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Manuel Menchón: “La muerte de Unamuno es un relato de Prensa y Propaganda de Falange para ocultar lo que pasó”

Manuel Menchón. Cineasta y escritor español Foto: Málaga hoy

Por Luis Miguel Barcenilla @BarcenillaLM & Jon Bernat Zubiri Rey @jonbernat

Miguel de Unamuno murió, repentinamente, como quedándose dormido, sin dolor, con una babucha chamuscada. Esa es la versión oficial que llega recubierta por palabras de presuntos grandes historiadores e intelectuales hasta nuestros días. Relato que cuestiona Manuel Menchón (Málaga, 1977), cineasta y ensayista, a través de Palabras para un fin del mundo  (2020) y La doble muerte de Unamuno (Capitán Swing, 2021), libro coescrito junto a Luis García Jambrina. “Podemos afirmar que la versión oficial de la muerte de Unamuno es falsa y por lo tanto, hay que seguir investigando. ¿Por qué se crea un relato si no es para sustituir a otro?”, enuncia Menchón.

El 31 de diciembre de 2021 se han cumplido 85 años desde que Miguel de Unamuno muriese en extrañas circunstancias en su casa de Salamanca. La posibilidad de que fuese asesinado cobra cada vez más fuerza.

No sabemos si asesinaron a Miguel de Unamuno, pero podemos asegurar que el relato de su muerte es propagandístico. Parte del órgano de Prensa y Propaganda de Falange, en concreto. Podemos afirmarlo porque el receptor de sus últimas palabras, y es algo que no se nos había contado, no era ni amigo ni alumno ni discípulo, sino el Jefe de Prensa y Propaganda de Falange en Huelva, el señor Bartolomé Aragón. Esto se había ocultado hasta ahora. Además es importante saber que quienes portan el cadáver de Unamuno son cuatro miembros destacados del mismo órgano falangista, a las órdenes de Millán-Astray: Víctor de la Serna (escritor y periodista), Miguel Fleta (tenor), Antonio de Obregón (cineasta) y Salvador Díaz Ferrer (periodista).

¿Y los vínculos entre Millán-Astray y Aragón?

Los hemos encontrado. Cuando Millán-Astray llega a la península para sumarse a los golpistas, participa en un acto multitudinario en Huelva cubierto por el periódico de Falange que dirigía Bartolomé Aragón. Además, se da la casualidad de que Millán-Astray firma la ficha de Falange en la ciudad de Huelva.

Un periódico nada amigable con don Miguel.

Este periódico que dirige Aragón manipula las declaraciones que hace Unamuno. Cuando, supuestamente, don Miguel hace una donación forzada al Movimiento de 5.000 pesetas, que no se ha demostrado que lo hiciera, Bartolomé Aragón pone que habían sido 50.000. Tanto en el titular como en el cuerpo, lo que nos dice que no es una errata. Y por si fuera poco, Aragón tenía formación como economista, por lo que podía discernir entre 5.000 y 50.000 pesetas de la época. No queda ahí la cosa. Es importante reseñar que Aragón, previamente al golpe militar, tenía amistad con Torres López, que durante la guerra será jefe de Prensa y Propaganda de Salamanca, y con Rodríguez Aniceto, que es censor y colaborador de prensa extranjera. Ambos bajo el mando de Millán Astray.

Prensa a la que Unamuno terminó, también, por dejar de lado.

Todos los periódicos que llegaban a Salamanca querían entrevistar a Unamuno. Escogen a periodistas de derechas de medios de derechas. Lo hacen porque luego han de pasar por la traducción que hace el propio equipo de Prensa y Propaganda de Falange. Ponen lo que les da la gana en boca de Unamuno. A partir de ese momento, cuando deja de dar entrevistas, solo podemos fiarnos de sus cartas.

Todo es un constructo casi cinematográfico, ¿no?

Si la muerte está en el centro y hay un paréntesis que lo abre y otro que lo cierra, lo abre el que lo ve morir y preserva sus últimas palabras y lo cierra un funeral falangista para la prensa. El relato oficial dice que Unamuno gritó “Dios no puede abandonar a España, España se salvará porque tiene que salvarse”. Alguien que muere por una hemorragia intracerebral no puede hablar. Y Aragón también dijo que le había visto quedarse dormido. Es contradictorio. La supuesta frase final es muy parecida al lema que utilizaban en los actos de Falange: “Dios por la salvación de España”. En definitiva, la muerte de Unamuno es un relato de Prensa y Propaganda de Falange. Pero ¿Para ocultar qué?

¿Sabemos qué pasó dentro de la casa cuando murió Unamuno? Llega un médico reputado, amigo suyo y dictaminó que, efectivamente, había muerto. Pero ahí todo vuelve a estar descuadrado.

Sabemos qué pasó dentro de la casa y no se ha tenido en cuenta hasta ahora. La primera biografía de don Miguel en español es la de Salcedo, escrita durante el franquismo, donde aparece un documento manipulado. Esta es la versión que llega, la más extendida. Pero un año antes, la investigadora norteamericana Margaret T. Rudd, había entrevistado a la sirvienta de Unamuno, que estaba en la casa cuando todo ocurrió. Ella narra qué pasa cuando Unamuno se queda a solas con Bartolomé Aragón. Es más, Rudd entrevistó al propio Aragón. Ya entonces la investigadora deja caer en el libro, que hasta hoy no ha sido publicado en español pero lo hará próximamente gracias a la Universidad de Salamanca, que la muerte de Unamuno es un relato propagandístico. También describe a Aragón como un hombre muy violento y muy fascista.

A día de hoy, entonces ¿Qué sabemos de lo que pasó aquella tarde de fin de año?

En primer lugar, sabemos que Bartolomé Aragón visitaba por primera vez a Unamuno. Nunca antes había estado allí. Llama la atención que elijas un 31 de diciembre por la tarde para hacer una primera visita a un intelectual. Aragón llevaba en Salamanca desde noviembre, así que podía haber elegido otro día. Segundo, no iba a ser él quien fuera a visitarlo, iba a ir el que en ese momento era Rector [Madruga Jiménez], que sustituía a Unamuno en la Universidad de Salamanca. Madruga finalmente no acude porque tiene que acudir a un funeral. Esto está cotejado. Lo curioso es que se pida cita para visitar a Unamuno dando el nombre de su amigo Madruga. En la casa no había nadie, los nietos y las hijas están viendo belenes. La sirvienta cocina en la planta de arriba y escucha gritos de Unamuno. Esto lo cotejó Rudd entrevistando a la propia Aurelia, la empleada doméstica. Cuando baja a ver qué ha pasado vuelve el silencio y cree que don Miguel simplemente se ha enfadado. La situación se repite pero ahora Bartolomé Aragón señala: “¡Yo no le he matado! ¡Yo no le he matado!”. Según Aragón, Unamuno se había levantado del sillón para gritar la famosa frase. Creo que el falangista pudo decir esto para justificar los chillidos que había oído la sirvienta.

O se quedó dormido como un tierno abuelo hasta la muerte o sufrió hemorragia bulbar, entonces.

Es incompatible. En caso de hemorragia intracerebra lo normal es que se te nuble la mirada, que fallases al intentar hablar y que quien está contigo se dé cuenta que algo no va bien. Desde luego no parece que te estés quedando dormido como afirma el relato de propaganda.

Extraño. Lo que escribe el médico es de muy alta extrañeza. El juez tenía que dar fe con el certificado del médico.

Y además desapareció el informe médico, como otros tantos documentos. Cualquier hemorragia intracerebral tiene que ser presenciada por el médico para ser dictaminada como tal. Si, como médico, no has presenciado la muerte, pero crees que es la razón, tanto hoy como en esa época, había que hacer una autopsia judicial. ¿Por qué? Porque es una hemorragia que puede causarse sin dejar señales externas a través de una fuerte contusión, una rotura de vértebras, una jeringuilla con oxígeno en la aorta…

Y no solo eso, es que señala una causa de poca frecuencia en pacientes con hemorragias intracraneales.

Las hemorragias bulbares representan un 7% de las hemorragias intracraneales. La cerebelosa representa un 52%, por ejemplo. Hubiera sido más sencillo que, teniendo hipertensión, pusiera que le había dado un infarto o ictus, sin tanto detalle. Esa es la clave. El doctor está intentando decir que hay que hacer una autopsia que no ha hecho y deja evidencia de que no la ha hecho diciendo algo que es imposible de hacer sin abrir el cráneo.

¿Un guiño? ¿Una falsa pista?

Unamuno tenía varios hijos que estudiaron medicina. Algo que hoy es extraordinario y en ese momento, más. Esto es de primero de medicina. Uno de ellos era oftalmólogo. Estudian todo el cerebro porque hay cegueras que son cerebrales. Un especialista en el tema está dando un veredicto imposible o errado. Algo quería decir con ello.

Y también, según Bartolomé Aragón, Adolfo Núñez le manda a por medicinas. Pero Unamuno ya no tenía vida.

Es que Aragón da muchas versiones. Si había muerto, ¿por qué iba a ir a por medicinas? Si le manda a por medicinas, ¿por qué luego nunca regresa a la casa?

Un médico muy cercano a Unamuno y al asesinado alcalde Casto Prieto.

El médico Adolfo Núñez no solo era amigo de Unamuno y del represaliado Casto Prieto, es que era concejal republicano. También era muy activo en la vida social de Salamanca. Los tres formaban parte de la institución cultural Casino de Salamanca. Uno era presidente, otro secretario y el último, tesorero. Estaban muy unidos. Con el golpe militar no fusilan a Núñez porque es incorporado al cuerpo médico militar. Cómo no iba a tener Franco a uno de los mejores cirujanos. A Adolfo Núñez le ponen una sanción de 75.000 pesetas en diciembre de 1936, una barbaridad. No se ha encontrado el porqué de la multa. Si ya está con los golpistas, ¿por qué se la ponen? El expediente del médico desapareció un año antes [1942] de que él muriese tras una larga enfermedad [1943]. Solo queda la carpetilla del archivo.

¿Y qué razón dan?

Que había humedades. Por supuestas riadas y humedades han desaparecido muchos documentos…

Entonces, ¿fue asesinado o no?

Una hemorragia intracraneal puede provocarse de muchas maneras. Pero el médico no podía saberlo. Sin dejar pistas físicas también está el envenenamiento, la asfixia… Sin análisis del cuerpo es imposible dictaminar. La clave es que sí se dictamina.

Miguel de Unamuno, desde el día 12 de octubre, había estado recluido en su casa, arrestado de facto, aunque no oficialmente. Más de dos meses encerrado y habiendo sufrido represión.

Le prohíben libros. El propio Bartolomé Aragón realiza una gran quema de libros en Huelva donde arden títulos del bilbaíno. A Unamuno le pasa de todo. Manipulan continuamente sus escritos en prensa y sus entrevistas. Dicho por él. El 13 de octubre, el Jefe Provincial de Falange, tras el acto en el Paraninfo de Salamanca, escribe a la familia Unamuno un telegrama urgente diciendo que se ha enterado de lo ocurrido: “Me he enterado de un grave incidente con ocasión del acto del Paraninfo. Tu padre dijo unas cosas que suscitaron protestas crudas y violentas de los asistentes con Millán-Astray a la cabeza. Sería doloroso que a tu padre pudiera sucederle algún incidente desagradable”. Se le retira el título de alcalde vitalicio sin aviso. El 14 de octubre todo el profesorado de la Universidad de Salamanca le retira su apoyo como Rector.

Y vuelve a la carga el fundador de la Legión, que ya le había amenazado de muerte unos días antes ante el público y Carmen Polo.

El 18 de octubre, en la primera aparición pública de Millán-Astray, este da un discurso amenazando a los intelectuales: “¡Ay de aquellos intelectuales que marchen por las sendas tenebrosas! Y los que empleen los caminos sutiles, los disfraces, los juegos de palabras desde los que se lanzan flechas ponzoñosas y se esconde el pecho. ¡Esos serán fulminados!”. Lo normal hubiera sido una arenga militar a los requetés a los que se dirigía…

Y Franco firma la definitiva destitución de Unamuno como Rector.

El 22 de octubre ya Unamuno no podía ir a la universidad. El 23 asesinan a Salvador Vila, discípulo de don Miguel y rector de la Universidad de Granada. Amigo íntimo por el que Unamuno había mediado para que lo liberasen. Solo un día después de la firma de Franco.

Contra Vila no había cargos de peso.

No. Es más, su biógrafa, Mercedes del Amo, siempre había apuntado al acto del 12 de octubre como hecho fundamental para asesinar a Salvador Vila.

Sigue, si quieres, con la cronología.

Esperan al 8 de diciembre para ejecutar a Atilano Coco porque es el Día de la Inmaculada Concepción y él era un pastor protestante.

Es terrorífico para Unamuno.

Lo hacen para que don Miguel se vaya enterando.

Pudo ser orquestado por fases. Primero, el miedo.

Una hija del propio intelectual oyó a los militares decir que si se montaba en algún coche debían abrir fuego. Legalmente no estaba en arresto domiciliario, pero no era posible que saliera. Además, el 1 de noviembre de 1936, el padre Tusquets, confesor de Carmen Polo y Franco, en abierto y en la radio le acusa de masón. “Yo acuso, y acuso sin retóricas, con pruebas a Unamuno, en cuya ayuda intervino toda la Francmasonería liberal y socialista de Francia”, dice. Si hasta los golpistas masones fueron asesinados… ¿cómo iba a salir a la calle Unamuno después de eso?

¿Por qué no lo mataron sin más miramientos? No les costaba hacerlo… como con Lorca.

No lo asesinan a todas luces porque el caso de Lorca se extendió internacionalmente. En ese momento Unamuno era candidato a premios como el Nobel y Franco no quería perder apoyos fuera. Por eso mismo el 12 de octubre, tras el tumulto que se forma por el discurso de Unamuno, tienen que protegerlo. Millán-Astray ordena a don Miguel dar la mano a Carmen Polo para que no le disparen los falangistas presentes. Una humillación para Unamuno, porque allí mandaba el rector. Se oían ruidos de armas. Hubiera sido un escándalo. Hay que dimensionar.

Y Unamuno no pisó nunca más Salamanca.

De hecho le envía una carta al director de ABC de Sevilla el 11 de diciembre donde explica que está disfrazadamente encerrado. De cara a la prensa, no podía aparecer que el intelectual estaba en contra de los golpistas. ¿Cómo iba a salir a la calle, si había sido acusado de masón? Lo hubiera matado cualquier fascista.

La represión no es solo la muerte.

Amputaron una parte de su persona. Mataron a sus amigos, prohibieron sus obras, fue recluido. Sí, Unamuno fue un intelectual represaliado hasta su muerte. Hicieron desaparecer toda su dimensión política. Parte de su persona fue borrada. Fue enterrado con honores falangistas, como uno de los suyos, pero prohibían sus libros. Se le consideraba hereje máximo por parte de la Iglesia. “Maestro de herejes”, llegan a decir.

¿Tenemos una foto fija del momento?

Exacto. Es un gran problema, porque debemos recordar que Salamanca tarda solo dos días en caer. Al día siguiente del golpe militar, tras un baño de sangre en la Plaza Mayor de la ciudad, siendo Unamuno alcalde honorario y tras haber sido capturado su amigo Casto Prieto, él se dirige a la población desde el balcón del propio Ayuntamiento para decir: “Estoy acá como elemento de continuidad. La República acá me trajo y aquí me tenéis con gesto de paz, como Fray Luis de León”. Para evitar más derramamiento de sangre.

Y como da ese discurso, parece que apoya el golpismo.

Pero no se ha contado que al día siguiente, con alcalde militar al frente, ya no acude. Pero claro, los sublevados habían empezado la guerra diciendo que iban a poner orden en la República. Decían que eran republicanos.

Le convierten en golpista

Le convierten en un misil contra el republicanismo. El propio Azaña ataca a Unamuno al creer que está contra ellos. Lo ven como una traición. Azaña destituye a Unamuno como Rector, pero este, que no se llevaba bien con el líder de la República, acude al día siguiente a su puesto en la Universidad de Salamanca. Franco lo restituirá legalmente. Unamuno había caído en la mentira. Considera que los golpistas le han tomado el pelo.

Y se refuerza la idea.

Es cierto que podría considerarse que, al estallar la guerra, Unamuno era equidistante porque estaba en contra del marxismo y el fascismo, pero no estaba en contra de la democracia.

¿Desapareció Bartolomé Aragón?

La versión oficial la escribe Bartolomé Aragón la misma noche en la que Unamuno falleció. Está tan en shock y está tan compungido que se recluye en su hotel a relatarlo por escrito. Loscertales, Rector que había impulsado la destitución de Unamuno, enemigo a nivel académico, va al hotel la noche del 31 de diciembre y le entrega el papel. Delirante.

Y hay un supuesto poema de don Miguel en la habitación. Un poema desconocido donde Unamuno parece saber cuándo va a morir.

Es un dato que añade más tarde en otra de sus contradictorias versiones. Bartolomé Aragón tenía ese poema, supuestamente, en la habitación del hotel siendo un libro de poemas que se había autoeditado Unamuno como 30 años antes (en 1906). Aragón nació en 1909. Era imposible. Un relato patético y cutre. El 10 de enero se va al frente. Un supuesto compungido amigo con una posición estable en la retaguardia de la Universidad, ¿se va al frente a pasar frío?

¿Y qué concluyes?

¿Qué es lo que sustenta la muerte oficial de Unamuno? Vemos la extraña dictaminación del médico, la ocultación de la identidad real de Bartolomé Aragón, cómo roban el cuerpo de Unamuno de casa para que falangistas del cuerpo de Prensa y Propaganda porten el ataúd, cómo organizan la foto… porque en Salamanca era imposible sacar esa foto sin haber erigido un dispositivo premeditadamente, no hay posibilidad de poner una cámara en esa altura. También es importante el cambio de horas en los documentos oficiales para que legalmente pudiera realizarse el entierro a plena luz del día y pudiesen hacer las fotos propagandísticas del funeral.

¿Crees que es posible que se reconozca o por lo menos se investigue?

Podemos afirmar que la versión oficial de la muerte de Unamuno es falsa y por lo tanto, hay que seguir investigando. ¿Por qué se crea un relato si no es para sustituir a otro? ¿Por qué ningún unamunólogo ha investigado a la última persona que estuvo con don Miguel? El 12 de octubre de 1936 conduce a la muerte de Miguel de Unamuno. ¿Por qué un apestado como Unamuno tras el encontronazo con Millán-Astray recibe honores falangistas?

Tomado de: El Salto

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A 150 años del fusilamiento de los 8 estudiantes de Medicina

Fotograma del filme cubano Inocencia (Alejandro Gil, 2018) que aborda este dramático pasaje

Por Jorge Wejebe Cobo @wejebecobo

En la tarde habanera del 27 de noviembre de 1871, voluntarios españoles se agolpaban en La Habana, a la entrada del canal de la Bahía, para contemplar el fusilamiento de ocho jóvenes cubanos estudiantes de Medicina, ejecutados por un presunto delito.

Nada parecía augurar la tragedia tres días antes, el 24 de noviembre, entre los alumnos del primer curso de Medicina que esperaban una clase en el Anfiteatro Anatómico próximo al cementerio de Espada. Al demorarse el profesor, algunos deambularon por la zona y otros entraron en el cementerio, pasearon por su interior, montaron en un carro utilizado para trasladar cadáveres y uno de ellos, de 16 años, llamado Alonso Álvarez de la Campa, tomó una flor que estaba delante de las oficinas del campo santo.

Esos insignificantes acontecimientos fueron suficientes para que un vigilante o jardinero del lugar, molesto por la afectación de sus siembras, hiciera una falsa acusación al gobernador político Dionisio López Roberts, por la conjeturada profanación de la tumba del periodista Gonzalo Castañón, acérrimo integrista y recientemente muerto en un encuentro a tiros con un patriota en EE.UU.

Tamaña mentira provocó el brutal sentimiento anticubano de los sectores integristas habaneros más reaccionarios, representados en las fuerzas de voluntarios que solo necesitaban el menor pretexto para imponer el terror y la muerte en la capital, como venganza por las victorias del Ejército Libertador en los territorios orientales y centrales del país, a pesar de la ofensiva colonial.

En consecuencia, fueron detenidos 45 implicados, juzgados en las primeras horas del 27 y solo fueron condenados a benignas penas, lo que produjo prácticamente un alzamiento del cuerpo de voluntarios de la ciudad que se agruparon frente al Palacio de los Capitanes Generales y exigieron que corriera la sangre de los jóvenes, lo cual conllevó a un segundo Consejo de Guerra el propio día 27.

El Consejo estableció la cifra de ocho jóvenes a ejecutar: Alonso Álvarez de la Campa y Gamba, 16 años; Anacleto Bermúdez y Piñera, 20 años; José de Marcos y Medina, 20 años; Ángel Laborde y Perera, 17 años; y Juan Pascual Rodríguez y Pérez, 21 años.

Para mancha eterna de la justicia colonial española, los tres restantes condenados a la pena de muerte se escogieron al azar entre el resto de los presos, Carlos de la Torre y Madrigal, 20 años; Eladio González y Toledo, 20 años; y Carlos Verdugo y Martínez, 17 años, quien el día de los hechos se encontraba en su hogar en Matanzas, y otros fueron condenados a penas de cárcel.

A pesar de los 150 años transcurridos todavía impresiona el ensañamiento que el colonialismo español demostró en el crimen contra los ocho estudiantes, que eran inocentes a los cargos que se les imputaron como el de supuesta profanación que no conllevaba la pena capital, como demostró en la propia década de 1880, Fermín Valdés Domínguez sobreviviente de estos hechos que obtuvo el reconocimiento del hijo de Gonzalo Castañón de que la tumba de su padre nunca fue profanada.

José Martí, quien se enfrentó a esos mismos bárbaros que lo enviaron al presidio político por sus convicciones patrióticas, ese mismo año de 1871 salió de La Habana hacia España, como deportado cerca de cumplir 18 años y al conocer del horrendo crimen escribió su poema ¨A mis hermanos muertos el 27 de noviembre de 1871 ¨ en el que en una de sus estrofas proclama el fracaso de la tiranía contra la inmortalidad de sus víctimas.

¡Déspota, mira aquí cómo tu ciego,

anhelo ansioso contra ti conspira:

mira tu afán y tu impotencia, y luego

ese cadáver que venciste mira,

que murió con un himno en la garganta,

que entre tus brazos mutilado expira

y en brazos de la gloria se levanta!

Tomado de: Agencia Cubana de Noticias

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Mercenarios

Mercenarios de los EE.UU. que intentaron invadir a Cuba apresados en Playa Girón

Por René González Barrios

Hace algo más de tres años, conversando con un cubano de honor, camarógrafo de una agencia de prensa extranjera en La Habana, con pinta de extranjero, me contaba con amargura y tristeza una experiencia vivida en La Habana Vieja. Dos jóvenes se le acercaron y manifestaron, “…yuma; si nos pagas 10 CUC a cada uno, gritamos contra el gobierno, lo que tú quieras, pa que nos filmes.”

Como cubano que ama su patria, aquel relato, me estremeció. Me costaba trabajo pensar, que, con los inmensos esfuerzos realizados por nuestra Revolución desde su triunfo, en pos de una educación y cultura de excelencia, existan jóvenes educados por ella, que tengan alma de mercenarios.

Le expliqué al confligido amigo que no se deprimiera, que el enemigo, desde nuestras guerras por la independencia, había dividido a los cubanos utilizando a asesinos, marginados, desclasado, y todo tipo de lumpen y escorias, en contra de la causa de la libertad.

Apenas comenzada la gesta de los Diez Años, el brigadier del ejército español, Francisco Acosta y Albear, cubano de nacimiento, ofreció recursos, dinero y su espada a España. Organizó un batallón de movilizados llamado «Del Orden», que se formó con ex presidiarios y otros forajidos, en su casi totalidad escorias sociales hijos del país, con el que sembró de muerte y desolación los territorios donde operó. Era el mismo terror que imponían las guerrillas cubanas al servicio de España, asesinos, verdaderos perros de caza tras las huellas de los libertadores y sus familiares en la manigua insurrecta.

En su estrategia de dividir al pueblo cubano, el gobierno colonial movilizó y contrapuso a las tropas insurrectas, en las que el componente negro era mayoritario, tropas negras españolas, perfectamente armadas, e impecablemente uniformadas.

Entre marzo y julio de 1874, el Capitán General de la Isla José Gutiérrez de la Concha, intentó formar doce batallones con libertos, de 1 000 plazas cada uno. Su plan preveía la formación de un «gran ejército de pardos y morenos», integrado sólo por negros, libertos y esclavos que, elegantemente vestidos y bien alimentados, una vez en la manigua, fuese capaz de neutralizar y desmoralizar a los mambíses negros, provocar su desmovilización y deserción masiva. Este Plan no se llegó a ejecutar, entre otros factores, por el temor a que, una vez armados, se sublevaran contra España.

El 22 de abril de 1878, el generalísimo Máximo Gómez, a su llegada a Jamaica, enviaba al periodista Juan Bellido de Luna a Nueva York, un pequeño libro de su autoría titulado El Convenio del Zanjón. Relato de los últimos sucesos de Cuba. En la obra, el patriota dominicano patentizaba el dolor que le produjo a su salida de la Isla por el puerto de Santiago de Cuba, el espectáculo protagonizado por cubanos ajenos a la revolución o al servicio de España:

“…la curiosidad del pueblo era tal que la marina estuvo llena casi completamente por curiosos por algunas horas: triste y dolorosa impresión me causó la vista de aquellas masas, allí había más de tres mil hombres útiles para las armas; allí estaban sordos como hacía ya nueve años a la voz del patriotismo y solo una curiosidad pueril les traía a vernos: poco después oímos una música militar y no tardamos mucho en ver desfilar los heridos del Batallón de Sn Quintín tenidos en un encuentro con fuerzas del general A, Maceo; iban custodiados por hijos del país con uniforme de voluntario: cuantos pensamientos se agolparon en mi imaginación y no pude menos de exclamar volviéndome hacia mis compañeros. Cuba no puede ser libre.”

Durante la guerra del 95, el general Valeriano Weyler Nicolau, al ser nombrado capitán general de la isla de Cuba, acudió nuevamente al factor racial para contrarrestar la influencia del Titán de Bronce. Conocedor que entre las tropas de Maceo el componente negro era importante, convocó la formación del Tercio de Voluntarios y Bomberos Movilizados, y dentro de estos últimos, escogió 30 negros con un oficial voluntario al frente, todos cubanos, para formar su escolta. Como el mismo confesaría en su libro “Mi mando en Cuba”, se trataba de una “medida política, para dar una prueba de confianza a esa raza, tan adicta a España en otros tiempos.” Con esa escolta y parte de las tropas negras, pasó a Pinar del Río a combatir en la Sierra del Rosario al general Antonio y a tenderle emboscadas en la Línea del Mariel para evitar su paso a La Habana.

Muerto en combate el general Antonio Maceo, el 11 de diciembre de 1896 regresaba Weyler a la capital, donde fue recibido con manifestaciones de júbilo por amplios sectores de la sociedad habanera. Fueron dos días de fiestas, con fuegos artificiales, mucho vino y comidas en honor al Capitán General. Vivas a Weyler, al Rey y a la infantería española, atronaban por doquier.

El general José Miró Argenter, jefe del Estado Mayor del Lugarteniente General Antonio Maceo, refería con dolor en sus Crónicas de la Guerra, como cubanos, habitantes de las barriadas pobres de La Habana, repetían jubilosos los vivas españoles, cuando los dueños de bodegas, cafetines y fondas, les dieron de beber y comer gratis, hasta hartarlos y emborracharlos. La ocasión luctuosa para miles de cubanos, la manipuló España, convocando, con algún éxito, a la creación de Batallones de voluntarios cubanos para pelear contra los libertadores.

Imponiendo una política de atracción, el gobierno español logró la deserción del coronel del Ejército Libertador Juan Masó Parra, quien, con parte de sus fuerzas, formó la Brigada Cuba Española, compuesta íntegramente por cubanos. Aún no se ha estudiado a profundidad los miles de cubanos que, desde las filas del Ejército Español, defendieron con las armas el colonialismo en Cuba.

Los órganos militares y represivos de la República pre revolucionaria, dieron cabida a delincuentes y corruptos que impusieron el terror y se codearon con la mafia y la delincuencia organizada. Fulgencio Batista es el más vivo ejemplo de militar inescrupuloso y oportunista, que, vinculado a la mafia estadounidense, hizo fortuna a costa del sufrimiento y pobreza del pueblo. Siguiendo el ejemplo del dictador Gerardo Machado, se valió de verdaderos asesinos para reprimir con saña, a todo el que consideraba adversario de su espurio gobierno.

En Girón, la brigada mercenaria estuvo compuesta por una cifra no despreciable de lumpen. Aquella era la vanguardia del andamiaje militar organizado por las fuerzas armadas de los Estados Unidos, listas para intervenir, de haberse consolidado la cabeza de playa.

Miembros de la escoria derrotada, marcharon al Congo por órdenes de la CIA, para masacrar al empobrecido pueblo congolés que nacía a la independencia. Pilotos cubanos pertenecientes a la Brigada 2506, se encontraban entre los principales protagonistas del genocidio. Aquellos mercenarios del aire, cazaban y masacraban a los congoleses como a bestias. El periodista e historiador español Vicente Talón, en su libro titulado “El diario de la guerra del Congo”, expresaba:

“Yo los traté en Leopoldville, en el bar la “Pérgola”, que era su cuartel general, y les vi actuar en Stan (Stanleyville) en la zona de Albertville, arando la selva con sus ametralladoras. Eran los únicos, en esa época, que decían estar allí para “combatir el comunismo”, pero, más tarde, cuando una parte de los mercenarios se sublevaron contra Mobutu, los bombardearon a mansalva con la misma determinación empleada antes contra los simbas. Se trataba en realidad de mercenarios. E incluso mercenarios de la peor clase, de la más ventajista y cobarde.”

Mercenarios cubanos marcharon a Vietnam, Laos y Cambodia e hicieron carrera en las filas del ejército de los Estados Unidos. Algunos fueron a Bolivia a combatir contra el Che, y otros a Centroamérica, contra las guerrillas de izquierda en El Salvador, Guatemala y Nicaragua. Otros tomarían nuevamente el camino de África en Angola, apoyando a Sudáfrica y a las bandas de la UNITA de Jonas Malheiro Savimbi, “combatiente por la libertad” para Ronald Reagan, y del FNLA de Holden Roberto. Mercenarios de Girón, en 1975 abrieron en Miami oficinas de reclutamientos de cubanos y otras nacionalidades, para enfrentar a los internacionalistas cubanos. Fundaron incluso el Comando Militar 2506 con el que fueron a Angola a entrevistase en 1978 con los principales jefes de la UNITA y el FNLA.

Buscando en Internet datos sobre la presencia de hispanos en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, encontré, en el sitio Web LatinoBlogs.htm del emporio de las infocomunicaciones American Ol Line (AOL), un edulcorante artículo titulado Los Inmigrantes comparten la lucha en el Ejército de los Estados Unidos, publicado en Marzo 18 de 2008 por American Immigration Law Foundation. El artículo anuncia las supuestas bondades de la pertenencia al “Ejército mundial de la paz y el antiterrorismo.” Más de una veintena de comentarios de jóvenes latinoamericanos, aparecen mostrando su interés en ingresar. Duele, sin embargo, encontrar entre las opiniones, la de un joven cubano, quien con fecha 6 de mayo de 2008 escribía:

“18. hola, soy cubano, estoy legal en usa, pero aun no tengo mi residencia, desearia saber que requisitos deveria tener para entrar al army, soy un chico de 21 anos que ama la libertad y me gustaria luchar por un mundo mejor, por esto mismo desearia integrar al army, espero que puedan darme una respuesta sobre los requisitos que deba cumplir para alistarme lo mas pronto posible, grasias”

Jóvenes incautos que, nacidos en nuestra patria, y educados por nuestra Revolución en valores y principios solidarios, deshonran sus raíces vistiendo el uniforme yanqui en las guerras imperialistas y genocidas de Iraq o Afganistán, o en cualquier rincón del mundo. Guiados por los cantos de sirenas, se sumergen hoy en el mundo de las transnacionales de las armas y la muerte, prestándole baratos y míseros servicios al imperio que los utiliza despiadada e inescrupulosamente.

No olvidemos nunca que terroristas cubanos como Luis Posada Carriles, ex miembro del Ejército de los Estados Unidos, y Orlando Bosh, responsables confesos de horrendos crímenes contra nuestro país, incluida la voladura de un avión de pasajeros en Barbados, murieron tranquilamente en Miami, protegidos por el Imperio. Cuba espera aún por la explicación del gobierno de los Estados Unidos sobre el ataque con armas de fuego, a nuestra sede diplomática en Washington.

A los mercenarios de ayer, y de siempre, se une hoy la escoria delincuencial y despreciable que protagonizaron actos criminales, de vandalismo y violencia, el pasado domingo 11 de julio. Que a nadie le quepa duda que esos serán, en el hipotético caso de una intervención militar de Estados Unidos en Cuba, la punta de lanza, quinta columna y vanguardia, de las fuerzas invasoras. En esos delincuentes, encontrará la contrarrevolución de Miami y el imperio, el brazo ejecutor del llamado a tres días para matar comunistas y revolucionarios, e imponer el terror a un pueblo noble que solo aspira a construir un futuro de paz y solidaridad.

Los pueblos son sabios, y el nuestro, conociendo la historia de la formación de la nación, mayoritariamente abraza el proyecto de Revolución socialista, soberana, antimperialista y solidaria que de conjunto nos trazamos bajo la guía de Fidel. No se atemoriza ante estos mercenarios de siempre, a los que derrotamos en Girón, en la lucha contra bandidos, y en cada agresión perpetrada contra nuestro país. Ante cada traidor, se levantan cientos de patriotas. En esta Cuba libre e independiente, los mercenarios y traidores, los vándalos y delincuentes, encontraran siempre un valladar inexpugnable: el pueblo revolucionario.

Tomado de: Razones de Cuba

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Máximo Gómez, dominicano de nacimiento, y cubano de corazón

Máximo Gómez Báez (Baní, República Dominicana, 18 de noviembre de 1836 – La Habana, Cuba, 17 de junio de 1905) fue general en la Guerra de los Diez Años y el General en Jefe de las tropas revolucionarias cubanas en la Guerra del 95.

Por Jorge Wejebe Cobo @wejebecobo

Máximo Gómez se calificaba a sí mismo como “dominicano de nacimiento, y cubano de corazón”, palabras que fueron ratificadas durante más de la mitad de su vida dedicada a la causa independentista en la Isla, desde que arribó junto a su familia en 1865. Cuando no llegaba a los 30 años y como oficial de la reserva militar española, tuvo que exiliarse, al ser derrotada su causa en la convulsa situación de su país.

Tenía experiencia militar por haber combatido junto a las milicias dominicanas contra las incursiones haitianas y en las propias contiendas civiles, en las que participó activamente.

El futuro Generalísimo del Ejército Libertador Cubano nació en el poblado rural de Baní, Santo Domingo, el 18 de noviembre de 1836, hace 185 años, y en su hogar le dieron una formación basada en la honorabilidad, la severidad y el virtuosismo, cualidades que serían el derrotero de su vida.

Tras llegar a Cuba se estableció con su familia en la finca El Dátil, cerca de Bayamo. En 1866 fue dado de baja del ejército español y al parecer su vida estaba predestinada a transcurrir en su proyecto de mejorar la situación económica de los suyos, incrementando la explotación de sus fértiles tierras, pero su gran sensibilidad ante la injusticia y la inhumana esclavitud lo llevaron a involucrarse en el movimiento independentista y fue de los primeros en seguir a Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868.

El joven dominicano se destacó dentro de las inexpertas tropas mambisas, al utilizar tácticas de combate diferentes a las tradicionales aplicadas por el ejército peninsular que también conocía, al concebir las acciones guerrilleras de emboscadas, de rehuir los enfrentamientos en grandes batallas en las cuales los colonialistas podrían desplegar su superioridad de fuerzas con la utilización de la caballería y artillería a sus anchas.

La gran lección sería el 26 de octubre de 1868, en que Gómez con unos 40 infantes armados en su mayoría solo con machetes se escondieron entre la tupida vegetación a ambos lados de la Tienda del Pino de Baire, aproximadamente a un kilómetro por el camino vecinal al oeste del poblado, y a su orden se lanzaron contra una columna hispana de más de 500 hombres y le hicieron más de 200 bajas en la que sería la primera carga al machete.

Ese fue solo el comienzo de la extraordinaria trayectoria militar de quien sería considerado por renombrados militares extranjeros como el primer guerrillero de América, y que le valieran fuera ascendido a General por Carlos Manuel de Céspedes.

Después vendría el Pacto del Zanjón y el destierro de 17 años afrontando vicisitudes en la pobreza y enfermedades de su familia, pero sin que dejara de pensar en la independencia de Cuba cuando intentó un nuevo estallido junto a Antonio Maceo.

En esas condiciones le escribió Martí en 1892 para integrarlo a la preparación de la Guerra Necesaria: […] Yo ofrezco a usted sin temor a negativa, este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres” y Gómez le responde: “Desde ahora puede Ud. disponer de mis servicios”.

En la nueva contienda reverdecerá su excepcional talento militar y junto con el Titán de Bronce llevará en la invasión la guerra a todo el país para en batallas memorables derrotar a las más selectas tropas colonialistas.

Pero después de la muerte de Martí y Maceo, fue la única máxima figura de la Revolución y tendría que sufrir la intervención yanqui en la guerra y el establecimiento de la neocolonia en 1902, facilitada por la división y la traición del anexionista y primer presidente cubano Tomas Estrada Palma y su grupo.

Al final de la guerra expresó: “La situación pues, que se le ha creado a este pueblo; de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine tan extraña situación, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía.”

Años después cuando Estrada Palma, antes de culminar su período presidencial en 1906, decidió reelegirse de forma fraudulenta el invicto jefe del Ejército Libertador se opuso decididamente.

En junio de 1905 realizó un viaje acompañado de su familia a Santiago de Cuba, pero sobre todo para continuar con su campaña contra la reelección de Estrada Palma.

Fueron tantas las muestras de afecto y cariño del pueblo hacia él, que al recibir numerosos apretones de mano se le infectó una pequeña herida que se generalizó y le causaría la muerte el 17 de junio de 1905, como consecuencia de su campaña cívica de unidad contra el engendro reeleccionista del anexionista Estrada Palma.

Esa fue su última batalla librada por el amor hacia Cuba que mantuvo inalterable desde aquellos lejanos días de octubre de 1868, aunque esta vez la libraría contra los males de la falsa república que solo culminaría con los cambios definitivos de la alborada revolucionaria del primero de enero de 1959.

Tomado de: Agencia Cubana de Noticias

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Por la espada y por la pluma: la Revolución Haitiana y la batalla de ideas

Por Juan Francisco Martínez Peria

La revolución haitiana fue la primera y única revolución de esclavizados triunfante en la historia de la humanidad y la primera independencia de América Latina. En un proceso largo y complejo, miles de africanos y afrodescendientes, liderados inicialmente por Toussaint Louverture y luego por Jean Jacques Dessalines, lograron lo imposible: derrotar a España, Inglaterra y Francia y dar nacimiento a Haití, la primera república negra del mundo, libre de esclavitud, colonialismo y racismo.

Aquel triunfo inaudito de los “condenados de la tierra” generó esperanzas entre los sectores populares y esclavizados del mundo atlántico, que buscaron emularlo llevando adelante múltiples conspiraciones y revueltas en América y el Caribe. Las elites, por su parte, sintieron pánico e intentaron por todos los medios acallar ese mensaje de igualdad y libertad universal. Incluso buscaron borrarlo completamente negándole al proceso haitiano su carácter de genuina revolución, interpretándolo negativamente como una guerra de razas y una masacre de blancos. Bloqueos, asedios y censuras convirtieron a Haití en un estado paria, que sufrió mil vicisitudes desde el momento mismo de su nacimiento. Finalmente lograron su cometido y la revolución terminó siendo silenciada. Y para peor, aquel trágico olvido todavía continúa vigente en el ámbito cultural y académico occidental. De todas las revoluciones de aquella época, la haitiana, a pesar de haber sido la más radical, es la menos recordada y estudiada.

Ahora bien, si la revolución en si misma cayó en el olvido, peor aún fue el destino que sufrieron los intelectuales haitianos de dicho período. En este caso el silencio ha sido casi total. Ciertamente durante los años 1791-1804 no existieron intelectuales propiamente dichos. Hubo sí ideas revolucionarias, ideas sumamente disruptivas enarboladas por Toussaint Louverture, Jean Jacques Dessalines y las propias masas que protagonizaron el proceso. No obstante, los intelectuales surgieron recién después de 1804 al calor del nacimiento del estado haitiano. Ya en la época del gobierno de Jean Jacques Dessalines emergieron dos figuras importantes: Louis Félix Boisrond Tonnerre y Juste Chanlatte. El primero, además de ser el secretario de Dessalines, fue el autor de la declaración de la independencia, un verdadero grito de furia en contra de Francia, que como el propio Boisrond Tonnerre señaló debía ser escrita usando “la piel de un hombre blanco como pergamino, su cráneo como tintero y una bayoneta como pluma”. Asimismo, en 1804 Boisrond Tonnerre publicó Mémoires pour servir à l’histoire d’Haïti, la primera historia de la independencia de Haití, en la cual denunció los crímenes que los amos esclavistas y el imperio francés habían cometido en la isla. Escrita desde el dolor y las ansias de liberación, resultó un trabajo fundante de la literatura política haitiana.

Juste Chanlatte, por su parte, fue un actor clave en este periodo, destacándose como Secretario de Estado de Dessalines (quien fue nombrado Emperador en 1804) y como el principal cerebro detrás de la constitución promulgada en 1805. Carta Magna sumamente radical y anticolonial, que además de reafirmar el fin del racismo y la esclavitud, reconoció la libertad religiosa y el divorcio e instituyó que ningún blanco extranjero podría pisar la isla como amo o como propietario. Asimismo, en su famoso artículo 14, estableció que “todos los haitianos serían identificados como negros”, incluyendo a los alemanes y polacos que habían venido con la expedición napoleónica de 1802 y se habían pasado de bando apoyando la causa independentista. De esa manera, el sustantivo negro perdía su carácter racista para ser entendido como un concepto político que aunaba a todos aquellos que habían sido víctimas de la violencia colonial y racista y que habían luchado en pos de la libertad y la igualdad universal.

El Imperio, sin embargo, tuvo una vida efímera, y en 1806 Dessalines fue asesinado por sectores affranchis (afrancesados, en la jerga de la época) que se oponían a su política revolucionaria de distribución de tierras. El país cayó en una guerra civil y se dividió en dos. En el suroeste se instauró una república presidida por Alexandre Petión, principal opositor de Dessalines y en el norte primero se instituyó una república y en 1811 un reino gobernado por Henri Christophe, histórico lugarteniente de Louverture y Dessalines. A pesar de que ambos líderes le dieron impulso a la educación y a la cultura, Christophe fue quien más se abocó a dicha tarea. Además de crear un sistema público y gratuito de enorme envergadura, fundó editoriales y promovió la emergencia de un círculo de intelectuales a quienes elevó a las altas esferas del reino para que dirigiesen sus destinos y publicasen y difundiesen sus trabajos. Mediante aquella política pretendió continuar la revolución haitiana por la pluma, llevando adelante una batalla cultural en la esfera internacional contra el sistema colonial dominante en el mundo atlántico.

Entre aquellos intelectuales se destacaron Juste Chanlatte, Julien Prevost y Jean Louis Vastey. El primero, quien recibió el título de Conde de Rosiers, escribió una importante obra poética, dramatúrgica y ensayística entre la que se destacó su libro Le Cri de la Nature, un fuerte alegato abolicionista y antirracista. Pero sin dudas el más importante de aquellos intelectuales fue Jean Louis Vastey, quien en 1814 recibió el título de Barón y tuvo una carrera política y literaria meteórica que lo llevo a ser Canciller y el principal funcionario del reino. En sólo seis años Vastey produjo una enjundiosa obra compuesta por once textos, cinco de ellos libros de envergadura, con los cuales pretendió llevar adelante un furibundo ataque en contra no sólo de los enemigos externos e internos de Haití, sino también de los cimientos ideológicos y epistemológicos que sustentaban el orden colonial, racista y esclavista.

En 1814, ante una nueva amenaza imperial de Francia, Vastey publicó su primer libro Le système colonial dévoilé, en el cual presentó una contrahistoria del colonialismo en la isla. Contrahistoria que impugnaba el relato tradicional que celebraba la colonización como un avance de la civilización, mostrando al colonialismo en su verdadera esencia: como un sistema monstruoso, deshumanizante y bárbaro. Con vehemencia denunciaba: “Helo ahí conocido por fin el secreto lleno de horror: El Sistema Colonial, es la Dominación de los Blancos, es la Masacre o la Esclavitud de los Negros.» [1] Una contrahistoria, que develaba las bases racistas y eurocéntricas de las narrativas hegemónicas advirtiendo que: “Los historiadores que escribieron sobre las colonias eran blancos, hasta colonos; entraron en los detalles más pequeños sobre la producción, el clima, la economía rural, pero hicieron lo posible por no develar los crímenes de sus cómplices” y que proponía una historia alternativa construida a partir del testimonio oral de las víctimas del sistema colonial y esclavista. [2]

En 1815, en el marco del recrudecimiento de la guerra civil y debido a la postura negociadora de la república del sur, Vastey publicó Le Cri de la Conscience, libro en el que denunció a Petión como un “francés de alma”, como un colonizado mental que buscaba acercarse a la ex metrópoli ofreciéndole incluso el pago de una indemnización. Pero los ataques externos continuaron: por ello, en 1816 Vastey publicó otra potente obra intitulada Réflexions sur une lettre de Mazères: ex-colon français, adressée à M. J.C.L. Sismonde de Sismondi en el que además de rebatir uno por uno los argumentos racistas postuló una original relectura de la antinomia civilización y barbarie y de la historia universal. Frente al discurso dominante que entendía a Europa como la cúspide de la civilización y como locomotora del progreso, Vastey denunció el carácter bárbaro de aquella supuesta civilización. En su opinión Europa tenía dos caras, una civilizada en lo que hacía a la riqueza y al avance técnico y otra bárbara signada por su trato deshumanizante hacia los pueblos extraeuropeos. En este sentido advirtió lúcidamente que con su expansión Europa, lejos de civilizar a los otros pueblos los barbarizaba, pero más importante aún, se barbarizaba así misma.

Europa estaba además muy lejos de ser la locomotora de la historia ni la única que había hecho aportes valiosos al desarrollo universal. En este sentido, invirtiendo totalmente las narrativas dominantes, postuló que África —aquella región que supuestamente representaba el salvajismo por antonomasia— había sido la verdadera cuna de la civilización y las artes. Aún más, a África le correspondía el mérito de haber expandido inicialmente la civilización pacíficamente, desarrollando a la rústica Europa. Con sarcasmo señalaba: “Los enemigos de África desean convencer (…) que durante 5 mil años (…) África ha estado siempre hundida en la barbarie (…). ¿Acaso se olvidaron que África es la cuna de las ciencias y las artes? (…) África civilizó Europa y es a la raza negra hoy en día esclavizada (…) que los Europeos le deben las ciencias y las artes, incluso el arte de hablar” [3]. Ahora bien, los africanos no sólo estaban en el origen de la historia, sino también a la vanguardia de la misma. La revolución haitiana, protagonizada por africanos y afrodescendientes, lejos de ser una masacre de blancos, había sido un proceso emancipatorio que abría la alamedas de una nueva civilización, genuinamente humanista, alternativa a la falsa civilización enarbolada por Europa.

Al año siguiente Vastey publicó un nuevo libro, Réflexions Politiques sur quelques Ouvrages et Journaux Français Concernant Haïti, con la que continuó la batalla de ideas en la arena internacional. Allí denunció una vez más las apetencias colonizadores de Francia y advirtió lucidamente que siendo incapaz de concretar sus planes militarmente, esta proyectaba hacerlo por la vía diplomática y económica imponiéndole el pago de una indemnización y un tratado de libre comercio favorable a sus intereses. Señaló: “El comercio es el único camino por el cual nuestros enemigos tienen la esperanza de introducirse entre nosotros, corrompernos, desunirnos (…) y finalmente oprimirnos.” [4] En este sentido advirtió tempranamente el peligro del neo-colonialismo económico e insistió que para fortalecer la soberanía nacional era necesario diversificar la producción y promover la industria: “Una nación debe ser capaz de abastecerse de todo lo que necesita. Si depende de los mercados extranjeros para su subsistencia no tiene más la independencia en sus manos” [5]

No obstante, Vastey entendía que sólo sería posible consolidar el proyecto haitiano si su mensaje se expandía universalmente. Preanunciando el tercermundismo señalaba que “500 millones de hombres negros, amarillos y rojos distribuidos por todo el globo, claman de su gran Creador aquellos derechos y privilegios que ustedes le han robado injustamente” [6]. Estaba convencido de que sólo una revolución planetaria que continuase con el legado libertario e igualitario de la revolución haitiana podría poner fin a la falsa civilización europea. Con vehemencia afirmaba: “¿Cómo se abolirá el tráfico de esclavos, la esclavitud, el perjuicio de color? (…) ¿De qué manera se le restaurarán los derechos originales al ser humano, si no es mediante una gran revolución (…) que (…) erradicará todos los prejuicios que se oponen a la felicidad (…) de la humanidad? (…) Quien puede dudar que tal revolución será una fuente de grandes bendiciones a toda la humanidad”. [7]

El reino de Christophe hizo ingentes esfuerzos en este sentido y los textos de Vastey se difundieron ampliamente por el mundo atlántico, generando conciencia entre los sectores críticos y escandalizando a la mayoría de los blancos que se aferraban a sus privilegios coloniales, racistas y esclavistas. No obstante, en 1820 la monarquía se vino abajo. Christophe sufrió una apoplejía y luego una rebelión militar que lo llevó a suicidarse. En ese contexto Vastey fue asesinado. Haití se reunificó bajo la presidencia de Boyer (sucesor de Petión) y se consolidó una elite afrancesada que en 1825 aceptó la imposición de una indemnización millonaria por parte de Francia a cambio de un reconocimiento nominal de la independencia. Así, sus pesadillas se terminaron concretando. La revolución quedó clausurada y para peor su voz fue acallada.

Hoy, sin embargo, en un mundo donde las lógicas coloniales y racistas aún imperan, el mensaje de la revolución y de sus grandes intelectuales como Vastey, continúan vigentes. Recuperar su memoria y su legado, resulta entonces una tarea urgente en aquella batalla de ideas que sigue inconclusa.

Juan Francisco Martínez Peria es Abogado (UBA), magíster en Ciencias Políticas y Sociología (FLACSO), magíster en Historia y doctor en Historia (Universidad Pompeu Fabra). Ex becario posdoctoral Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET). Coordinador del Departamento de Historia del Centro Cultural de la Cooperación (CCC). Docente de la UBA, la UNSAM, el IUNMA, la UNR y la UNVM. Editor del libro El sistema colonial develado, de Jean-Louis Vastey (Ediciones del CCC, 2018).

Notas

[1] Vastey, Jean Louis, El Sistema Colonial Develado, Buenos Aires, Ediciones del CCC, (Edición y estudio preliminar Juan Francisco Martinez Peria), 2018, p. 66.

[2] Vastey, op. cit., p.99.

[3] Vastey, Jean Louis, Réflexions sur une lettre de Mazères: ex-colon français, adressée à M.J.C.L. Sismonde de Sismond, Cap Henry, Chez P. Roux Imprimeur du Roi, 1816, pp. 32 y 47.

[4] Vastey, Jean Louis, Réflexions Politiques sur quelques Ouvrages et Journaux Français Concernant Haïti, pp. 132-133.

[5] Vastey, op. cit., p. 112.

[6] Vastey, Jean Louis, Réflexions sur une lettre de Mazères, p. 14.

[7] Vastey, Jean Louis, Réflexions Politiques sur quelques Ouvrages et Journaux Français Concernant Haïti, p. 26.

Tomado de: Nodo 50

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La carga al machete, método de lucha mambí

Fotograma del filme cubano La primera carga al machete de Manuel Octavio Gómez

Por Jorge Wejebe Cobo @wejebecobo

Aquellos primeros mambises, liderados por Carlos Manuel de Céspedes, se levantaron en La Demajagua el 10 de octubre de 1868, sin reparar en la desproporción frente a las fuerzas de la metrópoli, que llegó a encuadrar 100 mil soldados contra los cuales se alzaron pertrechados esencialmente con el machete utilizado en labores agrícolas.

El ejército español del siglo XIX tenía entre sus tradiciones guerreras la que les venía de los combatientes que diezmaron a las fuerzas invasoras de Napoleón Bonaparte en España (1808-1814), que incluyó ataques sorpresivos contra las columnas en marcha, utilizando esencialmente armas blancas, como las populares navajas e instrumentos de trabajo de los campesinos que nutrieron las filas de los soldados que libraron la contienda por la independencia en esa época.

Pero 60 años después, las tropas hispanas en su papel colonialista en Cuba enfrentaron tácticas de combate parecidas a las aplicadas durante la invasión napoleónica en la península.

A pocos días del alzamiento, el 26 de octubre de 1868 Máximo Gómez, en aquel entonces un joven dominicano de poco más de 30 y veterano de las guerras civiles en su patria, tomó una osada decisión y llevó a unos 40 combatientes armados en su mayoría solo con machetes a esconderse entre la tupida vegetación a ambos lados de la Tienda del Pino de Baire, aproximadamente a un kilómetro al oeste del poblado de igual nombre, para emboscar a una columna enemiga.

Esa fuerza, de 700 efectivos, estaba dirigida por el coronel Demetrio Quirós Weyler y venía de Santiago de Cuba hacia Bayamo. Cuando su vanguardia entró en la emboscada entonces Gómez salió al camino e inició el asalto al machete contra los espantados jinetes que sufrieron gran cantidad de muertos y los que se salvaron huyeron hacia Baire.

Fue así que por primera vez se utilizó la carga al machete contra el ejército colonialista, que tuvo más de 200 bajas al enfrentarse a ese tipo de ataque contra el cual las normas de combate no contaban con una defensa muy efectiva.

Los mambises no tardaron en asimilar e enriquecer las cargas al machete, enseñadas por Gómez, que se convirtieron en una forma de lucha muy utilizada por los cubanos, quienes generalmente iban a las batallas sin armas de fuego o con escasas municiones, lo cual hacía muy difícil los enfrentamientos tradicionales.

Antonio Maceo y su hermano José, Calixto García y otros futuros jefes militares fueron alumnos aventajados de Gómez. Mientras en el Camagüey, el Mayor Ignacio Agramonte organizó la caballería que hizo legendarias las cargas al machete.

El conocido toque a degüello desde entonces se convirtió en el terror de los contingentes españoles, ante lo cual la formación defensiva de los cuadros erizados de bayonetas resultaban incapaces de frenar el avance de la caballería insurrecta.

La carga al machete fue la base de la táctica de combate de los mambises durante las guerras de independencia y significó un ejemplo de la voluntad de lucha y de la creatividad de los cubanos, los cuales enfrentaron con éxito al ejército hispano que fue enviado a miles de kilómetros de su país a defender una causa muy diferente a su época de gloria cuando hizo historia por liberar a su patria del yugo extranjero.

Tomado de: Agencia Cubana de Noticias

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Por esta revolución murieron veinte mil cubanos

Comandante de la Revolución Camilo Cienfuegos (1932-1959)

Por Camilo Cienfuegos

Pueblo de Cuba:

Tan alta y firme como la Sierra Maestra es hoy la vergüenza, la dignidad y el valor del pueblo de Cuba en esta monstruosa concentración frente a este Palacio, hoy revolucionario, del pueblo de Cuba.

Tan alto como el pico invencible del Turquino, es hoy y será siempre el apoyo de este pueblo cubano a la Revolución que se hizo para este pueblo cubano.

Se demuestra esta tarde que no importan las traiciones arteras y cobardes que puedan hacer a este pueblo y a esta Revolución. Que no importa que vengan aviones mercenarios tripulados por criminales de guerra y amparados por intereses poderosos del gobierno norteamericano, porque aquí, porque aquí hay un pueblo que no se deja confundir por los traidores, que hay un pueblo que no le teme a la aviación mercenaria, como no temieron las tropas rebeldes cuando avanzaban a la ofensiva los aviones de la tiranía.

Porque este acto monstruoso confirma la fe inquebrantable del pueblo cubano en este gobierno. Porque sabemos que este pueblo no se dejará confundir por las campañas hechas por los enemigos de la Revolución. Porque el pueblo de Cuba sabe que por cada traidor que surja, se harán nuevas leyes revolucionarias a favor del pueblo.

Porque el pueblo cubano sabe que por cada traidor que surja, habrá mil soldados rebeldes que estén dispuestos a morir defendiendo la libertad y la soberanía que conquistó este pueblo. Porque vemos los carteles y oímos las voces de este pueblo valiente que dice: «¡Adelante, Fidel, que Cuba está contigo!»

Y hoy el Ejército Rebelde, los hombres que cayeron en las montañas, los hombres que no se venden a intereses, que no se atemorizan le dicen: ¡adelante, Fidel! ¡el Ejército Rebelde está contigo!

Esta manifestación de pueblo, estos campesinos, estos obreros, estos estudiantes que hoy vienen a este Palacio, nos dan energías, nos dan las energías suficientes para seguir con la Revolución, para seguir con la Reforma Agraria, que no se detendrá ni ante nadie ni ante nada. Porque hoy se demuestra que lo mismo que supieron morir veinte mil cubanos por lograr esta libertad y esta soberanía, hay un pueblo entero dispuesto a morir si es necesario por no vivir de rodillas.

Porque para detener esta Revolución cubanísima, tiene que morir un pueblo entero y si eso llegara a pasar, sean una realidad los versos de Bonifacio Byrne:

Si deshecha en menudos pedazos

se llega a ver mi bandera algún día,

nuestros muertos, alzando los brazos,

la sabrán defender todavía…

Que no importen los traidores, que no importen todos los enemigos de la Revolución, que no importen todos los intereses que tratan de confundir a un pueblo que no se va a dejar confundir. Porque este pueblo cubano sabe que esta Revolución se ha hecho, que por esta Revolución murieron veinte mil cubanos para terminar con los abusos, para terminar con el hambre, para terminar con toda la agonía que vivió la República de Cuba por más de cincuenta años.

Y no piensen los enemigos de la Revolución que nos vamos a detener; que no piensen los enemigos de la Revolución que este pueblo se va a detener; que no piensen los que envían los aviones que vamos a ponernos de rodillas y que vamos a inclinar nuestras frentes. De rodillas nos pondremos una vez, y una vez inclinaremos nuestras frentes, y será el día que lleguemos a la tierra cubana que guarda veinte mil cubanos, para decirles: ¡Hermanos, la Revolución está hecha, vuestra sangre no salió en balde!

Fragmentos del último discurso pronunciado por Camilo Cienfuegos, el 26 de octubre de 1959. Tomado de Daniela Fernández Falcón (comp.), Camilo Cienfuegos, Colección Vanguardia, Ocean Sur, 2018 y la página del Gobierno municipal de Yaguajay, Sancti Spíritus.

Tomado de: La Tizza

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La emboscada mambisa que salvó la guerra

Fotograma del filme cubano La primera carga al machete (Manuel Octavio Gómez, 1969 )

Por Dariel Pradas

Campesinos y antiguos esclavos de la zona se reunieron en la plaza del poblado de Jiguaní, en el oriente de Cuba. Ellos celebraban excitados sus quince días de rebeldía contra el régimen español, mediante un festín de terneras y lechones. Caía la noche del 25 de octubre de 1868, y nadie imaginaba que dos semanas efusivas se convertirían en una década de cansancio, terror y sangre.

En un caserón de tejas, varios oficiales disfrutaban aquel ánimo inicial. Algunos, como Calixto García, alcanzarían su notoriedad propia en años venideros, pero, de momento, todos se juntaban alrededor de su inexperto jefe Donato Mármol.

Ya a oscuras, este caudillo recibió una carta cuyo remitente había sido Carlos Manuel de Céspedes, el mismo que, con 37 hombres, encabezó días atrás el Grito de Yara y las gestas por la independencia cubana. El mensajero, de más o menos 30 años, saludó y se retiró a un sitio discreto, en espera de una respuesta de Donato, quien, al leer el documento, dijo:

«Para mandones, sobramos» y tras tal argumento, le cayeron a preguntas, ante las cuales explicó: «Nada, Carlos Manuel me manda este hombre, oficial retirado de las reservas dominicanas, para utilizar sus servicios como coronel, y… en verdad, con nosotros hay jefes de sobra».

«Chico, acéptalo», le aconsejó Toñito Milanés, su suegro: «Ya ves lo que dice Céspedes: el hombre sabe, y nosotros de guerra no conocemos ni jota. Deja que nos dirija».

Ante la insistencia del resto de los presentes, aceptó a regañadientes. Conversó un rato con el mensajero y le ordenó:

«La columna del coronel Quirós viene sobre Bayamo y ya está en Baire. Vamos a impedir su avance. Usted va a mandar nuestra vanguardia; escoja 200 hombres y disponga lo necesario».

Y hasta aquí la precuela de un acto esencial para la historia del país. Ahora dos spoilers: el enviado de Céspedes había sido Máximo Gómez y la batalla del día siguiente sería la de Pinos de Baire, la conocida como primera carga al machete del ejército libertador.

El camino marcial

Se estima que Máximo Gómez nació en Santo Domingo, en 1836. Por puro cálculo y sin absoluta certeza, pues nunca se encontró su partida de bautismo.

Por los archivos parroquiales de Baní, y una investigación publicada en 1929 por el fraile español Cipriano de Utrera, se conoce que la estirpe de estratega tenía fuertes raíces peninsulares y marciales: abuelos, bisabuelos y tatarabuelos sevillanos, malagueños y jerezanos, de Bilbao de Guipúzcoa, de Galicia… y además, soldados, sargentos, tenientes y hasta capitanes del rey.

Gómez se unió a ese legado ancestral cuando la invasión haitiana de 1856, liderada por Faustin Souluque. Entonces el joven veinteañero se alistó en el ejército y obtuvo su bautismo de fuego en la batalla de Santomé, el 22 de diciembre de ese mismo año. La caballería de Baní, a la que él pertenecía con el grado de alférez, decidió la victoria de los dominicanos a punta de lanza y machete. Después, más años belicosos terminaron curtiendo la piel del joven con la guerra, hasta que hazañas, derrotas, incendios y matanzas se volvieron habituales para el banilejo.

Al estallar la guerra de anexión de Santo Domingo a España, el ejército dominicano juró banderas a la antigua metrópoli bajo el nombre de Reservas Dominicanas. Máximo Gómez, capitán de caballería en esa época, como todos sus compañeros, también pasó a integrar esas Reservas.

Y como dictaba su deber, luchó para sofocar el estallido revolucionario que provocó aquel proceso anexionista, sobre todo al enfrentarse a las huestes del general insurrecto Pedro Florentino, quien, en un arrebato alcohólico, saqueó e incendió Baní, quemando a sus habitantes vivos y fusilando a más de 30 vecinos.

A la vista del incendio, el capitán Gómez fue al auxilio de su madre y hermanas y, al frente de soldados y lugareños, dispersó a tiros a los asaltantes. Este suceso provocó que, cuando España perdiera la contienda final, los banilejos se convirtieran en refugiados de guerra.

Según el procedimiento, los expatriados debían elegir entre Canarias, Baleares, África o Filipinas para su nuevo hogar. Cuba admitía raras excepciones, pero, eso sí, nunca a personas de raza negra.

Gómez pudo, junto a su madre y hermanas, embarcar en Santiago de Cuba, donde observó las marcas más crueles de la esclavitud. Según el historiador cubano Benigno Souza, en su libro Máximo Gómez, el Generalísimo (1936), en Santo Domingo no hubo nunca un conflicto de razas como el de su francófona colonia vecina, pues el trato en La Española «estaba organizado para la fusión de las dos razas». Nada parecido a la situación de la isla de Cuba, y así lo constató el líder mambí, en un dictado que hizo a Fermín Valdés Domínguez, en Minas de Camasán (expuesto en el mismo libro de Souza):

«Mis negocios de maderas y otros me llevaron a distintos ingenios y, en uno de ellos vi, por primera vez, cuando con un látigo se castigaba, sin compasión, a un pobre negro, atado a un poste, en el batey de la finca y delante de toda la dotación del ingenio. No pude dormir aquella noche y me parecía aquel negro uno de los muchos que aprendí a amar y respetar al lado de mis padres.

«Por mis relaciones con cubanos entré en la conspiración, pero yo fui a la guerra, llevado por aquellos recuerdos, a pelear por la libertad del negro esclavo; luego fue mi unión contra lo que se puede llamar esclavitud blanca, y fundí en mi voluntad las dos ideas y a ellas consagré mi vida; pero, a pesar de los años que han pasado, no puedo olvidar que acepté al principio la revolución para buscar en ella la libertad del negro esclavo».

Gómez permaneció en Santiago hasta que, en una discusión con el gobernador de la ciudad —Juan José Villar—, fue insultado por la embriaguez de este (era apodado La Chupadera). De ahí, el excapitán de las Reservas Dominicanas se mudó con su familia en el ingenio Guanarrabí, de la jurisdicción de Bayamo. Allí, al mezclarse con los paisanos, se juntó además con conspiradores de Céspedes, al punto de comprometerse con Eduardo Bertot Miniet y su grupo de El Dátil.

El 16 de octubre, a unos días del alzamiento, recibe su primer grado en las filas mambisas —sargento—, a pocos meses de la muerte de su madre. Sobre este período, Souza acoge en su libro un comentario de Gómez:

«Para que la Revolución me encontrara más y mejor expedito, acababa de cubrir con el polvo de la tierra los restos mortales de mi anciana madre. Quién sabe, pensé yo, enjugándome las lágrimas, si su espíritu me proteja… y yo, que acababa de enterrarla a ella, me propuse tener otra: La Revolución».

¡Al machete!

Cuando ocurrieron los primeros alzamientos insurrectos, el Capitán General de la Isla, Francisco de Lersundi, ordenó la formación de dos columnas para recuperar Bayamo, la única localidad, aparte de Jiguaní (de mucha menor importancia) en posesión de los mambises.

Era crucial para ambos bandos ocupar la región, por el efecto moral que eso conllevaba. Los españoles no podían permitir que aquello inspirara a otras zonas a rebelarse, mientras que, para los cubanos, Bayamo y Jiguaní constituían los únicos enclaves que habían conquistado satisfactoriamente, debido a que Céspedes había fracasado en Yara, la insurrección en Las Tunas también había fallado, al igual que el ataque a Holguín. Además, las poblaciones costeras se habían mantenido leales a la corona.

Una de las columnas españolas, después de una breve escaramuza en el paso del río Babatuaba, retrocedió a Manzanillo. Pero todavía quedaba la del coronel Demetrio Quirós —veterano de la guerra en Santo Domingo —, formada por dos batallones, una sección de artillería y un total de 700 soldados. Esta dotación ya se hallaba en Baire, a poca distancia de Bayamo.

La orden dada por Donato Mármol a Máximo Gómez consistía en que defendiera Jiguaní; sin embargo, en vez de dirigir el combate en su propio territorio, este sagaz estratega decidió hacerlo cerca de Baire, donde estaba el campamento enemigo.

De madrugada, con su tropa de campesinos sin hábitos militares, vírgenes en el intercambio de balas y sin casi armas de fuego —solo tenían machetes y unos pocos fusiles, trabucos y escopetas— , preparó el recibimiento.

Prefirió sorprender a la columna justo al salir del caserío, que tras varias horas de marcha. Además, el camino de Jiguaní era ideal para una emboscada, por sus grandes recodos y por el bosque tupido que entonces alcanzaba, por ambos lados, hasta los bordes del sendero.

De hecho, escalonó varias emboscadas a lo largo de la Venta del Pino, a un kilómetro de Baire; muy próximas al camino, con hombres acostados en la espesura, a dos zancadas y un machetazo de los cuellos peninsulares. Sus orientaciones fueron claras: «Que nadie se levante, haga fuego y me siga, hasta que yo en persona salte al camino y grite: ¡Al machete!».

No había por todo aquello ni una luz del alba, ni siquiera alguna guerrera de azul de Prusia del conocido «rayadillo» (el uniforme de ultramar empleado por el Ejército Español en Cuba, Puerto Rico y Filipinas). Gómez vigilaba en persona el camino, pero las horas pasaban y las tropas de Quirós seguían sin aparecer. A partir de las once de la mañana, los insurrectos empezaron a enviar dúos de jinetes con el objetivo de disparar a las casas en Baire y luego galopar de vuelta a Jiguaní, y así provocar a los españoles.

Mas Quirós, cauteloso, y con la sospecha de que al perseguirlos pudieran rodearlos por la espalda y tomar su campamento, dejó más de la mitad de sus tropas en el pueblo y envió dos compañías sobre el camino por donde huyeron los exploradores mambises. Por sus propios informantes sabía que los insurrectos se hallaban en Jiguaní. Por supuesto, no contaba con la marcha nocturna del enemigo.

Apenas se distanciaron del pueblo los soldados españoles, fueron emboscados por los insurrectos. Les saltaron de repente desde la espesura, desde atrás, por los flancos de la columna y en varios puntos a la vez. Distraídos, ensimismados, fueron tiroteados a bocajarro y, tras el humo de esos disparos, centenares de mambises aterrizaron sobre ellos a machete limpio.

Las dos compañías fueron aniquiladas. Más de 200 soldados muertos por armas blancas —según el historiador español Antonio Pirala—, con heridas impresionantes de 20 y más centímetros. Algunos pocos pudieron escapar de esa matanza y llegaron al campamento aterrados. Sin pensarlo dos veces, Quirós ordenó la retirada a Santiago de Cuba. Fue perseguido por las tropas principales de Donato Mármol, que no pudieron fustigar lo necesario.

En su reporte al capitán general de Cuba, Quirós escribió:

«Yo mismo he presenciado, Excelentísimo Señor, el terrible momento en que el enemigo, esa sección armada de machetes, salió al camino y atacó con feroz empeño, machete en mano, esas dos compañías… Siete cuartos de hora de ruda pelea al arma banca…», mintió, por supuesto: ni el general estuvo en aquella vanguardia emboscada, ni un combate al arma blanca dura tanto tiempo. Souza explica que este tipo de combates suele durar solo pocos minutos y son, en esencia, morales; «uno de los bandos huye y los bayonetazos y cuchilladas se dan por las espaldas».

Esta batalla alargó la vida útil del alzamiento. La noticia de una columna española, con artillería incluida, siendo derrotada por una panda de campesinos a medio armar, alertó a Lesurdi hasta el punto de suspender las operaciones proyectadas: el Conde de Valmaseda y su columna llegarían por mar a Manzanillo, pero reembarcarían al momento de retorno a Vertientes, en Camagüey.

La recuperación de Bayamo se aplazaría por cuatro meses. En ese tiempo, el efecto moral fue devastador para los peninsulares. Camagüey se sublevó, la emigración cubana en Estados Unidos preparó expediciones y se fraguó una fuerte conciencia independentista. Aquella llama no pudo sofocarse sino diez años después.

Probablemente, —opina Souza— si España, aun después de esa derrota, hubiera atacado Bayamo de inmediato con otras nuevas columnas, la hubiera recuperado en breves días, pero como quedó tan impactada por esa batalla de Pinos de Baire, sobreestimaron la fuerza militar de los insurgentes.

Después de los cuatro meses mencionados, con una columna de 4 000 veteranos, armados hasta los dientes y con piezas de artillería incluidas, Valmaseda marchó sobre Bayamo. Incluso, al atravesar Pinos de Baire y el camino de Jiguaní, lo hizo con perros de busca en sus flancos, atentos a cualquier tentativa de emboscada.

Por su parte, Máximo Gómez adquirió una fama sin precedentes y pronto alcanzaría la cúspide de los jefes mambises. Su grito « ¡Al machete!» quedaría, tras ese 26 de octubre de 1868, plasmado en la historia y la cultura cubanas.

Tomado de: Alma Mater

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La historia del Viejo Benjamin

Walter Bendix Schönflies Benjamin fue un filósofo, crítico literario, traductor y ensayista alemán de origen judío.

Por Lisa Fittko

El 26 de septiembre de 1940 Walter Benjamin se suicidó por sobredosis de morfina en una pensión de Port Bou. Un evidente suicidio inducido. Por eso cabe preguntar: ¿Quién mató a Walter Benjamin? Pro memoria, y por si así es posible saber qué ocurrió con el manuscrito que portaba, cuya salvación le parecía más importante que la de su propia vida. Los testimonios de Lisa Fittko y Henny Gurland permiten reconstruir aquel brutal episodio de la colaboración entre nazis y franquistas. Un episodio del que se han borrado las huellas: en el hermoso cementerio marino de Port Bou la tumba de Benjamin se ha esfumado y en el pueblo nadie recuerda nada, sin que falten algunas frustradas tentativas de la tradicional picaresca española. Un aura de misterio sigue rodeando la muerte de Benjamin en Port Bou, pero puede y debe esclarecerse.

Cumplo, por fin, la promesa de escribir la historia. La gente sigue pidiéndome que describa exactamente la forma en que…

Recuerdo todo lo que pasó, así lo creo. Es decir, recuerdo los hechos. Pero, ¿puedo revivir aquellos días? ¿Es posible retroceder y penetrar en aquellos tiempos en que no había lugar para recordar lo que era la vida normal, aquellos días en que teníamos que adaptarnos al caos y luchar por sobrevivir…?

La distancia de los años –una cuarentena– le ha dado una perspectiva a los acontecimientos, opinan muchos. Me parece, sin embargo, que esta perspectiva con pretensiones de comprensión fácilmente se vuelve una simple visión desde atrás, reformando aquello que… Contra esta trampa, ¿cómo poner en orden mis recuerdos? Y ¿por dónde empezar?

25 de septiembre de 1940

Port-Vendres (Pirineos Orientales), Francia.

*****

Me recuerdo despertándome en la habitación estrecha de bajo techo donde algunas horas antes había ido a dormir. Alguien llamaba a la puerta, pero no era la chica. Me froté los ojos medio cerrados. Se trataba de uno de nuestros amigos: Walter Benjamin, uno de los que huyeron hacia Marsella cuando los alemanes ocuparon Francia. «Viejo Benjamin», solía decir yo refiriéndome a él sin saber exactamente por qué –tenía 48 años–. ¿Qué hacía ahora aquí?

«Respetable señora ‒dijo‒, por favor, acepte mis disculpas por esta molestia». El mundo había quedado trastocado, pensaba yo, pero no la cortesía de Benjamin. «Su señor esposo ‒prosiguió‒, me indicó cómo encontrarla. Me dijo que usted podría conducirme a España a través de la frontera». ¿Qué dijo? Oh bien, sí, mi señor esposo –mi marido– habrá dicho eso. Supondrá que puedo hacerlo, lo que sea.

Benjamin se quedó parado ante la puerta abierta; entre la cama y el pasillo no había sitio para una segunda persona. Le sugerí enseguida que me esperara en el bistrot de la calle del pueblo. Desde el bistrot nos fuimos a dar un paseo, de modo que pudiéramos hablar sin ser escuchados. Le expliqué que, aunque mi marido no lo sabe, desde mi llegada a la zona fronteriza la semana pasada he encontrado un modo seguro de cruzar la frontera. Un día bajé al puerto para hablar con alguno de los obreros portuarios. Uno de ellos me invitó al local del Sindicato donde me pusieron en contacto con el señor Azéma: alcalde de Banyuls-sur-Mer, un pueblo cercano. Era el hombre que, según había oído en Marsella, podría ayudarme a encontrar un camino seguro para aquellos de nuestra familia y amigos que estuvieran dispuestos a pasar al otro lado. Se trataba de un viejo socialista de los que habían ayudado a la República española pasando desesperadamente la frontera con los médicos, medicinas y enfermeros necesarios durante la Guerra Civil española. «Una grata persona, el alcalde Azéma», le comenté a Benjamin. Se había pasado horas conmigo preparando cada detalle. Por desgracia, el famoso camino a través del muro del cementerio de Cerbère estaba cerrado. Había sido un camino absolutamente seguro y gran número de refugiados lo habían usado durante meses, pero ahora estaba fuertemente vigilado por los gardes mobiles. Sin duda por orden de la Comisión Alemana. Según el alcalde, el único punto realmente seguro era «la Route Lister». Ello significaba que tendríamos que cruzar los Pirineos más al oeste, a gran altura, haciendo una gran ascensión.

«Está bien ‒contestó Benjamin‒, será tan largo como seguro. Yo tengo dificultades cardíacas ‒continuó‒, y tendré que ir despacio. También hay dos personas que me acompañan desde Marsella y que necesitan pasar la frontera: la Sra. Gurland y su hijo. ¿Los llevará usted?»

Seguro, seguro. «Pero, Sr. Benjamin, comprenda usted que yo no soy una guía competente en esta región, que no conozco los caminos y que nunca los he recorrido por mi cuenta… Tengo un trozo de papel con unas indicaciones a lápiz, un mapa del camino hecho de memoria donde están descritos algunos de los detalles de las vueltas que hay que dar: una cabaña a la izquierda, una explanada con siete pinos que hay que bordear por la derecha, porque si no saldríamos demasiado al norte, hasta los viñedos que conducen al cerro en este punto a la derecha. ¿Quiere aún correr el riesgo?»

«Sí», dijo sin vacilar. «El riesgo real sería no ir». Dicho sea de paso, recuerdo que éste no era el primer intento de Benjamin para salir de la trampa, imposible de olvidar para cualquiera que conozca los anteriores. La atmósfera apocalíptica de Marsella en 1940 produjo historias absurdas de huidas frustradas: planes sobre barcos fantásticos y capitanes legendarios, visados para países inexistentes en el mapa y pasaportes de países que habían dejado de existir. Uno se acostumbraba a aprender en el Daily Grapevine [boca a oreja] que estos planes quiméricos podrían seguir el destino de un castillo de naipes. Éramos capaces de reírnos –teníamos que reírnos– del lado cómico de algunas de aquellas tragedias. La risa era irresistible cuando el Dr. Fritz Fraenkel ‒de constitución endeble y melena gris‒ y su amigo Walter Benjamin ‒con su cabeza de escolar sensible y ojos pensativos tras las gafas‒ se veían obligados a disfrazarse de marineros franceses para colarse de contrabando en un barco de carga. No llegaban muy lejos.

No obstante, podían continuar intentando huir, por suerte, dado el estado general de confusión.

Intentaríamos ver al alcalde Azéma una vez más, esta vez juntos, de forma que pudiéramos memorizar cada detalle. Avisé a mi cuñada –ella, el niño y yo pensábamos cruzar la frontera e ir a Portugal la semana siguiente– y salí con Benjamin hacia Banyuls.

Aquí tengo un lapsus de memoria. ¿Nos atrevimos a tomar el tren, a pesar de los constantes controles fronterizos? Tuvimos que haber andado 6 u 8 kilómetros desde Port-Vendres por la senda rocosa que ahora me era familiar. Recuerdo haber encontrado al alcalde en su despacho; recuerdo cómo miraba hacia la puerta y repetía sus instrucciones, contestando a nuestras preguntas.

Dos días más tarde, después de que el alcalde nos dibujase el plano de la carretera, nos asomamos a la ventana y Benjamin tomó nota de las direcciones: la explanada de los siete pinos y algunas colinas a las que tendríamos que subir. «Sobre el papel parece un paseo fácil ‒comenté‒, pero me temo que tengamos que atravesar alturas pirenaicas…». Se rió: «Eso es en España, al otro lado de las montañas».

Entonces, el alcalde sugirió dar un paseo aquel atardecer y recorrer la primera parte de la ruta para probar si podíamos encontrar nuestro camino. «Tú subes hasta este claro», dijo señalando el plano. «Luego vuelves y lo verificas conmigo. Pasas la noche en la fonda y mañana por la mañana, a eso de las cinco cuando aún está oscuro y la gente se va hacia sus viñedos, haces otra vez todo el camino hasta la frontera española». Benjamin preguntó por la distancia hasta la explanada. «Menos de una hora… bien, en realidad no más de dos horas. Un bonito paseo». Nos despedimos con un apretón de manos: «Je vous remercie infiniment, Monsieur le Maire», oí decir a Benjamin. Pude escuchar claramente su voz.

Fuimos a ver a sus compañeros, que esperaban en la fonda y les explicamos nuestro plan. Me pareció que cooperarían sin quejarse, contra lo que yo me temía, en una situación tan crítica. Caminamos tranquilamente, como turistas que disfrutan del panorama. Me di cuenta que Benjamin portaba una maleta de grandes dimensiones que había recogido cuando nos paramos en la posada. Parecía pesada y le ofrecí mi ayuda para llevarla. «Es mi nuevo manuscrito», me explicó. «Pero, ¿por qué la trae?». «Comprenda que esta maleta es lo más importante para mí ‒y añadió‒ no puedo arriesgarme a perderla. Es el manuscrito lo que debe ser salvado. Es más importante que yo mismo».

Esta expedición no iba a ser fácil, pensé. Walter Benjamin y sus caminos retorcidos. Justo como es él. Cuando intentaba pasar por marinero en el puerto de Marsella, ¿habría ido con la maleta?

Mejor sería pensar en el camino, me dije a mí misma, e intentar descifrar las indicaciones de Azéma en el pequeño plano. Aquí estaba el cobertizo vacío que el alcalde había mencionado; no nos habíamos perdido… por ahora. Luego encontramos el sendero con una ligera curva hacia la izquierda. Y la gran roca que había descrito. ¡Una explanada! Esa tiene que ser. Lo habíamos conseguido, después de casi tres horas.

Según lo señalado por Azéma, esto significaba sólo la tercera parte del camino. No lo recuerdo como si hubiera sido difícil. Nos sentamos y descansamos un rato. Benjamin se tumbó sobre la hierba y cerró los ojos; yo pensaba que debió haber sido fatigoso para él. Estábamos preparados para emprender el descenso de vuelta, pero él no se levantó. «¿Está listo?», le pregunté. «Estoy bien ‒contestó‒, vosotros tres vais delante».

«¿Y usted?».

«Yo me quedo. Voy a pasar la noche aquí y vosotros os reunís conmigo por la mañana».

Esto era peor de lo que yo esperaba. ¿Qué hacer ahora? Todo lo que podía hacer era razonar con él. La zona era agreste y montañosa, donde podrían aparecer animales peligrosos. Con certeza sabía que allí existían toros salvajes. Estábamos a finales de septiembre y no tenía nada con que cubrirse. En los alrededores merodeaban contrabandistas, y quién sabe lo que podrían hacer con él. No tenía nada que comer ni beber. En cualquier caso, era insano. Respondió que su decisión de pasar la noche en la explanada era irrevocable, al estar basada en un razonamiento muy simple. El objetivo era cruzar la frontera, de modo que ni él ni su manuscrito cayeran en manos de la Gestapo. Había alcanzado la tercera parte de este objetivo. Si tenía que volver al pueblo y repetir mañana todo el camino, su corazón probablemente no lo aguantaría. Ergo, se quedaba.

Me senté otra vez y dije: «Entonces yo también me quedo».

Sonrió. «¿Desea usted defenderme de sus toros salvajes, estimada señora?».

Mi estancia no sería razonable, explicó tranquilamente. Era esencial que hiciera las comprobaciones con Azéma y que descansara esa noche. Sólo entonces sería capaz de guiar a los Gurland antes del amanecer sin errores ni retrasos, para llegar a la frontera. Naturalmente que ya sabía eso. Además, tenía que conseguir algo de pan sin la cartilla de racionamiento, y quizá algunos tomates y sucedáneo de mermelada en el mercado negro para poder caminar durante el día. Supongo que sólo intentaba asustar a Benjamin para que abandonase su idea pero, naturalmente, no funcionó.

Durante el descenso quería concentrarme en el sendero para poder encontrar el camino en la oscuridad de la mañana siguiente. Pero la cabeza se negaba: él no debía quedar sólo allí, es un error… ¿Lo había planeado así durante el camino? ¿O el paseo le había extenuado de tal modo que decidió quedarse sólo una vez que llegamos?  Pero allí estaba la pesada maleta que no había soltado durante todo el camino. ¿Permanecía intacto su instinto de conservación? En caso de peligro, ¿qué le aconsejaría hacer su peculiar forma de razonamiento

Durante el invierno, antes de la capitulación de Francia, mi marido y Benjamin habían estado juntos en uno de los campos donde el Gobierno Francés encarcelaba a los refugiados de la Alemania Nazi. Fue en el Campo de Vernuche, cerca de Nevers. En una de sus conversaciones, Benjamin, fumador empedernido, declaró que había dejado de fumar hacía pocos días. Era angustioso, añadió. «Tiempos duros», le dijo Hans. Observando la incapacidad de Benjamin para «tratar las adversidades superficiales de la vida, que a veces se presentan…» (Walter Benjamin. Cartas 1) –en Vernuche todo eran adversidades– Hans se había acostumbrado a ayudarle en los problemas. Cuando quería demostrarle a Benjamin que en lo que se refiere a tolerar crisis y mantener el equilibrio síquico, la regla fundamental era conseguir satisfacciones evitando las privaciones, Benjamin respondía: «Sólo puedo soportar las condiciones de vida en el campo si me siento obligado a sumergir la mente totalmente en un esfuerzo. Dejar de fumar requiere ese esfuerzo y, por tanto, será lo que me salve».

A la mañana siguiente parecía que todo iba a ir bien. El peligro de ser vistos por la policía o por los guardias fue máximo cuando abandonamos el pueblo y empezamos a subir por la colina. Azéma había insistido: la salida, antes del amanecer; mezclarse con los vendimiadores en la subida; no llevar nada, excepto una ‘musette’; no hablar. De este modo, las patrullas no nos podrían distinguir de los habitantes del pueblo. La señora Gurland y su hijo, a los que había explicado estas normas, las siguieron cuidadosamente y yo no tuve problemas para encontrar el camino.

Cuanto más nos acercábamos a la explanada, mayor era la tensión que sentía. ¿Estaría Benjamin allí? ¿Estará vivo? Mi imaginación comenzó a girar como un calidoscopio.

Por fin. Aquí está la explanada. Aquí está el viejo Benjamin. Vivo. Se levantó y nos miró amistosamente. Entonces me sorprendió su cara, ¿qué había pasado? Esas manchas color púrpura oscuro bajo sus ojos, ¿podrían ser síntomas de un ataque al corazón?

Intuyó por qué lo miraba. Quitándose las gafas y limpiándose la cara con un pañuelo, comentó: «Oh, esto. El rocío de la mañana, ya sabe. Lo que se forma en la montura de las gafas, ¿ve? Se mancha al humedecerse».

Mi corazón cesó de latir en mi garganta, para deslizarse otra vez al lugar que le correspondía.

Desde aquí, el ascenso fue más empinado. Entonces, comenzamos a dudar repetidamente sobre la dirección que debíamos seguir. Me sorprendió que Benjamin fuera capaz de comprender su pequeño mapa y ayudarme a orientarnos para tomar el camino correcto.

La palabra «camino» se volvía a cada paso más simbólica. Se trataba de trechos de una senda difícilmente reconocible entre las piedras, luego el viñedo en pendiente que nunca olvidaré. Pero primero explicaré lo que hacía tan segura esta ruta.

Siguiendo el ascenso inicial, el camino corría paralelo a la bien  conocida carretera «oficial», a lo largo de la cumbre de la cadena montañosa que era realmente transitable. «Nuestra» carretera ‒la «Route Lister» y un viejo, viejo sendero de contrabandistas‒ corría por debajo y, a veces, metido por dentro de barrancos, fuera del campo visual de los guardias de fronteras franceses que patrullaban en lo alto. En algunos puntos, los dos caminos se aproximaban tanto que teníamos que guardar silencio.

Benjamin caminaba despacio y uniformemente. Por intervalos regulares ‒aproximadamente cada 10 minutos‒ se paraba y descansaba durante un minuto. Luego continuaba con el mismo ritmo estudiado. Lo había calculado y preparado durante la noche,  según me confesó: «Con este ritmo seré capaz de llegar hasta el final. Me paro en intervalos  regulares, tengo que pararme antes de caer exhausto. Así no llegues nunca al agotamiento».

¡Qué hombre tan extraño! Una mente clara como el cristal, una gran energía interior.

Walter Benjamin escribió una vez que la naturaleza de esta energía es «la paciencia, no superada por nada» (en Agesilaus Santander). Leyendo esto años más tarde, lo veía otra vez andando lentamente, sereno, a lo largo del camino, y este contraste hacía olvidar algunas de sus absurdidades.

Yo y el hijo de la señora Gurland, José ‒que tenía alrededor de 15 años‒ organizamos turnos para llevar la maleta negra que era terriblemente pesada. Pero ‒repito‒ todos mostrábamos buen humor. A veces, casualmente hablábamos sobre temas que giraban en torno a las necesidades del momento. Pero la mayor parte del tiempo permanecíamos silenciosos, vigilando el camino.

Hoy, cuando Walter Benjamin es considerado uno de los maestros y críticos de nuestro siglo, se me pregunta con frecuencia ¿qué decía sobre el manuscrito? ¿Discutía el contenido? ¿Desarrollaría un nuevo concepto filosófico?

Dios mío, yo tenía suficiente conduciendo mi pequeño grupo hacia arriba; la filosofía quedaba lejos, hasta que alcanzásemos la otra cara de la montaña. ¿Qué importaba ahora, sino salvar a unas  personas de los Nazis? Y aquí estaba yo con este komischer Kauz, ce drôle de type, este curioso excéntrico. Viejo Benjamin: en otras circunstancias no partiría con su equipaje, la maleta negra; pero teníamos que burlar al monstruo a través de las montañas.

Vuelvo a los viñedos en cuesta. No había sendero. Escalamos entre las vides cargadas con las uvas dulces, oscuras y casi  maduras de Banyuls. Yo las recuerdo con una inclinación casi vertical, pero algunas memorias, a veces, distorsionan la geometría. Aquí vaciló Benjamin por primera y última vez. Con más precisión, se esforzó, cedió y formalmente se dio cuenta de que aquella pendiente estaba por encima de sus posibilidades. José y yo lo cogimos entre los dos con sus brazos sobre nuestros hombros y le llevamos ‒a él y la maleta‒ cuesta arriba. Respiraba pesadamente, pero no se quejaba, por lo que veíamos. Sólo de reojo miraba hacia la maleta negra.

Después de los viñedos, hicimos un alto en una estrecha ladera ‒el mismo escenario donde conocimos a nuestros griegos unas semanas más tarde‒. Pero esa es otra historia. El sol estaba lo bastante alto como para calentarnos, de modo que debían haber pasado entre 4 y 5 horas desde que emprendimos la marcha. Probamos algo de la comida que yo había traído en mi musette, pero nadie comió mucho. Nuestros estómagos habían encogido durante los últimos meses ‒primero los campos de concentración, luego el caótico refugio‒ ‘la pagaille’, o el Caos Total. Una nación en marcha, moviéndose hacia el sur; a sus espaldas, pueblos vacíos y ciudades fantasmas, inanimadas, mudas, hasta que el estruendo de los tanques alemanes rompía el silencio. Pero ‒otra vez‒ esa es otra historia, una historia muy larga.

Mientras estábamos parados, pensé que este camino a través de las montañas se había vuelto más largo y difícil de lo que suponíamos por las descripciones del alcalde. Por otro lado, si uno se familiarizaba con el terreno y no tenía que transportar nada, y si  estaba en buena forma, podía recorrerlo en mucho menos tiempo. Como suele pasar con la gente de las montañas, las ideas del señor Azéma sobre la distancia y el tiempo eran elásticas. ¿Cuántas horas eran «unas horas» para él?

Durante los meses de invierno que siguieron, cuando cruzábamos la frontera por este paso dos y hasta tres veces semanalmente, pensaba con frecuencia en la autodisciplina de Benjamin. Pensaba en él cuando la Sra. R. se ponía a gimotear en medio de las montañas: «… no tiene una manzana para mí… quiero una manzana…», y cuando la señorita Mueller tenía un ataque súbito de gritos (yo lo llamaba «acrodementia»), y cuando el Dr. H. valoraba su abrigo de piel por encima de su seguridad (y la nuestra). Otra vez se trata de historias diferentes…

En aquel momento yo estaba sentada sobre los Pirineos, comiendo un trozo de pan obtenido con billetes de racionamiento falsos, y Benjamin pedía tomates: «Con su permiso, ¿puedo…?» El bueno del viejo Benjamin y su ceremoniosa cortesía de castellano.

De repente comprendí que lo que había estado contemplando amodorrada era un esqueleto, blanqueado por el sol. ¿Quizá una cabra? Sobre nosotros, en el cielo azul sureño, dos grandes pájaros negros volaban en círculo. Debían ser buitres. Me pregunto lo que esperan de nosotros… Qué raro, pensé, usualmente no suelo ser tan flemática en lo que respecta a esqueletos y buitres.

Nos levantamos y reanudamos la marcha. Ahora el camino comenzaba a ser razonablemente recto, ascendiendo muy ligeramente. Estaba lleno de baches, y para Benjamin debió ser duro. Después de todo, estaba en marcha desde las siete. Su caminar se hacía más lento y sus pausas más largas, pero siempre en intervalos regulares, observando su reloj. Parecía quedarse absorto cronometrándose a sí mismo.

Luego alcanzamos la cúspide. Yo iba delante y paré para mirar alrededor. La vista se aparecía tan de repente que por un momento me asombró, como un espejismo. Más abajo, de donde veníamos, reaparecía el Mediterráneo. Al otro lado, más allá, acantilados escarpados y, ¿otro mar? Naturalmente, la costa española. Dos mundos azules. A nuestras espaldas, al norte, el Roussillon catalán. Al fondo, lejana, La Côte Vermeille, la tierra otoñal con cientos de sombras color bermellón. Quedé boquiabierta; nunca había visto nada tan hermoso.

Supe que ahora estábamos en España y que, siguiendo el camino,  bajaríamos directos hasta llegar al pueblo. Ahora sabía que tendría que dar la vuelta. Los otros tenían los papeles y visados necesarios, pero yo no podía arriesgarme a ser cazada en suelo español. Pero no, no podía abandonar el grupo a sí mismo, no ahora. Un pequeño trecho… Anotando en un papel los detalles que me devuelve la memoria de esta primera vez que crucé la frontera por la «Route Lister», una imagen nebulosa cubre todo aquello que he pasado estos años. Tres mujeres ‒a dos de ellas las conocía vagamente‒ cruzaron nuestro camino. Confusamente, nos veo allí hablando por un rato. Habían llegado por otro camino y continuaron por separado hacia el lado español. Nuestro encuentro no me sorprendió ni me impresionó particularmente, puesto que muchas personas estaban intentando huir a través de las montañas.

Pasamos cerca de un charco. El agua estaba sucia, verdosa y apestaba. Benjamin se arrodilló para beber.

«No puede beber de ese agua ‒dije‒, está sucia y seguramente contaminada». La botella de agua que yo traía se había vaciado, pero hasta ahora no había mencionado que estuviera sediento. «Debo disculparme ‒dijo Benjamin‒, pero no tengo alternativa. Si no bebo, no seré capaz de continuar hasta el final». Inclinó la cabeza hacia el charco.

«Escúcheme ‒le dije‒. ¿Quiere esperar un momento y atenderme? Casi hemos llegado. Pero beber ese lodo es impensable.  Cogería el tifus…»

«Es verdad, puede ser. Pero comprenda que lo peor que puede ocurrir es que muera de tifus… DESPUÉS DE cruzar la frontera. La Gestapo no podrá atraparme y el manuscrito estará a salvo. Discúlpeme».

Bebió.

El sendero descendía ahora en una suave pendiente. Serían   alrededor de las dos de la tarde, cuando dejamos atrás la pared rocosa y, en el valle, contemplé el pueblo, muy próximo.

Lisa Fittko ayudó a muchos a escapar de la Francia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. La autora de dos memorias sobre Europa en tiempos de guerra, Fittko también es conocida por ayudar al filósofo y crítico alemán Walter Benjamin a salir de Francia para escapar de los nazis en 1940.

Tomado de: El Viejo Topo

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Monumentos sin domicilio fijo

La estatua erigida a Cristóbal Colón, en Barcelona. Foto DW

Por José Steinsleger

Parecería comprensible que en América, África y Europa empiecen a derribarse los bustos, estatuas y monumentos “que honran la memoria de traficantes de esclavos, genocidas y conquistadores que lucharon por la perpetuación de la esclavitud, y otros hombres a quienes en el pasado se consideró merecedores de homenaje público” (editorial de La Jornada, 13/6/20).

Los de Colón encabezan la nómina: cerca de 35 en el mundo, y 15 en España. Incluido el de Sevilla, con forma de huevo (la mayor escultura de bronce del país). Y a pesar de que el nombre oficial suena trascendente (“Nacimiento de un hombre nuevo”), los paseantes del Parque de San Jerónimo, lo llaman como se debe: “monumento al huevo”.

Con cinco monumentos al marino genovés, Estados Unidos y México encabezan la lista, respectivamente. Pero los del centro de Los Ángeles y la CDMX ya no están, ya que fueron retirados en 2018 y 2020. En el primer caso, por motivos de “justicia restauradora”, según el concejal Mitch O’Farrell, líder indígena de Oklahoma e impulsor de una verdadera cruzada contra los símbolos de la conquista española en la Alta California. Y en el segundo el espacio será ocupado por una réplica de la Joven de Amajac, pieza arqueológica recién descubierta en la huasteca veracruzana, en representación de las indígenas.

Sin embargo, será difícil remover el descomunal Faro de Colón de República Dominicana (800 metros de largo, 36.5 de altura), inaugurado el 12 de octubre de 1992, en conmemoración del quinto centenario del “descubrimiento”, y en el país donde, justamente, empezó hace 520 años el genocidio de los pueblos americanos, seguido de la esclavitud de los negros cazados en África por españoles, ingleses, holandeses y portugueses.

La imagen redentora que las derechas cavernícolas de España y América Latina transmiten de la Conquista (“acto emancipador”, según Vargas Llosa y sus mariachis) tiene los años contados. Por ejemplo, la periodista boliviana Verónica Zapata recuerda que en 2011, durante una visita del comandante Hugo Chávez a la Casa Rosada, comentó a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner: “¿Qué hace ahí ese genocida?…Ahí hay que poner un indio”.

Chávez se refería al imponente monumento a Colón (623 toneladas), erigido en 1921 frente a la sede del gobierno argentino. Labrado en Italia en mármol de Carrara, la columna de un solo bloque tiene 38 toneladas y 26 metros de altura. Y en la base, alegorías a la obra de Séneca: “La ciencia”, “El genio”, “El océano”, “La civilización”. En 2013, el monumento fue trasladado a terrenos del Aeroparque de la ciudad, y la comunidad genovesa puso el grito en el cielo.

En el caso de Bolivia (país que en 2009 se refundó como “Estado Plurinacional” durante el gobierno de Evo Morales), Victoria dice que “…resulta insólito que hasta la fecha todavía exista una estatua de Colón en el corazón de su capital política, La Paz, y a cuatro cuadras de la casa de gobierno”.

“En agosto pasado –relata– un grupo de manifestantes indígenas embistió contra la estatua, produciéndole la rotura de la nariz con un martillazo, además de pintar de negro su rostro. Luego le echaron una soga al cuello para poder tumbarla, y abajo sus compañeros tocaban instrumentos de vientos típicos del país, y levantaban las whipalas (bandera multicolor de los pueblos andinos), al grito de ‘¡jalalla!’ (voz quechua-aymara que expresa alegría y esperanza)”.

No obstante, otro tipo de personas reaccionó para evitar el derribamiento, al grito de “indios borrachos”, “indios ignorantes”, “indios incivilizados”, “arresten a esos atrevidos indios”. Los manifestantes fueron presos por la policía, y el alcalde Iván Arias (ex ministro de facto de la golpista Jeanine Áñez), calificó la acción de “delincuencial”.

Aunque más insólita haya sido la decisión del gobierno de Colombia (presidido por el genocida Iván Duque), de adelantar un diálogo con comunidades indígenas y hacer una revisión de los monumentos, desde 1920. De hecho, el Ministerio de Cultura, encabezado por Angélica Mayolo, ya retiró los de Cristóbal Colón y de Isabel La Católica, ubicados en una avenida céntrica de Bogotá.

Los dos ministros anteriores habían calificado de “vandalismo” el derribamiento de varias estatuas a los conquistadores españoles. En Cali, dos veces la de Sebastián de Benalcázar, “en memoria de nuestro cacique Petecuy”, aclaró el movimiento de Autoridades Indígenas del Sur de Occidente. E igual suerte corrió la de Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de Bogotá.

“¿Qué hacer con los monumentos derribados? ¿Dónde ubicarlos? ¿Qué fin darles?”, se pregunta la periodista colombiana Catalina Oquendo. Algunos especialistas proponen trasladarlos a museos, para “debates difíciles de pasados difíciles”. Preguntas de donde surgen otras: “¿cómo los presentamos? ¿Los restauramos por completo o mostramos la marcas de su caída?”

La verdadera historia de nuestros pueblos empieza a tomar forma y color. La historia –dijo un sabio– es la política de ayer. Y la política –respondió otro– es la historia de hoy.

Tomado de: La Jornada

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