Archives for

Celebración de la fantasía

Por Eduardo Galeano

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca de Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.

Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.

Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba más de un metro del suelo me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:

-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima- dijo.

-Y ¿anda bien?- le pregunté.

-Atrasa un poco- reconoció.

Microrrelato escrito por Eduardo Galeano que aparece en su obra El libro de los abrazos.

Tomado de: El Viejo Topo

Leer más

La teoría de la dependencia desde el mirador de Galeano

Eduardo Galeano, escritor uruguayo (1940-2015)

Por Claudio Katz

Las Venas Abiertas de América Latina comienza con una frase que resume la esencia de la Teoría de la Dependencia. “La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos”1. Esta breve oración ofrece una imagen concentrada y altamente ilustrativa de la dinámica de la dependencia. Por esa razón ha sido citada en infinidad de oportunidades para retratar el status histórico de nuestra región.

El libro de Galeano es un texto clave del pensamiento social latinoamericano, que confluyó con la gestación de la Teoría de la Dependencia y contribuyó a popularizar esa concepción. La primera edición de ese trabajo coincidió con el auge general del enfoque dependentista. Pero en todas sus páginas exhibió una especial afinidad con la vertiente marxista de esa teoría, que desenvolvieron Ruy Mauro Marini, Theotonio Dos Santos y Vania Bambirra. Esa mirada postuló que el subdesarrollo latinoamericano obedece a la pérdida de recursos que genera la inserción internacional subordinada de la región.

Galeano difundió precozmente ese enfoque en Uruguay y su libro repasa la historia latinoamericana en clave dependentista. Ilustra en forma muy acabada cómo el “modo de producción y la estructura de clases han sido sucesivamente determinados desde fuera, mediante una infinita cadena de dependencias sucesivas…que nos llevaron a perder incluso el derecho de llamarnos americanos”. Recuerda que “como parte del vasto universo del capitalismo periférico”, la región “quedó sometida al saqueo y a los mecanismos del despojo”2.

Esa caracterización del desenvolvimiento frustrado de América Latina empalmaba en los años 70 con una amplia producción historiográfica de mismo signo. Esos estudios detallaban los impedimentos que impuso la dependencia a la repetición de la expansión lograda por la economía estadounidense. Galeano retomó una óptica muy semejante a la expuesta por las investigaciones de Agustín Cueva y Luis Vitale3.

El pensador uruguayo desarrolló una sintética historia de la región focalizada en los cuatro componentes del marxismo latinoamericano de la época. Denunció el despojo de los recursos naturales, criticó la explotación de la fuerza de trabajo, remarcó la resistencia de los pueblos y adscribió a un proyecto socialista de emancipación.

Galeano desenvolvió su texto combinando varias disciplinas y alumbró un relato que impacta por su belleza literaria. Su calidez conmociona al lector y genera un efecto explícitamente buscado por el libro.

El escritor oriental decidió difundir un “manual de divulgación que hable de economía política con el estilo de una novela de amor”. Y logró un éxito arrollador para esa sorprendente empresa. Galeano comentó que siguió el camino de “un autor no especializado”, que se ha embarcado en la aventura de desentrañar los “hechos que la historia oficial esconde”4. Abordó ese objetivo con un lenguaje alejado de las “frases hechas” y distanciado de “las fórmulas declamatorias”. Consiguió consumar en un impactante ejemplar ese ambicioso propósito.

Galeano dejó atrás el acartonamiento, el academicismo y el discurso frío. Utilizó un lenguaje que sacudió a millones de lectores e inauguró un nuevo código para visibilizar la dramática realidad latinoamericana. La Venas Abiertas inspiró a una legión de escritores que adoptaron, desarrollaron y enriquecieron esa forma de retratar el despojo y la opresión que sufre nuestra región.

Afinidades conceptuales y teóricas

Galeano se alineó con la corriente radical de la dependencia liderada por Marini y Dos Santos, en franca contraposición con la vertiente ecléctica y descriptiva que encabezó Fernando Henrique Cardoso. La afinidad de las Venas Abiertas con la primera concepción se verifica en todos los enunciados del libro.

En ese trabajo no se limitó a describir retrasos económicos resultantes de modelos políticos desacertados, ni observó a la dependencia como un rasgo ocasional o meramente negativo. Tampoco auspició las asociaciones con el capital extranjero que Cardoso promovía como solución al atraso de la región. Cuando ese intelectual asumió la presidencia de Brasil se desdijo de sus viejos textos, repudió su pasado y objetó sus propios escritos. Pero la semilla de su involución neoliberal estaba presente en el abordaje de la dependencia que postuló polemizando con Marini y Dos Santos.

La visión de Galeano fue también distante de la CEPAL. En ninguna parte del libro se esbozan ilusiones heterodoxas en la superación del subdesarrollo regional, mediante una industrialización capitalista comandada por la burguesía nacional. El proteccionismo y la regulación estatal no son ponderados como los caminos a transitar, para erradicar los padecimientos económicos de América Latina.

La oposición a ese curso se verifica también en las incontables críticas a la impotencia de las clases dominantes locales, para encarrillar alguna modalidad efectiva de desenvolvimiento regional. Se resalta esa incapacidad para comandar un crecimiento industrial semejante al conseguido por las poderosas economías centrales.

Ese cuestionamiento era el eje del programa político inaugurado por la revolución cubana, y conceptualizado por la teoría marxista de la dependencia. Este enfoque propiciaba un tránsito directo y sin interrupciones hacia el socialismo, soslayando cualquier etapa intermedia de capitalismo nacional.

Las Venas Abiertas se inscribe en esa corriente de pensamiento y comparte el entusiasmo generado por el éxito inicial de la revolución cubana. En numerosos párrafos irrumpe el espíritu del Che, la tónica romántica y la esperanza en el triunfo de los proyectos radicalizados. También enfatiza las raíces históricas de las luchas populares en toda la región.

Galeano no olvida en ningún momento el cimiento económico estructural de la dependencia que remarcaban los estudios Gunder Frank. Pero a diferencia de esos trabajos subraya la gravitación de las resistencias populares. No habla sólo de estaño, minería, latifundio y plantaciones. Remarca la gesta de Louverture en Haití, la rebelión de Tupac Amaru en Perú y la acción de Hidalgo en México.

El libro rescata esas tradiciones de lucha popular destacando cómo la historia oficial diluye la visibilidad de esas resistencias. Recuerda que ese operativo de ocultamiento, frecuentemente empuja al propio oprimido a asumir como suya “una memoria fabricada por el opresor”.

Galeano no sólo detalla de qué forma América Latina se estructuró durante siglos a partir de la explotación de los indios y la esclavitud de los negros. También resalta que los sujetos afectados por esa expoliación reaccionaron con revoluciones y levantamientos. Esas sublevaciones abrieron un horizonte alternativo de liberación.

Las Venas Abiertas recuerda, además, el nexo de esas rebeliones con la asignatura pendiente de la integración regional, que legó el proyecto inconcluso de Bolívar. Ese énfasis en el papel insurgente de los pueblos ilustra la afinidad de Galeano con el proyecto político revolucionario de la Teoría de la Dependencia.

Primarización y extractivismo

La sintonía de un libro escrito hace cincuenta años, con una concepción marxista en boga en esa época no constituye ninguna sorpresa. Pero resulta más problemático desentrañar la actualidad de ambas miradas. ¿En qué terrenos se verifica la vigencia de las Venas Abiertas y del dependentismo?

Hay muchos fragmentos de un libro escrito en 1971 que parecen aludir a situaciones del 2021. Esos aspectos perdurables del texto (y de la teoría que lo inspiró) obedecen a la condición dependiente de América Latina y se corroboran ante todo en el extractivismo.

La especialización exportadora de la región en productos básicos -que bloqueó su desenvolvimiento en el pasado- continúa obstruyendo el despegue de la zona. Ese impedimento confluye, además, con un inédito agravamiento del deterioro del medio ambiente. La minería a cielo abierto concentra gran parte de esas calamidades y se ha convertido en el epicentro de numerosos conflictos en todos los países.

Primarización y extractivismo son los dos términos actualmente utilizados, para denunciar la obstrucción al crecimiento productivo e inclusivo, que Galeano destacaba hace cinco décadas. En las Venas Abiertas se describe cómo la sumisión de la región al mandato externo de los precios de las commodities genera ese ahogo.

Pero esa vulnerabilidad ya no es vista en la actualidad como un simple efecto de inexorables procesos de desvalorización de las exportaciones básicas. Muchos economistas han desentrañado la dinámica cíclica de esos precios en el mercado mundial y han estudiado el complejo proceso de sucesivos encarecimientos y abaratamientos de las materias primas. El gran problema radica en que esas fluctuaciones siempre obstruyen el desenvolvimiento por la condición dependiente de toda la región.

América Latina nunca aprovecha los momentos de valorización de las exportaciones e invariablemente padece los períodos opuestos de depreciación. En la coyuntura actual de altos precios, esas adversidades se verifican por ejemplo en el encarecimiento de los alimentos. La exportación de trigo y carne se ha tornado una desgracia para adquisición cotidiana de pan y el consumo de proteínas.

Galeano describió una desventura económica resultante del adverso manejo de la renta agraria, minera y energética en toda la región. La gravitación de esa remuneración a la propiedad de los recursos naturales se acentuó en las últimas décadas. Las grandes potencias disputan -con la misma intensidad que en el pasado- el apreciado botín de las riquezas latinoamericanas. La región continúa sufriendo la confiscación sistemática de ese excedente, en una dinámica que combina la erosión de la renta con su expropiación.

Actualmente Estados Unidos disputa con China (y en menor medida con Europa) la apropiación de los recursos naturales de la región. Los colosos mundiales ya no acaparan sólo excedentes de granos o carne. También capturan minerales estratégicos como el litio y depredan sin ninguna freno la fauna marina.

A diferencia de otras economías no metropolitanas (como Australia o Noruega) que aprovechan la renta para su desenvolvimiento, América Latina sufre el drenaje de ese excedente. No logra transformarlo en inversión productiva por el lugar subordinado que ocupa en la división global del trabajo. Ese sometimiento explica también el comercio desfavorable con los grandes adquirientes de las exportaciones de la zona.

América Latina no negocia en bloque sus intercambios con China y los resultados de las tratativas país por país son invariablemente adversos. Las desventuras que retrató Galeano hace cincuenta años vuelven a reciclarse en la actualidad.

Repliegues de la industria

En las Venas Abiertas se describe cómo los procesos históricos de industrialización quedaron obstruidos en América Latina por las políticas librecambistas. Ese “industricidio” aniquiló las manufacturas del interior en Argentina y destruyó el incipiente desenvolvimiento de Paraguay, que buscaba introducir los cimientos de una estructura fabril independiente. Posteriormente las redes ferroviarias gestadas en torno a los embudos portuarios afianzaron el ahogo industrial. La mano visible del estado no intervino -como en Estados Unidos- para asegurar el despunte de un poderoso tejido fabril.

Ese ahogo industrial fue parcialmente modificado en la segunda mitad del siglo XX por los procesos de sustitución de importaciones. Ese modelo alumbró el surgimiento de estructuras industriales frágiles, pero ilustrativas de la potencial expansión manufacturera. Galeano escribió su libro en el ocaso de ese esquema y al cabo de cincuenta años, el panorama industrial es nuevamente desolador en el grueso de América Latina.

La actividad fabril se ha replegado en Sudamérica y tiende a especializarse en Centroamérica en los eslabones básicos de la cadena global de valor. Este adverso escenario es frecuentemente descripto con retratos de una “desindustrialización precoz” de la región, que difiere por su mayor nocividad de las deslocalizaciones prevalecientes en las economías avanzadas. En todos los rincones de América Latina se ha profundizado el distanciamiento con la industria asiática y muchos emprendimientos fabriles desaparecen antes de alcanzar su madurez.

En los países medianos ese deterioro afecta al modelo forjado para abastecer el mercado local. En Brasil el aparato industrial perdió la dimensión de los años 80, la productividad se ha estancado, el déficit externo se expande y los costos aumentan al compás de una creciente obsolescencia de la infraestructura. En Argentina el declive es mucho mayor.

También el modelo de las maquilas mexicanas afronta graves problemas. Continúa ensamblando partes de las grandes fábricas estadounidenses, pero ha perdido gravitación frente a los competidores asiáticos. La renegociación del tratado de libre comercio con Estados Unidos dio simplemente lugar a otro convenio (T-MEC), que renueva la adaptación de las fábricas fronterizas a las necesidades de las compañías del Norte.

El grueso de los países de la región continúa negociando (y aprobando) convenios de libre comercio que erosionan el tejido económico local. En todos los casos se afianza la desprotección interna frente a la incontrolable invasión de importaciones. Esa adversidad no ha frenado las tratativas del MERCOSUR para suscribir un convenio de libre-comercio con la Unión Europea, ni tampoco las negociaciones de acuerdos unilaterales con China.

La regresión industrial que afecta a la región actualiza todos los desequilibrios del ciclo dependiente que estudiaron los teóricos de la dependencia. En los años 70 resaltaban el sistemático drenaje de recursos que afectaba al sector manufacturero, a través del giro de utilidades. El mayor predominio de los capitales foráneos acentuó en las últimas décadas esa obstrucción al proceso local de acumulación.

Pero a diferencia de los años 70 el retroceso actual de la industria latinoamericana coexiste con el gran despunte de sus equivalentes asiáticos. Basta observar el ensanchamiento de la brecha que separa a Corea del Sur con Brasil o Argentina para notar la magnitud de ese cambio. Mientras que América Latina era funcional al viejo modelo de mercados internos del capitalismo de posguerra, el Sudeste Asiático tiende a optimizar el salto registrado en la internacionalización de la producción.

Muchos autores heterodoxos suponen que la divergencia entre ambas zonas sólo obedece a la implementación de políticas económicas contrapuestas. Estiman que los asiáticos optaron por el camino acertado que desecharon por sus pares de América Latina. Pero esa mirada olvida todos los condicionamientos estructurales que impone la maximización de la ganancia en la división mundial del trabajo.

Las tesis dependentistas resaltan ese condicionamiento que el libro de Galeano también detalla. Allí se explican las adversidades históricas estructurales que afronta la región.

Desposesión y explotación

Las Venas Abiertas denuncia los sufrimientos de la población explotada en todos los rincones de América Latina. No habla sólo de la esclavitud y el servilismo del pasado. Describe las condiciones inhumanas de trabajo que imperaban hace cinco décadas. La actualidad de esas observaciones es particularmente impactante en el dramático contexto actual de deterioro social.

El neoliberalismo no sólo agravó el desempleo y la informalidad laboral. Afianzó además un terrible ensanchamiento de las brechas de ingresos, en la región más desigual del planeta. Esa polarización explica la aterradora escala de la violencia que impera en las grandes ciudades. De las 50 urbes más peligrosas del planeta 43 se localizan en América Latina.

La degradación social que afecta a la región, en gran medida obedece a la renovada expulsión de campesinos que impuso la transformación capitalista del agro. Esa mutación potenció la descontrolada expansión de una masa de excluidos que arriba a las ciudades para ensanchar el ejército de los desocupados. La carencia de trabajo en las grandes urbes y la bajísima remuneración de los empleos existentes explican el enorme acrecentamiento de la informalidad. En este marco se ha masificado la narco-economía como refugio de supervivencia.

La especialización latinoamericana en exportaciones básicas es complementada en algunas economías de Centroamérica por el desarticulado crecimiento del turismo. Es la única actividad creadora de empleos en muchas localidades de esa región. En todos los casos, la ausencia de puestos de trabajo multiplica la emigración y la consiguiente dependencia familiar de las remesas. Enormes contingentes de jóvenes desempleados tienen simultáneamente vedado el arraigo y la emigración. No encuentran ocupación en sus localidades de origen y son perseguidos al ingresar en Estados Unidos

Los promedios regionales de pobreza continúan desbordando en América Latina al segmento precarizado y afectan a una enorme porción de los trabajadores estables. Esos datos no han cambiado desde la aparición del libro de Galeano.

También persiste la fragilidad de la clase media, en una región con reducida presencia de ese estrato. En comparación a los países avanzados, los sectores intermedios aportan un colchón muy exiguo, al abismo que separa a los acaudalados de los empobrecidos. Ese segmento está mayoritariamente integrado por pequeños comerciantes (o cuentapropistas) y no por profesionales o técnicos calificados.

Este adverso escenario se agravó en forma dramática durante la pandemia del último bienio. En términos porcentuales, América Latina fue la región con más contagios y fallecidos del planeta y sufrió también el mayor impacto económico-social de la infección.

La caída del PBI duplicó en la zona los promedios internacionales y ese deterioro profundizó la desigualdad. El 50% de la masa laboral (que sobrevive en la informalidad) fue severamente afectado por la retracción económica que impuso el coronavirus. Esos sectores debieron acrecentar sus deudas familiares para contrarrestar la brutal caída de ingresos.

También la brecha digital se acentuó en toda la región e impactó con gran dureza a los niños empobrecidos que perdieron un año de escolaridad. Ese deterioro de la educación genera efectos explosivos por su entrelazamiento con la creciente precarización laboral. Las grandes empresas aprovechan el nuevo escenario para reducir costos laborales, con nuevas formas de teletrabajo que multiplican la explotación de los asalariados.

En las últimas cinco décadas los capitalistas recurrieron a numerosos mecanismos, para compensar su debilidad internacional con mayor explotación de la fuerza de trabajo. Por esa razón la brecha de salarios que separa a la región con las economías centrales se expandió en forma muy significativa. La tendencia mundial a la segmentación laboral -entre un sector formal-estable y otro informal-precarizado- presenta en América Latina una escala pavorosa.

Esa disparidad corrobora la vigencia del diagnóstico dependentista y confirma la continuidad de los mismos problemas que Galeano observó en el mundo trabajo. Cincuenta años después todas sus observaciones se corroboran a otra escala.

La vieja pesadilla del endeudamiento

En las Venas Abiertas se denunciaba la triplicación de la deuda externa entre 1969 y 1975 y el consiguiente afianzamiento de un círculo vicioso que ahoga a la economía de la región. Ese encadenamiento obliga a Latinoamérica a seguir un libreto de aumento de las exportaciones, extranjerización industrial y auditoría de los banqueros que impone el FMI. Galeano señalaba que esas exigencias consolidan a su vez la acción de los capitalistas estadounidenses, que controlan gran parte de la región mediante el manejo de las finanzas.

En los últimos cincuenta años esa pesadilla se mantuvo sin cambios estructurales y acentuó los desequilibrios fiscales y los déficits externos, que engrosan los pasivos y precipitan nuevas crisis.

Durante la era neoliberal se registraron períodos de distinta gravedad de ese vasallaje financiero. En la década pasada la apreciación de las materias primas y el ingreso de dólares permitieron cierto alivio, pero cuando el respiro comercial desapareció el endeudamiento resurgió con gran intensidad. En la actualidad el FMI (y los fondos de inversión) intervienen nuevamente en forma protagónica, en la administración de una deuda inmanejable.

En los momentos más dramáticos de la pandemia el FMI emitió hipócritas mensajes de colaboración. Pero en los hechos se limitó a convalidar un irrisorio alivio del pasivo entre un grupo minúsculo naciones ultra-empobrecidas. Repitió la actitud asumida frente a la crisis del 2008-2009, cuando combinó convocatorias formales a la regulación internacional de las finanzas con mayores exigencias de ajuste para todos los deudores.

La tradición dependentista ha evitado el análisis del endeudamiento en simple clave de especulación financiera. Destaca que el creciente peso de los pasivos expresa la fragilidad productiva y comercial del capitalismo dependiente. La vulnerabilidad financiera de América Latina sólo complementa esas inconsistencias.

Hay agobio con el pago de intereses, con refinanciaciones compulsivas y con cesaciones de pagos por el perfil subdesarrollado de economías primarizadas, signadas por la flaqueza de la industria y la elevada especialización en servicios básicos. El endeudamiento no se dispara sólo por el “saqueo de los financistas”. Refleja la creciente debilidad estructural de los procesos de acumulación.

La región no está exenta del proceso de financiarización que caracteriza a todas las clases dominantes del planeta. Pero la mutación central que se ha verificado en América Latina ha sido la transformación de las viejas burguesías nacionales en nuevas burguesías locales.

El texto de Galeano estaba aún inscripto en el primer período. Desde ese momento han perdido gravitación los grupos capitalistas que privilegian la expansión de la demanda con producciones orientadas al mercado interno. Ganaron peso los sectores que priorizan la exportación y prefieren la reducción de costos a la ampliación del consumo.

Ese giro confirmó también todos los diagnósticos dependentistas sobre el entrelazamiento del gran capital latinoamericano con sus pares del exterior. La localización de grandes fortunas locales en los paraísos fiscales y la estrecha asociación gestada por las principales compañías de la región con empresas transnacionales, ilustran esa simbiosis. El endeudamiento que denunciaba Galeano apuntaló esa mutación de las clases dominantes.

Crisis tormentosas

El libro del escritor uruguayo conmueve por el desgarrador retrato que presenta de la realidad cotidiana de América Latina. Ese escenario está condicionado por la sistemática irrupción de las agobiantes crisis que impone el capitalismo dependiente. Estas convulsiones derivan, a su vez, del estrangulamiento externo y del periódico recorte interno del poder adquisitivo.

La era neoliberal que sucedió a la aparición de las Venas Abiertas estuvo signada por crisis económicas más frecuentes e intensas, que precipitaron mayores recesiones e indujeron gigantescos socorros de los bancos. Esas turbulencias fueron invariablemente desencadenadas por los estrangulamientos del sector externo, que generan los desequilibrios comerciales y la pérdida de recursos financieros.

Como las economías latinoamericanas dependen del vaivén de precios de las materias primas, en los períodos de valorización exportadora afluyen las divisas, se aprecian las monedas y se expanden los gastos. En las fases opuestas los capitales emigran, decrece el consumo y se deterioran las cuentas fiscales. En el pico de esa adversidad irrumpen las crisis.

Esas fluctuaciones magnifican a su vez el endeudamiento. En los momentos de valorización financiera los capitales ingresan para lucrar con operaciones de alto rendimiento y en los períodos inversos se generaliza la emigración de los capitales. Estas operaciones se consuman engrosando los pasivos del sector público y privado.

Otro determinante de las crisis regionales son los periódicos recortes del poder adquisitivo. Esas amputaciones agravan la ausencia estructural de una norma de consumo masivo. La debilidad del mercado interno y el bajo nivel de ingreso de la población explican esa carencia. La expansión de la informalidad laboral, los bajos salarios y la estrechez de la clase media acentúan la fragilidad del poder de compra.

Las dos modalidades de la crisis -por desequilibrio externo y por retracción del consumo- se han verificado en todos los modelos de las últimas décadas. Irrumpieron en forma inicial durante la sustitución de importaciones (1935-1970) y reaparecieron con mayor virulencia en la “década perdida” de estancamiento e inflación (años 80). Alcanzaron una mayor intensidad en el posterior debut del neoliberalismo, como consecuencia de la desregulación financiera, la apertura comercial y la flexibilidad laboral.

La teoría de la dependencia siempre estudió esas tensiones con criterios multicausales y subrayó la ausencia de un sólo determinante de la crisis. Las convulsiones que padece la región son desencadenadas por fuerzas diversas, que combinan los desequilibrios externos con las restricciones del poder de compra.

Esa combinación de determinantes externos e internos tuvo un impacto demoledor en los últimos dos años de pandemia. América Latina padeció la mayor contracción planetaria de horas de trabajo, en consonancia con retrocesos del mismo porte de los ingresos populares. Al cabo de un quinquenio de estancamiento, el Covid acentuó un descomunal deterioro de la estructura productiva. Para colmo de males los indicios de recuperación son tenues y los pronósticos de crecimiento son inferiores al promedio mundial. Otro capítulo de las Venas Abiertas ha padecido la región en el “Gran Confinamiento” del último bienio.

El escenario político

La afinidad de las Venas Abiertas con la Teoría de la Dependencia no se limita al estrecho ámbito de la economía. En la tradición expositiva de esta última concepción, el libro evita abrumar al lector con meras cifras e intrincadas estadísticas. Subraya con ejemplos la incidencia de la dominación imperialista sobre el subdesarrollo regional. Denuncia especialmente los golpes de estado, que siempre han manejado las embajadas estadounidenses para instalar gobiernos favorables a las grandes empresas del Norte.

Al cabo de 50 años esa intromisión de Washington persiste con más disfraces, pero con el mismo descaro del pasado. Estados Unidos intenta actualmente recuperar su deteriorada hegemonía mundial reforzando su control de América Latina, a fin de contener la creciente gravitación de China. La primera potencia está embarcada en utilizar su enorme poder geopolítico-militar para recuperar las posiciones económicas perdidas. Por esa razón la región es nuevamente tratada como un “patio trasero”, sujeto a las normas de sometimiento que estableció la doctrina Monroe.

Estados Unidos busca reducir el margen de autonomía de los tres países medianos de la región. Exige que Brasil entregue la supervisión del Amazonas, que México refuerce la penetración de la DEA y que Argentina acepte los mandatos del FMI. Como las invasiones directas (tipo Granada o Panamá) ya no son factibles, el Pentágono refuerza sus bases en Colombia y auspicia incontables conspiraciones contra Venezuela.

Trump implementó ese libreto con brutalidad y Biden se apresta a continuarlo con buenos modales. Necesita recomponer la deteriorada dominación de Norte y reduce los excesos verbales de su antecesor para rearmar alianzas con el establishment latinoamericano. Pero al igual que Trump prioriza la disminución de la presencia de China en la región. Todas las iniciativas de la Casa Blanca desmienten la ingenua percepción “que a Estados Unidos ya no le interesa América Latina”. Recuperar la dominación plena del hemisferio es la gran prioridad de Washington.

Por esa razón sostiene a los gobiernos derechistas que actúan como herederos de las dictaduras que denunciaba Galeano. Al igual que los teóricos dependentistas, el pensador oriental indagaba en los años 70 el pilar coercitivo de todos los sistemas políticos latinoamericanos. Retrataba cómo las tiranías implementaban distintos modelos de totalitarismo y remarcaba la primacía ejercida por las burocracias militares en la gestión del estado.

En el período pos-dictatorial de las décadas siguientes ese esquema fue sustituido por diversas modalidades de constitucionalismo, que combinaron políticas económicas neoliberales con la forzada aceptación de las conquistas democráticas.

Pero al cabo de varias décadas, los regímenes derechistas intentan recuperar nuevamente predominio al compás de una restauración conservadora. Actúan a través de gobiernos reaccionarios continuados, novedosas capturas electorales y reiterados golpes institucionales. En el último bienio de pandemia militarizaron sus gestiones e instauraron estados de excepción con creciente protagonismo de las fuerzas armadas.

La derecha regional opera actualmente en forma coordinada para establecer regímenes autoritarios. No promueve las tiranías militares explícitas de los años 70, sino formas disfrazadas de dictadura civil. Entre sus exponentes persiste una visible división entre personajes extremistas y moderados, pero todos unifican fuerzas en los momentos decisivos.

Los derechistas implementan una estrategia común de proscripción de los principales dirigentes del progresismo. Recurren a imaginativos mecanismos para inhabilitar opositores e instrumentan golpes parlamentarios, judiciales y mediáticos. Aspiran a lograr el brutal control de los gobiernos que retrataba el texto de Galeano. Han recreado, además, los discursos primitivos de la guerra fría y las campañas delirantes contra el comunismo que propagaban cuando se publicó la primera edición de las Venas Abiertas.

Pero todas las figuras de la derecha regional afrontan una gran erosión política por su responsabilidad en las desastrosas gestiones del estado. Deben lidiar además con el gran resurgimiento de la movilización popular.

En tres bastiones del neoliberalismo (Colombia, Perú y Chile) se han verificado revueltas callejeras de enorme masividad y en otros casos, las protestas permitieron reinstalar el gobierno progresista desplazado por un golpe militar (Bolivia). En distintos rincones del hemisferio despunta una tendencia convergente al reinicio de las rebeliones, que convulsionaron a Latinoamérica a principio del milenio.

Un símbolo de nuestras luchas

En las Venas Abiertas hay una repetida convocatoria a construir una sociedad no capitalista de igualdad, justicia y democracia. Ese mensaje está presente en varios pasajes del texto. Galeano compartía con los teóricos de la dependencia el objetivo de apuntalar un proyecto socialista para la región.

En los años 60-70 se esperaba avanzar hacia meta al cabo de victoriosas revoluciones populares. Esa expectativa tuvo corroboración en las rebeliones anticoloniales, el protagonismo del Tercer Mundo y los triunfos de Vietnam y Cuba.

Posteriormente predominó una etapa inversa de expansión del neoliberalismo, desaparición del denominado “campo socialista” y reconfiguración de la dominación global. Pero en América Latina resurgieron las esperanzas con las rebeliones que singaron el inicio del nuevo siglo, facilitando el despunte del ciclo progresista y la aparición de varios gobiernos radicales. El contexto actual está signado por una disputa irresuelta y por la persistente confrontación entre desposeídos y privilegiados.

Ese choque incluye revueltas populares y reacciones de los opresores. En un polo aflora la esperanza colectiva y en el otro el conservadurismo de las elites. Las victorias significativas coexisten con preocupantes retrocesos, en un marco signado por la indefinición de los resultados. Está pendiente el resultado de la batalla que opone los anhelos de los pueblos con los privilegios de las minorías.

Las Venas Abiertas es texto representativo de esa lucha y por esa razón es periódicamente redescubierto por la juventud latinoamericana. Lo mismo ocurre con la Teoría Marxista de la Dependencia. Ese instrumento teórico recobra auditorio por la explicación que aporta para entender la dinámica contemporánea de la región. Suscita el interés de todos los interesados en cambiar la agobiante realidad de la región.

Chávez le regala a Obama un ejemplar de Las venas abiertas de América Latina

El libro de Galeano y el dependentismo comparten la misma recepción entre las nuevas generaciones que recuperan los ideales de la izquierda. Las Venas Abiertas es un verdadero emblema de los ideales transformadores. Por esa razón en abril del 2009 durante la Quinta Cumbre de las Américas, el presidente Chávez le regaló públicamente un ejemplar del libro a Barak Obama. Con ese gesto subrayó cuál es el texto que sintetiza los sufrimientos, los proyectos y las esperanzas de toda la región.

Galeano personificaba esos ideales y también generaba una inigualable fascinación entre el público. Transmitía calidez, sinceridad y convicción. Sus palabras convocaban a forjar un futuro de hermandad e igualdad y la renovación de ese compromiso es el mejor homenaje a su obra.

1 Galeano, Eduardo. Las venas abiertas de América Latina, Siglo XXI. 1971, México (pag 15)

2 Galeano Eduardo. Las venas abiertas de América Latina, Siglo XXI. 1971, México (pag 16-23)

3 En nuestro libro sobre el tema analizamos todos los autores y concepciones mencionados en este artículo. La teoría de la dependencia, 50 años después, Batalla de Ideas Ediciones, Buenos Aires, 2018.

4 Galeano, Eduardo. Las venas abiertas de América Latina, Siglo XXI. 1971, México (pag 339-363)

Tomado de: Alainet

Leer más

El fascismo en la mansión al lado

Salvador Allende. (1908-1973)

Por Eduardo Galeano

Quería contar un par de historias de Salvador Allende de quien tuve la suerte de ser amigo, muy amigo, y al que conocí de cerca. Una vez, una de las veces que nos vimos, en una de las Campañas Electorales, el me invitó a almorzar a la casa, yo había viajado a Chile y le encontré la cara muy preocupada, rara vez lo había visto tan triste creo que nunca, tristísimo estaba y le pregunté ¿qué pasaba?, le digo ¿qué ocurre?, pensé que sería algo vinculado con la campaña electoral, a los censos, los cálculos, las encuestas, cosas así, pero me parecía raro tanta tristeza por un cálculo de votos, además no era muy de él esto de andar calculando votos; y entonces me dijo: “no se trata de eso, pero se trata de algo que me ha dolido mucho”.

Entonces salimos a la puerta de la casa, me dijo:

“mira, mira bien esa mansión que tenemos aquí al lado, pues ahí vive una de las familias más ricas de Chile, allí hay una fortuna inmensa y esa casa tiene una sola empleada y esa empleada que gana un salario de hambre, se ocupa de los niños, se ocupa de hacer la comida, de lavar los platos, se ocupa de la jardinería, se ocupa de todo, a cambio de ese salario de hambre y lo que me tiene así tan triste como me viste, lo que me tiene realmente triste, es que me enteré de que esa pobre mujer, esa sacrificada mujer, ha enterrado su ropa. La poca ropa que tiene, nada, poca y pobre ropa, la ha enterrado porque los medios de comunicación, los miedos de comunicación, que sería el nombre adecuado, los miedos de comunicación la han convencido, de que si ganamos nosotros, si gana la izquierda y si yo soy Presidente, le vamos a sacar la ropa, le vamos a expropiar la ropa.”

Y esa pobre mujer se lo había creído y había enterrado en el jardín la poca pobre ropa que tenía. Y eso me pareció muy revelador, no el hecho en sí, porque la derecha jugó muy sucio en algunas elecciones chilenas y en otros lugares también, generando terror, generando miedo, sino la hondísima tristeza que Salvador Allende sentía por este episodio.

Decía: “¿Pero cómo?, si yo vivo para ayudar a gente como ella, ¿Cómo es posible que tengan miedos así tan absurdos?, ¿Cómo le vamos a sacar la ropa?,¡le vamos a multiplicar la ropa!, ¿Qué es esto como lo ves tú?”, le digo, no a mí también me pasaría lo mismo que te ocurre. Todavía le di un abrazo y le dije: sabes una cosa, esto habla bien de vos y de tu honda sensibilidad humana, pero ella no tiene la culpa de padecer los miedos que cada día le meten en la cabeza nuestros enemigos políticos.

Esa es una de las historias compartidas con él. Tengo algunas otras que contar, siempre me gusta en lugar de discursear contar historias chiquitas que son a veces reveladoras de la historia grande. En esa misma campaña electoral el me ofreció que si quería lo acompañara al sur del sur o sea a Punta Arenas, donde iba a dar un discurso de campaña y yo encantado le dije que sí y allá marchamos los dos juntos. Al llegar a Punta Arenas, por cierto me acuerdo que hacía un frío terrible y él me obligó a que fuéramos los dos a comprar calzoncillos largos, de esos que llegan hasta el tobillo y nos miramos al espejo los dos con calzoncillos largos y allí entendí porque se llaman “mata pasiones” que es el nombre, si se llaman mata pasiones con toda razón, le dije no te parece que estamos un poco ridículos y me dice sí pero nadie nos va a ver no te preocupes de esto nadie se entera.

Y muy poco después nos fuimos a echar unos tragos juntos y después a cenar, y ahí descubrí la nieve, yo nunca había visto nevar y descubrí que la nieve cae muy suave, como si fuera de algodón viene del cielo, sin apuros muy suavemente cae la nieve, y era muy bello verla, sentirla, desde una ventana donde cenamos Allende y yo. Y entonces el sacó de la ropa el discurso que iba a leer al día siguiente, me dijo, “te dejo el discurso de mañana, que voy a leer mañana aquí en Punta Arenas para que lo veas”, le digo bueno lo leo y te lo devuelvo, me dijo “no esa copia es para ti”, bueno te lo agradezco, lo leeré con mucha atención y al día siguiente paradito en primera fila estaba esperando el discurso que ya había leído y en el discurso apareció una frase que no figuraba en la versión escrita, o sea que Allende hablando había incorporado una frase y cuando terminó el acto y nos encontramos para seguir la noche, la fiesta, le dije: mira, sabes que hay una frase ahí que no la tengo en la versión que me diste, en la versión escrita y me dijo: “ya sabía yo que te ibas a dar cuenta ¡que ojo!, claro que no está en la versión escrita”, y le digo ¿Qué es?, ¿Una frase espontánea?, ¿Se te ocurrió en el momento?, y me respondió “sí de alguna manera sí, no sé porque sentí que tenía que decirlo y decirlo así como lo dije, no te lo podría explicar, fue una rara visita de un fantasma”.

La frase, que resultó ser con el paso del tiempo una frase profética, autoproféctica, decía: “vale la pena morir por todo aquello, sin lo cual no vale la pena vivir” y creo que es una frase que define muy bien el nivel de calidad humana de un hombre como él, como Salvador Allende, un hombre excepcional que restituyó a la democracia el prestigio de las palabras secuestradas por los políticos mentirosos, que han arruinado el lenguaje de tanto mentir.

Y Allende no mentía. Cuando después ganó las elecciones y nacionalizó el cobre, advirtió desde el Palacio de La Moneda, del Palacio de Gobierno, advirtió “yo de aquí no salgo vivo”, no era la primera vez que se escuchaba esta frase en América Latina, muchos Presidentes la han dicho y después salen vivos rumbo al aeropuerto; pero en el caso de él no salió vivo, porque había dicho que no iba a salir vivo y porque era un hombre de honor. Yo sé que el honor es un producto raro de encontrar, cada vez más raro y también sé que el lenguaje ha sido prostituido por algunos políticos mentirosos. Pero él contribuyó mucho a restituir la dignidad perdida al lenguaje político e hizo lo que había dicho que iba a hacer. Es como una recuperación del respeto a la palabra, del respeto que la palabra merece. Yo soy lo que te digo, porque mis palabras son yo, me contienen.

Eso era lo que quería decir en realidad el resto me parece que sobra. Pero quería ponerle el acento en la importancia que tiene ese legado que nos dejó Salvador Allende, como un mensaje para siempre, un mensaje de honestidad y de valentía para siempre, que lava los múltiples pecados cometidos contra el lenguaje por los políticos profesionales, nadie podrá evitar los ecos de lo que él dijo, de lo que él dijo cuándo anunció “yo de aquí no salgo vivo” y de lo que él dijo cuándo profetizó estando los dos juntos ahí en Punta Arenas.

Y la verdad es que estamos tan acostumbrados a divorciar la palabra del acto, las palabras y los hechos, que rara vez se juntan, rara vez se encuentran y cuando se encuentran las palabras y los hechos, las palabras y los actos, ni siquiera se saludan porque no se conocen, y en el caso de Salvador Allende hubo una identidad perfecta entre lo que se decía y lo que hacía y esa fue creo su mejor herencia esa recuperación de la dignidad al lenguaje, creo que nos dejó unas cuantas herencias importantes, todas referidas a la valentía, al coraje, la dignidad, pero ésta es para mí, que soy escritor y vivo de las palabras, la más valiosa de todas: cómo él recuperó el poder de la verdad que las palabras contienen. No sólo la capacidad de mentir como algunos miedos de comunicación difunden cada día, como esos miserables que habían convencido aquella pobre mujer que trabajaba en la casa de al lado de Salvador Allende, la habían convencido de que si ganaba la izquierda le iban a expropiar la ropa y ella la había enterrado en el jardín.

Pero hay otras voces que son dignas herederas de aquel hombre que nos enseñó que el lenguaje es sagrado, que la palabra humana puede ser sagrada y que a ella nos debemos y que por eso hay que ser muy cuidadoso en lo que se dice para no romper la difícil identidad que se logra en algunos casos excepcionales, pero se logra entre lo que se dice y lo que se hace.

Intervención en la Clausura del Encuentro Internacional Antifascista. Teatro Nacional, Caracas, Venezuela. 13 de septiembre de 2013

Tomado de: El sudamericano

Leer más

Un renacentista de nombre Eduardo Galeano

Eduardo Galeano, escritor uruguayo (1940-2015)

Por Mauricio Escuela

Los libros expresan una realidad otra y distante de los discursos oficiales y los panfletos. Hay, en las obras, un lenguaje que descifra el signo de la esfinge sin menoscabo a la belleza o a la búsqueda de un universo ético supremo. Eduardo Galeano trabajaba en una universidad de su país natal mientras reunía notas para escribir una historia de América en un tono alejado de los ensayos académicos. Había que situar los nexos entre los sucesos y las personas, las emociones y los razonamientos. En aquella época el cono sur era un nido de dictaduras. Solo Uruguay persistía en la leyenda de ser la “Suiza del hemisferio”, supuesto país democrático cuyas instituciones no caerían jamás en las garras del autoritarismo.

Para aquel oscuro empleado universitario no solo se trataba de un trabajo investigativo, sino del autodescubrimiento propio del intelectual latinoamericano. ¿Ensayo, novela, colección de cuentos, poemas en prosa?, Las venas abiertas de América Latina es todo lo antes dicho. A los ojos del jurado del Concurso Casa de las Américas de 1970, parecía un libro “poco serio” y no se le otorgó el premio. Quizás a eso se refería Galeano, años después, cuando en una entrevista dijo que por entonces lo profundo y lo útil aún se relacionaban con lo aburrido. Y es que el volumen que pronto lo lanzó al estrellato era todo menos farragoso o pesado. Al contrario, la lucidez de esta obra tiene el poder del gran cine, lleva al lector ante los sucesos trágicos del continente, narra y describe desde la ironía y la inteligencia, denuncia y analiza. En noventa días con sus noches (tiempo de la hechura del libro), Galeano cifró como un poseso lo que luego sería casi una especie de confesión continental o de testimonio de un pueblo.

Las venas abiertas… constituye un grito que hunde sus raíces en una interpretación de los hechos históricos desde la periferia, desdiciendo formalidades y amaneramientos de la imagen. No hay nada que sobre ni que falte, en una suerte de mito lúcido que vamos a ver con los ojos del asombro. Se le critica su profunda deuda con la teoría de la dependencia y el desarrollismo, dos visiones que ciertamente permearon las universidades del continente en los años setenta del siglo XX; sin embargo, Galeano, lejos de cualquier referencia estructural o plagio ensayístico, logra vertebrar un conjunto de razones que servirían como material de estudio a los miles de presos políticos de las dictaduras latinoamericanas. De hecho, bien pronto se comenzó a leer la obra en las cárceles y allí fue el primer éxito editorial. Los gobiernos represores, ya atentos a que el tratado no iba sobre anatomía, ni sobre venas, decretaron el destierro de las letras y las páginas. Galeano iniciaba el periplo fuera de su país, Uruguay, que también cayó en la oleada de autoritarismos y arbitrariedades.

Los negacionistas acusan a Galeano de ser un “perfecto salvaje”, una especie de fabulador silvestre que hilvana una historia irreal y maravillosa, desde el victimismo y el tropo literario y no desde la óptica objetiva y racionalista. Para ellos, Las venas abiertas… no solo miente, sino que exagera y tuerce. Es cierto que la prosa de Galeano bebe de los mitos del continente, que es ágil y hermosa, que navega con vientos literarios y emotivos, que apela al sentido de pertenencia y a la tragedia. Sí, podemos hablar de un destino que se impregna y fluye desde las páginas que todos hemos padecido como habitantes de las tierras al sur del río Bravo. Por otro lado, ¿cómo hablar sobre la indignación sin indignarnos?, ¿acaso no dijo Marx que toda verdad se denuncia con pasión? El autor no rescata el mito del salvaje corrompido por los extranjeros como reflejan los negacionistas, sino la estructura de una historia que se nos niega, que se esconde en los anaqueles para metamorfosearse en mentira, en producto del mercado o en complacencia. Los que atacan a Galeano hubieran querido un cuento de hadas, con Disney como dibujante, y no el mito desgarrador que expresa con claridad los dolores de millones de personas cuyo idioma y cultura fueron borrados. Lo que no perdonan es que la gente común lea y entienda, conozca y piense.

En un artículo publicado en el diario La Tercera, Álvaro Vargas Llosa comparaba a Galeano con Carlos Rangel, el autor del famoso ensayo Del buen salvaje al buen revolucionario. Para el hijo del Premio Nobel peruano resulta que existen en América dos estirpes de intelectuales y que los que apuestan por los pueblos pertenecen a aquella que “amordaza la libertad” y se “coloca bajo el amurallamiento del Estado”. El liberalismo de Rangel vendría siendo una especie de mentís a Galeano, desde una supuesta objetividad y apego a los hechos. En realidad, lo que Vargas Llosa Jr. dice es que con la caída del Muro de Berlín se demostró el fracaso de la izquierda y el triunfo de las tesis del libro Del buen salvaje… por encima de Las venas abiertas… La misma enunciación del fin de la historia de Francis Fukuyama, llevada a un simplismo extremo, en un acto de birlibirloque literario. No hay nada nuevo en el intento, pues desde la salida del libro de Galeano tanto dictadores como intelectuales orgánicos de la derecha han tachado de mil maneras el esfuerzo y el aporte de una obra creada para el pueblo, asumida por la gente.

La prensa, siempre atenta a cada accidente de la historia, les dio bombo y platillo a ciertas palabras dichas por Galeano antes de morir, en las cuales se refiere a Las venas abiertas… como una prosa ya impropia de su estilo más reciente. Los negacionistas vieron en el gesto de sinceridad una retractación, pero el propio público lector se encarga cada año de revivir la maravilla, ya que el libro asume los ribetes de best seller, sin tener la superficialidad y el vacío de los volúmenes hechos para la venta. El autor uruguayo jamás renegó de lo que dijo, sino que estuvo convencido de que la mayor propaganda y el apoyo más efectivo hacia Las venas abiertas… provino de las tantas dictaduras que lo prohibieron y quemaron. Una prueba más de que lo dicho ni era mentira ni resultaba tan inocuo como quisieron hacer ver los negacionistas y lectores de Rangel.

Sobre el libro Del buen salvaje… hay que decir que es un loable esfuerzo por explicar la historia continental desde otra arista ideológica y que como obra académica deviene útil lectura. Más allá de intereses y partidismos, Carlos Rangel intenta ser serio, sin alcanzar la lucidez y el aporte de Galeano. Las interpretaciones de Álvaro Vargas Llosa no pasan de ser plagios a las ideas del escritor venezolano, que se suicidó a los 58 años de edad, sin ver en qué se convirtieron las ideas neoliberales que él tanto defendía. En la década de 1980 América se repletó de gobiernos que, siguiendo la receta del Consenso de Washington, asumieron un rumbo económico de endeudamiento y desgobierno. No en balde se conoce como la época perdida. Pero de ninguna manera se puede prescindir de Galeano para leer a Rangel, de hecho el público común, el de masas, desconoce por lo general al venezolano. El desguace de la república y el Caracazo fueron elementos que desmintieron en su propia tierra al ensayista liberal, dando paso a escepticismos y olvidos hacia sus tesis históricas.

Para cierto sector derechista de la intelectualidad, la explicación al atraso del continente no está en el pasado y en la creación de un sistema mundo del capitalismo a partir del saqueo de América, sino en la mala gestión de los gobernantes, quienes tienden, en una especie de naturaleza freudiana, al autoritarismo y la violencia. Tildan a Galeano de “positivista” y son ellos los metafísicos que cortan la relación dialéctica entre la economía y la política, siendo ambos planos una misma derivación de la historia y sus implicaciones. Para América, el volumen Las venas abiertas… es más que un libro, mientras que para la derecha neoliberal, el ensayo Del buen salvaje… constituye un apagafuegos, un intento de mentís, un amago. La reacción propone borrar a Galeano o fabricarnos un autor desligado de sus aportes esenciales, un sucedáneo, un producto más. No falta cierta crítica que quiere reducirlo a lo meramente folclórico o mitológico. El positivismo de Rangel, evidente en su ponderación de las fórmulas del régimen liberal, chocó contra la historia de América y se hundió en los trastazos de todos los gobiernos de fines del siglo XX, mientras que el tono emancipatorio de Galeano sigue vigente en cada propuesta progresista, en la fórmula libertadora y la savia popular. No importa si se trata del balón en los pies de Messi o de la prosa de Mariátegui, algo hay en el continente que no puede ser apresado por las directrices del mercantilismo y la otredad extranjera.

La literatura en las tierras al sur del río Bravo tiene en sí misma los códices de nuestro ser para la historia, nos expresa, define cada paso continental. Cinco décadas después de la salida de Las venas abiertas… Galeano es un gran renacentista, en el sentido de nacer como el fénix, y también como los maestros de aquel tiempo ya ido de los siglos primeros de la modernidad. El trazo escritural nos deja enmudecidos a quienes lo vemos caer sobre el paisaje. No solo se trata de denuncia, de tragedia, de dolores, de venas que sangran, sino de identidad, de esencias, de la alegría de despertar y ayudarnos unos a otros en esta gran marea de lo eterno americano.

Galeano no es el buen salvaje de Rousseau, ese personaje que vive en el mundo silvestre e incontaminado de un paraíso. Al contrario, se evidencia en su legado un cosmopolitismo que rehúye del papel de la víctima histórica y que propone un activismo consciente en el sentido del cambio, de la dinámica de la praxis social. Sin acudir al bando político que enarboló Rangel, el escritor uruguayo traza un camino distinto, donde tienen el mismo peso las emociones y la razón, el equilibrio urbanístico de las grandes ciudades y la exuberancia de las selvas, la vida intelectual y el habla común de los campesinos y demás trabajadores. Galeano no escapa a la expresión americana de lo barroco definida tantas veces por Lezama, sino que es su hijo dilecto, su portador por excelencia.

Las venas abiertas… es un libro en movimiento, avanza y retrocede, como la espiral de la historia, no hay en las páginas una leyenda fabulosa, sino que el mito y los hechos constituyen una verdad dura, que cae sobre los hombres de América como el reto de la libertad. La interrogante surge y la esfinge contempla con rostro enigmático, el tiempo corre y la obra prosigue elocuente. La tragedia de un continente sirve de catarsis y alumbramiento. Nada deshace las campanadas que suenan, mucho menos la prepotencia de algunos y la ignorancia de otros. Galeano, como gran renacentista, ha elevado ante el mundo una obra que sobrepasa cualquier silencio circunstancial.

Tomado de: La Jiribilla

Leer más

La dictadura del consumo

Vasco Gargalo (Portugal)

Por Eduardo Galeano

“El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos. Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la gente. En los invernaderos, las flores están sometidas a luz continua, para que crezcan más rápido. En las fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida la noche. Y la gente está condenada al insomnio, por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar… Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico a perder las cosas que tienen”.

La explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido que todas las guerras y arma más alboroto que todos los carnavales. Como dice un viejo proverbio turco, quien bebe a cuenta, se emborracha el doble.

La parranda aturde y nubla la mirada; esta gran borrachera universal parece no tener límites en el tiempo ni en el espacio. Pero la cultura de consumo suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo, acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar.

La expansión de la demanda choca con las fronteras que le impone el mismo sistema que la genera. El sistema necesita mercados cada vez más abiertos y más amplios, como los pulmones necesitan el aire, y a la vez necesita que anden por los suelos, como andan, los precios de las materias primas y de la fuerza trabajo. El sistema habla en nombre de todos, a todos dirige sus imperiosas órdenes de consumo, entre todos difunde la fiebre compradora; pero ni modo: para casi toda esta aventura comienza y termina en la pantalla del televisor.

La mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más que deudas para pagar deudas que generan nuevas deudas, y acaba consumiendo fantasías que a veces materializa delinquiendo.

El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos. Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales. Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la gente. En los invernaderos, las flores están sometidas a luz continua, para que crezcan más rápido. En las fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida la noche. Y la gente está condenada al insomnio, por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar. Este modo de vida no es muy bueno para la gente, pero es muy bueno para la industria farmacéutica.

EEUU consume la mitad de los sedantes, ansiolíticos y demás drogas químicas que se venden legalmente en el mundo, y más de la mitad de las drogas prohibidas que se venden ilegalmente, lo que no es moco de pavo si se tiene en cuenta que EEUU apenas suma el cinco por ciento de la población mundial.

«Gente infeliz, la que vive comparándose», lamenta una mujer en el barrio del Buceo, en Montevideo. El dolor de ya no ser, que otrora cantara el tango, ha dejado paso a la vergüenza de no tener. Un hombre pobre es un pobre hombre. «Cuando no tenés nada, pensás que no valés nada», dice un muchacho en el barrio Villa Fiorito, de Buenos Aires. Y otro comprueba, en la ciudad dominicana de San Francisco de Macorís: «Mis hermanos trabajan para las marcas. Viven comprando etiquetas, y viven sudando la gota gorda para pagar las cuotas». Invisible violencia del mercado: la diversidad es enemiga de la rentabilidad, y la uniformidad manda. La producción en serie, en escala gigantesca, impone en todas partes sus obligatorias pautas de consumo.

Esta dictadura de la uniformización obligatoria es más devastadora que cualquier dictadura del partido único: impone, en el mundo entero, un modo de vida que reproduce a los seres humanos como fotocopias del consumidor ejemplar.

El consumidor ejemplar es el hombre quieto. Esta civilización, que confunde la cantidad con la calidad, confunde la gordura con la buena alimentación. Según la revista científica The Lancet, en la última década la «obesidad severa» ha crecido casi un 30 % entre la población joven de los países más desarrollados. Entre los niños norteamericanos, la obesidad aumentó en un 40% en los últimos dieciséis años, según la investigación reciente del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Colorado. El país que inventó las comidas y bebidas light, los diet food y los alimentos fat free, tiene la mayor cantidad de gordos del mundo. El consumidor ejemplar sólo se baja del automóvil para trabajar y para mirar televisión. Sentado ante la pantalla chica, pasa cuatro horas diarias devorando comida de plástico.

Triunfa la basura disfrazada de comida: esta industria está conquistando los paladares del mundo y está haciendo trizas las tradiciones de la cocina local. Las costumbres del buen comer, que vienen de lejos, tienen, en algunos países, miles de años de refinamiento y diversidad, y son un patrimonio colectivo que de alguna manera está en los fogones de todos y no sólo en la mesa de los ricos. Esas tradiciones, esas señas de identidad cultural, esas fiestas de la vida, están siendo apabulladas, de manera fulminante, por la imposición del saber químico y único: la globalización de la hamburguesa, la dictadura de la fast food. La plastificación de la comida en escala mundial, obra de McDonald’s, Burger King y otras fábricas, viola exitosamente el derecho a la autodeterminación de la cocina: sagrado derecho, porque en la boca tiene el alma una de sus puertas.

El campeonato mundial de fútbol del 98 nos confirmó, entre otras cosas, que la tarjeta MasterCard tonifica los músculos, que la Coca-Cola brinda eterna juventud y  que el menú de McDonald’s no puede faltar en la barriga de un buen atleta. El inmenso ejército de McDonald’s dispara hamburguesas a las bocas de los niños y de  los adultos en el planeta entero. El doble arco de esa M sirvió de estandarte, durante la reciente conquista de los países del Este de Europa. Las colas ante el McDonald’s de Moscú, inaugurado en 1990 con bombos y platillos, simbolizaron la victoria de Occidente con tanta elocuencia como el desmoronamiento del Muro de Berlín.

Un signo de los tiempos: Esta empresa, que encarna las virtudes del mundo libre, niega a sus empleados la libertad de afiliarse a ningún sindicato. McDonald’s viola, así, un derecho legalmente consagrado en los muchos países donde opera. En 1997, algunos trabajadores, miembros de eso que la empresa llama la Macfamilia, intentaron sindicalizarse en un restorán de Montreal en Canadá: el restorán cerró. Pero en el 98, otros empleados de McDonald’s, en una pequeña ciudad cercana a Vancouver, lograron esa conquista, digna de la Guía Guinness.

Las masas consumidoras reciben órdenes en un idioma universal: la publicidad ha logrado lo que el esperanto quiso y no pudo. Cualquiera entiende, en cualquier lugar, los mensajes que el televisor transmite.

En el último cuarto de siglo, los gastos de publicidad se han duplicado en el mundo. Gracias a ellos, los niños pobres toman cada vez más Coca-Cola y cada vez menos leche, y el tiempo de ocio se va haciendo tiempo de consumo obligatorio. Tiempo libre, tiempo prisionero: las casas muy pobres no tienen cama, pero tienen televisor, y el televisor tiene la palabra… Comprado a plazos, ese animalito prueba la vocación democrática del progreso: a nadie escucha, pero habla para todos. Pobres y ricos conocen, así, las virtudes de los automóviles último modelo, y pobres y ricos se enteran de las ventajosas tasas de interés que tal o cual banco ofrece.

Los expertos saben convertir a las mercancías en mágicos conjuntos contra la soledad. Las cosas tienen atributos humanos: acarician, acompañan, comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el amigo que nunca falla.

La cultura del consumo ha hecho de la soledad el más lucrativo de los mercados. Los agujeros del pecho se llenan atiborrándolos de cosas, o soñando con hacerlo. Y las cosas no solamente pueden abrazar: ellas también pueden ser símbolos de ascenso social, salvoconductos para atravesar las aduanas de la sociedad de clases, llaves que abren las puertas prohibidas. Cuanto más exclusiva, mejor: las cosas te eligen y te salvan del anonimato multitudinario. La publicidad no informa sobre el producto que vende, o rara vez lo hace. Eso es lo de menos. Su función primordial consiste en compensar frustraciones y alimentar fantasías: ¿En quién quiere usted convertirse comprando esta loción de afeitar?

El criminólogo Anthony Platt ha observado que los delitos de la calle no son solamente fruto de la pobreza extrema. También son fruto de la ética individualista. La obsesión social del éxito, dice Platt, incide decisivamente sobre la apropiación ilegal de las cosas. Yo siempre he escuchado decir que el dinero no produce la felicidad; pero cualquier televidente pobre tiene motivos de sobra para creer que el dinero produce algo tan parecido, que la diferencia es asunto de especialistas.

Según el historiador Eric Hobsbawm, el siglo XX puso fin a siete mil años de vida humana centrada en la agricultura desde que aparecieron los primeros cultivos, a fines del paleolítico. La población mundial se urbaniza, los campesinos se hacen ciudadanos. En América Latina tenemos campos sin nadie y enormes hormigueros urbanos: las mayores ciudades del mundo, y las más injustas. Expulsados por la agricultura moderna de exportación, y por la erosión de sus tierras, los campesinos invaden los suburbios. Ellos creen que Dios está en todas partes, pero por experiencia saben que atiende en las grandes urbes. Las ciudades prometen trabajo, prosperidad, un porvenir para los hijos. En los campos, los esperadores miran pasar la vida, y mueren bostezando; en las ciudades, la vida ocurre, y llama. Hacinados en tugurios, lo primero que descubren los recién llegados es que el trabajo falta y los brazos sobran, que nada es gratis y que los más caros artículos de lujo son el aire y el silencio.

Mientras nacía el siglo XIV, fray Giordano da Rivalto pronunció en Florencia un elogio de las ciudades. Dijo que las ciudades crecían «porque la gente tiene el gusto de juntarse». Juntarse, encontrarse. Ahora, ¿quién se encuentra con quién? ¿Se encuentra la esperanza con la realidad? El deseo, ¿se encuentra con el mundo? Y la gente, ¿se encuentra con la gente? Si las relaciones humanas han sido reducidas a relaciones entre cosas, ¿cuánta gente se encuentra con las cosas?

El mundo entero tiende a convertirse en una gran pantalla de televisión, donde las cosas se miran pero no se tocan. Las mercancías en oferta invaden y privatizan los espacios públicos. Las estaciones de autobuses y de trenes, que hasta hace poco eran espacios de encuentro entre personas, se están convirtiendo ahora en espacios de exhibición comercial.

El shopping center, o shopping mall, vidriera de todas las vidrieras, impone su presencia avasallante. Las multitudes acuden, en peregrinación, a este templo mayor de las misas del consumo. La mayoría de los devotos contempla, en éxtasis, las cosas que sus bolsillos no pueden pagar, mientras la minoría compradora se somete al bombardeo de la oferta incesante y extenuante. El gentío, que sube y baja por las escaleras mecánicas, viaja por el mundo: los maniquíes visten como en Milán o París y las máquinas suenan como en Chicago, y para ver y oír no es preciso pagar pasaje. Los turistas venidos de los pueblos del interior, o de las ciudades que aún no han merecido estas bendiciones de la felicidad moderna, posan para la foto, al pie de las marcas internacionales más famosas, como antes posaban al pie de la estatua del prócer en la plaza. Beatriz Solano ha observado que los habitantes de los barrios suburbanos acuden al center, al shopping center, como antes acudían al centro. El tradicional paseo del fin de semana al centro de la ciudad, tiende a ser sustituido por la excursión a estos centros urbanos. Lavados y planchados y peinados, vestidos con sus mejores galas, los visitantes vienen a una fiesta donde no son convidados, pero pueden ser mirones. Familias enteras emprenden el viaje en la cápsula espacial que recorre el universo del consumo, donde la estética del mercado ha diseñado un paisaje alucinante de modelos, marcas y etiquetas.

La cultura del consumo, cultura de lo efímero, condena todo al desuso mediático. Todo cambia al ritmo vertiginoso de la moda, puesta al servicio de la necesidad de vender. Las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. Hoy que lo único que permanece es la inseguridad, las mercancías, fabricadas para no durar, resultan tan volátiles como el capital que las financia y el trabajo que las genera.

El dinero vuela a la velocidad de la luz: ayer estaba allá, hoy está aquí, mañana quién sabe, y todo trabajador es un desempleado en potencia. Paradójicamente, los shoppings centers, reinos de la fugacidad, ofrecen la más exitosa ilusión de seguridad. Ellos resisten fuera del tiempo, sin edad y sin raíz, sin noche y sin día y sin memoria, y existen fuera del espacio, más allá de las turbulencias de la peligrosa realidad del mundo.

Los dueños del mundo usan al mundo como si fuera descartable: una mercancía de vida efímera, que se agota como se agotan, a poco de nacer, las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los ídolos que la publicidad lanza, sin tregua, al mercado. Pero, ¿a qué otro mundo vamos a mudarnos? ¿Estamos todos obligados a creernos el cuento de que Dios ha vendido el planeta a unas cuantas empresas, porque estando de mal humor decidió privatizar el universo? La sociedad de consumo es una trampa cazabobos. Los que tienen la manija simulan ignorarlo, pero cualquiera que tenga ojos en la cara puede ver que la gran mayoría de la gente consume poco, poquito y nada necesariamente, para garantizar la existencia de la poca naturaleza que nos queda. La injusticia social no es un error a corregir, ni un defecto a superar: Es una necesidad esencial. No hay naturaleza capaz de alimentar a un shopping center del tamaño del planeta.

Tomado de: Eulixe

Leer más

Cinco siglos igual

Por Carlos Ulanovsky

En 1970 apareció un libro que recorrió Latinoamérica (y luego el mundo entero) que por su intención divulgadora y docente educó y encendió el deseo de discutir, aprender y cambiar.

Nada más pertinente para decir sobre Las venas abiertas de América Latina —de él se trata— que a 50 años de su aparición mantiene la condición de haberse adelantado a su tiempo. Medio siglo después de su salida mucho (¿o habría que decir todo?) de lo que el libro planteó sigue sin resolverse y, en muchos aspectos, está todavía peor. Así lo dijo Eduardo Galeano, porteño de Montevideo, Buenos Aires y Barcelona: “Cuando en 1970 lo escribí, el sistema toleraba más náufragos que navegantes. Hoy veo con asombro que la proporción de náufragos es mucho mayor”. Su detallada y dramática memoria del saqueo, convertida en clásico indiscutido, recibirá un merecido homenaje. La editorial Siglo XXI, que desde hace años difunde la obra completa de Galeano, lanzará el 1 de abril una edición conmemorativa con una diagramación renovada y con ilustraciones en tapa e interiores del dibujante Tute.

Galeano tenía 31 años cuando lo terminó, luego de cuatro años de recolección de datos y 90 días de escritura. El libro abre con una frase sin vueltas: “La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”. La época de la edición inicial (a cargo de Siglo XXI de México) era de esforzadas redenciones y soñadas revoluciones. De esos propósitos tomaron veloz cuenta los poderes represores de la época que con violencias obturaron de cuajo todos los caminos de cambio. Apunta Galeano: “El Imperio, incapaz de multiplicar los panes, hace lo posible por suprimir a los comensales”. Con ironía, el autor reconoce lo que contribuyó con la difusión. “Al principio el libro superó el entendimiento de los dictadores y de los censores porque muchos de ellos pensaron que, por el título, se trataba de un libro de medicina. Claro, hasta que se dieron cuenta. Los comentarios más favorables no llegaron de ningún crítico literario, sino de las dictaduras militares que lo elogiaron prohibiéndolo o denunciándolo como instrumento de corrupción de la juventud”. El libro y su autor pasaron a ser nombres malditos en Uruguay, Chile y la Argentina. Ya lejos de su Uruguay natal y de la Argentina, exiliado en España escribió en 1978: “Desde la primera edición… el sistema ha multiplicado el hambre y el miedo; la riqueza continuó concentrándose y la pobreza difundiéndose”.

Grandes hitos

Se sabe que apenas lo terminó, Galeano presentó el libro en el concurso de la Casa de las Américas, en La Habana. “Perdí”, se lamentó y agregó: “Según el jurado el libro no era serio”. Sin embargo, fue esta institución cultural cubana, de la que Galeano permaneció cerca siempre, la que editó por primera vez el libro, a la par de una editorial universitaria de Montevideo. En los tiempos iniciales el libro tuvo baja repercusión, hasta que desde distintos sectores se lo reconoció como un libro de historia inobjetable que en su introducción y dos partes abunda en la denuncia acerca de las acciones de lo que Galeano llamó “los proxenetas de la desdicha” y sus tremendas consecuencias, todavía vigentes: desocupación, analfabetismo, miseria, enfermedades, violencia, exclusión, colonización, explotación, dependencia, intolerables inequidades que persisten. Muchas de esas cosas son las verdaderas venas latinoamericanas aún abiertas. Desde el siglo XV y siguientes cuando los filones a arrebatar eran el azúcar, el café, la banana, el oro, la plata, el caucho, así como los de ahora son la soja, el litio, el petróleo, el agua, las tecnologías o las mismas vacunas anti-Covid que, ya se sabe, no serán para todos.

Este manual de las grandes tropelías de los imperialismos fue material formativo para miles de devotos lectores, como en su tiempo reconocieron haber sido Lula y Evo Morales. Muchos años después, en el marco de la quinta Cumbre de las Américas en 2009 en Trinidad y Tobago, el entonces presidente de Venezuela Hugo Chávez le regaló al presidente norteamericano Barack Obama un ejemplar del libro en inglés. En un par de días el libro superó miles de puestos hasta instalarse en la lista de los cinco más pedidos en el mundo. Carlos Díaz, actual director editorial de Siglo XXI en Argentina, reconoce que el audaz obsequio de Chávez también originó una gran remontada de ventas en nuestro país. “Por su calidad y por su alto nivel de demanda permanente un libro como este es el sueño de todo editor”, dijo, consultado por este diario.

La repercusión y vigencia de Las venas… acompañó toda la trayectoria de Galeano. Probablemente, hasta su último día (falleció el 13 de abril de 2015) debió referirse a él. Aunque jamás se arrepintió de su contenido, admitió que, al momento de terminarlo, “no sabía tanto de política y de economía”. No es infundado ver al resto de su cuantiosa producción siguiendo los ejes ideológicos fundamentales del libro inaugural. Galeano dejó para la posteridad no solo una cantidad de libros (el catálogo de Siglo XXI ofrece 22 títulos) sino preguntas relevantes dignas de ser revisadas y respondidas a partir de una relectura de su libro convertido en clásico: “¿Es América Latina una región del mundo condenada a la humillación y a la pobreza?; ¿Condenada por quién?; ¿Culpa de Dios? ; ¿Culpa de la Naturaleza?; ¿El clima agobiante, las razas inferiores, la religión, las costumbres?; ¿No será la desgracia un producto de la historia, hecha por los hombres y que por los hombres puede, por lo tanto, ser desecha?”.

Tomado de: Tiempo argentino

Leer más

Fundación de América

Grabado de Jean Théodore De Bry que retrata la Masacre del Templo Mayor. Pedro de Alvarado y sus hombres asesinaron a nobles y civiles desarmados mientras celebraban una festividad religiosa.

Por Eduardo Galeano

En Cuba, según Cristóbal Colón, había sirenas con caras de hombre y plumas de gallo.

En la Guayana, según sir Walter Raleigh, había gente con los ojos en los hombros y la boca en el pecho.

En Venezuela, según fray Pedro Simón, había indios de orejas tan grandes que las arrastraban por los suelos.

En el río Amazonas, según Cristóbal de Acuña, había nativos que tenían los pies al revés, con los talones adelante y los dedos atrás.

Según Pedro Martín de Anglería, que escribió la primera historia de América, pero nunca estuvo allí, en el Nuevo Mundo había hombres y mujeres con rabos tan largos que sólo podían sentarse en asientos con agujeros.

Americanos

Cuenta la historia oficial que Vasco Núñez de Balboa fue el primer hombre que vio, desde una cumbre de Panamá, los dos océanos. Los que allí vivían, ¿eran ciegos?

¿Quiénes pusieron sus primeros nombres al maíz y a la papa y al tomate y al chocolate y a las montañas y a los ríos de América? ¿Hernán Cortés, Francisco Pizarro? Los que allí vivían, ¿eran mudos?

Lo escucharon los peregrinos del Mayflower: Dios decía que América era la Tierra Prometida. Los que allí vivían, ¿eran sordos?

Después, los nietos de aquellos peregrinos del norte se apoderaron del nombre y de todo lo demás. Ahora, americanos son ellos. Los que vivimos en las otras Américas, ¿qué somos?

Caras y caretas

En vísperas del asalto de cada aldea, el Requerimiento de Obediencia explicaba a los indios que Dios había venido al mundo y que había dejado en su lugar a san Pedro y que san Pedro tenía por sucesor al Santo Padre y que el Santo Padre había hecho merced a la Reina de Castilla de toda esta tierra y que por eso debían irse de aquí o pagar tributo en oro y que en caso de negativa o demora se les haría la guerra y ellos serían convertidos en esclavos y también sus mujeres y sus hijos.

Este Requerimiento se leía en el monte, en plena noche, en lengua castellana y sin intérprete, en presencia del notario y de ningún indio.

Fundación de la guerra bacteriológica

Mortífero fue, para América, el abrazo de Europa. Murieron nueve de cada diez nativos.

Los guerreros más chiquitos fueron los más feroces. Los virus y las bacterias venían, como los conquistadores, desde otras tierras, otras aguas, otros aires; y los indios no tenían defensas contra ese ejército que avanzaba, invisible, tras las tropas.

Los numerosos pobladores de las islas del Caribe desaparecieron de este mundo, sin dejar ni la memoria de sus nombres, y las pestes mataron a muchos más que los muchos muertos por esclavitud o suicidio.

La viruela mató al rey azteca Cuitláhuac y al rey inca Huayna Cápac, y en la ciudad de México fueron tantas sus víctimas que, para cubrirlas, hubo que voltearles las casas encima.

El primer gobernador de Massachusetts, John Winthrop, decía que la viruela había sido enviada por Dios para limpiar el terreno a sus elegidos. Los indios se habían equivocado de domicilio. Los colonos del norte ayudaron al Altísimo regalando a los indios, en más de una ocasión, mantas infectadas de viruela:

—Para extirpar esa raza execrable— explicó, en 1763, el comandante sir Jeffrey Amherst.

En otros mapas, la misma historia.

Casi tres siglos después del desembarco de Colón en América, el capitán James Cook navegó los misteriosos mares del sur del oriente, clavó la bandera británica en Australia y Nueva Zelanda, y abrió paso a la conquista de las infinitas islas de la Oceanía.

Por su color blanco, los nativos creyeron que esos navegantes eran muertos regresados al mundo de los vivos. Y por sus actos, supieron que volvían para vengarse.

Y se repitió la historia.

Como en América, los recién llegados se apoderaron de los campos fértiles y de las fuentes de agua y echaron al desierto a quienes allí vivían.

Y los sometieron al trabajo forzado, como en América, y les prohibieron la memoria y las costumbres.

Como en América, los misioneros cristianos pulverizaron o quemaron las efigies paganas de piedra o madera. Unas pocas se salvaron y fueron enviadas a Europa, previa amputación de los penes para dar testimonio de la guerra contra la idolatría. El dios Rao que ahora se exhibe en el Louvre, llegó a París con una etiqueta que lo definía así: ídolo de la impureza, del vicio y de la pasión desvergonzada.

Como en América, pocos nativos sobrevivieron. Los que no cayeron por extenuación o bala, fueron aniquilados por pestes desconocidas, contra las cuales no tenían defensas.

Fuente: Eduardo Galeano. Espejos. Una historia casi universal.

Tomado de: El Viejo Topo

Leer más

Galeano… entre los espejos de La Habana (+Video)

Fotograma del documental: Espejos. Una historia en La Habana, de Esther Barroso (Cuba, 2012)

Por Octavio Fraga Guerra @cinereverso

“Uno escribe para tratar de responder a las preguntas que le zumban en la cabeza, moscas tenaces que perturban el sueño, y lo que uno escribe puede cobrar sentido colectivo cuando de alguna manera coincide con la necesidad social de respuesta”.

Eduardo Galeano

Testimoniar desde los resortes de una imagen en movimiento. Construir una huella necesaria, impostergable, definida. Desatar una crónica documental de altivas luces. Romper los cercos del silencio, del embuste edulcorado. Todas estas premisas entroncan con las habilidades y el talento de una virtuosa costurera fílmica.

Va tomando piezas enteras, emergentes retazos dejados en un cajón de tupidas trampas, o partes desechas de recortes ya trabajados. Entonces se edifica otra artesanía, un arte nuevo que destila organicidad, sello distintivo, vestidura nueva.

Es otro cuerpo de imágenes superpuestas, de dispares trazos o colores enteros, que afloran en los márgenes de nuestra cien como trazo erguido; nacido para ser contado, para ser narrado sin citas previas y silogismos. Ante la revelación visual se nos anidan dispares metáforas, analogías tercas o tupidos conceptos, a veces inamovibles, también sentencias.

Se escriben los primeros bocetos, emergen los apuntes de una idea mayor, y nace, como curvas de evoluciones, una obra “acabada”. Desde estos pilares estéticos y narrativos, trabajó la documentalista cubana Esther Barroso su filme, Espejos. Una historia en La Habana (2012).

La visita del intelectual uruguayo Eduardo Galeano a Cuba, en enero de 2012, invitado por Casa de las Américas a participar las actividades de la edición 53 de su Premio literario, le sirvió de punto de partida para hilvanar un documento que sella los vínculos del autor de El libro de los abrazos con nuestra isla.

El trazo narrativo de este documental evoluciona desde los estamentos del testimonio, la aguda entrevista y el uso de sobrias metáforas, superpuestas en pequeñas dosis, en pensados peldaños de icónicas soluciones.

Le sirve para revelarnos ventanas que exhiben apuntes de otros escenarios, o las ideas del escritor. Habita biografiado en un mapa de citas, de fragmentadas brechas fílmicas que, en su conjunto, consolidan el cuerpo del documental.

La presentación de su libro Espejos. Una historia casi universal, Premio de narrativa José María Arguedas que otorga la Casa de las Américas, materializado en la mítica Sala Che Guevara de esta institución, es resuelto por Esther Barroso como un entrecruzado capítulo del filme.

Transpiran emociones, lecciones de vida, sólidos argumentos jerarquizados como sustanciales verbos, despojados de toda puesta en escena, de encumbradas parafernalias estéticas. No hacen falta. La sobriedad de un mapa audiovisual facilita el dialogo con el personaje, con el sujeto.

La legitimidad de un cúmulo de palabras compartidas por el autor, narradas para un público ávido de absorber las partes de su todo, engrosa, en cuidados tempos, los estamentos de esta no ficción.

Tener el privilegio de asistir al dialogo de un hombre universal está debidamente justificado en los cimientos de la entrega documental, que despoja segundas lecturas, palabras no dichas o escondidas en las carreteras del embuste o la burda manipulación.

El escenario está debidamente filmado, resuelto con una gama de planos que conforman un prisma rico en hechuras, en ángulos versos, que atrapan al espectador sin margen para el agotamiento.

La unidad de esta puesta fotográfica está en la riqueza de sus encuadres, que son retratos, paisajes interiores, símbolos de ida y vuelta. También entrecruzados paneos, apuntes “biofotográficos”, crónicas de un espectador proactivo, de muchos.

Ellos son también actores legitimados, puestos en primeros planos, desprovistos de jerarquías, de distingos clasistas o intelectuales. Son parte sustantiva de un hecho, que en el filme está debidamente documentado.

Galeano se siente en su Casa. Los allí presentes le corresponden con miradas absortas, con auténticas risas de sabias vestiduras. Posturas confabuladas que son los signos de un acto de retroalimentación entre un hombre universal y una multitud comprometida. Comprometida con la sabia de sus palabras, con la ternura de sus alientos, con lo sustantivo de sus poéticas verdades. Estas baldas del filme son páginas de un halo de narraciones entrecruzadas, de envolturas reversas.

La otra anchura del filme se solventa con paralelismos: Eduardo Galeano es sujeto interrogado. Exhibe los acertijos de una entrevista íntima, singularmente cercana, de encendidas sentencias que nos quedan impregnadas en los estamentos del tiempo, de nuestro personal tiempo.

Y claro, compartimos con otros sus virtuosas palabras; con los amigos, con los entrañables de siempre, y quedan guardadas también en un abultado block, en un cajón repleto de simbologías materiales, definitivamente tangibles.

El fondo del encuadre del diálogo en reverso no importa, los atrezos del salón tampoco. Lo esencial, desde el punto de vista cinematográfico son los argumentos de su prosa, el sentido de la coherencia, la lealtad y la solidaridad, que Galeano reitera, subrayado con legítima holgura. A fin de cuentas, tan solo hacen falta los hechos, las acciones, más que los adjetivos.

Entonces emerge su amor por Cuba en los telares de esta puesta fílmica, desmenuzado en los pasos de este prosista de Nuestra América. Se emociona, se inspira con sólidas argumentaciones desnudas de teatralidad, y defiende a nuestra isla, a sabiendas del precio de la herejía.

El escritor no elude a la hora de arremeter contra el Bloqueo, contra el sistemático acoso que persiste por más de sesenta años. Defiende nuestro derecho a ser diferentes, ajenos al discurso clonado y servil que impera en este torcido y hermoso planeta. Por pensar y actuar desde los estamentos de José martí, que tanto celebró y admiró este singular hombre de arada estatura. Un esencial uruguayo que también nos criticó, nos hizo preguntas, verticales interrogantes, como hacen los entrañables amigos, los verdaderos.

Todo el filme está escrito desde grietas delineadas, que son las raíces de su paralelismo discursivo. La cineasta, también realizadora de televisión, va colocando cúmulos de imágenes selladas en partes icónicas, o en curvas de descanso.

Todo está pensado para el entrecruzamiento entre el espectador y el texto documental. Se empeña, y lo logra, en ser parte de un suceso remoto, pretérito, que el arte de este documental no los hace cercano, presente.

La aguda voz, la mirada encendida, la economía de los gestos. Todo ello, es parte de la legitimidad de un retrato, explorado en el filme, que nos anima a beberlo como lo que es, un hombre de urgencias, de sagradas palabras, que son parte de la envoltura de sus acciones.

La coherencia y la lealtad de sus ideas están retratadas en esta puesta cinematográfica construida desde la singularidad de una nación, que sabe del precio de resistir. Y eso resulta singular, osado, irreverente.

Eduardo Galeano sabe en cual Casa habitó, habita. Asume el privilegio y el goce de sentirse parte de ella, de ser protagonista de su fecunda historia. El testimonio está hecho y la historia no podrá cambiarla.

Esta pieza cinematográfica es otro importante escalón de la obra de la periodista, realizadora de televisión y documentalista, Esther Barroso, que ostenta el Premio Nacional de Periodismo Cultural de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (1998), el Premio de reportaje del Primer Festival Nacional de la TV Cubana (2004), y una Mención Especial del Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez (1999), también de la Unión de Periodistas de Cuba. Su sistemática labor, en la realización del programa televisivo América en la Casa, es también, parte de su tesón por construir memoria e historia de la cultura de nuestro continente.

Cartel del documental

Espejos. Una historia en La Habana, de Esther Barroso

Ficha técnica

Edición: Gretell García Santomé

Dirección de fotografía: José Ernesto Guevara

Cámara: Mayangdi Inzaulgarat, Esteban Torres y Paul Mesa

Sonido: Maykel Pernia y José Luis Delgado

Luces: Jesús Armando Pérez y Ángel Luis Brito

Música: Adrián Berazaín

Voz y musicalización del texto Paradojas de El libro de los abrazos

Guitarra: Marcos Alonso

Grabación y masterización: José Enríquez Rodríguez Riverón

Foto fija: Abel Carmenate, Jeins Cordero y Archivo Casa de las Américas

Producción: Adis Álvarez

Guión y dirección: Esther Barroso

Productoras: Producciones América en La Casa y Cubavisión Internacional

País: Cuba

Duración: 42 min.

Año: 2012

Documental completo

Leer más

Noticias de los nadies

MORO (Cuba)

Por Eduardo Galeano

Hasta hace 20 o 30 años, la pobreza era fruto de la injusticia. Lo denunciaban las izquierdas, lo admitía el centro, rara vez lo negaban las derechas. Mucho han cambiado los tiempos en tan poco tiempo: ahora la pobreza es el justo castigo que la ineficiencia merece o, simplemente, es un modo de expresión del orden natural de las cosas. La pobreza puede merecer lástima, pero ya no provoca indignación: hay pobres por ley de juego o fatalidad del destino. El código moral de este fin de siglo no condena la injusticia, sino el fracaso.

Hace unos meses, Robert McNamara, que fue uno de los responsables de la guerra de Vietnam, escribió un largo arrepentimiento público. Su libro In retrospect (Times Books, 1995) reconoce que esa guerra fue un error. Pero esa guerra, que mató a tres millones de vietnamitas y a 58.000 norteamericanos, fue un error porque no se podía ganar, y no porque fuera injusta. El pecado está en la derrota, no en la injusticia.

Con la violencia ocurre lo mismo que ocurre con la pobreza. Al sur del planeta, donde habitan los perdedores, la violencia rara vez aparece como un resultado de la injusticia. La violencia casi siempre se exhibe como el fruto de la mala conducta de los eres de tercera clase que habitan el llamado Tercer Mundo, condenados a la violencia porque ella está en su naturaleza: la violencia corresponde, como la pobreza, al orden natural, al orden biológico o quizá zoológico de un submundo que así. es porque así ha sido y así seguirá siendo.

Mientras McNamara publicaba su libro sobre Vietnam, dos países latinoamericanos, Guatemala y Chile, atrajeron, por asombrosa excepción, la atención de la opinión pública norteamericana.

Un coronel del Ejército de Guatemala fue acusado del asesinato de un ciudadano de Estados Unidos y de la tortura y muerte del marido de una ciudadana de Estados Unidos. Desde hacía unos cuantos años, se reveló, ese coronel cobraba sueldo de la CIA. Pero los medios de comunicación, que difundieron bastante información sobre el escandaloso asunto, prestaron poca importancia al hecho de que la CIA viene financiando asesinos y poniendo y sacando Gobiernos en Guatemala desde 1954. En aquel año, la CIA organizó, con el visto bueno del presidente Eisenhower, el golpe de Estado que volteó al Gobierno democrático de Jacobo Arbenz. El baño de sangre que Guatemala viene sufriendo desde entonces ha sido siempre considerado natural, y raras veces ha llamado la atención de las fábricas de opinión pública. No menos de 100.000 vidas humanas han sido sacrificadas, pero ésas han sido vidas guatemaltecas y, en su mayoría, para colmo del desprecio, vidas indígenas.

Al mismo tiempo que revelaban lo del coronel en Guatemala, los medios informaron de que dos altos oficiales de la dictadura de Pinochet habían sido condenados a prisión en Chile. El asesinato de Oswaldo Letelier constituía una excepción a la norma de la impunidad, y este detalle no fue mencionado. Impunemente habían cometido muchos otros crímenes los militares que en 1973 asaltaron el poder en Chile, con la colaboración confesa del presidente Nixon. Letelier había sido asesinado, con su secretaria norteamericana, en la ciudad de Washington¡ ¿Qué hubiera ocurrido si hubiera caído en Santiago de Chile o en cualquier otra ciudad latinoamericana? ¿Qué ocurrió con el general chileno Carlos Prats, impunemente asesinado, con su esposa, también chilena, en Buenos Aires, en 1970?

Automóviles imbatibles, jabones prodigiosos, perfumes excitantes, analgésicos mágicos: a través de la pantalla chica, el mercado hipnotiza al público consumidor. A veces, entre aviso y aviso, la televisión cuela imágenes de hambre y guerra. Esos horrores, esas fatalidades, vienen del otro mundo, donde el infierno acontece, y no hacen más que destacar el carácter paradisiaco de las- ofertas de la sociedad de consumo. Con frecuencia, esas imágenes vienen de África. El hambre africana se exhibe como una catástrofe natural, y las guerras africanas no enfrentan a etnias, pueblos o regiones, sino a tribus, y no son más que cosas de negros. Las imágenes del hambre jamás aluden, ni siquiera de paso, al saqueo colonial. Jamás se menciona la responsabilidad de las potencias occidentales que ayer desangraron África a través de la trata de esclavos y el monocultivo obligatorio y hoy perpetúan la hemorragia pagando salarios enanos y precios de ruina. Lo mismo ocurre con las imágenes de las guerras: siempre el mismo silencio sobre la herencia colonial, siempre la misma impunidad para los inventores de las fronteras falsas que han desgarrado África en más de cincuenta pedazos, y para los traficantes de la muerte, que desde el Norte venden las armas para que el Sur haga las guerras. Durante la guerra de Ruanda, que brindó las más atroces imágenes en 1994 y buena parte de 1995, ni por casualidad se escuchó en la tele la menor referencia a la responsabilidad de Alemania, Bélgica y Francia. Pero las tres potencias coloniales habían contribuido sucesivamente a hacer añicos la tradición de tolerancia entre los tutsis y los hutus, dos pueblos que habían convivido pacíficamente, durante varios siglos, antes de ser entrenados para el exterminio mutuo.

Tomado de: https://segundacita.blogspot.com

Leer más

En América Latina es lo normal: siempre se entregan los recursos en nombre de la falta de recursos

Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano

Por Eduardo Galeano

En Brasil, los espléndidos yacimientos de hierro del valle de Paraopeba derribaron dos presidentes, Janio Quadros y João Goulart, antes de que el mariscal Castelo Branco, que asaltó el poder en 1964, los cediera amablemente a la Hanna Mining Co. Otro amigo anterior del embajador de los Estados Unidos, el presidente Eurico Dutra (1946-51), había concedido a la Bethlehem Steel, algunos años antes, los 40 millones de toneladas de manganeso del estado de Amapá, uno de los mayores yacimientos del mundo, a cambio de un 4 % para el Estado sobre los ingresos de exportación (…). Por lo demás, de cada cien dólares que la Bethlehem invierte en la extracción de minerales, 88 corresponden a una gentileza del gobierno brasileño: las exoneraciones de impuestos en nombre del «desarrollo de la región».

La experiencia del oro perdido de Minas Gerais –«oro blanco, oro negro, oro podrido», escribió el poeta Manuel Bandeira– no ha servido, como se ve, para nada: Brasil continúa despojándose gratis de sus fuentes naturales de desarrollo.

Por su parte, el dictador René Barrientos se apoderó de Bolivia en 1964 y, entre matanza y matanza de mineros, otorgó a la firma Philips Brothers la concesión de la mina Matilde, que contiene plomo, plata y grandes yacimientos de cinc, con una ley 12 veces más alta que la de las minas norteamericanas. La empresa quedó autorizada a llevarse el cinc en bruto, para elaborarlo en sus refinerías extranjeras, pagando al Estado nada menos que el uno y medio por ciento del valor de venta del mineral.

En Perú, en 1968, se perdió misteriosamente la página número 11 del convenio que el presidente Belaúnde Terry había firmado a los pies de una filial de la Standard Oil, y el general Velasco Alvarado derrocó al presidente, tomó las riendas del país y nacionalizó los pozos y la refinería de la empresa.

En Venezuela, el gran lago de petróleo de la Standard Oil y la Gulf, tiene su asiento la mayor misión militar norteamericana de América Latina. Los frecuentes golpes de Estado de Argentina estallan antes o después de cada licitación petrolera. El cobre no era en modo alguno ajeno a la desproporcionada ayuda militar que Chile recibía del Pentágono hasta el triunfo electoral de las fuerzas de izquierda, encabezadas por Salvador Allende; las reservas norteamericanas de cobre habían caído en más de un 60 % entre 1965 y 1969.  En 1964, en su despacho de La Habana, el Che Guevara me enseñó que la Cuba de Batista no era solo de azúcar: los grandes yacimientos cubanos de níquel y de manganeso explicaban mejor, a su juicio, la furia ciega del imperio contra la Revolución. Desde aquella conversación, las reservas de níquel de los Estados Unidos se redujeron a la tercera parte: la empresa norteamericana Nicro-Nickel había sido nacionalizada y el presidente Johnson había amenazado a los metalúrgicos franceses con embargar sus envíos a los Estados Unidos si compraban el mineral a Cuba.

La imperiosa necesidad de minerales estratégicos, imprescindibles para salvaguardar el poder militar y atómico de los Estados Unidos, aparece claramente vinculada a la compra masiva de tierras, por medios generalmente fraudulentos, en la Amazonia brasileña. En la década del 60, numerosas empresas norteamericanas, conducidas de la mano por aventureros y contrabandistas profesionales, se abatieron en un rush febril sobre esta selva gigantesca. Previamente, en virtud del acuerdo firmado en 1964, los aviones de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos habían sobrevolado y fotografiado toda la región.

Habían utilizado equipos de cintilómetros para detectar los yacimientos de minerales radiactivos por la emisión de ondas de luz de intensidad variable, electromagnetómetros para radiografiar el subsuelo rico en minerales no ferrosos y magnetómetros para descubrir y medir el hierro. Los informes y las fotografías obtenidas en el relevamiento de la extensión y la profundidad de las riquezas secretas de la Amazonia fueron puestos en manos de las empresas privadas interesadas en el asunto, gracias a los buenos servicios del Geological Survey del gobierno de los Estados Unidos.

En la inmensa región se comprobó la existencia de oro, plata, diamantes, gipsita, hematita, magnetita, tantalio, titanio, torio, uranio, cuarzo, cobre, manganeso, plomo, sulfatos, potasios, bauxita, cinc, circonio, cromo y mercurio.

Tanto se abre el cielo desde la jungla virgen de Mato Grosso hasta las llanuras del sur de Goiás que, según deliraba la revista Time en su última edición latinoamericana de 1967, se puede ver al mismo tiempo el sol brillante y media docena de relámpagos de tormentas distintas. El Gobierno había ofrecido exoneraciones de impuestos y otras seducciones para colonizar los espacios vírgenes de este universo mágico y salvaje. Según Time, los capitalistas extranjeros habían comprado, antes de 1967 a siete centavos el acre, una superficie mayor que la que suman los territorios de Connecticut, Rhode Island, Delaware, Massachusetts y New Hampshire. «Debemos mantener las puertas bien abiertas a la inversión extranjera –decía el director de la agencia gubernamental para el desarrollo de la Amazonia–, porque necesitamos más de lo que podemos obtener». Para justificar el relevamiento aerofotogramétrico por parte de la aviación norteamericana, el Gobierno había declarado, antes, que carecía de recursos.

En América Latina es lo normal: siempre se entregan los recursos en nombre de la falta de recursos. El Congreso brasileño pudo realizar una investigación que culminó con un voluminoso informe sobre el tema. En él se enumeran casos de venta o usurpación de tierras por 20 millones de hectáreas, extendidas de manera tan curiosa que, según la comisión investigadora, «forman un cordón para aislar la Amazonia del resto de Brasil».

El Consejo de Seguridad Nacional afirma: «Causa sospecha el hecho de que las áreas ocupadas, o en vías de ocupación, por elementos extranjeros, coincidan con regiones que están siendo sometidas a campañas de esterilización de mujeres brasileñas por extranjeros».

En efecto, según el diario Correio da Manhã, «más de 20 misiones religiosas extranjeras, principalmente las de la Iglesia protestante de los Estados Unidos, están ocupando la Amazonia, localizándose en los puntos más ricos en minerales radiactivos, oro y diamantes… Difunden en gran escala diversos anticonceptivos, como el dispositivo intrauterino, y enseñan inglés a los indios catequizados… Sus áreas están cercadas por elementos armados y nadie puede penetrar en ellas».

No está de más advertir que la Amazonia es la zona de mayor extensión entre todos los desiertos del planeta habitables por el hombre. El control de la natalidad se puso en práctica en este grandioso espacio vacío, para evitar la competencia demográfica de los muy escasos brasileños que, en remotos rincones de la selva o de las planicies inmensas, viven y se reproducen.

Por su parte, el general Riograndino Kruel afirmó, ante la comisión investigadora del Congreso, que «el volumen de contrabando de materiales que contienen torio y uranio alcanza la cifra astronómica de un millón de toneladas». Algún tiempo antes, en septiembre de 1966, Kruel, jefe de la policía federal, había denunciado «la impertinente y sistemática interferencia» de un cónsul de los Estados Unidos en el proceso abierto contra cuatro ciudadanos norteamericanos acusados de contrabando de minerales atómicos brasileños. A su juicio, que se les hubiera encontrado 40 toneladas de mineral radiactivo era suficiente para condenarlos. Poco después, tres de los contrabandistas se fugaron de Brasil misteriosamente. El contrabando no era un fenómeno nuevo, aunque se había intensificado mucho. Brasil pierde cada año más de cien millones de dólares, solamente por la evasión clandestina de diamantes en bruto.

Pero, en realidad, el contrabando solo se hace necesario en medida relativa. Las concesiones legales arrancan a Brasil cómodamente sus más fabulosas riquezas naturales. Por no citar más que otro ejemplo, nueva cuenta de un largo collar, el mayor yacimiento de niobio del mundo, que está en Araxá, pertenece a una filial de la Niobium Corporation, de Nueva York. Del niobio provienen varios metales que se utilizan, por su gran resistencia a las temperaturas altas, para la construcción de reactores nucleares, cohetes y naves espaciales, satélites o simples jets. La empresa extrae también, de paso, junto con el niobio, buenas cantidades de tántalo, torio, uranio, pirocloro y tierras raras de alta ley mineral.

*Fragmentos de Las Venas Abiertas de América Latina.

Tomado de: http://www.granma.cu

Leer más