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Fidelio Ponce en dos paralelos

Fotograma del documental Las sombras corrosivas de Fidelio Ponce, aún, de Jorge Luis Sánchez (ICAIC, 2000)

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Cada vez está más asumido en las prácticas del cine documental contemporáneo el uso de la puesta en escena como telar arropador de recursos, que —por esa multiplicidad de expresiones artísticas y literarias que le convergen— rompen los límites preestablecidos por las teorías ortodoxas del séptimo arte.

Su realización se resuelve en el arte final, como una suma cartográfica de respuestas semióticas, dispuestas en velados espacios temporales y procesos narrativos, que abruman las clásicas estructuras aristotélicas, hasta el empache de los modos tradicionales de narrar.

Este entramado audiovisual emerge por capas, enlazado en todo el cuerpo del filme por tempos y en curvas climáticas de valor semántico. Es la lógica de un texto que dialoga con un lector cautivo e interesado, dispuesto a interpretar los signos de sus metáforas, la envoltura de sus transiciones.

Pero es también la escritura fílmica de renovados epicentros climáticos, trazados para echar un párrafo con lectores sumidos en los designios de las “nuevas tecnologías”, que aportan, ciertamente, en la construcción de riquezas estilísticas, conceptuales y estéticas.

Aunque —visto desde su lado crítico—, anulan el pensamiento y la voluntad de interpretar reciclados modos de narrar, con empaque de posmodernidad. Obviamente este segundo enunciado, está condicionado por el uso que se le dé a estas herramientas en función de los contenidos edificados.

En las texturas de los documentales modernos se vislumbran elementos teatrales de valor semiótico, de yuxtaposición musical con acentos performativos. Y además, incorporaciones de signos pictóricos resueltos con las brasas de máquinas inteligentes. Son lances audiovisuales que convergen en el montaje por escalas superpuestas, en un escenario mutante que traduce la dialéctica del argumento.

En ese esfuerzo por subrayar los esenciales apuntes que toda obra posee, el realizador se acompaña asimismo de un despliegue iconográfico articulado, dispuesto como un todo y como unidades significantes, emplazadas para que la comprensión del texto fílmico adquiera un valor sustantivo.

Se trata de esperadas incorporaciones de la contemporaneidad para reescribir temáticas de corte histórico y biográfico, como parte de una batería de respuestas ante los desafíos que implica “hacer una obra” con lectores sobreentrenados en videos de corta duración y de frágiles soluciones narrativas.

La interpretación de los actores, la banda sonora, el vestuario o los elementos de utilería que habitan en una locación, son también esenciales recursos de los que el cineasta se apropia para crear una ilusión de lugares, contextos, protagonismos y períodos históricos. Entroncan todos ellos —articulados y emplazados en los nichos de la pantalla— como virtuosos bocetos de interrogaciones, posicionados en valores jerárquicos, requeridos para escenificar y resolver una o muchas representaciones.

En este ejercicio de sumar voluntades y recursos, la evocación y el discurso en tono de monólogo ponderan el punto de vista del autor cinematográfico. El tema del punto de vista, se resuelve también con la apropiación de documentos atesorados en los archivos y la juiciosa investigación, dispuestos como parlamentos que apuntan hacia una humanización de personajes pretéritos con envolturas del presente.

Nuestro dialogo frente a la pieza será, en un primer momento, un nítido soliloquio. Nos dejaremos llevar por las provocaciones de un cineasta que asume el oficio de contar historias, relatos, convertidos en soluciones con sabor a celuloide. Todo ello enlazado en sopesadas jerarquías para caer en los deliciosos planos de la fabulación, una fortaleza de los cúmulos nimbos de la humanidad, que las artes han sabido tomar como propias.

En este tránsito hacia los esenciales puntos que marcan las envolturas de la puesta en escena, cabe significar que se nutre también de los resortes teatrales. Es la era de la apropiación, claramente legitimada, y se avista como un gran trazo modelado en escrituras zigzagueantes o respuestas de probada métrica. Todas estas soluciones, se avistan dispuestas en el recorrido del filme documental hasta su arte final.

Es virtud arrolladora del arte cinematográfico el sumar a los telares de su abanico en construcción toda una gama de posibilidades escénicas que se desdoblan como “nuevas”. Un vasto ejercicio de traducciones narrativas que se asientan en la cartografía del documental, con velados acentos de sellos “únicos”, se buscan materializar en el punto final de la pieza cinematográfica. Resultan en verdad, reinterpretaciones, transfiguraciones de un texto convertido en otro, fruto de muchos reciclados narrativos y argumentales. Sin dudas, son acciones legítimas que renuevan las anquilosadas estructurales del documental.

Cuando se trata de contar un pasado inmediato o tardío en los nichos del celuloide, el realizador se desdobla ante el pacto de construir historias ficcionadas con envoltura de presente, con el ahora mismo. Es su voluntad ponernos en ese pasado como testigos de excepción, situados en un puesto de observante donde somos “anónimos y transparentes”.

En ese escalonado acto de tomar recursos, los decorados se emplazan, protagónicos, con la intencionalidad de narrar las pátinas de lo pretérito, impuesto por las lógicas que exige un lector fílmico, pero no deja de ser otro acuerdo entre creador y espectador.

La luz, cómplice de la escena, trasmuta colores e intensidades para significar los cambios emocionales, los diálogos y las expresiones corporales de los actores. Resulta un instrumento poderoso para la evocación y el discurso diegético. Implica, como protagonista de espacios narrados, que el realizador establezca un sentido cuidado del trabajo con los actores. Frente a las amenazas de una hiperactividad escénica resulta juicioso el uso de la contención, de la arquitectura precisa del actor-personaje, resueltos en este señalado horizonte.

Los dramaturgos —un oficio no exclusivo del teatro— señalan al clímax como un gran velo donde se pondera la visibilidad de la historia. Frente a este algoritmo, le asiste al director cinematográfico, desde sus mejores pilares estéticos y narrativos, establecer la armonía y las dinámicas de los apartados visión y sonido; todo un engranaje de variables para que el ambiente se materialice con el significado esperado.

La atmosfera construida en toda puesta cinematográfica debe ser tomada en cuenta por las posibilidades metafóricas que arropan en los trazos de un calculado ambiente. Este cuadro bien articulado, potencia el diálogo, el discurso en tono de monólogo y las lecturas e interpretaciones que suscita ese espacio coral; resulta, por tanto, un encuadre fílmico de valor significante, donde transitan múltiples identidades y, también, las complejidades sicológicas que todo ser humano dibuja en sus rutas de vida, construidas por las interpelaciones sociales y los conflictos que se nos asoman, predecibles o en un instante de nada.

Fotograma del documental Las sombras corrosivas de Fidelio Ponce, aún, de Jorge Luis Sánchez (ICAIC, 2000)

Este mapa de palabras boceta los signos que habitan en el documental Las sombras corrosivas de Fidelio Ponce, aún (ICAIC, 2000) de Jorge Luis Sánchez. Hacer un inventario de su filmografía, se traduce en avistar una suma de convergencias, de reiteraciones temáticas, de voluntades por retratar al país con las mujeres y los hombres más ilustres de nuestra historia. El abordaje de personajes históricos, desgranados en un abanico de contextos, que no han de ser ubicados en una cerrazón epocal, es un signo de su obra toda.

Buena parte de sus piezas están tejidas con sustantivas crónicas donde pondera y legitima la historia de la nación. No lo resuelve como un cuerpo escenográfico secundario, superpuesto, como telar de fondo. Lo dibuja, como esa columna esencial que nos define, resuelto con el trazado de un archipiélago que exhibe virtuoso, un abanico de identidades.

El estado de gracia con que Jorge Luis Sánchez se enrola en sus filmes está expreso en un texto de su autoría. Y este no es un asunto menor. La pasión se transforma en fuerza y en respuesta ante los desafíos de llenar los escabrosos blancos de una pantalla fílmica.

He terminado mi último documental y disfruté desgarrándome. Con mayor agonía, en el momento de intuir y seleccionar el sentimiento que me impulsó desde la idea hasta la edición. En un especial estado de vigilia y goce que no es concreto, donde ese sentimiento no tiene nada que ver, todavía, con la futura dramaturgia, o el montaje, ni con el estilo. Para sentir la ilusión hermosa de filmar un plano no puedo carecer de esa, escribo aquí con mayor precisión, “necesidad”. No sabría que filmar. Me parece que ese sentimiento está bien cerca de la vida. O del sueño. O del misterio con que suele ser imposible nombrar ciertas cosas[i].

Nos advierte, con esta pátina, sobre las implicaciones del autor cinematográfico en el ejercicio de “hacer desde la nada”, signado por los empeños de fundar palabras fílmicas en un espacio que la cronología de la humanidad ha pintado lleno de historias muchas veces contadas, que moran también en los albores de la soledad.

Amerita, por tanto, construir los cauces y paralelismos que le unen con el personaje dibujado en su documental Las sombras corrosivas… Este ejercicio y sus revelaciones nos insinúan, en parte, las razones que compulsaron a Jorge Luis para emprender este viaje, por la vida y la obra de un artista esencial del arte cubano.

Juan Sánchez, biógrafo del pintor Fidelio Ponce de León (Camagüey, 1895 – La Habana, 1949), resuelve con palabras de acertijos y silogismos, los caminos de los procesos creativos y las mamparas que acecharon al artista.

En este volumen, se nos retrata un creador que sintió las lanzas del desprecio y los arrinconamientos sociales. Sin embargo, frente a las espesuras inmorales, el pintor de Beatas, se apertrechó de la hidalguía como respuesta a su tiempo, dejando para la historia de la nación una obra desmarcada de las ataduras de una imperante corriente, que no daba espacio a los modernos.

Sus cuadros fueron comenzados siempre bajo una gran indecisión temática. Frente a la tela en blanco, en ocasiones empezaba pintando un niño y salía al final un pez, un obispo o un Cristo. Otras veces construía toda una figura complicadísima desde abajo, partiendo de un arabesco subalterno y mínimo que iba ascendiendo hasta organizarse finalmente en el tema definitivo[ii].

Importa, y mucho —para entender la grandeza del pintor— el contexto en que vivió Fidelio Ponce. Se impone hacer un primer trazo de ese periodo, dibujado con destreza narrativa y economía de palabras, por Graziella Pogolotti, ensayista y crítica de arte.

Están muy distantes ya los tiempos en que pintores y críticos se alineaban en un terreno polémico frente a los defensores del denominado arte académico y aún más alejados nos parecen aquellos días en que las exposiciones que escandalizaban a un público burgués, provinciano y conformista tuvieron que buscar refugio en el bufete de un intelectual amigo[iii].

El croquis que nos revela Juan Sánchez sobre este capítulo en la historia de Fidelio, acentúa la mirada de la Pogolotti quien confirma una tesis ampliamente estudiada por los historiadores del arte, cuyas entregas constituyen un poderoso caudal de información y antecedentes claves para un mejor delineado de la evolución del arte cubano en la contemporaneidad y la construcción de las políticas de la cultura cubana en el período revolucionario. No es posible atemperar certezas culturales sin desgranar los equívocos del pasado.

Las tendencias que campeaban en las artes plásticas eran todavía el academicismo español o un neoacademismo de corte italiano. Por entonces —subraya Juan Sánchez— la burguesía local aparecía dividida, a grandes rasgos, en tres sectores, a los cuales poco importaba estimular el desarrollo de una cultura propiamente nacional; nada invertían en obras de arte[iv].

Fotograma del documental Las sombras corrosivas de Fidelio Ponce, aún, de Jorge Luis Sánchez (ICAIC, 2000)

Jorge Luis Sánchez, con Las sombras corrosivas… no se desentiende de este asunto esencial. No es solo de orden cultural, clasista, de confrontación por la legitimación de los espacios de representación y exhibición de los modernos ante la cerrazón de los académicos. Se impone subrayar, que la epidérmica política cultural de la época resultó un campo de florecimiento para el mejor clímax de estos arrinconamientos y confrontaciones.

Al revisar los legajos que reconstruye la cartografía del tema, se advierten sustantivas investigaciones que abordan este capítulo del arte cubano. En ellos, se pondera la edificación de un oficio esencial que jerarquiza signos nacionales, valores identitarios. “Era indispensable —señala Graziella Pogolotti— encontrar el lenguaje idóneo, capaz de expresar de manera sintética un universo extraordinariamente rico”[v].

El despliegue de lo teatral, un recurso poco visto en el cine documental cubano contemporáneo, es un recurrente signo de toda puesta en escena. Adquiere valor significante por esa voluntad del cineasta de narrar, con los resortes de la representación, pasajes pretéritos en espacios imaginados, construidos para dialogar con el espectador audiovisual.

En este ciclo de ideas, se produce, otra vez, el pacto de imaginería y la narración a partir de acentuados despliegues de capitales simbólicos. Toda una batería de respuestas, asumidas como parte de un canal que permite volver a ese pasado en desde las lunetas de nuestro presente.

Desgranar esta zona teórica de Las sombras corrosivas… resulta cardinal para sopesar la legitimidad de la puesta. Jorge Luis Sánchez se hace valer de una gama de actores no profesionales, emplazados frente a una cámara que fotografía a los “testimoniantes que conocieron a Fidelio”. Son las brasas de una ficción bien lograda, pero hay que decirlo, resulta una parábola que emerge del capital documental que reconstruye el puzle de Fidelio Ponce, la ruta sinuosa y enérgica de un artista que templó su pulso por la fuerza de su ingenio.

El director de fotografía de esta puesta, José Manuel Riera, lo resuelve con encuadres indagadores, sobrios, también comedidos, emplazamientos que discurren en un espacio interior de figuraciones, de atiborramientos escénicos y marcados signos de introspección dialógica.

Es la luz un cómplice de ese todo que se apertrecha con las soluciones cromáticas que subrayan la emotividad y el síntoma del distanciamiento. Resulta la conjura de una escena coral, con personajes claramente delineados y construidos, legitimados por el respaldo de una rigurosa investigación.

En esos nichos interiores se representan —en dispares escalas de secuencias, siempre intercaladas— los conflictos que distinguieron esos entrecruzamientos: los cerrados académicos con los florecientes modernos. El gesto grave y encartonado, por una parte, y las palabras intimistas y cómplices por la otra, advierten esos cuadros sociales dispuestos como retratos de diálogos reflexivos. Esta solución escénica acompaña ese capítulo que la historia del arte cubano ha sabido escribir, con apego a un discurso renovado y legítimo.

Con las fortalezas de un andamiaje cinematográfico, se revela una suma de secuencias, de legítimas envolturas y acabados estéticos, que nos traslada a ese espacio temporal que nace de las letras mayúsculas del volumen Fidelio Ponce, de Juan Sánchez, publicado en dos estampaciones por la Editorial Letras Cubanas.

Los abordajes biográficos en una pieza de cine documental no han de estar resueltos con delgadas soluciones narrativas que se traducen en frágiles soluciones interpretativas. Tampoco han de embriagarse en trazos efímeros dispuestos con aperturas estéticas impostadas. La veracidad de las composiciones, contribuyen al dialogo con el lector cinematográfico; es la búsqueda del dialogo que podría ser, también, inverso o de idas y vueltas.

Con el documental Las sombras corrosivas de Fidelio Ponce, aun, su director, Jorge Luis Sánchez, apuesta por narrar el personaje desentendiéndose de la estricta fisonomía del pintor. ¿Acaso este asunto es relevante para legitimar la pieza documental como respuesta fiel a la historia que se quiere contar?

El ejercicio de lo biográfico se imbrica en el tiempo pasado, que transita en el presente del filme, incluso en nuestro presente. No es un juego de palabras que nos posicione como observadores de una puesta cinematográfica. Es la intencionalidad del autor cinematográfico, insinuando que las lecturas que habitan en el filme, podrían estar sucediendo en el ahora mismo, solo que, con otras vestiduras y empaques. Es también una alerta sobre la evolución de la historia y sus amenazas en el presente.

Fotograma del documental Las sombras corrosivas de Fidelio Ponce, aún, de Jorge Luis Sánchez (ICAIC, 2000)

Un paréntesis sobre el tema en cuestión. Las soluciones insulsas de personaje sin contornos, sin sólidos cuerpos que lo engrandezcan, se desvanecen en los campos minados de la memoria. Estas curvaturas se avistan también en los vértices y centros de no pocos documentales cubanos de este siglo, urgidos en producir minutos de pantalla, demandados para llenar una programación, no siempre cultural, de los canales televisivos de la isla.

Entonces, se impone volver a la pieza de análisis. Se produce la magia de lo irreal, se desata el pacto subjetivo de la pantalla que nos arropa. En el documental, Fidelio nos requiere y lo hace también en nuestro presente, en el ahora mismo.

El actor Teherán Aguilar asume ese encargo, bocetando los muchos estadios de un hombre artista, o artista hombre, que transita por el encuadre y por las calles de un país —en ese tiempo pretérito— que no lo supo advertir, y tampoco caló en toda sus dimensiones por sus genialidades y desagarres pictóricos.

En el filme se resuelven las envolturas de un hombre entregado a sus empeños artísticos y a su voluntad de vivir, enfrentado a los conflictos humanos de su época, que son también, estrictamente personales. No es este Fidelio fílmico un hombre marioneta, se viste de principios, de llanas ideas, de reflexiones dibujadas con esa voz en off que nos contornea, aspirando a darle luz a los signos de un “artista errante”. De un cubano que arremeta desde sus cuerdas imperceptibles contra los usurpadores y oportunistas del arte cubano.

Inmerso en su soledad, dibujada con mestizas escrituras cinematográficas, el documental que impregnó Jorge Luis Sánchez, subvierte los cercos del artista para bocetar sus pensamientos, en clave de monólogos donde el espacio temporal destila transfiguraciones. Nos los contornea, deambulando por sus andanzas de artista errante, de hombre que surcaba la muerte y la periferia de su vida.

Sin embargo, un esencial capítulo, el de la creatividad de Fidelio Ponce de León, no está abordado en los nichos del filme documental. Graziella Pogolotti, deja una erguida definición que sirve de punto de partida para este punto de giro del texto.

Toda obra de arte se sustenta en un concepto. No se trata simplemente de lograr una afortunada combinación de línea y colores, sino de expresar, mediante un lenguaje artístico específico una realidad dada,  partir de una determinada concepción del mundo. Esa concepción del mundo se nutre de esa experiencia vivida, de los valores recibidos según la procedencia clasista, del análisis crítico de la propia formación de las lecturas e ideas en una circulación en un momento dado de la tradición cultural —entendida esta en el sentido más amplio del término—, permeado todo ello por una sensibilidad particular. Esta concepción se hace en la constante relación entre vida y obra y se precisa en término pictórico ante la ejecución de cada nueva tela[vi].

Sobre este enfoque, la ensayista e investigadora de la obra de Fidelio Ponce, Carmen Paula Bermúdez, desgrana dos líneas de ideas que ameritan incorporar a este cuerpo de palabras. No las incorporo como un acto significante, más bien como un punto y seguido de esta pieza, que no se resulta, ni pretende serlo, un ensayo exhaustivo de las respuestas cinematográficas de Jorge Luis Sánchez, dibujado en su filme Las sombras corrosivas de Fidelio Ponce, aún.

Aun hoy, inconfesadamente, Fidelio Ponce es para muchos un creador depassé y patético. La «primera culpa» la tiene el artista. Su obra ofrece una misteriosa dinamia entre dos naturalezas: una, evidente, teatral, seductora; otra, disimulada, tímida e inteligente. Una defiende y perpetúa una actitud sentimental, hedonista, hacia la pintura; la otra defiende y perpetúa una actitud mental, conceptualista, frente a la creación. Llamémosle a la que describimos primero naturaleza periférica y a la segunda, naturaleza crítica[vii].

Este abanico de ideas, de Carmen Paula Bermúdez, está secundado por una respuesta, que impacta en el enfoque de la doctora Graziella Pogolotti, que bien vale la pena incorporar al cuerpo de este texto, como parte de una lógica y “cierre del tema”.

Si como dice la doctora Graziella Pogolotti, toda obra se sustenta en un concepto, la obra de Fidelio se asienta en la paradoja, nace de ella y vuelve a ella continuamente. A través de cada uno de sus cuadros descubrimos una tensión entre un universo que quiere presentarse, expandirse, expresarse, y, al mismo tiempo, busca la concentración, la desaparición, el silencio[viii].

A este contrapunteo se impone incorporar el relato de la Pogolotti, una reflexión que forma parte del ya citado texto, que compulsa —esa es mi idea— una mirada más profunda y sustantiva del legado de Ponce.

La pintura, la gran pintura de todos los tiempos, es un reflejo de la realidad, pero no la traduce de modo mecánico o superficial. Descifrar un cuadro implica aprender a leer un lenguaje artístico determinado para entender el mundo conceptual al que nos remite[ix].

Y agrega la doctora Pogolotti, como cierre cromático de sus tesis:

No se pinta por embadurnar una tela, por saborear un color, por deleitarse con un habilidoso juego técnico. Se pinta porque se quiere decir algo. Ya para decir algo, hay que conocer la realidad, que es conocer la vida[x].

Comparto una última línea de ideas que desdobla lo sustantivo del ejercicio creativo en el arte. El propio artista, protagonista de este texto, desabotona sentencias en ese sentido:

“Pintaré de hoy en adelante como me lo indiquen las ideas que residen en mi cerebro a la hora de hacer la obra y trataré de huirle a las academias y académicos como focos de infección”[xi].

El contrapunteo entre académicos y modernos está bosquejado en el celuloide de Las sombras corrosivas de Fidelio Ponce, aún. El set y los decorados del estudio no apisonan los diálogos que se articulan como lecturas claves que impulsan las más enconadas curvas de estas polémicas.

El director del documental, Jorge Luis Sánchez, emplaza al creador de Niños, unas de sus obras más sensitivas, en punto de encuentros de espacio temporales en parlamentos que moldean sólidos cuerpos argumentales. No deja de ser este capítulo del filme una obligada parada, sobre los convulsos conflictos que subvierten el estado social y anímico del pintor.

Un collage de artistas plásticos cubanos, protagonistas de las escalonadas pugnas de este apartado del arte en el país, son presentados con los ardores del retrato. Se entiende como un ejercicio de significaciones, que jerarquiza las dimensiones y los cruces de estos fuelles culturales, en un tempo fundacional de la historia cultural de nación. Toda una suma de voluntades y confrontaciones de una intelectualidad descollante, que gestaba un pensamiento genuinamente cubano. Y también los pilares de la plástica revolucionaria, que referenció los apuntes de esos grandes artistas, que nos dejaron piezas de vastos calados y miradas oníricas.

Las correlaciones fotográficas de sus deambulaciones, la vida y la muerte vista por el pintor como las lucubraciones recicladas e inconclusas, el sentido del arte como bien social, re-descubridor de la naturaleza humana, están dispuestos en otra zona del filme como metáforas, alegorías o introspecciones, donde el actor Teherán Aguilar entrega toda una gama de gestualidades que anticipan los puntos dramáticos de la película.

Representa a un Fidelio errático, ambulante, filosofal, donde la muerte se le asoma con esa velada negritud de ropajes antiguos, acentuados por los cuerpos blancos de sus nítidas formas y respuestas inquisidoras. Se muestran observantes a mujeres con rostros de fustas que acechan una presa, dispuestas a enclaustrarlo en los conjuros del silencio, en ese infinito lugar a donde no se vuelve, tan solo emergemos arropados por la memoria, la evocación tardía y las palabras que le dan cuerpo y forma.

Los nichos citadinos de calles resueltas, con planos cerrados se avistan como puentes cinematográficos. Jorge Luis se afinca con las alegorías de uno de los cuadros más subyugantes del artista, Beatas. Recrea, con el paso hacia otras rutas dramáticas, otra pieza imprescindible como Tuberculosis, sin dudas icónica en su repertorio pictórico.

No quiero pasar por alto un asunto que fundamenta la legitimidad de esta pieza documental. Los testimonios que articula el filme son auténticas escenificaciones, con guiños de contenida teatralidad: las formas en que se presentan a los actores, las diversas posturas y mamparas que le acompañan. Los colores de los vestuarios y las gestualidades que los contornean son parte de ese abanico que busca —y logra— diálogos, que no son fruto de la imaginación del realizador. Parten de los contenidos incluidos en el volumen Fidelio Ponce, de Juan Sánchez, una pieza de valor biográfico resuelto con el pulso de la síntesis ¿No es una eficaz manera de trasladarnos a ese período de nuestra historia, a los tiempos de Fidelio? Mi respuesta es un Sí, categórico.

Fotograma del documental Las sombras corrosivas de Fidelio Ponce, aún, de Jorge Luis Sánchez (ICAIC, 2000)

Y se produce el drama, la fuga de los testimoniantes. Diluidos en sus propias palabras de horizontales formas y sentidas adjetivaciones. Este gesto cinematográfico señala la perdida, el golpe certero y contundente contra el dialogo, emprendido por la opacidad y el impulso que anula la memoria.

Esta secuencia metafórica entraña una esencial lectura: el riesgo de leer nuestro pasado, diluido por escrituras que nos hilvanan y conducen hacia lo impreciso. O peor aún, con los cercos del papel en blanco, siempre dispuesto a recibir emborronadoras palabras de otros calibres, impuesto por las arremetidas de historias encartonadas y ambiguas, ajenas a los designios de la nación.

El único que no desaparece del epílogo de esta cita documental es Fidelio Ponce de León. Se ensancha en los bordes del cuadro cinematográfico, comparte las anchuras de sus palabras, como dardos de luz y analogías, encendidas respuestas de solturas confesionales.

Jorge Luis Sánchez no lo deja solo en esta empresa. Dispone encumbrar su obra con hilos imperceptibles, pero sólidos, para mostrar la opulencia y la luz de sus trazos, la achura y el dominio del silencio, que es la principal voz de sus creaciones, disuelta como monólogos de finas escrituras.

La fuerza de sus discursos, logrado por esa manera tan iconoclasta de pintar, se advierten desde sus desparramos en el suelo. Resultan estás, nítidas señales que insinúan la imposibilidad de saber sobre los rumbos que tomarán los primeros brochazos de sus pinceles, que gritan como látigos amotinados.

Esta metáfora la suscribió Jorge Mañach como una señal inequívoca:

“Hacía falta sacudir, agitar, incitar a la creación, romper moldes ya agotados, ponerle de frente el arte académico que se había apoltronado en las más zonzas rutinas, un arte audaz, inventivo”[xii].

Este enriquecido enfoque lo secunda una mirada crítica que Fidelio Ponce nos reserva, como parte de sus discursos arrolladores:

El precio para la inmensa mayoría de nosotros, de poder comer, es por regla general el adocenamiento, la claudicación. Tenemos que pintar cromos bonitos o esculpir estatuas de pisapapel si queremos que nos incluyan en la categoría de genios tropicales. Para nosotros la única puerta de la inmortalidad es la muerte.[xiii]

El genio Fidelio Ponce de León muere en La Habana, con 54 años de edad, soportando los embates de una tupida tuberculosis que le agrietó la vida y el tiempo, de ese tiempo, siempre exigido, que le permitiera poblar sus apuntes pictóricos de historias y evocaciones.

Su vida se difuminó, hasta el último signo, materializado por sus líneas y coloraciones al:

“… exigir del espectador una postura atenta, inteligente, ante la imagen pictórica. Consciente, seguramente, de su temperamento neo-hispánico invitaba a que lo mirasen «de la piel para dentro». No se quitará el sombrero ni ante el conocimiento dogmático de la Academia, ni ante la Tradición, entendida como cuerpo fósil, ni ante los sobresaltos de la Moda. Todo lo huele, lo escruta, lo interroga, antes de la necesaria consunción”[xiv].

[i] Sánchez, Jorge Luis. Pedazos de mí. En revista Cine Cubano, no 148, pp. 60.

[ii] Sánchez, Juan. Fidelio Ponce. Editorial Letras Cubanas. Ciudad de La Habana, Cuba, 1985, pp. 88.

[iii] Pogolotti, Graziella. El camino de los maestros. En Oficio de leer. Editorial Letras Cubanas. Ciudad de La Habana, Cuba, 1983, pp. 59.

[iv] Sánchez, Juan., Ob,cit., pp. 30.

[v] Pogolotti, Graziella., Ob,cit., pp. 63.

[vi] Ibídem, pp. 62.

[vii] Bermúdez, Carmen Paula. La celosía (Miradas a la pintura de Fidelio Ponce). Casa Editora Abril. La Habana, 1996, pp. 9

[viii] Ibídem, pp. 9.

[ix] Pogolotti, Graziella., Ob,cit., pp. 68.

[x] Ibídem, pp. 70.

[xi] J.M. Chacón y Calvo, Catálogo del Salón Ponce, Círculo de Bellas Artes, 1944.

[xii] Mañach, Jorge. Revista Bohemia, febrero de 1943.

[xiii] Sánchez, Juan., Ob,cit., pp. 109.

[xiv] Bermúdez, Carmen Paula. Ob,cit., pp. 23.

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Homenaje a personalidades fallecidas en el año 2020 (I), en la Sala Charlot

Fernando Pino Solanas, cineasta argentino (1936-2020) entre los homenajeados de esta primera muestra

IN MEMORIAM: HOMENAJE A PERSONALIDADES FALLECIDAS EN EL AÑO 2020 (I)

 Del 18 al 28 de noviembre, en la Sala Charlot del Cine Charles Chaplin

Jueves 18

2:30 p.m.: HAY QUE EDUCAR A NINÍ

5:00 p.m.: LA PASIÓN DE ANNA

Viernes 19

2:30  p.m.: SUR

5:00  p.m.: MI DULCE PUEBLECITO

Sábado 20

2:30 p.m.: ACORRALADO

5:00 p.m.: ÁFRICA MÍA

Domingo 21

2:30 p.m.: JOSÉ MARTÍ, EL OJO DEL CANARIO / DONDE HABITA EL CORAZÓN

5:00  p.m.: LA LENGUA DE LAS MARIPOSAS

Miércoles 24

2:30 p.m.: EL ÍDOLO DE BARRO

5:00  p.m.: GOLDFINGER

Jueves 25

2:30 p.m.: MUERTE DE UN CICLISTA

5:00 p.m.: DULCE PÁJARO DE JUVENTUD

Viernes 26

2:30 p.m.: EL MARIACHI DESCONOCIDO (TIN-TAN EN LA HABANA)

5:00  p.m.: TODO SOBRE MI MADRE

Sábado 27

2:30 p.m.: LA TAREA PROHIBIDA

5:00 p.m.: CARROZAS DE FUEGO

Domingo 28

2:30 p.m.: LÁGRIMAS DE UNA MADRE

5:00 p.m.: SIERRA PROHIBIDA

Silvia Legrand 93), actriz argentina (n. 1927)

HAY QUE EDUCAR A NINÍ / Luis César Amadori (95’) Argentina, 1940 / Niní Marshall,  Francisco Alvarez, Pablo Palitos, Nuri Montsé, Héctor Méndez, Héctor Calcaño, Mecha López, Mirtha Legrand, Silvia Legrand. Blanco y Negro. Una joven extra de cine se hace pasar por la hija de un financista, a instancias de un abogado. Se interna como alumna en un colegio de “niñas” donde hará todo tipo de travesuras. Simpática cinta con la comediante Nini Marshall en insuperable forma. Atentos a breves escenas donde aparecen las hermanas Legrand.

Max von Sydow (90), actor suecofrancés (n. 1929)

LA PASIÓN DE ANNA / Passion, En / Ingmar Bergman (101’) Suecia, 1969 / s.t. españoles / Max von Sydow, Liv Ullmann, Bibi Andersson, Erland Josephson.  Colores. El protagonista de este filme tiene 48 años y vive solo en una apartada cabaña situada en una isla. Intenta ocultarse del exterior por problemas legales y un matrimonio fallido, y su casa se ha convertido en una prisión. Un día conoce a una hermosa mujer, a quien ha abandonado su esposo…Uno de los filmes más celebrados de Bergman, donde el prestigioso cineasta en cierto modo supera su obsesión espiritual para centrarse en la que ahora sería máxima preocupación de su obra: la incomunicación humana. Por segunda vez Bergman emplea el color, con una fotografía a cargo de su inseparable Sven Nykvist. Premio de la Sociedad Nacional de Críticos de Estados Unidos al mejor director.

Fernando Ezequiel Solanas, “Pino” (84), cineasta argentino (n. 1936)

 SUR / Fernando Solanas (122’) Argentina-Francia, 1987 / Susú Pecoraro, Miguel Ángel Solá, Philippe Leotard, Lito Cruz, Ulises Dumont. Colores. El Sur como una pulsión, como una pasión, como una afección, como una canción, como un tango melancólico recordado a la distancia. El sur como la política viva, como la lucha candente, como un proyecto inconcluso. “Sur” como la historia de Julián que sale de la cárcel, después de caída la dictadura y va en busca de Rosa, que lo ha estado esperando pacientemente todos estos años. En su camino de regreso, en esta noche trágica  y eterna del regreso, Julián se ha de encontrar con antiguos compañeros de lucha, vivos y muertos, que lo ayudarán a reescribir la historia de los años de plomo de la Argentina. Estreno en Cinemateca.

Jiri Menzel (82), actor, director y guionista checo (n. 1938)

MI DULCE PUEBLECITO / Verničko má středisková / Jiří Menzel (98’) Checoslovaquia, 1986 / s.t. españoles / János Bán, Marian Labuda, Rudolf Hrušínský, Petr Cepek. Colores. Los habitantes de Krekovice, un pueblo cercano a Praga, viven en régimen de cooperativa, siguiendo el modelo soviético. Por este motivo, todos son responsables de Otik, un joven retrasado que vive solo. La cooperativa decide que Otik trabaje como ayudante de Pávek, un camionero. Pero, tras una larga temporada, Pávek decide prescindir de él, pues es demasiado despistado y sólo le crea problemas. Así que otro vecino del pueblo tendrá que admitir al joven como ayudante. Pero surge un problema nuevo: alguien está intentado apropiarse de la casa de Otik sin que éste se dé cuenta… Nominada al Oscar a la mejor película extranjera; Premio del Jurado en el festival de Montréal.

Brian Dennehy (81), actor estadounidense (n. 1938)

ACORRALADO / First Blood / Ted Kotcheff (97’) EE.UU., 1982 / s.t. españoles / Sylvester Stallone, Richard Crenna, Brian Dennehy, David Caruso. Colores. Cuando John Rambo, un veterano de la guerra de Vietnam, va a visitar a un viejo compañero de armas y se entera de que ha muerto. Pocos días después, la policía de la zona lo detiene por vagabundo y se ensaña con él. Entonces reaciona violentamente…Primera parte de la serie del personaje de Rambo, basada en la novela de David Morrell. Estreno en Cinemateca.

Kurt Luedke (80), guionista estadounidense (n. 1939)

ÁFRICA MÍA / Out of Africa / Sydney Pollack (161’) EE.UU., 1985 / s.t. españoles / Meryl Streep, Robert Redford, Klaus Maria Brandauer, Michael Kitchen. Colores. Excelente historia romántica ambientada en África y basada en la vida de Karen Blixen —más tarde convertida en la escritora Isak Dinesen—, quien viajó de Dinamarca a Nairobi y se enamoró perdidamente de un aventurero e idealista cazador británico.  Destacadas interpretaciones de Streep y Brandauer, suntuosa fotografía de David Watkin, guion de Kurt Luedke e inolvidable partitura de John Barry. Un filme que capta la esencia de su época y lugar sin falsos pintoresquismos. Ganó siete premios Oscar, entre ellos uno para Pollack, como productor de la mejor película del año y otro para el guionista Kurt Luedke, quien sintetizó cinco libros en su guion.

Broselianda Hernández (56), actriz cubana de teatro, TV  y cine (N. 1964)

JOSÉ MARTÍ, EL OJO DEL CANARIO / Fernando Pérez (120’) Cuba, 2010 / Rolando Brito, Broselianda Hernández, Damián Antonio Rodríguez, Daniel Romero Pildaín, Manuel Porto, Aramis Delgado. Colores. Martí, entre los 9 y los 17: los únicos años en que conoció de cerca a su patria y en los que aprendió a amarla y entenderla, para hacer la magna obra que le tomó el resto de su vida. No es una biografía: es un itinerario espiritual. Guión del director; fotografía de Raúl Pérez Ureta; montaje de Julia Yip; música de Edesio Alejandro; producción de Rafael Rey; dirección artística y escenografía de Erick Grass.

Carlos León (67) director de cine cubano (n. 1953)

 DONDE HABITA EL CORAZÓN / Carlos León (35’) Cuba, 2007 / Documental. Colores. Vicente Feliú, raigal trovador cubano, motivado por cierto encuentro, decide reflexionar sobre su vida y su obra. Con la participación de Vicente Feliú, Frank Fernández, Silvio Rodríguez, Lázaro García, Augusto Blanca, Santiago Feliú, Luz de los Angeles Cabrera, Aurora Hernández, Juan Moreira.

José Luis Cuerda (72), director, guionista y productor español (n. 1947)

LA LENGUA DE LAS MARIPOSAS / José Luis Cuerda (97’) España, 1999 / Fernando Fernán-Gómez, Manuel Lozano, Uxia Blanco, Gonzalo Uriarte. Colores. Es 1936. En un pequeño pueblo gallego, Moncho, un niño de 8 años, se incorpora a la escuela tras una larga enfermedad. A partir de ese momento comienza su aprendizaje del saber y de la vida de la mano de su amigo Roque y de su peculiar maestro, que les inculca conocimientos tan variados como el origen de las papas o la necesidad de que las lenguas de las mariposas tengan forma de espiral. Todo, de pronto, cambiará…Basada en una novela de Manuel Rivas; su adaptación ganará un premio Goya. Excelente.

Kirk Douglas (103), actor y productor estadounidense (n. 1916)

EL ÍDOLO DE BARRO / Champion / Mark Robson (95’) EE.UU., 1949 / s.t. españoles / Kirk Douglas, Marilyn Maxwell, Arthur Kennedy, Ruth Roman. Blanco y Negro. Midge Kelly y su hermano se dirigen a California sin un centavo, y por el camino Midge se anima a participar en una pelea de boxeo en la que recibe una gran paliza. Sin embargo, un manager que observa la pelea presiente que el joven tiene talento. Los hermanos encuentran trabajo en el café de Lew y su hija Emma. Cuando Midge y la chica se hacen novios, Lew les obliga a casarse. Después de la boda, Midge viaja a California y poco a poco asciende al estrellato del deporte profesional…Muy interesante filme, premiado con el Oscar a la mejor edición y receptor de otras 5 candidaturas.

Sean Connery (90), actor y productor escocés (n. 1930)

Honor Blackman (94) actriz británica (n. 1925)

GOLDFINGER / Guy Hamilton (110’) Reino Unido, 1964 / s.t. españoles / Sean Connery, Honor Blackman, Gert Fröbe, Shirley Eaton. Colores. El agente británico 007 se deberá ver las caras con un emblemático malvado, Auric Goldfinger, quien está fascinado por el oro y planea nada menos que robar las reservas de oro del gobierno estadounidense, y así desestabilizar toda la economía mundial. La hermosa rival de James Bond será Pussy Galore. Ganó un Oscar a los mejores efectos de sonido.

Lucía Bosé (89), actriz italiana residente en España (n. 1931)

MUERTE DE UN CICLISTA / Juan Antonio Bardem (81’) España-Italia, 1955 / Alberto Closas, Lucía Bosé, Carlos Casaravila, Alicia Romay. Blanco y Negro. “Uno de los grandes clásicos del cine español y uno de los títulos que fue dando a conocer la cinematografía ibérica en el exterior… Su tema es la concientización de un adúltero profesor universitario ante el advenimiento de una nueva generación, sana, solidaria y desprejuiciada” (Carlos Aguilar).

Shirley Knight (83), actriz norteamericana de cine, teatro y televisión (n. 1936)

DULCE PÁJARO DE JUVENTUD / Sweet Bird of Youth / Richard Brooks (120’) EE.UU., 1962 / s.t. españoles / Paul Newman, Geraldine Page, Shirley Knight, Ed Begley, Rip Torn. Colores. El director Richard Brooks adaptó esta conocida pieza  de Tennessee Williams, estrenada en Broadway, en la que Newman, Page, Sherwood y Torn repetirán sus personajes de la escena, pero la censura de la época obligará al realizador a hacer dos cambios importantes en el argumento, uno de ellos referido al desenlace de la historia. Como es habitual en las obras de Williams, la acción tiene lugar en un pueblo del sur. Allí llega un joven ambicioso, Chance Wayne, acompañado de una madura actriz alcohólica. Pronto el protagonista se entera que su joven prometida, hija del poderoso cacique local, va a casarse con otro hombre, y recibirá claras amenazas para que se marche cuanto antes del lugar… Ed Begley será elegido para el Oscar como mejor intérprete de reparto, y Page y Knight serán candidatas a la estatuilla.

Rosita Fornés (97), vedette y actriz cubana (n. 1923)

EL MARIACHI DESCONOCIDO (TIN-TAN EN LA HABANA) / Gilberto Martínez Solares (95’) México, 1953 / Germán Valdés Tin-Tan, Rosa de Castilla, Rosita Fornés, Gloria Mange. Blanco y Negro. Agustín está en Jalisco con su novia Lupita. Allí se entusiasma con Yolanda, que ha llegado para poner la carpa de su nombre con Manuel. Éste corteja a Lupita, y unos golpes en la cabeza hacen que Agustín olvide o recuerde a Lupita. Ambos van a la capital, donde Lupita canta en la carpa Yolanda. Agustín besa a una gringa y con ésta va  a La Habana, allí huye de unos policías y conoce en el cabaret Tropicana a la vedette Rosita Fornés…

Rosa Maria Sardá (79), actriz española (n. 1941)

TODO SOBRE MI MADRE / Pedro Almodóvar (90’) España-Francia, 1999 / Cecilia Roth, Marisa Paredes, Penélope Cruz, Candela Peña, Antonia San Juan, Rosa Ma. Sardá, Fernando Fernán Gómez. Colores. La historia de una mujer, Manuela, que pierde a su hijo en un accidente y a quien ocultó la identidad de su padre transexual. Ella viaja a Barcelona y emprende así un retorno a su doloroso pasado, intenta encontrar al padre de su hijo para narrarle lo sucedido, y se encuentra con otras mujeres que también han vivido historias trágicas… El filme más celebrado y premiado en la carrera de Almodóvar, ganador de docenas de premios dentro y fuera de España, entre ellos el premio al mejor director en Cannes, el premio FIPRESCI a la mejor película de 1999 y el Oscar al mejor filme extranjero.

Jaime Humberto Hermosillo (77), cineasta mexicano (n. 1942)

LA TAREA PROHIBIDA / Jaime Humberto Hermosillo (80’) México, 1992 / María Rojo, Esteban Soberanes, Julián Pastor. Colores. Un joven estudiante invita a una pareja de actores para que le ayuden en un ejercicio cinematográfico escolar. Tiene que hacer una película sin cortes ni edición, así que pone su cámara fija. Una de las actrices entra en su set –la azotea de su departamento-: la sensual Virginia, de quien Santiago está enamorado. Mientras discute con ella lo que va a ser su escena, el otro actor espera. Imperceptiblemente, el realizador Hermosillo juega en el terreno de la realidad y la vida imaginaria. Estreno en Cinemateca.

Ian Holm (88), actor británico (n. 1931)

CARROZAS DE FUEGO / Chariots of Fire / Hugh Hudson (123’) Reino Unido, 1981 / s.t. españoles / Ben Cross, Ian Charleson, Nigel Havers, Nick Farrell, Alice Krige, Cheryl Campbell, Ian Holm, John Gielgud. Colores. Extraordinario filme, debut del realizador Hudson y basado en hechos reales, acerca de la rivalidad de dos corredores durante las pruebas de atletismo de los juegos olímpicos de 1924, el escocés Eric Liddell y un estudiante judío de Cambridge nombrado Harold Abrahams. La cinta ganó múltiples distinciones, entre ellas cuatro premios Oscar en las categorías de mejor largometraje del año, mejor guion (Colin Welland), vestuario (Milena Canonero) y partitura (Vangelis).

Olivia de Havilland (104), actriz estadounidense (n. 1916)

LÁGRIMAS DE UNA MADRE / To Each His Own / Mitchell Leisen (122’) EE.UU., 1946 / s.t. españoles / Olivia de Havilland, Mary Anderson, Roland Culver, Virginia Welles. Blanco y Negro. Durante la Primera Guerra Mundial, una joven inglesa pasa una noche con un valiente soldado de infantería y queda embarazada. El soldado muere antes de que puedan casarse, y la joven, para evitar un escándalo, entrega su hijo a otra persona, aunque permanece siempre cerca de él. Olivia de Havilland ganó el Oscar a la mejor actriz con este filme.

John Saxon (83), actor norteamericano (n. 1936)

SIERRA PROHIBIDA / The Appaloosa / Sidney J. Furie (94’) EE.UU., 1966 / s.t. españoles / Marlon Brando, Anjanette Comer, John Saxon, Emilio Fernández. Colores. Western situado en 1870, en un pueblo llamado Ojo Prieto, situado en la frontera entre Estados Unidos y México. Al lugar llega un vaquero, tras participar en la Guerra Civil, con la intención de reencontrarse con su familia y vivir en paz. Pero un violento bandido mexicano le humilla y le roba su valioso caballo indio appaloosa,  y el vaquero se dispone a recuperarlo a cualquier precio… Un filme bien rodado, de dinámico montaje, buenas actuaciones y excelente fotografía, a cargo de Russell Metty. Basado en la novela de Robert MacLeod.

La Cinemateca de Cuba es una institución cultural, creada en 1960, con el propósito fundamental de garantizar la protección indefinida del patrimonio cinematográfico nacional y de contribuir al desarrollo cultural cinematográfico del público. Persigue estos objetivos mediante la localización, adquisición, conservación, restauración, catalogación y exhibición de películas de interés artístico, técnico, social, histórico, político o cultural, así como toda documentación sobre la historia y desarrollo del cine nacional y mundial.  

Como en todo museo, las actividades de la Cinemateca, por su naturaleza, requieren un ambiente de concentración, por lo que se exigirá el mayor orden y se tomarán las medidas necesarias para evitar que se distraiga la atención del público durante las exhibiciones. Entre estas, se solicita que los espectadores que posean teléfonos celulares los desconecten.

La Cinemateca cierra sus puertas los lunes y martes. En estos momentos hay una función diaria para adultos de miércoles a domingos a las 5:00 p.m. y funciones de la Cinemateca Infantil y Juvenil los sábados y domingos a la 1:00 p.m. en nuestra sede, la Sala 23 y 12, así como dos funciones diarias (2:30 y 5:00 p.m.) de miércoles a domingos en la Sala Charlot del cine Charles Chaplin. Salvo indicar lo contrario, la entrada no requiere de pase o invitación alguna, y se efectuará mediante el pago en taquilla, que estará abierta 30 minutos antes de cada función y cerrará 5 minutos antes. Una vez comenzada la proyección no se permitirá el acceso a la sala, que el público debe abandonar una vez terminada la función para la tanda siguiente. La Cinemateca se reserva el derecho de alterar los programas u horarios en caso de necesidad.

Programación y Notas: Antonio Mazón Robau

Cinemateca de Cuba

Calle 11 No. 806, entre 2 y 4, Vedado, La Habana, Cuba. Tel. (53) 7838-0009 / e-mail: cinemateca@icaic.cu Twitter: @CinematecaCuba

Miembro de la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF) y de la Coordinadora Latinoamericana de Archivos de Imágenes en Movimiento (CLAIM).

Cine Chaplin, Sala Charlot, Calle 23 e/10 y 12, Vedado. Tlf. 7831-1101

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V Encuentro de la Crítica Cinematográfica

Los días 11 y 12 de noviembre se desarrollará durante la mañana y hasta el mediodía las sesiones del V Encuentro de la Crítica Cinematográfica, auspiciados por la Cinemateca de Cuba, el ICAIC y la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica.

Lugar: Sala Saúl Yelín, Casa del  Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de la Habana

Cada sesión desde las 9:00 a.m.

Jueves 11 de noviembre.

Del amor desesperado (al cine)

Ponente: Luciano Castillo Rodríguez

Cuba: cine nacional y cuerpo audiovisual de la nación

Ponente: Juan Antonio García Borrero

Cuadros en movimiento en el cine documental. Cuando el séptimo arte acoge a la pintura

Ponente: Daniel Céspedes Góngora

Negrometrajes. La imagen del negro en el cine cubano de los 70

Ponente: Raydel Araoz

Sociología de la imagen

Ponente: Mayté Madruga Hernández

El cine ensayo: un espacio de libertad e imágenes líquidas

Ponente: Antonio Enrique González Rojas

Viernes 12 de noviembre

Miradas de género en los estudios fílmicos     

Ponente: Astrid Santana Fernández de Castro

La dirección de arte en teoría. Modelo para su análisis crítico

Ponente: Berta Carricarte Melgarez

La filosofía como sustrato ideológico de filmes representativos     

Ponente: Ronald Antonio Ramírez Castellanos

Los estudios sobre cine: definición, estado actual y perspectivas futuras para Cuba

Ponente: Carlos Lloga Sanz

Cine Chaplin, 5:00 pm La caja negra Dir: Enrique Álvarez

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“Esa es la vida Octavio”, homenaje a un nombre imprescindible del cine cubano

Patricio Wood, actor y realizador cubano

Por Doris Calderón Terry

“Esa es la vida Octavio” constituye el sentido homenaje que el  reconocido actor y director Patricio Wood le hace a un nombre imprescindible en la historia del cine cubano: Octavio Cortázar, un intelectual de la segunda mitad del siglo pasado, que encontró en ese “arte maravilloso que es el cine” una de sus grandes pasiones en la vida.

Realizador de algunas ediciones del Noticiero ICAIC Latinoamericano, fundador del ICAIC y de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, director de la Casa Productora de Documentales Hurón Azul, de la UNEAC, y autor de una treintena de filmes afloran en una larga lista de notables resultados.

El documental se propone revelar el devenir de su protagonista desde el surgimiento de su vocación, su formación y su desarrollo profesional, durante casi 60 años de vida en el arte audiovisual.

La producción ganadora de la 2da convocatoria del Fondo de Fomento del Cine Cubano, en esa categoría, apoyo sin el cual no habría sido posible la realización de este sueño convertido en realidad.

¿Qué esencias sobre Octavio Cortázar revela este documental?

“Yo he insistido en la importancia que ha tenido para mí Octavio Cortázar, digo siempre que aunque la película El Brigadista hubiese quedado mal, nuestra amistad hubiera sido grandiosa, porque me abrió las puertas, en el plano emocional y afectivo, aprendí mucho. Me encantaba conversar con él, son de esos grandes amigos con los que puedes hacer grandes cosas y también no hacer nada y siempre salir ganando. Él se convirtió en mi maestro de cine y de la vida.

“Como me he dedicado a preconizar esto, a no dejar caer esa amistad, las personas me han ido confiando, sin yo proponérmelo, entrevistas inéditas, fotografías, la familia también me aportó muchos materiales. Este documental es hijo de la fe, no puedo verlo de otra manera.

“Traté de convertir  toda esa materia prima, que había llegado a mí, en un documental porque era la única manera que tenía de hacerlo perdurar, de hacerlo vivir. Es un trabajo fuerte, duro. Se trata de 60 años de vida artística.

“Un hombre que transitó toda la mitad del siglo pasado con una  actividad tremenda, con logros, con vicisitudes, dificultades. El documental trata de hacerle ese homenaje respetuoso  a un intelectual, un cineasta importante, de la etapa fundacional del cine cubano, un referente al cual se puede uno remitir  para aprender, cómo se formó el cine en esa etapa.

“Es una producción audiovisual biográfica, trata de parecerse a él, ya que lo conocí, y tengo mi interpretación de quien fue Octavio Cortázar, incorporo la ficción y creo que hay momentos felices, es decir, se fueron aunando ideas  que dieron al traste con un producto que es agradable, porque me interesa no aburrir nunca.

“Es un espectáculo que se reduce a 30 minutos, expone las cosas como fueron, eludiendo cualquier tipo de análisis, pretendo que el público sea quien saque sus propias conclusiones y participe en lecturas de diferente profundidad.

“Tuve algunos consejos importantes, hay consejos que lo ayudan mucho a uno, como no esconder nada, no ocultarle al público que estaba trabajando con materiales de archivo, revelarles que estas cosas eran viejas y defectuosas. Mi sobrino me dijo también que no dejara de expresar que este documental era muy importante para mí y es por eso, que yo también aparezco en pantalla”.

En su opinión, ¿Cuál fue el legado de Octavio Cortázar para el cine cubano?

“Si vamos a tipificar a Octavio Cortázar, diría que su obra es muy clara, muy diáfana, tenía un tino muy especial para descubrir los temas, independientemente de que era un hombre de rigor, estudiaba mucho, creo que su mayor logro es haber valorado en todo momento de su vida la formación.

“Tenía presente que estudiar era lo más importante, esta es una de las enseñanzas que nos deja para asumir el mundo del arte, de manera profesional. En el ICAIC  se decía que era el hombre que más sabía de cine norteamericano, lo cual era bastante decir.

“Otra de sus grandes virtudes, era el poder de la observación, una observación inteligente, estamos hablando de un hombre formado con una expectativa profunda que lograba expresar de una manera sencilla, ofrecía un punto de vista en el hallazgo de la verdad humana, además de conocer los rigores del espectáculo, sabía hacerlo de manera amena e interesante. Él logró aportarle al documental cubano esa visión humana, era capaz de revelar una filosofía en una frase.

“En los años 67 y 68, realiza una mirada al campesinado cubano, él se lanza a buscar esa realidad del hombre ligado a la naturaleza y encontró un campo precioso, virgen todavía en esos años, desde el punto de vista de la ruralidad.

“Daba la imagen de un intelectual, un profesor, pero era un hombre que no tenía ningún problema en enfangarse, en lanzarse a la ciénaga, a lo más intrincado de la Sierra Maestra, de buscar personas que nunca habían visto cine y exhibirles una película.

“Aunque estudió en la Universidad Carolina de Praga, cuando regresó lo primero que hizo fue irse a Guantánamo a buscar gente que no hubiese visto cine nunca, eso te habla de su personalidad, cualquiera que hubiera estudiado en Europa hubiera venido con otras ideas, pero a él lo impresionó el niño que nunca había visto cine o la persona que se arrastraba para llevarle un tributo a San Lázaro al Rincón, todo eso habla de un hombre, con una sensibilidad especial.

Luego aparecen sus ficciones, El Brigadista y Guardafronteras, con la estética de documentales. El Brigadista es un material al que tú te puedes remitir para encontrar una historia real, vivencial y yo fui testigo, en su casa, de la loma de guiones que tenía.

El guion salió de 70 entrevistas a brigadistas, por eso él tiene esa facilidad para conmover porque parte de la verdad, para llegar a una verdad artística. Es uno de los grandes documentalistas, no solo de Cuba, es reconocido en el mundo entero”.

¿Este documental es una forma de hacerle justicia a la obra de Octavio Cortázar?

“Hay tanto por hacer en aras de la justicia, siempre vamos a quedar ávidos, deseosos a la hora de qué hacer con su obra, que es lo más importante. El más grande compromiso es salvar y rescatar esa obra, en términos de restauración, de cuidados, se está trabajando en eso, pero todavía queda mucho por hacer.

“Octavio Cortázar es merecedor de un lugar importante en la documentalística cubana, y no estamos hablando de un quehacer más, estamos hablando de uno de los grandes valores de la cultura cubana, hace poco vi las cosas que se han convertido en patrimonio cultural, yo pienso que el documental cubano y en especial el noticiero ICAIC merecerían estar como patrimonio de la cultura nacional y entre los nombres más importantes de nuestra documentalística  está Octavio Cortázar, por tanto, hay que seguir haciendo por él.

¿En qué proceso se encuentra la producción audiovisual y cuál sería el camino a recorrer una vez que esté lista?

“Estamos trabajando en la banda sonora, ya pasamos la edición. En este caso, para parecernos a la obra de Octavio Cortázar he tenido la tremenda suerte  de contar con la obra musical de Sergio Vitier, composiciones musicales destinadas a las obras de Octavio Cortázar, por tanto tienen el aliento, la estética, el deseo, el amor de Octavio, tienen el néctar octaviano. Su viuda me concedió los derechos para poder usar esas obras, eso me tiene contento.

“La Dirección de Fotografía  es compartida. Rigoberto Senarega me hizo toda la parte de ficción y David Ravelo las entrevistas. Santiago Llapur es el productor,  ha sido fundamentalísimo en este documental, enseguida que se enteró me dijo que lo iba a producir, ellos eran grandes amigos. Todo este año nos lo hemos pasado trabajando,  y quiero reconocer que ha sido un pilar fundamental, él es un veterano y un hombre importante para el cine cubano.

“La intención es dejar viva la memoria de Octavio Cortázar y, sobre todo,  generar una memoria útil, una recurrencia que pueda ser importante, desde el punto de vista de tener claro su ejemplo como cineasta y como persona.

“Aspiramos a que sea divulgado en todos los medios posibles y participar en todos los festivales que pueda y perdurar, tiene la finalidad de poderlo vender y, en ese sentido, estamos trabajando algunos rigores que para mí son nuevos, pero que implican compromisos con los detalles de la obra.

“Quisiera que el público en el que hiciera blanco el dardo, fuera el público joven, amante del cine cubano que respeta la cultura cubana y que busca la historia de los hacedores de nuestro arte”.

¿Importancia del Fondo de Fomento para el estímulo de la creación audiovisual?

“El Fondo fue creado de manera reciente, precisamente para estimular la creación cinematográfica de los realizadores de todas las edades,  sin distinción, no es solo para jóvenes, los que son jóvenes son los proyectos, porque recibe proyectos inéditos.

“Este documental tuvo la tremenda suerte de participar y la satisfacción de haber sido seleccionado dentro de los trabajos del género.

“Te puedo decir que no si no hubiera existido el Fondo, quizás este documental no se hubiera hecho de la manera en que se hizo, desde el punto de vista de financiamiento. Considero que es una muy buena idea, de hecho ya se están materializando varios proyectos por esta vía, ha sido feliz, un resultado de mucho trabajo, de compañeros que han participado en este empeño revolucionario que llegó para quedarse.

“Debe irse perfeccionando, pero expresa una voluntad de desarrollo, de estímulo  a los artistas, a la creación, a mantener vivo el arte cinematográfico, el arte audiovisual, eso me parece loable, al igual que el compromiso con el que trabajan las personas allí, gente con mucho deseo de ayudar, de colaborar y además de estimular la libertad para la creación, lo que me parece muy importante.

¿En el actual contexto, cuál es su valoración del cine cubano?

“En la actualidad, yo pienso que lo más loable y lo más grande que está pasando en el cine cubano es el deseo enorme que se mantiene de preservar el arte cinematográfico, de realizar, eso es una osadía, es titánico.

“No hablamos solo de Cuba y de sus posibilidades, hablamos de esta pandemia, de la realidad que vive el mundo. Es impresionante como se sigue aferrado a la realización cinematográfica, siempre digo que la historia del cine es la historia de una tecnología, sin eso el cine no progresa y, en ese sentido Cuba tiene un reto enorme, hoy en día es tan importante lograr un buen guion, como lograr un buen equipamiento.

“Por tanto, toda esa gente que está detrás de las cámaras, que está luchando por mantener vivo el mundo tecnológico que rodea y soporta la historia cinematográfica  es tan importante como los creadores, no se trata de si al cine cubano van a parar buenas ideas, se trata de si al cine cubano van a parar buenas intenciones, buenas personas y, si detrás de todo eso, van a parar buenas tecnologías”.

Tomado de: UNEAC

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Miravalles, hacia el cine y en cualquier parte

Reinaldo Miravalles (derecha) el clásico filme El hombre de Maisinicú de Manuel Pérez

Por Sender Escobar

El adolescente nacido en el Callejón del Chorro de la Habana Vieja soñaba con ser pintor, pero había que trabajar y su realidad lo golpeaba tan fuerte que vender en la calle era la única opción. Solo pudo permanecer dos años en la escuela de pintura de Gervasio y Belascoaín en el curso nocturno.

El poco dinero reunido fue suficiente para comprar un local en San Rafael junto a un amigo e intentar prosperar vendiendo café con leche. Amaba el arte, pero no sería a través de un pincel por donde iniciaría su camino.

― ¿A qué dedicas? ―preguntó a un joven a quien a veces le regalaba café con leche―.

― ¡Yo soy artista! ―respondió entusiasmado el muchacho―.

― Coño, chico, qué bonito eso ―dijo quien ya había renunciado una vez por necesidad al arte―.

El muchacho trabajaba en Radio Cadena Azul e invitó al vendedor de café para que hiciera, junto con su grupo, tres programas que salieron al aire. Solo intervino unas pocas veces, sin paga alguna, pero ya era rotunda la decisión: quería ser actor.

Esta vez la renuncia fue a su trabajo como vendedor, permaneció en la radio sin cobrar, aprendiendo de los actores, escuchando cada día de siete de la mañana a ocho de la noche los programas de la emisora. Debía continuar a pesar de todo, ante la incertidumbre de no tener nada.

Reynaldo Miravalles comienza a ser conocido, su determinación y talento le han abierto las puertas a los programas radiales La voz de los ómnibus aliados y La tremenda corte. Debuta en el teatro, sin renunciar a la radio, y crece en la técnica de persuadir a través de gestos y miradas. Sin nada que perder, llega a la televisión en 1952; las cámaras enfocan al espigado joven que gana un premio al actor más destacado del nuevo y floreciente medio en Cuba.

Pero su versatilidad experimenta la amplitud genérica de sus capacidades dramáticas y humorísticas en la más completa de las artes. El cine significó la expresión definitiva donde encontraría multitud de personalidades, en las líneas de guiones que parecían preconfigurados para que Miravalles interpretara a los personajes contenidos en ellos.

Con el filme venezolano de 1957 Pepe Lape Reynaldo inicia una relación única con el cine en la que los personajes secundarios de sus dos primeras películas después de 1959, Historias de la Revolución, como lechero en el segundo cuento, y El joven rebelde, en la cual interpretó a un cruel miembro del ejército batistiano, certificaron la aptitud histriónica del actor.

A partir de entonces, bajo la dirección de Tomás Gutiérrez Alea, Sergio Giral, Manuel Pérez, Rolando Díaz, Luis Felipe Bernaza y otros realizadores, Miravalles construiría para el público cubano los matices que definirían los antagonismos o empatías de personajes infaltables dentro de la historia del cine nacional.

― Alberto Delgado, cará’ ―pronuncia con una mano sobre el hombro del infiltrado ya descubierto.

Es Cheito León, el líder de la banda de alzados en el Escambray a quien Miravalles da vida. Cada palabra esconde temeridad y violencia, pronto ordenará la muerte del hombre de Maisinicú.

Personaje icónico del cine cubano por la relevancia de quien saca a relucir mediante una película la potencia de su talento en función no solo de trasmitir emociones, sino de construir a través de la ficción el ligero puente que conecta la realidad histórica de un país con una década llena de conflictos como fueron los años sesenta.

El contexto y contenido de los largometrajes de los que sería protagonista, desde la construcción de la épica revolucionaria en películas de trama histórica de los años sesenta y setenta, hasta las comedias ambientadas en la cotidianidad citadina o rural en la década de los ochenta, no constituyeron impedimento para que Miravalles se adueñara de una forma tan exacta de los personajes a través de gestos y palabras que era difícil no observarlo tal y como se proyectaba en los filmes: un perseverante y ocurrente exchofer de clase alta, el líder de una guerrilla de alzados en el Escambray o un tierno y cascarrabias guajiro, jefe de una granja vacuna.

Alejado por años de la creación fílmica cubana, regresó en el 2013 con la película dirigida por Gerardo Chijona Esther en alguna parte, obra y personaje que lo satisficieron y remarcaron el escaso protagonismo de actores de la tercera edad en el mundo del cine.

A pesar de no trabajar en producciones cubanas durante casi dos décadas y residir fuera del país, su relación con Cuba y público no decreció. Sobre ello declararía en una entrevista: “Me aplauden con afecto. Cada vez que vengo aquí soy feliz. Esta es mi patria. Donde quiera que viva esta es mi patria…”. Este 31 de octubre recordamos el quinto aniversario de su partida.

Aficionado a la artesanía, el joven de la Habana Vieja que no logró ser pintor buscó la vida hacia todas partes y encontró el cine como destino, para descifrar con actuaciones el universo, desde las imágenes sonoras de un país y su historia.

Tomado de: Cubacine

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Expresiones de un nuevo siglo

Por Blanca Felipe Rivero

Son diversos los caminos que encuentras cuando comienzas a indagar en la historia de la animación en la televisión, casi todos por organizar y jerarquizar, pero fascinantes y muy parecidos a los de las artes en Cuba. Aun cuando los espacios carentes de luz son posibles, siempre aparecen luciérnagas hermosas que coquetean y te sacuden en lo más hondo desde su existencia y voluntad artística. Al revisitar estos caminos, descubrimos los ciclos naturales de bríos desde el nacimiento de la animación: superaciones, exigencias del contexto y naturalezas del artista cubano, siempre indagador, creador osado y talentoso.

Tras la desarticulación provocada por el período especial, las dos primeras décadas del nuevo siglo generaron la necesidad de “habilitar”, sobre todo porque aún no hay una formación escolarizada dentro la especialidad. De esta manera se crearon dos cursos de stop motion (2002-2004) por el maestro David Jaime; enlace que permitió la sobrevivencia de esta especialidad tan relevante dentro de la Televisión Cubana. Nuevos capítulos de El profesor (el primer animado didáctico de la animación cubana), a la manera de Hugo Alea y Reinaldo Alfonso en la década del 60, se convirtieron en trabajos de clases, junto a Piófilo y Cascarón, de David Jaime. Otros resultados de clases, como La semilla, de Niels del Rosario, y La última gota, de Ivette Ávila, en 2008, fueron premiados nacional e internacionalmente. En 2D se realizaron más de una decena de superaciones que generaron personal de trabajo y se unieron a los formados por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, donde se insertan nociones básicas y tecnologías contemporáneas. Al menos en la televisión se estuvo trabajando “a mano” hasta el 2017. La introducción del trabajo digital trajo nuevas formas de hacer y mayor riqueza expresiva, y aceleró la producción.

A finales de los 90 los Estudios de Animación pasaron al Departamento de Infantiles, lo cual propició el sostenimiento de presentación de programas, efectos visuales y cuentos o enlaces dentro de programas para niños. Se destacan los “lilibíes” (familia de duendes en stop motion) en Claro, Clarita, de Pepe Cabrera, los Para la vida, y la Calabacita, tan querida por la población. Vale señalar algunos productos artísticos que marcan a creadores del nuevo siglo, como Un lugar posible, de Jean Alex; El mulatico santiaguero, de Dany de León; Ernestico, de Niels del Rosario; Pepe, de Raúl González; Ladrón de paisajes, de Dany de León y Eisman Sánchez; Los ninjas, de Dany de León y René Martínez; Reducto, de Ermitis Blanco, y Los novios de la abuela Rosa, de Abel Álvarez. Martí contra dos imperios, de René Martínez, enlaza la desarticulación que llega al nuevo siglo. No obstante los ejemplos anteriores, en esta etapa se hacen visibles la vulnerabilidad de los guiones y las actitudes cuestionadoras que mutilaron proyectos y libertades expresivas.

No es hasta el año 2020, coincidiendo con el inicio de la pandemia, que se produce una reanimación después de casi un quinquenio de inactividad. Bajo la tutela de Rafael Pérez Insúa, se toma la decisión de unir la producción de títeres a los Estudios, y devolver así una mirada contemporánea a la figura animada en su amplio espectro. Se arma un grupo creativo con asesores, un especialista en archivos y un consejo artístico que comienza a recibir y seleccionar alrededor de 50 proyectos hasta la fecha, de los cuales solo 20 están hoy en ejecución, con pocas salidas al aire.

Un pensamiento de gestión cultural, investigación y balance en la programación direcciona los modos de hacer ya respetados por los animadores que van a nuestro encuentro. Propuestas de disímiles poéticas y públicos llegan hasta nosotros, algunas con años de existencia. Nuevamente la fuerza del stop motion hace su entrada. Se reitera con ímpetu la presencia de El profesor, con guiones y dirección general de David Jaime junto a creadores formados por él y colegas con una saga que no se detiene. El escaparate de Patricia —proyecto que refleja el lenguaje de los niños, la curiosidad y la exploración desde el universo del hogar y mundos de fantasía, hoy más ideales que nunca— solo tuvo dos capítulos en 2013, con dirección de arte y artesanía del maestro Jesús Ruiz, y ahora con una propuesta de mayor alcance artístico y cinematográfico con la dirección de arte del joven Yordy Amiot (recreación de cuatro espacios, maquetas escenográficas, cajas de luces, etc.); nuevamente la dirección de Niels del Rosario, y la animación madura y magistral de Yoandra Reyes, asistida por Yasser Janet. Estos animadores participan también en Manita y Manota, de Ivette Ávila, donde dos manoplas y la mascota Tuti desde una mesa de animación crean un mundo de personajes y dibujos en homenaje a protagonistas de la animación cubana.

Lo raro, una propuesta también perteneciente a Ávila, hace entrada con una mirada osada de experimentación, continuadora de las pesquisas de Alea y Alfonso, con una suerte de videoclips con música de diferentes regiones del mundo; material lúdico que cuenta, danza o sencillamente toca con su aro sensible (papel recortado, plastilina, arroz, madera, tejidos).[1] Estas dos últimas propuestas son parte de la revista Bim Bam Muñes, con animación y dirección de Jean Alex en 2D y 3D en combinación con imágenes reales, cuestión inédita en nuestras producciones. Dentro de ella también figuran Pin Pon, un trabajo de bien público de Rafael Collantes, y otro de interacción con niños, muy original y sabichoso, dirigido por Elaine del Valle y titulado ¿Y tú qué crees? También cuenta con Películas hechas por niños, resultado de talleres infantiles realizados por Cucurucho Producciones.

A lo largo de la historia de la animación en la televisión ha existido un vínculo habitual con el teatro de títeres en la obra de determinados autores, así como en diversas temáticas y diseños. De las propuestas digitales de la pandemia llega La salamandra, por el Consejo de las Artes Escénicas y con dirección de Mario Cárdenas. Su predilección por las arcas, la maquetería y el teatro de papel y de objeto se imbrica al dominio de la composición y la belleza visual y da como resultado en El teatrino de Diego, una fortaleza de identidad que ofrece a la infancia y a la familia la poesía para niños contenida en Soñar despierto, de Eliseo Diego. Aquí el descubrimiento de “las cosas” del mundo, los sentimientos y sus naturalezas están presentes como motivaciones. Desde el teatro también nace Retablo de sueños, dirigido por María de los Ángeles Jauma. Se trata de cinco agrupaciones profesionales de las Artes Escénicas (Retablo, Teatro La Proa, Adalett y sus títeres, Polichinela de La Habana y Los Cuenteros) en nueve espectáculos y un capítulo de presentación con multiplicidad de técnicas y un show divertido y peculiar: una presentadora entre títeres, una constante dentro de los espectáculos que llegan a la pantalla con recursos del audiovisual. También para la televisión llega Entre el naranjal y el cielo, un hermoso trabajo de títeres parlantes dirigido por José Antonio López e inspirado en El cochero azul, de Dora Alonso.

Para las primeras edades se estrenó en semianimación Por el mar de las Antillas, de Nicolás Guillén; la voz de un niño referencia la lectura con el uso de las ilustraciones de Raúl Martínez para el volumen de Ediciones Sensemayá, bajo la dirección de Maricel Acosta. Actualmente se trabaja en El valle de Cubanosauria, de Nelson Serrano, Mira y aprende, de Raúl González, y Fábulas de papel, de Niels del Rosario; entretenimiento, enseñanza y tradición cubana con el influjo del campo socialista, que muy bien orientó nuestra labor con el universo infantil desde los 60.

Desde la propuesta para jóvenes, adultos y la familia nace Educlip, de Jesús García, herencia de Los gazapos de antaño; una propuesta en la línea costumbrista que orienta sobre el lenguaje. También llega, con Acuarelas de Cuba, de Jesús Rubio, un contundente proyecto de las queridas estampas cubanas en la voz y la expresión de la poesía antillana de Luis Carbonell, garantía de gracia, colorido y cubanía.

Creadores importantes de la literatura, la música y el teatro están presentes junto a los animadores. Hay mucho por andar, y ahí seguiremos a favor de nuestra cultura y nuestro país.

Notas:

[1] De Lo raro nace un videoclip con papel recortado bajo la dirección de Ivette Ávila y Ramiro Zardoya, titulado “Sinsonte”; un poema de Dora Alonso musicalizado en el espectáculo “Una niña con alas”, de Teatro las Estaciones, dirigido por Rubén Darío Salazar. Los dibujos son de Zenén Calero —Premio Nacional de Teatro (2020) junto a Salazar—, y unidos a los Estudios de Animación rinden homenaje a Pelusín del Monte, el títere nacional.

Tomado de: La Jiribilla

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El patrimonio audiovisual: preservarlo los 365 días del año

Por Luciano Castillo @LucioC812

Proclamar desde el año 2005 el 27 de octubre como el Día Mundial del Patrimonio Audiovisual por los estados miembros de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencias y la Cultura (Unesco) era alertar acerca de su fragilidad extrema y las imperiosas, impostergables y perennes acciones para su preservación.

Sus costos son inaccesibles para muchos países forzados a recurrir a alianzas con el fin de impedir la desaparición de la memoria cinematográfica o, para expresarlo en términos contemporáneos, el registro audiovisual. Una de las más fructíferas es el convenio suscrito con el Instituto Nacional del Audiovisual (INA) de Francia para la digitalización y restauración de las ediciones del Noticiero ICAIC Latinoamericano, inscrito en el 2009 en el programa Memoria del Mundo de la Unesco por una iniciativa que promovió la Cinemateca de Cuba.

Poco más de seis décadas atrás, la institución fundada por el ICAIC al año siguiente de su creación subrayó en sus principios fundacionales esta prioridad que representa su razón de ser. Su antecedente en la Isla en los años cincuenta se consagró solo a la exhibición de clásicos y —no obstante pretenderlo alguna vez— nunca acometió una labor de rescate de la producción fílmica nacional y su documentación. La inexistencia de una entidad con estas funciones incidió en la pérdida de gran parte de la producción generada en la primera mitad del Siglo de Lumière.

Salvaguardar ese patrimonio es la responsabilidad mayor de nuestra Cinemateca, admitida como miembro permanente de la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF). Sin embargo, por mucho, demasiado tiempo, decisiones tan desafortunadas como imperdonables provocaron la reducción de su tarea esencial a los filmes sobrevivientes del período prerrevolucionario —apenas exhibidos durante 25 años— y, ante todo, a la producción del ICAIC. Era la Cinemateca del ICAIC y no la Cinemateca de Cuba. Actualmente acometemos acciones destinadas a superar esta falencia y recuperar todo lo relativo al resto de las productoras surgidas en la Isla en cualquier época, integrantes también del acervo patrimonial.

Es alarmante el estado de conservación del patrimonio audiovisual de la nación atesorado en las bóvedas de su Archivo Fílmico por la incidencia de muchos factores, sobre todo los problemas de climatización, felizmente ya solucionados. Pero el daño sufrido por las copias en algunos casos es irreversible y urge la adopción de medidas para interrumpir el proceso progresivo de deterioro. Frente a la imposibilidad de intentar este rescate en el territorio nacional por limitaciones de equipos, personal especializado y presupuesto, cuanto esfuerzo se destine siempre será insuficiente. No podemos permitir el incremento de la cifra de pérdidas de obras irrecuperables. Tampoco es ocioso reiterar hasta el cansancio: cada día que transcurra sin emprender una acción a favor de preservar el patrimonio significa veinticuatro horas en contra.

Gracias a la gestión de la Cinemateca de Cuba disponemos ya de copias de algunos clásicos restaurados según los parámetros contemporáneos que se disputan filmotecas y festivales internacionales. El elevadísimo costo de otorgar una nueva vida a títulos mayores como Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea, y Lucía, de Humberto Solás, lo asumió The Film Foundation, organización sin fines de lucro dedicada a la preservación y restauración, fundada en 1990 por Martin Scorsese, junto a Robert Altman, Francis Ford Coppola, Steven Spielberg y Clint Eastwood, entre otros creadores. Cuentan con la colaboración ineludible del Laboratorio L’immagine ritrovata de la Cineteca de Bologna, genuina meca de la cinefilia mundial.

Al archivo de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood debemos cinco obras en la filmografía de Titón: La muerte de un burócrata, Una pelea cubana contra los demonios, Los sobrevivientes, La última cena y El arte del tabaco, una pieza de orfebrería de la documentalística nacional. El más reciente resultado ha sido la restauración del único largometraje de ficción que pudo realizar Sara Gómez: De cierta manera, por un acuerdo del ICAIC con la firma berlinesa Arsenal, mientras en la Universidad de Queens, en Canadá, culminan los procesos para rescatar digitalmente su obra documental. El cineasta Ernesto Daranas, convertido en un paladín de esta cruzada, embiste los estragos del tiempo para salvar la de Nicolás Guillén Landrián.

Nuestra Cinemateca de Cuba, con el aliento permanente de la presidencia del ICAIC y la contribución del Archivo Fílmico del entonces ICRT, vuelve a sumarse a la celebración del Día Mundial del Patrimonio Audiovisual. Somos conscientes de la envergadura del reto que enfrentamos en este presente con destino a las generaciones futuras.

Tomado de: Cubacine

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La memoria y el silencio: la obra escrita de Iván Giroud

Iván Giroud, Presidente del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano

Por Margarita Mateo Palmer

…al parecer todo está listo no has olvidado por supuesto

mostrarte la lengua ante el espejo

y lo que es mucho más importante las señas

las señas que debes repetir hasta que aprendas

ese lenguaje tan confuso de los dedos

en el que debes recibir y devolver el saludo de tus cómplices trazar aún muchas palabras sin sonido…

«Lenguaje de mudos». Delfín Prats

Los tres libros[1] me llegaron a la vez —en un sobre blanco— gracias a mi antigua amistad campercasaliana. Como en los viejos tiempos, sonó el timbre de la puerta y allí estaba la lectura apetecida. Solo había que expresar el deseo en voz alta: artículos, entrevistas, libros desempolvados y hasta viejos pergaminos hacían su aparición.

Aunque había leído con mucho interés varias reseñas[2] acerca de La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1948-1964), el libro más reciente de Iván Giroud —y de ahí surgieron mis afanes de lectura—, decidí comenzar por Alfredo Guevara en el ejercicio de la crítica en Hoy y Nuestro Tiempo (1953-1957), publicado en 2017. No lo terminé. Mi interés no giraba tanto en torno al inicio en la crítica cinematográfica del fundador del ICAIC o a su figura, sino a la paciente labor de investigación y rescate del pasado, que me costaba trabajo asociar con alguien capaz de dirigir un proyecto cultural de tan delirantes dimensiones y complicados recodos como el Festival de Cine de La Habana: selección y programación de cientos de películas, conformación de jurados, galas de inauguración y clausura, detalles prácticos de transporte y alojamiento, muestras, retrospectivas. Dinamismo, agilidad, todo un mundo en movimiento incesante marcado por el apremio y la inmediatez. Es decir, me interesaba la labor de investigación de una persona cuyos saberes asociaba más con la sala oscura que con los luminosos salones de lectura de las bibliotecas; con la estridencia de los espectáculos y no con el silencio de las galerías de libros. Me detuve con interés en la nota del editor que califica de «cuasi arqueológico» el estilo de investigar de Iván Giroud, y me sedujo la pasión del estudioso cuando, a partir de un descubrimiento casual, comienza a adentrarse en inquietantes entresijos: «Terminé de leer aquellos artículos el sábado bien tarde en la noche. Y me costó alcanzar el sueño. El domingo temprano llamé a Manolito Pérez para comentarle sobre mi hallazgo, pero él quedó tan sorprendido y desconcertado como yo». Leído el prólogo del director de El hombre de Maisinicú y algunas de las primeras críticas, desistí de la lectura.

Comencé entonces La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1948-1964), y apenas pude parar hasta que lo concluí casi de un tirón. La transcripción de la grabación con la que termina el texto —que ocupa más de un tercio del libro— abrió para mí un mundo de confrontaciones, pugnas, conspiraciones y debates que daban vida excepcional a un fragmento de la historia de la política y la cultura cubana a principios de los años sesenta, por lo general reducido a una definición convertida en consigna[3] y muchos lugares comunes. Fue entonces que comencé la lectura del tercer libro: El pretexto de la memoria. Una historia del Festival de Cine de La Habana[4]. Los títulos de los diferentes capítulos que integran el libro —«La película maldita», «Le cantaron la Guantanamera», «Lenin en suite habanera», «El segundo crimen del padre Amaro»— incitan a la lectura. Los pequeños resúmenes que abren cada capítulo, no a modo de leads periodísticos, sino de peculiares sinopsis, acrecientan el interés del receptor:

Cine cubano en el Pompidou. «No puede entrar, compañero», el portero del Capri a Spike Lee. Retrospectiva de cine chileno. Fuertes crítica a Havana, de Sidney Pollack. Lo que el viento se llevó, en copia restaurada. Pastor Vega y Julio García Espinosa se despiden. Caótica clausura[5].

«¿Quién dijo que todo está perdido?», canta Fito Páez. La guerra de los emails. Cuarenta años de Viña del Mar. Retrospectivas de Joaquim Pedro de Andrade y Eric Rohmer. Javier Bardem, Diego Luna y Gael García Bernal nos visitan. Tres piedras en el zapato: La vida de los otros, Old Man Bebo y Telón de azúcar[6].

Como una catarsis califica Giroud el inicio de la escritura de este texto. El impulso de extroversión aparece unos pocos meses después de haber respondido con un simple «de acuerdo» al último correo electrónico que le enviara Alfredo Guevara, destituyéndolo como director del Festival. El estallido es inducido por un motivo aparentemente nimio, casi risible: la peregrina idea de que se pretendía escribir un «Manual de cómo se prepara y organiza el Festival de Cine», casi una burla para quien sabe que el Festival de La Habana solo se sostiene sobre una enorme capacidad de improvisación, solidaridad, asunción de riesgos, creatividad, relaciones personales, apuestas desesperadas, colaboración de amigos, azar, decisiones tomadas sobre la marcha, corretajes, apagafuegos, momentos caóticos, coyunturas delirantes, agotadora carrera de obstáculos acrecentada por las injustas leyes de aislamiento aplicadas por el vecino del norte, es decir, una infinidad de variables imposibles de ser estandarizadas en un manual.

Comienza entonces el proceso de purga, el reconocimiento de una experiencia dolorosa y al mismo tiempo liberadora, que le permite exorcizar algunos demonios a través de la escritura. Vienen las palabras a impedir cualquier naufragio, a dejar un testimonio que ampara y salva: «Comencé a escribirlo sin plan, a tirones e impulsos, sufriendo por lo que contaba y también por lo que omitía»[7].

Varios niveles de silencio se advierten en el libro. Están aquellas vivencias que por sí mismas se han fugado, huyendo por su cuenta, impidiendo el rescate de la memoria que, en su misteriosa, callada e indetenible labor, las ha desdibujado, tornándolas irrecuperables: tachadura o borradura sigilosa, ajena al control de la razón. A esas omisiones involuntarias se suman otras, descartadas con intención, eludidas conscientemente, como por ejemplo los motivos que llevaron al autor a ingresar en una escuela militar a los doce años.

Es sabido que los límites entre la autobiografía y las memorias (excluyo la denominación de testimonio, que con el paso de los años ha ido quedando subsumida en otras variantes de las escrituras del yo) son sumamente imprecisos. Como refiere Reinier Pérez-Hernández en «“El reverso del vacío”. El trauma de la memoria en las escrituras y narrativas de vida afrocubanas contemporáneas»:

«Como Bernd Neumann, distinguiremos la autobiografía de la memoria a partir de la tensión que esta establece entre “individualidad y entorno histórico-social”. Las memorias, señala él, “pueden ser definidas sin reservas como la forma literaria de los recuerdos de vida del ser humano que está integrado en la sociedad y desempeña su papel social”. De ahí que el memorialista “descuida generalmente la historia de su individualidad en beneficio [de la historia] de su época. No representa su devenir ni su vivir, sino su actuar en calidad de actor social y la valoración que se experimenta a través de los otros”. […] En sentido bajtiniano, las memorias responden a ese acto cívico-político, mientras que la autobiografía integra otros planos de la vida que no se consideran partes del foro público y social. Pero, como ocurre muchas veces, las fronteras entre una y otra son porosas[8]».

No es de extrañar entonces que esa y otras experiencias individuales estén ausentes en un texto volcado hacia la narración de las memorias de un festival de cine, aun cuando, en esa frontera porosa recordada por Pérez-Hernández, aparezcan vivencias personales o incluso, como en este caso, una breve caracterización a través de los recuerdos, de las inclinaciones culturales, las preferencias literarias y artísticas del autor, especie de carta de presentación autobiográfica muy pertinente para el ámbito en que se mueve el libro. Cuando Giroud, en su primer día como trabajador del ICAIC, toma el ascensor para subir al séptimo piso, siente que se mueve hacia una nueva dimensión de su vida y realiza un breve recuento:

«Contuve la respiración y mientras ascendía iba sintiendo que conmigo iban las películas que más me habían marcado hasta la fecha (París, Texas, de Wim Wenders; Blue Velvet, de David Lynch; Nostalgia, de Tarkovski); los libros que más amaba (Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar; El acoso, de Alejo Carpentier; Confesiones de una máscara, de Yukio Mishima; y las Apostillas a El nombre de la rosa, de Umberto Eco, en especial aquel apartado en el que define el posmodernismo, que me ayudó a comprender el arte de mis contemporáneos); y hasta el primer disco en solitario de Sting, The Dream of the Blue Turtles, que incluye «Russians», basada en un tema de Prokófiev, y que me parecía escuchar como banda sonora durante la escena en aquel mi breve viaje en el elevador»[9].

Otras breves anécdotas personales aparecen dispersas en las memorias: las suelas de sus zapatos nuevos insólitamente despegadas en el lobby del teatro Karl Marx mientras recibía a los invitados para la inauguración con El laberinto del fauno; la angustia compartida con Fernando Pérez de ser confundidos con «mulas» en los aeropuertos debido a la excesiva cantidad de bolsas de leche en polvo que llevaban en los maletines, la camisa recién estrenada, rota en el pugilato, una noche de inauguración, junto a los custodios, para impedir que las hordas —desesperadas por asistir al estreno de Fresa y chocolate— se colaran al teatro por la verja del parqueo. Otras vivencias de viajes —simpáticas y no— son rememoradas, mas el centro de interés sigue siendo su participación como actor social. Muy escueto es el espacio dedicado a los recuerdos personales de los festivales internacionales. Sobre los de Cannes, Venecia y Toronto, a los que asistió por primera vez en 1995, afirma:

«Conocer en un mismo año tres de los más importantes festivales de cine del mundo fue de excepcional importancia. […] …sin el influjo de todos ellos, así como de otros que no he mencionado, mi visión del mundo cinematográfico no se hubiera ensanchado y mi aporte a nuestro certamen hubiera sido mucho más pobre y conservador. Estos festivales me hicieron crecer, desafiaron mi imaginación, me plantearon retos y consolidaron mi vocación como programador y afinaron mi olfato como director del Festival. Mucho influyeron en mis siguientes pasos».

No faltan, desde luego, las múltiples referencias a muy diversas personas que, de una manera u otra, contribuyeron año tras año a la realización de este proyecto pantagruélico, a veces de manera tangencial, pero decisiva en su momento. Como ha expresado Camilo Pérez Casal:

«Conmueve la franqueza inusual de sus páginas, la ausencia absoluta de necesidad de protagonismo de su autor. Y, sobre todo, la puesta de todas las relaciones, las institucionales y las personales, en función de sumar esfuerzos por situar la cita de La Habana en el exclusivo circuito de festivales internacionales de cine del mundo. Este libro es también un homenaje al equipo que ha realizado el Festival y a todos los que han colaborado en sus cuatro décadas de andar»[10].

Es sabido que los silencios hablan. Son elocuentes y pueden tener tanto valor como la palabra dicha o escrita. Con un lenguaje desenfadado, y a la vez preciso, se mencionan a vuelo de pájaro breves experiencias tras las cuales uno puede adivinar anécdotas desagradables y grandes tensiones. Al referirse al Comité de Cineastas de América Latina, por ejemplo, se apunta brevemente lo ocurrido en una reunión celebrada en La Habana:

«…según la percepción de uno de aquellos veteranos, yo era un desideologizado personaje, que pretendía abrir espacio a obras que no manifestaban una clara lealtad a los postulados del nuevo cine latinoamericano, mientras a otras, que sí pertenecían al movimiento, incluyendo las de algunos directores que habían sido pilar de esta cinematografía, les cerraba las puertas por criterios meramente estéticos».

Sobre las proyecciones de Alicia en el pueblo de Maravillas durante el Festival de 1991 —reducidas a unas pocas funciones— comenta sucintamente el autor, en ese respetuoso y sobrio estilo de «a buen lector, pocas palabras» que caracteriza todo el texto:

«…cuando tuvo lugar el estreno ya se había establecido en algunos dirigentes y funcionarios la opinión de la inconveniencia de la película. Los cines de la capital se llenaban de militantes antes de que abrieran al público interesado en ver la película, en tanto los diarios principales del país publicaban al unísono artículos que la atacaban. Resultaba más que significativo que ninguno de los autores de esos textos se dedicaba profesionalmente a la crítica cinematográfica».

Las memorias ajenas también evocan recuerdos propios. No olvido la tensión en la cola del cine Yara en aquella ocasión. Era casi tangible una atmósfera de tirantez de la que podía percatarse hasta el más inadvertido. Los rumores se habían propagado con una velocidad asombrosa: yo estaba al tanto, no solo de la presencia de militantes que se habían prestado para esa «tarea de choque», sino de anécdotas difundidas de boca en boca, como la de una profesora de la Universidad de La Habana que en pleno fervor combativo afirmó que iría al cine con unas puyas para darle un taconazo en la cabeza al que se manifestara contra la Revolución. Avanzada la película, ya transportada por el mundo de la ficción a otra dimensión, me reí un poco alto, e inmediatamente, en la penumbra de la sala oscura, vi cómo se volvían hacia mí, admonitoriamente, varios de mis anónimos contertulios. En otros cines, según me contaron, se lanzaron consignas revolucionarias durante la función.

En el libro de Giroud se señalan los hechos, se devela con objetividad y osada firmeza lo sucedido en el pasado para que el lector reflexione por sí mismo sobre viejos avatares a la luz del presente. No le será difícil reconocer similares esquemas, modos de actuación carentes de transparencia, temores al diálogo y la confrontación, una incapacidad para asimilar las críticas y, sobre todo, la falta de confianza y subestimación de los espectadores. Sobre esta última cuestión, expresa el autor a raíz de las tensiones provocadas por El crimen del padre Amaro y por Balseros:

«En este tipo de situaciones considero que lo importante es tener clara la línea que uno está siguiendo y defendiendo y actuar con la mayor convicción. Nuestra posición es que el público tiene derecho a ver todas las obras y a juzgar por sí mismo. Las películas, por su parte, deben cumplir el requisito de ser realmente arte con independencia de su complejidad. Los límites están tipificados en la Constitución: la pornografía y la promoción o incitación a la discriminación y a la violencia. La función de la crítica consiste pues en contribuir a que el espectador pueda analizar con más profundidad y elementos, pero no sustituye su juicio».

Por último, están los silencios ajenos, las tramas ocultas, las decisiones tejidas tras bambalinas, los sutiles mensajes en clave cuyos códigos no es posible desentrañar. El gran revuelo en torno a la copia clandestina de Alicia… envió una señal inquietante pero indescifrable en aquel momento. Pasado el primer revuelo, no llegó la calma: «De todos modos me quedé intranquilo: si la copia de una película generaba tanto movimiento, comprendí que algo grande se avecinaba. Un mes después nos enteramos por la prensa». En efecto, aproximadamente un mes más tarde, Granma informaba sobre la desaparición del ICAIC y su fusión con el ICRT, una decisión que no pudo llevarse a la práctica debido a la sólida resistencia de los trabajadores del ICAIC, en particular de los dieciocho cineastas que formaron un comité y «se declararon en asamblea permanente para protestar la medida y evitar a toda costa que se produjera la fusión». De nuevo el silencio oficial intentando ocultar una realidad más fuerte que cualquier censura. Solo dos años después se derogó oficialmente un Acuerdo del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, que nunca llegó a implementarse.

Uno de los enigmas del Festival de La Habana son las preferencias de su público, caracterizado por una gran diversidad. Como ha señalado el autor, uno de los más importantes sostenes del Festival —en el cual también se basa su prestigio— es la participación de los espectadores, el diálogo abierto que son capaces de establecer con las películas desde sus butacas, la decidida y entusiasta vocación por un arte cuya calidad saben apreciar. Es indudable que el carácter popular que lo distingue está muy relacionado con la elevación del nivel cultural de la población cubana y las posibilidades de fácil acceso a expresiones artísticas que en otras latitudes poseen precios privativos. Varias son las anécdotas recogidas en El pretexto de la memoria… sobre ese público «tan famoso y apreciado como el propio Festival». En una de estas se narra el asombro de Peter Greenaway, quien permaneció en el cine Yara para ver la reacción de los espectadores ante Drowning by Numbers (1988). La función comenzó a las once de la noche, y finalizada esta, cuando bajó al vestíbulo del cine, un grupo de los asistentes lo esperaba para saludarlo, «entre ellos una mujer negra de unos cincuenta años, de apariencia muy humilde y a la que le faltaba una pierna y que se ayudaba con un par de desvencijadas muletas. Dejó a Peter sin habla cuando en perfecto inglés lo felicitó y le preguntó por qué no había traído su último filme, The Pillow Book (1996)». Existe en ese público —y esto es motivo de regocijo para los organizadores del Festival— una marcada preferencia por las películas cubanas. Esos espectadores que hacen colas interminables y esperan hasta altas horas de la noche para ver el filme que les interesa tienen, desde luego, una capacidad propia para apreciar el séptimo arte:

«El público cubano en particular ha dado reiteradas muestras de madurez y capacidad para discernir sobre la calidad y el contenido de una obra. Aquí se dice: “actuar de acuerdo con los principios”, y de eso se trata. Los principios no se pueden adecuar a las circunstancias del momento y mucho menos a los prejuicios ni a las aprensiones o temores de algunos funcionarios».

La presentación de Fresa y chocolate, por muchos motivos, marcó un hito en la historia del Festival. Además del tumultuario suceso ya comentado en el Karl Marx durante la inauguración del evento, en el cine Chaplin hubo que abrir las puertas a la multitud: «Algunas personas vieron la película sin sus zapatos; recuerdo que en el lobby del cine quedaron más de cincuenta de diferentes colores, tallas y modelos, y se encontraron objetos personales que fueron abandonados o perdidos en la desenfrenada carrera por encontrar una butaca». Como ha comentado Giroud: «Se ha establecido un mito según el cual en La Habana una película no ha triunfado verdaderamente si no rompe cristales. Que yo recuerde, ha ocurrido con Fresa y chocolate, La ley del deseo y con Good bye, Lenin». El año de Fresa y chocolate también fue importante debido a las palabras de clausura pronunciadas por Alfredo Guevara. Según el autor:

«Algo irrumpía en la homogénea sociedad cubana. El diferente encontraba su lugar en aquella película producida por el estado. Ya lo había alertado en su discurso de clausura Alfredo cuando dejó sin aire a muchos de los presentes al cerrar su intervención transformando la emblemática frase de «Socialismo o muerte» en la más actual y atrevida «Patria y vida».

En una carta dirigida por monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, donde le agradece su parte, «tan definitoria, en la producción y exhibición de Fresa y chocolate, sin duda, el filme cubano más significativo de los últimos años; ingrediente positivo, como pocos, en el “examen de conciencia nacional” que nos corresponde como nación adulta», añade:

«…gracias también por tus palabras iluminadoras con esperanza “abundantosa”, en la clausura. No es la hora ya de la trágica alternativa “Patria o muerte”; la historia camina y nuestro momento es de “Patria y vida” (como dijiste anoche), el del empleo existencial de la conjunción conjuntiva e ilativa “y”, y no de la adversativa “o” ante la realidad de una muerte anunciada y no deseada, que tuvo su significado positivo en otros momentos, pero que hoy, a mi entender de cubano impenitente, podría ocultar —quizás inconscientemente, sin quererlo— la espera fatal de un descalabro de nuestra nacionalidad irrenunciable. “Patria y vida” es el camino y Fresa y chocolate es un jalón impulsor en la dirección de la vida en incremento (o “henchimiento”, como diría nuestro Lezama)»[11].

El examen de conciencia nacional propuesto por monseñor no puede realizarse sin una mirada objetiva y crítica hacia el pasado, sin la transparencia requerida, sin romper los cercos de silencio, sin sacar a la luz lo que ha sido censurado. Un año después, en la muestra Una Mirada al Cine Cubano, se proyectó por primera vez en una sala de cine la controvertida PM, que estuvo en el centro de algunas de las más fuertes polémicas culturales de principio de los sesenta[12]. En 1999, a raíz del cuarenta aniversario de fundado el ICAIC, se organizó, con la colaboración de Reynaldo González —entonces director de la Cinemateca de Cuba—, un ciclo de todo el cine producido por la institución desde su surgimiento en 1959. Como se narra en «21 Festival. Sacando películas de las gavetas», las largas horas dedicadas a revisar esa producción le abrieron al autor las puertas de un mundo desconocido, incluido luego en la larga muestra realizada:

«En aquellas sesiones descubrí gran parte del cine cubano oculto: el de Nicolasito Guillén Landrián, del que tanto me habían hablado; y el de los directores que se habían marchado en los primeros años de la Revolución, como Roberto Fandiño, Eduardo Manet, Fausto Canel y Alberto Roldán. También descubrí dos megaproducciones que se rodaron a principio de los años sesenta: El otro Cristóbal (1963), del francés Armand Gatti; y Soy Cuba (1964), del georgiano Mijaíl Kalatózov».

Después de terminado el libro, queda aún más claro el despropósito de la elaboración de un manual. ¿Qué debe hacerse cuando al organizar un concierto de inauguración con la Orquesta Sinfónica Nacional interpretando una selección de la obra de Leo Brower producida para el cine se descubre que las partituras, de las que el músico no conserva copia —pues las entregó al Departamento de Música del ICAIC—, no aparecen en los archivos? ¿Qué hacer cuando un cineasta como Héctor Babenco es mirado con recelo por las autoridades debido a su amistad con Néstor Almendros, y apartado del Festival? ¿Qué instrucciones ofrecerá para sortear las restricciones del bloqueo estadounidense y lograr que, a través de tortuosos y complicados caminos, generadores de enormes sobresaltos si alguna vereda se empantana, una copia de La reina —la consecución de sus derechos fue también un reto— llegue finalmente de Nueva York a La Habana? No hay manuales ni recetas ni instrucciones que puedan codificar una experiencia siempre cambiante de acuerdo con las circunstancias contextuales —incluidos los ciclones y el panorama internacional—, a no ser un diáfano recuento de la experiencia acumulada —siempre sujeta a nuevos escenarios, siempre enfrentada a nuevos desafíos, siempre reclamando una dosis de creatividad—. Desde luego, también hay principios sólidamente establecidos —algunos de los cuales ya he comentado— que permiten trazar una estrategia. Sobre el distanciamiento con la Unión Europea en 2003, por ejemplo, que afectó el intercambio cultural con la isla, se comenta:

«Manteníamos un estilo basado en la confianza común, el respeto profesional y las responsabilidades de cada uno ante sus gobiernos. La política tiene muchas capas y muchas fluctuaciones, en tanto la cultura debe continuar su propio camino, que es el diálogo y el intercambio, pero resulta imposible mantenerse al margen de las tensiones políticas entre los gobiernos, aunque así lo deseáramos. Por eso es tan dañino cuando las diferencias no se dirimen con negociaciones y respeto mutuo».

El ejercicio de transparencia realizado por Iván Giroud a través de estas memorias, que como se ha dicho tienen una fuerte orientación cívico-social dentro de las denominadas «escrituras del yo», es un ejemplo más de una paciente y callada labor que ha venido realizando con la intención de que los hechos del pasado no sean escamoteados por un discurso y una historia oficial que cuentan con demasiadas lagunas y manipulaciones como para servir a la función fundamental del acercamiento al pasado: lograr un aprendizaje que permita iluminar el presente y proyectar mejor el futuro. Según Graziella Pogolotti en su prólogo a La historia en un sobre amarillo…:

«La relectura del ayer que nos incumbe no puede seguirse postergando. Como lo reclamara tantas veces Alfredo Guevara, para actuar con efectividad o sobre ella, la realidad debe asumirse en toda su complejidad. Cubiertas por otros, las zonas de silencio oscurecen el entendimiento de los hechos del ayer y mutilan la posibilidad de encontrar en la historia una fuente de aprendizaje. Por todo ello, justo es dar la bienvenida al paciente trabajo de rescate emprendido por Iván Giroud»[13].

En los tres libros publicados hasta el momento por este autor se reconoce la intensa labor de un intelectual volcado y comprometido con su tiempo, empeñado, contra viento y marea, en el desarrollo de un proyecto humanista y cultural dirigido principalmente hacia un público —popular y diverso—que irrumpe masivamente en las salas oscuras de la ciudad durante la celebración de un festival volcado en un inicio hacia la filmografía latinoamericana, pero que abrió su diapasón hacia el resto del mundo y ganó un notable prestigio internacional. Su brillante trayectoria en la conducción del Festival de Cine de La Habana ha continuado a partir de 2013 hasta hoy con nuevos avatares y conflictos que, con seguridad, seguirán marcando el guion de su vida.

[1] Alfredo Guevara en el ejercicio de la crítica en Hoy y Nuestro Tiempo (1953-1957), Iván Giroud, comp., Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana, 2017; Iván Giroud: El pretexto de la memoria. Una historia del Festival de Cine de La Habana, Capital Intelectual S. A., Buenos Aires, 2018; Iván Giroud: La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1948-1964), Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano y Ediciones ICAIC, La Habana, 2021.

[2] Cf: Zuleica Romay: «Polémicas sobre el cine y la Revolución cubana en los sesenta: nuevas iluminaciones», en http://havanafilmfestival.com/polemicas-sobre-el-cine-y-la-revolucion-cubana-en-los-sesenta-nuevas-iluminaciones/; Rafael Acosta de Arriba: «Otra vuelta de tuerca sobre la cultura cubana en los primeros años de Revolución», en http://cubarte.cult.cu/periodifo.cubarte/otra-vuelta-de-tuerca-sobre-la-cultura-cubana-en-los-primeros-años-de-revolucion/; Darío Alejandro Escobar: «La historia en un sobre amarillo y la necesaria relectura del ayer», en http://medium,con/el-caiman-barbudo/la-historia.en-un-sobre-amarillo-y-la-necesaria-relectura del ayer-e8db6edeaf1

[3] «…dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada». Fidel Castro: «Palabras a los intelectuales». 30 de junio de 1961.

[4] En espera de la edición cubana de El pretexto de la memoria. Una historia del Festival de Cine de La Habana, la Revista Cine Cubano adelanta este texto de la doctora Margarita Mateo Palmer sobre la obra escrita de Iván Giroud. (Nota de edición).

[5] Ibid., p. 43.

[6] Ibid., p. 217.

[7] Ibid., p. 11.

[8] Reinier Pérez-Hernández: «“El reverso del vacío”. El trauma de la memoria en las escrituras y narrativas de vida afrocubanas contemporáneas». Tesis de doctorado. Fránkfort del Meno, Universidad Johann Wolfgang Goethe. Inédito, p. 90.

[9] Ibid., p. 26.

[10] Camilo Pérez Casal: «Para leer El pretexto de la memoria», en https://mondiplo.com/para-leer-el-pretexto-de-la-memoria, abril de 2019.

[11] «De monseñor Carlos Manuel de Céspedes, La Habana, 11 de diciembre de 1993», en ¿Y si fuera una huella? Epistolario, Ediciones Autor, Madrid, 2008, p. 515.

[12] Cf: Graziella Pogolotti: Polémicas culturales de los 60, Letras Cubanas, La Habana, 2006; Iván Giroud: La historia en un sobre amarillo… ed. cit.

[13] Ibid., p. 20.

Tomado de: Cubarte

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Director de arte imprescindible, Pedro García Espinosa

Pedro García Espinosa (1931-2020) fue un escenógrafo, cineasta, pintor, profesor y ensayista cubano.

Por Erian Peña Pupo

Escenógrafo, cineasta, pintor y profesor, Pedro García Espinosa Romero, cuyos 90 años se recuerdan este 20 de septiembre, es uno de los principales artífices de la escenografía y la dirección de arte en el cine cubano posterior a la creación del ICAIC.

El director de arte es el responsable de la configuración estética general de la película, desarrolla su propuesta a partir del guion y las indicaciones del director y supervisa aspectos como la elección de locaciones, decorados, utilerías de escenarios, diseño de vestuario, maquillaje, etc. Bajo su dirección trabajan el escenógrafo y el ambientador. “El escenógrafo interpreta las orientaciones del director de arte, diseña y dirige la construcción de los decorados y escenografías necesarias. Trabaja con un equipo de construcción. El ambientador es el responsable de ejecutar las orientaciones del director de arte en la obtención y compra de accesorios para desarrollar el estilo propuesto y ambiente en general”, escriben Luis Álvarez y Armando Pérez Padrón en Introducción al cine, publicado por Ediciones ICAIC en 20151. Aunque, cuando los términos no estaban tan delimitados, varias tareas podían confluir en la misma persona, como sucedió con buena parte del trabajo, sobre todo en los 60, de García Espinosa.

Su obra —resumida en las páginas de Memorias de un director de arte, publicadas por Ediciones ICAIC en 2016― está ligada a los más importantes directores del séptimo arte en Cuba, entre ellos, Tomás Gutiérrez Alea, Humberto Solás, José Massip y Manuel Octavio Gómez, con quienes trabajó y, de alguna manera, hizo posible varios de sus filmes.

Pedro se graduó de la Academia de San Alejandro en 1952 y de Escenografía Cinematográfica en el Centro Experimental de Cinematografía en Roma, bajo el influjo neorrealista, sitio donde estudió también su hermano Julio y Gutiérrez Alea. Allí tuvo como profesor a Virgilio Marchi, uno de los más reconocidos diseñadores de Italia, escenógrafo de Umberto D., de Vittorio de Sica, y de otros clásicos del neorrealismo. En este período trabajó en el filme Dos mujeres, de 1960, también de De Sica, como asistente de Gastone Medin, escenógrafo de los guiones de Cesare Zavattini. Se graduaría, además, en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos (IDHEC) en París en 1961 y de Historia del Arte en la Universidad de La Habana, en 1978.

Fundador del ICAIC, Pedro impartió cursos de cine y televisión en la Escuela Nacional de Arte, a la par que trabajó como director de arte, escenógrafo y diseñador de vestuario en más de 30 filmes de ficción, largometrajes y cortos producidos por el ICAIC.

En los créditos de El joven rebelde, de 1961, largometraje de ficción producido por el Instituto y dirigido por su hermano Julio García Espinosa, filme que aborda las vicisitudes de un joven campesino decidido a incorporarse a las tropas rebeldes en la Sierra Maestra, encontramos por primera vez su nombre. Aunque antes podemos rastrear su trabajo en El Mégano, corto fundacional, considerado antecedente del cine posterior a 1959, realizado por Julio junto a otros miembros de la Sección de Cine de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, a la que ambos pertenecían. Para El Mégano, Pedro diseñó los elementos escenográficos y se encargó de las funciones de asistente de escena.

Pero sería el mediometraje Realengo 18, del dominicano Óscar Torres, concluido por Eduardo Manet, el primero a cuyo estreno asistió, pues fue lanzado el 4 de agosto de 1961 (este año celebramos su 60 aniversario), mientras que El joven rebelde se estrenó poco después, en marzo de 1962. Para “Año Nuevo”, cuento dirigido por Jorge Fraga que integra Cuba 58, Pedro García Espinosa convirtió la piscina interior de los Estudios Cubanacán en el calabozo de la estación de policías donde torturan al joven revolucionario. Poco después remodeló las locaciones y seleccionó las residencias donde buscan ansiosos los protagonistas de Las doce sillas, la conocida comedia de Titón.

Su trabajo iría en ascenso, relacionado a descollantes —por una razón u otra— filmes del período. Junto con Roberto Miqueli e Irma Alfonso integró el equipo de escenógrafos de Crónica cubana (1963), del uruguayo Ugo Ulive. En la compleja escenografía concebida en estudio para la coproducción franco-cubana El otro Cristóbal (1963), de Armand Gatti, asistió al diseñador francés Hubert Monloup. Al año siguiente diseñó los decorados de La decisión, ópera prima de José Massip, con locaciones en Santiago de Cuba; y trabajó en El encuentro, corto de ficción de Manuel Octavio Gómez, con quien repetiría en La primera carga al machete (1969), que exigió un profundo estudio de los diseños, selección y adecuación de locaciones; y en Los días del agua (1971), el primero en color para ambos creadores, filmado en numerosos sitios, distantes uno del otro, y en el que destaca el insólito tratamiento cromático realizado por el fotógrafo Jorge Herrera.

Antes, para su hermano Julio, realizó la escenografía de Las aventuras de Juan Quin Quin (1967); y en Lucía (1968), el clásico de Humberto Solás, desarrolló tres épocas y sus caracterizaciones: 1895 en los alrededores de Trinidad, donde diseñó el cafetal utilizado como campamento y en el que ocurre el combate entre mambises y españoles; los años treinta del siglo pasado, con las locaciones en Cienfuegos para el segundo relato; y la humilde vivienda de Lucía en la década del sesenta, que cierra la película.

Podemos rastrear su trabajo en Páginas del diario de José Martí, de 1971, de José Massip, junto con Roberto Larrabure. Y con este y Víctor Garatti Pedro bosqueja la escenografía de Una pelea cubana contra los demonios, de Titón, para la cual el equipo transformó las locaciones en Remedios y Trinidad, y diseñó los sets montados en los Estudios Cubanacán. Trabajó en Mella (1975), de Enrique Pineda Barnet, junto con Carlos Arditti, y junto con este, en La última cena (1976), de Titón, en la que decoró la casa de un antiguo cafetal que utilizarían luego en Cecilia. Le seguiría El recurso del método (1977), de Miguel Littín, coproducción del ICAIC con México y Francia, para la cual tuvieron que recrear un imaginario país de América Latina en paisajes de México y Cuba.

Fue Cecilia (1982), de Solás, uno de sus más complejos trabajos, junto con José Manuel Villa y Enrique Tamarit. La adecuación de locaciones en edificios y viviendas del casco histórico habanero fue primordial, y la construcción del ingenio levantado en las cercanías de Campo Florido fue la mayor de las edificaciones realizadas para un filme cubano.

En Amada (1983), codirigida por Nelson Rodríguez y Humberto Solás, ambientó el interior de una residencia en la calle Línea para crear el ambiente asfixiante, enrarecido, de la protagonista. Trabajó en Baraguá, de 1989, de José Massip, y en Un señor muy viejo con unas alas enormes, del argentino Fernando Birri. Con Reina y Rey, dirigida por su hermano en 1994, finaliza la obra de Pedro García Espinosa para la pantalla grande —y es también el último largometraje de Julio—, aunque trabajó en seriales televisivos y en el teatro, y se dedicó a la enseñanza impartiendo talleres y conferencias. Con Humberto realizó varios documentales, entre ellos uno sobre la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, y otro sobre Octavio Cortázar. Como artista de la plástica inauguró 15 exposiciones personales y otras colectivas en Cuba y en el exterior.

Poseía la distinción Por la Cultura Nacional y su nombre fue candidato al Premio Nacional de Cine, que aunque no obtuvo, pues la muerte lo sorprendió a los 88 años el 14 de agosto de 2020, merecía, sin dudas, este maestro de la dirección de arte y el cine cubano2.

Referencias bibliográficas:

1 Álvarez, L. y Pérez A. (2015). Introducción al cine. La Habana: Ediciones ICAIC, p. 48.

2 Con información de la Enciclopedia Colaborativa Cubana en la Red (Ecured).

Tomado de: Cubacine

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