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¿Hacia dónde va Chile?

Foto DW

Por Emir Sader

Chile entró en una dinámica determinada cuando comenzaron las mayores movilizaciones desde el regreso de la democracia, hace dos años. Movilizaciones que conquistaron la convocatoria de una Convención Constituyente, con la elección de parlamentarios, con mayoría de representantes electos independientes, con el Frente Amplio —organización de la nueva izquierda— en primer lugar.

La nueva Constitución, con paridad de género y con representación directa de los mapuches —quienes eligieron a la presidenta de la Constituyente, Elisa Loncón—, ya comenzaba a elaborarse, siempre en una dinámica progresista. Cuando empezó la dinámica de la elección presidencial, el proceso constituyente quedó medio en la sombra y se proyectó una disputa que tuvo un resultado contradictorio con las tendencias de la nueva carta magna.

Tras fluctuaciones en las urnas, el resultado de la primera vuelta colocó al candidato de extrema derecha, José Antonio Kast, en primer lugar, con una diferencia de alrededor del 2% frente a Gabriel Boric, del Frente Amplio. La noticia más importante fue el voto de un candidato que parecía bizarro, Franco Parisi, que hizo campaña desde Alabama, en Estados Unidos, porque no puede regresar a Chile debido a una multa millonaria de pensión que le debe a su exmujer. Quedó en tercer lugar, superando a la presidenciable del Partido Socialista y la Democracia Cristiana —coalición que había gobernado el país desde la vuelta a la democracia— y al candidato del presidente de mala reputación Sebastián Piñera.

La proyección para la segunda vuelta favorece, en una primera evaluación, a Kast, que podría contar con los votos de Parisi y Sebastián Sichel, el candidato de Piñera, que suman el 25% de los votos. Mientras que Boric debe contar con los votos de los candidatos de la Democracia Cristiana-Partido Socialista, Yasna Provoste y del Partido Progresista, Marco Enriquéz-Ominami, cuyos sufragios combinados rondan el 20%. En caso de que se produzcan estas transferencias, Kast ampliaría su ventaja a alrededor del 7%.

¿Cuáles son los nuevos factores que cambiaron las encuestas y proyectaron el favoritismo del candidato de extrema derecha en la segunda vuelta?

Antes que nada, está la presencia en Chile del mismo fenómeno que hay en otros países latinoamericanos —Brasil y Argentina, entre otros— con la proyección ascendente de candidatos de extrema derecha. En Chile, Kast exploró temas como la lucha contra la corrupción y la vieja política —se distanció de Piñera, también para no sufrir el desgaste del actual presidente—, contra el Estado y a favor de la privatización, la lucha contra la violencia, la lucha contra la inmigración —un tema delicado en el norte del país— y un programa económico neoliberal, reivindicando tanto a Pinochet como a Bolsonaro, mientras que en otros países, incluso la derecha intentó distanciarse del presidente brasileño.

El candidato del Frente Amplio, Gabriel Boric, defiende un programa clásico de la nueva izquierda: antineoliberal en la economía, defensor de las políticas para preservar el medio ambiente, las políticas de los movimientos de mujeres, la descentralización política, favoreciendo a las regiones más atrasadas del país.

Parisi defiende un programa económico neoliberal, antipolítico y antiestatal, con una apariencia liberal, en defensa del “pueblo”, como lo expresó en nombre del partido que creó: el Partido de la Gente. Terminó capitalizando el voto de jóvenes, que solían abstenerse, en la primera vuelta.

Chile aprobó hace unos años el fin del voto obligatorio, lo que provocó una caída radical de la participación electoral. Una gran parte de los jóvenes ni siquiera se inscribió en el padrón electoral. Los presidentes, como la propia Michelle Bachelet, fueron elegidos con menos del 30% de los votos. Más de la mitad de los chilenos comenzaron a abstenerse.

Incluso con las movilizaciones de los últimos dos años, la participación electoral en estas elecciones se mantuvo baja: 47, %, es decir, con abstención de más del 50%. Este universo sigue siendo la variable que eventualmente puede cambiar el resultado de la primera a la segunda vuelta.

En cualquier caso, el panorama político de Chile ha cambiado. La extrema derecha muestra mucha fuerza. Los partidos tradicionales —Partido Socialista y Democracia Cristiana— prácticamente desaparecen como fuerzas importantes, aunque mantienen una cierta banca en el nuevo Parlamento. La nueva izquierda, el Frente Amplio, ocupa el centro de las alternativas del progresismo.

Una eventual victoria de Kast dejará a Chile en una situación de aislamiento, contando con el gobierno brasileño, en el último año del mandato de Bolsonaro. Si Lula es elegido, la alianza de los tres países más grandes de América Latina —Brasil, Argentina y México— contribuirá de manera decisiva a consolidar este aislamiento.

La segunda vuelta, el 19 de diciembre, será muy disputada y los resultados dependerán de la transferencia de votos de los otros dos candidatos a Kast, manteniendo el universo actual de votantes. O de que la izquierda logre descifrar a los abstencionistas y movilice a una parte significativa de ellos, volviendo a repartir las cartas del juego y consiguiendo el voto a su favor. Los jóvenes, que fueron protagonistas fundamentales en las movilizaciones de los últimos dos años, pueden ser decisivos para este giro.

Tomado de: Página/12

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Chile: malos tiempos para la ética política

Foto Sputnik Mundo

Por Marcos Roitman Rosenmann

En Chile la ilusión de estar viviendo un proceso constituyente radical, de transformación democrática se desvanece. Las macroelecciones dejan un resultado poco esperanzador. Dentro de un mes, el posible triunfo de la extrema derecha pinochetista es un mal presagio. Pero no podemos dejar pasar el nuevo mapa que se dibuja tras las elecciones parlamentarias. La derecha controla ambas cámaras. El pacto de transición (1988-90), entre las fuerzas armadas y los representantes políticos que le dieron vida, llega a su fin. El parlamento, ya en crisis, tiene nuevos actores y hay que reinventar alianzas y pactos. Si hablamos de la derecha, la coalición hegemónica Chile Podemos Más cohabitará con una derecha neofascista, cuya presencia ha dejado de ser marginal. Se trata del Frente Social Cristiano, encarnado en la figura de José Antonio Kast, y formado por el Partido Republicano y el Partido Conservador Cristiano. En este contexto, UDI, RN y Evópoli, con 59 diputados, seguirán siendo la principal fuerza parlamentaria, pero deberán pactar a su derecha con el Frente Social Cristiano. Sus 15 diputados serán necesarios para articular mayorías. El chantaje será el arma política para mantener atada en corto a la derecha que negoció la transición, y según Katz abandonó sus postulados para plegarse a los designios de la izquierda marxista. Asistiremos, con seguridad, a un discurso más beligerante y anticomunista. Pero no ha sido este el único desprendimiento en la derecha, el Partido por la Gente, con seis diputados, creado ad hoc y legalizado en julio de 2021, inaugura su andadura. Para ello candidateó a Franco Parisi, economista conocido por sus programas de radio y televisión, adulador de la economía de mercado, quien ha fijado su residencia en Estados Unidos, sin participar en los debates. Cuesta creer que 891 mil 566 chilenos le otorgasen su voto, convirtiendo a Parisi en el tercer candidato más votado, por delante de Sebastián Sichel, de Chile Vamos. Sus motivos para “pedir asilo”, según sus declaraciones, se deben al proceso judicial que le condena a pagar una millonaria deuda de pensión alimentaria a sus hijos.

Por el otro lado, los partidos que han configurado la Concertación, hoy Nuevo Pacto Social, acaban haciendo aguas. Aunque se mantiene la alianza entre socialistas, democratacristianos, Partido Radical y Partido por la Democracia, sus resultados no han sido mejores que Apruebo Dignidad, donde se agrupan el Frente Amplio, el Partido Comunista, Comunes y Verdes. Ambas coaliciones han obtenido igual número de escaños: 37. La novedad es la juventud de sus diputados. La vieja generación de líderes y dirigentes ha sido desbancada, lo cual supone un cambio que acabará repercutiendo en los discursos, los comportamientos y actitudes a la hora de enfrentar los pactos, lo cual no necesariamente debe traducirse en un ideario más a la izquierda, anticapitalista y contra el neoliberalismo.

Así, en segunda vuelta, a pesar de en­tender que el triunfo de Kast, el 19 de diciembre, sería la confirmación de la peor de las opciones posibles, el probable triunfo de Gabriel Boric, dejaría un presidente debilitado. La derecha, con mayoría en ambas cámaras, podrá desarrollar una política de cortapisa, retrotrayendo el país a los años más oscuros del pinochetismo político y, de paso, convertirse en un dique a la Convención Constituyente, aislando a sus convencionales situados a la izquierda y decididos a cambiar el modelo. En esta tarea contaría con la colaboración de una parte importante de los independientes, socialdemócratas y democristianos de los partidos que firmaron el 15 de noviembre de 2019 el pacto de la traición.

Si dentro de un mes, votar a Gabriel Boric se piensa como freno a José Antonio Kast, sus opciones están en buscar alianzas con la socialdemocracia y la democracia cristiana, en otros términos, con la vieja Concertación, y atraerse los votos del progresista Marco Enrique Ominami (7.61 por ciento) y de Unión Patriótica, Eduardo Artés (1.47), secretario general del Partido Comunista Chileno (Acción Proletaria). Sin olvidar la necesidad de movilización social. Los índices de abstención se elevan a 52 por ciento. De los 15 millones 30 mil 973 ciudadanos con derecho a voto, lo ejercieron 7 millones 93 mil 303. En pocas palabras, uno de cada dos chilenos se abstuvo. La despolitización, la corrupción, el descrédito de los partidos, la pérdida de confianza en las instituciones públicas, la falta de una opción ilusionante en la izquierda, un proyecto real, por encima de discursos grandilocuentes, genera desafección y desinterés. Ahí está otro triunfo cultural del neoliberalismo chileno, relegar la política a un espacio emocional de marketing electoral, desligándola de su sentido ético de construcción de dignidad y ciudadanía plena.

En definitiva, la disyuntiva en Gabriel Boric y Jose Antonio Kast pierde relevancia si entra en la ecuación la nueva composición parlamentaria, sin por ello restarle importancia. No son lo mismo. Pero la realidad es tozuda. Boric, si quiere recuperar terreno, deberá buscar la confianza de los sectores medios, los empresarios, las trasnacionales y los organismos internacionales, lo cual le conduce a posicionarse en favor de la economía de mercado, los tratados de libre comercio y suavizar su rechazo al neoliberalismo. Entre la espada y la pared, si triunfa, su gobierno dará tumbos entre el desencanto y la frustración. José Antonio Kast es el candidato de la derecha, todas las derechas, y harán lo posible para suavizar el discurso xenófobo, racista y violento, maquillando sus declaraciones. Si lo consiguen, tendrán mucho ganado. El Chile real dista mucho de aquel imaginado hace apenas un año con el proceso constituyente. La tendencia es a reconstituir el proceso neoliberal bajo nuevas formas y para ello, da lo mismo ocho que 80.

Tomado de: La Jornada

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Elecciones presidenciales en Estados Unidos: la democracia del dinero

Foto The Milwaukee Independent

Por Rafael González Morales

Las elecciones presidenciales en Estados Unidos, presentadas como una de las expresiones más ilustrativas de la denominada “democracia americana”, tienen características muy contradictorias en su funcionamiento. Algunas de sus manifestaciones son: los votantes que acuden a las urnas lo hacen un día laborable; aproximadamente casi 100 millones de estadounidenses con capacidad electoral deciden no votar como sucedió en el 2016; las minorías son víctimas de hostigamiento e intimidación; las regulaciones electorales son muy engorrosas y paradójicamente es posible que uno de los candidatos pueda convertirse en presidente sin ganar el voto popular.

Es un sistema que en la práctica excluye a millones de potenciales electores, promueve la desconfianza sobre la transparencia y legitimidad de sus resultados y hace difícil los procesos de registro, solicitud de boletas y ejercicio del voto. Lo más insólito, es que tiene respaldo constitucional para que la voluntad de la mayoría de los votantes sea desconocida como ocurrió en las últimas elecciones presidenciales cuando Hillary Clinton obtuvo casi 3 millones de votos más que Donald Trump.

Según una reciente investigación titulada «100 millones: La historia no contada de los estadounidenses que no votan» realizada por la Knight Foundation y la firma consultora especializada Bendixen & Amandi International, ese 43% de ciudadanos norteamericanos que deciden no acudir a las urnas están profundamente desmotivados. Las razones fundamentales de su comportamiento son: consideran que el sistema electoral es corrupto, desconfían en su funcionamiento, valoran que los comicios no representan la voluntad del pueblo, el voto popular no determina el resultado de las elecciones y no se sienten atraídos por ninguno de los candidatos.

Por lo tanto, es un sistema electoral que ha colapsado y sus cimientos descansan en su piedra angular: el dinero. Por ese motivo, cualquier aspirante a la Casa Blanca requiere recaudar y gastar decenas de millones de dólares si pretende ganar. Sin embargo, no es posible disponer de esas grandes sumas sin la participación activa de la élite económica estadounidense que busca proteger a toda costa sus intereses corporativos. Tanto los candidatos presidenciales republicanos como los demócratas han establecido tácitamente como consenso bipartidista inalterable que lo único imprescindible en las elecciones es el dinero.

En ese sentido y solo para ilustrar, durante la campaña presidencial del 2016 entre ambos aspirantes gastaron un total de 2 400 millones de dólares. Pero esa cifra será superada y este ciclo electoral impondrá un récord histórico al romper la barrera de los 3 mil millones. Según un artículo investigativo publicado por el New York Times el pasado 7 de septiembre, la campaña de Trump hasta julio había recaudado 1 100 millones y si le sumamos los 210 de agosto sería un total de 1 310 millones. Por su parte, de acuerdo a los datos de la Comisión Electoral Federal y a la suma recaudada en agosto, Joseph Biden ha recibido 843 millones.

Entre ambos candidatos ya han superado los 2 mil millones y todavía restan las semanas decisivas de la campaña en la que se intensifican las acciones de recaudación y se incrementan exponencialmente los gastos. Según la firma estadounidense Kantar/CMAG, especializada en monitorear el gasto en publicidad, entre los dos aspirantes ya tienen comprometido hasta noviembre 445 millones solamente en anuncios televisivos. De ese total, 111 millones serán destinados exclusivamente para la Florida. Recientemente el multimillonario Michael Blommberg declaró que invertiría 100 millones adicionales para financiar la estrategia comunicativa de Biden en ese propio estado.

Todas estas cifras aumentarán considerablemente cuando se contabilice el dinero empleado en financiar los anuncios en las redes sociales. De acuerdo al sitio web Open Secrets, hasta mediados de agosto Trump gastó 41 millones en anuncios en Facebook y Biden 31 millones en esa misma plataforma tecnológica. El posicionamiento de mensajes en estos espacios constituye una prioridad dentro del diseño electoral de ambas campañas que están obligadas a contratar a compañías y consultores especializados en materia de comunicación política digital.

Este juego electoral está sustentado en una maquinaria financiera diseñada y puesta en marcha por los principales donantes multimillonarios que consideran las elecciones como un momento ideal para invertir su capital. Por lo tanto, todo lo concerniente a los comicios constituye para los diferentes sectores de la élite económica un negocio de alcance estratégico y han creado las condiciones para que legalmente no se sepa ni siquiera cuánto dinero están donando. En ese sentido, desde 2010 es una práctica habitual la circulación del denominado “dinero oscuro” que procede de donantes que no declaran su identidad a los registros oficiales, lo que está respaldado por una decisión de la Corte Suprema en el caso Citizen United.

Según Open Secrets, una reciente investigación sobre este tipo de donaciones arrojó que solamente el 10% de este dinero es reportado por las campañas políticas a la Comisión Electoral Federal. El estudio también concluyó que en estas elecciones entre ambos candidatos han recibido aproximadamente 350 millones por ese concepto. En esencia, las “reglas” que rigen el financiamiento electoral son tan flexibles que en la actualidad no se sabe con certeza cuánto dinero recauda y gasta cada aspirante. Las cifras que se divulgan son las que declaran las campañas según sus cálculos políticos e intereses. La realidad indica que cualquier estimado sobre estos montos es una aproximación conservadora. En la práctica, el dinero fluye sin límites en función de preservar los intereses del gran capital.

Según la revista Forbes, hasta el pasado mes de agosto Biden había recibido donaciones de 131 multimillonarios estadounidenses y en el caso de Trump se reportaban aportes financieros de 99 billonarios. De acuerdo al sitio Open Secrets, las principales contribuciones para ambos candidatos provienen del sector financiero, compañías inmobiliarias, empresas de seguros, fondos de inversiones, firmas de abogados y corporaciones vinculadas al sector energético. En el caso de Biden, además sobresalen aportes importantes provenientes de las compañías asociadas a las nuevas tecnologías, así como de directivos de la televisión y el cine.

También se han realizado donaciones que ascienden a 224 millones por parte de organizaciones e instituciones republicanas y demócratas calificadas como “ideológicas” que promueven temas de diversa índole. Desde el punto de vista de la distribución geográfica, la mayor cantidad de dinero proviene de California (117 millones), Nueva York (72 millones), Florida (37 millones), Washington DC (34) y Texas (32), territorios en los que existe una alta concentración de billonarios y donde tienen su sede gran parte de las compañías más poderosas del país.

El respaldo financiero de Trump se ha originado en fuentes diversas que van desde influyentes compañías de petróleo y gas, poderosos inversionistas, magnates inmobiliarios hasta amigos cercanos vinculados al sector financiero, de la industria del entretenimiento y las nuevas tecnologías. Entre sus principales donantes sobresalen billonarios del área energética como: Kelcy Warren, CEO del gigante de oleoductos Energy Transfer Partners, el magnate petrolero Harold Hamm dueño de la compañía Continental Resources y Jeff Hilderman propietario de Hilcorp Oil. Además, también ha realizado contribuciones Jim Justice, actual gobernador de Virginia Occidental y billonario con inversiones en este sector. Entre todos han aportado más de 20 millones de dólares.

Según Open Secrets, Trump ha recaudado entre los sectores inmobiliario, de seguro y financiero aproximadamente 43 millones. Entre sus contribuyentes más significativos están: Steve Wynn, magnate de casinos y hoteles de Las Vegas, Stephen Schwarzman CEO de Blackstone uno de los principales bancos de inversión, Andrew Beal importante banquero de Texas y los hermanos Lorenzo y Frank Fertitta dueños de varios casinos. De su entorno más cercano, sobresalen sus amigos millonarios Ike Perlmutter, director ejecutivo de la productora Marvel Entertainment y Peter Thiel, cofundador de la plataforma de pagos en línea PayPal e integrante de la junta directiva de Facebook. El principal donante individual de Trump ha sido Timothy Mellon, miembro de una de las familias más ricas de Estados Unidos, con 10 millones.

Como dato de interés, el segundo estado que más dinero ha aportado a la campaña de Trump ha sido la Florida con 37 millones y las contribuciones provienen fundamentalmente de Miami Beach, North Palm Beach, Boca Ratón, Palm Beach y West Palm Beach. Por lo tanto, hacia el sur se concentran los más “generosos” contribuyentes del candidato republicano en una campaña marcada por la promoción del odio, la violencia y la denominada “lucha contra el socialismo”.

El apoyo financiero a Biden se ha centralizado fundamentalmente en cinco áreas: el sector financiero de Wall Street con más de 50 millones de dólares, las compañías de las nuevas tecnologías con sede en el Valle del Silicio en California que han aportado más de 20 millones, las firmas de abogados, los bienes raíces y la industria del entretenimiento. Entre sus principales donantes sobresalen los influyentes banqueros: James Attwood, director ejecutivo de Carlyle Group; Josh Bekenstein, codirector de Bain Capital; Alan Leventhal, jefe ejecutivo de Beacon Capital y Jonathan Gray, presidente de Blackstone. Todos ellos además de aportar dinero han organizado eventos de recaudación de fondos en este sector.

El candidato demócrata ha sido respaldado por varios multimillonarios vinculados a las nuevas tecnologías, entre los que se destacan: Reed Hastings, cofundador de Netflix; Connie Ballmer, filántropa y esposa de Steve Ballmer ex CEO de Microsoft; Laurene P Jobs, esposa del cofundador de Apple; Eric Schmidt, ex director ejecutivo de Google y Reid Hoffman fundador de la red social LinkedIn. Entre los donantes de la industria cinematográfica resaltan Steven Spielberg y la filántropa Mellody Hobson, esposa del productor George Lucas. La familia Pritzker dueña del consorcio hotelero Hyatt y propietaria de una de las fortunas más grandes en Estados Unidos también ha financiado a Biden. Uno de los principales donantes individuales ha sido el filántropo George Soros, quien en este ciclo electoral ha ofrecido 8 millones.

Según un artículo publicado recientemente en The Washington Post, hasta este momento Trump ha gastado alrededor de 800 millones y Biden 414. Por lo tanto, en apenas unos meses ambos candidatos han invertido más de 1 200 millones de dólares en el camino hacia la Casa Blanca y por si fuera poco ha trascendido que el candidato republicano está valorando desembolsar 100 millones de su fortuna personal para reelegirse. En esencia, todo esto es posible porque existe un sistema electoral concebido para garantizar y defender los intereses de la élite económica que solo puede funcionar bajo las reglas de la democracia del dinero.

Tomado de: http://www.contextolatinoamericano.com

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