología y Arqueología en la prestigiosa Universidad Complutense de Madrid. Pratica sistemáticamente la docencia y la investigación en temas propios de su labor profesional. Como creador audiovisual ha materializado más de veinte documentales etnográficos —que no es poco— y a la par, simultanea trabajos como arqueólogo en Chile, nación donde ahora desarrolla buena parte de su labor. Sus ensayos están incluidos en importantes revistas científicas de España, Chile y Perú. Bienvenido Javier una vez más.

 Javier Expósito Martín: Gracias.

Octavio Fraga: Nos hemos puesto de acuerdo en el tema, él lo ha querido titular “Del registro etnográfico al video antropológico compartido. Nuevos enfoques de la antropología audiovisual”. Un asunto que no envejece y que nos parece importante abordar. La primera, es una especie de pregunta base. ¿Cuál es tu visión sobre el uso de recursos audiovisuales desde una perspectiva funcional en la investigación antropológica?

Javier Expósito Martín: La historia de la antropología visual —también conocida como cine etnográfico— tuvo como principal objetivo el registro etnográfico. Los primeros antropólogos llevaron cámaras a diferentes lugares y registraron sobre todo bailes rituales, danzas, documentaron este tipo de comportamiento físico. Una vez que volvían a sus universidades —a sus centros de trabajo— estudiaban el registro que habían hecho. Para ellos esa labor era fundamental.

Estamos hablando de antropólogos de finales del siglo xix, así que la antropología audiovisual —como a mí me gusta llamarla, porque el audio sin dudas es muy importante también— empezó a desarrollarse hace mucho tiempo. No es de los últimos años con el boom de las imágenes o de la televisión. Los primeros antropólogos empezaron a utilizar las primeras cámaras Lumière recién se inventaron. Los hermanos Lumière inventaron, desarrollaron este tipo de cámaras cinematográficas, y algunos antropólogos empezaron a utilizarlas con este fin, sobre todo para el registro etnográfico.

Octavio Fraga: Se impone un paréntesis. Este Diálogo… está basado en un ensayo que escribió Javier titulado: “Antropología visual. Del registro etnográfico al cine compartido”. En una parte del texto afirmas: “Los antropólogos que incorporaron la cámara en su trabajo de campo a finales del siglo xix, lo hicieron con un propósito claro, documentar las pautas culturales de los pueblos que estaban extinguiéndose tras la colonización europea”. Pero ese ejercicio de documentar culturas, otras, se ha materializado también desde encuadres europeístas o anglosajonas. Yo te pregunto: ¿cómo resolver esa distorsión cultural, esa praxis en el trabajo de campo que nace en otras regiones y no siempre acierta en la investigación antropológica?

Javier Expósito Martín: Por ahí va en realidad el artículo, por hacer un repaso diacrónico de la historia de la antropología audiovisual, y ver cómo estos primeros antropólogos utilizaban las herramientas audiovisuales para el registro. Pero se quedaban en eso muchas veces, no había una relación con las comunidades porque básicamente lo que querían era tener el registro para posteriormente analizarlo. Por tanto, el trabajo antropológico con las herramientas visuales no se realizaba con las comunidades. Esto cambió, afortunadamente, con el paso del tiempo, y ahora lo que estamos proponiendo muchos antropólogos y antropólogas es trabajar con las comunidades de manera más horizontal, desarrollando talleres si en estas comunidades no se sabe utilizar las herramientas audiovisuales, para que aprendan a manejar las cámaras de video, las cámaras de fotos. No sólo para el trabajo antropológico que se está haciendo, sino que cuando el antropólogo o la antropóloga se vayan, ellos queden con ese saber y lo puedan poner en práctica por ellos mismos en las comunidades. Eso es lo que hicimos, por ejemplo, con unas comunidades quechuas en Cuzco, en los alrededores de la ciudad de Cuzco.

Octavio Fraga: Y de alguna manera, por tu experiencia, al hacer esas grabaciones o esas fotos estas quedan como memoria, congelas esos momentos que pueden perderse.

Javier Expósito Martín: Como decía Patricio Guzmán: Un país sin cine documental es como una familia sin álbum de fotografías. Y los documentales sirven para hacer la memoria viva de una comunidad, de un país.

Octavio Fraga: Entonces, asumes al cine como un instrumento de comunicación audiovisual y como una forma de registro documental. ¿También desde otras miradas?

Javier Expósito Martín: Es increíble la cantidad de información que da; un simple fotograma o una simple fotografía es un elemento etnográfico de gran interés. Hay que tener en cuenta, siempre lo decimos, que la imagen, el frame, el cuadro, determina cuál es tu mirada. Porque estás eligiendo qué es lo que está dentro de ese encuadre y si encuadras algo es porque consideras que es más importante que lo que está fuera. Con lo cual, haces una interpretación cultural de tu trabajo de campo, seleccionas lo que crees que es más importante y crees que tienes que compartir y lo qué va a quedar reflejado en tu documental o en tu fotografía; entonces el registro es fundamental.

También hay que tener en cuenta que estas técnicas audiovisuales nos ayudan a conocer cómo viven, cómo sienten, cómo se relacionan los miembros de diferentes comunidades. Las tecnologías o las herramientas audiovisuales son perfectas, idóneas para registrar, para transmitir comportamientos, creencias y, sobre todo, para construir un conocimiento compartido. No es sólo que el antropólogo o la antropóloga aprendan de esa comunidad, sino que la comunidad también aprenda del antropólogo, del investigador que va allí y que el conocimiento sea compartido.

Estas herramientas audiovisuales, además, son perfectas para registrar el patrimonio tanto cultural como inmaterial. Para este último, son muy importantes. Por ejemplo, para una danza, un baile o un relato oral, ¿qué mejor que el audiovisual? Queda registrado y no dependemos de la memoria o del buen escribir del antropólogo o de la antropóloga que redacta lo que vio en su trabajo de campo. Con la herramienta audiovisual, con la cámara, lo tenemos ahí y vamos a poder compartirlo y difundirlo. Este es otro aspecto fundamental, el de difundir las culturas de otras comunidades. También, darles la posibilidad de mostrar cuáles son sus inquietudes, sus problemáticas, sus reivindicaciones. Todo eso lo podemos hacer con la herramienta audiovisual.

Octavio Fraga: Cuando te escuchaba me estaba acordando sobre un documental del que yo escribí hace unos meses: La sal de la tierra, de Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado. Es un filme biográfico sobre el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado.

Javier Expósito Martín: Sí.

Octavio Fraga: Que es un fotógrafo maravilloso.

Javier Expósito Martín: Sí.

Octavio Fraga: Y tú ves esas fotos de ese gran artista, que ha viajado el mundo entero. Lo que ha documentado Sebastião Salgado en toda su vida es excepcional y tiene que ver con eso sobre lo que tú estás reflexionando. No sé si conoces el documental.

Javier Expósito Martín: Sí, sí, conozco el documental, las fotografías son espectaculares. Hay que tener en cuenta también que cuando estamos registrando algo inmaterial como puede ser un canto o un relato oral, cuando lo grabamos y lo convertimos en un CD, este material lo estamos protegiendo, lo estamos conservando, lo estamos preservando, y lo podemos archivar. Son perfectos para conservar el patrimonio, y de alguna manera, este patrimonio inmaterial se convierte en algo material, en algo material en tu CD, que lo puedes difundir, lo puedes mover.

Octavio Fraga: Seguramente coincidirás conmigo en que el cine documental ha sido el mejor aliado, el mayor aliado, de la labor de los antropólogos. ¿Cuáles son las variables que apuntan a legitimar esa mirada?

Javier Expósito Martín: Claro. Hay que tener en cuenta cuándo se empiezan a hacer realmente documentales antropológicos. En los años treinta, Margaret Mead y Gregory Bateson, por ejemplo, hicieron el famoso documental Trance and Dance in Bali; ahí podemos empezar a hablar de un documental. Hay una estructura y un análisis de la imagen, pero hay que tener en cuenta que incluso Margaret Mead cuando hizo este documental, en realidad lo que estaba utilizando era las imágenes que filmó veinte años antes cuando solamente quería registrar. Fue veinte años después, ya en los años cincuenta, cuando recopiló ese material y le dio un sentido en el montaje y añadió su voz en off. Entonces ahí estamos, ya en los años cincuenta, y sobre todo antropólogos de Estados Unidos, se dieron cuenta del potencial que tenían estos documentales. Por una parte, para la difusión de sus documentales en la televisión de Estados Unidos, y, por otra, para sus clases en la universidad. Ellos utilizaban sus propios documentales para mostrarlos a sus alumnos, y servían como práctica para hacer trabajo de campo, o enseñar a hacer trabajo de campo desde las aulas. El valor del documental —a partir de ese momento— no ha parado de crecer, y lo que vamos viendo es la tendencia de hacer un documental con una mirada muy propia, centroeuropea también, muy positivista. Apuntaban hacia unas tendencias más colaborativas, de tener más en consideración la problemática o las demandas de las comunidades con las que se hacen los documentales. Para esto último el documental es muy valioso, tanto desde el punto de vista del antropólogo como para su investigación científica, como también desde el punto de vista de las comunidades.

Octavio Fraga: Como tú bien señalas en tu ensayo “Antropología visual. Del registro etnográfico al cine compartido”, el documental Nanook el esquimal de Robert Flaherty  —todo un clásico de la cinematografía universal—, el realizador de esta pieza pasa de la observación a la puesta en escena.

Javier Expósito Martín: Sí.

Octavio Fraga: Desde tu perspectiva como investigador ¿legitimarías ese segundo estadio, el de la puesta en escena?

Javier Expósito Martín: No, no. El gran acierto de Flaherty con este maravilloso documental —que es una pieza fundamental en la antropología audiovisual y que durante muchos años estuvo olvidado y de alguna manera marginado desde la mirada de la antropología—, fue que él se dio cuenta de que tenía que hacer puesta en escena. Pero, ¿qué significó en realidad la puesta en escena? Que pasó de hacer o intentar hacer un documental sobre Nanook a hacer un documental con Nanook, con su familia, y construyó cinematográficamente su vida. Lo que vemos en el documental de Nanook no es cómo era la vida de los inuit en ese momento en el que estaba Flaherty filmando, sino que con Nanook y con su familia hizo una reconstrucción de cómo era la vida de los inuit antes de la llegada del hombre blanco. Por ejemplo, ellos no cazaban con arpones, ya tenían rifles y cazaban la morsa con rifles; sin embargo, hay una secuencia famosa en la que vemos cómo Nanook y sus compañeros cazan una morsa con arpón. Evidentemente es mucho más trabajoso, pero eso se puede conseguir porque estás haciendo un trabajo colaborativo con los protagonistas del documental y porque saben el valor que va a tener el registro de esas antiguas costumbres, muchas de ellas ya desaparecidas.

Otro ejemplo clásico de puesta en escena es la construcción del iglú. Vemos una secuencia en la que Nanook junto a su familia están construyendo un iglú —la vivienda típica de los inuit— y es muy interesante porque lo que vemos en ella no es una secuencia clásica de antropología, en la que el antropólogo pone la cámara encima del trípode a una distancia prudencial y filma en tiempo real la construcción del iglú. Lo que vemos es un montaje paralelo, porque no sólo vemos cómo se construye el iglú, vemos cómo juegan los niños, vemos a la compañera de Nanook. Son diferentes secuencias que están ocurriendo a la vez que se construye el iglú, entonces nos está dando mucha más información, eso es puesta en escena.

También es muy famosa esta parte final en la que vemos a Nanook y a su familia desde dentro del iglú y cómo se están despertando a la mañana siguiente. Sabemos que esa secuencia se pudo filmar porque el iglú no se construyó entero, sino que se dejó a la mitad, porque si se construía de manera completa Flaherty no tenía luz suficiente para filmar dentro.

Entonces lo que estamos viendo ahí es claramente una puesta en escena, pero a mi modo de ver ofrece muchísima información, y muy rica. De otra manera, no podríamos tenerla guardada y verla. Sabemos que esto se le criticó mucho a Flaherty, y de hecho fueron olvidados de alguna manera sus trabajos durante mucho tiempo, hasta que cineastas franceses como Jean Rouch, por ejemplo, gente de la Nouvelle Vague, recuperó el trabajo de Flaherty y de Dziga Vértov.

Octavio Fraga: En tu trabajo hablas del método de colaboración participativa, sin dudas es algo diferente a lo que las anteriores escuelas de antropología han cimentado. Sé que es tu manera de abordar tu labor científica. Desde el punto de vista del resultado del trabajo audiovisual, del corte final, ¿qué le distingue de las anteriores experiencias en términos de estudios de campo del trabajo antropológico?

Javier Expósito Martín: Este tipo de cine etnográfico compartido lleva mucho tiempo haciéndose. Tú mismo me comentabas antes acerca de una experiencia que han tenido en Cuba hace unos años, como veinte años. En Brasil ha habido experiencias como Video nas Aldeias, de Vincent Carelli, como Terence Turner con los kayapo. En Chiapas, también ha habido a partir de los años noventa trabajos compartidos en los que se ha enseñado a las comunidades cómo utilizar las herramientas audiovisuales, las cámaras; se les ha enseñado cómo editar, y se ha hecho un trabajo compartido con ellos. Lo que estamos entonces proponiendo es precisamente ahondar un poco en ese trabajo, porque creemos que todo el mundo va a salir beneficiado, porque creemos que el trabajo antropológico va a ser más profundo y que las comunidades también van a salir ganando algo con este trabajo compartido. Aprenden a utilizar las cámaras, a hacer documentales, porque ahora mismo, hay muchísimas comunidades indígenas que saben utilizar las herramientas audiovisuales, pero igualmente se puede hacer ese trabajo compartido. Lo interesante es tener una estructura más horizontal de la que hemos tenido, en la que siempre el antropólogo o la antropóloga estaba arriba y las comunidades abajo; entonces se trata de democratizar un poco todo este proceso de investigación. Además, el resultado va a ser, como decía antes, más rico antropológica y visualmente.

Es interesante, por ejemplo, el trabajo de Pablo Mora en Colombia. De su investigación salieron tres documentales. Uno con la visión más de las comunidades indígenas: dura seis horas, un trabajo compartido de cincuenta y dos minutos, que es el tiempo más o menos que se usa para televisión, y otro con una visión más antropológica, por parte suya. Entonces ese trabajo compartido ya se está haciendo y yo creo que es en el que hay que seguir ahondando, siempre lo digo, teniendo en cuenta la opinión de la comunidad. O sea, la comunidad tiene que ser la que dé el visto bueno de manera consensuada a querer hacer un trabajo compartido con el antropólogo o con la antropóloga. Si la comunidad no quiere que se haga un documental sobre ellos, o no quiere hacer un documental etnográfico compartido evidentemente no se hace.

Octavio Fraga: Javier, ¿cuáles son los temas predominantes, reiterados, importantes, que distinguen a estos grupos de creación que me has citado? ¿De alguna manera están conectados entre ellos, hay intercambio de experiencias, de retroalimentación, de asesoría?

Javier Expósito Martín: ¿Desde el punto de vista antropológico?

Octavio Fraga: Sí.

Javier Expósito Martín: Dentro de la antropología son trabajos de campo para analizar diferentes comportamientos en comunidades; esto se tiene más claro en América o en Latinoamérica, que para hacer trabajo de campo no necesitas irte a un lugar remoto ni a una comunidad olvidada, sino que el trabajo de campo y la antropología audiovisual se pueden hacer aquí a la vuelta de la esquina.

Desde Europa, en ciertos lugares, aun se piensa que para hacer el trabajo de campo hay que ir a un sitio lejano. Los temas no varían, son claramente la investigación cultural, las tradiciones culturales, la cosmovisión, los modos de organización de diferentes tipos de comunidades. Lo que cambia es la perspectiva de cómo hacer este tipo de investigación

Octavio Fraga: Tú me hablas de una democratización de las decisiones, de la participación creativa, pero ¿cómo se resuelve esa pluralidad y esa horizontalidad en el proceso de la creación de los trabajos antropológicos en que tú has participado, cómo se desarrolla?

Javier Expósito Martín: ¿Te refieres a la etapa de edición y montaje o a todo el proceso?

Octavio Fraga: A todo el proceso, porque ahí tú nos cuentas que hay una horizontalidad, una democratización de los procesos, supongo que en las diferentes etapas de realización, de investigación de campo incluida, pero ¿quién decide, si es que alguien decide?

Javier Expósito Martín: Claro, ese es el reto en realidad, el cómo llevar eso a la práctica. Creo que, por así decirlo, si tuviéramos que seguir unos pasos lo primero sería llegar a la comunidad, plantear, debatir, consensuar la realización de un audiovisual etnográfico con la comunidad o con los grupos humanos indígenas o no indígenas, o de la ciudad con los que quieras realizar la investigación, mediante este procedimiento de cine compartido.

Puede ser que ellos se reúnan y consulten a sus autoridades ancestrales de diferente manera, pero creo que lo primero es plantear esa posibilidad a la comunidad y que ellos decidan. A partir de ahí, si se llega a un acuerdo, elaborar con la comunidad un plan de investigación acerca de qué temas podemos investigar. Ellos seguramente van a tener unos temas que para ellos son muy importantes y les gustaría trabajar en ese sentido. El antropólogo a lo mejor tiene otros. Igual, llegar a un punto de acuerdo y poner sobre la mesa los diferentes temas para elegir un plan de investigación y un diseño de pre-producción del audiovisual. Evidentemente todo esto requiere un trabajo de campo intensivo, tienes que estar trabajando con la comunidad un tiempo, que te conozcan, que tú les conozcas, que haya un proceso de empatía también. Si la comunidad no sabe utilizar las herramientas audiovisuales, que el antropólogo o la antropóloga dé talleres de manera gratuita, para enseñarle cómo se utilizan las cámaras, cómo se edita y, claro, cuando estamos hablando de cómo se edita no sólo se trata de qué teclas tienes que tocar, sino de cómo mentalmente te imaginas el guion de tu documental. Ahí empieza a haber diferencias, se van viendo más diferencias entre la mirada del investigador, que seguramente va a tener una mirada de cine, vamos a decir tradicional, o más europea, o más estadounidense, y la mirada que tiene cada pueblo de cómo cuenta las historias.

Octavio Fraga: Has llegado a un punto que me interesa; es decir, ese es un punto muy importante porque ahí puede haber un choque de trenes, por decir una frase típica.

Javier Expósito Martín: Claro.

Octavio Fraga: ¿Cómo resolver eso?, porque de alguna manera te pregunté al principio sobre esa mirada anglosajona, europea, y ahora estamos en otra fase que tú nos explicas que me parece maravillosa, pero eso tiene una concreción práctica.

Javier Expósito Martín: Claro, yo creo que puede ser complicado, pero lo bonito en realidad, que como antropólogo llegues a entender cuál es la forma de mirar y cuál es la forma de contar historias de esa comunidad. Si lo consigues, es que realmente estás haciendo un buen trabajo de campo, porque lo que no puedes hacer es ir con tu mirada occidental con la que a lo mejor sólo ves cuadrados y ellos tienen círculos. Así no va a encajar.

Octavio Fraga: Claro.

Javier Expósito Martín: Entonces ahí está el trabajo de campo y ahí está también el reto de entender, de intentar entender cómo es la cosmovisión de esa comunidad. Ellos también, con el contacto que van a tener con el antropólogo, van a aprender cuál es la mirada, y entonces se puede llegar a un acuerdo. Pero lo que planteo es intentar entrar en ese juego, como decía Jean Rouch cuando metía la cámara en pleno ritual, como vemos en Los maestros locos. Se trata de entrar en el juego, plantearlo y ver qué pasa. Lo hacemos con la cámara porque es nuestra herramienta; como antropólogo audiovisual mi herramienta de trabajo es la cámara. Entonces vamos a plantear que entramos en un juego en el que vamos a utilizar la cámara para contar diferentes historias, y esto se puede resolver llegando a un acuerdo, o haciendo diferentes documentales, como decía antes de Pablo Mora. Pero yo creo que cuanto más entendamos cuál es la cosmovisión del otro, más fácil va ser el trabajo audiovisual compartido. Ese es el reto también.

Octavio Fraga: Sin dudas. Hay una pregunta que te tenía guardada, que me interesa subrayar referente al tema de los contextos. Cuando se hace un trabajo de campo, una investigación etnográfica audiovisual, a veces los realizadores de documentales, que no son necesariamente antropólogos, obvian el contexto ¿Qué importancia le das y cómo resuelves este capítulo en tu labor científica?

Javier Expósito Martín: El contexto siempre es fundamental, porque no puedes analizar un tema, o es totalmente erróneo intentar investigar un tema sin tener en cuenta el contexto, todo el contexto en realidad, sea cultural, político o de dominación; siempre hay que tener en cuenta el contexto. Si no tienes claro qué es lo que te vas a encontrar o qué te puedes encontrar, seguramente vas a fracasar o va a ser más complicado hacer tu trabajo, entonces lo importante no es sólo decir: “Vengo a investigar cómo es la tradición del ritual”, sino enmarcar dónde, cómo, cuándo se celebra ese ritual, si antes se realizaba de una manera y ahora de otra, por qué; si lo utilizan, si lo desarrollan hombres, mujeres, quién puede participar, todo el contexto: si antes se podía hacer libremente y ahora por un tema político no se permite y se tiene que hacer de forma clandestina, entonces todos estos elementos hay que tenerlos en cuenta. Sin dudas, son super importantes.

Octavio Fraga: Tú y yo, que somos profesionales del audiovisual, sabemos que el proceso de edición, como ya dijimos al principio del diálogo, implica editar, discriminar, obviar imágenes, ¿tienes algún principio, alguna regla intocable en el proceso del montaje?

Javier Expósito Martín: Sí, como dices, el momento de la edición es un momento fundamental, se puede comparar con el momento de la escritura. Tienes que plasmar tus investigaciones. Para mí también es un momento mágico. Jean Rouch hablaba del cine trance, de este cine en el que tanto el etnocineasta, el investigador que lleva la cámara en la mano, como los participantes de un ritual o de cualquier actividad pueden entrar en trance, y este trance es compartido. El que lleva la cámara, como los participantes de un ritual en la comunidad, puede llegar a entrar en ese trance mientras está mirando.

Cada vez lo tengo más claro, se podría hablar de una edición trance, cuando en el momento en el que estás editando entras en una especie de trance y las imágenes empiezan a fluir por tu cabeza y empiezas a plasmarlas en el time-line del programa de edición. Claro, para esto ya sabemos que hay que tener un mínimo guion estructurado —aunque sea por partes— de cómo vas a construir el documental. Pero dentro de esas partes, sí creo que se puede dar esta especie de trance en el que de alguna manera las imágenes fluyen y te van llegando, y vas construyendo el documental gracias a estas imágenes que te surgen.

También me estoy acordando ahora de algún documentalista que hacía una semejanza entre el documental final y una talla en madera terminada. El escultor tiene la figura final que ha tallado, pero al principio tenía un tronco, y en su imaginación la imagen de la figura final de esa talla. Lo que tiene que hacer es ir quitando trozos del madero para dejar la talla final. Este documentalista me decía que algunas veces veía el documental ya en su cabeza, entonces lo que tenía es que ir haciendo como el escultor, ir eliminando las imágenes que no le servían para dejarlo en ese documental que ya tenía en su cabeza. Y esto también le pasaba un poco a Jean Rouch, porque cuando él dice que mientras estaba filmando ya estaba construyendo el documental en su cabeza, así estaba adelantándose a la etapa de montaje o de edición. Aunque sabemos que esta etapa es totalmente creativa, y dicha magia y puede cambiar lo que en principio tenías planeado.

Octavio Fraga: Citas en tu texto sobre esta experiencia de colaboración participativa que el resultado final del trabajo va a la comunidad “fotografiada”, ¿qué pasa en ese momento? ¿hay pluralidad de opiniones, divergencias, puestas de acuerdo? ¿cómo es ese colofón? Es muy importante saberlo.

Javier Expósito Martín: En realidad volvemos nuevamente a Flaherty y a Nanook, a lo que hizo Flaherty con Nanook, quien inició esta antropología compartida (un documental con Nanook no sobre él) que recuperó Jean Rouch,  y que también puso en práctica Jean Rouch. Se trata de crear un fill back con la comunidad a través de las proyecciones. Entonces Flaherty mostraba las proyecciones a Nanook y allí se iban consensuando y se iban viendo los posibles cambios o las siguientes secuencias. Lo mismo hizo Jean Rouch. Es famosa aquella secuencia de la cacería de hipopótamos en el documental sobre el Gran Río, en Níger, en la que Jean Rouch estaba filmando una cacería de hipopótamos y va en su barquito, en su kayak junto con gente de la comunidad, les acompañaba mientras les filmaba esta cacería de hipopótamos. Él montó esa secuencia y, como hacía en otras ocasiones, se la mostró una noche a todos reunidos, a la comunidad. Normalmente a la comunidad le gustaban estas secuencias ya montadas por Jean Rouch, pero en este caso no fue así. Cuando volvía a ponerla y escuchaba murmullos, que preguntó qué pasaba, por qué no les gustaba. La gente de la comunidad se lo explicó. El problema estaba en la música. Cuando Jean Rouch hizo el montaje de la cacería de hipopótamos, le añadió una pista de audio, una música que él había filmado unos días antes con esa misma comunidad. Pero resultó que los participantes dijeron que cuando se va a cazar hipopótamos tiene que haber completo silencio porque si no los hipopótamos escuchan la canción, la música, y huyen.

Octavio Fraga: Qué bien.

Javier Expósito Martín: Y por eso no les estaba gustando. Jean Rouch les dijo: “No se preocupen”. Y en el documental se escucha un poquito de la música, pero en el momento que van a cazar al hipopótamo la elimina, para que el hipopótamo no pueda escuchar la música y huir. Posteriormente vuelve con música. Esa es la importancia del fill back, de esta antropología compartida a través del audiovisual, de crear un documental teniendo en cuenta la opinión de la comunidad y de crear esos lazos que tan importantes son, siempre que vamos a hacer un trabajo etnográfico.

Octavio Fraga: Estos trabajos que tú has hecho, Javier, vamos a pensar que los hayas podido llevar más allá del espacio de filmación, de la presentación en la comunidad, a otros escenarios, digamos, académicos, universitarios, o de televisiones públicas o privadas ¿Qué recepción ha tenido, qué mirada ha habido sobre esos trabajos desde el punto de vista crítico, de reflexiones científicas? ¿cuál ha sido el resultado de tu labor?

Javier Expósito Martín: Para mí son relevantes los que puedan aportar a las comunidades, como los trabajos que hicimos con el Museo Afroperuano en Zaña, en el norte del Perú. Zaña es un pueblo con raíces afro; los colonizadores españoles llevaron esclavos africanos allí para trabajar la caña de azúcar y ha quedado una herencia afro. Entonces con este museo comunal afroperuano estuvimos registrando cómo recuperaban instrumentos musicales que habían utilizado estos descendientes de esclavos africanos.

Fue muy interesante, hicimos pequeños videos de cada uno de los instrumentos cuando los estaban reconstruyendo, los editábamos y los subíamos a YouTube para compartirlos rápidamente. Entonces cuando volvíamos a la comunidad y hablábamos con los jóvenes —porque sobre todo eran jóvenes zañeros los que participaban de estos talleres de reconstrucción de instrumentos—, veíamos cómo su orgullo y recuperación de su identidad afro iba subiendo. Cada vez que íbamos sentíamos que ellos tenían más autoestima, que no se sentían inferiores al criollo o al limeño, y que cada vez más estaban con más ganas y más orgullosos de su herencia y de su música, y querían aprender a tocar los instrumentos, y querían bailar con la música de esos instrumentos, y querían compartir estos videos que subíamos a YouTube, y les hacía mucha ilusión cuando sus familiares de Lima o de otras partes del Perú les decían: “Os hemos visto, y qué contentos estamos de que os hemos visto en estos videos, y que vemos que estáis haciendo instrumentos”. Ellos seguían las visitas que tenían los videos en YouTube.

Ese fue un proceso que nos pilló un poco por sorpresa, fue muy bonito ver en la realidad —no que alguien te lo cuente— cómo la autoestima, la recuperación de la identidad opacada, oprimida, olvidada, sale a relucir, y ese es un aspecto muy bonito al hacer documentales etnográficos. Y yo valoro más que un documental lo pasen en una televisión o un espacio así.

Octavio Fraga: Lo que me estás contando me parece maravilloso, fíjate, y no me había percatado de ese efecto en la propia comunidad, pero insisto: ¿estos materiales que tú has realizado han tenido algún tipo de presencia en los llamados espacios de cultura occidental? ¿cuál ha sido su impacto? Porque tú y yo coincidimos que hay una mirada —en Cuba decimos colonizadora— de la cultura, otra. ¿Estos materiales han tenido alguna contribución a ese cambio de mirada?

Javier Expósito Martín: El impacto en grandes medios, o en televisiones, o mediales es nulo o prácticamente nulo, teniendo en cuenta que, por ejemplo, en España, este tipo de documentales no interesa. Allí lo que interesa es otro tipo de programas de televisión basura, básicamente. Entonces, intentar hacer un tipo de cine etnográfico o antropológico aspirando o teniendo ese afán de que los grandes medios o cines lo pongan es perder el tiempo. Yo voy por otro lado, no me interesa tampoco mucho eso, doy por perdida esa batalla. Lo que me interesa es el otro lado. Por ejemplo, cuando estaba en Madrid hicimos un documental sobre un centro social ocupado, sabíamos que un documental en el que un grupo de jóvenes están ocupando una casa que está vacía, y lo hacen para denunciar el sistema criminal capitalista, evidentemente no iba a tener una repercusión dentro de las estructuras mediáticas de España. Pero eso nos daba un poco igual; lo que sí nos interesaba es hacer proyecciones por diferentes centros sociales ocupados de Madrid u otras partes del estado y generar debates, e intentar que la gente entendiera porqué se estaba ocupando.

La gente que no ocupaba no entendía mucho por qué se ocupaba, y entre los que ya estaban dentro de ese mundo se generaban debates y otras posibilidades de cómo organizarse y cómo ir tejiendo redes para que el movimiento siguiera avanzando. En Madrid, desde el punto de vista más de América, de ir haciendo un trabajo con las comunidades, y apoyarlas a preservar su cultura y a que su identidad se vea reforzada también con la ayuda de las herramientas audiovisuales.

Octavio Fraga: Bueno, Javier, yo te agradezco tu presencia aquí en “Diálogos en reverso”, reitero, un espacio de la Unión de Periodistas de Cuba, todos los que estamos acá te agradecemos mucho lo que nos has aportado, y te impulsamos a continuar tu labor, que nos parece muy importante.

Javier Expósito Martín: Como les comenté anteriormente, para mí es un placer, es un honor estar con ustedes, y sobre todo estar con gente como es la cubana, a la que respeto y admiro desde hace mucho tiempo. Realmente espero poder ir algún día allí, para mí es un referente, siempre lo ha sido Cuba, agradecerles y darles ánimo también en su lucha, y a continuar.

Octavio Fraga: Bueno, ha sido Javier Expósito Martín, realizador audiovisual y antropólogo español. Gracias reiteradas para ti, y los esperamos el próximo miércoles a la una de la tarde, como siempre, en otra emisión de “Diálogos en reverso”. Gracias, Javier.

Javier Expósito Martín: Gracias a ustedes, cuídense, que estén muy bien, y saludos a todos, chao.

Octavio Fraga: Un abrazo grande.

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Cine etnográfico: De representación científica a constructo cultural

La búsqueda de una mirada. Antropología visual y cine etnográfico. Elisenda Ardévol. Editorial UDC

Por Javier Campo

Los ortodoxos, aquellos investigadores que han construido una serie de principios más o menos férreos de lo que debemos llamar cine etnográfico, parten de la regla de que es necesario ser etnógrafo o, al menos, estar siguiendo una metodología etnográfica para considerar los films como etnográficos (Loizos, 1992: 54). Pueden llegar a considerar un film como Forest of Bliss (Robert Gardner, 1986) una probable contribución a la antropología, pero “sería un grave error considerarlo un film etnográfico, dado que nunca trató de serlo”, según Peter Loizos (1992: 58).1 Entonces, de esto se desprende que es necesario que el director siga “métodos etnográficos” para rotular su film como etnográfico, entre otros requisitos como la necesidad de que sea acompañado de un texto escrito. Como en el caso de una tesis audiovisual, la cual generalmente debe contar con un texto que explique las decisiones estéticas y narrativas tomadas, es necesaria la apoyatura de la palabra escrita. Según Peter Fuchs y Karl Heider, otros dos “puristas” según Marcus Banks, la etiqueta de “cine etnográfico” no es gratuita, debe ser ganada siguiendo reglas científicas (Banks, 1992: 119). En fin, sin textos, los films solo “pertenecerán al terreno del film de puro entretenimiento” (Loizos, 1992: 63).2

Otros prefieren una definición menos restrictiva, como Paul Henley, quien ancla el cine etnográfico en una definición “más moderna”: en el film y no en la titulación profesional del director: “no es necesario ser un antropólogo para hacer un film de pensamiento etnográfico, tampoco es necesario que un film adhiera por completo a la definición para que sea considerado etnográfico” (2017: 209-210). En su experiencia como director del festival de cine del Royal Anthropological Institute de Londres, para considerar un film como etnográfico (y programarlo en el festival del RAI), alcanza con que se adhiera, en algún nivel, al nebuloso espacio conceptual de la “etnograficidad” (Henley, 2017: 210).

Dicha noción, desarrollada por los estudios heterodoxos, es decir no puristas, también está presente en Film as Ethnography (1992), el libro seminal que compila muchas de las visiones contrapuestas que aquí se presentan. Uno de sus editores, Peter Crawford, afirma allí que existen diversas gradaciones de “etnograficidad”, incluso llega a esbozar siete tipos, entre los cuales se da cuenta de que no es imprescindible seguir una metodología antropológica (1992: 67-74). Por ello Crawford puede llegar a sugerir que el cine directo, o bien el documental de observación en su acepción más amplia, han sido prácticamente institucionalizados como “etnográficos”. Las innovaciones “desarrolladas por el cine de observación llegaron casi a volverse reglas de la realización cinematográfica etnográfica” (Crawford, 1992: 77).

Marcus Banks es mucho más efusivo en su prosa, destaca que “los films observacionales han sido las joyas en la corona del canon del cine etnográfico” (1992: 124). Hay una explicación más profunda para considerarlo: “debido a que las cualidades etnográficas son más sencillas de ver en el desarrollo de un ‘evento’ registrado, aparece como más objetivo, neutral y transparente” (Banks, 1992: 124). Todo lo antedicho no suspende las suspicacias de los autores, quienes se mantienen alertas ante conceptos tan cargados de significaciones.

Asimismo, Banks también se encuentra de acuerdo con Crawford en cuanto a la consideración del cine etnográfico como mucho más suelto de las restricciones conceptuales que Heider, Fuchs y Loizos (en este último caso, nos estamos refiriendo solo a su artículo de 1992)3 destacasen, dando espacio a la presencia de la “etnograficidad” que va más allá del realizador y está apegada al film en sí mismo (Banks, 1992: 126). Es decir, no resulta relevante saber cómo denominó el director su film. Incluso Wilton Martínez, en el mismo libro, va un poco más allá: “creo que tenemos la necesidad de movernos de la dominancia del autor-texto a una consideración teorética del espectador-lector como una fuente poderosa de significación en la construcción de conocimiento antropológico” (1992: 132). Se contempla aquí el cruce de diversas variables en la consideración de este tipo de cine documental, donde los factores no son solo exógenos a la experiencia cinematográfica. En este sentido el cine etnográfico es un fenómeno cultural en que autor, texto, protagonistas y espectadores dialogan.

Uno de los aportes más interesantes, de una mente liberada de las restricciones disciplinares de la antropología, es el de Catherine Russell en Experimental Ethnography (1999). Desde sus primeras páginas afirma que el cine etnográfico es un “modo inherentemente contradictorio de práctica cinematográfica” (1999: 10). Dado que, aunque uno puede reconocer un corpus de films canónicos y una literatura que lo “celebra” y avala, “hay muy poco acuerdo sobre las ‘reglas’ del cine etnográfico y tampoco existen una serie de convenciones en las que los realizadores puedan estar de acuerdo” (Russell, 1999: 10). De lo que Russell está segura es que todos pueden acordar con el hecho de que la “historia del cine etnográfico es la historia de producción de la Otredad” (1999: 10).

En concordancia, Fatimah Tobing Rony señala que el cine etnográfico ha sido “definido racialmente”: la gente que aparece debe ser, en la mayor parte de los casos, exótica, aquella que hasta “recientemente fue categorizada por la ciencia como salvaje o primitiva, sin historia, sin civilización. En otras palabras, gente considerada ‘etnografiable’” (1996: 7). Lo que hace pasible de una etnografía a un grupo es su carácter cultural “en extinción”. Aún hoy priman los films etnográficos dedicados a la documentación de sujetos marginales para la sociedad de consumo que están, por esa misma ubicación en el espacio social, en situación de precariedad. La vieja etnografía “de salvamento”, en la que pensó Bronislaw Malinowski, vuelve en reflujo una y otra vez cuando se enciende un proyector y el presentador anuncia un film etnográfico.

Según Rony, en los films que pueden ser rápidamente catalogados como etnográficos —sobre todo aquellos realizados antes de 1960—, existe una mezcla de fascinación y horror en los espectadores, voyeurs de lo ajeno y constructores de la otredad, mixtura que identifica con el acuñamiento del concepto “canibalismo fascinante”, por su carácter antitético (1996: 10). De hecho, para Rony todo film etnográfico tiene la misma narrativa implícita, la de la evolución con los polos de tradición y modernidad jugando a las cartas (1996: 24-25). Aquellos son los que antes eran considerados atrasados en la línea social evolutiva, y que hoy catalogamos, desde una perspectiva social progresista, como “los otros”. Son los mismos: son aquellos sujetos y grupos sociales que no guardan los mismos intereses intelectuales que “nosotros”, a los que salimos a buscar por motivos social-científicos, político-solidarios o simplemente por curiosidad intelectual. Los colonialistas que consideraban a esos “otros” como “atrasados” también tenían intereses, pero materiales, de poderío económico-político, hegemónicos. Los protagonistas de los films etnográficos han cambiado en muchos casos, han dejado de ser los científicos/realizadores para pasar a ser los sujetos mismos, esos “otros”. En 120 años ha cambiado la perspectiva, mientras el set de filmación sigue siendo el mismo.

Tanto Russell como Rony, y tantos otros investigadores desde los noventa hasta la actualidad, han sido muy influidos por las teorías de la descolonización que permearon los estudios antropológicos desde los setenta. Sin dudas el cine etnográfico ha sido productor de la otredad, objetivador de sujetos y compañero de las expediciones colonialistas e imperiales; pero también se ha prestado a la descripción, representación, registro y hasta militancia en favor de otra relación con esos otros, en una simultánea reflexión sobre el nosotros.

Como opina Scott MacDonald en un trabajo reciente, “originalmente el término ‘cine etnográfico’ era aplicado a los documentos sobre culturas preindustriales, particularmente culturas al borde del colapso o la transformación. En años recientes, ‘cine etnográfico’ ha adoptado una aplicación mucho más cinematográfica” (2013: 3). Las autoras anteriormente mencionadas dan cuenta de esto cuando definen ampliamente al cine etnográfico como un término “fuertemente resistente”, algo así como una valija reforzada, que puede incluir “films científicos de investigación, films educativos para usar en escuelas, films de propaganda colonial y films comerciales de entretenimiento” (Rony, 1996: 8). En la misma línea de amplitud, de fronteras extendidas y difusas, Faye Ginsburg afirma que este tipo de cine es un médium, que trata comunicar una cultura con otra, “tratando de mediar a través del tiempo, el espacio, el conocimiento y los prejuicios” (1991: 104).

Si definiésemos al cine etnográfico solo como una herramienta que puede estar al servicio de intereses colonialistas, deberíamos prescindir del mismo y eventualmente dejar de hacer antropología cultural. Pero podemos estar de acuerdo con Nancy Lutkehaus y Jenny Cool, quienes luego de caracterizar dicha respuesta extrema a la “crisis de representación”, declaran que tomar esa decisión abandónica supondría obviar los “intereses interculturales de toda otra corriente de la antropología” que siempre estuvo en contra del Iluminismo, “para mantener la validez de representaciones culturales hechas por personas ‘ajenas a la comunidad’” (1999: 117). Por ello es que aquí sostendremos tanto la posibilidad de seguir hablando de la presencia de films etnográficos que están siendo realizados en este mismo momento, cuanto de la existencia de aproximaciones reflexivas para representar y registrar las costumbres ajenas, no racistas ni exotistas.

Los investigadores. Selección natural

Decir cine etnográfico es lo mismo que decir cine documental etnográfico, desde nuestra perspectiva. Hasta aquí no ha sido aclarado, como no es aclarado en la mayor parte de los estudios de este tipo de cine, dado que es un elemento ya aceptado: la indagación sobre culturas y la reflexión sobre las costumbres de los otros se presenta en formato documental. Pero, aunque esto es compartido tanto por los investigadores pioneros como por los más jóvenes, ni unos ni otros han ocupado los espacios de debate propios del documental.

Un caso es ejemplificador. En la edición XXIV de la Conferencia Visible Evidence (la más grande dedicada especialmente a los estudios de cine documental), realizada en 2017 en Buenos Aires, solo se presentaron un puñado de trabajos que analizaban films etnográficos; no así estudios teóricos, entre las más de cuatrocientas propuestas. Y tampoco participó ninguno de los más activos investigadores en el terreno del cine etnográfico, gran parte de los cuales han sido mencionados aquí. Scott MacDonald resalta la importancia de esta conferencia en la introducción de su libro, ya citado, “fue fundamental para establecer una comunidad de académicos interesados en explorar la historia y las nuevas formas del documental” (2013: 10-11). Aunque Catherine Russell, Faye Ginsburg y Nancy Lutkehaus han participado de algunas de sus ediciones, no continúan comprometidas con las discusiones que se dan en torno al devenir de Visible Evidence.

A diferencia de lo anteriormente reseñado, los investigadores que se reconocen especialistas en cine etnográfico se han dado cita en festivales de cine antropológico y encuentros específicos sobre su área de estudios. Así está consignado en el libro Film Festivals and Anthropology, editado por Aida Vallejo y María Paz Peirano (2017): las Conferences on Visual Anthropology, organizadas por Jay Ruby en la Temple University en los setenta; los eventos de la Nordic Anthopological Film Association, que tienen a Peter Crawford como impulsor; el Film Festival of the Royal Anthropological Institute, dirigido por Paul Henley; el Margaret Mead Film Festival, con Faye Ginsburg como una de sus organizadoras; o bien, las iniciativas de Jean Rouch como Les regards comparés. Se trata de encuentros bien específicos, aunque no exclusivamente académicos, que tienen a la antropología como disciplina marco. En definitiva, los expertos del cine etnográfico, los que han forjado un campo de estudios particular y definido, con mayor o menor precisión, los límites de su alcance, han preferido organizar sus propios encuentros cobijados por la manta de la antropología antes que participar e involucrarse en la organización de los eventos en los que se discutiese en el amplio terreno del cine documental.

Como si se tratara de dos espacios que no tuviesen puntos de contacto, los teóricos del documental dan muy poca cuenta de las discusiones en torno al cine etnográfico; mientras que los especialistas en cine etnográfico no atraviesan las problemáticas del cine de lo real, como si estuviesen hablando de films que no fuesen documentales. Son muy infrecuentes las citas de unos en textos de los otros.4 Cuando en realidad las problemáticas de los documentales etnográficos y las del cine documental en general están fusionadas: sobre todo en cuanto a la ética de la representación de los “otros”.

De hecho, si consideramos una descripción amplia del terreno del cine etnográfico podríamos incluir a gran parte del espectro del cine documental de observación (muy presente en los más citados estudios teóricos del documental). Sin embargo, los “expertos” en films etnográficos y aquellos que lo son en teoría del documental no han establecido un diálogo fluido.

Sin embargo, hay un contexto de quiebre que compartieron unos y otros: los años noventa. En la década de 1990 se institucionalizaron los estudios de cine documental y definitivamente terminaron de profesionalizarse por su ingreso en las currículas universitarias de Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña y Francia. Transformación palpable gracias a la aparición de las conferencias Visible Evidence, en 1993, y la publicación de estudios académicos sobre cine de no-ficción que se volverán clásicos (Representing Reality, Bill Nichols, 1991; Theorizing Documentary, Michael Renov ed., 1993; Claiming the Real, Brian Winston, 1995; Rhetoric and Representation in non-fiction film, Carl Plantinga, 1997). En cuanto a los estudios sobre cine etnográfico “la reforma fue llevada a cabo gracias al crecimiento del número de realizadores y académicos, y a la ampliación en la enseñanza y estudio del cine indígena” (Rony, 1996: 197). Asimismo, será en los noventa cuando aparezcan libros que permitieron pensar en la ampliación de las fronteras del concepto, como los de Russell, Rony, Crawford, Loizos y artículos como los de David MacDougall, Ginsburg y Lutkehaus-Cool, aparecidos en compilaciones.5

Sin embargo, es insoslayable el hecho de que las investigaciones sobre cine etnográfico han sido realizadas originalmente por antropólogos. Karl Heider ([1976] 2006) y Jay Ruby (2000) fueron los impulsores de las indagaciones en este campo y, asimismo, los que han defendido un dogma de la realización documental etnográfica (llegando a indicar el uso de determinados tamaños de plano y un montaje “apropiado”). Qué es un film etnográfico ha sido una cuestión arduamente desarrollada y debatida (cuestión abordada también recientemente por Paul Basu, 2008: 96).

Heider destaca que es aquél que está más cerca de los postulados científicos de referencia (en la reedición de su libro sostiene una definición más laxa: “una síntesis entre lo científico y lo estético […] Pero no cualquier film sobre ‘otros’ es etnográfico, el film sirve de complemento a una investigación etnográfica”, [1976] 2006: 2-3). La búsqueda de la “integridad” científica del cine etnográfico es una máxima defendida, “el film es una herramienta y la etnografía el objetivo” (Heider, 2006: 3). En resumidas cuentas, para Heider “las distorsiones deben ser mantenidas en un nivel mínimo y usadas para propósitos etnográficos, no por meras razones cinematográficas” (2006: 6).

Para Ruby es una falsa dicotomía considerar que “la ciencia antropológica” está en contra del “arte cinematográfico” (2000: 4). Pero, sin embargo, destaca que el cine etnográfico requiere del realizador “tener entrenamiento formal en etnografía […] Lo que hace a un film ‘etnográfico’ es su validación científica” (Ruby, 2000: 6). Al final de su estudio concreta su férrea demarcación: “El cine etnográfico debe ser un terreno exclusivo para antropólogos” (2000: 239). Esos han sido los dos principales investigadores que divulgaron postulados sobre el cine etnográfico subrayando su carácter “científico” por sobre lo “artístico”.

Cuidado, arte suelto

Michael Renov advierte sobre la posición ambigua del cine documental como discurso social “estético”:

La actitud inquisitiva proporcionada por una poética es particularmente pertinente para el documental, en la medida en que la poética ha ocupado, como veremos, una posición inestable en la articulación de ciencia y estética, estructura y valor, verdad y belleza (2010: s/p).6

El punto de vista de Renov se reduce a la consideración de que este tipo de cine (también está hablando del cine etnográfico) como ocupante de un espacio en el terreno de la poética, luego de un complejo recorrido teórico por la indagación de los conceptos de poética, política, ciencia y estética, entre otros. Entre la ciencia y el arte.

Por su parte, Peter Crawford señaló oportunamente una de las preocupaciones que continuamente vuelven en reflujo: “La realización etno-cinematográfica ha corrido siempre el riesgo de caer entre los dos taburetes de la antropología y del cine” (1992: 72). Pero ¿es necesario que adopte total y exclusivamente principios de la antropología o del cine? Depende de la perspectiva que se asuma. Según Carlo Cubero “la investigación científica, como práctica creativa tiene el potencial de impactar más allá de las instituciones académicas y más allá de la antropología. El cine etnográfico puede contribuir a las formas cinematográficas” (2017: 111). Es decir, para Cubero no hay ningún riesgo, la ciencia y el arte pueden encontrarse en un flujo más solidario, a través del cine etnográfico, mientras que la “línea purista pide rechazar consideraciones cinematográficas o estéticas” (Banks, 1992: 119). Jay Ruby explica que “los films hechos por antropólogos no tienen que verse como lo que ‘la industria’ (del cine) llama ‘buen film’” (2017: 149). Pero esa polarización se presenta en extremo forzada (los argentinos la denominaríamos como una “chicana”)7 y propone que, como no están haciendo films comerciales, los realizadores etnográficos no deberían prestar atención al desarrollo cinematográfico-estético de sus producciones. El mundo del cine tiene muchas gradaciones entre esos dos polos.

Sin embargo, también se han producido investigaciones que atravesaron la historia de este cine de forma heterodoxa: David MacDougall (1976, 1992, 1994), Peter Loizos (1993) y Emile de Brigard (1995) presentaron estudios que incluyeron obras experimentales, dejando de lado una caracterización prescriptiva. El caso de MacDougall resulta paradigmático ya que, al igual que Karl Heider, alternó la realización de films etnográficos con la reflexión teórica. Pero, a diferencia de éste, no propuso una visión restrictiva para el área de estudios.

MacDougall abrió el concepto de cine etnográfico a “cualquier film que busca revelar una sociedad mirada desde otra” (1976: 136). El cine “no solo es una herramienta de grabación, sino un lenguaje visual —continúa MacDougall—, tener en cuenta ello puede permitir a los films antropológicos la posibilidad de volverse algo más que trabajos científicos para convertirse en obras artísticas” (1976: 138). Algo negado por las posturas conservadoras anteriormente revisadas. Pero ello no significa menospreciar los conocimientos antropológicos; para MacDougall se debe evitar tanto la “creación de lecturas ilustradas” por films malos, cuanto las “distorsiones etnocéntricas” por malas etnografías (1976: 138). Bajo este punto de vista la historia del cine etnográfico adquiere relevancia para un público más amplio y va, progresivamente, liberándose de estructuras rígidas (con el desarrollo de esta perspectiva no es casual que en los escritos de estos teóricos renovadores se analicen films heterodoxos). Sosteniendo una mirada similar Peter Loizos destaca (en un texto diferente, con posiciones opuestas al ya citado de 1992) que él no intenta “demarcar las fronteras entre lo que es etnográfico o no”, ya que no le resultan útiles “las reglas y preceptos”: “las propuestas de Ruby y Heider son útiles como guías de lectura, pero mi práctica es interpretarlas más vagamente de cómo ellos quisieran” (1993: 8).

Otro de los pioneros que acompañó a MacDougall en su perspectiva abierta fue Timothy Asch: “la observación científica no alcanza. El film también debe capturar la esencia del pueblo, sus pasiones, sus miedos, sus motivaciones” (1992: 196). Aunque, así como otros realizadores, Asch “se resistió a pensar en su trabajo como ‘artístico’” (en MacDonald, 2013: 12). Negación que atravesó a otro pionero como John Marshall y a Jorge Prelorán, quien destacó:

Creo que mis películas —decía Prelorán— no son antropológicas ni etnográficas, sino documentos humanos en los que sólo importa la realidad humana que se va a transmitir. Considero que el cine que hago no es absolutamente objetivo, sino subjetivo, y por lo tanto no es científico. Tampoco creo ser un artista, porque no estoy creando. No me propongo hacer arte, aunque el filme sea parte de un fenómeno estético (en Ríos, 2005: 111-112).

Prelorán, otro pionero según la consideración de Peter Crawford (2017: 183), es un realizador para analizar detenidamente como estudio de caso sobre los vaivenes de las perspectivas identitarias que ondulan en el campo del cine etnográfico. Según Jay Ruby, y para sumar desconcierto, Prelorán “a menudo asumió ser antropólogo” (2017: 151).

Investigaciones recientes indagan en el carácter ambiguo del cine etnográfico como favorable y productivo (Peirano, 2017: 74). Rony destaca que “se mueve incesantemente entre la ciencia y el arte sin fronteras” (1996: 16). Y Colette Piault afirma que, como trabaja con imágenes, “la antropología visual mantiene un pie en el mundo académico y otro en el mundo creativo del cine” (2017: 40). Mientras que Cubero cava un poco más profundo, mirando al presente de las producciones audiovisuales, e indica que está “emergiendo un nuevo tipo de antropología, como un tipo de práctica no discursiva, más parecida a una aproximación antes que a un método, y articulando la antropología al servicio del cine, más bien que el cine al servicio de la antropología” (2017: 120). Lejos de esta consideración ha quedado aquella norma prescriptiva de la necesidad de que el film sea acompañado por un texto “escrito”, sin necesidad de romper con la categoría de “cine etnográfico”. Evidentemente, hay quienes consideran que en este terreno hay lugar para todos (aunque a veces los representantes de las diversas corrientes de pensamiento puedan discutir airadamente durante los festivales (Cubero, 2017: 116).

Final abierto

Según Karl Heider el cine etnográfico sería aquel que sigue los mismos objetivos y procedimientos que esa ciencia antropológica.8 Es, simplificando, el registro de un proceso de indagación, comprensión y explicación guiado por los principios de la etnografía. En ese sentido, mantenerse lo más apegado posible a los preceptos de una doctrina científica sería el factor que marcaría a fuego al cine etnográfico. Pero Emile de Brigard en su Historia del cine etnográfico (1975) abre el juego dando una definición en las antípodas. El cine etnográfico sería “aquel que pone de manifiesto patrones culturales” (De Brigard, 1995: 31); como expresa inmediatamente, de ello puede deducirse que todos los films, de una u otra forma, pueden ser considerados etnográficos. En una definición intermedia, en la que el cine etnográfico no sería un mero medio (como lo es para Heider) ni un espacio indefinido dentro del magno territorio del cine (tal como se deduce del texto de De Brigard), se encuentra la conceptualización de Faye Ginsburg (1999), que nos acerca una definición en línea con los movimientos cinematográficos contemporáneos.

Ginsburg hace una revisión del concepto de David MacDougall de “cine intertextual” y elaborar su propia definición de las “superaciones” de los prejuicios devenidos de visiones colonialistas y etnocéntricas que decantaron en un “efecto de paralaje” gracias a la colisión del audiovisual indígena con el cine etnográfico. Luego destaca que el viejo paradigma del cine etnográfico —como aquel realizado por profesionales “sobre” los grupos étnicos de referencia y “construido mediante la asunción de que la cultura es un objeto estable” (1999: 171)— ha sido desplazado. “La práctica del cine etnográfico —continúa Ginsburg— debe ser parte de un continuum de prácticas comprometidas en la representación de la cultura, prácticas que deben estar enredadas ampliamente en los procesos sociales, culturales y políticos comprendiendo las relaciones de desigualdad” (1999: 172). En tal orden de transformaciones el cine etnográfico es “resituado como mediación cinematográfica de la cultura que debe llamar la atención sobre la presencia de otras perspectivas” (Ginsburg, 1999: 173). En definitiva, contra aquellas definiciones ortodoxas que establecen que la producción debe quedar en manos de científicos, lo importante e interesante, para Ginsburg, es situar al cine etnográfico como una práctica en la enramada de las relaciones interculturales, en la cual el científico resulta ser un agente más en la representación de la cultura, pero de quien no depende exclusivamente la elaboración de las representaciones. Siguiendo el cauce de esta definición podemos establecer que muchos realizadores cinematográficos han hecho cine de tendencia etnográfica sin comulgar con los principios científicos de la disciplina antropológica ni respetar sus metodologías (quienes, por otra parte, no esperaron estudios legitimadores de su práctica para tomar la cámara y salir al campo).

Mirando desde otro lado el problema, Russell propone que “la etnografía en su más amplio sentido no está referida a la representación de otras culturas, sino a un discurso de cultura representado” (1999: XVII). Por eso indica que el cine etnográfico “debería convertirse en una producción textual desde la historia material de la experiencia vivida” (Russell, 1999: 14). No una representación de una investigación científica (aunque tampoco deba estar vedada este tipo de realización), sino considerarse a los films etnográficos como discursos de cultura. Como documentaciones de un estado de las culturas, de las que sus hacedores sean conscientes de su perspectiva personal, no absoluta ni definitiva. Por otra parte, se puede volver a la disciplina científica para ejemplificar este tipo de postura más abierta para el cine etnográfico. Como destacaba atinadamente Marcus Banks, “‘etnografía’ no es un término absoluto, o algo que no deba cambiar; hoy los antropólogos hacen cosas que no se hubiesen considerado como parte de la disciplina en el pasado, se trata más bien de un constructo cultural” (1992: 128). La etnografía fue cambiando, el cine etnográfico hoy acoge en su terreno y bajo su “etiqueta” producciones que promueven la reflexión sobre quiénes somos, quiénes son los otros y qué hacemos en este mundo.

Notas

1 Todos los textos publicados en otros idiomas han sido traducidos por el autor de este artículo.

2 En lo que sigue se hará notoria la gran cantidad de textos teóricos sobre cine etnográfico citados, contra la prácticamente ausente referencia a estudios latinoamericanos. Así como con respecto al documental en general, los latinoamericanos nos hemos dedicado más al análisis de filmografías que a la elaboración de clasificaciones y reflexiones teóricas sobre un fenómeno que merece ser entendido con nuestros propios términos. Es una tarea pendiente proponer teorías para el estudio de nuestros cines documentales.

3 El caso de Peter Loizos es intrigante, dado que si bien se muestra purista y ortodoxo en el artículo publicado en la compilación de 1992 (Film as Ethnography), se presenta más relajado en su libro Innovation in Ethnographic Film, publicado un año después, donde analiza films heterodoxos bajo la etiqueta de etnográficos.

4 Asimismo, en este texto hay una ausencia de citas de latinoamericanos. Nos hemos dedicado más a la historia que a la teoría. De hecho, aquí tampoco me estoy dedicando a teorizar, sino a estudiar organizadamente los estudios teóricos sobre cine etnográfico.

5 Asimismo puede decirse que la antropología había realizado un giro dramático en sus concepciones a partir de la década del sesenta a través de figuras como la de Clifford Geertz, quien reconoció los aportes de Claude Levi-Strauss y Bronislaw Malinowski, pero resituó a la disciplina como también útil para el estudio de sociedades occidentales. Sobre todo, a partir de La interpretación de las culturas (1973).

6 La versión del texto de Renov es la traducción que se publicó por vez primera en la revista Cine Documental que dirijo.

7 Una artimaña discursiva que distorsiona los términos descriptivos con fines de ridiculizar al oponente en un debate, generalmente político.

8 Heider destaca que el cine etnográfico debe seguir los pasos de una “etnografía escrita”: “un film etnográfico, como una etnografía escrita, debe relacionar los comportamientos específicos observados con las normas culturales entendiéndolos en un contexto social y cultural” y si ese registro fílmico o en video no contiene en imágenes y sonidos las generalidades que permitan formar una visión de conjunto de la cultura en cuestión, el recurso de la voz over debe ser el complemento necesario (Heider en Ardévol, 1994: 146).

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Tomado de: http://www.asaeca.org

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