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Condiciones para una exitosa película crítica con el capitalismo

Fotograma de No mires arriba (Estados Unidos, 2021) de Adam McKay

Por Pascual Serrano @pascual_serrano

La exitosa película de Netflix ‘No mires arriba’ (ojo, spoilers) ha abierto un debate sobre el cine crítico con nuestro modelo moderno de sociedad, sus liderazgos políticos, sus medios de comunicación, sus redes sociales… Recordemos que recientemente también tuvo gran repercusión la serie de la misma plataforma ‘El juego del calamar’, que presentaba una situación económica y social capaz de llevarnos a cometer barbaridades. Es como si, desde el mismo capitalismo, la plataforma hubiese descubierto un filón explotando comercialmente películas o series que muestren la cara más miserable de nuestras modernas sociedades.

Sin embargo, a pesar de que aparentan una contundente sátira y tratan personajes y situaciones sin piedad, observamos en ellas unas características y unas limitaciones que nos hacen sospechar de la intención de su crítica.

Veamos cuáles son, a la luz de los ejemplos anteriores, cómo debe ser una adecuada película crítica con el capitalismo para ser tan exitosa como inocua. Es verdad que todas las características que repasamos no se cumplen en todos los casos, pero creo que son patrones bastante frecuentes.

  1. Debe ser divertida. Vivimos en la sociedad de la diversión y el entretenimiento, nada debe alejarnos de eso. Pase lo que pase es importante reírnos durante toda la película. ‘No mires arriba’ es el ejemplo más evidente. Nos parecen patéticos unos presentadores de televisión que ríen y hacen bromas y chistes mientras les cuentan que un meteorito va a destruir la Tierra, al mismo tiempo que nosotros nos estamos también riendo de las bromas y chistes de una película sobre un meteorito que destruye la Tierra. Ocurre lo mismo en ‘Idiocracia’, una distopía en clave de humor, donde la raza humana ha degenerado intelectualmente.
  2. Los ricos y poderosos deben parecer decadentes y ridículos. Lo observamos en ‘No mires arriba’ y se aprecia todavía más en ‘Los juegos del hambre’, donde el aspecto de los poderosos se llevaba al extremo del ridículo y la ostentación. También lo comprobamos en ‘El juego del calamar’, en las escenas donde aparecen esos ricos que pagan por observar el desarrollo del juego, sebosos y depravados, uno de ellos termina humillado y doblegado por un personajes en un acto justiciero, pero sin ninguna trascendencia. De ese modo, las audiencias, que nunca se consideran decadentes y ridículas y que odian a los poderosos, estarán encantadas con el símil de la película y con la apariencia patética de ricachones y gobernantes.

En la película ‘Los Productores’, de 1968, un empresario de teatro llega a la conclusión de que si estrena una obra mala de solemnidad será más negocio que si es buena, porque no tendrá que repartir beneficios y se podrá quedar con el dinero de todos los inversores. Eligen la obra adecuada, que es un musical de apología nazi y de Hitler, en el estreno parece que el público, como era de esperar se indigna y hace amago de abandonar la sala, pero en un determinado momento aparece una escena en que Hitler sale ridiculizado, el público comienza a reír y aplaudir entusiasmado y la obra termina siendo un éxito. Ya en aquellos tiempos descubrieron que si haces a la gente reír y el malo parece tonto puedes colarles lo que quieras, aunque sea el retrato benevolente de un genocida.

  1. Es importante que el poder se presente con una identidad ambigua e indefinida, no se concretará en multinacionales con nombre, fondos de inversión o determinados gobiernos o políticos. Por eso en ‘No mires arriba’, unos ven como la presidenta de la nación a Hillary Clinton, otros a Trump y otro, el ego patrio desmesurado, a Isabel Díaz Ayuso. De hecho han aparecido negacionistas y ultraderechistas aplaudiendo la película junto a políticos de izquierda como Pablo Iglesias o el exdiputado de Ciudadanos Juan Carlos Girauta. Una reseña de eCartelera titulaba «Comunismo, negacionismo, Trump… ¿qué critica realmente ‘No mires arriba’? Los espectadores no se aclaran».
  2. Los pobres y miserables pueden aparecer, no se ocultan, de esa manera la audiencia reconoce una determinada realidad y la película gana credibilidad. Sin embargo, no se identifica fácilmente a los responsables de esa pobreza, ni siquiera parece que sea un problema por el que preocuparse. Es el caso de ‘Nomadland’, indigentes alegres que viven en una caravana y mueren entre sonrisas por no tener una medicación para el riñón, sin amago de crítica para la sociedad que provoca ese problema. Ninguna identificación hacia el modelo sanitario privado del país, los gobiernos que no les dan cobertura, las farmacéuticas que cobran un precio disparatado por los medicamentos.

En ‘El juego del calamar’ no se explica qué modelo financiero es el que lleva a esas personas a participar en el juego para saldar unas deudas tremendas y que les arruinan la vida. Ni se profundiza en la paradoja de la joven que huyó de la Corea del Norte comunista para acabar en esa situación.

  1. No debe haber ninguna opción alternativa al sistema que se denuncia. El ejemplo más elocuente es ‘Joker’, el levantamiento de una ciudadanía indignada se hace en torno a un psicópata. No hay propuesta ni alternativa, solo una revuelta violenta y absurda. Algo que también está ocurriendo en demasiadas ocasiones en la vida real, donde sociedades explotan furiosamente sin saber ni qué proponen ni a dónde quieren ir. En otra antigua película que describe el poder de la televisión, ‘Network, un mundo implacable’, de 1976, un presentador fracasado inicia una fase de demencia cuando va a ser despedido y en sus últimos programas comienza a hacer un llamamiento para que la gente salga a gritar a las ventanas diciendo que están hartos. Él mismo deja claro que no sabe cómo arreglar nada ni cuál es la alternativa, pero que salgan a la ventana a gritar su enfado. El resultado es espectacular, la gente comienza a hacerlo y él se convierte en un referente de la rebeldía.
  2. No hay líderes subversivos con un plan de lucha ni objetivos de liberación, por muy desesperada que sea la situación nunca hay un Espartaco. Y mucho menos un partido organizado que lidere una movilización como en los clásicos italianos de ‘Novecento’ o ‘Los Camaradas’.

El final de ‘No mires arriba’ es de lo más reaccionario por su resignación. En ella los científicos sensatos optan, ante el desprecio al que les someten y la llegada del fin del mundo, a juntarse a cenar con sus familias y rezar. Muy subversivo no parece.

  1. En otras ocasiones, el pobre, por muy héroe que se presente, simplemente se busca la vida de forma individual o familiar, nunca de forma colectiva. Es el caso de ‘Parásitos’, sencillamente una familia que se busca la vida y cuya única aspiración es tener dinero y confort. Incluso la lucha de la supervivencia en ‘Los juegos del hambre’, por mucho que admiren la cooperación, es inviable porque debes matar al resto de desgraciados para sobrevivir.
  2. Siempre tienes que parecer más listo que todos los que salen en la película. Hasta ahora los malos eran muy malos, ahora deben ser también muy tontos, muy simplones (‘No mires arriba’ es el ejemplo perfecto). Es el mismo modelo que se repite en las redes sociales, donde todos nos reímos y nos burlamos de los que mandan, cualquiera de nosotros está convencido de ser más inteligente que todos esos que nos gobiernan. Mientras, esos supuestos tontos que mandan, Rajoy, Ayuso, Trump o Biden, nos van jodiendo la vida. Pero… y lo tontos que son, y lo que nos reímos de ellos.

No se trata de hacer una enmienda a la totalidad de esas películas que triunfan en el mercado y que se presentan como críticas contra el capitalismo. Sin duda, son mejores que la media y aportan elementos valiosos de reflexión. Pero es importante que seamos capaces de observar las grietas en su discurso revolucionario que no lo es tanto, que nos fijemos en las trampas para hacernos creen que son más subversivas de lo que son, que no perdamos de vista los agujeros por los que cuelan patrones mentales reaccionarios o desmovilizadores sin que nos demos cuenta, y que no olvidemos que una película siempre termina siendo inocua para el sistema.

Tomado de: El Diario

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Algunas claves sobre Israel y Palestina

La imagen que se ha convertido en símbolo de la resistencia palestina en Gaza

Por Olga Rodríguez @olgarodriguezfr

No, el conflicto palestino–israelí no es un conflicto sin más. Es la historia de una ocupación ilegal por parte de Israel y de unas políticas discriminatorias que suponen, de facto, un apartheid contra la población palestina. Así lo han denunciado este año organizaciones de prestigio como Human Rights Watch o la organización israelí de derechos humanos B’tselem. Por eso centrar el foco exclusivamente en Gaza es contar solo una de las partes de ese mal llamado conflicto.

Gaza es el escenario escogido por Israel para escenificar el enfrentamiento y el castigo. Es el plató donde muestra sus golpes aleccionadores. Es el lugar donde pretende que todo el mundo mire, para poder reducir la realidad a una máxima que viene a decir algo así: lo único que hacemos es luchar contra Hamás, que es una organización terrorista que tiene que ser bombardeada porque desarrolla proyectiles que matan a civiles. Con ello Israel pretende justificar lo injustificable: sus masacres de civiles, menores incluidos, sus castigos colectivos contra viviendas y centros de prensa (en solo tres días ha destruido las oficinas de más de 20 medios de comunicación en Gaza, violando la ley internacional).

La asimetría es incuestionable. Según datos de Naciones Unidas, desde 2008 hasta 2020 hay 5.590 palestinos muertos por ataques israelíes y 115.000 heridos. En el mismo periodo hubo 251 muertos israelíes por ataques palestinos y 5.600 heridos. Entre 2000 y 2014 el 87% de los muertos fueron palestinos y el 13% israelíes, según datos B’tselem. En la ofensiva actual hay ya, cuando escribo estas líneas, más de 200 palestinos muertos, entre ellos 60 menores, y 10 israelíes.

El inicio de la ocupación israelí

Hay una célebre frase de la que fuera primera ministra israelí, Golda Meir: «No existe el pueblo palestino. Esto no es como si nosotros hubiéramos venido a ponerles en la puerta de la calle y apoderarnos de su país. Ellos no existen». «Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra» es una vieja premisa que parte de negar la existencia del pueblo palestino que habitaba y habita esas tierras desde hace muchos siglos.

En los años cuarenta del siglo XX se crearon organizaciones terroristas que se definían a sí mismas como judías, con el objetivo de terminar con el mandato británico sobre Palestina y de adquirir terrenos pertenecientes a los palestinos. Para ello planearon numerosos atentados, como el que asesinó al primer mediador en la zona de Naciones Unidas, el diplomático sueco Folke Bernadotte o el perpetrado contra el hotel King David, donde murieron 92 personas, entre ellas 28 británicas.

En los años cuarenta la mayoría de la gente que poblaba Palestina eran palestinos, árabes, junto con una pequeña comunidad judía que llevaba siglos habitando la zona y con miles de judíos europeos sionistas que habían llegado a finales del siglo XIX huyendo de las persecuciones y en busca de un territorio propio. Esa idea de un país propio no se materializaría hasta el final de la II Guerra Mundial, cuando decenas de miles de judíos procedentes de diferentes lugares del planeta llegaron para construir el Estado judío. Muchos habían sobrevivido al Holocausto. Esa ocupación de territorio ajeno desembocó en la creación del Estado israelí en 1948, aceptado por unas Naciones Unidas con un enorme sentimiento de culpa por lo ocurrido durante la II Guerra Mundial. Ese Estado fue diseñado por la ONU a través de un plan de partición que asignaba el 54% de Palestina a la comunidad judía (llegada la mayoría tras el Holocausto) y el resto, a los palestinos. Jerusalén quedaba como enclave internacional.

La limpieza étnica contra la población palestina

Pero ya antes de la creación del Estado israelí las fuerzas armadas clandestinas judías –así se autodenominaban– ocuparon territorios palestinos que la ONU no les había asignado. Para ello expulsaron a miles de palestinos y asesinaron a cientos, a través del llamado Plan Dalet, que perseguía el control de la vía que unía Jerusalén con Tel Aviv. Aquello fue una limpieza étnica, definida como tal incluso por historiadores israelíes como Ilan Pappé, con el propósito de levantar un Estado de mayoría judía.

Las masacres perpetradas en Deir Yassin o Tantura son ejemplo de ello. Como ha escrito el historiador israelí sionista Benny Morris, «con la suficiente perspectiva resulta evidente que lo que se produjo en Palestina en 1948 fue una suerte de limpieza étnica perpetrada por los judíos en las zonas árabes». Varias aldeas palestinas fueron destruidas y el camino a Tel Aviv quedó en manos israelíes.

Después, cuando en mayo del 48 se anunció la creación de Israel, las naciones árabes vecinas declararon la guerra al nuevo país, temerosas de que éste pretendiese perseguir un sueño que sigue estando en la mente de parte del sionismo actual: el de constituir el Gran Israel, anexionándose territorios pertenecientes a Egipto, la Transjordania de entonces o Siria. También pensaron los países vecinos que si Israel podía ocupar territorio palestino, ¿por qué ellos no?

En aquella guerra del 48 las fuerzas israelíes, superiores en fuerza y en capacidad estratégica, aprovecharon para ocupar más espacio y expulsar a cientos de miles de palestinos. De ese modo Israel pasó de tener el 54% de territorio asignado por la ONU a disponer del 78%. Más de 700.000 palestinos fueron expulsados de sus tierras entre 1947 y 1948.

Posteriormente, en la Guerra de los Seis Días en 1967 Israel ocuparía el 22% del territorio restante: Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, originando nuevas masas de refugiados. También se anexionó ilegalmente el Sinaí egipcio y los Altos del Golán sirios. A día de hoy viven en Cisjordania 450.000 colonos judíos.

Las leyes para la ocupación

Tras la guerra del 48 muchos palestinos intentaron regresar a sus hogares, pero las tropas israelíes se lo impidieron, a pesar de que en diciembre de 1948 Naciones Unidos aprobó la resolución 194, incumplida hasta el día de hoy, confirmada en repetidas ocasiones y ratificada en la resolución 3236 de 1974, que establecía el derecho de los refugiados a regresar a sus hogares o a recibir indemnizaciones.

Muchos de los palestinos que hoy en día viven en Gaza son refugiados, expulsados o descendientes de los expulsados en 1948. Solo pudieron permanecer dentro de Israel, en muchos casos como desplazados, unos 150.000 palestinos, el 15% de la población, que en 1952 accedieron a la ciudadanía. Son los llamados árabes israelíes.

Ley de Bienes Ausentes

Para que Israel pudiera ser un Estado de mayoría judía el primer Gobierno, con David Ben Gurion como primer ministro, organizó la recolonización de las tierras y la gestión de los llamados bienes inmuebles «abandonados». Para ello aprobó en 1950 la Ley de Bienes Ausentes, que gestionó el traspaso a manos judías de las viviendas de palestinos, no solo de quienes habían sido expulsados fuera de las fronteras israelíes, sino también de aquellos que fueron reubicados dentro de las fronteras del Estado israelí.

También se aprobaron otras leyes que prohibieron la venta o transferencia de tierras para garantizar que no cayeran en manos palestinas, y que permitían decretar la expropiación de bienes por interés público o declarar una superficie como «zona militar cerrada», lo que impedía a los propietarios de la misma reclamarla como suya. De ese modo, 64.000 viviendas de palestinos ya habían pasado a manos judías en 1958.

Mantener la mayoría judía

Otra de las leyes fundamentales y una de las más controvertidas es la Ley del Retorno, que confirma esa insistencia en el carácter judío del Estado a través de la concesión de privilegios a los judíos. Esta ley concede el derecho a la ciudadanía de todos los judíos del mundo, de los hijos, nietos y cónyuges de los judíos, así como de quienes se conviertan al judaísmo. Sin embargo, no incluye a los judíos de nacimiento convertidos a otra religión y de hecho se ha denegado la ciudadanía a varios judíos convertidos al cristianismo.

Es decir, un palestino nacido antes del 48 en el área de Tel Aviv cuyo padre, abuelo, bisabuelo y tatarabuelo hubieran nacido allí no puede ir ni vivir en Tel Aviv, ni sus descendientes, pero un español que se convierta al judaísmo sí tiene derecho a residir en Israel y a obtener la ciudadanía. Además, es probable que pudiera acceder a ayudas económicas del Estado para financiar estudios o adaptación a su nuevo hogar.

En 2003 se construyó un escalón más en esta política exclusivista con la aprobación de la Ley de Ciudadanía y Entrada en Israel, que indica que los palestinos de Cisjordania o Gaza menores de 35 años y las palestinas de Cisjordania o Gaza menores de 25 años no podrán residir en territorio israelí aunque se casen con un/a israelí. Sin embargo, si cualquier europeo contrae matrimonio con un ciudadano o ciudadana israelí tendrá derecho tanto a la residencia como a la ciudadanía.

La cuestión demográfica

Nada de lo que ocurre en Israel y en los Territorios Ocupados Palestinos puede entenderse sin tener en cuenta este objetivo, el de mantener la mayoría judía. Para ello Israel excluye el concepto de ciudadanía universal. Si aceptara como ciudadanos a los palestinos de Gaza y Cisjordania –territorios que controla y ocupa– su concepción como Estado judío estaría en peligro, ya que la población judía dejaría de ser la mayoritaria. Esta cuestión demográfica explica la limpieza étnica realizada en el pasado y el apartheid aplicado en el presente.

El contexto político

La última ofensiva israelí, todavía en pleno curso, se produce en un contexto político delicado para el Gobierno actual. El primer ministro Benjamin Netanyahu se enfrenta a un juicio por corrupción del que pretende librarse. Tras las últimas elecciones no consiguió formar gobierno, por lo que el presidente del país encomendó la misión al líder del partido Hay un futuro, Yair Lapid, quien estaba en plenas negociaciones en busca de acuerdos cuando estalló la ofensiva. La situación actual en Gaza retrasa las posibilidades de ese nuevo Ejecutivo israelí y facilita al primer ministro Netanyahu mantenerse en su puesto por el momento.

Por otro lado, la Autoridad Nacional Palestina debería haber celebrado elecciones este mes, pero de nuevo las ha retrasado, con la excusa de que Israel no iba a permitir votar a los palestinos de Jerusalén Este. El presidente palestino Mahmoud Abbas, del partido Al Fatah, fue elegido en 2005 por un mandato de cuatro años que tenía que haber concluido en 2009.

La movilización civil palestina

Hay otros dos asuntos clave para entender lo que pasa estos días: La voluntad de colonos judíos de expulsar de sus viviendas a varias familias palestinas que habitan el barrio Sheikh Jarrah, en la Jerusalén Este ocupada, (una amenaza de expulsión que explicaré con detalle en un próximo artículo) y el ataque israelí a la mezquita de Al Aqsa cuando sus feligreses rezaban tranquilamente por la noche durante el Ramadán.

Ambos episodios han provocado una reacción de solidaridad y unión entre la población palestina de Cisjordania y también entre la población árabe israelí, que ha salido a manifestarse en varias ciudades del Estado hebreo, algo que no ocurría desde hacía tiempo. A su vez, Hamás lanzó hace una semana un ultimátum a Israel exigiéndole la evacuación tanto de Al Aqsa como del barrio Sheikh Jarrah.

Lo que ocurre en Israel y en los Territorios Ocupados no es un conflicto simétrico, entre otras cosas porque uno de los bandos es un Estado, mientras que el otro no dispone ni de Estado ni de Ejército. Las cifras de muertos y heridos en estas décadas hablan por sí solas.

El daño a la población palestina es incuestionable. Hamás ha matado a civiles israelíes con sus cohetes, y es terrible. Pero eso no justifica ninguna de las violaciones sistemáticas contra los derechos humanos que comete Israel de manera cotidiana. El «conflicto» no va de un enfrentamiento entre religiones, sino de un colonialismo en pleno siglo XXI y de la reacción frente a ello.

Hamás nace 39 años después de la creación de Israel

La movilización civil de la población palestina en estas semanas está dando una lección a sus propios dirigentes y dificulta el éxito de esa narrativa israelí que pretende centrarlo todo en Gaza y en Hamás, afirmando que toda la Franja es objetivo potencial justificable. No, los palestinos no son solo Hamás. Algunos apoyan a esta organización porque creen que es el único recurso que tienen para responder a la ocupación y al apartheid. Otros muchos la rechazan. Lo particular de este capítulo es la reacción de miles de ciudadanos palestinos dentro de las fronteras israelíes que han salido a la calle en ciudades como Acre, Lydd, Ramla o Haifa y la acción de protesta coordinada de la población palestina.

Israel no se limita, como dice, a actuar en respuesta a los proyectiles de Hamás. Lo que pasa en la zona a día de hoy no se puede entender ni explicar sin tener en cuenta la cuestión demográfica, la ocupación y el apartheid. La ocupación israelí comenzó en los años cuarenta del siglo pasado, cuando Hamás no existía. Desde entonces hasta la creación de la organización islámica pasaron 39 años. Durante ese periodo varios grupos protagonizaron la resistencia palestina, todos ellos de carácter principalmente laico. Hamás no fue fundada hasta el año 1987, al calor de la Primera Intifada palestina. En 2001 lanzó su primer cohete, 53 años después del inicio de la ocupación, expulsión y discriminación contra los palestinos. En 2004, 56 años después, uno de esos cohetes provocó por primera vez víctimas mortales en la ciudad israelí de Sederot.

Tomado de: El Diario

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