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Stepán Bandera y la Internacional Nazi (VIDEO)

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

I

En la contemporaneidad, las estrategias de signo nazi se articulan —sin que se avisten poderosos obstáculos en sus recorridos— en los espacios sociales e institucionales de Europa y los EE.UU. Para materializar estas prácticas que les distingue, apelan a grupos intimidatorios explícitamente violentos o de corte represivo. Se materializan, como parte de una aritmética pensada para incidir en los escenarios sociales, sobre todo en atmósferas urbanas. Entroncan sus “ideas” en los estratos sociales y culturales vulnerables o fragmentados, accionando desde el paraban de lo “democrático”. En no pocos países de esas regiones subrayan sus narrativas, secundados o acompañados por instituciones —legalmente reconocidas— enmascarados con los ropajes de actores que “respetan el estado de derecho”. Para construir un “estado de gracia”, apuestan por inocular un ideario al que deben someterse los otros, embestidos por toda una batería de empaques simbólicos.

En este mapa se desabotona, por una parte, la búsqueda del reconocimiento del ideario nazi y, por la otra, las características de su capital de signos. Estas dos variables entroncan directamente con la dominación del espacio social y la suma de acciones que desgranan toda una batería de trazas ideo-semióticas, que apuestan por inocular como legítimas.

“La dominación, incluso cuando se basa en la fuerza más cruda, la de las armas o el dinero, tiene siempre una dimensión simbólica, y los actos de sumisión, de obediencia, son actos de conocimiento y reconocimiento que, como tales, recurren a estructuras cognitivas susceptibles de ser aplicadas a todas las cosas del mundo y, en particular, a las estructuras sociales”[i].

Los signos y su articulación en las sociedades son asuntos centrales para la comprensión del mundo contemporáneo. La reconfiguración de los diferentes campos sociales que habitan en la era global, se cristaliza con la aritmética de dominantes y dominados. La apuesta, por tanto, es conquistar lo que se considera “legítimo, sustantivo, valioso”, según la lógica de todo un arsenal de acciones (gradual, creciente, calculado), que apunta a imponer los pilares de la ideología nazi, dispuesto a borrar toda voz discrepante que emerja contra ese “pensamiento” y a anular las tesis humanistas.

En los estratos ejecutores de la ideología nazi, se afina también la coerción. Esa violencia (suave, maquillada, despojada de actos intimidatorios) impacta sobre los estratos sociales con llana predisposición a ser influidos por sus narrativas. Se concreta, por lo general, en el proceso de formación y adquisición de conductas y capacidades (físicas, culturales, lingüísticas, sociales, etc.) en que se han desarrollado los receptores sociales.

Los sistemas-signos son instrumentos de conocimiento, pero también  herramientas de dominación. Producen integraciones cognoscitivas y sociales articuladas, en un orden arbitrario. Están interconectados; son interdependientes. Solo en el campo teórico se pueden desgranar como capítulos visibles de un asunto complejo.

Este dibujo, hecho palabras, está rayado en la portada del filme documental Operación Ucrania. Los zombies de Bandera (Rusia, 2023), del cineasta Maxim Serguéyev. Es un texto cinematográfico de corte televisivo, urgido por la escritura de la impronta, resuelto con los encuadres que distinguen a la estética del video clip. Evoluciona, sobre esos cauces, por esa necesidad de articular contextos, circunstancias, antecedentes o claves pretéritas, y apuntar, sobre todo, a un lector prendido a las lecturas en móviles, donde el texto breve y la imagen digital, marcan la diferencia.

El signo central de este filme es Stepán Bandera, líder nacionalista ucraniano que apoyó a la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial y dirigió la Organización de Nacionalistas Ucranianos.

¿Cuáles son las primeras escenas que revela esta pieza cinematográfica? ¿Qué claves se desabrochan en la pantalla? Manifestaciones de ucranianos que celebran al líder nacionalista venerado como héroe en grandes fotos y pancartas de hechuras posmodernas, simbologías nazi incrustadas en los espacios citadinos de la nación europea, actos públicos de corte ultranacionalista iluminados por las antorchas que han distinguido las puestas en escena nazi —Joseph Goebbels fue uno de sus grandes maestros de ceremonias— o el Batallón Azov (formación militar ultra-nacionalista ucraniana​​) que embisten con morteros a la población civil. Este prólogo cinematográfico presenta los ejes que singularizan toda la pieza, una puesta que subraya las líneas de su envoltura mayor.

El “Padre Bandera” es fotografiado, también idolatrado, más allá de las fronteras del país de la Europa Oriental. Un festival nacional ucraniano en Canadá, toda una batería de objetos nostálgicos dispuestos en un museo de Londres, exhibido como “reliquias para perpetuar su legado”, son algunos de los signos incorporados en los anaqueles narrativos de esta entrega. No falta en el inventario fotográfico de la pieza fílmica, la corporeidad de un monumento pulcro, prominente, dedicado a los miembros de la División «Galizien», que homenajea a colaboradores ucranianos de las SS quienes juraron lealtad a Hitler.

Nacionalista ucranianos homenajeando a Stepán Bandera. Foto: Sergei Supinsky/AFP

II

Amerita incorporar en este ensayo, los entrecomillados, acotaciones y desclasificados, que pernoctan fuera de Operación Ucrania. Los zombies de Bandera. Los contextos, son imprescindibles en toda lógica, análisis y reflexión de un tema.

“El Washington Post escribió que Bandera había entablado una ‘relación táctica con la Alemania nazi’ y que sus seguidores ‘fueron acusados ​​de cometer atrocidades contra polacos y judíos’, mientras que el New York Times escribió que había sido ‘vilipendiado por Moscú como pro-nazi traidor’, un cargo que se considera injusto ‘a los ojos de muchos historiadores y, ciertamente, de los ucranianos occidentales’. Foreign Policy descartó a Bandera como ‘el hombre del saco favorito de Moscú. . . una metonimia para todas las cosas malas de Ucrania’”[ii].

“El auge del fascismo en Europa es incontrovertible. O ‘neonazismo’ o ‘nacionalismo extremista’, como prefieran. Ucrania, como colmena fascista de la Europa moderna, ha visto resurgir el culto a Stepan Bandera, —subraya el cineasta australiano John Pilger— el apasionado antisemita y genocida que alabó la ‘política judía’ de Hitler que masacró a 1,5 millones de judíos ucranianos. ‘Pondremos vuestras cabezas a los pies de Hitler’, proclamaba un panfleto banderista a los judíos ucranianos”[iii].

La historiadora francesa y profesora de la Universidad de París VII – Denis Diderot, Annie Lacroix-Riz, abre su artículo Bandera, nazi ucraniano y campeón de Occidente, con palabras que suenan a mazazos:

“El nazi ucraniano Stepan Bandera, luchador junto a Hitler y verdugo en masa de decenas de miles de judíos y combatientes de la resistencia comunista, se convierte cada día un poco más en el héroe de los ‘demócratas’ de Occidente. Cuando no lo olvida, la prensa vende su historia, transformando al verdugo en un glorioso nacionalista; además, en 1945, ¿no era un agente estadounidense? Lo que demuestra que existe un paraíso para los nazis”[iv].

Sin perder trigo, las palabras de Lacroix-Riz plantan una verdad, lanzada como filosa daga hacia los anclajes de la prensa occidental: los ucranianos orientales de habla rusa asesinados por los devotos de Bandera habitan en los anaqueles “polvorientos” de los medios occidentales:

“La Guerra de Ucrania fue lanzada por Rusia después de ocho años de agresión ucraniano-occidental (2014-2022) contra los ucranianos orientales de habla rusa. Sus 14.000 muertos, en su mayoría civiles, habían interesado tan poco a nuestros grandes medios como los de Irak, Serbia, Afganistán y Siria, atacados desde 1991 por Estados Unidos en una búsqueda global por el control del petróleo y el gas y otras materias primas, al amparo de la OTAN, sujeto a un solo comando estadounidense desde su fundación (1950)”[v].

Es vital reciclar la historia pretérita para visibilizar los “pretextos” de un genocida. Rodolfo Bueno, redondea la arquitectura de Stepán Bandera  en su artículo Los entretelones del conflicto de Ucrania, publicado en Rebelión:

“A partir de la invasión alemana, cuando el III Reich proclamó ‘liberar la URSS’, los miembros de la OUN-B lucharon junto a las tropas de la Wehrmacht contra el pueblo ‎soviético, con el eslogan ‘¡Slava Ukraini!’, hoy repetido por los demócratas de EEUU; su colaboración fue total en las masacres contra los soviéticos. En Lvov, entonces Leópolis, los nacionalistas ucranianos ‘independizaron’ Ucrania bajo el gobierno de ‎Stepan Bandera. Para celebrar esta independencia, entre el 29 y el 30 de septiembre de 1941, los nacionalistas ‎ucranianos asesinaron a 33.771 ‎judíos en Babi Yar, un barranco en las afueras de Kiev”[vi].

En su texto, Bueno desbroza —como sumas vitales para engrosar signos en la memoria contemporánea— un pasaje que ensancha  nuestro capital simbólico:

“Los nacionalistas ‎ucranianos hacían el siguiente juramento: ‎ ‘Yo, hijo fiel de mi patria, me uno voluntariamente a las filas del Ejército de Liberación ‎ucraniano y con alegría juro que combatiré fielmente el bolchevismo por el honor del ‎pueblo. Este combate lo libramos junto a Alemania y sus aliados contra un enemigo ‎común. Con fidelidad y sumisión incondicional, yo creo en Adolf Hitler como dirigente y ‎como comandante supremo del Ejército de Liberación. En todo momento, estoy dispuesto ‎a dar mi vida por la verdad’”[vii].

III

Maxim Serguéyev no se contenta solo con los testimonios, esenciales  en el corpus de esta pieza documental. Aporta, como signo de un tiempo pretérito, todo un arsenal fotográfico de los actos execrables ejecutados por Stepán Bandera y sus partidarios. Los anaqueles de la historia arropan ese capital para la comprensión de la verdad histórica, muchas veces convertida en desdibujados resortes posmodernistas.

El archivo adquiere nueva dimensión y protagonismo en el cine. Este reservorio de símbolos y datos se ha convertido en objeto para la reflexión y el análisis. Los valores que atesoran impactan en la sociedad.

Abordar la memoria es relatar sobre recuerdos y olvidos; es contextualizar narrativas, actos, silencios y gestos. La recordación es selectiva, evoluciona desde la curaduría del presente. Una suma de generaciones trastoca la información, la interviene o interpreta, según el signo ideológico al que responde. Pero, si los pliegues del documento que atesora un repositorio no han descolorido sus esencias, la verdad pretérita aflora nítida, exuberante.

Operación Ucrania. Los zombies de Bandera asume ese insobornable cometido, capítulo consustancial de la ética del cine documental y sus hacedores. Históricamente el cine de no ficción ha contribuido con sustantivos arsenales de realidades vencidas, vital para la comprensión del presente. Serguéyev resuelve este apartado, con un contrapunteo entre estudiosos de Stepán Bandera, secundado con ese capital atesorado en los armarios de la memoria, patrimonio de la humanidad.

No son imágenes de factura manipuladora, no se advierten “ralladuras” en los pliegues de sus texturas, tampoco se apropia de las intervenciones estéticas que brindan las nuevas tecnologías. Resuelve recordar y entender, los procesos que hoy agitan a una Europa, entregada a los designios de una nación, que se atribuye la narrativa del “ego imperial”.

El cineasta documental, como el historiador, es un hacedor de historia, desde los cauces de su labor creativa, pero es obvio que no resulta suficiente el documento para restituir la relación con el pasado. Apropiarse de los archivos, es legitimar un discurso para la comprensión de hechos pretéritos o aproximaciones a estos. El archivo cobra sentido, por la singularidad de trabajar sobre el mismo a partir del material proporcionado por la memoria colectiva. El protagonismo de los documentos presentes en esta pieza cinematográfica, redondea una relación de convergencias entre el genocidio pretérito y la convulsa contemporaneidad, que evoluciona en la misma geografía que protagonizó la Segunda Guerra Mundial.

Retratos de Hitler, símbolos nazis e imágenes de Satán: combatientes presos del batallón Azov muestran sus tatuajes ante la cámara. Foto: RT

IV

Como en los pilares de la Operación Ucrania, los paralelismos habitan en este ensayo. La República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk son narradas por los medios de occidente desde las convenientes bases que marcan la geopolítica otanista. Las deslegitimación de un proceso llevado a cabo por el soberano de estas dos regiones europeas, son “resueltas” a golpe de titulares, descontextualizaciones y zapas diplomáticas. El acto legítimo de sus pobladores de adherirse a Rusia, es torpedeado convenientemente.

Detrás de todo ese arsenal de acciones, resumido en pocas líneas, se esconde un asunto mayor, un tema sustantivo: el derecho a la vida. La fotografía, en el filme, toma protagonismo para reseñar las arremetidas de las tropas nacionalistas ucranianas contra la población civil de estas dos regiones.

Vuelven sobre nuestras pupilas las escenas del horror nazi. Cuerpos quebrados (vestidos con un velo por respeto al lector cinematográfico) son puestas en los centros del encuadre documental. Las furias de balas, proyectiles y morteros son documentados en esta pieza, que escribe con fuerza el ejercicio del horror, siempre listo para aniquilar al otro. Edificios cercenados, calles inundadas de municiones “salvadoras” donde habitaban civiles. Siembra de la penuria y la incertidumbre mordaz.

Las palabras torturas, cuerpos incinerados o campos de concentración emergen en el documental. Son parte de ese capital simbólico incorporados al filme, los testimonios de víctimas o testigos de las execrables fuerzas que cercenaron el sentido del tiempo, o las tomas fílmicas de lo que fueron campos de concentración. La humareda de cientos de edificios habitados por civiles se viste como pintura surrealista. Guernica vuelve sobre nuestros pasos. Las alambradas, las condiciones penosas de esos recintos, son entremezcladas con la fuerza de las palabras.

Niños y los ancianos desvalidos, de la República Popular de Donetsk y de la República Popular de Lugansk, son también víctimas de estas arremetidas “simbólicas” que la tecnocracia europea esconde, apaga o reescribe con palabras vacías y puestas en escena.

¿Para cuándo los titulares de estos hechos en los medios de occidente? ¿Alguna vez la mentira, la omisión o la manipulación serán penalizadas?

En Operación Ucrania. Los zombies de Bandera,  la fuerza de las palabras y los encuadres fotográficos se erigen como recurso insustituible, eficaz, temido. La historia se hace también con los poderes de sus bordes.

V

Maxim Serguéyev retoma, en el tercer tercio del filme, los justificados paralelismos históricos. Se apropia de la historia y los esenciales testimonios sobre el capítulo Stepán Bandera, para contextualizar las bases de esta contemporaneidad en curso.

Los actos genocidas de los seguidores del Padre Bandera, aparecen como dibujos asimétricos. Son documentos de una poderosa fuerza, vestidos con dolorosas escrituras. No falta el dato contundente, la imagen de sustantiva semántica o el reciclado de acciones o comportamientos, cuyas bases nos transportan a los periodos en que los nacionalistas ucranianos eran servidores de Hitler.

¿Se quebró alguna vez la ideología nazi en la sociedad ucraniana? Las palabras de un soldado de las fuerza armadas ucranianas, incorporadas en el filme, despojadas de artificios, regala este mensaje:

“Mientras tenga vida y salud, quiero decir que si llego a Kajovka, colgaré de los robles a esos mal nacidos, a todos mis amigos con los que crecí. Ni siquiera me temblará la mano. Los colgaré, los mataré en el acto. Tengo muchas ganas de seguir con vida. A la mierda. Voy a colgar de los robles a esos desgraciados”.

Incrustaciones testimoniales de los genocidas ucranianos, son parte de las anchuras de esta pieza documental. Palabras de más de una treintena de integrantes de la 25 brigada de las fuerzas armadas de Ucrania, revelan las órdenes de su comandante:

“En este pueblo, todos los residentes son ocupantes. Aquí no hay civiles, disparen contra todas las casas, ventanas, autos. Lancen granadas en los sótanos. Por la mañana vimos como empezaron a salir de los sótanos. Aquí cerca salió una chica joven con un bebe de tres meses”.

VI

El epílogo de este filme resulta medular en la comprensión de los procesos ideológicos, culturales, mediáticos y militares que se avistan en Europa. Esta zona del filme, irrumpe como otro documental dentro de la narrativa de Operación Ucrania. Los zombies de Bandera.

El arte de su realizador y del equipo que lo secunda construye toda una lógica, esencial para entender los destinos que se juegan en una contienda donde la palabra geopolítica no puede resolver por sí sola. Stepán Bandera está en el centro de todo el discurso de cierre del filme.

Las imágenes y los testimonios sumados a esta zona del documental se articulan como audaces y simbólicos movimientos de ajedrez. No solo se escribe sobre el personaje objeto, las variables CIA (Agencia Central de Inteligencia), MI6 (Servicio de Inteligencia Secreto del Reino Unido), UPA (Ejército Insurgente Ucraniano), la diáspora de estos nacionales en otras regiones del mundo, el florecer de simbología nazi en la ucrania contemporánea, las antorchas de Hitler contextualizadas en las calles de la ciudad europea, la veneración de los ideólogos y líderes que secundaban al “Padre ucraniano”. Todo este arsenal se embiste en el filme con fuerza para relatar las lógicas por las que transitan las embestidas de las tropas ucranianas, acompañadas sin fisuras por la OTAN, liderada por el gobierno del Presidente Joe Biden.

El historiador y profesor ruso Oleg Kuznetsov, sentencia en el filme con meridianas palabras:

“Sin dudas, el occidente colectivo, apoya ahora el nacionalismo, no solo en Ucrania, sino también en los países bálticos. La transcaucasia y los países de Asia central. Toda la coalición de Hitler, es probablemente el prototipo de la actual Unión Europea. Todos los que estaban en contra de Hitler, actualmente no forman parte de la Unión Europea. No obstante, todos los que estaban de su parte, hoy en día están en la Unión Europea. Todos los que estaban del lado de Hitler, en la guerra, están en la Unión Europea. Así que cuando decimos que la internacional nazi se fomenta por Europa, es cierto, porque es un producto de Europa”.

Volviendo sobre los paralelismos, las analogías, el ejercicio de la crítica de arte entraña todo un proceso de creación que empasta, en muchos puntos, con la labor de un cineasta. Rufo Caballero, en su prominente libro: Nadie es perfecto. Crítica de cine, coeditado por Ediciones ICAIC y la Editorial Arte y Literatura, escribe palabras provocadoras, propias de sus modos de narrar.

“Siempre he sido un relativista y un subjetivo. No por figurar ahora frente a la Santa Inquisición Académica voy a retractarme. Mi carne no será nunca débil. No creo en el relativismo como agnosticismo posible. Creo en el relativismo como una herramienta sobregnóstica; es decir, que produce un excedente de sentido frente al cual es posible la decantación, la jerarquización racional, el deslinde. El relativismo te permite decantar información, comparar, colegir, actuar sin orejeras, sin monologismo. El relativismo es vecino de la complejidad”[viii].

¿Debemos darle espacio al relativismo, cuando se aborda el resurgir del nazismo en Europa y las fuerzas “ocultas” que las secundan? Ya sabemos que en los Estados Unidos habitan sin reparos, amparadas en una constitución, cuyas bases, remontan a los esclavistas fundadores de esta nación.

Maxim Serguéyev y su equipo de realización entregan toda una ejemplar puesta documental televisiva, donde las urgencias que abordan soportan todas las designaciones teóricas, que lastran el destino de la humanidad.

Bombardeos de tropas ucranianas causan destrucción de más de 70 iglesias en Donetsk. Foto. SANA

Ficha técnica

Dirección: Maxim Serguéyev

Producción: Lusiné Makaryan

Edición de video: Anastasía Prokofieva

Gráficos: Serguéi Lárchenkov

Transliteración: Ivetta Punánova, Vasili Punánov

Sonido: Román Makéyev

Música: Apollo Music

Año: 2023

Productora: RT “TV-NOVOSTI”

[i] Bourdieu, Pierre. Meditaciones pascalianas. Barcelona (Anagrama, 1999) pp. 227.

[ii] Lazare, Daniel. Who Was Stepan Bandera? https://jacobin.com/2015/09/stepan-bandera-nationalist-euromaidan-right-sector/

[iii] Pilger, Johh. La guerra que viene. Es la hora de alzar la voz. https://ctxt.es/es/20230501/Firmas/42886/john-pilger-propaganda-periodismo-medios-guerra-libia-irak-rusia-eeuu-ucrania-nazis.htm

[iv] Lacroix-Riz, Annie. Bandera, nazi ucraniano y campeón de Occidente. https://www.investigaction.net/fr/bandera-nazi-dukraine-et-champion-de-loccident/

[v] Ibídem. https://www.investigaction.net/fr/bandera-nazi-dukraine-et-champion-de-loccident/

[vi] Bueno, Rodolfo. Los entretelones del conflicto de Ucrania. https://rebelion.org/los-entretelones-del-conflicto-de-ucrania/

[vii] Ibídem. https://rebelion.org/los-entretelones-del-conflicto-de-ucrania/

[viii] Caballero, Rufo. “Con odio y con amor, como un hombre. Sentido y placer del crítico cubano”. Gaceta de Cuba, enero-febrero, 2000, no 1, pp. 3-6.

Operación Ucrania. Los zombies de Bandera (Rusia, 2023), del cineasta Maxim Serguéyev (Documental)

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La orfandad de los caníbales

Foto: DW

Por Iramís Rosique Cárdenas

«Toda secta es en realidad religiosa»

Karl Marx

La filogenia del sectarismo o cómo se enlata la política

Hay quienes dicen que el sectarismo es un fantasma, pero se equivocan. Quieren jugar al psicólogo y convencernos de que «el sectarismo no existe: no puede hacerte daño». Los fantasmas no existen, pero el sectarismo sí, y como la cólera de Aquiles, bastantes males ha causado «entre los aqueos», e incluso, bastantes almas de comunistas valerosos «precipitó al Hades» de la historia.

Este asunto ha sido varias veces denunciado en Revolución, aunque sobre él, en cuanto tal, se ha reflexionado poco. En nuestra psiquis política colectiva el sectarismo habita como trauma. Eso explica, quizás, los silencios que lo rodean o la angustiosa, y no pocas veces patética, urgencia de algunos para cerrar esa «gaveta» cada vez que se intenta abrirla. Una socorrida solución ha sido personalizarlo o moralizarlo: se reduce el sectarismo a un problema de carácter, a un problema de ambición personal de un individuo o un grupo, o a un resultado de simpatías o antipatías. También hay lecturas que asocian el sectarismo a determinadas matrices ideológicas como, por ejemplo, el marxismo-guión-leninismo. No obstante, estas asunciones no hacen más que oscurecer la comprensión del sectarismo y de sus causas, e imposibilitar su extirpación definitiva del campo de la militancia revolucionaria.

En política, como en agroindustria, existen tecnologías de conservación. Estas imponen, a los cuerpos sociales, disciplinas que aseguran la reproducción y consistencia de ideologías, órdenes, instituciones, grupos…

En ese sentido, el sectarismo no es solo una «enfermedad política»,[1] sino una tecnología política de la misma familia que el dogmatismo, la mistificación o la sacralización, y lo que la caracteriza es la colocación intransigente de su identidad de grupo particular por sobre las necesidades de la causa política más general en la cual se inscriben y dentro de la cual co-militan con otros grupos. No puede hablarse de sectarismo entre campos políticos antagónicos: el sectarismo se da hacia lo interno de un campo político con determinado grado de pluralidad y como tecnología actúa, en especial, sobre el colectivo cuya identidad «única» se pretende proteger de toda posibilidad de contaminación, desviación o disolución; o sea: sobre la «secta».

Tampoco se puede creer que alguien está per se inmunizado contra el sectarismo. Todo espacio de militancia es susceptible a desarrollarlo siempre que no se asista de una ética que lo considere intolerable.

Seguramente, cuando se habla de sectarismo, muchos piensen en fanáticos vociferando sus verdades sin escuchar a nadie, en fundamentalistas con intención de imponer su verdad a todo el mundo y con el plumón presto a etiquetar de «traidores» o «herejes» a más de uno. Pero, si bien estos son los sectarismos más recurrentes y dañinos, no son todos los que hay. Lo que acabamos de describir pudiéramos llamarlo sectarismo activo, preocupado no solo de disciplinar a su secta, sino también imbuido de la misión de convertir a todo el campo político en su secta y de castigar o expulsar de él a los que se resistan a ello. Este texto lidia, sobre todo, con ese tipo de sectarismo, pero es menester señalar que también existen sectarismos pasivos.

«Sectarismo pasivo» tenemos toda vez que un colectivo, sin vocación de castigo ni de persecución, coloca sus tiempos, modos, necesidades e identidades por encima de los del proyecto político común. Y cuando decimos «los del proyecto» no nos referimos a los que puedan existir en la conciencia parcelaria de la realidad de algunos, muchos, o incluso la mayoría, sino los que emanan de la toma de conciencia de la totalidad, del cuadro general del proceso político: de lo que Fidel denominó «sentido del momento histórico». Estas resistencias se convierten en techo de poca altura y mala fabricación para el crecimiento político de estos colectivos, devenidos también sectas, esta vez eremitas.

El «sectarismo activo», por su parte, opera como policía política y aspira a colocar el desarrollo de su conciencia como límite al desarrollo de la conciencia del resto del campo político.

No en balde estos sectarios, en vez de estar de frente al enemigo o junto a los compañeros de la retaguardia, se posicionan de espaldas al enemigo y de frente al campo propio para ver quién se mueve en la formación. Rafael Hernández señala algunos rasgos del «sectarismo activo» que captan muy bien lo que estamos describiendo:

«(…)

  1. Dentro del grupo, casi todo; fuera del grupo, nada.
  2. Quien no comparte los criterios y normas aceptadas no está solo equivocado (como dice el dogmatismo), sino se ha desviado, es peligroso, o indigno.
  3. Quien piensa diferente no comete error o ignorancia (como dice el dogmatismo), sino merece castigo (exclusión, estigma, desprecio).
  4. Los que se distancian se alían a la larga con ‘ese bloque del enemigo’ (trátese del imperialismo o del Partido-Estado).
  5. Purgar las filas y emplazar ideológicamente a los «inconsecuentes» se justifica moralmente en cualquier circunstancia, a nombre de ‘la verdad’.
  6. La confrontación, agresión y adjetivación personal pasan por debate de ideas, y valen como sustitutos a la carencia de argumentos.
  7. Toda actitud individual diferente entraña un motivo oscuro, endeblez de carácter o de principios.»[2]

Cuando leemos estos aspectos, comprendemos que el sectarismo no es un asunto ideológico ni está ligado a ideología alguna. Una vez preguntaba a un amigo por qué Ota Ola fustiga constantemente a personas como Elaine Díaz o Harold Cárdenas, y los tilda de «agentes del castrismo», de «comunistas», de «tibios». Su respuesta fue que Ota Ola tenía o se había asignado la función de disciplinar a su campo político, de uniformarlo y mantenerlo bajo la hegemonía de esa fracción histérica y desbocadamente anticomunista de la oposición contrarrevolucionaria tradicional con base en Miami. No podía permitir ni tolerar que terceros entendieran como legítimo que un opositor anduviera diciéndose «de izquierda» o se posicionara contra el bloqueo o criticara el enfoque Trump de las relaciones con Cuba. Ahí tenemos el sectarismo de derechas. También es bien sabido el ambiente que se respiraba en el grupo de Facebook de la difunta plataforma Archipiélago en sus días de alguna relevancia. Más de un enemigo del socialismo cubano se quejó de la intolerancia y el sectarismo de ese espacio, lo que demuestra que no es un asunto de izquierdas o de derechas sino una práctica política que puede ser desempeñada desde el interior de cualquier ideología o campo político.

Por supuesto que a nosotros nos interesa el problema del sectarismo para el campo revolucionario cubano. Y ese tema adquiere relevancia especial en un momento como este, cuando la refundación de la Revolución se hace urgente y en el que la oposición contrarrevolucionaria se ha replegado, porque los sectarismos y otras tecnologías de la conservación obstaculizan que el socialismo pueda ser renovado y retrasan la afirmación en el pueblo de cualquier sentido del momento histórico.

Las tres (anti)críticas del sectarismo o cómo se mata la política

Ya habíamos dicho que un mecanismo para eludir el trauma del sectarismo entre los revolucionarios cubanos ha sido el de personalizarlo, identificarlo con la praxis específica y aislada de este o aquel funcionario extremista o militante entusiasta e inmaduro. No obstante, en los últimos días, a propósito de la reemergencia de este debate, han ocurrido variaciones discursivas remarcables, que no son sino otros modos de evadir la contradicción de la que los comportamientos sectarios son síntoma. Aunque hay que admitir que todas esas posiciones entrañan una aceptación tácita de que el sectarismo es un problema político y hace daño a la Revolución.

La primera de estas variaciones consiste en el intento de homogenizar, más bien camuflar, el sectarismo bajo el manto de la crítica libre y revolucionaria. ¿Por qué se acusa de sectarismo a los compañeros que simplemente están haciendo una crítica? ¿Acaso alguien se cree inmune a la crítica? ¿No es acaso la crítica un deber revolucionario y una manifestación de salud política, de diálogo?

Probablemente estos compañeros han confundido la noción cotidiana de «crítica» como «decir lo malo de», «hacer leña de», «hablar mal de», con la crítica como ejercicio intelectual de análisis, de dilucidación, de esclarecimiento, que es la que puede tener utilidad en los debates entre compañeros con el mismo horizonte político.

Ni acusar, ni levantar sospechas, ni etiquetar a la ligera son ejercicios rigurosos de crítica. Cuando acusamos a un revolucionario de «centrista» o de «socialdemócrata» o de «liberal» sin tomarnos el trabajo de explicar qué significan esas etiquetas y cuáles acciones o ideas del compañero en cuestión califican como tales, no estamos haciendo ninguna crítica. Eso es simple y burda difamación.

Cuando destapamos la bola de cristal para adivinar y «denunciar» ocultos deseos, posibles traiciones, vínculos vergonzantes o indicios de analogías con pasados traidores, no estamos haciendo ninguna crítica tampoco: eso se llama cacería de brujas. No sabemos bien si es infantil o es cínico, pero el empeño de hacer pasar por pensamiento crítico todos estos tópicos vulgares ―que además no son nada originales y se han repetido una y otra vez desde el siglo pasado―, subestima la inteligencia de todos los que escuchamos tal «argumento».

La segunda variación evasiva recurre a anular la dimensión política del conflicto y desviar el tema hacia la moral. Entonces el sectarismo no se maneja como lo que es, un asunto político, que debe emplazarse y discutirse públicamente, sino que se reduce a una pelea de grupitos, a una cuestión de pandillas. De este modo se clausura toda posibilidad de que la disputa sea resuelta en favor o en contra de la política sectaria: se prefiere, desde una falsa superioridad ética, denunciar los males del ego y la falta de humildad, como si fueran las causas del problema. Incluso en esta línea se llega a esgrimir un conveniente relativismo en el que «nadie tiene la verdad», que es una delicada manera de decir que nadie tiene la razón.

Pues no: sí hay quien tiene la razón, y sí hay quien daña a la Revolución Cubana. El sectarismo y los sectarios hacen daño y están equivocados, y todos los que contra el sectarismo se levantan ―desde dentro del propio campo revolucionario― tienen la razón al hacerlo.

La tercera y más socorrida variación es el llamado a la sacrosanta unidad. Un día tendremos que preguntarnos hasta cuándo vamos a tolerar que tras el parabán de la unidad o el de la Revolución se escuden individuos y conductas que las laceran y las pudren. La unidad esgrimida ahí es una unidad abstracta. ¿Qué unidad es esa y con qué? ¿Qué lacera más la unidad, la cultura política inquisitorial o el llamado a destruirla?

Enseguida corren algunos a pedir que ese tipo de asunto se dirima en privado porque en público «dan armas al enemigo». Hay que sonreír imaginando a estos extintores parlantes susurrarle a Fidel hace sesenta años: «Ay, comandante, no denuncie a Aníbal Escalante públicamente que eso da armas al enemigo, mejor llámelo a un aparte en un pasillito que es como hacen las cosas los revolucionarios que cuidan la unidad». Por supuesto que a nadie se le ocurrió semejante tontería. Fidel habló, y bien alto, y frente a todos expuso los males del sectarismo, y no sería aquella la única vez. Y poco importa si el enemigo lo usó con oportunismo: hace sesenta años estaba muy claro que el sectarismo constituía una debilidad y el problema debía ser ventilado en favor del fortalecimiento del bloque de la Revolución. No era una entrega de armas al enemigo, era una manera de apertrecharse ante el enemigo. Ese día «Fidel habló para los revolucionarios», y para nadie más.

No obstante, nos enfrentamos ahora a la ausencia de una ética colectiva y sin eso nadie puede esgrimir una unidad que no sea abstracta, metafísica y, por tanto, falsa. ¿Cuál es la ética de la Revolución? «Revolución es no mentir jamás ni violar principios éticos». ¿Cuáles principios? Probablemente hay consenso en que no se puede ser corrupto y revolucionario a la vez. Pero, ¿se puede ser machista y revolucionario? ¿Y homófobo? ¿Y violento? ¿Y racista? Podríamos decir que no, pero eso no significaría nada. ¿Acaso no hay personas racistas, machistas u homófobas que se siguen considerando a sí mismas «revolucionarias»?

Solo en abierto debate de ideas y argumentos puede pugnarse por que una ética nueva se haga hegemónica a un campo político y se erija en ética colectiva y verdaderamente unitaria.

Las evasiones al asunto del sectarismo —que a veces se levantan de modo similar para otros temas— obstaculizan la expiación de esa práctica nociva y son manifestaciones evidentes de antipolítica. Y nada es más extraño y hostil al socialismo que la antipolítica. Si el capitalismo es la sociedad en que la forma mercancía se universaliza, el socialismo es la sociedad de la progresiva universalización de la política, entendida como el espacio de la deliberación, del conflicto, de la conciencia, de la palabra. La democratización de la vida, de todas las esferas de la sociedad, pasa por la entrada de la política en cada una de ellas. La clausura de la política que resulta de la huida constante de la contradicción y el conflicto es uno de los mayores obstáculos de nuestra cultura política para la profundización del socialismo en Cuba.

La orfandad de los caníbales o cómo se restaura la política

Esperemos nunca tener que extrañar a los antiguos dogmáticos del marxismo-guión-leninismo. Konstantinov, Afanasiev, Oizerman…: todos aquellos viejos profesores de filosofía que saltaban como fieras ante los indicios más mínimos de «revisionismo». Ellos eran guardianes de un poderoso dogma que sostenía Estados gigantes y movía a millones de personas en el mundo. Sabemos que el dogmatismo y el sectarismo son diferentes y que no tienen que convivir, pero podemos decir, sin temor a equivocarnos, que si el sectarismo tiene un padre, ese es el dogmatismo. Y no es solo su padre: es también su corazón. Bajo la luz cegadora de un dogma magnánimo se entiende la ferocidad de los viejos estalinistas dispuestos a echarse los unos sobre los otros como hienas, encantadas por el fulgor de la «doctrina invencible del proletariado», en aras de proteger su «pureza». Así mismo, puede llegar a comprenderse el fundamentalismo religioso, embriagado del mandato mesiánico proveniente de Dios.

Decía Marx que toda secta es en realidad religiosa. ¿Pero cuál es el dios de nuestros sectarios?

Seguramente ante la pregunta responderían airados: «¡La Revolución!». Así, con mayúsculas. Y habrá que insistirles una vez más: ¿qué es la Revolución? O más bien, ¿qué es para ustedes? Estas son preguntas difíciles que, por demás, no hemos hecho aún a esos compañeros. Lo que tenemos como pista son las reacciones virulentas de ellos ante lo que consideran la anti-Revolución.

Si alguien juzga sospechoso o se molesta porque se emplee a un autor francés o norteamericano para explicar fenómenos de la Revolución Cubana, ¿qué cuerpo doctrinario está protegiendo? Cada vez que se acusa a alguien de «centrista» o de «liberal» o de «socialdemócrata», ¿de qué se le acusa exactamente? Esas etiquetas, devenidas ofensas, se han vuelto muy socorridas en los últimos años. ¿Qué son el «centrismo», el «liberalismo» y la «socialdemocracia»? Los dogmáticos y sectarios de antaño, del viejo Partido Socialista Popular (PSP), de la URSS, tenían todo esto milimetrado, pero ¿y estos?, ¿qué es lo que defienden?

Hay un problema de fondo en el asunto de acusar de centrismo o de socialdemocracia. En Cuba, desde 1991, pero sobre todo después del retiro de Fidel y el cese de su práctica política discursiva permanente, hay una crisis doctrinal de la Revolución Cubana.

Esa crisis hace que sea difícil distinguir los discursos clásicamente liberales o socialdemócratas, por ejemplo, del discurso del Estado sobre determinados temas.

La Revolución Cubana está pagando una derrota que no fue suya: la del socialismo europeo. La ideología producida en Europa del Este, su marxismo-guión-leninismo, con todos sus defectos y su dogmatismo, otorgaba sostenimiento espiritual y sentido a un mundo —epistemológico, político, jurídico, ético, existencial, estético…— . Su hundimiento dejó a la Revolución Cubana y su socialismo como náufragos en el océano de las ideologías.

Por fortuna teníamos a Fidel, una máquina líder productora de sentido. Fidel pasa entonces a convertirse en la principal fuente de legitimación ideológica. En ausencia de un cuerpo doctrinal y espiritual sólido, más allá de la ambigüedad transclasista que caracteriza a todo nacionalismo, lo que Fidel explica y suscribe se considera lo revolucionario. La condición revolucionaria de las ideas ya no reside en su consistencia con un canon específico, sino en el emisor: Fidel, mientras estuvo activo.

Por un lado, esto tuvo la limitación de que es imposible que el grueso de la reproducción ideológica de una sociedad recaiga en un sujeto individual. El mundo del socialismo real era sostenido por miles y miles de pensadores, artistas, políticos, maestros, científicos, etc. Por otro lado, luego de Fidel, el Estado —y no el Partido— lo sustituye como fuente de legitimación ideológica. Entonces ocurre un desplazamiento muy interesante en nuestros sectarios.

Si un intelectual de izquierdas, pero sin cargos gubernamentales, señala la naturaleza estructural del bloqueo para el socialismo cubano y la necesidad de crear y avanzar a pesar de él, algunos compañeros se levantan airados a cuestionar las ocultas intenciones perversas de ese intelectual que seguramente lo que pretende es blanquear y minimizar el bloqueo. Basta que a la semana siguiente el compañero Primer Secretario del Partido suscriba la misma idea para que, ¡entonces sí!, ellos puedan asumirla como algo decible y aceptable. Del mismo modo, algunos son muy ácidos contra economistas cubanos que no trabajan para el enemigo, pero que tienen visiones críticas sobre determinada política económica, a los cuales acusan enseguida de neoliberales o socialdemócratas ―sin demostración alguna de en lo que esto consiste―, pero luego se hace mutis cuando en un Pleno del Comité Central un compañero dice que cuando los ricos se enriquecen jalan a los pobres.

Esto indica que para algunas de nuestras sectas locales lo sagrado no es tanto el proyecto revolucionario como el poder que lo sostiene, el cual se les presenta como productor de la verdad.

Que una relación de poder sea el instrumento de legitimación ideológica implica unos niveles de mistificación y metafísica política extraordinarios, además de ser un excelente asidero a los oportunismos de todo tipo que siempre sacan ventajas de las opacidades. El avance o el libre desarrollo de un sectarismo huérfano y sin corazón, cuya única sujeción es la «verdad» del poder, es muy peligroso para el futuro del socialismo cubano, porque precisamente los discursos liberal y socialdemócrata logran calar en las conciencias de revolucionarios, no porque sean engañosos o porque la gente sea tonta, sino por la inconsistencia actual del cuerpo doctrinal de la Revolución Cubana. ¡Y contra el completamiento de este se levantan nuestros caníbales!

Quien desee ser solamente ideólogo del poder, es decir, de políticas gubernamentales, de «lo que está», de la burocracia —como rezan recientes confesiones de algunos—, y no ideólogo del proyecto, de la Revolución, de «lo que queremos ser y de aquello por lo que luchamos», que lo sea; pero que no intente hacer pasar eso como militancia revolucionaria. Y que tampoco se atreva, con sus cacerías de brujas y sus mediocridades, a intentar ponerle freno al empeño de pensar y hacer la Revolución Cubana; porque ante toda voluntad de congelar el tiempo y convertir a los revolucionarios cubanos en un ejército de obsecuentes y repetidores, solo hallarán un fuego que se esparció por toda Cuba el 25 de noviembre de 2016, y que no se extinguirá hasta abrasar este mundo y dar a luz a un mundo nuevo. ¡Aprendan a arder, o serán consumidos!

Notas:

[1] Como lo describe Rafael Hernández en su excelente artículo «Algunas enfermedades infantiles en la cultura del socialismo en Cuba», publicado en el diario digital OnCuba el 6 de marzo de 2020 (https://oncubanews.com/opinion/columnas/con-todas-sus-letras/algunas-enfermedades-infantiles-en-la-cultura-del-socialismo-en-cuba/).

[2] Rafael Hernández, op. cit.

Tomado de: La Tizza

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Socialismo

Por Fernando Martínez Heredia

El autor escribió una versión primitiva de este texto en 2005, a solicitud de Pablo González Casanova, que fue publicada en Fernando Martínez Heredia y otros, Autocríticas, un diálogo al interior de la tradición socialista (Editorial de Ciencias Sociales / Ruth Casa editorial — Cuadernos de Pensamiento Crítico N° 1, La Habana, 2009). La presente versión fue revisada y ampliada para promover la discusión en el Seminario de Posgrado del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, México DF, 19 de septiembre de 2012; y para su reedición en 2014.

Tomado de Magdiel Sánchez Quiróz (selección e introducción), Fernando Martínez Heredia. Pensar en tiempo de revolución. Antología esencial, Buenos Aires, CLACSO, 2018.

I. Socialismo, socialistas

El concepto socialismo ha sido cargado de sentido desde una amplia gama de orientaciones ideológicas y políticas diferentes, durante más de un siglo y medio. Sin duda, esto dificulta el trabajo con él desde una perspectiva de ciencia social, pero es preferible, en vez de lamentarlo, partir de esa realidad, que es casi imposible separar del concepto. Lo más importante es que desde el siglo XIX y en el curso del siglo XX la noción de socialismo auspició a un amplísimo campo de demandas, ideas y anhelos de mejoramiento social y personal, y que después de 1917 llegó a asociarse a las empresas de transformación social y humana más ambiciosas y profundas que ha vivido la Humanidad. Ellas han constituido el reto más grave que ha sufrido la existencia del capitalismo, en todas sus variantes, a escala mundial.

También ha estado vinculado el socialismo a una interrogante que es crucial para toda la época que vivimos. Se produce una multiplicación acelerada de logros técnicos y científicos en multitud de campos, y de las necesidades y los consumos asociados a ellos, un crecimiento incesante del conocimiento cada vez más profundo de los seres humanos, y cambios sensibles en el desarrollo de las subjetividades y las relaciones interpersonales. Es decir, se produce un raudo crecimiento de las potencialidades y las expectativas de la Humanidad. Esta situación, ¿desembocará en una agudización de la dominación más completa y despiadada de una minoría muy poderosa sobre las personas y la mayoría de los países, y la pauperización de gran parte de su población, al que se sumará un deterioro irremediable del medio en que vivimos? ¿O este será el prólogo de movimientos e ideas que logren transformar el mundo y la vida para poner aquellos logros inmensos al servicio de las mayorías y de la creación de un orden social y humano en que primen la justicia, la libertad, la satisfacción de necesidades y deseos, la convivencia solidaria y la armonía con la naturaleza?

Socialismo y socialista han sido denominaciones utilizadas por muy disímiles partidos y movimientos políticos, Estados, corrientes ideológicas y cuerpos de pensamiento, para definirse a sí mismos o para calificar a otros.

Las posiciones que se autocalifican socialistas pueden considerar al capitalismo su antinomia y trabajar por su eliminación, o limitarse a ser un adversario legal suyo e intentar cambiar el sistema de manera evolutiva, o ser apenas una conciencia crítica del orden social vigente. Por otra parte, la tónica predominante al tratar el concepto en los medios masivos de comunicación y en la literatura divulgativa –incluidas enciclopedias–, y en gran parte de las obras especializadas, ha consistido en una sistemática devaluación intelectual del socialismo y en simplificaciones, distorsiones y acusaciones morales y políticas de todo tipo. Pocos conceptos han confrontado tanta hostilidad y falta de rigor al ser criticados, lo que registro aquí solamente como un dato a tener en cuenta.

Las relaciones entre los conceptos socialismo y comunismo –a las que me referiré más adelante– no solo pertenecen al campo teórico y a las experiencias prácticas socialistas; el cuadro de hostilidad mencionado ha llevado muchas veces a preferir el uso exclusivo de la palabra socialismo, para evitar las consecuencias de incomunicación o malos entendidos que suelen levantarse cuando se utiliza la palabra comunismo. Durante una gran parte del siglo XX, esa desventaja fue agravada por la connotación que le daba a «comunismo» ser identificado con la tendencia más fuerte que ha habido dentro de las experiencias, organizaciones e ideas socialistas, la integrada por la Unión Soviética, el llamado movimiento comunista internacional y la corriente marxista que llamaron marxismo leninismo.

No pretendo criticar, o siquiera comentar, las muy diversas definiciones y aproximaciones que registra el concepto de socialismo, ni el océano de bibliografía con que cuenta este tema. Asomarme apenas a esa valiosa tarea erudita ocuparía todo el espacio de este ensayo, y me alejaría de lo que pretendo. Solo por excepción colocaré algunas notas al pie, para que ellas no estorben al aire del texto y su intención.

A mi juicio debo exponer aquí de manera positiva lo que entiendo básico en el concepto de socialismo, los problemas que confronta y la utilidad que puede ofrecer para el trabajo intelectual, desde mi perspectiva y desde nuestro tiempo y el mundo en que vivimos.

Dos precisiones previas, que son cuestiones de método. Una, todo concepto social debe ser definido también en relación con su historia como concepto. En unos casos puede parecer más obvio o provechoso hacerlo, y en otros más dispensable, pero entiendo que en todos los casos es necesario. La otra, en los conceptos que se refieren a movimientos que existen y pugnan en ámbitos públicos de la actividad humana, es necesario distinguir entre los enunciados teóricos y las experiencias prácticas. Tendré en cuenta ambos requerimientos en este texto.

Federico Engels y Karl Marx

II. Historia y concepto, prácticas y concepto

El socialismo está ligado al establecimiento de sociedades modernas capitalistas en Europa y en el mundo, si prescindimos de una dilatada historia que podría remontar la noción a las más antiguas sociedades con sistemas de dominación.

Esa historia incluye rebeliones de los de abajo contra las opresiones, por la justicia social, la igualdad personal o la vida en comunidad, actividades de reformadores que tuvieron más o menos poder o influencia, y también creencias e ideas que fueron formuladas como destinos o parusías, y construcciones intelectuales de pensadores, basadas en la igualdad de las personas y en un orden social colectivista, que usualmente eran atribuidas a una edad pasada o a una era futura sine dia.

En la Europa de la primera mitad del siglo XIX le llamaban socialismo a diferentes teorías y movimientos que postulaban o buscaban sobre todo la igualdad, una justicia social y un gobierno del pueblo, e iban contra el individualismo, la competencia y el afán de lucro nacidos de la propiedad privada capitalista, y contra los regímenes políticos vigentes. Estos socialistas prefiguraban sociedades más o menos perfectas o favorecían la idea de sociedades en las que predominaran los productores libres.

En general, esos socialismos debían mucho de su lenguaje y su mundo ideal a los radicalismos desplegados durante y a consecuencia de las revoluciones burguesas, especialmente de la francesa, pero encontraron base social entre los contingentes crecientes de trabajadores industriales y sus constelaciones sociales. Una parte de esos trabajadores se reconocían como tales a partir de su actividad mancomunada en las manufacturas y fábricas, potenciaban sus identidades a través de movimientos sociales y solían luchar por algunas reformas que los favorecieran; en ciertas coyunturas, encontraban lugar o recibían apoyo de organismos y líderes políticos. Pero surgieron también otros activistas y pensadores que aspiraban a mucho más: cambios radicales que implantaran la justicia social, o que llevaran la libertad personal mucho más lejos que sus horizontes burgueses.

Socialistas, comunistas y anarquistas pensaron y actuaron en alguna medida durante las grandes convulsiones europeas que son conocidas genéricamente como la Revolución del 48.

En la Europa del medio siglo siguiente se desplegó la mayor parte de las ideas centrales del socialismo, y sucedieron algunas experiencias revolucionarias y radicales, pero sobre todo sobrevino la adecuación de la mayoría de los movimientos socialistas a la hegemonía de la burguesía. El triunfo del nuevo tipo de desarrollo económico capitalista, ligado a la generalización del mercado, el dinero, la gran industria y la banca, las nuevas relaciones de producción, distribución y consumo, el mercado mundial y el colonialismo, unido a la caída del antiguo régimen y a las nuevas instituciones e ideas políticas e ideológicas creadas a partir de las revoluciones burguesas y las reformas del siglo XIX, formaron un conjunto que transformó a fondo a las sociedades en una gran parte del continente. Esa victoria en toda la línea, sin embargo, abrió la posibilidad de comprenderla desde una posición contraria al capitalismo, como el gigantesco proceso de creación de condiciones imprescindibles para que la humanidad entera contara con medios materiales y capacidades suficientes para abolir con éxito la explotación del trabajo y la propiedad privada burguesa, las opresiones sociales y políticas, el propio poder del Estado y la enajenación de los individuos.

Esa concepción nació ligada a la convicción o la confianza en la actuación decisiva que tendría un nuevo sujeto histórico. El mismo proceso de auge del capitalismo en Europa estaba creando una nueva clase –el proletariado–, capaz de llevar a cabo una nueva labor revolucionaria y destinada a ello por su propia naturaleza; la tarea suya, igual que la de la burguesía, tendría alcance mundial, pero con un contenido opuesto, liberador de todas las opresiones y de todos los oprimidos. El nacionalismo, política e ideal triunfante o exigido en una gran parte del continente, y que parecía próximo a generalizarse, sería superado por la acción del proletariado paneuropeo, que conduciría finalmente al resto del mundo a un nuevo orden en el cual no habría fronteras. Las ideologías burguesas del progreso y de la civilización podían ser aceptadas por los proletarios, porque ellos las volverían contra el dominio burgués: el socialismo sería la realización de la racionalidad moderna. Aún más, el auge y el imperio de la ciencia, con su positivismo y su evolucionismo victoriosos, podían brindar la clave de la evolución social, si se hacía ciencia desde la clase proletaria.

Una concepción se abrió paso entre las ideas anticapitalistas, en franca polémica con el anarquismo en torno a los problemas de la acción política y del Estado futuro, aunque coincidiendo con él en cuanto a la oposición radical al sistema capitalista, la abolición de la propiedad privada y el desarrollo humano. Esta fue la concepción de Carlos Marx (1818–1883), que en vida suya comenzaron otros a llamar marxismo.

Como cuerpo teórico y como ideología, ella ha sido el principal adversario del capitalismo desde entonces hasta hoy. Además, innumerables movimientos políticos y sociales anticapitalistas y de liberación en todo el mundo se han proclamado marxistas, y prácticamente todas las experiencias socialistas lo han hecho también. La producción intelectual, su historia de más de siglo y medio y las diferentes tendencias del marxismo están profundamente vinculadas a todo abordaje que se haga del concepto de socialismo. No me es posible sintetizar ese conjunto, por lo que me limito a presentar un sucinto repertorio del marxismo originario, tan abreviado que no tiene en cuenta la evolución de las ideas del propio Marx. Más adelante añadiré algunos comentarios muy parciales.

Carlos Marx intentó desarrollar su posición teórica a través de un plan sumamente ambicioso, que solo en parte pudo realizar; pero, además, es erróneo creer que estuvo elaborando un sistema filosófico acabado, como había sido usual en el medio intelectual en que se formó inicialmente. Marx fue un pensador social, lo que sucede es que puso las bases y construyó en buena medida un nuevo paradigma de ciencia social, en mi opinión el más idóneo, útil y de mayores potencialidades de los existentes hasta hoy. También entiendo que existe ambigüedad en ciertos puntos importantes de su obra teórica, y además ella adolece de ausencias y contiene algunos errores, exageraciones y tópicos que hoy son insostenibles.

Por otra parte, a pesar de su radical novedad, la concepción de Marx no podía ser ajena a las influencias del ambiente intelectual de su época, aunque fue capaz de mantener su identidad, y de contradecir la corriente principal de aquel ambiente intelectual. No puede decirse lo mismo de la mayor parte de sus seguidores, y esa debilidad ha tenido consecuencias muy negativas.

En general, la posición tan revolucionaria de Marx resultaba demasiado chocante, y el conjunto formado por la calidad del contenido y el carácter subversivo de su teoría, su intransigencia política y su ideal comunista concitó simplificaciones, rechazos, distorsiones y exclusiones.

Apunto nueve rasgos de su pensamiento que considero básicos:

1) El tipo capitalista de sociedad fue su objeto de estudio principal y de sus tesis, y a su luz es que hizo postulaciones sobre otras realidades o planteó preguntas acerca de ellas.

Tanto por su método como a través de la investigación de la especificidad del capitalismo, Marx produjo un pensamiento no evolucionista, cuando esa corriente estaba triunfando en toda la línea. Para él, lo social no es un corolario de lo natural;

2) Se enfrentó resueltamente al positivismo, que en su tiempo se convertía en la dirección principal del pensamiento social, y propuso una concepción alternativa;

3) Superó críticamente los puntos de partida de los sistemas filosóficos, tanto de los llamados materialistas como de los idealistas, abandonó la especulación filosófica en general y se colocó en un terreno teórico nuevo;

4) Produjo una teoría del modo de producción capitalista, capaz de servir como modelo para estudiar las sociedades «modernas» como sistemas de relaciones sociales de explotación y de dominación establecidas entre grandes grupos humanos. Esa teoría permite investigar las características y los instrumentos de la reproducción del sistema de dominación, las contradicciones internas principales de esas sociedades, su proceso histórico de origen, desarrollo y apogeo, y sus tendencias previsibles;

5) Su teoría social privilegia los conflictos, y considera que la dinámica social fundamental proviene de la lucha de clases moderna.

Mediante ella es que se constituyen del todo las clases sociales, se despliegan sus conflictos y tienden a resolverse mediante cambios revolucionarios. Las luchas de clases no «emanan» de una «estructura de clase» determinada a la cual las clases «pertenecen».

El desarrollo mismo del capitalismo genera un antagonismo de clases sintetizador entre burgueses y proletarios, y en esas condiciones puede emprenderse un proceso político que lleva a la revolución proletaria.

La teoría de las luchas de clases es el núcleo central de su concepción;

6) La historia es una dimensión necesaria en la teoría social de Marx, dados su método y sus preguntas fundamentales. ¿Cómo funcionan, por qué y cómo cambian las sociedades?, se pregunta. Su concepción de la historicidad y del movimiento histórico de las sociedades trata de conjugar los modos de producción y las luchas de clases. Sus estudios del capitalismo son la base de sus afirmaciones, hipótesis y sugerencias acerca de otras sociedades no europeas o anteriores al desarrollo del capitalismo, de las preguntas que se hace acerca de ellas y de las prevenciones que formula respecto a la ampliación de su teoría a otros ámbitos históricos;

7) Su concepción unitaria de la ciencia social, y su manera de relacionar la ciencia con la conciencia social, la dominación de clase y la dinámica histórica entre ellas, inauguraron una posición teórica que es radicalmente diferente a la especialización, las perspectivas y el canon de «objetividad» de las disciplinas y profesiones que se estaban constituyendo entonces en Europa, como la Economía, la Historia y la Sociología. Ese es uno de los sentidos principales de la palabra «crítica», tan usual en los títulos de obras suyas.

Marx puso las bases de la sociología del conocimiento social;

8) Marx es ajeno a la creencia en que la consecuencia feliz de la evolución progresiva de la Humanidad sea el paso ineluctable del capitalismo al socialismo. Esta aclaración es muy necesaria, por dos tipos de razones: a) como ideología de la liberación humana y social, la propuesta de Marx era más bien una profecía lanzada frente al inmenso poder burgués y la incipiencia de su movimiento. Para reafirmarse y avanzar, los marxistas comenzaron a atribuirse el respaldo de la Historia, de la ciencia y de la propia ideología burguesa del progreso: trataron de convertirlos en la promesa de que el futuro pertenecería al socialismo; b) en la época de Marx, la actividad científica estaba muy ligada al determinismo.

Numerosos pasajes suyos sugieren que el modo de producción capitalista contiene rasgos y tendencias que lo llevarán hacia su destrucción, pero eso se debe a cuestiones de método en su investigación y a que hace exposiciones parciales de su concepción. La expresión misma de «socialismo científico» reúne ideología y ciencia, que se refuerzan mutuamente. Pero Marx siempre postuló muy claramente que la caída del capitalismo no consistiría en un derrumbe a partir de sus crisis, sino en su derrocamiento mediante la revolución proletaria, o revoluciones proletarias, que conquistaran el poder político a escala mundial y establecieran la dictadura revolucionaria de la clase proletaria;[1]

9) Según Marx, solo a través de un prolongado período histórico de muy profundas transformaciones revolucionarias –del que apenas bosquejó algunos rasgos– se avanzará desde la abolición de la explotación del trabajo y la apropiación burguesas hacia la abolición del tiempo de trabajo como medida de la economía, desde la toma del poder político hacia la extinción de los sistemas de dominación de clases y los Estados, la desaparición progresiva de toda dominación y la formación de una sociedad comunista de productores libres asociados, nuevas formas de apropiación, nuevas personas y una nueva cultura. En ese proceso, el poder público perderá su carácter político, y junto con el antagonismo y la dominación de clase se extinguirán las clases: «[…] surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos».[2]

Aunque efímera y aplastada a sangre y fuego, la Comuna dejó un legado sumamente valioso: sus hechos mismos y las enseñanzas que aportaron; una identidad rebelde que al fin tuvo encarnaciones propias; una insurrección heroica y un gobierno con democracia participativa; y la Internacional, una canción que ha alcanzado significado de símbolo a escala mundial. Hasta pocos años antes, las represiones y la negación de ciudadanía plena al pueblo habían sido armas comunes tanto de los príncipes como de los políticos liberales europeos, mientras la autonomía local, la democracia, la soberanía popular y las reivindicaciones de género eran banderas de los socialistas. Pero en 1871 ya estaban en marcha las reformas que llevaron a la construcción de un nuevo sistema en los Estados nacionales, con derecho general al voto de los varones, constituciones, estado de derecho, parlamentos y predominio de la instancia nacional, un nuevo orden que concedió o reconoció derechos en materia de ciudadanía y representación, y de organización social y política. Al mismo tiempo, las potencias de Europa renovaban el colonialismo y estrenaban el imperialismo.

Los movimientos socialistas encontraron un lugar en ese sistema: el socialismo colaboró así en la elaboración de la hegemonía burguesa, reduciéndose progresivamente de antinomia a diversidad dentro del capitalismo. Partidos de trabajadores y federaciones sindicales que se declaraban socialistas y marxistas alcanzaron éxitos notables dentro de la legalidad abierta desde los años setenta, dieron más impulso a sus intereses corporativos y a las luchas por democracia en sus países, ganaron representación en los parlamentos y se asociaron en una Segunda Internacional. Pero, al mismo tiempo, se alejaron definitivamente de los ideales y la estrategia revolucionaria y asumieron el reformismo político como guía general de su actuación. Vivían escindidos entre los ritos de su origen y su adecuación al dominio burgués, que llegó a hacerlos cómplices del colonialismo en nombre de la civilización y de la misión mundial del hombre blanco. Su pensamiento también se escindió, entre una «ortodoxia» y un «revisionismo» marxistas, que a pesar de sostener controversias constituían las dos caras de una misma moneda.

La gente común que se sentía socialista practicaba el activismo sindical, la participación política o la representación proletaria como formas de obtener «demandas inmediatas» y mejoras en la calidad de la vida –el urbanismo de la época aportó en Europa el barrio obrero–, superación personal y satisfacciones en su pertenencia a un ideal organizado. O admiraba al socialismo como ideal de los trabajadores y los pobres, acicate para adquirir educación y ascender en la sociedad, y creencia que aseguraba que el progreso llevaría a un mundo futuro sin capitalismo.

III. Socialismo y revoluciones anticapitalistas de liberación

La «bella época» del imperialismo desembocó en la horrorosa guerra mundial de 1914–1918. Pero en 1917 cayó el régimen zarista en la quebrantada Rusia, y el país entró en revolución.

El Partido Obrero Socialdemócrata ruso (bolchevique) –dirigido por Vladimir I. Lenin y opuesto a la posición de la II Internacional–, pasó a llamarse Partido Comunista, asumió una estrategia revolucionaria ante la crisis y en noviembre logró tomar el poder y convertir aquel proceso en una revolución anticapitalista.

El bolchevismo desplegó una gigantesca labor práctica y teórica que transformó o creó un gran número de instituciones y relaciones sociales a favor de los pueblos de la Rusia Soviética –URSS desde 1922–, y multiplicó las capacidades humanas y políticas de millones de personas.

Ese evento histórico afectó profundamente al concepto de socialismo. Las ideas sobre el cambio social y el socialismo fueron puestas a prueba, tanto las previas como las nuevas que surgieron en aquella experiencia. En vez de la creencia en la evolución natural que llevaría del capitalismo al socialismo y de los debates anteriores acerca del «derrumbe» forzoso del capitalismo a consecuencia de sus propias contradicciones, el bolchevismo se vio en el trance histórico de actuar en innumerables terrenos, y de poner a discusión la naturaleza del poder obrero, la actualidad de la revolución, los problemas de la organización estatal y partidaria, la política económica, la promoción y los fundamentos de una educación, una cultura, una democracia y unos valores que llevaran al socialismo, la creación de formas socialistas de vida cotidiana, los rasgos y los problemas fundamentales de la transición socialista, las perspectivas del socialismo.

El objeto de la teoría marxista se modificó y se amplió. A escala internacional, el campo conceptual y político del socialismo fue sometido a alternativas entre la revolución comunista y el reformismo socialdemócrata. La separación entre ambas posiciones fue tajante y cada una tendió a negar a la otra.

El impacto y la influencia de la revolución bolchevique en Europa y en muchos medios en el mundo fueron inmensos. La existencia y los logros de la URSS daban crédito a la posibilidad de alcanzar el socialismo en otros países, elevaron mucho el prestigio y la divulgación de las ideas socialistas y permitieron que las ideas internacionalistas se pusieran en práctica.

Después de 1919, la creación y el desarrollo de la Internacional Comunista y su red de organizaciones sociales fue el vehículo para formar un movimiento comunista que actuó en numerosos lugares del mundo. Pero se cometió el grave error de pretender que una sola forma organizativa y un mismo cuerpo ideológico teórico fueran compartidos por los revolucionarios anticapitalistas de todo el orbe, y que la línea de la Internacional se tornara determinante en las políticas y los proyectos de cambio en todas partes. Los partidos comunistas que se fueron creando en docenas de países debían ser los agentes principales de esa labor.

En escala muy diversa y adecuada a las más disímiles situaciones, la influencia del socialismo soviético estuvo presente en las ideas y las experiencias revolucionarias a lo largo del mundo del siglo XX.

El concepto de socialismo del marxismo originario sufrió adaptaciones a prácticas que fueron más o menos lejanas a sus postulados teóricos, por dos razones principales:

  1. a) Para Marx, la revolución anticapitalista y el nuevo régimen previsto debían ser victoriosos a escala mundial, es decir, a la misma escala alcanzada por el capitalismo. Al no suceder así, ambos tipos de sociedad quedaron como poderes enfrentados en una enemistad mortal. Pero en el interior de los regímenes de transición socialista estuvieron presente cada vez más instrumentos, relaciones, ideas, formas de reproducción de la vida social y de dominación que eran propios del capitalismo;
  2. b) El predominio en esas sociedades en transición de intereses parciales, y la apropiación del poder por parte de grupos, con la consiguiente expropiación de los medios revolucionarios, la participación democrática y la libertad que eran necesarios para la formación de personas y relaciones socialistas.

El proceso de la transición socialista debía ser diferente y opuesto al capitalismo –y no solo opuesto a él–, y sobre todo debía ser un conjunto y una sucesión de creaciones culturales superiores, obra de contingentes cada vez más numerosos, más conscientes y más capaces de dirigir los procesos sociales. En vez de esto, sucedió una historia de deformaciones, detenciones, retrocesos, e incluso represiones y crímenes. Durante ese proceso, el socialismo fue referido a las necesidades de la URSS y los intereses y políticas de sus gobernantes –«el socialismo en un solo país»–, fue convertido en sinónimo de metas civilizadoras o demagógicas –la «construcción del socialismo», «régimen social superior»–, su triunfo mundial fue referido a una competencia entre superpotencias –«alcanzar y superar»–, e incluso se llegó a inventar un apelativo de consuelo para la resultante soviética: el «socialismo realmente existente», o «socialismo real». La colosal experiencia bolchevique fue liquidada y la URSS se convirtió en un poderoso Estado. Todavía protagonizó la epopeya de 1941–1945 contra el nazismo, que brindó al socialismo un formidable prestigio mundial –dilapidado en la posguerra–, pero en los cuarenta años siguientes la URSS y el bloque que formó en Europa constituyeron poderes que asfixiaban a sus propias sociedades y participaban en la geopolítica bipolar. Al final de sus procesos de estancamiento y de corrosión, aquel socialismo de las fuerzas productivas y la dominación de grupos fue vencido por las fuerzas productivas y por la cultura del capitalismo.

La caída de esos regímenes, tan súbita como indecorosa, le infligió un daño inmenso al prestigio del socialismo en todo el mundo.

Desde los años treinta el marxismo había sido víctima de la liquidación de la Revolución.

Se impuso el llamado marxismo-leninismo, autoritario, dogmático, distribuidor de premios y castigos, una ideología teorizada de obedecer, legitimar, clasificar y juzgar. Unía una profusión de citas de «los clásicos» con una mezcla de filosofía especulativa y positivismo. En 1965, Ernesto Che Guevara escribió en un texto clásico acerca del socialismo: «[…] el escolasticismo que ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista e impedido el tratamiento sistemático del período».[3]

Sería un grave error, sin embargo, reducir la historia del concepto y las experiencias del socialismo al ámbito de aquellos poderes europeos.

En la propia Europa, numerosos revolucionarios hicieron aportes al socialismo.

La obra intelectual de algunos de ellos –como Antonio Gramsci– es muy trascendente. En Asia y África, esa historia ha estado ligada al desarrollo de las revoluciones de liberación nacional y social, y a la emergencia y afirmación de Estados independientes. Han sido muy valiosos los aportes de China y Vietnam –presididos por Mao Tse Tung y Hồ Chí Minh–, y también los de Corea, los luchadores de las colonias portuguesas y Argelia, y otros africanos y asiáticos. En África, cierto número de Estados se calificaron de socialistas en las primeras décadas de su existencia como tales, y también movimientos políticos que deseaban unir la justicia social a la búsqueda de la liberación nacional.

En América Latina y el Caribe, las necesidades y las ideas llevaron a pensadores y políticos a relacionar la libertad y el anticolonialismo con la justicia social, durante la época de las revoluciones de independencia (1791–1824).

En las nuevas repúblicas, el socialismo fue valorado sobre todo en relación con los objetivos y las posiciones que se defendían o promovían.

José Martí (1853–1895) fue, a mi juicio, el pensador más profundo, original y subversivo de la época en América. Llegó a una comprensión completa del colonialismo viejo y nuevo, en sus relaciones con la explotación de los trabajadores, campesinos y pueblos sometidos en general, y con el naciente imperialismo norteamericano, y estudió los rasgos y las tendencias de este último, lo esencial de los sistemas de dominación vigentes en América Latina y la política revolucionaria necesaria para transformar la región. Político excepcional, su lucha y su proyecto eran de liberación nacional, una guerra revolucionaria para conseguir la formación de nuevas capacidades en un pueblo colonizado y la creación de una república democrática en Cuba, la detención del expansionismo norteamericano en el Caribe y el inicio de la «Segunda Independencia» del continente.

Martí conoció ideas marxianas y anarquistas, y admiró a Marx y los luchadores obreros de Estados Unidos, pero fijó su diferencia política e ideológica respecto a ellos.

Hace más de un siglo que existen las ideas socialistas en América, y organizaciones que las han proclamado o tratado efectivamente de realizarlas. Una gran corriente ha sido la que se inscribió en la Internacional Comunista o fue influida por ella y por los partidos comunistas a lo largo del siglo. Pensadores y movimientos políticos de otras corrientes, diversas entre sí, han asumido el comunismo marxista u otras ideas socialistas y han hecho un enorme número de aportes valiosos. Unos y otros se han visto ante los problemas, las identidades, los conflictos, las culturas y las situaciones latinoamericanas, y han acertado los que supieron utilizar sus instrumentos intelectuales de alcance general para conocer aquellas especificidades, como enseñó en fecha temprana José Carlos Mariátegui (1894–1930).[4] Si se estudia e investiga sin prejuicios, puede establecerse un rico inventario de ideas de pensadores y movimientos,[5] y descubrir las posiciones reales de revolucionarios descollantes, como Augusto César Sandino y Antonio Guiteras. El socialismo sigue vivo en el pensamiento latinoamericano actual –que es tan vigoroso–, y en movimientos sociales y políticos cuya capacidad de proyecto acompaña a su actividad cotidiana.

José Martí

IV. Experiencias y deber ser, poder y proyecto, concepto de transición socialista

La historia de las experiencias de socialismo en el siglo XX ha sido satanizada en los últimos veinte años y tiende a ser olvidada. Es vital impedir esto, si se quiere comprender y utilizar el concepto, pero sobre todo para examinar mejor las opciones que tiene la humanidad ante los graves peligros, miserias y dificultades que la agobian en la actualidad, y enrumbar los nuevos movimientos e ideas que retan al capitalismo.

El balance crítico de las experiencias socialistas que ha habido y existen es un ejercicio indispensable para manejar el concepto de socialismo. Contribuyo a ese examen con algunas proposiciones.

Poderes que aspiraban al socialismo organizaron y desarrollaron economías diferentes a las del capitalismo, basadas en su origen en satisfacer las necesidades humanas y la justicia social; los Estados las articularon con muy amplias políticas sociales y con cierto grado de planeamiento. Pueblos enteros se movilizaron en la defensa y el despliegue de esas sociedades, en las cuales desplegaron su condición humana y aumentaron sus capacidades y la calidad de sus vidas. Esas sociedades, y las luchas de liberación y anticapitalistas de otros pueblos, involucraron a cientos de millones de personas; ellas, y la acumulación cultural que han producido, constituyen el evento social más trascendente del siglo XX. Pero a pesar de sus logros tan grandes, los poderes socialistas padecieron graves faltas y descalabros en cuanto a elaborar un tipo propio de democracia y enfrentar los problemas de su propio tipo de dominación, impidieron la ampliación de los espacios y el poder de sus sociedades, y en síntesis resultaron incapaces de echar las bases de una nueva cultura de liberación humana y social. La victoria del capitalismo frente a este socialismo estuvo en reabsorberlo a mediano o largo plazo, lo cual forma parte de su extraordinaria cualidad de recuperar los movimientos y las ideas de rebeldía dentro de su corriente principal. Frente a esa la línea general, Cuba ha logrado mantener hasta hoy su sociedad de transición socialista.

En cuanto se habla de socialismo aparece la necesidad de distinguir entre las propuestas y el deber ser del socialismo, por una parte, y las formas concretas en que este ha existido y existe en países, a partir de las luchas de liberación y los cambios profundos en esas sociedades.

Las ideas, la prefiguración, los ideales, la profecía, el proyecto, constituyen el fundamento, el alma y la razón de ser del socialismo, y brindan las metas que inspiran a sus seguidores.

Las prácticas son, sin embargo, la materia misma de la lucha y la esperanza: mediante ellas avanza o no el socialismo, y por ellas suele ser medido.

Esa distinción es básica, pero no es la única importante cuando se reflexiona acerca del socialismo.

En cuanto se aborda una experiencia socialista, se encuentran dos problemas. Uno es interno al país en cuestión: cómo son allí las relaciones entre el poder que existe y el proyecto enunciado; y el otro es externo: se refiere a las relaciones entre aquel país en transición socialista y el resto del mundo. En la realidad ambos problemas están muy relacionados, porque las prácticas que se tengan en cuanto a cada uno de ellos afectan al otro, y en alguna medida lo condicionan.

Las cuestiones planteadas por los experimentos socialistas no existen separadas, ni en estado «puro». Hay que enfrentarlas todas a la vez, están mezcladas o combinadas, ayudándose, estorbándose o confrontándose, exigiendo esfuerzos o sugiriendo olvidos y posposiciones que pueden ser o no fatales. Sus realidades, y cierto número de situaciones y sucesos ajenos, condicionan cada proceso. Enumero algunas cuestiones centrales.

Cada transición socialista debe conseguir cambios «civilizatorios» a escala de su población, no de una parte de ella, y debatirse entre ese deber y el complejo formado por los recursos con que cuenta y las carencias que padece; pero tiene que enfrentar, al mismo tiempo, la exigencia de cambios de liberación, porque o va conquistándolos, o todo el proceso se desnaturalizaría. Las correlaciones entre los grados de libertad que posee y las necesidades que la obligan son cruciales, porque la creación del socialismo depende básicamente del desarrollo de actividades calificadas que sean superiores a las necesidades y constricciones.

Hay muchos más dilemas y problemas.

Cómo combinar cambios y permanencias, relaciones sociales e ideologías que vienen del capitalismo –y que son muy capaces de rehacer capitalismo o generarlo– con transformaciones que están destinadas a formar personas diferentes, nuevas, y a producir una sociedad y una cultura nuevas. Cómo aprovechar, estimular o modificar las motivaciones y actitudes de los individuos –sin lo cual no habrá socialismo–, cuando el poder socialista resulta tan abarcador en la economía, la política, la formación y reproducción ideológica y la vida cotidiana de las personas, y tiende a desalentar o impedir las iniciativas de las personas en la medida en que se burocratiza.

Cómo lograr que prevalezca el proyecto sobre el poder –el mayor desafío interno a los regímenes de transición socialista–, cuando, además de los ámbitos que he referido, el poder es responsable de la defensa del país frente al imperialismo y los enemigos internos, y de las relaciones con los países, las empresas y las instituciones internacionales del capitalismo.

Cómo lograr que prevalezca el internacionalismo sobre la razón de Estado.

Es necesario que el pensamiento se ocupe de los problemas centrales, como los citados y otros, porque él debe cumplir una función crucial en la realización práctica del socialismo.

No hay retórica en esta afirmación: para toda la época de la transición socialista el factor subjetivo está obligado a ser determinante, y eso exige un pensamiento que sea muy superior a sus circunstancias, crítico y creador.

Algunas cuestiones teóricas más generales, ligadas a los problemas que cité arriba, resultan de utilidad permanente en el trabajo con el concepto de socialismo.

También poseen ese valor proposiciones estratégicas del marxismo originario, como la de la necesidad de la revolución a escala mundial –frente al ámbito nacional de cada experiencia socialista y frente a un capitalismo que ha sido cada vez más profundamente mundializado.

Y problemas desarrollados en momentos o a lo largo de la historia de la teoría, como el relativo a las decisiones en cuanto a qué es lo fundamental a desarrollar en las sociedades que emprenden el camino de creación del socialismo.

Paso a exponer mi concepto de transición socialista, que intenta precisar y hacer más útil para el trabajo intelectual el concepto de socialismo.[6]

La transición socialista es la época consistente en cambios profundos y sucesivos de las relaciones e instituciones sociales, y de los seres humanos que se van cambiando a sí mismos mientras van haciéndose dueños de las relaciones sociales. Es muy prolongada en el tiempo, y sucede a escala de formaciones sociales nacionales. Consiste ante todo en un poder político e ideológico dedicado a realizar el proyecto revolucionario de elevar a la sociedad toda y a cada uno de sus miembros por encima de las condiciones de reproducción social existentes, no para adecuarse a ellas. El socialismo no surge de la evolución progresiva del capitalismo. Este ha sido creador de premisas económicas, de individualización, ideales, sistemas políticos e ideológicos democráticos, que han permitido postular el comunismo y el socialismo. Pero de su evolución solo surge más capitalismo.

El socialismo es una opción, y solo existirá a partir de la voluntad y de la acción que sean capaces de crear nuevas realidades.

Es el ejercicio de comportamientos públicos y no públicos de masas organizadas y conscientes que toman el camino de su liberación total.

La práctica revolucionaria de los individuos de las clases explotadas y dominadas, ahora en el poder, y de sus organizaciones, debe ser idónea para trastornar profundamente las funciones y resultados sociales que hasta aquí ha tenido la actividad humana en la historia. En este proceso debe predominar la tendencia a que cada vez más personas conozcan y dirijan efectivamente los procesos sociales, y sea real y eficaz la participación política de la población.

Sin esas condiciones, el proceso perdería su naturaleza, y sería imposible que culmine en socialismo y comunismo.

La transición socialista es un proceso de violentaciones sucesivas de las condiciones de la economía, la política, la ideología, lo más radical que le sea posible a la acción consciente y organizada, si ella es capaz de volverse cada vez más masiva y profunda. No se trata de una utopía para mañana mismo, sino de una larguísima transición. Su objetivo final debe servir de guía y de juez de la procedencia de cada táctica y cada política, dado que estas son las que especifican, concretan, sujetan a normas, modos y etapas las situaciones que afectan y mueven a los individuos, las instituciones y sus relaciones.

Por tanto, no basta con tener eficiencia o utilidad para ser procedente: es obligatorio sujetarse a principios y a una ética nueva, socialista.

Las etapas de la transición socialista se identifican por el grado y profundidad en que se enfrentan las contradicciones centrales del nuevo régimen, que son las existentes entre los vínculos de solidaridad y el nuevo modo de producción y de vida, por un lado, y por otro las relaciones de enfrentamiento, de mercado y de dominio.

La transición socialista debe partir hacia el comunismo desde el primer día, aunque sus actores consuman sus vidas apenas en sus primeras etapas. Se beneficia de un gran avance internacional: la conciencia y las acciones que sus protagonistas consideran posibles son superiores a las que podría generar la reproducción de la vida social a escala del desarrollo existente en sus países. Es un grave error esperar que el supuesto «desarrollo de una base técnico-material», a un grado inciertamente cuantificable, permita «construir» el socialismo, y por tanto creer que el socialismo pueda ser una locomotora económica que arrastre tras de sí a los vagones de la sociedad. El socialismo es un cambio cultural.

Nacida de una parte de la población que es más consciente, y ejercitada a través de un poder muy fuerte y centralizador en lo material y lo ideal, la transición socialista comienza sustituyendo la lucha viva de las clases por un poder que se ejerce sobre innumerables aspectos de la sociedad y de la vida, en nombre del pueblo.

Por tanto, su factibilidad y su éxito exigen la creación y desarrollo de sistemas de control sobre los que ejercen funciones, pero sobre todo complejas multiplicaciones de la participación política y el poder del pueblo, que deben ser muy diferentes y superiores a los logros previos en materia de democracia.

Desatar una y otra vez las fuerzas reales y potenciales de las mayorías es la función más alta de las vanguardias sociales, que van preparando así su desaparición como tales. El predominio del proyecto sobre el poder es la brújula de ese proceso de creaciones, que debe ser capaz de revolucionar sucesivamente sus propias invenciones, relaciones e instituciones, a la vez que hace permanentes los cambios y los va convirtiendo en hábitos. Todo el proceso depende de hacer masivos la conciencia, la organización, el poder y la generación de cambios: el socialismo no puede crearse espontáneamente, ni puede donarse.

El concepto de transición socialista está más referido al movimiento histórico, mientras el de socialismo resulta más «fijo»; entiendo que eso ayuda a discernir las ventajas de cada uno para el análisis teórico y para el análisis de las experiencias. Además, el ámbito de la transición socialista abarca toda la época entre el capitalismo y el comunismo, por lo que facilita la recuperación de este último concepto.

Socialismo es ciertamente una noción más inclusiva que comunismo, lo cual ha facilitado que pueda pensarse desde él un arco muy amplio de situaciones y posibilidades no capitalistas.

Pero al ser su sentido verdadero la creación de una sociedad cuya base y despliegue son opuestos y diferentes al capitalismo, el socialismo necesita de la noción de comunismo, por dos razones. Una, la dimensión más trascendente, el objetivo –la utopía, incluso– de las ideas y los movimientos socialistas es el comunismo, una propuesta que no está atada a la coyuntura, la táctica, la estrategia de cada caso y momento, pero sirve para reconocer o promover actitudes, y para fijar el rumbo. La segunda, el referente comunista es útil para la recuperación de la memoria histórica de más de siglo y medio de ideas, sentimientos y acciones revolucionarias, y también lo es para pensar desde otro punto de partida ético y epistemológico los grandes temas de la transición socialista.

Ernesto Che Guevara

V. Dos concepciones del socialismo

Entre tantos problemas que porta el concepto de socialismo, he seleccionado solo algunos para esta exposición.

La vertiente interpretativa del marxismo originario que privilegió la determinación de los procesos sociales por la dimensión económica fue la más influyente a lo largo de las experiencias socialistas del siglo XX. Entre sus corolarios teóricos fueron centrales los de la «obligada correspondencia entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción», la cuantificación «técnico-material» de las bases de la «construcción del socialismo» y la supuesta ley de «satisfacción creciente de las necesidades». La llamada Economía Política del Socialismo llegó a codificar en un verdadero catecismo estos y otros preceptos de mayor o menor generalidad. Pero el tema del desarrollo, que floreció y tuvo un gran auge a escala mundial entre los años cincuenta y ochenta del siglo XX, replanteó la cuestión, al pensar la relación entre socialismo y desarrollo desde la situación y los problemas de los países que se liberaban en el llamado Tercer Mundo.

Entre polémicas y aportes, se avanzó en el conocimiento del formidable obstáculo al desarrollo constituido por el sistema imperialista mundial, el neocolonialismo y el llamado subdesarrollo.

En cuanto a la relación desarrollo — socialismo, la concepción que aplicaba los principios citados entendió que el primero debía preceder al segundo, es decir, que el desarrollo de la «base económica» sería la base del socialismo. Fidel Castro y Che Guevara estuvieron entre los opuestos a esas ideas, desde la experiencia cubana y como parte de una concepción teórica de la revolución socialista que articulaba la lucha en cada país, la especificidad del Tercer Mundo y el carácter mundial e internacionalista del proceso.[7] Guevara desarrolló un análisis crítico del socialismo de la URSS y su campo, y de su producción teórica, como parte de una posición teórica socialista basada en una filosofía marxista de la praxis, y en experiencias en curso.[8]

Ha habido dos maneras diferentes de entender el socialismo en el mundo del siglo XX.

Ellas han estado muy relacionadas entre sí, solían reclamarse del mismo origen teórico y no siempre han sido excluyentes. Expongo, sin embargo, los rasgos principales que permiten afirmar que se trata de dos entidades distintas.

La primera es un socialismo que pretende cambiar totalmente el sistema de relaciones económicas, mediante la racionalización de los procesos de producción y de trabajo, la eliminación del lucro, un crecimiento sostenido de las riquezas y la satisfacción creciente de las necesidades de la población. Se propone eliminar el carácter contradictorio del progreso, cumplir lo que considera el sentido de la historia y consumar la obra de la civilización y el ideal de la modernidad. Su material cultural previo han sido tres siglos de pensamiento avanzado europeo, que aportaron los conceptos, las ideas acerca de las instituciones guardianas de la libertad y la equidad, y la fuente de creencias cívicas de Occidente. Este socialismo propone consumar la promesa incumplida de la modernidad a través de la introducción de la justicia social y la armonía universal. Su consecución necesita un gran desarrollo económico y debe liberar a los trabajadores hasta tal punto que la economía dejaría de ser medida por el tiempo de trabajo. Bajo este socialismo, la democracia sería puesta en práctica a un grado muy superior a lo logrado por el capitalismo, e incluso a sus proyectos más radicales. Libertades individuales completas, garantizadas, instituciones intermedias, contrapesos, control ciudadano, extinción progresiva de los poderes. En una palabra, toda la democracia y toda la propuesta comunista de una asociación de productores libres. Su presupuesto es que al capitalismo no le es posible racionalmente la realización de aquellos fines tan altos: solo el socialismo puede hacerlos realidad.

La otra manera de entender el socialismo ha sido la de conquistar en un país la liberación nacional y social derrocando al poder establecido y creando un nuevo poder, ponerle fin al régimen de explotación capitalista y su sistema de propiedad, eliminar la opresión y abatir la miseria, y efectuar una gran redistribución de las riquezas y de la justicia. Sus prácticas tienen otros puntos de partida. Sus logros fundamentales son el respeto a la integridad y la dignidad humana, la obtención de alimentación, servicios de salud y educación, empleo y demás condiciones de una calidad de la vida decente para todos, y la implantación de la prioridad de los derechos de las mayorías y de las premisas de la igualdad efectiva de las personas, más allá de su ubicación social, género, raza y edad. Garantiza su orden social y cierto grado de desarrollo económico y social mediante un poder muy fuerte y una organización revolucionaria al servicio de la causa, honestidad administrativa, centralización de los recursos y su asignación a los fines económicos y sociales seleccionados o urgentes, búsqueda de relaciones económicas internacionales menos injustas, y planes de desarrollo.

Este socialismo debe recorrer un duro y largo camino en cuanto a garantizar la satisfacción de necesidades básicas, la resistencia eficaz frente a sus enemigos y a las agresiones y los atractivos del capitalismo, y el enfrentamiento a las graves insuficiencias emergentes del llamado subdesarrollo y de los defectos de su propio régimen. Al mismo tiempo que realiza todas esas tareas –y no después–, debe crear instituciones, normas y hábitos democráticos, y un estado de derecho. En realidad, está obligado a crear una nueva cultura diferente y opuesta a la del capitalismo.

En el ambiente del primer socialismo se privilegia la significación burguesa del Estado, la nación y el nacionalismo: se les condena como instituciones de la dominación y la manipulación.

En el ambiente del segundo, la liberación nacional y la plena soberanía tienen un peso crucial, porque la acción y el pensamiento socialistas han debido derrotar al binomio dominante nativo-extranjero, liberar las relaciones sociales y las subjetividades de sus colonizaciones, y arrebatarle a la burguesía el control del nacionalismo y el patriotismo. Para el segundo socialismo, es vital combinar con éxito las tareas y las ansias de justicia social con las de libertad y autodeterminación nacional. El poder del Estado le es indispensable, sus funciones aumentan fuertemente y su imagen crece mucho, a veces hasta grados desmesurados.

Las profundas diferencias existentes entre el socialismo elaborado en regiones del mundo desarrollado y el producido en el mundo que fue avasallado por la expansión mundial del capitalismo han conducido durante el siglo XX a grandes desaciertos teóricos y políticos, y a graves desencuentros prácticos.

La explotación del trabajo asalariado y la misión del proletariado tienen lugares prioritarios en la ideología del primer socialismo; para el segundo, lo central son las reivindicaciones de todos los oprimidos, explotados, marginados o humillados. Este es otro lugar de tensiones ideológicas, contradicciones y conflictos políticos entre las dos vertientes, en la comprensión del socialismo y en establecer sus campos de influencia, con una larga historia de confusiones, dogmatismos, adaptaciones e híbridos. Es cierto que las construcciones intelectuales influidas por la centralidad de la explotación capitalista y de la actuación proletaria han contribuido sensiblemente a la asunción del necesario carácter anticapitalista de las luchas de las clases oprimidas en gran parte del mundo colonizado y neocolonizado. Pero para el segundo modo de socialismo, la participación decidida y el cambio profundo de las vidas de las mayorías es lo fundamental. No puede esperar, cualquiera que sea el criterio que se tenga sobre las estructuras sociales y los procedimientos utilizados para transformarlas, o los debates que con toda razón se produzcan acerca de los riesgos implicados en cada posición. Y esto es así, porque la fuerza de este tipo de revolución socialista no está en una racionalidad que se cumple, sino en potenciales humanos que se desatan.

La libertad social –pongo el acento en «social»– es priorizada en este socialismo, como una conquista obtenida por los propios participantes, más que las libertades individuales y la trama lograda de un estado de derecho. Es una libertad que se goza, o que le hace exigencias y presiona a su propio poder revolucionario, y es la que genera mejores autovaloraciones y más expectativas ciudadanas. La legitimidad del poder está ligada a su origen revolucionario, a un gran pacto social de redistribución de las riquezas y las oportunidades que está en la base de la vida política, y a las capacidades que demuestre ese poder en campos diversos, como son encarnar el espíritu libertario que se ha dejado encuadrar por él, guiarse por la ética revolucionaria y por principios de equidad en el ejercicio del gobierno, mantener el rumbo y defender el proyecto.

El segundo modo de socialismo no puede despreciar el esfuerzo civilizatorio como un objetivo que sería inferior a su proyecto liberador.

Una de sus primeras grandes misiones es proporcionar alimentación, ropa, zapatos, paz, empleo, seguridad social, atención de salud e instrucción a todos, pero enseguida todos quieren leer diarios, y hasta libros, y en cuanto se enteran de que existe el internet, quieren navegar en él. Se levantan formidables contradicciones ligadas íntimamente a las expectativas de la población y al propio desarrollo de esta sociedad. Cito solo algunas. La disciplina capitalista del trabajo es abominada mucho antes de que una cultura productiva y una alta conciencia del papel social del trabajo se vuelvan capaces de sustituirla. La humanización del trabajo y el auge de la calificación de las mayorías no son respaldadas suficientemente por los niveles técnicos, las tecnologías y la organización de los procesos con que se cuenta. Los frutos del trabajo empleado, el tesón y sacrificios conscientes y el uso planeado de recursos pueden reducirse mucho por las inmensas desventajas del país en las relaciones económicas internacionales.

Los individuos son impactados en sus subjetividades por un mundo de modernizaciones que cambian sus concepciones, necesidades y deseos, pero están dedicados conscientemente a labores cuya retribución personal es más bien indirecta y de origen impersonal, y no es necesariamente justa respecto a la calidad y la especialización del trabajo realizado.

El sistema puede aparecer frente a ellos entonces como un poder externo, dispensador de beneficios y dueño del timón de la sociedad, a la que conduce con benévolo arbitrio. La cultura «moderna» capitalista implica también economía dineraria e individualismo exacerbado, y cada uno debe vivir en soledad la competencia, los premios o castigos, el interés y el afán de lucro, el éxito o el fracaso. A pesar de las abismales diferencias que han creado y desarrollado, las sociedades que viven en el segundo modo de socialismo no pueden evitar que algunos de esos rasgos estén presentes en ellas. La mundialización del incremento de las expectativas –entre otras tendencias homogeneizadoras que no puedo tratar aquí– es muy rápida hoy, y constituye un arma de la guerra cultural mundial imperialista.

La transición socialista de los países pobres devela entonces lo que a primera vista parecería una paradoja: el socialismo que está a su alcance y el proyecto que pretende realizar están obligados a ir mucho más allá que el cumplimiento de los ideales de la razón y la modernidad, y de entrada deben moverse en otro terreno.

Su viabilidad y su camino le exigen negar que la nueva sociedad sea el resultado de la evolución del capitalismo, negar la ilusión de que la sola expropiación de los instrumentos del capitalismo permitirá construir una sociedad que lo «supere» y negarse a «cumplir etapas intermedias» supuestamente «anteriores» al socialismo. Es decir, a este socialismo le es ineludible trabajar por la creación de una nueva concepción de la vida y del mundo, al mismo tiempo que se empeña en cumplir con sus prácticas más inmediatas, en medio de graves escaseces y adversarios formidables.

Fidel Castro Ruz

VI. Necesidades y problemas actuales de la creación del socialismo

Y entonces aparece también otra cuestión principal.

Del mismo modo que todas las revoluciones anticapitalistas triunfantes desde fines de los años cuarenta del siglo XX sucedieron en el llamado Tercer Mundo, es decir, fuera de los países con mayor desarrollo económico –sin hacer caso de la doctrina que postulaba lo contrario–, el socialismo factible no depende de la evolución progresiva del crecimiento de las fuerzas productivas, su «correspondencia con las relaciones de producción» y un desarrollo social que sea consecuencia del económico, sino de un cambio radical de perspectiva.

La transición socialista se enfrenta aquí a un doble enemigo. Uno es la persistencia de relaciones mercantiles a escala internacional y nacional, que tiende a perpetuar los papeles de las naciones y los individuos basados en el lucro, la ventaja, el egoísmo y el individualismo, y sus consensos sociales acerca de la economía, el dinero, el consumo y el poder. El otro es la insuficiencia de capacidades de las personas, relaciones e instituciones, resultante de la sociedad preexistente, para realizar las grandes y complejas tareas necesarias. El subdesarrollo tiende a producir un socialismo subdesarrollado; el mercantilismo, un socialismo mercantilizado. Las combinaciones de ambos son capaces de producir frutos peores. Es forzoso que en este tipo de transición socialista las «leyes de la economía» no sean determinantes; al contrario, la dimensión económica debe ser gobernada por el poder revolucionario, y este debe constituir una conjunción de fuerzas sociales y políticas unificadas por un proyecto de liberación humana.

Es preciso calificar desde esa perspectiva los factores necesarios para emprender la transición socialista y avanzar en ella, y manejarlos de manera apropiada. Brindo ejemplos.

Derribar los límites de lo posible resulta un factor fundamental, y que se torne un fenómeno masivo la confianza en que no existen límites para la acción transformadora consciente y organizada. Dentro de lo posible se consiguen modernizaciones, pero la transición que se conforma con ellas solo obtiene al final modernizaciones de la dominación y nuevas integraciones al capitalismo mundial. Los procesos educativos tampoco se pueden «corresponder» con el nivel de la economía: deben ser, precisamente, muy superiores a ella y muy creativos.

Esta educación socialista no se propone formar individuos para obedecer a un sistema de dominación e interiorizar sus valores; al contrario, debe ser un territorio antiautoritario al mismo tiempo que un vehículo de asunción de capacidades y de concientización; la educación está obligada a ser superior a las condiciones de reproducción de la sociedad, precisamente porque debe ser creadora de nuevas fuerzas para avanzar más lejos en el proceso de liberación.

Sintetizo preguntas sobre cuestiones principales.

¿El desarrollo económico es un presupuesto del socialismo, o el socialismo es un presupuesto de lo que hasta ahora hemos llamado desarrollo económico? ¿Qué objetivos puede y debe tener realmente la «economía» de los regímenes de transición socialista? ¿Qué crítica socialista del desarrollo económico es necesaria en este siglo XXI? ¿Cómo puede una posición ambientalista socialista manejar con efectividad la conflictividad de las relaciones con los recursos y el medio natural? En otro campo de preguntas: ¿A través de la profundización de la democracia se marcha hacia el socialismo, o a través del crecimiento del socialismo se marcha hacia la profundización de la democracia? ¿Cómo pasar de la dictadura revolucionaria que abre caminos a la liberación humana, a formas cada vez más democráticas, que con sus nuevos contenidos y procedimientos aseguren la preservación, continuidad y profundización de aquellos caminos y la evitación del retroceso hacia nuevos sistemas de dominación? ¿Cómo evitar que el subdesarrollo, las relaciones mercantiles, el burocratismo, los enemigos externos, tejan la red en la cual el proceso sea atrapado y progresivamente desmontado? ¿Cómo lograr y asegurar que la transición socialista incluya sucesivas revoluciones en la revolución?

No quisiera terminar sin expresar mi posición, a la vez que reconocer la difícil situación en que se encuentran el ideal socialista y su concepto, en la coyuntura actual, aunque en la América Latina reciente ha ganado terreno y está participando en los nuevos procesos. A escala mundial, la palabra socialismo se utiliza poco, incluso en medios sociales avanzados; algunos prefieren aludir a su contenido sin mencionarla expresamente, sobre todo cuando quieren ser persuasivos. Una pregunta pertinente es: ¿Qué tiene que ver hoy el socialismo con nosotros? Opino que la única alternativa práctica al capitalismo realmente existente es el socialismo, y no la desaparición o el «mejoramiento» de lo que llaman globalización, que suele ser una vaga referencia al grado en que el capitalismo transnacional y parasitario ejerce su dominación en el mundo contemporáneo.

Tampoco considero una alternativa suficiente el fin del neoliberalismo, palabra que hoy sirve para describir determinadas políticas económicas y la principal forma ideológica que adopta el gran capitalismo. Esos conceptos no son inocentes, el lenguaje nunca lo es. Cuando se acepta que «la globalización es inevitable» se está ayudando a escamotear la conciencia de las formas actuales de la explotación y la dominación imperialista, es decir, el punto a que ha llegado en su larga historia de mundializaciones, en una gama de modalidades que va del pillaje abierto a los dominios sutiles. A la vez, se le da categoría de fenómeno natural a una despiadada forma histórica de aplastar a las mayorías, como si se tratara del clima.

En su guerra cultural mundial, el capitalismo intenta imponerle a todos –incluidos sus críticos– un lenguaje que condena a los pensamientos posibles a permanecer bajo su dominación.

El rechazo al neoliberalismo expresa un avance muy importante de la conciencia social, y puede ser una instancia unificadora para acciones sociales y políticas. Pero el capitalismo es mucho más abarcador que el neoliberalismo. Incluye todas las ventajas «no liberales» que obtiene de su sistema de expoliación y opresión económica, sus poderes sobre el Estado, la política, la escuela, la información y la formación de opinión pública y una parte de los gustos, del neocolonialismo, de sus instrumentos internacionales, su legalidad y sus supuestas luchas contra el terrorismo, el narcotráfico y la corrupción. Es por su propia naturaleza que este sistema resulta funesto para la mayoría de la población del planeta y para el planeta mismo, y no por sus supuestas aberraciones, una malformación que puede ser extirpada o un error que pueda enmendarse.

El capitalismo ha llegado a un momento de su desarrollo en que desenvuelve todas sus capacidades con un alcance mundial, pero su esencia sigue siendo la obtención de su ganancia y el afán de lucro, la dominación, explotación, opresión, marginalización o exclusión de la mayoría de las personas, la conversión de todo en mercancía, la depredación del medio, la guerra y todas las formas de violencia que le sirven para su sistema económico y para imponerse, o para dividir y contraponer a los dominados entre sí. Lo más grave es el carácter parasitario de su tipo de expansión, centralización y dominación económica actual, y el dominio de Estados Unidos sobre el sistema. Ellos están cerrando las oportunidades a la competencia y la iniciativa que eran inherentes al capitalismo, y a su capacidad de emplear a las personas; están vaciando de contenido su democracia y liquidando su propio neocolonialismo. Le cierran las oportunidades de satisfacer sus necesidades básicas a más de la cuarta parte de la población mundial, y a la mayoría de los países el ejercicio de su soberanía plena, de vida económica y social propia y de proyectos nacionales.

Es cierto que en la fase final del siglo XX se reunieron numerosas derrotas de causas populares, el fracaso de una gran parte de los intentos de desarrollo y el fin de la bipolaridad. El capitalismo pareció más poderoso e intangible que nunca, pero en realidad porta grandes debilidades y está acumulando elementos en su contra. El mayor potencial adverso a su dominación es la enorme cultura acumulada de experiencias de contiendas sociales y políticas –y de avances obtenidos por la Humanidad–, cultura de resistencias y rebeldías que fomenta identidades, ideas y conciencia, y deja planteadas inconformidades y exigencias formidables y urgentes. Todo eso favorece la opción de sentir, necesitar, pensar y luchar por avances y creaciones nuevas.

Los principales enemigos internos de las experiencias fallidas de transición socialista han sido la incapacidad de ir formando campos culturales propios, diferentes, opuestos y superiores a la cultura del capitalismo –y no solamente opuestos–, y la recaída progresiva de esas experiencias en modos capitalistas de reproducción de la vida social y la dominación. Mientras, el sistema desplegó su paradoja: lograr un colosal y muy cautivador dominio cultural, y al mismo tiempo ser cada vez más centralizado y más excluyente, producir monstruosidades y monstruos, ahogar sus propios ideales en un mar de sangre y lodo, y perder su capacidad de promesa, que fue tan atractiva. Por eso trata hoy de consumar el escamoteo de todo ideal y toda trascendencia, y reducir los tiempos al presente, sin pasado ni futuro, para impedirnos recuperar la memoria y formular los nuevos proyectos, esas dos armas tan poderosas.

Solo podrá salvar a la humanidad la eliminación de ese poder, un trabajo creador, abarcador y muy prolongado contra la pervivencia de su naturaleza, y una política sistemática y eficaz de recuperación del medio en que vivimos.

La única propuesta capaz de impulsar tareas tan ineludibles y prodigiosas es el socialismo.

Pero esta afirmación del socialismo es una postulación que debe enfrentarse a un fuerte grupo de preguntas y desafíos. El socialismo, ¿es una opción realizable, es viable? ¿Puede vivir y persistir en ciertos países o regiones, sin controlar los centros económicos del mundo? ¿Es un régimen político y de propiedad, y una forma de distribución de riquezas, o está obligado a desarrollar una nueva cultura, diferente, opuesta y más humana que la cultura del capitalismo? Por su historia, ¿no está incluido también el socialismo en el fracaso de las ideas y las prácticas «modernas» que se propusieron perfeccionar a las sociedades y las personas?

No hay que olvidar ni disimular ninguno de esos desafíos, precisamente para darle un suelo firme a la idea socialista, sacarle provecho a sus experiencias y tener más posibilidades de realizarla.

Notas:

[1] «[…] la revolución no solo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que la derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases». Marx, C. y Engels, F. La ideología alemana (La Habana: Edición Revolucionaria, 1966): 78. Veinte años después de aquella obra de deslinde teórico y exposición positiva, Marx cierra la exposición del tomo I de El Capital, «La tendencia histórica de la acumulación capitalista», con la actuación revolucionaria de la clase proletaria consciente: «Se la hace saltar. Suena la hora postrera de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados». Marx, C. El Capital (México: Siglo XXI, 1975). Trad. P. Scaron.: 953, T. I, Vol. 3.

[2] Marx, C. y Engels, F. «Manifiesto comunista» en Marx, C. y Engels, F. Obras escogidas (Moscú: Editorial en Lenguas Extranjeras, 1959 [1848]): 43, T. I.

[3] Guevara, E. Ch. 1970a [1965] «El socialismo y el hombre en Cuba» en Ernesto Che Guevara. Obras 1957–1967 (La Habana: Casa de las Américas): 377, T. II.

[4] «El socialismo no es, ciertamente, una doctrina indoamericana. Pero ninguna doctrina, ningún sistema contemporáneo lo es, ni puede serlo. Y el socialismo, aunque haya nacido en Europa, como el capitalismo, no es tampoco específico ni particularmente europeo. Es un movimiento mundial […]. No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva» (Mariátegui, J. C. «Aniversario y Balance» en José Carlos Mariátegui. Obras (La Habana: Casa de las Américas, 1982) [Reproducido de Amauta (Lima) Año III, N° 17, septiembre de 1928]).

[5] Como el logrado por Michael Löwy (Löwy, M. O marxismo na América Latina. Uma antologia de 1909 aos días atuais, San Pablo: Ed. F. Perseu Abramo, 1999).

[6] Selecciono aquí elementos que me parecen principales, pero forzosamente resultan parciales respecto a una argumentación que vengo elaborando desde hace más de tres décadas. Puesto a escoger una referencia, sugiero ver (Martínez Heredia, F. «Transición socialista y cultura: problemas actuales» en Casa de las Américas (La Habana) N° 178, enero-febrero), reproducido en: Martínez Heredia, F. «Transición socialista y cultura: problemas actuales» en Martínez Heredia, F. En el horno de los noventa (Buenos Aires: Ediciones Barbarroja, 1999 [1990]): 182–194; Martínez Heredia, F. «Transición socialista y cultura: problemas actuales» en Martínez Heredia, F. En el horno de los noventa (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 2005 [1990]): 247–262; y Martínez Heredia, F. «Transición socialista y cultura: problemas actuales» en Socialismo, liberación y democracia. En el horno de los noventa (Melbourne / Nueva York: Ocean Sur, 2006 [1990]): 227–242.

[7] «Marx concibió el socialismo como resultado del desarrollo. Hoy, para el mundo subdesarrollado el socialismo ya es incluso condición del desarrollo. Porque si no se aplica el método socialista –poner todos los recursos naturales y humanos del país al servicio del país, encaminar esos recursos en la dirección necesaria para lograr los objetivos sociales que se persiguen–, si no se hace eso, ningún país saldrá del subdesarrollo.» Castro Ruz, F. 1970 [1969] «Palabras a los 244 graduados del Instituto de Economía de la Universidad de La Habana, 20 de diciembre» en Pensamiento Crítico (La Habana) N° 36: 133–184, enero.

«No puede existir el socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraterna frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la sociedad en que se construye o está construido el socialismo, como de índole mundial en relación a todos los pueblos que sufren la opresión imperialista […]. El desarrollo de los subdesarrollados debe costar a los países socialistas; de acuerdo, pero también deben ponerse en tensión las fuerzas de los países subdesarrollados y tomar firmemente la ruta de la construcción de una sociedad nueva» Guevara, E. Ch. 1970b [1965] «Discurso en el Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática, Argel, 24 de febrero» en Ernesto Che Guevara. Obras 1957–1967 (La Habana: Casa de las Américas): 572–583, T. II.

[8] En los últimos años se han publicado más textos del Che. Llamo la atención sobre una obra de gran valor, Apuntes críticos a la Economía Política (Guevara, E. Ch. 2006 Apuntes críticos a la economía política, La Habana: Editorial de Ciencias Sociales / Ocean Press). Acaba de publicarse un nuevo libro que incluye otros inéditos del Che, para el cual escribí un estudio introductorio: Guevara, E. Ch. Apuntes filosóficos (La Habana: Ocean Sur / Centro de Estudios Che Guevara, 2012).

Tomado de: La Tizza

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El capitalismo no está muerto

Por Marcelo Colussi

Algunas décadas atrás, cuando a nivel mundial se conjugaron una serie de elementos que presentaban un panorama favorable a las fuerzas progresistas (avance del pensamiento de izquierda, movimientos populares en alza, guerrillas de orientación marxista, mística guevarista, mayo francés, teología de la liberación), era pensable que la toma del poder y la construcción de un mundo nuevo concebido desde ideales socialistas de justicia estaban a la vuelta de la esquina. Las décadas del 60 y 70 del siglo pasado, quizá con un aire excesivamente triunfalista –pero honesto, saludable, para echar de menos y reivindicar hoy día– lo permitían deducir: las causas populares y de justicia avanzaban impetuosas.

En estos momentos, bien entrado ya el siglo XXI, aquella marea de cambio que se mostraba imparable no existe. No sólo eso: muchos de los avances sociales conseguidos durante los primeros años del siglo XX hoy día se han revertido, en tanto que el ambiente dominante a escala planetaria se pretende que sea, al menos desde los poderes centrales que dictan las políticas globales, despolitizado, desideologizado, light. La pandemia actual viene a reforzar esa situación de postración para las grandes mayorías populares.

El sistema capitalista, de quien se anunciaba victorioso estaba por caer –eso se creía con profunda honestidad– no cayó. Lejos de ello, se muestra muy vivo, activo, vigoroso. De la Guerra Fría que marcó a sangre y fuego por largos años la historia global, fue el capitalismo quien salió airoso, y no la propuesta socialista. El muro de Berlín, símbolo de esa confrontación justamente, se terminó vendiendo por trocitos como recuerdo turístico. Y de las posiciones ideológicas de izquierda que definieron buena parte de los acontecimientos del siglo XX hoy parecieran quedar sólo algunos sobrevivientes, pero no son las que marcan el ritmo de los acontecimientos.

Vistas así las cosas, el panorama pareciera sombrío. En un sentido, lo es. Las represiones brutales que siguieron a esos años de crecimiento de las propuestas contestatarias, los miles y miles de muertos, desaparecidos y torturados que se sucedieron en cataratas durante las últimas décadas del siglo XX en los países del Sur con la declaración de la emblemática Margaret Tatcher “no hay alternativas” como telón de fondo, el miedo que todo ello dejó impregnado, son los elementos que configuran nuestro actual estado de cosas, que sin ninguna duda es de desmovilización, de desorganización en términos de lucha de clases. Lo cual no quiere decir que la historia está terminada. La historia continúa, y la reacción ante el estado de injusticia de base (que por cierto no ha cambiado) sigue presente. Ahí están nuevas protestas y movilizaciones sociales recorriendo el mundo, quizá no con idénticos referentes a los que se levantaban décadas atrás, pero siempre en pie de lucha reaccionando a las mismas injusticias históricas, con la aparición incluso de nuevos frentes: las reivindicaciones étnicas, de género, de identidad sexual, la lucha por el medio ambiente.

De todos modos, aunque es cierto que las luchas reivindicativas no terminaron –ni es posible que terminen, porque son el motor de la historia precisamente–, están adormecidas. En términos generales lo que se ha inoculado en la cultura política de la población planetaria es el conformismo, la cultura “light”, la mansedumbre. Eso marca el momento actual. Las políticas neoliberales de estas últimas décadas sirven para acallar protestas: se trabaja cada vez más sin prestaciones sociales, sin sindicatos, en condiciones de mayor pauperización, y no hay que protestar porque se puede perder el escaso trabajo. En ese sentido, el capitalismo no está muerto. Las ganancias capitalistas, pese a la pandemia, siguen creciendo.

El sistema, que sin ningún lugar a dudas no puede solucionar todos los problemas humanos que hoy día ya son solucionables gracias al desarrollo científico-técnico, no está agotado. Con varios siglos de existencia, sabe arreglárselas muy bien para permanecer de pie. En la guerra contra el socialismo, hoy por hoy va ganando. Pero eso no es una buena noticia para la humanidad, porque la prosperidad de unos pocos asienta en las penurias de las grandes mayorías planetarias. Después de la pandemia no se ve, al menos en principio, un horizonte post capitalista. Al contrario, todo augura más capitalismo, con una super potencia en declive disputando la hegemonía mundial con otras dos super potencias (con capitalismo de Estado y capitalismo mafioso una, con socialismo de mercado la otra). Las guerras no han desaparecido de la historia, sino que siguen siendo una cruda realidad, y la posibilidad de un holocausto termonuclear está siempre abierta. Ante este mundo y la nueva normalidad que se avecina, con este “Gran Reinicio” que los capitales occidentales propician, la clase trabajadora mundial no puede sentir ninguna alegría. Si nuevas pandemias podrán venir, y la salud seguirá siendo un bien comercializable, el camino capitalista es un callejón sin salida. Por tanto, como gran tarea pendiente, estamos llamados a construir algo distinto, una alternativa a este modo de producción basado solo en el lucro, que prescinde tanto del ser humano –a quien transforma en esclavo asalariado, o lo desecha producto de la robotización– o se lleva por delante la naturaleza, olvidando que hay un solo planeta, que nuestra casa común no es una infinita cantera para explotar. Entonces: el sistema no está en fase de agonía, sino que se ha transformado en un “viejo mañoso”, aún con mucha energía.

¿Por qué “viejo mañoso”? Porque está dando renovadas muestras que “se las sabe todas”, y con aire mafioso no sólo sobrevive como sistema, sino que aún no se le ve final a la vista. Y peor aún: que para seguir sobreviviendo apela a cuanto juego sucio podamos imaginarnos, de lo más deleznable, bajo y ruin, pero siempre presentado como políticamente correcto.

Es un dato muy importante, y que en términos estratégicos de mediano plazo marca un escenario desconocido años atrás: el capitalismo de las que hasta hoy son las potencias, Estados Unidos y Europa, ya no está creciendo más, sino que se recicla. La potencia juvenil de los primeros burgueses de las ciudades medievales europeas, la potencia de los primeros cuáqueros llegando en el Mayflower a la tierra de promisión americana, todo eso ya no existe. En todo caso el nuevo capitalismo chino está dando muestras de una vitalidad ya perdida en los puntos históricos de desarrollo. Aún es un misterio cómo se seguirá comportando este nuevo capitalismo (o socialismo de mercado), si seguirá los mismos pasos seguidos por las potencias tradicionales (incluyendo a Japón), transformándose en un nuevo imperialismo guerrerista, tal como todos los crecimientos capitalistas considerables terminaron dando como resultado, o es una variante digna de ser observada con detenimiento. ¿Espejo donde pueda mirarse la gran masa de trabajadores y empobrecidos del mundo? Quizá no por ahora. Lo cierto es que en los países históricos del sistema (y en Estados Unidos más aún, líder de ese arrollador crecimiento de la empresa privada por más de un siglo), todo indicaría que se está involucionando. Pero no desapareciendo.

¿Qué significa esto? Que el capitalismo, como sistema desarrollado hasta niveles descomunales en cuanto a lo técnico, encontró un límite y se ha comenzado a dedicar cada vez más a sobrevivir, permítasenos decirlo así: en la holgazanería. La creatividad industrial, que por supuesto no ha muerto, se va trocando hacia formas de parasitismo social, fabulosas para los grandes poderes, pero inservibles para la población, y para el sistema mismo. La savia productiva se va viendo reemplazada por la especulación financiera, y entre los negocios más redituables van consolidándose los ligados a la destrucción: las armas, la guerra, el narcotráfico. En ese sentido, entonces, el capitalismo no está muerto, pero sí severamente enfermo, aunque pueda sobrevivir por mucho tiempo más aún.

La crisis financiera actual viene a resaltar los límites infranqueables del sistema: desde un esquema capitalista, que se basa sólo en la obtención de ganancia empresarial a cualquier costo y nada más, la inercia misma del sistema hace prescindible a la gente y lo único que interesa es la acumulación. Esta lógica se independiza y se mueve sola, casi con la lógica de una máquina automatizada. El sistema no puede reparar en la gente de carne y hueso; eso no importa, es prescindible, no cuenta al final del proceso. La acumulación capitalista llega a tal nivel de autonomización que lo más importante puede llegar a ser la muerte, si es que eso “da ganancia”. Tan es así que el actual modelo capitalista lo demuestra con creces: la guerra, la muerte, los negocios sucios como el trasiego de estupefacientes, son su energía vital. Y cada vez más. Uno de los pocos negocios que creció durante la pandemia fue, justamente, la industria militar (junto a la banca, las farmacéuticas y los ligados a inteligencia artificial).

El capitalismo chino, segunda economía a escala planetaria y siempre en ascenso, aún en plena crisis financiera de los grandes centros capitalistas históricos, de momento no muestra estas características mafiosas. Seríamos quizá algo ilusos si pensamos que ello se debe a una ética socialista que aún perduraría en el dominante Partido Comunista que sigue manejando los hilos políticos del país. En todo caso responde a momentos históricos: la revolución industrial de la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX China recién ahora la está pasando, al modo chino por supuesto, con sus peculiaridades tan propias (la sabiduría y la prudencia, ante todo). Queda entonces el interrogante de hacia dónde se dirigirá ese proyecto. Pero lo que es descarnadamente evidente es que el capitalismo ya envejecido se mueve cada vez más como un capo mafioso, como un “viejo mañoso”, pleno de ardides y tretas sucias. Entre las actividades comerciales más dinámicas hoy día a nivel mundial se encuentran la producción de armas y el tráfico de drogas ilícitas. Y los dineros que todo eso genera alimentan las respetables bolsas de comercio que marcan el rumbo de la economía mundial al tiempo que se esconden en mafiosos paraísos fiscales intocables. En ese sentido, la enfermedad estructural define al capitalismo actual.

Si el negocio de la muerte se ha entronizado de esa manera, si lo que duplica fortunas inconmensurables a velocidad de nanotecnología es la constante en los circuitos financieros internacionales, si en una simple operación bursátil se fabrican cantidades astronómicas de dinero que no tienen luego un sustento material real, si el capitalismo en su fase de hiper desarrollo del siglo XXI se representa con paraísos fiscales donde lo único que cuenta son números en una cuenta de banco sin correspondencia con una producción tangible, si destruir países para posteriormente reconstruirlos está pasando a ser uno de los grandes negocios, si lo que más se encuentra a la vuelta de cada esquina son drogas ilegales como un nuevo producto de consumo masivo mercadeado con los mismos criterios y tecnologías con que se ofrece cualquier otra mercadería legal, todo esto demuestra que como sistema el capitalismo no tiene salida.

Por supuesto que al sistema eso no le molesta especialmente. “Si da dinero, eso es lo que cuenta”, es la macabra sentencia. Así nació, creció y se globalizó el sistema. Así arrasó buena parte de la naturaleza y diezmó culturas ancestrales, arrollando a su paso todo lo que le significaba un obstáculo en su loca carrera por acumular. Pero hoy se ha entrado en una nueva fase donde al sistema ya no le interesa sólo la producción de bienes y servicios útiles para sus consumidores, pues lo único que lo mueve es la continuación de esa acumulación. Y como el capitalismo tiene un tope en tanto sistema en la producción de esos bienes, para seguir manteniéndose debe generar nuevos espacios donde desarrollarse, donde seguir reproduciéndose. Es así que va perfilándose este capitalismo de corte mafioso, este “viejo mañoso” interesado en promover nuevos campos de consumo como las guerras y el uso masivo de drogas ilegales.

Esto no es un simple hecho anecdótico, una transgresión, una travesura. La producción de guerras y la distribución planetaria de drogas ilícitas pasaron a ser parte de una estrategia de sobrevivencia del sistema, tanto porque genera las mayores cantidades de dinero que alimentan la economía global como por los mecanismos de control políticosocial y cultural que permiten. Esta nueva fase mafiosa que empieza a atravesar el sistema, que ya viene perfilándose desde las últimas décadas del siglo pasado, es la tónica dominante. China, con un capitalismo joven aún, no requiere de estos mecanismos. Los grandes bancos europeos, y más aún, los estadounidenses, ya han comenzado a hacer de ellos los engranajes que mantienen vivo el sistema.

El capitalismo no está en crisis terminal. Convive estructuralmente con crisis de superproducción, desde siempre, y hasta ahora ha podido sortearlas todas. Estos nuevos negocios de la muerte son una buena salida para darle más aire fresco. Lo trágico, lo terriblemente patético es que el sistema cada vez más se independiza de la gente y cobra vida propia, terminando por premiar el que las cuentas cierren, sin importar para ello la vida de millones y millones de “prescindibles”, de “población sobrante”, población “no viable”. Ello es lo que autoriza, una vez más, a ver en el capitalismo el principal problema para la humanidad. Esto es definitorio: si un sistema puede llegar a eliminar gente porque “no son negocio”, porque consumen demasiados recursos naturales (comida y agua dulce, por ejemplo) y no así bienes industriales (es lo que sucede con toda la población del Sur), si es concebible que se haya inventado el virus de inmunodeficiencia humana –tal como se ha denunciado insistentemente– como un modo de “limpiar” el continente africano para dejar el campo expedito a las grandes compañías que necesitan los recursos naturales allí existentes, si un sistema puede necesitar siempre una cantidad de guerras y de consumidores cautivos de tóxicos innecesarios, ello no hace sino reforzar la lucha contra ese sistema mismo, por injusto, inhumano, inservible, por atroz, por sanguinario. Porque, lisa y llanamente, ese sistema es el gran problema de la humanidad, pues no permite solucionar cuestiones básicas que hoy día sí son posibles de solucionar con la tecnología que disponemos, tales como el hambre, la salud, la educación básica. Como dijo Fidel Castro: “Las bombas podrán terminar con los hambrientos, con los enfermos y con los ignorantes, pero no con el hambre, con las enfermedades y con la ignorancia”.

El “viejo mañoso” en que se ha transformado el capitalismo, en definitiva, no es sino la expresión actualizada de algo que desde hace 200 años sabemos que no tiene salida. Que se salven algunos grupos elitescos en presumibles instalaciones fuera de este planeta (la ciencia ficción ya no nos sorprende) no significa salida alguna. En ese sentido es cada vez más claro, como dijera la revolucionaria Rosa Luxemburgo, que “socialismo o barbarie”. Si la salida para el capitalismo son guerras, consumidores pasivos de drogas y población “light” despolitizada, eso no es sino la más elemental justificación para seguir peleando denodadamente por cambiarlo. Este “viejo mañoso” no es sino la patética expresión de la barbarie, la negación de la civilización, la porquería más radical. ¿Cómo es posible haber llegado a esta locura en la que vale más la propiedad privada sobre un bien material que una vida humana? ¿Cómo es posible que para mantener esto se apele a la muerte programada, fría y calculada? Eso es la barbarie, y eso nos tiene que seguir convocando a su transformación.

Tomado de: Alainet

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Apresurado inventario

Ares (Cuba)

Por Fernando Luis Rojas @82jonsnow

*Una versión de este trabajo fue escrita y publicada antes de los acontecimientos del 11 de julio de 2021 en Cuba, como parte del libro colectivo Guerra culta. Reflexiones y desafíos sesenta años después de «Palabras a los intelectuales» (Ediciones ICAIC, 2021). Si bien lo ocurrido ese día y los siguientes dan cuenta de nuevos retos en el escenario cubano, también expresan acumulados y problemáticas que pretenden abordarse en el texto.

Acercarnos a ciertos ámbitos de la «Cuba actual», implica el tratamiento de varios acontecimientos de los últimos meses en la «vida cubana», entendiendo esta última más allá de los límites geográficos del Estado-nación y en diálogo con esa Cuba transnacional que, cada vez más, irrumpe en los asuntos «domésticos».

Este trabajo pretende, a través del acercamiento a tres problemas que pueden inscribirse en lo que se denomina «guerra cultural», la identificación de dos enfoques —relacionados entre sí— que lastran los análisis y propuestas para enfrentarlos: los definimos como batalla de absolutos y normalización de las derrotas.

La cortísima, la corta, la media y la larga duración: Braudel y su pelea con «la noticia»

En un reciente texto para OnCuba News, el ensayista y director de la revista Temas, Rafael Hernández, plantea:

(…) aquella sociedad [la que vivió el triunfo de la Revolución en enero de 1959] que acababa de descubrir la participación, donde la nación y la democracia se confundían con el proceso mismo, liderado por una vanguardia y una doctrina que demandaban de cada ciudadano un compromiso de acción política y de transformación liberadora, quedó atrás.[1]

Este «quedó atrás» de Rafael Hernández tiene su fundamento en la condición viva y cambiante de la sociedad. Se expresa en otras metáforas presentadas en el propio texto como «imaginar el futuro, pero no mirándolo por el espejo retrovisor» o «el significado político de esa antorcha radica en fabricarla a la medida de los nuevos tiempos, encenderla y correr con ella de manera diferente, y por rutas que se descubrirán». Dichas metáforas, insisten en la necesidad de esos tratamientos actuales.

Sin embargo, también sitúan una interrogante que vale la pena plantearse:

¿qué entendemos cuando se habla de «los últimos acontecimientos en Cuba»?

Las construcciones en torno a esta pregunta —que son relativamente diversas— dan cuenta de ciertas desconexiones y muestran un enfoque fragmentado en función de lo que se quiere jerarquizar y mediatizar.

Veamos variantes «de partida» para contar esos «últimos acontecimientos» —en orden cronológico—:

El diseño e implementación de las reformas económicas;

El proceso de discusión y aprobación de la nueva Constitución;

El recrudecimiento de las medidas coercitivas —y violentas— contra el pueblo cubano durante la administración Trump;

Las tensiones generadas alrededor del Decreto 349;[2]

El inicio y ascenso de la pandemia de la Covid-19;

La dolarización parcial de la economía;

La «huelga de hambre» de algunos integrantes del Movimiento San Isidro;[3]

La «sentada» del 27 de noviembre;

El inicio de la Tarea Ordenamiento;

Los sucesos del Ministerio de Cultura del 27 de enero;

La celebración del octavo Congreso del Partido, etcétera.

Puede entenderse que los niveles de impacto en la población de varios de estos acontecimientos son desiguales. Los ubico porque, de una u otra manera, han dominado la opinión en redes sociales, medios y conversaciones informales —también con distintas burbujas de prevalencia—: más el Movimiento San Isidro por aquí, más «las colas» y la escasez por acá, más la Covid-19 por allá.

El apunte permite identificar la insuficiente capacidad política y comunicacional de las instituciones estatales para responder a estos problemas desde una visión integral que, en rigor, solo puede transmitirse desde el Estado por las informaciones que maneja y las políticas que implementa ante las dificultades existentes. Parece evidente —aunque me cuestiono cada vez más las habilidades de emisores y receptores de este mensaje, lo que daría cuenta de otros problemas— que hay dos focos de atención desde las instituciones: la implementación del Ordenamiento monetario y el enfrentamiento a la Covid-19.

Asimismo, se visibiliza la tendencia a generar una narrativa de los acontecimientos puntuales por encima de los problemas estructurales y extendidos que se enfrentan en la actualidad. Esto también constituye una señal importante: todos los días, en los espacios mediáticos considerados «oficiales», hay una presencia mayor de los focos antes mencionados —Ordenamiento y Covid-19—; no obstante, ello no se encuentra en relación con los asuntos que «más tensionan» de acuerdo con lo que se vive en las denominadas «redes sociales». Para muchos se verifica esa separación entre «redes sociales» y «sociedad».

En este sentido, desde la construcción de «agendas», hay dos narrativas predominantes y encontradas: «la represión en Cuba» y la «aplicación de un guion de golpe blando». Ahora mismo, en mi criterio, se trata de un diálogo de sordos para buena parte de la población cubana que reside en la isla.

Dicho esto, puede entenderse por qué el Movimiento San Isidro, el 27N[4] y los sucesos vinculados a ellos campean con vida propia, y tienen un peso en esa construcción cronológica de «los últimos acontecimientos».

Lo ocurrido frente al Ministerio de Cultura el 27 de noviembre de 2020 movió una diversidad de resortes en el panorama nacional. A grandes rasgos, y con diferencias que pueden percibirse, el tratamiento de lo ocurrido ese día demuestra su peso, relativo o central. En varios casos se presenta un diálogo crítico con la base narrativa de considerar esa fecha como «el despertar de Cuba». Dicho posicionamiento crítico se fundamenta en la necesidad de entender el devenir de la sociedad cubana en los últimos años, de más larga data. Sirva de ejemplo este fragmento publicado en Nueva Sociedad, en enero de 2021: «El 27N no es un relámpago en un cielo despejado ni un parteaguas, sino apenas una punta saliente del iceberg: un consenso heterogéneo y contradictorio, con una estructura y dinámica cambiantes».[5]

Hay otros análisis que, con similar base, extienden el problema no a sus antecedentes, sino a sus desarrollos después de la «sentada» en el Ministerio de Cultura: la paulatina cooptación del simbolismo —y acción— de ese día por el sector más radical de oposición al Gobierno entre los allí congregados.

Las alusiones al 27 de noviembre sirven para fundamentar lo planteado al inicio de este trabajo: muchas construcciones en torno al acontecimiento desconocen los acumulados y responden a un enfoque utilitario con marcado perfil mediático. Asimismo, se dejan fuera otros fenómenos que se visibilizaron ese día, pero que constituyen parte del iceberg y no su punta.

El 27 de noviembre la institucionalidad cubana, representada en el Ministerio de Cultura, se enfrentó a una «situación excepcional». Este escenario se caracteriza por tres aspectos centrales:

Expresó un acumulado de problemas, insatisfacciones y deficiencias de dicha institución y las organizaciones gremiales existentes;

Se desató en medio de una crisis transversal —de carácter internacional— provocada por la pandemia de la Covid-19 y sus efectos sanitarios, económicos y sociales; y

Se da en el marco del recrudecimiento de sanciones coercitivas de la administración Trump —en un ambiente de los más tensos de las últimas décadas por lo dicho antes— y cuando la fórmula Biden-Harris anunció modificaciones en la política hacia Cuba —que pudieran significar la disminución de presiones económicas y un reacomodo en el financiamiento de las entidades «opositoras».[6]

Asimismo, el Gobierno cubano, el Ministerio de Cultura, reflejó varios problemas que existían y siguen manifestándose en la actualidad: la falta de disposición para la convocatoria de la franja poblacional que apoya el proyecto revolucionario o que, en un sentido más restringido, se adhiere a las políticas de Gobierno; su vocación para actuar como «mediador», excluyendo la importancia de la movilización popular; y su preocupación por la repercusión de determinados acontecimientos políticos en el ámbito internacional.[7]

Durante todo este periodo, de una u otra forma, se han puesto en la palestra —con intereses diferentes— varias demandas de los sectores populares de la población residente en la isla. Una de las tendencias ha sido la presentación de estas demandas desde la «identificación» con los problemas del pueblo y no tomando como sitio de enunciación los propios sectores subalternos. En resumen, hablar «por» el pueblo, y no «desde» el pueblo.

Esta narrativa encuentra terreno fértil en las limitaciones, secretismo y falta de transparencia —que parte de reconocer los problemas reales y explicar los condicionamientos de cada medida— que se manifiestan desde el Gobierno cubano. Ello constituye otra expresión de la vocación «mediadora» del Estado, en detrimento de la movilización y participación popular. Durante la clausura del 8vo. Congreso del Partido Comunista de Cuba, su recién electo primer secretario se refirió a este problema:

Esa imprescindible conexión con las demandas y necesidades del pueblo a través de la participación, se enlaza con una de las tareas fundamentales de la labor partidista en estos tiempos: la comunicación social, insuficientemente entendida todavía, bajo el erróneo criterio de que es un asunto secundario frente a las urgencias económicas y políticas. Como si esas urgencias no fueran, en algunos casos, resultado de subestimar el peso específico de la comunicación social.[8]

En resumen, nos encontramos ante una presentación fragmentada del acumulado de problemas que enfrenta la sociedad cubana y, en este sentido, se jerarquizan acontecimientos como absolutos de «la realidad» y se invisibilizan sus causas y motivaciones más profundas. Además, se muestra el escenario «cubano» con una limitación triple:

Sin «historizar» los problemas estructurales que afectan la economía, la política, la acumulación cultural y la sociedad cubanas —alerto que esta mención por separado responde a un interés metodológico—;

Sin establecer las conexiones y correlatos con el ámbito internacional;

Desde una perspectiva que prioriza la visión Habano-céntrica y marcada por las mediaciones de las denominadas «redes sociales».

Transnacionalidad de la «vida cubana» vs. límites a la internacionalización de la discusión

Me referí hace un momento a las limitaciones que constituyen, para mirar «la Cuba actual», no establecer las conexiones y correlatos con el ámbito internacional y priorizar una visión marcada por las mediaciones de las denominadas «redes sociales».

En una recién publicada serie de trabajos, el politólogo Roberto Regalado define lo que para él constituye «El `Triángulo de las Bermudas´ por el que navega Cuba». Para el autor, los vértices de ese triángulo son la «acumulación de problemas propios, [el] doble filo del bloqueo y [el] reflujo de la izquierda latinoamericana». Para Regalado, «el vértice principal del triángulo (…) es la acumulación de problemas propios».[9]

Estos «vértices» se encuentran en relación. No tienen vida independiente. Asimismo, ponen en diálogo esa acumulación de problemas propios con el componente internacional que marca cualquier discusión sobre la Cuba de hoy. No resulta casual que Roberto Regalado señale que:

Con mayor nitidez que en cualquier proceso o acontecimiento anterior —y ha habido muchos— el impacto de la Covid‑19 colocó el foco de atención en Cuba, a un mismo tiempo y con igual nitidez, en las fortalezas y las debilidades coexistentes en la edificación socialista emprendida el 16 de abril de 1961.[10]

Por otro lado, aunque parezca obvio, es necesario señalar que cuando se habla del bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos a Cuba, el carácter «internacional» del problema no se limita a la estrecha idea de que involucra a dos países. Va más allá.

Primero, por la asimetría de los países en conflicto. No es un secreto que los Estados Unidos constituyen el centro hegemónico del capitalismo mundial, sustentado en su poderío económico, geopolítico, cultural y militar. Segundo, porque las medidas coercitivas contra la isla tienen un carácter extraterritorial que, de hecho, transnacionaliza sus efectos, consecuencias y dominaciones.

A la luz de sesenta años de bloqueo económico, el uso discursivo del problema se enfrenta a las complejidades siguientes: 1. La necesidad de analizar su impacto en la vida cotidiana de las personas, la cultura política, sus efectos de desgaste y acumulación, y atravesar este análisis por indicadores como el generacional. Dicho análisis supera las estadísticas contabilizadas como «daños del bloqueo»; 2. La tendencia a disminuir los errores propios —eso que la gente conoce como «el bloqueo interno»— tras los efectos del bloqueo estadounidense, tienden a erosionar la comprensión de las consecuencias de este último;[11] 3. En la posición contraria, excluir las consecuencias de la política estadounidense contra Cuba y achacar todos los problemas a los errores propios muestra un enfoque utilitario y constituye una manera de «caminar» hacia la matriz bujarinista-estalinista del «socialismo en un solo país»; 4. La hostilidad contra la isla tiene un correlato en el atrincheramiento y fortalecimiento de las posiciones menos democratizadoras en el Estado, Gobierno y Partido cubanos.

En relación con el otro «vértice internacional» que sitúa Roberto Regalado: el reflujo de la izquierda latinoamericana, ello tiene su fundamento en dos asuntos centrales: la conexión de la Revolución cubana con los procesos de liberación en el subcontinente, y la necesidad de «un espacio solidario de concertación política, comercio, cooperación y colaboración». La idea del «socialismo en un solo país» fue peregrina, incluso, para la extinta Unión Soviética.

Tras la restauración capitalista en los países del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) y la desaparición de este mecanismo:

(…) fue la elección de gobiernos de izquierda y progresistas en diez países de América Latina la que le posibilitó encontrar [a Cuba] una nueva familia con la cual establecer relaciones de hermandad: la familia que construyó el ALBA‑TCP, democratizó al MERCOSUR, fundó la UNASUR y, junto con el CARICOM, construyó la CELAC.[12]

Esta situación en el subcontinente cambió radicalmente entre los años 2009 y 2019 y, a pesar de las llegadas al Gobierno de López Obrador, en México; Alberto Fernández, en Argentina y Luis Arce, en Bolivia; las perspectivas son inciertas aún.

A falta de otras alusiones al «contexto» internacional, una condición contemporánea demuestra la importancia de considerar esta arista en cualquier análisis sobre la actualidad cubana: la transnacionalidad de la «vida cubana» y el lugar que desempeñan las llamadas «redes sociales».

Sobre este particular, se estuvo dialogando en el panel Redes sociales: ¿con todos y para el bien de todos?, organizado por la revista Temas, el pasado mes de marzo. En dicho espacio, el profesor e investigador universitario Fidel Alejandro Rodríguez llamó la atención sobre la importancia de «entender qué es Cuba en las redes digitales» y precisó que el acercamiento a esta problemática no se limita a «medir» solo a los residentes nacionales. En buena medida, la transnacionalidad del espacio de las llamadas «redes sociales», transnacionaliza también la diversidad de formas de participación en la «vida cubana».[13]

«Las plataformas de redes digitales —señala Fidel Alejandro Rodríguez— son [para algunos] el entorno privado desde el cual entender el espacio público». Asimismo, estas plataformas se perciben como «expresión de la voz popular, asamblea de debates definitorios». Ello está en estrecho vínculo con el señalamiento realizado por el periodista Yosley Carrero:

(…) las plataformas digitales son espacios de construcción de identidad y del sentido de pertenencia de la migración con Cuba, ya no solo a partir de la relación que la gente pueda articular con sus amigos y familiares en la isla, sino también de la participación activa con opiniones de apoyo, y a veces no de apoyo, sino de confrontación, sobre diversos temas de la agenda económica, política y social en Cuba.[14]

Estas dinámicas, que expresan esa transnacionalidad de la participación en la «vida cubana», no son exclusivas de las plataformas digitales y reflejan momentos «pico» en ellas.

En el primer caso: articulaciones del discurso en las plataformas digitales con otros escenarios de participación, pueden mencionarse la incorporación de los residentes fuera de la isla en las discusiones del proyecto de Constitución, que fue aprobado luego en referendo en 2019 —ya aquí limitado a los residentes dentro de la isla— ; las acciones diversas para condenar el bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba y demandar el restablecimiento del proceso de «normalización» de relaciones diplomáticas, emprendido en el segundo periodo presidencial de Obama; y los acontecimientos de los últimos meses a los que hicimos referencia en el primer epígrafe de este trabajo.

En el segundo caso: momentos «pico», sirven como ejemplos lo sucedido tras el fallecimiento de Fidel Castro, en noviembre de 2016, y durante el escenario de la pandemia de la Covid-19.

De lo señalado hasta aquí, para presentar las maneras en que se expresa la contradicción que da título a esta sección: transnacionalidad de la «vida cubana» vs. límites a la internacionalización de la discusión, situamos las siguientes líneas de debate:

  • Integración, para el acercamiento a la «vida cubana», de las condicionantes y correlatos «internacionales» de la isla, a saber: presencia en «un mundo donde son los mercados capitalistas los que están en el centro y es la vida la que está asediada»;[15] impacto de la hostilidad histórica y bloqueo económico impuesto por los Estados Unidos; actual carencia de «un espacio solidario de concertación política, comercio, cooperación y colaboración»;[16] tendencia a la transnacionalización de la participación en la vida nacional a través de las plataformas digitales; y lugar que tiene, en todos estos procesos, la cultura política acumulada, la herencia de «una falta de cultura de diálogo y del debate».[17]
  • Dicha integración, debe resistir a dos prácticas que se aplican y pudieran extenderse: 1. su empleo como cortina de humo y justificación de los errores propios cometidos, eso que Roberto Regalado define como el vértice principal del «Triángulo de las Bermudas» por el que camina Cuba y; 2. la comparación con otros Estado-nación en asuntos como «conquistas democráticas», «represión policial», «avances sociales», etcétera.
  • El patrón de comparación, para quienes asumen o dicen asumir el proyecto revolucionario cubano —se encuentren en posiciones de dirección estatal, de Gobierno o partidista, o no— se encuentra, precisamente, en el proyecto liberador de la Revolución cubana y el horizonte comunista.

El conflicto de «las izquierdas» en Cuba: del programa a la autodefinición

La importancia de tomar como referencia, para definir cuán cerca o lejos estamos del proyecto revolucionario que triunfó en enero de 1959, sus líneas gruesas y el horizonte comunista, no significa una ruptura con los cambios y dinámicas de «las izquierdas» en el escenario internacional.

La discusión sobre qué significa ser de «izquierdas» en la Cuba actual, se ha relanzado en los últimos años. Irrumpe así un mensaje que es necesario atender: cómo se viene dando, por qué, desde cuándo y con qué alcance, un cambio en el discurso para referirse a las adscripciones a los proyectos de liberación humana. Eso no se resuelve de un plumazo, al contrario.

María del Pilar Díaz Castañón da cuenta, en su libro Ideología y revolución: Cuba, 1959–1962, de la complejidad de este proceso. A un tiempo, refiere a los nuevos significados que ubicó el triunfo de la Revolución cubana el primero de enero de 1959, y dialoga con el hecho de que estos «nuevos significados» batallan con acumulados culturales, percepciones, apropiaciones, etcétera.

Sostiene Díaz Castañón:

Pero el obstinado fantasma [anticomunista] no es el rasgo más característico de la época. Sí lo es, y mucho, un impreciso adjetivo que comienza a invadir los viejos espacios: revolucionario.

Ya la década del treinta lo había dejado entre sus secuelas, y no con muy buena fama: entonces, cualquier despropósito se legitimaba por ser revolucionario su autor, y ejecutarlo revolucionariamente. Ahora, adquiere nuevos significados, entre otras razones, porque el héroe es colectivo.[18]

Y más adelante:

(…) a medida que se va perfilando el opositor a la Revolución, surgirán definiciones que, comenzando por los jocosos «revolucionarios del 2 de enero», designarán luego el proceso de formación del estereotipo «contra». De los «batistianos» y los «criminales de guerra» se llega a los «insumergibles» y los «manengues», pasando por los «reaccionarios» y los «siquitrillados» hasta los «rosablanqueros» y los «siperos», forjando la abstracción que ya en marzo de 1959 se acuña con elegante simplicidad: «contra» es quien se opone de palabra u obra a la Revolución, mientras «revolucionario» será no solo quien concuerda con ella, sino el que lo demuestra con su participación. La generalidad de ambos términos hace que su oposición sea cada vez más excluyente, hasta que Girón consagra un nuevo signo: «mercenarios».[19]

Aunque pueda considerarse una perogrullada, Díaz Castañón presenta la relacionalidad que existe —y parece olvidarse— entre aquellos «revolucionario» y «contrarrevolucionario»; que pudiera trasladarse hoy —con un espectro más amplio— a «izquierdas», «derechas» y todos los habitantes entre «los polos».

Este no constituye un asunto de poca importancia, entre otras cosas porque su omisión impide transparentar el ámbito de discusión: ¿dónde se encuentra la centralidad?, ¿en la rebelión contra las opresiones?, ¿en el restringido escenario del Estado-nación?, ¿en la política?, ¿en la normativa jurídica?, ¿en las expresiones de «fuerza» que desata la implementación de esa normativa jurídica?, ¿en la relación de estos y otros componentes?

Pero regresemos a «las izquierdas» y las recientes discusiones en Cuba. No es casual que varios trabajos han intentado situar al sector más beligerante del denominado 27N y, por tanto, el más conectado con el llamado Movimiento San Isidro en el ámbito de «las izquierdas».[20] Dicha práctica demuestra: 1. La ausencia de una elaboración y definición sobre los contenidos de las izquierdas en el escenario cubano contemporáneo; 2. La prevalencia de una práctica que propone el camino inverso: situar la cualidad de «izquierdas» a partir de un intento de autolegitimación y autodefinición que puede ser, en rigor, utilitario desde el punto de vista ideológico y, en especial, político.

Se valida de esta forma, la importancia y necesidad de historizar esos contenidos que definen la ideología de izquierdas. Esto no constituye un problema solo en el escenario cubano. Dado el límite de espacio, trataremos de ejemplificar de manera breve.

En su libro Forging Democracy. The History of the Left in Europe, 1850–2000, Geoff Eley, en su análisis del devenir de la izquierda europea, utiliza tres periodos como focos de atención. El primero «comienza en 1860 y se prolonga por unos cincuenta años, hasta las vísperas de la Primera Guerra Mundial». Entre los contenidos que dan «personalidad propia al naciente socialismo» se encuentran:

(…) el protagonismo de la clase obrera que constituía vocacionalmente el núcleo de vertebración del proyecto socialista (…) la invención del moderno partido político, una disposición «por encima de todo internacionalista», que se deja ver organizadamente en la Internacional y, privadamente, en la vida de los militantes —al menos de los destacados, de los Kautsky, Luxemburg, Rakovski o Pannekoek— que, parafraseando el poema de Brecht, cambiaban de país como de zapatos.[21]

La segunda división temporal, se inicia en 1918. Entre sus rasgos pueden mencionarse:

(…) el acceso de la izquierda a posiciones de poder, con el consiguiente avance en la materialización del ideal democrático, cristalizado sobre todo en el derecho a voto (…); [la diferenciación y convivencia incómoda] entre la socialdemocracia que llega a ocupar parcelas de gobierno y una nueva familia socialista que alentará formas de participación democráticas extraparlamentarias ¾consejistas, como se las dará en llamar¾ y que no creía que la transición al socialismo se pudiera hacer sin una ruptura violenta con el capitalismo; [el posicionamiento ante la Primera Guerra Mundial] de una socialdemocracia que llevaba ya mucho tiempo mareando la perdiz internacionalista; la ruptura familiar más importante de la historia del socialismo, la que arranca con una revolución rusa; [y el devenir posterior del] modelo soviético (…) [que se convierte] en «el arma más grande que la derecha podía esperar en contra de la izquierda».[22]

Finalmente, Eley se acerca al periodo marcado por «la aparición de una `nueva política´, la de los nuevos movimientos sociales», con el precedente de las consecuencias del estalinismo sobre los partidos comunistas de Europa, la abdicación de los socialistas frente al fascismo y el abandono por la socialdemocracia «de la tradición marxista, cada vez más temerosa de la lucha de clases y cada vez más escéptica ante la transformación del capitalismo mediante la revolución». La irrupción de esta nueva izquierda es fechada por Eley en 1968, con un «sentido de futuro» marcado por

(…) política participativa y democracia directa; feminismo, diferencia de género y política de la sexualidad; asuntos relacionados con la paz y la ecología; racismo y política de inmigración; control comunitario y democracia a pequeña escala; música, contracultura y política del placer, concienciación y política de lo personal.[23]

Hasta acá, estos elementos nos permiten tres comentarios que consideramos centrales, realizando la salvedad que tienen un carácter estrictamente metodológico, dado que el libro de Eley se centra en el escenario europeo.

Primero, la necesidad de historizar las definiciones de «izquierda», atendiendo más que a sus formulaciones, a contenidos, programas, prácticas, rupturas y (dis)continuidades. Vale la pena preguntarse, tomando como plataforma lo referenciado hasta el momento: ¿la ruptura de la socialdemocracia europea — como ejemplo — en su devenir con el contenido «internacionalista» implicaría un abandono de su posicionamiento en «las izquierdas»? Por el contrario, ¿considerar a esa socialdemocracia que abdicó del internacionalismo como de «izquierdas», significa que dicho contenido debe excluirse para una identificación contemporánea de «las izquierdas»?

Segundo —y esto conecta de manera más clara con Cuba y, en particular, el triunfo de la Revolución cubana en 1959— la primera mención que realiza Geoff Eley a «Cuba» en Forging Democracy. The History of the Left in Europe, 1850–2000, se localiza al inicio del capítulo titulado «1968. It moves after all».

Señala Eley:

On 2 January, Fidel Castro, Cuba’s charismatic leader, declared 1968 the Year of the Heroic Guerilla in memory of Ernesto Che Guevara, killed in Bolivia the previous October. An international Cultural Congress in Havana, with four hundred intellectuals from the Americas and Europe, then focused international enthusiasm for the Cuban Revolution.[24]

La conexión de la Revolución cubana con la irrupción de una «nueva izquierda» o, cuando menos, los vínculos y relaciones que mantuvo con representantes de ella ha sido analizada con relativa amplitud, incluso por autores cubanos. A manera de ejemplo, menciono los aportes realizados por Rafael Acosta de Arriba y sus materiales Congreso Cultural de La Habana 1968 (Ediciones Cubarte, 2015) y La encrucijada de 1968 para Cuba y el mundo (en el libro Ahora es tu turno Miguel. Un homenaje cubano a Miguel Enríquez, ICIC Juan Marinello, 2015); el amplio estudio Traductores de la utopía: la Revolución cubana y la nueva izquierda de Nueva York (Fondo de Cultura Económica, México, 2016), de Rafael Rojas, y el propio tratamiento y visibilidad que sus contemporáneos cubanos dieron a esa nueva izquierda en revistas como Pensamiento Crítico, Casa de las Américas y otras.

Entonces, como mínimo, hablar de la emergencia de una «nueva izquierda» en Cuba implicaría la atención a las siguientes interrogantes: ¿esa «nueva izquierda» que irrumpió en el mundo en 1968 llegó tardíamente a Cuba, más de medio siglo después?, ¿fue la Revolución cubana una de las fuentes o expresiones de esa «nueva izquierda» de los sesenta?, ¿hablamos entonces de una «novísima izquierda» en Cuba?, ¿se considera «nueva» en su ruptura con qué izquierda cubana?

Tercer comentario. No es la autorreferencialidad el indicador que define una pertenencia a «las izquierdas». Los elementos identitario y de autorreconocimiento son importantes, pero dicha adscripción, los trasciende por mucho. Desde el acumulado cultural cubano, en diálogo con el componente internacional que mencionamos, se perfilan varios contenidos que no se inician en enero de 1959. Este acumulado no se limita al uso del término «izquierda»: sabemos que las definiciones nombran, la mayoría de las veces, lo que ya existía o venía definiéndose antes.

Entre los siglos XIX y XX se definieron los contenidos de nuestras rebeliones como pueblo: independencia, soberanía, emancipación y dignificación humanas. Fernando Martínez Heredia llamó la atención sobre la articulación entre «la enorme carga de acumulaciones políticas» y «sus dimensiones populares».

Si analizamos las creaciones simbólicas fundamentales de la cultura política cubana vemos que ellas están más cargadas de sentidos populares que de proposiciones y elaboraciones de grupos selectos. Sucede así con el patriotismo nacionalista, la unión entre justicia social y libertad, la vocación republicana democrática, la negación de la anexión a Estados Unidos, el antimperialismo y también las ideas más contemporáneas de socialismo e internacionalismo.[25]

Existe una amplía producción que se ha encargado de identificar, historizar y analizar dichos contenidos. A manera de ejemplo, solo en relación con las décadas del veinte y el treinta del siglo XX: en abril de 1970 la revista Pensamiento Crítico publicó un número especial dedicado al periodo;[26] entre 1973 y 1985 se cuentan los trabajos sobre/de el movimiento obrero cubano, Julio Antonio Mella, Pablo de la Torriente Brau, Rubén Martínez Villena, Alfredo López, Antonio Guiteras,[27] así como los de carácter más general sobre la denominada «Revolución del 30»;[28] y, más recientemente, destacan los aportes de Fernando Martínez Heredia, Ana Cairo Ballester, Reinaldo Suárez, Ana Suárez, Caridad Massón, Julio César Guanche, el Centro Pablo de la Torriente Brau, entre otros.

Mirar —con el ejemplo de un periodo histórico— el acumulado existente debía servir, al menos, para plantearse la necesidad de identificar los contenidos de las revoluciones y rebeliones en Cuba a lo largo de su historia, sus conexiones y particularidades en relación con el ámbito internacional y sus rupturas y continuidades en el escenario actual. Incluso, desde una perspectiva que «solucione» las pertenencias de izquierdas desde la autorreferencialidad; resulta importante valorar cuál ha sido el devenir de quienes, a lo largo de la historia de este país, se definieron como «revolucionarios», «izquierdistas», «marxistas», «socialistas», etcétera.

Epílogo: la batalla de los absolutos y la normalización de las derrotas

Como gustaba decir un popular comentarista televisivo, «los acontecimientos se encuentran en pleno desarrollo». Por ello, puede entenderse que más allá de «cierres», nos interesa dejar abiertas determinadas líneas.

Dichas «aperturas», han sido planteadas ya por varias personas e investigadores. Nos interesa situar nuestra propuesta en dos dimensiones principales que llamamos: «batalla de los absolutos» y «normalización de las derrotas».

En los primeros epígrafes de este trabajo abordamos tres de ellas:

  1. El «acontecimiento» vs. «la lucha histórica de la Revolución». La batalla de absolutos se da en este terreno a través del pulso manifiesto entre: a) tomar acontecimientos o periodos que expresan un alza en las limitaciones de la profundización democrática socialista, mezclarlos con la crítica a respuestas revolucionarias a las acciones de hostilidad y desestabilización —con el apoyo de los Estados Unidos o no— y narrar dicha combinación como la totalidad histórica y dominante a partir del primero de enero de 1959; y b) presentar todo el devenir histórico cubano —con punto de partida en las ideas y luchas independentistas del siglo XIX— , las dos revoluciones del siglo XX y la «consumación» del triunfo en 1959 hasta nuestros días como un camino continuo y ascendente, sin contradicciones, problemas y discontinuidades.

Juan Valdés Paz insiste en que una de las fuentes de legitimidad de la Revolución cubana que adquiere significativo peso a futuro es la jurídica. Esta proyección, fundamentada en un enjundioso análisis de la evolución del poder revolucionario en Cuba,[29] no implica renunciar: a) a la conexión de las generaciones más jóvenes con la historia del país; b) a transparentar los momentos de discontinuidad y errores del proceso a lo largo de estos últimos sesenta años que lo alejaron del proyecto liberador original; y c) a incorporar contemporáneas narrativas simbólicas de la Revolución, con peso de los sectores populares y, en particular, los más jóvenes. La renuncia a estas prioridades puede considerarse, en mi opinión, una normalización de las derrotas.

  1. «La Cuba transnacional en las redes digitales» vs. «el condicionamiento internacional de la realidad cubana». Se expresa la batalla de absolutos desde diversos puntos de vista. Primero, el intento por construir una realidad —que se presenta como única— en las redes digitales, con su consecuente incidencia en los circuitos de buena parte de la «gran prensa» internacional y determinadas organizaciones, Gobiernos y bloques regionales. Segundo —y acá se da una interesante confluencia en lo que se presenta como «posiciones polarizadas»—, la descalificación de las proyecciones de quienes residen fuera de Cuba, que tiene lugar de manera utilitaria. Tercero —de nuevo con las coincidencias de los «polarizados» y el utilitarismo—, la comparación con «otras sociedades», sus rebeliones (re)emergentes y los niveles de represión y criminalización desde el Estado. Cuarto, el desconocimiento de los peligros que tiene para Cuba su «aislamiento», en correlación con la hostilidad de los sucesivos Gobiernos de los Estados Unidos en contraste con la tendencia de achacar todos los problemas existentes al bloqueo económico impuesto por la nación más poderosa del planeta.

Para los sectores identificados con el carácter liberador de la revolución que triunfó en enero de 1959, la normalización de las derrotas vendría por la exclusiva reproducción y reactividad a esa «realidad única y construida» de las redes digitales, en detrimento de la interpelación a —y protagonismo de— los sectores subalternos a los que el primero de enero transformó de forma acelerada de observadores a partícipes del cambio revolucionario.

Igual efecto «normalizador» presenta la tendencia a simplificar los hechos y procesos, presentados en el primer epígrafe de este trabajo, como un «choque» entre el Gobierno y los opositores, estos últimos con una exclusiva cualidad de mercenarios.[30] Se trata, en rigor, del enfrentamiento de dos proyectos políticos del que dio cuenta, en abril de 2016, Fernando Martínez Heredia:

Cuba está entrando en una etapa de dilemas y alternativas diferentes, entre los que sobresalen los que existen entre el socialismo y el capitalismo, teatro de una lucha cultural abierta en la que se pondrá en juego nuestro futuro. El gran dilema planteado es desarrollar el socialismo o volver al capitalismo.[31]

Otro camino para normalizar las derrotas puede encontrarse en renunciar a un mayor activismo en favor de las rebeliones de los subalternos en el mundo y, en especial, en América Latina en nombre de una razón de Estado. Esta última puede responder a la necesidad de romper el aislamiento, concertar «alianzas» que favorezcan la economía del país y se «derramen» a la población, y «normalizar» las relaciones con los Estados Unidos donde, por demás, se localiza el grueso de la emigración cubana. No obstante, la defensa y aplicación de la tradicional política exterior de la Revolución cubana y la urgencia de mover nuevos resortes para la participación de la sociedad civil en ella, constituyen necesidades fundamentales para acercar el «estado real» de las cosas al proyecto liberador.

  1. La batalla de absolutos se expresa aquí en un carnaval de axiomas: «soy de izquierda porque me opongo al Gobierno», «el Gobierno es de izquierda porque es continuidad de la Revolución y representa al pueblo», y otras bellezas que están muy bien para la actividad de propaganda, pero no más allá.

La normalización de las derrotas adopta, al menos, dos líneas principales con un mismo fundamento: la comprensión del Estado «existente» como el «deber ser».

Sobre el primero de los axiomas señalados, considero que el tercer epígrafe de este trabajo sitúa algunas pistas. Con excepción de sectores anarquistas y marxistas principalmente —ya vimos que también hay quienes se definen como tal sin aludir a los contenidos que marcan dicha adscripción—, una parte de esas «izquierdas» se opone al «Estado existente» en Cuba marcada por la enajenación de un Estado que existe como «deber ser». ¿Cuál es la diferencia? Que esa realización del Estado como «deber ser» la identifican en otros modelos y otras geografías. Más claro, la propuesta opositora de esa «izquierda» —cuando la tiene— es sustituir una maquinaria de dominación por otra con diferente ropaje.

Mientras, buena parte de los representantes de las actuales instituciones del Estado cubano escasamente reivindican las prácticas que jalonaron, con la Revolución, los caminos hacia ese «no Estado» desde la participación popular. «Normalizar» sería, en este caso, dejar solo para el terreno de la enseñanza de la Historia: a) la juridicidad del «hacer», que en los primeros años del triunfo cumplió su Programa mínimo y fue más allá, y a inicios de los 2000 generó programas sociales en beneficio de los sectores vulnerables y subalternos; b) el ágora de empoderamiento político, que en los sesenta parió las Declaraciones de La Habana, la de Santiago de Cuba, la proclamación del carácter socialista; en los noventa tuvo los Parlamentos obreros; en los 2000 vio nacer una definición de «Revolución» y, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, practicar una crítica radical a las formas de hacer política; c) la manera en que Cuba se dio sus organizaciones, de tal calado que no debían sorprenderse con la emergencia de las reivindicaciones identitarias de la actualidad.

Esta constituye una muestra breve de cómo los problemas que enfrentamos expresan esa batalla de los absolutos, en la que tomar el atajo de normalizar derrotas, sería la vía más rápida para alejarnos de la cualidad liberadora del proyecto que triunfó el primero de enero de 1959.

En Veinticinco años de poesía cubana, Juan Marinello aseguraba la falibilidad de su «inventario apresurado de cuestiones polémicas, [su] derrotero provisional por los más diversos parajes».[32] ¿Qué diremos, entonces, los pobres mortales del «aquí» y el «ahora»? Pues, como esa convocatoria que circuló en «redes», solo nos queda contar nuestra historia y aspirar a que cuente.

Notas

[1]Rafael Hernández: «Consenso y disentimiento (I)», OnCuba News, 6 de enero de 2021, https://oncubanews.com/opinion/columnas/con-todas-sus-letras/consenso-y-disentimiento-i/. Consultado 23/04/2021. (El subrayado pertenece a FLRL).

[2]Decreto 349 o «Decreto para proteger la cultura en los espacios públicos»: Desde su publicación en Gaceta Oficial en el primer semestre del año 2018, generó importantes dudas e inconformidades, debates de directivos del Ministerio de Cultura con artistas y escritores, declaraciones de funcionarios del Departamento de Estado y la Embajada de Estados Unidos en Cuba y un amplio flujo de información en diversos medios. Hasta el día de hoy, después de un proceso de nuevas discusiones sobre la Norma Complementaria (condición para la implementación del Decreto) esta no ha sido aprobada. Para más información ver, entre otros: «Veinte aclaraciones sobre el Decreto para la protección de la cultura en los espacios públicos», La Jiribilla. Disponible en: www.lajiribilla.cu/articulo/veinte-aclaraciones-sobre-el-decreto-para-la-proteccion-de-la-cultura-en-los-espacios-publicos. Consultado 03/06/2021.

[3]Movimiento San Isidro (MSI): Con sede en el capitalino municipio Habana Vieja, se presenta como un «proyecto cultural y comunitario». En la práctica actúa como un grupo de activistas políticos antigobierno, liderado por Luis Manuel Otero Alcántara. Los medios estatales, partidistas y organizacionales cubanos han denunciado reiteradamente sus vínculos con funcionarios de la Embajada de los Estados Unidos en La Habana, así como la recepción de fondos de Organizaciones No Gubernamentales radicadas en el exterior y otras entidades vinculadas a las agencias estatales del Gobierno estadounidense. Sus demandas y acciones son divulgadas a través de las diversas plataformas digitales, medios que reciben financiamiento desde fuera de Cuba y periódicos o televisoras situadas en el circuito de la «gran prensa» o adscritas a organizaciones políticas de derecha.

[4]27N: El 27 de noviembre de 2020 entre dos y tres centenares de personas se congregaron frente al Ministerio de Cultura de Cuba exigiendo un encuentro con el ministro del ramo para abordar el tratamiento dado a los miembros del MSI, y otros derechos referidos a la libertad de expresión y creación artística. Una delegación de 30 personas se reunió, finalmente, con un viceministro de Cultura y dirigentes de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). El simbolismo de este acontecimiento derivó en la plataforma digital y el grupo con similar nombre (27N). Varios participantes en la concentración del 27 de noviembre, así como analistas, han señalado que el accionar en estos escenarios fue cooptado por el grupo de los participantes en la «sentada» más radical y confrontacional en su oposición al Gobierno.

[5]Rafael Hernández: Anatomía del 27N cubano y su circunstancia. Nueva Sociedad, enero de 2021. En https://nuso.org/articulo/anatomia-del-27n-cubano-y-su-circunstancia/. Consultado 22/04/2021.

[6]Más recientemente hemos asistido a los llamados para una intervención militar contra Cuba, cartas abiertas a Biden para que condicione la «flexibilización» de la política hacia la isla y una dilación, en la práctica, por parte de la actual administración Demócrata, de sus promesas de campaña en este sentido.

[7]Un acercamiento a estos problemas puede leerse en el Editorial «La respuesta no es policial, es política», La Tizza: www.rebelion.org/la-respuesta-no-es-policial-es-politica. Consultado 12/05/2021.

[8]Miguel M. Díaz-Canel Bermúdez: Discurso pronunciado en la clausura del 8vo. Congreso del Partido, en el Palacio de Convenciones, el 19 de abril de 2021, Presidencia y Gobierno de la República de Cuba, Palacio de la Revolución, 2021. Disponible en: www.presidencia.gob.cu/es/presidencia/intervenciones/discurso-pronunciado-por-miguel-mario-diaz-canel-bermudez-primer-secretario-del-comite-central-del-partido-comunista-de-cuba-y-presidente-de-la-republica-de-cuba-en-la-clausura-del-octavo-congreso-del-partido/. Consultado 12/05/2021.

[9]Roberto Regalado: «Planteamiento de la hipótesis: acumulación de problemas propios, doble filo del bloqueo y reflujo de la izquierda latinoamericana», de la serie El «Triángulo de las Bermudas» por el que navega Cuba, La Tizza: www.latizzadecuba.medium.com. Consultado 14/04/2021.

[10]Ídem.

[11]En su discurso de clausura del 8vo. Congreso del PCC, Miguel Díaz-Canel (ob. cit.) expresó: «Nadie con un mínimo de honestidad y con datos económicos que son de dominio público puede desconocer que ese cerco constituye el principal obstáculo para el desarrollo de nuestro país y para avanzar en la búsqueda de la prosperidad y el bienestar. Al ratificar esta verdad, no se intenta ocultar las insuficiencias de nuestra propia realidad, sobre lo que hemos abundado bastante. Se trata de responder a los que con cinismo difunden la idea de que el bloqueo no existe».

[12] Roberto Regalado: ob. cit.

[13] Darío Alejandro Escobar, Katia Sánchez, Fidel Alejandro Rodríguez, Daylin Pérez de la Rosa, y Rafael Hernández, «Redes sociales: ¿con todos y para el bien de todos?» (versión íntegra), blog Catalejo, Temas: www.cubarte.cult.cu/revista-temas/redes-sociales-con-todos-y-para-el-bien-de-todos-version-integra/. Consultado 20/04/2021.

[14] Ídem.

[15]Amaia Pérez Orozco: Prólogo a Mercado o democracia. Los tratados comerciales en el capitalismo del siglo xxi, Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate, Icaria Editorial, s. a., Barcelona, 2018.

[16]Roberto Regalado: ob. cit.

[17]Darío Alejandro Escobar et. al.: ob. cit.

[18]María del Pilar Díaz Castañón: Ideología y revolución: Cuba, 1959–1962, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p. 116.

[19]Ibídem, pp. 116–117.

[20]Frank García Hernández: «¿Qué son las izquierdas (en Cuba)?», carta abierta al periodista Darío Alejandro Escobar, Tremenda Nota: www.tremendanota.com. Consultado 26/04/2021.

[21]Félix Ovejero Lucas: «Mirada atrás, después de la derrota», Revista de Libros, Segunda Época, no. 83, España, noviembre de 2003.

[22] Ídem.

[23] Ídem.

[24] «El 2 de enero, Fidel Castro, el carismático líder de Cuba, declaró 1968 como el Año del Guerrillero Heroico en memoria de Ernesto Che Guevara, asesinado en Bolivia el octubre previo. Un Congreso Cultural en La Habana, con la participación de cuatrocientos intelectuales de América y Europa, enfocó el entusiasmo internacional por la Revolución cubana», Geoff Eley: Forging Democracy. The History of the Left in Europe, 1850–2000, Oxford University Press, Reino Unido, 2020, p. 341.

[25] Fernando Martínez Heredia: «Cultura y cubanía. Libertad y justicia social», Andando en la historia, Ruth Casa Editorial e Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana, 2009, p. 11.

[26] «En la tercera década del siglo la revolución en Cuba tiene ya tareas que solo podrá resolver la dictadura revolucionaria de los trabajadores. La liberación nacional y la liberación social se condicionarán mutuamente: el antimperialismo es el índice principal de la lucha, y él continuará y profundizará el ideal de Martí». Presentación de Pensamiento Crítico, no. 39, abril de 1970, número especial, La Habana.

[27] Instituto de Historia del Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista de Cuba (IHMCRSC): El movimiento obrero cubano. Documentos y artículos, tomo II, 1925–1935, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1977; Julio Antonio Mella: Mella. Documentos y artículos, IHMCRSC, La Habana, 1975; Víctor Casaus: Pablo: con el filo de la hoja, Unión, La Habana, 1983; Pablo de la Torriente Brau: Cartas cruzadas (selección, prólogo y notas de Víctor Casaus), Letras Cubanas, La Habana, 1981; Rubén Martínez Villena: Poesía y prosa, Letras Cubanas, La Habana, 1982; Olga Cabrera: Alfredo López, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1985; Olga Cabrera: Antonio Guiteras: su pensamiento revolucionario, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1974; Olga Cabrera: Guiteras, la época, el hombre, Arte y Literatura, La Habana, 1974; José Tabares del Real: Guiteras, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1973.

[28] Raúl Roa García: El fuego de la semilla en el surco, Letras Cubanas, La Habana, 1982; Leonel Soto Prieto: La Revolución del 33, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1979; Loló de la Torriente: Testimonio desde dentro, Letras Cubanas, La Habana, 1985.

[29]Juan Valdés Paz: La evolución del poder en la Revolución cubana, tomos I y II, Rosa Luxemburg Stiftung Gesellschafts analyse un Politische Bildunge, México, 2018.

[30]«La respuesta no es policial, es política», Editorial de La Tizza: www.rebelion.org/la-respuesta-no-es-policial-es-politica. Consultado 12/05/2021.

[31]Fernando Martínez Heredia: «Problemas del socialismo cubano», Cuba en la encrucijada, Ruth Casa Editorial y Editora Política, 2017, p. 36.

[32] Juan Marinello: «Veinticinco años de poesía cubana», Ensayo cubano del siglo XX, Rafael Hernández y Rafael Rojas, Fondo de Cultura Económica, México, 2002, p. 116.

Tomado de: La Tizza

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La anti-política como entretenimiento

Foto OneTech

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

Ya hoy es virtualmente inabarcable la cantidad de producciones, propias o ajenas, que “vende” la empresa Netflix. Otra cosa es la calidad. Se trata de un festín audiovisual variopinto signado por altibajos e irregularidades de todo género y en donde la falencia dominante es la superficialidad de sus contenidos. Con algunas honrosas excepciones. Quizá lo único en lo que profundizan es en el discurso de la anti-política. Así, a veces, se disfrazan de “progres”. La no siempre confiable Wikipedia dice: “Netflix, Inc. es una empresa comercial estadounidense de entretenimiento que proporciona mediante tarifa plana mensual streaming (flujo) multimedia (principalmente, películas y series de televisión) bajo demanda por Internet…”

Nadie deje de ver su Netflix pero nadie deje los principios afuera de las pantallas. Hay que mirar emancipadoramente.

No será objeto de estudio aquí la paupérrima calidad de las “reseñas”, las traducciones ni los “doblajes”. No será parada extensa el método de clasificación de géneros ni la desorganización frecuente de títulos. No será objeto de trabajo la asimétrica calidad de las producciones ni su “fordismo audiovisual” impuesto para saciar el hambre espectacular de los usuarios. Asuntos, por cierto, que parecen no ser de interés para la masa inmensa de suscripciones que hoy disfrutan su Netflix incluso como una nueva “adicción” simpática. Importa aquí el flujo ideológico que transita impune (a veces imperceptible) gracias al “vehículo excipiente” llamado “entretenimiento”. Paremos un poco en la anti-política.

Pocas cosas parecen más urgentes, para las burguesías, que ahuyentar a las masas de cualquier interés por participar desde las bases en “política” (y en su transformación democrático-participativa de manera radical). Ha sido histórico el beneficio que las burguesías le arrancan a la abulia, el desinterés y la alergia fabricada para que los pueblos odien a la “política” y a los “políticos”. Cuanto más sea desprestigiada la “política” más contentos se ponen los oligarcas porque consiguen así que los pueblos dejen vacío un territorio (que les es propio) y que queda usurpado por los “poderosos” para reinar a sus anchas mientras la gente los odia pero con apatía. Por decir lo más suave. Se trata de un desprestigio rentable y morboso que produce dos efectos (al menos) muy jugosos: por una parte deja abierta la esperanza del “cambio” y la “libertad” (palabras que la burguesía manosea a destajo) y permite hacer del estercolero de corrupción burguesa, sus crímenes, su servilismo y su entreguismo un espectáculo y un negocio muy rentable. Y lo pasan por la “tele” y parece muy “porgre”.

Lenin entendió con claridad el tráfico ideológico y las formas más sofisticadas de sus mascaradas en las esferas “intelectuales” y en las esferas “populares”.  Lo publicó, también, en su “Materialismo y Empiriocriticismo” y dejó ver cómo, bajo el epíteto de “novísimo”, se trafican las más añejas y rancias ideologías chatarra. En todos los casos brilla la intencionalidad enajenante que la burguesía imprime a lo que fabrica para el “populacho”, eso quiere decir intencionalidad que convierte en ajenos y en enemigos, de sí y de sus derechos, a los verdaderos dueños de la riqueza: la clase trabajadora. En eso consiste la anti-política, dicho de manera elemental, cuando el “ser social” humano se desfigura con individualismo frenético y se ahoga en nihilismo escéptico pero disfrazado como razón superadora. “No creo en políticos ni en política”, soy “apolítico”, la “política no me interesa”, “que se vayan todos”… un repertorio de “clichés” fabricado para que se repitan mundial e irreflexivamente. Mientras tanto los “políticos” felices. Algunos hacen películas y series.

En Netflix circula la anti-política libremente. Como si se tratara de una casa hecha a medida para tener contentos a todos (es decir entretenidos) con el espectáculo audiovisual de la corrupción, la trampa, las traiciones, las bajezas, el servilismo y la humillación que producen la política y los políticos del capitalismo. Una y otra vez se ve el repertorio completo de la decadencia burguesa que convence al “público” de que más vale estar lejos de eso “putrefacto” que incluye alejarse de su derecho a modificarlo, a hacerlo diferente. Otro modo de hacer política proponen algunos. Y salvo que aquí se exagere el asunto (cosa nada improbable) Netflix ha sabido halagar a muchos paladares (adictos o no a su menú auto-programable) y ha conseguido expandir los placeres del nihilismo al goce audiovisual en privado. Reinan entre sus grandes logros anti-política “House of Cards” y todas las sucedáneas (películas o series) en las que la “política” o los “políticos” son protagonistas héroes de la anti-heroicidad.

Por fortuna no todo mundo tiene Netflix y la política es una condición de lo humano bastante más valiosa y necesaria de lo que quieren o dicen los ideólogos y las ideologías oligarcas. La política necesitar una revolución en su pragmática para convertirse en producción social de premisas y condiciones en la transformación tanto de la Historia como de la lógica, la ética, la estética y la poética en el modo de producción y en las relaciones de producción. Política debe significar no transa y contubernio entre mafiosos; no gerencias burguesas sino, transformación crítica y práctica de la sociedad en su dimensión económica, cultural y comunicacional con especial énfasis en un humanismo nuevo: socialista.

Hacer de la Política una praxis, un motor para salir del capitalismo y una herramienta crítica incluso de sí misma: “Criticar sin contemplaciones todo lo que existe; sin contemplaciones en el sentido de que la crítica no se asuste ni de sus consecuencias ni de entrar en conflicto con los poderes establecidos” (Carlos Marx carta a Arnold Ruge). Política como obra colectiva para que nada impida basar la praxis social, incluso, en la crítica (y en la crítica de la crítica) a la política, en la toma de partido por la humanidad a toda costa, es decir en sus luchas reales, e identificarnos solidariamente con ellas y en ellas. (Rodolfo Puiggros) Sólo así tendrá sentido nuevo la Política lejos de su acepción burguesa porque enfrentamos la transformación de un mundo devastado, en gran peligro y asfixiado doctrinariamente. Nos urge la Política partiendo de principios desarrollados desde la práctica emancipadora. Con actitud emancipadora permanente como consigna de la lucha.

Nadie deje de ver su Netflix pero nadie deje los principios afuera de las pantallas. Hay que mirar emancipadoramente. La conciencia de la Política es algo que no podemos dejar en manos de los comerciantes de espectáculos por más que se insista cierta idea, tramposa, en que el placer audiovisual es, también, a-político.

Tomado de: Cultura y Resistencia

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¿Comunismo vs. democracia? Ecuaciones ideológicas «electoreras»

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

Para esconder su basura ideológica, bajo el tapete del palabrerío electorero, las derechas han inventado una guerra fría de coyuntura confeccionada a medida de su desesperación. Son destellos de mediocridad consustancial en las jaurías corruptas que la burguesía adiestra para asegurarse el hurto de los recursos naturales y el salario de la clase trabajadora. Les llaman políticos para ensuciar a la política.

Esa operación de propaganda simplona, barnizada con odio de clase, sale del «ingenio» táctico y estratégico de los laboratorios de guerra ideológica disfrazados, a su vez, como think tank o agencias de publicidad. Ahí se devanan los sesos articulando frases y sofismas cuyo propósito incluye sembrar confusión, cristalizar desprecios y personificar odios bajo un etiquetado falaz sacado de los estereotipos más gastados y más añejos. Rancios.

Su ecuación ideológica no es más que un ataque artero contra un sector de la población que ha sido despojado de su derecho a la educación política básica y que es obligado, por la vía de la propaganda conservadora, a vincular la palabra comunismo con miedos paradojales: «los comunistas te quitarán todo». Eso, dicho a un pueblo ya despojado históricamente por el capitalismo.

A eso contribuyen no pocos «intelectuales», «periodistas», «académicos» y estafadores publicistas de las derechas que, desde su ignorancia funcional, incapaces de entablar análisis serios sobre la historia misma del comunismo, sus expresiones e interpretaciones más diversas, incluyendo las desviaciones y degeneraciones que en su particularidad no representan la totalidad, teórica y práctica, de una categoría política cuya influencia planetaria constituye un aporte crucial para la salida definitiva del capitalismo. Y esa es la razón del financiamiento y el despliegue que, en la coyuntura actual, como en otros antecedentes, deleita a las burguesías. Desde la aparición del Manifiesto del Partido Comunista en 1848.

El capitalismo convierte todos sus miedos en armas de guerra, incluso, ideológica. Una de esas armas trata, básicamente, de fabricar calumnias, de fabricar mentiras sobre la política y los objetivos del pensamiento comunista y, fundamentalmente, luego de satanizar toda revolución de los trabajadores, desprestigiar y enlodar las ideas de Marx-Engels y Lenin, Trotsky… entre otros. Gastan fortunas en eso. Como diría el Comandante Fidel Castro: «¿Quién ha dicho que el marxismo es la renuncia de los sentimientos humanos (…)? Si precisamente (…) fue el amor al hombre, a la humanidad, el deseo de combatir la desdicha del proletariado, el deseo de combatir la miseria, la injusticia, el calvario y toda la explotación sufrida por el proletariado, lo que hace que de la mente de Carlos Marx surja el marxismo cuando, precisamente, podía surgir una posibilidad real y más que una posibilidad real, la necesidad histórica de la Revolución social de la cual fue intérprete Carlos Marx. Pero, ¿qué lo hizo ser ese intérprete sino el caudal de sentimientos humanos de hombres como él, como Engels, como Lenin?».

Incluso, en buena parte del conservadurismo, el liberalismo clásico y el neoliberalismo… han organizado sus propias arremetidas anti-comunistas. Todos ponen, todos abonan. Son esas las fuentes que han financiado escuelas, bibliotecas y hasta «sabios» dedicados sesudamente a inyectar anticomunismo al «pensamiento intelectual». Dicen los anticomunistas que el marxismo está desacreditado, obsoleto, muerto y enterrado. Que el marxismo es utópico, que el marxismo fracasó. Que el marxismo es un dogma, una fe religiosa, un mesianismo. Que los comunistas son degenerados, autoritarios, sospechosos, inmorales, irrespetuosos, haraganes, apátridas, asesinos, que tienen malos modales, que son ateos, hippies, promiscuos, enfermos…

El anticomunismo, que debe ser denunciado siempre, especialmente cuando se presenta como ofensiva ideológica marrullera disfrazada de maneras electorales. Están poniendo de moda sus «comunismos» falsos, ideados por el anticomunismo, para desprestigiar al comunismo. Como el ladrón que acusa de ladrones a todos. Como el corrupto que denuncia la corrupción para seguir corrompiéndolo todo. Se ha usado el término para mil propósitos, entre propios y extraños, para la descalificación y para la confusión, para aclarar o para enturbiar. En la campaña política enmascarada como guerra fría electoralista ha dejado un campo minado que debe cruzarse con mucho cuidado y mucha claridad. Es necesario desplegar una ciencia política, descolonizada, muy activa, muy cercana a los pueblos y capaz de poner orden en las definiciones y en la praxis.

Tomado de: Granma

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Pensar es un acto revolucionario

Alfredo Guevara, fundador y primer Presidente del ICAIC

Por Alfredo Guevara

«En tiempos nublados como estos, cuando el debate de ideas se confunde con el zipizape ideológico, compartimos de nuevo sus palabras en la presentación del número de Temas dedicado a Transiciones, hace ahora trece años».

Alfredo Guevara acaba de cumplir 95. Para Temas, su acompañamiento crítico, luz larga, apoyo invariable, en las verdes y en las maduras, sigue siendo más que la de un santo patrono. En Alfredo, raro ejemplo de intelectual y dirigente político de la cultura, el sentido revolucionario de la verdad y la lucidez intransigente, el pensamiento hereje enfrentado a dogmáticos y renegados por igual, el señalamiento de carencias y desacuerdos sin poner etiquetas ni dárselas de tribunal supremo, la crítica de los aparatos de gobierno, a veces muy dura, pero ajena al arte demagógico del tiro al blanco, el llamar a las cosas por su nombre, representaron una marca de identidad. En tiempos nublados como estos, cuando el debate de ideas se confunde con el zipizape ideológico, compartimos de nuevo sus palabras en la presentación del número de Temas dedicado a Transiciones, hace ahora trece años.

No puede prescindir un movimiento intelectual, no puede prescindir una corriente ideológica o una tendencia del desarrollo de la ciencia o de una ciencia, o de un grupo artístico, de ideología definida o de investigación en campo alguno, de la existencia de un órgano de expresión. Menos aún en tiempos de Revolución, tiempos previstos, cúmplase o no de modo integral la obligación y profecía, de cambio, y cambio no en marco de arbitrariedad sino de ajuste y perfeccionamiento a partir de la experiencia y de sus resultados. No logro pensar la Revolución, no digo ya la nuestra sino el concepto mismo, o pensar su imagen que como cineasta necesito, en términos de transición, término que a partir de la experiencia histórica reciente, o ya no tanto, queda ligado a pacto o concesiones o a procesos de lenta aplicación y que, cuando acelerados, más cerca andan de la descomposición de la realidad que se desmorona desde su interior esencial y acepta otra, que en medio de tal desestructuración se le impone triunfante. Comprendo, acepto, disfruto y de tan ingente y productivo esfuerzo de reflexión, análisis y disección y especulación me sirvo, cuando a mis manos llega una revista como este número 50 de Temas; pero no solo la que ahora comento a mi manera, sino las otras muchas de las que, como una hazaña del heroísmo intelectual y político, han permitido llegar a este tan simbólico ejemplar. No olvido aquellas que han recogido temas tan importantes y provocadores como la cultura cubanoamericana, las relaciones conflictuales con el imperio, los avatares de la economía y sus relaciones con la y las ideologías, raza y racismo, sexualidad, el mundo de las márgenes, y siempre América Latina y USA en el trasfondo y el primer término. Henos aquí en el número 50. La revista vive porque supervive; y Rafael Hernández, por esa y otras razones, no solo vive honrando y honrándose de este modo, sino que resulta sin proponérselo un sobreviviente. ¡Cuán complejo fue, por largo tiempo, esquivar con serenidad y dignidad, que es una de las formas del ser revolucionario, el asedio del funcionarismo-estaliniano y de sus recursos coercitivos, que además pervive, aunque hoy le toque pervivir y hasta reproducirse como gorrión mojado, por fortuna!

Lo que más admiro y respeto y me une a Rafael Hernández es esa forma de ser revolucionario. No es, no será la única, o la posible; los caminos del Señor son infinitos; pero es la que más admiro, la de la serenidad y dignidad del revolucionario que trabaja y trabaja construyendo sin tregua y sin concesiones, y sin llanto.

En el campo del pensamiento no hay atajos, ser o no ser tiene respuesta inmediata, ser siempre. Y además no existen monolitos, y cuando sentimos y hasta vemos presencia que no admite duda o que pretende no permitirla, debemos saber que se trata de espejismo y que un día u otro, más temprano que tarde, todo castillo construido con naipes caerá bajo el toque de algún que otro vientecillo o ventarrón.

Solo se construye en sólido sobre el saber. Y la realidad que es su objeto, su materia de desbroce, es tan compleja, tan móvil, tan inapresable de modo absoluto o definitivo, que toda conquista realizada supone nuevas metas. A ese sueño de la verdad solo llegamos por aproximación. El absoluto afortunadamente es tan solo un concepto tentativo, un modo de hablar para entendernos; todo punto de llegada no hace otra cosa que anunciar la partida. Por eso las revistas que surgen y desaparecen, que cumplen su función para un período, y permiten apreciar la complejidad extrema de esa realidad que no sabe ni de monolitos ni de absolutos, revistas que acaso como Temas perduran y se renuevan en cada número, resultan un remanso repasador de lo logrado, el oasis que se permite la memoria en letra impresa, la memoria que puede ser (no toda) manantial o sostén de lo más duro, aquello que resiste en la experiencia y va siendo y enriqueciendo la cultura. Eso fueron en su tiempo y circunstancias y para esa época y necesidad de ser, por decir algunos títulos probantes, las Memorias de la Sociedad Económica, o El Habanero o Patria o la Revista de Avance u Orígenes o Nuestro Tiempo o la revista Ultra, la Revista Bimestre Cubana o Lunes de Revolución o Cine Cubano o La Gaceta de Cuba o Pensamiento Crítico o la Revista de la Universidad de La Habana o la del Ministerio de Industrias o Cuba Socialista y Teoría y Práctica o la Revista de Información y Traducciones, Criterios y Nuevo Cine Latinoamericano, etcétera, etcétera.

Quede clarísimo que no he querido ser exhaustivo. Tan no lo he querido, que no me detendré en esa otra fórmula, fuerza, canal, tubo que se llama Internet y correo-electrónico, fórmula que todo lo permite, lo valioso y lo superfluo, el rigor tal vez, quizás, a veces, y la banalidad que puede, también a veces, quizás, tal vez, tocar la indignidad…

Revistas y revistas, las que menciono y las que no, me han servido de ejemplo y que, como se constata en alguna relación más completa que alguien numeró en el simposium que siguió a la conferencia más que magistral dictada por Fernando Martínez en el Instituto Superior de Arte hace unas semanas, han resultado, resultan tantas como criterios debaten ante oídos atentos y a veces sordos sobre nuestras vidas, sociedad y futuro.

¿Será ese debate que quisiera ampliar también para atentos y sordos este número 50 de la revista Temas?

¿Propone cada revista o publicación en su escala y para su auditorio, discútase lo que se discuta, al abordar problemas no resueltos, con sus reflexiones o proposiciones, una visión sobre lo que Temas ha abordado como «transición-transiciones» y uno de los autores incluidos en el sumario como transitología», inaugurando un término que él aspira a considerar esclarecedor y que no cabría decir si para mí resulta divertido o preocupante.

Diré por qué; no para polemizar, sino para introducirme en el debate fascinante que este Temas 50 recoge bajo el título genérico de «Transiciones y posttransiciones».

Me encantaría ser un gran teórico y apasionarme tanto con la claridad clarificante de las teorías que formulase, adentrarme tanto en ellas, que viviéndolas en mi mente las convirtiese en realidad. Debo conformarme, en cambio, con la experiencia que no sé si valiosa pero sí que mucha, variada, desconcertante e inserta en la historia del siglo XX, en diferentes latitudes y siempre como protagonista menor, a veces tan menor, y hasta menorísimo, que el testimonio que puedo dar solo tendrá el valor de la presencia. Era muy joven, adolescente casi, cuando entré en contacto con los anarquistas españoles que llegaron a Cuba; eran, se hacían llamar, libertarios y me impregnaron de ese ideal. Es que la generación habanera de que formo parte vibró con la República española, con sus comunistas, con sus socialistas y con sus anarco-libertarios. Esos profesores españoles revolucionarios que habían vivido el primer capítulo de la libertad y el fascismo, ese combate que precedió la Segunda guerra mundial, aportaron a Cuba la experiencia de una revolución social, y la de sus aciertos y errores, la depuración de aquellos en la reafirmación clarificante que se materializó en la reflexión y la intersolidaridad: todos habían pasado a ser, ante todo, republicanos. Cuando muchos años después llegó la transición –para valerme esta vez de ese término que desde España se hizo voluntaristamente modélico–, había pasado tanto tiempo que me preguntaba si los retornos eran posibles. Transterrados, había llamado María Zambrano a aquellos miles de seres que vinieron a refertilizar las tierras de América Latina; ellos, los que volvieron, fueron también capaces de refertilizar España y sacarla del horror del alma pandereta en que la había sumido el franquismo. Con los vivos y devueltos llegó el recuerdo y la obra, y llegaron los principios defendidos hasta el último día por aquellos que quedaron para siempre en nuestros países. Han sido necesarios varios decenios para que en estos dos últimos años aquella transición que se proclamó modélica porque pacífica y útil, bien calculada, acaso la única posible; pero también simple traspaso pactado de poderes y ceremonia de símbolos, comience a reconocer en la República, y en la excepcionalidad de aquella experiencia histórica, los valores éticos y el heroico coraje de sus protagonistas, la esencia más pura de la España que tenía que ser. En estos días he podido apreciar en la TV internacional la imagen recién descubierta y recién restaurada de grupos de entre los 300 000 refugiados republicanos que llegaron a México bajo el amparo del General Lázaro Cárdenas, que es decir de la Revolución mexicana, que había hecho temblar las tierras de América y, ante todo, la de México, más que todos sus terremotos ancestrales; Revolución nuestra, paradigma, Revolución que precedió a la rusa, quiero subrayarlo para más tarde servirme de ese subrayado.

Al fin pronuncio la palabra clave, la que quería decir sin ambages: ¡Revolución! De eso se trata en estas, mis reflexiones en la presentación del número 50 de Temas.

Las revoluciones son cataclismos y al pasar de una etapa a otra de la organización, desestructurando raigalmente una sociedad con la esperanza de estructurar, quiero decir, de construir otra, es obligado ese cataclismo y no, de ello estoy convencido, como he leído en algunos de nuestros autores, simple transición del capitalismo al socialismo. No logro evitar un sentimiento de estupor porque esa repetida frase parece empeñada en sustituir lo que anima la vida de una época. Revolución, así, con mayúscula, Revolución, con mayúscula y con orgullo al pronunciar esa palabra, palabra mayor. En el caso de Cuba, esa nueva terminología me resulta, para servirme del autor que parte de una nueva ciencia o rama, la transitología, como recurso para situar este juego o recurso formal o método como lo que me parece escapatología o evasionología o academiología. Las revoluciones son revoluciones y la nuestra se inicia con un baño de sangre que fue, también en ese nacimiento, de sacrificio, heroísmo, coraje y solidaridad.

Ese día 26 de Julio, tan cercano para el recuerdo, terminaron todas las teorías y legitimidad de las estrategias que se apoyaban en fraseologías y sueños y sobre todo en mimesis: la lucha armada era ya irrevocable; como irrevocable había sido el inicio de las insurrecciones cubanas que reunieron el 10 de Octubre de 1868 con el repique de La Demajagua dos revoluciones, la de la independencia, revolución nacional; y la de la liberación de los trabajadores-esclavos negros, revolución social. Esos entrelazados ingredientes eran pólvora. Fidel en 1968, y en La Demajagua, declaró con toda firmeza y lucidez que allí había comenzado la lucha cubana: la Revolución cubana. En el Moncada, en La Historia me absolverá, tenemos ya esbozado el programa para la revolución armada triunfante. Retorno a un instante de este texto. Tengo muchos años. Desde el Moncada sufrí persecuciones y prisiones que no terminaban, participé activamente en la clandestinidad habanera, pago aún –y no me importa– las consecuencias del odio y el abuso ejercitado sobre mi persona y más aún el dolor profundo que anida en mi alma, que no admite el olvido, ante el recuerdo de los compañeros caídos. Lo pagamos muy caro, en sangre, sacrificios, combates frontales. Derrotamos a la dictadura y al imperio, y mejor diré al Imperio y a su testaferro-dictador; y lo hicimos como un ejército martiano de jóvenes, muy jóvenes, como muchos o algunos de ustedes, encabezados por jóvenes, muy jóvenes, y por un lúcido jefe, Fidel, tan inteligente y sabio estratega en el combate armado como en el político. Días después del triunfo daba instrucciones que no podré olvidar jamás: «las leyes revolucionarias y la primera, la de Reforma agraria, deben ser un golpe tan destructor a la organización social que no haya modo de reconstruirla». Lo dijo de otro modo, más gráfico, más para mí que amo la palabra, pero mejor si deviene también imagen. En el Programa nacido del Moncada Fidel ya había diseñado, para un país pequeño, transformaciones de base, de esas que hacen del hombre ciudadano, del ciudadano ser pensante, del ser pensante ejercitador consciente de la libertad. Como señala con razón uno de los ensayos que aparecen en la revista, la reforma agraria y las nacionalizaciones resultaron determinantes en la destrucción del poder burgués y la explotación imperial estadounidense, es decir, de la presencia del capital extranjero y de la oligarquía testaferra; pero no tendríamos que olvidar nunca que se inició casi de inmediato la alfabetización, y que la sucedió el seguimiento y quedó establecida la meta del noveno grado. Los campesinos de todo el país visitaron a los citadinos; los niños de las sierras bajaron del monte, sierra y bosque, a estudiar a la ciudad; y las campesinas llegaron por miles a aprender corte y costura y acceder o ampliar «sus letras» y visión del mundo; los adolescentes citadinos pasaban semanas en el campo; muchas revoluciones se entrelazaban y complementaban y entre ellas, entre tantos cambios, el Ejército Rebelde se ejercitaba en el conocimiento, por demás imprescindible para el ejercicio de nuevas armas, en primer término defensivas.

No continuaré por este camino. Sé que los estudiosos, sociólogos y economistas prefieren o han preferido plantearse en sus artículos y ensayos más que el reanálisis de la obra de aquellos años fundadores, una visión crítica enriquecedora en relación con la formación, estado y perspectivas de la organización social y la economía en el contexto latinoamericano e internacional de la globalización en Cuba, pero más allá de nuestro país y contextualizándonos. No esquivaré el tema. Ya lo discutía Che con más de un contradictor en los años 60. Acaba de publicarse un libro que apenas circula y que recoge sus tesis de entonces y las discusiones internas en el Ministerio de Industrias. Se titula Apuntes críticos sobre la Economía Política. Hace trizas Che del Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS y el concepto mismo de los manuales. Ese engendro de papilla ideológica, inventado para sostén del estalinismo y de todo el antintelectual que en el mundo existe; es decir, para disfrute de todos los que prefieren renunciar al pensamiento, al análisis autónomo y crítico, diremos que por dogmático-miméticos, pero sobre todo por vagos, satisfechos en la estúpida placidez de su ignorancia. Che no propuso nunca nuevas Biblias; no me sentiría obligado a recomendar ese maravilloso libro, su libro, para seguir sus tesis, unas me entusiasman otras no tanto; pero es ante todo una incitación a pensar, a abordar los problemas como parte de una realidad siempre cambiante y no permite fabricar fórmulas que no deban o puedan ser desechadas años después si necesario fuese.

Tuve la oportunidad excepcional de descubrir a un senador chileno, algo frustrado porque alojado desde hacía varios días en el hotel Deauville, no lograba hacer contacto con dirigentes de la Revolución cubana. Él tenía sus tesis y lo llevé a conocer a Che y tuve así, como quien dice, accidentalmente, la oportunidad de, testigo mudo, escuchar parte de aquellas primeras conversaciones. Allende creía sincera y profundamente en la posibilidad democrática electoral de llegar al poder y desde el poder abrir caminos al socialismo; no de instaurar en horas, semanas, meses una sociedad de inspiración socialista radical, no era un ingenuo, pero sí de abrir caminos muy serios y cada vez más raigales en esa dirección. Probó que el democrático tradicional podía llevarle al gobierno e intentó ir más lejos: alcanzar el poder e iniciar las transformaciones soñadas. Lo pagó con la vida. Muchos años antes, en 1950, llegué a China cuando todavía los ejércitos de Chiang Kai Shek combatían; unos meses antes había caído Shanghai, en septiembre de 1949. Era parte de una delegación de estudiantes universitarios que recorría la China casi liberada participando en concentraciones populares que apoyaban a Mao Tse Tung; era todavía la guerra y nuestra caravana se apoyaba en tropas y ametralladoras de grueso calibre. Encontramos a Mao. El apoyo y entusiasmo popular eran impresionantes, pero tuvieron que combatir hasta el último instante. Los bolsones de los ejércitos enemigos estaban por todas partes y eran eso, bolsones muy, muy elásticos, avanzaban y retrocedían.

En 1968 estaba en la Sorbona cuando comenzó la rebelión estudiantil y toda la mañana permanecí bajo el fuego graneado de las bombas lacrimógenas que habían sido estrenadas en Vietnam. Walter Achúgar, un tupa de mi amistad más íntima, andaba en las mismas, nos separamos frente a una librería de izquierda, La Joie de Lire, en el borde del Boulevard Saint Michel y solo cuando logré salirme de la zona más caliente, descubrí mis ojos dañados. Cuando regresé a Cuba los oftalmólogos encontraron solución y me salvaron, pero otro de mis amigos de entonces, el director de la librería y la editorial que publicaba Tricontinental en francés, quedó tan dañado que permaneció meses hospitalizado. Una de las bombas había estallado sobre él. El general De Gaulle (al que pese a todo admiro) voló en helicóptero a Alemania a pedir ayuda a las tropas francesas allí acantonadas. Lo logró. Se sostuvo con ese apoyo militar pero el Estado francés, nacido de una revolución que transformó el mundo y la única que tras el Derecho romano que todo rige, fue capaz de imponer a cañonazos la estructura toda de la sociedad europea y con el Código napoleónico reestructurar a fondo el Estado fortaleciéndolo para la modernidad, había corrido riesgo mayor. Aquel Estado sin embargo, fuerte como pocos, estuvo a punto de derrumbarse en unas horas.

Era la segunda vez en mi vida en la que apreciaba esa debilidad estructural y militar ante un estallido de carácter popular y potencialmente revolucionario. Había aprendido en Bogotá, en 1948, junto a Fidel, cuán endeble puede ser esa y cualquier estructura estatal.

En Bogotá, en el corazón de América Latina, simbólicamente en los Andes y mientras tenía lugar la Conferencia Panamericana con la presencia del general Marshall, el asesinato de Gaitán, el líder liberal más popular y amado en la historia de aquel país, desencadenó una revuelta que, cuarenta y cinco minutos después, conmovió de tal modo los cimientos de la sociedad que pudo derrumbar el gobierno y desbordar sus fuerzas armadas. Policías y soldados entregaban las armas o no combatían. Debió llegar para detener la revuelta otro ejército, «los chulavistas». A ellos brutalmente tocó controlar al pueblo armado, saqueante e incendiario. Bogotá desapareció entre las llamas.

De nuevo un salto, 1968, en junio me tocó entrar a Brasil. Los jóvenes estudiantes de São Paulo, no pocos de ellos ligados a Acción Libertadora y muy directamente a Marighella, casi insurrectos, y en Río, Chico Buarque, Gilberto Gil, Glauber Rocha, Caetano Veloso, etcétera, etcétera, encabezaban manifestaciones contra la dictadura. Parecía otra vez el Mayo francés; pero los militares aplastaron aquel estallido. Cuando la policía militar pisaba mis talones, lo digo en broma, porque los mismos estudiantes que había conocido en una trinchera paulista me habían situado junto al piloto de un Air France sin plaza y sin billete y andaba ya sobre el Atlántico, vía París. Ellos en cambio conocieron más tarde las cárceles y algunos fueron asesinados. Pero no cesó el combate hasta la derrota de la dictadura. No, los que intentan cambiar la sociedad en cualquier dirección o inspirados en cualquier ideología o religión, marxistas y hasta reformadores, radicales o no, afrontan riesgos y responsabilidades y tareas y enemigos difíciles de quedar reducidos a esquemas técnicos. Ved a los líderes haitianos o a Juan Bosch en Dominicana, en tiempos no tan lejanos o actuales. Los regímenes oligárquicos, el imperio, y sus ejércitos, reprimen, aplastan y llegado el caso, asesinan. Siempre amenazan, cercan, empobrecen y limitan. Es el caso de Cuba, no olvidarlo.

Que me quiten lo vivido –se dice en broma– Eso, lo vivido, de lo que he reseñado bien poco, de esas experiencias, nace y se afirma un cierto sentido común. Eso me creo: las revoluciones son revoluciones.

Aciertan o fracasan. Navegan con suerte o encuentran obstáculos, tantos que no logran realizarse plenamente, sufren períodos de estancamiento y se corrompen o rectifican a tiempo y renacen a nuevos bríos.

Tuvimos un Moncada y tuvimos un Primero de Enero de 1959, el Año Nuevo más nuevo de nuestra historia. Cayó Che en Bolivia y Bolivia tiene a un revolucionario en la Presidencia y multiplica por dos su proyecto revolucionario con un boliviano aymara retornando a la dignidad del poder real a un descendiente de los pueblos autóctonos, un acto de justicia histórica. Tuvimos un Período especial, lo tenemos aún, un poco menos especial, y esperamos que tal especialidad se acorte si trabajamos bien y cumplimos la tarea que nos imponen las circunstancias: defender la Revolución y su esencial eticidad, el valor supremo que la legitima: su pasión por la justicia, por la verdad, aportando ideas, soluciones posibles o, en la mayoría de los casos, los marcos referenciales en que esas eventuales medidas-soluciones o de acercamiento a ellas serían factibles. Este número de Temas –estés o no de acuerdo con una u otra reflexión o proposición, con uno u otro texto– cumple largamente uno de los objetivos que me atrevo a suponer inspiran su diseño: provocar en el lector nuevas inquietudes, enriquecer las que ya seguramente tiene, alimentar esa angustia productiva que nace del compromiso activo, aquel que no admite que el pensar útil quede sumergido en el letargo corruptor de la inacción.

Recuerdo siempre de aquellos años más que juveniles a que he hecho referencia, las extrañas relaciones que establecí con Ortega y Gasset, a quien leía sin descanso pero no porque me fascinara sino porque provocaba en mí rechazo y silencioso diálogo, casi siempre turbulento. No porque negase sus tesis de modo total sino porque me parecían demasiado poco, poco menos que conformistas con el progreso y la modernidad tal y cual se presentaba en la época. Época de esperanzas en un mundo mejor posible y, por tanto, poco propicia a revoluciones de escala mundial. Conservo aún aquellos libros y los amo porque me hacían pensar y debatir en medio de la lectura. Preparando estas notas he apreciado no la fase del rechazo, que a veces he sentido más que pensado en la lectura de algunos párrafos, sino en la fase del estímulo, pues puede descubrirse o mejor apreciarse en la diversidad generacional y de responsabilidades y posibilidades, un debate virtual, la presencia de una conciencia activa. Esta vez en un período histórico en el que tengo la convicción de que lo posible es posible; y que lo necesario lo es también.

En uno de los artículos de Temas se cita una frase de Fidel, muy, muy bien seleccionada para este debate. Es una referencia al discurso del 1ro. de mayo de 2002. «¿Qué será la Revolución, me atrevo a preguntarme, y a hacerlo para nuestros días?» Fidel daba respuesta entonces a su propia reflexión y dijo: «Revolución es sentido del momento histórico, cambiar todo lo que debe ser cambiado».

En ocasión del lanzamiento del libro de Ignacio Ramonet 100 horas con Fidel, seguro de que aquellas páginas recogían ya un mensaje que recapitulando historia y vivencia apuntaban hacia el futuro, me dije que faltaba aún a Fidel y que esperaba eso fuera posible, y lo está siendo, entregar a las nuevas generaciones, las que están y las otras, mensajes y diseños de futuro. Y no es que no crea que puedan surgir otros Fidel, distintos pero válidos, otros José Carlos Mariátegui, otros Martínez Villena u otros Julio Antonio Mella u otros Flores Magoon, otros Salvador Allende u otros Che u otros Prestes o Marighella o Albizu Campos u otros Juan Bosch. Unos sucedieron a otros y ya han ido apareciendo quienes intentan completar historias o realizarlas, tomando el liderazgo de sus pueblos y entregando al espíritu de eticidad y justicia la forma de ser necesaria y posible a cada época o período o circunstancia con comprensión y «sentido del momento histórico». Siempre veremos, verá el curso de la historia, más previsible o inesperadamente, surgir el pensador, el jefe, los jefes, los organizadores necesarios. La barbarie capitalista, la explotación del ser humano, la injusticia y las máscaras que se inventan no tendrán jamás cuartel.

¿Por qué entonces Fidel, porque soñar entonces, reclamar de su persona mensajes y diseños, o esperarlos, o desearlos, y es mi caso? Solo porque me toca esta tribuna lo subrayo, no porque me dé significación particular alguna, es que he apreciado en los textos leídos más recientemente, en sus reflexiones, una común presencia. Todos parecen anhelar, ante nuevas realidades y oportunidad excepcional, históricamente excepcional, una necesaria refundación, revitalización del socialismo.

Unos quisieran sacudirnos del lastre que suponen restos que todo traba en el pensar y el ser desde las concepciones dogmático-rutinarias-mimético-empobrecedoras del estalinismo. Che llamaba bíblicas a las concepciones que devenían cristalización, ya para siempre inapelables. Y ¡Dios mío!, me toca matizar, lo hacen sin poesía alguna. Fidel ha dicho y ahora repito que lo revolucionario «es [tener el] sentido del momento histórico, cambiar todo lo que debe ser cambiado».

Tendrá América Latina, tendrá uno u otro país, tendrá Cuba acaso, tendrá la Revolución aquí, allá, en alguna parte, otros Fidel y otros Che y otros Martí y otros Bolívar, pero Fidel está aquí y es hoy. En el mundo y en nuestra época no hay alguien, otro pensador y jefe, con autoridad tal ante las nuevas generaciones, y ante la historia voz mayor, comunicador e –insisto– autoridad moral de tal magnitud que, como él, Fidel, pueda contribuir mejor y más productivamente al rediseño o retorno a las raíces con visión de contemporaneidad y de realidad real. Su voz puede entregar a las izquierdas y más precisamente al socialismo lo que le queda por dar.

¿Le queda por dar? Ya se está entrenando como en los días del Stadium Universitario y de la FEU. Atisbo en algunas de sus recientes reflexiones algunos de esos rasgos. Y no son pocos de entre los autores que reúne Temas en sus textos los que apuntan en algunas de esas direcciones, probando que no son pocas las líneas a repensar mirando hacia el futuro. No se trata de preocupaciones nuevas. ¿Es que puede repensarse el socialismo o una aproximación a un programa o programas socialistas sin que a su primer plano se incorpore el verde, la ecología, esa responsabilidad moral que el capitalismo salvaje y los imperios han pateado y el imperio de nuestros días destruye a mansalva? He ahí una bandera que redimensiona su presencia. No podrá estar ausente de un socialismo del siglo XXI la salvación del planeta, y de la vida humana, y de cada ser, uno a uno.

Ese Renacimiento socialista que cargado de humanismo, humanismo ante todo, ante todo humanista, debiese, tendrá que renacer, se apoya ya, y se apoyará igualmente en conceptos que fueron olvidados o relegados y que Mariátegui había situado en primer plano. Mariátegui y Zapata y la Revolución mexicana toda y más cercanamente los movimientos revolucionarios bolivianos que un cineasta subvalorado, Jorge Sanjinés, recogió en imágenes tan importantes sí, tan, tan importantes como las de Octubre. Habrá que pensar, repensar, valorar por eso, buscar inspiración en los movimientos populares de base, los Sin Tierra, las mujeres, los del margen, los pueblos indígenas, en los de aquellos que reclaman respecto a su dignidad en el marco de opciones naturales, y hasta en los delincuentes que deben de ser reeducados, son personas, para su reinserción social y el autorrespeto, y habrá que detenerse en esas otras formas y reclamos del campesinado sea donde fuera. Los revolucionarios, su vanguardia universitaria y sus «académicos» suelen ser citadinos o lo devienen, agrarismo, naturaleza, ecología y su interrelación no serán palabras vanas. Retornan a su justo lugar.

No he hecho referencia alguna al proletariado, a la clase obrera, y no la haré. Su papel como sostén del socialismo e impulso hacia el socialismo requiere reflexión complejísima y no seré capaz de centrar criterio en un párrafo. Mejor proponer a Temas provocar un debate, pero no cubano, latinoamericano, sobre tamaña inquietud y posibles respuestas en medio de una segunda revolución científico-tecnológica, en medio de una globalización que enriquece y  empobrece hasta lo monstruoso, en medio de un nuevo perfil de la sociedad, el perfil del saber.

El tema del mercado preocupa igualmente a los que en Temas publican sus ensayos, y aparece de algún modo en las reflexiones de Fidel, y presente estuvo siempre en las de Che. Me interesa en este instante adelantar un fragmento de una cita más amplia de Emir Sader utilizada por uno de los ensayistas de Temas. Él señala: «La lucha contra la mercantilización del mundo es la verdadera lucha contra el neoliberalismo, mediante la construcción de una sociedad democrática en todas sus dimensiones, lo que necesariamente necesita una sociedad gobernada conscientemente por los hombres y mujeres y no por el mercado». Aparece en el ensayo de Gilberto Valdés Gutiérrez «El socialismo del siglo XXI. Desafíos de la sociedad más allá del capital», y particularmente en su segunda parte, «América Latina: posneoliberalismo y socialismo». No me detengo en este ensayo por falta de interés en los otros, es que preparo para el XXIX Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que tendrá lugar en diciembre, un Seminario dedicado a «Realidad y/o utopía, América hoy». Es decir, a pensar el marco en el que el Nuevo Cine seguirá siendo cine nuevo o no lo será, porque ese cine surgió acompañando y no pocas veces protagonizando, en su escala, el combate por la liberación nacional. Ya no es el mismo, lo sabemos, pero ¿cuál será su compañía?, ¿qué le tocará protagonizar reseñando, descubriendo y enriqueciendo no solo la realidad, sino su imaginario ético-poético?  Es Osvaldo Martínez quien afirma esperanzado «el socialismo tiene una segunda oportunidad para repensarse. Para los cubanos, repensar el socialismo implica una gran dosis de responsabilidad. Se trata de valorar el significado de las cosas fundamentales que hemos alcanzado para avanzar, a partir de ellas, en ese socialismo del siglo XXI». Hasta aquí cito. Entonces diré, subrayando, que entre esos fundamentales objetivos alcanzados, que profundizar y cuidar, está el saber, el más alto tesoro de la conciencia para el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad, y para el desarrollo.

Desde el saber y el análisis de la realidad real tal vez evitemos la fobia antimercado que tendrán que controlar, como todo, esos hombres y mujeres del socialismo a que hace referencia Sader, y las instituciones instrumentales que les sirvan y no fuerzas ciegas que al final ni son ciegas ni logran enmascarar la brutalidad de sus objetivos.

Refiriéndose a ese tratamiento del mercado, que al final todo lo define en la organización y tratamiento de la estructura económica, Osvaldo Martínez lo califica de «asignatura pendiente del socialismo» y de «fenómeno sumamente ambivalente», pero no renuncia a llamar la atención sobre el peligro de pasar a ese extremo «peligro de que al reprimir (lo) ahogándolo totalmente, podamos

conseguir efectos negativos, de desestímulo productivo.». Me serviré de uno de sus párrafos porque resume en imagen casi cinematográfica este objeto de debate y vida. El mercado resulta «brioso caballo que corre el riesgo de lanzar a su jinete y descalabrarlo, pero al mismo tiempo, no hay otra cabalgadura disponible». «Entonces tendría que ser manejado en el día a día, mediante un proceso de prueba y error». Y esto de prueba y error me hace pensar en

Che; en ese no a la inacción o el inmovilismo frente a las urgencias que suponen disponibilidad para la rectificación y el ajuste, un componente del espíritu anti-dogmático, ya desbordando el problema y enfoque referido al mercado, pero a partir del mismo principio.

La revolución no es solo un proceso racional, pero no puede dejar de serlo: toda fuerza ciega tiene que ser humanizada.

Debo llamar la atención finalmente sobre dos aspectos de la entrevista a Ignacio Ramonet (incluida en este número). Uno, la calidad de las preguntas, otro la importancia de todas las respuestas y detenerme en una que me impresiona con dolor porque seguramente constata una realidad que aun si parcial resulta desgarrante. Dice Ramonet que las nuevas generaciones

interesadas en el cambio social que como «la generación de los años 60» podían vernos como Meca, es su lenguaje, nos consideran «un país socialista a la antigua, haciendo una especie de corte entre Cuba y América Latina». «Ese corte es un error», afirma. Subraya entonces y lo da como una de las inspiraciones y objetivos de su libro, que, «lo que ocurre hoy en América Latina no sería concebible si no se comprende a Cuba». Era hora ya de que alguien como Ramonet lo dijese. Esa entrevista debe tener la más amplia divulgación. Si el cuestionario es inteligente, el curso de las respuestas resulta prueba de lucidez y profundidad, y coraje moral, y equilibrio, y por ello, de rigor.

Y aquí termino, felicitando a Rafael Hernández y a sus colaboradores por el número 50 de Temas y por sus cincuenta números. Por su ejemplo de dignidad y coraje intelectual revolucionario; por el aporte que hacen y harán, que han hecho a la Revolución, porque pensar es un acto revolucionario.

Tomado de: Cubarte

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Fascismo: ¡Ahora lo ves, ahora no lo ves!

Fabio Magnasciutti (Italia)

Por Gabriel Rockhill* @GabrielRockhill

“Tenemos que entender que, al contrario de lo que nos cuentan los medios de comunicación estadounidenses, el fascismo no es un fenómeno extremo, limitado en tiempo y lugar, que ocurrió hace mucho tiempo. Todo lo contrario. El fascismo se ha extendido, se ha generalizado y existe en todas partes”. (Vicenç Navarro)

En la historia reciente, solo hay un país en el mundo que ha

* tratado de derribar más de 50 gobiernos extranjeros

* creado una agencia de inteligencia que ha asesinado al menos a 6 millones de personas en los primeros 40 años de su existencia.

* desarrollado una red draconiana policial-justiciera con el fin de destruir cualquier movimiento político interno que desafíe su dominio

* construido un sistema carcelario masivo que confina a un porcentaje de población mayor que cualquier otro país del mundo y está integrado en una red de prisiones secretas y un régimen de torturas global.

Mientras que democracia es el término comúnmente usado para describir a este país, se nos dice que el fascismo solo ha ocurrido una vez en la historia, en un lugar determinado, y que fue derrotado por la mencionada democracia.

La extensión y elasticidad del concepto de democracia no podría contrastar más claramente con la estrechez y rigidez del concepto de fascismo. A fin de cuentas, se dice que la democracia nació hace 2.500 años y que es un rasgo definitorio de la civilización europea, e incluso una de sus singulares contribuciones culturales a la historia mundial. El fascismo, por el contrario, supuestamente surgió en Europa Occidental en el periodo de entreguerras como una anomalía aberrante, que interrumpió temporalmente la marcha progresiva de la historia, justo cuando acababa de librarse una guerra para que el mundo fuera más “seguro para la democracia”. Cuando la Segunda Guerra Mundial acabó con él, o eso cuentan, las fuerzas del bien se pusieron a la tarea de domar a su malvado gemelo “totalitario” del Este en nombre de la globalización democrática.

Como los conceptos de valores cuyo contenido sustantivo es mucho menos importante que su carga normativa, el concepto de democracia no ha dejado de ampliarse, mientras que el de fascismo no para de contraerse. La industria del Holocausto ha desempeñado un papel nada despreciable en este proceso, gracias a su empeño en singularizar las atrocidades de guerra nazis hasta el punto de no poder literalmente compararse o ni siquiera “representarse”, mientras que las supuestas fuerzas democráticas del bien se presentan continuamente como modelo para la gobernanza global.

Los conceptos en la lucha de clases

A menudo, el presente debate sobre la definición exacta de fascismo ha oscurecido el hecho de que la naturaleza y función de las definiciones difiere en gran medida según cuál sea la epistemología empleada, es decir, el marco general de conocimiento y verdad. Para el materialismo histórico, conceptos como el fascismo son escenarios de lucha de clases más que entidades cuasi metafísicas con propiedades fijas. La búsqueda de una definición aceptable por todos de un concepto genérico como el de fascismo es, por tanto, una labor quijotesca. No se trata, no obstante, de que los conceptos sean relativos en un sentido puramente subjetivo, es decir, que cada uno tenga su propia definición idiosincrática de dichas nociones. Más bien son relacionales en un sentido concreto y material: están objetivamente situados en la lucha de clases.

Es la ideología burguesa la que presume de la existencia de una epistemología universal fuera de la lucha de clases. Actúa como si solo hubiera un concepto de cada fenómeno social, que se corresponde por supuesto con la comprensión burguesa de dicho fenómeno en cuestión. En último término, lo que esto quiere decir, desde una perspectiva materialista, es que la ideología burguesa que encierra la misma idea de una epistemología universal es de por sí parte de la lucha de clases en la medida en que pretende subrepticiamente hacer desaparecer todas las epistemologías rivales.

Si ahondamos en las diferencias entre estas dos epistemologías, que ofrecen relatos antagonistas de la propia función de los conceptos y sus definiciones, observamos que los materialistas –en evidente contraste con el idealismo de la ideología burguesa– entienden que las ideas son herramientas prácticas de análisis que permiten diferentes niveles de abstracción, y cuyo valor de uso depende de su habilidad para explicar situaciones materiales cuya complejidad sobrepasa la suya propia. En este contexto, el objetivo no es definir la esencia de un fenómeno social como el fascismo de un modo que pueda ser aceptado de forma universal por la ciencia social burguesa, sino desarrollar una definición de trabajo en dos sentidos. Por un lado, una definición que funcione porque posee un valor de uso práctico: proporciona una descripción coherente de un campo de fuerzas materiales complejo y puede ayudar a orientarnos en un mundo de luchas. Por otro lado, se entiende que dicha definición es heurística y está abierta a elaboraciones posteriores, porque los marxistas reconocen que están subjetivamente situados en procesos históricos objetivos, y que los cambios de perspectiva y de escala podrían exigir su modificación. Esto puede observarse claramente en las tres diferentes escalas que utilizaré para desarrollar una definición de trabajo del fascismo: la coyuntural, la estructural y la sistémica.

Análisis multi-escala

El enfoque materialista histórico del fascismo otorga prioridad a las prácticas y las sitúa en relación con la totalidad social, que a su vez se analiza mediante escalas heurísticamente diferenciadas pero interrelacionadas. La escala coyuntural, para empezar, es la totalidad social de un lugar y un tiempo específicos, como por ejemplo la Italia o la Alemania del periodo de entreguerras. Desde una perspectiva histórica, sabemos que el término fascismo surgió para describir el estilo peculiar de organización de Benito Mussolini, pero solo posteriormente, a tropezones, se elaboró una teoría al respecto. Es decir, el fascismo no apareció en forma de una doctrina o una ideología política coherente que luego fue implementada, sino más bien como una descripción aproximada y poco definida de un conjunto dinámico de prácticas que cambiaban con el tiempo (al principio, a diferencia de posteriormente, el fascismo en Italia era reformista y republicano, defendía el sufragio femenino, apoyaba algunas reformas limitadas a favor de los trabajadores, estaba enfrentado a la Iglesia Católica y no se mostraba abiertamente racista).

Solo cuando el movimiento fascista evolucionó y comenzó a ganar poder, Mussolini y otros consolidaron retroactivamente sus prácticas dispares y cambiantes de modo que pudieran presentarse de acuerdo a una doctrina coherente. El propio Mussolini insistió en este punto en numerosas ocasiones, como cuando escribió; “El fascismo no fue el hijo de una doctrina previamente redactada en un escritorio; nació de la necesidad de actuar, y fue acción; en sus primeros dos años no fue un partido, sino un antipartido y un movimiento”. José Carlos Mariátegui nos ofreció un análisis perspicaz y detallado de las luchas internas presentes en los inicios del movimiento fascista italiano, polarizado entre una facción extremista y otra reformista con tendencias liberales. Mussolini, según Mariátegui, mantenía una posición centrista y evitó favorecer en exceso a uno u otro grupo hasta 1924, cuando el político socialista Giacomo Matteotti fue asesinado por fascistas. Esto elevó la batalla entre ambas camarillas hasta un punto culminante y Mussolini se vio forzado a escoger. Tras intentar sin éxito una aproximación hacia el ala liberal, tomó partido por los reaccionarios.

Así pues, desde sus comienzos el concepto de fascismo ha sido terreno para una lucha social e ideológica, ya sea el choque entre extremistas y reformistas dentro de la órbita fascista o, más en general, entre fascistas y liberales dentro de la órbita capitalista. Estos conflictos se enmarcaban en última instancia en el conflicto general entre capitalistas y anticapitalistas. Es desde esta posición estratégica de niveles convergentes de lucha como podemos establecer una primera definición de trabajo del fascismo, una vez que estuvo más o menos consolidado, al identificar su aparición en una coyuntura específica y en una fase determinada de la lucha de clases global e. Como consecuencia de la amenazante Revolución Rusa (a la que siguieron otras revoluciones fracasadas en Europa y posteriormente la Gran Depresión en el mundo capitalista), Mussolini y sus secuaces utilizaron los medios de comunicación de masas y la propaganda para movilizar de forma lenta pero segura a sectores de la sociedad civil –y en particular a la pequeña burguesía–, con el respaldo de los grandes capitalistas industriales, en torno a una ideología nacionalista y colonial de transformación “radical”, con el fin de aplastar al movimiento obrero y lanzar guerras de conquista. En este nivel de análisis, el fascismo es, prácticamente hablando y en palabras de Michael Parenti, “nada más que una solución final para la lucha de clases, la explotación totalitaria de las fuerzas democráticas en beneficio y provecho de los círculos financieros más altos. El fascismo es una falsa revolución”.

Este análisis coyuntural es, por supuesto, completamente distinto de los relatos liberales del fascismo, que tienden a centrarse en fenómenos superficiales y elementos superestructurales desvinculados de cualquier consideración científica de la economía política internacional y de la lucha de clases. Ya sea al fijarse en las políticas de odio, la lógica del “nosotros y ellos”, el rechazo de la democracia parlamentaria, las personalidades aberrantes, su negación de la ciencia u otras características similares, el enfoque liberal del fascismo se interesa por rasgos epifenómenos y descuida la totalidad social. Es esta última, sin embargo, la que otorga a dichos rasgos –cuando de hecho existen de una forma o de otra– su significado preciso y su función. En este sentido, vale la pena recordar, como señalaba Martin Kitchen que “en todos los países capitalistas se produjeron movimientos fascistas después del Crash de 1929”.

Si el concepto burgués del fascismo oscurece la totalidad social de la coyuntura en la que nació en Europa el así llamado fascismo, aún arroja una sombra mayor sobre las dimensiones estructurales y sistémicas del fascismo como práctica. Como veremos en el caso de George Jackson, los marxistas han insistido en la importancia de inscribir el análisis coyuntural del fascismo europeo dentro de un marco estructural con el fin de revelar las formas de fascismo activas en las coyunturas en las que los teóricos liberales suelen afirmar que no existe en absoluto o que son, de algún modo, menos graves. Si comparamos el periodo entreguerras en Estados Unidos con lo que estaba ocurriendo en Italia y Alemania, por ejemplo, veremos que muestra notables similitudes estructurales.

Por último, la escala de análisis más amplia, que parece ser invisible a los liberales, es el sistema capitalista mundial. Según han defendido materialistas históricos como Aimé Césaire y Domenico Losurdo, debemos entender la barbarie nazi como una manifestación específica de la prolongada y profunda historia de las matanzas coloniales, que han llevado el capitalismo a todos los rincones del mundo. Si el nazismo tiene algo excepcional, afirmaba Césaire, es que los campos de concentración fueron levantados en Europa y no en las colonias. De este modo, este autor nos invita a situar las escalas coyuntural y estructural del análisis dentro de un marco sistémico, es decir, un marco que toma en cuenta toda la historia global del capitalismo.

El concepto burgués de fascismo pretende singularizarlo como un fenómeno idiosincrático, en gran parte o completamente superestructural, con el fin de imposibilitar cualquier examen de su ubicua presencia en la historia del orden capitalista mundial. Por el contrario, el enfoque materialista histórico propone un análisis a múltiples escalas de la totalidad social con el fin de demostrar que es más adecuado entender la coyuntura específica del fascismo europeo de entreguerras como un fenómeno enmarcado dentro de una fase estructural de la guerra de clases capitalista y, en último término, de la historia sistémica del capital, que vino al mundo –en palabras usadas por Karl Marx para describir la acumulación primitiva– “exudando sangre y mugre por todos los poros, de la cabeza a los pies”. A medida que aumentamos o disminuimos la escala, la importancia exacta y la definición operativa del fascismo pueden cambiar a causa de las variables materiales implicadas, por lo que algunos autores han preferido restringir el término fascismo a sus manifestaciones coyunturales (lo que, en ocasiones, puede ser útil en aras de la claridad). No obstante, incluso si se utiliza la táctica anterior, el análisis completo del fascismo dentro de la totalidad social requiere en último término producir un relato integrado en el que se reconozca que lo coyuntural se sitúa dentro de lo estructural, que a su vez se integra en lo sistémico. El fascismo, como práctica, es un producto del sistema capitalista, cuyas formas precisas varían en función de la fase estructural de la evolución capitalista y la coyuntura socio-histórica específica.

La ideología del excepcionalismo fascista

Simone de Beauvoir dijo bromeando en una ocasión que “en lenguaje burgués, la palabra hombre quiere decir burgués”. En efecto, cuando los miembros de la clase dirigente colonial a quienes se conoce como los padres fundadores de Estados Unidos declararon solemnemente al mundo que “todos los hombres son creados iguales”, no querían decir que todos los seres humanos fueran realmente iguales. Solo si somos conscientes de su premisa tácita –que hombre significa burgués– comprenderemos por completo su propósito: los no humanos del mundo pueden ser sometidos a las formas más brutales de desposesión, esclavitud y matanzas coloniales.

Esta hipócrita operación, por la cual lo particular (el burgués) intenta hacerse pasar por lo universal (la humanidad), es una característica bien conocida de la ideología burguesa. Su forma invertida, no obstante, es quizás aún más engañosa e insidiosa, porque no ha sido ampliamente diagnosticada (hasta donde yo sé). En lugar de universalizar lo particular, esta operación ideológica transforma lo sistémico en esporádico, lo estructural en singular, lo coyuntural en idiosincrático.

El caso del fascismo es ejemplar. Cada vez que se invoca su nombre somos ceremonialmente redirigidos por la ideología dominante hacia el mismo conjunto de ejemplos históricos de Italia y Alemania, que se suponen actúan como modelos genéricos por los que juzgar cualquier otra posible manifestación de fascismo. Según la menos científica de las ideologías, lo particular gobierna lo universal, en vez de todo lo contrario. En su forma ideológica más extrema, esto significa que, si no existen botas militares, brazos en alto y soldados marchando al paso de la oca, no es posible que nos hallemos ante lo que comúnmente se conoce como fascismo.

La ideología del excepcionalismo fascista es una consecuencia natural de la noción burguesa de fascismo. Al conceptualizar el fascismo italiano-alemán como sui generis y definirlo principalmente en términos de sus características epifenomenales, se le separa de sus profundas raíces en el sistema capitalista y se ofuscan sus paralelismos con otras formas de gobierno represivo en todo el mundo. Así pues, esta ideología desempeña un papel crucial en la lucha de clases: toma una característica principal de la vida bajo el capitalismo y la transforma en una anomalía, que algunos han pretendido incluso elevar, en el caso del nazismo, al estatus metafísico de incomparabilidad por su irreducible singularidad. Así, lo particular sirve para ocultar lo general.

Un dragón en el vientre de la bestia

George Jackson1 rechazaba contundentemente la particularización ideológica del fascismo y señalaba todas las semejanzas estructurales entre el fascismo europeo y la represión en Estados Unidos. Como era de esperarse, cierto crítico liberal proclamó en una ocasión que Estados Unidos no era fascista simplemente porque Jackson afirmaba que lo era, desechando sin más trámite su análisis estructural como una simple opinión subjetiva (un clásico caso de proyección liberal). Sin embargo, el argumento de Jackson no se puede reducir a un pronunciamiento ex cátedra, sino que estaba basado en una juiciosa comparación materialista entre la situación en EE.UU. y en Europa. “Estamos sometidos a represión –escribió–. Existen ahora mismo tribunales que no imparten justicia y campos de concentración. En este país existe más policía secreta que en el conjunto de todos los demás; hay tanta, que constituye una nueva clase que ha unido su vida al complejo del poder. La represión es una realidad”.

Cuando Jackson se refiere a Estados Unidos como “el Cuarto Reich” y compara las prisiones estadounidenses a Dachau y Buchenwald, obviamente está rompiendo con el protocolo de excepcionalidad que dirige la industria del Holocausto al elevar el fascismo europeo al estatus singular de lo incomparable. Y, sin embargo, lo que en realidad hace Jackson en su análisis de Estados Unidos es rechazar por completo el enfoque acientífico del fascismo descrito anteriormente, que hace hincapié en las idiosincrasias con el fin de ocultar las relaciones estructurales. Por el contrario, Jackson desarrolla su argumentación en sentido contrario, con un análisis materialista de los modos de gobierno activos en EE.UU. Y esto es lo que averigua:

“El nuevo Estado corporativo [en EE.UU.] se ha abierto camino una crisis tras otra, ha colocado a sus élites dominantes en todas las instituciones importantes, ha formado asociaciones con el mundo laboral a través de sus élites, ha levantado la red más descomunal de agencias de protección –repleta de espías, técnicos y animales– que podemos encontrar en cualquier Estado policial del mundo. La violencia de la clase dirigente de este país en su largo camino hacia el autoritarismo y su última y más elevada fase, el fascismo, no puede compararse, en sus excesos, con la de cualquier otra nación sobre la tierra, ya sea en la actualidad o en la historia”.

Quienes descartan esa rotunda pronunciación tildándola de hipérbole, y por tanto rechazando incluso proceder a llevar a cabo comparaciones históricas, simplemente ponen de manifiesto una de las más insidiosas consecuencias de la ideología del excepcionalismo fascista: cualquier análisis de situaciones comparables está a priori verboten.

En lugar de retroceder horrorizado ante el término fascismo, que ha sido ideológicamente reservado para unas pocas anomalías históricas, ahora lejanas –lo que George Seldes denominó “fascismo remoto”–, Jackson extrae la conclusión más lógica desde el punto de vista del materialismo histórico: lo que está sucediendo ante sus ojos en Estados Unidos es una intensificación y una globalización de lo que aconteció, bajo condiciones ligeramente distintas, en Italia y Alemania. De hecho, él identifica directamente a las fuerzas motrices de la gestión de la percepción que intenta cegarnos ante el fascismo estadounidense como un producto cultural de ese mismo fascismo:

“Justo después de las fuerzas expedicionarias (la pasma) llegan los misioneros, y el efecto colonial está completo. Los misioneros, con los beneficios de la cristiandad, nos aleccionan en el valor del simbolismo, los presidentes muertos y la tasa de redescuento. […] En el campo cultural […] estamos atados a la sociedad fascista con cadenas que han estrangulado nuestro intelecto, trastornado nuestro buen juicio y nos han hecho retroceder dando tumbos, alejándonos de un modo salvaje y desordenado de la realidad”.

Además, Jackson, como otros marxista leninistas, considera que la esencia del fascismo es “una reestructuración económica”: “Es la respuesta del capitalismo internacional ante el desafío del socialismo científico internacional”. Su atuendo nacionalista, insiste con razón, no debería distraernos de sus ambiciones internacionales y su instinto colonial: “En esencia, el fascismo es capitalista y el capitalismo es internacional. Bajo sus ropajes ideológicos nacionalistas, el fascismo es siempre, en último término, un movimiento internacional”. Jackson responde así a la sobreexplotación del concepto de democracia al ampliar la noción de fascismo para incluir toda la violencia, represión y control que actúan en la imposición, el mantenimiento y la intensificación de las relaciones sociales capitalistas (incluyendo el reformista Estado del bienestar). Algunos preferirían distinguir entre esta forma de fascismo general, que incluiría el gobierno autoritario y el liberal, y una definición más específica de fascismo como el uso exhaustivo de la represión estatal y paraestatal con el fin último de aumentar la acumulación capitalista. Sin embargo, ambas definiciones no son obligatoriamente excluyentes, ya que la violencia de las relaciones sociales capitalistas adopta formas muy distintas –represión directa, explotación económica, degradación social, sometimiento hegemónico, etc. – y esto es lo que Jackson pretende destacar.

El concepto burgués de fascismo

El concepto burgués de fascismo pretende disimular su carácter estructural y sistémico, así como las profundas causas materiales que provocan su aparición coyuntural, con el fin de presentarlo como algo absolutamente excepcional, asociándolo a una época y un lugar específicos. Intenta convencernos a toda costa de que el fascismo no es un aspecto esencial del régimen capitalista, sino una anomalía o una ruptura excepcional de su normal funcionamiento. Por otra parte, lo presenta como algo lejano, enterrado en un pasado que ha sido superado por el progreso democrático, calificándolo como una amenaza si la gente no cumple con los dictados del sistema liberal, o, en ocasiones, localizándolo en tierras lejanas que todavía están demasiado “atrasadas” para la democracia.

El enfoque materialista del fascismo rechaza las anteojeras impuestas por la gestión de la percepción propia del concepto burgués, e identifica claramente el doble gesto del concepto burgués: exagera e incluso universaliza sus rasgos supuestamente positivos al elaborar una historia mitológica de la llamada democracia occidental, y borra o particulariza sus características negativas al hacer del fascismo una anomalía idiosincrática. Al analizar el fenómeno en sentido inverso, el materialismo histórico examina el modo en que el capitalismo real se basa en dos modos de gobernanza que funcionan de acuerdo a los trucos de la táctica de interrogatorios del policía bueno y el policía malo: cuando el policía bueno no es capaz de engatusar a la gente para que acepte las reglas del juego capitalista, el policía malo del fascismo acecha en las sombras para conseguir su objetivo del modo que sea necesario. Si el palo de este último parece una aberración comparado con la zanahoria del policía bueno es solo porque nos han embaucado para creer en el falso antagonismo existente entre ellos, que disimula la realidad de que ambos trabajan juntos en pro de un objetivo común. Aunque ciertamente sea verdad, desde la perspectiva de la organización práctica, que es preferible tratar con el histrionismo del policía bueno antes que, con la barbarie descarada del policía malo, desde un punto de vista estratégico es de suma importancia identificar a ambos por lo que son: aliados del crimen capitalista.

1: George Jackson fue un miembro de las Panteras Negras asesinado en 1971 por funcionarios de la prisión en la que llevaba diez años. Todas las citas del artículo pertenecen a su libro “Blood in my Eye” (N. del T.).

*Gabriel Rockhill es un filósofo, crítico cultural y activista franco-estadounidense. Dirige el Taller de Teoría Crítica y es profesor de filosofía en la Universidad de Villanova (EE.UU.). Es autor de varios libros y participa en actividades extraacadémicas del mundo del arte y el activismo.

Tomado de: Counterpunch

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Cambio de paradigmas

Cambios de paradigmas

Por Frei Betto

Una parte considerable de mi generación se formó en la concepción de que el determinismo histórico era inexorable y se correspondía con las leyes objetivas del mundo natural. Aun reticentes en cuanto a toda corriente filosófica que profesara el ateísmo como convicción religiosa, muchos llegamos a creer que las leyes del materialismo dialéctico eran la suprema objetivación de la mente humana. Bastaba saberlas aplicar a los fenómenos naturales e históricos para poder aprehenderlos en su génesis y su futuro.

Con toda esa catedral dogmática implantada en la mente, algunos entramos en contacto con la física. La teoría general de la relatividad modificó nuestro concepto del tiempo y el espacio. Tuvimos que abandonar la idea de un espacio amplio como escenario de los fenómenos físicos, y de un tiempo que fluía al mismo ritmo del pasado al futuro, vía el presente. Orígenes suponía que el tiempo era ilimitado e infinito. Pero el tiempo, como el espacio, nació con el Universo. Antes de que algo fuera, tampoco eran el espacio y el tiempo.

Sin embargo, nos sorprendemos apegados aún a viejas concepciones. No resulta fácil abandonar los paradigmas arraigados. Transitamos, confusos, por el método empírico-inductivo de Bacon, la filosofía analítico-deductiva de Descartes, la física mecanicista de Newton, perplejos ante el espectáculo «posmoderno» en el que «todo lo sólido se desvanece en el aire». Miramos hacia atrás, vemos el pasado de nuestras vidas, de la historia de nuestro país y del mundo. Miramos hacia adelante, avizoramos un futuro ideal, aun conscientes de que cuando se convierta en presente será distinto a nuestras quimeras. El presente no es más que un punto infinitamente pequeño, un puente diminuto entre lo que fue y lo que será.

Aun así, ¿cómo concebir que el tiempo no fluye en dirección al presente que se transmuta en pasado al preanunciar el futuro? Futuro que hoy parece condenado a perpetuar el presente. ¿Quién se arriesga a predecir la muerte del neoliberalismo? Parece tan sólido como el socialismo soviético pregonado por los teóricos de izquierda hasta mediados de la década de 1980. Nadie, hasta entonces, previó la caída del Muro de Berlín.

Lo que es tiene aires de eterno. Basta verificar el empeño de los que ocupan la cúspide de la pirámide social por preservar sus formas físicas. El elíxir de la eterna juventud se puede adquirir al fin en cualquier academia de gimnasia. Solo falta inventar el jarabe que impida la imbecilización de quien no cultiva el espíritu y piensa que la cultura es rodearse de una sofisticada parafernalia electrónica, sumergido en los encantos sensitivos del mero entretenimiento.

Ahora, cuando se constata que algo en la esfera subatómica parece contradecir todas las leyes, no solo de la dialéctica, sino también de la naturaleza, el determinismo histórico pasa al museo de la historia de las ideas. Se recomienda cautela para no botar a Marx con el agua sucia. El impacto cuántico es más fuerte de lo que se cree. El propio Einstein vaciló en aceptar los desafíos de la esfera cuántica. Le parecía intolerable la idea de que un electrón expuesto a la radiación pudiera «por su libre voluntad» –como le dijera al físico alemán Max Born– elegir qué dirección tomar. En la esfera de lo infinitamente pequeño la ciencia se ve obligada a ingresar en el imprevisible y oscuro reino de las probabilidades.

El principio de indeterminación, descubierto por otro físico alemán, Werner Heisenberg, revoluciona nuestra percepción de la naturaleza y la historia. Y nos hace tomar conciencia de que, en la naturaleza, la incertidumbre cuántica no se presenta solo en las partículas subatómicas. Miles de millones de años después del predominio cuántico en el amanecer del Universo, surgió un extraño e inteligente fenómeno dotado de la imprevisibilidad inherente a su libre albedrío: los seres humanos.

Mientras vivió, Einstein conservó la esperanza de que alguien volviera a atar las puntas de los hilos rotos por la fuerza del principio de incertidumbre. Perplejo ante el acaso, reaccionó como un médico junto al hijo irremediablemente enfermo y exclamó: «¡Dios no juega a los dados!». A pesar de su indignación, ahí están los dados y no hay ley ni cálculo que prevea el número que saldrá. Por eso vale preguntarse si, de hecho, existen fronteras definidas entre la física cuántica y la filosofía, incluida la metafísica. ¿No lo sería de la espiritualidad inherente al ser humano?

¿Dónde están las fronteras sino en los límites de nuestra propia visión?  Ahora bien, es imposible aprehender el Misterio con palabras o ecuaciones. Todavía solemos encontrar personas que creen que hay dos realidades, una profana y otra religiosa. La cosmología actual, sin dudas, ampliará nuestros horizontes, y la física cuántica nos ayudará a percibir que, una vez garantizados los derechos humanos, la libertad consistirá en la osadía de sumergirnos en nosotros mismos, allí donde ese encuentro permite descubrir al Otro que, no siendo yo y siendo radicalmente distinto a mí, me devuelve a mí mismo, a mi verdadera identidad. De esa fuente subjetiva brota la energía que debería mover a la humanidad: el amor.

Tomado de: Granma

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