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Fernando Buen Abad: El cine tiene que interpelarse (II parte y final)

Foto Flor de Paz

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Para Ambrosio Fornet

Fernando Buen Abad, en esta segunda parte de la entrevista, asume responder dispares interrogaciones y problemáticas nada ajenas a los desafíos del cine cubano y universal. Asuntos que convergen en torno a la comunicación y a los símbolos como herramientas del trabajo intelectual, la praxis del debate y las urgencias temáticas que distinguen al cine contemporáneo. Desmenuza en claves concretas, los usos de métodos científicos en la edificación de contenidos o la integración de filósofos en los equipos de realización cinematográfica.

El capital simbólico y las políticas culturales en Nuestra América, la lectura y la construcción del gusto, son también capítulos abordados en este dialogo, fruto del análisis, las lecturas y las prácticas culturales. Todo un empeño para compartir la sabiduría de un hombre moral.

—Apelamos reiteradamente nosotros, los de izquierda, en nuestras escaladas comunicacionales a las consignas, a las frases hechas, ¿le parece un recurso eficaz para el abordaje de las ideas y para la comprensión de los complejos procesos culturales, políticos, sociales, económicos?

Susana, la película de Luis Buñuel, por ejemplo, que tiene varios nombres según los países, este realizador usa un cliché, un estereotipo del melodrama para desarmar toda la moral burguesa y reírse de ella de manera irónica. Creo que es como si usted va al dentista y le dicen: “¿qué cantidad de anestesia le ponemos para actuar sobre su dentadura?” Pues, depende de la ubicación de la muela si se necesita una aguja larga o más o menos líquido. Y, quizás, si es algo menor, ni requiera la anestesia. Entonces, saber qué elementos tienen la fuerza, depende del escenario, de las condiciones reales en que vamos a dar la batalla simbólica.

“En las conversaciones de familia, charlando sobre los problemas del país, la política, etcétera, uno lo habla en tono coloquial, familiar, cercano, cálido, se esmera en hacerse entender y en construir algún tipo de consenso. Difícilmente usted terminará una conversación coloquial de familia diciendo: “Patria o Muerte, Venceremos”, salvo que fuera necesario, pero ese es el criterio.

“¿Cuál es el propósito de la interlocución que se establece? Depende de si el destinatario necesita un grito de barricada, si es preciso exhibir las armas, mostrar los uniformes, la estrategia, la táctica, el avance, los éxitos. O si vamos al intimismo y reflexionamos. El mundo está tapizado de padecimientos de todo tipo y podríamos hacer algo solidario, pues nos apuramos todos en algún tipo de actividad u organización, etcétera.

“Entonces, yo no desprecio así a ultranza la presencia de los enunciados duros, incluso de las frases hechas, solamente no quisiera que fueran sólo frases hechas porque sí, o que por simplismo, facilismo, ignorancia, inmediatez, o yo no sé cuántos vicios narrativos rehúya a esforzarme por respetar la inteligencia de aquel con el que yo tengo una interlocución y quiera resolver todo diciéndole: `Si no conoces mi consigna estás fuera del mapa´, como tantas veces pasa”.

—Usted plantea la necesidad de construir un capital simbólico. Desde mi percepción, en Cuba, apelamos, de manera reiterada, a la consigna, y detrás de esa reiteración lo que aflora es, tal vez, el desconocimiento o la no evaluación de otros recursos comunicacionales que logran los mismos objetivos. Se avistan reacciones en la sociedad cubana hoy, a la consigna colmada por la saturación, y la saturación, usted lo sabe como experto en comunicación, genera rechazo.

—Sí.

—Rechazar la consigna por la saturación no se traduce en que usted no comparta los pilares que la sustentan, y es que la saturación la mancha.

—Sobre todo si la saturación, si la consigna se usa para eclipsar lo serio del malestar. Esta es una ecuación que hemos visto durísimo en la Argentina, mientras la gente está descontenta por la inflación que les está asfixiando el salario, porque hay problemas que vienen acumulados desde hace mucho tiempo, etcétera, la consigna política no puede venir a ser sustituto de ese malestar que exige un diálogo, que exige respuestas, que exige soluciones, y que sin ser el enemigo un buen día dices: “Bueno, es que no me escuchas cada vez que te digo hay hambre, hay carestía, hay especulación, hay maltrato, hay autoritarismo, y tú me sales con que Viva San Martín. Sigo diciendo, viva San Martín pero a ti ya no te creo.

Foto Flor de Paz

—El intelectual cubano, Ambrosio Fornet, en un artículo subraya:

“Una ideología, —o, en sentido general, una visión del mundo— no se “hereda”: se conquista. Dicho en otras palabras: una idea sólo se hace convicción cuando se conquista. Y para que ese proceso de apropiación orgánica se cumpla tiene que haber debates, aclaraciones, contradicciones, dudas…”[i]. ¿No es pertinente este escenario que nos dibuja Fornet para socializar nuestras ideas? ¿Cuáles son para usted los temas más urgentes que deberían abordar los cineastas en un espacio de esta naturaleza?

—Quisiera decir algo que valiera la pena, porque es tan complejo eso. Si lo llevo al plano de lo que creo, porque esto merece un consenso, debería ser producto de una especie de encuesta permanente de cómo hoy se hace con internet la nube de pensamiento, cuáles palabras andan dando vuelta como para saber por dónde andan los universos conceptuales, o las semiósferas.

—¿Cuáles son las urgencias ante un preterido debate entre cineastas?

—Diría que la dignidad, ese es un tema central en el contexto del pensamiento de la filosofía de nuestro tiempo, donde reina el individualismo por acuerdo, por convenio, por decisión incluso organizada de la Asociación Mundial de Filosofía, que este año se dedicó a volver al individuo, a contrapelo de esas tendencias dominantes en la hegemonía del pensar. Yo reflexiono la necesidad de lo otro, que es la urgencia de la dignificación y lo que todo eso significa visto en clave de lucha de clases.

“Hay profesores, enormes profesores, que hacen esfuerzos ingentes todos los días para brindarse y brindar a sus estudiantes el trabajo de construir, elevar el nivel de la conciencia, que implica elevar el nivel de la participación sobre la realidad. Ese trabajo pasa desapercibido, de manera tan injusta que casi el solo hecho de hacer visible una historia así dignifica la conducta y la actitud fundamentalmente humana. Es una forma del humanismo, pero lo mismo diría usted ahora, por ejemplo, de los enfermeros y enfermeras en Argentina, que no son considerados profesionales en su empleo, y por eso ganan mucho menos sueldo, y por eso son considerados como personal de asistencia, casi como servidumbre; no profesionales por más títulos que tengan. Esos compañeros han hecho un trabajo silencioso durante la pandemia, invisibilizado, terriblemente difícil, porque para sí y para sus familias ha sido un reto tremendo, y no hay dignificación de ese esfuerzo. Esa gente es consciente de que, incluso, desdobla afecto humano, amoroso, por tenderle la mano a otro que no se hace visible por ningún lado. Son cosas muy dolorosas.

“Necesitamos con urgencia esos grandes e importantes destellos de lo humano. Hay quienes hacen sentir bien a los demás cuando ofrecen un saludo cordial al interactuar en su trabajo. Yo diría, gestemos una corriente de producción de sentido fílmico en el que nos dedicáramos a rastrear con profundidad las grandes expresiones de la dignidad humana y lo que dignifica a lo humano, que hay tantísimo. Eso propiciaría, estoy seguro, un caldo de cultivo, de ánimo, de fraternidad, incluso hasta para cambiar la frecuencia del pensar”.

—Usted afirma que hoy es imprescindible la confección de métodos científicos para la producción de contenido ¿Es válida también esa aseveración para el campo del cine?

—Sí, urgentemente. Pero también ahí tenemos que reformular la concepción de la ciencia, porque para muchas personas esa palabra significa una cosa rara que practican unos señores en un laboratorio y han de saber por qué se llamará ciencia. Algunas personas piensan que ciencia es algo oculto, misterioso y, encima tiene prestigio y eso está mal. Nosotros tenemos la tarea de hacer también una gran revolución de la ciencia como herramienta de combate para la dignificación.

“Cuba hoy es un líder extraordinariamente potente en el campo de las ciencias, con la fabricación de las vacunas. En verdad han dado un ejemplo. Lo digo sin empacho, porque creo saber lo que estoy diciendo en ese terreno. Es una de las expresiones de humanismo contemporáneo más portentosas que se ha dado en los años recientes. Las vacunas tienen una base de laboratorios, de bioquímica, de células, de moléculas, pero implican también una vocación ética, humanística y moral, de envergadura trascendental. Mientras, muchos líderes y gobiernos en este mundo han ido corriendo desesperados a obedecer cualquier condición que le imponen los laboratorios médicos, incluso de manera humillante, sé lo que le digo porque en la Argentina fue humillante cómo se comportó Pfizer con el gobierno argentino. Por la urgencia y por el chantaje tuvieron que acceder a mil cosas para tener vacunas. Bueno, pues Cuba no hace nada de eso, todo lo contrario, ofrece un baluarte que compite y mejora un montón de cosas de las vacunas. Entonces, esa construcción de este relato es un desafío al respecto.

“La ciencia tiene que convertirse en ciencia para construir el relato, ciencia para auto revisarse en términos de sus epistemologías y de sus funcionalidades, y ciencia para hacerse cercana, amiga, fraterna de los pueblos que la auspician, ese es el otro asunto que nos ha faltado saldar. Verdad que todavía, hoy, me cuesta trabajo encontrarme con amigos o directores de cine que estén sentados pensando cómo instrumentar modelos científico-semióticos para el diseño de sus proyectos fílmicos”.

—“No debería haber filósofos desempleados”, dice usted en otra zona del libro, y agrega: “hay un trabajo inmenso donde, por ejemplo, la filosofía debe prestar sus servicios inmediatamente”. ¿Cómo se articularía esta ciencia en la producción del cine contemporáneo?

—Así lo creo. No debería haber producción ni de un solo guion cinematográfico que no tuviera el concurso interdisciplinario, transdisciplinario, multidisciplinario, de filósofos. Algunos guionistas, basados, en casi exclusivamente su capricho, hacen decir a sus personajes cosas que son tan huecas, tan tontas y tan contradictorias, que si hubiera una pequeña caja de resonancia histórica que dijera: ´Mira, esa clase de respuesta era lógica y pertinente en el Renacimiento porque para entonces la psicología de los personajes tenía este sello´. “Mientras, esa persona sigue hablando bajo la premisa de tales valores y el traslado al presente de esos diálogos se hace más o menos insostenible. Pero hay una proyección de tiempo, de contextos, incluso de vocabularios que fueron creciendo sobre la base de la filosofía, no de la filosofía oficial, sino del filosofar, del sentido común, que permite identificar esos trazos de modelos de pensamientos, de estructuras, de silogismos, etcétera, que un filósofo puede manejar y así ayudar a enriquecer ese tránsito de la construcción de la psicología de un personaje en un guion. Después hay, dependiendo de la ambición de la película, escenarios históricos con personajes dialogando, ausentes de toda asesoría de connotación semántica, diciendo aberraciones.

“Ayer, conversando con la filósofa Isabel Monal, decía: “Qué irresponsabilidad enorme hay en tanta gente que habla del concepto sociedad civil incluso de manera totalmente anacrónica”, y no se sabe cuáles son los troncos, digamos, del pensamiento, de una unidad conceptual tan compleja como esa, y es que no se dieron los quince minutos que les hacían falta para ir a buscar un texto donde eso está explicado, y podrían haber dicho: `No, compadre, hay que darle una vuelta al término porque esto hay que armarlo correctamente´.

“Pero hay otra forma, que tiene una connotación más historicista; otro campo de observación donde el filósofo puede ayudar al director de cine a mirar a través de la lente, en la composición del cuadro, por ejemplo. Hay un conjunto de reflexiones sobre lo que se ve tras el recorte en la toma y acerca de qué va a pasar en ese espacio durante ese tiempo.

“Esta es la coordenada, lugar y tiempo, si uno la analiza filosóficamente, como hacía Tarkovski. Hay un documental hermosísimo en el que se hace totalmente visible que Tarkovski siempre quería perfecta simetría en el banquito que estaba puesto con respecto a una mesa y la profundidad de la ventana que tenía que quedar en cierto ángulo, porque en la psicología del conjunto de los acontecimientos era indispensable un punto de contexto simétrico para el espacio fílmico. Esta discusión puede darla un tipo que esté pensando filosóficamente en el ambiente, en el espacio, en el texto y en el contexto, y el director puede necesitar y podría aprovecharse mucho de eso.

“Lo mismo podría decirle para el sonido, y acerca de un conjunto de planos que se entrenan desde la reflexión con la filosofía y que tarde o temprano hacen falta en una película. Según mi hipótesis, la reflexión humana profunda sobre los conflictos de la vida que el cine aborda, o debería abordar, en realidad se tratan de mejor manera cuando los años han pasado y se ha madurado. Algunos directores de cine confiesan, incluso, que se sienten mucho más cómodos y más contentos, conforme pasan los años porque están siendo más —entre comillas— sabios, es decir, más filósofos, con lo que están filmando.

“A mí me parece que esta es una veta para explorar, para tratar muy en serio, y sobre todo para oponerla al facilismo, al simplismo, y a toda esta petulancia que hay en cierta juventud que se lanza al cine pensando que mostrar, exhibir o que poner en una escena, es lo mismo que construir un clímax o una reflexión sobre el espacio.

“Me viene a la cabeza Buñuel y su preocupación por la posición del actor en el momento en que reacciona a algo que sucede en un diálogo. Él decía —alguna vez hablé con él—: `El misterio de la respuesta´, la siempre inquietante situación del sujeto que pensando algo en una situación de diálogo puede develar su propio ser, su propia vida, su propio destino, su esencia misma como persona ante la provocación de una pregunta. Y decía él: `Qué fascinante en un diálogo ver cuánto de lo que alguien emite en un enunciado está provocando en el otro. Ese instante es la expectativa del asombro´. Ahí hay una riqueza humana muy potente, que algunos jóvenes no están trabajando y no les importa”.

Foto Flor de Paz

—¿Qué significa revolucionar los significados, transformar los ya existentes o hacerlo desde otras bases?

—En primer lugar, no comprometerlos con sus contradicciones. Un significado es un bicho vivo, es un órgano vivo, es un organismo. Un significado no es una letra muerta ni una piedra que, ni siquiera esa metáfora me sirve, no es una entidad fija, quieta, inamovible; yo no sabría, siquiera, buscar un ejemplo de algo que no lo hubiera cambiado desde que nació como significado. Se mueve todo el tiempo. Una cosa es que se mueva porque envejece, porque se marchita, porque ya nadie lo usa, como algunas palabras que van desapareciendo porque entran en un cajón del olvido, y otra cosa es que uno, entendiendo lo que significa hoy, por ejemplo, Patria o Muerte como entidad simbólica tan potente, en el país en el que patria significa humanidad, esta es su acta de nacimiento simbólica. A esa expresión, si hoy se abre una contradicción, porque se fisura por golpes externos, o porque vienen generaciones que tienen que entender de manera renovada esta herencia, o porque hay acontecimientos nuevos que la enriquecen, como los aportes científicos, o los aportes educativos, o los aportes deportivos, o porque hay un escenario mundial en el que de pronto esta patria cobra otro fulgor, otras amenazas, otras virtudes, esta dinámica va abriendo espacios de contradicción. Hay que trabajar en esas contradicciones, meternos en las contradicciones y ver, en todo caso, en el fondo de la contradicción por qué se abrió, por qué se nos plantea. Porque, por ejemplo, si Cuba hoy como patria, que es humanidad, está produciendo todo lo que produce para la humanidad, para una patria grande que sea toda la humanidad, entonces está obligada a dialogar con una humanidad que es diversidad.

“Creo que hoy esa contradicción de lo que fue, alguna vez, noción que se quedó como emblematizada en una frase, tiene que dinamizarse como una estrategia de comunicación con muchos, distintos interlocutores, porque esa humanidad es principalmente diversidad y no estamos llegando a la diversidad con este diálogo.

“Entonces, revolucionar el campo del sentido es operar en sus contradicciones para que seamos capaces, insisto, estar leyendo en tiempo real y ser capaces de tener el reto de que patria, que es humanidad, sea un campo semántico dialogable con la juventud, que tiene que saber identificar cuál es su historia, cuál es la historia de este sentir, de este sentido, y por qué le pertenece, por qué tiene que apropiárselo en sus propias claves para su propio desarrollo y para su patrimonio como herencia para los que les siguen en la dinámica, en la dialéctica de esto. No puede seguir siendo que signifique lo que significó para la generación que recibió este país un día, con una Revolución triunfante, y que tuvo la audacia de inventar un país de cero.

“Cuando Isabel Monal recibió un teatro, el Teatro Nacional, fue directora de una responsabilidad tan grande como esa. Ella tenía veintisiete o veinticinco años de edad, tan jovencita, y qué responsabilidad tan enorme y qué audacia, esa carga simbólica hoy no es la misma. Es eso, más todo lo que pasó, más lo que tenemos hoy, y yo tengo todas las ganas del mundo de que los jóvenes sean responsables de estos proyectos ahora. En medio de todas las dificultades, sean capaces de transportar la dialéctica de sus contradicciones en esto, potenciadas para una revolución simbólica.

“Abundaría más si pudiéramos entrar en las casuísticas. No es Emiliano Zapata lo que fue en 1910 en México para la juventud, de hecho hay una buena parte de los jóvenes, me consta eso, que no lo reconocen y no saben quién es realmente. Ahora se está haciendo un esfuerzo enorme en México por recuperar; lo que se llama “La cuarta transformación”. Es, entre otras cosas, un proyecto de recuperación simbólica que repone los cuatros grandes momentos históricos de México en un repertorio simbólico y eso ha ayudado a una gran cantidad de jóvenes a percatarse de que son receptores de una herencia enorme de grandes e importantes luchas sociales. Ahora cobran sentido nombres que antes solamente eran como del calendario de las festividades, de las efemérides. Resulta que son los ordenadores de un plan político donde ellos tienen un lugar, eso me parece fantástico en términos de revolución simbólica”.

—Nuestra América cuenta con un poderoso capital simbólico que habita, creo yo, en las faldas del olvido o en las carpetas de asuntos pendientes de las políticas culturales ¿Cómo debemos desempolvar todo ese arsenal y qué protagonismo le asiste al cine en una lógica convergencia con el resto de las expresiones del arte? De eso mismo que usted está hablando es nuestro capital simbólico, Martí, Fidel, como lo es también la historia de nuestro país.

—Sí, las figuras y los episodios que vivieron y que construyeron. Si me guío por lo que está pasando en las escuelas de cine que yo conozco como punto de referencia como la de la UNAM, o el Centro de Capacitación Cinematográfica del gobierno mexicano, o la de San Antonio de los Baños, en Cuba, o la Universidad de Cine en la Argentina, me percato que estamos ante la emergencia de nuevas especialidades fílmicas que están exigiéndonos eso, precisión de especialidad, especialmente esta sobre los campos simbólicos.

“No es lo mismo ver películas ahora en la tele, en la casa, en la tarde, en la noche, o cuando uno puede verlas en los teléfonos o en salas de proyección fílmica digamos convencional, porque el contexto también narra cosas y ayuda a que el relato tenga otras dimensiones. En todo caso, toda esta complejidad y problemática del cine hoy está siendo desafiada porque la exigencia de primer orden es mucha investigación histórica, mucha responsabilidad con la carga de sentido que tienen todas las voces que están incluyéndose hoy. No es tan fácil animarse a hacer una película hoy sobre, por ejemplo, la vida y la obra de Fidel Castro si usted no quiere meterse en camisas de once varas. No es tan fácil asumir eso porque hay un conjunto de determinaciones preliminares que son, cuánto sé, cómo lo sé, desde dónde lo sé, luego, qué quiero decir, cómo y a quiénes, y luego, de esos quiénes cuánto sé de ellos, porque parte de este problema, de entender al interlocutor es conocerlo, aproximarse, escuchar, sentir para ver dónde van a habitar estas propuestas simbólicas que yo voy a hacer, adónde quiero que vivan en ese destinatario, y si hay espacio en esa cabeza para eso o si es posible el hospedaje de esta propuesta simbólica y si va a estar hospedado con dignidad este concepto o va a tener un rincón por allá, como cuando uno tiene una visita indeseable. Cómo se va a dar el espacio donde se hospeda esta idea, en qué dinámica, de qué contexto, de qué cultura y de qué época. Todas estas son exigencias de especificidad para poder darle tratamiento, por lo menos, al cuadro de los personajes históricos que tendremos que asumir en el campo fílmico para hacer este traslado, lo que algunos llaman el trasbasamiento.

“Hay una responsabilidad histórica en todos nosotros, más o menos conscientes o no, de que somos responsables de un trasbasamiento, y tenemos que hacernos cargo de lo que recibimos un día como herencia, como coparticipación de un proyecto, en este caso revolucionario. Nos conduce a potenciar, a refrescar, a reanimar y a repotenciar el futuro mismo de esto, y así todos tendrán sus respectivos papeles en su respectivo momento. El cine tiene esa carga también hoy, y es una especialidad concreta que creo que debería cuidarse, invertirse y desarrollarse como si fuese una joya, con cincuenta o sesenta expertos en este problema trabajando la agenda dura de los más grandes e importantes referentes, y más que referentes, sobre hechos históricos que estamos obligados a trasbasar de manera correcta en términos simbólicos, narrativos. No apelando a la fe ciega, al dogmatismo duro, a un dirigismo de comité central sobre el conjunto de las ideas para que el otro, a la fuerza, piense y admire lo que yo quiero que admire, sino a que lo descubra. Y es posible que el relato sirva a eso.

“La forma de conversar, de proponer, de construir la habitación de este campo simbólico tiene que ser también muy dinámica para que el otro la reciba cordialmente y la invite a florecer en su cabeza y a producir en contacto con su experiencia de vida lo que uno cree que debería ser, lo que nos pasó a nosotros. Yo sigo teniendo en mi oficina, en mi estudio, una foto de Fidel, una foto del Che, una foto de Raúl, una foto de Marx. Los tengo ahí porque me modelan una ética de vida todos los días y a todas horas, pero porque alguien se ocupó del trasbasamiento también.

“He conocido a protagonistas directos y he visto el esfuerzo denodado, la pasión de la vida entregada de compañeros que han convivido con Fidel día y noche. Son testigos. Se desesperan hoy para que la gente no se le olvide que Fidel vio esto, y fundó esto. En esa desesperación habita la urgencia del trasbasamiento. El cine debe tener un instrumental de especialistas, expertos trabajando en eso, y hay que formarlos, y hay que discutirlo, es una decisión política de educación pública de un estado si se preocupa y ocupa de esto.

“Me acaban de distinguir con una medalla, el nombre de un prócer del periodismo cubano, un hombre que asaltó el Cuartel Moncada. Me toca a mí, sino ser ahora motor de trasbasamiento de la información de este personaje hacia todos aquellos que aún no tienen ni idea de quién fue y quién es hoy como campo simbólico que dignifica y representa una condecoración”.

—En el libro que cito usted le dedica un capítulo al tema del gusto y lo incorpora dentro de la arquitectura semiótica, o lo explica de esa manera ¿Entronca este asunto con la disminución sustancial y sustantiva de lectores proactivos hacia una literatura con valores culturales e históricos? ¿Cree que la literatura sigue siendo una herramienta eficaz ante el desbordamiento de las “nuevas tecnologías”, un imprescindible constructor del gusto en la sociedad?

—Sí, claro, ha sido históricamente una de las herramientas forjadoras de las que esculpen tantas funciones, particularmente esta que llamamos gusto. En torno al gusto, se desarrollan cuerpos filosóficos muy importantes, básicamente la estética, que estudia el problema del juicio del gusto y todavía sigue siendo, para muchos, espacio de investigación. Es todo un misterio por qué me gusta lo que me gusta, por qué nos gusta a los mexicanos comer tanto picante. Casi todo el mundo cuando ve que comemos esa cantidad de picante, entran en esta parte de ese concepto tan particular que es del azoro, esa palabra se ha perdido del uso. Cuando uno entra en ese estado de: “¿Cómo es posible que esta gente coma tanto picante?” Incluso los caramelos de los niños tienen picante, qué gusto tan raro es ese. Entonces hay una posición comparativa respecto del gusto que es chistoso, o qué raro, o qué exótico es que estos hagan eso, esa es una posición comparativa, ajena.

“Otra es la que indaga, hombro con hombro, con el otro y dice: “A ver, voy a probar, a comer de a poquito”. Aproximaciones sucesivas al sabor que voy descubriendo, y capaz de que llego al punto en que vuelvo otra vez a no entender, o quizás comparta con él una parte del gusto porque diga: “Mira, es estimulante y saboriza mejor las cosas, en fin, es un condimento, es una historia, es una región que produce trescientas variedades de picante”. Hay otras aproximaciones de la explicación del gusto que nos hacen compartirlo, entenderlo y enriquecer miradas de la diversidad; hay compañeros chinos que andan comiendo cada bicho raro de esa tradición culinaria que dice: “Si camina, para la cocina”, y se lo comen con tal disfrute, con tal gusto, que bueno, nosotros no lo vemos porque estamos desprovistos del conjunto de los factores históricos que determinan ese gusto y no el nuestro. Es una interpelación dura, es un apartado específico que también requiere mucha especialidad, especialización. El debate sobre el gusto tiene una carga ideológica; desde luego, tiene una carga cultural. Hay cosas que gustan por la experiencia física, otras cosas que gustan sólo por pura abstracción, por pura carga de referencias. Usted le pregunta a una persona, ¿a usted le gusta ir a misa?, y dice: Sí. E insiste: ¿Por qué? Y las respuestas puede ser variopintas: porque tengo un éxtasis ante la presencia de un dios o porque veo a mis vecinas y ahí nos saludamos, o porque me gusta confesarme con el padre y salir tranquila. Hay una variedad de respuestas conjuntas o separadas, pero constituyen el juicio `me gusta´ y, por tanto, me gusta y lo hago.

“Hay un paso entre la determinación conceptual de la categoría del placer, del buen sentir, o del displacer, y luego hacer algo, que es acudir a ese placer, repetirlo, multiplicarlo y compartirlo, y esa categoría social es sensacional. En las últimas noches, cenando, no ha faltado quien me diga: “Cómase usted un postrecito magnífico que se come en Cuba”, que es el flan cubano, que todo el mundo gusta de él, que todo el mundo lo comparte, y además, le gusta que ese disfrute guste a otros. Eso lo vuelve social y crea complicidades muy interesantes y fraternidades muy lindas, porque efectivamente, es muy sabroso, pero también porque la calidez con que se invita es fantástica y eso habla de formas del diálogo, formas de la comunicación que tienen claves, imperativos semánticos tal como la invitación a comer el postrecito. Porque me están deseando bienestar, placer, amistad, conversación, sobremesa, un montón de cosas que están contenidas en la semiótica del acto.

“La disputa dura por el sentido es cuando logran dominarnos por el gusto, como pasa en tantas cosas, y nos hacemos adictos a los gustos que nos han impuesto y quedamos muy frágiles, muy a la intemperie. Hay gustos fabricados justamente para dominarnos, el universo industrial de la pornografía lo sabe y ahí se han inventado cosas. Hemos hecho análisis semióticos —están publicados para que se vean sobre algunos discursos de la pornografía— y uno de los casos más llamativos es que aparecen datos de violencia sadomasoquista evidentes o disfrazadas sobre las mujeres y siempre los presentan como que a las mujeres les gusta el maltrato, la ofensa, la humillación. Es una cantidad de abusos de autoridad en la intimidad, que pasan a ser como una especie de componente del gusto manipulado por un modelo ideológico, hasta esos filamentos de las estructuras psicológicas se ha metido el modelo de dominación semiótica en este tema. Ya no hablo del tratamiento de ciertas estructuras, por ejemplo, personas que gustan de cierto tipo de concepto de lujo que no pueden tener, que no van a tener nunca en su vida, que en realidad no necesitarían, pero que abrazan, que hospedan en su estructura simbólica. Hay quienes disfrutan de ver relojes carísimos, de pensar que a través de eso se logra quién sabe qué universo de placeres; o los automóviles, que son una obscenidad lo que cuestan y la tecnología que tienen, en un mundo en donde tantas personas no tienen acceso ni a un hospital. Hay disfrutes, hay gustos, que también recorren umbrales, no es que esté mal que a la gente le guste el diseño, ni las formas, ni los colores, ni las soluciones tecnológicas, no es esa la discusión. La discusión es el gusto por el status que lo diferencia de los otros, un dilema muy serio en nuestro tiempo, yo diría que casi el sesenta o setenta por ciento de los componentes narrativos de dominación están basados en eso: en que te guste”.

[i] 3.           Fornet, Ambrosio: Para presentar el cuarto número de Temas, No 5, 1996, 132-133.

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Fernando Buen Abad: El cine tiene que interpelarse (I parte)

Foto Flor de Paz

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Para Ambrosio Fornet

 Hora y media de palabras cruzadas fueron las esteras de una plática donde emergió todo un arsenal de ideas, apremiantes interrogaciones, necesarias acotaciones. Todo aconteció en una habitación del Hotel Nacional de Cuba, testigo de un dialogo que apuesta por lo sustantivo. El punto de partida, su libro Semiótica para la emancipación[i]. 

La mañana de ese sábado, La Habana mostraba encendidos cúmulos nimbos, dispuestos a subvertir un malecón donde convergen todas las coordenadas posibles. La ciudad afloró mestiza con poblados cromatismos, enriquecida por los acentos de simbologías y relatos que edifican una identidad, muchas. Todo un arsenal que la encumbra, emplazada en el paradigma de todos los surrealismos posibles de Nuestra América. 

A esta cita, iba abrumado por dudas, entrecomillados. Hasta el día anterior, mi entrevistado estuvo sometido a una intensa agenda que incluía conferencias, visitas a instituciones culturales, gremiales, políticas y científicas, encuentros con estudiantes de las artes, el deporte, el magisterio, el derecho y el periodismo. En su programa tuvo entrevistas a medios locales, la participación protagónica en un programa de televisión, más una visita al Complejo escultórico erigido al Comandante Ernesto Che Guevara y sus combatientes, emplazado en la ciudad de Santa Clara, fruto del empeño creativo del artista plástico cubano José Delarra. Todo un abultado y agotador programa, en tan solo nueve días.

 Era de esperar que la entrevista, prevista para el último día de su estancia en Cuba, estuviese marcada por el agotamiento, el cruce de ideas o la argumentación inconclusa, justificada por el cansancio y el rigor de cumplir, cabalmente, todo un itinerario pensado para un hombre, donde la palabra, es una de sus más lúcidas herramientas. Pero el arte final de nuestra conversación fluyó por los pilares de la sabia y vitalidad que lo caracteriza, la de ser un intelectual comprometido.

 Fernando Buen Abad Domínguez (Ciudad de México, 1956) es un versado en Filosofía de la Imagen y de la Comunicación. Los temas de la cultura, la estética y la semiótica son parte de sus cotidianos abordajes narrativos. Es director de cine, egresado de New York University. Ostenta la licenciatura en Ciencias de la Comunicación y Master en Filosofía Política y Doctor en Filosofía. Forma parte del Consejo Consultivo de TeleSUR y de la Asociación Mundial de Estudios Semióticos. El Movimiento Internacional de Documentalistas lo incluye como parte de sus más prominentes miembros. La Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad lo tiene entre sus más activos líderes de opinión. Ostenta, además, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar que otorga el Estado venezolano.

 De su obra ensayística —más de una docena de títulos publicados— vale apuntar: Filosofía de la comunicación (2001), Filosofía de la imagen (2003), Imagen, filosofía y creación (2004), Semiótica para la emancipación (2009), Filosofía de la responsabilidad socialista en comunicación (2012) y Filosofía del humor y de la risa (2013).

 Actualmente lidera del Centro Universitario para la Información y la Comunicación Sean MacBride y del Instituto de Cultura y Comunicación de la Universidad Nacional de Lanús.

 Antes de empezar la entrevista, se alistó una chaqueta, y sin más preámbulos, la primera pregunta.

—En su libro, Semiótica para la emancipación, usted esboza una suerte de sentencia: “Tenemos la obligación de ser mejores, armados con las mejores ideas, expresadas de la mejor manera, en el momento oportuno y en todo lugar, gracias a las fortalezas que da la moral de la lucha revolucionaria, la solvencia profesional y operativa más avanzada, y una columna vertebral ético-política capaz de ajustarse a todas las necesidades de una lucha que es muy compleja y es permanente”. Yo le pregunto, ¿estamos realmente listos para ese escenario dibujado por usted?

—Realmente no. En realidad, esa secuencia de afirmaciones es, digamos, un modelo de razonamiento que contiene la mecánica de fotografiar una realidad que yo veo y al mismo tiempo interrogarme, interrogarnos, sobre cómo estamos interviniendo en esa realidad. Y lo que veo es que no, y que los que nos hemos formado en el campo de la filosofía, de la comunicación, de la semiótica, estamos a la altura de la historia que se está protagonizando ante nuestros ojos.

“Hay una aceleración de la avidez del capitalismo, de la degeneración de un sistema de explotación contra la humanidad. Eso ha involucrado la invención de una complejidad enorme de canalladas tecnológicas, ideológicas, en fin, de todo género.

“Ante este fenómeno, no estamos respondiendo como deberíamos, porque no hemos sabido estudiar el problema, porque no hemos logrado un marco teórico-metodológico que nos permita comprenderlo y/o porque nuestra inmovilidad es un síntoma de cómo nos ha golpeado. Entonces, el texto que citas, y ese primer párrafo, tienen como una mirada de balance ante lo que pasa, con quiénes estamos y dónde estamos. Me salgo y me cuido de no ningunear, de no dar carpetazos y negar, o ser indiferente, ante grandes contribuciones que hay. No estamos navegando a ciegas. Hay faros que iluminan, hay referentes cruciales que han hecho mucho trabajo importante, pero no logra ser, ni en cantidad ni en calidad, el que deberíamos tener.

—En el pensamiento progresista han sido estudiados los recursos de la política, también los de la comunicación ideológica, estética y cultural. Pero estos abordajes suelen quedar, más bien, en el enunciado y no en las necesarias respuestas que debemos edificar en todo su aritmética. ¿Cómo ese escenario dibujado por usted, por su guerrilla semiótica, es una escalada de respuestas? ¿De qué manera se integra el cine a esta tesis, obviamente marcada por las teorías semióticas?

—A pesar de que las circunstancias y de que todavía tenemos insuficiencia de instrumentos, de cuadros, de espacios y de estructuras para poder ofrecer una batalla compleja, no descuido el hecho de que haya incluso episodios basados en una intuición sensacional. Hemos visto el ataque que han dado contra Cuba, esto que se llamó San Isidro.  Hubo una respuesta, un encapsulado del proceso para hacerlo visible, para hacerlo comprensible, para discernir causas, manipulaciones, y tendencias, y todo lo que representó como producto de una ofensiva financiada desde Estados Unidos. Fue una intervención semiótica —así le llamo yo— mediante un discurso del canciller cubano que sirvió como plataforma muy interesante para esclarecer, para hacer transparente todo ese tinglado, esa parafernalia.

“Es probable que el propio canciller jamás definiera su discurso como semiótico, o como una intervención semiótica, pero estoy convencido de que al disputar la producción de sentido en el corazón mismo de una contradicción como la de querer destruir a un pueblo que está proponiendo un desarrollo humanístico, sociológico, político, educativo, se asienta la base de la reflexión que deberíamos estar haciendo.

“Y traslado este asunto al campo del cine. Creo que el cine tiene que interpelarse con urgencia sobre este tema. Recorro con la mayor proximidad que puedo las técnicas de escritura de guiones para cine y veo que no hay una disputa semiótica seria en el fondo de la producción de los guiones, porque en general, si se explora cualquier guion de cualquier película, incluyendo las comerciales, puede apreciarse a lo largo del desarrollo de la historia la presencia de una cadena de problemas sociales, humanos, tecnológicos, que llenan el escenario narrativo.

“Estos, son una interpelación al que escribe el guion y al que va a ver la película, respecto a cuánto conocemos realmente los problemas que se representan en esa estructura narrativa. Si la actitud del conocimiento de los temas planteados se resuelve de manera superflua, si de los problemas solo interesa saber más que hay dos peleando, si no importa la historia o la dialéctica del conflicto, o de los conflictos, estamos produciendo un tipo de espectador, un tipo de interlocutor de la película que se vuelve superfluo, banal, errático, con la mentalidad y la lógica del zapping, con la estética del zapping, de la mescolanza, y todo da lo mismo, porque esos trances solo aparecen como luces problemáticas que se prenden, pero que en su conjunto no iluminan un dilema humano ni su solución; mucho menos, digamos, su elucidación profunda.

“Esta cualidad de la superficialidad, de la banalidad, en términos de cómo se desarrolla el guion mismo, después, empieza a encontrar escalas expresivas en todos los demás recursos narrativos, porque en general no se ilumina con precisión. El manejo del discurso luminoso en las películas suele ser básicamente para alumbrar y no para iluminar. Hay toda una capacidad que se está perdiendo en términos de cómo un rayo de luz significa un acento en la estructura del relato visual, de cómo una profundidad de campo no es igual cuando tiene un proyecto de iluminación correcto, de cómo los cuerpos tienen texturas, volúmenes. Es decir, cuando tienen un relato de presencia en el conjunto de las visibilizaciones en función de la luz; esto es un arte de la foto-imagen y la luz, y es el oxígeno de la capacidad narrativa. En los guiones se ve cada vez más pobreza en la sintaxis de esta línea de contribución del relato. Se trata de un sistema de empobrecimiento, de falta de estrategia narrativa y de disputa simbólica o semiótica, para decirlo, muy, en síntesis.

“Pero lo mismo podría decir del manejo del sonido. Toda vez que ponen musiquita cuando la muchacha se acerca a la ventana a mirar el horizonte, y vemos de qué tipo de musiquita se apropia el realizador —piano, violín, flautas—, sabemos que están jugando con nuestras emociones. La música tiene todo un proyecto de relato emocional en la obra fílmica y eso es todo un objeto de estudio que disputa sentido, y que contribuye con el sentido que a veces dispersa, que a veces anima y a veces lo deprime. El sonido, trabaja todo el tiempo sobre el relato de esta forma en la construcción narrativa, apoyado en el tránsito de las masas sonoras, que pueden ser desde pajaritos hasta bombas. Toda esta predisposición acústica es un campo de disputa semiótica que la veo ausente del debate.

“Si hablamos del vestuario y del maquillaje, y de todos los demás elementos que comparten las esencias del proceso de la redacción de un guion, en el caso hipotético de que lo haya, ahora resulta que hay algunos directores o productores que, incluso, prescinden del guion y van a una especie de improvisación, más o menos ordenada y eso nos lleva directamente a la aventura —a veces afortunada— de la improvisación del relato, en un contexto en el que yo creo que es lo que menos falta nos hace.

“Volviendo al núcleo de la pregunta, hace falta formación semiótica para poder entender que la construcción de un relato tiene toda esta complejidad y toda esa riqueza, y que falta todavía la otra parte, que es, cuánto necesita un interlocutor o un destinatario del relato fílmico de todo esto, y cómo lo necesita. Si lo necesita para que lo convenzan de que lo bonito, lo bello, lo agradable, lo exitoso y lo deseable es aquello o para ser capaz de identificar en sus propias luchas sociales, históricas, políticas y concretas, el desarrollo de la propia noción de belleza, de felicidad, producto de las luchas diarias. Esta adecuación no está encontrando una semiótica capaz de permitirnos visibilizar las contradicciones, y eso realmente me preocupa mucho porque es como tener un caudal enorme de riquezas y simplemente, como decía el poeta, morir de sed junto a la fuente”.

Foto Flor de Paz

—Vuelvo a otra zona de su libro donde afirma: “No se puede hablar de semiótica si no se incluyen los pueblos originarios y a todos los que han sido excluidos del reino de la significación notoria”. Es maravilloso lo que defiende; sin embargo, no pocos de nuestros cineastas latinoamericanos, ignoran o taponean esta gran cultura ¿Qué hacer en materia de política cultural ante ese desacierto que atenta contra la fortaleza simbólica de nuestra América?

—La política cultural debería estar profundamente imbricada en los modelos de educación social de los ministerios de educación desde las escuelas pre-primarias hasta los posgrados y doctorados. Conozco importantes investigaciones en doctorados que hablan del debate sobre el problema de la cultura, pero no se acuerdan que Mesoamérica, y que hubo aquí cinco, seis civilizaciones, que produjeron cuarenta y cinco pirámides más o menos en la zona de nuestra Mesoamérica. No se acuerdan que aquí hay presencia de pueblos negros, que hay una confluencia de personas traídas en condiciones de esclavitud y comercializadas en condiciones absolutamente deleznables que han contribuido a la proliferación de las identidades de un territorio, de un continente y de una unidad llamada Latinoamérica. Algo anda muy mal si no cuenta para el análisis el reconocimiento de quiénes son los pueblos originarios, de quiénes son los pueblos que han aportado realmente la fuerza de trabajo para hacer lo que usted me diga y mande, si se elaboran discursos, teorías y enunciados académicos que no tengan proyección histórica de esta base.

“No quiero perderme porque este un tema que me da mucha tentación, pero creo que hay problemas serios de formación: yo le llamo desnutrición cultural. Es una categoría que he desarrollado para explicar que gente que no tenga noción de lo que es el Caribe. Por aquí pasaron todos los imperios del mundo ¿Qué hicieron? Desastres. Si no se tiene esa noción, y esa connotación, entonces no puede metabolizarse ni uno solo de los datos.

“¿Cómo se come en el Caribe? Esto tiene una nota muy clara en la esclavitud y en la disputa diaria por los alimentos, y en el chantaje, que es histórico. Ayer veía un texto que hablaba de la herencia culinaria del Caribe y no de todas estas partes dolorosas cómo me las han contado en Venezuela. Hay un platillo histórico y tradicional cuyos ingredientes son las sobras de lo que dejaban los dueños de las haciendas, con las se conformaba el platillo de los pobres. Sin ese dato histórico, parece que los esclavos eran exóticos y sofisticados, que les gustaban comidas de sabores raros; y no, comían lo que sobraba, directa y crudamente.

“Ese dato conduce a una reflexión, a preguntas duras: ¿cómo está conformada tu cultura general en el ánimo de convertirte después en productor de relatos? ¿estás consciente de que tú relato viene precedido o influenciado por alguna corriente narrativa, que a su vez es una corriente ideológica? Además, eres una especie de reproductor o correa de transmisión de un formato del que si no estás enterado en el mejor de los casos por ignorante, algo anda muy mal, y en el peor de los casos, eres cómplice de algunos sistemas narrativos que son muy deleznables, porque son clasistas o porque son oscurantistas.

“El problema de la desnutrición cultural tiene expresiones muy odiosas. Hay gente muy petulante disfrazada de muy creativa, de muy genial o de muy impactante o seductora, que nunca tuvo un minuto de autocrítica sobre dónde saca lo que produce, y a veces cuando les rascamos un poquito, lo que vemos, se llamen cineastas o artistas, y sean tan exitosos como quieran, en realidad, tienen vacíos muy preocupantes en su concepción de los seres humanos y del desarrollo de la expresión de los seres humanos y de la cultura”.

—¿Piensa que las instituciones de la cultura en América Latina deberían integrarse para concretar el objetivo de hacer visible nuestros orígenes, nuestras historias? ¿Urge una alianza de esta naturaleza?

—Sin dudas. Siempre y cuando logremos hacer una crítica profunda de esas instituciones. Porque, ¿a cuáles nos referimos? En el panorama de los ministerios de cultura, las secretarías de cultura en América Latina, tenemos los mismos vicios que en otras áreas. Hay ministros de Cultura que creen que cultura es organizar conciertos y traer a Pink Floyd a que toque no sé qué, o traer a los grupos de éxito de la música, los narco corridos y todo eso.

“Está de moda que los ministros se sienten orgullosos porque organizaron no sé cuántos festivales… de teatro, de danza, de cine y eso no está mal, pero no es suficiente.

“Seguimos con problemas para tener solidas políticas culturales, no hemos logrado tener leyes de cultura —como deberíamos— que pusiesen a salvo, en principio, la categoría de diversidades culturales, lo cual implicaría integrar a pueblos originarios y a todas las formas de expresión que constituyen la identidad de un pueblo. En Argentina se hizo un gran debate nacional, hubo muchas mesas por todos lados participando de manera consultiva, muy interesante, hacia la materialización de una ley de cultura. Pues resulta que al final la abortaron porque el propio modelo ideológico del aparato del estado en las condiciones en que está hoy en general en América Latina no tiene compromiso con esta concepción de la cultura, en el sentido de la producción de la totalidad de las expresiones colectivas. Entonces, ese es un déficit grande”.

Foto Flor de Paz

—No hay signo, ni ciencia de los signos, ajena a la lucha de clases. Esta es una teoría contrastada. Sin embargo, a ciertos intelectuales conspícuos, como los adjetivó Mario Benedetti en su libro de ensayos La realidad y la palabra[ii], les da picor el abordaje de las luchas de clases, las fotografías de las clases sociales desfavorecidas o la palabra imperialismo ¿Cobardía histórica, afán de protagonismo, intencionada ceguera? ¿Cuál otra mirada sumaría a este inventario?

—Podríamos seguir la lista. Hay muchos compañeros que han sacado de su agenda el tema de la lucha de clases, del marxismo incluso, de la crítica al capitalismo. Lo han sacado de sus agendas porque incomoda a sectores que los están financiando. En algunas universidades hay financiamiento para investigación en temas de cultura, pero son dineros, por ejemplo, de Konrad Adenauer o de fundaciones europeas que patrocinan becas. Se hacen proyectos de investigación al modo del pensar del que da la beca por quedar bien con sus ideas, que parezcan que estamos en sintonía, a cambio de unos pesos.

Si hablamos de necesidades y urgencias de la gente, no me atrevo a hacer juicios sobre el porqué recurre a una beca o a un financiamiento. El problema más grave es a cambio de qué, a qué se resigna y qué se omite, y si ya viene todo este prerrequisito de sacar del mapa coordenadas teóricas fundamentales, digamos, de pensamiento obligatorio desde el punto de vista metodológico. Hay que violentar al método para que el resultado me salga más o menos bien: ya veo una manipulación que es entre otras cosas antiética. Le falta la ética y en eso a mí me parece que no se puede transigir. Hay muchos compañeros que están, hoy por hoy, en esa ruta de producir postres que no le hagan daño a nadie, que quede bien como corolario de cierta vida, cierta investigación, ciertos enunciados, y que más o menos parezcan que democratizan un buen estado de ánimo entre todos para llevar la fiesta en paz. Eso es imposible en un mundo donde no hay manera de no tomar posiciones de raíz con los problemas.

En el campo de la semiótica, en el campo del cine, hay muchas emboscadas al respecto. Conocí en Chiapas algunas productoras cinematográficas que vinieron a hacer trabajos documentales financiados por fundaciones alemanas, que de pronto parecía que más que progresismo tan interesante en Alemania, les interesan los problemas sociales de Centroamérica, y de Chiapas, y del zapatismo. Después supimos claramente que eso se exhibe allá para tranquilizar el espíritu pequeñoburgués alemán y decir: “Mira, qué mal que están aquellos y qué bien estamos nosotros”. Esa ecuación se ha repetido muchas veces, y hay un proceso sistemático de saqueo de la imagen: vienen y entrevistan a los pueblos originarios y hacen excelentes fotografías con composiciones muy estudiadas para que se vea a las niñas indígenas levantando piedritas u hongos con composiciones muy estetizadas para venderlas a un público que lo entiende así: “Ay, qué simpática de la niñita indígena”, pero nunca qué compromiso se tiene con la realidad de ese ser humano. Entonces, ese comercio de saqueo de imágenes, que yo llamo de usurpación semántica, semiótica, es un gran negocio en muchos lugares. Y quien se presta a eso, empieza a cortar de la realidad raíces muy profundas y, de alguna manera, a falsificar los hechos en función de los cheques que está viendo venir. Algunos otros, incluso, no solamente por los cheques sino por la fama, por el ego, por distorsiones que ya no competen a la cuestión de qué compromiso se tiene con la verdad, y qué fidelidad o lealtad debo tener con quienes viven esa realidad en condiciones de desventaja. Esa interrogación creo que hace la diferencia grande, se llamen cineastas o con el glamour que quieran, gusten y manden, sean de escuelas de cine o no. Si el resultado no es solidario con aquellos que están mostrando el sufrir de sus vidas en las bases yo le pongo interrogaciones a todo eso. Y la semiótica, insisto, debe servir para eso.

—Frances Stonor, la autora de La CIA y la guerra fría cultural, un libro imprescindible para la intelectualidad cinematográfica, documentó el impacto de la agencia estadounidense en el ángulo global de la cultura entre el año ‘47 y ’67. ¿Esta praxis es un asunto del pasado?, ¿No fue también el signo de una arquitectura que desarrolló la agencia de inteligencia de ese país?

—Bueno, en un sentido sí es del pasado, en tanto está anclada a coordenadas muy concretas, a un período, a unas circunstancias que hoy han empeorado radicalmente. El Informe McBride en el año ‘80, los que hicieron esta comisión de estudios para los problemas de la comunicación, decían: es un escándalo. Los dueños de todos los medios del mundo en ese periodo eran como seiscientas personas; hoy son ocho o nueve. Entonces empeoró la cantidad, el perfil tecnológico, además del formato del modelo de propiedad de las herramientas de producción de sentido. Se pasó a tener unas formas de penetración social como nunca vimos, de 1945 para acá la televisión se nos metió en la recámara, se metió hasta en la cocina, son infiltrados todos estos medios en la vida diaria, ahora mismo hasta vamos al baño con el teléfono celular. Esta infiltración recorre todos los ámbitos de una nueva intimidad en la que ya se nos ha vuelto indispensable estar permanentemente conectados y chateando hasta en la ducha, conozco casos.

“Todo eso se modificó porque se modificó también el campo de las subjetividades; tenemos incluso otra dimensión de lo visible y de lo invisible en el discurso, que transita de manera más compleja en esta disputa semiótica. Hoy se dice: “Los nazis no perdieron la guerra, se la llevaron para Hollywood”. Ese juego o esa metáfora de esa expresión se convalida y se verifica cuando uno hace un rastreo mínimamente, una tomografía computada del discurso que se produce hoy en Hollywood, y en Netflix, y en lo que se está consumiendo en las casas, como series televisivas, etcétera. Si usted pudiera hacer una tomografía computada de los vectores de los modelos de pensamiento nazi-fascistas que todavía están ahí circulando, nos llevaríamos una sorpresa enorme al ver los grados de infestación que hay de esas moléculas, del nazi-fascismo en el relato mediático en general.

“En ese sentido, se nos ha puesto más complejo el análisis y más compleja la intervención. Ya no podemos, como en algún momento pedían los compañeros de las tesis interesantísimas de Matterlart en el escenario chileno, pensar un proyecto de prensa obrera, por ejemplo, como la gran solución al problema de la comunicación de los pueblos y la lucha de clases; la prensa escrita hoy ha adquirido otras dimensiones a nivel masivo. Con la lectura digitalizada en teléfonos o en tabletas, ya se presentan otros desafíos con los memes, con las redes sociales. Si bien la raíz es la misma, la complejidad es otra. Eso hay que tenerlo muy claro porque si no acudimos con hipótesis teórico-metodológicas que se nos han esclerotizado o que sirvieron para un momento, pero que cuesta mucho trabajo en el presente, y el ejemplo más duro que le puedo poner es que no tenemos cuerpo teórico-metodológico que trabaje en tiempo real. Esos modelos de análisis que vimos en los años setenta, ochenta, y desde el ’45, incluso, con los que empezamos a ver los efectos del proceso acelerado de concentración monopólica, que viene estudiándose desde entonces con mayor celeridad, hoy no logra respondernos al problema del mensaje en tiempo real y a cómo analizamos el control que ellos tienen sobre la velocidad y sobre la ubicuidad. Un mensaje que nos disparan en Ucrania esta mañana, en quince minutos le da la vuelta al planeta y se instala como agenda del día de hoy, y nosotros no tenemos los dispositivos rápidos para decodificar, ni para responder, y mucho menos prever. Eso se modificó sustancialmente, es el mismo problema agudizado que requiere hoy instrumental de mayor precisión”.

—Usted boceta en Semiótica para la emancipación esta idea: “La producción de sentido está estrechamente ligada con la cultura social y política, y con las realidades de distintas clases sociales cuyas luchas alimentan y estimulan el escenario simbólico”. Es cierto, sin embargo; no hemos sabido aprovechar esas estrecha relaciones símbolo-sociedad y nos hemos centrado en las herramientas de la política. ¿Cómo articular los poderes de la cultura en esta batalla que usted subraya, por la emancipación?

—Primero con un método que sea capaz de entender la complejidad, ¿No? Hay recorridos que nos hacen falta con urgencia. Por ejemplo, no estamos haciendo el trabajo de recomposición simbólica.

“Por ejemplo, en México, frente a la conciencia de las riquezas naturales. Tenemos una cantidad impresionante de ríos, lagos y lagunas, de cuerpos de agua interiores que a su vez tienen no solamente provisión de peces y de alimentos y de alternativas alimentarias, agrícolas o espacios, posibilidades ganaderas, mineras, etcétera, que la mayoría de las personas desconoce, ni idea tienen, y algunas incluso se enemistan. No es la producción de pescado lo que más se disfruta a nivel popular, no es parte, digamos, de la culinaria cotidiana habiendo alternativas muy importantes y algunas, incluso, tradicionales en zonas como Michoacán, en el lago de Pátzcuaro. Toda la estructura cultural de esa zona tuvo y tiene, en su vínculo con la pesca, con el agua, con la laguna, cancioneros, estética, diseño de textiles, lo que se conoce como rebozos, vestidos, maquillajes, peinados. El propio diseño de las lanchas, el diseño de las redes de pesca, la tradición oral y escrita, pues en general el conjunto de las expresiones que se dan en virtud de ese trabajo histórico se ha ido asfixiando en un solo sector que son los tradicionalistas o folklóricos, que todavía quieren conservar esos reductos de la cosa del pasado.

“Esa es una gran trampa de la ideología del liberalismo y del neoliberalismo, que pretendiendo sofocar esas identidades quieren suplantarles la otra identidad que es: “¿por qué no te conviertes? En lugar de ser un pescador que recuerda sus canciones, su familia o los consejos de los viejos para la pesca, ¿por qué no te haces empresario y pasas a ser micro empresa de producción pesquera?”. Estos ejes de quiebre simbólico han tenido verdaderas repercusiones muy duras en los pobladores que dejaron de vestirse con los trajes que son los cómodos, históricos y tradicionales de los pescadores de esa zona para empezar a vestirse como los pequeños modernos empresarios que van al banco a discutir el futuro económico. Todos esos ejes van significando quiebres y pérdidas muy grandes. No soy un nostálgico de ese folklorismo, lo que sí creo es que ahí hemos sido derrotados muchas veces en las diversidades culturales, y que hay que hacer una defensa de eso sólo para poner en el campo de la producción y ahora mismo de la culinaria.

“Asimismo ha pasado en la zona huasteca con la música, que tiene una trayectoria tan significativa, tan singular, en ponerle palabras, música y emocionalidad a la vida misma de la producción del campo, y cómo eso se degeneró, se manipuló, y se llevó al cine. Algunos vectores pasaron a ser hoy, casi exclusivamente, grupos que se contratan para animar la presencia de turistas en los hoteles”.

—Los signos, los símbolos, que se construyen también desde las fortalezas de una personalidad o de un descollante hecho histórico, los que trabajamos con las muchas expresiones del arte y la literatura desde los derroteros de la izquierda, ¿hemos sabido abordar con altura estética y pensamiento integrador esos capítulos que nos definen como cultura? ¿Qué nos falta por hacer en esta zona del conocimiento cultural? Me refiero a la historia. Permita un paréntesis, en Cuba se le da mucha importancia a la historia y en la cinematografía cubana de estos más de sesenta años de Revolución se atesoran una gran cantidad de obras dedicadas a la historia, pero escasean narrativas creíbles sobre esos personajes, y que afinquen una jerarquía dentro de los componentes simbólicos que ameritan subrayar en esta batalla cultural. Quiero también su opinión sobre eso.

—Sí, como todo, las preguntas son indispensables, la pregunta del cuerpo ideológico, ¿no? También en México, en una época, hubo una movida muy fuerte para recuperar la historia, por ejemplo, de la Revolución mexicana ¿Pero quién se interesó por eso, con qué relato, reivindicando qué? Y acabó con que nos contaron la historia de la Revolución las oligarquías que fueron derrotadas, es como si viéramos películas de la Segunda Guerra Mundial, películas de Hollywood. ¿Quiénes nos contaron eso? Un grupo de empresarios judíos que se hicieron dueños de la industria de producción cinematográfica norteamericana y le pusieron su sello. Han producido una victimización, no sin argumentos, no carentes de algunas razones, incluso ineludibles, para repetir qué discurso, para reivindicar qué heroicidades, para terminar contando la historia en función de qué clase de relato, en su versión más cruda, más dura. El relato de la gran odisea del avance del capitalismo hacia el lejano oeste es el de un genocidio contado en clave de aventura y de épica. Matar indios a balazos, de manera absolutamente demencial hoy no lo toleraríamos, porque tenemos un grado de sensibilidad mayor ante esa clase de discurso, con alguna salvedad. Hoy estamos viendo crímenes en otros lugares del mundo que son el equivalente de alguna forma, pero en todo caso es el espectáculo del genocidio puesto de esa manera,  contado por los que resultaron ser los ganadores de la pelea, de los perdedores pocas veces escuchamos el relato. Y esta pregunta, desde dónde estamos viendo que se relata la historia, en función de qué clase de lucha y la interpretación de qué lucha, pues nos obliga a hacer este repaso.

“Yo creo que el cine cubano tiene una proclividad grande a repensarse incluso, a través del cine, y cuántos casos hay de películas de gran debate, como Memorias del subdesarrollo, de filmes que han sido nichos importantísimos de discusión y de revisión. Porque es el repaso de sí mismo, de un país, en los ojos de un autor que entre polémicas de auto proclamaciones presenta un universo, pero, ¿para qué, ¿cómo? Esa es la lectura de la semiótica. ¿Cuál es el flujo de sentido que motiva y moviliza la realización?, se llame historia o como se llame. Después el otro problema: cuando se llama historia, cuando pasa a ser del discurso, de la referencialidad de la historia o del historicismo, ¿qué está pasando con las generaciones que lo reciben como si eso fuera el baluarte educativo por el que tienen que formarse y conformarse una imagen y un imaginario de su identidad, de su historia, de su protagonismo? Peor la cosa cuando no puede cotejarse, contrastarse.

“Acabo de ver una película, hace poco, como jurado en Argentina, la historia de Mariano Moreno, interesante. Solamente que para hacer una película así, sin fotografías, casi no hay fotografías de este personaje, una o dos, los testimonios casi todos desaparecieron, entonces la filigrana audiovisual que tuvieron que inventar para poder aludir a la presencia de este personaje y contar la historia, que es además muy significativa en un período de la independencia argentina, es un reto enorme ¿Cuáles son los móviles de ese relato? Me queda muy claro que hay una reivindicación del papel, incluso revolucionario, de ese personaje, que justifica el por qué tuvieron que buscar todas las alternativas para ilustrarlo, poniendo una imagen quieta durante largos minutos frente a la fachada donde suponen que nació, mil cosas como esas. Ahí encuentras que el sentido cobra otras dimensiones en función de que hay una convicción muy potente que está buscando resignificar un montón de elementos que no son directamente el sujeto y ese es un dilema grande para la historia. Otros casos tenemos en los que abundan las espadas, abundan los uniformes, las botas, los caballos, todo lo que se usó. No obstante, toda esa parafernalia no alcanza a describir la madre de todas las luchas, que es la lucha de clases”.

[i] 1.           Abad Domínguez, Fernando Buen: Semiótica para la emancipación, Universidad Nacional de Lanús (2017).

[ii] 2.          Benedetti, Mario: La realidad y la palabra, Ediciones Destino S.A., (1990).

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Hace falta un gran congreso sobre cine en América Latina

Fernando Buen Abad Domínguez. Escritor y filósofo mexicano-argentino. Foto: Eduardo Flores/Andes

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

 Transcripción de la entrevista a Fernando Buen Abad Domínguez, filósofo y escritor mexicano, en el espacio Diálogos en reverso de la Unión de Periodistas de Cuba, realizada el 12 de enero de 2022 obre el tema Los símbolos en el cine, otra vuelta de rosca.

 Octavio Fraga: Hola, buenas tardes, bienvenidos a “Diálogos en reverso”. Hoy retomamos el espacio, después de un largo tiempo de ausencia por el impacto del Covid-19. Nos disculpamos porque hemos tenido problemas técnicos que nos impidieron salir a la hora anunciada. Reiteramos nuestras disculpas, y gracias por estar con nosotros.

Bienvenido Fernando Buen Abad y muchas gracias por aceptar esta plática, por estar con nosotros y por su paciencia para poder materializar este encuentro.

Fernando Buen Abad: Al contrario, un honor siempre, una alegría poder conversar con hermanos cubanos en lucha, que encarnan la Revolución, que son nuestra guía en todo el continente. La Revolución del pueblo cubano, la Revolución de Fidel, de Raúl, así que el agradecido soy yo. Mil gracias por la invitación, y a la disposición.

Octavio Fraga: Le confieso, Fernando, que para mí es un honor poderlo entrevistar. Sabe que lo sigo, lo leo, lo comparto en mi blog, y en nuestros medios usted tiene una importante presencia por sus valoraciones y sus aportaciones en torno a los temas que para nosotros son relevantes, como el tema de la comunicación, los símbolos, que es de lo que hemos acordado hablar hoy, los símbolos en el cine, y nuestra gratitud por tener esa posibilidad de escuchar sus reflexiones, sin dudas, importantes.

Es usted muy conocido en nuestro continente, pero es una práctica hacerlo en este espacio de Diálogos. Como tiene usted una abultada historia profesional prefiero leerla, pues resulta importante para los que nos están viendo.

Fernando Buen Abad es mexicano, residente en Argentina, especialista en filosofía de la imagen, filosofía de la comunicación, y crítica cultural, así como los campos de la estética y la semiótica. Es también egresado de cine la Universidad de Nueva York, licenciado en comunicación, master en filosofía y política. Es miembro de la Asociación Mundial de Estudios Semióticos, del Movimiento Internacional de Documentalistas y de la Red en Defensa de la Humanidad, que es bien conocida en nuestro país. Ostenta, entre muchos otros reconocimientos, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, que le otorgó el estado venezolano. Es el director del Instituto de Cultura y Comunicación de la Universidad Nacional de Lanús, y por supuesto, tiene una sustantiva obra literaria en torno a los temas que he enunciado y que son necesarios conocer.

Creo que debemos empezar por una pregunta base. ¿Qué es para usted un símbolo? ¿Cuáles son sus singularidades en el cine?

Fernando Buen Abad: El concepto de símbolo tiene, como tantos conceptos, un recorrido histórico, que va haciendo de este concepto una acumulación de acepciones diversas en campos distintos.

Hay una concepción antropológica de los símbolos, que los define como testimonio que representa una conducta, una actividad o un sentir en una época. En algunas enciclopedias se recogen los conceptos de símbolo, desde la gráfica rupestre hasta las gráficas de alto o bajorrelieve en las arquitecturas egipcias, mesoamericanas, por ejemplo, de las cuales tenemos, hay que decirlo siempre, por lo menos cuarenta y cinco pirámides en Mesoamérica, lo cual significa el desarrollo civilizatorio más importante en todos sentidos, y lamentablemente muy desconocido.

Hay otra forma de abordaje que se ha dado al concepto de símbolo en el campo de la psicología y en el campo del psicoanálisis, en los que hay vertientes y debates muy profundos sobre la real significación del término. Por una parte, se le presenta como una especie de resonancia, de memoria, como si hubiera una genética de la subjetividad y hubiese contactos muy profundos del universo subjetivo con los elementos de la naturaleza. Y entonces, algunos autores plantean que nuestro vínculo con el fuego  —al producirnos una especie de hipnosis o seducción que suele producirnos el contacto con el fuego, con el mar o con los elementos de la naturaleza— constituye un campo simbólico profundo.

Y hay otros, por supuesto, que lo determinan más por los aspectos biográficos de cada quien. Si alguien, por alguna razón, en alguna época de su vida tuvo, tiene una marca, un sello, una referencia, algunos le llaman fijación, que determina maneras de interpretar, maneras de concebir o maneras de ignorar la realidad, el mundo o las relaciones humanas. Pues eso dicen, es una carga simbólica que le impide o le faculta a esta persona para tales o cuales resultados.

Y podría tratar de hacer un esfuerzo casi enciclopédico, aunque no tengo esa capacidad, pero podría intentar recorrer diversos campos.

En el siglo xx empezamos a ver el concepto de símbolo abrazado por la semiótica o por la semiología, ciencia que se encarga del estudio de los signos o de la producción de significados, y ahí se incorpora también como una noción. Digo más o menos, porque también hay un debate dentro de la semiótica sobre la terminología; sabe usted que la semiótica, queriendo ser una ciencia para esclarecer el problema de las representaciones, se convirtió en una especie de bosque absolutamente invisitable, de conceptos inentendibles.

Octavio Fraga: Exacto.

Fernando Buen Abad: Que más bien espantan a las personas antes de ayudarlas a conocer realmente el propósito y el objeto de investigación de esa ciencia.

En resumen, quiero decirle que la interpretación con la que yo trabajo a propósito de los símbolos está más anclada a la noción de Marx, que plantea que la ideología de la clase dominante, siendo la ideología dominante de una época, encuentra la manera de producir muchas formas, muchos lenguajes, muchas tácticas y estrategias para inocularse en las conductas individuales y colectivas. Y como no puede trasladar la realidad, así en seco, lo que hace es construir representantes o símbolos de los intereses, o de la lógica, o de la ideología dominante de una época. Entonces ahí se produce todo un espectro muy amplio de formas de representación, algunas muy directas, muy simples, que atañen más bien al campo de lo que se llama hoy la señalética, y otras más complejas, más de orden psicológico, socioantropológico, estético y político, y todo esto integrado, donde aparecen estas formas llamadas símbolos, que son en todo caso ordenadores de la conducta social.

Si me apura usted un poco, diría que los símbolos son, entre otras cosas, elementos del discurso con que nos relacionamos colectivamente.

Octavio Fraga: Sin dudas.

Fernando Buen Abad: Y en ese sentido, es que yo trabajo sobre este campo de definición.

 Octavio Fraga: En los estudios contemporáneos en torno al signo, se ha subrayado al cine como un constructor de sentidos, no quiere decir que otras expresiones del arte no las tengan, con intencionalidades específicas, donde los símbolos —vuelvo al tema— tienen un protagonismo. ¿Hacia dónde apunta esa cinematografía banal, edulcorada, donde además la violencia gratuita forma parte de una narrativa más bien arrolladora?

Fernando Buen Abad: La industria cinematográfica, hablo de ella en lo general, a nivel mundial —que está cumpliendo ciento veintiséis años— apenas es un arte, un séptimo arte en pañales todavía. Es un arte naciente todavía, que no ha visto cursar apenas sus primeros balbuceos. Pero lo que sí aprendió muy rápido esta industria, el sector dominante de esta industria, es que se trata de un arma de guerra ideológica.Y así exactamente fue posible dominar la información, las conciencias, las subjetividades —a través de los confesionarios históricamente—, a través de la prensa, de la radio, del teatro, de las formas de expresión en el arte. Lo vimos y lo hemos visto históricamente, pues el cine entra a ser una herramienta muy poderosa de penetración simbólica. Esta industria entendió rápidamente que al seducir a las masas, tal como el cine lo logró, recuerdo muy bien un texto: Su moral y la nuestra, de Trotsky, decía: “Mal haríamos en no comprender ya desde ahora la importancia y la trascendencia que el cine está teniendo y que va a tener frente a las masas”, porque tiene elementos de aproximación, entre comillas, sobre la realidad, que parecerían ser por sí mismos muy convincentes, y creo que este es un dato importantísimo de los ejes narrativos del cine, que ha logrado, por cierto, tener hegemonía sobre otras artes.

Octavio Fraga: Sin dudas.

Fernando Buen Abad: Y hace parecer más fácil la llegada de un mensaje a través del cine. Yo creo que eso lo han entendido muy bien. Alcanzo a proponer, si me permite una distinción, qué es el cine antes de la incorporación del sonido y el cine con la incorporación del sonido. Porque en un momento, cuando el cine era silente, dicen algunos historiadores, en ese momento había pocas posibilidades de manejo de algunos campos emocionales o algunos campos sensibles. Con la incorporación del sonido y el desarrollo de la música, las orquestaciones y los efectos especiales, acústicos, el cine entró a reinar en una doble conjunción de lo que se ve y de lo que se escucha, y siendo lenguajes que a veces trabajan en paralelo, tienen cometidos estratégicos distintos.

Entonces es la dominación de una subjetividad expuesta durante hora y media, promedio de una película, sobre la base de una planificación minuciosa de los efectos, los estímulos, las respuestas, los picos y los bajos. El cálculo de los tiempos, el cálculo de las profundidades, los manejos cromáticos, los manejos de las texturas, los manejos de las intensidades luminosas que golpean permanentemente sobre la retina y sobre la estructura nerviosa, más todos los efectos y las influencias sonoras producen una herramienta muy potente, muy poderosa, que la industria fílmica entendió como un caudal discursivo extraordinario, y lo convirtió en su palestra rápidamente. Son como los predicadores de un discurso dominante a partir de un púlpito desde el cual se adoctrina a las masas bajo los más diversos intereses del capitalismo. Esto no quiere decir que solamente tengamos cine así; también tenemos contraofensivas de las cuales podemos hablar después. Que han sabido con esta riqueza narrativa construir respuestas emancipadoras y antagónicas al modelo hegemónico. Hay que decir que la industria cinematográfica, por lo pronto la norteamericana y por supuesto la europea, y ahora mismo la india —que es una máquina extraordinaria— lo digo en términos de cantidad, han entendido que esas vertientes son utilizables para un ejercicio de dominación de conciencias que —por cierto, lo vengo trabajando hace tiempo— se ha convertido en una especie de formas absolutamente manidas, repetitivas, cansinas, yo digo muertas algunas de ellas. Sin embargo, siguen repitiéndose una y otra vez en la producción fílmica, industrial, cosa de la que no se salvan algunos, que no queriendo ser de ese modelo también repiten. Pero bueno, es una discusión posterior.

Por lo pronto, debo decir como resumen que sí, que la industria fílmica pesada puso rápidamente al servicio de la hegemonía, de la clase dominante este conducto de adoctrinamiento social que ha sido muy poderoso.

Octavio Fraga: Algunos teóricos de la semiótica apuntan a que no existen los símbolos sino lecturas simbolizantes, ¿cuál es su mirada sobre esta idea?

Fernando Buen Abad: Si eso significa que no hay unilateralidad en la producción de símbolos pues es correcto, pues no sería posible que signo alguno o símbolo alguno adquiriese estamento social si no hubiera una coparticipación. La pregunta es quién propone ese símbolo, la pregunta es quién lo construye. Si usted, por ejemplo, en una película cualquiera, del romance más inocuo, más remanido y cursi de cualquier película —no voy a ponerle pasaporte— de cualquier parte del mundo, si usted a esa película por fuerza le pone una bandera norteamericana, por fuerza de la repetición, por fuerza de los que pagan, por fuerza de las costumbres, o por fuerza de coparticipar de un proyecto ideológico, usted lo que está construyendo es una unidad simbólica que está imponiendo, y cuya lectura va a tener que ser forzosamente una lectura con un interlocutor que podrá percatarse, podrá no percatarse, podrá estar acostumbrado a que eso aparezca en tantas películas de tantas maneras, pero por cierto que según que se percata podrá interpelar, y ahí podrá incluso modificar la efectividad del símbolo en algunos casos, incluso destruirlo, pero ni son la mayoría de los casos ni es, creo yo, la única instancia.

Hay tantas formas de representación, por ejemplo, el modelo norteamericano de representación, de construcción del símbolo de la justicia. Esta cosa que conduce casi siempre a que hay un juicio donde hay una posibilidad de que alguien explique y alguien se defienda, y alguien finalmente sea condenado, porque hay una forma de justicia que tarde o temprano llegará, es una especie de moraleja de que el mal no paga, de que hay que portarse bien porque siempre hay hombres ahí velando por la justicia. Esta unidad ya construida como en los propios escenarios de los tribunales con toda esa estructura escenográfica del juez, los testigos, los jurados, los defensores y los fiscales, esta unidad compleja, que hipotéticamente es el gran símbolo de un sistema, como el sistema norteamericano, es una producción, es una construcción que se ha hecho.

Que tiene tiempo, que tiene historia, que tiene formas, que tiene desarrollo y que tiene utilidades diversas. Mal haríamos en no percatarnos nosotros de que en esa construcción hay un red de intencionalidades que per se no nacieron, que no se parieron solas, que no es que caen de los frutos naturalmente. Hay alguien que se sentó un día frente a un papel o una computadora, y con lápiz o pluma o teclado empezó a poner: “En tal minuto de tal cosa va a pasar esto y hay que entrar en la sala de juicios, y la sala de juicios debe ser así”, y la diseñan, la dibujan, la construyen, la financian, traen carpinteros, traen escenógrafos, traen vestuaristas, en fin, y se hace toda una ingeniería, toda una arquitectura de ese símbolo que va jugar un papel central en un relato.

Creo que parte de nuestra dificultad, o una de nuestras dificultades hoy, es que esta producción simbólica, que siempre tiene contexto, discusión e interpelación, se conoce más en su producto que justamente en sus consecuencias.

Octavio Fraga: Sin dudas.

Fernando Buen Abad: Y que este es un trabajo que hay que hacer, ese es un trabajo de laboratorio en el cual hay que sentarse y a deconstruir todo esto, sin que yo sea de la corriente de la deconstrucción de Derrida. Pero sí digo que el trabajo de la semiótica es esto, es luchar contra estos modelos de juicios y prejuicios instalados por un modelo narrativo. Bien decía Einstein, “Más difícil es desarmar un prejuicio que un átomo”. Y ese trabajo es duro porque pasa, entre tantas cosas, como entretenido, como invisibilizado ante el campo de batalla simbólica que representa, que son formas expresivas de un poder hegemónico que se inventa la justicia a su antojo, que nos la impone a su antojo, y que quiere convencernos de que todos nos rindamos a la fe más absoluta de que ese concepto de justicia funciona, y es bocadillo obligado en casi toda producción fílmica de los modelos hegemónicos.

Octavio Fraga: Fernando, coincidimos en que estamos bombardeados por un cine banal, frívolo, donde además estos héroes de la Marvel están multiplicados en las grandes salas del mundo, y además, la violencia es la narrativa. ¿Qué estrategias construir en términos de política cultural para hacer del cine un texto enriquecedor?

Fernando Buen Abad: Primero creo que hay muchas formas y hay muchos caminos que no hemos podido recorrer. El cine necesita soberanía tecnológica. Es un trago amargo en tanto dependamos de ellos para, por ejemplo, tener una cámara, conseguir la película, o los videos, o las cintas, o los soportes que hoy se usan. Hoy se filma mucho cine con los teléfonos celulares, porque han desarrollado una calidad de óptica y de procesamiento de altísima definición, pero todos son soportes cuya tecnología para nosotros es de dependencia. Entonces, por ese lado, es muy difícil desarrollar una industria, si me permiten el uso provisional, que no sea una industria estrictamente mercantilista del uso del cine.

No hemos podido generar corrientes de producción fílmica que se sostengan en el tiempo, en la medida en que también nos hacen falta escuelas de formación cinematográfica donde el propio alfabeto audiovisual se despegue de los modelos hegemónicos. Un recorrido más o menos rápido sobre las escuelas de cine que tenemos en la región nos enseña que casi todos empiezan por ver la historia de ellos, y no solamente la historia de ellos en el sentido de que es lo que ellos han hecho, sino en el sentido de que eso es lo que hay que repetir si uno quiere tener éxito, y ese paradigma hay que romperlo. Porque no solamente se trata de ver la historia, o sea, hay que verla, desde luego, pero no convertir la historia de ellos en la modelización de nuestros modelos de producción fílmica.

Luego, creo también que necesitamos mucho trabajo de formación de guionistas. América Latina padece en general, salvando todas las excepciones y con todo respeto a mis amigos guionistas, que los tengo muchos, que se escriben guiones todavía muy dependientes del audiovisualismo de mercado, y los sujetos de los conflictos humanos, los sujetos de los conflictos sociales, son mucho más complejos. La propia lucha de clases, que es la madre de todas las luchas, ofrece un campo de diversidades objetivas y subjetivas muy rico dentro del cual hay que trabajar profunda psicología, profunda dramaturgia cinematográfica renovada, que no sea pensada sólo para llenar salas cinematográficas, o que sí, para llenarlas, pero no solamente para enriquecer a un señor que dice que con estas fórmulas se hace cine.

Hay fraseologías que se repiten una y otra vez, audiovisuales, y que tienen origen en guiones muy estereotipados, en guiones que creen que hay un recetario también para producir éxito cada veinte minutos en la pantalla, y entonces hay que agarrarse a trompadas de alguna forma, o hacer que los actores vociferen, o que insulten, o que se desnuden, o que tengan escenas de alcoba tantas por película. Esos recetarios suelen estar en las propias aulas donde se enseña cómo hacer guiones; ese es un gran problema para nosotros, porque el guion, uno lo sabe muy bien, es como la arquitectura. Hay pocas cosas más parecidas a la arquitectura, ahí se enseña la obra toda. Entonces, este es un campo de discusión muy interesante que no satisface el tiempo que se requiere y la complejidad de las historias.

Se necesita la vida misma; es decir, que los sujetos de representación en el relato no sean solamente aquella representación de la clase media que va a mirarse a sí misma al cine. Que se empiece el cine de los pueblos originarios de este continente, como decía Sean MacBride en el Informe MacBride, que voces múltiples, cine múltiple, que no han sido nunca habilitados para una producción audiovisual tan importante de nuestro tiempo como es la producción cinematográfica. Nos hace falta una gran corriente del cine de los pueblos originarios contando las historias no solamente en tono documental o en clave documental, como se conoce alguna parte de ese cine, sino el relato de la vida misma, que puede contarnos historias maravillosas y que nos hacen tanta falta, porque esto trasciende el problema de si tenemos o no el placer estético de ver una película muy bonita hecha por los compañeros mapuches en el sur en Argentina. Porque en ese relato hay una expresión que nos refleja también, que nos hace saber, quiénes somos respecto a esa realidad y a esas concepciones de la vida misma.

Tenemos lo que yo llamo desnutrición cultural gravísima en el campo del cine, y entonces también es cierto que vemos muy poco cine o vemos nada más parcialmente el que nos dejan ver en las salas de exhibición que controlan ellos. Y entonces, qué sabemos del cine iraní, o del cine chino, o de Cuba, o de Paraguay, o qué sabemos de tantos países que hacen cine.

De Perú, por ejemplo, o de África. Entonces vemos un cine tan reducido a esto, un cine tan poco informador, que nuestra desnutrición cultural, en términos de lo que el cine es, lo que se ha producido, tampoco nos permite tener alicientes como para volver a convertir esto en una lucha. Repito, que permita crear corrientes de realización y de producción diversificada y más amplia.

No sé si me estoy extendiendo demasiado en esto, pero me interesa puntualmente decir que en una situación de control monopólico y hegemónico de ideología centralizada de la producción cinematográfica, obviamente, no hay espacios para apoyar otras formas de producción y, por lo tanto, me parece que una de las grandes tareas en las políticas culturales de nuestro tiempo debería ser abrir, precisamente, una convocatoria a esta tarea. Que el cine termine por ser cuanto antes lo que debería ser, una libreta de escritura diaria de la vida misma de los pueblos, mostrando sus diferencias, sus diversidades y sus conflictos internos.Y luego, por supuesto, entender al sujeto histórico-social, que es el que transforma finalmente. No hay historia posible sin conflicto; nuestro conflicto de núcleo en todo caso, que es la lucha contra la opresión en el mundo entero, necesita ser explicada en todos sus ámbitos, en todos. La opresión que se presenta cuando un trabajador abre la heladera y se encuentra con que ahí no hay más que lo muy indispensable, si es que lo hay, ahí hay un conflicto, ahí hay un drama, y de esto casi no se escribe.

Entiendo que hay que darle tiempo y espacio al cine, que es además primo hermano de la educación popular, que por cierto, sin que la sustituya tiene que acompañarla. El cine necesita mostrar el drama de los grandes hombres en las grandes luchas, y con una lectura que no sea la de la conveniencia de alguien que va a vender libros o va a vender películas, sino la conveniencia de un proyecto educativo. Y cuánta falta nos hacen películas de José Martí en todo el mundo. Nadie le ha querido entrar, ni en la industria pesada ni en muchos lados, a figuras como la de Marx en el cine, que es un gran ausente. No estoy negando que hay casos, pero no alcanzan a resolver el problema. Tenemos una América completa, un continente de grandes e importantes luchas emancipadoras y no están los protagonistas de esas luchas en el relato.

Ahora mismo necesitamos un cine más cercano a la cotidianeidad, ese es otro desafío enorme, porque a veces tarda tanto en hacerse una película… Pero urge, ya urge, el relato sobre qué está pasando en Cuba, por ejemplo, con estos episodios en San Isidro, donde hay un drama absolutamente importante para un continente. Es, además de una agresión imperial contra un gobierno y contra la historia de una Revolución, un espacio de interpelación muy importante para la juventud. Por ejemplo, el cine tendría que estar haciendo un papel crucial contando estas historias desde las microhistorias, hasta el sentir colectivo que dice: “Un momento, si aquí se ha construido una vanguardia nueva, ¿vas a venir a presentar la vanguardia que es una Revolución como si fuera un atraso? Esa emboscada simbólica, esa emboscada mediática y semiótica, no podemos caer en eso, y el cine, a mi entender, tiene un cometido histórico central que debería, repito, con mayor velocidad, mayor proximidad y mayor cercanía, entrar al corazón de las contradicciones históricas, donde está el relato, donde está el conflicto, y de ahí contar la historia de los pueblos, de los que están en lucha, nos hace mucha falta eso.

Octavio Fraga: Permítame hacer una propuesta, de esa lista que usted ha hecho, de temas, de personajes. Ayer casualmente sugería en las redes sociales, que habría que hacer, por ejemplo, una historia —desconocida incluso para nosotros— de la relación de amor entre Julio Antonio Mella y Tina Modotti, que usted conoce perfectamente. Un relato ficcionado de figuras de nuestro continente.

Fernando Buen Abad: Sin dudas.  Y la lista podría ser enorme. La pregunta es dónde está el ejército audiovisual, el ejército simbólico que tomará a hombros esto y tendrá las posibilidades tecnológicas para desarrollarlo, y después las posibilidades para difundirlo. Porque esta es la segunda parte del problema. Necesitamos más espacios de difusión para todo este material que estamos ahora mismo reclamando, y creo que esto ya también atañe a la planificación de políticas culturales que en América Latina deberían estar floreciendo. Para decirles que nos urge, pues una gran red continental para que el nuevo cine venga a ocupar el lugar que tiene que ocupar, en una batalla que no es sencilla, que es una batalla compleja, y donde además necesitamos desarrollar experiencia, porque uno sabe muy bien que los buenos, grandes, importantes directores o creadores cinematográficos también cargan a hombros una vida entera. También la han vivido y la han luchado, y tienen que socializar su experiencia de años, entonces entre la experiencia que se tiene en los años tempranos y en la juventud, y la experiencia que se acumula por los años de lucha, me parece que el cine tiene todavía que cursar asignaturas pendientes en términos de su maduración. No digo de broma que el cine es un arte muy joven todavía, lo digo consciente de que ciento veintiséis años apenas nos han dejado ver balbuceos de uno de los hijos del cine, que ha sido pues el hijo más privilegiado —si quiere ponerlo en esos términos— pero nos falta ver la emergencia de todas estas voces que nos contarán la historia. Incluso, lo espero y lo anhelo, con fruición, formas narrativas distintas, que ya no sea esto de que agarro la novela y me la llevo al cine, sino empezar a escribir con la propia cámara historias. Con una sintaxis nueva que está amaneciendo poco a poco y que ya es una urgencia. Hoy, ante la real diversidad de episodios y acontecimientos las historias son, salen de las contradicciones.

Le digo con toda brevedad. Ayer la ciudad de Buenos Aires vivió 41 grados de temperatura, la mitad de la ciudad se quedó sin luz, las empresas privadas dicen que no pueden abastecer porque quieren subir tarifas, como si no hubieran subido en un seiscientos por ciento, y no estoy inventando ahora una cifra. El drama es que una señora, que estaba en un octavo piso, tenía que bajar a ver dónde poner a enfriar sus medicamentos vitales porque si no esa persona se ve fuertemente dañada por esta situación. Pues no había ascensor, no había quien ayudara, fue un drama, de una historia que el capitalismo está construyendo en este episodio de estos minutos. Eso no lo cuenta el llamado periodismo, o eso que se llama periodismo en la televisión. Y si lo cuenta, lo cuenta para ver cómo ayuda a que las empresas privadas cobren más por las tarifas eléctricas, cosa que es una violación de un derecho humano fundamental. En todo caso, lo que sí tenemos es una historia que contar en un drama personal que es colectivo, que es histórico, y que desnuda íntegramente al neoliberalismo. Ahí el cine hace mucha falta, ya sea con historias breves, recuperando el cine minuto que para mi gusto es un embeleso enorme. Pero también el relato de aliento profundo, y que nos hace falta entrar no a historias solamente divertidas, no a historias solamente emocionantes, sino a historias profundamente pensantes, ese otro cine también nos hace mucha falta.

Octavio Fraga: Fernando, el cine moderno, el cine contemporáneo tiene una característica, un distingo, lo que le llaman el metalenguaje, donde jerarquiza se jerarquiza, sobre todo, el llamado cine como artificio. ¿Tendríamos que volver a los clásicos?, ¿qué rol juega, le agrego, la crítica cinematográfica en este escenario que estamos viviendo?, que usted ha descrito.

Fernando Buen Abad: Yo empiezo por poner comillas a eso que se llama clásico, porque Edgard Allan Poe cuestionaba la cultura norteamericana entre otras cosas diciendo: “Es que estos nunca desarrollaron aristocracia, estos brincaban de un estadio feudal a un estadio de super potencia, y se saltaron todo un proceso en el cual hay que desarrollar el principio del gusto”. No es cualquier cosa. El problema estético se desarrolla desde las raíces profundas de los modelos expresivos de los pueblos, entonces para llegar a un nivel de clasicismo, si por clásico vamos a entender el cine de Hollywood de una época, yo diría que hay que andar con pies de plomo en esa definición.

Octavio Fraga: Permítame un paréntesis, no hablo del cine hollywoodense, me refiero a los clásicos de la historia del cine, de esos ciento veintiséis años que usted señaló, que constituyen grandes obras, que efectivamente habita en el cine latinoamericano, en el cine europeo, en el asiático, e incluso en el norteamericano que no es el cine de Hollywood. Yo me refiero a ese cine clásico, prominente, que aporta, enriquece.

Fernando Buen Abad: Entiendo que hay figuras, logros cinematográficos que modelizan de manera muy acabada todas esas preocupaciones que decimos, yo no podría de ninguna manera negárselo a Kurosawa, no podría de ninguna manera negárselo a Buñuel y a otros autores por los cuales yo tengo cierta preferencia, pero tengo la preocupación de que se me vuelva clásico Buñuel. Es decir, creo que es un gran camino, una orientación muy brillante en términos del cine y lo que implica el propio Kurosawa pero no quisiera que se me hiciera clásico, si por clásico vamos a entender el que norma parámetros o el que norma los formatos, o los caminos, o el que marca los caminos que hay que seguir. Yo sí lo quiero como obligatorio, lo quiero como un referente, lo quiero como líder de una forma y de un conjunto de formas narrativas, pero quisiera darle más tiempo, a que tuviéramos unos veinte Kurosawa o más. Entonces sí aceptamos una noción de este tamaño, porque es de tal dimensión la complejidad de la interlocución cinematográfica, es tal la problemática que tiene el público del cine frente al discurso que está contemplando. Creo que no he terminado de ver todavía —y ojalá se resuelva pronto— la diversidad, la complejidad, la amplitud que representa la producción fílmica. Insisto, hemos visto tan poquito, incluyendo algunos magníficos. Yo he tenido profesores de cine —yo mismo estudié la carrera de dirección cinematográfica— que me hablaban de Tarkovski. Me dijeron: “Mire Tarkovsky” ¿Quién no tendrá admiración grande por buena parte de lo que Tarkovsky hizo? Ahora, quisiera ver veinte Tarkovsky, y ahí está el problema, que yo sé que los hay, y yo sé que no han podido llegar porque hay un montón de territorios minados que impiden semejante cosa.

Entonces, al concepto de clásico, quisiera darle tiempo para que se expandiera un poco más y entonces sí tuviera el fulgor conceptual, e incluso metodológico que debía tener en la realización, pero soy cuidadoso. No tengo prejuicios, no tengo negación alguna con el uso del concepto, yo mismo lo he usado alguna vez, pero repito, siempre con la cautela de decir: “Ojalá que una golondrina no haga primavera”, ojalá que una gran conquista en un relato, algunos de los que tiene Woody Allen, por ejemplo, a mí me parecen brillantísimos, pero difícilmente podría ver a Woody Allen como un clásico en el cine norteamericano, o en el cine francés, o en el que fuera, por muchas razones, pero la principal es porque creo que todavía no tiene, no hay un conjunto que nos de consistencia para ese término.

Octavio Fraga: Las multinacionales de cine han logrado, eso es un hecho, construir un lector de cine acrítico, pasivo, consumidor de ese relato cinematográfico que nos agolpa, se lo pregunté ahorita, pero quiero volver a retomar el tema. ¿Qué labor debe jugar la crítica ante el horizonte que tenemos hoy?

Fernando Buen Abad: Primero, tiene que existir, porque es verdad que hay algunos críticos de cine muy brillantes, eruditos, realmente formados en el conocimiento de algunos filamentos interesantes de la industria, pero no creo que eso alcance para hacer crítica. Es como la confusión que hay entre el chismerío de las cúpulas políticas y la política realmente. Algunos creen que el tráfico de influencias entre algunos políticos es la política, y dicen: “este hombre sabe mucho de política”, porque se conoce todos los intersticios y todos los chismes que se pueden crear entre aquel y el otro. Y cómo están peleados, y cómo se reúnen, se contentan, se prestan, se comparten, se riñen, se disputan. En realidad, creo que pasa esto con los críticos de cine, los que hay se conocen el triperío del mundo industrial y conocen quién puso tanta plata y cuánto ganó el otro, y si juntaron aquí y allá un pequeño, una vaquita dicen en México. Que estén juntando entre todos para hacer sus ahorritos e invertir; finalmente, es una industria que está totalmente protegida, todo está subsidiado, todo está protegido, todo está resguardado con que no les cobran impuestos, con los que tienen premios de todo género. Conocen, digamos, de la industria fílmica pesada, norteamericana, europea, por ejemplo, ese triperío raro de interrelaciones. Si ya dijimos que el cine es otra cosa, si ya planteamos que el cine es una forma de construcción de relato audiovisual cuya base es la experiencia misma de la humanidad en sus conflictos más profundos en términos de dónde abreva el cine, entonces ahí está un problema enorme, porque críticos de cine capaces de ir a esta reflexión, conozco muy pocos, hay grandes historiadores que a veces hacen crítica, pero son buenos historiadores y no buenos críticos.

Yo creo que hay grandes críticos que conocen secuencia por secuencia el desarrollo de un tratamiento visual de una película, y saben decirnos la temperatura del revelado de la película tal que usaron para tal toma, y saben decirnos los filtros, y sabrán decirnos muchas otras cosas, pero el problema del relato, que a mi entender parte de un conocimiento de lo humano y de lo social mucho más profundo, mucho más complejo, en general escasea. Entonces, todavía no es fácil encontrar un crítico de cine que haya entendido el conflicto de todos los conflictos, y ahí voy a ser repetitivo si me permites, porque estamos atravesando hace ya muchos siglos una forma de la lucha de clases que se ha vuelto cada día más cruel, más cruenta, más despiadada, más deshumanizada. Hoy estamos en los niveles en que ya hay episodios de irreversibilidad del ataque del capitalismo contra la naturaleza misma.

Octavio Fraga: Sin dudas.

Fernando Buen Abad: Hay puntos de irreversibilidad en nuestras propias conductas sociales porque estamos llenándonos de basura, o estamos acostumbrándonos a la miseria, porque tenemos una especie de acostumbramiento a lo macabro sistemático y permanente. Hay conflictos humanos históricos —es la humanidad que está atravesando un momento— ahora añadimos la pandemia y la crisis económica planetaria, y necesito críticos que estén muy sensibles a todos estos datos para poder contrastar inmediatamente con el relato de una película, y saber si esa película, de alguna manera, se dejó permear, no digo que panfletariamente, no digo que simplistamente, pero que sienta la vibración de una gran crisis planetaria producida por el capitalismo, y que eso irradia a todas las conductas humanas estén donde estén, sean como sean, y este crítico está por construirse. No tenemos escuelas de críticos suficientes, no se está estimulando la producción de crítica cinematográfica como debería, no hemos podido construir un modelo teórico-metodológico suficientemente amplio para dar una formación inter, multi y transdisciplinaria al crítico de cine; es decir, tenemos un faltante grave en la crítica del cine como en la crítica de muchas otras cosas, incluyendo a la filosofía, a la epistemología, a la semiótica.

Pero para hablar ahora de la especificidad del cine, a mí me parece que estamos urgidos de poder tener lecturas sensatas, que no me digan solamente cuántos boletos vendió la película tal, en tal lugar, y que nos arroje un producto fuerte.

Mire, hoy tenemos, por ejemplo, plataformas como las conocidas hoy más mercantilizadas, como Netflix, que exhiben una cantidad de material audiovisual infernal convertido en películas o convertidos en series. No hemos logrado encontrar en ese universo una corriente de pensamiento crítico frente al aparato Netflix, cuando es una de las máquinas de producción de pensamiento antipolítico más peligrosas que hemos visto en los años recientes. Si quiere usted exponer algunas razones de lo que yo veo, no veo todavía en la crítica a la obra fílmica en Netflix o a la obra de las series. Mientras estamos teniendo este cimbronazo brutal que representa todo lo ya dicho a nivel planetario, estos muchachos están fabricando películas como No mires para arriba, en las que de lo que se trata es de no mires al capitalismo, y ahí hay otras razones para debatir mucho, y por cierto que este es un ingrediente central de lo que estamos hablando.

Necesitamos crear, por supuesto, una corriente fuerte de críticos cinematográficos, pero para debatir, para ampliar el debate, para enriquecer el debate, para producir amplitud de la conciencia, ascenso de la conciencia. No para tener verdades absolutas, sino para interpelar el relato de ese cine, y no lo tenemos, y también creo que es parte de las políticas culturales que hoy tienen que emerger en América Latina al calor de las circunstancias que se viven.

Octavio Fraga: En el cine hegemónico, vuelvo a utilizar el término, uno de sus recurrentes recursos es el abordaje de la historia pretérita donde, por supuesto, los símbolos forman parte de sus recursos para construir esos relatos biográficos donde se apunta a descafeinar la historia, eso es evidente en Netflix. He visto series de esta plataforma que trasmutan la historia de lo sucedido en determinado tema ¿Hacia dónde apuntamos, hacia los símbolos, hacia la historia?

Fernando Buen Abad: Yo sintetizo esta pregunta, ¿hacia dónde apuntamos? Yo apunto hacia la construcción de una corriente de semiótica emancipadora. Válgame usted la exageración provisional, pero con lo que milito, lo más permanentemente que puedo, es con la necesidad de construir una corriente fuerte de semiótica emancipadora, una semiótica para la emancipación, no una semiótica que sirva sólo para la contemplación, parafraseando a Marx. Como hemos tenido algunas corrientes de investigación semiótica, que con algunos vocabularios, más o menos confusos, pretenden la deconstrucción, para usar un término más o menos común porque no nos alcanza con eso, no ha alcanzado, y en general ha sido una trampa que nos toma demasiado tiempo y nos conduce a la nada misma. Necesitamos una semiótica que sepa igualar los dos grandes avances del discurso hegemónico, el discurso hegemónico avanzado en el control de la velocidad y en el control de la ubicuidad. El discurso hegemónico hoy está dándole la vuelta al planeta entero, se está metiendo hasta en la cocina de las casas de todo el mundo, esa velocidad de penetración simbólica necesita la respuesta de una disciplina científica que en tiempo real vaya leyendo todo el repertorio que usted dice, lo simbólico, lo histórico. Porque si no, nos vamos a encontrar mañana con que, por ejemplo, algunos representantes de la ultraderecha que andan de moda en el sur del continente como en Europa empiezan a decir que ellos son los personajes que defienden la libertad, y ya se han usurpado el concepto de libertad. Y ya se lo quieren, como hace Vargas Llosa y como hizo Octavio Paz, porque es una de sus fruiciones y de sus taras permanentes hacerse pasar por la libertad, los que piensan en la libertad y la defienden, incluso dicen defender la democracia. Entonces deberíamos, creo yo, contar con una semiótica que rápidamente interpele esto, que rápidamente lo desmonte, y el tiempo real no solamente sea capaz de evidenciar la historia de farsantes que tienen estos muchachos de Octavio Paz para acá, y todos sus secuaces. No se nos olvide que el propio Vargas Llosa ha babeado por el mundo queriendo quedarse con la herencia de Octavio Paz en el sentido de su hegemonía como defensor del libre mercado. Pues necesitamos que ese discurso tenga militancia, lo que yo llamo guerrilla semiótica, un poco en el sentido de Umberto Eco y otro poco en el sentido de que dispositivos debemos armarnos para, rápidamente, desarmar ese discurso y contraponerle.

Déjeme dar un ejemplo que para mí es fantástico, que tiene dimensiones suficientes para esta pregunta suya. Octavio Paz organizó en México un encuentro que se llamaba “La experiencia de la libertad” un año antes de que le dieran el Premio Nobel, y ahí estaba Vargas Llosa, y durante horas, y horas, y horas, durante la semana que duró eso, aplaudieron la economía de mercado, porque decían que el neoliberalismo era adonde queríamos llegar, y aquí estamos ya. Entonces invitaron a don Adolfo Sánchez Vázquez, uno de los más destacados pensadores marxistas de México. Y él, ante ese abrumador discurso, estaba invitado con unos pocos minutos para poder contestar a todos esos que estaban ahí defendiendo la economía de mercado, y le dijo a Octavio Paz: “Mire, don Octavio, el capitalismo es el capitalismo aunque contrate poetas para hermosearse”. Entonces, es la fuerza de una respuesta semiótica que permite desarmarle el discurso al otro en tiempo real, y no dejarlo así como: “Ya dijo Octavio Paz la gran verdad”, con todos sus secuaces, y nos condenó a todos estos demás a creer que esa era la octava maravilla del mundo, sino que ahí hubo una persona que con esa inteligencia dio esa respuesta. Yo siempre tomo este ejemplo como referencia porque eso deberíamos estar haciendo en cada película que vemos, esto deberíamos estar haciendo en cada discurso que pronuncia Biden, donde abre la boca y es como, la panacea de las contradicciones más abrumadoras para el planeta. En esto deberíamos estar entrenándonos todos los días con un grupo de jóvenes en todo el continente, con lo que yo llamo asambleas de la comunicación, desmontando la metralla cotidiana, porque si no, no tendremos reservorio de defensa en los próximos años frente a la ofensiva semiótica, y creo que si sigue siendo válida la descripción que hizo Marx de que la ideología dominante es la ideología que domina durante una época, nosotros tenemos que saber que esa ideología, que es la ideología de la destrucción de la humanidad, necesita encontrar frentes por todas partes articulando ejercicios. Yo he hecho lo posible, en el muy poco alcance de mis fuerzas, para tratar de hablar con los presidentes de la región, con los que he podido hablar, para hablar con Dios y María Santísima, decía mi abuela. Para poder decir: “Hagamos algo, necesitamos una cumbre de presidentes para discutir el problema de la cultura y la comunicación en la región, necesitamos poner en el debate, en la agenda de nuestras formaciones políticas de todo el continente esta discusión”.

Voy a decir una frase de titular de prensa, como hacen algunas que planifican sus entrevistas para decir frases así, de titulares: hoy no debería haber un frente político que no tuviera una escuela de formación en comunicación y una corriente de pensadores críticos sobre el cine, porque todos están de acuerdo, todos ven, todos consumen, todos se sientan frente a la pantalla para consumir Netflix, Amazon. Todo el mundo tiene su canal del cable que le provee HBO, que le provee aquella, esta y la otra, y todo el mundo consume hoy más que nunca la producción fílmica hegemónica. Ahora, no tenemos frentes organizados desde las bases de los distintos grupos para pensar esto de manera crítica. Yo quisiera ver en asambleas de comunicación de los sin tierra de Brasil, como los movimientos de piqueteros argentinos, como los movimientos obreros ahora en México, que estuvieran creando sus talleres de análisis crítico frente al discurso hegemónico a través del cine, y esto debe ser una política popular desde las bases, que no tenemos ahora, y debería, según yo, estar en la agenda de toda organización.

Octavio Fraga: De alguna manera usted lo subrayó, al principio, pero quiero apuntarlo. Seguramente compartimos que nuestros pueblos, me refiero a América Latina y el Caribe, somos poseedores de un importante capital simbólico construido por siglos; sin embargo, no tienen una relevante presencia en el cine que se hace hoy, digamos, en los últimos veinte años de nuestros países, ¿qué piensa sobre esto?

Fernando Buen Abad: Sí, estoy tan de acuerdo que lo lamento, lamento con usted que tengamos esta desmemoria. Pero incluso, esta desmemoria ha sido fabricada, y yo creo que hay que estudiarla semióticamente, porque la memoria es un campo de disputa simbólica. En la memoria se dan batallas importantes de lucha simbólica, y cuando se extirpan procesos históricos de la memoria de los pueblos, por ignorancia o por muchas otras razones, hay muchas estrategias para esa sustracción y lo que se produce justamente es incapacidad de articulación ¿Quién puede hablar de lo que no conoce? Es una pregunta más o menos elemental. Pero hay que decirle al continente, a este continente, que Mesoamérica tiene cuarenta y cinco pirámides, así como la gente le dice a uno, la palabra pirámide en la cabeza de mucha gente representa inmediatamente Egipto.

Hay que decir, al menos, que existen cuarenta y cinco en la zona de Mesoamérica, y que por el mar Caribe han pasado todos los imperios imaginados e inimaginables, y que han creado todos los estragos más inimaginables. Ahí tenemos una enciclopedia de lo macabro, en el Caribe, en donde el sello de los imperios ha sido absolutamente inhumano, ese relato no está en el repertorio de lo fílmico que hoy está pensando la juventud por hacer. No es un problema de pretérito, por cierto, porque contrario a la lógica de que la historia es una cosa del pasado, en realidad la historia es una cosa del futuro y del presente, y esta realidad hace que entonces no se entienda todavía y se vea a Guatemala, como esos pobrecitos que se van para Estados Unidos, o esos pobrecitos muertos de hambre atacados por un gobierno, que no más están pensando en ir a vivirse de los dólares. No, es una civilización que ha sido absolutamente desfondada, agredida y destruida por las colonias, por el coloniaje, por todos los coloniajes, y entonces la historia del coloniaje tampoco está en el reportorio de los temas que deberíamos estar contando en el presente y en el futuro inmediato, Vladimir Acosta, magnífico amigo venezolano, acaba de publicar un libro hermosísimo, Salir de la colonia se llama, y ha escrito otro sobre el monstruo que es Estados Unidos, para reconocer los intestinos profundos de la ideología del coloniaje. Ahora, eso debería ser materia prima de todo, de los proyectos de impulso cinematográfico en América Latina.

Si tuviésemos, voy a decir un atrevimiento, entre comillas, una UNESCO de los pueblos, si pudiéramos tener un espacio desde el cual diseñáramos políticas culturales para América Latina, políticas de los pueblos, esta agenda de aproximación al conocimiento del coloniaje en todas sus escalas objetivas y subjetivas, tendríamos ya un repertorio fílmico para una nueva generación cinematográfica en los próximos veinte años.

Se necesita que nos sentemos a revisar, ayudarnos de los expertos en historia, en antropología, en sociología, en estética, por supuesto, en nuevas narrativas audiovisuales —también la narrativa audiovisual se ha desarrollado— y tiene hoy tiempos, velocidades y apetitos distintos. Todo esto necesitamos sistematizarlo, y no estamos llegando a tiempo a esa tarea, por eso vuelvo a decir, sintetizando, una gran corriente de acción semiótica emancipadora que debería incluir esto, porque esto podríamos decirlo para la prensa hoy mismo. ¿dónde está el periodismo que está hoy realmente ahí sintiendo el latido cotidiano de la realidad que estamos viviendo en el mundo?, ¿dónde está el periodista que está cuestionando su vocabulario, que está pensando si su relato está a la altura de la historia?, porque que creo que los vocabularios con que nos enseñan a relatar las cosas se han quedado tan empobrecidos que la monstruosidad que se nos presenta se queda asfixiada con nuestro escaso y pobre vocabulario permanentemente. Lo digo en términos generales, y con todo respeto, para los compañeros que sí se esfuerzan en esto, pero en términos generales hay dramas del presente. Hay pueblos que se quedaron hoy sin vacunar por la intolerancia imperial, y el periodismo a veces, no digo el vendido, el contratado. Incluso, algunas de las mejores buenas intenciones relatan con tal pobreza este hecho que no alcanza a tomar dimensiones en la conciencia del que lee. Creo que esa relación tiene que ser reanudada en el cine, en todas las formas expresivas que tengan como latido profundo la tarea de la emancipación que nos urge. Y nos urge terminar con esta monstruosidad que es el capitalismo, y un grano de arena que se pueda poner, pues será bienvenido siempre. Ahora, la pregunta es cómo lo sistematizamos y cómo le damos dimensión política verdadera, ahí se requiere el apoyo de los estados serios. Y de los políticos serios, pero no dejemos de plantear esta agenda nunca, porque en última instancia alguno habrá que escuche. Llegará un momento en que consigamos una mínima base organizativa y arranquemos, así sea parvulariamente, pero alguna movida.

Yo estoy dedicado con el Instituto de Cultura y Comunicación, a hacer las convocatorias más amplias que puedo. Estamos tratando de formar este año algunas asambleas populares de comunicación para sentarnos a mirar los programas y las películas juntos e intervenir, no irnos de una exhibición sin haber intervenido con cuatro ideas, como la de Sánchez Vázquez. Que no salga cualquier película, y no prohibir que se vea nada,  sino entrar a hacer el análisis con cualquiera de las cosas que hay en el mercado para con eso, justamente, mantener un método que permita la intervención. Es una iniciativa en escala muy pequeña, pero no por eso, digo, dejemos de plantear la urgencia.

Y otra de las herramientas indispensables está la de la crítica, si tuviésemos veinte críticos serios en este continente sentados mirando todo el repertorio de este cine tipo Netflix o cualquiera de estos, ya esto sería una vanguardia mundial en las próximas veinticuatro horas.

Octavio Fraga: Fernando, en los últimos días yo he visto en redes sociales que usted hace mucho énfasis en el término “anticuerpos culturales”, en torno a la llamada “prensa libre”. ¿Qué son esos anticuerpos culturales? ¿Cómo deben ser? Y yo debo hacer una crítica interna entre nosotros, ¿considera que la cultura, en los movimientos progresistas y revolucionarios del mundo, están jerarquizados como manera para lograr nuestros objetivos?

Fernando Buen Abad: No, no lo creo, porque justamente no tenemos los laboratorios que fabrican los anticuerpos. O sea, así como hay laboratorios que fabrican vacunas contra la Covid, así deberíamos interpretar la ideología dominante de la época, como una pandemia, y deberíamos estar produciendo esos anticuerpos para impedir que nos contamine, que nos intoxique. Y sé que se podría, porque hay materia prima para la fabricación de esos anticuerpos siempre y cuando tengamos los laboratorios para hacer todas las pruebas necesarias. Entonces, ¿qué anticuerpos serían aquellos? Por lo menos voy a señalarle dos o tres que me parecen indispensables.

Uno es que es crucial, todo aquel que se quiere involucrar con una situación cualquiera que conozca la historia de esa situación, y hemos de decir que muchos de nuestros periodistas intervienen en algunos escenarios para hacer crónicas, relatos, incluso siendo corresponsales de guerra. Mire, que yo he estado en varios congresos de corresponsables de guerra y no tienen ni idea, estuve en uno en Qatar, con corresponsales de guerra de la televisora Al Jazeera y de algunas televisoras que estaban cubriendo el ataque contra Irak, no tenían idea de la historia, ni de los pueblos, ni de las etnias de la región. No sabían, esto que acabo de decir es un escándalo —solamente por enunciarlo— no tenían idea ni de la historia de los pueblos ni de la historia de sus formas expresivas.

En ese escenario en el que estuve, de esa reunión de corresponsales de guerra, conocí a varios cuentacuentos, beduinos de esos viejos, que entre las muchas historias que contaban, contaban las historias de las guerras que habían visto, y vivido, y padecido en esa zona durante centurias, estaban ahí en esos relatos. A mí me los tradujo alguien con mediana capacidad de traducción, que entendía que no se puede hacer traducción lineal de los cuentos y de la lengua árabe al castellano, pero me hizo ver que ninguno de los presentes, de los corresponsales, se habían ocupado jamás de conocer un poquito de la cultura de la zona, de los relatos, de las historias, de los vocabularios mismos, entonces es un problema de conocimiento y de información, en esa doble instancia de historia y cultura que generalmente están ausentes, generalmente, digo. Entonces, con esos anticuerpos, uno aprende a conocer a un pueblo uno aprende a quererlo.

Es una reacción humana fundamental, y solidaria, y fraterna, no puedo pensar en agredir a alguien a quien conozco, en destruirlo, en desaparecerlo. A menos, claro está, que alguien me pague, o por otros intereses, pero este es un compromiso que debía ser metodológico para la construcción de la vacuna y de los anticuerpos.

La otra es, insisto, el conocimiento profundo, amplio, filosófico y humanístico de la lucha de clases, no los formatos del concepto lucha de clases en el sentido de los viejos manuales soviéticos, que a veces llegaron a construir con esto concepciones mecanicistas que no solamente empobrecieron la explicación de la conflictividad histórica de clases, sino que además nos convirtieron en enemigos de la solidaridad con los oprimidos. Que pareció que la lucha de clases es una especie de abstracción pugilística donde se pelea quién sabe quién contra quién, y no reconozco que hay personas, historias humanas, historias de vidas que están siendo atravesadas por el capitalismo a la hora en que la heladera está vacía, el refrigerador está vacío, o que se te corta la luz, o que no te alcanza para subirte al transporte público para ir a trabajar, o todas las razones que la vida cotidiana expresa y deja tatuada en la cotidianeidad. Allí ese concepto de lucha de clases, que necesita una profundización filosófica y una actualización filosófica para un humanismo revolucionario de nuevo género, es otro elemento indispensable para la vacuna, para los anticuerpos.

Y la otra es saber, por más que no lo conozcamos, los pueblos han sabido desarrollar grandes batallas de resistencia victoriosas, y que no hemos hecho todavía la enciclopedia de las grandes victorias comunicacionales de los pueblos. Déjeme decirle, después de sesenta y tres años de Revolución en Cuba ustedes tienen un repertorio de grandes victorias comunicaciones porque están en pie, porque han sabido ingeniárselas, porque si no hubo para esto resolvieron con pintura, como se pudo, y ha habido un proceso de resistencia, de comunicación, de educación, y son la vanguardia mundial en salud pública hoy por hoy. Esto es decir muchísimo en un mundo que está sometido hoy a la inmundicia de un comercio de las farmacéuticas y del negocio de la vacuna.

Pero hay que contar la misma historia, por ejemplo, de los pueblos centroamericanos, que han tenido grandes batallas, cualquiera que ha tenido una lucha en un barrio sabe que hay que poner carteles, letreros, canciones, hacer bailes, hacer fiestas, hacer rifas, hacer reuniones, hacer lo que sea necesario para que prevalezca el concepto de defensa del barrio y de defensa de la gente. Esas son victorias comunicacionales aunque no aparezcan en los diarios o aunque no lo quieran ver como victorias muchos.

Entonces, ¿qué será el día que logremos tener la fortaleza metodológica y política para construir la gran historia de las victorias comunicacionales de nuestra América Latina? Pues tendríamos que poner las grandes conquistas del muralismo mexicano y, por supuesto, también de los corridos mexicanos, al lado de la Nueva Trova y de la canción cubana y del cine cubano, que nos ha enseñado a hablar de temas. Me acuerdo haber visto por primera vez uno de los grandes conflictos de lucha intramatrimonial por la razón de la realización sindical en una película cubana. Nos deslumbraba que se pudiera discutir esos temas en una película, ¿Y qué diríamos de Nicaragua, y qué diríamos del Perú, donde hay victorias de resistencia extraordinarias? Desde el mismísimo día de la caída de la gran Tenochtitlán, en que fue secuestrada la plana de líderes, de los pueblos originarios mexicanos —desde ese día— nacieron formas de resistencia comunicacional que no hemos sabido sistematizar y documentar hasta el presente.

A esta hora, hoy en las calles de Buenos Aires, hay gente que con un tamborcito, y con un palito, y con lo que pueda, está golpeando los postes denunciando que se quedaron sin luz hace seis semanas, hace seis o más semanas, y no hay una voz que salga a atenderlas, y esa lucha con el palito juntó como a veinte, como a treinta, y se ha ido multiplicando, y resulta que ahora cortan calles. Esas estrategias de lucha comunicacional, de intervención en vías de comunicación como las calles, no están documentadas como batallas, y lo son.

Entonces si conociéramos esas estrategias populares de defensa tendríamos también, nosotros, un elemento de anticuerpo y sabríamos que hay que estar a la altura de esas luchas, que todo periodista que quiera hacer un relato, una construcción informativa, debería estar a la altura de las luchas que están en marcha en todos los pueblos y en todas las puertas de las fábricas del continente. Ahí creo que tendríamos tres elementos claves para un muy potente anticuerpo ideológico en esta batalla semiótica.

Octavio Fraga: Cierro con esta pregunta. Usted conoce que en nuestro país, desde hace muchos años, se desarrolla el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, que tiene un impacto social tremendo en nuestro país, en La Habana sobre todo. Los cubanos aprovechamos para ver las últimas películas de la región, y por supuesto, también se ponen películas de otras geografías, de otras corrientes estéticas, pero lo latinoamericano es lo que verticaliza este Festival. ¿No cree que sería importante retomar, en los países que fuera posible, multiplicar esta experiencia, como ejercicio de hacer políticas culturales, como praxis para conocer nuestras culturas?

Fernando Buen Abad: Sí, yo digo que es una obligación, debería ser una obligación de política cultural. Algo nos está faltando; nos está faltando un poquito de autocrítica en el sentido no de la autocrítica que es golpe de pecho y nos equivocamos, sino en el sentido de la autocrítica que corrige los errores, y que los corrige fraternalmente, y que los corrige sin esta cosa de la culpígena. Entonces creo que nos hace falta una fuerte autocrítica, porque hemos dejado los proyectos de políticas culturales al margen hace muchos años, el neoliberalismo nos hizo mucho daño en ese sentido. Estamos pagando las consecuencias de, al menos, treinta años de estragos durísimos del neoliberalismo en toda la región, que puso el campo de la cultura como un problema puramente decorativo y como un problema puramente de entretenimiento, y yo pienso que hay que devolverle las redefiniciones obligatorias en el campo de la política.

He estado en muchos festivales de cine y he sido, incluso, juez en muchos de ellos, es una oportunidad magnífica para sentarse unas cuantas horas y con eso recetarse el paisaje de las mayores diversidades que uno haya podido imaginar y que las condiciones no le han permitido, entonces es casi una obligación de política educativa también, eso hay que hermanarlo siempre, porque si no, se desconectan tareas que deberían estar íntimamente relacionadas. Yo pienso que Festivales de Cine como el de La Habana, o los Festivales del Libro también, deberían ser estrategias hermanables en todo el continente, y que deberían ser un circuito permanente, no debería parar demasiado tiempo antes de que estuviéramos dándoles la vuelta a todos estos materiales y a todos estos contactos con las distintas realidades.

Pero en la autocrítica, creo que necesitamos abrir los foros para proponerlo y pensarlo en conjunto. Hace falta un gran congreso sobre cine hoy en América Latina, hace falta un gran congreso que nos permita sentarnos a escuchar cuáles son las líneas políticas que urgen, así fuera un congreso como estamos haciendo esto. Escuchar a los treinta o cuarenta referentes de la región en unos cuatro o cinco días y hacer de esto un documento, firmar un documento conjunto que pudiera aportar la herramienta de la batalla cultural, que es un instrumento de la educación popular que no se puede desconectar, y que es indispensable en un universo en el cual la tendencia es a que seamos cada vez más ignorantes y más inconexos, porque finalmente es el triunfo de ellos. No les importa que seamos, cada vez más, los que les protestamos, mientras estemos desconectados ellos están felices porque la lucha del capitalismo contra nosotros permanentemente es, en primer lugar, impedir que nos organicemos.

Entonces en la medida en que seamos un archipiélago inmenso pero inconexo, en esa medida pues no pasará nada, pero si el esfuerzo lo encaminamos a una organización mínima yo creo que algún paso se puede dar, y alguna vez quizás encontraremos políticos que se sensibilicen y encuentren que no pueden seguir operando políticas culturales sin haber creado una corriente cultural y comunicacional potente para la región. Porque si no, todo ese vacío que se deja, vendrá después a comérselos a ellos picaditos como desayuno del imperio muy fácilmente, porque así ha ocurrido. Porque todo vacío que se deja viene la ideología dominante a llenarlo con su basura, entonces yo creo que no solamente como una necesidad, yo lo veo como una obligación y como una responsabilidad en este tiempo, el levantar la voz con los liderazgos. Solamente digo, desperdiciando el trabajo que ya está hecho, porque son grandes, importantísimos referentes culturales, como este Festival de Cine de La Habana o las Ferias de los Libros en México, son bastiones muy importantes que se han conquistado, ahora hay que intervenir. Porque el otro dilema es que la producción tanto cinematográfica como bibliográfica también necesita dar un vuelco de reconversión de producción nacional, y este es el otro tema, o ese el tema de temas que deberíamos estar discutiendo en un congreso. Muy bien, hagamos muestras, pero de qué producción. Y más de uno se queda mudo. Hoy los monopolios de la producción de libros son, casi todos, propiedad de empresas españolas en América Latina.

Están contentísimos con las Ferias de los Libros, y por eso quieren a Vargas Llosa al abrir todas las Ferias, inaugurarlas. Pero nosotros no necesitamos decirles que no, que hay otra producción bibliográfica distinta que exige espacios y que necesita espacios en América Latina, y en materia de cine, y en las formas sucedáneas que uno quiera. Hoy tenemos grandes, importantes productores de podcasts que están haciendo trabajos muy interesantes y que no están encontrando plataforma en las políticas culturales de la región; así que a mi entender es nuestro desafío generacional, y hacemos lo que podemos cada cual con los espacios que estamos ganando, ojalá pudiéramos multiplicarlos en algún espacio de coordinación.

Octavio Fraga: Muchísimas gracias por su tiempo que querido Fernando, ha sido enriquecedor lo que nos ha aportado, y bueno, esta entrevista la vamos a transcribir, la vamos a compartir, la haremos llegar a usted también para que la socialice, para que la gente reflexione, porque ese es el sentido de este diálogo, para que la gente debata, y que este Diálogo en reverso, que hemos tenido hoy, sirva para estos fines.

Fernando Buen Abad: Agradecido de todo corazón nuevamente y no lo digo sólo como protocolo de despedida, lo digo de corazón, y toda vez que sea posible hagamos juntos lo que sea posible. Es nuestro tiempo para hacer cosas, así que no lo desperdiciemos, y en la medida en que yo pueda colaborar en la distribución del material que ustedes generen, con todo gusto, y sigamos produciendo cosas, que me parece que urge. Hay, por lo menos, una juventud en el continente que está necesitando mucho trabajo de orientación, no digo de guías como gurú, pero sí de proponer dónde están los caminos de los debates para poder enriquecer el campo de visión, así que en lo que yo pueda, cuenten conmigo siempre.

Octavio Fraga: Una vez más muchas gracias, y le mando un abrazo en nombre del equipo de Cubaperiodistas.

Fernando Buen Abad: Abrazo para todos y todas.

Octavio Fraga: Cuídese mucho usted.

Fernando Buen Abad: Hasta siempre, gracias, igualmente.

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Autopsias Semióticas

Foto: Hipertextual

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

(sobre las Mercancías Fílmicas)

También las tácticas y estrategias narrativas del cine fallecen, aunque una industria voraz, infestada por intereses mercantiles e ideologías chatarra, se empeñe en mantener a sus “muertos” semióticos como la leyenda de un “Mío Cid” cabalgando las estepas del mercado audiovisual. Y sus muertos no gozan de “buena salud”. Esos “muertos” semióticos pueden provenir de fallecimiento reciente o añejo, en 126 años de historia. (28 de diciembre de 1895 – 28 de diciembre de 2001) Veamos.

Entre las causas de muerte están los estereotipos narrativos desplegados en movimientos de cámara repetitivos, musicalizaciones sensibleras, gesticulaciones y poses mezcladas con la lógica de la secuencialidad rutinaria, los planos y contra-planos simplones y la pobreza argumental en los guiones, “scrips” o libretos… intoxicados por maniqueísmos, mojigaterías y moralismos doctrinarios, pergeñados desde la ideología de la clase dominante que hizo del cine, también, una máquina de guerra ideológica disfrazada de “entretenimiento”. Cadáveres discursivos que contrastan su entidad funeraria con las realidades humanas cada día más vivas, complejas y marcadas por la lucha de clases que, pertinazmente, en el cine se in-visibilizan por razones de renta y desmoralización inducida. En más de un sentido esto es parte de la lógica y la retórica de la “posverdad”. Sin atenuantes.

No falta un conservadurismo pelele que se empeña en llamar “clásicos” a sus refritos fílmicos. A fuerza de imponer su modo de interpretar (enmascarar) la realidad y “divertir” a los pueblos con una farándula banal, ególatra y cipayo de los intereses hegemónicos industriales cinematográficos. Demasiados jóvenes realizadores han sido ya colonizados por el facilísimo del éxito repetitivo. Y sus profesores se vanaglorian y les aplauden. Y entregan premios de todo tipo demagógico.

No se niega la audacia y la (ocasional) fuerza seductora de algunos casos que hicieron historia en una industria rabiosamente monopolizada y frente a la que, durante mucho tiempo, no ha habido posibilidad real de comparación o competencia porque, entre muchas causas, fue impedido el desarrollo de otras industrias y otros modos de producción, distintos y distantes de las fórmulas del “éxito” hegemónico de los monopolios fílmicos, tanto como de los monopolios publicitarios y los monopolios de distribución. Ellos sólo admiten la “creatividad” que es capaz de vender más (y mucho) de lo mismo.

Con el paso de las décadas, algunas realizaciones fílmicas lograron exhibir lo distinto en la narrativa fílmica, que fue impulsado por la fuerza natural de las diversidades culturales, socioeconómicas y estéticas; y por intereses no subordinados, exclusivamente, por las “taquillas”. Y entonces, hemos podido experimentar la narrativa distinta generada por pensamientos, sensibilidades y emociones irreductibles al efectismo simplón de los clichés “exitosos”: balaceras, trompadas, vociferaciones, desnudez, histrionismo repetitivo y cursilería melódica a todo pentagrama. Bálsamos fílmicos que son los menos.

Es indispensable una rigurosidad crítica de nuevo género que detecte, con autocrítica, hasta dónde la crítica que conocemos, incluso la más “independiente”, ha sido contaminada por los baluartes del estereotipo narrativo dominante. Su ética y su estética. Aunque el poder mercantil, que secuestró al cine, llame a su panteón “superproducciones” estamos llamados a reconfigurar instrumentos científicos para una crítica de nuevo tipo que, en simultáneo, enriquezca la autocrítica y sirva para producir, en tiempo real, dictámenes sobre el carácter complejo del cine que nunca ha sido una diversión inocente.

Así será desactualizado, desacralizado, el panteón fílmico dominante y dejará de ser, para bien de todos, el fardo obligatorio que cargan los estudiantes de cine en todas sus especialidades. Basta ya de planos obsecuencia, de diálogos previsibles y simplistas. Basta de iluminación decorativa y de escenografías, vestuarios y maquillajes serviles del culto a la personalidad y el fanatismo de “star sistem”. Basta de narrativas disecadas. Basta del espectáculo exhibicionista que manosea dramas personales descontextualizándolos. Basta de soldaditos heroicos y gánsteres filantrópicos que aman a sus familias y odian a su clase. Basta de historias legalistas en un “mundo perfecto” donde su idea del bien prima sólo para los ricos y para los blancos. Basta de la retahíla audiovisual imperial que se rinde culto a sí misma imponiéndonos su bandera, literalmente, hasta en las escenas más aparentemente inocuas. Urge aniquilar el esnobismo y la suntuosidad con que se parlotea de cine haciendo pasar por hondura teórica cualquier paparruchada ideológica tan estereotipada como el objeto del pretendido “análisis”.

Pero será imposible profundizar la crítica contra el arsenal simbólico de la industria fílmica, sin un reposicionamiento epistemológico con instrumentales multidisciplinarios de estudio crítico y autocrítico, en “tiempo real”. Será superflua y efímera toda iniciativa crítica a fondo sin redefinir, con marcos históricos-económicos, éticos y estéticos correctos. Sin consolidar un método semiótico emancipador, capaz de enfrentar al rol alienante de una maquinaria de significación que transita y habita, cómodamente, bajo la sombra de cierto “sentido común” que lo hace parte del entretenimiento o el esparcimiento inicuos e inocuos.

Eso no se logrará con (sólo) uno o varios cursos teóricos reducidos a una cuántas semanas de claustro académico, es preciso ascender a una práctica científica política, militante de la verdad contra el ilusionismo hegemónico que invierte fortunas en sus armas de guerra ideológica mientras muchos de nosotros seguimos empantanados en juicios de “gusto”, tecnológicos o aritméticos de taquilla. El “séptimo arte”, la “fábrica de sueños”, la “magia fílmica”… y su “valor” museístico reverencial.

Han muerto muchas de las instituciones simbólicas burguesas, aunque las hermoseen los taxidermistas sabiondos. Es preciso ventilar las habitaciones para disparar los hedores de una morgue cinematográfica que sigue repitiendo y repartiendo su relato mortuorio como discurso fílmico embalsamado y único mientras un mundo lucha, denodadamente, por liberar sus fortalezas expresivas de las morgues semánticas y de los clichés de pantalla. Y si alguien piensa que aquí se exagera, habrá que desplegar investigaciones profundas para que, con una ciencia semiótica emancipadora, se demuestre que la exageración verdadera ha sido infestar al planeta con el modo de producción fílmica estereotipada y sus relaciones de producción cinematográfica esclavistas. Semiótica emancipadora para hacer y mirar el cine de otros modos. Por un nuevo orden cinematográfico mundial. Un solo mundo, muchas películas, diversas.

Tomado de: Cubaperiodistas

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Cárcel de algoritmos

Foto IE

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

Ahora resulta, también, que los conceptos con que transitamos las redes sociales son, en virtud de los programas sensibles de la www, unas forma del encierro del cual no se sale porque es un encierro, digital, ideológico y comunicacional. Se trata de dispositivos ciber-sensibles capaces de enlazar y circunscribir redes o conjuntos de palabras (e imágenes) entre usuarios coincidentes, para crear marejadas de ideas encerradas en sus propios mantos semánticos. No sorprende tratándose de tecnología ideada por la burguesía para comerciar globalmente. E-Comerce le llaman.

“Del latín medieval algorismus, y este epónimo del matemático y filósofo persa al-Jwārizmī (الخوارزمي), a su vez llamado así por ser nativo de Corasmia. Compárese guarismo… Conjunto secuencial, definido y finito de reglas para obtener un determinado resultado en la realización de una actividad.” (https://es.wiktionary.org/wiki/algoritmo)

Se fabrican a destajo trolls, fakes y bots en cuanto reducto sea posible manipular sin ser visto. Son una plaga y una calamidad cuya trascendencia sólo comienza a ser vista según genere “inconvenientes por espionaje o por siembra de pruebas falsas luego de quedar, un mensaje, encerrado en cárceles con rejas digitales invisibles.

Con los espejismo democráticos creados por Internet, proliferaron argucias y vigilancias a la información y crearon un caldo de cultivo descomunal infestado por dispositivos de control y represión semántica aplicados sistemáticamente para hacer negocios disfrazados de política. Cada día las evidencias se multiplican porque los usuarios reciben la misma información a pesar de estar en las más diversas redes y porque, más de una vez, los círculos en los que quedan encerrados son puntos ciegos para neutralizar movilizaciones twitteras. Parece que sólo hablamos entre un nosotros creado artificialmente.

Por ejemplo. Hay dispositivos diseñados para analizar nuestra conducta semántica en el contexto de nuestros contactos. Eso lo demuestra fácilmente la publicidad que de inmediato nos inunda cuando escribimos, por ejemplo, un correo electrónico o un mensaje en las redes. La cosa empeora cuando decimos que nos ha gustado algo en especial. Una cuenta, un concepto una imagen… entonces los algoritmos se adueñan de nuestros espacios virtuales para dejarnos encerrados en lo que ellos consideran el mundo de nuestros pares. Todo eso sin consultarnos.

Somos víctimas de publicistas y de servicios de inteligencia sin saber exactamente cuál es cuál, o cómo se diferencian. Con sus algoritmos ellos dan mayor importancia a los conceptos y núcleos que creen fiables y enlazan a webs de espionaje de datos con mentiras, informaciones manipuladas, rumores y calumnias para favorecer (especialmente) la difusión de noticias falsas y la creación de prisiones algorítmicas ideológicas. Imponen su visión del mundo encerrándonos y alejándonos de aquello que cuestiona sus ideas. Es un impacto invisible de la tecnología que fabrica burbujas ideológicas con algoritmos capaces incluso de intervenir contenidos emocionales e hibridarlos con las noticias falsas con otros algoritmos capaces de detectarlas y difundirlas mejor en sectores de usuarios más sensibles a esa fórmula que a su vez han sido encerrados en calabozos digitales a medida con base en el “big data”.

Hay usuarios que se han hecho adictos voluntariosos a las noticias no veraces. Con algoritmos se rastrea y se enlaza la proclividad de algunos que ya no necesitan del engaño porque se autoengañan y crean feligresías de la falacia como expresión de un estado alterado de relación con la realidad y como ejemplo de una cultura basada en patologías informativas de nuevo género que son mutaciones semióticas en un campo de lucha plagado con infecciones ideológicas muy letales.

Para combatir ese delito de lesa humanidad, nos urgen, por ejemplo, grupos de investigación multidisciplinarios que aborden este problema como un problema de cultura y comunicación íntimamente relacionado con problemas de salud mental y saludo pública en general. Habría que revolucionar la producción de los algoritmos para que en lugar de encriptar su origen y su fecha de creación ayudaran a garantizar la veracidad de una información, su responsabilidad social, sus autores, sus usos y sus intereses de clase con precisión de datos y códigos éticos con diferenciación entre informar y opinar.

Que las máquinas no decidan qué verdades debemos conocer ni con qué círculos de usuarios debemos ser enclaustrados para que terminemos hablando entre iguales bajo la lógica de que somos colectivos de consumidores promedio con modos de pensar similares. Porque ese es el negocio tarde o temprano. Para vendernos libros religiosos o progres, para vender este o tal tabaco, para un vestuario u otro… para encajarnos un dispositivo ideológico, electoral, dogmático o consumista.

Los algoritmos de mercado (mercadológicos) constituyen una forma de las inteligencias artificiales diseñadas para agilizar las ventas de toda la chatarra burguesa que circula en el E-Comerce y no solamente el espionaje para la represión física e intelectual. Incluso Google y Facebook han reconocido el uso y el abuso de los algoritmos y ya han ideado lavadoras de conciencia burguesa que se sustentan en una pretendida actitud ética en el manejo de información. Pero siguen espiando y vendiendo la información básica que la dictadura del mercado necesita para vaciar sus bodegas y saturarnos con crédito bancarios hasta la asfixia. Consumismo barnizado veracidad de publicistas.

También el modo de producción tecnológica debe ser escrutado en el contexto de la guerra económica que la burguesía ha desatado para dominar las relaciones de producción y todos sus campos emocionales. Necesitamos una revolución cultural que además de combatir la producción, distribución y consumo de informaciones falsas, consolide el derecho social a la cultura, la comunicación y la información emancipadas y emancipadoras. Que habilite a los pueblos a controlar directamente la producción de la tecnología en sus hardware y en sus software. Revolucionar la producción de los algoritmos para garantizar un proyecto de igualdad e integración hacia una alfabetización mediática capaz de ayudar a desarrollar tecnología soberana y habilidades pertinentes para democratizar la producción de la información. De inmediato.

Tomado de: La Jornada

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Calamares en su tinta ideológica

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

A eso que hoy se llama “éxito de audiencia” o rating, con argumentos cuantitativos casi siempre unilaterales, hay que reclamarle definiciones de fondo. Si es “éxito” sólo porque muchos lo ven, sin importar lo que entiendan u opinen esos “muchos”, su idea de “éxito” expresa, también, la decadencia de sus parámetros. Es un truco publicitario reiterado hasta el hartazgo, arengar éxitos para multiplicar audiencias. Que millones de personas consuman irracionalmente productos chatarra está lejos de ser un “éxito” porque eso realmente es una derrota. Reina la anti-política.

En el Juego del Calamar, archi-publicitada serie de la empresa Netflix, se repiten todos los estereotipos narrativos para vendernos una emboscada ideológica hegemónica como si fuese “crítica” a un sistema de injusticias y desigualdades. Despliegue narrativo saturado con tácticas dilatorias para convertir en “interesantes” situaciones anodinas y de relleno. Son nueve capítulos (por ahora) que pudieron ser contados en la mitad o menos. Estirar escenas no equivale a incrementar riqueza expresiva. La empresa Netflix también aplica el Juego del Calamar a su propia audiencia donde los crímenes contra la inteligencia social se suceden para que caiga el dinero mientras gana la desesperanza, la cursilería y no poco idealismo filantrópico depresivo. Sus méritos técnicos o actorales no consiguen disfrazar la sintaxis del horror al que nos tienen acostumbrados.

A eso le llaman “éxito”. Un discurso unilateral, monotemático y moralista bañado con violencia gratuita y efectismo. Trata de convencernos de que así es cierta “realidad” aunque se la disfrace de ficción envuelta en “metáforas” que suponen ser “críticas”. Maniqueísmo de simplismo rutilante en el que un puñado de sicópatas son los “malos” (VIP) con super-poderes perversos, localizados en Corea del Sur, para divertirse con la desgracia de personas empobrecidas y endeudadas hasta la desesperación. El capitalismo reducido a individuos. La explotación y la miseria reducidas a una ensalada de “hambrientos”, tan ambiciosos y crueles como sus verdugos poderosos. En uno de sus ribetes ideológicos más aberrantes llegan a decir que son lo mismo, que en los extremos todos somos iguales.

A eso le llaman “éxito” y, para que “funcione” su historia, excluyen toda posible referencia al sistema económico y al de valores de la clase dominante expresada en sus empresas, sus negocios y sus estructuras de gobierno. Para que “funcione” su historia hay que borrar de la cabeza de los oprimidos (los jugadores que ponen el pellejo) toda conciencia de clase, de lucha organizada o de victoria no reducible al “golpe de suerte”, al individualismo o a las traiciones rentables.

Como estrella de la serie está el dinero que se acumula con la progresión de las muertes (como ocurre con la industria bélica mundial). Cuelga en una esfera transparente donde se coagulan las ambiciones y las perversiones maceradas en lágrimas y penurias insondables. Ahí, donde cuelga la esfera transparente cargada con millones y millones de billetes, se crea un clima casi religioso de adoración monetaria y deificación de la violencia. Dicen que son metáforas. Y toda la historia fluye alrededor de la esfera fetiche. Explícitamente caen los muertos y cae el dinero. Sube la avaricia.

Algunos creen que es suficiente con elaborar metáforas audiovisuales, hacer series, películas o cualquier otro producto de masas para consolidar una forma de “protesta” o “denuncia”. Pero gana la ambigüedad y con ella el negocio que transita en su delgada línea de la rentabilidad para que a nadie de los monopolios mediáticos e ideológicos se ofenda. Ganar-ganar… pero entre ellos.

Esta serie sirve para la desolación y la desmoralización si uno se distrae y no “lee” en profundidad lo que dice y cómo lo dice. Están ahí los ingredientes de un modo de pensar que se ha expandido exponencialmente en todo el espectro de la lucha de clases y que se profesa en boca del poder económico y se repite en bocas de no pocas personas que, para alimentar a su prole, no cuentan más que con vender su fuerza de trabajo a precios de miseria y en condiciones infrahumanas. Tal paradoja se hace carne en esta serie y la tarea difícil consiste en desarmar las “metáforas”, hacerlas transparentes, para alcanzar a ver y pensar, movilizándonos críticamente, ante el Juego del Calamar ideológico aplicado también por Netflix sobre sus abonados.

Ellos dicen que es una serie “exitosa” y nosotros podríamos decirles que exitoso, realmente, es aquello que genera corriente de pensamiento crítico, aquello que ofrece riqueza para todos, incluyendo riqueza de análisis para no caer en emboscadas mediáticas que con sus “metáforas” pretenden adoctrinarnos para la resignación ante la irracionalidad reinante. Éxito será cuando movilice al sentido común contra las perversiones monopólicas, incluyendo las de Netflix, y éxito será cuando se democratice la comunicación y sus medios para que se escuchen otras historias narradas por los pueblos que luchan por emanciparse de todos los Juegos del Calamar que jugamos sin saberlo diariamente bajo las reformas laborales, los engendros de las ultraderechas y el fetichismo del dinero imperial. Para eso, también necesitamos una semiótica emancipadora y emancipada, que nos ayude a combatir la manipulación simbólica y nos ayude a construir la emancipación comunicacional y cultural que tanto urgen. Esto no es un juego.

Tomado de: La Jornada

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André Bretón: Surrealismo y Marxismo

André Breton fue un escritor, poeta, ensayista y teórico del surrealismo, reconocido como el fundador y principal exponente de este movimiento. (Francia, 1896-1966)

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

Para despejar toda duda, André Breton en el Segundo Manifiesto del Surrealismo (1930) expuso, con todas sus letras y consecuencias: “totalmente, sin reservas, nuestra adhesión al principio del materialismo histórico”. E insistió: “el surrealismo se considera ligado indisolublemente, como consecuencia de las afinidades antes señaladas, a la trayectoria del pensamiento marxista, y sólo a esa trayectoria”. Esto bastaría para desautorizar cualquier utilización del término “surrealismo” para fines tan bobos como enmascarar las aberraciones de no pocas conductas oligarco-burguesas. Se ha oído decir “es muy surrealista la fotografía del rey de España en sus cacerías de elefantes” o “que surrealistas son las mansiones de los millonarios”… el Surrealismo es muy otra cosa: “El Surrealismo es un puro automatismo psíquico por el cual se intenta expresar, verbalmente o de cualquier otra manera, el funcionamiento real del pensamiento en ausencia de cualquier control ejercido por la razón al margen de toda preocupación estética o moral.” Primer Manifiesto del Surrealismo (1924). Algunos, incluso han creído ver en el Movimiento surrealista una contribución, en combate, hacia una Estética Marxista.

Tendría poca o ninguna importancia que Bretón hubiese declarado tal adhesión al método de Marx si no fuese porque esa definición, que molesta a tantos, contiene la idea revolucionaria de que la ética sea la estética del futuro. Que la ética norme, como pensó Adolfo Sánchez Vázquez, esa parte decisiva de las relaciones sociales en las que, el juicio del gusto sea explicable como base y producto de la lucha permanente por la igualdad entre los seres humanos y la justicia social “deseable, posible y realizable”.

Aquí se asume que de nada sirve una apología adoratriz que abone palabrerío de “culto a la personalidad” y, lejos de eso, aquí se expide una mirada crítica que no está dispuesta a rendirse ante las emboscadas del olvido hegemónico ni ante las tergiversaciones que van hundiendo toda herencia revolucionaria en los pantanos de la chabacanería ideológica al uso. Bretón fue ni será un santo artístico de establishment ni será carne de la desmemoria funcional al lavado de cerebro oficializado por el “buen gusto” académico, artístico o burocrático. Su obra es una herencia que marca horizontes indispensables para completar las revoluciones económico-políticas con revoluciones semióticas emancipadoras y eso no debe olvidarse. El pretexto de su natalicio es eso… un pretexto.

Mil cosas no se le perdonan a Breton, y acaso algunas con razón, pero las que destacan son de suyo revelaciones de una lucha de ideas que se despliegan en las honduras más significativas de los debates políticos más salientes de nuestro tiempo. No se le perdona haber interpelado la lógica monstruosa del capitalismo en el periodo de entreguerras ni sus extensiones camufladas décadas después; no se le perdona su amistad con León Trotsky de la que surgió el Manifiesto de la FIARI (Federación Internacional del Arte Revolucionario Independiente) manifiesto único en el que se dan cita las ideas de un revolucionario internacionalista y escritor como Trotsky y el más destacado militante de la vanguardia intelectual y artística europea. En ese manifiesto se encuentran de manera deslumbrante la política estética y política revolucionaria.

No se le perdona a Bretón su poesía y el lugar que le otorgó al amor como militancia humanista, única capaz de reconciliar a la especie humana consigo misma. No se le perdona la síntesis que propuso en el surrealismo para igualar al arte con los sueños, con la magia, con el azar, con lo lúdico, con el amor mismo. No se le perdona politizar la filosofía y filosofar la política desde el arte revolucionario para demoler el imperio de la esclerosis ideológica de una burguesía, ya entonces adicta al consumo de la “obra de arte” como mercancía de vanidades y de inversiones rentables.

Y desde luego no se le perdona haber quebrado los idilios de algunos artistas que se creyeron ajenos o indemnes a los estragos del debate capital-trabajo, que no se sentían trabajadores ni tenían vínculos con el proletariado bajo ninguna de sus definiciones o expresiones. No le perdonan ni le perdonarán, eso hace más crucial mantener la memoria en combate, la lista enorme de tareas que heredó a las generaciones posteriores. Legado cargado con apelaciones e interpelaciones. Legado premonitorio que vio venir la andanada de emboscadas “narrativas” en las que hacer pasar por “loquitas” ciertas formas o ciertas frases desligadas del trabajo revolucionario en los campos semióticos, se haría recurso rentable de publicistas o propagandistas serviles al engaño y las ideologías contrarrevolucionarias.

Así se apuraron muchos a dar por muerto al Surrealismo como han dado por muerto al Marxismo. Octavio Paz y sus esbirros en primer lugar. Pero los muertos que ellos matan gozan de muy buena salud y los mataron tan mal que siguieron cantando todos los himnos revolucionarios que permanecen anidados en las entrañas del arte, de la estética, de la semiótica que serán revolucionarias o serán nada… que aguardan eso que invocan muchas fuerzas rebeldes en todo el mundo: “Nada hay más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo” Víctor Hugo.

Tomado de: Telesurtv

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Buen Abad y las claves para entender la semiótica comunicacional latinoamericana

Fernando Buen Abad Domínguez. Filósofo y escritor mexicano, doctor en Filosofía. Foto: Eduardo Flores/Andes

Por Patricia María Guerra Soriano @Patri99_Guerra

Pensar la comunicación política semióticamente implica el desarrollo de una epistemología insurgente centrada en interpretar las lógicas de sociabilidad, estructurarlas y a la vez desconfigurarlas tras la búsqueda de sentidos enunciados por la propia historia.

En ese universo de discursos, formas y representaciones políticas, que encuentran lugar también en los medios de comunicación como plataformas divulgativas e interpretativas de los fenómenos sociales, la semiótica se ocupa de la significación de las formas simbólicas que estructuran lugares y hacen predecibles determinados acontecimientos.

Aunque siempre existe una realidad que se resta a los códigos políticos y comunicacionales, el Doctor Fernando Buen Abad, especialista en Filosofía de la Imagen, Comunicación, y Crítica de la Cultura, repiensa la semiótica de la comunicación política latinoamericana y reditúa el interés por construir una semiótica de la emancipación que promueve la construcción de un proyecto teórico-metodológico regional capaz de oponerse a la agresión simbólica del capitalismo.

Whastapp mediante, las respuestas de Buen Abad destilan a ratos pesimismo por el estado actual del campo de la comunicación en América Latina y a ratos —como él mismo declara— un cierto optimismo que confía en la construcción de políticas concretas que democraticen la información y la comunicación como derechos legítimos de la ciudadanía.

Los medios de comunicación son uno de los frentes de lucha donde los comunicadores (periodistas, cientistas de la información, comunicadores sociales, diseñadores) disputan la hegemonía de las influencias. ¿Qué distingue a los medios de comunicación de la izquierda cuando comunican política? ¿Qué signos marcan su discurso?

Hay una serie de distintivos históricos y políticos que marcan diferencias radicales entre cualquier proyecto de “comunicación hegemónica” desarrollada por el capitalismo y las alternativas llamadas de izquierda, revolucionarias o progresistas, que no se someten a los intereses de clase y que en todo caso ponen de relieve los intereses de las mayorías. Esta gran distinción central marca un recorrido totalmente distinto desde la elección de los temas, es decir desde la base semántica de los proyectos de comunicación, hasta las estrategias tácticas y de interlocución, vocabulario, formas, medios y modos para hacer explícitos y colectivos los contenidos que quieren transferirse o compartirse.

Otra distinción está en la base misma de la definición de la palabra comunicación. En algún sentido, la lógica hegemónica descarga la idea de que comunicación son los medios; mientras, desde la otra perspectiva, comunicación significa construcción de comunidad, poner en común.

Ahora, ¿cómo la tecnología se desarrolla? ¿a qué objetivos se orienta? Eso también marca definitivamente la diferencia entre los proyectos comunicacionales. En el campo del pensamiento hegemónico o capitalista de la comunicación, es la tecnología por la tecnología misma e incluso se hace del formalismo, del ornato; finalmente, se construye un discurso que pasa a ser mercancía.

De ahí que la idea de las herramientas subordinadas a un proyecto de puesta en común desde las bases con un proceso democrático de selección, tanto de los temas como de las formas y de las interlocuciones, implica una modificación sustancial.

En resumen, están en pugna teorías y metodologías concebidas, cuya práctica tiende a puntos totalmente distintos y contrapuestos de resultados; mientras que en un caso la lógica de la mercancía es lo que prima para el uso de las herramientas de la comunicación y conjunto con ello la subordinación de las consciencias, de los grupos; en el otro lado, se tiende a todo lo contrario: a la democratización de las herramientas y de los discursos y al proceso de transformación revolucionaria permanente que debe estar implícita en todo aquello que se proponga el desarrollo de la humanidad en condiciones de igualdad y acceso libre a las herramientas para el desarrollo, incluidas las herramientas de comunicación.

En una entrevista reciente apuntaba: “El tema de la comunicación debería ser agenda urgente en todo frente de lucha emancipatoria y en realidad vemos que no es así”. ¿Qué deficiencias están determinando la construcción de una comunicación política desde los medios de comunicación de la izquierda? ¿Por qué?

Nos ha tomado mucho tiempo, a mi entender, la valoración de los alcances, las oportunidades, las riquezas, incluso las fuerzas que nos añaden en la lucha cotidiana la incorporación de herramientas de comunicación entendidas como herramientas de apoyo, como instrumentales que con sus características ayudan a enriquecer tanto cuantitativa como cualitativamente la interlocución con los distintos frentes y grupos

Los movimientos emancipadores de izquierda que recorren todos los espectros teórico-metodológicos y confían en la verdadera emancipación de los seres humanos a partir de sus propias fuerzas organizadas libremente, deberían contar con capacidades específicas para la transmisión de los conocimientos y el enriquecimiento dialéctico de las ideas.

Esa dinámica social y política no ha tenido un crecimiento en términos de sus formas y sus diversificaciones y creo que, en más de una ocasión, se ha desaprovechado a pesar de la existencia y desarrollo de importantes ideas transformadoras de justicia social, de un humanismo revolucionario que revoluciona también al humanismo y que revoluciona las relaciones humanas.

No hemos logrado crear una gran corriente que provoque, anime, estimule y convenza a los frentes importantes que están en las bases de los pueblos y que están aguardando esas oportunidades de articulación, de consolidación de ideas y de acciones; incluso, en esos frentes en los cuales se cocina la cotidianidad y se resiste el peso de todas las injusticias del capitalismo, ha tomado mucho tiempo identificar madurar y consolidar tácticas y estrategias de comunicación. No quiere decir esto que no existan o que no hayan habido experiencias exitosas de comunicación social en las bases, por el contrario, hay muchas pero muy desarticuladas.

En el mundo entero y en nuestro continente han proliferado vocaciones comunicacionales. Me gusta la metáfora de un gran archipiélago de voluntades comunicacionales, pero se trata de un archipiélago inconexo y paradójicamente inconexo porque no hemos logrado las estrategias de intercomunicación entre todos esos frentes, lo cual refleja también algún proceso todavía de maduración lenta sobre la utilidad de las herramientas de comunicación.

No quiere decir que las herramientas para la comunicación o las estrategias de comunicación por sí mismas automáticamente modificarán las sociedades, pero bien cierto es que sin esas estrategias hoy nos vemos en desventaja frente a los modelos hegemónicos que imponen modos de pensar, modos de ser, estilos de vida, estilos ideológicos, en fin el aparato ideológico hegemónico del capitalismo que se despliega a través de todas las argucias imaginables mediante sus herramientas de comunicación. A veces de manera excesivamente pasiva, se desconocen sus estrategias narrativas, sus recursos semióticos y su diversificación de llegadas con distintos interlocutores o destinatarios.

Sin negar las importantes victorias que se han tenido y que se tienen, creo que estamos en una desventaja seria, con debilidades que hay que analizar y poner en la mesa del debate porque en ese sentido de la desigualdad comunicacional vamos a un territorio con grandes desventajas.

Se habla con mucha frecuencia sobre el control ejercido por los grandes emporios mediáticos de derecha que responden a los intereses del capital y no hacen más que promover un pensamiento chatarra plagado de falacias, ¿cómo funciona en estos casos la comunicación política? ¿sobre qué herramientas semióticas se sostienen hasta el punto de lograr su propósito e influenciar a una estimable audiencia?

La comunicación política hegemónica es un medio de la democracia burguesa que se dedica a vender ilusionismos, por ejemplo, hacer creer en un candidato o candidata por determinada apariencia, por cierto palabrerío, discursos, algunos de ellos más o menos articulados (en general los menos), al acudir a un golpe bajo de manipulación de la sensibilidad social, de chantaje emocional, psicológico. Lo cierto es que con el uso de ese conjunto de ingredientes de la mecánica mediática hegemónica se llega al éxito.

Hemos visto en toda la región, una y otra vez, episodios de uso de las herramientas de comunicación en manos de la derecha donde la subestimación de la inteligencia de los interlocutores es de por sí una ofensa y no obstante, logran algún tipo de solidaridad de clase e ideológica. Las promesas que se saben no serán cumplidas porque se está manipulando la sensibilidad de los pueblos, son utilizadas como coartadas perfectas para sus engaños mediáticos. En realidad constituyen experiencias muy aberrantes y dolorosas que nacen de la contradicción de que el propio elector termina votando por un “payaso” que se muestra como una especie de salvador o un mesías, mientras algunos sectores del pueblo no alcanzan a identificar la gravedad de las falacias que se le presentan.

En ese sentido se promueve un pensamiento chatarra hegemónico que se vuelca sobre las estrategias narrativas de la publicidad y propaganda políticas.  De modo que urgen herramientas que nos permitan dar una batalla comunicacional, desmontar espectáculos de propaganda decadente y habilitarnos para saber cómo trabajar la construcción de un proyecto discursivo y narrativo de la política que sea totalmente distinto, usando la radio, la televisión y cuanto medio tengamos pero con táctica y estrategias narrativas. Es una urgencia, un campo de problematizaciones diversas tanto para el análisis como para la producción de discurso político de fondo verdaderamente transformador.

¿Cómo construir, desde los medios de comunicación, una semiótica para la emancipación?

Por lo pronto creo que se requiere un cuerpo teórico sólido de ideas que permita crear a la vez una definición teórico-metodológica capaz de ubicar y redefinir a la semiótica, a la propia comunicación y a la propia idea de emancipación en el contexto contemporáneo y en el contexto específico de las distintas luchas comunicacionales que están dándose.

Es fundamental el desarrollo de una semiótica emancipadora, es decir, una disciplina que estudie la producción de signos a fondo no solamente para defendernos de la agresión simbólica del capitalismo sino para propiciar estrategias narrativas, discursivas de nuevo orden, frente a lo cual se necesita  un desarrollo científico más amplio y que pasemos a una época en la que no tengamos miedo de meternos en el debate de la comunicación y aprovechemos todos los aportes que se vienen recogiendo desde distintas escuelas teórico-metodológicas en las que el marxismo ha hecho muchas contribuciones.

La esencia está en consolidar una semiótica para la emancipación como un movimiento capaz de enriquecerse con experiencias múltiples, con trabajos teóricos y científicos de fondo y con los ingredientes de la riqueza cultural y la chispa imaginativa de los pueblos.

A pesar de que tengamos grandes avances e importantes autores y escuelas, está por construirse una semiótica para la emancipación. Estamos acudiendo a esa necesidad con algunas intuiciones, con muchos errores de apreciación y de ensayo, pero con la claridad de que hay un campo “vacío” en el desarrollo teórico y científico que exige creatividad e imaginación, audacia teórica y metodológica y que nos coloca como desafío los escenarios de la vida política que no son solamente los de las elecciones, sino aquellos que hay que disputar con argumentos dinámicos y renovados sin perder las tradiciones.

A mí me parece que nosotros ni siquiera hemos alcanzado todavía a corporizar una herencia de la semiótica marxista que podíamos y deberíamos ya tener en marcha y sin embargo, veo lentitud en todos nosotros con el debido respeto correspondiente a cada quien. Es un cuerpo teórico-metodológico que está ahí aguardando con sus herramientas no para repetir de manera arqueológica ideas sino para dinamizar los instrumentales básicos de este cuerpo del marxismo y ser capaces de, con esa reserva importante de propuestas filosóficas, teológicas, políticas, avanzar hacia el desarrollo dialéctico de nuevas herramientas para el presente. Una semiótica para la emancipación posee un espacio promisorio pero necesitamos ir consolidándola como un cuerpo cada día más afianzado, con más objetos de estudio consolidados y con más desarrollo teórico y producción práctica.

Una de las claves para enfrentar la concentración monopólica de los medios de comunicación es democratizando sus herramientas, componente que depende, principalmente, de la voluntad política de los Gobiernos, ¿cómo, desde los medios, insuflar en la ciudadanía ese reclamo, y esa necesidad de ver la democratización de la comunicación como un derecho legítimo?

Es cierto que es necesaria la voluntad política de los Gobiernos para avanzar hacia una iniciativa democratizadora de las herramientas de la comunicación, pero también de la construcción de sentido ajustado a las condiciones concretas del desarrollo social.

Ahora hay que preguntarse cuáles Gobiernos porque los Gobiernos burgueses, al servicio del capitalismo, si bien han logrado esa especie de apropiación de instrumentos y herramientas, también han trabajado en el proceso de cercenar el derecho social a la comunicación y a la información. No basta con tener igualdad de oportunidades sino que además hay que tener igualdad de condiciones. Se trata de una disputa porque más de uno se contenta en los discursos con hablar de las oportunidades en abstracto, pero raras veces hay una disquisición profunda, un análisis serio sobre las condiciones objetivas que se requieren.

La democratización de las herramientas para un proyecto de comunicación que no sea el hegemónico y de subordinación de conciencias, necesita una revisión profunda sobre qué clase de tecnología va a requerir. Me atrevo a pensar que debemos discutir si realmente necesitamos la televisión con la infraestructura que hoy presenta y cuál es la televisión que se requiere en términos no solamente de sus contenidos, sino de sus instrumentos. Hay que preguntarse lo mismo para la radio, para la prensa, en función de repensar el proceso de distribución de información con el propósito de satisfacer el derecho de los pueblos a estar informados y a comunicarse.

Este espectro de discusiones, que no aparece fácilmente en las agendas de las políticas de los distintos gobiernos, nos hace preguntar por los costos que tiene la dependencia tecnológica de ese modelo hegemónico, la transferencia brutal de los recursos para consumir una tecnología por otro lado perfectamente sellada por un proceso de caducidad al cual nos someten y nos obligan tras el objetivo de renovar el gasto y el consumo de esa tecnología en todo el continente.

La discusión merece profundizarse a título de saber si no estamos también en un escenario histórico que nos empieza a cuestionar sobre qué tecnología para la comunicación estamos necesitando hoy, tomando en cuenta los problemas educativos de la región y la historia profunda depositada en las raíces mismas de cada uno de los pueblos donde las experiencias de comunicación originarias han sido sustituidas por otras.

En otras ocasiones también se ha referido a la importancia de construir una metodología diferente, una semántica del proceso de transformación, ¿cómo construir una metodología actualizada? (acciones para comenzar a trabajar).

Es cierto que quienes tenemos deseos de no solamente una revolución de la comunicación sino una comunicación revolucionaria, estamos pensando, como requisito, el desarrollo de un dispositivo teórico y metodológico que recoja las tradiciones de los procesos históricos más importantes para que todos los pueblos puedan expresar, desde sus diversidades, sus proyectos de lucha de manera conjunta.

Por tanto, se construye como reclamo un material de organización conceptual porque no creo que la vida del ensayo y del error con algunas posiciones “anarquistas” o “anarquizadoras” nos vayan a dar algún resultado medianamente útil. Tampoco hay tiempo que perder en función de cómo está el desastre de la desigualdad comunicacional e informativa en el mundo, al extremo de que se han legitimado, como la nueva mercancía de ese circo, las fake news y el deporte de engañar a la gente haciendo pasar por verdad una mentira y haciendo que esa mentira satisfaga y además, produzca resignación o indiferencia en los pueblos.

Necesitamos un cuerpo de ideas teóricas y prácticas con las que podamos  reconstruir la noción de lo colectivo como fundamento esencial para definir la información y la comunicación. Hay que actualizar métodos de participación, incluso métodos de los modelos expresivos de los distintos pueblos, pues nuestro continente tiene la magnificencia de poseer una riqueza de proyectos sintácticos de pueblos que hablan cada cual a su manera, desde la diversidad y tienen mucho para decir, aportar y contribuir, desde la denuncia, pero también desde la creatividad. Eso ya propone un esfuerzo ordenador y orden, en este sentido, significa desarrollo del pensamiento crítico en función de los contextos y las coyunturas históricas.

Ese cuerpo metodológico debe ser autocrítico permanente de sí mismo y  además una herramienta para perfeccionarse como una condición sine qua non al constituir un proyecto que pretenda transformar la realidad de la dominación y la del desastre que se ha hecho en materia de comunicación e información en el mundo.

¿Cuál es el estado de la enseñanza en las universidades donde se forman los futuros comunicadores? A su entender, ¿cuáles deberían ser las herramientas imprescindibles en esa preparación?

Alrededor del año 1978, se realizó en México un primer encuentro latinoamericano sobre la enseñanza de la comunicación en el que participaron teóricos como Armand Mattelart, Héctor Schmucler, Ariel Dorfman y otros muchos nombres importantes de la época y del presente que también apuntaron algunos temas centrales en la enseñanza de la comunicación. Uno de ellos, tenía que ver con transparentar cuáles son los ejes teóricos-metodológicos dominantes en la enseñanza de la comunicación. De ahí que se caracterizaron tres grandes ejes: la escuela funcionalista, la estructuralista y la marxista y luego se llamó a revisión la producción bibliográfica al respecto ubicada en las universidades.

Desde ese momento quedó asentada la necesidad de transparentar ante el estudiantado, los ejes teóricos a partir de los cuales trabajaban las escuelas, centros de investigación o de enseñanza. Era indispensable contar con la anuencia de los estudiantes para decidir qué les interesaba y qué no, o por lo menos para no ser engañados al “venderles” teorías y metodologías sin aclarar de qué vertientes nacían.

Este sigue siendo un requisito ético fundamental al que no muchas escuelas o facultades o academias acuden con puntualidad, de hecho hay un tráfico ideológico permanente en el que predomina, en cerca de las mil facultades de comunicación de América Latina, la lógica de la concepción mercantil de la información y de la comunicación.

Habría que definir también en esos marcos teóricos de qué sociedad ideal están hablando, de qué clase de conducta colectiva hablan, a partir de qué esquemas de participación, de organización, de legislación. En muchos casos, las escuelas como la estructuralista y no toda, pero alguna parte de ella, plantea la necesidad de introducir cambios en la sociedad, no obstante sin afectar al capitalismo.

Por otra parte, están las posiciones que convocan al debate sobre la revolución dentro de las comunicaciones y aquí la palabra revolucionario necesitaría un tiempo que no tengo para repensarla en clave de las transformaciones profundas y definitivas para contrastar lo que se tiene con lo que se necesita y ver cómo avanzamos hacia la solución de estrategias alternativas y tecnologías que habiliten a todo el mundo en el marco de las nuevas dinámicas, hacia un humanismo de nuevo género, un humanismo revolucionario y revolucionado también y que dignifique al ser humano para terminar con la explotación, con la acumulación del capital que somete a inmensas mayorías al capricho de un sector.

Eso en general, no aparece como una condición en los programas de estudio. Suele escasear la lógica de la transformación radical y profunda y revolucionaria de las herramientas de comunicación, de su uso, distribución y acceso. No hay propiedad común de la comunicación tampoco como eje profundo de nuevas teorías y aunque hay que decirlo, no quiero con esto desautorizar o desconocer los magníficos intentos de muchas escuelas, corrientes y movimientos académicos para abrir paso a formas de pensar y de hacer desde las universidades con la comunicación y la información, en términos generales, las condiciones objetivas son muy asimétricas, incluso hay datos específicos de persecución de profesores y atosigamiento a investigadores, teóricos, ensayistas que piensan de manera no hegemónica la comunicación.

También es verdad que hay proclividad a premiar, becar, aplaudir y celebrar e insertar en el marco laboral a todos aquellos que disciplinadamente no protestan, se leen el santoral completo de las biografías que les imponen y después dan cuenta de una buena memoria y nunca interpelándola ni  abriendo campos de debate que son tan urgentes en la enseñanza de la comunicación.

Los medios de comunicación que promueven una ideología de izquierda tampoco deben resultar complacientes ante lo mal hecho por su propio movimiento, ¿cómo practicar la crítica desde este frente?

Es cierto que una de las condiciones para pararse en ese vector llamado de izquierda es la crítica y desde luego la autocrítica y también la necesidad de interpelar esos dos conceptos para saber exactamente qué tienen que significar en esta corriente de comunicación de izquierda transformadora revolucionaria, no obsecuente con los modelos de dominación. Hace falta mucho trabajo de concitación de esfuerzos para trabajar de manera inter, multi y transdisciplinaria. Soy de los que cree que la crítica aplicada a la acción significa ordenar las realidades, es conocer lo urgente, lo impostergable, desarrollar el pensamiento crítico como una herramienta que permite a la propia construcción, distribución e interpretación del conocimiento una dinámica diferente porque nadie se “traga” ningún enunciado como si fuese la verdad absoluta, porque nadie está obligado a aceptar como tesis agotadas e intocables aquellas que están probando en el campo del conocimiento apenas su vinculación con las verdaderas transformaciones históricas que la humanidad está necesitando. Es importante que se ejerza un sentido profundo de autocrítica constante, un rigor de ciencia a su vez móvil, divertida, que nos produzca felicidad por ser justamente un ejercicio de profundización sobre los conocimientos.

Tenemos pendientes desafíos del corto plazo, debemos corregir errores, preconcepciones y luego arreglar definiciones a propósito de la organización de las herramientas democratizadas para la comunicación, la propia redefinición de la democracia social, la concepción de la participación entre iguales y la ruptura con las formalidades de la democracia burguesa para entrar a una fase de revolución democrática y por supuesto, de democracia revolucionaria.

Después de la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños en la que 33 países debatieron desde antípodas ideológicas, se destacó, en el punto 42 de su declaración final, la importancia de las tecnologías de la información y la comunicación como herramientas para fomentar la paz, la inclusión social, el bienestar humano, el desarrollo y el conocimiento, ¿confía realmente en el cumplimiento de este objetivo en función de empoderar a la ciudadanía contra la manipulación mediática? ¿por qué?

Me permito ser escéptico respecto a los enunciados que se hacen a veces en las reuniones cumbre y después su cumplimiento en la práctica, sobre todo si las condiciones objetivas para esa práctica lo que indican es exactamente lo contrario a lo que se propone en el papel.

Algo me conduce a cierto nivel de pesimismo, por una parte cuando veo que las condiciones objetivas de los procesos de monopolización se han acelerado, cuando veo cómo esos procesos de concentración monopólicos son un peligro contra las democracias en la región, cuando veo que las voces múltiples no se verifican en las estructuras de comunicación privada, incluso en algunas públicas. Me queda como el sabor de cierta impotencia porque por buena y oportuna que sea una declaración de una reunión, de ahí a la solución o la intervención sobre los problemas hay a veces plazos demasiado largos.

Espero que al mirar las necesidades que se van presentando de gran urgencia hoy en la región, tengamos la capacidad de organizar las políticas concretas que van a permitir la democratización de la comunicación y la información. Todo eso está por verse, espero que no se quede este punto 42 de la declaración de la Cumbre de la Celac, en un buen deseo o en una consigna simplemente al aire hueca por no contar con un instrumental concreto, con un proyecto teórico- metodológico, con un calendario, con un sistema de medición específica para analizar los logros y los avances, errores y retrocesos y que en la siguiente oportunidad que surja, dar cuenta clara de qué pasó entre el dicho y el hecho, entre la voluntad y la realidad.

De todas maneras, a pesar de tener un reconocimiento con cierto nivel de expectativa pesimista, soy de la idea de que, tarde o temprano, va a resurgir una gran importante corriente de comunicación emancipadora que logre romper con el aislamiento de las distintas voluntades de comunicación que han nacido en todo el continente.

Ojalá que eso lo permita la propia Celac y entiéndase, de una vez por todas, que sin un proyecto auténticamente revolucionario en materia de comunicación, no se puede completar el otro conjunto de tareas revolucionarias que se necesitan en las distintas escalas de lo que entendemos por revoluciones a fondo en las ciencias, en las artes, en la literatura, en las organizaciones políticas y desde luego, en las tareas de la comunicación.

Tomado de: Cubaperiodistas

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Semiótica de «las Mañaneras»

AMLO instauró la disciplina informativa diaria de las conferencias de prensa madrugadoras conocidas como “las mañaneras”. Foto: El Universal

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

Para los dueños de los “latifundios mediáticos” era impensable que alguien pudiera arrebatarles la producción de “sentido” y sus relaciones de producción. Pero se les apareció Andrés Manuel López Obrador que, después de ganar la presidencia del país, gracias al movimiento de masas y a la rebelión electoral, que ha sido un período histórico rico en elementos de situación revolucionaria, es decir, de intervención en las condiciones históricas para que el modelo hegemónico no pueda seguir gobernando a su antojo.

AMLO instauró la disciplina informativa diaria de las conferencias de prensa madrugadoras conocidas como “las mañaneras”. Y cambió el escenario semántico de la política con la agenda política de “primero los pobres” y “guerra a la corrupción”. Acompañado semejante rebelión semiótica, apareció también la lucha contra las “fake news”, la revisión del gasto en propaganda gubernamental, la interpelación directa a los reales intereses de los dueños de los medios.

Eso impulsa otra libertad de expresión, desde las bases, y la cancelación de embutes, dádivas, subsidios y chayotes. Así marca caminos para una acción política de masas cuyo objetivo inmediato es completar la Cuarta Transformación Comunicacional en México que aún está en su fase embrionaria. No eximida de errores.

Mal haríamos en suponer, o esperar, que semejante tarea sea conquistada por un solo hombre por más genial y extraordinarios que sean sus talentos y fuerzas. Mal haríamos en ignorar que, todos y todas, tenemos un lugar inexcusable en esa lucha y mal haríamos en suponer que tal desafío pueda resolverse sólo con “buena voluntad” o sólo con opiniones aisladas. Urge un trabajo político de unidad, urge un programa de consensos básicos.

Urge investigación científica obediente al pueblo y urge un plan de acciones para el corto, el mediano y largo plazo. Urge la comunicación emancipadora para una democracia verdadera y urge tal democracia verdadera al interior de los medios de comunicación ¡todos! Comunicación para la democracia y democracia en las comunicaciones.

Pero no la democracia burguesa que conocemos y padecemos. No la que se volvió máquina para generar riqueza a los dueños de las empresas de la “imagen”. No para reiterar los medios y los modos de una comunicación secuestrada por los egos del individualismo que mercantiliza candidatos y comercializa votos. Urge la crítica con su movilidad omnipresente y transformadora.

Entender y fortalecer nuestras herramientas. Nos urge una guerrilla semiótica de acción directa, por todos los medios, para producir los anticuerpos culturales indispensables que exterminen, en plazos cortos, las influencias tóxicas de los medios y los modos burgueses para manipular conciencias.

Es urgente suprimir nuestra dependencia tecnológica y democratizar el acceso a las nuevas tecnologías. Urge discutir un presupuesto nacional para el desarrollo de las “Voces Múltiples” que se reclaman, entre otros, desde el “Informe MacBride” (1980) para una Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación. Urge una lucha jurídico-política que garantice medios y modos para la participación de todas las diversidades.

Urge una semántica de la diversidad que dé “sentido” nuevo al sentido de lo social, al sentido de la comunicación que significa, también, construcción de comunidad. Urge que todo ello tenga expresión democrática en el ejercicio del presupuesto de la nación y que así se estimule la creación de motores comunicacionales desde los pueblos originarios, desde la ciencia emancipadora; desde la educación y sus nuevos retos; desde todos los movimientos sociales que garanticen su soberanía financiera y política.

En fin, afianzar la Cuarta Transformación en Comunicación con una semántica revolucionaria capaz de modificar los paradigmas intelectuales hegemónicos apuntalada con instrumentos presupuestales, jurídicos, políticos y culturales. No reformismo… no más de lo mismo.

A todo eso debe sumarse un debate nacional, a fondo y de fondo, sobre los modelos educativos en materia de comunicación. Sus fines principios, sus marcos teórico-metodológicos, sus resultados y sus contradicciones. Sus negocios y sus compromisos reales con la resolución de los problemas comunicacionales de México.

Urge una auditoría nacional del gasto, público y privado, en enseñanza de la comunicación. Urge debatir la orientación científica para las nuevas investigaciones contra la monopolización de los medios y el comercio de los grados y los posgrados a cambio, recurrentemente, de promesas laborales inexistentes. Una revisión científica y epistemológica, de fondo y a fondo, para saber qué enseñan los que enseñan comunicación, qué aprenden los que aprenden y qué tiene que ver todo eso con lo que se necesita objetiva y urgentemente.

Urge un debate sobre formas concretas de reconocimiento y valoración de los saberes adquiridos por la experiencia de las batallas sociales, la experiencia existente y las muchas victorias comunicacionales de los pueblos en lucha. Sintetizar la herencia de la comunicación desde las civilizaciones prehispánicas, lo ocurrido contra la invasión imperial europea, las respuestas de la comunicación independentista.

La comunicación en las fases revolucionarias y el estado actual de las ideas y los instrumentos que son base de esa herencia que debe ser compendiada, sistematizada, como gran orientador general del “sentido” propio. En suma urge una revisión crítica, a fondo y de fondo, sobre nuestra Historia de la Comunicación en México. Luchar es desear, es exigir algo, es situarse en el presente y asaltar el cielo.

Crear dos, tres… muchas mañaneras. “Las mañaneras” no pueden ser las únicas instancias de orientación comunicacional en un país con la complejidad y la diversidad del nuestro. Crear dos, tres… muchas mañaneras con formas y alcances diversos, unidas a un mismo proyecto diverso de emancipación económica, política, ética, estética y poética.

Valorar y entender la mañanera y su contribución a una lucha semiótica emancipadora de nuevo género pero ayudándola a crecer, a multiplicarse, para que se abran mil flores de la cultura y la comunicación en la diversidad de nuestros colores, formas y temas. Eso es de suyo una revolución intelectual nacida del pueblo.

Ya que somos millones de vocaciones comunicacionales emancipadoras, ya que somos un archipiélago inmenso de voluntad política para la libertad de expresión desde abajo, enfrentemos el desafío de la unidad que no significa uniformidad. Hagamos el esfuerzo de sumar y no dividir. Démosle lugar al interés colectivo y debatamos cómo florecer la Cuarta Transformación Comunicacional sin caprichos de cúpulas y sin imperativos burgueses.

Quizá sea un momento propicio y con las ganas pertinentes para darle a la emancipación comunicacional el “sentido” necesario no sólo combatiendo al modelo hegemónico y sí, especialmente, impulsando la comunicación emancipadora que, en calidad y en cantidad, nos reclama la historia de un México que no resiste más la dictadura de los terratenientes mediáticos nacionales y trasnacionales. No hay tiempo que perder.

Tomado de: Telesurtv

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Teoría de la Lealtad

Fotograma del filme El chicuelo, de Charles Chaplin

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

No es obediencia ciega. No es necedad obtusa de valores pétreos contra toda lógica y toda transformación histórica. No es heroísmo de la quietud, ni épica de la esclavitud. No es un mérito de feligreses ni apología de la inmovilidad. No es lealtad a la obsecuencia. Es muy otra cosa. Algunos se niegan a emplear el término “lealtad”, imbricado en las relaciones humanas, porque le adjudican una estatura conceptual muy reducida. Aquí entenderemos a una forma específica del comportamiento humano, individual o colectivo, que se da realmente, aunque no suficientemente, porque implica compromiso reflexivo y práctico.

La lealtad debe ser democrática, democratizada y democratizante. Todo acuerdo de lealtad tiene fuerzas y debilidades que sólo se morigeran en el crisol de la práctica diaria, minuciosa y evidente. Ahí está la fuerza mayor de sus verdades en abstracto no sirve ni para diccionario. La lealtad no suspende el libre albedrío por el contrario lo expresa y lo ratifica. Es irreductible al subjetivismo, en su carácter esencialmente social, la lealtad busca sus reflejos, es decir su objetivación, en todas las formas y niveles de las relaciones humanas, de sus modos de producción y del enriquecimiento de los principios o fines que son causa suprema de las lealtades.

A la lealtad no se la puede desvincular del plano fáctico-dinámico, que no son para ella excluyentes. Es fundamental entender y desarrollar la lealtad para comprender, interpretar o explicar la moral de una época. Se trata de una posibilidad extraordinaria para entender lo humano en tanto que reflejo de sí y estado de situación histórica en sus relaciones con determinados grupos sociales. En el cultivo (la cultura) de la lealtad se expresa un sentido propio de la moral y de la crítica a la moral realmente existente, así como la crítica a la que deben someterse otros tipos de lealtad como el campo político, el estético, el religioso, el lúdico o el económico. Nada escapa.

También la lealtad es un tejido social dinámico, dialéctico, que en tanto es social, es hija de sus tensiones y su coherencia a la luz de cómo asciende, permanentemente, a la praxis. Está claro que las lealtades sólo se rompen con legitimidad cuando medía una argumentación capaz de clarificar los cómo, los por qué y los cuándos de su existencia y permanencia. Siempre y cuando no se confundan las tácticas con los principios… y eso no admite ambigüedades.

No se puede alentar el dogmatismo de la lealtad ciega y sorda. No siempre cambiar implica deslealtad y no pocas veces es todo lo contrario. Ser leal con los principios de un frente social, de un liderazgo o una lucha… a veces exige romper con quienes se alejan de los paradigmas centrales en la totalidad del vínculo o en algunas de sus partes. Es decir, la lealtad puede permanecer intacta y debe hacerlo en lo esencial de los pactos, aunque admita si hay acuerdo, debates internos abiertos y transparentes. No admite juegos a espaldas ni secretos de secta. Ya estamos hartos de traiciones.

Bajo las condiciones inclementes que el capitalismo impone a la inmensa mayoría de los seres humanos, y ante las evidencias científicas sobre la destrucción mercantilizada de los recursos naturales, es imperativo de sobrevivencia reconfigurar las lealtades con un marco ético humanista de nuevo género: 1) Hoy son hacen inaceptables las lealtades con cualesquiera de las expresiones del nazi-fascismo y su diversidad de disfraces. 2) Es inaceptable cualquier forma de explotación del trabajo, del saqueo de los recursos naturales, con la marginación o el racismo, con las humillaciones, las burlas o los desprecios de género, de peso, de color, de etnia… ninguna lealtad con la desigualdad ni con la injusticia.

Que la lealtad florezca en la dinámica histórica, cualesquiera sean sus escalas, en las parejas enamoradas o en las organizaciones políticas amantes de la igualdad humana con sus oportunidades y en sus condiciones concretas. Que la lealtad se multiplique con los principios colectivos y con los representantes que los pueblos designen sin chantajes, sin emboscadas, sin las trampas de la democracia burguesa. Y que la lealtad sea una práctica para su propia revocación si se la fractura desde arriba. La lealtad de los pueblos comporta una sabiduría estructural que ha sido traicionada inclementemente. Revocación de la lealtad cuando se traicionan los principios. “Las masas revolucionarias en alza nunca perdonan la cobardía y la traición” Trotsky.

Semejante tarea político-ético-cultural no está huérfana de ejemplos y cuenta con herencias extraordinarias que han sido paridas por las luchas más profundas de nuestros pueblos en todo el planeta. Esa es su fuente primigenia y su destino táctico y estratégico. Lealtad revolucionaria que se refrenda en el combate diario, que se hace carne, músculo y motor en la dialéctica de las batallas que laten en los corazones como laten en los territorios. La lealtad ha de ser conciencia revolucionaria que debe violentar constantemente al dogmatismo para desprendernos de las nomenclaturas ideológicas esclerotizadas. Un modelo de constatación de las certezas que habrá de sepultar el viejo modelo del tributo ciego a la personalidad y a los sofismas de ocasión.

Desde este enfoque, la lealtad, en su estado pleno, es una actitud política que repudia a todo lo que rebaja o anula la dignidad humana. Por eso urge reorganizar la democracia de la lealtad, reponerla en el amor consensuado y dignificante, reponer la lealtad a la igualdad y la lealtad a la justicia social. Expandir la lealtad humanista en una ética revolucionaria que no sea sólo declarativa y sí sea organizativa y transformadora. Urge la lealtad como conducta crítica, como praxis emancipadora y como dinámica de construcción para una revolución de los valores consensuales en la confianza y en la solidaridad inquebrantable. Por lealtad a la humanidad toda. Por lealtad a la juventud, a la ciencia no mercantilizada, a la filosofía no reducida a “gurús” ni puramente contemplativa.

La lealtad que necesitamos, renovada siempre, exige voluntad crítica a toda hora. Se expresa en la constancia y la perseverancia. Se niega a los espasmos del capricho o del chantaje. Obliga a dar pruebas fehacientes en horas de interrogación, tentaciones, dudas o debates como los que se vive a diario contra las maquinarias de guerra ideológica hegemónicas. Tal lealtad es un peldaño de la escalera que conduce a lo más alto que puede subir un ser humano. Nuestra militancia por la humanidad debe florecer en lealtades para la esperanza, para la alegría, para el compromiso, para la lucha. Lealtad contra “el estiércol del diablo” y contra todos los Judas Iscariote que desfilan con disfraces de “lealtad” y puñales escondidos. Una de las deslealtades más estruendosas de la historia costó “treinta monedas”. Dicen.

Tomado de: Red en Defensa de la Humanidad – Capítulo Argentina

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