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Jorge Fraga. Poética de una escritura (Palabras de presentación)*

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Se impone empezar esta presentación por un inventario de agradecimientos para todos los que hicieron posible la materialización de Jorge Fraga. Poética de una escritura (Ediciones ICAIC, 2022). En primer lugar, mi gratitud para Mercy Ruiz, directora de esta casa editorial por más de 17 años, quien ostenta el Premio Nacional de Edición (2020), reconocimiento que otorga el Instituto Cubano Libro por su extraordinaria labor como editora, gestora y promotora de esta gran herramienta cultural.

Subrayo también mi agradecimiento a la joven Carla Muñoz, probada profesional de los avatares de la arquitectura de las palabras. Es, sin dudas, una valiosa incorporación para el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficas, nuestro Instituto, ante los muchos desafíos que le deparan. Sus ideas han enriquecido el empaque de esta pieza, fortaleciendo la intencionalidad y el sentido de letras impresas que habitan en sus cuartillas.

Mi reconocimiento también a Beatriz Rodríguez, quien ha sumado sus mejores oficios, marcados por el rigor y el acento crítico sobre las palabras que habitan en este volumen. Su callada manera de dialogar con el texto no es sinónimo de distanciamiento; se implica con certera mirada, hurgando en los flujos de los sentidos y la solución más sustantiva, pensando en el lector, en todos.

Una omisión imperdonable sería no citar a Hugo Vergara, quién ha desarrollado una juiciosa labor de edición, diseño de cubierta, el interior y realización del texto. Le distingue la economía de recursos estéticos, solución que subrayó mi padre en sus reflexiones sobre el arte y la cultura, siempre distante de los maltrechos adornos que enturbian al lector de lo esencial: el contenido del libro. La sobriedad, que no se ha interpretar como facilismo, es otra manera de construir lo bello.

El prólogo de Ambrosio Fornet, Fraga vigente: un testimonio personal, es, sin dudas, un texto sentido. Sus palabras responden al compromiso y la amistad de dos intelectuales entregados a los destinos del cine y la cultura cubana. Boceta, en síntesis, las esencias ideológicas de un hombre que se forjó con la lectura, la ética y la praxis revolucionaria. Pocho, que es uno de los grandes regalos de mi vida, articula su mirada en torno a los derroteros de una labor que hizo, en complicidad con mi padre, en favor del guion, un asunto que en la contemporaneidad urge potenciar ante la dispar evolución aritmética del cine cubano.

Entrevista con Ambrosio Fornet, del académico colombiano Guido Tamayo, redondea la intencionalidad de este libro, al dibujar algunas facetas de un cubano que amo la vida y se entregó a ella. Y lo hizo, sin pausa, desde los pilares del conocimiento, dispuesto a compartir libros, ideas, emociones, historias, a ser parte de los más encendidos debates, a los que nunca rehuyó. Eso sí, alejado de las excrecencias del pensamiento dogmático o los acentos reduccionistas que nos cercenan anticipaciones, horizontes, contextos, realidades, autocomplacencias. En verdad, nunca le interesó la transcendencia, el estar el algún lugar prominente. El trabajo lo absorbía todo y era su manera de vivir en felicidad, en la cuadratura de sus mejores abismos.

De Guido Tamayo se incluye también el texto, Jorge Fraga: la pasión de un guionista. Este otro “apartado” de Poética de una escritura se erige como parte de la cartografía humanista de mi padre, dispuesta en esta entrega, para fotografiar los saberes y acentos de un cubano comprometido con la nación.

Las palabras de Álvaro Castillo Granada, Un cubano amigo mío, del librero colombiano, fueron escritas poco tiempo después del fallecimiento de mi padre. En estas líneas subyace la relación de Fraga —como le decían en el ICAIC— con los libros y su pasión por la lectura. Cuando la leí no me sorprendió ninguna de sus palabras, me identifiqué con todos sus acentos, obviamente emocionado, descubrí un retrato sustantivo. La primera habitación de nuestra casa estaba colmada de libros y publicaciones periódicas. No solo de cine, también de semiótica, filosofía, economía, cultura, pedagogía, política, matemáticas y una lista interminable de temas. Se entregaba cada noche, después de las comidas en familia a descubrir filosofías, historias, interrogaciones. Su relación con los libros era de amor, de lealtad y gratitud. Ejercía el arte de compartir libros, de regalar a los amigos palabras que ensancharan sus horizontes. Los textos ensayísticos eran sus lecturas permanentes. De los únicos libros que nunca se desprendió fue de las obras completas de Marx, Engels y Lenin editadas en Cuba y de las obras completas de su maestro, José Martí, asumidas con altura por el Centro de Estudios Martianos. Estas navegaron a Colombia cómplices de sus ideas.

El primer cuerpo de Poética de una escritura cierra con El maestro verdadero del cineasta, periodista y académico colombiano Leopoldo Pinzón. Son las palabras de un amigo que aportan anécdotas, pasajes estrictamente personales. Suman una suerte de estado de gracia en torno a sus contribuciones, no solo para el cine cubano, también para el colombiano, al que le entregó todo su capital intelectual. Solo su enfermedad, en la última etapa de su vida, le impidió desarrollar a plenitud esa labor que tanto le gustaba: el arte del magisterio.

También lo desarrolló por años en el noveno piso del ICAIC, secundando una iniciativa de su jefe y amigo, Julio García Espinosa. Y además, en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Lola Calviño, mi jefa en la Cinemateca de Cuba, que fue su alumna, me cuenta —con reiterada emoción— las conferencias que impartía mi padre en nuestra casa de 19 y H a sus alumnos de Historia del Arte. En sus recurrentes recuerdos, Lola me pinta vestido con un pijama y, como un alumno más, sentando en un banquito, en una esquina de nuestra larga mesa, escuchando lo que hoy me parece un velo impenetrable.

A todos estos amigos, mi gratitud por cada una de las palabras que impregnan al libro de belleza y confabulación. Son letras que ahora fortalecen la memoria y la voluntad de un hombre apasionado, convertidas en legado y huella de un tiempo infinito.

Mi agradecimiento a Patricia Posada, a quién está dedicado este libro —con absoluta justicia—, por su discreta contribución para que Poética… se sumara al catálogo de Ediciones ICAIC. Le agradezco también a la señora Luz Amalia Camacho, decana de la Facultad de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Externado de Bogotá, quién accedió, sin dudarlo, a que los lectores cubanos puedan sumar este volumen, por ahora en formato digital, a los anaqueles de libros por leer.

¿Qué capítulos podrá encontrar el lector en Poética de una escritura? Su autor aborda, desde los acentos teóricos que distinguen al guion, cuatro temas, esenciales para labor de los cineastas contemporáneos: la idea, el argumento, la escaleta y el guion literario. Son estos los ejes fundamentales del desarrollo de toda escritura cinematográfica, que entraña múltiples desafíos en una era marcada por las tecnologías, no siempre edificantes, y las escrituras cinematográficas mediocres, banales, que no compulsan el pensamiento creativo.

Fraga, en el prefacio, deja claro los pretextos que le animaron a escribirlo. “Ofrecemos al “lector” las reglas o leyes de un “buen guion”, pero las presentamos con sus limitaciones, comentadas, de modo que el “lector” pueda utilizarlas o no como hipótesis de trabajo; es decir, como criterios relativos a lo que él tiene por propio de su personalidad o de sí mismo. Esto es lo que permite a este “libro” considerarse coherente, si lo es, con el cine de autor.”[i]

En esta línea, Ediciones ICAIC, está desarrollando una labor transcendental en favor del cine cubano. Muchos de los cineastas con los que intercambio ideas, subrayan que, su mayor obstáculo para realizar su obra es la falta de recursos materiales y financieros que tributen en la producción de sus filmes, en la edificación de sus ideas. Esa es una marca histórica del cine latinoamericano, también, del mal llamado “Tercer mundo”.

La colección Guion que coordina el narrador y ensayista, también guionista, Arturo Arango para Ediciones ICAIC, constituye una ejemplar contribución a esta escueta lista de retos, marcados por la necesidad, también intencionalidad, de formar a escritores cinematográficos que dispongan de material referencial de piezas antológicas, donde se apunte a la construcción de un capital simbólico —enorme tarea— en el cine nacional. Aventuras de Juan Quin Quin (2014), de Julio García Espinosa; Memorias del subdesarrollo (2017), de Edmundo Desnoes y Tomás Gutiérrez Alea; De cierta manera (2018), de Sara Gómez y Tomás Gutiérrez Alea y El hombre de Maisinicú (2019), de Manuel Pérez Paredes y Víctor Casaus, son esas huellas que debemos seguir fotografiando. Estos primeros volúmenes constituyen un ejercicio práctico de política cultural.

El verdadero desafío del cine cubano contemporáneo es lograr el mejor acabado del guion y la escritura renovada de argumentos ideoestéticos que respondan a los impactos de un lector cinematográfico marcado por la desidia estética, el consumo de piezas mediocres, simplistas, muchas veces predecibles y aburridas hasta el cansancio.

En la cinematografía nacional —este es un escueto listado de problemáticas— no abundan las buenas historias. Tampoco se avistan soluciones dramáticas renovadoras o las simbologías que han de permear toda pieza de “autor”: evolucionan sobre frágiles escaladas narrativas. Los diálogos son subvalorados como protagonistas del cuerpo cinematográfico y en el ejercicio de la escritura, se desconocen otros saberes que las ciencias sociales, edificadas en la nación, nos regalan. Son un capital erigido como aportes de una inmensa historia y quedan, como piezas empolvadas, en los estantes de una vitrina contemplativa. Obviamente se han materializado filmes de probados valores narrativos y estéticos, no siempre acompañados por el riguroso análisis y la exigida estrategia de comunicación.

¿Dónde se inscribe Poética de una escritura, de Jorge Fraga, ante los desafíos que se agolpan en la cinematografía nacional? En la contribución de un cuerpo teórico que sirva de herramienta de trabajo para los que apuestan por una escritura de un cine comprometido, renovador, sustantivo, donde el guionista, es el constructor de un mapa, que ha de leer —con aguda mirada y exigida creatividad— un colectivo de cineastas, dispuestos a encender la ilusión de enriquecerse la vida, y enriquecérnosla— con una historia memorable.

[i] Fraga, Jorge. Jorge Fraga. Poética de una escritura. Ediciones ICAIC, 2022. Pag 48.

*Palabras de presentación del libro: Jorge Fraga. Poética de una escritura (Ediciones ICAIC, 2022) como parte de la programación del 43 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. 7 de diciembre de 2022. Sala Taganana, Hotel Nacional de Cuba.

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Poética de una escritura en el Festival de Cine de La Habana

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

El próximo miércoles 7, a las 10:00 am, en la Sala Taganana del Hotel Nacional de Cuba, presento el libro Poética de una escritura, de mi padre, Jorge Fraga. Me gustaría que ese día reserven un tiempo de sus agendas para compartir la alegría de un empeño materializado por la voluntad del colectivo de Ediciones ICAIC y la complicidad de amigos e intelectuales comprometidos con el cine y la cultura. Esta cita forma parte del programa de actividades de la edición 43 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que cada diciembre tiene su espacio en La Habana. Los colegas Luciano Castillo y Arturo Sotto presentarán otras entregas de este sello editorial, así como la gama de títulos editados en e-books y audiolibros.

Poética de una escritura

Jorge Fraga

Ediciones ICAIC, 2022.

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Estela: una sonrisa y un mirar en 24 cuadros x segundo

Por Katiuska Blanco

Ella nació del amor entre dos seres que inmigraron de Europa a los Estados Unidos. Recuerda las voces rusas e irlandesas en casa y las ideas y luchas progresistas de su padre que marcaron el rumbo de sus propios anhelos y pasos en la vida.

Con la coordinación editorial de Mercy Ruiz y Olga Teresa Pérez, la participación de Beatriz Rodríguez y Carla Muñoz como editoras, y el diseño de cubierta e interior a cargo de un artista de excelencia como Ernesto Niebla, ve la luz el volumen Estela, gracias a los empeños de las editoriales Icaic y Verde Olivo.

El libro, de colores sutiles y páginas en papel cromo, en formato apaisado, recuerda los álbumes de tiempos en sepia por la confluencia de palabras, fotografías, remembranzas, versos, canciones, dedicatorias y premios anotados con minuciosidad de relojero antiguo. Los capítulos hilvanan una historia de vida y una pasión de documentar la existencia, el viento y el tiempo en imágenes filmadas que abarcan los temas abordados por la cineasta Estela Bravo: la niñez, el arte, la política y la personalidad de Fidel Castro, todo ello en confluencias de perfiles, política, cultura, costumbres, batallas, sufrimientos, economías, búsquedas, esplendores.

Estela es nombre propio de origen latino que significa estrella de la mañana, también puede decirse que deriva del griego stele y que en términos arqueológicos se refiere a una laja de piedra. Evoco las lajas de pizarra azul que hacen las techumbres en la distante aldea de Láncara en Galicia, donde nació el padre del hombre que será referente para Estela y hacia el que enfocará entrañablemente el lente de su cámara innumerables veces: Fidel.

Pienso en otro significado de su nombre. Estelas son rastro en mares bravíos o serenos, el aire, el tiempo mismo y me quedo con esta última resonancia porque sus documentales son una mirada que marca, que deja huella por su acercamiento profundo al drama humano, una categoría filosófica acuñada por Fidel y que habrá que estudiar en sus múltiples y evocadoras dimensiones.

Ella es una vida y obra que planta indicios, señales, trazos, signos; una Estela que crea estelas.

El libro proporciona la maravillosa oportunidad de entrar al recuento que la periodista Magda Resik, con su maestría delicada al preguntar, consigue en charla con Estela sobre la vida y la filmografía de tan reconocida cineasta. Así, despaciosamente y como en deslumbramiento, descubrimos que hay historias tristes en un devenir que permite luego observar con sensibilidad y devolvernos en estampas de películas los registros de hechos, historias, confesiones, interpretados y captados con delicadeza artística, sobria elegancia, agudeza sutil, coherencia imbatible, razón y verdad rotundas. Los tránsitos difíciles definen una actitud militante junto a los que luchan o a las víctimas de un régimen injusto, como los esposos Rosemberg, a quienes defendió en una manifestación frente a la Casa Blanca en Washington. La estrella de la mañana siempre tuvo como protagonistas de sus cortometrajes iniciales a seres combativos como Paul Robeson, Malcolm X o Ángela Davis.

Con 47 años, Estela realizó su primer documental, según conocemos gracias a la nota de presentación firmada por la editorial, como pórtico a páginas reveladoras.

El lente de la cámara de Estela siempre estuvo atento a la historia de nuestra región y del continente africano, a líderes revolucionarios como Fidel, Raúl, Mandela…, a personalidades de la cultura y el arte, pero también a gente común y a la cotidianidad. La maestra Roslyn Kellman, siendo profesora de la Cass Technical High School en Detroit, Michigan, utilizaba el documental Niños deudores, como material docente. En relación con tal experiencia escribió:

Los filmes de Estela han facilitado el aprendizaje de mis alumnos. Ahora tienen conocimiento de los ciudadanos del mundo, del concepto de la deuda externa, del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, del imperialismo y del fascismo, que no son ahora solo “notas vacías” tomadas durante las clases. Sudamérica, Centroamérica, el Caribe y África, ya no son puntos en el mapa solamente… Mis alumnas tienen ahora entre sus preocupaciones las graves luchas de los  pueblos del mundo. Comienzan a reconocer su propia ignorancia y tratan de rectificarlo mediante investigación y estudio, más para su conocimiento que por obtener mejores notas. Conocimiento es el regalo que Estela nos da y por eso la calificamos de maestra. Ella nos abre el paso hacia el conocimiento.

Una discípula, Tanya Williams, escribió sobre su impresión al ver la película:

Para mí Latinoamérica era un lugar cálido y agradable para visitar, algo así como Hawai. No sabía de los miles de millones de dólares que debían al Fondo Monetario. Ni siquiera sabía lo que era el Fondo Monetario. Viendo este filme, me sentí enojada con nuestro gobierno, parece que desean ocultarnos algo, cosa que a menudo sucede, como estoy comenzando a entender cada vez más. Los niños de Latinoamérica, entre diez y once años, desean tener trabajo para alimentar a sus familias, mientras aquí lo hacemos para comprar una bicicleta.

Es preciso encontrar un medio para que esta gente pueda pagar su deuda. También, viendo este filme, pensé en la gente que aquí, en Estados Unidos, se está muriendo de hambre, sin hogar y desamparadas. Y si nuestro gobierno no los ayuda, me parece improbable que algunas de las naciones poderosas del mundo ayude a Latinoamérica.

Su obra fecunda resulta hoy reconocida por su nitidez, belleza y lealtad comprometida y por su impacto en la creación de conciencia sobre los acuciantes problemas de la humanidad. Fidel y sus compañeros de lucha, escritores, músicos, pintores, causas nobles como la lucha contra la deuda externa de América Latina y el Caribe, la tragedia de los pueblos oprimidos por dictaduras como las que asolaron el sur de Latinoamérica en los 70, las guerras de liberación de los pueblos como el de Angola contra la ocupación extranjera o de Sudáfrica contra el apartheid, movilizaron su espíritu y esfuerzos creativos. En el centro de sus preocupaciones han estado también los rostros de la niñez dolida: los desaparecidos, los deudores, los secuestrados por la criminal Operación Peter Pan contra Cuba o por los esbirros en el Cono Sur de nuestra región.

Llama la atención su participación en el IV Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes en agosto de 1953. La defensa de la paz y las inquietudes la llevaron allí donde conoció al amor de su vida, al argentino Ernesto Bravo. Ambos se emparentaron así, sin saberlo, con uno de los jóvenes de la Generación del Centenario de José Martí, el joven cubano rebelde Raúl Castro Ruz, quien había participado poco antes en Europa, de las reuniones preparatorias del Festival al que no pudo asistir porque el 26 de julio de aquel mismo verano integró el contingente combativo en las acciones del asalto al Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba.

Habrá que agradecerle a Estela su mirada entrañable a Fidel, a quien definió en la conversación con Magda como “lo más grande de la historia. Qué suerte que Cuba tuvo un Fidel”. Ella nos permitió el perfil cercano y la visión humana, íntima, casi desconocida, al escuchar su voz y observarlo y enfocarlo a él y su dintorno —cómo olvidar que le posibilitó mostrar su chaleco moral, al mundo y al tiempo, en viaje de una misma vez al desafío y la historia… o la presencia en sus días del Gabo, Guayasamín, Raúl, Melba, Almeida, Jorge Risquet, Núñez Jiménez; José Ramón, el gallego Fernández, y tantos otros seres valiosos, protagonistas y héroes.

Las décadas transcurrieron junto a Ernesto Bravo, “un bravo argentino llamado Bravo”, al decir de Eliseo Diego, en una crónica de resonancias poéticas que aparece en este libro. Estela y Bravo recorrieron mundos, pero siempre estuvieron de regreso en La Habana. Ella brilló en el firmamento pero siguió siendo la misma, identificada fervientemente con Cuba socialista, de vuelta de todos los recorridos a su cálida isla, cerca del recuerdo de Haydée Santamaría y de la Casa de las Américas, de nuestros dirigentes y pueblo, de la Revolución cubana, con la sencillez proverbial que es su sello de definición, a pesar de los grandes éxitos de su obra y el reconocimiento de tantos ilustres: Santiago Álvarez, Silvio, Pete Seeger, los hijos de los esposos Rosemberg, Roberto Chile, Eduardo Galeano —quien decía que quisiera tener tantos ojos como la cámara de Estela Bravo—, Saúl Landau, Harry Belafonte, Danny Glover, Alicia Alonso, Isabel Parra, Geraldine Chaplin, Marta Rojas, Nicolás Guillén y Mario Benedetti, en una lista interminable.

Si tuviéramos que definir toda su existencia y pasión de vivir, lo haríamos con los versos de una de las portadillas del libro-carta al porvenir. Estela nos mira cual canción que inspira una Revolución. Estela: luces y voces a través de los cuales también Cuba y su gente se expresan. Hoy Estela es una constelación.

Muchas gracias.

Tomado de: La Jiribilla

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El pitching sobre un libro de pelota

Por Arturo Sotto

“El tipo puede hacer cualquier cosa para ser distinto, pero hay algo que no puede cambiar. (…) El tipo puede cambiar de todo, de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios, pero hay una cosa que no puede cambiar, no puede cambiar de pasión”. El parlamento que acabo de leer pertenece a la película argentina El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella, con guion del propio Campanella y Eduardo Sacheri, y es pronunciado por el personaje que interpreta Guillermo Francella, en el momento que describe y sintetiza la naturaleza del hombre que lleva años buscando para conducirlo ante los tribunales. El parlamento de Francella acudió a mi memoria en más de una ocasión mientras leía el volumen de sagaz y atractivo título: Cuando el béisbol se parece al cine.

Confieso que no pensaba en ese parlamento de la película argentina porque el nombre del libro que hoy presentamos hiciera referencia al cine, más bien por una curiosa analogía. Estoy convencido de que el autor de esta obra puede mañana abandonar su labor de más de treinta años y hacer entrega de la dirección de La gaceta de Cuba a otro colega de similar talante; puede cambiar el rumbo de sus caminatas matutinas y no hacer la escala programada en alguna oficina de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac); puede incluso, en el peor de los casos, renunciar a su vocación literaria y no escribir un poema más por el resto de su vida. Sin embargo, hay algo que nunca podrá cambiar: su pasión por la pelota, hablar de béisbol como un ejercicio metódico y cotidiano que confirma el axioma de que “no hay nadie más conversador que un viejo fanático del béisbol”. Este añejo aficionado que nos regala tan enjundiosa obra tiene además una serie de singulares sellos distintivos, apenas citaré los más notorios: nació en Caracas, pero su estirpe es manzanillera; realizó sus primeras labores como profesional de la literatura en los predios de la llamada Habana Campo, aunque sus estudios y la mayor parte de su existencia transcurrieron en “el poético caserío de El Vedado”; si se afina el oído desde el balcón de su casa se pueden escuchar los vítores del estadio Latinoamericano, pero su corazón lleva años anclado a los triunfos y desventuras del equipo de Santiago de Cuba. Con semejante pedigrí no podría dedicarse a la política, porque estaría siempre bajo sospecha, quizás al espionaje. Si tuviera que resumirlo en una línea de texto cinematográfico diría: “Nobody is perfect”. Si debiera traducirlo al castellano, me valdría de su propia definición cuando recuerda la forma en que lo presentaba nuestro querido Rufo Caballero: “Norberto Codina, un revistero nato (…) con el único defecto de no ser industrialista”.

Una vez presentado el autor, pasemos a la obra.

El libro propone un acucioso recorrido por los nexos que establece el béisbol con aquellas cosas que le son afines, comenzando por el cine y derivando en otras expresiones del arte, la literatura, la cultura toda, de Cuba y el mundo. Un paseo tan acariciado por el autor, que solo las normativas editoriales de la imprenta nacional podían detener. Norberto inicia su enjundiosa investigación haciendo un ejercicio de síntesis para determinar, entre esas afinidades, tres vasos comunicantes que resultan invariables y suelen cumplirse como las leyes fundamentales de un tratado filosófico. La primera de ellas es la ley de las probabilidades, para refrendarlo afirma: “No por gusto es el deporte de las estadísticas. (…) En cada lance puede pasar cualquier cosa. Es un enigma”. En eso lleva razón, si lo comparamos con el cine podríamos aseverar que la séptima de las artes contiene infinitas probabilidades discursivas, tanto en su estructura de guion como en el lenguaje técnico, al punto de que numerosas películas han sido narradas desde el final de la trama hacia el inicio, sin que por ello disminuyan las expectativas y la obra deje de ser eso: un enigma. “Dos. El juego puede ser lo más divertido o lo más aburrido del mundo”. Nunca mejor dicho. Incluso lo que en el béisbol se considera un juego perfecto —cero hits, cero carreras— , en el cine sería una película muy aburrida, no ocurre nada hasta la séptima entrada; a partir de ese inning comenzamos a sentir la ansiedad del protagonista, el pitcher, por conseguir el mayor mérito que le está reservado en su vida como atleta. “Tres. La pelota, como un buen cuento (…) es tal vez el único deporte donde Cronos no cuenta”. En eso también lleva razón, aunque las demandas del mercado televisivo han tratado de acorralarlo, el béisbol ha librado batallas por defender su esencia, sin mayores concesiones, y conservar así su libertad de forma y espíritu; cosa esta más difícil en el cine, a menos que el pitcher sea una celebridad (entiéndase por ello un director de renombre al que se le permite rodar una película de tres horas o más de duración). Aunque a decir verdad, hay ocasiones en que Cronos se hace presente en la figura del árbitro principal, como en aquel juego que me tocó filmar para el documental Breton es un bebé, en la temporada de 2007-2008, donde Santiago le ganaba a Industriales 8 carreras por 0, con Norge Luis Vera en el montículo. A la altura de la sexta entrada la coloración del juego comenzó a cambiar: Industriales empató y el árbitro ordenó el cese de las acciones a la una de la madrugada, con la promesa de que serían reanudadas a la mañana siguiente. El partido terminó con victoria para Industriales. Si el hecho fuese contado como una película de ficción diríamos que detrás de ese resultado está la mano del guionista. Críticos y espectadores atacarían la película bajo el argumento de que una remontada como esa sería impredecible e improbable. Pero para ser justos y no alterar la paz del homenajeado, tampoco se trata de convertir la presentación del libro en una esquina caliente, debo reconocer que esa serie nacional —si mal no recuerdo era la numero 47—, la ganó Santiago.

El texto de Norberto se esmera en relacionar dichos llamados vasos comunicantes que rebasan el universo cinematográfico, para abordar el béisbol como un estamento de la cultura y la historia de nuestro país y celebrar su condición de patrimonio cultural de la nación; asunto este que podemos añadir a la extensa lista de retardos y postergaciones que tanto padecemos, más graves en lo económico, pero no menos lamentables en los terrenos de la cultura. El libro adquiere así un carácter enciclopédico. Ardua ha sido la labor de recopilar anécdotas, referencias y alusiones, tanto artísticas como historiográficas; recuerdos memorables, sentencias de envidiable sabiduría conceptual, fragmentos de entrevistas y estudios sociológicos. En fin, todo suceso o enunciado que tribute a establecer conexiones, más o menos tangibles, que reconozcan y legitimen el valor patrimonial de un deporte que es parte indisoluble de la identidad nacional. Pensar en el retardo, la burocracia de los trámites y el cúmulo de evidencias labradas en más de siglo y medio de existencia, me remite nuevamente al cine. Otorgarle al béisbol la condición de patrimonio cultural de la nación debió haber sido un proceso tan expedito como la manera en que Fidel le obsequió el carné del Partido a Cayita Araujo (véase el documental Cayita, de Luis Felipe Bernaza). Una de las tantas certezas que podrían incorporarse al expediente de validación patrimonial, la encontramos en las palabras de ese grande de la historiografía beisbolera, Ismael Sené.  En un correo electrónico que enviara Sené al autor de este libro, este expresa: “Creo que hay muy pocos intelectuales norteamericanos que no hayan hablado del béisbol, y para nosotros es tan nuestro como para ellos, pues si ellos lo crearon nosotros lo expandimos”. Me atrevería a aseverar, parafraseando una sentencia similar relacionada con el fútbol, que ellos lo crearon y nosotros lo convertimos en arte.

Tengo la impresión de haber leído muchas veces el libro que presentamos hoy, como un texto oral, en las disímiles conversaciones que he sostenido con Norberto a propósito del tema que nos ocupa. Lo más complejo, a mi entender, en la conformación de este volumen, es la manera en que Norberto ha conseguido estructurar toda la información recopilada. Lo percibo como un laborioso artesano chino —lo de chino lo sugiero como rasgo de minuciosidad, atento a cualquier nueva manifestación de la cultura que apunte hacia ese objetivo aglutinador. Lo imagino hilando el armado de un gigantesco rompecabezas donde las piezas deben adquirir un carácter concomitante hasta llegar a convertirse en un enriquecedor ensayo sobre nuestro deporte nacional. No obstante, si mi labor como lector debe ser validar alianzas, debo confesar que algunas de ellas pueden resultar discutibles. Si como afirma Eladio Secades, “en el béisbol nacional no hay diletantes, sino críticos. No hay aficionados inocentes y fáciles de complacer, sino expertos armados de cultura y exigencia”, podríamos considerar que en el mundo del cine sí hay cuantiosos diletantes, también críticos, algunos buenos, pero abunda también mucho crítico diletante refugiado tras la muralla escurridiza de las redes sociales, más cargadas de exigencias que de cultura.

El libro de Codina está plagado de hallazgos históricos y literarios que estimulan el interés por la lectura, tanto para entendidos como para neófitos, y en su gran mayoría los encontrará el lector revestidos con la gracia que es consustancial al autor del volumen. Tratándose del lugar donde nos encontramos (los jardines de la Uneac), me complacería compartir uno de estos citados hallazgos, que ruego sea interpretado con el humor que caracteriza al gremio. Me refiero a la “novena literaria” que conformaran, siendo estudiantes universitarios, Pío E. Serrano, Wichi Nogueras, Jesús Díaz, Guillermo Rodríguez Rivera y otros cómplices de irreverentes humoradas, propias de la juventud —como los famosos epitafios—, que acompañan la memoria de esa generación de la literatura cubana. Dice Pío E. Serrano: “Por entonces estábamos en la Universidad, en la Escuela de Letras, nos entreteníamos imaginando un equipo de pelota formado por los escritores cubanos vivos que más admirábamos. Discutíamos sobre quién sería el cuarto bate y jugador de la primera base, si el ministerio ético y el ministerio poético de Lezama o la suntuosa y profunda capacidad comunicativa de Baquero; de acuerdo con las preferencias del día otorgábamos a uno o a otro, en contrapartida, la posición de lanzador y (…) segundo bate. El resto del equipo lo teníamos, más o menos, perfilado: Eliseo Diego, segunda base y tercer bate (el vate al bate, decía Wichi, y se reía); Carpentier, center field y primer bate; Heberto Padilla, short stop y quinto bate; César López, tercera base y séptimo bate; Antón Arrufat, el campo derecho y octavo bate. Para la posición de catcher y noveno bate (…), Lisandro Otero. Si tuviéramos que incorporar a Norberto Codina en tan selecta nómina, le daríamos la responsabilidad que él mismo se adjudicara en la primera crónica que publicó sobre béisbol: “manager de gradería”.

De estas revelaciones hilarantes pasamos a entramados más reflexivos, citemos, por ejemplo, los párrafos que recogen las proezas de Orestes Minnie Miñoso o Martín Dihigo, el Maestro, el Inmortal; la participación de nuestros atletas en el béisbol de la gran carpa, las ligas negras y los campeonatos latinoamericanos; algunos pasajes de la historia del béisbol venezolano (deuda del autor con la tierra que lo vio nacer); la intervención de peloteros mambises en las contiendas independentistas; la crónica de Casal sobre el primer libro dedicado al béisbol en Cuba; los equipos femeninos; el himno de Gibara; la caracterización de la República que hiciera Cintio Vitier relacionada con la práctica deportiva, o los versos de Fina García Marruz que describen aquellos años: “Hablo de un tiempo en que lo único serio fue el deporte…/ Solo era libre el pelotazo de Luque”.

Mención especial haría al emotivo capítulo que describe los pormenores de las manifestaciones de racismo en el béisbol profesional y amateur. La forma en que se acuñó el término cubans para escapar de las reglas excluyentes del béisbol norteamericano, de manera que los jugadores “morenos o mulatos” se hacían pasar por cubanos para jugar en torneos donde participaban jugadores blancos. “No es hasta después del triunfo de la Revolución, en el año 1960 —apunta el contertulio Dr. Félix Julio Alfonso, refiriéndose al béisbol nacional— que la Liga Amateur permite que tres peloteros negros participen en uno de sus equipos, en este caso el Club Teléfono, donde jugaron Ricardo Lazo, Alfredo Street y Cachirulo Díaz.

Reitero la virtud enciclopédica, ensayística, amena y reveladora de este volumen para coincidir con la observación que hace Orlando Hernández, crítico de arte, no el pitcher del mismo nombre, cuando escribe: “Sin duda alguna, el béisbol resulta ser un gran generador de sentidos, de significados, y puede (y debe) utilizarse como una gran metáfora para expresar o entender no solo el arte, sino la realidad en que vivimos”. Entendamos que si el gran propósito de este libro es celebrar el béisbol como una forma cultural ineludible de esta Isla, y a sabiendas de que la cultura es el alma y escudo de la nación, nos corresponde entonces cuidar con delicadeza suma las entrañas del alma y fortalecer el escudo.

Decía Bertolt Brecht que artista no es solo aquel que se inspira y crea, sino también el que con su trabajo consigue que otros se inspiren y creen. Ese es otro atributo que me gustaría destacar de este libro, su capacidad inspiradora, ya sea para abrir nuevos escenarios de investigación y análisis en el orden histórico y deportivo, como para aquellos que se presten a descubrir motivos narrativos que ameriten futuras películas. Pensar en cine es vicio que nada aplaca, de modo que mientras leía visualizaba la escena de un docudrama donde Raúl Roa saca unos guantes y una pelota, y arma un “cuatro esquinas” en la mismísima Plaza Roja, no la de la Víbora, sino la de Moscú, a un costado del Kremlin. ¿Por qué no abaratar costos y cambiar la mirada de todos esos guiones que andan engavetados por ahí, esperando la apuesta lucrativa de un gran estudio o compañía que se decida a contar la historia de la mafia en La Habana? Quizás sería más atractivo olvidarnos del criminal refinamiento de Meyer Lansky y convertir en protagonista de la trama a un pelotero negro, Clemente Carreras González, Sungo, quien fuera tercera base del club Habana, coach del Almendares y chofer de Lucky Luciano; el hombre que sirvió de guía a Marlon Brando por los cabarés y tugurios de la playa de Marianao. Es muy posible que la vida de Sungo no tenga el glamur al que nos tiene acostumbrados ese subgénero del cine norteamericano, pero estoy seguro de que sería más emotiva y no menos truculenta. ¿Por qué no hacer justicia poética con Basilio Cueria, el big boy? En palabras de Guillén: “Aquel gigantesco mulato que jugaba como catcher del Marianao. Ha cambiado el diamante por la trinchera, (…) vive la gloria altísima de combatir el fascismo en España”. El big boy fue de los primeros voluntarios internacionales en formar parte de la Brigada Lincoln, comenzó de soldado y llegó a ser capitán de ametralladoras en la Brigada del Campesino.

Si se trata de apegarnos al clasicismo melodramático del biopic (película biográfica), podría fabular con la historia de un niño cuya vocación primigenia era convertirse en player de béisbol, al punto de prestar menuda importancia a lo que el futuro le tenía reservado, y abrazar el juego de las bolas y los strikes como un destino manifiesto. Con el arribo a la adolescencia se muda a los Estados Unidos (si aspira a convertirse en jugador profesional debe ingresar en un colegio de altos estudios). Se decide por Columbia y se inscribe en el club de novatos de la universidad. Sin dinero para sufragar sus estudios, comienza a escribir artículos para revistas y periódicos que reciben el rechazo por respuesta. Vende su ropa y con mucho esfuerzo consigue firmar un contrato con un club profesional, pero un accidente, un mal gesto, una contracción de vertebras en un lance a segunda base, le provocan una lesión en la espalda que troncha su carrera beisbolera y convierte el dolor en una dolencia crónica que lo afectará por el resto de sus días. La película termina con esos socorridos carteles que los espectadores agradecen, con lágrimas en los ojos, ávidos por conocer lo que deparó la vida para el niño prodigio. Fondo negro y letras blancas, reza el cartel: Algunos años después, José Raúl Capablanca se convirtió en campeón mundial de ajedrez.

Así es el béisbol de pasional. Al decir de Walt Whitman, es “un juego maldito en el que todos los que están en el terreno tienen que luchar contra los fantasmas que les han precedido.” ¿No es eso también el cine?

Tomado de: La Jiribilla

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Miradas al cineasta que lleva dentro Frank Padrón

Por Erian Peña Pupo

Jorge Luis Borges aconsejaba no caer en las trampas de las antologías: “Nadie puede compilar una antología que sea mucho más que un museo de sus Simpatías y Diferencias, pero el Tiempo acaba por editar antologías memorables. Lo que un hombre no puede hacer, las generaciones lo hacen”, escribió el autor de El Aleph y Ficciones (quien fue un antologador por excelencia y conocía muy bien la fuerza del tiempo).

En buena medida, el tiempo, esa gran obsesión del escritor argentino, ha venido a modelar las páginas de El cineasta que llevo dentro. Más de 30 años en la revista Cine cubano (1984-2015), recopilación de textos sobre cine que el crítico, ensayista, narrador y poeta Frank Padrón (Pinar del Río, 1958) publicó bajo el sello de Ediciones ICAIC.

Como el vino almacenado en barriles de madera de roble, los textos de Frank pueden leerse como si hubiesen sido publicados en la última edición de esta prestigiosa revista. ¿Por qué estos merecían ser rescatados de los copiosos archivos de Cine Cubano? Entre las tantas razones posibles ―que se alejan de lo simplemente noticioso, ajeno al perfil de la publicación― una prevalece a flor de piel: Frank Padrón es un ensayista con alto vuelo humanista, un escudriñador del pasado que mira hacia el futuro; un crítico de arte que, frente a lo que desconoce, abre los ojos y se obliga a ver, leer y profundizar; y ante a lo que disfruta ―la cultura toda― paladea los goces de la palabra.

Cine Cubano, la revista más antigua de su tipo en América Latina, es “una publicación sobreviviente, rara avis por tanto, mas también, y sobre todo, un corpus que se ha ido ensanchando para bien, perfilándose para mejor, superándose, embelleciéndose, enriqueciéndose(nos)”, escribe el autor de libros como Diferente. Cine y diversidad sexual y De la letra a la esencia: Mirta Aguirre y el barroco literario, y añade: “Más de tres décadas dura esta complicidad, este diálogo provechoso, mutuamente enriquecedor desde que, a mediados de la década de los ochenta, comenzó una colaboración sistemática, ininterrumpida. Y ha sido, entre otros privilegios, todo un honor”.

Esta “selección muy atinada” de los materiales publicados en Cine Cubano ―a partir de diversos enfoques, incluida la divulgación, como la cataloga Francisco López Sacha en el prólogo del libro― nos muestran el crecimiento intelectual de un periodista y crítico que es, esencialmente y por excelencia, un comunicador de alto vuelo. “Padrón unifica diversos géneros de la crítica de cine en un balance que ahora puede verse como una proyección de ideas, el programa que un especialista ha trazado sobre la jerarquía y los modelos artísticos que deben ser evaluados por el espectador, y aun por los creadores y realizadores en cualquier latitud. El autor confronta esos modelos, o al menos esas cintas de mayor nivel e intensidad, y llega a conclusiones sorprendentes que comprometen una radical toma de partido junto al cine logrado como arte. Esa es la apuesta de su enfoque crítico, a mi juicio, lo más original de su mensaje”, añade López Sacha.

Por definición, la crítica es un oficio a contracorriente. Alrededor de ella crece la sombra de la sospecha: se duda de su función, sus intenciones e incluso de su valor literario. Concebirla como una patología es útil para balancear su otra naturaleza, ese carácter judicial (juzgar y diferenciar) y apostólico (llevar al “rebaño” hacia algún ideal estético) que la coloca como aspirante a la regencia del gusto artístico de cada época. La primera naturaleza, según Leopoldo Alas (Clarín), impide el imperio apostólico de la segunda. Por eso, la sección que abre el libro, “Articulando ideas”, reúne textos que resultaron génesis de su vocación ensayista, premiados en varios concursos. Así, figuras, movimientos cinematográficos, filmes, directores… son abordados a partir de su presencia en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano: el portentoso cine brasileño; el Festival en sí mismo y a través de diferentes ediciones; la cinematografía de Eliseo Subiela, Jaime Humberto Hermosillo, la actriz Graciela Dafau…

Por su parte, en “Cuando el este era el paraíso”, se encamina a escudriñar la “omnipresencia del cine socialista” en nuestro país, en filmes de realizadores como Zoltan Fabri, Alexander Surin, István Szabó y Frank Beyer, y la actriz Liudmila Gúrchenko. De la misma manera que lo hace en “De otros m(l)ares” con el cine suizo, canadiense, los premios Óscar al mejor filme no hablado en idioma inglés, Woody Allen…

Aparecen en el texto, además, los capítulos “Crítica Múltiple” ―desde La decisión de Sofía, de Alan J. Pakula; Lo que importa es amar, de Luis Alcoriza; La película del rey, de Carlos Sorín; hasta Hello, Hemingway, de Fernando Pérez, y el cine de Juan Carlos Tabío―; “Nosotros, la música”, con prolijas entrevistas a José María y Sergio Vitier, y Leo Brouwer, y “Reverencias”, acercamientos a Sara Gómez y Luis Rogelio (Wichy) Nogueras.

Finalmente, “Cine impreso”, donde Frank reseña publicaciones relacionadas con el séptimo arte; “Cazador cazado”, donde otros colegas dialogan y se aproximan a sus libros, y como “Broche dorado”, con el poema “Los fantasmas del Rialto”, parte de su libro Los latidos del espejo, que reafirma aquello que en latín asegura que finis coronat opus.

Nada es perfecto, es cierto, ya lo recalcaba su (nuestro) admirado Rufo Caballero. Por lo que el lector aguzado encontrará algunos detalles de edición (mención de un filme aun no realizado en el momento de publicado el artículo; invitación reiterada a analizar recuadros al final del texto que nunca fueron incluidos; descripción de la portada de un libro diferente a la que acompaña el texto) que no disminuyen para nada el libro en su conjunto, y la necesidad de que una parte del trabajo de Frank para Cine Cubano haya sido antologada para el lector contemporáneo. Él mismo aplicó el “autobisturí”, pues textos que considera importantes fueron recogidos en otros libros por su afinidad temática, y porque la “tiranía del espacio” obligó a “inevitables restricciones”. El lector, pensamos ambos, “encontrará no poco” al adentrarse en las páginas de El cineasta que llevo dentro. Más de 30 años en la revista Cine cubano (1984-2015).

A diferencia de los críticos literarios, que ejercen su juicio sobre los libros utilizando un instrumento idéntico, la palabra, los críticos de cine (como los de danza, artes visuales o teatro) no comparten esa misma “analogía instrumental” entre su texto y la creación. Los críticos leen mucho, escriben mucho, se equivocan mucho. Conocen muy bien el remordimiento. Apenas publicado un artículo ―o a veces antes, tan solo enviado por correo electrónico al editor― basta que se le acerque otro lector, un amigo avispado y agudo, para hacerlos mutar de opinión. Ya es tarde, siempre es tarde. Reparar el daño a la vanidad del prójimo, empezando por la propia, herida por obnubilación, es tarea ardua, como lo es bajar del iconostasio a quienes elevan con fervor. Un crítico, pese a su reputación “crítica”, unas veces autocultivada y otras propalada entre el público, suele ser esencialmente un entusiasta. Y con ese entusiasmo sincero y agradecido ―por lo que, en esos más de 30 años en las páginas de Cine Cubano y otras publicaciones, y también desde su programa de televisión De nuestra América, nos enseña y entrega― celebro esta antología de Frank Padrón.

Tomado de: Cubacine

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Cuando el beisbol se parece al cine

Por Norberto Codina

“Al otro lado de ese maíz filmamos una película que resistió la prueba del tiempo. Esta noche (…) este es nuestro campo de sueños (…) Hoy tenemos a los líderes de la División Central de la Liga Americana (White Sox) contra los poderosos Yankees, suerte para todos, que se diviertan”.

Palabras de Kevin Costner antes de comenzar el juego de beisbol

Con este título, Cuando el beisbol se parece al cine, Ediciones ICAIC acaba de publicar mi libro más reciente que, por los avatares de la pandemia, se demoró un buen tiempo en el poligráfico Enrique Núñez Rodríguez de Santa Clara y que por fin en fecha muy próxima debe estar a disposición de los lectores. Este libro es un acercamiento calidoscópico a la relación de beisbol, cultura e identidad, tema que sobre el que, quienes me conocen, saben he trabajado durante años, presente en varios de mis títulos anteriores y que ha dado lugar a artículos y crónicas diversas.

A mi entender ―por demás parcial y comprometido como es natural―, este volumen de casi 400 páginas (era de más, pero normas poligráficas lo limitaron) me complace en su resultado final, con una edición, maquetación, diseño y cubierta que agradezco, debido al interés de Mercy Ruiz y su equipo. Junto a ellos quiero resaltar a dos amigos, el experimentado editor Daniel García Santos y el destacado pintor Reynerio Tamayo, quien nos regalara una excelente cubierta hecha expresamente para esta edición. Agradecimientos a los que deseo agregar a los obreros de la imprenta que lleva la impronta de un apasionado de la pelota como fue Enrique, con el que compartí su admiración por Miñoso, sus memorias beisboleras de Quemado de Güines y el Bronx, y hasta una visita al estadio de El Cerro, donde gracias a él nos sentamos como príncipes en el palco detrás de home.

Que un autor se detenga a hablar de su obra, más tratándose de un texto que aún no ha circulado, es poco usual, para no decir que puede calificarse de impropio o inmodesto. Pero la necesidad de compartir una anécdota ocurrida en estos días, que hace justicia al presente título y nos recuerda aquel axioma de “cómo la realidad puede copiar a la ficción”, me lleva a escribir estas líneas, por demás un buen pretexto para la promoción del libro.

El pasado jueves 12 de agosto de 2021 se celebró un juego del calendario de las Grandes Ligas norteamericanas que tuvo un significado especial. Treinta y dos años después de ser el intérprete de la popular película Field of Dreams (Campo de sueños), Kevin Costner esta vez no fue el actor principal, sin embargo, sí fue parte del elenco que estuvo en el estadio que, construido como justicia poética para la ocasión y colindante al escenario original del filme en los maizales de Iowa, acogió un juego entre los míticos Yankees de Nueva Yorky los White Sox de Chicago, estos últimos protagonistas recreados en el largometraje mencionado. Y, como tenía que ser, los White Sox ganaron, con final “de película”, pues tras su rivales irse arriba con un par de jonrones en el principio del noveno, los de Chicago, como homenaje a la saga fílmica, los dejaron al campo con otro cuadrangular al final de esa espectacular entrada. El juego, inspirado en la cinematografía, resultó un emotivo duelo de vuelacercas. Hubo ocho en total. Haciendo justicia a esa frase tan de los campos criollos, de que “la metió en el maíz”.

Como se recuerda en las páginas de este libro, Campo de sueños ―dirigida por Phil Alden Robinson y protagonizada por Kevin Costner― fue nominada en 1989 a los Óscar como mejor película y obtuvo otras dos nominaciones: mejor guion adaptado y mejor banda sonora, con un amplio reconocimiento de crítica y público. Una curiosidad es que Burt Lancaster actuó por última vez en su carrera en esta producción.

Allí se narra la historia de un hombre que es víctima de influencias suprasensoriales que le llevan a construir un campo de pelota en medio de su granja y al concluirlo surgen de los maizales los ocho jugadores de los llamados “medias negras”, como fueron satanizados los Medias Blancas tras ser implicados en el affaire de vender la Serie Mundial de 1919.

Pedro Rafael Cruz, Crucito, periodista deportivo de larga data, me regaló estas otras notas que igual aparecieron en mi libro y que por su interés ahora reproduzco de nuevo: “Pero el tema de estas líneas será Kevin Costner. Usted puede estar de acuerdo o no con su carrera artística, pero de lo que no hay dudas es que el actor tiene en su haber las, para mí, mejores y más serias películas sobre el beisbol. Pelotero de buen nivel él mismo, Costner se preocupa en extremo de que los participantes en sus filmes jueguen pelota de verdad. (…) Campo de sueños es un profundo y sólido llamado a que no se pierda el placer de jugar, algo que el excesivo comercialismo está matando…”.

El encuentro en cuestión es el primero que las Grandes Ligas celebra en el estado de Iowa en toda su historia, como emotivo homenaje a la recordada película. Inspirada en Shoeless Joe (Descalzo Joe), narración “realista mágica” del escritor canadiense W. P. Kinsella, la novela se hizo más popular debido a la adaptación cinematográfica. Alguien escribió, con imaginación y fundamento esotérico consecuente con el argumento, que los personajes de la misma estuvieron, junto al granjero Ray Kinsella (que no por accidente comparte apellido con el autor), el escritor Terence Mann (otro soñador que acompaña la misma fantasía) y Shoeless Joe Jackson (pelotero legendario muy querido por el ya fallecido padre de Ray), muy presentes ese jueves, junto a Costner y a los jugadores de ambos equipos.

Al final de la película el consagrado actor James Earl Jones, que personifica a Mann, pronuncia estas palabras que sintetizan el espíritu de la película: “Hay una sola cosa que ha sido constante a través de los años, el beisbol. América ha pasado aplastando como una infantería de maquinarias pesadas, ha sido borrada como si fuera una pizarra, reedificada y borrada de nuevo, pero el beisbol ha marcado los tiempos. Este juego es parte de nuestro pasado y nuestra historia. Nos recuerda todo lo que una vez fue bueno y que puede volver a serlo otra vez. ¡Oh!, la gente vendrá, Ray. La gente definitivamente vendrá”. Más de tres décadas después esa profecía cobró cuerpo y, una vez más, la realidad copió a la ficción.

Tomado de: Cubacine

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Aquel verano del 61

Por Senel Paz

El 60 aniversario de Palabras a los intelectuales ha motivado numerosas acciones, quizás ya demasiadas. Desde el cine quisimos participar con algo que no quedara en festejo de cumpleaños, sino que pudiera aportar alguna utilidad y nos produjera emoción a nosotros mismos. Así surgió este libro, como un impulso colectivo. No es un libro de nadie, no es un libro de autor, sino de todos, incluido el futuro lector.

Contó con el decidido apoyo de Ramón Samada, presidente del ICAIC, quien metió entusiasmo pero no la mano; la experiencia de Mercy Ruiz, directora de Ediciones ICAIC, que sonríe mucho para que no te des cuenta de que lleva recio; y con la labor editorial de Carla Muñoz, Beatriz Rodríguez y del diseñador 10K, entre otros muchos. Un equipo multigeneracional y multigénero y una experiencia que juntó la calidad del acto laboral con la calidad del acto de dirección, una fórmula no tan frecuente que hace maravillas. Disfrutamos hacer este libro, aprendimos con él, aprendimos con Palabras…, nos divertimos y nos hizo más amigos. Toca a ustedes leerlo y juzgarlo.

Si uno desea un conocimiento y aprendizaje plenos de Palabras…, no se puede limitar al discurso de Fidel. No es lo único trascendental que ocurrió en aquellos tres viernes de junio del 61. Debemos incluir a los demás participantes, lo que sucedió y se dijo en las tres jornadas, el contexto histórico y cultural en que todo tuvo lugar, el discurso de Fidel en sí, y lo que posteriormente se ha meditado sobre ello en Cuba y fuera de ella. El tiempo, lo vivido, lo reflexionado, han enriquecido aquellos hechos y palabras y les han agregado sustancia y utilidad. Es lo que le da sentido a que volvamos sobre el asunto como algo vivo, no como a un fósil más o menos sagrado.

Este libro es un intento en esa dirección. No es una investigación, lo que propone es una dramaturgia con los materiales a mano, por tanto, una selección y ordenamiento específicos para facilitar al lector una visita personal y libre. Está pensado para el público en general, para quien no conoce nada, o lo conoce de modo fragmentado o inducido desde una óptica interesada. Ojalá interese a los jóvenes y salte el círculo de historiadores e intelectuales y de objeto acompañante en carpetas y bolsas de eventos y reuniones.

En este punto quiero subrayar que lo pensado sobre Palabras… por determinadas figuras nuestras, a estas alturas integra también el magma del tema, el cual ya no se pude entender con plenitud sin esos aportes. Entonces procedimos, bajo mi responsabilidad, a una selección de textos que a mi entender hace eficaz la dramaturgia propuesta y prepara al lector para enfrentar las secciones segunda y tercera. Por supuesto, hay otros textos importantes, pero nuestro libro no es una antología ni una valoración crítica, solo una incitación y un camino.

La sección con las transcripciones de las intervenciones de los asistentes a los encuentros de los dos primeros viernes, incluidas algunas de Fidel, es lo más interesante. Publicamos la versión más completa que pudimos conseguir. Con ello cumplimos con la urgencia de socializar este punto, y nos hicimos eco de la solicitud de algunos de nuestros intelectuales y maestros, y para que efectivamente se pueda hablar de diálogo en aquel episodio, escuchando a las dos partes. Si alguien tiene versiones más completas y exactas o que precisen o corrijan estas, no las ha compartido hasta el momento y lo invitamos a hacerlo. Este libro será feliz de ser trascendido cuanto antes.

Como ya señalé, lo único que sucedió hace sesenta años en la Biblioteca Nacional no fue que Fidel pronunció un discurso memorable, que sin dudas pronunció. También ocurrió que los artistas e intelectuales tuvieron la disposición de compartir sus inquietudes con los dirigentes de la Revolución, con los políticos, y acudieron al escenario donde podían hacerlo. Unos más y otros menos, fueron en general francos, abiertos, al tiempo que provocadores y a ratos irónicos, como es nuestra naturaleza. Pero no estaban movilizados por ninguna UNEAC ni nada, acudieron invitados pero por su cuenta y riesgo, con interés, con temores, reconociendo a sus interlocutores, y con ello establecieron lo que devendrá una tradición entre los intelectuales y artistas y, en particular, los cineastas: la de buscar el diálogo con los líderes, con los políticos, plantear preguntas, dudas, inconformidades, cuestionamientos, disidencias. Por fortuna, ha pasado de generación en generación, y no siempre bien comprendido, también después. Hay que decir que aquel grupo fue en parte visionario, y me parece que está claro que no hemos hecho bien al no estudiar a menudo y profundamente también sus palabras, nos gusten más o nos gusten menos.

En cuanto a Fidel, también estableció una tradición, dio una lección. Lo único que hizo no fue hablar, pronunciar un discurso. Habló sí, en particular en la del tercer viernes, pero escuchó con atención durante los dos anteriores, y entre unos y otros debe haber reflexionando y elaborado profundamente sobre lo escuchado. Para mí, ahí está su lección mayor. Le debemos tanto a Fidel cuando habló, como cuando guardó silencio. En lo que a él toca, el diálogo se produjo en el arte de escuchar, hablar, aprender del otro. Una vez sobre el escenario, es tan difícil y valioso hablar como escuchar. Lo saben muy bien los actores.

Dialogar requiere de esas dos actitudes. Don Miguel de Cervantes parece que no pertenecía a la vanguardia artística de su momento. Olvidó el principio y tuvo que corregirse en el camino. Recordemos que el Caballero de la Mancha, luego de tostarse leyendo libros y posiblemente algunos periódicos cubanos, se lanza al camino a deshacer los entuertos; pero el autor enseguida se da cuenta de que ha metido la pata y no le queda más remedio que hacerlo regresar a buscar a alguien con quien dialogar durante la aventura porque de lo contrario condenaba al personaje al soliloquio, y estos nunca hubieran sido tan ricos. Así apreció Sancho, el otro, y a partir de ahí más del ochenta por ciento de la gran novela es diálogo, donde uno y otro hablan, y uno y otro escuchan y aprenden entre sí, sin importar cuál es más lúcido o más loco.

En nuestro libro pretendemos que el lector viva la secuencia de Fidel luego de escuchar a los demás. Creemos que esa experiencia amplía el conocimiento de los hechos, y por otra parte ensancha el discurso de Fidel y lo hace más pleno en vez de disminuirlo, como tal vez se ha temido.

Concluimos el texto con un breve fragmento del discurso de Miguel Díaz-Canel en la clausura del noveno congreso de la UNEAC en 2019. No se trata de un gesto protocolar para cerrar con el presidente en funciones del país. Las reflexiones de Díaz-Canel sobre Palabras a los intelectuales en esa ocasión, a pesar de su brevedad, y que ni siquiera parecen obligatorias en el guion de su discurso, las entiendo esenciales para mirar Palabras… desde hoy y reconsiderar su actualidad y utilidad para nosotros. Lamentablemente, el propio Díaz Canel las ha superado con su intervención del otro día en el acto central por la efeméride, poniendo vieja nuestra cita. Tendremos que mandarle aviso de que no puede hablar de Palabras… sin consultarnos, porque nos echa a perder el libro y no tenemos más papel.

Y esto es todo, ya me cansé de hablar y vuelvo al silencio, que es mi preferido.

(Palabras del escritor y guionista Senel Paz en la presentación el 2 de julio en la Cinemateca de Cuba del libro Aquel verano del 61. Primer encuentro de Fidel con los intelectuales cubanos)

Tomado de: Cubacine

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Palabras de presentación del libro «Guerra culta…»

Por Nancy Morejón

Llegar hasta este punto, a este tiempo convulso desde sus inicios, ha sido un privilegio. No hay otra palabra para definirlo. La vida, generosa, abre sus puertas, otra vez, para darle paso a su esencia que no es otra sino respirar y pensar; ambas funciones, como acciones legítimas de la naturaleza humana, que a su vez nos han permitido ir escribiendo, de forma invariable, esa página que sea capaz de revelar sentimientos transparentes y, asimismo, esa posibilidad real, tangible, de aceptar la imaginación como una vía del conocimiento; o de prefigurar, al vuelo, el retrato en vivo de una sociedad cambiante a cada segundo por la energía de un proceso único que llamamos en Cuba Revolución.

Vale la pena detenerse sobre el libro que nos convoca hoy no solo porque sea, en verdad, un aporte al intercambio de ideas que se sustenta mediante la lectura inteligente y el ejercicio cotidiano de la investigación en el campo de lo que siempre conocimos como las Humanidades. Félix Varela, Enrique José Varona y José Martí ―cada uno a su modo y a su medida― fueron los primeros en enseñarnos a comprender la necesidad del arte en su función aleccionadora, desalienante y moral sobre todo en circunstancias de cambios perpetuos como nos ha probado la Historia, en letras grandes. El arte y la literatura forman parte de la cultura que defendemos hoy y ha sido defendida siempre y, como tales, son la historia misma de la nación en proceso revolucionario desde el 10 de octubre de 1868 hasta el 1no de enero de 1959, atravesando, por supuesto, aquella “guerra necesaria” proclamada un 24 de febrero de 1895 en plena voluntad de cambio en lo que conocemos como el Grito de Baire.

En mi juventud, escuchaba atenta los discursos de los héroes. Los de Fidel me cautivaban por aquella belleza, aquella capacidad de llegar a la acción mediante el conocimiento histórico de todo lo que se movió en la Isla, y sus archipiélagos, por alcanzar la dignidad plena de sus habitantes sin escudriñar origen de clase, el factor étnico o social o bien su género.

Hemos querido esta Isla enorme en su fragor de independencia, libertad y soberanía. No ha sido otro el móvil que nos ha lanzado a los cuatro vientos y mares antillanos en nuestra búsqueda perpetua de una identidad que se ha ido rehaciendo según las circunstancias.

Vuelvo a decir, por eso, que es un privilegio poder presentar este ameno y atractivo volumen que incluye reflexiones, testimonios, tanteos programáticos, apuntes, aproximaciones, propuestas a corto y largo plazo, sobre el incesante quehacer intelectual de Cuba en la expresión de varias generaciones.

Concebir esta recopilación, tal cual es, resulta un hallazgo mientras nos demuestra una apreciación sabia de la tradición nacida, precisamente, de Palabras a los intelectuales en 1961. Porque los textos aquí presentes no solo marcan un insoslayable síndrome generacional sino que, paradójicamente, comprueban la necesidad de revisar la experiencia histórica cuyo marco de referencia, por ejemplo, recibe un excelente análisis pocas veces frecuentado por la historiografía nacional. ¿A cargo de quién? A cargo del escritor e investigador Rafael Hernández, cuyos saberes se han centrado, principalmente, en el estudio sistemático de cosmovisiones latinoamericanas, y su imaginario, cuyo lente se asienta en aquellas que se refieren al insólito intercambio académico entre Cuba y los Estados Unidos, prueba fehaciente del don de la resistencia que, como apostaba Alejo Carpentier, nos legaron los cimarrones desde su azarosa llegada a los archipiélagos antillanos desde finales del siglo XV.

Hernández (1948), gracias a su condición de testigo presencial, echa un enriquecedor vistazo sobre la vida editorial republicana ―en su mayoría proveniente de las escasas instituciones dedicadas entonces a la cultura―. Es un apreciable aporte la mirada suya sobre la gestión de algunas minorías de intelectuales que levantaron su voz para legitimar una producción puesta al margen, al menos, por los grandes consorcios.

Manuel Pérez Paredes (1939) y Magda González Grau (1956) aportan testimonios personales, de primera mano y de gran impacto, sobre la práctica de una política cultural ejercida tanto desde la realización de obras cinematográficas así como de la de los medios masivos de comunicación en una época en donde no existían ni las redes sociales ni el reino global de la tecnología electrónica.

Por su rigor y su enfoque, de una apuesta moral indescriptiblemente comprometida, se alza en este conjunto el breve ensayo Guerra culta y enfrentamiento de ideas en el pensamiento de José Martí, de Ibrahim Hidalgo, depositario, como se sabe, del legado martiano instalado, por derecho propio, en la luz de ese arco tangible, a lo largo del siglo XX, que va desde Juan Marinello hasta Cintio Vitier.

Las contribuciones de los más jóvenes no se hacen esperar y su perspectiva nos introduce en interpretaciones en donde la apuesta por el riesgo y la contradicción ―signos indiscutibles de su experiencia― confirman la evolución de nuestro pensamiento y ellos mismos, como pidió Fidel, en su discurso de la Biblioteca Nacional, un 30 de junio de 1961, son los que, ahora, estarán diciendo la última palabra.

La inestimable certidumbre de vida y libertad, de fiel resonancia de un sentimiento patrio compartido que aflora en los sugerentes y valiosos textos de Israel Rojas Fiel (1973), Yasel Toledo Garnache (1990), Fabio Fernández Batista (1988), Karima Oliva Bello (1982), José Ernesto Nováez Guerrero (1990) y Fernando Luis Rojas (1982) nos devuelven un especial sentido de pertenencia de una identidad, como la nuestra, fija en la opción de la historia que hemos vivido, hoy en el centro de cada debate.

Como bien advierte, con su sagacidad habitual, Graziella Pogolotti: Vivimos en la historia Porque, hijos de la historia, somos también sus hacedores. Este libro, Guerra culta. Reflexiones y desafíos sesenta años después de Palabras a los intelectuales es una necesidad imperiosa que introduce al lector en una suerte de caleidoscopio donde cada molécula, cada giro, confirma el talento de sus creadores para estudiar nuestro medio y, así, tender un puente de amor entre la perspicacia del trabajo intelectual y una Revolución más grande que nosotros mismos.

(Palabras de la poeta Nancy Morejón en la presentación el 2 de julio en la Cinemateca de Cuba del libro Guerra culta. Reflexiones y desafíos sesenta años después de Palabras a los intelectuales, de Ediciones ICAIC)

Tomado de: Cubacine

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Polémicas sobre el cine y la Revolución Cubana en los sesenta: nuevas iluminaciones

Por Zuleica Romay

Toda revolución es una gran fuerza unificadora, que barre diferencias o las pospone, y a veces las oculta”.

Fernando Martínez Heredia

La década inaugurada por el inolvidable 2020 probablemente será escenario de la dinamización de los estudios cubanos, tanto en la Isla como en el extranjero. Significativas rememoraciones, asociadas al establecimiento y consolidación del poder revolucionario, actualizarán las disputas por la interpretación del pasado reciente, no solo entre admiradores y adversarios del sistema sociopolítico cubano; también debatirán entre sí defensores y detractores.

La desaparición, por causas naturales, de buena parte de los protagonistas y testigos no restará fuerza ni pasión a las confrontaciones. El hecho de que los contendientes sean otros, o tal vez los mismos, con ajustadas estrategias de procesamiento de su experiencia vital, introducirá cambios en lo que el intelectual haitiano Michel-Rolph Trouillot destaca como momentos fundamentales de la producción histórica: la elaboración de las fuentes o momento de “creación” del hecho;  la construcción de los archivos o ensamblaje de los hechos;  la gestación de narrativas o recuperación del hecho; y la composición de la Historia, que define, en última instancia, la importancia retrospectiva del proceso o acontecimiento.[1]

Ello ocurrirá en un periodo de agudización de la conciencia histórica de las sociedades contemporáneas, compulsadas por sus miembros más activos a auscultar el pasado colonial y neocolonial, sus mecanismos de dominación y actuales impactos, tanto en las antiguas metrópolis como en los territorios otrora invadidos y saqueados con las coartadas del “descubrimiento” y la “modernización”. Para lograr los objetivos demandados, algunos países auspician procesos de autocrítica social que intentan trascender perspectivas lineales, narrativas omisas y silenciamientos selectivos, mientras que en otros se apela al negativismo histórico y el optimismo amnésico para atenerse al guión de los poderes actuantes.

En el caso de Cuba, todavía deudora de una historia de la Revolución que reconozca cabalmente sus luces y sombras, los años de radical transformación social ofrecen incentivos que rebasan el disfrute del ejercicio historiográfico. Por eso juzgo muy oportuna la publicación de La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1948-1964), el tercer libro de Iván Giroud.

Empalmado como un collage en que ensayo y testimonio enhebran un solo discurso, este libro posibilita, si nos situamos a la distancia adecuada, apreciar las colisiones y alianzas, las sinergias y divergencias, los amparos y rechazos que favorecieron o entorpecieron el despegue del proyecto revolucionario cubano en su primer sexenio.

Subrayo, en primer lugar, los valores metodológicos de la investigación, la que se muestra abarcadora y voluminosa desde referencias y recomendaciones bibliográficas cuya recopilación y ordenamiento cronológico resulta clave para examinar la textura de los debates. Reducir más de mil páginas a apenas cuatrocientas ha requerido una curaduría cuidadosa que satisfaga tanto la mirada panorámica como el examen atento.

Aquí no somos arrojados al torbellino de los acontecimientos, como en una trama de Stephan Zweig, sino que se nos pone al tanto de los antecedentes culturales, políticos y relacionales de las personas –o, más bien, de los grupos– que protagonizan los procesos analizados. 1948, el año de arranque, no es solo el de la creación del primer cine club cubano. Tal iniciativa cultural y política tuvo lugar cuando la crisis de la república burguesa neocolonial se anunciaba irreversible y la cultura cubana, segura de sí misma desde la década anterior, lidiaba con la “americanización” del idioma y las costumbres, la escalada del consumismo y la corrupción de la práctica política. Tras la pista del sueño de construir un cine nacional, el autor nos conduce hasta 1964, año en que, desmantelado el andamiaje económico, legal e institucional del estado burgués neocolonial, el liderazgo revolucionario comienza a consolidar un nuevo poder.[2]

El trabajo con las fuentes, muy meritorio, considera la evaluación de epistolarios personales, archivos institucionales, artículos y entrevistas aparecidos en publicaciones periódicas, transcripciones de debates intelectuales y reuniones de trabajo, y atestaciones publicadas por otros autores. Hay un aprovechamiento inteligente de las potencialidades del testimonio para transmitir no solo los argumentos, sino, además, las tensiones y emociones.

Personas con diferentes grados de experticia, o de motivación cognoscitiva, podrán distinguir dos niveles de lectura. El nivel “micro”, al develar los consensos y disensos, los conflictos y las negociaciones entre diferentes grupos del espectro revolucionario cubano, cautivará a los lectores curiosos, permitiéndoles acceso a las opiniones dominantes en uno u otro campo, algo no tan común en la bibliografía sobre los sesenta, tanto la escrita en la Isla como en su diáspora. Miradas mejor entrenadas podrán captar, además, el espíritu de la época, hallar claves para el entendimiento de las contradicciones inherentes al nuevo poder en construcción.

La revolución como proceso disruptivo, quebrantador del statu quo, requiere de una voluntad política que se sobreponga a la insuficiencia de condiciones “objetivas” o “subjetivas”. Sus prácticas políticas están signadas por la pasión, el voluntarismo, el sentido de la urgencia y la subversión de normas y valores. Ese violentamiento del mundo conocido y vivido es perceptible en todos los procesos de transformación radical, desde la Revolución Francesa hasta nuestros días.

Mas, la cubana no es una revolución propulsora del racionalismo, el individualismo y el modo de vida burgués. Todo lo contrario: ella expropió a la burguesía antinacional –y también a algunos que, siendo burgueses, eran patriotas–; plantó cara al vecino bravucón que se creía dueño de la Isla; rehusó ser rehén de los conflictos entre aliados poderosos, proclamados socialistas al otro lado del mar; y convocó a los campesinos, los obreros, los estudiantes, las mujeres y los descendientes de africanos a movilizarse con las armas en las manos para cumplir todos sus sueños.

En los sesenta, lo político es el lente a través del cual se mira y se juzga la vida cotidiana; y la beligerancia con que se vive el día a día lo impregna todo con su dureza y solemnidad. La promoción de valores nuevos naturaliza el culto espartano al trabajo, y en cualquier cañaveral puede encontrarse lo mismo a dirigentes del país que a laureados músicos, bailarines y poetas. Solo se reconoce útil el tiempo dedicado a construir el sueño mayor y un puritanismo estoico, que además de prostíbulos y casas de juego, clausura bares y cabarets, excomulga la haraganería, y mira aviesamente a quienes son –o parecen ser– homosexuales, se homologa, en el discurso y la práctica social, a la pureza revolucionaria.

Las polémicas, ardorosas y variadas, expresan una radicalidad que se ha vuelto habitual. En vísperas de los combates de Girón, el antimperialismo desemboca en socialismo, asumido por los más como el necesario y posible horizonte del proyecto social que se edifica. Los sueños, concepciones y expectativas tienen que “aterrizar” en un modo específico de construir un nuevo sistema de relaciones sociales, del que las instituciones revolucionarias serán, a la vez, expresión y reflejo.

Tales discusiones son animadas por marxistas ortodoxos y marxistas críticos; trotskistas y anarquistas; nacionalistas radicales y nacionalistas liberales; religiosos y ateos. Todos dicen estar con la Revolución, pero tienen diferentes opiniones y expectativas sobre los derroteros del proceso. Diversos posicionamientos miden fuerzas en los terrenos de la ideología, la teoría revolucionaria, la práctica política, la economía y la gestión cultural, para negar la vieja cultura y el antiguo modo de vivir, y legitimar prácticas sociales que repudien el pasado. Se trata, como metaforizó Marguerite Duras, de “un juego deslumbrante que nunca antes fuera jugado”,[3] es la ruptura de un orden arcaico y el establecimiento, un tanto coercitivo, de un orden nuevo.

En ese contexto, las polémicas en torno al cine reflejan las tensiones que atraviesan el campo político revolucionario, pues contienden corpus teóricos, tendencias ideoestéticas y prácticas institucionales que no son puras, ni pueden ser clasificadas, a priori, como de derecha, o de izquierda. Tampoco las adscripciones y filiaciones políticas son inamovibles, sino que se van desplazando o radicalizando al calor de las coyunturas.

Fidel Castro, consciente del imperativo de forjar la unidad, ha trabajado desde los días de la guerra para juntar compromisos, talentos y experiencias. Tras la victoria de Girón, comienzan a estructurarse las células de base de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI). No obstante, la dirección nacional no será constituida oficialmente hasta marzo de 1962, cuando ya se avizora la necesidad de una organización partidaria más potente.[4] La composición del órgano directivo de las ORI es resultado de un equilibrado razonar, en el que probables aportes y posibles quebrantos han sido sopesados con similar cuidado. Su función no será dirigir una organización herida de muerte, sino guiar la fundación del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC).

En la instancia nacional de las ORI hay una sobrerrepresentación de dirigentes que provienen del Partido Socialista Popular (PSP), con 11 miembros de un total de 25, un reconocimiento tácito a las habilidades organizativas, formación cultural y firmeza ideológica de sus militantes más experimentados; mientras que el Directorio Revolucionario 13 de Marzo –solo representado por Faure Chomón–, muestra una presencia distanciada de su protagonismo insurgente. El Movimiento 26 de julio, con 13 miembros de un total de 25, asegura la mayoría simple en cualquier debate conflictual. Un año después, la organización del PURSC volverá a garantizar el peso mayoritario de los combatientes del 26, con cuatro de los seis miembros del secretariado y 13 de los 25 integrantes de la dirección nacional.

Los tres grupos que protagonizan esta historia –usualmente identificados como “los del ICAIC”, “los de Lunes” y “los del PSP”–, conforman un triángulo cismático, con vértices asentados en afinidades electivas y lados tensados por suspicacias y animadversiones. No llegan a constituirse, sin embargo, contrarios dialécticos. Tienen en común ser gente mayoritariamente citadina y letrada, comprometida con las transformaciones que la Revolución promete, si bien exhiben diferentes niveles de radicalidad. La mayoría reconoce el liderazgo de Fidel Castro, aunque algunos, como Carlos Franqui, subestiman su preeminencia intelectual e intuición política.

El pluralismo político y la diversidad ideológica constituyen la norma al interior de los estratos revolucionarios, lo que resulta válido no solo para organizaciones de carácter pluriclasista, como el Movimiento 26 de julio, sino, incluso, para los comunistas, sean o no militantes del PSP. Una lectura atenta de escritos y testimonios de intelectuales orgánicos adscritos al marxismo, permite distinguir una mayoría de marxistas “sovietizantes” –apegados, con aplicaciones teóricas y referentes metodológicos diversos, a las doctrinas fraguadas en Moscú–; unos pocos marxistas “libertarios”, portadores de un hálito anarquista que confronta al dogmatismo y la obediencia partidaria, entre los cuales Alfredo Guevara es la cabeza más visible; y una proporción, igualmente exigua, de marxistas de vocación tercermundista, decididos a interpretar la realidad desde la crítica del pasado esclavista y la dominación colonial y neocolonial.

No todos los miembros del núcleo creativo del ICAIC provienen de las filas socialistas y comunistas, o tienen formación marxista. Allí, tal como rememoró el cineasta Manuel Pérez Paredes: “Todos alzábamos la mano por la Revolución, pero en la cabeza de cada uno, la Revolución era algo diferente”.[5] No obstante, la consistencia distinguirá las acciones del ICAIC, aunque, ocasionalmente, se manifiesten choques y tiranteces entre sus directivos, alentados por sensibilidades, percepciones y personalidades divergentes. La ética, el respeto y la honestidad intelectual han fraguado la coherencia ideológica y política que tan bien se aprecia en las transcripciones de los debates internos conducidos por Alfredo Guevara los días 2 y 3 de julio de 1961.

“Los de Lunes”, quién lo duda, han elevado la estatura del arte revistero en  la Isla con una política editorial universalista, revolucionaria y moderna, y anticipado el ascenso cualitativo del diseño gráfico y la cartelística cubana. Desde sus páginas, los horizontes de lectura de la población se han ensanchado, dando cabida a temas, manifestaciones artísticas, países y corrientes estéticas poco conocidos con anterioridad. Y sus públicos, aliviados de los asuntos baladíes y las lecturas fáciles de antaño, crecen cuantitativa y cualitativamente, lo que expande el tiraje del suplemento hasta 250 000 ejemplares.

A pesar de ello, el grupo de Lunes conforma el vértice más estrecho de este triángulo ideal, ya que, a diferencia de los otros contendientes, su propuesta no logra articularse en un proyecto; su discurso intelectual no irriga un programa político concreto en un periodo en que hallar caminos propios para configurar al sujeto de la Revolución es necesidad política de primer orden.

El colectivo del ICAIC y los oriundos del PSP guardan menos distancias entre sí, en tanto aspiran a construir una sociedad socialista en la que el arte y la literatura, raigalmente cubanos, distingan por su impronta antimperialista y anticolonial. Como rasgo común de su formación política y, por supuesto, en diferentes grados, son herederos de una visión un tanto idealizada del sujeto popular, unas veces sublimado en la noción de “pueblo” y otras, estigmatizado si algún comportamiento colectivo le aparta del “deber ser” revolucionario. De ahí su coincidencia en proscribir la exhibición en sala del documental PM.[6] No obstante, ambos grupos muestran significativas divergencias en sus afluentes teóricos, referentes estéticos, concepciones sobre la función social del cine y percepción acerca de las peculiaridades y presupuestos culturales del socialismo cubano.

“Los del PSP”, más versados en tácticas de negociación y conspiración política que los militantes del 26, comprenden que el choque decisivo entre “los de Lunes” y “los del ICAIC” resulta inevitable. Y se mantienen atentos al desenlace, que será detonado por la obra más referida y comentada –no necesariamente la más visionada o estudiada–, de la documentalística cubana posterior a 1959.

Guevara afirmará, muchos años después: “Es verdad que me enfrenté a Lunes, pero no es a Lunes al que me enfrenté, fue a Franqui”.[7] Empero, tanto él como Cabrera Infante designarán a los miembros del grupo rival como “nuestros enemigos”,[8] y será habitual en uno y otro bando caracterizar a sus antagonistas con ciertos epítetos, tales como: liberales, terroristas intelectuales, estalinistas, o autócratas. Comportamiento natural para quienes sabemos que los procesos y acontecimientos tienen la impronta de las pasiones humanas, de las maneras en que las personas se perciben a sí mismas y de los sentimientos que ponen en juego en su relación con las demás.

Con paciencia y esmero, Giroud recopila declaraciones y entrevistas aparecidas en diferentes órganos de prensa para reconstruir un diferendo cuyo agravamiento y expansión, a lo largo de 1960 y 1961, genera encontradas corrientes de opinión entre los miembros de la comunidad intelectual habanera. Las discrepancias intergrupales referidas al plano teórico-estético, se han desplazado al ideológico y desembocado, finalmente, en un enfrentamiento político, porque –como apunta Graziella Pogolotti– todo está en juego, no solo cuál de las fuerzas enfrentadas gestionará, en nombre de la Revolución, el poder ideológico y cultural.[9]

Andando el tiempo, el presidente del ICAIC reconocerá la inconveniencia de prohibir la exhibición de PM. Aunque reafirmar la función rectora del ICAIC en la industria del cine era un propósito legítimo, la restricción constituyó un yerro táctico porque lo peor ya había sucedido: la noche del 22 de mayo de 1961 el documental se transmitió en el espacio Lunes en Televisión, con audiencia probablemente superior a la que hubiese alcanzado en una sala de cine.

En no poca medida el error fue también político, pues originó fricciones entre Alfredo Guevara y algunos jóvenes realizadores; entre este y parte del equipo de dirección del ICAIC; entre los intelectuales y artistas que debatieron el asunto en la Casa de las Américas, el 31 de mayo; y entre estos y el liderazgo de la Revolución, en momentos en que la libertad de creación no tenía un peso similar, entre las prioridades de la batalla cultural, al de la Campaña de Alfabetización, la institucionalización del trabajo cultural y la incorporación activa de los artistas y escritores a los proyectos de la Revolución.

Personalmente, me llama la atención que tan pocos analistas hayan reparado en la visión estereotipada de la cultura popular que sustentó la decisión del ICAIC, pues la institución pasó por alto que, al menos en Cuba, la Revolución es también pachanga, una metáfora que Carlos Franqui convertiría en declaración de principios en su amarga diatriba contra Fidel y la Revolución,[10] y cuya autoría algunos estudiosos atribuyen al humor cáustico del Che Guevara.[11]

Lo cierto es que la apropiación lúdica de la misión guerrera, la transmutación del heroísmo cotidiano en conga callejera, es parte del performance político de la cubanidad. Basta recordar, a modo de ejemplo, la festiva intransigencia del estribillo más coreado durante las tensas jornadas de octubre de 1962: “¡Nikita, mariquita, lo que se da no se quita!”. Este rasgo cultural, que se actualiza constantemente, afloró en un debate reciente sobre los retos de la democracia socialista en Cuba cuando uno de los jóvenes participantes expresó: “el socialismo que no baila tampoco funciona, porque el socialismo también tiene que implicar alegría”. [12]

Un análisis de Ernesto Juan Castellanos sobre las lecturas posibles de PM, devela esa arista, de signo contrario a la interpretación más socorrida:

[…] dos bisoños realizadores, cámara en mano y con deseos de mostrar en qué consistía el Free Cinema, salieron a las calles noctámbulas de La Habana para filmar a gente de pueblo, en sucesión de bares y cantinas, cantando, bailando, bebiendo y divirtiéndose. En dos años de Revolución, era una de las primeras veces en la historia del cine cubano que se mostraba a los negros felices.[13]

“Los de Lunes” habían demostrado tener otras sensibilidades y percepciones respecto a las culturas populares. Así lo atestigua la inclusión, en sus dos primeros números, de sendos textos de Lydia Cabrera acerca de la denostada secta abakuá y el despliegue, en el número 50, de un reportaje sobre el carnaval habanero con un título tan poco edificante como “Siento un bombo, mamita…”[14]

Los juicios moralizantes sobre PM condujeron a la estigmatización de los figurantes del documental, muchos de ellos personas negras y mestizas cuya conducta no podía equiparase a la de gente antisocial. Casi cuatro décadas más tarde, uno de los integrantes del grupo de bailadores de jazz de Santa Amalia y asiduo concurrente a los bares de la Avenida del Puerto, rememora en el documental Nosotros y el jazz: “Fui preso una pila de veces porque llegaban los milicianos de aquella época […]; se pensaba que era una desviación social y política, que quien bailara eso era ‘americanista’ […]”.[15]

Rosa Marquetti, quien colectó testimonios de los bailadores de jazz del emblemático barrio, sito en el municipio de Arroyo Naranjo, resume la composición social y las motivaciones del grupo de jóvenes que, en los tempranos sesenta, concurría a Dos Hermanos, La Flota, Navys, Sailor y otros bares de la franja costera capitalina:

La mayoría de los jóvenes procedía de hogares humildes […] Muy temprano la mayoría tuvo que procurarse un oficio, que le permitiera no sólo vivir, sino asegurarse la diversión en tiempos donde en ciertas zonas de la ciudad los precios estaban al alcance de la clientela de operarios y trabajadores de bajos ingresos.[16]

El “caso PM” introdujo máxima tensión en el triángulo de fuerzas revolucionarias en disputa y favoreció, a la larga, las posiciones de los ex militantes del PSP, cuyo ejercicio conciliador pretendía demostrar a Fidel Castro que tenían la competencia arbitral necesaria. La autodisolución del partido –que se haría oficial el 24 de junio de 1961– ya era inminente, y evidenciar firmeza ideológica y capacidad negociadora resultaba aconsejable para posicionarse ventajosamente en el futuro. El testimonio de Alfredo Guevara sobre la manera en que los viejos comunistas gestionan la crisis, confirma esa apreciación: “[…] a partir de ese instante se hizo cargo del asunto sin mi participación o la de otra instancia del ICAIC, la Comisión Cultural del PSP […].[17]

El periódico Noticias de Hoy difunde la polémica, probablemente para forzar un análisis e implicar a Fidel Castro, quien podría otorgar el control del campo cultural –control operativo, nunca estratégico– a quien mostrara mejores credenciales. Adicionalmente, y tras bambalinas, el PSP construye una nueva narrativa sobre los hechos. De ahí que en una de sus pocas entrevistas divulgadas Edith García Buchaca trate de convencernos de que, dadas las vacilaciones de Alfredo Guevara, ella decidió la suspensión.[18]

El grupo del PSP es consciente de la fortaleza que les confiere el capital cultural, la coherencia ideológica, el sistema relacional y el know how que han desarrollado durante años. Pero precisan de una infraestructura que les permita consolidar sus posiciones y acrecentar su influencia sobre el líder de la Revolución. Por eso no disolvieron su Comisión de Cultura, como tantas veces denunció Alfredo Guevara. Fidel Castro, por su parte, necesita imprimir mayor velocidad y profundidad a las transformaciones y se auxilia del saber hacer de los comunistas, aunque no le temblará la mano si amerita poner coto a algún exceso.

Los días 13 y 26 de marzo de 1962, el líder rebelde denuncia por primera vez la manifestación de sectarismo entre las filas revolucionarias.[19] Ambos discursos expresan, con pasmosa vigencia, sus aspiraciones sobre los métodos de trabajo que han de distinguir al Partido de la Revolución:

Es evidente que si la revolución ha liberado a esas clases de la explotación y si esas clases no estuvieran ciento por ciento con la revolución, la culpa la tendríamos nosotros, la debilidad estaría en nosotros y no en las masas, la debilidad estaría en nuestro trabajo con las masas, la debilidad estaría en nuestra anarquía, en nuestra tendencia al autoritarismo, al despotismo, a la falta de tacto político, a lo impolítico de nosotros, que en vez de sumar para la revolución y conquistar al pueblo para la revolución, girásemos todos los días contra la popularidad de la revolución, tratando a la gente a puntapiés y echándonos diez mil enemigos.[20]

Tras el cierre de Lunes y la dispersión de los integrantes de su núcleo creativo, las tensiones en el campo político revolucionario parecen distenderse. El emplazamiento público de Fidel Castro al sectarismo y su escalada discursiva contra el burocratismo han reducido la acometividad de los ideólogos del antiguo PSP, en un contexto que estimula la unidad ante el incremento de la agresividad del gobierno de los Estados Unidos y la intensidad de los combates librados contra los alzados en las montañas del Escambray. Ello explica que la selección de lecturas propuesta por Iván Giroud exhiba solo tres entradas correspondientes al año 1962.

En abril de 1963, sendos artículos de Julio García Espinosa y Juan Blanco incentivan discusiones sobre el dogmatismo, la censura y la gestión cultural en el socialismo,[21]  los que fueron reactivados en el verano de ese mismo año tras sucesivos cuestionamientos de un velado columnista de Noticias de Hoy a las políticas implementadas por el ICAIC para la adquisición y distribución comercial de películas extranjeras.[22] Uno de los más argumentados pronunciamientos acerca de problemas cardinales de la creación artística tiene una proyección analítico-propositiva y aparece en La Gaceta de Cuba, firmado por veintinueve realizadores.[23]

Varias publicaciones periódicas, lideradas por las revistas Cine Cubano, La Gaceta de Cuba y Cuba Socialista, y por los periódicos Revolución y Noticias de Hoy[24] amplifican una controversia cuyos temas y argumentos perfilan identidades grupales basadas en afinidades estéticas, ideológicas y políticas. Con mayor calado y fundamentación teórica que en periodos precedentes, se discute apasionadamente sobre la historicidad y la unicidad de la cultura; la dimensión cultural de la lucha de clases; a quién (es) corresponde definir lo revolucionario y a partir de qué criterios debe hacerse; la relación entre forma y contenido en los procesos de creación artística; así como la legitimidad y pertinencia de la experimentación formal.

1964 marca el fin del mandato de Nikita Jruschov y el inicio de la era Brezhnev, un periodo caracterizado por el autoritarismo y la grisura. Cuando el ala más conservadora del PCUS logre hacerse con todos los poderes en la URSS, sus similares en la Isla respirarán más aliviados. Pero el impacto de las devastadoras revelaciones del juicio contra el delator Marcos Rodríguez y la consiguiente deposición de Joaquín Ordoqui y Edith García Buchaca, limitarán la capacidad de maniobra de los marxistas ortodoxos en Cuba hasta finales de esa década.

En un lapso denominado por la dirección revolucionaria como “Año de la Economía”, Cuba persevera en una industrialización acelerada que resiente su principal aliado, debido a los altos costos de instalación, puesta en marcha y mantenimiento de la maquinaria y al inconfeso, pero cada vez más evidente retraso tecnológico de la URSS. Las discusiones sobre la estrategia cubana de construcción del socialismo y el modelo de gestión económica más viable alcanzan apreciable amplitud y complejidad teórica en textos del Che Guevara, Charles Bettelheim, Ernest Mandel, Alberto Mora y Carlos Rafael Rodríguez, los que se estudian en consejos de dirección, plenarias sindicales y colectivos universitarios.

Una lectura cruzada del contrapunteo sostenido por Blas Roca y Alfredo Guevara a finales de 1963 y de las líneas gruesas de la polémica económica –cuyos contenidos y argumentos trascienden la razón tecnológica–, confirma que la ideología y la cultura son los campos en que se ha de dirimir el conflicto entre dos paradigmas de construcción socialista que a la larga resultarán alternativos, nunca conciliables.

Iván Giroud resume el trienio 1962-1964 en apenas cuarenta páginas, compactación analítica que no resulta, en modo alguno, metodológicamente objetable, pues el autor ha anunciado desde el inicio el propósito de concentrar sus valoraciones en los conflictos internos del ICAIC, la complejidad epocal en que surge y se afianza la institucionalidad revolucionaria, las tendencias que disputan el poder cultural y su legitimación, y el enfrentamiento de los fundadores del Instituto con el grupo nucleado alrededor de Revolución y su suplemento cultural. [25]

Asimismo, Giroud ha confesado que, al juntar tan reveladores fragmentos, éditos e inéditos, aspira a “contribuir a una mejor comprensión del pasado y, a través de estos, revelar algunas señales de ese complejo periodo que aún se muestran latentes en nuestro presente”.[26] Creo que ha logrado su objetivo, pues el poder iluminador de su relato confiere nuevas calidades a conocidas escenas del pasado.

He disfrutado mucho acompañarle en esta empresa, un poco más atenta, por razones personales, a las divergencias y colisiones entre grupos representativos de tendencias ideológicas que trascendieron, más o menos incólumes, el marco temporal fijado por Giroud, y cuyos representantes asistieron, como protagonistas o testigos, al completamiento del proceso de institucionalización del poder revolucionario en Cuba.

Lamentablemente, la contracara conservadora del ideal revolucionario cubano continuó en progreso después de 1976, fecha reconocida por muchos analistas como el inicio del restablecimiento, tras el retroceso ideológico del quinquenio anterior, de las libertades prometidas en Palabras a los intelectuales.

Durante más de tres décadas, los presupuestos ideopolíticos y las prácticas institucionales de la franja más ortodoxa del espectro ideológico auto reconocido como marxista en Cuba se han afianzado, descontinuando –a veces durante periodos prolongados– procederes que la Revolución legitimó: el debate abierto y público de problemas que atañen a todos; la horizontalidad del diálogo entre dirigentes y dirigidos; la espontaneidad revolucionaria que tanto valoró Rosa Luxemburgo; y la transparencia de los procesos de toma de decisión, los cuales no se agotan ni consuman en la fase de consulta popular.

Esas fuerzas internas, casi siempre innombrables, pero tan o más peligrosas que la subversión ideológica del capitalismo, la corrupción administrativa y la incivilidad depredadora, cercenan la democracia plena que el socialismo puede garantizar. Hacer Revolución es enfrentarlas con argumentos y renovar, desde la práctica social y política, las utopías que dibujaron el horizonte del proyecto cubano.

La Habana, 19 de mayo de 2021

[1] Michel-Rolph Trouillot: Silenciando el pasado: el poder y la producción de la Historia, Editorial Comares, S.L., Granada, 2017, p 23.

[2] Juan Valdés Paz: La evolución del poder en la Revolución Cubana, tomo I, Rosa Luxemburg Stinftung, Ciudad de México, 2018.

[3] Juan Antonio García Borrero: “Marguerite Duras sobre el cine cubano y la Revolución”. Recuperado de https://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com/2013/09/06/marguerite-duras-sobre-el-cine-cubano-y-la-revolucion/ Consultado el 4 de marzo de 2021.

[4] José Bell Lara, Delia Luisa López García y Tania Caram León: Documentos de la Revolución Cubana: 1962, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009, pp. 195-196.

[5] Manuel Pérez Paredes y Ambrosio Fornet: “Polémicas del cine y la Revolución en Cuba, en: Julio César Guanche y Aylin Torres Santana (comps.): Por la izquierda: dieciséis testimonios a contracorriente, Ediciones ICAIC, La Habana, 2013, p. 20.

[6] Como se recordará, en el ICAIC Titón visibiliza una disidencia interna, pero ella está relacionada con el procedimiento empleado para oficializar y dar a conocer la prohibición, no con la apreciación del fenómeno.

[7] Leandro Estupiñán Zaldívar: “’El peor enemigo de la revolución es la ignorancia’. Entrevista a Alfredo Guevara”. Recuperado de https://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com/2009/10/22/alfredo-guevara-y-leandro-estupinan-conversan/ Consultado el 4 de mayo de 2021.

[8] Iván Giroud. La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1948-1964), Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano y Ediciones ICAIC, La Habana, 2021. ISBN: 978-959-299-007-4, pp. 57 y 91.

[9] Graziella Pogolotti: Polémicas culturales de los 60, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2006, p. 24.

[10] Carlos Franqui: Retrato de familia con Fidel, Editorial Seix Barral, Barcelona, 1981, p. 174.

[11] Robin Moore: “¿Revolución con pachanga? Dance music in socialist Cuba”, Revue canadienne des études latinoaméricaines et caraïbes, Vol. 26, No. 52, 2001, pp. 151-177.

[12] De la intervención de Ernesto Teuma, participante en el Taller “Problemas y desafíos de la democracia socialista en Cuba hoy”, realizado en el Instituto Cubano de Investigación Cultural “Juan Marinello”, el 9 de diciembre de 2020. Recuperado de  https://medium.com/la-tiza/socialismo-que-no-baila-tampoco-funciona-50426e1d288d?source Consultado el 15 de mayo de 2021.

[13] Ernesto Juan Castellanos: “El diversionismo ideológico del rock, la moda y los enfermitos”, Centro Cultural Criterios, La Habana, 2008. Conferencia leída por su autor, el 31 de octubre de ese año, como parte del ciclo “La política cultural del período revolucionario: Memoria y reflexión”, organizado por Desiderio Navarro. Recuperado de https://in-cubadora.org/2020/05/16/ernesto-juan-castellanos-%C2%B7el-diversionismo-ideologico-del-rock-la-moda-y-los-enfermitos%C2%B7/ Consultado el 16 de marzo de 2021.

[14] “Siento un bombo, mamita…”, Lunes de Revolución, No. 50, 7 de marzo de 1960, pp. 2-10.

[15] Gloria Rolando: Nosotros y el Jazz, Grupo de Video Imágenes del Caribe, La Habana, 2004.

[16] Rosa Marquetti Torres: “El swing nuestro de cada día. Los bailadores de jazz de Santa Amalia”, Desmemoriados, 26 de octubre de 2016. Recuperado de http://www.desmemoriados.com/los-bailadores-de-jazz-de-santa-amalia/ Consultado el 9 de enero de 2021.

[17] Iván Giroud: Ob. Cit., pp. 184-185.

[18] Ibidem, p. 188.

[19] Ver: Fidel Castro Ruz: “Hay que acabar con la tolerancia de los errores y las cosas mal hechas”, en José Bell Lara, Delia Luisa López García y Tania Caram León: Documentos de la Revolución Cubana: 1962, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009, pp. 204-213; y en el mismo tomo: “Algunos problemas de los métodos y las formas de trabajo de las ORI”, pp. 214-270.

[20] José Bell Lara, Delia Luisa López García y Tania Caram León: Ob. Cit., p. 291.

[21] Julio García Espinosa: “Vivir bajo la lluvia”, La Gaceta de Cuba, Año II, No. 15, 1 de abril de 1863, p. 7; y, en el mismo número: Juan Blanco: “Los herederos del oscurantismo”, p. 10.

[22] Me refiero a las reseñas cinematográficas publicadas por Leonel López- Nussa en Noticias de Hoy, con el seudónimo de Alejo Beltrán: “Cartelera comentada” (28 de julio de 1963); “Accatone” (31 de julio de 1963); y “Viridiana” (7 de agosto de 1963). En los meses de septiembre y octubre, este autor publicó otros textos críticos, sobre los filmes La dulce vida y El ángel exterminador.

[23] “Conclusiones de un debate entre cineastas”, La Gaceta de Cuba, Año II, No. 23, 3 de agosto de 1963, pp. 8-9.

[24] Otras publicaciones, como las revistas Bohemia y Casa de las Américas y los periódicos El Mundo y La Tarde, también dieron a conocer análisis sobre estos temas y problemas. Para profundizar en las polémicas de 1963-1964 pueden consultarse, además de los textos referidos más arriba, a: Leonardo Martín Candiano: “Fomentar la herejía, combatir el dogma. Polémicas culturales en la revolución cubana (1959-1964)”, Sociohistórica, No. 41-43, Buenos Aires, 2018. Recuperado de http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/76543 Consultado el 9 de mayo de 2021.

[25] Ibidem, p. 23.

[26] Ibidem, pp. 25-26.

Palabras de presentación al libro «La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1948-1964)» de Iván Giroud. Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano y Ediciones ICAIC, La Habana, 2021.

Tomado de: Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano

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Las narraciones de un seductor

Por Daniel Céspedes Góngora

“En la mayoría de mis ensayos hay anécdotas, estructuras más propias del relato libre que de la geometría cartesiana; por no hablar de esos textos que llamé ‘ejercicios poscríticos’, donde me daba la libertad de las mareas, inventaba personajes, fabulaba situaciones, etc. Siempre he visto el ensayo como otra manera de fabular, de hacer ficción. A este criterio algunos lo tildan de ‘novelería’; pero, igual, es muy seductor”.

Rufo Caballero

Cuando niño, luego de ver una película que me gustaba mucho, solía prolongarla en mi cabeza como si aún no hubiera finalizado. Pensaba en sus protagonistas, ya fuera en uno de sus gestos, lo que habían dicho e incluso sus silencios. ¿Por qué calló en determinado momento? ¿Qué hubo detrás de una mirada? ¿Qué no se mostraba en imágenes y, sin embargo, sospechaba que había acontecido? Detrás del convencional “Fin” o “The End” era dado a inventarle un pasado a un personaje y entonces apreciarlo en otra escena. La película y esa continuación que creaba en mis adentros me acompañaban hasta que me dejaba atrapar por una nueva historia.

Más que cierta madurez de espectador, la manera desde hace años de ver cine por la tecnología redujo de alguna forma cómo persisten en mí las imágenes. Mas no extravió del todo esa “rareza” de sacar a un personaje de la película y colocarlo en situaciones acaso muy diferentes y ajenas para él. ¿Por qué tenía que vivir así una trama ficcional? Me preocupé un tiempo por ese fantasear a caballo entre la memoria y la invención hasta que leí Seduciendo a un extraño. Historias de cine vueltas a contar (Ediciones ICAIC, 2010), uno de los últimos libros de mi profesor y amigo Rufo Caballero, ahora disponible en formato electrónico.

En más de uno de los relatos de este volumen se pone en boca de algún personaje frases que propician diálogos, si bien pudieran conformar un soliloquio, exclusivos al parecer de la historia escrita por Rufo. Mas, hay una indirecta semántica que dialoga asimismo con el lector, como si el crítico y ensayista intentara, más que con los escenarios y las ocurrencias de sus personajes, convencer y justificar la mira (y logro) de lo que ha concebido a propósito de una película.

Por eso no es extraño que en “Idea mía”, a partir de Whisky, de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, la chica se cuestione como álter ego del propio narrador: “¿No sería, yo, entonces, quien comenzó en verdad la historia? ¿Y si cuando usted me pidió colaboración se refería simplemente a la ayuda, y no a toda la representación de un viejo matrimonio?”1. Y aquí viene la autonomía de la ficción a un tiempo que la distancia momentánea del referente cinematográfico, de la literatura y del primer manuscrito. Advirtamos la travesura de la culpa, pero travesura al fin y cabo, donde la chica termina preguntándose: “¿Por qué debí suponer que la proposición contemplaba todo ese simulacro que vino después? ¿Por qué lo aceptó tranquilamente usted, como si también la hubiera preferido?”2.

Intima Rufo con descripciones de lo visto en las películas. Pero aquí no hay inventario de cuanto apareció en pantalla. Se prescinde de emular en rigor con encuadres cinematográficos. Lo suyo es independizar una interpretación que tiene como punto de partida la insistencia, no el sometimiento de la mirada. La independencia la consigue el autor por cuenta de retomar una narrativa que le debe al filme o a un libro. Vendría más tarde el dejarse guiar por un conjunto de psicologías, siquiera una sola, apartada no obstante del esfuerzo consecutivo de las secuelas. Ello repercute en lo que pudiera ser ―no necesariamente lo es― un extracto del largometraje. A Rufo le basta con esos instantes seductores para erigir una fabulación que se resiste al fragmento y la brevedad, pero termina acogiéndolos.

La escritura de un cuento, el decir mucho con poco, el sugerir más que declarar, como si se renovara el recorrido de un paisaje que simula vastísima extensión es un riesgo hasta que el cuento en su estructura, curvas de interés y tema asiste a sus personajes. Cobran ellos certidumbre de existencia. El lector pudiera entonces reconocer: ellos regalan el paisaje cual camino, aventura, la admisión de lo que no se conforma con ser mirado. En este sentido, Rufo se atreve a desvincular lo detalles de una generalidad, los pormenores del conjunto para proveer con éxito a un distinto cuerpo escritural capaz de soltarse incluso de sus propios orígenes.

Las críticas de cine y los ensayos median con frecuencia para que el espectador vuelva sobre la película que se analiza. En otros momentos, un texto influye para advertirla por primera vez e ir directo a la fuente impresa o digital: el documento de producción o el libro que pudo haber inspirado la narración fílmica. Conociéndose o no las obras de las que parte, el lector puede penetrar con plena confianza en los territorios de estas historias concretas, abiertas y muy inquietas, en las que se va y regresa por las cercanías y sedes del amor.

No recuerdo exactamente el día, pero sí la presentación de Seduciendo a un extraño… cuando salió impreso. Fue una presentación homenaje realizada en el Centro Dulce María Loynaz, pues Rufo había fallecido el 5 de enero de 2011. Al llegar allí, su esposa y amiga Mayra Pastrana fue auxiliada por Joel del Río y María Caridad Cumaná. Le costó trabajo entrar a la institución cultural. Estaban también Francisco López Sacha, Mercy Ruiz, Miryorly García, Alberto Garrandés… Se exhibió Guajiro, el video que le hicieron a Sexto sentido y en el cual aparece Rufo. Actúa, baila, ríe. Al verlo Nidia, su madre, rompió a llorar. No lo podía creer. Nadie podía creer que Rufo Caballero estaba muerto.

Me trasladé de Pinar del Río ―provincia donde residía por entonces― hacia La Habana. Pensé que se presentaba, además, Nadie es perfecto. Crítica de cine (2010), la coedición del ICAIC y Arte y Literatura de la que Rufo me pidió el prólogo. El libro tuvo problemas con la tripa y el poligráfico lo tendría que rehacer. Compré Seduciendo…, del cual conocía solo el relato “Los que se fueron al bosque de avellanos”.

En septiembre Rufo y yo habíamos intercambiado un par de correos electrónicos sobre esta narración que toma como punto de partida la película Los puentes de Madison, de Clint Eastwood. De manera que el libro me era desconocido casi en su totalidad. Llegué a Pinar y leí un par de historias. Cuando fui a cerrarlo vi mi apellido en el relato que da nombre al volumen. Lo busqué enseguida y para mi sorpresa uno de los dos personajes principales se llama Danilo Céspedes. A Rufo no le dio tiempo decírmelo o tal vez quiso sorprenderme. Jamás me esperé lo que del mismo modo figuraba y figura como su agradecimiento tal vez por el prólogo de Nadie es perfecto… que tanto le gustó.

Queda en el terreno de las suposiciones imaginar ―como los 19 textos de su libro― lo que Rufo Caballero hubiera escrito en estos últimos diez años de ausencia física. Supongo que en su papelería queden otras narraciones en las que confluyen los vínculos entre el cine y la literatura, de los cuales se ocupó en críticas breves y ensayos. No obstante, Seduciendo a un extraño… revela a un escritor ya ducho en el lenguaje y la experimentación tanto genérica como temática. Cultísimo, valiente y placentero se fue deprisa Rufo, reafirmando para sus adeptos críticos y lectores discrepantes su amor invariable por el cine y las demás artes, la escritura y la creación cultural y, por encima de lo anterior, la vida. ¡Qué manera monstruosa de vivir la de Rufo Caballero!

Referencias bibliográficas:

1 Caballero, R. (2010). Seduciendo a un extraño. Historias de cine vueltas a contar, Ediciones ICAIC: La Habana, p.136.

2 ídem.

Tomado de: Cubacine

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