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Regresa “Enfoco”

Por Daniel Céspedes

La revista Enfoco llega a su número 54. Llega en un momento de crisis editorial y de pandemia, en el que para algunos leer ha devenido un analgésico, el estimulante ante mucha ruina emocional, física y ética. Pero, para otros, el hábito y placer de la lectura se perdió o desestimó. A las claras, nunca se tuvo. Las necesidades básicas, al menos en Cuba, relegaron la compra de letra impresa. Confiemos en que los lectores habituales releyeron y se salieron un tanto de las circunstancias fatales que todos estábamos y estamos padeciendo.

En rigor, no creo que se haya dejado de leer. Solo se abandonó una forma de hacerlo en virtud de los formatos digitales en las redes sociales. Las visitas a Facebook y otros sitios web se incrementaron y se leyeron las noticias del momento: curiosidades de lugares (re)descubiertos, especies de animales que se volvían a ver después de tanto tiempo…, mientras la COVID-19 se sacudía violentamente de la humanidad como si ella fuera un lastre. Es en este contexto cuando la lectura de libros y revistas de años nos devolvieron a muchos autores.

Un autor revive no porque se le reedita o reimprime, sino porque se lee… Los libros y, en especial, las revistas cual habitus cultural devolvieron las coordenadas de qué leer porque, más que un afán de competencia de un artículo con otro en una revista, la idea es de conformación. Ello implica ajustar una armonía que no responde necesariamente a los propósitos centrados y memorativos de un dosier.

Enfoco, una vez más, confirma que un dosier pudiera ser importante, pero no imprescindible, para garantizar un número especial por muchas razones: se rescatan textos ya aparecidos, confluyen acaso por primera vez distintas voces que se alejaban de una Enfoco a otra. Es una Enfoco de enfocos. ¡Para qué negarlo! Se analiza la necesidad de concepción de hacer crítica según la manera de ver hoy cine y audiovisual en general (“Crítica de cine: algunos desafíos”, de Víctor Fowler). Aquí se lee:

A la misma vez que el crítico especializado en producciones cinematográficas, televisivas u otras (es de prever, en un momento no muy lejano del siglo que corre, la narración de ficción que, generada en computadora, consiga la ilusión realista que posibilite la sustitución del actor), la misma complejidad de los procesos demanda de un crítico nuevo, con conocimientos y entrenamiento para abarcar la totalidad de la audiovisualidad y poder mostrarnos los puntos de unificación.

Y cito a Fowler no porque sea el autor del mejor texto del volumen, sino porque sus planteamientos entroncan muy bien con los tiempos que corren. ¿Cuál es el cine que más se ve en la actualidad? ¿De qué otras herramientas nos debemos valer para apreciarlo, sin necesidad de ser especialistas de su hechura o interpretación? La mezcla genérica ante la cultura digital, las relaciones del cine y la televisión. ¿Ha sido la televisión el futuro del séptimo arte como predijo hace años George Lucas? Un filme no cambia el mundo pero, como confiesa en una entrevista Julio García Espinosa: “Ha de hacerse como si lo fuera a cambiar”.

Número compilatorio con sus apartados frecuentes (“Zoom in”, “Travelling”, “Flashback” y “Master Class”) es la Enfoco 54. Sin embargo, evidencia cómo se confecciona una revista de cine y cómo el proceso de edición supera las revisiones de contenidos escriturales. Editar entraña, además, aventurarse en la estructura de una publicación. Y eso lo ha hecho Suntyan Irigoyen Sánchez en su papel de coordinadora general. Ojalá signifique este encuentro de hoy la continuidad de tan necesaria y particular revista. Continuidad significa persistencia, de ahí la exhortación a que se vea cine y se lea, aunque con la cautela que recuerda Werner Herzog en “Master class”:

No lean libros sobre cómo se hace el cine, no sirven de nada, láncenlos por la ventana, aprendan a hacer películas, ahí, en la vida real, experimentando la vida. Pero sí, por supuesto, yo soy una persona que no veo muchas películas, quizás tres o cuatro películas al año, pero sí leo, y les insisto mucho a los estudiantes de cine que lean, lean y no paren de leer porque si no leen, puede que hagan películas pero van a ser, cuando más, mediocres.

Enfoco se hace por y desde la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Cuando muchos creían que existía solo la revista Cine Cubano, nuestra institución tenía Enfoco y Miradas.  Ambas publicaciones podían hacerse gracias al claustro de profesores, los permanentes o los invitados, por la propia Mediateca André Bazin. Se tenía (se tiene aún) la oportunidad de ser más abarcadores en criterios y referencias. ¿Qué ha cambiado? Mucho: el mundo y con él nosotros. Mas, tampoco ha sido la hecatombe. Enfoco es reflejo de cómo está la Escuela. De todos depende siga apareciendo. Enhorabuena su renacimiento.

Tomado de: Cubacine

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A la manera de Vermeer (+Video)

Por Daniel Céspedes Góngora

¿Johannes Vermeer (1632-1675)? Es de esos artistas visuales que engloba la esencia cultural de un tiempo y la rebasa. Representante del Barroco por época y estilo, su jerarquía ha tenido que desafiar gustos, olvidos y reconsideración. Desde el siglo xix el consenso general hacia su pintura ha apuntalado sin duda su trascendencia. Esta se le suele atribuir al paso de los años o siglos. Mas, en cuestiones de legitimación de algo o alguien —así la calidad sea irrefutable—, depende de la mirada atenta y acaso honesta de quien registra juicios de valor.

Ese gran artista de retratos individuales y grupales; de atmósferas silenciosas en interiores en que damas enajenadas se advierten sentadas o de pie, a veces plasmadas en una actividad habitual, si bien las más, apresadas primero por la luz —Vermeer es un devoto de la luz, él mismo es un iluminador de lo humano— es asimismo el responsable iconográfico de hombres solitarios que contemplan mapas y pisan ese suelo ajedrezado que recuerda tanto los de Gabriël Metsu y Pieter de Hooch, dos de sus más reconocibles influencias, a quienes llegó a superar.

El neerlandés es maestro de pinturas históricas y moralizantes, de género, de paisajes urbanos. Sin embargo, es El arte de la pintura (1666), ese famoso cuadro que, aclimatado a su dueño y nación, comenzaría luego de la muerte de Vermeer, sin esperarlo, un recorrido por Europa (Austria y Alemania principalmente) hasta llegar a Estados Unidos, la obra que concentra el genio de su autor. Se advierten la precisión de las figuras y vestimentas, el juego de luces y sombras, tan caro al Barroco, las imágenes recurrentes del suelo en cuadrículas, los pliegues embrollados de cortinas y el uso de colores brillantes, el paisaje exterior en la representación de una pintura de fondo, que es también cartografía… Aquí está, además, el conocedor de la óptica de pintura, del acomodo estético realista gracias al dibujo amparado por las ventajas de la cámara oscura que el dueto Penn &Teller examinaron con lujo de detalle en el documental Tim’s Vermeer (2013). El arte de la pintura, nombrado igualmente Alegoría de la pintura, nos presenta al artista que se mira a sí mismo como reto provocador para la posteridad.

Resulta irónico que Vermeer, que se desempeñara como experto en pintura, que fuera llamado incluso para aprobar la autenticidad o falsedad de determinadas obras, luego sería víctima de falsificaciones, cuando no de la atribución de sus cuadros a otros autores. Con una historia de vida complejizada por la ética y exigencia del creador, era de esperarse que el cine no soslayara a una figura ya del patrimonio mundial. Es así que desde la surrealista Un perro andaluz (Luis Buñuel, 1929), coescrita entre Buñuel y Dalí, advierte el espectador en la ilustración de un libro La encajera. Un cineasta como Peter Greenaway, tan vehemente por Rembrandt, aborda a Vermeer en Una Z y dos ceros (1985), mientras Jon Jostlo comenta en su largometraje Todos los Vermeers en Nueva York (1990). Por su parte, Peter Webber en el año 2003 realiza su adaptación del libro La joven de la perla (1999), de la escritora estadounidense Tracy Chevalier. El pintor que no llegaría a crear 40 cuadros vuelve a resonar cuando en el 2019 el cineasta Dan Friedkin estrena El último Vermeer, exhibido recientemente en la televisión cubana.

La película de Friedkin se apunta en una lista sugerente en las que están, entre otras, F for Fake (1973), de Orson Welles; Incógnito (John Badham, 1997); los documentales Goya, el secreto de la sombra (David Mauas, 2011), Mi obra maestra (Gastón Duprat, 2018), La firma de los cuatro trazos (Xavier Lavant, 2019)… A diferencia de Incógnito, por ejemplo, en que el falsificador exitoso intenta levantar o emprender su propia poética, El último Vermeer transita por el territorio de la resignación creativa, en que el protagonista decide engañar a compradores de arte nazis y burlarse al mismo tiempo de los mejores conocedores de un pintor de la altura del autor de Cristo y la mujer adúltera y La cena de Emaús, precisamente las dos obras que hicieran famosísimo como falsificador a Han van Meegeren (Guy Pearce). El escritor Jonathan Lopez lo biografió en su libro The man who made Vermeers (2008), el cual es la materia principal de que se han servido los guionistas Mark Fergus, John Orloff y Hawk Ostby, quienes llamaron a Lopez para que aportase al guion cinematográfico.

La película comienza con un halo de misterio y sorpresa cuando se descubre el supuesto hallazgo de un Vermeer que se traficó con los nazis. Joseph Piller (Claes Bang) investiga a Meegeren en un contexto de ajustes de cuenta recién terminada la Segunda Guerra Mundial. Es preciso distinguir al héroe del traidor. Lo interesante es cómo el falsificador prolonga su dudoso desempeño en relación con la Alemania hitleriana y llega —hay que decirlo— a ser más interesante que Vermeer.

Aunque estén con claridad expresadas las referencias al pintor holandés y un personaje histórico como Meegeren llegue a manifestar sus criterios razonables sobre la Edad de Oro neerlandesa, es él es el verdadero protagonista de esta historia. Es de reconocer que está muy bien logrado el cambio de actitud de Piller cuando descubre la maestría del acusado. El soldado amigo, accesible a las diferencias de caracteres e interpretado por Roland Møller, merecería un párrafo aparte. Aunque es Guy Pearce quien hechiza hasta convencer al más exigente de los espectadores.

Sobre la ética y frustración del creador, la sobrevaloración y falta de rigor de algunos peritos en maestros del arte, sobre la justicia y tomas de decisiones de antaño que en el presente pudieran cuestionarse se arma este drama que pudo ser más entretenido quizá en visualidad porque, desde el punto de vista del conflicto, levanta por cabeza solo en el momento del juicio. El antes y el después son frágiles, a veces lentos, pero sin ellos no se pudiera tratar de un largometraje en honor a la verdad de referencias y exposición amenas. Mas, por encima de todo, cuanto uno pudiera agradecer es la ambivalencia que aún produce un pícaro de la talla de Han van Meegeren.

Tomado de: Cubacine

Tráiler del filme El último Vermeer (Estados Unidos, 2019) de Dan Friedkin

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Cintio Vitier conversa con la cámara

Cintio Vitier. Escritor y ensayista cubano (La Habana, 1921 – 2009)

Por Daniel Céspedes Gongora

En entrevista al profesor y cineasta cubano Héctor Veitía, quien tuviera el privilegio en su juventud de registrar a figuras notables de la cultura nacional como Alejo Carpentier y Nicolás Guillén, confesó que también había podido conversar con Cintio Vitier, uno de los grandes origenistas y escritor de libros claves sobre el núcleo de la cubanía y la cubanidad como Ese sol del mundo moral. Veitía, en principio, reconocía:

El caso de Cintio Vitier es parecido al de Alejo Carpentier. Pero hubo diferencias de procedimientos. Aquí el documental llamado Cintio Vitier fue producto de contactos anteriores, contactos personales que sí definen los temas a tratar en las conversaciones. (…)Vitier me interesó mucho. Esta vez no fue por su poesía, sino por su trabajo como investigador y compilador. Recuerda que Lo cubano en la poesía es un libro extraordinario de la literatura cubana, ejemplo de trabajo didáctico verdadero. Además, Cintio era uno de los pocos testigos del proceso de la literatura cubana desde la República hacia acá, aunque claro, vinculado sobre todo con Orígenes.1

En honor a la verdad, este es un documental difícil de encontrar. Pero por suerte no es el único que se conserva a propósito del notable intelectual, quien este septiembre estaría cumpliendo cien años. Los audiovisuales en que aparece Cintio Vitier son en rigor muy convencionales en la realización. Se conforma el encuadre y el escritor, sentado o de pie, conversa con la cámara. Justamente, Jorge Luis Sánchez González lo expresa con mucho acierto:

“Por haber tenido una experiencia2 con un documental que no viene al caso detallar, comprendí que muchos cineastas respetan demasiado —casi temen— la traslación del poeta y su poesía, al lenguaje cinematográfico. No doy lecciones. Es difícil. Solo sé que se puede. Pero hace tener verdaderos deseos de emprender ese viaje para, en principio, iniciar el riesgo, en primer lugar, en una hoja de papel”3.

Vitier, a diferencia de su esposa y colaboradora, la gran poeta y ensayista Fina García Marruz, sí entabló mejores y variados pactos con las cámaras, lo que fue aprovechado en Orígenes, un documental de 1988 dirigido por Gabriela Rangel, Dueño del tiempo (1989), de Julián Gómez, y el programa homenaje de Alfredo Castañón María Zambrano, la humanista indignada (1991). En este último, por cierto, García Marruz aporta también su testimonio, muy al lado de Cintio, sobre el paso por La Habana y la indiscutible influencia de la filósofa andaluza en ellos y otras personalidades de la isla caribeña.

Tanto en Orígenes como en María Zambrano, la humanista indignada, el autor de Vísperas muestra una espontaneidad atendible a medio camino entre el pedagogo y el relator de historias pasadas en franca confluencia con un griot o jeli, ese personaje fascinante del África Occidental. No es un Carpentier o un Eliseo Diego, conversadores natos, pero Vitier logra interesar al espectador en cuanto dice más allá del valor de cuanto expone.

Por su parte, en Dueño del tiempo, documental sobre Eliseo Diego4, advertimos a Cintio como amigo y exegeta del autor de En la Calzada de Jesús del Monte explicando lo que ya ha escrito acerca de lo que denomina poesía de la memoria, relacionada no solo con “la génesis y genealogía poética de la patria”, sino con la regeneración de la imagen que acopla con la nostalgia. Es interesante apreciar que tal vez haya influenciado a la sazón el ensayismo de Vitier —sobre todo el de “El saber poético” y “Nemósine”— la temprana poética de Diego.

Bien se sabe que no todos los escritores de valía son buenos comunicadores o viceversa. Pero Cintio Vitier, en los registros audiovisuales que lo captaron, revela testimonios muy apreciables sobre la cultura cubana y su propia persona. Sirva este comentario homenaje al centenario de una figura clave de nuestras letras y pensamiento. Veitía lo refrenda al recordar en la mencionada entrevista:

Gracias a estas conversaciones aparecen documentos únicos como una grabación de Julián Orbón, que Cintio tenía en su poder. A través de lo que escuchas aprecias un testimonio muy interesante de cómo se sentía y de la plática que ambos (Cintio y él) tuvieron en la casa de Orbón en Nueva York. Vitier también me habló sobre Lezama. Al ser su amigo e integrante del grupo Orígenes, el testimonio era más próximo. No importa que me leyera su apreciación sobre Lezama. Era algo que él quería que quedara por escrito y si se grababa, pues mucho mejor. Creo que es un documento histórico importante de nuestra cultura.

Notas y referencias bibliográficas:

1 Este fragmento, que puede encontrarse en una versión digital, es de una entrevista más extendida que aparecerá en el libro Eliseo Diego: registro de permanencia (Ediciones Ávila, 2020), de Daniel Céspedes Góngora.

2 Se refiere a uno de los mejores documentales sobre un escritor cubano: ¿Dónde está Casal? (1991), de su propia autoría.

3 Sánchez, J. L. (2010). Romper la tensión del arco. Movimiento cubano de cine documental. La Habana: Ediciones ICAIC, p.241.

4 Hay que reconocerlo: Eliseo Diego es el escritor cubano al que se le han realizado más documentales, cuando no intervenido (Nombrar las cosas, Bernabé Hernández, 1975; El sitio en que tan bien se está, Marisol Trujillo, 1978; Orígenes, Gabriela Rangel, 1988; Dueño del tiempo, Julián Gómez, 1989; María Zambrano, la humanista indignada, Alfredo Castellón, 1991; Eliseo Diego… a través de su espejo, Gustavo Domínguez, 1993; Las cuatro estaciones de Eliseo Diego, Jorge Denti, 1994). Incluso, sobrepasa a Carilda Oliver Labra (Carilda. Desaparece el polvo, Adolfo Llauradó, 1994; Mujer, alma de maravilla, Lizette Vila, 2002; Memoria de la fiebre, Manuel Jorge Pérez, 2007).

Tomado de: Cubacine

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Encontrarse en París (+Video)

Por Daniel Céspedes Góngora

¿Puede el individuo moderno aspirar a una individualidad sin el otro, cuando decide, por ejemplo, aislarse en un paraje solitario? ¿No se lleva el ser humano la carga de recuerdos de sí mismo y de quienes lo han rodeado para bien y para mal? Acaso por ello la individualidad termina siendo una ilusión. El retraimiento nunca deja de estar influido, aunque sea silenciosamente, por determinadas presencias que siguen acompañando no ya la manera de estar en el mundo, sino de ser en él.

Y, no obstante el abismo a que empujan algunas retiradas, alejamientos o distancias, verdaderas secuelas de la contemporaneidad fragmentaria y alienante, la persona con añadiduras tecnológicas o a la expectativa del venidero invento de alguna manera necesita conectar con los demás. De hecho, saberse en la participación del mundo pareciera un implicarse más que el advertir correspondencias o reconocimientos por las redes sociales. A tal punto se ha llegado que uno cree existir de acuerdo con la aceptación o rechazo que deja ver, cual huella emocional, en Facebook, Instagram, WhatsApp y el copón “comunicacional” del que se depende cada vez más como si fuera algo congénito, lo más natural del día a día.

Falsos famosos (Nick Bilton, 2021) es un documental muy reciente en el que se revelan a través de algunos voluntarios rehechos —es un experimento social— la presunción de cómo influyen de una forma apabullante en otros, con lo que se descarta la idea de que el navegador en vidas y contenidos ajenos sea en verdad un solitario y egoísta. Se busca alimentar adrede el ego distante que, por las redes, pretende resultar familiar. Mas, ocurre que, por estar uno pendiente de ese sinnúmero de información, puede soslayar hasta olvidarse del roce que amerita cualquier relación de amistad o amorosa que se respete. Ha venido la pandemia a recordar cuánto extrañamos por necesidad ese roce que recuerda lo que somos.

La comedia francesa Tan cerca, tan lejos (Cédric Klapisch, 2019) —coproducida entre Francia y Bélgica y exhibida recientemente en la TV cubana— evidencia a lo que han llegado las relaciones interpersonales en la actualidad a consecuencia de las “ventajas” de las tecnologías, las cuales han masificado la habitualidad de conductas. Pero sigue la sumisión siendo sucedánea de la distracción. La indiferencia del desconcierto. El intercambio de misivas ha desaparecido. No está de moda el encuentro cara a cara. Al vecino de al lado se le desconoce.

Es interesante que los protagonistas de Tan cerca, tan lejos no sean representantes de la dependencia tecnológica y, sin embargo, padezcan sus consecuencias: soledad, estrés, ansiedad, insomnio… Vienen siendo víctimas de una pujanza exterior que los extravía. Ellos, acaso treintañeros, van a otro ritmo, casi a contracorriente de la constante vivencial. Pareciera que la sociedad les da la espalda.

Pero resuelven entrar en la travesura del flirteo movedizo de las redes sociales. Sucede que, según las estadísticas, los encuentros directos terminan contraponiéndose al repentino interés despertado en Facebook de una persona por otra. En pocas palabras: acaba temprano lo que apenas comienza. No obstante, Rémy (François Civil) y Mélanie (Ana Girardot) se van a encontrar.

Los giros en la historia, que tienen que ver —como suele ocurrir—con cambios de contextos y entrada de personajes, permiten una nueva mirada no tanto a los orígenes de la pareja en potencia como sí de lo que se alejaron, caso de la estancia de Rémy con sus hermanos en la casa de sus padres. La escena de todos reunidos disfrutando de la comida es una oportunidad para examinar lo que está pasando él en el plano psicológico: es el solitario que todavía no ha formado familia —tampoco hay que tenerla para ser en esencia feliz—. Pero Rémy, cabizbajo, deja ver sus carencias emocionales, por lo que comenta sobre su estado depresivo. Para colmo, uno de los niños le dice a otro que no le gusta se hable de su intimidad, pues ya tiene novia. Es un contraste muy gracioso entre los chicos y el escaso logro vivido por Rémy.

Intencional o no, en Tan cerca, tan lejos París vuelve a ser tan absorbente a un tiempo que violenta tanto para el paseante como para el individuo en su morada, que a ratos le roba la prioridad a Rémy y a Mélanie. Aunque, pensándolo bien, tal vez ellos nunca aspiraron a tanto. Tropezar con el ser complementario, no el alma gemela, es la apetencia humana más primaria luego de haberse uno aceptado tal cual es. Como dijera Mélanie en la presentación de su trabajo: “Cada relación viva supone un intercambio con cuerpos extraños. Esa noción de intercambio nos parece importante”. Entonces París, como muchas otras ciudades, tiene que ser (y lo es) un espacio para la alucinación virtual. Pero antes, para el encuentro de verdad.

Tomado de: Cubacine

Tráiler del filme Tan cerca, tan lejos (Francia, 2019) de Cédric Klapisch

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Una acción sin vuelta atrás (+Video)

Por Daniel Céspedes Góngora

El personaje de Mario Casas en Hogar (Álex y David Pastor, 2020) fue el rival indirecto e inconsciente del cauteloso psicópata interpretado por Javier Gutiérrez. El peso fuerte gravitó sobre el actuar del segundo, quien sacrificó todo (familia y hasta identidad) para hurtarle el modo de vida a un chico joven, atractivo y supuestamente asegurado. En esta película se recuerda que la existencia pasa rápido y de donde menos te imaginas pudiera irrumpir el origen de una decadencia a destiempo.

Sobre otro cambio, ahora emotivo, que afecta como se espera el equilibrio físico y psicológico de lo que alguien acostumbra a hacer, va No matarás (2020), escrita por Jordi Vallejo, Clara Viola y David Victori y dirigida también por este último.

El protagonista es Dani (Mario Casas), un joven buenazo que cada día parece hacer lo mismo: cuidar a su padre enfermo, ir a comprarle una caja de cigarro mientras suele escuchar música. Se presume que a veces corre y, para acentuar la apacibilidad del personaje que usa espejuelos, su pelo cae hacia adelante. Sin cargo relevante, Dani trabaja en una agencia de viajes. Es otro asalariado más.

Pero no seamos duros con Casas. Desde el inicio de su aparición en pantalla se nota que ha trabajado mucho la mansedumbre fisionómica. No es el altanero de la serie Instinto (Teresa Fernández-Valdés y Ramón Campos, 2019) o el crédulo de El inocente (Oriol Paulo, 2020). Ahora es un sujeto sano, aunque expuesto a la injusticia por el descontrol de cualquier situación bien salida de tono.

Dani, que tiene a su hermana Laura (Elisabeth Larena) con la que se lleva muy bien, es un inexperto en las relaciones extralaborales. Timorato frente a la desconocida Mila (Milena Smit) evidencia su impericia heteronormativa. No ha tenido muchas mujeres. Ha vivido sin desearlo en la periodicidad de lo mismo. El contacto con Mila es tan difícil para él que cuando ella quiere hacerle un tatuaje bromea señalando una oveja. Es impulsiva y le pregunta mucho. En un instante le cuestiona: “¿Cuántas veces no me vas a decir que no?”. Las respuestas del casi novato son muy cortas e inseguras. El contraste de personalidades es tan perceptible que lo que sucederá más adelante será una verdadera bofetada para el protagonista y la ecuanimidad de cualquier espectador. A partir de la entrada de Mila a la trama, el sosiego de Dani se empaña hasta desaparecer.

Amén de la bien estructurada puesta en escena, en especial la fotografía y el trabajo con los actores, en No matarás se evidencia la afluencia de planos divergentes bien intencionales (primeros planos, cámara en mano, planos secuencias…) que realzan el relato. Este se complejiza enseguida por la cadena de incidentes violentos. El protagonista aspiraba poco a poco a una transformación, pero no con la brusquedad que el destino le impone. Una vez despierto ese ímpetu que lo saca de su zona de confort no le queda de otra que defenderse a como dé lugar.

Hacia los minutos finales, la cámara se queda con un gran primer plano del protagonista. Sí, Mario Casas, es tu mejor interpretación. No necesitas decir nada. Tu mirada es suficiente. Lograste convencer en grande de que tienes gracia para lo que sea.

Tomado de: Cubacine

Tráiler del filme No matarás (España, 2020) de David Victori

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Definitivamente, han pasado cincuenta años (+Video)

Cartel de Nelson Ponce (Cuba)

Por Daniel Céspedes Góngora @CespedesGongora

Casi todo el cine del maestro Stanley Kubrick (1928-1999) revela su amor por la literatura. Se diría que, mientras iba leyendo una novela determinada, las escenas y secuencias de la posible adaptación fílmica ya rondaban en su cabeza. Pero desde antes imaginaba su propio guion, pues Kubrick —admitámoslo— era meticuloso y majadero a la hora de seleccionar lo que quería en rigor del relato ajeno. Lo hacía suyo contra viento y marea.

Fue siempre un gran adaptador y, como no es lo que se espera, sorprendería haciendo mejores películas que los referentes de los que tomaba: Barry Lyndon (1975), de William Makepeace Thackeray, y El resplandor (1980), de Stephen King, por mencionar solo dos ejemplos. Tal vez fuera arriesgado decir lo mismo de La naranja mecánica (1971), ya que el libro homónimo de Anthony Burgess, aun cuando estuviera inspirado en un suceso autobiográfico, era —y es aún— la conquista de un autor por adentrarse en un costado del mundo crudo e inquieto. ¿Hasta dónde es permisible hacer lo que a uno le plazca? ¿Tiene que conformarse el individuo con un sistema político que no respalda sus intereses?

Si bien la película de Kubrick acoge y privilegia al personaje central de Alexander “Alex” DeLarge (Malcolm McDowell), el cineasta sabía que aquel es —como su película— de una generación inconforme por la represión. Incapaz por sí sola de ajustarse a las maniobras del poder, muestra no obstante por negación sus cuestionamientos a algunos de los métodos de controlar y “arreglar” al ser humano. Es el caso de la técnica de Ludovico, que recuerda el condicionamiento pavloviano con los canes.

Pero Alex DeLarge es de todos modos un líder delincuente, egocéntrico, carismático y muy violento. Las variantes de violencias que nos presenta Kubrick ponen el dedo sobre la llaga en los procederes de las instituciones encargadas de los estudios psiquiátricos y psicológicos. Por las razones que sean, la crítica principal sería contra el conductismo generalizado en la sociedad, con un futuro acaso ya no tan distópico.

Alex y sus amigos —los drugos— se reinventan en su proyección social, su iconología parte asimismo de un manifiesto que no necesita ni siquiera escribirse. Basta con un accionar que abarque la libre determinación en la que una vestimenta particular y hasta una nueva jerga (nadsat) identifiquen los intereses de la pandilla libertina. Alex, como cabecilla, sería la “golová” o “quijotera” del grupo integrado por los drugos Pete (Michael Tarn), Georgie (James Marcus) y Dim (Warren Clarke).

En el estreno, desde un poco antes, Anthony Burgess, quien fuera además músico, alabó la banda sonora de la película y, en sentido general, calificó casi todo el resultado de obra maestra, “brillante”, para ser más fiel a lo que expresó. Sin embargo, no le gustó para nada el final. Aunque hay que recordar que el capítulo 21, el de la madurez, no se incluyó ni en la primera edición del libro ni en la película. Para ser franco, aunque ambos se llevaron muy bien (Burgess le dedicó su libro Napoleon Symphony), venían presentando problemas. El escritor llegó a hacer declaraciones duras contra el director. En el fondo, era el choque de dos creadores talentosísimos y perfeccionistas. Pero Kubrick estaba en su reino: era el cineasta.

De ahí las diferencias con respecto al libro.

Prohibida y muy criticada por su supuesta incitación a la violencia, La naranja mecánica, a cincuenta años de su estreno, se ganó desde hace años el calificativo bien merecido de obra de culto.

Tomado de: Cubacine

Tráiler del filme La naranja mecánica (Reino Unidos, 1971) de Stanley Kubrick

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Cuando Rodríguez Alemán era “el crítico de cine”

Mario Rodríguez Alemán (1926-1986)

Por Daniel Céspedes Góngora @CespedesGongora

“En varias ocasiones me sucedió que los filmes que Rodríguez Alemán catalogaba como banales y perniciosos me resultaron muy buenos. Eso no significa necesariamente que como crítico fuera desacertado, sino que tal vez yo precisaba de más fogueo ante la pantalla”.

Mario Masvidal

Lo primero que leí de Mario Rodríguez Alemán (1926-1986) fue una conferencia sobre uno de los grandes autores españoles del Siglo de Oro. Tal vez era Calderón de la Barca o Lope de Vega. Ya no me acuerdo. Y acaso no lo recuerde porque es un texto prescindible como algunas de sus críticas de cine, a veces con obviedades, y este en particular con una elemental exigencia de escritura.

Sin embargo, como en todos sus textos, dominaba las referencias. Era un hombre de una enorme cultura, además de ser polígloto. Detrás de cada texto se notaba al lector de años, a ese que nunca perdió la curiosidad por las creaciones del mundo, lo que no quiere decir que se le dieran siempre atractivas asociaciones. De hecho, Mirta Aguirre, quien también hizo crítica de cine, a veces era (es) más interesante que él.

Pero sería muy injusto y desatinado admitir que Mirta Aguirre era mejor analizando películas que Rodríguez Alemán. Eso sí, en cuanto a reflexión en general, sí le ganaba al autor de La sala oscura, esos dos volúmenes claves para entender lo que se puede hacer en crítica de cine y lo que no. La Aguirre sigue sorprendiendo por ese ensayo que escribió sobre Sor Juana Inés de la Cruz.

Graduado de Periodismo en la Escuela Manuel Márquez Sterling y antes, de Doctor en Filosofía y Letras, Rodríguez Alemán venía a unirse a los nombres de otros críticos importantísimos de la República como Guillermo Cabrera Infante, José Manuel Valdés-Rodríguez —su maestro—, René Jordán y Walfredo Piñera. Comenzó a escribir sus críticas de cine desde 1949 en el periódico Mañana, que alternaría con colaboraciones para la revista Nuestro Tiempo y Bohemia. Luego su nombre aparecería en publicaciones extranjeras como Humanismo (México) y Señal (Guatemala). Más tarde se le abrirían las páginas de Cine Cubano, Granma y Trabajadores.

No obstante saberse muy publicado y leído, experimentó el rechazo. Algunos de sus trabajos no fueron admitidos por la prensa oficial. En la televisión tuvo una presencia notable en programas como Cine en TV y la Tanda del domingo. Fue este último el que le valió la aceptación de la mayoría y no pocas incomodidades de espectadores. Él mismo llegó a contar que a veces lo paraban en la calle para compartirle un criterio sobre determinada película y sentía que tal vez se había equivocado en lo dicho por televisión o en lo escrito para la prensa. Entonces aprendía. Sorprende esto habida cuenta de lo sectario que solía ser en materia cinematográfica.

Como comunicador era influyente y lo sabía. Fue un destacado orador desde joven. Con el paso de los años llegó a ser dogmático y, por tanto, injusto. Los reproches a El padrino resultaban las principales virtudes de la obra. Este es un ejemplo de cómo la obra cinematográfica se convertía en un pretexto para que él desplegara su ideología en consonancia con el realismo socialista.

De Los Goonies escribió que era un ejemplo perfecto de diversionismo ideológico. Atacó la adaptación muy libre de Humberto Solás de la Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde. ¿Motivos? Solás —según el crítico— prefería más lo onírico y hasta el melodrama por encima del asunto antiesclavista. Era un defensor desmedido del cine de Europa del Este. No en balde se ganó el apelativo de “democrático” en referencia a su segundo apellido.

Dígase lo que se diga por los partidarios más críticos, hay que reconocer la importancia de Mario Rodríguez Alemán para ampliar los horizontes culturales de una obra que no termina en la sala oscura. A menudo, seducción y rigor chocaban en sus textos. Le era difícil favorecer ambas gestiones. Pero con él, cabe admitirlo, la película seguía prolongándose para ser atendida nuevamente por el espectador o apreciarla por primera vez. Algo de su indiscutible saber apasionado por el séptimo arte debía influir en el espectador. Recordarlo aún hoy es una muestra de su influjo ilustrativo. Era y es un crítico de cine a tener presente.

Tomado de: Cubacine

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Satyajit Ray, cineasta universal

SATYAJIT RAY, CINEASTA INDIO (1921-1992)

Por Daniel Céspedes

Más allá de las curiosidades e insistencias temáticas en la filmografía de Satyajit Ray (1921-1992), se advierte ya en diversas escenas de Pather Panchali o La canción del camino (1955) una visualidad depurada, en la que está el influjo —como se sabe— del Vittorio de Sica de El ladrón de bicicleta (1948) y antes de una suma importante del cine de la época dorada de Hollywood. Mas, allí donde la cámara alterna hasta detenerse entre el costado miserable de estas familias rurales y la libertad de los niños crecidos con el registro del paisaje natural se preocupa Ray por la puesta en escena.

En rigor, existen unas cuantas exigencias estéticas en la asociación de planos en una misma escena, las disolvencias, las indicaciones del paso del tiempo… en su primera película que a uno no le queda claro —esto no importa— qué influyó más: si la repercusión de todas las películas que Ray visionó en Londres o las colaboraciones en Pather Panchali del camarógrafo Subrata Mitra y la dirección artística de Bansi Chandragupta.

Pather Panchali no le gustó a Truffaut, pero sí a Renoir y a John Huston. Néstor Almendros la consideró junto a Aparajito (1957) y Apur Sansar (1959), la llamada trilogía de Apu, una obra maestra de todos los tiempos, y recuerdo que Guillermo Cabrera Infante en Cine o sardina escribió en pasado sobre este conjunto a propósito también del cine de Kiarostami:

Como Ray en su trilogía de Apu (…), Kiarostami ha conseguido una trilogía perfecta. Como en Ray los niños son centrales hasta la culminación adolescente. Pero el cine de Ray era un cruel ejercicio en realismo que apabullaba al espectador con la miseria y el fatalismo o la perra suerte de sus personajes: eran películas para llorar. Se celebraba (si es que se puede celebrar el infortunio) en ellas la capacidad de sufrimiento de sus personajes y, lo que es peor, su resignación, un sentimiento que es central al pueblo hindú. Vive como quieras se ha transformado allí en sufre como puedas.1

Visto hoy, ese realismo inclemente de una porción notable del cine de Satyajit Ray representa a ratos un sucesivo retrato de género en que la imaginación y el oficio logran un resultado técnico-formal a considerar. Allí campea la sencillez narrativa. En el fondo, él sabía que argumento e historia condicionan la visualidad. Pero se necesitan personajes para que sea posible. De hecho, escribió: “Creo que el personaje principal siempre dicta el estilo de un film”.

Entonces, ¿celebración del infortunio como asegura Cabrera Infante? No debe confundirse representación con celebración ni cuando el padre de Apu le escribe en una carta a su esposa: “No te preocupes, cualquier cosa que Dios disponga, será por nuestro bien”. Lo que se dicen, e incluso lo que les gustaría hacer a los personajes de Pather Panchali, instaura otras asociaciones influidas además por silencios y miradas, por convenios interculturales, que dejan perplejos a un tiempo que seducen al espectador.

Calificado como demasiado occidental en su país y muy oriental en Europa, sus filmes se hicieron universales por esa sensatez suya de proyectar los conflictos de sus protagonistas allende las fronteras nacionales.

Con el paso de los años sus intereses temáticos se ampliaron en virtud de otros géneros cinematográficos como los dramas históricos, la ciencia ficción y las películas policíacas. Ya había trabajado la comedia pura en Parash Pathar (La piedra filosofal, 1958). Propició las relaciones entre literatura/cine2. Un relato corto de Rabindranath Tagore lo motivó a concebir Charulata o La esposa solitaria (1964), así Días y noches en el bosque (1970) surgió de una narración de Sunil Gangopadhyay. Mientras alternaba entre las adaptaciones para el cine de relatos de su propia autoría y la culminación de la trilogía de Calcuta, rodó esa joya extraña que es Los jugadores de ajedrez (1977), según una historia del escritor Munshi Premchand. Aquí Ray llegó a dosis de ironía sobre elementos alegóricos determinantes. El ajedrez es pretexto para repasar resonancias históricas que afectan aún a la India contemporánea y conectan con conflictos humanos siempre cosmopolitas.

En un filme que parece tan centrado en la historia y cultura domésticas como Jalsaghar (La sala de música, 1958), el director bengalí dialoga con el universo filantrópico de un zamindar. No solo muestra las relaciones de poder entre servidumbre y aristocracia hereditarias, entre lo viejo y lo nuevo…, sino que toma partido al poner en tela de juicio que de un zamindar dependa el destino de las bellas artes. Hay una secuencia tremenda en que muchos hombres, sentados en el suelo y sublimados, escuchan a una cantante.

La cámara se desplaza para reconocer un común afecto y efecto entre ellos. En honor a la verdad, el momento es excelso. Pero Ray coloca en esa multitud un rostro discrepante y lo sublime, sin embargo, no queda en entredicho. Mas basta con la atención fingida de ese personaje para que empiece a asomar el crepúsculo de una jerarquía. El contraste de percepción por diferentes personajes dentro un mismo relato de lo que se supondría irrebatible es un recurso repetido, pero con variaciones, en el cine de Ray. Una alusión indirecta al conflicto central es también una manera de admitir que existe un inconveniente haciendo de las suyas, un inconveniente advertido por el espectador y no necesariamente por el protagonista u otro personaje. Es el síntoma, no la consecuencia del conflicto.

Además de las distintas imágenes de la mujer en casi toda la filmografía de Ray podría —supongo se ha hecho ya— analizarse los insistentes pares en sus adaptaciones y los originales, pues se confrontan incluso en un mismo personaje cambios de caracteres justificados por nuevas peripecias que aceleran los conflictos. Ausencia y presencia, mandato y obediencia, logros y frustraciones, felicidad y tristeza, vida y muerte, individuo y sociedad, tradición y modernidad, pasado y presente, Oriente y Occidente… echan abajo el supuesto localismo de sus registros antropológicos, socioculturales, artísticos. Habría que atender asimismo y detenidamente en otro texto esos elementos que devienen símbolos o alegorías que van y vuelven: la lluvia, el viaje, el tranvía, las misivas, el paisaje, la ciudad, el silencio, la música…

Todo lo anterior y más, por supuesto, corroboran que estamos (y ojalá estén en el futuro para otros) ante un clásico, un admirador de conquistas ajenas que las reconsideró para hallar su propio estilo entre lo sobrio y lírico, un director de actores, un artista cultísimo, un poeta de las imágenes en movimiento. Así es como Satyajit Ray consiguió y aún consigue hablarle al espectador de cualquier lugar del mundo y ser, entonces, universal.

Notas y referencias bibliográficas:

1 Cabrera, G. (1998). A través del mundo de Abbas Kiarostami. Cine o sardina. España: Alfaguara, pp. 464-465.

2 Su variedad en la elección de temas y épocas, casi siempre valorizando la literatura autóctona, se corresponde con su flexibilidad estética, que no duda en injertar nuevos recursos técnicos a su lenguaje clásico (ya en 1966 se pronunciaba a favor del zoom en Some Aspecls of My Croft) ni en adoptar cuando le conviene sistemas mixtos en la interpretación (actores naturales y profesionales), el rodaje (exteriores naturales e interiores de estudio) o el montaje (recurre a técnicas de ficción cuando no dispone de documentos sobre Tagore). Ver Ramón Font (1997). La síntesis poética de Satyajit Ray. La madriguera. España, p. 55.

Tomado de: Cubacine

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Las narraciones de un seductor

Por Daniel Céspedes Góngora

“En la mayoría de mis ensayos hay anécdotas, estructuras más propias del relato libre que de la geometría cartesiana; por no hablar de esos textos que llamé ‘ejercicios poscríticos’, donde me daba la libertad de las mareas, inventaba personajes, fabulaba situaciones, etc. Siempre he visto el ensayo como otra manera de fabular, de hacer ficción. A este criterio algunos lo tildan de ‘novelería’; pero, igual, es muy seductor”.

Rufo Caballero

Cuando niño, luego de ver una película que me gustaba mucho, solía prolongarla en mi cabeza como si aún no hubiera finalizado. Pensaba en sus protagonistas, ya fuera en uno de sus gestos, lo que habían dicho e incluso sus silencios. ¿Por qué calló en determinado momento? ¿Qué hubo detrás de una mirada? ¿Qué no se mostraba en imágenes y, sin embargo, sospechaba que había acontecido? Detrás del convencional “Fin” o “The End” era dado a inventarle un pasado a un personaje y entonces apreciarlo en otra escena. La película y esa continuación que creaba en mis adentros me acompañaban hasta que me dejaba atrapar por una nueva historia.

Más que cierta madurez de espectador, la manera desde hace años de ver cine por la tecnología redujo de alguna forma cómo persisten en mí las imágenes. Mas no extravió del todo esa “rareza” de sacar a un personaje de la película y colocarlo en situaciones acaso muy diferentes y ajenas para él. ¿Por qué tenía que vivir así una trama ficcional? Me preocupé un tiempo por ese fantasear a caballo entre la memoria y la invención hasta que leí Seduciendo a un extraño. Historias de cine vueltas a contar (Ediciones ICAIC, 2010), uno de los últimos libros de mi profesor y amigo Rufo Caballero, ahora disponible en formato electrónico.

En más de uno de los relatos de este volumen se pone en boca de algún personaje frases que propician diálogos, si bien pudieran conformar un soliloquio, exclusivos al parecer de la historia escrita por Rufo. Mas, hay una indirecta semántica que dialoga asimismo con el lector, como si el crítico y ensayista intentara, más que con los escenarios y las ocurrencias de sus personajes, convencer y justificar la mira (y logro) de lo que ha concebido a propósito de una película.

Por eso no es extraño que en “Idea mía”, a partir de Whisky, de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, la chica se cuestione como álter ego del propio narrador: “¿No sería, yo, entonces, quien comenzó en verdad la historia? ¿Y si cuando usted me pidió colaboración se refería simplemente a la ayuda, y no a toda la representación de un viejo matrimonio?”1. Y aquí viene la autonomía de la ficción a un tiempo que la distancia momentánea del referente cinematográfico, de la literatura y del primer manuscrito. Advirtamos la travesura de la culpa, pero travesura al fin y cabo, donde la chica termina preguntándose: “¿Por qué debí suponer que la proposición contemplaba todo ese simulacro que vino después? ¿Por qué lo aceptó tranquilamente usted, como si también la hubiera preferido?”2.

Intima Rufo con descripciones de lo visto en las películas. Pero aquí no hay inventario de cuanto apareció en pantalla. Se prescinde de emular en rigor con encuadres cinematográficos. Lo suyo es independizar una interpretación que tiene como punto de partida la insistencia, no el sometimiento de la mirada. La independencia la consigue el autor por cuenta de retomar una narrativa que le debe al filme o a un libro. Vendría más tarde el dejarse guiar por un conjunto de psicologías, siquiera una sola, apartada no obstante del esfuerzo consecutivo de las secuelas. Ello repercute en lo que pudiera ser ―no necesariamente lo es― un extracto del largometraje. A Rufo le basta con esos instantes seductores para erigir una fabulación que se resiste al fragmento y la brevedad, pero termina acogiéndolos.

La escritura de un cuento, el decir mucho con poco, el sugerir más que declarar, como si se renovara el recorrido de un paisaje que simula vastísima extensión es un riesgo hasta que el cuento en su estructura, curvas de interés y tema asiste a sus personajes. Cobran ellos certidumbre de existencia. El lector pudiera entonces reconocer: ellos regalan el paisaje cual camino, aventura, la admisión de lo que no se conforma con ser mirado. En este sentido, Rufo se atreve a desvincular lo detalles de una generalidad, los pormenores del conjunto para proveer con éxito a un distinto cuerpo escritural capaz de soltarse incluso de sus propios orígenes.

Las críticas de cine y los ensayos median con frecuencia para que el espectador vuelva sobre la película que se analiza. En otros momentos, un texto influye para advertirla por primera vez e ir directo a la fuente impresa o digital: el documento de producción o el libro que pudo haber inspirado la narración fílmica. Conociéndose o no las obras de las que parte, el lector puede penetrar con plena confianza en los territorios de estas historias concretas, abiertas y muy inquietas, en las que se va y regresa por las cercanías y sedes del amor.

No recuerdo exactamente el día, pero sí la presentación de Seduciendo a un extraño… cuando salió impreso. Fue una presentación homenaje realizada en el Centro Dulce María Loynaz, pues Rufo había fallecido el 5 de enero de 2011. Al llegar allí, su esposa y amiga Mayra Pastrana fue auxiliada por Joel del Río y María Caridad Cumaná. Le costó trabajo entrar a la institución cultural. Estaban también Francisco López Sacha, Mercy Ruiz, Miryorly García, Alberto Garrandés… Se exhibió Guajiro, el video que le hicieron a Sexto sentido y en el cual aparece Rufo. Actúa, baila, ríe. Al verlo Nidia, su madre, rompió a llorar. No lo podía creer. Nadie podía creer que Rufo Caballero estaba muerto.

Me trasladé de Pinar del Río ―provincia donde residía por entonces― hacia La Habana. Pensé que se presentaba, además, Nadie es perfecto. Crítica de cine (2010), la coedición del ICAIC y Arte y Literatura de la que Rufo me pidió el prólogo. El libro tuvo problemas con la tripa y el poligráfico lo tendría que rehacer. Compré Seduciendo…, del cual conocía solo el relato “Los que se fueron al bosque de avellanos”.

En septiembre Rufo y yo habíamos intercambiado un par de correos electrónicos sobre esta narración que toma como punto de partida la película Los puentes de Madison, de Clint Eastwood. De manera que el libro me era desconocido casi en su totalidad. Llegué a Pinar y leí un par de historias. Cuando fui a cerrarlo vi mi apellido en el relato que da nombre al volumen. Lo busqué enseguida y para mi sorpresa uno de los dos personajes principales se llama Danilo Céspedes. A Rufo no le dio tiempo decírmelo o tal vez quiso sorprenderme. Jamás me esperé lo que del mismo modo figuraba y figura como su agradecimiento tal vez por el prólogo de Nadie es perfecto… que tanto le gustó.

Queda en el terreno de las suposiciones imaginar ―como los 19 textos de su libro― lo que Rufo Caballero hubiera escrito en estos últimos diez años de ausencia física. Supongo que en su papelería queden otras narraciones en las que confluyen los vínculos entre el cine y la literatura, de los cuales se ocupó en críticas breves y ensayos. No obstante, Seduciendo a un extraño… revela a un escritor ya ducho en el lenguaje y la experimentación tanto genérica como temática. Cultísimo, valiente y placentero se fue deprisa Rufo, reafirmando para sus adeptos críticos y lectores discrepantes su amor invariable por el cine y las demás artes, la escritura y la creación cultural y, por encima de lo anterior, la vida. ¡Qué manera monstruosa de vivir la de Rufo Caballero!

Referencias bibliográficas:

1 Caballero, R. (2010). Seduciendo a un extraño. Historias de cine vueltas a contar, Ediciones ICAIC: La Habana, p.136.

2 ídem.

Tomado de: Cubacine

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El otro Mankiewicz (+Video)

Mank (Estados Unidos, 2020) de David Fincher

Por Daniel Céspedes Góngora @CespedesGongora

Sin la colaboración del guionista y productor de origen judío berlinés Herman J. Mankiewicz (1897-1953), El ciudadano Kane (Orson Welles, 1941) no hubiera llegado a ser la película que el espectador ha celebrado todos estos años. Con Mank (2020), su director, el muy atendible David Fincher, homenajea no solo a una figura notable de la escena hollywoodense, sino al cine centro del cine. Estamos ante un largometraje que perpetua por contenido y estética las grandezas artísticas y miserias extracinematográficas de una época extraordinaria.

Lee Harvey Oswald, Drácula, Beethoven, Poncio Pilatos, Churchill…, a Gary Oldman le queda cualquier personaje histórico que se le antoje o propongan. Por no mencionar a aquellos otros héroes o villanos literarios o ficcionales que los cineastas han pensado para él. Considerado uno de los actores más extraordinarios de la contemporaneidad, David Fincher —realizador de las más recientes El curioso caso de Benjamin Button, La red social y Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres, pero antes, de Alien, Se7en, los siete pecados capitales, El club de la pelea—, lo llamó para interpretar en Mank al guionista Herman J. Mankiewicz, figura clave del llamado “Hollywood dorado”.

Hermano mayor del célebre Joseph L. Mankiewicz (Carta a tres esposas, Eva al desnudo, Operación Cicerón, De repente, el último verano, Cleopatra…), Herman será recordado por ser el guionista principal, entre otras, de El ciudadano Kane, y por toda la chismografía de una supuesta rivalidad con su consanguíneo menor. Lo que sí es cierto —como recuerda Fernando Trueba en Mi diccionario de cine— es que Orson Welles le pidió a Herman no aparecer en los créditos de “la mejor película de la historia del cine”. Hubo hasta oferta de dinero y Ben Hecht, el Shakespeare de Hollywood, trató de convencerle para que se saliera del filme, pero Mankiewicz, acaso más bebedor que Oliver Reed, mantuvo el valor de reclamar su firma. En 1942, El ciudadano Kane ganaría un único Óscar al mejor guion original para Mankiewicz y Welles.

Así como Todd Haynes rodaría Lejos del cielo (2002) a lo Douglas Sirk de la década de 1950 y Ettore Scola su docudrama Qué extraño llamarse Federico (2016) retomando la visualidad neorrealista, Fincher lo hace con la estética de las películas de Joseph L. Mankiewicz. Concibe una obra en blanco y negro, la cual resalta los contrastes psicológicos de aquellos personajes que estuvieron más cerca del protagonista.

En la primera hora del extenso biopic, mención particular alcanzan dos momentos. El primero, cuando se reúne un grupo de guionistas con el productor David O. Selznick; el segundo, más llamativo aún, cuando Irving Thalberg conversa en su oficina con Mankiewicz. El claroscuro en el rostro de Thalberg no puede ser más representativo de su estatus como hombre influyente de negocios. Mankiewicz, con todos sus demonios internos expuestos en la escena, muestra su habitual desenfado e irreverencia. En la segunda hora, totalmente ebrio, el personaje ofrece una lección lucidísima de una improbable adaptación de Don Quijote de La Mancha para la pantalla grande.

Hay que reconocerle a este drama biográfico que, aunque el centro de la trama pareciera ser la escritura del guion de El ciudadano Kane, sobreviene cual pretexto para mostrar tanto los funcionamientos internos de algunas de las más importantes compañías cinematográficas de los años treinta y cuarenta, como el propio teatro de quienes las dirigían. Bastarían escoger casi que de cualquier fragmento del guion distintas citas que ilustran lo anterior y la convincente referencia del cine dentro del cine. He aquí ejemplos específicos:

—“Si no lees no aprendes”. (Herman J. Mankiewicz)

—“Escribe mucho. Apunta bajo”. (Houseman)

—“Quizás escuchaste que MGM tiene más estrellas que el cielo. Jamás lo creas. Solo tenemos una estrella: Leo, el león. Nunca lo olvides. Muchas estrellas lo olvidaron y ahora brillan en otra parte”. (Louis B. Mayer)

—“Una obra jamás es un desastre hasta que el cine lo dice”. (Joseph L. Mankiewicz)

—“No hago terror barato. Universal sí”. (Selznick)

—“En MGM se escribe en equipo”. (Thalberg)

—“Puedes hacer que el mundo jure que King Kong mide diez pisos y que Mary Pickford es virgen a los cuarenta, pero no puedes convencer a los electores de que un socialista ambicioso es un peligro para todo lo bueno que hay en California”. (Herman J. Mankiewicz)

El preciosismo de la puesta en pantalla no sacrifica lo que se expone y sugiere en torno al protagonista, caso de la situación política imperante y cómo el cine influye en la misma. Pero es la reivindicación de Herman J. Mankiewicz, en definitiva, el propósito de la trama. Mucho queda referido, porque no era necesario presentar excesivos detalles. No obstante, la atmósfera epocal y las paranoias durante los pasos primigenios para adaptar o inventar una historia para el cine se logran con creces en la película de Fincher. En principio, mucho mejor que Curtiz (Tamás Yvan Topolánszky, 2018), también de Netflix. Mank es divertida y muy cruda por el personaje histórico y por la vitalidad que le confiere el maravilloso Gary Oldman.

Tomado de: Cubacine

Tráiler de filme Mank (Estados Unidos, 2020) de David Fincher

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