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Condiciones para una exitosa película crítica con el capitalismo

Fotograma de No mires arriba (Estados Unidos, 2021) de Adam McKay

Por Pascual Serrano @pascual_serrano

La exitosa película de Netflix ‘No mires arriba’ (ojo, spoilers) ha abierto un debate sobre el cine crítico con nuestro modelo moderno de sociedad, sus liderazgos políticos, sus medios de comunicación, sus redes sociales… Recordemos que recientemente también tuvo gran repercusión la serie de la misma plataforma ‘El juego del calamar’, que presentaba una situación económica y social capaz de llevarnos a cometer barbaridades. Es como si, desde el mismo capitalismo, la plataforma hubiese descubierto un filón explotando comercialmente películas o series que muestren la cara más miserable de nuestras modernas sociedades.

Sin embargo, a pesar de que aparentan una contundente sátira y tratan personajes y situaciones sin piedad, observamos en ellas unas características y unas limitaciones que nos hacen sospechar de la intención de su crítica.

Veamos cuáles son, a la luz de los ejemplos anteriores, cómo debe ser una adecuada película crítica con el capitalismo para ser tan exitosa como inocua. Es verdad que todas las características que repasamos no se cumplen en todos los casos, pero creo que son patrones bastante frecuentes.

  1. Debe ser divertida. Vivimos en la sociedad de la diversión y el entretenimiento, nada debe alejarnos de eso. Pase lo que pase es importante reírnos durante toda la película. ‘No mires arriba’ es el ejemplo más evidente. Nos parecen patéticos unos presentadores de televisión que ríen y hacen bromas y chistes mientras les cuentan que un meteorito va a destruir la Tierra, al mismo tiempo que nosotros nos estamos también riendo de las bromas y chistes de una película sobre un meteorito que destruye la Tierra. Ocurre lo mismo en ‘Idiocracia’, una distopía en clave de humor, donde la raza humana ha degenerado intelectualmente.
  2. Los ricos y poderosos deben parecer decadentes y ridículos. Lo observamos en ‘No mires arriba’ y se aprecia todavía más en ‘Los juegos del hambre’, donde el aspecto de los poderosos se llevaba al extremo del ridículo y la ostentación. También lo comprobamos en ‘El juego del calamar’, en las escenas donde aparecen esos ricos que pagan por observar el desarrollo del juego, sebosos y depravados, uno de ellos termina humillado y doblegado por un personajes en un acto justiciero, pero sin ninguna trascendencia. De ese modo, las audiencias, que nunca se consideran decadentes y ridículas y que odian a los poderosos, estarán encantadas con el símil de la película y con la apariencia patética de ricachones y gobernantes.

En la película ‘Los Productores’, de 1968, un empresario de teatro llega a la conclusión de que si estrena una obra mala de solemnidad será más negocio que si es buena, porque no tendrá que repartir beneficios y se podrá quedar con el dinero de todos los inversores. Eligen la obra adecuada, que es un musical de apología nazi y de Hitler, en el estreno parece que el público, como era de esperar se indigna y hace amago de abandonar la sala, pero en un determinado momento aparece una escena en que Hitler sale ridiculizado, el público comienza a reír y aplaudir entusiasmado y la obra termina siendo un éxito. Ya en aquellos tiempos descubrieron que si haces a la gente reír y el malo parece tonto puedes colarles lo que quieras, aunque sea el retrato benevolente de un genocida.

  1. Es importante que el poder se presente con una identidad ambigua e indefinida, no se concretará en multinacionales con nombre, fondos de inversión o determinados gobiernos o políticos. Por eso en ‘No mires arriba’, unos ven como la presidenta de la nación a Hillary Clinton, otros a Trump y otro, el ego patrio desmesurado, a Isabel Díaz Ayuso. De hecho han aparecido negacionistas y ultraderechistas aplaudiendo la película junto a políticos de izquierda como Pablo Iglesias o el exdiputado de Ciudadanos Juan Carlos Girauta. Una reseña de eCartelera titulaba «Comunismo, negacionismo, Trump… ¿qué critica realmente ‘No mires arriba’? Los espectadores no se aclaran».
  2. Los pobres y miserables pueden aparecer, no se ocultan, de esa manera la audiencia reconoce una determinada realidad y la película gana credibilidad. Sin embargo, no se identifica fácilmente a los responsables de esa pobreza, ni siquiera parece que sea un problema por el que preocuparse. Es el caso de ‘Nomadland’, indigentes alegres que viven en una caravana y mueren entre sonrisas por no tener una medicación para el riñón, sin amago de crítica para la sociedad que provoca ese problema. Ninguna identificación hacia el modelo sanitario privado del país, los gobiernos que no les dan cobertura, las farmacéuticas que cobran un precio disparatado por los medicamentos.

En ‘El juego del calamar’ no se explica qué modelo financiero es el que lleva a esas personas a participar en el juego para saldar unas deudas tremendas y que les arruinan la vida. Ni se profundiza en la paradoja de la joven que huyó de la Corea del Norte comunista para acabar en esa situación.

  1. No debe haber ninguna opción alternativa al sistema que se denuncia. El ejemplo más elocuente es ‘Joker’, el levantamiento de una ciudadanía indignada se hace en torno a un psicópata. No hay propuesta ni alternativa, solo una revuelta violenta y absurda. Algo que también está ocurriendo en demasiadas ocasiones en la vida real, donde sociedades explotan furiosamente sin saber ni qué proponen ni a dónde quieren ir. En otra antigua película que describe el poder de la televisión, ‘Network, un mundo implacable’, de 1976, un presentador fracasado inicia una fase de demencia cuando va a ser despedido y en sus últimos programas comienza a hacer un llamamiento para que la gente salga a gritar a las ventanas diciendo que están hartos. Él mismo deja claro que no sabe cómo arreglar nada ni cuál es la alternativa, pero que salgan a la ventana a gritar su enfado. El resultado es espectacular, la gente comienza a hacerlo y él se convierte en un referente de la rebeldía.
  2. No hay líderes subversivos con un plan de lucha ni objetivos de liberación, por muy desesperada que sea la situación nunca hay un Espartaco. Y mucho menos un partido organizado que lidere una movilización como en los clásicos italianos de ‘Novecento’ o ‘Los Camaradas’.

El final de ‘No mires arriba’ es de lo más reaccionario por su resignación. En ella los científicos sensatos optan, ante el desprecio al que les someten y la llegada del fin del mundo, a juntarse a cenar con sus familias y rezar. Muy subversivo no parece.

  1. En otras ocasiones, el pobre, por muy héroe que se presente, simplemente se busca la vida de forma individual o familiar, nunca de forma colectiva. Es el caso de ‘Parásitos’, sencillamente una familia que se busca la vida y cuya única aspiración es tener dinero y confort. Incluso la lucha de la supervivencia en ‘Los juegos del hambre’, por mucho que admiren la cooperación, es inviable porque debes matar al resto de desgraciados para sobrevivir.
  2. Siempre tienes que parecer más listo que todos los que salen en la película. Hasta ahora los malos eran muy malos, ahora deben ser también muy tontos, muy simplones (‘No mires arriba’ es el ejemplo perfecto). Es el mismo modelo que se repite en las redes sociales, donde todos nos reímos y nos burlamos de los que mandan, cualquiera de nosotros está convencido de ser más inteligente que todos esos que nos gobiernan. Mientras, esos supuestos tontos que mandan, Rajoy, Ayuso, Trump o Biden, nos van jodiendo la vida. Pero… y lo tontos que son, y lo que nos reímos de ellos.

No se trata de hacer una enmienda a la totalidad de esas películas que triunfan en el mercado y que se presentan como críticas contra el capitalismo. Sin duda, son mejores que la media y aportan elementos valiosos de reflexión. Pero es importante que seamos capaces de observar las grietas en su discurso revolucionario que no lo es tanto, que nos fijemos en las trampas para hacernos creen que son más subversivas de lo que son, que no perdamos de vista los agujeros por los que cuelan patrones mentales reaccionarios o desmovilizadores sin que nos demos cuenta, y que no olvidemos que una película siempre termina siendo inocua para el sistema.

Tomado de: El Diario

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V Encuentro de la Crítica Cinematográfica

Los días 11 y 12 de noviembre se desarrollará durante la mañana y hasta el mediodía las sesiones del V Encuentro de la Crítica Cinematográfica, auspiciados por la Cinemateca de Cuba, el ICAIC y la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica.

Lugar: Sala Saúl Yelín, Casa del  Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de la Habana

Cada sesión desde las 9:00 a.m.

Jueves 11 de noviembre.

Del amor desesperado (al cine)

Ponente: Luciano Castillo Rodríguez

Cuba: cine nacional y cuerpo audiovisual de la nación

Ponente: Juan Antonio García Borrero

Cuadros en movimiento en el cine documental. Cuando el séptimo arte acoge a la pintura

Ponente: Daniel Céspedes Góngora

Negrometrajes. La imagen del negro en el cine cubano de los 70

Ponente: Raydel Araoz

Sociología de la imagen

Ponente: Mayté Madruga Hernández

El cine ensayo: un espacio de libertad e imágenes líquidas

Ponente: Antonio Enrique González Rojas

Viernes 12 de noviembre

Miradas de género en los estudios fílmicos     

Ponente: Astrid Santana Fernández de Castro

La dirección de arte en teoría. Modelo para su análisis crítico

Ponente: Berta Carricarte Melgarez

La filosofía como sustrato ideológico de filmes representativos     

Ponente: Ronald Antonio Ramírez Castellanos

Los estudios sobre cine: definición, estado actual y perspectivas futuras para Cuba

Ponente: Carlos Lloga Sanz

Cine Chaplin, 5:00 pm La caja negra Dir: Enrique Álvarez

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Rolando Pérez Betancourt: “Yo prefiero el riesgo”

Foto Página web Televisión Cubana

Por Flor de Paz @FlordPaz

A los 72 años Rolando Pérez Betancourt casi se muere. Pero logró sobrevivir a una infección nosocomial contraída en una sencilla intervención quirúrgica. Tres años después llega a los 75 y, como hace tiempo, cada viernes en la noche se nos asoma en la pantalla a través de su programa televisivo La séptima puerta, esa que abre al mundo de un cine sustentado en valores ideoestéticos.

Nació en La Habana, el 25 de septiembre de 1945, cuando apenas había finalizado la Segunda Guerra Mundial. Recuerda haber escuchado hablar de la guerra y también cómo en Cuba se sentían sus estragos: las carencias materiales, la falta de alimentos… Su abuela y su madre se lo contaban.

Es hijo de una familia muy humilde, de un padre sin trabajo y de una madre ama de casa: “viví una pobreza extrema”. Al terminar el octavo grado empezó a trabajar como aprendiz de caja en el periódico Hoy (órgano oficial del Partido Socialista Popular). Allí se hizo tipógrafo.

Fueron los viejos comunistas de aquel rotativo —que vieron a Rolando desarrollarse en los talleres de Hoy—, quienes lo llevaron al Diario de la Marina, donde se hizo diseñador empírico, a partir de lo que había aprendido en las cajas. Luego, cuando tenía 16 años, cuando Hoy y Granma se unieron, el joven formó parte de los fundadores de la publicación.

—La primera página la hizo Fidel en 1965. Y a partir de ese momento empiezo a hacer las primeras páginas del periódico Granma como diseñador, aunque también escribía.

Fue cronista deportivo, porque practicó deportes. Sin ser periodista todavía —desde que trabajaba en las cajas—, subía a la redacción de madrugada, cuando la gente se iba, y practicaba en la máquina de escribir. En 1962, o principios de 1963, hizo sus primeros textos. Y un día se decidió a tocar a la puerta de Blas Roca Calderío, y le dijo:

—Blas, yo quiero ser periodista

—¿Qué nivel de escolaridad tienes?, le respondió.

—Octavo grado

—Con octavo grado puedes hacer ciertas cosas, zanjó.

Escribió en esa época algunos trabajos sobre deporte. Blas lo ayudó mucho, también Gabriel Molina, que era jefe de información del periódico, y algunos compañeros más.

Más tarde, ya como periodista, hizo coberturas nacionales. Iba a las provincias y descubría todo lo que estaba haciendo la Revolución allí: los muchachos que ya tenían escuelas, el desarrollo de la salud pública…

—Escribí muchas crónicas; fui un cronista por excelencia en aquella época. Ganaba muchos premios de crónica y reportaje. Me fui formando en el periodismo literario y en lo que realmente me interesaba, ahondar en lo humano de quienes participaban en la Revolución. Aprendí, como todo periodista, a hacer periodismo noticioso, que es elemental, pero no daba la vida por una buena noticia. Canté muchas loas a la Revolución.

Cuenta que luego quiso escribir sobre ciertas contradicciones que empezó a percibir, aunque le resultó muy difícil. “No es fácil hacer un tipo de periodismo a noventa millas del imperialismo, tenemos que desarrollar un periodismo que nos cuide de ellos, pero que al mismo tiempo sea lo suficientemente crítico para ayudarnos en la formación de nuestros valores”.

—Siempre he dicho que la Revolución es verdad y que el periodismo revolucionario es la verdad, y hay que trabajar con esa verdad siempre en función de esclarecer y de que la gente participe.

Pero entonces no pudo hacer el periodismo que quería y se decidió por el cultural, por la crítica de cine. “Hace más de cuarenta años hago la sección Crónica del espectador. No existe en Cuba una sección de cine tan vieja como esa”.

En el periódico Granma, fue jefe de la página cultural y jefe de redacción por veinticinco años, hasta que se cansó y se dedicó a escribir.

La crítica de cine, un nuevo capítulo

Haberse dedicado a la crítica de cine ha sido para Rolando una especie de sueño realizado: de muchacho había sido un gran cinéfilo. Por otra parte, su determinación a dedicarse al análisis de ese arte desde el periodismo coincidió con otra circunstancia: Granma necesitó tener un crítico de cine que respondiera a los intereses del periódico.

—Porque criticar una película cubana en Cuba en aquella época no era nada fácil, como no lo era criticar la política de exhibición que tenía el ICAIC. Fue en ese ambiente que empecé como crítico de cine, y desde entonces hasta ahora he sido crítico de Granma, durante más de cuarenta años.

—¿Qué le ha aportado su formación profesional a su labor como gestor de espacios como la Tanda del Domingo, Cine Vivo y La Séptima Puerta?

—En medio de esa tensión que hubo entre el cine cubano y algunos críticos estuvo Mario Rodríguez Alemán, que fue mi profesor en la Universidad. Yo era de los pocos críticos de cine que, como se dice popularmente, cortaba el bacalao con Mario, al punto de que cuando él falleció en los años ochenta, me dejó su archivo.

Rolando también heredó de Rodríguez Alemán la Tanda del Domingo y Cine Vivo, que antes compartía con él. Con Mario, él había aprendido sobre la libertad de opinión, aunque el joven ya tenía sus convicciones en este sentido, “que es lo más importante que atesorar tener un crítico”.

—Es decir, te mueres con tu verdad. Escuchas a quienes quieran exponerte sus razones en torno a lo que estás criticando, pero defiendes tu verdad.

Rolando piensa que la crítica de cine en la televisión se hace en la prensa escrita, porque se tiene más espacio para razonar. En la televisión —argumenta— dices algunas cosas relacionadas con una película, los diversos puntos de vista que tienes sobre ella para tratar de llegar al ingeniero, al lechero, al carpintero, y cuando vienes a ver se te acabó el tiempo.

—Pero la televisión te da a conocer. Dices tres boberías y la gente piensa que estás diciendo grandes cosas. Después cuesta más trabajo que te lean en el periódico, pero una vez que eres capaz de crear una empatía con el espectador, entonces sí pueden seguirte en el medio impreso. Esta ha sido una combinación que he utilizado en Crónica del Espectador y en La Séptima Puerta; y antes en Cine Vivo y La Tanda. Así unos me leen y otros me ven.

—La Séptima Puerta, ¿es una continuidad o una fase diferente en su trabajo?

—A mí la televisión realmente nunca me gustó. Yo no soy un hombre de la televisión, no es mi medio. Prefiero sentarme delante de un teclado, que es donde me gusta pensar. Me vinieron a buscar del ICRT. Puse una condición que nunca ha sido cumplida: que el programa no saliera después de las diez de la noche, uno de los grandes problemas que tiene hoy día.

—La gente ve mi comentario, ve una parte de película, pero no ve el filme. Luego me llaman por teléfono para preguntarme en qué se acabó la película. Pero la televisión me ha posibilitado ser un alfabetizador del gusto.

—El gusto se alfabetiza porque yo soy un alfabetizado del gusto y mis dos hijos mayores también: una es periodista y el otro es pintor. Son unos alfabetizados del gusto. Empezaron viendo cine, el que ven todos los muchachos. Y poco a poco hubo una superación desde el punto de vista intelectual.

—Eso es lo que trato de defender en La Séptima Puerta, un programa para cierto público, con cierto nivel; un programa de películas artísticas, históricas, políticas, que requiere participación activa del espectador, de un espectador macho.

— Más allá del machismo, Julio Cortázar hablaba de espectador hembra y espectador macho. Es decir, se supone que el espectador hembra era el pasivo, de acuerdo con los viejos cánones, y que el masculino era el activo. Bueno, lo que pretendo es un tipo de espectador que participe constantemente.

—Y he tenido la satisfacción de conocer a mucha gente que me ha dicho: “compadre, he empezado viendo el programa con cierta reserva y me he dado cuenta de que es otro tipo de cine el que usted propone, otro tipo de pensamiento, otro tipo de valoración del arte, de la cultura”. Mucha gente me lo dice. Esa es una gran satisfacción.

Pérez Betancourt no ignora que siempre están los otros, los que dicen que lo que él pone son clavos, pero “esa es la lucha”. Confiesa que algunos compañeros del Ministerio de Cultura lo han respaldado durante muchos años.

—Como escritor, ¿qué le ha aportado el oficio de periodista?

—Decía Hemingway que el periodismo es importante en el momento en que lo dejas. Es difícil llevar, la tarea de escritor y periodista a la vez. Y dímelo a mí, que estoy terminando dos novelas hace dos años. Y no las termino porque entre los compromisos de la televisión, del periódico, más mi enfermedad reciente, no me ha sido posible.

—Pero sí, el periodismo ayuda mucho, a conocer a las personas, a profundizar en ellas y, sobre todo, te libera de una cierta carga de hojarasca, de cacarruchanga, como se dice en el medio de nosotros; te afila el estilo, te da una visión del mundo, te aporta cultura, que es importante, y eso está muy presente en los libros que yo he escrito. El periodismo ha sido vital en ese aspecto.

— ¿Cómo lleva el ejercicio del rigor en su quehacer periodístico?

—El rigor es lo más importante. Sin rigor no hay carrera, no hay profesión, y sin rigor corres el riesgo de venderte miserablemente, lo mismo ante una botella de ron que ante cualquier opinión. Yo siempre le decía en broma a los compañeros que trabajaban conmigo, cuando yo era jefe de la página de cultura: “Cuando se vendan se me venden caro, un viaje a Venecia, un viaje a Montecarlo, una cosa de esas”, porque el periodista y, sobre todo el periodista cultural, siempre va a estar expuesto a tentaciones.

—Tengo una divisa. Nunca en mi vida he salido con un director de cine y no tengo amigos directores de cine. Fernando Pérez es mi amigo, es mi hermano, desde otra perspectiva. Cuando he tenido que criticarle sus películas se las he criticado, cuando he tenido que aplaudírselas se las he aplaudido.

—Pero con ciertas personas no puede establecerse una amistad que vaya más allá de lo profesional. Porque entonces sabrás del trabajo que se ha pasado, del sudor que le ha costado, del dinero que se ha tenido que buscar. Y entonces llega un crítico y en quince minutos le deshace su obra. Es ahí donde entran las sujeciones.

—Y el respeto está primero. Un crítico tiene que tener mucho cuidado a la hora de hacer su escritura. Jamás van a verse en mis textos palabras de burla relacionada con una película, como sí hace alguna gente. Además, el rigor es fundamental, y el respeto hacia ti mismo. A partir del momento en que hagas una concesión… Por ejemplo, hay quienes se casan con un director. Y pueden tenerse gustos afines con un director de cine, puede haber empatía, pero si hay ciertas cosas elementales que no están bien hechas no puedes defenderlas. Eso se llama rigor.

—¿Cuál es el mayor desafío de un profesional del periodismo ante la banalidad de la cultura, de la historia?

—Bueno, la banalidad nos está comiendo a todos. El mundo vende banalidad, consume banalidad, y va en vías de convertirse en un mundo culturalmente mediocre; es decir, vende y consume mediocridad, y se va a convertir en un mundo mediocre, como nunca antes.

—Algunas personas hacen análisis de la avalancha cultural que recibimos a diario. Yo creo que sí, que es una gran avalancha, pero no es nueva. Lo que sucede ahora es que las nuevas tecnologías hacen posible que las películas, cualquier película de cien, doscientos millones de dólares, esté llena de héroes y de elementos que representen todo ese mundo frívolo y banal. No solamente en el cine, sino también en la literatura, en la música.

—Los ratings de diferentes países indican que se ven las mismas películas en todas partes, se leen los mismos libros, se oye la misma música. Y detrás de todo eso hay una bien aceitada industria del entretenimiento, que es más fuerte que nunca. Pero esa industria existía desde que yo era niño.

—Recuerdo que cuando triunfó la Revolución este país en buena medida era anticomunista, excepto las capas ligadas a los sectores más populares, obreros, que sí tenían cierta formación. No solamente era anticomunista la pequeña burguesía y la burguesía, sino también gente de cierto nivel. ¿Por qué? Porque ya existía la penetración cultural y la banalidad; estaban Los Halcones Negros, los muñequitos de Frente de guerra, estaba Joe Palooka, que era un marine, que todavía existe.

—La banalidad nos viene penetrando desde hace mucho tiempo. Ahora ha hecho una explosión lamentable y tú ves personas que salen corriendo a la casa para ver las peores telenovelas. No tengo nada en contra de las buenas telenovelas, pero increíblemente nosotros a veces formamos parte de ese gusto maligno y tergiversado.

—Hablaba ahorita de la necesidad de la alfabetización del gusto, pero encuentras a programadores de la televisión con muy escaso rigor cultural. Determinan que una película es buena no por sus valores culturales, sino porque es capaz de entretener a cualquiera en la familia. Entonces, escoge el corta y clava de los tiroteos, de las máquinas. Es decir, la banalidad nos consume totalmente, y en el mundo entero. Gente lúcida escribe sobre eso.

Pérez Betancourt recapitula que Chejov lo hacía ya en el siglo XIX, “escribía sobre la banalidad porque la veía venir”. También cita las tertulias de Domingo del Monte, en Cuba, lo que se decía allí en contra a la literatura fácil. Defiende que siempre hubo una vanguardia que estaba en contra de eso, pero que quienes están del otro lado, más las fuerzas de los que dominan la industria del entretenimiento, son soberbios.

—Yo tengo amigos críticos de otros países. He estado en Hollywood (no invitado por ellos). Pero si esos amigos quieren hacerle una entrevista a Brad Pitt, a Angelina Jolie, perfecto, les dicen: “yo te llevo gratis, no te cuesta, te monto en el avión, te llevo a Hollywood”. Entonces, cuando regresan ¿van a criticar de la película? No, porque en el próximo viaje no van.

—A usted se le considera un agudo cronista, ¿ese es el género con el que más cómodo se siente?

—Sí, yo puedo hacer una crónica en quince minutos; en otra puedo estar quince horas. Pero sí, es un género que me encanta porque tiene que ver con el mundo donde me he desarrollado, que es ver la vida, el entorno que me rodea, verme a mí mismo a través de un tipo de periodismo que no tiene nada que ver con el periodismo informativo.

—Lo hago con relativa facilidad, porque son muchos años de práctica. Claro, eso tiene un peligro, no se puede escribir una crónica todos los días ni a veces todas las semanas. Y he escrito tanto que me cuido de caer en la reiteración, que también me pasa. Tengo un libro de crónicas, Rollo crítico, de cine, que tiene como cuatrocientas páginas, y ya no quiero hacer más ninguno. Recoge mis crónicas de cine, mis críticas de cine, pero a veces realmente me aburre escribir de cine.

—¡Las películas se parecen tanto¡ Es decir, hoy día se están haciendo cada vez más películas comerciales, películas que se parecen, con grandes envolturas que confunden. Pero cuando le aplicas el cuchillo y las diseccionas, te das cuenta de que en el fondo las esencias son las mismas, es la reiteración disfrazada de cine.

—Las películas cubanas trato de verlas y criticarlas todas por un problema de respeto a los directores. Me pongo muy contento cada vez que veo una película cubana. Y critico mucho uno de los grandes defectos que tienen: quieren decirlo todo.

—Goethe decía, refiriéndose a las mujeres, una frase que puede aplicarse a las películas cubanas: “Qué aburrida es, lo dice todo”. En algunas películas cubanas pasa igual, hablan del apagón, los vecinos, los familiares viviendo juntos, esas cosas que vemos en las telenovelas, que están justificadas en las telenovelas, y que muchas veces también están en las películas.

— ¿Y entonces cuál es la clave de su labor como crítico de cine?

—Bueno, seguir tratando de dar un poco de luz a los espectadores. Tratar de que aquellos a los que no les interesa la crítica de cine me lean algún día y se queden enganchados, como felizmente ha pasado.

— Los defensores a ultranza del cine comercial dicen: cuando este hombre recomienda la película como buena es porque está mala, y viceversa. Hay un cine comercial que tiene mucha fuerza, y que está sustentado por el cine norteamericano. De las trescientas películas más vistas en la historia del cine, las trescientas son norteamericanas.

—¿Dónde están los Woody Allen, los Bergman, los Kurosawa, los grandes directores de hoy día, que los hay en Europa? No existen porque los americanos dominan todo, no solamente la producción sino también la exhibición. Exhibir una película latinoamericana en América Latina es casi imposible, porque, además, el público está condicionado a ver las norteamericanas.

—Yo estaba en Estados Unidos cuando sucedió lo de las Torres Gemelas, estaba en Los Ángeles. Coincidió con la puesta de una película de Schwarzenegger, Efectos colaterales, un filme de esos que hace él sobre la guerra. Fue un fracaso, tuvieron que quitarla, porque ya el público norteamericano dejó de creer en los héroes de carne y hueso: la vida les demostró que les tumbaron las Torres. Y ahí es cuando vino el gran boom de las películas de superhéroes que estamos viendo ahora, revivieron toda la Marvel, a sus muñecones; se empezaron a hacer películas de Tarzán, de Batman, de Superman, y hoy día la explosión es millonaria.

—El llamado Paquete, en Cuba, trae muchas películas de esas. Hay un público idiotizado que paga, se enaltece y se convierte viendo a los marines matando gente dondequiera, aunque las que dominan el mercado internacional de las grandes pantallas son las otras, la de superhéroes.

—Los críticos estamos, precisamente, para explicar todas esas cosas al espectador, sin martillar, sin cansar, porque el espectador a veces no sabe lo está viendo.

—Usted se ha caracterizado como un hombre de convicción, pero también de dudas, ¿cuáles son sus convicciones, cuales sus dudas?

—Creo que no hay nada más revolucionario que todos los días cuando te sientes a desayunar te plantees qué está bien en el mundo, qué está bien en tu país y qué está bien en tu conciencia. Cuando se te adormece la capacidad de reflexión, de darte cuenta de las cosas que suceden, lo que está mal, lo que está bien, cuando pierdes esa perspectiva de comparación de lo que está en tu entorno, mejor que te retires del periodismo.

—Por desgracia hay mucha gente que no comprende eso. Pero si la verdad es revolucionaria, si los periodistas cubanos son revolucionarios, tienen que aplicar esa verdad, aunque a veces se conviertan en sujetos incómodos.

—El periodismo cubano ha sido complaciente, porque el periodismo cubano tuvo que inventar un periodismo diferente. El periodismo que prevalecía en Cuba, al igual que en toda América Latina, era el norteamericano. Es decir, el de la información, el de la supuesta objetividad. Sabemos que detrás de esa objetividad están los intereses de los grandes monopolios, están las tendenciosidades clásicas, que siguen existiendo, y ese periodismo nos podía servir hasta cierto punto.

—El otro periodismo era el periodismo soviético, el periodismo del campo socialista, que es un periodismo que inventó Lenin con un sentido educativo. Eso está muy bien, pero después toca hacer un periodismo participativo. Y nosotros hemos estado constreñidos por consignas como no le des armas al enemigo, la piscina no tiene agua, no te tires en seco…

—El periodismo que se hace hoy día en Cuba ha avanzado en relación con el que se hacía hace diez años, pero eso es nada todavía, comparado con lo que necesitamos.

—Ahora mismo, tenemos que defender la historia. Uno necesariamente tiene que ser un rehén de la historia, aunque la palabra no sea bonita, porque la historia nos dice quiénes fueron nuestros antecesores. Pero no se puede exagerar en la carga historicista por encima del periodismo, porque se cae en la saturación.

—¿Cómo convergen en su trabajo profesional el periodismo y la creación literaria?

—Hay que tener mucho cuidado con eso. El periodismo tiene un abecé que hay que cumplir. Por ejemplo, hay una tendencia entre los muchachitos de veinte y veintiún años a escribir en primera persona nada más. La primera persona déjamela a mí, que ya he vivido un poco. Quieren ser literatos antes de ser periodistas.

—He conocido periodistas literarios muy buenos a los que cuando yo era jefe de redacción les pedía una nota y no sabían hacerla. Ese corta aguas que debe existir entre la literatura y el periodismo tiene que estar muy claro porque si no, puedes hacer el ridículo muy fácilmente.

—Yo tuve como jefe de redacción a Ricardo Sáenz, que fue un gran periodista. No era un gran escritor, no era un gran periodista desde el punto de vista de cómo escribía, pero manejaba la preceptiva. Ricardo decía: “esto va aquí, esto allá”. Tuve la suerte de tener a ese hombre conmigo, poco tiempo pero lo chupé completamente.

—¿Qué es para usted el periodismo?

—Un reto y una insatisfacción. Llevo en Granma más de cincuenta años, en Hoy estuve cinco años, en los últimos tres ya escribía. Escribo hace casi 60 años, y puedo decir que el periodismo me ha dado muchas satisfacciones, muchos premios, muchos reconocimientos. Pero también he sido un eterno inconforme con el periodismo, con el que se hace en todas partes del mundo, porque los otros, los que están enfrente, tergiversan las cosas de una manera miserable. En eso tienen toda una escuela, hay intereses de mucho poder detrás.

—En cuanto al periodismo mío; es decir, al de mi país, a veces me duele y me deja insatisfecho las oportunidades que dejamos pasar. A veces somos lentos, somos elefantes en una cristalería. El periodismo tiene su momento, si no lo aprovechas en el segundo exacto en que te da la oportunidad de intervenir, perdiste esa oportunidad.

—El periodismo requiere estar a la viva, estar constantemente encima de la noticia, y en el mundo en que vivimos, en el que el enemigo está constantemente haciéndonos campañas propagandísticas, el periodista debe tener la suficiente potestad para reaccionar rápidamente y correr riesgos. Ante una reacción con la que pueda hacerle un favor a la Revolución, yo prefiero el riesgo.

Tomado de: https://www.cubaperiodistas.cu

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¿Por qué leer a Rufinelli?

Jorge Rufinelli. Profesor de la Universidad de Stanford. Ha publicado 20 libros sobre crítica cultural y literaria y más de 500 artículos.

Por Fernando Blanco

Parafraseo el título del volumen 22 de Nuevo Texto Crítico (2009) que Jorge organizara un tiempo después de nuestra coincidencia en La Habana para la Semana de Autor, dedicada por la Casa de las Américas a Pedro Lemebel en 2006. En él Jorge, con su habitual generosidad intelectual, nos invitaba a reflexionar sobre la trascendencia de la obra de Pedro. Un gesto franco que se agradecía en medio de una academia doblegada a las manipulaciones de la jerigonza, del paper apurado por la conferencia y la exigencia mercantil de su publicación. Jorge fue, de esta manera, construyendo su obra a contrapelo de las modas críticas, de las agendas, apostando por la vinculación humanista, interesado en la palabra del otro. Esta habilidad humana, la de conversar, hablar, entretejió sus libros, las amistades que surgieron de ellos, el pensamiento compartido en el arte del diálogo. Pero no solo está hecho de palabras este archivo intelectual, sino también de imágenes. El fotograma al servicio del pensamiento y la investigación. Recoger ese fragmento visual desde el que su intuición crítica reconstruía una anécdota, investigaba los secretos o revelaba dimensiones del acto creativo ocultas para el ojo mecanizado frente al cual él oponía una cierta fabulación. Un discurrir del pensamiento cinemático liberado de las imposiciones formales de la burocracia intelectual.

Abierto siempre a la formación de públicos lectores, Nuevo Texto Crítico contribuyó bajo la peculiar guía de Jorge a fortalecer la producción artística e intelectual latinoamericana. Podríamos hablar casi de una pedagogía curatorial en cada uno de los números, pensados por Jorge como actos estéticos. La lectura y la escritura conjugados en la perfomance de la lectoría cuya curiosidad era satisfecha por números que evitaban la compartimentación disciplinar para, en cambio, exponer una rigurosa selección de lo que podríamos llamar un «campo de curiosidades», relacionado con cada tema o autor, siguiendo la idea de campo cultural de Bordieu. Esta práctica estaba también presente en su propia escritura. Con celo de relojero, Jorge identificaba lugares, acontecimientos, protagonistas, funciones, tiempos de modo de reponer el sistema de percepciones de quiénes eran protagonistas y creadores de sus obras. Patricio Guzmán, Valeria Sarmiento, Cristián Sánchez, Pedro Lemebel, por nombrar algunos de los creadores a los que Jorge trabajó en su obra, representan parte del archivo cultural de Chile que Ruffinelli recogió con lucidez en sus escritos. Leerlo es entender el placer intelectual de la simpleza.

Tomado de: http://www.casadelasamericas.org

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Respuestas al crítico Daniel Céspedes

Juan Antonio García Borrero. Escritor, ensayista, crítico de cine, bloguero y promotor cultural

Por Daniel Céspedes Góngora

En su texto «Para qué sirve un diálogo», presente en su más reciente volumen El suicidio de la sabiduría (Notas sobre cultura audiovisual, tecnologías digitales y creatividad), Juan Antonio García Borrero, Juani (Camagüey, 1964), nos recuerda: «Lo que Diego y David nos ofrecieron desde hace años en Fresa y chocolate fue una clase de buena conversación, de diálogo inteligente y productivo. Y la prueba más contundente que tengo es que, minutos después de haberla visto, ya nunca más fui el mismo». Así sucede cuando leemos un texto corto o volúmenes como La edad de la herejía (2004) y Otras maneras de pensar el cine cubano (2009).

Juani es uno de los escritores sobre cine y uno de los pensadores culturales más productivos de toda Cuba. Escribe claro y bonito. Este segundo mote tan menospreciado, pero, a las claras, más pretendido que alcanzado por los críticos de cine. Amén de sus títulos más reconocibles, es un gran promotor dentro y fuera del país. De ahí que haya sido seleccionado en varias ocasiones para figurar como jurado en distintos festivales del mundo (España, Perú, La Habana, Chile).

De los reconocimientos que ostenta, merece recordarse que ha sido el primer colega de profesión en obtener en tres ocasiones el Premio Nacional de la Crítica Literaria por libros acerca del cine.

García Borrero posee además uno de los blog más notables del país, donde no teme ni reproducir por escrito controversias surgidas a partir de sus propios textos, como promocionar nuevas voces de la crítica de cine o el pensamiento en Cuba.

Se une al diálogo quien, acertadamente, también ha escrito: «Insisto en que una película no cambia la realidad, pero sí puede contribuir a que uno cambie frente a ella, y ya de paso ayudarnos a ser mejores personas».

Cuando era estudiante de Historia del Arte escuché que cuando un crítico de cine concursaba en el Premio Caracol en el apartado de Ensayo e Investigación y sabía que tú participabas, surgía la duda de si mantenerse en el concurso o retirarse. De hecho, Juani, los has alcanzado en ocho ocasiones. Pudiera decirse que es el Oscar de los críticos de cine en Cuba. Sin embargo, soy de los que piensa que un premio así debería ser del nivel del Guy Pérez-Cisneros, pues sigue siendo algo dependiente de un premio plural que, siento, lo eclipsa bastante. ¿Qué piensas?

No conocía esa anécdota que cuentas, y me parece un poco exagerada. De todos modos, a estas alturas de mi vida tengo mis propias impresiones de los premios. No es que no me interesen ya. Sirven para concederle visibilidad al trabajo que uno ha realizado, y económicamente te ayudan, pero obtenerlo depende de muchos factores, y no siempre es la calidad del texto lo que termina imponiéndose. Digamos que he tenido bastante suerte con los premios a pesar de que la mayoría de esos ensayos se han planteado poner bajo sospecha lo que tradicionalmente se defiende. Y creo que sí, que ya es hora de que se convoque en Cuba un premio que tome en cuenta las posibles excelencias del ojo crítico en el terreno audiovisual. Por supuesto que es importante resaltar el conjunto de producciones audiovisuales, como lo hace el Caracol, pero si no logramos construir un cuerpo de ideas que contribuyan a dinamizar toda esa producción a través de los debates sistemáticos, y que estimule la reflexión de largo alcance (no solo las crónicas de ocasión), pues entonces estaríamos corriendo el peligro de seguir consolidando esa tendencia autista que tiende a separar de modo drástico a creadores y críticos, cada uno de ellos enfocados en su propio mundo interior, divorciados por completo de una realidad que a la larga nos hospeda a todos, sin distinciones profesionales.

Historiador, analista, crítico… ¿Cómo te concibes?

Es que precisamente a lo que me opongo es a ponerme etiquetas definitivas. Hace unos días me sorprendí reaccionando de una manera que desconcertó a la persona que hablaba conmigo. No podría precisar ahora cuál era el tema de nuestra conversación, pero recuerdo que en algún momento me dice “porque ustedes los críticos…”, y a mí me salió aquello de “yo no soy crítico, yo soy un espectador…”. Puede parecer una boutade pero ahora mismo me siento bastante distanciado de aquella persona que empezó en este giro escribiendo reseñas donde le dictaba de modo autoritario a la gente si una película era buena, regular, o mala (como si para la gente eso fuera realmente necesario). Y no es que esté quitándole importancia al ejercicio crítico, todo lo contrario. Vivimos en una época donde se corre el riesgo de asumir el “Vale todo” como una norma, y yo me opongo a eso: hay que aprender a jerarquizar. Por tanto, necesitamos cada día más de una crítica lúcida, rigurosa. Pero de la misma manera que el cine se ha transformado, así también tiene que transformarse la crítica que examina al cine. Y necesitamos sustituir el dominio de las opiniones con el pensamiento crítico, que es otra cosa. El pensamiento crítico no es exclusivo de un gremio, sino que toda persona (sea realizador, crítico, o espectador) puede cultivarlo en sus propios jardines del saber.

Soy partidario de que aquel que tenga la capacidad y la practique firme como crítico cultural. En tu más reciente libro El suicidio de la sabiduría (Notas sobre cultura audiovisual, tecnologías digitales y creatividad) estableces diferencias entre el crítico y analista culturales. Para ti, el segundo tiene más ventajas que el primero. Permíteme citar el siguiente fragmento: «El analista cultural, a diferencia del crítico, necesita del debate sistemático para corregir o enriquecer sus apreciaciones, y siempre estará mirado el futuro. Y mientras el crítico se empeña en anular a sus contrarios desde su trinchera, el analista aspira a la crítica dialógica, y como cuatro ojos ven más que dos, sus argumentos suelen ser más enérgicos, más trascendentes que los del crítico tradicional». ¿No te parece que el crítico de cine vigoroso en lenguaje e ideas, ya sea de ayer o de hoy, no ha tendido por lo general a esa proyección dialógica que le reclamas e incluso cuando de «construir conocimientos que sirvan en un futuro» se trata?

Mi primer ensayo más o menos legible se tituló “Por una crítica imperfecta”, y fue el texto que dejó inaugurado el Primer Taller Nacional de Crítica Cinematográfica allá en el lejano 1993. No me preguntes por qué en tanto no recuerdo las causas, pero curiosamente no salió publicado en las Memorias de aquel evento fundacional, aunque, más paradójico aún, ese mismo año me dio la posibilidad de ganar el primer Caracol. Yo no tenía mucha conciencia entonces de lo que ahora me parece más claro, es decir, la necesidad de que la crítica ayude a construir puentes, en vez de levantar muros donde se refugian los entendidos y fomentan eso que otras veces he llamado “la dictadura de los críticos”. He escrito varias veces de eso y algunos colegas lo han interpretado como una suerte de ataque sistemático a las prácticas del grupo, pero para ser honesto, en todo momento he estado pensando en mí, en los modos en que me apropio como espectador de lo percibido (una película, una lectura, etc) y lo devuelvo en forma de crítica. Lo ideal sería que los críticos estuviésemos confrontando de modo permanente todas esas ideas que defendemos, porque esa sería la base de un aprendizaje que, como en la vida misma, no cesa. Pero no sucede así porque nos hemos acostumbrado al monólogo, a la defensa de nuestro punto de vista como si se tratara el principio y fin de la Historia. Ante esa realidad, muchas veces he decidido dialogar y polemizar conmigo mismo. Después de todo, “el crítico” también es una sucesión impredecible de muchos “Yo”.

¿Cuáles son las cualidades que debe tener un verdadero crítico de cine?

Si te enumero algunas de esas cualidades le estaría haciendo el juego a esa dictadura de los críticos que tanto he combatido. En todo caso diría que el crítico debe ser esponja, y emular con todos esos entes poríferos que a diario se nutren de lo que hay a su alrededor, y lo convierten en su digestión, su respiración, su todo.

¿A qué se debe que existan menos críticos de cine en Cuba en comparación con las demás manifestaciones artísticas?

¿Tú crees que hay pocos críticos de cine en Cuba? Al menos la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica tiene muchísimos miembros. Y luego están los críticos de cine por cuenta propia. Es que aquí en Cuba hablar de pelota y de cine es más o menos lo mismo: cualquiera opina sin argumentar demasiado. En todo caso lo que no hay muchas personas que asuman la crítica de cine (o la crítica de la cultura audiovisual) como una pasión, como algo de lo cual no se puede prescindir porque nos convertimos en algo inexistente.

Si hubiera mucho más papel y cada una de las provincias pudiera hacer su revista de cine, ¿crees que surgirían más críticos y pensamientos sobre audiovisual o fuéramos los mismos?

A mi juicio seríamos los mismos, y la prueba está en que hoy que la revolución digital nos brinda tantas herramientas para pronunciarnos públicamente, las voces críticas siguen siendo las mismas de siempre. Una de mis frustraciones con el Taller de Crítica Cinematográfica de Camagüey tiene que ver con eso: que a pesar de todas las ediciones que se han organizado, nunca conseguimos impulsar una nueva escuela de críticos o algo así. A mí en lo personal me hubiese gustado que en la ciudad surgieran nuevos críticos, pero no sucedió; de allí que se sigan repitiendo cada año más o menos los mismos invitados provenientes fundamentalmente de La Habana. De todos modos, la crítica crecerá (y ya está creciendo) de modo natural, no por encargo, y de hecho ya puede apreciarse el trabajo serio de un grupo de críticos muy jóvenes.

Ahora mismo en Cuba se sigue escribiendo sobre el audiovisual de la misma manera que lo hacía Cabrera Infante o Mirtha Aguirre en los años cincuenta (sin la gracia literaria del primero). Seguimos utilizando las computadoras como si fueran máquinas de escribir un poco más sofisticadas. ¿Te acuerdas de aquella utopía de Astruc de ver convertido al cine en una especie de estilográfica? Pues los críticos cubanos todavía no nos hemos enterado de las potencialidades que brindan estas nuevas herramientas para ejercer nuestro oficio. En los eventos se siguen leyendo ponencias brillantes que después te puedes encontrar publicadas en un libro, pero pocas veces se prueba a hacer la crítica no desde lo literario, sino desde el audiovisual mismo, es decir, interviniendo desde la imagen y el sonido, que es a la larga lo que más le importaría a un crítico de cine.

Fundador y, aunque te alejaste un tiempo, eres continuador del Taller Nacional de Crítica Cinematográfica. ¿Qué importancia le concedes a uno de los pocos eventos que no peca de habanacentrismo como lo es nuestro cine y casi que nuestra crítica?

Tuve la suerte y el gran privilegio de coincidir con Armando Pérez Padrón y Luciano Castillo en el nacimiento del Taller Nacional de Crítica Cinematográfica. Por eso no hay un fundador, sino varios. Fue una “coyuntura” positiva, sin la cual el evento no hubiese salido jamás, porque vivíamos en pleno período especial, y ya sabes que la precariedad material muchas veces decide la suerte de lo intelectual. Armando, que es un gran amante del cine, estaba al frente del Centro del Cine en aquel momento, y Luciano ya tenía toda una reputación como crítico: sin ellos la idea hubiese quedado en la lista de sueños incumplidos. Fui coordinador general de sus sesiones teóricas durante veinte ediciones. Creo que es un espacio que hay que seguir defendiendo por lo mismo que te comentaba antes: estos son tiempos en que necesitamos, mucho más que antes, el pensamiento crítico vinculado al audiovisual.

Y en cuanto al Proyecto El Callejón de los Milagros, es una consecuencia del Taller o algo colateral con el Proyecto de Fomento de la Cultura Audiovisual del ICAIC, ¿qué me cuentas al respecto?

En lo personal yo lo veo como una continuidad. No recuerdo qué filósofo hablaba de que hay que esforzarse en no confundir la continuidad con la identidad. He tenido la suerte de estar en el kilómetro cero de algunos hechos que perduran en el tiempo, como el Taller Nacional de Crítica Cinematográfica, la Muestra de Jóvenes Realizadores, el blog Cine Cubano La Pupila Insomne, el Proyecto El Callejón de los Milagros, o los Encuentros sobre Cultura Audiovisual y Tecnologías Digitales. Algunos asumirán esos episodios como bloques separados; yo lo veo como un conjunto donde funciona a la perfección aquello de que el todo es más que la suma de las partes. Y ese todo es algo misterioso que se conecta de las maneras más impensables. Me encanta salirme de esas zonas de confort donde uno se acostumbra a moverse con cierta seguridad para aventurarme en la conexión de ideas aparentemente ajenas a lo que ya conocía. No importa que fracase o no llegue a ningún lugar: lo importante es eso, tomar conciencia de que el mundo no es algo que ya está hecho, sino que puedo intervenir de modo activo en su constante renovación. Y de eso es lo que va el Proyecto El Callejón de los Milagros, que se mete en el mundo de las humanidades digitales con el fin de estimular el uso creativo de las tecnologías que tenemos en la mano en función de lo que hacíamos antes: hablar críticamente del cine.

Una pregunta que ya se la hice a Pedro Noa y ahora te la repito: ¿En que se parece y se diferencia La semana de la crítica cinematográfica de La Habana de El Taller Nacional de Crítica Cinematográfica de Camagüey?

Pues la verdad es que no sé en qué no se parecen. Ya te comenté con anterioridad que tengo la impresión de que todos nuestros eventos cinematográficos tienen un aire de familia demasiado peligroso.

A partir del año 2007 creaste el blog Cine Cubano, la pupila insomne, una bitácora muy interactiva que es referencia más que nacional. ¿Qué ha representado para ti llevar uno de los sitios webs más influyentes y polémicos de esta isla?

¿Ves? Con esta pregunta no me molestaría tanto asumir las etiquetas. Quiero decir, que no me molestaría en lo más mínimo asumirme como bloguero. Esta va siendo una de las experiencias más vitales que todavía estoy viviendo, como si acabara de comenzar. El blog se parece mucho al país que en algún instante me gustaría vivir: inclusivo, respetuoso de las diferencias, civilizado en los debates, colaborativo. No es que todo sea perfecto allí, ni que yo piense que va a cambiar nuestra historia cultural o algo por el estilo, pero ha sido y sigue siendo una gran aula para mi persona. Ya casi vamos para 3000 entradas. Y la parte que más aprecio es la de las polémicas. Puedo contar con los dedos de una mano las ocasiones en que los internautas se han comportado de modo solariego. Allí han tenido lugar polémicas muy duras, pero sin perder de vista jamás que podemos ser adversarios en cuanto a las ideas sin que ello ponga en riesgo el afecto personal y el respeto al ser humano que expresa esas ideas. Es lo que he sentido con Víctor Fowler, Dean Luis Reyes, Gustavo Arcos, Antonio Enrique González Rojas, Rolando Leyva Caballero, Pedro Noa, por mencionar a algunos de los que han contribuido a esa cultura del debate que nos empeñamos en construir allí. Para ser honesto, nunca pensé que el blog fuera a durar tanto tiempo, porque, además, lo he administrado todo el tiempo desde Camagüey, sin respaldo institucional. Y es muy estimulante apreciar cómo lo consultan en lugares tan remotos como Japón, Hong Kong, o es citado en tesis universitarias. Claro, puedo darme el lujo de hablar con cierto orgullo del mismo, porque a estas alturas el blog es un ejemplo de escritura colectiva. Yo solo he puesto la levadura, como decía Unamuno, pero al pan lo hace a diario mucha gente.

Juani, otros de tus logros ha sido una propuesta ambiciosa como la primera Enciclopedia Digital del Audiovisual Cubano (ENDAC) ¿Estamos realmente preparados para un producto de esa envergadura? ¿Qué tal la acogida?

No, no estamos preparados, y es una lástima. Yo no conozco ahora mismo ningún crítico cubano que esté familiarizado con Mediawiki, por ejemplo, que es la herramienta que utiliza el sitio. Y una Enciclopedia de este tipo, que es colaborativa, necesita de esas nociones básicas (que, además, no es nada del otro mundo, porque lo más difícil es generar el contenido). Los críticos cubanos todavía no miran en esa dirección. Por eso se entiende que en el momento en que hiciera la presentación por primera vez en Camagüey (justo un 20 de octubre, hace tres años) no asistiera nadie de Cultura o vinculado al cine. Por suerte apareció Alex Halkin, de Americas Media Initiative, para apoyarme en hacer realidad este sueño. Ya ves, en casa del herrero, cuchillo de shopping, porque lo lógico es que un proyecto como este se hubiese apoyado desde alguna institución cultural cubana. Igual me sucedió con el blog Cine cubano, la pupila insomne, que en algún momento estuvo a punto de desaparecer, y apareció Ana López desde la Universidad de Tulane (New Orleans) para protegerlo y guardar copia del mismo en esa institución. Ahora con la ENDAC estoy medio paralizado porque sufrí un accidente tecnológico donde perdí toda la base de datos que ya tenía más o menos 6000 entradas. Ha sido un golpe bien duro, pero estamos en el proceso de recuperación.

¿Quiénes fueron tus influencias para escribir sobre cine?

Varias veces he mencionado los nombres de las personas que más me han marcado en diversas etapas de mi vida. El primero fue Luciano Castillo. Cuando estudiaba en la Vocacional “Máximo Gómez Báez” comencé a recortar todo lo que él publicaba en el periódico Adelante, y gracias a esos escritos descubrí lo que era una Cinemateca y en sentido general el cine como arte. Luego llegaría Julio García-Espinosa, que me contagió con el virus de lo ensayístico (no en balde mi primer ensayo se tituló “Por una crítica imperfecta”). Con Ana López viví un auténtico punto de giro en mis maneras de pensar el cine cubano, en tanto descubrí esa Cuba mayor que ella describe, y me puso al tanto del cine realizado por compatriotas más allá de la isla. Y en esta evocación de mis maestros no podría faltar Desiderio Navarro, la persona que no solo puso en manos de tantos, de modo desinteresado, libros y textos a los que difícilmente se podría haber accedido de un modo natural, sino que, al menos a mí, me enseñó a pensar el uso de lo digital en función de la gestión cultural. Obviamente, uno menciona ciertos nombres, pero las influencias muchas veces están allí, enmascaradas. Yo todavía recuerdo con gran impacto mi descubrimiento de Bazin, y sobre todo aquella crónica que escribió a propósito de la muerte de Bogart. Fue como una iluminación. Ahora ando ensimismado con los textos de Lev Manovich, y los representantes de la Nueva Historia del Cine (Philippe Meers, por ejemplo).

¿Lo mejor y lo prescindible de las críticas de Guillermo Cabrera Infante?

Lo mejor, su estilo literario. Único. Irrepetible. Esa habilidad para el juego de palabras es sencillamente excepcional. Como escritor que escribe sobre cine (eso es una definición suya) es casi insuperable. Solo que la crítica de cine tiene que aspirar a salirse de lo literario para convertirse en crítica que se conciba desde lo audiovisual.

Y de Mario Rodríguez Alemán, ¿qué me dices?

Me hubiese gustado conocerlo en persona. Sus libros lo muestran como un hombre de gran cultura. Aunque tengo la impresión de que hubiéramos polemizado bastante. Al menos su aproximación a la Cecilia de Humberto Solás todavía genera en mí bastante inconformidad. Así como el hecho de que prácticamente absolutizara la lectura ideológica del hecho cinematográfico. No es que me parezca menos importante porque el Hollywood más entretenido está atravesado todo el tiempo por la ideología, pero cuando uno ve una película está asumiendo varios roles, y es fatal tratar de establecerles perímetros al deseo, a las fantasías de los seres humanos.

Voy para las preguntas aparentemente menores o lights. ¿Qué película refleja mejor el cine dentro del cine?

Cada vez me cuesta más trabajo responder ese tipo de pregunta. Ya no me motivan las encuestas para seleccionar “las mejores películas de…”. Así que lo que te responda será muy light. O sea, el que te responderá ahora probablemente no recuerde lo que dijo dentro de tres semanas. Responderé según llegue a mi mente la primera idea, sabrá Dios por qué misteriosa razón. Y a veces no responderé. ¿Cine dentro del cine?: La noche americana, de Truffaut.

Tu película cubana y director(a)

Memorias del subdesarrollo y Tomás Gutiérrez Alea.

Documental cubano y extranjero

Ociel del Toa, de Guillén Landrián y Las Hurdes, de Buñuel

Una serie que ves por estos días. Algunas que recomiendas

No soy de ver muchas series. He visto las cinco temporadas de The Wire dos veces. No creo que pueda lograr eso con otra. Ni siquiera con Chernobyl, que me impresionó mucho.

¿Quién es tu director preferido del cine clásico estadounidense?

Tengo varios, pero allí va un imprescindible para mí: Billy Wilder.

¿Directores de cine sobrevalorados?

Paso con esta pregunta.

Tu cómico y tu comedia

Comedia: Sucedió una noche, de Frank Capra. Con los cómicos, paso.

Tres directoras de cine fuera de liga

En Cuba, Sara Gómez. Paso con las extranjeras.

Tu western

A la hora señalada, con Gary Cooper.

Tu película o cortometraje de animación

Tengo varios, y no me decido por ninguno, así que paso.

Tu película de cine negro

Sed de mal, de Orson Welles

¿Y la de gángsters?

El Padrino.

En cuanto al cine bélico

Más bien antibélico: Sin novedad en el frente (1930), de Lewis Milestone

¿James Bond o Indiana Jones?

Indiana Jones

¿Star Wars o Alien?

Alien

¿Lo que el viento se llevó o Casablanca?

Casablanca

Tu musical

Paso…

Si hablamos de actrices y actores

Paso, paso, paso…

En pocas palabras, ¿cuál es la mayor ventaja y lo peor del paquete?

Lo peor que tiene es la dispersión. Se pierde mucho tiempo buscando aquello que nos pueda reportar placer. Y precisamente por eso, muchas veces no logras conectarte con cosas que podrían ser de nuestro interés. Pero que, piratería a un lado, tengamos a la mano todos esos contenidos, me parece una maravilla.

¿Algún libro en camino, de qué va?

Ahora mismo estoy enredado con un ensayo cuyo título es Los nuevos mapas del cine cubano. Escribí una primera versión, pero todavía no me deja satisfecho. Es que la tesis es bastante compleja. Allí estoy defendiendo la idea de aproximarnos al cine cubano con un enfoque transnacional, porque estamos hablando de la historia de algo que desde el principio ha dependido de tecnologías que llegan de otras partes, traídas por personas que vienen de otros continentes (el caso del francés Veyre, que llega desde México, y rueda algo para mostrárselo a la española María Tobau). Y están en un inicio los cortos filmados por Edison con el fin de legitimar la intervención de los Estados Unidos en la guerra independentista de Cuba contra España. O más acá: ¿podríamos prescindir de lo realizado audiovisualmente por cubanos que viven fuera de la isla, pero representan en sus películas a la nación cubana? En este punto siempre pienso en los personajes que Sergio despide en el aeropuerto en Memorias del subdesarrollo, y que a mi juicio reaparecen diez años después en El Super, la película de León Ichaso y Orlando Jiménez Leal. O los Marielitos que abandonan la isla, y cuya suerte inmediata en la otra orilla muestra Iván Acosta en Amigos. Construir una mirada que lo conecte todo (sin que se pierdan los perfiles puntuales) probablemente transforme bastante el concepto de cine cubano que hasta ahora estamos manejando, y que está asociado fundamentalmente a la institución ICAIC y a lo realizado dentro de la isla. Hasta la noción del cine independiente, que tan de moda está en estos días, se vería impactada, porque a mi juicio el verdadero cine independiente cubano comenzó en el exilio, en los años setenta, con todas esas películas realizadas por cubanos que se insertaban en una cultura ajena, sin recursos de ningún tipo, y seguían defendiendo audiovisualmente la representación de su nacionalidad. No estoy hablando ahora de calidades cinematográficas, sino de un fenómeno cultural bien complejo que necesita actualizar las cartografías, y sobre esa base, proponer metodologías investigativas novedosas. Si me preguntaras sobre el referente más cercano a encontrar en estos nuevos mapas del cine cubano, te diría que va un poco en la línea propuesta por Aby Warburg y su Atlas donde el collage desarticula la idea clásica y unidireccional manejada en la Historia del Arte más tradicional, para trabajar con las conexiones de las imágenes y las diversas memorias.

¿Qué es el cine para Juan Antonio García Borrero?

Una pasión. Eso lo explica todo, y al mismo tiempo, no explica nada, porque en toda emoción vehemente hay mucho de enigma. Esa pasión ha dominado buena parte de mi vida, y me ha hecho escribir y hacer un montón de cosas casi en trance. Ha sido bueno cargar con esa pasión, y con todo lo bueno que me ha tocado y las facturas no tan estimulantes que a veces la han acompañado. He tratado de que lo escrito esté a la altura de las alegrías, angustias y zozobras que provoca esa pasión, aunque al final, con gusto, será inevitable hacer mío el epitafio de Gogol: “Se reirán de mis tristes palabras”.

Tomado de: https://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com

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