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Fidel. Sinfonía de las manos

5ta. Serie de Pelota, Estadio del Cerro, Liborio Noval (1977).

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

La cámara se apresta a congelar una escena. Se abre el diafragma, se expande sobre un eje imaginario y, cual si nada, se cierra con los ardores de velocidades inconfesables. Recibe, por los poderes de un instante, una vigorosa luz inscrita sin nombre. Las sombras hacen su parte, calibran la puesta, redondean el discurso que se materializa por la voluntad de muchos, por la hidalguía del personaje. Y claro está, por el talento del autor de esta pieza, que busca encumbrar un momento, dibujar con signos los trazos de un hombre simbólico.

Como en muchas otras contiendas de su vida, Fidel no se quitó su traje verde olivo. Con la pasión que definen sus actos encara el desafío. Empuña los ardores de un bate erguido, que se exhibe observante, declarado compinche, dispuesto a destronar la pelota e impulsarla más allá de los confines del estadio. Una multitud acecha el momento del impacto para hacer una captura cómplice, un fildeo de manos entretejidas que parece, a vista de pájaro, un abrazo.

Los minutos parecen leyendas. El tiempo sabe a vigilia y los versos de una oralidad desbordante se agitan expectantes. La mirada de Fidel apunta hacia un objetivo preciso, hacia un horizonte dibujado donde habita el mar y las florestas de cúmulos nimbos entrecruzados. Es ese mar irreverente que nos arropa, son esas palmas reales que nos declaran.

El Comandante delinea una pose anticipadora. Se afinca sobre sus botas de muchas batallas empinando la espalda y levantando la barbilla, pues la bola vendrá con fuerza y el ángulo del bate lo decide todo. Se apertrecha del poder de sus manos para calibrar la longitud y el alcance de sus brazos. Todo está por suceder.

El tiempo en esta escena no importa. Su reloj experimenta el trazo curvo de su mirada, un soliloquio de sustantivos dejados en el montículo. La meta es empinar la pelota hacia donde habita la leyenda.

Los tambores rumberos agitan las sonoridades de un recinto horondo. El vuelo está por desatarse y el Comandante se encuadra risueño, pícaro, desafiante. Toda una gestualidad reunida ante una bola que está por irrumpir en el home. La palabra derrota no habita en los anaqueles de su diccionario, el empeño es el verso de su vida, la praxis de su metáfora.

Se produce el lanzamiento, la pelota recorre unos sesenta pies en el tiempo de un zumbido. Fidel pinta un ángulo curvo con sus manos y la pelota sacude el viento, el cúmulo contenido en los parajes del estadio. Las voces de una multitud enardecida se aprestan a tomar al vuelo ese coro de muchos y se produce el hechizo, el abrazo entre todos.

El sonido del impacto marca otra hora en el reloj del Comandante. Es un tiempo de paralelismos, de enconadas curvas que dibujan una pelota empeñada en saberse más allá de los límites posibles. Las líneas se subvierten, el tiempo se alarga más allá de todo pronóstico. Se desata el diálogo entre dos, entre tres, entre muchos, la fraseología desbordada, la algarabía por la victoria, la empatía ante el impacto de un pelotazo, que es la fuerza de un hombre moral.

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Fidel y la educación

Fidel Castro Ruz Foto Vanguardia

Por Graziella Pogolotti

Fidel concibió la educación como uno de los ejes fundamentales en la estrategia orientada a la conquista de la soberanía, la justicia social y la necesaria lucha contra el subdesarrollo. Para lograr tan ambiciosos propósitos transformadores, había que introducir profundas reformas estructurales, a la vez que se procedía a la construcción de un sujeto crítico, capaz de asumir con plena conciencia el proceso emancipador.

A pocos años del triunfo revolucionario se emprendieron, en rápida sucesión, la Campaña de Alfabetización, la Reforma Universitaria, que arribará a su sexagésimo aniversario en el próximo 2022, y la fundación de los primeros centros de investigación científica. El plan de becas viabilizó el acceso al estudio de niños y jóvenes procedentes de los sectores más humildes. Vencido el analfabetismo, se implementaron vías para garantizar la superación permanente de las grandes mayorías. En muchos centros de trabajo las oficinas se convertían en aulas después de la jornada laboral. Del dominio de las primeras letras se pasaba al empeño por escalar el sexto grado.

La escuela es el ámbito formal a través del cual los educandos adquieren instrucción, habilidades, formas de convivencia y principios éticos esenciales. Le corresponde favorecer el despertar de curiosidades, germen del indispensable acceso a las realidades del mundo y acicate para la preparación de futuros investigadores e innovadores.

Para el logro de la complejísima operación de formar ciudadanos, instruir representa el primer peldaño en la delicadísima misión de estimular inteligencias y afinar sensibilidades.

Se requieren planes y programas que conjuguen la preservación de la memoria viva —hecha de historia y tradición, raíz de identidad— con la proyección hacia una modernidad caracterizada por desafíos sin precedentes planteados por avances tecnológicos que se articulan a un pensamiento neoliberal invasivo, a la depredación del planeta, a la exacerbación del individualismo, al desplazamiento de la competitividad en detrimento de la solidaridad, a la profundización de las desigualdades, al socavamiento perverso de las funciones del arte y la cultura y a la manipulación de las conciencias por parte del poder hegemónico. En ese mar de conflictos habrán de estar comprometidas las nuevas generaciones.

Planes y programas de estudio, métodos de enseñanza despojados de autoritarismo ofrecen herramientas para ingresar en el universo del mañana. Pero el papel fundamental descansa en la tarea insustituible del maestro, figura que reclama con urgencia el debido reconocimiento social, denominación genérica que, violando las normas de la ortografía, habría que escribir siempre con mayúscula. Merecedor de una justa remuneración salarial, su formación actual exige un permanente y riguroso plan de superación que conduzca a eliminar deficiencias palpables en muchos resultados docentes en lo referido al dominio de la lengua materna y de la historia, con la aplicación de prácticas destinadas a estimular el ejercicio del pensar.

La educación corresponde a la escuela. Pero no solo a ella. El hogar armónico y funcional transmite memoria, siembra valores y promueve expectativas de vida. El entorno edificado, libre de desechos, con calles y aceras primorosamente preservadas, imponen al transeúnte el respeto a las normas básicas de conducta para la conservación de un hábitat que todos compartimos. No menos importante resulta el rescate de las delimitaciones entre espacio público y privado. Después de meses de confinamiento, el regreso a la normalidad se manifiesta en el estallido atronador del ruido. Los antiguos pregones, ajustados a la medida de la voz humana, modelados por nuestra tradición musical, han sido sustituidos por bocinas que repiten el mismo monótono mensaje y perforan el oído de quienes, en el hogar o en el centro de trabajo, disfrutan del merecido descanso o requieren la indispensable concentración para llevar a cabo cumplidamente su tarea. Las noches tampoco deparan el reposo que todos demandamos, cuando festejos y bares perturban la tranquilidad hasta altas horas de la madrugada.

Maestro del arte de la comunicación, Fidel fue un educador incansable y sistemático. Rompió los esquemas establecidos para la oratoria por la retórica al uso, tan frecuentemente empleados por la demagogia política que aún opera en las campañas electoreras en muchos lugares del mundo. En relación directa con el pueblo, su interlocutor privilegiado, comprendió la naturaleza del intercambio entre la pantalla del televisor y su destinatario, instalado en la intimidad del hogar. Supo adoptar en este caso, un eficaz estilo conversacional. Como lo afirmó en alguna ocasión, compartió con el oyente «el parto de las ideas», modo de poner en práctica un productivo ejercicio del pensar. Su extraordinaria capacidad comunicativa le permitió extender el diálogo implícito a las concentraciones masivas en la Plaza de la Revolución. Esa facultad inspiró al Che una reflexión constitutiva de uno de los hilos conductores de El socialismo y el hombre en Cuba.

Forma y contenido se fundían armónicamente en un propósito común. El pueblo tenía que convertirse conscientemente en protagonista de una historia, crecer para arrostrar los mayores desafíos.

En un recorrido que se extiende desde la euforia del triunfo de enero hasta sus memorables palabras en el Aula Magna, lugar y circunstancia cargados de simbolismo, siempre afrontó la verdad en toda su esperanza, analizó los problemas de la Isla en su contexto específico y también en el de un planeta del cual, de manera ineludible, formamos parte. Nunca evadió encaminar el análisis de los fenómenos en su más intrincada complejidad.

Compleja es la época que nos ha tocado vivir. Tenemos que superar enormes obstáculos objetivos. Para lograrlo es indispensable la formación de un sujeto lúcido y participante. Su desarrollo pasa por el camino de la educación.

Tomado de: Juventud Rebelde

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Hasta siempre, Fidel

Por Rosa Miriam Elizalde

A esta misma hora, hace cinco años, los restos mortales recibían los honores del pueblo de Santiago de Cuba. El armón militar había recorrido en cinco horas, comenzando a las siete de la mañana y sin escala, los pueblecitos que van desde Bayamo a la Ciudad Héroe.  En la noche, medio millón de santiagueros se concentraba en duelo en la Plaza “Mayor General Antonio Maceo”.

Ustedes pueden seguir en este libro, con lujo de detalles, el itinerario que comenzó con el mensaje de Raúl en el que nos anunciaba que a las 10:29 de la noche del 25 de noviembre de 2016  falleció el Comandante en Jefe de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz. Pueden seguir las guardias de honor, los discursos, las filas interminables en la Plaza de la Revolución para despedirlo y firmar el juramento de cumplir con el concepto de Revolución, la creatividad para decir adiós, las luces de los móviles que alumbran el paso del armón por la Carretera Central durante la noche, los abrazos, las lágrimas, los crisantemos blancos sobre la urna funeraria, las madres y los padres con sus hijos, los jóvenes y los ancianos, los blancos y los negros, la expresión de dolor que dice de mil maneras es verdad, murió, se ha apagado el luminoso perfil de Fidel y cae ahora sobre todos nosotros la sombra melancólica de su memoria.

El libro termina en las primeras horas de la mañana del domingo 4 de diciembre, cuando el General de Ejército deposita la pequeña arca con las cenizas del revolucionario en el Cementerio de Santa Ifigenia. A lo largo de 1 121 kilómetros, de La Habana hasta Santiago de Cuba, más de 5 millones de cubanos despedían al líder en un país que se había paralizado con la noticia y que compartía con tristeza serena la frase “Yo soy Fidel”, consigna que cada cual expresó como pudo, con voces rotas, con trazos en pedazos de cartón, con piedras en las laderas de la montaña o tatuada con creyón de labios en el rostro de una muchacha.  Hubo quien entendió que no solo había muerto un símbolo, un genio político, un gigante de la Historia (en mayúsculas), sino un padre, un hermano y un esposo, y colgó de un puente una gran sábana que decía: “Gracias, Dalia, por cuidar a Fidel”.

Cuando Alberto Alvariño, el jefe de la Oficina de Preservación de Patrimonio del Palacio de la Revolución, fue a vernos a Ernesto Niebla y a mí para proponernos hacer este libro, ambos estábamos en shock y creo que no habíamos vivido ni la mitad de las emociones de aquellos días, porque aún no había salido el armón militar de La Habana. ¿Cómo íbamos a replicar el sentimiento de millones de cubanos, sentimiento que era colectivo pero que a la vez era muy íntimo, abrumadoramente personal? ¿Cómo traducir aquel dolor que, como diría la poeta matancera Carilda Oliver, era todavía difícil de interpretar y que crecía con una profundidad implacable?

Obviamente tuvimos que tomar distancia de unos pocos días para armar la arquitectura del libro. Decidimos entre todos que sería eminentemente gráfico. Pensado para el lector que había vivido en primera persona estos acontecimientos o para alguien que, en la distancia de los años o de los siglos, pudiera comprender qué pasó del 25 de noviembre al 4 de diciembre de 2016 en este país. Por tanto sería factual: habría datos, un mapa con el recorrido de la caravana, la hora exacta en que pasaba el armón por cada tramo de la Carretera Central, pequeños textos explicativos, los discursos de los actos, las breves notas oficiales que se emitieron en esos días, algunos versos. Pero la reina de este volumen sería la fotografía de prensa y es por eso que verán aquí 529 imágenes de 40 fotógrafos que cubrieron los homenajes para publicaciones nacionales y provinciales, además de las que aportó el equipo de Estudios Revolución. Son fotos seleccionadas entre miles, algunas hechas con cámaras muy sofisticadas y otras muy modestas, aunque todas, en conjunto, arman una especie de lectura y escritura visual de ese momento en que Cuba dice Hasta siempre Fidel.

Queríamos que quien vivió estos hechos y el que no, alguien que en el futuro viera este libro, sintiera la cercanía con lo real, con una emoción en bruto que pudiera compararse con aquel momento de Hanoi Martes 13, el documental de Santiago Álvarez, en que la imagen tomada al vuelo, inestable e incluso desenfocada describe no solo el sentimiento de los protagonistas, sino del fotógrafo.  Como cuando están filmando un bombardeo en Vietnam y aparece en cámara un niño alcanzado por la metralla. En ese breve instante, quizás el más dramático de la película, la imagen pierde nitidez porque el camarógrafo está llorando. “La belleza es la verdad y la verdad es la ausencia de retórica”, decía Santiago.

Niebla es un artista que honra el Premio Nacional de Diseño del Libro, que recibió en 2019. La fusión de un diseño exquisito, junto con la edición cuidada de Juan José Valdés, a cargo en la Imprenta Federico Engels  y, por supuesto, la fotografía de más de 40 compañeros, logran un lenguaje estético único. Aquí no vemos otra cosa que el pueblo cubano como personaje central de un momento que quedará registrado para siempre en la historia nacional; un pueblo que expresa su dolor con dignidad y que nos transmite de mil maneras un solo sentimiento: la única defensa contra una pérdida así es el amor.

Tomado de: Cubaperiodistas

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Fidel innovador

Fidel Castro Ruz (1926-2016) Foto La calle

Por Víctor Fowler

De todas las estructuras de la Revolución cubana (políticas, organizacionales) ninguna es tan extraña como los CDR. Uno puede encontrar identidad absoluta, a la hora de establecer comparaciones, por ejemplo, entre el Partido Comunista de Cuba y aquellos que existían en el resto de los países que integraron el hoy desaparecido bloque socialista. Cualquiera de ellos, por encima de particularidades y diferencias, se define a sí mismo sobre la base de los siguientes postulados básicos:

  • Es considerado una agrupación de vanguardia,
  • que reúne a los elementos más conscientes de la población, en especial de la clase obrera, por ser esta la que liderea la lucha contra el enemigo imperialista
  • para la toma del poder político
  • y la realización efectiva de la «revolución».
  • El carácter de vanguardia de la organización proviene de su asunción de la ideología más progresista y emancipadora para los trabajadores, las clases populares y, en general, toda la sociedad.
  • De esta manera, el derrocamiento del viejo poder es apenas el inicio de la tarea verdadera, que es la creación e instauración de una nueva forma de Estado basada en la abolición de la propiedad privada sobre los medios de producción.

Estos esenciales mínimos son compartidos entre los viejos partidos comunistas de la antigua Europa del Este, así como por los modelos chino, vietnamita y coreano. Al menos, en sus inicios e incluso hoy —cuando numerosas fórmulas de economía de mercado y privatización han sido introducidas en estos países (los dos primeros)—, las luchas por la igualdad en estado «puro» siguen siendo una suerte de referente utópico de la voluntad estatal para alcanzar un mundo mejor para todos.

Otra organización, esta de alcance mucho mayor, como es la Federación de Mujeres Cubanas, muestra semejanzas —aunque sean parciales— con las organizaciones de mujeres que, desde 1959 y hasta hoy, existían o existen en diversas partes del mundo para la defensa (en un sentido muy amplio) de las luchas de las mujeres. Batallas como las libradas para garantizar a la mujer oportunidades de empleo, derecho al aborto, libertad para vestir las formas de determinada moda, la superación de obligaciones culturales como la celebración de las «fiestas de 15» o el enfrentamiento a la violencia de género, son prácticas compartidas con organizaciones para la lucha por los derechos de la mujer en otras partes del mundo.

Espacios como los del tejido ministerial de un país, en el cual son divididos en parcelas de especialización, son igualmente semejantes a los de cualquier otro país; los nuestros, de hecho, lo son tanto que incluso hubieron de ser «normalizados» para conseguir (en los distantes 70) una paridad estructural que favoreciera el más pleno entendimiento posible entre las direcciones soviética (por extensión, de los países socialistas) y cubana.

Organizaciones como los Sindicatos, la Unión de Jóvenes Comunistas, la Federación Estudiantil Universitaria, la Organización de Pioneros José Martí, la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media tienen —nuevamente con las particularidades de rigor en cada caso— numerosos pares o propuestas asemejadas a lo largo del mundo. Y lo mismo puede ser dicho de los aparatos judiciales, militares, policiales, de la seguridad nacional, etc.

En esta manera de mirar, las diferencias se tornan (y van develando cómo) rasgos de identidad, en tanto más radical es la distancia del resto de los modelos con los que se les pudiera comparar; esta dificultad para balancear los modelos lo mismo puede tener lugar en el espacio (es decir, en la sincronía) que en el tiempo (es decir, en la diacronía). Lo último, posibilita hacer análisis genealógicos y establecer linajes de lo que ha existido o no en el pasado, así como localizar, marcar, señalar los puntos de ruptura; es aquí, en estas fracturas y lugares de quiebre, donde, en atención al potencial de las propuestas, podemos hablar entonces de innovación.

A este propósito, ¿en qué sentido es innovadora la Revolución cubana y lo fue (o es) el pensamiento de su líder, Fidel Castro? ¿Qué inventó? ¿Por cuáles razones y qué potencial de futuro contiene aquello que haya podido crear? Creo que son, básicamente, dos los aportes de Fidel a esa ciencia/práctica mayor que es el diseño y organización de sociedades. El primero de ellos, a mi entender, es el hecho de haber propuesto colocar el Parlamento (la Asamblea Nacional del Poder Popular) «en la calle». Esta fórmula, imitación del viejo ideal griego del ágora, del espacio público donde el ciudadano era convocado a realizar su acción política, subyace en la idea de que el punto más alto en la práctica cotidiana del representante popular (el delegado, en el nivel barrial) sea el encuentro con aquellos a quienes representa, pero en el espacio de la calle. Este encuentro, préstese atención a los términos, no se formula como «encuentro con los vecinos» (cosa que bien pudiera ser, pues se trata de un proceso de barrio), sino con «los electores», cosa que anuncia la íntima conexión del hecho con el ámbito de las leyes.

Claro que sabemos, más allá de lo que lo mencionado anuncia, todo lo que el Poder Popular no es, sus limitaciones, errores y fracasos, los aspectos en el proceso electoral mismo que podrían ser mejorados; sin embargo, una estructura es tanto su existencia concreta como (partiendo del hecho mismo de que es y está) las infinitas posibilidades que nos ofrece para corregirla. Dicho de otro modo, el objeto pide y reclama su propia corrección; la lógica de su devenir en el tiempo es comenzar a envejecer desde el momento mismo en el cual empieza a operar, a interaccionar con lo que le rodea.

Por este camino, la segunda creación que necesita ser resaltada, está todavía más radical, son los humildes, decaídos y no pocas veces olvidados Comités de Defensa de la Revolución, organización que empieza a sacudir la poca agilidad de años en los que se les vio —a pesar de sus potencialidades enormes— languidecer en silencio.

Conocemos la anécdota, según la cual, en ocasión del acto de masas celebrado en la ciudad de la Habana, el 28 de septiembre de 1960 (para recibir a Fidel luego de su intervención en la Asamblea General de la onu el día 26 de septiembre, par de días antes), mientras Fidel hablaba se escuchó entre la multitud el sonido de un petardo.

Este formidable discurso estaba poniendo en escena varios núcleos articuladores: el enfrentamiento radical al monopolio (como práctica y concepto); la praxis sacrificial de aquellos cubanos que en Estados Unidos apoyaban a la Revolución cubana; la diferencia, unidad y condición intrínsecamente revolucionaria de aquellos a los que
—desde ya— define como oprimidos: obreros, blancos pobres, negros, indígenas, latinos, etc., en el corazón de Estados Unidos; el descubrimiento de un nuevo acceso a la identidad cuando se le lee desde dentro del imperio. Pero es cuando habla de los negros estadounidenses que el petardo suena.

Vale la pena reproducir el fragmento exacto:

«Nosotros vimos vergüenza, nosotros vimos honor, nosotros vimos hospitalidad, nosotros vimos caballerosidad, nosotros vimos decencia en los negros humildes de Harlem». (Se oye explotar un petardo).

A partir de aquí, «montado» encima del episodio, Fidel aplica la dramaturgia genial de proponer, en ese mismo instante:

«Vamos a establecer un sistema de vigilancia colectiva, ¡vamos a establecer un sistema de vigilancia revolucionaria colectiva! Y vamos a ver cómo se pueden mover aquí los lacayos del imperialismo porque, en definitiva, nosotros vivimos en toda la ciudad…».

El hecho de la lucha y su proyección hacia el futuro, lo que, en palabras de Fidel, «libera» al pueblo cubano «de las tristezas y de las vergüenzas del pasado». Una liberación que encuentra fundamento en el conocimiento y convicción de que los años venideros no van a ser, cosa que ya había anunciado en aquel célebre discurso del 8 de enero de 1959, «más fáciles», pues «el Primero de enero no finalizaba la Revolución, sino que empezaba». Ese tiempo futuro opera como un atractor, una suerte de inmenso escenario donde las fuerzas (de la transformación revolucionaria) están ya en movimiento a la espera de quien las opere; por tal motivo Fidel expresa: «…porque el futuro está lleno de sitios; en el futuro hay un lugar para cada uno de nosotros».

Como mismo la apelación implícita en el instante exacto de la invención de los cdr es de vigilancia y control, el final del discurso llama al alineamiento militante y militar al lado de la Revolución:

«¡Cada uno de nosotros somos soldados de la patria, no nos pertenecemos a nosotros mismos, pertenecemos a la patria! ¡No importa, no importa que cualquiera de nosotros caiga, lo que importa es que esa bandera se mantenga en alto, que la idea siga adelante, ¡que la patria viva!».

Sin embargo, pocos años más tarde, en el acto por el VII aniversario de la creación de los CDR, el día 28 de septiembre de 1967, la visión de Fidel es mucho más amplia y profunda porque los cdr son ahora mucho más que una cuestión de guerra y aparecen (junto con las tareas de control, vigilancia y resistencia) como herramientas para transformar la vida.

Tomado de: Granma

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¿Cinco años sin Fidel?

Por Rosa Miriam Elizalde

Hace hoy cinco años murió Fidel Castro, pero siento que han pasado décadas en Cuba desde el 25 de noviembre de 2016. Llegó Trump y pasó lentamente con su rosario de sanciones que se han sentido peor que nunca por la pandemia. Vino Biden con su corte de pusilánimes, desgranando cada día con amenazas veladas o directas, sin atreverse a cumplir sus tímidas promesas electorales.

En un lustro, particularmente en los dos últimos años, se ha desatado un argot incendiario en medios y redes, cuyo blanco no es sólo el gobierno cubano. Se ha querido arrasar con Fidel. El líder cubano ha recibido cientos de homenajes en todo el mundo desde la noticia de su muerte, pero en simultáneo se ha lanzado contra su memoria un bombardeo de calumnias para intentar transformar en ruinas el proyecto nacional, popular y democrático de la revolución que él encabezó.

Para presentarlo como el símbolo de la derrota y el fracaso se le muestra como un idealista solitario que condujo a Cuba a la ruina. Se cargan de negatividad y perversidad todas sus acciones (reales o inventadas) para convertirlo en el malo remalo de la película y, por tanto, merecedor de cualquier ultraje. Hay quien se excusa, cínicamente, en la desmitificación.

Pero nada de esto alcanza a mellar el símbolo. La verborragia de los profesionales del odio y de los desmitificadores termina por alimentar la figura del hombre que encabezó la lucha armada en la Sierra Maestra, que puso el pecho a las balas y a los huracanes, que condujo la guerra internacionalista en África, que sobrevivió a 637 atentados y que vimos siempre en primera línea batallando contra la injusticia, el egoísmo y el individualismo. También, contra la tontería y la soberbia, a la que enfrentó en clave de humor o con salidas que desmienten la caricatura torcida que hacen de él. Me consta.

Recuerdo la conferencia de prensa celebrada en La Habana, en abril de 1990, con los ecos de la disolución de la Unión Soviética de fondo y mientras Washington ya tenía “la servilleta puesta para almorzarse a la isla con cuchillo y tenedor”, como escribiría entonces Eduardo Galeano. Fidel advirtió a los periodistas que una agresión a Cuba repetiría la hazaña de Numancia, la ciudad ibérica que resistió el ataque de los incultos pero poderosos romanos en 146 antes de Cristo, y prefirió inmolarse antes que rendirse. Cualquier cubano entendía, dijo, por qué aquel pueblo se resistió a entregar su lengua, sus dioses, sus modos de vivir, sus campos y sus ciudades al imperio. Para virtudes y defectos preferían, en cualquier caso, sin dudarlo, los propios. Un periodista español preguntó cómo era posible que él convocase al pueblo al holocausto. “Si tus antepasados hubiesen pensado como tú, ahora me estarías preguntando en francés”, respondió el líder revolucionario.

Pero en Fidel la idea numantina jamás fue fanatismo ni nacionalismo suicida. Mientras ese diálogo ocurría, un laboratorio científico cubano producía e intentaba comercializar la primera vacuna contra la meningitis tipo B, que había sido el principal problema de salud de los niños en la isla y mataba cada año a 85 mil personas en el mundo. Washington quería el fármaco, pero se negaba a pagar un solo centavo al gobierno de La Habana y puso como condición cambiarlo por comida. A la principal investigadora, Conchita Campa, le sorprendió la respuesta de Fidel cuando tuvo que comunicarle la noticia: “Los niños que se van a salvar en Estados Unidos no tienen la culpa de tal arrogancia. Claro que la vamos a cambiar por alimentos”. Así llegaron los primeros pollos gringos que comieron los cubanos después del bloqueo naval impuesto por John Kennedy en 1961.

Se siente como si el tiempo se hubiera alargado y volviera a pasar todo en simultáneo. La revolución de 1959, la hostilidad de Estados Unidos, los 60 iniciáticos y los 70 más inflexibles, los 80 estables, los 90 insufribles tras la caída soviética y las dificultades de la vida cotidiana. Pasamos por el costado más duro del bloqueo y por la amenaza de una invasión militar, como la de Playa Girón. Por la isla cerrada y por la isla abierta al turismo. Por las colas, la enfermedad y las vacunas. Por el Miami terrorista y farandulero, y por el Miami invisible de los migrantes que quieren normalidad para rencontrarse con sus familiares. Pasamos por todo en estos cinco años, pero hay algo que ocurrió por primera vez. Fidel Castro comenzó a estar de otro modo. Aún así, está y estará.

Tomado de: La Jornada

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Cien horas con Fidel, de Ignacio Ramonet (+ Libro)

Portada de la edición española del libro Cien horas con Fidel de Ignacio Ramonet

Contiene la trascendental entrevista realizada entre los años 2003 y 2005 por el intelectual francés Ignacio Ramonet. El nivel de información y sagacidad del entrevistador, por la agudeza de sus preguntas, franqueza, modernidad y hondura de respuestas del entrevistado, la apasionante conversación contenida en este libro tiene un valor perdurable, más allá de coyunturas y circunstancias.

Tomado de: Cubadebate

Cien horas con Fidel, de Ignacio Ramonet en PDF

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Fidel y el marxismo de la Revolución cubana: rebelión contra los dogmas

Comandante Fidel Castro Ruz (1926-2016)

Por Frank Josué Solar Cabrales

Esta es una doctrina revolucionaria y dialéctica, no una doctrina filosófica; es una guía para la acción revolucionaria, y no un dogma. Pretender enmarcar en especies de catecismos el marxismo, es antimarxista.

La diversidad de situaciones inevitablemente trazará infinidad de interpretaciones. Quienes hagan las interpretaciones correctas podrán llamarse revolucionarios; quienes hagan las interpretaciones verdaderas y las apliquen de manera consecuente, triunfarán; quienes se equivoquen o no sean consecuentes con el pensamiento revolucionario, fracasarán, serán derrotados e incluso suplantados, porque el marxismo no es una propiedad privada que se inscriba en un registro; es una doctrina de los revolucionarios, escrita por un revolucionario, desarrollada por otros revolucionarios, para revolucionarios.

Fidel Castro, 3 de octubre de 1965.

*****

Los caminos del marxismo revolucionario en la Cuba de la década de 1950 discurrían fuera de los cauces del Partido Comunista. La confluencia de una serie de factores contribuyó a que esa agrupación no fuera un instrumento eficaz de vanguardia para llevar adelante un proceso de transformaciones. Aunque generalmente se ha atribuido esta incapacidad al anticomunismo rampante propio de la época de la guerra fría y el macartismo, sus causales deben buscarse sobre todo en el rechazo a la degeneración burocrática que había sufrido la Unión Soviética luego de la llegada al poder de Stalin, y a los errores cometidos en su trayectoria política, que le habían enajenado el apoyo de amplios sectores populares.

Para la joven generación de revolucionarios de los años cincuenta el partido de los comunistas no solo era aquel que había pactado con Fulgencio Batista en 1940, sino también el que había mantenido a lo largo de esa década una política reformista, de adecuación a los límites de la democracia liberal, y el que frente al golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 planteaba un frente unido de los partidos opositores para la participación electoral y la movilización de masas, en dirección contraria a una salida insurreccional. Si el Partido Socialista Popular (PSP) había pasado a la ilegalidad bajo el batistato se debía en lo fundamental al clima reinante de guerra fría, no porque su praxis y sus objetivos constituyeran una amenaza revolucionaria a la dominación de la burguesía. El partido que detentaba la representación oficial del marxismo en Cuba contaba con una militancia de esforzados luchadores, cuya disciplina y entrega en el combate por demandas concretas de los trabajadores eran proverbiales, pero no se proponía una alternativa de ruptura violenta con la dictadura, y condenaba sistemáticamente, al menos hasta 1958, cualquier tentativa de insurgencia armada. Al decir del Che: «son capaces de crear cuadros que se dejen despedazar en la oscuridad de un calabozo, sin decir una palabra, pero no de formar cuadros que tomen por asalto un nido de ametralladora».[1]

El partido que, en teoría, debía organizar a la clase obrera para tomar el poder y encabezar una revolución socialista se encontraba inhabilitado para esa tarea. Esta situación explica que la vanguardia política e intelectual de la nueva hornada de revolucionarios, movida por aspiraciones socialistas de transformación, al mismo tiempo rechazaba el marxismo de origen soviético y su representante nacional. Estos jóvenes, para llevar adelante sus ideales de redención y justicia social, buscaban sus principales referentes ideológicos y políticos en la tradición del socialismo cubano, que desde la década del veinte había existido en paralelo con la vinculada a las directrices comunistas salidas del Kremlin:

En el proceso histórico del socialismo como política revolucionaria en Cuba existieron dos líneas que están claramente definidas: la de un socialismo cubano, que encuentra su expresión mayor en las décadas de los años veinte y treinta del siglo XX en Julio Antonio Mella y Antonio Guiteras, y la de un socialismo inscrito en el movimiento comunista internacional. Mella y Guiteras encontraron el camino del socialismo cubano: antiimperialismo intransigente, ideal comunista, insurrección armada, frente revolucionario y ganar en la lucha el derecho a conducir la creación del socialismo.[2]

Solo entendiendo las influencias y expresiones ideológicas del socialismo cubano en esta generación se puede comprender la madurez de un documento como ¿Por qué luchamos?, testamento político de los hermanos Luis y Sergio Saíz Montes de Oca, dos adolescentes de un pequeño pueblo de Pinar del Río, asesinados el 13 de agosto de 1957.

La pretensión de emprender una revolución socialista en Cuba mientras se condena tanto al capitalismo draconiano y explotador como al «falso paraíso del trabajador» de la Rusia Soviética no es un planteamiento extraño ni un «destello luminoso», sino el reflejo de la organicidad de una corriente de pensamiento extendida entre los jóvenes insurreccionales de los cincuenta. Sus críticas al socialismo de corte estalinista son de izquierda, no provienen de un anticomunismo ramplón. Ellas le señalan, por el contrario, no ser suficientemente revolucionario ni socialista.

En la misma cuerda se ubican los manifiestos programáticos de fuerzas insurgentes tales como el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y el Directorio Revolucionario (DR), donde se encuentran referencias al socialismo como meta de sus luchas.[3]

El cuadro descrito más arriba revela la complejidad del contexto en el cual se produjeron los acercamientos iniciales del joven Fidel Castro al marxismo. Su primera lectura de un texto marxista, cuando cursaba el segundo o tercer año de sus estudios universitarios, a finales de los cuarenta, fue El Manifiesto Comunista, que le causó una profunda impresión:

Tendría 20 años cuando entré en contacto con la literatura marxista; era una mentalidad virgen, no deformada y muy receptiva, una especie de esponja condicionada a lo largo de toda mi experiencia —desde que pasé hambre a los seis o siete años, desde que era muy niño—, de todas mis luchas (…) Le encontré una gran lógica, una gran fuerza, un modo de expresar los problemas sociales y políticos de una forma muy sencilla, elocuente.[4]

Las obras marxistas que captaban su interés con mayor fuerza eran aquellas dedicadas a los análisis histórico-políticos y a la lucha de clases, entre ellas El 18 Brumario de Luis Bonaparte, y Las guerras civiles en Francia. Profundizó sobre todo en El Estado y la revolución, de Lenin, por sus consideraciones acerca del poder y su toma revolucionaria. Con esas lecturas Fidel no se asumió explícitamente marxista, pero asimiló varias de sus lecciones y enseñanzas, y las interpretó de manera creadora de acuerdo con las condiciones concretas de Cuba. Según sus propias palabras, del marxismo obtuvo el concepto de lo que es la sociedad humana y la historia de su desarrollo, y una brújula para orientarse con precisión en los acontecimientos históricos.[5] Y aunque mantenía excelentes relaciones personales con los militantes comunistas, compartía la visión crítica de su generación hacia el estalinismo y la política exterior soviética, así como hacia la praxis y trayectoria política del PSP.

El espíritu rebelde de Fidel, forjado desde su infancia y adolescencia, se encontró en la Universidad de La Habana con las ideas más avanzadas y radicales de su tiempo, y allí inició un proceso de aprendizaje político y de desarrollo de su conciencia revolucionaria. Por eso afirmaba en relación con la Colina universitaria: «aquí me hice revolucionario, aquí me hice martiano, aquí me hice socialista».[6]

Con todo, el componente esencial en su formación política e ideológica no provenía de los clásicos del marxismo sino de la historia nacional, de la tradición de rebeldías del pueblo cubano, del legado de sus luchas por la liberación nacional y la justicia social. Fidel se nutrió del acumulado de una cultura política radical preponderante en el pensamiento y la acción de los revolucionarios cubanos, que tuvo en Martí su principal maestro y exponente más destacado, y que proveyó al país de una revolución popular de independencia y de una larga sucesión de combates e ideas por la justicia y la libertad. Fidel da continuidad a ese radicalismo, del que aprendió que sus actos, sus ideas, sus propuestas y sus proyectos debían ser «muy subversivos respecto al orden establecido y sus fundamentos, y muy superiores a lo que parecía posible al sentido común y a las ideas compartidas en su tiempo, inclusive a las de otros revolucionarios».[7]

Fidel llegó al marxismo por la senda que le había abierto José Martí, y por eso asumió en él una condición revolucionaria:

yo venía siguiendo una tradición histórica cubana, una gran admiración por nuestros patriotas, por Martí, Céspedes, Gómez, Maceo. Antes de ser marxista fui martiano, sentí una enorme admiración por Martí; pasé por un proceso previo de educación martiana, que me inculqué yo mismo leyendo sus textos. Tenía gran interés por las obras de Martí, por la historia de Cuba, empecé por aquel camino.[8]

La única forma que tenía el marxismo de ser revolucionario en la Cuba de los cincuenta era emprender un camino propio, nuevo, que tomara en cuenta los datos concretos de la realidad nacional para irse por encima de ellos y plantear un proyecto eficaz de subversión total de la sociedad.

Cuando ocurre el golpe militar de marzo de 1952 Fidel pertenece al ala izquierda del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos), un movimiento de masas heterogéneo y policlasista que pretendía llevar hasta sus últimas consecuencias, sin trasponer sus límites, el reformismo democrático burgués de la segunda república. Heredera de los ideales de la revolución del 30, traicionados y frustrados por los gobiernos auténticos, la Ortodoxia había encarnado la esperanza de una vida mejor para las mayorías populares a través de la lucha contra la corrupción y el adecentamiento de la vida pública.

El golpe sepultó no solo esa esperanza, sino la legitimidad y el crédito de todo el orden político anterior, que garantizaba la reproducción de la hegemonía burguesa. Frente a la nueva situación Fidel comprende, a diferencia de la dirigencia ortodoxa, pasiva y confundida por los acontecimientos, que «el momento es revolucionario y no político». Entiende que necesariamente tendrá que ser muy creativo y rebelde para no seguir los caminos trillados de participación electoral, abstención anodina o compromisos sin principios con los corruptos de ayer, que conducen a callejones sin salida; y dar forma a nuevas vías y métodos para la liberación.

Por eso, a partir del análisis de las circunstancias propias y de la interpretación de las aspiraciones y necesidades populares, con las herramientas de la formación política que había acumulado y de las experiencias vividas, se dedicó a la articulación de un movimiento clandestino dispuesto a combatir para movilizar al pueblo y guiarlo a la conquista revolucionaria del poder.

De los sectores más humildes de la sociedad y de la misma Juventud Ortodoxa que en 1948 había proclamado como su aspiración ideológica fundamental «el establecimiento en Cuba de una democracia socialista» y definido que la lucha por la liberación nacional de Cuba era «la lucha contra el imperialismo estadounidense»,[9] salió el grueso de los asaltantes al cuartel Moncada. Las acciones del 26 de julio de 1953 sorprendieron a todos porque rompieron con todo lo que parecía posible. Los protagonistas no habían sido ninguno de los actores principales del drama político nacional. La oposición a la dictadura hasta ese momento había transcurrido por los canales pacíficos de las declaraciones de denuncia y condena, de la resistencia pasiva y legal, y los insurreccionalistas auténticos y ortodoxos, que contaban con abundantes medios bélicos y con la experiencia de antiguos combatientes revolucionarios y de los grupos de acción de los años treinta y cuarenta, no pasaban de la promesa de operaciones armadas que nunca se concretaban.

De los muros del Moncada surgió, de manera inesperada y prácticamente de la nada, sin fortunas ni grandes recursos, sin tribunas, espacios de poder ni militancia numerosa, contando solo con el esfuerzo de gente sencilla de pueblo y unas pocas armas de escaso calibre, una nueva vanguardia revolucionaria, inserta en un complejo entramado de relaciones donde pugnaban diversos factores políticos, cada uno con intereses y objetivos distintos. El 26 de julio de 1953 abrió el camino de la lucha armada contra la dictadura batistiana, pero esa fecha no significó solo un asalto contra las oligarquías, sino también contra los dogmas revolucionarios, como diría el Che. Entre ellos los que certificaban la imposibilidad de desarrollar en Cuba una insurrección victoriosa de carácter popular contra el ejército, menos a 90 millas del imperialismo norteamericano, y que el modo de derrocar a Batista era a través de transacciones políticas o de conjuras de pequeños grupos de civiles armados con conspiraciones militares.

Cuando en el juicio a los sobrevivientes del asalto se presentó como elemento acusatorio un libro de Lenin encontrado en el apartamento de Abel Santamaría en 25 y O, Fidel respondió que sí leían a Lenin porque quien no lo hiciera era un ignorante, pero lo cierto es que no se limitaban a la lectura: los principales dirigentes del movimiento, Fidel, Abel y Jesús Montané, realizaban círculos de estudios de obras marxistas durante los meses previos a la acción. Si el marxismo estuvo presente en los análisis sociales y de situación de los líderes, la inspiración fundamental común a todos los asaltantes era la figura de José Martí, su ideología radical y democrática. Así lo declaraban en el Manifiesto a la Nación que sería leído por radio en caso de éxito: «La Revolución declara que reconoce y se orienta en los ideales de Martí, contenidos en sus discursos, en las Bases del Partido Revolucionario Cubano, y en el Manifiesto de Montecristi; y hace suyos los Programas Revolucionarios de la Joven Cuba, ABC Radical y el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos)».[10] Resalta entre los programas asumidos como propios el de la Joven Cuba, que se proponía como objetivo «que el Estado cubano se estructure conforme a los postulados del Socialismo»,[11] y planteaba una línea insurreccional para lograrlo.

Uno de los aportes prácticos más significativos de la Revolución cubana a la teoría marxista es la importancia de la determinación personal para la creación de las llamadas condiciones subjetivas en una situación revolucionaria, y de la función pedagógica que para la movilización del pueblo tienen los hechos consumados, las promesas cumplidas, los ejemplos heroicos individuales y colectivos. Para cualquier empeño insurreccional una derrota militar como la sufrida en los asaltos a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo podía haber significado un golpe terminal e irreversible. Unos pocos meses antes, el 5 de abril de 1953, varios miembros del Movimiento Nacional Revolucionario fueron apresados cuando estaban a punto de emprender una operación de toma de la fortaleza de Columbia, en coordinación con militares complotados. El hecho representó el fracaso del proyecto insurreccional de esa organización y marcó el inicio de su declive. En cambio, Fidel y los sobrevivientes del asalto al Moncada mantuvieron la decisión de continuar peleando bajo cualquier circunstancia y convirtieron el juicio que se les siguió en la plataforma para hacer llegar su mensaje revolucionario al pueblo y obtener una extraordinaria victoria política.

En especial el alegato de autodefensa de Fidel, conocido como La historia me absolverá, distribuido clandestinamente de forma masiva en todo el país, fue el vehículo a través del cual no solo se denunciaron los crímenes de la tiranía contra los combatientes del 26 de julio de 1953, sino también se dieron a conocer la ideología que los animaba y los objetivos que perseguían. Se convirtió en el primer programa de la Revolución, además de por las medidas de beneficio popular que relacionaba, porque explicaba que ellas solo podrían realizarse mediante la conquista del poder por métodos revolucionarios y con la participación protagónica de las mayorías en esa lucha.

El documento contiene un brillante análisis marxista de la estructura de dominación de clases que existía en Cuba, y define como pueblo, en función de la lucha, a la masa trabajadora y humilde del país, que sufría bajo el yugo de la dictadura, pero que también padecía un sistema social de opresión y exclusión. De ese modo, se dirigía a las fuerzas populares que debían conformar el frente revolucionario, aquellas en las que se apoyaría y a cuyos intereses respondería un gobierno salido de la insurrección victoriosa, e identificaba en el campo enemigo, más allá de Batista y sus aparatos represivos, a las «manos extranjeras», los «poderosos intereses», los «poseedores de capital».

En La historia me absolverá se exponía de forma nítida que el objetivo de la Revolución era cumplir la promesa de soberanía nacional y justicia social largamente postergada desde la manigua y la propuesta martiana, y otra vez preterida y traicionada en la Revolución del 30. Ello significaba que la lucha no se agotaba con el derrocamiento de una dictadura sino que implicaba el inicio de cambios económicos, políticos y sociales de profundo calado que transformaran las estructuras de dominación e injusticia de la sociedad cubana. Para los jóvenes moncadistas el ideal revolucionario se sintetizaba en la siguiente tríada ideológica: libertad política, independencia económica, justicia social; extendida en el imaginario político cubano a partir de las jornadas de lucha contra Machado y la primera dictadura de Batista. Aunque en el texto no se mencionara la palabra socialismo, en las condiciones concretas de la Cuba de 1953, un país subdesarrollado y dependiente, sojuzgado por el imperialismo, las medidas que proyectaba solo podrían ser cumplidas y llevadas hasta sus últimas consecuencias con una revolución socialista. Las exigencias de libertad, independencia, igualdad y justicia social eran ya incompatibles con los límites que imponía el capitalismo. Así lo explica el propio Fidel:

Para nosotros, ya aquella era una lucha por una revolución profunda, pero todavía en todo aquel período no estaba planteada una revolución socialista. Ya se había publicado mi discurso de autodefensa en el Moncada. Cualquiera que lea en serio dicho material, y lo lea bien, ve que hay un programa, que ahí están todos los gérmenes de una revolución mucho más progresista, de una revolución socialista: hablo de utilizar los recursos en el desarrollo del país, de la ley urbana, de la propiedad de la vivienda, la reforma agraria, de las cooperativas; ya digo el máximo que se puede decir en tal período, el programa más ambicioso que se podía proclamar y que fue la base de todo lo que hizo la Revolución. Ya era el programa de un marxista-leninista, de alguien que comprendía bien la lucha de clases, que cuando habla de pueblo se refiere a los sectores humildes, los campesinos, los obreros, los desempleados; hay una concepción clasista planteada en La historia me absolverá, un programa que era el primer paso hacia el socialismo.[12]

Al salir de prisión el 15 de mayo de 1955, gracias a la campaña popular por la amnistía, Fidel se concentró en una batalla política de denuncias contra la tiranía. Uno de los principales objetivos que se proponía era demostrar la inexistencia de garantías y de un clima favorable para desarrollar la lucha cívica. Desde el mismo momento de su excarcelación, incluso antes, había proclamado su adhesión a una solución democrática: «La única salida que le veo a la situación cubana es elecciones generales inmediatas».[13] Este cambio de actitud, motivado por razones tácticas,[14] generó desconcierto en algunos sectores insurreccionales.[15] Sin embargo, en una de sus declaraciones públicas, una frase resultaba reveladora sobre los verdaderos objetivos de su giro táctico y el carácter radical que signaba toda su actuación: «si lo bueno posible no se alcanza, luchar por lo imposible es mejor».[16]

En realidad Fidel no había abandonado la tesis insurreccional, pero no contaba con recursos, y priorizaba las labores de organización, proselitismo y propaganda por sobre los aprestos guerreros.[17] Para su proyecto de insurrección armada popular, que rebasaba los límites de la «conspiración cuartelera» y el atentado, resultaba vital ganarse el respaldo de las masas,[18] y ese fue el centro de su actividad política, entrevistas y artículos, en los días posteriores a la amnistía.[19]

Aún se veía a sí mismo y a sus seguidores como parte de la Ortodoxia, y apreciaba en la defensa de la línea chibasista de independencia la posibilidad de conquistar el apoyo de su militancia, mayoritariamente partidaria de esa postura.[20] Dentro del amplio y heterogéneo movimiento ortodoxo representaba la alternativa más consecuente y con mayores posibilidades de ganar adeptos: la que sin pactar con los auténticos, no se quedaba en declaraciones pasivas y se disponía seriamente a la lucha armada.

A la par de esta negativa a llegar a acuerdos o alianzas con otros partidos políticos, en especial con las tendencias auténticas, pretendía aprovechar las oportunidades mínimas dadas por Batista en su intención de mostrar una cara civilista y de paz, para desarrollar una lucha política abierta que le permitiera aunar en un bloque a las amplias bases ortodoxas, las de origen popular, y a los movimientos que llamaba «fuerzas morales» del país.[21]

Aunque la prédica aglutinadora tuvo resultados parciales, la incorporación de jóvenes de diversas procedencias y de cuadros y militantes del MNR al grupo inicial de combatientes del Moncada, fue suficiente para que al integrarse oficialmente su primera Dirección Nacional el 12 de junio de 1955, el Movimiento Revolucionario 26 de Julio fuera un organismo con extensión por toda la geografía nacional y con las estructuras organizativas mínimas para emprender el reinicio del enfrentamiento armado contra la dictadura.[22] Llevada al límite la «apertura democrática» de Batista, quien realmente nunca estuvo dispuesto a dar espacio a la lucha cívica, Fidel partió al exilio el 7 de julio de 1955 con un aumento de su autoridad revolucionaria en la opinión pública, ya notable a su salida de la prisión, y dejando en Cuba un aparato político-insurreccional propio. Cuando quedó demostrado que el uso de la violencia sería la única salida, decidió fiarlo todo a los esfuerzos de su organización y continuar un camino independiente, ahora de lucha armada.

Varios miembros de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio compartían una visión radical de los objetivos de la Revolución, como se puede apreciar en un editorial que publicaron en mayo de 1956: «Cuando se precise hasta las últimas consecuencias la idea democrática y socialista de la revolución nacional toda la acción está dirigida hacia ese rumbo».[23] En ese sentido insistían en la necesidad de que la organización contara con un programa más amplio y extenso para presentar al pueblo. Incluso algunos de ellos iniciaron en 1956 en Cuba las labores de redacción de una síntesis programática que tuviera en cuenta las experiencias y realidades de la lucha desde 1953.[24]

Sin embargo, Fidel se manifestaba contrario a la elaboración de un programa de ese tipo que limitara las posibilidades y el alcance de la lucha. La historia me absolverá sería durante toda la insurrección la base programática del Movimiento 26 de Julio, que en lo adelante se caracterizaría por la relativa indefinición de su proyecto político de transformaciones, esbozado en líneas gruesas en manifiestos y proclamas, pero no explicitado al detalle en documentos doctrinarios. Los suyos son principios generales que están en la base del pensamiento revolucionario cubano desde los años treinta, y que pudiéramos considerar universales dentro del magma ideológico de la década del cincuenta, asumidos por casi todos los movimientos antibatistianos. Expresión de aspiraciones populares, esos ideales de justicia, libertades democráticas y soberanía nacional aparecían recogidos en varios programas del espectro político cubano. Lo que distinguía al Movimiento 26 de Julio en el conjunto del campo opositor era la radicalidad de los objetivos que se proponía y de los medios que empleaba para alcanzarlos. Para sus militantes la Revolución, a través de la lucha armada y de la participación protagónica del pueblo, no podía limitarse al cese de la dictadura y a un funcionamiento adecuado y equilibrado de la institucionalidad republicana, sino producir profundas transformaciones de las estructuras sociales, políticas y económicas del país, que beneficiaran a sus capas más humildes.

Las razones que convirtieron al Movimiento 26 de Julio en la organización hegemónica de la oposición a la dictadura de Batista y la colocaron en condiciones de dirigir la revolución fueron variadas:

Haber producido el primer hecho armado de la insurrección, y obtener de él un saldo político favorable a pesar de haber constituido una derrota militar. Una conducta de firmeza y coherencia en sus promesas, que se cumplen aun a riesgo de la vida, y en la cual los hechos acompañan a las palabras. Esa capacidad de aportar el hecho revolucionario movilizador, con oportunidad, le va a atraer la simpatía y la confianza del pueblo, sobre todo de sectores juveniles que habían perdido la fe en los políticos tradicionales.

El discurso ideológico del Movimiento 26 de Julio, muy abarcador y atractivo, sin definiciones sectarias, logró expresar las aspiraciones de los sectores más humildes e identificarse con ellos, y le permitió contar con una gran resonancia política y social.

El liderazgo carismático, permanente y ascendente de Fidel, al interior y hacia fuera del M26, que se va profundizando y adquiriendo mayores significados durante todo el proceso, y que a partir de mayo de 1958 consigue centralizar en su persona la dirección política y militar de la Revolución.

La práctica de una política de principios, que se maneja con flexibilidad. Actitud intransigente ante posibilidades de junta militar e intervención extranjera.

Empleo hábil de la propaganda, a la que se otorga la máxima importancia.

Capacidad de sumar actores, partiendo de un status inicial de célula, de grupo cerrado, y de crecer rápidamente en espacio y número. Una política efectiva de alianzas con otras organizaciones sin comprometer su programa revolucionario, buscando siempre la supremacía del Movimiento.

La creación de organismos de frente, como el Frente Estudiantil Nacional, el Frente Obrero Nacional y la Resistencia Cívica, más allá de su militancia directa, que le permitió movilizar el apoyo de amplios y disímiles sectores sociales.

Saber reponerse y superar sus propios errores y fracasos. Se recuperó de ellos en muy poco tiempo. Convirtió derrotas en victorias, a una velocidad impactante.

En la década de los cincuenta la doctrina oficial «marxista-leninista» de la Unión Soviética establecía que en los países que habían sido colonizados no se podía siquiera plantear la posibilidad de la victoria de una insurrección conducente a una revolución socialista, porque debían primero completar una etapa de desarrollo capitalista, donde a los trabajadores y comunistas les correspondía apoyar a sus burguesías nacionales para que cumplieran sus tareas democráticas y progresistas. Tal postura teórica iba acompañada de una política de coexistencia pacífica entre el campo del «socialismo real» y el mundo capitalista, que abandonaba la perspectiva internacionalista de la lucha de clases y desalentaba el surgimiento de rebeliones contra la dominación del imperialismo y las burguesías autóctonas en el llamado Tercer Mundo.

La Revolución cubana fue la herejía que, encabezada por Fidel, no solo subvirtió por completo el orden social imperante en Cuba, sino transgredió los roles que ese esquema teórico asignaba a las realidades y a las rebeldías de los pueblos, y destrozó todos los cálculos y pronósticos de lo posible en el equilibrio geopolítico entre las grandes potencias. Demostró que era factible, partiendo de las condiciones concretas de un país con una estructura de dominación neocolonial como Cuba, y apelando a la fuerza, organización y movilización de los más humildes, desplegar una insurrección popular victoriosa que se planteara objetivos trascendentes de liberación nacional y justicia social. El líder rebelde que en junio de 1958, en plena Sierra Maestra, resistiendo una ofensiva militar de la dictadura, advirtió que su destino verdadero sería luchar contra el imperialismo norteamericano, enseñó y aprendió, junto con su pueblo, que solo con el socialismo podíamos librarnos del dominio extranjero y construir una sociedad de igualdad y libertad plenas. Y nos dejó, como lección eterna de incalculable valor que para una revolución lo más sensato y recomendable, es decir, lo mejor, será siempre luchar por lo imposible.

Notas

[1] Ernesto Guevara de la Serna: Pasajes de la guerra revolucionaria. Cuba 1956–1959, 3ra. ed., 4ta. reimpr., Editora Política, Ciudad de La Habana, 2003, p. 200.

[2] Fernando Martínez Heredia: «Guiteras y el socialismo cubano», en Fernando Martínez Heredia: La Revolución Cubana del 30. Ensayos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p. 118.

[3] «El movimiento insurreccional de los años cincuenta albergaba muy fuertes visiones de socialismo cubano y de sus nexos íntimos con la liberación nacional. Es muy comprensible que así fuera, dada la densidad que tuvo la historia de protestas, rebeldías y acciones colectivas revolucionarias en Cuba entre 1868 y 1959, si vemos el período en perspectiva histórica, y dadas su gran coherencia y su enorme vocación de sentirse continuadores, herederos y llamados a consumar los esfuerzos y los proyectos anteriores (…) Los textos de la insurrección –documentos de organizaciones, artículos publicados, cartas y mensajes políticos y personales, anotaciones de pensamiento o proyectos, comunicaciones orales– abundan en el uso de conceptos de liberación, antiimperialismo, socialismo, nacionalismo revolucionario, latinoamericanismo, democracia». Fernando Martínez Heredia: «Visión cubana del socialismo y la liberación», en Fernando Martínez Heredia: Pensar en tiempo de revolución. Antología esencial, CLACSO, Buenos Aires, 2018, p. 869.

[4] Katiuska Blanco Castiñeira: Fidel Castro Ruz: Guerrillero del Tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, 1era. parte, tomo 1, Ediciones Abril, Ciudad de La Habana, 2011, pp. 251, 253.

[5] Ignacio Ramonet: Cien horas con Fidel, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, Ciudad de La Habana, 2006. pp. 124–126.

[6] Discurso de Fidel Castro en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, 4 de septiembre de 1995. Disponible en http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1995/esp/f040995e.html

[7] Fernando Martínez Heredia: «Revolución Cubana, Fidel y el pensamiento latinoamericano de izquierda», en Fernando Martínez Heredia: Pensar en tiempo de revolución. Antología esencial, p. 1180.

[8] Katiuska Blanco Castiñeira: Ob. cit., 1era. parte, tomo 1, p. 254.

[9] Comisión Nacional Organizadora de la Sección Juvenil del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos): «El pensamiento ideológico y político de la juventud cubana», en Colectivo de autores: Eduardo Chibás: imaginarios, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2010, pp. 89–90.

[10] Manifiesto a la Nación. Disponible en http://www.fidelcastro.cu/es/documentos/manifiesto-del-moncada

[11] Fernando Martínez Heredia: «Guiteras y la revolución», en Fernando Martínez Heredia: Pensar en tiempo de revolución. Antología esencial, p. 953.

[12] Katiuska Blanco Castiñeira: Ob. cit., 1era. parte, tomo 1, p. 95.

[13] Carlos Franqui: «Amnistía Política. Los Presos en libertad. En Batabanó. Una entrevista con Fidel Castro», en Carteles, La Habana, año 36, no. 21, 22 de mayo de 1955, p. 38. «Cuando todavía estábamos presos dije en mi carta a Luis Conte, publicada en Bohemia, que si un cambio de circunstancias y un régimen de positivas garantías exigiesen un cambio de táctica en la lucha, lo haríamos en acatamiento a los supremos intereses de la nación (…) Ya en libertad, ratificamos esas palabras sin reticencias de ninguna clase porque no somos perturbadores de oficio y sabemos hacer en cada momento lo que conviene al país». «Manifiesto al Pueblo de Cuba de Fidel Castro y Combatientes», en La Calle, La Habana, Año I, Nº 39, 16 de mayo de 1955, p. 1.

[14] «…nosotros fuimos puestos en libertad por una gran demanda de la población y dentro de un clima de búsqueda de la paz, por lo que no podíamos aparecer desde el primer instante levantando el estandarte de la lucha armada, queríamos dejar bien claro que si no había una solución política, no era por culpa nuestra sino de Batista». Katiuska Blanco Castiñeira: Ob. cit., 1era. parte, tomo 2, p. 328.

[15] «Frank considera prematuro ese paso [la unión con Fidel y los moncadistas]. Flota en el ambiente el que los moncadistas se incorporarán a la lucha cívica en los términos de una oposición pública y pacífica y la posición de los integrantes de ARN [Acción Revolucionaria Nacional] es la insurrección armada». Renaldo Infante Urivazo: Frank País, leyenda sin mitos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2011, p.135. «…a la salida de la cárcel, Fidel hizo unas declaraciones en las que decía que estaba dispuesto a participar en la lucha cívica, y dio a entender que se iba a enrolar en la vida política, apartándose del camino insurreccional. Esto, al parecer, no fue muy bien entendido por Frank y Pepito, quienes se mostraron cautelosos». Reinaldo Suárez Suárez y Oscar Puig Corral: La complejidad de la rebeldía, Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2010, p. 58.

[16] Conferencia de prensa de Fidel Castro a la salida de prisión, 15 de mayo de 1955, en Mario Mencía: Las rejas se abrieron, obra inédita.

[17] «La tarea nuestra ahora de inmediato es movilizar a nuestro favor la opinión pública; divulgar nuestras ideas y ganarnos el respaldo de las masas del pueblo. (…) Antes éramos pioneros anónimos de esas ideas, ahora estamos obligados a pelear por ellas a cara descubierta, la táctica debe ser completamente nueva». Carta de Fidel Castro a Haydée Santamaría y Melba Hernández, Isla de Pinos, 19 de junio de 1954. Fondo Fidel Castro Ruz. Archivo de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. «Nuestra línea es la de la movilización de las masas; no la conspiración cuartelera ni el atentado». Declaraciones de Fidel Castro al salir de prisión el 15 de mayo de 1955, en Luis Conte Agüero: Fidel Castro, vida y obra, Editorial Lex, La Habana, 1959, p. 235.

[18] «Considero que en estos momentos la propaganda es vital; sin propaganda no hay movimiento de masas, y sin movimiento de masas no hay revolución posible». Carta de Fidel Castro a Haydée Santamaría y Melba Hernández, Isla de Pinos, 18 de junio de 1954. Fondo Fidel Castro Ruz. Archivo de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. «…nuestras posibilidades de triunfo se basan en la seguridad de que el pueblo respaldaría los esfuerzos de hombres limpios que pondrían por delante desde el primer momento sus leyes revolucionarias (…) Nuestras esperanzas se fundan en el pueblo. ¡Lancemos cuanto antes a la calle nuestro programa que es el único verdaderamente revolucionario, y nuestras ideas para organizar después el gran movimiento revolucionario que debe coronar los ideales de los que cayeron!». Carta de Fidel Castro a Haydée Santamaría y Melba Hernández, Isla de Pinos, 19 de junio de 1954. Fondo Fidel Castro Ruz. Archivo de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. «…nunca será demasiado repetir que es la propaganda la que vincula a los pueblos a una bandera». Carta de Fidel Castro a Melba Hernández, Isla de Pinos, 5 de septiembre de 1954. Fondo Fidel Castro Ruz. Archivo de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado.

[19] Un amplio reportaje de lo ocurrido en estos 53 días puede consultarse en Mario Mencía: «Solución: la del 68 y el 95». En Bohemia, La Habana, Año 77, números 20 al 33, mayo 17, 24, 31; junio 7, 14, 21, 28; julio 5, 12, 19, 26; y agosto 2, 9, 16 de 1985.

[20] «Si esta línea no ha sido la correcta ¿por qué crecen día a día las simpatías del pueblo hacia nosotros mientras sectores antes poderosos se van aniquilando? Gracias a nuestra postura podemos contar con el respaldo pleno de la masa ortodoxa que está por encima de todas las tendencias y representa cientos de miles de ciudadanos. Esa masa es partidaria de la línea de independencia, que siempre fue nuestra línea revolucionaria. Declararlo paladinamente ha sido un enorme acierto. (…) Defenderla no quiere decir en absoluto que ingresemos en ninguna tendencia política, sino afirmar ante el pueblo nuestra posición histórica». Carta de Fidel Castro a Haydée Santamaría y Melba Hernández, Isla de Pinos, 19 de junio de 1954. Fondo Fidel Castro Ruz. Archivo de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado.

[21] «Lucharé por la unidad de las fuerzas morales. (…) Todos los que pensamos de una misma manera, todos los que tenemos un mismo pensamiento social y una misma ideología progresista debemos unirnos. (…) Esta es la hora de unirnos porque se observa una fe nueva que surge y un despertar en la conciencia nacional que estimula a mejores determinaciones». Declaraciones de Fidel Castro al salir de prisión el 15 de mayo de 1955, en Luis Conte Agüero: Ob. cit., p. 235.

[22] Armando Hart: «Fundación del Movimiento 26 de Julio», en Enrique Oltuski Ozacki et. al. (coords): Memorias de la Revolución, Ediciones Imagen Contemporánea, Ciudad de La Habana, 2007, pp. 78–91.

[23] «Revolución: única salida», en Aldabonazo, Órgano del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, no. 1, 15 de mayo de 1956, p. 1.

[24] Enrique Oltuski Ozacki: Gente del Llano, Ediciones Imagen Contemporánea, Ciudad de La Habana, 2001, p. 95.

Tomado de: La Tizza

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El internacionalismo de Fidel

Por Roberto Regalado

“Los tiempos son muy difíciles, pero tengo la más absoluta convicción de que con el valor y la inteligencia de nuestro pueblo y con la solidaridad de ustedes, que de forma tan espontánea y tan generosa se ha expresado en esta reunión, el pueblo cubano, en el que tendrán ustedes el más firme y leal compañero de lucha, sabrá luchar, sabrá cumplir con su deber y sabrá llevar adelante su propósito de salvar la patria, la Revolución y las conquistas del socialismo.”

Fidel Castro Ruz, discurso de clausura del IV Encuentro del Foro de São Paulo, La Habana, 24 de julio de 1993

Si bien fue una obra colectiva, como lo es toda obra de la Revolución Cubana, la Segunda Declaración de la Habana constituye la síntesis original, integral e imperecedera del ideario tercermundista y latinoamericanista de Fidel. En los ya casi sesenta años transcurridos desde que el 4 de febrero de 1962 fue aprobada, con vítores y a mano alzada, por más de un millón de hombres y mujeres reunidos en la Plaza de la Revolución “José Martí” de La Habana, en representación de inmensa mayoría del pueblo cubano, mucho han cambiado las condiciones, características, medios y métodos de las luchas populares en el mundo. Sin embargo, los valores y principios internacionalistas, tercermundistas y latinoamericanistas plasmados en este histórico documento siempre han de ser la brújula imperdible con la que el partido, el gobierno, las organizaciones de masas y sociales, y la sociedad socialista cubana en general, realicen las imprescindibles actualizaciones y adecuaciones periódicas a sus respectivas relaciones internacionales.

“Del pueblo de Cuba a los pueblos de América y del mundo” es el encabezamiento de la Segunda Declaración de La Habana que, luego de citar el más conocido fragmento de la carta inconclusa de José Martí a Manuel Mercado, del 18 de mayo de 1895,[1] afirma:

Ya Martí, en 1895, señaló el peligro que se cernía sobre América y llamó al imperialismo por su nombre: imperialismo. A los pueblos de América advirtió que ellos estaban más que nadie interesados en que Cuba no sucumbiera a la codicia yanqui, despreciadora de los pueblos latinoamericanos. Y con su propia sangre, vertida por Cuba y por América, rubricó las póstumas palabras que, en homenaje a su recuerdo, el pueblo de Cuba suscribe hoy a la cabeza de esta Declaración.

Sería imposible reseñar en estas líneas, ni aun en sus términos más generales, la solidaridad internacionalista, civil y militar, brindada por la Revolución Cubana a otros pueblos de todas las latitudes del orbe. Sin pretensiones de llenar ese vacío, aventuro unas palabras sobre el pueblo cubano, en su condición de “más firme y leal compañero de lucha” de América Latina y el Caribe, como lo definió Fidel en el IV Encuentro del Foro de São Paulo.

Las primeras tres décadas de vida de la Revolución transcurrieron en una era bipolar en la que resaltaba el auge de las luchas de liberación nacional —anticolonialistas, antiimperialistas y anticapitalistas— y la acción del Movimiento de Países No Alineados, en pos de un Nuevo Orden Económico Internacional y otras reivindicaciones enarboladas por el entonces llamado Tercer Mundo.

El triunfo del Ejército Rebelde en Cuba, el 1 de enero de 1959, fue catalizador del surgimiento de nuevas formas de lucha popular en América Latina. En correspondencia con los requerimientos de la etapa, el internacionalismo cubano tuvo sus más connotadas expresiones en la región con la participación de combatientes de la Isla en la gesta de Che en Bolivia, el respaldo al gobierno del presidente Salvador Allende en Chile, la amistad y colaboración con los gobiernos militares progresistas de Juan Velasco Alvarado en Perú y Omar Torrijos Herrera en Panamá, el estrechamiento de las relaciones con las naciones del Caribe, el apoyo a las luchas de los pueblos contra los Estados de “seguridad nacional” impuestos por el imperialismo norteamericano, y como colofón de la etapa, en la hermandad con la Revolución Sandinista en Nicaragua y el gobierno del Movimiento de la Nueva Joya en Granada, ambos triunfantes en 1979.

En las tres décadas recién pasadas, signadas por la impronta del derrumbe del bloque socialista europeo nucleado en torno a la Unión Soviética —acontecimiento que el imperialismo aprovechó para invisibilizar su propia crisis sistémica, y la socialdemocracia para encubrir su capitulación total ante el neoliberalismo—, en vez de quedar inmovilizada por nostálgicos recuerdos y concepciones superada por la historia, la Revolución Cubana dio todo su apoyo a la apertura y ampliación de los nuevos horizontes de la transformación social revolucionaria y la reforma progresista en el subcontinente.

Siempre atento a los tiempos y a los procesos políticos internacionales y continentales, en la década de 1980, que resultó ser la década transicional entre la bipolaridad y la unipolaridad mundial, Fidel posicionó a Cuba en la primera línea de las grandes batallas políticas de finales del siglo XX e inicios del XXI. Con coherencia, armonía y sentido de complementariedad:

guió al partido en el titánico combate político para demostrar que la crisis terminal en que se hallaban sumidos los países socialistas de Europa Oriental y la propia Unión Soviética, no presagiaba ni determinaba la extinción de las luchas emancipadoras, y lo condujo por la senda del establecimiento y estrechamiento de relaciones con los nuevos movimientos políticos —nacidos, revitalizados y/o potenciados, según el caso, en medio de la decadencia y la derrota de las dictaduras militares y las plutocracias de la época—, en su condición de fuerzas emergentes que incorporaban a sus luchas una amplia variedad de reivindicaciones y temas sociales;

lideró al gobierno para que, junto a sus pares de la región, fuese participante activo en el abordaje de los tres principales problemas continentales de la década: el apoyo a la solución negociada del conflicto centroamericano —en cuyo epicentro se hallaban las fuerzas revolucionarias de Nicaragua y El Salvador—, el respaldo a la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas, y el rechazo a las onerosas condiciones impuestas a los pueblos a raíz de la crisis de la deuda externa; y,

comprendió, respetó y estimuló a las organizaciones de masas y sociales cubanas, que a tono con sus respectivos contenidos de trabajo, perspectivas, intereses y sensibilidades, desarrollaron una estrecha y fecunda interacción con los movimientos populares del resto del continente, los cuales marchaban en la punta de vanguardia de la lucha contra la reestructuración neoliberal y toda forma de opresión, explotación y discriminación.

De Fidel y Lula surgió la iniciativa de efectuar, en julio de 1990, el Encuentro de Partidos y Organizaciones Políticas de Izquierda de América Latina y el Caribe, luego rebautizado con el nombre Foro de São Paulo, dentro del cual el PCC acompañó en forma activa y constructiva el proceso de reestructuración organizativa y redefinición programática de la izquierda y el progresismo de la región.

Con idéntico compromiso, las organizaciones de masas y sociales cubanas participaron en el Foro Social Mundial, nacido en Porto Alegre en 2001, y en las diversas las redes y campañas latinoamericanas y caribeñas, entre ellas, la Asamblea de los Pueblos del Caribe, la conmemoración de los 500 años de resistencia indígena, negra y popular, las acciones contra la guerra, la militarización y las bases militares, la lucha contra el ALCA y los encuentros anuales sobre globalización y problemas del desarrollo organizados por la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba desde 1999 hasta 2010.

La vida demostró que el curso de acción promovido por Fidel era el correcto: a sólo seis años, once meses y doce días de la disolución de la Unión Soviética, formalizada el 25 de diciembre de 1991, que sirvió de base para que alguien vaticinara el «fin de la historia», Hugo Chávez ganaba por primera vez la presidencia de Venezuela, el 6 de diciembre de 1998, y con ese triunfo forjaba el primer eslabón de una larga y fructífera cadena de elecciones y reelecciones de gobiernos latinoamericanos de izquierda y progresistas.[2]

En medio de un mapa político regional nunca antes visto, el internacionalismo, el latinoamericanismo y el caribeñismo de Cuba florecieron en todas sus manifestaciones y dimensiones. Con la misma coherencia, armonía y sentido de complementariedad de las que hizo gala a lo largo de las dos décadas anteriores, Fidel:

guió al partido hacia el estrechamiento, el fortalecimiento y la adecuación a las nuevas condiciones de la interacción constructiva con las fuerzas políticas de izquierda y progresistas, que en unos países gobernaban y en otros, aunque no llegaron a ejercer el gobierno, ocupaban espacios institucionales sin precedentes, política que en modo alguno implicó discriminar ni restarle valor o importancia a hermandad y la solidaridad con los sectores de la izquierda habían avanzado menos o no habían incursionado en ese terreno;

lideró al gobierno en función de un salto cualitativo en las relaciones bilaterales con las naciones gobernadas por fuerzas de izquierda y progresistas, del mejoramiento de las relaciones con otras naciones no gobernados por la izquierda y el progresismo, pero a las que la correlación regional de fuerzas estimulaba a acercarse a Cuba, y de la inserción de nuestro país en la red de mecanismos de concertación política e integración económica formada por el ALBA‑TCP, el MERCOSUR hegemonizado por el progresismo, el CARICOM, la UNASUR y la CELAC; y

comprendió, respetó y estimuló a las organizaciones de masas y sociales cubanas, que multiplicaron y potenciaron su fraternal acción común con los movimientos populares cuya fuerza y combatividad los había erigido en el pilar fundamental de la elección y la sostenibilidad de los gobiernos de izquierda y progresistas.

De la correlación regional de fuerzas favorable a los movimientos populares, la izquierda y el progresismo, es preciso destacar que la labor de Cuba en los tres ámbitos mencionados, el partidista, el gubernamental y el social, indisolublemente fundidos en el ideario internacionalista de Fidel, fue una contribución decisiva a:

El nacimiento de una familia solidaria, latinoamericana y caribeña, con la que Cuba estableció una relación fraternal mutuamente ventajosa, que en gran medida la ayudó a neutralizar las consecuencias del doble bloqueo y el período especial, cuyos devastadores efectos sufrió, con máximo rigor, a partir del colapso de la URSS.

La victoria política obtenida por esa familia solidaria al lograr que la OEA anulara la expulsión de Cuba del Sistema Interamericano, acordada el 30 de enero de 1962, en Punta del Este, Uruguay, por la VIII Reunión de Consulta de esa organización, a la que pueblo cubano respondió mediante la Segunda Declaración de La Habana. Gracias a la acción concertada del ALBA‑TCP, el MERCOSUR, la UNASUR, el CARICOM y el Grupo de Río (poco después convertido en CELAC), aquella sanción fue suspendida por la XXXIX Asamblea General de la OEA, en San Pedro Sula, Honduras, el 3 de junio de 2009. Aunque Cuba jamás reingresará a la OEA, sí reconoce el simbolismo de ese acto de desagravio.

El proceso de normalización de relaciones entre los Estados Unidos y Cuba, realizado por los gobiernos de Barack Obama y Raúl Castro, conducente al restablecimiento de los vínculos diplomáticos en diciembre de 2014, la apertura de embajadas en agosto de 2015, y el relajamiento parcial de un mínimo de los elementos del bloqueo económico. Una de las motivaciones principales de la parte estadounidense en este proceso fue salir del aislamiento continental en que el rechazo latinoamericano y caribeño al bloqueo a Cuba lo había colocado.

Con la conducción personal de Fidel contaron las multifacéticas relaciones exteriores de Cuba hasta que una grave afección de salud lo llevó a emitir la Proclama del 31 de julio  de 2006, que a la postre marcaría el cese de sus funciones al frente del partido y el Estado cubanos. No obstante, tan pronto como su recuperación relativa se lo permitió, retomó la difusión de sus ideas, mediante el nuevo método consistente en publicar sistemáticamente sus reflexiones en la prensa, labor que continuó casi hasta el momento de su desaparición física, el 25 de noviembre de 2016.

América Latina y el Caribe atraviesan de nuevo por tiempos muy difíciles, no iguales, pero sí comparables por su complejidad y peligrosidad a los que se refirió Fidel en la clausura del IV Encuentro del Foro de São Paulo. Aquellos eran tiempos en los que el imperialismo norteamericano, que desde principios de la década de 1980 imponía al mundo la globalización neoliberal, como medio para contrarrestas su pérdida de competitividad económica y hegemonía política, aprovechaba el fin de la bipolaridad para anunciar un nuevo orden mundial.

En ese contexto, en América Latina y el Caribe sustituía a los Estados de seguridad nacional de las décadas de 1960 a 1980, por “democracias neoliberales”,[3] subordinadas a mecanismos transnacionales de control y sanción.

La incompatibilidad absoluta entre las contradicciones económicas y sociales en extremo agudizadas por la reestructuración neoliberal y la institucionalidad democrático‑liberal mediante la cual se pretendía legitimar la nueva forma de expoliación, es uno de los factores explicativos de la cadena de elecciones y reelecciones de gobiernos de izquierda y progresistas iniciada en diciembre de 1998, a los que en ningún momento dejaron de intentar destruir las administraciones de William Clinton, George Bush Jr., Barack Obama, Donald Trump y Joseph Biden.

Mediante la desestabilización de espectro completo, las llamadas estrategias de lucha noviolenta, y las guerras de cuarta y/o quinta generación, el imperialismo norteamericano y las oligarquías latinoamericanas, también con apoyo de sus aliados europeos, desdibujaron el mapa político favorable a los movimientos populares y las fuerzas políticas de izquierda y progresistas de la década de 2000. Golpes de estado de diversos tipos en Honduras (2009), Paraguay (2012), Brasil (2016) y Bolivia (2019), derrotas electorales en Argentina (2015), El Salvador (2019) y Uruguay (2019), viraje a la derecha de un presidente elegido en Ecuador (2017), y recrudecimiento de los ataques y bloqueos contra los restantes gobiernos de izquierda y progresistas, incluido el de Cuba, caracterizan estos tiempos muy difíciles. Suma importancia tiene la elección de gobiernos de orientación popular en México (2018), Argentina (2019), Bolivia (2020) y en Perú (2021), pero no basta para revertir la adversa correlación de fuerzas.

Los espacios y mecanismos globalizadores que el imperialismo norteamericano construyó, mediante la amenaza y el uso de la fuerza, en los años ochenta y noventa del pasado siglo, con el fin de utilizarlos en función del restablecimiento de su supremacía económica y su hegemonía mundial, se agotaron y se revirtieron en su contra.

A Donald Trump le correspondió renegar de ellos, destruirlos o convertirlos en espacios funcionales a sus necesidades e intereses actuales, quien no hizo otra cosa extremar e imprimirle su tragicómico sello personal al unilateralismo del “America First”, la política de sanciones económicas y cerco militar contra sus rivales (Rusia y China), las presiones a sus propios aliados (Unión Europea y Japón) para que compartan los costos de la dominación mundial estadounidense, y el retroceso de América Latina y el Caribe a un esquema transnacional de dominación, control y sanciones semejante al impuesto en la década de 1990, solo que ya no “legitimado” con democracias neoliberales, sino con democracias de excepción, como las de Mauricio Macri, Jair Bolsonaro o Jeanine Áñez.

Como parte de esa estrategia mundial y continental es que, después de la “preparación artillera” realizada con las 243 medidas de endurecimiento del bloqueo adoptadas por la administración Trump, y de un prologado aprovechamiento del impacto económico y social de la covid‑19, el imperialismo norteamericano decide escalar la estrategia de “lucha no violenta”, sistematizada por Gene Sharp, contra Cuba, a sabiendas de que no podrá crear una correlación de interna fuerzas a favor del “cambio de régimen”, pero sí con la intención de sumar adeptos para el recrudecimiento de la extraterritorial del bloqueo, con el propósito de “castigar” al pueblo de Cuba, aún más de lo que lo ha hecho durante seis décadas, por su respaldo a la Revolución.

En estos tiempos muy difíciles, como en los tiempos muy difíciles de la crisis terminal y el derrumbe del bloque socialista europeo y la URSS, del Período Especial y de la Batalla de Ideas, los valores y principios internacionalistas, tercermundistas y latinoamericanistas plasmados en la Segunda Declaración de La Habana han de ser la brújula con que el partido, el gobierno, las organizaciones de masas y sociales, y la sociedad socialista cubana en general, realicen la necesaria actualización y adecuación de sus respectivas relaciones exteriores, con la coherencia, la armonía y la complementariedad correspondiente con el legado de Fidel.

[1]       “Ya puedo escribir… ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber… de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso… Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos, más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas, el camino que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América al Norte revuelto y brutal que los desprecia, les habrían impedido la adhesión ostensible y ayuda patente a este sacrificio que se hace en bien inmediato y de ellos. Viví en el monstruo y le conozco sus entrañas; y mi honda es la de David.”

[2]       En Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras, Paraguay y El Salvador, y más recientemente en México, en Argentina y Bolivia recuperación del gobierno, y en Perú.

[3]     La democracia neoliberal se caracteriza por el culto a los elementos formales de la democracia burguesa, tales como el pluripartidismo, las elecciones periódicas, el voto secreto, el rechazo al fraude, la alternancia en el gobierno y otros, pero con un Estado desprovisto de la capacidad de ejercer el poder político real y, por consiguiente, ubicado fuera del espacio de confrontación gramsciano, en el que la izquierda y el movimiento popular pudieran arrancarle concesiones en materia de política social y redistribución de riqueza. Este «modelo» se complementa con un concepto de los derechos humanos que enfatiza las libertades civiles destinadas a legitimar ese ejercicio antidemocrático, pero excluye, incluso cuando los acepta de palabra, la satisfacción de los derechos económicos y sociales. Ver a Roberto Regalado: La izquierda latinoamericana en el gobierno: ¿alternativa o reciclaje?, Ocean Sur, México, 2012, pp. 53‑54.

Tomado de: La santa mambisa

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O Guisa o Praga

Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la Sierra Maestra

Editorial de La Tizza

A ser yo orador, o concurrente a Juntas, que no otra cosa significa entre nosotros la tal palabra, no sentaría por base de mi política eso que los franceses llamarían afrentosa hésitation [vacilación]. O Yara o Madrid.

José Martí

El ciclo político que irrumpió en el espacio público cubano el último fin de semana de noviembre del 2020 aún no ha cerrado. Por el contrario, entra en su fase más aguda de disputas, y el primer aniversario de esa fecha se perfila como la puesta en escena de una gran confrontación.

El día seleccionado es el 20 de noviembre. Anunciado como por un cálculo banal —el primer sábado después de la apertura al turismo—, vocero de propósitos en apariencia humanitarios —contra la violencia, por el cambio, por la democracia, etcétera, todas en este nivel de abstracción y sin apellidos—, encubridor de su contenido político con una retórica legalista sobre el derecho a manifestarse. En resumen, portador de lo más «limpio»: lo más cívico, lo más pacífico, lo más plural.

La marcha, sin embargo, no elige su fecha por azar matemático, antes bien, la propia fecha dice lo que la marcha se propone, a lo que aspira: no es una marcha sobre el presente de Cuba sino la conmemoración de una historia prestada, re-run, re-play, reboot, refrito: el 20 de noviembre de 1989 comenzaba en Checoslovaquia la «Revolución de Terciopelo», y se ponía en movimiento la secuencia que llevó al fin de aquel «socialismo». Nada más parecido al Foro Cívico de Vaclav Havel que este Archipiélago de Yunior García —aunque esta segunda vez no acontezca siquiera como farsa—. Y aunque a Checoslovaquia y Cuba las unieran una vez la misma palabra, socialismo, hay entre las dos historias nacionales una diferencia fundamental que es favorable a Cuba y se sustenta en la autenticidad y radicalismo de su revolución.

Con la mirada puesta en el antecedente señalado, hay que replantearse la iniciativa de esta contrarrevolución «respetuosa» de una legalidad que «le favorece». La pregunta sobre la convocatoria que ha lanzado Archipiélago se está dirimiendo en términos en los que solo el bloque político que la enuncia puede vencer: ¿se puede o no autorizar la marcha contrarrevolucionaria del 20 de noviembre? Para esta pregunta, formulada en tales términos, no existe respuesta capaz de beneficiar a los intereses del pueblo, de la Revolución.

Si la manifestación se autoriza —y si se autorizan en general las manifestaciones contrarrevolucionarias— se legitimará el accionar imperialista en la política interna y se abrirá una grieta por la que fluirían libremente el consenso y el deseo capitalistas que se han ido acumulando durante años en un sector de la población, y que se refuerzan con la situación excepcional de crisis en que vivimos. Una concesión así puede desbordarse en una situación de consecuencias políticas impredecibles. En caso de prohibición de la marcha, se desatará la campaña contra el poder del Estado para lacerar más su credibilidad y alimentar el martirologio de los miembros del bloque político de Archipiélago.

No nos corresponde responder la pregunta que plantea Archipiélago, esa duda tramposa que solo ofrece respuestas simples de «sí» o «no» que, con independencia de la selección, serán caldo de cultivo para sus intereses reaccionarios. Los revolucionarios cubanos tenemos el deber de formular una pregunta mejor, más compleja, comprometida y lúcida: ¿cómo satisfacer el deseo de protesta, de rebeldía, de insumisión desde el campo de la Revolución y en favor del socialismo?, ¿cómo lograr que ese flujo político, lejos de atentar contra el poder revolucionario, lo refuerce? Estas preguntas, por supuesto, no se responden con sanciones legales o disposiciones policiales, tampoco con una mejoría económica ni con campañas de comunicación: esta misión histórica que impone la Revolución sobre nuestros endebles hombros requiere de un amplio y desmedido despliegue de política revolucionaria.

Por otro lado, los nuevos aspirantes a opresores necesitan acotar el ámbito de la rebeldía a los estrechos marcos de la nación para extraer de la ecuación los factores externos de la crisis —de los que son astilla— y quedar en mejores condiciones de presentar su ilusión de capitalismo viable. Por eso nuestra rebeldía comunista ha de ir al unísono contra la injusticia institucional y contra la opresión capitalista e imperialista a nivel internacional. Hemos cedido terreno en ambos sentidos, como demuestra la impunidad de tanto oportunista, la soledad de la Tribuna ante la embajada gringa y la reducción del internacionalismo popular a tarea diplomática.

Urgen, pues, respuestas que pongan el acento sobre la recomposición de la hegemonía, del consenso de la Revolución y de su proyecto socialista. Si recordamos los sucesos del 11 y 12 de julio, el énfasis de la crítica en la «indecencia» y la violencia, su fijación en el orden y el derecho revelan sus límites: si lo único a mencionar de los manifestantes de aquellas jornadas eran sus «obscenidades», «mal vestir», «peor hablar», su «desorden sin permiso» en medio de la pandemia, su espontaneidad reaccionaria, su violencia ciega sin objetivo «claro», ¿qué reclamar entonces a estos liberales bien portados, cargados de cartas, hasta con permisos pedidos, comedidos y ecuánimes, con reglamentos e itinerario?

Es la diferencia política entonces, es la propuesta y el proyecto de país lo que está sobre la mesa, es el futuro de Cuba, su Revolución y su apuesta socialista, frente a este cosplay checo de segunda mano. La manifestación propuesta para el 20 de noviembre no solo es, de facto, la «Marcha del Partido Liberal», y, en cuanto tal, no puede ofrecerle al pueblo ni un programa positivo, sino que es, además, la avanzadilla de representantes de la agenda de Washington: es imposible que puedan enarbolar un proyecto de país decoroso.

El «día después» de la marcha será el de la liberalización de nuestra economía, de la subordinación de nuestra política a los designios de Estados Unidos, de la promulgación de leyes sociales conservadoras que nos hagan retroceder decenas de años. Será el día en que una parte blanca y anticomunista de la emigración que envía remesas a Cuba tome las riendas y profundice la discriminación racial, esta vez con un fundamento económico reforzado. No es un futuro independiente, no es una marcha independiente, sus promotores no son independientes ni buscan independencia alguna: son cómplices, conscientes o no, del imperialismo y buscan la sumisión a este.

Si su defecto fuese solo pecar de liberales, quizás aún merecerían el perdón de la historia. En lo absoluto, la historia jamás perdonará las transfusiones, transferencias y trasplantes de los que participa esta derecha nuestra en sus relaciones con otras derechas del mundo, más o menos reaccionarias; en particular, sus conocidas alabanzas a connotados presidentes conservadores del hemisferio. Tampoco perdonará la manera indecorosa en que replican, con aires «nuevos», la vieja política proimperialista y anticomunista del eje Washington-Miami, su defensa implícita o expresa del bloqueo y las nuevas sanciones que lo refuerzan, o los llamados a una intervención militar. No hay, no puede haber, ni un mínimo de patriotismo, ni un mínimo de amor al pueblo, ni un mínimo de decoro en personas que defiendan estas políticas.

¿Y qué izquierda será esa que frente a su propia incapacidad, en su ingenuidad suicida, se propone alegre como furgón de cola de los enterradores de la Revolución, porque busca desesperada «una salida»? Siempre dispuesta a disparar algo de pintura roja para colorear como defensores de los humildes, no solo a los enemigos de un Estado y un proyecto, que lo son y así se piensan, sino a los futuros constructores de otro Estado (liberal), aliado de la derecha internacional donde su crítica anticapitalista, marginada y marginal, no tendrá cabida y conocerán, sin dudas, la fuerza destructiva del capitalismo.

Hay ideología en toda proyección social, y aún más en toda proyección política. Los derechos humanos son políticos, la intervención humanitaria es militar, el civismo se subordina a la hegemonía. Es difícil aceptar una «izquierda» que desea el triunfo de esta marcha. Pareciera que en su afán opositor aspiran en verdad a correr el mismo destino de las izquierdas bajo los regímenes capitalistas; es como si desearan ser «alternativos» solo en el capitalismo; se trata de la aspiración de cierta izquierda a quedar viuda de las revoluciones, como señalaba Eduardo Galeano. Pero tendrían que ascender demasiado en principios y claridad política para resistir con la audacia de nuestros camaradas oprimidos de Chile, Colombia o Estados Unidos ante el terror conjunto del Estado y el capital. Mas, si no llegara a asustarles este deseo inconsciente suyo, deberían al menos aceptar que la consecuencia inmediata de su triunfo como grupo político implicaría la instauración del capitalismo en Cuba, para desgracia de los oprimidos de esta tierra.

Esta convocatoria a marchar el 20 de noviembre invoca a una nación sin apellidos. No menciona el socialismo porque sabe que este dotó de contenidos emancipatorios a lo nacional, de una forma en que la república burguesa neocolonial jamás hubiera podido. Esos que hoy nos invitan a marchar no realizan recuperación alguna de los contenidos más radicales de nuestras tradiciones de lucha por la emancipación, afincadas en la necesidad de resolver los problemas más acuciantes de los humildes. No veremos en sus discursos ni el antimperialismo, ni la igualdad o la justicia social, reivindicaciones populares que se ganaron en la lucha. Quieren darle la libertad a los esclavos después de 1886, democracia y derecho a la manifestación al pueblo después de 1959, Constitución del 40 después de la de 1976. El problema de su tiempo histórico no es el futuro, porque su único futuro es el pasado.

Que esta paradoja sea posible es, en parte, responsabilidad del campo revolucionario, responsabilidad nuestra. Que el pasado parezca moderno es un resultado también de nuestros retrocesos, abandonos, ausencia de profundizaciones en el programa de la Revolución, de la escasez de debates, de las dificultades en el ejercicio de un verdadero poder popular. Ellos han avanzado ahí donde retrocedimos.

Hemos creído que los procesos históricos son irreversibles, que los derechos son para siempre. ¡No!, es necesario seguir triunfando porque en cada batalla le va la vida a la Revolución. No olvidemos que Fidel, en el modo en que escogió morir, nos dijo: ¡No sean adoradores de estatuas o escuelas de nombres notables, sean revolucionarios, hagan la Revolución! No basta gritar ¡yo soy Fidel!: toca serlo.

Hay una lección histórica, traumática, que nos lega el 11 de julio a los revolucionarios cubanos. Si el 27 de noviembre la izquierda emergente podía tomar el liderazgo, ese día de verano solo el campo de la Revolución en su conjunto, con el Estado y el Partido a la cabeza, podía dar frente al evento, y solo desde ahí tenía capacidad de respuesta.

Nosotros, en tanto comunistas y revolucionarios, soñamos un mundo sin capitalismo y sin Estados. Pero entendemos, al unísono, la necesidad de un gran poder de la Revolución que sostenga y haga efectivo su aun mayor proyecto emancipador: la forma actual de ese poder se encuentra en cómo se resuelven las tensiones entre el Estado que sobrevino a la Revolución y los revolucionarios que le exigen su profundización comunista. Ante el Estado, es nuestro deber criticarlo en todo, presionarlo siempre, para que sea cada día más del pueblo, de la Revolución, del socialismo, de la democracia. No tendremos más socialismo si no hacemos a nuestro Estado más emancipador y emancipado, pero tampoco tendríamos socialismo si nuestro Estado se debilitara hasta un punto de no retorno. Es esto último, precisamente, lo que pretenden lograr parte de los entusiastas del 20 de noviembre.

Un 20 de noviembre que nos lleva, como pueblo, a los mismos lugares de hace treinta o sesenta años, cuando no peores: no hacia sociedades prósperas para todos, sino hacia la clausura de toda posibilidad de democracia y justicia más allá del capital y el parlamentarismo. Lejos de su pretendido pacifismo, sería esta una fecha violenta, no solo porque pretende saltarse un orden democrático establecido, sino por su servilismo, activo o pasivo, a la hostilidad de los Estados Unidos. No es otra la «paz» que proponen que la de los sepulcros de todo futuro en los estancados lodazales de lo igual, lo «normal», y no más que borrar toda victoria que, a diferencia de la de la Plaza Wenceslao o de los Astilleros de Gdank, este pueblo conquistó a costa de la sangre de miles, defendió con las armas y sostuvo en su esperanza.

Aquel ciclo de ofensiva reaccionaria abierto el 27 de noviembre podemos interpretarlo como la breve pero intensa campaña de verano que desatara la dictadura de Fulgencio Batista contra el Ejército Rebelde en la Sierra Maestra. Para vencer este aluvión de campañas contrarrevolucionarias, acciones anticomunistas, propagandas de odio, bloqueos económicos, articulaciones burguesas, políticas imperialistas, anticubanas y procapitalistas, debemos repetir el gesto audaz de los barbudos: de la organización de la resistencia a la contraofensiva estratégica. Nuestro 20 de noviembre no será, pues, aquel de 1989 sino el de 1958. No el de Praga, sino el de Guisa: el de la batalla de Guisa. No los últimos días de la experiencia checoslovaca, sino los primeros días de los cruentos combates finales del Ejército Rebelde, finales que iluminaban nuevos comienzos.

Por supuesto, ni esta derecha está organizada como una sanguinaria dictadura, ni el campo de la revolución se reduce a rebeldes y clandestinos; tenemos, por el contrario, una historia de revolución en el poder que es preciso continuar de la manera más leal posible a su proyecto radical de emancipación.

Debemos apostar por una solución de máximos, adelantar las leyes que profundicen la democracia socialista, abrir un debate público y masivo sobre la participación y la democracia. El socialismo no puede permitirse el lujo de abdicar de las llamadas libertades políticas y dejar ese resquicio abierto a la oportunista explotación de sus enemigos. ¡No!, el socialismo conoce formas de libertades políticas y democracia popular superiores a lo que pudiera ofrecer el capitalismo. La historia de la Revolución nos ofrece la posibilidad de retomar y ampliar sus conquistas en este sentido: fortalecer el poder popular a todos los niveles, retomar la Asamblea General Nacional que sancionó las dos declaraciones de La Habana, recuperar el mecanismo de los parlamentos obreros, potenciar el rol de los sindicatos, y más.

Se agrandaría así el consenso de la Revolución, mas no por eso dejaríamos de tener enemigos. No podrá entonces temblarnos la mano para trazar la raya que nos separa: ni un paso atrás ante el consenso de las mayorías, nada que ceder ante el imperialismo y sus sirvientes; ni un paso atrás ante las conquistas de la Revolución, nada que ceder ante las fuerzas destructivas del capitalismo.

Ese es el gesto de rebeldía que necesitamos abrazar como pueblo. Por eso repetimos junto a Martí: ¡o Guisa o Praga!; o la recuperación de la rebeldía por y desde la Revolución o la protesta destructiva de un liberalismo esclerótico; o el relanzamiento de una hegemonía que ponga en su centro la emancipación o el retorno a un país sin esperanzas ni futuros; o la profundización del socialismo en Cuba o el fin de la Revolución cubana.

La situación en que nos encontramos puede leerse como una crisis sin soluciones o como una oportunidad. Pero esta no se nos brindará por sí sola, habremos de construirla. Guisa no se nos dará como mera fecha del calendario. Debemos hacer a Guisa nuestra, refundarla. Guisa no es un lugar del pasado que se pueda reactivar por mera declaración discursiva, sino un espacio que arrancarle al presente con una nueva praxis revolucionaria, un campo de batalla actual desde el cual luchar, esta vez y siempre, por el triunfo de la revolución, que tendrá que ser el triunfo de los que cayeron en su lucha por un mundo mejor, el triunfo del socialismo, el triunfo de la utopía, el triunfo del pueblo: si de lucha se trata.

Tomado de: La Tizza

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En respaldo de la declaración de La Habana

Ernesto Che Guevara y Fidel Castro Ruz, dos hombres excepcionales

Por Ernesto Che Guevara

En respaldo de la declaración de La Habana. Discurso pronunciado por el Che, el 18 de septiembre de 1960

Compañeros:

Estamos reunidos una vez más, el pueblo y el Gobierno Revolucionario de Cuba, para dialogar sobre los acontecimientos que últimamente se han sucedido en esta parte del mundo, en el Continente americano, y para poner a consideración de ustedes la ratificación del Acuerdo tomado por la Asamblea General del Pueblo en La Habana.

Bueno es recordar que la Declaración de La Habana, como se conocerá de ahora en adelante en la Historia, es la respuesta del pueblo cubano, reunido en Asamblea General, a las agresiones imperialistas fraguadas en San José de Costa Rica por el “amo” Herter y sus “lacayos” de América. (Gritos)

Bueno es recordar también que todo el avance revolucionario de este año y medio, plagado de acontecimientos importantísimos para la historia de América, constituye una respuesta constante del pueblo a las agresiones del extranjero, o de los latifundistas, o de cualquier tipo de contrarrevolucionario interno.

Empezamos en los días siguientes al primero de enero de 1959, ajusticiando a todos los criminales de guerra convictos de crímenes terribles contra la humanidad. Se desató entonces la primera campaña de los periódicos yanquis y de toda la prensa mercenaria en el Continente americano, condenando los fusilamientos en nombre de la humanidad, de esa misma humanidad a la cual no habían acudido aquí en Cuba, como en muchas partes de América, se asesinaba al pueblo inmisericordemente. Y la respuesta del Gobierno Revolucionario fue convocar a su pueblo entero frente al Palacio de gobierno, en La Habana, para que dijera de cuerpo presente si quería o no justicia revolucionaria. Y ustedes recuerdan como el pueblo entero se pronunció por esa justicia revolucionaria y contra la intromisión del extranjero en nuestras leyes y en nuestro desarrollo.

Cuando se aprobó la Ley de Reforma Agraria, inmediatamente empezó la campaña que no ha acabado hasta hoy contra todos los miembros del Gobierno, acusándonos de crímenes inicuos y acusándonos también de ser la “cabeza de playa” del comunismo internacional, entronizada aquí en América. Nos acusaban, entre otras cosas de que aquí en Camagüey había una base de cohetes, de que en el sur de nuestra Isla había una base de submarinos, de que de aquí partían todas las agresiones contra el coloso del Norte.

Y parece que nos consideran en verdad un peligroso adversario. Fíjense ustedes que ahora, al iniciarse en la Organización de Naciones Unidas una conferencia general más, solamente hay cuatro gobernantes del mundo entero que tienen el alto privilegio y el alto honor de ser execrados por la plutocracia yanqui, y uno de esos cuatro gobernantes es, precisamente, nuestro Primer Ministro Fidel Castro.

Precisamente, eso nosotros debemos preguntarnos: ¿qué tiene Fidel, que tanto le preocupa a los norteamericanos? ¿Qué tiene el pueblo de Cuba, pequeña isla subdesarrollada -como nos llaman ellos- de seis millones de habitantes apenas, que está comparada en el odio yanqui hoy con la Unión Soviética, de más de 200 millones de habitantes, dueña de los más poderosos elementos de destrucción de la tierra, dueña del más poderoso ejercito del mundo, y enemiga declarada de los Estados Unidos? ¿Qué tiene Cuba, que pueda compararse con la China Popular, de 650 millones de habitantes, la nación más poblada de la tierra, y la segunda potencia del mundo socialista? ¿Qué es lo que tiene Cuba?, ¿cuál es el peligro de la Revolución cubana? Y el peligro de la Revolución cubana, hombres y mujeres de Camagüey, el peligro son ustedes y somos nosotros; el peligro es que se riegue por América esto que estamos haciendo, que se riegue por América la costumbre de dialogar con el pueblo y pedirle consejo al pueblo, cada vez que sea necesario, porque cuando se le pregunta a cualquier pueblo de América que es lo que hay que hacer con los latifundistas, todos los pueblos contestarán igual que ustedes, ¡todos condenarán el latifundio!

Y cuando, pasando de lado las muchas veces mentirosa urna electoral, se pregunte directamente al pueblo de América quién es el enemigo de ese pueblo, quién ha atentado durante cincuenta años contra su desarrollo, quién ha puesto gobernantes que masacraban a su pueblo, como Trujillo o como Somoza, todo el pueblo de América contestará que el Gobierno de los Estados Unidos es el culpable del más terrible de los crímenes, de haber favorecido el genocidio de un inmenso Continente y de estar todavía manteniendo con sus fusiles, como aquí lo hizo con Batista, la opresión de unos pocos sobre el pueblo entero de América. Por eso nos temen, por eso quieren aislarnos y quieren destruirnos, porque tienen miedo de que este ejemplo cunda y de que por toda América florezcan las cooperativas, y por toda América se extinga el latifundio, y, antes que todo eso, por toda América empiecen a nacer las barbas guerrilleras y toda la Cordillera de los Andes se convierta en otra Sierra Maestra.

A eso le temen, a nuestro ejemplo. Ellos saben que es mentira lo de los cohetes de Camagüey, como lo saben todos ustedes; ellos saben que es mentira lo de la base de submarinos, como todos ustedes lo saben; ellos saben que este Gobierno no se ha vendido a ningún otro Gobierno de la tierra, y que si algún día, para prestarnos su ayuda, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas o el Gobierno de China Popular, o cualquier potencia de la tierra, pusiera como condición entregar algo de nuestra soberanía o de nuestra dignidad, en ese mismo momento Cuba rompería con cualquier potencia que se animara a plantear eso. Porque si nosotros hemos aceptado la ayuda de la Unión Soviética y la mano fraterna que nos tendieran todas las potencias socialistas, es precisamente porque lo han hecho sin anteponer condición política alguna.

Ellos saben bien que nuestras condiciones no son similares, ellos saben bien que aquí no está establecido el socialismo; simplemente, ellos nos brindan su ayuda para que nosotros pudiéramos seguir nuestro camino libremente elegido, y por eso la aceptamos, porque ninguna condición manchó esa ayuda, porque esas armas que ustedes ven, esas armas que son vendidas por el gobierno de la República Checoslovaca, fueron entregadas sin ninguna condición; no hay pacto de ninguna especie que nos ate en el uso de esas armas; esas son nuestras, para defender nuestra soberanía, y no hay ninguna otra condición que las ate.

Y la historia de las armas es otro de los empleos que no les gusta a ellos, ¿por qué están esas armas aquí? ¿fuimos nosotros a buscarlas desde el primer momento a Checoslovaquia, o no recuerdan todos como estuvimos por todos los países de Europa, tratando de comprar armas y aviones, y cómo se realizó toda una colecta popular para poder comprar esos aviones y esas armas?

¿Pero cuál fue la respuesta del imperio? Presionar a todos los gobiernos de Europa, los sometidos a su esfera de influencia, para que no llegara ni una bala a Cuba y el último gobierno, que hasta hace poco había resistido las presiones imperiales, nos ha comunicado también que no nos enviarán más fusiles. Nosotros teníamos la gran disyuntiva: o nos atacan por comunistas, aceptando ayuda de los países socialistas, o nos liquidan por imbéciles, cruzándonos de brazos aquí.

Y el pueblo cubano, compañeros, hace tiempo que no se le puede engañar con palabras, con promesas, con actitudes vacías. Cuando se nos puso en ese dilema, nosotros aceptamos el reto y aquí están las armas checas y pronto volaran los cielos aviones de cualquier potencia que nos los vendan, y habrá tanques de otras potencias y habrá cañones, y habrá bazucas, y habrá ametralladoras, y habrá proyectiles de todo tipo para esas armas, compradas a quien nos las venda.

Y es un ejemplo, que no le gusta tampoco a los yanquis.

Hace tiempo pasó igual con la democracia guatemalteca.

Un buen día no le vendieron más armas, empezaron a ponerse viejos los fusiles y a acabarse los cartuchos, y aquella democracia empezó a buscar armas con que defenderse de una agresión que estaban preparándole, precisamente quienes no les vendían las armas. Y cuando al final, en el uso de su legítimo derecho, compró algún puñado de fusiles en un país socialista, entonces vino la agresión, porque no se podía permitir que tan cerca del Canal de Panamá hubiera una base comunista. Y entonces los aviones piratas, que sí podían, sin embargo, salir sin ninguna insignia de los aeropuertos de Panamá, bombardeaban inmisericordemente al pueblo guatemalteco hasta reducir al gobierno y sumirlo en la miseria, en el oprobio en que está hoy en día. Eso es lo que quieren y cuando ven el ejemplo de Cuba sufren y sufren mucho, porque esas reacciones bestiales son hijas del despecho, son hijas del sufrimiento de quien ve, de una vez y para siempre, disminuidos sus privilegios imperiales.

Ellos tratan de confinar a Fidel Castro en una parte mínima de su territorio, contra todo derecho; ellos tratan de asesinarlo también, si es posible; ellos tratan de destruir nuestra democracia, les gustaría pisotear a nuestro pueblo y masacrarlo. Y cuando le llegó de pronto la advertencia de los cohetes soviéticos tuvieron que reemplazar toda esa descarga que pensaban echar sobre nuestro pueblo, por palabras altisonantes, y tuvieron que guardarse su furia y por eso están así; son igual que las fieras, que cuando están acorraladas y heridas se vuelven más peligrosas y más agresivas. Así esta el imperialismo yanqui hoy, acorralado por las fuerzas que quieren su liberación en el mundo entero, azotados todos los gobiernos títeres por los pueblos que día a día claman por su libertad, en peligro de perder sus privilegios, en peligro de ver hundirse toda la riqueza que amasaron con el sudor y la sangre de los pueblos por eso están así, por eso rugen de impotencia, por eso atacan al que se le acerca, como los perros enfermos de rabia.

Conocido todo esto, conocida la importancia de la Declaración de La Habana, conocidos los antecedentes y el porqué de esa declaración, procederemos a leerla y si ustedes están de acuerdo al finalizar la lectura, la ratificarán levantando la mano.

DECLARACIÓN DE LA HABANA

Junto a la imagen y el recuerdo de José Martí, en Cuba, Territorio Libre de América, el pueblo, en uso de las potestades inalienables que dimanan del efectivo ejercicio de la soberanía expresada en el sufragio directo, universal y público, se ha constituido en Asamblea General Nacional.

En nombre propio y recogiendo el sentir de los pueblos de Nuestra América, la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba:

1 – Condena en todos sus términos la denominada “Declaración de San José de Costa Rica” documento dictado por el imperialismo norteamericano y atentatorio a la autodeterminación nacional, la soberanía y la dignidad de los pueblos hermanos del Continente.

2 – La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba, condena enérgicamente la intervención abierta y criminal que durante más de un siglo ha ejercido el imperialismo norteamericano sobre todos los pueblos de la América Latina, pueblos que más de una vez han visto invadido su suelo en México, Nicaragua, Haití, Santo Domingo o Cuba, que han perdido ante la voracidad de lo imperialistas yanquis, extensas y ricas zonas como Tejas, centros estratégicos vitales como el Canal de Panamá, países enteros como Puerto Rico convertido en territorio de ocupación; que han sufrido, además, el trato vejaminoso de los Infantes de Marina, lo mismo contra nuestras mujeres e hijas que contra los símbolos más altos de la historia patria como a efigie de José Martí.

Esa intervención, afianzada en la superioridad militar, en tratados desiguales y en la sumisión miserable de gobernantes traidores, ha convertido a lo largo de más de cien años a Nuestra América, – la América que Bolívar, Hidalgo, Juárez, San Martín, O’Higgins, Sucre, Tiradentes y Martí quisieron libre – en zona de explotación, en traspatio del imperio financiero y político yanqui, en reserva de votos para los organismos internacionales en los cuales los países latinoamericanos hemos figurado como arrias de “el Norte revuelto y brutal que nos desprecia”

La Asamblea General Nacional del Pueblo declara, que la aceptación por parte de gobiernos que asumen oficialmente la representación de los países de América Latina de esa intervención continuada e históricamente irrefutable, traiciona los ideales independentistas de sus pueblos, borra su soberanía e impide la verdadera solidaridad entre nuestros países, lo que obliga a esta Asamblea a repudiarla a nombre del pueblo de Cuba y con voz que recoge la esperanza y la decisión de los pueblos latinoamericanos y el acento liberador de los próceres inmortales de Nuestra América.

3 – La Asamblea General Nacional del Pueblo rechaza asimismo el intento de preservar la Doctrina de Monroe, utilizada hasta ahora, como lo previera José Martí, “para extender el dominio en América” de los imperialistas voraces, para inyectar mejor el veneno también denunciado a tiempo por José Martí, “el veneno de los empréstitos, de los canales, de los ferrocarriles…” Por ello, frente al hipócrita panamericanismo que es solo predominio de los monopolios yanquis sobre los intereses de nuestros pueblos y manejo yanqui de gobiernos posternados ante Washington; la Asamblea del Pueblo de Cuba proclama el latinoamericanismo liberador que late en Martí y Benito Juárez.

Y, al extender la amistad hacia el pueblo norteamericano – el pueblo de los negros linchados, de los intelectuales perseguidos, de los obreros forzados a aceptar la dirección de gangsters – reafirma la voluntad de marchar “con todo el mundo y no con una parte de él”.

4 – La Asamblea General Nacional del Pueblo declara, que la ayuda espontáneamente ofrecida por la Unión Soviética a Cuba en caso de que nuestro país fuere atacado por fuerzas militares imperialistas, no podrá ser considerada jamás como un acto de intromisión, sino que constituye un evidente acto de solidaridad y que esa ayuda, brindada a Cuba ante un inminente ataque del Pentágono yanqui, honra tanto al gobierno de la Unión Soviética que la ofrece, como deshonran al gobierno de los Estados Unidos sus cobardes y criminales agresiones contra Cuba.

Por tanto, la Asamblea General del Pueblo declara ante América y el mundo, que acepta y agradece el apoyo de los cohetes de la Unión Soviética si su territorio fuere invadido por fuerzas militares de los Estados Unidos.

5 – La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba niega categóricamente que haya existido pretensión alguna por parte de la, Unión Soviética y la República Popular China de “utilizar la posición económica, política y social de Cuba para quebrantar la unidad continental y poner en peligro la unidad del hemisferio”. Desde el primero hasta el último disparo, desde el primero hasta el último de los veinte mil mártires que costó la lucha para derrocar la tiranía y conquistar el poder revolucionario, de la primera hasta la última ley revolucionaria, desde el primero hasta el último acto de la Revolución, el pueblo de Cuba ha actuado por libre y absoluta determinación propia, sin que, por tanto, se pueda culpar jamás a la Unión Soviética o a la República Popular China de la existencia de una Revolución que es la respuesta cabal de Cuba a los crímenes y las injusticias instauradas por imperialismo en América.

Por el contrario, la Asamblea General Nacional del Pueblo Cuba entiende que la política de aislamiento y hostilidad hacia la Unión Soviética y la República Popular China preconizada por el gobierno de los Estados Unidos e impuesta por éste a los gobiernos de la América Latina y la conducta guerrerista y agresiva del gobierno norteamericano y su negativa sistemática al ingreso de la República Popular China en las Naciones Unidas, pese a representar aquélla la casi totalidad de un país de más seiscientos millones de habitantes, sí ponen en peligro la paz y la seguridad del hemisferio y del mundo.

Por tanto, la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba ratifica su política de amistad con todos los pueblos del mundo, reafirma su propósito de establecer relaciones diplomáticas también con todos los países socialistas y desde este instante, en uso de su soberana y libre voluntad, expresa al Gobierno de la República Popular China, que acuerda establecer relaciones diplomáticas entre ambos países y que, por tanto, quedan rescindidas las relaciones que hasta hoy Cuba había mantenido con el régimen títere que sostienen en Formosa los barcos de la Séptima Flota yanqui.

La Asamblea General Nacional del Pueblo reafirma – y está segura de hacerlo como expresión de un criterio común a los pueblos de la América Latina-, que la democracia no es compatible con la oligarquía financiera, con la existencia de la discriminación del negro y los desmanes del Ku-Kus- Klan, con la persecución que privó de sus cargos a científicos como Oppenheimer, que impidió durante años que el mundo escuchara la voz maravillosa de Paúl Robeson, preso en su propio país, y que llevó a la muerte, ante la protesta y el espanto del mundo entero y pese a la apelación de gobernantes de diversos países y del Papa Pío XII, a los esposos Rosemberg.

La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba expresa la convicción cubana de que la democracia no puede consistir sólo en el ejercicio de un voto electoral que casi siempre es ficticio y esta manejado por latifundistas y políticos profesionales, sino en el derecho de los ciudadanos a decidir, como ahora lo hace esta Asamblea del Pueblo, sus propios destinos. La democracia, además, sólo existirá en América Latina cuando los pueblos sean realmente libres para escoger, cuando los humildes no estén reducidos – por el hambre, la desigualdad social, el analfabetismo y los5 sistemas jurídicos-, a la más ominosa impotencia.

Por eso, la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba:

Condena el latifundio, fuente de miseria para el campesino y sistema de producción agrícola retrógrado e inhumano; condena los salarios de hambre y la explotación inicua del trabajo humano por bastardos y privilegiados intereses; condena el analfabetismo, la ausencia de maestros, de escuelas, de médicos y de hospitales; la falta de protección a la vejez que impera en los países de América; condena la discriminación del negro y del indio; condena la desigualdad y la explotación de la mujer; condena a las oligarquías militares y políticas que mantienen a nuestros pueblos en la miseria, impiden su desarrollo democrático y el pleno ejercicio de su soberanía; condena las concesiones de los recursos naturales de nuestros países a los monopolios extranjeros como política entreguista y traidora al interés de los pueblos; condena a los gobiernos que desoyen el sentimiento de sus pueblos para acatar los mandatos de Washington; condena el engaño sistemático a los pueblos por órganos de divulgación que responden al interés de las oligarquías y a la política del imperialismo opresor; condena al monopolio de las noticias por agencias yanquis, instrumentos de los trusts norteamericanos y agentes de Washington; condena las leyes represivas que impiden a los obreros, a los campesinos, a los estudiantes y los intelectuales, a las grandes mayorías de cada país, organizarse y luchar por sus reivindicaciones sociales y patrióticas; condena a los monopolios y empresas imperialistas que saquean continuamente nuestras riquezas, explotan a nuestros obreros y campesinos, desangran y mantienen en retraso nuestras economías, y someten la política de la América Latina a sus designios e intereses.

La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba condena, en fin, la explotación del hombre por el hombre y la explotación de los países subdesarrollados por el capital financiero imperialista.

En consecuencia, la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba proclama ante América: El derecho de los campesinos a la tierra; el derecho del obrero al fruto de su trabajo; el derecho de los niños a la educación; el derecho de los enfermos a la asistencia médica y hospitalaria; el derecho de los jóvenes al trabajo; el derecho de los estudiantes a la enseñanza libre, experimental y científica; el derecho de los negros y los indios a la dignidad plena del hombre; el derecho de la mujer a la igualdad civil, social y política; el derecho del anciano a una vejez segura; el derecho de los intelectuales, artistas y científicos, a luchar con sus obras, por un mundo mejor; el derecho de los Estados a la nacionalización de los monopolios imperialistas, rescatando así las riquezas y recursos nacionales; el derecho de los países al comercio libre con todos los pueblos del mundo; el derecho de las naciones a su plena soberanía; el derecho de los pueblos a convertir sus fortalezas militares en escuelas, y a armar a sus obreros, a sus campesinos, estudiantes, intelectuales, al negro, al indio, a la mujer, al joven, al anciano, a todos los oprimidos y explotados, para que defiendan, por si mismos, sus derechos y sus destinos.

La Asamblea Nacional dcl Pueblo de Cuba postula:

El deber de los obreros, de los campesinos, de los estudiantes, de los intelectuales, de los negros, de los indios, de los jóvenes, de las mujeres, de los ancianos, a luchar por sus reivindicaciones económicas, políticas y sociales; el deber de las naciones oprimidas y explotadas a luchar por su liberación; el deber de cada pueblo a la solidaridad con todos los pueblos oprimidos, colonizados, explotados o agredidos, sea cual fuere el lugar del mundo en que estos se encuentren y la distancia geográfica que los separe.

¡Todos los pueblos del mundo son hermanos!

La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba reafirma su fe en que la América Latina marchará pronto, unida y vencedora, libre de las ataduras que convierten sus economías en riqueza enajenada al imperialismo norteamericano y que le impiden hacer oír su verdadera voz, en las reuniones donde Cancilleres domesticados hacen de coro infamante al amo despótico. Ratifica, por ello, su decisión de trabajar por ese común destino latinoamericano que permitirá a nuestros países edificar una solidaridad verdadera, asentada en la libre voluntad de cada uno de ellos y en las aspiraciones conjuntas de todos.

En la lucha por esa América Latina liberada, frente a las voces obedientes de quienes usurpan su representación oficial, surge ahora, con potencia invencible, la voz genuina de los pueblos, voz que se abre paso des de las entrañas de sus minas de carbón y estaño; desde sus fábricas y centrales azucareros, desde sus tierras enfeudadas, donde rotos, cholos; gauchos, jíbaros, herederos de Zapata y de Sandino, empuñan las armas de su libertad, voz que resuena en sus poetas y en sus novelistas, en sus estudiantes, en sus mujeres y en sus niños, en sus ancianos develados.

A esa voz hermana, la Asamblea del Pueblo de Cuba le responde:

¡Presente! Cuba no fallará. Aquí está hoy Cuba para ratificar, ante América Latina y ante el mundo, como un compromiso histórico, su dilema irrenunciable: «Patria o Muerte»

Antes de proceder a la votación que ratifique esta Asamblea General del Pueblo, quisiera hacer algunas consideraciones sobre cada uno de los puntos más importantes de esta Declaración. Porque esta es una Declaración histórica que vivirá mientras haya historia en el mundo. Este es el primer grito de libertad autentica, razonada, que un pueblo de América da a los oídos del mundo entero. Aquí se desenmascara, y esto es lo importante, la verdadera esencia de la democracia norteamericana. Es la democracia donde un gran cantor negro Paúl Robeson porque era negro y porque luchaba por el derecho de los negros a ser tratados como seres humanos fue mantenido a veces directamente en prisión y otras veces fue mantenido en la gran prisión que es los Estados Unidos, para quienes no piensan como los opresores imperialistas.

La democracia norteamericana es la democracia que asesina a los esposos Rosemberg pero que antes de asesinarlos, condenándolos por espías, les planteó un dilema terrible: ese matrimonio, un par de intelectuales humildes, honrados, que se habían ganado su sustento trabajando día a día, estaban condenados a muerte pero podían salvarse, la única condición -la que siempre pide e imperio- era entregar su dignidad. Si ellos se confesaban agentes de una potencia extranjera, si ellos confesaban un delito que no habían cometido podían salvarse; pero si ellos proclamaban su inocencia ante el mundo, estaban irremisiblemente condenados, como lo estuvieron, porque fueron ejecutados.

Esa es la esencia de la democracia yanqui: la hipocresía como norma de acción. Y aquel matrimonio deja para el mundo un recuerdo sencillo y emocionante cuando dijeron, más o meno así: “Somos jóvenes, tenemos hijos, amamos la vida, y no queremos morir; pero el precio que se pide por nuestra vida es demasiado grande, y frente a eso preferimos morir”

Así fueron al suplicio los esposos Rosemberg, condenados en el momento en que el “macarthismo” se extendía por Estados Unidos, condenados por presuntos comunistas y por pertenecer a la religión o al pueblo hebreo.

También son ellos los que condenan al linchamiento a los negros del sur; son ellos los que linchan a algún muchacho negro que mirara demasiado a alguna mujer blanca; son ellos los que establecen en todo la división entre los hombres; son ellos los que golpean y masacran a todos los que se les oponen. Y esta bien claro que al aprobar esta resolución de la Asamblea General, el pueblo establece desde ya la misma disyuntiva que establecieron los esposos Rosemberg: la vida es muy linda, la vida vale la pena vivirla, pero si como precio de esa vida se exige la dignidad de un pueblo ¡entonces es preferible morir! Y ese es el dilema que se plantea en el final de la Declaración de La Habana, dicho simplemente en tres palabras: Patria o Muerte

Pero, además, la Declaración de La Habana toma posición frente a dos de las plagas más grandes que ha tenido la humanidad: frente al latifundio, explotador de por sí, condenándolo en todas sus formas, por lesivo a la dignidad humana; y además, establece, por primera vez en América y ante el mundo entero, apoyado por todo un pueblo, la afirmación que todos hubiéramos querido ver desde hace muchos años y haber nacido bajo su advocación: la Declaración de La Habana condena la explotación del hombre por el hombre y establece como aspiración fundamental de los pueblos el que desaparezca totalmente esta explotación, el que no se pueda decir que en un pueblo haya una sola persona que explota a uno solo de los ciudadanos de ese pueblo.

Esa es nuestra aspiración, es la aspiración por la que lucha lo mejor del mundo, durante años y años, y en la que han dejado sus huesos, sus cuerpos, muchos mártires en todos los países del mundo.

Si esta Asamblea del Pueblo de Camagüey está de acuerdo con todos los pronunciamientos establecidos en la Declaración de La Habana; si condena conscientemente el latifundio; condena a la sedicente democracia yanqui, como falsa y explotadora de los pueblos; si establece como aspiración fundamental de los pueblos la abolición de la explotación del hombre por el hombre; ¡que todos los que estén de acuerdo levanten la mano! (La totalidad de los presentes levanta sus manos y prorrumpen en gritos: “¡Ya votamos!, ¡Ya votamos!”)

Bien, compañeros: aprobada por aclamación la Declaración de La Habana, vamos a poner en consideración de ustedes el texto de un telegrama que enviamos a nuestro Primer Ministro, estableciendo precisamente las conclusiones a que hemos arribado hoy. El telegrama dirá, si ustedes lo aprueban:

“Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Ministro del Gobierno Revolucionario. En la misma Plaza en que hace más de un siglo Joaquín de Agüero, José Tomas Betancourt, Fernando de Zayas y Miguel Benavides ofrendaron sus vidas generosas, luchando por la libertad política y la justicia social de la Patria, el pueblo de Camagüey, constituido en Asamblea General Provincial, acuerda: Primero, ratificar en todos sus puntos la histórica Declaración de La Habana; segundo: respaldar su firme actitud en la denuncia de la explotación imperialista norteamericana a los pueblos subdesarrollados de la América Latina y del mundo; tercero: exhortar a la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas a la eliminación de los planes guerreristas del imperialismo yanqui, para facilitar así la conquista definitiva de la paz mundial; cuarto: jurar, con el ejemplo de Ignacio Agramonte y de todos los que cayeron por la felicidad de nuestro pueblo, mantenernos unidos y decididos para defender el suelo de la Patria de toda agresión proveniente del “norte revuelto y brutal que nos desprecia” Con las banderas de la patria desplegadas, Camagüey proclama que ¡Venceremos!, ¡Patria o Muerte! (Ovación y gritos de «Venceremos, Venceremos»)

Queda a consideración de ustedes el texto de esta comunicación, y los que la aprueben que levanten la mano. La totalidad de los presentes levanta la mano. (Gritos de ¡aprobamos, aprobamos!)

Con el firme convencimiento de que a esta Asamblea General Provincial de Camagüey seguirán otras, apoyadas por las manos puras de sus obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales y pueblo en general, y por los fusiles de nuestro Ejército Revolucionario y de nuestras milicias, es que declaramos cerrada esta Primera Asamblea General del Pueblo de Camagüey.

Vamos a cantar todos nuestro glorioso Himno Nacional.

De pie. (Se entona el Himno Nacional, siendo cantado por todos los presentes)

Tomado de: Centro de Estudios Che Guevara

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