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Palabras de elogio a Solás

Humberto Solás, cineasta cubano (1941-2008) Foto Levante-EMV

Por Eusebio Leal Spengler

Queridos amigos y amigas:

Pregunté si Humberto estaba de acuerdo, si era él, y si era su voluntad que yo dijese estas palabras. La respuesta fue que sí, y solo de esa manera acepté el riesgoso menester de decir unas palabras para un artista que, aparentemente no está o no estaría del alcance de mis posibilidades para un análisis crítico realmente valedero e importante de su obra, en un día tan importante también y trascendente como el de hoy.

Sin embargo, en el primer punto de su biografía aparece que Humberto es historiador, y ahí la tabla salvadora. Era un compañero generacional, un compañero de profesión y también un admirado amigo. No admiro la obra, sino admiro al individuo; porque si alguna vez el arte es de veras la voluntad del artista, más allá de las artes plásticas y la literatura, más allá del arcano indescriptible de la poesía, es precisamente en el cine. Detrás del lente solo él, solo ellos, pueden comprender la trascendencia del espacio, el sentido de la tridimensionalidad que tanto preocupó a Leonardo; la belleza del mundo que va a recrearse nuevamente y que siempre será distinta, a partir de esa óptica, de esa mirada profunda y de ese deseo claro de plasmar un sueño, de transmitir a otros una revelación, de dar una idea o hacer una interpretación del espacio y el tiempo.

Todo eso encuentro en la obra coherente de Humberto, tan reconocida internacionalmente, creyendo los títulos, los premios, las citas importantes del cine universal en las cuales ha estado presente, y ha sido no solamente elogiado, sino partícipe en el juicio sobre otros, dan razones suficientes para que se le otorgue, hoy, esta preciosa distinción.

Por lo que el Instituto Superior de Arte significa y representa para Cuba, por lo que tiene en este día de consagración y reconocimiento para Humberto, de la nación, del Instituto, del Ministerio de Cultura; pero fundamentalmente de los artistas, de la intelectualidad aquí representada: los músicos; los pintores; los poetas y escritores; los críticos; los ensayistas; los profesores universitarios y todos los que hoy están pendientes en este acto de lo que él que nos va a decir finalmente.

Lo que tenía que decir de Humberto está prácticamente dicho ya. Hay una etapa fecunda de la vida, en la cual para lo que ha de hacerse, se tiene un tiempo breve, en espacio de años, que son como el pestañear de una mariposa, en el universo astral. De esa manera, hay un instante en que se debe recoger el fruto de esa simiente lanzada al viento, y yo creo que aunque comenzó hace mucho tiempo la siega de hoy, lo que recogerá hoy supone para él, un instante y un minuto importante de esa vida, donde mucho ha hecho ya Humberto Solás.

Pero, ese hombre nacido un 4 de diciembre tiene además con nosotros algo muy particular, que hace un instante, antes de comenzar el acto, recordaba Miguel Barnet.

Somos los amigos y compañeros de una generación que, en medio de los grandes avatares del mundo que nos tocó vivir, nos empeñamos por caminos diversos en edificar una obra. Algunos la hicieron para la memoria; otros, para las piedras; otros, para el arte danzario; otros, para el cine. Otros renunciaron a ello para servir a la cultura, y esto tiene un mérito inmenso, porque han vivido, y me consta, con la añoranza perpetua por regresar al escenario, al gabinete de estudio, al sitio donde pudieron encumbrarse a título personal y ser sorprendidos por el resplandor de las estrellas.

Este no es el caso. Humberto pudo, partiendo del instante en que la nación, en que la Revolución, decide la creación del instituto del cine cubano, participar en esa gesta de la cultura, entrar de lleno en la batalla por crear un espacio para el cine, dentro del cine latinoamericano y mundial. Para ello partía de una visión general obtenida por los fundadores en las más prestigiosas escuelas de cine del mundo. Ellos legaron al ICAIC una impronta tan poderosa, que hoy aun es la razón misma del debate esencial que le da motivo de ser al instituto de cine.

Un debate que tenía que ver con las ideas y su forma de expresarlas, que tenía que ver con la estética del arte cinematográfico y con lo más importante, no era solamente un vehículo, ni un medio, sino era fundamentalmente un instrumento para hacer llegar al mundo una voz elevada en forma de imágenes y noticias, elaboradas y dirigidas con el punto de vista de un gran artista en el noticiero del cine, a través de la obra, grande y extraordinaria del que fue quizás, uno de los más importantes cineastas del mundo en un tiempo, y lo es y será para sus amigos Santiago Álvarez.

De los que ya no están con nosotros, como Tomás Gutiérrez Alea, y que trazaron también una impronta, asomándose al vértice del gran conflicto internacional, llevando el mensaje de que la sociedad cubana era una sociedad viva, muy lejos de ser perfecta; y que en ese debate, que debía llevarse al cine, y en esa representación real de nuestra verdad, descansaba un discurso de autenticidad que haría creíble en el mundo, la obra de la Revolución cubana, más allá de toda palabra. Los que además de todo eso lograron dar vida, en actores y en actrices ―que hoy recordamos con emoción, pensando también en los que no están como Idalia Anreus—, en los maravillosos personajes encarnados en la trilogía de su obra esencial, Lucía. En sus últimas expresiones creativas como Miel para Oshún; o, en momentos tan trascendentales para su pasión creadora, como en Cecilia.

Y recuerdo vivamente aquellas noches, en mi casa de Compostela 158, donde junto a Alfredo, en el ambiente romántico de aquel rincón de la Habana Vieja de 1699, tratábamos de hallar el perfil verdadero, de cómo de una forma atrevida y contemporánea llevar al cine no la reproducción mimética de la obra de Cirilo Villaverde, sino una obra creativa que se metiese de lleno en la realidad intelectual cubana.

Pero también es el hombre alucinado con El siglo de las luces, la novela del más grande, del mas importante y trascendente de los escritores cubanos de su tiempo. Aquel que con profunda humildad, al recibir desde el conocimiento y convicción plena de su mérito el Premio Cervantes en su primera edición, y como premio absoluto para él, confesaba que había pasado su infancia recorriendo los portales y los espacios abiertos de un sitio en la Habana Vieja, donde la estatua del supremo mentor de las letras castellanas estaba levantada y sedente sobre una inmensa piedra de mármol. Esto le llevó a Humberto, a la creación en dialogo permanente con la obra del autor, esa magia de la obra del cine que ha sido, precisamente, El siglo de las luces. Con la música que hoy evocará con sus manos primorosas, y con el maestro que ha acompañado siempre su obra, como una herencia de los suyos, y un privilegio y gracia propia, José María Vitier.

De esa manera, entre lo que él dirá a través de su música, y lo que escucharemos de Rey, y lo que se ha preparado como escena e imagen, que será como un ramo de tibias y cálidas rosas para Humberto, se completará el homenaje que bien merece.

Es un homenaje a la cultura cubana, es un homenaje a la universalidad, es un homenaje también a los individuos que la han creado, porque si hemos luchado tenazmente por la igualdad, debemos luchar exactamente con igual pasión por la singularidad. Humberto es esa singularidad, es ese punto de identidad que llama la atención en la multitud, por su ojo capaz de captar, por su decisión atrevida de crear, por su sueño de poesía y de lealtad, en lo que ha creído desde su más temprana juventud y adolescencia, que es la verdad, que es el mundo que le rodea, que es el arte y que es Cuba.

Sé que es un día muy especial para él, pero también lo es para sus amigos y para sus admiradores. Una pequeña multitud desafiando la noche, desafiando las dificultades para llegar a un sitio relativamente abismal en el corazón de una ya gran ciudad, se ha reunido aquí, en este templo de las artes y las letras para honrarte, Humberto, y debes sentirte particularmente satisfecho. Si bien es cierto que para honrar ninguna voz es débil, quizás esto excuse la pobreza de las palabras mías para agregar un acento más a tu homenaje.

Solamente podría decirte que cuando me confirmaron hoy que era tu voluntad, y que tú querías de verdad que yo dijera estas palabras, me sentí dichoso porque me di cuenta de que más allá de la admiración por el artista tenía yo una gran admiración por un amigo.

Gracias, Humberto, por tu obra, que ha contribuido a enriquecer a Cuba, que ha contribuido a darle, como dije ya, realidad y verdad a esa verdad y realidad de la Cuba que nos tocó vivir. En la cual nos tocó construir y nos tocó luchar. Sé que en muchos momentos, a lo largo de una vida intelectual o creadora, las incomprensiones y las pequeñas espinas que hay siempre en los campos más cuidados, los pequeños abrojos, no te apartaron jamás de lo que fue tu camino predeterminado. Nada pudo convencerte, ni el error, ni la burla, a veces, ni la desconfianza de algunos, ni la pequeñez de otros de que tenías la dirección de tu patria y de tu pueblo, hoy tienes la prueba.

Felicidades, Humberto, y que vengan las musas de ese Parnaso en que creemos, a traer cuanto antes, a puertas abiertas, y en una noche estrellada, una corona de laurel para ti.

Muchas gracias

La Habana, 20 de noviembre de 2001

Tomado de: Cubacine

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Regresa “Enfoco”

Por Daniel Céspedes

La revista Enfoco llega a su número 54. Llega en un momento de crisis editorial y de pandemia, en el que para algunos leer ha devenido un analgésico, el estimulante ante mucha ruina emocional, física y ética. Pero, para otros, el hábito y placer de la lectura se perdió o desestimó. A las claras, nunca se tuvo. Las necesidades básicas, al menos en Cuba, relegaron la compra de letra impresa. Confiemos en que los lectores habituales releyeron y se salieron un tanto de las circunstancias fatales que todos estábamos y estamos padeciendo.

En rigor, no creo que se haya dejado de leer. Solo se abandonó una forma de hacerlo en virtud de los formatos digitales en las redes sociales. Las visitas a Facebook y otros sitios web se incrementaron y se leyeron las noticias del momento: curiosidades de lugares (re)descubiertos, especies de animales que se volvían a ver después de tanto tiempo…, mientras la COVID-19 se sacudía violentamente de la humanidad como si ella fuera un lastre. Es en este contexto cuando la lectura de libros y revistas de años nos devolvieron a muchos autores.

Un autor revive no porque se le reedita o reimprime, sino porque se lee… Los libros y, en especial, las revistas cual habitus cultural devolvieron las coordenadas de qué leer porque, más que un afán de competencia de un artículo con otro en una revista, la idea es de conformación. Ello implica ajustar una armonía que no responde necesariamente a los propósitos centrados y memorativos de un dosier.

Enfoco, una vez más, confirma que un dosier pudiera ser importante, pero no imprescindible, para garantizar un número especial por muchas razones: se rescatan textos ya aparecidos, confluyen acaso por primera vez distintas voces que se alejaban de una Enfoco a otra. Es una Enfoco de enfocos. ¡Para qué negarlo! Se analiza la necesidad de concepción de hacer crítica según la manera de ver hoy cine y audiovisual en general (“Crítica de cine: algunos desafíos”, de Víctor Fowler). Aquí se lee:

A la misma vez que el crítico especializado en producciones cinematográficas, televisivas u otras (es de prever, en un momento no muy lejano del siglo que corre, la narración de ficción que, generada en computadora, consiga la ilusión realista que posibilite la sustitución del actor), la misma complejidad de los procesos demanda de un crítico nuevo, con conocimientos y entrenamiento para abarcar la totalidad de la audiovisualidad y poder mostrarnos los puntos de unificación.

Y cito a Fowler no porque sea el autor del mejor texto del volumen, sino porque sus planteamientos entroncan muy bien con los tiempos que corren. ¿Cuál es el cine que más se ve en la actualidad? ¿De qué otras herramientas nos debemos valer para apreciarlo, sin necesidad de ser especialistas de su hechura o interpretación? La mezcla genérica ante la cultura digital, las relaciones del cine y la televisión. ¿Ha sido la televisión el futuro del séptimo arte como predijo hace años George Lucas? Un filme no cambia el mundo pero, como confiesa en una entrevista Julio García Espinosa: “Ha de hacerse como si lo fuera a cambiar”.

Número compilatorio con sus apartados frecuentes (“Zoom in”, “Travelling”, “Flashback” y “Master Class”) es la Enfoco 54. Sin embargo, evidencia cómo se confecciona una revista de cine y cómo el proceso de edición supera las revisiones de contenidos escriturales. Editar entraña, además, aventurarse en la estructura de una publicación. Y eso lo ha hecho Suntyan Irigoyen Sánchez en su papel de coordinadora general. Ojalá signifique este encuentro de hoy la continuidad de tan necesaria y particular revista. Continuidad significa persistencia, de ahí la exhortación a que se vea cine y se lea, aunque con la cautela que recuerda Werner Herzog en “Master class”:

No lean libros sobre cómo se hace el cine, no sirven de nada, láncenlos por la ventana, aprendan a hacer películas, ahí, en la vida real, experimentando la vida. Pero sí, por supuesto, yo soy una persona que no veo muchas películas, quizás tres o cuatro películas al año, pero sí leo, y les insisto mucho a los estudiantes de cine que lean, lean y no paren de leer porque si no leen, puede que hagan películas pero van a ser, cuando más, mediocres.

Enfoco se hace por y desde la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Cuando muchos creían que existía solo la revista Cine Cubano, nuestra institución tenía Enfoco y Miradas.  Ambas publicaciones podían hacerse gracias al claustro de profesores, los permanentes o los invitados, por la propia Mediateca André Bazin. Se tenía (se tiene aún) la oportunidad de ser más abarcadores en criterios y referencias. ¿Qué ha cambiado? Mucho: el mundo y con él nosotros. Mas, tampoco ha sido la hecatombe. Enfoco es reflejo de cómo está la Escuela. De todos depende siga apareciendo. Enhorabuena su renacimiento.

Tomado de: Cubacine

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De las tablas a la pantalla

Fotograma de María Antonia (1967) de Sergio Giral

Por Luciano Castillo @LucioC812

Encuadramos dos de las adaptaciones de la dramaturgia nacional en la producción fílmica del ICAIC, en este caso realizadas por el cineasta Sergio Giral, obras que, por la solidez de su estructura y el delineado de sus personajes, superan en considerable medida cierto endeble e intrascendente «cine de autor».

En 1986, Giral halló en Plácido, galardonada pieza en doce cuadros de Gerardo Fulleda León —aporte esencial a la literatura dramática cubana—, la oportunidad de realizar una aproximación estética a un artista ubicado en su momento histórico. Emprendió el rodaje de su versión como un intento por incursionar en el mundo de las ideas y las pasiones de un poeta. “Muchos pasajes que aparecen en el filme y no en la obra —advierte el cineasta— son producto de las necesidades expresivas propias del cine. Mi película es una reinterpretación y no una adaptación”.

A criterio de Fulleda, en el trabajo conjunto que acometieron, Giral no desvalorizó ninguna de las posibles lecturas planteadas por su obra, y enfatizó en la que define como fundamental: el artista y su tiempo. Para el realizador, Plácido es una película más personal a la que concede especial sitio en su quehacer, sin relación o continuidad con su trilogía sobre el tema de la esclavitud: El otro Francisco, Rancheador y Maluala.

Desde el momento climático del ajusticiamiento de Plácido, el filme eslabona flashbacks evocadores de distintas etapas en la breve vida del poeta matancero para aportar elementos de juicio sobre su conducta. La cuidada fotografía de Raúl Rodríguez captó el rigor en la reconstrucción ambiental y la selección cromática. El argumento fluye gracias a la eficaz edición de Nelson Rodríguez. El acercamiento físico y caracterológico al contradictorio bardo por el actor Jorge Villazón (1947-1994) sobresale en medio de un reparto con desequilibrios. Sin alcanzar el aliento y vigor de su antecedente teatral, Plácido queda como un fresco abocetado con personajes carentes de precisión.

No denota su procedencia escénica en ningún momento el guion concebido por Armando Dorrego para la adaptación asumida en 1990 por Sergio Giral del clásico María Antonia (1967), que convierte a Eugenio Hernández Espinosa en el dramaturgo cubano más filmado. El propósito de la adaptación fue respetar al autor sin desvirtuar la obra homónima en un prólogo y once cuadros, estrenada en septiembre de 1967 por el grupo Taller Dramático. De ese proceso surgieron tres guiones, desde el más religioso, mágico y esotérico, hasta uno actual, que no funcionó porque al transmutar la trama de los años cincuenta, los conflictos y la realidad social eran distintos. Finalmente, se escogió para el cine una variante fiel al espíritu del original y consigue, a tono con los criterios expuestos por el realizador en conferencia de prensa, “una película universal que desbordara los límites de la época en una operación más de índole cultural y estética que histórica”.

Que Giral se hallaba en el clímax de su plenitud creadora y en evidente ruptura con su filmografía anterior, es percibido a lo largo de este filme. La fotografía preciosista de Ángel Alderete propicia el estallido de las imágenes de La Habana en todo su dramatismo, como entorno para el avatar de esa mujer intransigente y rebelde que reniega de los dioses a los cuales desafía, pero cuya protección implora su Madrina, tras el acto cometido por María Antonia. La religión es el elemento decisivo en la conducta de los personajes en la obra, toda una tragedia moderna, en opinión de Giral. Plantea que este elemento está dado por un hecho de índole dramático, que conserva sus valores sin dejar de gravitar en los caracteres y el medio social donde se desenvuelven. En su versión libre para el cine se acercó más a un género tan vapuleado, pero que defiende, como el melodrama, sin pérdida de su esencial aliento trágico.

Quienes dudaron que existiera otra actriz capaz de ofrecer una imagen diferente o aproximada a la antológica caracterización teatral de Hilda Oates, ignoraban la osadía de Alina Rodríguez (1951-2015), realmente descubierta para el cine cubano en este protagónico. Ella solo conocía la exitosa reposición de la obra por Roberto Blanco en 1984 con el grupo Ocuje y se propuso encarnar ese personaje monumental apenas supo del proyecto, para el cual aprovechó sus vivencias en Santa Camila de La Habana Vieja. Su temperamento artístico disipó toda incertidumbre y convenció al cineasta. La entrega a María Antonia fue tal que delineó —como la imaginara el autor— una potente actuación como esta hija de Oshún y de la candela, sedienta de hombre, pletórica de amor, con su risa cascabelera y el viento que arremolina su cintura, su piel llena de movimientos, segura de lograr todo lo que se propone y de poder moldear el mundo a la medida de sus deseos.

Tomado de: Cubacine

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La titánica Kate en la corte de Luis XIV

Por Rafael Grillo

Ahora que la chica linda de Titanic (1997) celebra su segundo premio Emmy de actuación por el papel de corajuda policía en Mare of Eastown, erigida en icono femenino de 2021 con su renuencia a usar maquillajes y a dejarse retocar los pliegues de la barriga con Photoshop para esa serie de HBO, y antes de que la veamos encarnando a la legendaria fotógrafa de guerra Lee Miller en el nuevo proyecto de la directora Ellen Kuras, vale la pena retroceder hasta 2014 para disfrutar de Kate Winslet encarnando a otra mujer empoderada, en el rol casi imposible de una diseñadora de jardines que fuera aceptada, en el siglo XVII, por el caprichoso Luis XIV para su pantagruélico proyecto del Palacio de Versalles.

La película hace la advertencia cuando aún no ha exhibido su primer fotograma: nada de based in true events, el personaje protagónico ni siquiera existió. Luego, esto no es “cine histórico”, sino apenas “cine de época”, al estilo de aquel Sense and Sensibility (1995) con el cual Winslet cosechó su primera nominación (de un total de siete) al Oscar (solo ha ganado uno, en 2008, con El lector). Justo fue en esa cinta de Ang Lee donde la actriz compartió reparto y conoció al actor Alan Rickman, quien la dirigiría en A Little Chaos.

Mientras la británica interpreta a una Sabine du Barra harto ingeniosa en su oficio, irreverente y de tenacidad sin límites, pero atormentada por el recuerdo de la muerte del marido y su hija pequeña (en circunstancias que la cinta maneja a cuenta gotas, con ínfulas de suspenso, y que esta nota no revelará para no pasarse en spoilers); su compatriota, que como actor es el villano inolvidable de Robin Hood, príncipe de los ladrones (1991), la primera entrega de Duro de matar (1988) y el Severus Snape en la saga de Harry Potter (2001-2011), se empeña en llevar las riendas por segunda vez en su vida (y última, porque falleció en 2016): un rol como director cinematográfico en el que ya se había estrenado en 1997 con El invitado de invierno.

Rickman, además, reserva para sí el papel del voluble y grandilocuente Rey Sol, atribuyéndole a este monarca los destellos de humanidad que una encomiable cinta anterior, Le roidanse (2001), de Gerard Corbiau, le había negado; y que, definitivamente, le serían devueltos por una posterior, la gigantesca La muerte de Luis XIV (2016), de Albert Serra.

Aunque, injertados en una sana y racional perspectiva histórica, nos cueste como espectadores creer que en la Francia de entonces —y nada menos que dentro de su porción aristocrática—, rabiosamente clasista y sexista, se pudiera abrir una brecha para la resignificación de los roles de género, el manejo del conflicto desde una dimensión interpersonal, facetoface, entre Sabine y Luis XIV, con la instauración de un respeto y admiración recíprocos como baluartes, llega a hacer verosímil la propuesta fílmica.

Para esto, dos escenas serán claves: la del primer tope entre la protagonista y un rey que va de incógnito, donde una Sabine en ropa de faena exhibe todo su savoir faire sobre el arte de la jardinería. Y la segunda, cuando una deslumbrante Kate, emperifollada para la fiesta en la corte, expone un alegato en defensa de las rosas y su efímera belleza, reflexión “filosófica” cuyo subtexto es el realce del valor de la mujer a pesar del paso de los años y sus huellas en lo físico.

Sin embargo, no esperen que vaya a más esta película en su planteamiento feminista. De hecho, los mayores obstáculos que encuentra la protagonista para cumplir su cometido de aportar un toque de exquisitez al salón de baile en el área exterior de la nueva residencia real no provendrán del exceso de testosterona imperante en la época ni de la envidia de rivales del oficio de sexo opuesto, sino de los celos de otra mujer (la actriz Helen McCrory), y del temor de que se derrumbe su matrimonio dados los muchos encantos de la recién llegada. Porque —y es lo que justifica la exhibición de A Little Chaos en el espacio Amores difíciles— es una pretensión de esta cinta contar la historia de un amor que irá naciendo entre Madame du Barra y su jefe directo, André Le Notre, el arquitecto paisajista empleado del rey.

Ese sustrato dramático, que se supone neurálgico en el argumento aportado por Alison Deegan (con el propio Rickman y Jeremy Brock como coguionistas), por el contrario, resulta su aspecto más flojo. A la otra estrella de la película, Matthias Schoenaerts, revelación en De óxido y hueso (2012) y eficiente en el casting de The Danish Girl (2015), se le obligó, obviamente, a ponerse el traje de hombre contenido, cuya conducta es aquiescente, incluso ante las infidelidades abiertas de la esposa. Queda dicho por la boca del mismo personaje, en el instante que se contrasta con Sabine: “Tu corazón late con fiereza. Mi latido es un susurro inaudible”.

Pero, aun así, a la interpretación de Schoenaerts le faltan matices, esperables, cuando menos, en los momentos en que su romance con Kinslet alcanza la cumbre de su consecución. Tal vez —intuye este exégeta— el belga quedó anonadado ante el magisterio actoral de su partenaire o la avasalladora robustez del personaje de la jardinera y su feminidad intrépida.

Para las cuotas a favor, hay que apuntar la efectividad de la McCrory para brindarnos a la enfurruñada ante el amorío de su esposo, que le devuelve como en un espejo la imagen de sí misma y la lección sobre la trampa mortal del engaño dentro de una pareja. Exquisito, como siempre, Stanley Tucci, de una comicidad sutil en sus breves apariciones como príncipe de Orleans.

En los apartados de la realización en general, cabe resaltar la dirección de fotografía de Ellen Kudras (la colaboradora de Michel Gondry en aquella Eternal Sunshine of the Spotless Mind, de 2004) y la banda sonora del joven chelista Peter Gregson, rutilante, sobre todo, en el apoteósico cierre del baile en el jardín. Y, a fin de cuentas, se agradece que A Little Chaos apueste por la chispa de emotividad y desarreglo que tributa lo femenino para desmontar ese frío racionalismo, atribuible a la herencia francesa, pero acaso, también, tan masculino.

Tomado de: Cubacine

Trailer del filme Un pequeño caos (Reino Unido, 2014) de Alan Rickman

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James Bond y un nuevo cambio de posta

Por Carlos Galiano

Llegó por fin a las pantallas el postergado estreno de Sin tiempo para morir (No Time to Die), la película número 25 de la saga de James Bond, que la pandemia ha hecho prácticamente coincidir con el aniversario 60 del primer filme que tuvo como protagonista al personaje creado por el novelista británico Ian Fleming: Dr. No (1962).

Sus productores aguardaron estoicamente por este momento, mientras Sin tiempo para morir se convertía en la demora más connotada entre los estrenos aplazados por la COVID-19. No había plataforma online posible; filmada en formato IMAX para ser proyectada en salas con esa tecnología, su destino no podía ser otro que la gran pantalla. Nunca una película del mítico 007 había tenido tantas dificultades para llegar a los espectadores, y nunca se había preparado con tanto esmero, desde el guion hasta la puesta en escena, la despedida de uno de los seis intérpretes que hasta ahora han dado vida al incondicional agente de los servicios secretos de Su Majestad británica.

Sin tiempo para morir es, efectivamente, el adiós del actor Daniel Craig al papel que interpretó en cinco ocasiones en los títulos Casino Royale (2006), Quantum of Solace (2008), Skyfall (2012), Spectre (2015) y ahora No Time to Die (2021). Le precedieron Sean Connery (1962-1967; 1971), George Lazenby (1969), Roger Moore (1973-1985, el que más veces lo encarnó), Timothy Dalton (1986-1993) y Pierce Brosnan (1995-2002).

Mucho se ha hablado y escrito sobre el vuelco que Craig le dio a la caracterización del personaje, que, según las propias declaraciones del actor, siempre concibió como una mezcla de vulnerabilidad y dureza que le otorgaba una mayor densidad sicológica y complejidad como ser humano. La clave está en que, a diferencia de sus antecesores, Daniel Craig nunca presumió de galán, por lo que no fue el carácter seductor del bon vivant tan afín a los estilos de Connery, Moore, Dalton y Brosnan lo que marcó el sello personal de su versión Bond, sino una combinación a partes iguales de tipo duro, hombre de acción y persona que siente y padece como cualquier otra.

A este último James Bond no solo se le otorgó licencia para matar, sino también para amar, sufrir, dudar, errar, tener presumiblemente descendencia y hasta ―aparentemente― morir.

Así lo resume la coproductora de Sin tiempo para morir, Barbara Broccoli: “Daniel Craig ha llevado a Bond y la saga 007 a un lugar tan extraordinario y tan satisfactorio a nivel emocional que no puedo imaginar el personaje después de él. Empezaremos a pensar en ello una vez todo el mundo se haya hecho a la idea. Sobre todo nosotros, porque nos costará más que a nadie aceptar que se ha acabado y pasar página antes de empezar un nuevo capítulo. Es como si, recién bajada del altar, te preguntan quién será tu siguiente marido. No vamos a empezar a trabajar en la próxima entrega hasta el año que viene. Lo que queda para la historia es que Daniel ha creado un Bond para la eternidad”.

Mientras se nos revela quién será el sustituto, Daniel Craig abandona el olimpo Bond por todo lo alto con una historia en la que los ingredientes habituales de intrigas, complots, persecuciones y escenas de acción se conjugan en una espectacular puesta en escena con la que el director norteamericano de ascendencia japonesa y sueca Cary Fukunaga ratifica la marca de autor ya reconocida en anteriores trabajos suyos como la coproducción mexicano-norteamericana rodada en español Sin nombre (2009), premio al mejor director en el Festival de Sundance, y la serie televisiva True Detective (2014), premio Primetime Emmy a la mejor dirección de serie dramática.

Por cierto, cuando Cary Fukunaga reemplazó al británico Danny Boyle luego de que este renunciara a dirigir la vigésimo quinta entrega de la saga por “diferencias creativas” con los productores (incluyendo a Daniel Craig), los medios lo señalaron erróneamente como el primer estadounidense que realizaría un James Bond, ignorando a otros anteriores como Irvin Kershner, John Huston y Robert Parrish a partir del histórico litigio que separa los episodios del 007 que pertenecen a su franquicia “oficial” (Eon Productions) de los que no.

Fukunaga, con la colaboración de los guionistas habituales de la saga, Neal Purvis y Robert Wade, introduce en Sin tiempo para morir elementos novedosos y actualizados en torno al héroe, como es el empoderamiento de los personajes femeninos que lo secundan, en lo que ha sido calificado como el tránsito de las tradicionales “chicas Bond” a las “mujeres Bond”.

Una de ellas, Paloma, es interpretada por la cubana Ana de Armas, quien funge como apoyo logístico del 007 lanzando también patadas de artes marciales y ráfagas de disparos en un segmento de la trama que tiene lugar nada menos que en Santiago de Cuba, recreada escenográficamente a imagen y semejanza de la Cuba de los años cincuenta, pero con la sorpresiva y divertida irrupción en las calles de taxis y carros patrulleros Lada, muy lejos, por supuesto, del malabarístico desempeño vial del glorioso Aston Martin que conduce el súper espía. El episodio, afortunadamente, no dura más de lo necesario para dejar inscrita a nuestra compatriota (Santa Cruz del Norte, 1988) en la selecta lista de “mujeres Bond” (su consagración parece estar en camino con la caracterización de Marilyn Monroe en Blonde, que Netflix finalmente ha accedido a exhibir sin censura. Se estrena en el Festival de Sundance en enero de 2022).

La otra, Nomi, en la piel de la británica Lashana Lynch, llega a lo inimaginable en una película de James Bond, más aún para un personaje femenino y negra: obtener temporalmente el número de agente 007, lo que ha sido interpretado como un posible guiño a la sucesión de Graig. Eso sí, no por mucho tiempo: haciendo gala de una actitud ética ejemplar, Nomi le restituye su identificación al depositario original para dejar en el ambiente solo las especulaciones pertinentes sobre quién heredará el trono.

Se cierra así una temporada más de la franquicia y se abren las expectativas sobre quién vendrá a continuación. Cada agente 007 tiene su propio universo personal, y ese universo no se traspasa de una encarnación a otra. Mientras en la literatura es siempre la misma criatura creada por Ian Fleming de aventura en aventura, en el cine James Bond se reinicia (ese término en inglés ahora tan frecuentemente empleado que es reboot) con cada nuevo actor… ¿o actriz?

Tomado de: Cubacine

Tráiler Sin tiempo para morir (Reino Unido, 2021) de Cary Joji Fukunaga

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“Me casé con el ICAIC y sus significados”

Rebeca Chávez y Senel Paz Cineastas cubanos

Por Dayron Rodríguez Rosales

La relación amorosa de Rebeca Chávez con el cine no empezó en 1974 ―como la mayoría y yo incluido creemos―, pues ella tuvo amoríos e intensas aventuras con el séptimo arte desde su natal Santiago de Cuba, donde veía muchas películas y participaba en cuanto cine club o debate pudiese.

En todo caso, en el 74 formalizó esa unión: “Me casé con el ICAIC y sus significados”, dijo a Cubacine recientemente en entrevista a propósito de su 75 cumpleaños.

¿Le ha servido su carrera de Historia en su trayectoria como cineasta?

Sí me sirve, y mucho, para ordenar los conocimientos y la información que está en tantos lugares. También porque resulta indispensable tener una cultura humanística asentada, que hay que enriquecer todos los días, actualizarla, colocarla en cada contexto o al menos donde precisa cada situación. Nada está aislado.

Hábleme de la Rebeca cineasta, investigadora y crítica de cine, ¿puede separarlas?

No. No puedo. No las separo. Hago periodismo ahora mismo. Me gusta y lo disfruto. Me han dicho algunos “lectores” de mis textos publicados en Granma, por ejemplo, que los mismos les parecen películas y eso me alegra.

Cuando escribía críticas semanales con Gerardo Chijona, investigábamos, nos íbamos más allá del filme del cual hablábamos. Y es que una obra cinematográfica es el resultado de una mirada particular, cómo veo esto o aquello. Nunca pude ni puedo obviar los contextos y los asuntos colaterales para crear esa nueva realidad que es el cine.

Sus documentales muestran gran versatilidad, ¿posee muchas inquietudes culturales?

Desde 1968, cuando viví el Congreso Cultural de La Habana, aprendí que la cultura implica un universo más amplio y rico que la concepción tradicional de entender cultura como cultura artística.

Mis inquietudes culturales son amplias, si piensas en los filmes que hice con creadores o artistas siempre está o es posible descubrir el tejido social o telón de fondo que está detrás, y que los acompaña y determina.

¿Cómo fue trabajar con Santiago Álvarez? ¿Qué aprendió de él?

Un gozo. Un placer. Una aventura. Una sorpresa permanente. Le agradezco mucho que me aceptara en su entorno, esa suerte de laboratorio práctico que era el Noticiero ICAIC Latinoamericano, y que me permitiera acompañarlo en el equipo que filmó a personalidades, cosas, situaciones reales o “inventadas” que poblaron todos sus filmes.

Fue junto a Óscar Valdés de quien más aprendí. Dos ritmos al caminar: Santiago corría, Óscar se deslizaba. Santiago era la urgencia de la noticia y sus implicaciones, que podían ir al pasado o al futuro. Óscar era el cine de serie B, las películas en blanco y negro. No obstante, en ambos se apreciaban disímiles mixturas sociales y, en los dos, una intuición sobrenatural sobre el cine.

¿Cuál fue su experiencia en tres de los siete capítulos de la serie Cuba, caminos de Revolución?

Fue una experiencia múltiple. Coincidieron muchas primeras veces: hacer una serie por encargo, trabajar, formar un equipo maravilloso armónico, unido y diverso con Manolito Pérez y Daniel Díaz Torres, para contar, resumir la Revolución para un público no cubano que, sin embargo, estaba también en nuestras cabezas. Un acercamiento muy complejo, lleno de retos y conflictos: ahí radicaba el desafío.

De hecho, un día, años después, puse en orden los tres capítulos que hice y verifiqué una coherencia interna que me sorprendió… puedes ver seguido Antes del 59 y Momentos con Fidel como una continuidad, que tiene un eje protagónico, y Andante Cantabile lo vi como una suerte de epílogo que abre el capítulo con planos y secuencias de la campaña de alfabetización del año 61, una poderosa señal dirigida a la cultura.

Esta fue una muy apretada síntesis —de las tantas posibles— del mestizaje infinito de orishas y santos presentes en la música, la danza, la pintura, las búsquedas, la experimentación, y siempre un diálogo agudo con el impacto de esa conmoción que es vivir, retratar, cantar, pintar o conceptualizar todavía hoy la Revolución.

Hacer cine, montar imágenes registradas por otros, huir de las consignas, de lo trillado, servir de puente a comprensiones diversas fue lo mejor que me pudo haber pasado cuando me invitaron a participar.

¿Qué puede decirme sobre Ciudad en rojo? ¿Quisiera volver a filmar un largometraje de ficción así o uno bien distinto?

Fue un reto. Saldé una deuda. Sabía, presentía que me iba a parar. Pero eso es pasado. Ahora toca el día de hoy, hay miles de historias que están esperando que uno las encuentre.

Recientemente recibió la Medalla Alejo Carpentier. ¿Qué significó esta distinción para usted?

Sorpresa. Me conmovió, sobre todo el recibirla junto a amigos y compañeros a los que quiero y respeto mucho. La medalla implica el reconocimiento a la obra y en ella están incluidos muchos que, cada vez que los necesitaste, te ayudaron.

A sus 75 años, ¿le falta mucho por hacer a nivel profesional?

No lo sé. Me encantan las sorpresas y la aventura de lo incierto. Espero o aspiro no perder mi brújula. Seguir viviendo cada día como si fuera el más importante de mi vida junto a Senel Paz, mi esposo.

¿Cuáles proyectos la ocupan actualmente?

Algo inesperado: hacer dos cortos. Esto me ha permitido descubrir y acercarme a Georgina Herrera y a Charo Guerra, dos creadoras que me dejan sin aliento, que son de verdad y se distinguen por su intensidad espiritual. Ambas llenas de ternura y de constancia.

Tomado de: Cubacine

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Rescatando a las oblatas del olvido

Gloria Rolando, cineasta cubana

Por Indira Ramírez Elejalde

Gloria Rolando, directora de documentales de gran impronta como Oggún: un eterno presente y 1912. Voces para un silencio, se ha convertido en un referente dentro de la cinematografía nacional e internacional por abordar la importancia de las culturas negras dentro de la sociedad cubana.

Actualmente se encuentra en la etapa final de posproducción del proyecto Hermanas de corazón, que aborda todo lo relacionado con el Colegio Católico de San José que se hallaba en Matanzas. En ese lugar, niñas negras eran educadas por monjas negras cubanas pertenecientes a la Orden de las Hermanas Oblatas que radicaba en Baltimore, Maryland, EE.UU.

Con el objetivo de conocer más detalles relacionados con el documental, Cubacine conversó en exclusiva con la cineasta.

¿Cómo surge la idea de hacer un documental sobre este tema?

En el 2014 me invitaron a una universidad que está en Baltimore y en ese momento recordé que mi madre comentaba que en ese lugar se encontraban las Oblatas, monjas negras que bajo la guía de la Madre María Lange fundaron una congregación religiosa en 1829. Aún conservo fotos de mi mamá usando el uniforme de uno de los colegios que fueron abiertos en nuestro país a partir del año 1900.

En Baltimore pude intercambiar con cuatro monjas cubanas muy viejas que aún quedaban en el convento. Desde ese momento me enamoré del tema y a mi regreso a Cuba comencé a planear el documental.

¿Qué se narra en Hermanas de corazón?

Un capítulo poco conocido en la historia de la educación en Cuba, protagonizado por muchachas negras que tenían la inquietud de insertarse en la vida religiosa, pero en nuestro país no podían hacerlo.

Ellas debían viajar hacia Baltimore para iniciarse, y su anhelo espiritual era tan grande que no les importaba la travesía que debían realizar. Salían desde distintos pueblos de Matanzas, llegaban al Puerto de La Habana y desde allí se embarcaban para cruzar el mar hasta Tampa y luego, finalmente, llegar a Baltimore.

Y este viaje debían realizarlo de vuelta a la Isla, pues el objetivo principal era prepararse para poder enseñar.

En el documental están las voces de mujeres que estudiaron en el Colegio de San José, ubicado en Matanzas, la segunda escuela que las Oblatas abrieron en Cuba. Todas ellas conservan en sus memorias recuerdos muy lindos relacionados con la enseñanza religiosa y católica que recibieron antes del triunfo de la Revolución.

Debió ser un amplio proceso de investigación…

Efectivamente, este proyecto se concretó tras años de búsqueda. Tuve que realizar una amplia pesquisa y, como aventurera, salí en busca de testimonios para mi trabajo. “El que busca, encuentra”, y yo pude localizar a una veintena de mujeres que en la actualidad están dentro del rango de los 70 a 80 años de edad.

Esas monjas no discriminaban y por ello aceptaban a todas las niñas que querían estudiar. La gran mayoría eran negras, pues las familias blancas tenían sus reservas y tomaban distancia ante la opción de ponerlas a estudiar ahí.

También tuve la posibilidad de consultar archivos y apoyarme en fotografías conservadas por las protagonistas de esta historia. Además, conté con las declaraciones del Padre Jesús Marcoleta, el arquitecto Augusto J. Bueno y otras personas de la ciudad de Cárdenas.

Principales retos

Ante todo tratar de convencer a las personas de abrir sus memorias sobre esa etapa de la niñez y la adolescencia. Pude contar con sus vivencias y les agradezco que me hayan dado la posibilidad de plasmarlas audiovisualmente.

Pero también fue todo un reto escoger cómo contar la historia, pues si bien en otros documentales me he apoyado en la cronología de los hechos, en este solo tenía la certeza de que en 1908 se fundó el Colegio. Así que tuve que reconstruir sucesos a partir de la memoria afectiva de los testimoniantes.

El objetivo principal de Hermanas de corazón es informar sobre la desinteresada labor que realizaron esas monjas, rescatar una parte de la historia de nuestro país, pero a la vez dar a conocer esa imagen de la mujer negra que no se tiene presente en nuestra nación.

¿Este es un proyecto independiente?

Para su realización he contado con mis propios recursos y la ayuda de muchos amigos que desinteresadamente han colaborado conmigo.

En ese sentido puedo nombrar la participación de excelentes músicos como Miguelito Núñez, quien hizo los temas instrumentales de la obra, y Tony Ávila, que compuso Mis flores negras de San José, el tema principal del documental. También debo agradecer la participación del grupo Vocal Baobab, que nuevamente me acompañó con su música.

Es importante mencionar la colaboración de Alden Knight, Menfesí Eversley y Laura González en la narración, así como la fotografía de Erik Delgado, entre muchas otras personas que fueron vitales para que este filme de 43 minutos de duración pudiera finalmente concretarse.

Y, por supuesto, no puedo dejar de mencionar la ayuda ofrecida por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), que me dio el permiso de filmación en Matanzas y me facilitó la grabación de las voces de los narradores en los Estudios de Animación.

Tomado de: Cubacine

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Sara Gómez y una cierta manera de entender el cine

Sara Gómez. Cineasta cubana (1942-1974)

Por Joel del Río

Nacida en Guanabacoa, uno de los mayores epicentros de la cultura afrocubana, y con estudios musicales y de etnografía, Sara Gómez (1942- 1974), única mujer que consiguió dirigir un largometraje de ficción en Cuba durante los primeros 40 años del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, no merece el homenaje solo gracias a su solitaria y excepcional condición de adelantada en la historia del cine cubano y de la cultura nacional. Existen numerosas razones para el tributo, pero se impone reconocer, primero, que solo ella consiguió un privilegio convertido casi en mito porque en esa categoría se encuentran Sara y su obra, sobre todo cuando uno sabe que murió de una crisis de asma y dejó inacabada su única película de ficción: De cierta manera (1974), cuya copia restaurada se exhibió por primera vez en Cuba este miércoles como parte de la inauguración de la Muestra de Mujeres Cineastas.

Las anteriores palabras, u otras muy similares, sirvieron de encabezamiento a un texto que escribí para La Jiribilla titulado “Coloquio y (de cierta manera) exégesis e inventario” y concebido para cubrir un conversatorio entendido como una de las actividades colaterales más importantes de la Muestra Joven en 2007. En aquel texto, y en varios otros que he tenido la ocasión de escribir, o leer posteriormente, se establece que Sara Gómez se destacó por muchas otras razones, además de ser la primera mujer en dirigir un largometraje de ficción dentro del ICAIC.

Para nadie es sorpresa que la futura realizadora explorara el periodismo en la revista Mella antes de trabajar como asistente, ya en el ICAIC, de Jorge Fraga (El robo), Tomás Gutiérrez Alea (Cumbite) y la francesa AgnèsVarda, cuyo documental Salut les Cubains, de 1963, incluye imágenes de la realizadora cubana bailando chachachá, mientras la francesa la describe como directora de filmes didácticos.

Después llegaron sus espléndidos documentales, esos que sobresalen por su inconformismo, además de las muy singulares referencias autorreferenciales: Iré a Santiago (1964), Guanabacoa: crónica de mi familia (1966),…y tenemos sabor (1967), En la otra isla (1967), Una isla para Miguel (1968), De bateyes (1971) y Sobre horas extras y trabajo voluntario (1973). Estos evidencian el deseo de la autora por mostrar las secuelas del subdesarrollo y los rezagos pequeño-burgueses respecto a la raza y el género femenino, en consonancia con su historia personal y la de su familia. Además de la experimentación y la frescura, del toma y saca entre el documental y la ficción, aparte de la combinación de discursos en apariencias opuestos como la voz en off y el cine directo, los filmes de Sara Gómez exhiben un sesgo que es profundamente autorista, vinculado a su experiencia personal como mujer, cubana, negra y activa participante en la transformación de la sociedad.

Si en Iré a Santiago retrata la cotidianidad de los habitantes comunes, en Guanabacoa: crónica de mi familia emprende la búsqueda de sus raíces y presenta el testimonio de una época y de una manera de vivir; si en …y tenemos sabor analiza la sonoridad de la música popular cubana a partir de la procedencia de algunos de sus instrumentos básicos, en el filme En la otra isla recurre al documental encuesta para registrar el modo de pensar y las expectativas de la nueva generación de cubanos y en Una isla para Miguel habla sobre los problemas de conducta de esos mismos jóvenes y rastrea los orígenes de estos adolescentes o niños, y devela la pobreza y el abandono de los padres. En De bateyes prefiere fabricar un reportaje sobre la inmigración y la historia de los caseríos rurales, y en Sobre horas extras y trabajo voluntario vierte la opiniones, también desde el cine encuesta, de los obreros de la industria textil sobre el modo de elevar la productividad.

Los problemas más complejos de la aplicación del socialismo en Cuba (la supervivencia de la marginalidad, las religiones afrocubanas, el choque entre la nueva moral y los valores tradicionales, atávicos) precisaban a todas luces un enfoque documental, objetivo, personajes reales, testimonios veristas, intención y tono didácticos, voz en off, cámara en mano y observacional, naturalismo, contemporaneidad, todo ello vinculado con la estética documental, por ello es que De cierta manera ostenta una puesta en escena plena de apropiaciones formales típicas del canon documental para descubrir, por esos derroteros, los más íntimos resquicios de la contemporaneidad cubana en cuanto a prejuicios raciales y constatar las diferencias de concepto sobre el género entre las culturas latinas y las teorías de izquierda sobre la emancipación femenina y la igualdad social.

Con un reparto principal integrado por Mario Balmaseda, Yolanda Cuéllar, Mario Limonta, Isaura Mendoza, Bobby Carcasés y Sarita Reyes, entre numerosos personajes reales, pobladores de los sitios en que se filmó la película, De cierta manera relata los conflictos entre los viejos hábitos que genera la marginalidad y una nueva moral, en el contexto de las transformaciones sociales que tienen lugar en Cuba a lo largo de los años sesenta y setenta. Además, se ilustra, en específico, la construcción del barrio Miraflores en 1962 por sus propios habitantes: sus conflictos, contradicciones y transformaciones.

El filme se propone un estudio sicológico de los habitantes de un barrio marginal en La Habana, un barrio que es demolido por la Revolución y en su lugar es construido una nueva vecindad, con modernos edificios de apartamentos, que son ocupados por los mismos inquilinos del antiguo barrio marginal. Esta población arrastra consigo su centenaria tradición de pobreza, ignorancia y misticismo. El protagonista del filme se enamora de la joven y progresista maestra del barrio, en quien cree encontrar no solo una mujer a su gusto sino una compañera que lo ayude a superar las inercias y prejuicios del barrio. Pero enseguida surgen las confrontaciones. Si el amor físico los une, hay diferencias de principios, de costumbres, de conceptos, que irrumpen a menudo, amenazando con el rompimiento. La creciente toma de conciencia de nuestro protagonista le plantea contradicciones con ciertos compañeros de trabajo, aferrados a sus concepciones machistas y marginales.

Rigoberto López en “Hablar de Sara, de cierta manera”, publicado en la revista Cine cubano, opina: “Con De cierta manera, su primer largometraje, su último trabajo, Sara se propuso romper valores éticos en una zona de la realidad y esto la llevó a abandonar valores estéticos tradicionales. Agresiva ante el reto y usando la cámara, siempre desde una concepción documental, como un privilegio que convirtió, apenas sin saberlo, en su estilo: una forma de hacer donde la frescura y la responsabilidad en el revelado de la realidad y su crítica, casan en un mismo lenguaje el amor y la comprensión en el análisis del problema con el rigor intelectual y el desenfado cinematográfico. (…) De cierta manera es un cine del presente y es un inapreciable testimonio para el futuro. Es también nuestra contemporaneidad y es, a no dudarlo, un cine de lo actual, donde la lucidez intelectual, y la profundidad crítica, muestran el talento y la personalidad de alguien que deja una huella personalísima en nuestro cine”.

Y tan profunda resultó la huella y la influencia de Sara Gómez y De cierta manera en el cine cubano que muy pronto aparecieron similares tratados sobre el machismo cubano en Retrato de Teresa (Pastor Vega, 1979) y Hasta cierto punto (Tomás Gutiérrez Alea, 1983) aunque ambas circunscriben, a diferencia de la películas de Sara, sus personajes femeninos a la condición de víctimas de las actitudes machistas, y en los dos argumentos apenas se avizoran, como sí lo hace De cierta manera, un camino para ganar en igualdad, en la progresiva emancipación tanto de las mujeres como de los hombres. Y avizora la igualdad posible no solo en cuestiones de género, sino también de raza.

Maribel Rivero en “Talco para lo negro. Expresiones de ascendencia africana en la cinematografía cubana: trazos de un viejo dilema”, publicado en La Gaceta de Cuba asegura: “La cinta deviene el más fiel testimonio de las contradicciones existentes alrededor del sector marginado, cuyos conflictos en el ámbito oficial parecían ya resueltos. A manera de estudio sicosociológico, la película recoge un rito religioso para acercarnos a los rasgos de la secta Abakuá. Sin embargo, la intención de recrear el ritual ñáñigo se desdobla en una crítica tácita hacia este complejo religioso como sustentador de rasgos machistas y contraproducentes para el desarrollo de la sociedad”.

En 2004, la realizadora suiza Alessandra Muller dirigió el documental Sara Gómez: An Afro-Cuban Filmmaker (2004), apoyado tanto por el ICAIC como por Agnès Varda. En el documental son entrevistados varios amigos y familiares de Sara Gómez, y varios apuntan que la directora escuchaba las opiniones de todos en el set, profesionales y no profesionales. Incluso el actor Mario Balmaseda, protagonista de De cierta manera, recuerda que “los actores tuvieron que convivir muchísimo tiempo, a lo largo de tres o cuatro meses, con los pobladores de los barrios representados, y con frecuencia tuvieron que dormir o comer en las humildes casas de algunos de ellos, y esta convivencia lo hacía todo mucho más fácil porque transitábamos desde un nivel profesional a uno más amistoso”.

Tomado de: Cubacine

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Reapertura de las salas: ¿Cuántos y quiénes están yendo al cine?

Foto Vozpópuli

Por Carlos Galiano

Hace año y medio, el 19 de junio de 2020, publiqué en esta misma sección de “Noticias” de Cubacine un artículo titulado Las salas de cine ante un nuevo e inquietante escenario, intento de reflexión sobre el futuro que deparaba a las salas de exhibición cinematográfica una pandemia que había transformado bruscamente su rol como lugar de esparcimiento de un auditorio y disfrute compartido de un espectáculo en mortal agente propagador de la COVID-19.

De entonces a acá, el “inquietante escenario”, todavía en ciernes, se convirtió en una desoladora realidad que durante 18 meses ha mantenido a la humanidad en vilo, en medio de una pesadilla de enclaustramiento que recién comienza a ser resquebrajada por hendijas de luz, distante aún el final del túnel. No teníamos conciencia en aquel momento, entusiasmados incluso por el espejismo de una ya cercana “nueva normalidad”, de que una pandemia tiene olas, y un virus, mutaciones.

Por su parte, también de entonces a acá las salas de cine hicieron de todo para sobrevivir. Incorporaron las medidas de prevención y distanciamiento establecidas por las autoridades sanitarias. Crearon ofertas especiales de reducción de precio de las entradas. Programaron ciclos temáticos en torno a las sagas de las películas más taquilleras. Alquilaron sus locales para la celebración de cumpleaños, peticiones de mano y despedidas de solteros; asimismo, para empresas que querían hacer presentaciones de sus nuevos productos, conferencias o convenciones.

Y no podía faltar una tentadora propuesta para los amantes de los videojuegos: el Pack Gaming, competiciones privadas para grupos de amigos que iban con sus PlayStation y Xbox personales, y se les conectaba para que pudieran visualizar sus aventuras y combates en una pantalla de 250 metros cuadrados. Con merienda incluida.

Así muchas salas llegaron a la hora actual, si bien otras quedaron en el camino. Las que sobrevivieron, sin embargo, no tienen un futuro garantizado. Su paulatina reapertura ha sacado a la luz las devastadoras huellas de la pandemia y el principal problema es, por supuesto, el de las recaudaciones en taquilla, cuyas cifras ni siquiera se acercan a las del mismo período de tiempo antes de la pandemia en la actual temporada.

Fuentes de los dueños de salas en España, por ejemplo, informan que se están vendiendo 44 por ciento de entradas menos que en las mismas fechas de antes del coronavirus.

La temporada de otoño-invierno-Navidades se perfila clave para esos empresarios en cuanto a tomar una decisión sobre el destino de sus negocios. “Si la cosa no mejora ―manifestó uno de ellos en el pasado Festival de San Sebastián―, cerramos de verdad”.

La desfavorable situación de la exhibición cinematográfica ha obligado a los gobiernos a tomar cartas en el asunto. Con la excepción de Francia, cuya tradicional política de apoyo oficial al cine le ha permitido a sus exhibidores sortear los efectos de la resaca de la pandemia y recuperar una considerable cifra de espectadores, el resto de Europa afronta una deserción similar de sus salas.

Seguimos en España, donde el gobierno ha autorizado una ayuda de 10 millones de euros para cubrir “tanto los costos que sean consecuencia de las medidas sanitarias de prevención adoptadas, como los destinados a favorecer la visibilidad de la reapertura de los cines”.

Al problema general de la falta de asistencia a los cines se suma otro de carácter más específico: la ausencia de público adulto. “Ha desparecido el público para películas “pequeñas” ―comenta otro exhibidor―. Puede que los hábitos se hayan transformado durante el confinamiento y el público adulto no ha recuperado el cine como actividad semanal. Hoy es muchísimo más selectivo”.

Esa preocupación es complementada por la de un productor, que expresa lo siguiente: “Si esto sigue así, acabamos con la diversidad del cine. Y peor le va a la distribución independiente, la de las películas de mediano tamaño. Como no haya un cambio radical, solo se estrenará el cine que quiere la gente joven”.

Por películas “pequeñas” o de “mediano tamaño” ambos se refieren a las obras del cine de autor y de las cinematografías nacionales, que en esta particular coyuntura ven amenazada como nunca antes su presencia en la pantalla grande.

Y es que ni siquiera Hollywood está confiado en obtener este año las jugosas ganancias que históricamente le proporciona su dominio hegemónico de las pantallas del mundo. Por ello el catálogo de estrenos recientes y atrasados con el que tiene previsto ocupar Europa este fin de año emula con el despliegue de tropas y medios bélicos con que los aliados la invadieron por Normandía durante la Segunda Guerra Mundial.

Tomado de: Cubacine

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Antes de la explosión luminosa

Por Andrés Duarte

A estas alturas, clasificar o englobar una película en la categoría de LGTBI pudiera ser (de hecho lo es) contradictorio por confinar las representaciones simbólicas de una comunidad que ha batallado por ser aceptada y corresponder a su manera al cuerpo multiforme y variable del ser humano, a esos fueros internos consecuentes con la proyección en la convencional sociedad.

Mas, el grupo necesita aún identificarse para visibilizarse mejor en el territorio mundial. La divertida y audaz Breaking fast (Mike Mosallam, 2021) ha apostado por echar en cara que es queer de principio a fin y, no por ello, falla en sus premisas temáticas y dramatúrgicas. Al contrario. Por su parte, Supernova (Harry Macqueen, 2021) ―exhibida en la más reciente emisión de La séptima puerta―, que es también LGTBI, deja que la enunciación de sus concepciones, su performatividad mínima y el improbable activismo de la comunidad yazca como trasfondo —muy al fondo— de una trama en la que la homosexualidad es secundaria.

En lo que muestra mucho interés Supernova es en relatar, de manera casi lacónica, que no quiere decir con ausencias de matices, el destino imperioso y consciente de una relación de años, una relación con mínimas posibilidades de futuro porque uno de sus integrantes padece una enfermedad terminal.

El guionista y director se cuida de no incurrir en lo lastimero aunque los protagonistas, Sam (Colin Firth) y Tusker (Stanley Tucci), hablen de lo que están pasando, de cuanto está por suceder. Pero más que de la ausencia venidera, la película aborda las temáticas del sacrificio en una pareja, donde por lo general uno tiene a veces que achicarse un poco para que el otro se luzca en su profesión. Sin embargo, aquí el sacrificio es mutuo porque ambos son buenísimos en sus profesiones: Sam es un consumado pianista y Tusker un escritor que, pese a su enfermedad (demencia senil de tipo Alzheimer), conoce el éxito de ser publicado y leído.

Es verdad que el ritmo de Supernova es hasta cierto punto flemático, que son los diálogos los que parecen romper con ese silencio que acompaña a las miradas de estos hombres afligidos que, de vez en cuando, sonríen y se burlan de todo. No les queda de otra. Pero la circunstancia de road movie que la trama despliega contrasta con la sobriedad de un drama sobre la existencia, el amor y hasta el prepararse para la muerte.

En su momento, cuando God’s Own Country (Francis Lee, 2017) explotaba la precisión de su guion en escenas en las que el silencio parecía que no podía romperse (esto ya lo había conseguido el maestro Ang Lee con Brokeback Mountain, 2005), Macqueen lo consigue a fuerza de testimoniar lo contemplativo de lo que sus protagonistas observan, de los espacios rurales a los que regresan e incluso, con las personas que deciden visitar antes de tomar la decisión definitiva.

Firth y Tucci poseen un repertorio increíble de personajes gais. No obstante, al asumir a Sam y a Tusker, respectivamente, dan una lección de interpretación tan alejada de los modelos estereotipados de representación que a ratos, hay que decirlo, la comunidad LGTBI exige para restringir las mil maneras de respaldar porque se participa de la diversidad del mundo.

Tomado de: Cubacine

Tráiler del filme Supernova (Reino Unido, 2021) de Harry Macqueen

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