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El surrealismo realista de Sebastião Salgado* (+Galería de fotos)

De la serie Serra pelada. Foto: Sebastião Salgado (Brasil)

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

El emplazamiento de una cámara fotográfica en un escenario de subrayadas equidistancias se complejiza cuando las dimensiones del espacio exigen robustos y sopesados encuadres. El fotógrafo sitúa el lente en un infinito campo de posibilidades, que se enriquecen con las prestaciones de su máquina. Toda una operación pensada para registrar los cromatismos de las escenas avistadas como un mapa en permanente evolución, más allá de las fronteras de sus inmediatos pasos.

Los detalles de los objetos fotografiados se difuminan en esta dibujada aritmética, en un juego de “tomarlo todo” donde otras evoluciones transpiran sinuosas en los derroteros de la escena.

Cuando se retrata un gran paraje, se desgranan otras lecturas y los análisis de estos textos derivan segundas y terceras interpretaciones, complementadas con muchas otras variables de yuxtaposiciones. La ubicación espacial del fotógrafo subraya también otras escrituras semánticas.

Estos primeros apuntes entroncan con uno de los proyectos más estremecedores del fotógrafo Sebastião Salgado, materializado en el año 1986, en las minas de Serra Pelada, ubicada en el estado norteño de Pará, en Brasil.

El autor de esta pieza, que forma parte de una serie mayor, comparó los ardores de su imagen con “la construcción de pirámides, la torre de Babel y las minas del rey Salomón. Es un viaje al principio de los tiempos”[1]. Es la reflexión lúcida de un artista que desgrana paralelismos. Son sus metáforas rubricadas en sus fotografías, conectadas con historias pretéritas que nos interpelan en la contemporaneidad.

Hacer el registro de una multitud compacta  y en movimiento, como es el caso del texto en análisis, materializado desde un punto elevado de la geografía de la mina, transita por la necesidad de su autor de componer el drama colectivo en otras dimensiones, con renovadas lecturas.

Se fijan en esta imagen escrituras sustantivas que difieren de la antología coral, todo un conjunto de fotos resueltas también con retratos o incisivos planos que surcan las vestiduras de cuerpos sacados de los humedales de la tierra.

Con esta foto somos testigos de una gran puesta donde los mineros se nos revelan engarzados en una enconada lucha, dispuestos en la pátina de la imagen como pequeñas figuras insertas en las silenciosas faldas de la tierra. No solo se advierte el empeño de muchos por llegar a la cima, también se dibujan las asimetrías y los esfuerzos de actores sin rostros, enfrascados en sus rutas hacia el cenit de la mina, mientras destraban los rigores y obstáculos que impone una cartografía adversa.

Importa completar estas primeras ideas con las circunstancias que se narran en la imagen, con el concepto del “momento decisivo”.

A veces sucede que el fotógrafo se detiene, demora, espera a que suceda la escena. Otras veces se da la intuición de que todos los elementos de la foto están ahí salvo un pequeño detalle. ¿Pero qué detalle? Quizás alguien entre repentinamente en el marco del visor. Luego, el fotógrafo sigue su movimiento a través de la cámara. Esperas y esperas y esperas, hasta que finalmente presionas el botón, y luego te vas sintiendo que has capturado algo (aunque no sabes exactamente qué)”[2].

La captura de esta escena no es solo un acto intuitivo. Está cargado de intencionalidad, de búsquedas y respuestas en torno a lo que sucede en el espacio retratado. Examina los cuerpos, las proporciones del espacio y los argumentos que se tejen en torno a un grito colectivo, que en la imagen parece mudo.

De la serie Serra pelada. Foto Sebastião Salgado (Brasil)

Sebastião Salgado estuvo por más de treinta días en este paraje de sórdidos contextos. La foto está pintada —como distingue su obra— con los colores de blanco negro. Exuberante, protagónica, de probadas líneas, desprovista de engañosas manipulaciones cromáticas y tecnológicas. Sobre este asunto el fotorreportero dejó asentada su mirada.

El color me interesa poco en fotografía (…). En primer lugar, antes de la existencia de lo digital, los parámetros de la fotografía eran muy estrictos. Con el blanco y negro y todas las gamas de grises, sin embargo, puedo concentrarme en la densidad de las personas, sus actitudes, sus miradas, sin dejarse parasitar por el color (…). El blanco y el negro, esta abstracción, es asimilada por tanto por quien la contempla, por quien se apropia de ella”[3].

Esta reflexión del artista es sustantiva. Asienta una arista de su estética y sus empeños por documentar las urgentes realidades que nos agolpan en la contemporaneidad. La tomo como un punto y seguido para re-interpretar las narrativas del texto, objeto de análisis.

Como un primer asunto destaco el formato en que está resuelta la foto. Su evolución vertical evoluciona como la necesaria y certera respuesta del autor ante los conflictos que se advierten, ante el drama que se avista desde una contemplación “cenital”. Este documento fue tomado desde un punto donde el fotógrafo no influyó sobre los sujetos retratados. Toda una puesta que nos delinea un mapa de odiseas, de dispares desafíos, escenificados por cuerpos en conflictos.

La foto irrumpe como un cuadro de voluptuosas dimensiones y líneas conexas, que son partes esenciales de los signos que afloran por capas en la narrativa del texto. Se afincan en sus pátinas como veladas soluciones de una encendida dramaturgia que apunta hacia lo documental, al registro de un hecho donde el movimiento es parte inseparable de las escrituras que nos revela la pieza.

Como una primera aproximación, en la foto se subraya el simbolismo y la fragilidad de las escaleras que sirven de “soporte” para que los mineros dominen rutas impuestas. Se perciben con anchuras, y a la vez, se delinea la delgadez de sus estructuras y sus imperceptibles anclajes. La degradación de la imagen acentúa el peligro en que laboran los protagonistas y la fragilidad de los sujetos “congelados”, todos ellos dispuestos en los marcos de la imagen como seres vivos y actuantes.

La historia contada por el fotorreportero afinca también las subvertidas y precarias condiciones de una geografía movediza. Grietas y desparrames emergen de los telares de la tierra como parte de los signos fotografiados por Salgado que irrumpe con su encuadre, atando los nudos de una puesta dramática.

Resultan estos primeros elementos, toda una amalgama de símbolos favorecedores de una llana narrativa: el desafío de los mineros enfrentados a la altura, al tiempo de las subidas y a los retornos. Un ciclo de idas y vueltas, que se repite, como escenificación de máquinas humanas.

Se acentúa además, como parte de las lecturas que genera esta foto, la odisea colectiva de los muchos cuerpos “que se pintan en la imagen”, ante los peligros y confrontaciones de empaques diversos que impulsan las circunstancias de una escenografía natural. No son estas escrituras explicitas en la foto, se derivan de las convulsas formas en que se mueven los actores grupales de una gran escena que pinta formas de esclavitud con ropajes de contemporaneidad.

Una segunda lectura, también relevante, es la cartografía del escenario, la verticalidad y los pocos relieves de la falda minera, que acentúan los signos del drama. Es una imagen documental poblada de surrealismo, de subvertidas respuestas, enfatizada por la fuerza de tener que trabajar a cualquier precio, en condiciones infrahumanas.

Un dato revelado en el 2013, nos acerca a la complejidad de este escenario de confrontaciones. Un panorama sombrío de esta hostil geografía se nos dibuja desde las fortalezas de la aritmética.

De esta mina, de la que hoy solo queda un gigantesco cráter, fueron extraídas, según los datos oficiales, 30 toneladas de oro durante los catorce años que estuvo activa y en que acogió a casi 100.000 trabajadores, que permitieron el auge temporal de la cercana ciudad de Curionópolis, además de las villas próximas, donde se asentaron miles de personas para dar servicio a los mineros[4].

Otros datos esenciales ilustran sobre las condiciones de estos actores colectivos, dibujados en un documento que revela surrealistas respuestas humanas, signadas por la geometría y el “dialogo” de los cuerpos.

Trabajando once horas al día, seis días a la semana, los peones excavaban la tierra de la parcela, llenaban sacos con cuarenta kilos (ochenta y ocho libras) de tierra y los transportaban. Subir pistas por senderos estrechos y subir escaleras. De los numerosos sacos de tierra excavados cada día, cada peón elegía uno para quedarse con él y el capitalista se quedaba con los demás. Inevitablemente, la gran mayoría de los sacos no contenían oro ni otros minerales valiosos como manganeso y oro negro, que pueden separarse en oro normal y paladio que se desecha en la búsqueda de oro[5].

No puedo pasar por alto que esta foto —como el resto de los textos que son parte de la serie— destila un alto valor documental. Este signo distingue la dispar temática de los trabajos realizados por Sebastião Salgado, empeñado en registrar —en su condición de fotorreportero— los más disímiles acontecimientos y hechos de nuestra realidad, los puntos e historias que son parte de las sinfonías de la humanidad.

El tiempo presente, como todo el tiempo de la historia, está urgido de lecturas críticas y renovadas respuestas estéticas, de ser abordados también con los poderes del arte. La anchura de las pátinas blanco negro en esta foto acentúa un tema que amerita significar, el desmesurado extractivismo. Esa práctica impulsada por el capitalismo moderno subraya otras formas de esclavitud, que en la contemporaneidad evolucionan con preteridos o simulados ropajes.

David Harvey (2004) denomina la actual fase del capitalismo como “acumulación por desposesión”, y se caracteriza porque no se basa solo en la explotación de la fuerza de trabajo, sino principalmente en la apropiación privada de bienes de la naturaleza que se encontraban fuera del mercado y no eran considerados mercancías, incluyendo también la apropiación de territorios. En ese marco, esta nueva forma de apropiación se caracteriza por actividades que remueven grandes volúmenes de recursos naturales que no son procesados (o lo son limitadamente), sobre todo para la exportación de minerales, petróleo, productos del agronegocios, ganadería y pesca intensiva, se denomina hoy extractivismo[6].

Salgado nos sumerge en un cuadro que apunta hacia una arista de esa problemática. El texto narra el extractivismo con escrituras fotográficas que se afincan en sus pliegues. Una pieza de singular valor simbólico, aun no abordado en este trabajo, son los sacos de desproporcionados pesos. Sirven para la interpretación de la escena, como formas de una praxis de leonina esclavitud, narrada en toda la dimensión del cuadro fotográfico. Los personajes, desprovistos de rostros, de brazos y piernas perfectamente delineadas, donde el gesto está opacado por la apertura dimensionada del lente, subrayan esa idea esencial. Sus identidades están difuminadas, subvertidas como parte de la arquitectura sígnica del texto interpretado.

…uno de los aspectos tristes, que tenemos que admitir, se refiere a que varios trabajadores liberados de una determinada situación, por falta de opción en su propia ciudad, en su lugar de origen, aun sabiendo todo el horror que deberán afrontar, es normal que vuelvan y recorran el mismo camino y pasen por el mismo via crucis […] si en su lugar de origen no se ha creado ninguna expectativa de trabajo, no importa cuán precario sea, una vez más entrará en esta cadena de acontecimientos que conduce al trabajo esclavo[7].

La dramaturgia que nos construye Salgado en esta foto es poderosa y estremecedora. Pone al observador en los vórtices de ese escenario “distante” para mostrarle los caminos que toman los esclavismos de modernidades al servicio de una casta.

Las líneas del blanco negro por donde se sumergen los muchos que habitan en esta foto se ramifican en nuestras miradas, dispuestos como hombres vencidos y enajenados de los granos de su existencia.

[1] Wenders, Wim y Salgado, Juliano Ribeiro, dir. La sal de la tierra. Productora Decia Films, 2014, Videodisco (DVD).

[2] Henri Cartier-Bresson,  “El momento decisivo, en Fotografiar del natural, ed. por Éditions Verve Paris, (Nueva York: Simon y Schuster, 1952)

[3] Sebastián Salgado y Isabelle Franca, De mi tierra a la Tierra (São Paulo: Paralela, 2014).

[4] Elena S. Laso, “Sierra Pelada, el descenso al infierno en una mina de oro en la Amazonía”, Efeverde, 11 de octubre de 2013, https://efeverde.com/sierra-pelada-el-descenso-al-infierno-en-una-mina-de-oro-en-la-amazonia/

[5] George Russell, “The Treasure of Serra Pelada”, Time, 8 de septiembre de 1980.

[6] Alberto Acosta,  “Extractivismo y neoextractivismo: dos caras de la misma maldición”, en  Más allá del Desarrollo, ed. por  Fundación Rosa Luxemburgo (Sao Paulo, 2011), 223.

[7] Walter Barelli y Ruth Vilela, “Trabalho escravo no Brasil: depoimento de Walter Barelli e Ruth Vilela”, Scielo, 2 de mayo de 2005, https://www.scielo.br/j/ea/a/W3j5tc6XVShnSjG8jxFnFNn/?lang=pt

*De la serie Crónicas de un instante.

Galería de la serie Serra pelada. Fotos Sebastião Salgado (Brasil)

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En Gaza la muerte se ensancha con la vida de 13 mil niños*

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

La realidad se impone y el tiempo de desmorona ante los hechos. Son infinitos las fotos y videos que documentan el exterminio del pueblo palestino. Toda una escalada que deja huellas, contundentes pruebas y heridas multiplicadas, dispuestas en los bordes de nuestras vidas, desprovistas de metáforas y manipulaciones.

Se podría interpretar, según el curso de los acontecimientos, que no resulta “suficiente” todo el arsenal de evidencias que habitan en el universo global de esta trunca humanidad, como para tomar enérgica postura ante lo obvio.

Mientras la muerte protagoniza, cual si nada, los derruidos cimientos de Palestina, miles de ciudadanos del mundo, o buena parte de ellos, se empeñan en afincarse a los derroteros de la mirada esquiva o la actitud callada e insumisa. Y en el peor de los casos, no faltan los que se enrolan en actos cómplices, urgidos de algún protagonismo banal y efímero. Esta suma de respuestas dilata el dolor de seres merecedores del más supremo de los derechos: el de la vida.

La barbarie se instala frente a la gesta del pueblo palestino que soporta la furia de artillerías incendiarias. Se exhibe ante nuestros ojos todo un capital de imágenes ancladas como en un calvario dantesco, dispuesto en escalones de sucesivas arremetidas o cortinas de humos interminables.

Gaza es, una vez más, un alargado cementerio que soporta miles de toneladas de acero y concreto derruido por la fuerza de la impunidad y el acompañamiento de gobiernos “demócratas”, de occidente, que no cesan de darnos “lecciones de civismo” y “estados de derecho”.

Se exhiben inmorales, como maniquíes de grandes casas de modistos que son parte de una elite glamorosa, dispuestos a pintar con sus efímeras huellas los escenarios más pulcros “donde se debaten los destinos del mundo”.

En esos espacios de milimétricas proporciones se pavonean en calculados movimientos los políticos de la más rancia tecnocracia, coherentes con obscenos intereses.

Ante las grotescas respuestas que marcan el curso de la historia, debemos exigir el no cansarnos, el poner a los responsables de este genocidio en el banquillo de los acusados. Emplazar a esos refinados cómplices por tanta muerte, no puede faltar en esta suma de deberes; urge el ejercicio de la responsabilidad moral y penal.

Las calles no pueden dejar de ser verdaderos torbellinos de respuestas. Un minuto, una hora, un día entero en el que dejemos de hacer por la existencia del pueblo palestino, es propiciar nuevas aberturas para que misiles, morteros y balas cercenen la vida de inocentes.

La quietud, la callada respuesta o el ejercicio de “no saber qué hacer” por la vida del digno pueblo palestino, nos hacen cómplices y parte de un declarado ejercicio fratricida. Ante los trazos del silencio seremos signos amargos de la historia que nos interpela en sucesivas interrogaciones.

Los desafíos que entraña vivir en los cimientos de un quebrado planeta, tejido por la penumbra de las armas, siempre dispuestas a cerrar los ojos brillantes de niños y niñas palestinos, se ha de poner en valor las más sagradas acciones de la humanidad.

Según un reporte de Unicef, “… la guerra en Gaza ha matado a más de 13 mil niños y ha dejado heridos a muchos más, cuando se cumplen seis meses de conflicto bélico…”[i]

[i] Han muerto más de 13 mil menores palestinos en esta guerra, reporta Unicef

*De la serie Crónicas de un instante.

Fotos: Reuters y AFP

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Crónicas de un instante: Construir retratos de luz

Foto tomada de internet

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Desde el comienzo del genocidio israelí (otro más) contra el pueblo palestino, en octubre de 2023, no han cesado las oleadas de imágenes dantescas. Se nos agolpan todas ellas, erguidas en nuestras pupilas, en nuestras memorias y conciencias.

Emergen venidas en dispares escaladas de permanentes escrituras y lecturas simbólicas; penetran sin previo aviso en los anaqueles de nuestros espacios de vida, dispuestas a fragmentarnos los actos más cotidianos y pedestres; se nos ponen delante, como telares en fuga, ancladas en robustas dimensiones, sin tiempo para procesarlas, “entenderlas” o darle casuística explicación.

Implica tirar de los trazos de la aritmética y de renovadas variables, donde se incluyen las perspectivas culturales, históricas y políticas. Y claro está, se gestan muchas otras interpretaciones frente a la guerra, que sigue imperando en nuestro herido planeta, anclada como un pilar imperturbable. La muerte deja de ser una ficción proyectada en las pantallas para emerger como una horrible verdad que nos interpela.

En esos espacios signados para desplegar signos, se advierten retratos de duras parábolas y significados, dispuestos en una suma de fotogramas y videos que construyen todo un capital simbólico en el que converge la barbarie, la muerte y la impunidad. Las cifras de muertos, heridos, mutilados y desaparecidos en estos episodios, son espeluznantes.

Una nota de la agencia EFE, publicada en el periódico Público, el 28 de marzo de 2024, actualiza la cifra de muertos, heridos y las consecuencias de estas escaladas en Palestina.

“El número de muertos en la guerra en la Franja de Gaza, que se encamina a los seis meses, alcanzó este jueves los 32.552 fallecidos y los 74.980 heridos desde el pasado 7 de octubre, mientras más de un millón de personas siguen afrontando una escasez extrema de alimentos”[i].

No cesan las imágenes de la estampida, la desesperación y el desamparo de este heroico pueblo. La posibilidad de la muerte es el horizonte de todas sus miradas; peor aún, de sus caminos posibles. La ira y el dolor se convierten en el pulso de sus respuestas ante la inacción de la sociedad global, que tan solo desata manifestaciones, actos de contundentes respuestas; incluso, se escuchan las voces de los que tienen espacio en tribunas donde, supuestamente, se ejercen las prácticas de la democracia y las soluciones en favor del más elemental derecho reservado para el ser humano, el derecho a la vida.

En el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y en el Parlamento Europeo, dos escenarios construidos bajo estrictas normas de participación, se han escuchado voces lúcidas, enérgicas y coherentes ante las circunstancias y los detonantes de una escalada sin precedentes en la historia de este “conflicto”. No han faltado las claras repulsas frente al delirio y el cinismo de los que apoyan y justifican la crueldad en estos espacios de disertación, refrendando un estado que práctica la aniquilación de todo un pueblo.

Palestina sufre por décadas el cerco, la humillación, el secuestro, la tortura y la muerte. Frente a estas verdades, es inaceptable justificación alguna.

Urge una respuesta coherente, civilizada y definitiva frente a los atropellos de la soldadesca israelí.

En nuestras pupilas no cesan de agolparse los retratos de desesperación y rostros malnutridos por la falta de alimentos y los más elementales productos de supervivencia. La cerrazón y el bloqueo o la estrategia del cuenta gotas, históricamente materializada por el estado israelí, son también parte de los signos de un afincado, ahora renovado, salvajismo.

La representación española de la agencia de las Naciones Unidas, UNRWA, ha puesto un titular que revela y profundiza las dimensiones del genocidio. El titular no deja margen a la duda: Ahora en Gaza también se muere de hambre.

Al menos 576.000 personas en Gaza –una cuarta parte de la población– está a un paso de la hambruna; 1 de cada 6 niños menores de 2 años en el norte de Gaza sufre desnutrición aguda y emaciación; y prácticamente toda la población que depende de la asistencia alimentaria humanitaria lamentablemente insuficiente para sobrevivir[ii].

En otra zona del texto, resuelto con brevedad y contundencia, se subraya la gravedad del asunto, con palabras que agrietan las luces del pueblo palestino:

El hambre y el riesgo de hambruna se ven exacerbados por factores que van más allá de la simple disponibilidad de alimentos. Los servicios inadecuados de agua, saneamiento y salud crean un ciclo de vulnerabilidad, donde las personas desnutridas –especialmente entre las decenas de miles de personas que resultan heridas– se vuelven más susceptibles a enfermedades que agotan aún más las reservas nutricionales del cuerpo.

Hace tan solo veinticuatro horas (este jueves 28 de marzo), la Corte Internacional de Justicia ordenó a Israel —una declaración tardía y de poca esperanza en su cumplimiento— tomar todas las medidas necesarias y efectivas para garantizar que los suministros de alimentos básicos lleguen sin demora a la población palestina en Gaza.

Mientras la equidistancia, la palabra calculada, la información intencionada o las prácticas diplomáticas de los gobiernos cómplices dilatan la solución de este genocidio, se profundiza el signo de la muerte y su materialización en el pueblo palestino.

Estos hechos revelan, una vez más, verdades conocidas que se agolpan recicladas. Estamos “sujetos” a la voluntad de unos pocos gobiernos que, con total desfachatez, no cesan en dar lecciones a los pueblos y gobiernos que somos rebeldes e insumisos; a los que entendemos como innegociable la soberanía y el derecho a existir.

No se trata solo de defender un espacio físico, geográfico, tangible. Es también salvaguardar nuestras culturas, nuestros valores y principios que han de ser respetados y que pueden convivir con toda la diversidad de naciones que habitan en los márgenes y el cuerpo de nuestro planeta.

En estas rutas donde la muerte se avista como una lanza en nuestras retinas, se esconde el trazo genocida de hacer desaparecer una nación, muchas culturas y memorias. Es preciso entonces, con total urgencia, no cansarse, defender la dignidad y el derecho a existir del pueblo palestino.

No es aceptable el desconocimiento de su historia para asumir lo horrendo de las escenas con los brazos cruzados. Defender todas las vidas que corren peligro frente a la muerte es suficiente para tomar partido. Es inaceptable el silencio y la búsqueda del divertimento como “válvulas de escape”, ante la escalada de fotogramas y videos que nos acechan, dispuestos a poner en juicio nuestros delgados actos civilizatorios.

La hambruna se divisa como un dibujo tangible en un mapa de enormes dimensiones, en los derruidos llanos de la ciudad de Gaza.

Urge convocar a todas las manos dispuestas a detener la muerte que acecha la vida de hombres y mujeres palestinos, que son también nuestros hermanos. Se trata entonces de cambiar el curso de la historia, para construir retratos de luz y esperanza.

[i] Israel ya suma más de 32.500 palestinos asesinados y cerca de 75.000 heridos en Gaza. https://www.publico.es/internacional/israel-suma-32500-palestinos-muertos-cerca-75000-heridos-gaza.html

[ii] Ahora en Gaza también se muere de hambre. https://unrwa.es/actualidad/sala-de-prensa/ahora-en-gaza-tambien-se-muere-de-hambre/

Galería de fotos tomadas de Internet

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Crónicas de un instante: La verdad y la trampa

Un hombre se lleva a un palestino muerto en un ataque aéreo israelí en el cruce de Erez entre Israel y el norte de la Franja de Gaza, el 7 de octubre de 2023. (AFP)

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Esta foto se antoja cada vez “más común” en los altares de nuestras agrietadas pupilas: lo dantesco de la escena, los “elementos escenográficos” que la contornean, la gestualidad que singulariza a los personajes, los signos incólumes que la arropan. Todo este arsenal de significados converge para ser repetido, bocetado una vez más, como una imagen reciclada.

En verdad, ha sido vuelta a poner en los ardores de nuestras vidas con total desparpajo, violentando espacios domésticos cual si nada. Irrumpe toda ella, en los contornos de nuestras metáforas, en las respuestas de nuestros sueños, en las agendas de nuestras personales urgencias. Todo un inventario para truncar los cerros de amaneceres apacibles, que destronan los letargos de nuestras existencias.

La barbarie, el genocidio, la guerra fratricida, una suma de derrotas de la humanidad, asoman en los anaqueles de nuestra realidad, dibujadas por las texturas de un blanco negro lacerante, incisivo, mordaz. Estos signos campean como ciclos amotinados en imaginarios pretéritos y en “ilesos” presentes.

El cuadro se nos impone sin obstáculos a la vista, por los cercos que secundan las tecnologías, por esa praxis de lo “renovado”, lo “diferente” que se agolpa impostergable por esa pasión de hacerle culto al objeto.

Se produce la digestión del signo fotográfico, los reportajes de ocasión resuelven contar “los cursos y los pretextos de todas las partes implicadas”, los editoriales le toman el pulso a los “nuevos acontecimientos”. Articulistas de opinión se apertrechan con sus mejores sustantivos para calibrar lo sucedido.

Mientras las palabras se exacerban en los altares de la geopolítica, una galería de fotos y videos se confabula con las rutas de argumentos desembolsados, secundados por los trazos de podcast de eruditos opinadores, dispuestos a dar la última mirada a un “conflicto” interminable.

Tras sucesivas arremetidas de las fuerzas genocidas del ejército israelí, se desatan los pilares de un guion armado de antemano, dibujado al milímetro, desarrollado con las mismas pautas y, tan solo algunas variaciones.

En los próximos días la escalada del horror “decrecerá” con calculadas palabras trabajadas en los laboratorios de la semántica. Otras arrojadizas fotografías resolverán dibujar los cercos de metrallas sobre paredes masacradas. Los adjetivos de titulares insulsos le tomaran el pulso a un tiempo pactado.

La “puesta en escena” será resuelta con otros acentos, con los metrajes de sustantivos puestos en los programas informáticos —los mismos que construyeron el escenario de sus primeras percepciones— creados para sembrar la desmemoria, la ruptura de los argumentos, reforzados por los trazos de palabras repetidas. Todas ellas nos parecerán nuevas, frescas, acabadas de sacar del diccionario de las ignominias y la cómplice culpa de no “saber nada”.

Las agencias noticiosas, “empeñadas en dar el sonado titular”, con el paso de los días, tan solo unos pocos días, descafeína esta imagen de portada en modo líquido. Otras, colmaran nuestro tiempo protagonizado por tecnócratas, voceros arrojadizos, más perturbados protagonistas de cuello y corbata que “cerraran” otro ciclo de una historia que humilla el sentido de la justicia, el más elemental argumento que sostiene los pilares de los derechos humanos.

Mientras usted lee estas palabras apuradas, seguirán matando vidas, historias, tradiciones y culturas. La foto es una verdad y es también una trampa. La escenografía que acompaña a estos personajes desolados quedará como un performance. Se resolverá como un nudo de aceros y concreto desprovisto de verdad, contextos e historias.

Los algoritmos lucharan contra su voluntad de indignarse, de saberse parte de un escenario global donde el horror pone a prueba sus mejores lanzas, y su capacidad de olvidar lo que el ciberespacio decidió mostrarle ahora, que podría ser un segundo de nada para su agitada vida de modernidades plomizas.

Mañana, en los próximos días, será el titular la pasarela de algún modisto histérico y lustroso o, tal vez, las infidelidades de algún monarca que nadie eligió. Los millonarios contratos de los deportistas mejor pagados del mundo, serán encumbrados por “periodistas” dispuestos a ser parte de la tajada. A fin de cuentas la verdad, los hechos, nos lo cuentan a pedazos, en calculadas dosis. Son los poderes de la fragmentación que se nos agolpan.

Entonces usted dejará de indignarse, su verdad será otra y su tiempo lo desarticulará hacia otros estados de neutralidad complaciente, o a un estado de nostalgia que trasmuta hacia la felicidad plena de su éxito personal. Y en ese “nuevo” estadio, su mejor virtud será la capacidad de olvidar, de adulterar la historia que nos cuenta la foto.

Según una nota de Telesur, de hoy 7 de octubre de 2023, la cifra de palestinos muertos por la agresión israelí a Gaza asciende a 232 y a 1.697 los heridos.

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Madre, hija y muñeca

Foto de la serie: Madre, hija y muñeca. Autora: Boushra Almutawakel (Yemen)

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Pátinas de color negro transpiran en el fondo de esta secuencia dispuesta en nueve instantáneas. Evolucionan en potentes narrativas que se articulan en una sola mirada. La quietud de los personajes  trazan esos marcos de colmadas dramaturgias, que advierten sobre la dureza de su evolución tras una primera lectura.

En la primera, una mujer de rostro hermoso y sonrisa fresca arropa a su hija sobre sus piernas. La niña exhibe su pelo desatornillados hasta los hombros desprovisto de ataduras pueriles. Muestra feliz su muñeca envuelta en tonos rosas, que contrastan con los predominantes colores marinos que viste la infanta. La madre trasmite horonda su belleza, también los tonos de sus mestizajes, que cubre con chaqueta a cuadros y un pañuelo de color beige.

En el siguiente fotograma la puesta en escena sufre cambios perceptibles. La sonrisa de la mujer está contenida y exhibe un pañuelo de coloraciones menos vivas. Su abrigo a cuadros ha sido cambiado por uno negro; la hija posa más estricta y su pelo aparece parcialmente tapado por un pañuelo de rayas. El vestido de la muñeca no ha pasado inadvertido en la dramaturgia de la foto. La ropa que lleva puesta revela texturas más modestas.

Los puntos de giro semióticos no dejan de cambiar en esta suma de fotogramas. Se avistan reunidas para narrar un sentido, para bocetar la semántica de una idea que, desde la simpleza de la composición, logra emitir un mensaje poderoso, contundente, toda una sacudida a los sentidos más aplomados.

Detrás de todas estas huellas de luz y metáforas se articula un elevado pensamiento, son resueltas toda una gama de preguntas, y también de respuestas, sumadas como baldas de discursos universalmente entendidos.

La madre en el tercer fotograma ya no luce su pañuelo de colores vivos. Ahora su pelo está cubierto por uno de color negro, de discretas estampas. Se reduce la aritmética de su rostro descubierto, la visibilidad de sus bondades femeninas.

Trasmite, en este signado fotograma, dureza, contención, inexpresividad; también aceptación de límites impuestos como líneas inalterables. La niña apenas nos deja ver su pelo, tan solo un mechón que le cubre parte de la frente; el color de su pañuelo ahora es violeta de tonos mate. En la muñeca no ha cambiado su ropa de telares baratos, su pelo rasurado está cubierto con un pequeño pañuelo detrás del que también se esconde parte de la barbilla.

Los tres fotogramas siguientes que componen esta gran historia de espacios interiores se erigen como las escrituras de las imágenes del centro, resueltas como horizontales respuestas semánticas. Transitan hacia una gradual radicalidad, hacia los cercos de nuestras miradas, buscan respuestas, afectos, sensibilidades y nuevas interrogaciones.

El discurso se torna duro, punzante, signado por la subversión de las miradas. Las pátinas de lo negro toman progresivamente buena parte de las composiciones de cada cuadro fotográfico. Las manos que parecían insignificantes en las corporeidades y sentidos de las escenas, se nos revelan vitales resortes narrativos de esta puesta. Juegan el rol de profundizar el drama de sus evoluciones, advertirnos sobre las curvas semióticas que nos dibujan, dispuestos como elementos de contraste, como advertencia de que hemos de mirar los hornos de sus cuerpos.

Madre, hija y muñeca transitan, en esta zona de la foto, hacia tres tiempos oscuros, exponen la cerrazón de sus rostros, la ruptura de sus expresiones más llanas. El Chador, la Hiyad y la Niqad adquieren corporeidad fotográfica en esta secuencia de dramática factura, escriben los signos que le acechan como demonios para agrietar sus soles.

Las sonrisas dejan de ser parte de las escrituras de la puesta, la diversidad de sus contornos son allanados por la oscuridad y el sin sentido de lo pretérito. El estado de shock es la huella de su narrativa, resuelta por los trazos duros e inamovibles de sus fisonomías.

Posan ancladas como esqueletos verticales que no admiten movimientos o réplicas sensoriales. Las sutilezas de las imágenes tranversalizan las respuestas de las protagonistas en cuadros cerrados. Enfrentan un entorno amenazante, mordaz, donde la violencia es el pasto de sus caminos.

Como un gran fotograma de crudos andamiajes avanzan las telas negras, cuadro tras cuadro, hasta el fotograma siete y ocho, donde aparecen completamente envueltas por los designios de sus vidas. Las manos cubiertas y los ojos presos en una fina malla, en sus tradicionales velos niqāb; son las curvas de sus historias de vida en estos núcleos fotográficos.

En el noveno y último fotograma, ya no están la madre, la hija y la muñeca. Quizás la muerte les truncó el camino hacia el bregar de los silencios. Los telares negros toman la escena como único personaje.

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Fidel. Sinfonía de las manos

5ta. Serie de Pelota, Estadio del Cerro, Liborio Noval (1977).

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

La cámara se apresta a congelar una escena. Se abre el diafragma, se expande sobre un eje imaginario y, cual si nada, se cierra con los ardores de velocidades inconfesables. Recibe, por los poderes de un instante, una vigorosa luz inscrita sin nombre. Las sombras hacen su parte, calibran la puesta, redondean el discurso que se materializa por la voluntad de muchos, por la hidalguía del personaje. Y claro está, por el talento del autor de esta pieza, que busca encumbrar un momento, dibujar con signos los trazos de un hombre simbólico.

Como en muchas otras contiendas de su vida, Fidel no se quitó su traje verde olivo. Con la pasión que definen sus actos encara el desafío. Empuña los ardores de un bate erguido, que se exhibe observante, declarado compinche, dispuesto a destronar la pelota e impulsarla más allá de los confines del estadio. Una multitud acecha el momento del impacto para hacer una captura cómplice, un fildeo de manos entretejidas que parece, a vista de pájaro, un abrazo.

Los minutos parecen leyendas. El tiempo sabe a vigilia y los versos de una oralidad desbordante se agitan expectantes. La mirada de Fidel apunta hacia un objetivo preciso, hacia un horizonte dibujado donde habita el mar y las florestas de cúmulos nimbos entrecruzados. Es ese mar irreverente que nos arropa, son esas palmas reales que nos declaran.

El Comandante delinea una pose anticipadora. Se afinca sobre sus botas de muchas batallas empinando la espalda y levantando la barbilla, pues la bola vendrá con fuerza y el ángulo del bate lo decide todo. Se apertrecha del poder de sus manos para calibrar la longitud y el alcance de sus brazos. Todo está por suceder.

El tiempo en esta escena no importa. Su reloj experimenta el trazo curvo de su mirada, un soliloquio de sustantivos dejados en el montículo. La meta es empinar la pelota hacia donde habita la leyenda.

Los tambores rumberos agitan las sonoridades de un recinto horondo. El vuelo está por desatarse y el Comandante se encuadra risueño, pícaro, desafiante. Toda una gestualidad reunida ante una bola que está por irrumpir en el home. La palabra derrota no habita en los anaqueles de su diccionario, el empeño es el verso de su vida, la praxis de su metáfora.

Se produce el lanzamiento, la pelota recorre unos sesenta pies en el tiempo de un zumbido. Fidel pinta un ángulo curvo con sus manos y la pelota sacude el viento, el cúmulo contenido en los parajes del estadio. Las voces de una multitud enardecida se aprestan a tomar al vuelo ese coro de muchos y se produce el hechizo, el abrazo entre todos.

El sonido del impacto marca otra hora en el reloj del Comandante. Es un tiempo de paralelismos, de enconadas curvas que dibujan una pelota empeñada en saberse más allá de los límites posibles. Las líneas se subvierten, el tiempo se alarga más allá de todo pronóstico. Se desata el diálogo entre dos, entre tres, entre muchos, la fraseología desbordada, la algarabía por la victoria, la empatía ante el impacto de un pelotazo, que es la fuerza de un hombre moral.

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Crónicas de un instante: Los ojos de Dina Boluarte

La Prensa. Panamá 8 de febrero del 2023 / EFE

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

“La policía ha tenido una conducta inmaculada”.

Dina Boluarte. Presidenta interina, República del Perú.

Las tesis conceptuales y experimentales de la Gestalt, una de las más relevantes sobre la percepción visual de la era contemporánea, se desarrollaron durante la segunda década del siglo XX en Alemania. Los psicólogos Max Wertheimer, de origen checo, junto a los alemanes Kurt Koffka y Wolfgang Köhler, emplazaron la actitud científica reduccionista imperante en ese período. Para los “autores establecidos”, la percepción se reducía a un rompecabezas de sensaciones relacionadas. Los gestaltistas, a contrapelo de esta corriente de pensamiento, la sustentaron como formas organizadas y no agrupaciones de elementos sensoriales aislados.

Las exploraciones de los gestaltistas coparon amplias zonas de la psicología moderna (la semiótica toma de ellas) y arrojaron una suma de leyes como: el Fenómeno Phi, las leyes de la agrupación, la ley de la figura-fondo y la ley de Ley de Prägnanz.

Max Wertheimer, en 1921, llamó Fenómeno Phi o ilusión del movimiento aparente, a la ilusión óptica que genera nuestro cerebro al hacernos creer que una figura fija está en movimiento. Su teoría plantea que, la percepción va más allá de nuestros sentidos, lo que vemos o sentimos es una mera interpretación de nuestro cerebro.

Pero también resultan relevantes, otras hipótesis resueltas en distintas etapas de sus investigaciones. Max Wertheimer, y sus colaboradores, Koffka y Köhler, perfilaron —con aguda escritura— la manera en que los observadores organizan los elementos que perciben, incorporando al capital científico de la sociedad global las Leyes de la Agrupación dispuestas en cinco partes: la Ley de la proximidad; la Ley de la similitud o semejanza, la Ley de la continuidad, la Ley del cierre y la Ley del destino común.

Con la Ley de la proximidad, el observador tiende a integrar los objetos contiguos o próximos entre sí en una misma figura. Según la segunda ley, de similitud o semejanza, el observador integra en una misma figura objetos similares o parecidos. De acuerdo con la Ley de continuidad, el observador tiende a integrar en una misma figura objetos que aparecen en una sucesión continua; es decir, que se encuentran organizados en una línea recta o en una curva. Con la Ley de cierre el sujeto observador se predispone a completar una figura, cuando esta se le presenta incompleta o con alguna hendidura. La ley de destino común, la que completa toda esta aritmética de percepciones científicas, esboza que, cuando un grupo de objetos se desplazan en una misma dirección, el observador tiende a percibirlos como una unidad.

Todas estas herramientas de la percepción visual nos permiten “apuntar” con certera respuestas sobre nuestros entornos inmediatos y circundantes. Y claro, la fotografía, constituye un recurso (estético, documental, artístico, semiótico) mediante el cual podemos entender —también interpretar— realidades, contextos, procesos, circunstancias.

Sin embargo, la presidenta interina de la República del Perú, Dina Boluarte, ha dejado —es un hecho— otras singulares narrativas y argumentaciones sobre los procederes de la policía de su país en estos dos meses de protesta social.

La foto que encabeza esta crónica, tomada de La Prensa de Panamá, resulta un oportuno recurso para interpretar lo que avistan sus ojos, así como las lecturas y variables en torno a de sus palabras. Y también, para “intentar” de paso entender las nociones y la lógica perceptual de sus respuestas.

Es nítida la línea discursiva de esta foto. Se advierten catorce animadores culturales en plena faena socio cultural comunitaria. Son —sin el más mínimo espacio para la duda— ejemplares servidores públicos entregados en las calles para recrear al pueblo peruano, desatado por la ira que exige: la renuncia de la presidenta interina, Dina Boluarte, la disolución del Congreso, la convocatoria a elecciones anticipadas y consultas sobre una Asamblea constituyente encaminada a elaborar una nueva Constitución. Así lo suscriben los medios de comunicación del país y las agencias extranjeras acreditadas en la nación andina.

Subrayo: son catorce “servidores públicos” con funciones delimitadas, resueltos a entregarse como un grupo compacto, dispuestos a materializar toda una gama de “acciones artísticas”.

El que aparece a la derecha de la foto, que se avista doblado en pose de observador —claramente encorvado— es el guía de esta agrupación “cultural”. Está a la mira del comportamiento del público receptor para hacer más efectivas las acciones “artísticas” que coordina.

El que le sigue al cabeza de grupo, que se aprecia en posición de resguardo y levanta un artefacto, tiene el encargo de proteger del sol las muchas “confituras” que acopia en sus bolsillos y mochila, para repartir entre los actores sociales que transpiran indignación y coraje.

El tercero y cuarto de esta gran foto grupal son parte del coro de los canticos sublimes de —escuche bien— “excelsos timbres cromáticos”. En verdad, estos dos integrantes de la agrupación —formada por encargo— son parte de una hermandad coral del Perú dispuestos a entregar su “arte”, como parte de pluralidades convocadas para la ocasión. Fíjese bien, el que está en un primer plano, es un “barítono” de probada fuerza coral. Interpreta un vasto repertorio de “canciones de cuna” —sin dudas un acierto cultural— que responde a un guion, pensado para todos los públicos.

Detrás de los cantores —visto siempre de derecha a izquierda—, se distinguen tres “narradores orales”. Cada uno, en el lapso de una cuadra avanzada, desempolva “cuentos, poemas, encendidos sonetos y frases litúrgicas”.

En el extremo izquierdo de la foto, en aparente vagancia —sería una injusticia desabotonar tal calificativo— se avizora el “director artístico” de esta encomienda multicultural. Supervisa, controla, conduce cada acción, como parte de una intencionalidad, siempre pensada para “enriquecer a la ciudadanía”.

He dejado para el final al protagonista de este encuadre fotográfico, ubicado en el centro de la imagen, que también es el centro simbólico de toda la escena. Es todo un “juglar”, un “artista circense” que, apoyado en un artefacto posmoderno, reparte “confites y caramelos”, más “chucherías” empaquetadas, todo dispuesto según las normas establecidas por las autoridades sanitarias del Perú.

Sin dudas, este colectivo apuesta por materializar una ejemplar respuesta escénica. Trabaja en equipo, repartiendo a cada paso, genuinas expresiones de probadas envolturas culturales.

Ataúdes alineados esperan en el hospital Carlos Monge a que sean entregados los cadáveres de los muertos en la masacre del lunes en Juliaca / EFE

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Crónicas de un instante: Aunque el dolor nos duela

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

No conozco al autor de esta foto, ni siquiera tuvo el cuidado de darle su crédito, de afincar su nombre en alguna parte de los bordes. Incluso, ni se preocupó por acuñarla con tinta fresca en la parte inferior de sus cimientos. Seguramente, es de los que no se anda con protagonismos, y ante la urgencia de las circunstancias, la compartió en las redes sociales por esa necesidad de anclar luz, donde la oscuridad asecha.

Es la oscuridad que transita cabizbaja y sumisa por los cerros del amanecer, dispuesta a tomarlo todo, para “pretender ser la protagonista” de una narrativa, discurso o verdad que, en su errático camino, se diluye, cual, sin nada, por los cauces de la historia.

La fragmentada negritud se viste de palabras efímeras, de vestuarios para la ocasión y termina, tras muchos aletazos, moribunda, adolorida, desojada en los excrementos del olvido. No por los golpes de la vida, más bien por la indecencia de sus adjetivaciones, dispuestas a quebrar los pilares de la nación.

Aprestan sus dianas, que son de una envoltura plomiza, como dispares fauces. Pretenden anular el tiempo para ubicarnos en los nichos de un espacio congelado, donde el futuro parece estar en algún museo virtual, construido por engendros ajenos a la identidad que nos define como espacio vivo y culto.

Prestan sus delgados servicios para quemar las brisas que calman el agotamiento, construir el caos, la desmemoria y la fortaleza de la solidaridad que habita, sin asombros, en los pilares de nuestra Isla y la humanidad toda.

Por ciclos, labran una ennegrecida telaraña mientras le afloran hediondas brasas, dispuestas a taponear el sentido de nuestra lucha y el sabernos vivos. Su preferido encuadre, la muerte súbita de la esperanza y la unidad que arropa, que converge, sin pausa, en la palabra Cuba.

Estos desalmados aprovechan el dolor y las huellas de la furia de un huracán inmenso, y convierten duras escenas en un guion escrito con plumas importadas, traídas de ese Norte que quiere enterrarnos, hace ya más de seis décadas.

Los mercenarios de siempre, y los de ocasión, se alistan sumisos y dispuestos a resquebrajar las ceibas que nos amparan y a encender los fuegos que apuntan hacia los ojos, para quemarlo todo, hasta el mar que abraza. Se aprestan a sembrar la penumbra cegadora de sueños y de paso, a despoblar de sentido la legítima necesidad de luchar por todos, como anónimos servidores de los que están en el horizonte de nuestras miradas, y también, de los que no alcanzamos a ver en los andares de la vida.

Entonces, emerge “cual sin nada” una encendida foto. Se apropia sin permiso de esa oscuridad construida, tejida con falsos adjetivos y verbos sacados de probetas clonadas, de última generación.

Es una foto hermosa, potente, ejemplar, poblada de significados y lecturas.

En toda su escritura se avista la crónica de un niño, de apenas cinco años, que ha quebrado los cerros, el tiempo, las muchas miradas que nos convergen y ha puesto sus manos, sus menudas manos, al servicio de Cuba. Y lo hace sin asombros, aunque el dolor nos duela.

Es un cubano ejemplar que tampoco busca la gloria, porque ella habita en la necesidad del momento, en la urgencia de las circunstancias. Su mirada se enfoca hacia donde está lo derruido y se alista presto a encender la luz, que aquellos despreciables plomizos pretenden anclar en los cimientos de un país con derecho a existir, a ser soberano, aunque nos vaya en ello, la vida.

Nota: Esta madrugada me ha contactado por Facebook el autor de esta foto, José René Morales Núñez, Residente de Cirugía General en el Hospital Docente «Comandante Pinares. Gracias por tan hermosa foto.

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Crónicas de un instante: Con los pies descalzos

Foto: Raúl Navarro (Periódico Girón)

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Parecen estar lejos, en un espacio donde las probabilidades de una posible ruta no tiene trazo definido. Se aprestan a todo, destrabando acertijos y escribiendo preguntas. Esas que se imponen ante los urgentes retos que marcan brasas de encendidas llamas, dispuestas a truncar los ardores de la vida, a sembrar pilares de muerte.

La geometría es un cuadro de dos dimensiones. Es, apenas, un tramo de nada y el fuego asume que “será el protagonista” o al menos eso pretende en una noche que en verdad no ha terminado.

Bajo un descomunal manto, legumbres de humo y sonidos irrepetibles se avivan los ardores del incendio. En sus faldas atornilladas, hombres de estatura artesana dan los primeros pasos, apertrechados de una encomienda: la apuesta por la vida.

El fotograma se nos revela como un campo de batalla. El empeño es, sin dudas, protagonista de la contienda. Distantes de los oficios del cronista que nos reserva un instante para el cerco de lo inmediato, se tejen sustantivos apuntes de excepcionalidad. La lente de la cámara boceta una singular perspectiva, resuelta en dos planos.

Dispuestos a desarrollar sus labores bajo una imperceptible línea que marca los límites de un horizonte tardío, destraban y afinan sus brazos de agua, sacados de los anclajes de un distante nicho que el silencio abrigó por la voluntad del tiempo.

Lo descomunal de la escena rompe con los hábitos de sus oficios dispuestos en trazos de amaneceres. Les apremia todo, el tiempo no espera y se impone materializar los múltiples planos de una contienda, bocetada sobre los ardores de la noche.

Se desatan —la escritura de la foto así lo revela— encendidos cúmulos nimbos que emergen en escalonadas formas. Agolpan dispuestos a devorar los caminos del silencio y la paz de una ciudad de salitre y penachos de mar, ahora destronada.

En esta primera noche se avista la aritmética de un fuego que escribió, con escritura rolliza, toda una batería de abultados desafíos para el trocar de hombres vestidos con manos de entereza.

El cuadro muestra toda la geometría de la escena donde importa cada centímetro de sus patinas. En la parte superior del fotograma, los tanques soportan la fuerza de un fuego desaforado. Las brasas se apropian de cada parte del todo y toman las postrimerías del encuadre. Se dibuja una danza de proporciones descomunales.

Bajo los cimientos de toda la escena, hombres de rostros imperceptibles, anónimos nombres, destraban la robustez de sus artilugios. Son estos, cómplices acompañantes que asisten a la escena, empeñados en quemar las llamas de la noche con la sabia de sus labores artesanas, con el oficio de manos tejidas de aguaceros.

No hay temor ante lo descomunal. No se avistan palabras agrietadas o dobleces. Encaran su labor de anular el fuego, de aniquilar esos sonidos que han subvertido la paz y el silencio, de un espacio que hasta hoy parecía inconfesable. Se aprestan a tomarlo todo y lo hacen desde los bordes y límites de empinados contrincantes.

Alguien me contó que esa noche, dibujaron trazos de luz con los pies descalzos.

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Crónicas de un instante: El niño, el horizonte y lo efímero

Niño ante el ciclón. Serie Ocho Km de historias. Sonia Almaguer (Cuba) Foto: Cortesía de la autora

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

El mar penetra en los contornos y brasas de esta ciudad que en tiempos pretéritos lució amurallada y antigua, rolliza y cigüeña, singular e irrepetible. Ropajes impresos con acuarelas delinean sus muchas identidades vertidas como signos de coronados misterios que apuntan hacia un dibujo mayor.

En este otro espacio temporal La Habana luce altiva, risueña, soportada por los anclajes de su historia mestiza, cosmopolita, definitivamente dialéctica. Mientras, todo toma su curso por esa lógica que traduce la dialéctica. La ciudad transita por parajes de encumbrados cimientos: la cultura y la conciencia crítica de lo irrepetible.

Son los anclajes desde donde se materializa la voluntad de la naturaleza de “tocarlo” todo; arropada de pretextos irrumpe con fuerza, abraza los leños de la noche que le sirve de mampara y ocurre el “milagro”: la escalada que lacera la paz, ahora truncada.

Las trenzas de la ciudad, erguidas ante el tronar de muchos otros cercos, se afianzan como carbones, empeñadas en resistir los embates de un ciclón acordonado, siempre dispuesto a destronar los sueños que se pintan en un horizonte impreciso.

Oleadas de mar en auténticas embestidas evolucionan desde otras coordenadas surcando los límites de lo insular. Se afincan y destronan sobre alargadas faldas de telares leños, transformadas en estampidas de caóticas envolturas. Transitan desplegadas sobre los ardores de dispares cromatismos, y emigran dispuestas a catapultar otras cartografías de virtuosas metáforas.

Desde los nichos de un escenario tardío, se distinguen patinas de luz y aguaceros cercos. Tras la primera lectura, emergen auténticos trazos de siluetas eróticas ante la evolución de una música tupida, zanjada por curvas henchidas y líneas inconexas. En ese dramático momento, emerge la incomprensión de poetas imposibilitados de traducir las indisciplinas de las formas.

Violentas marejadas de ciclos cortos se agolpan en los límites de muchas horas —el tiempo es una convención multiplicada— y es que resulta imposible doblegar sus alas. Los nardos de mar golpean acantilados de tuberías corroídas, encaran con fuerza a dientes de perros esculpidos por desafiantes texturas y muros corredizos. Desde otros parajes, la ciudad libera sábanas blancas al poniente de su estatura. Y todo, para calmar la ira de vientos desaforados.

Al final de cada ciclo, lámparas teñidas por humedades abrigan el cansancio de soportar el salitre y los cercos de la noche, siempre venidos de una ruta imprecisa, pues son estos  los últimos testigos de un ejercicio inusitado. Cuando se apagan, esconden palabras de truncas crónicas, que se dibujan como huellas indescifrables en las cristaleras de sus miradas.

Esta foto de sutiles líneas abriga baldas de historias, esas historias mutiladas, reunidas en los “infinitos” pixeles del fotograma. Se ha gestado de manera artesanal, al vuelo, sin previo aviso, soportada sobre las raíces de un drama inconcluso. El verbo emerge desde el núcleo del relato, dispuesto a tomar los saltos de sus contornos esenciales para la escritura de un reciclado tempo.

El espacio dramático queda “congelado” en dispares evoluciones, donde nada está pintado al azar. Los significados habitan superpuestos, en las muchas líneas que transitan tendidas en toda su arquitectura.

Al fondo, apenas “imperceptible”, el muro que “contiene” las arremetidas del mar. En un segundo plano, más al centro, otro muro cortado, dispuesto como parte de una puesta en escena que subraya la fragilidad del espacio escénico.

Lo “teatral” se refuerza con otros elementos anclados por las lógicas de la urbanidad. Las lámparas que lo avistan todo callan y una señal de transito ironiza la escena, con un “Ceda el paso” para un ciclón que actúa sin fecha de entrega.

El mar ha penetrado más allá de los “límites posibles”. ¿Podemos amordazar los adjetivos de sus cóleras, las aventuras de sus embestidas? La puesta e inmensidad de lo líquido en esta escena —que es tan solo un fragmento— se avistan como escalones desparramados en un gran proscenio, en tonos blanco-negro, también grises, que confirman sus raíces en el mar.

En el centro de todo, más a la izquierda, el sujeto metafórico, el signo que edifica el trazo lector de esta puesta fotográfica. Un niño con los pies mojados observa la “quietud” y el desempaque final de un cerco que “hasta hace poco” actuó desaforado. La escena deja huellas, sabores, mutilaciones y preguntas, muchas preguntas, sembradas para ser bocetadas en ese mismo horizonte donde se gesta el furor de un ciclón irreverente.

Tras ese epílogo emergen las respuestas, esas que se anulan para calmar monólogos y austeras conversaciones.

Sobre los cromatismos de la instantánea aflora la fragilidad humana, el sentido de la vida ante las urgencias del otro, la jerarquía de lo que resulta esencial o más bien impostergable.

En otro plano se distingue el dialogo inconcluso entre el sujeto y la naturaleza. Para solventarlo, se desatan verbos machistas, palabras “inteligentes”, toda una gramática para apuntalar en la conciencia de la sociedad global los “poderes” que vestimos y cómo somos “capaces de doblegar” los cantos enardecidos del mar, cómplices de otras colisiones.

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