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La Reforma universitaria

Alma Mater. Universidad de La Habana Foto Cubadebate

Por Graziella Pogolotti

Transcurría el año 1918 cuando en Córdoba, Argentina, estallaba un brote renovador que muy pronto, como mancha de aceite, se extendería a la América Latina toda. Un siglo después de haberse desgajado nuestras repúblicas del dominio de España las universidades permanecían anquilosadas.

La propuesta transformadora de los jóvenes argentinos incluía aspectos de orden académico, pero se proyectaba mucho más allá. Problematizaba, en términos innovadores, la función del alto centro docente en la sociedad. Estudiantes asumían responsabilidades políticas, culturales y educacionales con vistas a salvar las brechas que los separaban de las masas populares desamparadas.

Aunque el contexto desfavorable cercenó la realización total del propósito, el modelo introdujo algunos cambios. Aparecieron en todas partes departamentos de extensión cultural que, en alguna medida, trataron de paliar las deficiencias de las políticas gubernamentales y, sobre todo, a partir de entonces las universidades se convirtieron en focos de fermento de ideas y de participación juvenil en la vida pública.

En Julio Antonio Mella coincidieron el cuerpo atlético y la inteligencia poderosa, dotada para conjugar el análisis de la realidad concreta con la lectura provechosa, libre de esquemas y simplificaciones dogmáticas, de Marx y Martí. Asimiló la lección renovadora de la Reforma universitaria de Córdoba. Animó la fundación de la FEU, intentó depurar el claustro de los profesores adocenados y dio cauce a la creación de la Universidad Popular José Martí, destinada a la formación de la clase obrera.

Asesinado en México por la tiranía de Machado, algunos logros iniciales fueron cercenados. Pero la semilla estaba sembrada. La juventud universitaria se lanzó al combate. Dejó una estela de mártires, a quienes se les rendía homenaje cada 30 de septiembre, fecha de la caída de Rafael Trejo en 1930.

La tradición se radicalizó al perpetrarse el golpe de Estado de Fulgencio Batista. Las universidades se convirtieron en centros propulsores de acciones combatientes que trascendían la voluntad de derrocar la dictadura. Había que modificar las raíces de un sistema conformado por la dependencia del capital foráneo y los rezagos del neocolonialismo.

Sin embargo, el proyecto reformador de la enseñanza había quedado trunco. Al cumplirse un año de la Campaña de Alfabetización tomaba cuerpo el rediseño integral de la educación superior. Para fundar soberanía en el área del conocimiento se abrieron las hasta entonces inexistentes facultades de Economía y Biología.

En la base de la pirámide, el departamento devino la célula básica que articulaba investigación y docencia, configuraba programas y planes de estudio, planeaba la superación permanente del claustro y emprendía la urgente actualización y modernización del saber en los distintos ámbitos de la ciencia. En la Universidad Central de Las Villas, el Che había llamado a los centros de educación superior a pintarse de pueblo.

Para los profesores de entonces, muchos de ellos novicios, se planteaba un desafío gigantesco de estudio y búsqueda de amplias fuentes bibliográficas. Era una carrera contra el tiempo, porque los estudiantes de nuevo ingreso estaban tocando a las puertas. En algunas áreas pudo contarse con la colaboración de especialistas procedentes de otros países. Llegaron de la América Latina, de Europa occidental, de Estados Unidos y de los países socialistas. Deslumbrados por los rasgos singulares de una Revolución triunfante que enlazaba el movimiento de liberación nacional con la proyección hacia el socialismo, los movía un generoso espíritu solidario.

Inmersos en el empeño de participar en la edificación de un país, no habíamos cobrado conciencia de tener una asignatura pendiente. No bastaba con instruir. Era necesario formar. Para hacerlo, resultaba indispensable conocer la Cuba que habíamos heredado. Pasar de la concepción teórica de la naturaleza del subdesarrollo al contacto concreto con sus dimensiones sociales y culturales.

Fidel convocó a impulsar un trabajo de animación sociocultural en zonas intrincadas de la isla. Con entusiasmo misionero acopiamos un muestrario de imágenes de las artes visuales y selecciones de textos literarios. Marchamos dispuestos a enseñar. Topamos entonces con el universo largamente marginado en lo profundo de la sociedad. Nos sentimos desarmados. Comprendimos la necesidad de forjar herramientas para edificar el diálogo con el otro. De maestros nos convertimos en aprendices. Modificamos definitivamente nuestra noción de cultura, entendida ahora desde perspectivas antropológicas y sociales.

Integrada al proyecto transformador revolucionario, la Reforma universitaria modernizó la enseñanza. Abrió la mirada hacia anchos horizontes. Siguiendo el precepto martiano, injertó el saber del mundo en el tronco de nuestras repúblicas.

Tomado de: Juventud Rebelde

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Fidel y la educación

Fidel Castro Ruz Foto Vanguardia

Por Graziella Pogolotti

Fidel concibió la educación como uno de los ejes fundamentales en la estrategia orientada a la conquista de la soberanía, la justicia social y la necesaria lucha contra el subdesarrollo. Para lograr tan ambiciosos propósitos transformadores, había que introducir profundas reformas estructurales, a la vez que se procedía a la construcción de un sujeto crítico, capaz de asumir con plena conciencia el proceso emancipador.

A pocos años del triunfo revolucionario se emprendieron, en rápida sucesión, la Campaña de Alfabetización, la Reforma Universitaria, que arribará a su sexagésimo aniversario en el próximo 2022, y la fundación de los primeros centros de investigación científica. El plan de becas viabilizó el acceso al estudio de niños y jóvenes procedentes de los sectores más humildes. Vencido el analfabetismo, se implementaron vías para garantizar la superación permanente de las grandes mayorías. En muchos centros de trabajo las oficinas se convertían en aulas después de la jornada laboral. Del dominio de las primeras letras se pasaba al empeño por escalar el sexto grado.

La escuela es el ámbito formal a través del cual los educandos adquieren instrucción, habilidades, formas de convivencia y principios éticos esenciales. Le corresponde favorecer el despertar de curiosidades, germen del indispensable acceso a las realidades del mundo y acicate para la preparación de futuros investigadores e innovadores.

Para el logro de la complejísima operación de formar ciudadanos, instruir representa el primer peldaño en la delicadísima misión de estimular inteligencias y afinar sensibilidades.

Se requieren planes y programas que conjuguen la preservación de la memoria viva —hecha de historia y tradición, raíz de identidad— con la proyección hacia una modernidad caracterizada por desafíos sin precedentes planteados por avances tecnológicos que se articulan a un pensamiento neoliberal invasivo, a la depredación del planeta, a la exacerbación del individualismo, al desplazamiento de la competitividad en detrimento de la solidaridad, a la profundización de las desigualdades, al socavamiento perverso de las funciones del arte y la cultura y a la manipulación de las conciencias por parte del poder hegemónico. En ese mar de conflictos habrán de estar comprometidas las nuevas generaciones.

Planes y programas de estudio, métodos de enseñanza despojados de autoritarismo ofrecen herramientas para ingresar en el universo del mañana. Pero el papel fundamental descansa en la tarea insustituible del maestro, figura que reclama con urgencia el debido reconocimiento social, denominación genérica que, violando las normas de la ortografía, habría que escribir siempre con mayúscula. Merecedor de una justa remuneración salarial, su formación actual exige un permanente y riguroso plan de superación que conduzca a eliminar deficiencias palpables en muchos resultados docentes en lo referido al dominio de la lengua materna y de la historia, con la aplicación de prácticas destinadas a estimular el ejercicio del pensar.

La educación corresponde a la escuela. Pero no solo a ella. El hogar armónico y funcional transmite memoria, siembra valores y promueve expectativas de vida. El entorno edificado, libre de desechos, con calles y aceras primorosamente preservadas, imponen al transeúnte el respeto a las normas básicas de conducta para la conservación de un hábitat que todos compartimos. No menos importante resulta el rescate de las delimitaciones entre espacio público y privado. Después de meses de confinamiento, el regreso a la normalidad se manifiesta en el estallido atronador del ruido. Los antiguos pregones, ajustados a la medida de la voz humana, modelados por nuestra tradición musical, han sido sustituidos por bocinas que repiten el mismo monótono mensaje y perforan el oído de quienes, en el hogar o en el centro de trabajo, disfrutan del merecido descanso o requieren la indispensable concentración para llevar a cabo cumplidamente su tarea. Las noches tampoco deparan el reposo que todos demandamos, cuando festejos y bares perturban la tranquilidad hasta altas horas de la madrugada.

Maestro del arte de la comunicación, Fidel fue un educador incansable y sistemático. Rompió los esquemas establecidos para la oratoria por la retórica al uso, tan frecuentemente empleados por la demagogia política que aún opera en las campañas electoreras en muchos lugares del mundo. En relación directa con el pueblo, su interlocutor privilegiado, comprendió la naturaleza del intercambio entre la pantalla del televisor y su destinatario, instalado en la intimidad del hogar. Supo adoptar en este caso, un eficaz estilo conversacional. Como lo afirmó en alguna ocasión, compartió con el oyente «el parto de las ideas», modo de poner en práctica un productivo ejercicio del pensar. Su extraordinaria capacidad comunicativa le permitió extender el diálogo implícito a las concentraciones masivas en la Plaza de la Revolución. Esa facultad inspiró al Che una reflexión constitutiva de uno de los hilos conductores de El socialismo y el hombre en Cuba.

Forma y contenido se fundían armónicamente en un propósito común. El pueblo tenía que convertirse conscientemente en protagonista de una historia, crecer para arrostrar los mayores desafíos.

En un recorrido que se extiende desde la euforia del triunfo de enero hasta sus memorables palabras en el Aula Magna, lugar y circunstancia cargados de simbolismo, siempre afrontó la verdad en toda su esperanza, analizó los problemas de la Isla en su contexto específico y también en el de un planeta del cual, de manera ineludible, formamos parte. Nunca evadió encaminar el análisis de los fenómenos en su más intrincada complejidad.

Compleja es la época que nos ha tocado vivir. Tenemos que superar enormes obstáculos objetivos. Para lograrlo es indispensable la formación de un sujeto lúcido y participante. Su desarrollo pasa por el camino de la educación.

Tomado de: Juventud Rebelde

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Sociología de la educación

José de la Luz y Caballero (1800-1862) Pedagogo y filósofo cubano. Considerado maestro por excelencia y formador de conciencias que engrandeció el sentido de la nacionalidad cubana.

 Por Graziella Pogolotti

Al igual que otras ciencias sociales y humanísticas, la pedagogía se desarrolla en permanente y siempre renovado diálogo interdisciplinario. Responde a una concepción del mundo —filosofía— y se integra a un proyecto de nación, para lo cual se remite a la historia y la sociología. Tampoco puede prescindir de la sicología porque su compromiso fundamental se centra en la formación del ser humano.

Confieso haber sucumbido a la fascinación ante modelos de supuesta validez universal. Pero la insurgencia anticolonial desencadenada después de la Segunda Guerra Mundial condujo a la independencia política de muchos países y promovió un amplio debate crítico en el campo de las ideas. Por esa vía se fue desmontando el andamiaje de un complejo sistema opresor que apuntalaba la violencia ejercida con el empleo de las armas mediante la construcción de la subjetividad del oprimido. Al impacto producido por Los condenados de la tierra, del martiniqués Frantz Fanon, siguieron investigaciones y estudios realizados por especialistas en distintas ramas del saber.

En ese contexto, el enfoque sociológico aplicado al análisis de la realidad en Argelia revelaba la verdad oculta tras la apariencia de un sistema bien engrasado. Saltaba a la vista que los programas de estudio metropolitano descartaban el acercamiento a la historia y la geografía locales. Privaban a los nativos de la información básica acerca de su entorno inmediato.

La desventaja se acentuaba en lo tocante al dominio de la lengua. Para los hijos de los colonos, el francés constituía su idioma materno. Por su origen y procedencia, los argelinos eran portadores, en primera instancia, de lengua y cultura de raíz árabe. A todo ello se añadían condicionamientos de orden social. La desigualdad existente entre los hogares acomodados y el vivir cotidiano en la pobreza, la precariedad, el hacinamiento y la lucha por la supervivencia determinaban diferencias sustanciales en el desempeño docente de alumnos, condenados en algunos casos a contribuir con su esfuerzo al mantenimiento de la familia. La convergencia de factores académicos, culturales y económicos interponía significativos obstáculos al acceso a la educación superior y al diseño de un proyecto nacional.

El movimiento anticolonial de mediados del siglo pasado condujo al replanteo crítico del papel de la educación en el proceso de emancipación de los pueblos. Mucho antes, sin embargo, aparejado a las guerras en favor de la conquista de nuestra primera independencia, el pensamiento latinoamericano había concedido particular importancia al tema. En su peregrinar por tierras de América, Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, intentó sembrar escuelas y volcar en ellas el fruto de un largo aprendizaje. Había recorrido las principales capitales europeas y conocía las ideas dominantes en el llamado «siglo de las luces». Dotado de singular espíritu crítico, no quiso trasplantar modelos. América necesitaba formar a los protagonistas de su transformación, a los constructores de su destino. Reconoció el peso de nuestras culturas originarias. En el Alto Perú, actual Bolivia, quiso introducir el estudio del quechua. Fue un visionario prematuro.

José Martí conoció en lo profundo los principales centros de poder de su época. Vivió en España y advirtió en Estados Unidos las señales del imperialismo naciente. Su observación del presente, en lo económico, lo social, lo político y lo cultural, se proyectaba hacia la definición de los conceptos que habrían de presidir la construcción del porvenir de nuestras tierras. Para remover conciencias ejerció el periodismo, utilizó sus extraordinarias facultades oratorias y concedió tiempo al diálogo en el intercambio personal y a través de su enorme epistolario. Condenó en el «aldeano vanidoso», transplantador de modelos, al colonizado mental. Comprendió que la garantía de nuestro porvenir se sustentaba en el reconocimiento de un destino compartido. Mientras preparaba la Guerra Necesaria, asentó en Nuestra América lineamientos esenciales de un testamento político. Teníamos que apoderarnos del saber acumulado por la humanidad, pero el tronco nutricio habría de ser el de nuestras repúblicas.

Ya sabemos que el planeta se achica rápidamente. A comienzos del siglo XX, el manifiesto futurista asumió el vértigo de la velocidad. Del ferrocarril y el telégrafo pasamos a la aviación y nos encontramos ahora bajo los efectos de la revolución en las telecomunicaciones. Somos más interdependientes y estamos más interconectados. El poder hegemónico se vale de todos los medios para instaurar el neoliberalismo como único modelo de validez universal.

La doctrina económica divulgada por los Chicago boys tiene ramificaciones que abarcan todos los sectores de la vida social, entre ellos, los de la cultura y la educación. La fórmula se manchó de sangre cuando se implantó con el uso de la extrema violencia bajo la dictadura de Pinochet. Se expandió luego hacia otros países de América Latina, con similar estela trágica.

La precarización del Estado, reducido a su papel represor, repercutió negativamente en el sistema de enseñanza. Despojada de recursos, la universidad pública no dispuso de lo necesario para fomentar políticas de desarrollo científico. Aherrojado al desempeño de una función utilitaria, el papel de la universidad se simplificó al entrenamiento de técnicos aptos para responder a las demandas del mercado empresarial.

La tradición pedagógica cubana creció articulada a la conformación de un proyecto nacional. Los discípulos de José de la Luz y Caballero participaban siempre en el sabatino intercambio con el maestro. Muchos se incorporaron a la lucha por la independencia. Años más tarde, Enrique José Varona concibió un programa destinado a favorecer el desarrollo del país. Es un legado cultural que, hoy como ayer, tenemos que atemperar a las exigencias de la contemporaneidad.

Tomado de: Juventud Rebelde

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Para una universidad en defensa de la humanidad

Universidad de La Habana. Cuba

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

Pasar a la ofensiva (liderar una vanguardia) es, también, un desafío epistemológico y gnoseológico. Eso puede asumirse responsablemente con una organización impulsada para la investigación, producción y democratización del conocimiento humanista socialmente producido: una universidad de nuevo género… sin burocracias. Hace mucha falta impulsar un motor de principios humanistas sistematizados, y en pie de lucha, contra todas las degradaciones que el capitalismo nos impone en su fase imperial. Hace mucha falta impulsar una universidad humanista de nuevo género que sirva de instrumento para intervenir en todas las agendas de nuestro tiempo. Superar la crisis de dirección revolucionaria.

Hace falta un modelo de universidad distinto, comprometido con las luchas sociales emancipadoras y no con diletancias “escolásticas”, sino con escalones científicos para ascender a la praxis dignificante. Universidad abierta a su tiempo, capaz de armar un cuadro combativo de cátedras y módulos, con agendas escogidas, por urgencia y jerarquía, en la resolución de los problemas prácticos y teóricos de nuestros pueblos. Cátedras dinámicas para homenajear a los fundamentos y a los fundadores de nuestras revoluciones sociales.

Tenemos que exigirnos una “cultura general” solvente, descolonizada, multidisciplinaria y exhaustiva, para ascender a la práctica de transformar al mundo cotidianamente, y eso no es un capricho “intelectual”, es un imperativo ético-revolucionario. Contamos con ejes teórico-metodológicos correctos y con ejemplos clave. Eso puede articularse en una universidad para todos y, especialmente para la juventud, con (por ejemplo) 10 cátedras: 1) historia de las revoluciones; 2) historia de la praxis humanista; 3) grandes libertadores; 4) comunicación y cultura para la emancipación; 5) economía soberana. 6) arte y poder creador. 7) filosofía, ética y moral de la lucha y luchas de la filosofía; 8) pueblo soldado. Los ejércitos del pueblo; 9) descolonización económica, intelectual, de género y de diversidades; 10) grandes escenarios para la unidad de los pueblos. Piénsese como ejemplo. No sería difícil contar con profesores, bibliografía ni materiales didácticos. Un consejo académico de expertos. Una sede en plataforma digital muy accesible. Un plan de comunicación propio. Considérese como propuesta.

No hay defensa de la humanidad que valga si nos contentamos con fraseología sin formación sistemática, si son sólo “buenos propósitos”. Hay que disputar el “sentido” en todos los campos del conocimiento donde se expresa la lucha de clases en las escalas prácticas y simbólicas. La defensa de la humanidad no puede realizarse por intuiciones de coyuntura, sólo con enunciados o declaraciones públicas… hay que ir a la médula del pensamiento y cultivarla ahí, en clave revolucionaria. Disputar la riqueza de la pedagogía y la didáctica de la “batalla de las ideas” y perfeccionarla hasta que se despoje de todo riesgo de individualismo y pase a ser carne en las luchas sociales evolucionada por las propias luchas, como herramienta, por ejemplo, contra el nazi-fascismo que merodea aún en nuestros tiempos.

Eso también debe ser el cometido de una universidad para la defensa de la humanidad que incluya a los pueblos originarios, a los obreros, a los campesinos… y contribuya a una realidad intelectual que determine la conciencia sobre los derechos humanos. Es imprescindible una universidad para la defensa de la humanidad revisada con la óptica y el escrutinio que interpela el carácter individualista de los derechos, contrastándolo con su carácter social ineludible y por definición político. Universidad en debate obligatorio, con sus asignaturas históricas, con una consonancia geosemiótica, en la que se haga cualidad el poder crítico de los conocimientos y se haga visible la necesidad de una educación humanista revolucionaria capaz de transformar al humanismo.

Universidad imprescindible que recorra, con detalle, el universo de las luchas emancipadoras que son cajas de resonancia semántica de donde debe abrevar toda currícula y todo postulado cuya pretensión ascienda a la generalidad de los seres humanos, y a la solución de los problemas históricos en plena praxis transformadora. Universidad, que significa aquí, trabajo teórico-práctico para intervenir de manera diversa y dinámica en la dialéctica del sentido, las leyes generales de su desarrollo, y en cada territorio del saber y de la acción. Universidad compleja e interconectada con los contenidos con que se organiza la conducta cotidiana de los pueblos, sus basamentos filosóficos y sus expresiones morales y éticas. Pasar de lo deseable a lo posible y a lo realizable. Como propuso, alguna vez, Adolfo Sánchez Vázquez, entre otros.

Universidad para la defensa de la humanidad precedida de un conjunto de saberes sobre la realidad y sobre lo que se pretende en el futuro, enraizada en la necesidad de caracterizar, también, los modos de producción de sentido y las relaciones de producción de sentido, en las condiciones concretas en que se desarrolla. No se trata de una universidad esotérica para hacer, todavía más, incomprensible la responsabilidad de combatir a la ideología de la clase dominante. Se trata, por el contrario, de una universidad capaz de enriquecer un instrumental de acción o de praxis científica para facilitar su ascenso en las realidades concretas de cada pueblo.

Todas las tareas que sean necesarias en una universidad en defensa de la humanidad es un reto de urgencia crítica que compromete, de manera multidisciplinaria, a quien pretenda contribuir a orientar las luchas emancipatorias para construir un humanismo sin formas dogmáticas, mecanicista o esquemático, sino para revolucionar al humanismo con herramientas que de nuestros pueblos que miran, con esperanza el derecho a la educación, la nutrición, el trabajo, la vivienda y la cultura emancipada. El derecho a vivir viviendo y no sobreviviendo en las condiciones inmorales en que se vive bajo el capitalismo. Una universidad para la defensa de la humanidad implica combatir el ilusionismo filantrópico con una educación de acción concreta contra las sociedades divididas en clases, donde reine la justicia social, el derecho y la felicidad y contra el modo de producción dominante y de las relaciones de producción alienantes. Sus medios y sus modos.

Tomado de: La Jornada

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La llave maestra

Por Graziella Pogolotti

Considerado factor decisivo para el rescate de la plena soberanía, el impulso al desarrollo de la ciencia tuvo primacía en el diseño de la estrategia revolucionaria desde las etapas iniciales, aun cuando en el momento de la arrancada se disponía de una cobertura educacional pavorosamente baja.

Los resultados de un empeño que no cejó en los años de la crisis económica que sucedió al derrumbe del socialismo europeo y de la progresiva agudización del bloqueo, están a la vista. La apuesta en favor de la biotecnología se traduce en la posesión de recursos propios para afrontar la pandemia que estremece al mundo. Contamos con profesionales y técnicos altamente calificados, con un conjunto de instituciones orientadas a la investigación y a la producción de medicamentos habilitados para crear candidatos vacunales y lograr de manera autónoma la inmunización de la totalidad de los pobladores del país.

La vitalidad de una extensa base institucional, así como el saber y la experiencia acumulados, hacen factible la instrumentación de políticas más abarcadoras y de mayor alcance para ofrecer respuestas viables a nuestros más acuciantes problemas económicos, entre ellos los que afectan el apremiante crecimiento de la producción agropecuaria y de bienes de uso de primera necesidad. Con ese propósito, se generaliza la aplicación de la tríada ciencia-tecnología-innovación.

No se pueden soslayar, sin embargo, otros componentes del contexto contemporáneo. En nuestra prolongadísima lucha por la defensa de la justicia social, hemos tenido que afianzar y enriquecer nuestra «trinchera de ideas», legado de un patrimonio innegable sometido a permanente renovación según las demandas de cada época. El desafío se plantea en el terreno del pensamiento.

El dominio de los conceptos y el reconocimiento de la verdad histórica tienen repercusiones en el ejercicio de la práctica concreta. Acicateado por la necesidad de acopiar fondos y organizar expediciones armadas para emprender la Guerra Necesaria, José Martí concedió parte esencial de su tiempo precioso a la prédica sistemática a través de sus discursos, de sus artículos, de su epistolario y de sus intercambios personales. Su brillante oratoria no se diluyó en artificios retóricos. Respetuoso de sus interlocutores, a quienes convocaba a los mayores sacrificios, no se valió de fórmulas simplistas destinadas a una reiteración mecánica. Despejaba dudas y sembraba unidad. Fundamentaba la razón de ser de un proyecto emancipador que habría de seguir haciéndose aún más allá del conflicto bélico. En el verbo se fundían pensamiento y acción.

Fidel adoptó conducta similar. El alegato del Moncada contenía la denuncia de la saña criminal de la dictadura, pero utilizaba esa tribuna para proyectar hacia el futuro las bases conceptuales de un programa transformador, sustentado en las demandas históricas acumuladas por los grupos que componían la sociedad cubana en aquel momento.

Después del triunfo, la aplicación de las leyes revolucionarias, el acceso universal a la enseñanza y la radicalización del proceso modificaron la composición social. De lo más profundo del pueblo emergieron nuevos actores. Mediante el empleo de una oratoria dialógica y conversacional, Fidel siguió apuntalando la trinchera de ideas. En los momentos más difíciles, nunca eludió plantear la complejidad de un panorama en el que convergían siempre acontecimientos de carácter internacional con factores internos. Los ejemplos abundan. Basta con recordar Girón, la Crisis de Octubre, la Zafra de los Diez Millones, el llamado a la rectificación de errores y tendencias negativas, el anuncio del derrumbe del campo socialista… En cada circunstancia, el reconocimiento de la realidad y su formulación en el plano de las ideas contribuían a forjar la cohesión necesaria y se convertían en motor para la acción.

Emancipación y dependencia definen los polos de una confrontación secular. De manera creciente, el debate de ideas cede el paso ante el empleo de una poderosa maquinaria propagandística que trasplanta al territorio de la política recursos procedentes del marketing publicitario y, para su extensa difusión contemporánea, se vale de las herramientas diseñadas por las tecnologías de la información y la comunicación. Opera simultáneamente en dos direcciones. Una de ellas se dirige a reafirmar matrices de opinión a escala internacional y, en particular, en Estados Unidos donde, a lo largo de más de cien años, se ha edificado la sistemática demonización de las ideas socialistas, fórmula aplicada otrora contra la Revolución Mexicana, la rebeldía de Augusto César Sandino o los intentos reformistas promovidos en la Guatemala de Jacobo Árbenz. Al mismo tiempo, se procura abrir fisuras en el tejido social de la nación. Tras los personajes que se manifiestan en el proscenio, actúa un saber científico al servicio de los intereses supremos del imperio.

Para encaminar el hallazgo eficaz de soluciones ante los múltiples desafíos impuestos por la contemporaneidad, tal y como lo ha demostrado la lucha contra la pandemia, disponemos de una llave maestra. Está en las reservas de sabiduría acumuladas a través del tiempo, en el campesino que aprendió de sus mayores los secretos de su parcela y en los investigadores que elaboran especies más resistentes y productivas, en el artesano que fabrica a escala local materiales para la construcción con barro tradicional, en los arquitectos que elaboran proyectos atemperados al clima y a las regulaciones urbanas, en los diseñadores que incorporan valor agregado a la obra industrial, en los estudiosos de la historia y en los observadores de una dinámica social siempre mutante. La tríada ciencia-tecnología-innovación tiene su complemento en la articulación de educación-ciencia-conocimiento-conciencia.

Tomado de: Juventud Rebelde

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Redes sociales y educación hoy: apropiarnos de ellas sin que ellas nos apropien

Ahmed Falah (Irak)

Por Beatriz Pais Fernández

El mundo está en Internet al alcance de todos y en tiempo real. Para nadie es un misterio que las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) constituyen el agente de socialización y de transferencia cultural más importante en este nuevo milenio. El estar conectado a las redes se ha convertido en una necesidad, en un mecanismo a través del cual las personas adquieren conocimientos e información sobre su entorno social y construyen su perspectiva del mundo y de lo cotidiano. El efecto de las redes se ha vuelto tal que no interactuar en ellas prácticamente es considerado un sinónimo de “no existir”. Estar online implica en esencia estar visible, y esta visibilidad es lo que garantiza la inclusión en un mundo cuya representación se ha desplazado de lo palpable a lo comunicable (Winocur, 2009).

Disímiles han sido los cambios que ha suscitado la irrupción de las redes sociales, reconfigurando mapas mentales, concepciones, lenguajes y formas de interacción; pero sin lugar a dudas, uno de los más notables ha sido el de erigirse como la base de exhibición de contenidos asociados a la vida privada. La propia forma en que están constituidas como espacios de intercambio de todo tipo de información personal genera un móvil para que sus consumidores se sientan motivados a mostrar la mayor cantidad de referentes posibles y añadir el mayor número de contactos. Es decir, su propia dinámica de funcionamiento enuncia un deseo de evasión de la intimidad, una tendencia de presentarse ante los otros y de forzar voluntariamente los límites de lo que es mostrable y lo que no.

Contrario a lo que ocurre en la vida cotidiana, donde ciertos ámbitos y tiempos nos indican dónde comienzan y terminan los espacios público y privado (como el de adentro o afuera de la casa, las puertas de las habitaciones, el cuerpo desnudo o vestido), en la realidad marcada por la virtualidad estos ámbitos han perdido su eficacia simbólica para establecer los límites. A diferencia de los espacios offline, en donde el sujeto se traslada en un medio social específico y sincrónico, en el área virtual el tiempo y el espacio no son simultáneos, y hacen que los individuos puedan moverse en escenarios diacrónicos y sincrónicos, divergentes y convergentes, únicos y múltiples a la vez. Consecuentemente, para las nuevas generaciones, los secretos, los estados anímicos, los pensamientos ocultos, los momentos de introspección, las decisiones personales y los actos pudorosos ya no denotan una separación estricta y dicotómica entre lo público y lo privado.

Un factor que ha influido en que la línea entre lo que es de interés para todos y lo que solo concierne al individuo se vuelva cada vez más delgada y frágil ha sido la globalización neoliberal. Precisamente las redes sociales de Internet constituyen uno de los principales vehículos de este fenómeno. La globalización ha afectado los marcos de referencias para pensar, construir y actuar en la esfera pública. La mundialización de los estándares de moda, de los estilos de vida de las figuras públicas, de imaginarios ligados a músicas e imágenes, ha generado cambios en las percepciones de los consumidores en cuanto a qué mostrar de sus propias vidas. La desterritorialización de las fronteras físicas y culturales se ha traspolado a las propias representaciones subjetivas individuales y colectivas. O sea, la transgresión de lo local y lo nacional a escala general también ha tenido un impacto en cómo se entiende y se vive lo público y lo privado a nivel particular, lo cual se ve reflejado en la información que se publica y comparte en las redes sociales.

El escenario descrito hasta aquí alerta sobre la importancia de recalcar que el uso de estos medios no solo tiene beneficios de comunicación e intercambio entre individuos, sino también originan problemas de privacidad y falta de confianza en la veracidad de las informaciones. Entre los riegos más comunes asociados al uso de las redes se destaca el incremento de pederastas y delincuentes, la subversión política-ideológica contra otros países, la comercialización por las trasnacionales de datos personales de sus usuarios, así como el empleo de estos con fines militares por agencias como la CIA (Agencia Central de Inteligencia) y el FBI (Buró Federal de Investigaciones) (Castillo, 2013). En el plano individual, uno de los principales peligros que evidencian las redes sociales actuales es la manipulación de perfiles de usuarios. La información pública en Internet está disponible para todo aquel que decida llegar a ella, eso supone muchas ventajas, pero también incide en tomar precaución para así proteger la privacidad de la información y no sufrir las consecuencias negativas de un uso inadecuado de la red.

Sin embargo, el plano tecnológico no es el único en el que se aprecian los resultados perniciosos de un mal manejo de las TIC y de las redes sociales específicamente. No son pocos los autores que han advertido sobre los efectos negativos que genera en los propios usuarios el uso excesivo de dichos canales (Hernández, 2013; Arab y Díaz, 2015; Mejía, 2015; Cueva, 2015; Peñafiel, 2016, entre otros). Según los expertos en la temática, la adicción a las redes sociales es producto de males emocionales como el aburrimiento, la soledad, la ira, la falta de aceptación, entre otros. Este fenómeno incide en el descuido de las actividades importantes como el contacto con la familia, las relaciones sociales, el estudio y el cuidado de la salud (Echeburúa y de Corral, 2010).

Hay argumentos a favor y en contra de la tecnología, pero es evidente que el exceso de esta tiene una influencia perjudicial, ya que reduce las habilidades de comunicación cara a cara, la interacción social, la productividad y, por lo tanto, las personas pasan menos tiempo offline con sus semejantes, experimentando más estrés, depresión, sentimientos de soledad y ansiedad (Bermello, 2016). Es decir, se convierte en un círculo donde tratar de lidiar con emociones indeseadas a través del refugio en las redes de Internet solo genera un aumento de lo que se intenta superar. En este sentido, los jóvenes y adolescentes constituyen el grupo social que ha captado el mayor interés y preocupación de los cientistas sociales en el abordaje del impacto de los usos de las redes sociales en la vida del sujeto, en tanto es el período en el que el individuo se desarrolla hacia la adquisición de la madurez psicológica, a partir de construir su identidad personal, lo que la hace una de las etapas más susceptibles de sufrir conductas adictivas u otros trastornos psicológicos relacionados con la exposición excesiva a alguna de las aplicaciones de las nuevas tecnologías.

Uno de los ámbitos principales en que se ha visto reflejado lo antes expuesto es el educativo. Si bien las redes sociales pueden funcionar como herramientas integradoras que complementen el sistema educativo, en tanto contribuyen en el autoaprendizaje (brindan acceso a múltiples recursos y materiales educativos en cualquier tiempo y lugar, lo que permite una mayor flexibilidad de estudios, además de motivar la iniciativa en la profundización de temas trabajados o la búsqueda de otros nuevos que sean de interés para los estudiantes), fomentan las competencias en el dominio computacional, facilitan la comunicación tanto entre alumnos como entre alumno-profesor, reducen el tiempo de aprendizaje en comparación con el proceder tradicional, potencian la socialización y retroalimentación del conocimiento, favorecen el acceso a otras fuentes de información que apoyan e incluso facilitan el aprendizaje constructivista y colaborativo y posibilitan el contacto e intercambio cognitivo con expertos, haciendo que el proceso de enseñanza se desarrolle en un ambiente más dinámico. También hay que ser sumamente cuidadosos con los usos y los tiempos de interacción que sostienen los adolescentes y jóvenes en las redes sociales.

El mal uso de dichos canales puede generar efectos nocivos en el rendimiento académico. Los comportamientos de apego a los celulares, tabletas o computadoras, absorben gran parte del tiempo que los estudiantes deberían dedicar a sus estudios y tareas escolares, reduciendo su eficiencia educativa y sus habilidades de intercambio social en la escuela. La gravedad del incorrecto manejo de las redes sociales es ilimitada, porque no solo llega a afectar en su comportamiento al alumno, sino también los procesos cognitivos, al enfrentarse a problemas académicos: desmotivación, desinterés, falta de concentración, bajo desempeño, disminución de las calificaciones, inasistencias a clases, etc., lo cual provoca un deficiente nivel educativo  (Morocco: 2015).

Cuba no se ve exenta del impacto de esta realidad. A pesar de sus limitaciones, el gobierno cubano ha realizado enormes esfuerzos por mantenerse a la par de los adelantos tecnológicos que han surgido a escala global (Morejón et al., 2019). En febrero de 2020 el ministro de Telecomunicaciones Jorge Luis Perdomo Di-Lella expuso los avances alcanzados en el proceso de informatización de la sociedad, el cual constituye una política de Estado que queda reflejada en los documentos del VII Congreso del Partido y los Lineamientos. El funcionario destacó que en 2019 se alcanzaron más de 6 millones de suscriptores de telefonía celular, de los cuales utilizaron el servicio de Internet a través de datos móviles alrededor de 3,4 millones de usuarios. En ese mismo año, crecieron en 229 las áreas colectivas de acceso a Internet, llegando a exceder las 1500 zonas Wifi y las 650 salas de navegación (Figueredo, 2020).

En este contexto social y tecnológico, en el que las vías y el cúmulo de información a las que se tienen acceso se multiplican y diversifican, los adolescentes cubanos hallan nuevas formas de interacción y encuentran el ciberespacio como una dimensión comunicativa que día a día va ganando en preferencia (Castillo, 2019). Los adolescentes de hoy son los futuros profesionales de mañana, y depende de su formación el relevo en este proceso de construcción de una mejor sociedad, formada en valores y en la adecuada gestión de conocimiento. Es por ello que los investigadores sociales cubanos también han orientado sus esfuerzos al análisis de los usos que hacen sus adolescentes y jóvenes de las redes sociales, así como sus ventajas y desventajas en la vida académica. Referente a ello, algunos de los resultados obtenidos han sido:

La red online más usada por los adolescentes y jóvenes cubanos es Facebook.

La motivación principal que exponen en el acceso a esta red es para estar en contacto con amigos y familiares que no ven con frecuencia.

Los fines académicos quedan relegados a un plano secundario. De manera general, el intercambio de fotos, música, videos y juegos son los usos más frecuentes que hacen de las redes sociales. Es decir, se emplean preferentemente para el entretenimiento.

Por otra parte, cuando el punto de mira se traslada a la Universidad, se puede apreciar que esta institución constituye un espacio de socialización que responde a las demandas del mercado de trabajo y a la formación de competencias en función de las necesidades económicas, políticas y sociales del país. Entre las capacidades competitivas que se forman en dicho ámbito encontramos la innovación, el uso intensivo del conocimiento y el manejo y control de las tecnologías e Internet. No obstante, la exigencia en el nivel terciario de estas habilidades puede llegar a constituir un arma de doble filo, generando desigualdades en cuanto a la tenencia de medios tecnológicos indispensables para adecuarse a una Educación Superior altamente digitalizada, pero que no cuenta con los recursos básicos para soslayar las diferentes condiciones de partida de su estudiantado; lo que a su vez, coloca en una situación ventajosa a determinados grupos sociales por su composición socioeconómica en la permanencia en este nivel educativo.

De este panorama no se puede excluir la educación en Cuba, donde si bien el ingreso a las instituciones es gratuito, existe un conjunto de servicios que han de ser satisfechos para que los jóvenes puedan desarrollarse académicamente, entre ellos el acceso a recursos tecnológicos e Internet. Según investigaciones recientes, un requerimiento indispensable para que el estudiantado logre acceder a la información es poseer medios tecnológicos, ya que el mayor cúmulo de contenidos actualizados se encuentran en formato digital y/o deben ser descargados de Internet, mientras que la bibliografía física no satisface la demanda o bien es arcaica. Asimismo, nuevas tendencias como la conformación de grupos de WhatsApp u otras redes sociales para el estudio y la socialización de la información van cobrando auge como alternativas de comunicación alumno-alumno, alumno-profesor. La universidad, para tratar de lidiar con esta necesidad posee laboratorios de computación en todas las facultades con acceso a Internet y correo electrónico; no obstante, su funcionamiento es ineficiente: se mantienen cerrados, las computadoras no funcionan por falta de mantenimiento, la oferta de ordenadores no satisface al número de alumnos consumidores, la red Wifi se pasa largas temporadas sin brindar servicio, etc. (Pais, 2019).

Es de esta forma que el acceso a la tecnología y a las redes sociales se erige como un elemento de desigualdad en la permanencia del estudiantado. Aquellos jóvenes cuyas familias no son capaces de sufragar gastos en tecnología y acceso a Internet se encontrarán en una situación desventajosa para culminar sus carreras, implicando un mayor número de esfuerzos tanto por parte de ellos, como de sus familias. La igualdad en las oportunidades de ingreso a estudios superiores es necesaria, pero no condición suficiente para asegurar la equidad al interior del sistema de educación universitaria. La desigual distribución y disponibilidad de las TIC por parte del estudiantado se erige como mecanismo perpetuador de esta situación, afectando a las capas más pobres donde se concentran mayores proporciones de personas no blancas. Estudios en los últimos años han brindado inferencias sobre la racialización en el acceso y empleo de las redes sociales, condición atravesada a su vez por la variable de nivel económico de las familias (Pais, 2019; Domínguez y Rego, 2012). La mayor presencia de personas negras y mestizas con menor estabilidad económica y, consecuentemente, condiciones de vida más desfavorables ha sido ampliamente argumentada (Zabala Argüelles, 2015; Tejuca, et. al., 2015).

A juicio de la autora, el escenario descrito demuestra la pertinencia de realizar análisis integrales que no solo tengan en cuenta la institucionalidad de la Educación Superior, sino también su interacción con los desafíos sociales, económicos y tecnológicos imperantes en la sociedad. Es decir, si bien las políticas orientadas al nivel terciario de la enseñanza tienen un impacto en el funcionamiento de sus instituciones, es importante tener en cuenta cómo el resto de las políticas económicas y sociales, así como el avance tecnológico y digital, también influyen en las dinámicas y procesos en el sector universitario, fundamentalmente en las posibilidades para aprovechar las oportunidades de acceso.

En resumen, lo expuesto hasta aquí permite apreciar que el empleo de las redes sociales en relación al ámbito educativo no tiene una connotación positiva o negativa intrínseca a su naturaleza, sino que es el estudiante (en función de las oportunidades objetivas de acceso con que cuente) quien decide los beneficios o desventajas, de acuerdo al uso y la frecuencia con que acude a estas plataformas para ponerlas en favor de su desempeño académico. La clave del correcto uso radica en la autorregulación que el alumno tenga de este tipo de herramientas de comunicación y la supervisión efectiva por parte de los padres y tutores, especialmente en edades críticas como la adolescencia. El profesor y la familia efectúan una mediación pedagógica en una ósmosis de vida y de trabajo con los adolescentes y jóvenes, lo que hace relevante el papel que deben cumplir el docente y los familiares, requiriendo de capacitación, actualización permanente y dominio de los medios tecnológicos para guiar de manera efectiva la utilización de las redes sociales en favor de un mejor rendimiento. De lo anterior se plantea la necesidad del desarrollo de seminarios y cursos (tanto para docentes como para alumnos) en escenarios educativos que aborden temas como la seguridad informática y la importancia de un empleo responsable y ético de las TIC; donde se les brinde información sobre las principales redes sociales con fines académicos a las que acceder y los usos educativos que pueden hacer de ellas.

Hay que tener en cuenta que la juventud de hoy no es la misma que aquella que conoció la sociedad anterior al triunfo revolucionario; nuestros jóvenes han vivido en las condiciones excepcionales del período especial, son parte de un contexto mundial de globalización neoliberal (el cual impone nuevos retos en función de la sedimentación de una ideología socialista), poseen un elevado nivel cultural y escolar, son portadores de una mayor preparación y de competencias tecnológicas (generaciones “net”) y, en este sentido, sus sistemas de expectativas, necesidades e intereses están en constante transformación. Teniendo en cuenta lo anterior, lograr un mayor involucramiento de la juventud cubana en las disímiles esferas de la praxis ( dígase académica, política, ciudadana, profesional), requiere de superiores niveles de creatividad, sistematicidad y diferenciación, en el que las redes sociales, las cuales se han vuelto parte de su cotidianidad, se constituyan en fuentes de socialización, potenciando sus ventajas y siendo cautelosos con las consecuencias perjudiciales que su excesivo empleo puede producir.

La idea no es satanizar las redes sociales; estas, en la proporción adecuada, permiten conectar con personas que por barreras físicas, sociales, geográficas o por discapacidades no podrían interactuar en el espacio físico. A través de las redes se consolidan relaciones ya establecidas en el mundo real y se conforman nuevos lazos sociales, afectivos, profesionales, académicos, etc. Ambos mundos, tanto el online como el offline, se encuentran estrechamente vinculados y se retroalimentan. Por tanto, lo ideal sería verlas y experimentarlas como un complemento de los espacios físicos y no un suplente de los mismos. (Aguilar y Said, 2010:10). Consiguientemente, las redes sociales, sumadas a iniciativas de actividades cognitivas abiertas, pueden desempeñar un papel clave en la integración social y en la cohesión a través de la transmisión del conocimiento, a nivel intergeneracional, regional e internacional. La utilización de estas redes sociales en la educación pueden ser fuentes valiosas de información y favorecer la interacción de los estudiantes con su medio, lo que consecuentemente beneficiará los resultados académicos (Pavón 2015; Ticona, 2017).

Referencias bibliográficas:

Aguilar, D. y Said, E. (2010). “Identidad y Subjetividad en las redes sociales: Caso de Facebook”, Zona Próxima, 1, 190-207.

Álvarez, E. y Máttar, J. (orgs.). (2004). Capítulo III: “La Educación”, en Política social y reformas estructurales: Cuba a principios del Siglo XXI. México: CEPAL/INIE/PNUD.

Arab, E. y Díaz, A. (2015). “Impacto de las redes sociales”, Revista  Médica  Clínica  Las  Condes,  26 (1). Disponible en http://www.elsevier.es/es-revista-re- vista-medica-clinica-las-condes-202-articulo-impac-to-las-redes-sociales-e-S0716864015000048

Castillo, R. (2013). “Ventajas y desventajas del uso de las redes sociales en el estudio universitario de alumnos de antiguo y nuevo ingreso de la Universidad Francisco Gavidia (UFG), Sede San Salvador”. Trabajo de cátedra sobre métodos y técnicas de investigación. Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad Francisco Gavidia, sede San Salvador.

Castillo Ledo, I.; Torres Lugo, D. J.; Rojas Díaz, I.; Águila Falcón, N. (2019). “El desarrollo socioemocional del adolescente ante los retos y desafíos de la informatización”, Norte de salud mental, (vol. XVI, no. 61: 35-45).

Cueva, P. (2015). “Las Redes Sociales y su relación en el rendimiento académico de los estudiantes del primer y segundo año de bachillerato de la Unidad Educativa Gonzanamá en el período marzo-octubre 2015”. Tesis previa a la obtención del título de Psicólogo Clínico,Universidad Nacional de Loja.

Domínguez, A. R. (2019). Participación política y juventud desde una perspectiva sociológica. La Habana: Universidad de La Habana.

Domínguez, M. I. y Rego, I. (2012). “Los medios de comunicación masiva y las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones. Su papel en la socialización de adolescentes y jóvenes”. Informe de Investigación del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, La Habana.

Echeburúa, E y Corral, P (2010). “Adicción a las nuevas tecnologías y a las redes sociales en jóvenes: un nuevo reto”, Adicciones, 22 (29) pp. 91-96.

Figueredo Reinaldo, O. (2020). Ministro de Comunicaciones: “El reto está en crear una cultura en el uso y desarrollo de las TIC”.

Francesc, E. (2016). “Bolonia y las TIC: de la docencia 1.0 al aprendizaje 2.0”, La cuestión universitaria. Cátedra UNESCO de Gestión y Política Universitaria, 60-61. Disponible en http://poli- red.upm.es/index.php/lacuestionuniversitaria/article/ view/3337.

Hernández Sanabria, E. (2013). “Influencia de redes sociales en hábitos de estudio de universitarios de primer año”. Foro educacional no. 22, pp. 131-148.

Mejía, Z. V. (2015). “Análisis de la influencia de las redes sociales en la formación de los jóvenes de los colegios del cantón Yaguachi”. Tesis de licenciatura en Comunicación Social. Guayaquil: Universidad de Guayaquil.

Morejón Concepción, M.; Pérez Rodríguez, J; Varela Rodríguez, Y. C. (2019). “Las tecnologías de la información y las comunicaciones: una mirada a la realidad de los jóvenes cubanos”, Revista Caribeña de Ciencias Sociales.

Morocco, P. M. (2015). “Uso del Facebook y su incidencia en el rendimiento académico de los estudiantes de la Universidad Nacional del Altiplano”, Tesis de pregrado. Puno: Universidad Nacional del Altiplano.

Pais Fernández, B. (2018). “El acceso a la Educación Superior en el contexto cubano actual: un análisis interseccional de la composición social de una cohorte de estudiantes en la Universidad de La Habana”, Tesis de Licenciatura. Universidad de la Habana: Facultad de Filosofía, Historia y Sociología.

Pavón Maldonado, M. A. (2015). “El uso de las redes sociales y sus efectos en el rendimiento académico de los alumnos del instituto San José, el progreso, Yoro-Honduras”. Tesis de posgrado. Campus Central Guatemala de la Asunción.

Peñafiel, L. (2016). “Las redes sociales en el aula y su incidencia en el inter-aprendizaje de la carrera de Comunicación Social de la Universidad Técnica de Ambato”. Trabajo de Graduación previo a la obtención del Título de Licenciado en Comunicación Social. Ambato: Universidad Técnica de Ambato.

Tejuca, M., Gutiérrez, F., y García, O. (2015). “El acceso a la educación superior cubana en el curso 2013-2014: una mirada a la composición social territorial”, Revista Cubana de Educación Superior (42-61), La Habana.

Ticona F., (2016). “Influencia de las redes sociales en el rendimiento académico de los estudiantes universitarios de la macro región sur del Perú”, Revista de investigaciones de la escuela de posgrado, vol. 6, pp. 329-336. Universidad Nacional del Altiplano, Perú.

Winocur, R. (2009). Robinson Crusoe ya tiene celular. La conexión como espacio de control de la incertidumbre, Siglo XXI editores, UAM I, México.

Zabala Argüelles, M. del C. (2015). “Desafíos para la equidad social en Cuba. Razones para un debate”. En: Zabala Argüelles, M. C., Echevarría León, D., Muñoz Campos, M. R. y Fundora Nevot, G. E. (comps.): Retos para la equidad social en el proceso de actualización del modelo económico cubano, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, pp. 1-13.

Tomado de: La Jiribilla

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El drama de los caminos divergentes

Foto Alejandro Azcuy (Cuba)

Por Ambrosio Fornet

I

No todo el mundo tiene claro que la idea de cultura desborda la de saberes que van más allá de lo estrictamente artístico y literario. Hay quien piensa que sólo es “culto” quien sabe de música, de literatura, de artes plásticas… En la mayoría de los casos, damos por descontado que el poseedor de una cultura tiene colgado en alguna pared de su oficina o de la sala de su casa el correspondiente título universitario. Tal vez fuera por eso —porque yo aspiraba a tenerlo, pero aún no lo tenía y era un lector infatigable— que me gustó tanto lo que se contaba sobre Chesterton y su encuentro amistoso con varios campesinos españoles. La experiencia lo hizo exclamar: “¡Qué cultos son estos analfabetos!” Eso era tener una visión dinámica, me dije, lo que suele llamarse una visión antropológica, no académica de la cultura. Pensaba en el cúmulo de habilidades, datos, tradiciones y costumbres que el campesino iba acumulando a lo largo de su vida, sin haber ido nunca a la escuela; pero jamás imaginé que yo llegaría a saber cuándo y a quién le contó Chesterton la anécdota. Pues bien, acabo de enterarme. Lo encontré en una conferencia que el ilustrísimo don Fernando de los Ríos —ex Ministro de Instrucción Pública en España— impartió hace casi cien años en la que entonces era, por antonomasia, la Universidad.[1] Ahí Don Fernando describe la situación que se produce en Europa durante la etapa que va del siglo XII al XIII (y luego al XVI) —cuando surgen las universidades—, y se extiende a una etapa posterior, la que abarca los siglos XV y XVI, marcada por el momento en que el Cardenal Nicolás de Cusa inicia, sin proponérselo, lo que el conferencista llama “el drama de la cultura”: el hecho de que saber y deber tomen, de pronto, “caminos divergentes”. Las nacientes universidades eran de dos tipos: las que habían surgido como corporaciones de maestros (por ejemplo, la de París) y las que habían surgido como corporaciones de discípulos (la de Bolonia). En el siglo XVI vuelve a producirse una fractura, esta vez porque las universidades pasarían a depender, respectivamente, de centros distintos: la Iglesia (lo predominante en los pueblos católicos) y el Estado (allí donde predominaban los protestantes).[2]

Pero volvamos al siglo XX. Don Fernando confiesa haberse formado en “el estudio y meditación de Platón” —sobre el que hizo su tesis de doctorado—, y aclara que Platón fue la fuente de la que San Agustín tomó la idea de las virtudes cardinales: la colectividad tiene “una virtud suprema”, que es la Justicia, mientras que la conciencia científica tiene otra, que es la Verdad. Es el choque de ambas lo que genera el drama a que venimos aludiendo.

II

Como anfitrión de Chesterton en España, Don Fernando lo invitó a sumarse, durante un descanso, al grupo de campesinos de la comarca de Toledo que estaba allí arreglando la estera de un arado. Y supe que lo que motivó la sorpresa de Chesterton no era lo que yo suponía, sino la delicadeza con que los campesinos manipulaban el instrumento a su alcance. Los invitaron cortésmente a comer (“¿Quieren ustedes acompañarnos?”), pero Chesterton no respondió; observaba en silencio cómo comían “y cómo cogían su navajita y cortaban el queso, la cebolla y el pan, prodigio estético de refinamiento, de pulcritud, de gracia, de señorío” …Y cuando se levantaron, para despedirse, exclamó lo que ya sabemos. Nuestros lectores se preguntarán qué tiene que ver eso con lo que veníamos diciendo. A nosotros se nos antoja que una fina corriente subterránea une esos dos momentos, al parecer tan ajenos entre sí. Ambos hablan de maneras de ser, de una determinada sensibilidad que orienta la conducta humana.

En el plano intelectual, lo que había hecho Nicolás de Cusa era “arremeter contra la idea de sustancia” y suplantarla con la idea de relación. Ahora, lo mismo para entender el Universo que para interpretar el Espíritu, había que recurrir a “la ciencia matriz, la ciencia por excelencia: la Matemática”. En pleno Renacimiento, Saber y Deber echaban a andar por caminos divergentes. Dentro de la tradición de Bolonia se postulaba que el problema no consistía en tener respuestas, sino en saber formular las preguntas, pero ¿qué preguntas estaba en condiciones de formular el estudiante de un pueblo en crisis?[3] El hecho de subestimar  o desconocer los valores espirituales y éticos como ingredientes inseparables de la personalidad humana —embriagados como estaban con la ciencia, con el conocimiento científico—, les impedía a los profesores aceptar que el espíritu era el único núcleo posible de “la unidad universal del hombre” y, por tanto, lo único que permitía orientar las búsquedas. Pascal decía que hay dos lógicas, una del pensamiento y otra del corazón. Y podríamos afirmar que en esta última —que es también la lógica creadora del quehacer artístico— radica la mayoría de los valores éticos y religiosos reconocidos en el mundo. Me temo —añadía el conferencista— que la Universidad haya olvidado la lógica del corazón para servir exclusivamente a la lógica del pensamiento, la propia de los científicos. No debe extrañar entonces que el proceso de deshumanización se acelerara. A partir del Renacimiento se pasó “de la Matemática a la Física, de la Física a la Mecánica, de la Mecánica a la nueva industria y de la nueva industria a una organización instrumental de la totalidad que se está tragando al hombre.”[4] Hincado de rodillas ante sus nuevos dioses, el hombre decide someter el criterio de la Verdad a una sola prueba: las consecuencias prácticas de sus actos. Cuando éstas son beneficiosas, se da por descontado que los actos responden a lo verdadero (lo que es sólo una hipótesis), pero cuando resultan ser perjudiciales, la prueba se desecha, sea cual sea “su valor moral y religioso”. “Ese Pragmatismo, ese criterio de la verdad medida por las consecuencias prácticas de las acciones”, hizo surgir lo que Nietzsche llamó “el Pragmatismo de la Desesperación” o voluntad de poder. Estoy convencido —como en su momento lo estuvieron los teólogos y juristas españoles, dice el conferencista— de que la única razón de ser del Estado es la Justicia y de que “no hay comunidad posible, ni salvación posible para lo humano, si no se vuelven a tomar las divisas éticas como las únicas capaces de elevar y ennoblecer el proceso de las acciones individuales y colectivas”. De lo contrario, estaremos condenados a la Frivolidad. El hombre mecánico entra a una casa, “abre una llave e ilumina las habitaciones, tiene su baño, la calefacción, la radio, y dice “!Qué maravilla!”. Cierto. Pero esa maravilla “!qué pobreza está engendrando!”.

Aquí termino. No quiero ganarme el título de Glosador Impertinente, pero terminaré diciendo, como el conferencista, que en la universidad sólo debieran estar los estudiantes con virtud. Los griegos llamaban “sabio” (de sophos) no sólo al que sabía muchas cosas, sino al que era capaz de establecer una armonía entre su querer, su deber y su saber. Y Montesquieu decía que “la libertad no puede consistir en hacer lo que se quiere, sino en querer hacer lo que se debe querer (…) Hablar de libertad es fácil; ser hombre libre es difícil, porque el hombre libre es el hombre disciplinado por la idea del deber…” En el caso de los jóvenes son esos, los disciplinados, los que deben entrar en la Universidad, vengan de donde vengan, tengan los padres que tengan, sean “hijos de un gañán, de un noble o de un picapedrero” —de blancos, de negros o de chinos, añadiríamos nosotros—, pero que sean muchacho(a)s virtuoso(a)s, es decir, creativo(a)s. La palabra latina virtus significa energía. Virtud es energía, energía creadora. El que entra en la universidad careciendo de energía, seguramente está privando de entrar a otro que la tiene, pero que carece de los medios materiales necesarios para entrar. Y cuando se entra, el estudiante debe descubrir que ese espacio tiene creadas las condiciones necesarias para permitirle disfrutar de dos cosas: una vida social más intensa —a través de festivales artísticos, por ejemplo— y el contacto permanente con una proyección ética de alto nivel.

[1] Cf. Don Fernando de los Ríos: La posición de las universidades ante el  problema del mundo actual. La Habana, Publicaciones de la Revista Universidad de la Habana, 1938. La presente carabina es sólo un intento de glosar someramente ese trabajo.

[2] Aunque en España la primera universidad, la de Salamanca, se orientaba en la dirección de Bolonia, la institución no logró disfrutar de plena independencia científica hasta octubre de 1868, gracias a un decreto promulgado con el triunfo de la llamada Revolución de Septiembre.

[3] Como lo eran la España todavía en guerra y la Cuba donde habían quedado atrás los Cien Días de Grau/Guiteras y aún no se había aprobado el proyecto de la Constitución del 40.

[4] Thoreau lo había dicho con otras palabras: “El hombre se ha convertido en instrumento de sus propios instrumentos”.

Tomado de: Cubaperiodistas

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El regreso a las aulas

Foto Cubadebate

Por Graziella Pogolotti

Todos, aun los menos apegados al estudio, esperaban con impaciencia la hora de regresar a las aulas. La escuela, después del vínculo primario establecido por la familia, constituye el espacio primordial de aprendizaje de la socialización entre los seres humanos. Es lugar de encuentro intergeneracional y entre coetáneos, donde se comparte la relación con el maestro y la que se desarrolla en el juego, entre las actividades comunes y en la iniciación a la solidaridad fundamental derivada de la ayuda mutua.

Las medidas de aislamiento impuestas para contrarrestar el avance de la pandemia mostraron la necesidad de todos respecto al mantenimiento de un intercambio personal, más cercano y tangible que la interconexión por vía digital.

La sensación de soledad introdujo angustia y desasosiego, que generaron en muchos la exigencia de apelar a la ayuda sicológica. El vacío provocado por la incomunicación, una de las lecciones aprendidas con la COVID-19, colocó en primer plano la existencia de un sitio reservado a la espiritualidad, reclamo inseparable de nuestro proyecto social que le concede la debida importancia a la educación y la cultura. Estos factores de cohesión entre los seres humanos, concebidos en el contexto de nuestra estrategia de desarrollo económico, resultan insoslayables inversiones a mediano y largo plazos y ambos están sujetos a un proceso de permanente perfeccionamiento.

Maestro ha sido un término escrito tradicionalmente con mayúscula. Además de transmitir conocimientos, quien enseña conduce a sus discípulos por los caminos de la vida. El filósofo Aristóteles fue escogido para formar a Alejandro Magno. Pero, sobre todo, José Martí conquistó ese apelativo con una prédica sustentada en una percepción profunda de las inquietudes de sus interlocutores. En la preparación de la Guerra Necesaria sembró valores que perduraron, paradigmas con vistas a la República que habría de nacer, presididos por el llamado a la utilidad de la virtud, visión rayana en la herejía en una sociedad dominada por el mercantilismo y en una noción de la competitividad que incitaba a la lucha de todos contra todos.

Para garantizar el cabal desempeño de la responsabilidad que le corresponde, el maestro debe recuperar autoridad en la comunidad, como consejero de los padres, nunca como mero productor de evaluaciones más o menos satisfactorias. Tendrá que lograrlo mediante una superación permanente, dirigida no solo a asegurar habilidades metodológicas, sino también a la profundización en el conocimiento de las disciplinas fundamentales y en el dominio de la sicología de niños y adolescentes. Logrará entonces cumplir su cometido de guía capaz de estimular el despertar de vocaciones en las nuevas generaciones. El pleno cumplimiento de una estrategia de desarrollo integral del país requiere la emergencia de una fuerza laboral cada vez más calificada, dotada de un sentido del trabajo en tanto forma de realización personal, nunca limitada a la consecución de una remuneración más ventajosa.

Ese espíritu ha estimulado durante años la formación de científicos de alta calificación que están demostrando en la actualidad el valor inestimable de su contribución social. Alentados por esas perspectivas, los jóvenes descubrirán la posibilidad concreta de edificar proyectos de vida, garantía de arraigo en el ámbito de la localidad y de conquistar espacio de reconocimiento en el plano nacional. La pandemia ha demostrado la disposición común a comprometerse en el enfrentamiento a una amenaza. Sin caer en tentaciones paternalistas, hay que concederles vías de acción y voz en la nueva normalidad.

Los efectos sicológicos del confinamiento requerido para contrarrestar la propagación de la enfermedad revelan la demanda subyacente de vida espiritual, insatisfecha con la recepción pasiva de los mensajes transmitidos por los medios de comunicación. Esa necesidad sustantiva de la existencia humana encuentra salida primaria en el tejido de alianzas grupales construido a través de las redes sociales, respuesta limitada a la demanda de encuentro y diálogo, de reconocimiento de sí y de descubrimiento del otro.

Apenas entreabiertas las puertas con la cautela debida y la protección necesaria, los jóvenes han salido a las calles en procura de lugares propicios al diálogo. Esa demanda, formulada a veces de manera inconsciente, corresponde al ámbito de lo que acostumbramos llamar cultura, palabra derivada de cultivo, mucho más abarcadora en su alcance que la muy recomendable «recreación sana». Su amplio espectro institucional debe tender puentes entre el auspicio a la creación artística y el acceso mayoritario a los saberes depositados en el legado patrimonial, en las bibliotecas y museos, en las salas de conciertos abiertas a diversos públicos y habrá de permear, con su influencia, a los medios de comunicación.

Cultura y educación constituyen una inversión rentable en lo inmediato, así como a mediano y largo plazos. Casi simultáneamente, en los 60 del pasado siglo, se procedió a impulsar la Campaña de Alfabetización, se implementó la Reforma Universitaria y se fundaron centros de investigación científica cuando apenas disponíamos de bachilleres. El resultado de aquella audaz operación se ha traducido en contribución decisiva al progreso del país. Hay que seguir sembrando porque el porvenir toca a las puertas en cada amanecer.

Tomado de: Juventud Rebelde

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Catherine Murphy: «A los que tienen el poder en EE. UU. no les conviene erradicar el analfabetismo» (+Video)

Catherine Murphy. Documentalista y educadora estadounidense

Por Helena Villar @HelenaVillarRT

El analfabetismo es un problema «invisibilizado» en EE.UU., señala en una entrevista a RT la educadora y documentalista estadounidense Catherine Murphy. ¿Por qué aún no se han cumplido muchas reclamaciones de los activistas de educación? ¿Cómo puede ser que muchos analfabetos funcionales en EE.UU. se hayan graduado de la escuela secundaria? ¿Qué podemos aprender hoy de la campaña de alfabetización cubana de los años 60? Véanlo en RT.

La educadora y documentalista estadounidense Catherine Murphy opina que a quienes ostentan el poder en EE.UU. «les favorece que no haya alfabetización universal, les favorece si hay muchas personas con bajo nivel educativo».

Los ciudadanos con «baja alfabetización» —dice Murphy— «no se organizan tanto, no reclaman tanto, no exigen tanto, es como una manera de obligarlos a un sistema de castas, en el cual siempre están relegados a empleos de bajos ingresos», y ese es precisamente el objetivo de los gobernantes, para poder «llevar a cabo el tipo de capitalismo» que pretenden.

De acuerdo a la documentalista, se trata de un problema «invisibilizado». Así, cita un estudio nacional de EE.UU., de 1998, en el que se reveló que uno de cada cinco adultos en el país, con más de 16 años, «no tenían las herramientas de lectura suficiente para llenar una planilla para pedir un empleo o para llenar una boleta de votación», es decir, son analfabetos funcionales, muchos de ellos han terminado el bachillerato.

Las experiencias de Cuba y Nicaragua

Murphy es una de las responsables de The Literacy Project, un proyecto que busca recoger, en documentales, las experiencias de alfabetización en algunas partes del mundo.

El primer documental de este proyecto es ‘Maestra’, que muestra la campaña de alfabetización de Cuba, lanzada en 1961, y con la cual más de 700.000 cubanos aprendieron a leer y a escribir en un año.

«En la Cuba de aquel momento había 6 millones de habitantes, un millón de ellos no podían leer ni escribir, entonces, fue como parte de la plataforma de la Revolución Cubana, entre varias cosas claves, que iban a transformar esa situación de baja tasa de alfabetismo», explica.

El documental es el relato de ocho mujeres que, siendo niñas y adolescentes, formaron parte del batallón de 250.000 voluntarios que participaron en la campaña. Señala que, además de la hazaña educativa nacional, «fue también como una especie de liberación masiva de la mujer», puesto que más de la mitad de los educadores eran féminas.

El segundo documental de The Literacy Project es ‘Cruzada’ y está enfocado en la campaña de alfabetización en Nicaragua en la década de 1980.

Tomado de: Russia Today

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Cuando sea grande

Foto Periódico Público

Por Graziella Pogolotti

A causa de la pandemia, el mes de septiembre en curso despierta un sentimiento de nostalgia en muchos habaneros. Ha faltado la multicolor animación callejera que provoca la súbita invasión de la muchachada con sus mochilas y uniformes escolares, expresión tangible de una de las indiscutibles conquistas de la Revolución: la universalización del acceso gratuito a la enseñanza.

En mi caso particular, ese panorama ofrecía el suplemento de un disfrute específico. Confieso que me gustaba ir a la escuela, donde saciaba mi inagotable curiosidad por conocer las cosas del mundo y de la vida. Por añadidura, confinada a un universo de adultos, en ese espacio privilegiado compartía con mis coetáneos la diversión y los pequeños secretos.

Para protegernos de oídos indiscretos, habíamos incorporado el lenguaje de señas de los sordos con el objetivo de intercambiar mensajes de importancia mayor. Cada inicio de curso generaba las expectativas asociadas a las vísperas de un estreno. Conoceríamos nuevos maestros y, quizá, a algún compañero de reciente incorporación al grupo. Como quien viste traje nuevo, acopiábamos libros y libretas para entregarnos a la tarea placentera de forrarlos, puesto que también estos eran merecedores de vestiduras de estreno.

Lamentablemente, por una nefasta tendencia a la sobreprotección, con el paso de los años los padres han suplantado a sus hijos en el ejercicio de esas prácticas. Por esas vías y otras similares se ha ido cercenando la siembra del sentido de responsabilidad, factor esencial en la formación de las nuevas generaciones. Valores fundamentales para garantizar la necesaria cohesión social, la disciplina y la responsabilidad no se desarrollan mediante prédicas y mucho menos a través de la muy extendida alternancia entre permisividad y corrección paterna, cinturón en mano. Cristalizan a través de la incorporación de conductas en el hogar y en la escuela. Ese eje fundamental se ha ido desplazando progresivamente entre nosotros.

No creo cometer herejía al proponer un análisis integral de los problemas causados por la desmesurada sobreprotección, lo cual no implica renunciar al indispensable amparo demandado por los sectores más vulnerables. Las actitudes sobreprotectoras entrañan una inconsciente subestimación del otro, mutilante del desarrollo de la personalidad humana y de la adquisición de capacidades para afrontar los desafíos que impone la vida. Conducen, en última instancia, a inhibir la maduración del sentido de responsabilidad social.

Desde las primeras edades, la criatura debe asumir hábitos tendientes a hacerse cargo de áreas de creciente importancia. Al iniciarse en los primeros pasos de la escolaridad le corresponde discernir los materiales que habrá de incluir en su mochila. Sucede con frecuencia, por lo contrario, que esta rutina cotidiana es asumida por los adultos, quienes se ocupan de realizar en el hogar los ejercicios prácticos encomendados mientras el escolar se abstrae escuchando música a través de audífonos, con lo cual se frustra el cabal cumplimiento del proceso de aprendizaje.

Si el resultado final resulta insatisfactorio, la responsabilidad recae en las insuficiencias del maestro o en el descuido de los padres. Sin duda, estas deficiencias existen. Merecen un análisis independiente relacionado con otro debate significativo, vinculado con las consecuencias sociales de la expansión de la enseñanza a distancia, condicionada por las medidas dirigidas a frenar la aceleración de los contagios del coronavirus. Tal y como se viene planteando en muchos países, el abandono de las clases presenciales acentuará el abismo entre los privilegiados con acceso a los recursos de las nuevas tecnologías y aquellos otros que nada tienen y carecen además de una familia con la formación intelectual requerida para ofrecer orientación y consejos en sustitución del papel que corresponde desempeñar al maestro distante.

Volviendo a mis recuerdos infantiles, la convicción de que mis resultados docentes dependían por entero de mi actitud ante el estudio, se convirtió en una segunda naturaleza. También aprendí, en la práctica concreta, que me tocaba colaborar en tareas hogareñas. De la responsabilidad asumida en la célula básica de la sociedad, dimanó mi conciencia ciudadana. Rechazaba con violencia la ñoñería en el trato con los adultos, como si mi corta edad significara manquedad mental. Me proyectaba hacia el porvenir. Soñaba con llegar a ser grande, vale decir, adulta. Entonces, según contaba Dora Alonso, alcanzaría la condición de intelectual. Creo haberlo logrado venciendo obstáculos de todo tipo, incluyendo los impuestos por la ceguera, en el acceso al conocimiento y en la amplitud del radio de mis relaciones sociales. Cada obstáculo vencido me ha deparado instantes luminosos de plenitud y felicidad. Me había preparado para la vida.

La Revolución promovió una acelerada dinámica social. Los hijos de campesinos recién alfabetizados se cuentan hoy entre nuestros más reputados científicos y entre los artistas de más amplio reconocimiento internacional. Sin embargo, la memoria de un ayer doloroso generó una errónea manera de interpretar la prédica martiana en cuanto a que «los niños nacen para ser felices». La felicidad no consiste en prolongar la infancia en un permanente estadio de holgada irresponsabilidad. La felicidad verdadera se fundamenta en la posibilidad de alcanzar la plenitud espiritual, reconocer la belleza del crepúsculo, el calor de la mano afectuosa, la íntima satisfacción producida por el gesto generoso y el disfrute de la obra bien hecha, de la floración de la planta recién sembrada por el campesino, el maestro, el médico y el constructor.

«Empínate», dijo Mariana Grajales al menor de sus hijos. De eso se trata en la encrucijada actual. Acosados por el bloqueo, se nos plantean dos desafíos simultáneos, el crecimiento económico y el enfrentamiento al subdesarrollo. Crecimiento y desarrollo no son sinónimos, porque el aumento del Producto Interno Bruto no garantiza el desarrollo humano, premisa estratégica de nuestro proyecto social. Para lograr ambas cosas requerimos recursos humanos altamente calificados a fin de generar valor agregado a nuestros productos, competir en el mercado internacional y ofrecer respuestas adecuadas a los cambios que impone una realidad siempre mutante.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

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