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El amor por los bombardeos de la “disidencia” cubana

Fotograma del bombardeo del ejército genocida israelí en Gaza. Foto La Jornada

Por José Manzaneda

La llamada “disidencia” cubana no tiene dudas sobre sus paradigmas de democracia y libertad: son Israel y Colombia.

Los bombardeos israelíes sobre Gaza han causado, en menos de una semana, cerca de 200 muertes entre la población palestina (1). Una cuarta parte eran niños y niñas. Han destruido cientos de viviendas, centros educativos y de salud. Israel voló, incluso, la sede de varias agencias de noticias occidentales (2).

Eliécer Ávila, líder del grupo “disidente” cubano Somos +, lo justificaba así: “Si el pueblo palestino sigue en complicidad con los que atacan de manera terrorista y cobarde a Israel, entonces después no me saquen así a la gente, mira ¡me mataron a mi tía! Sí, sí, es que tu tía vive en el mismo edificio y saludaba a la gente que iba con un cohete para arriba. ¡Ojalá que el cohete llegue, Alá! Deja que tiren el cohetecito y que el dron vea de dónde salió y deja que Israel responda, para que tú veas” (3).

En Colombia, en las dos primeras semanas de protestas contra la política económica del gobierno, el saldo represivo era de 43 muertes y 2.300 casos de violencia policial (4). ¿Y qué opina el “disidente” Ávila? “Vamos a viajar a Colombia, donde en este momento, saben Vds., se está dando una crisis y hay violencia. No hay represión. (…) ¡Colombia estamos contigo!, dicen. Pero ¿qué Colombia es con las que tú estás? ¿Con la guerrilla, con los terroristas, con los agentes de Maduro, con los pirómanos, con los que quieren destruir a democracia? (5)”

Así se destapan, definitivamente, las posiciones de ultraderecha de quien, durante años, fue presentado en los medios como un “opositor moderado”. De hecho, su partido tiene, hoy, como representante para España a Lázaro Mireles, militante del partido xenófobo de ultraderecha Vox (6).

Un militante histórico de la Contrarrevolución cubana es el ex agente de la CIA y hoy panelista internacional en medios como CNN, Carlos Alberto Montaner. También avalaba a Israel: “La lógica de Israel es absolutamente razonable. (…) De cierta manera es una guerra defensiva” (7). Pero Montaner preferiría que los bombardeos fueran en Cuba y ejecutados por el Ejército de EEUU. Hace unos días, en Miami, en un foro titulado “Defensa de la democracia en las Américas” (8), tomaban parte, entre otros, los ex presidentes Álvaro Uribe, Mauricio Macri y Lenin Moreno, el secretario general de la OEA Luis Almagro o el cantante Yotuel Romero (9). Allí, Montaner proponía lo siguiente: “A Cuba hay que darle un ultimátum: o deja de apoyar al narco-régimen de Maduro en Venezuela, o debe atenerse a las consecuencias. (…) Eso quiere decir que pudiera acudirse al Tratado de Asistencia Recíproca, como hizo Lyndon B. Johnson, en 1965, antes de invadir República Dominicana. (…) Quizá baste la amenaza de la invasión o la destrucción del aparato militar. (…) Es incómodo pensar que pudiera recurrirse a la fuerza, pero tal vez no quede más remedio” (10).

En los últimos meses, los llamados de la “disidencia” cubana a una intervención militar en la Isla se han intensificado. Esto decía Orlando Gutiérrez-Boronat, desde Miami: “Es legítimo y pedimos una intervención internacional liderada por EEUU para derrocar ese régimen y ponerle fin” (11). El mismo mensaje lanzaba Guillermo Fariñas, Premio Sajarov del Parlamento Europeo: “Estoy de acuerdo con un bloqueo total y estoy de acuerdo con que, si aumenta la represión, haya una intervención humanitaria del TIAR porque Cuba, aunque no pertenezca a la OEA, está en la zona geográfica del TIAR y el TIAR tiene derecho a intervenir en Cuba” (12). Maykel Osorbo, rapero e integrante del llamado Movimiento San Isidro, era aún más explícito: “Aquí lo que hay que meter es fuego brother, asere. ¿Tú quieres que esto cambie? Fuego. (…) Yo apoyo ahora mismo una invasión. ¿Van a invadir Cuba? Vengan para acá (13)”.

Así es el “pacifismo” de la “disidencia” cubana y su vieja aspiración de ver los bombardeos de Gaza… en la Habana.

Notas

(1)  https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-57150691

(2)  https://www.clarin.com/mundo/-conmocionados-horrorizados-dijo-presidente-agencia-ap-ataque-sede-gaza_0_dva9B4EbC.html

(3)  https://www.youtube.com/watch?v=cu8VLoXgrDo (min 10.12)

(4)  https://www.infobae.com/america/colombia/2021/05/18/temblores-ong-documenta-2387-casos-violencia-policial-y-43-homicidios-desde-el-inicio-del-paro-nacional/

(5)  https://www.youtube.com/watch?v=iqA4iVDrGrE

(6)  https://gaceta.es/actualidad/el-apoyo-cubano-a-vox-es-la-voz-de-la-disidencia-al-castrismo-en-espana-20210408-1338/

(7)  https://www.youtube.com/watch?v=hj14ERUmfPg

(8)  https://www.jornada.com.mx/2021/05/12/opinion/017a1pol?s=09

(9)  https://www.radiotelevisionmarti.com/a/yotuel-romero-y-asiel-babastro-llevan-patria-y-vida-y-san-isidro-a-foro-continental/294650.html

(10)       https://www.youtube.com/watch?v=6F080MnU_BY

(11)       https://www.cubainformacion.tv/contra-cuba/20201205/89044/89044-desde-eeuu-se-paga-la-violencia-y-el-caos-en-cuba-y-se-habla-ya-de-una-intervencion

(12)       https://www.youtube.com/watch?v=mFzzALuWYwA (min. 02.03.13)

(13)       https://www.youtube.com/watch?v=uw44D_gvIMc (min. 4:57)

(14)       https://www.youtube.com/watch?v=5u3flh4UmjQ

(15)       https://www.youtube.com/watch?v=YSNZPUzlfHM

Tomado de: Cubadebate

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¿Seguirá el mundo indiferente?

Devastación y muerte: las huellas del Estado Genocida Israelí

Por Yasser Abu Jamei

Escribo esto mirando cómo mi aterrado hijo de seis años se tapa los oídos con las manos, tratando de bloquear el ruido del bombardeo israelí. Estoy también con mis dos hijas, de 13 y 10 años, y mi esposa. Sus rostros muestran la ansiedad de no saber si estamos seguros, y dónde. Mis dos hijos mayores, de 16 y 15 años, permanecen atónitos y callados, y sé que evocan los recuerdos de las tres ofensivas anteriores en la franja de Gaza y de los miembros de la familia que perdimos en ellas. Esos son los sentimientos que experimentan todas las familias de Gaza.

Los palestinos hemos pasado décadas de humillación, injusticias y maltrato. En 1948 fuimos expulsados de nuestra tierra: más de 600 aldeas fueron destruidas por completo, cientos de miles de nosotros fuimos asesinados o desterrados. Casi 800 mil terminamos viviendo como refugiados en diferentes lugares del planeta. Esto ocurrió a la vista de la comunidad internacional, que nos ha prometido un Estado soberano en la quinta parte de nuestro territorio original. Esa decisión fue aceptada apenas en la década de 1990 por palestinos que creían en una solución de dos estados.

Unos 26 años después, miramos las condiciones del prometido Estado de Palestina y observamos una Cisjordania dividida y ocupada por cientos de miles de colonos que viven en asentamientos construidos sobre los escombros de hogares palestinos. Vemos que la existencia del pueblo palestino es un infierno en vida. Vemos que la franja de Gaza lleva más de 14 años en un bloqueo que nos priva de condiciones básicas de vida. También hemos padecido tres grandes ofensivas contra este pequeño territorio, que dieron muerte, destruyeron o traumatizaron a miles de nuestros compatriotas.

Y vemos que Jerusalén Oriental, con sus sitios más sagrados —para musulmanes y cristianos por igual—, está bajo amenaza constante, y que los colonos se adueñan de hogares y barrios palestinos. En fechas recientes comenzaron a atacar Sheikh Jarrah, tratando de arrebatar más hogares de familias palestinas. Todo el mundo lo vio. Nadie intervino. En una de las noches más sagradas del ramadán, Israel decidió expulsar a decenas de miles de fieles que oraban en Al Aqsa. En su mayoría eran palestinos. Todo el mundo vio el uso brutal del poder militar israelí. Una vez más, nadie intervino.

Las violentas escenas en Sheikh Jarrah y en el complejo de Al Aqsa han encendido un fuego en los corazones palestinos; no sólo en la Palestina histórica, sino también en todas partes del planeta. Mientras nos manifestábamos en Akka, Jaffa, Nazaret y Cisjordania, se lanzaron cohetes desde Gaza para exigir que se pusiera fin a las atrocidades en Jerusalén. La respuesta del ejército israelí fue atacar Gaza aún con mayor violencia que en ofensivas previas. Los bombardeos alcanzaron manzanas de torres, departamentos, edificios del gobierno y de la policía… incluso calles enteras. A la fecha, por lo menos 200 palestinos han perecido, entre ellos 58 niños, y 10 personas en Israel, incluidos dos niños.

Todo el mundo lo ve. Nadie interviene. ¿Cuánto tiempo más el mundo permanecerá sin hacer nada mientras Gaza sufre de este modo?

El pueblo de Gaza necesita más que declaraciones y resoluciones, mientras Israel recibe armas que nos matan y aterrorizan. En primer lugar, soy padre, y siquiatra en segundo. Mi sueño es que los niños vivan, crezcan y aprendan en un lugar seguro. Es el mismo sueño de cada uno de los pacientes que atiendo.

Habrá más de ellos hoy… y mañana. Mi trabajo es dar esperanza. Así pues, les digo lo mismo que a mis hijos y mi esposa: que esta injusticia contra los palestinos dure ya siete décadas no la vuelve normal. El mundo se llena cada vez más de personas que no la aceptan como algo normal. Habrá un cambio.

Se requiere acción política concreta ahora para poner fin, no sólo a los letales bombardeos actuales, sino también a esta ocupación ilegal y al estado de sitio al que Israel somete a Gaza. La comunidad internacional debe cumplir su promesa de un Estado palestino.

Todo país civilizado debe reconocernos. Nuestras condiciones de vida bajo el sitio son una afrenta a la dignidad humana. Yo digo a mis hijos y a mis pacientes que los palestinos tenemos derecho a vivir como cualquier otro pueblo en el mundo: en paz, con dignidad y con pleno disfrute de nuestros derechos. Llegará el día, les digo. Y tengo que creerlo: después de todo, soy padre, y no puedo soportar que mis hijos sigan viviendo así.

Tomado de: El Viejo Topo

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Imagen y realidad del conflicto palestino-israelí

Autor: Norman G. Finkelstein

En el presente libro, el autor realiza un análisis minucioso de las diversas fases de evolución del conflicto entre el pueblo palestino y el Estado de Israel, explorando tanto los supuestos ideológico-políticos como los objetivos estratégicos que han animado al movimiento sionista desde sus orígenes. Critica asimismo la nueva historiografía israelí que durante los últimos años ha intentado sentar una tercera vía de análisis históricos de los procesos de construcción del Estado de Israel y algunos casos de falsificación histórica que de modo periódico distorsionan la realidad de la ocupación y la violencia israelíes.

Contenidos

Primera parte: Teoría e historia. 1. Orientaciones sionistas. 2. Una tierra sin pueblo. 3. «Producto de la guerra, no resultado de un plan intencionado». 4. Asentamiento, no conquista. Segunda parte: Guerra y Paz. 5. A vida o muerte. 6. El lenguaje de la fuerza. 7. La opción del apartheid: los Acuerdos de Oslo. Apéndice: Como Abba Eban, pero con notas a pie de página

Norman G. Finkelstein es hijo de supervivientes de los campos de concentración de Auschwitz y Majdanek. El resto de su familia pereció en el Holocausto. Profesor de teoría política en la Universidad DePaul en Chicago, entre sus libros destacan A Nation on Trial, Knowing Too Much. Why the American Jewish Romance with Israel Is Coming to an End y What Gandhi Says. About Nonviolence, Resistance and Courage. En Ediciones Akal ha publicado Imagen y realidad del conflicto palestino-israelí y La industria del Holocausto. Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío.

Tomado de: Akal

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La industria del Holocausto

Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío

Autor: Norman G. Finkelstein

La industria del Holocausto, un libro vehemente, iconoclasta y polémico, es la denuncia de dolorida voz que alza el hijo de unos supervivientes contra la explotación del sufrimiento de las víctimas del Holocausto.

En esta obra fundamental, el eminente politólogo Norman G. Finkelstein expone la tesis de que la memoria del Holocausto no comenzó a adquirir la importancia de la que goza hoy día hasta después de la guerra árabe-israelí de 1967. Esta guerra demostró la fuerza militar de Israel y consiguió que Estados Unidos lo considerara un importante aliado en Oriente Próximo. Esta nueva situación estratégica de Israel sirvió a los líderes de la comunidad judía estadounidense para explotar el Holocausto con el fin de promover su nueva situación privilegiada, y para inmunizar a la política de Israel contra toda crítica. Así, Finkelstein sostiene que uno de los mayores peligros para la memoria de las víctimas del nazismo procede precisamente de aquellos que se erigen en sus guardianes.

Basándose en una gran cantidad de fuentes hasta ahora no estudiadas, Finkelstein descubre la doble extorsión a la que los grupos de presión judíos han sometido a Suiza y Alemania y a los legítimos reclamantes judíos del Holocausto y denuncia que los fondos de indemnización no han sido utilizados en su mayor parte para ayudar a los supervivientes del Holocausto, sino para mantener en funcionamiento «la industria del Holocausto».

En esta nueva edición, considerablemente ampliada y revisada, el autor refuta las críticas que levantó la primera edición de la obra.

«Yo presenté la primera de las demandas contra 105 bancos suizos para solicitar indemnización por el Holocausto. Es necesario que se diga la verdad con respecto a los fondos de indemnización. Las grandes organizaciones judías han estafado a los supervivientes del Holocausto, muchos de los cuales viven en la pobreza. Pero nadie se interesa por la documentación relacionada con este escándalo. Norman Finkelstein ha roto, al fin, este silencio. Exhorto a todo el mundo a leer este libro en el que se relata la verdadera historia de nuestro sufrimiento.»

Gizella Weisshaus

«Finkelstein plantea unas cuestiones relevantes e incómodas.»

The Jewish Quarterly

«Dejando a un lado la cuestión del estilo –que dista bastante del mío–, el fondo de la cuestión es lo más importante aquí, en especial porque Finkelstein, cuando se publicó este libro, estaba completamente solo, y hace falta mucho coraje académico para decir la verdad cuando no hay nadie más ahí fuera apoyándote.»

Raul Hilberg

Norman G. Finkelstein es hijo de supervivientes de los campos de concentración de Auschwitz y Majdanek. Politólogo y ensayista, entre sus libros destacan A Nation on Trial (1998), Knowing Too Much. Why the American Jewish Romance with Israel Is Coming to an End (2012) y What Gandhi Says. About Nonviolence, Resistance and Courage (2012). Además de su controvertido La industria del Holocausto. Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío (2.a edición aumentada, 2014), en castellano contamos con Imagen y realidad del conflicto palestino-israelí (2003) y Método y Locura (2015).

Tomado de: Akal

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Algunas claves sobre Israel y Palestina

La imagen que se ha convertido en símbolo de la resistencia palestina en Gaza

Por Olga Rodríguez @olgarodriguezfr

No, el conflicto palestino–israelí no es un conflicto sin más. Es la historia de una ocupación ilegal por parte de Israel y de unas políticas discriminatorias que suponen, de facto, un apartheid contra la población palestina. Así lo han denunciado este año organizaciones de prestigio como Human Rights Watch o la organización israelí de derechos humanos B’tselem. Por eso centrar el foco exclusivamente en Gaza es contar solo una de las partes de ese mal llamado conflicto.

Gaza es el escenario escogido por Israel para escenificar el enfrentamiento y el castigo. Es el plató donde muestra sus golpes aleccionadores. Es el lugar donde pretende que todo el mundo mire, para poder reducir la realidad a una máxima que viene a decir algo así: lo único que hacemos es luchar contra Hamás, que es una organización terrorista que tiene que ser bombardeada porque desarrolla proyectiles que matan a civiles. Con ello Israel pretende justificar lo injustificable: sus masacres de civiles, menores incluidos, sus castigos colectivos contra viviendas y centros de prensa (en solo tres días ha destruido las oficinas de más de 20 medios de comunicación en Gaza, violando la ley internacional).

La asimetría es incuestionable. Según datos de Naciones Unidas, desde 2008 hasta 2020 hay 5.590 palestinos muertos por ataques israelíes y 115.000 heridos. En el mismo periodo hubo 251 muertos israelíes por ataques palestinos y 5.600 heridos. Entre 2000 y 2014 el 87% de los muertos fueron palestinos y el 13% israelíes, según datos B’tselem. En la ofensiva actual hay ya, cuando escribo estas líneas, más de 200 palestinos muertos, entre ellos 60 menores, y 10 israelíes.

El inicio de la ocupación israelí

Hay una célebre frase de la que fuera primera ministra israelí, Golda Meir: «No existe el pueblo palestino. Esto no es como si nosotros hubiéramos venido a ponerles en la puerta de la calle y apoderarnos de su país. Ellos no existen». «Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra» es una vieja premisa que parte de negar la existencia del pueblo palestino que habitaba y habita esas tierras desde hace muchos siglos.

En los años cuarenta del siglo XX se crearon organizaciones terroristas que se definían a sí mismas como judías, con el objetivo de terminar con el mandato británico sobre Palestina y de adquirir terrenos pertenecientes a los palestinos. Para ello planearon numerosos atentados, como el que asesinó al primer mediador en la zona de Naciones Unidas, el diplomático sueco Folke Bernadotte o el perpetrado contra el hotel King David, donde murieron 92 personas, entre ellas 28 británicas.

En los años cuarenta la mayoría de la gente que poblaba Palestina eran palestinos, árabes, junto con una pequeña comunidad judía que llevaba siglos habitando la zona y con miles de judíos europeos sionistas que habían llegado a finales del siglo XIX huyendo de las persecuciones y en busca de un territorio propio. Esa idea de un país propio no se materializaría hasta el final de la II Guerra Mundial, cuando decenas de miles de judíos procedentes de diferentes lugares del planeta llegaron para construir el Estado judío. Muchos habían sobrevivido al Holocausto. Esa ocupación de territorio ajeno desembocó en la creación del Estado israelí en 1948, aceptado por unas Naciones Unidas con un enorme sentimiento de culpa por lo ocurrido durante la II Guerra Mundial. Ese Estado fue diseñado por la ONU a través de un plan de partición que asignaba el 54% de Palestina a la comunidad judía (llegada la mayoría tras el Holocausto) y el resto, a los palestinos. Jerusalén quedaba como enclave internacional.

La limpieza étnica contra la población palestina

Pero ya antes de la creación del Estado israelí las fuerzas armadas clandestinas judías –así se autodenominaban– ocuparon territorios palestinos que la ONU no les había asignado. Para ello expulsaron a miles de palestinos y asesinaron a cientos, a través del llamado Plan Dalet, que perseguía el control de la vía que unía Jerusalén con Tel Aviv. Aquello fue una limpieza étnica, definida como tal incluso por historiadores israelíes como Ilan Pappé, con el propósito de levantar un Estado de mayoría judía.

Las masacres perpetradas en Deir Yassin o Tantura son ejemplo de ello. Como ha escrito el historiador israelí sionista Benny Morris, «con la suficiente perspectiva resulta evidente que lo que se produjo en Palestina en 1948 fue una suerte de limpieza étnica perpetrada por los judíos en las zonas árabes». Varias aldeas palestinas fueron destruidas y el camino a Tel Aviv quedó en manos israelíes.

Después, cuando en mayo del 48 se anunció la creación de Israel, las naciones árabes vecinas declararon la guerra al nuevo país, temerosas de que éste pretendiese perseguir un sueño que sigue estando en la mente de parte del sionismo actual: el de constituir el Gran Israel, anexionándose territorios pertenecientes a Egipto, la Transjordania de entonces o Siria. También pensaron los países vecinos que si Israel podía ocupar territorio palestino, ¿por qué ellos no?

En aquella guerra del 48 las fuerzas israelíes, superiores en fuerza y en capacidad estratégica, aprovecharon para ocupar más espacio y expulsar a cientos de miles de palestinos. De ese modo Israel pasó de tener el 54% de territorio asignado por la ONU a disponer del 78%. Más de 700.000 palestinos fueron expulsados de sus tierras entre 1947 y 1948.

Posteriormente, en la Guerra de los Seis Días en 1967 Israel ocuparía el 22% del territorio restante: Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, originando nuevas masas de refugiados. También se anexionó ilegalmente el Sinaí egipcio y los Altos del Golán sirios. A día de hoy viven en Cisjordania 450.000 colonos judíos.

Las leyes para la ocupación

Tras la guerra del 48 muchos palestinos intentaron regresar a sus hogares, pero las tropas israelíes se lo impidieron, a pesar de que en diciembre de 1948 Naciones Unidos aprobó la resolución 194, incumplida hasta el día de hoy, confirmada en repetidas ocasiones y ratificada en la resolución 3236 de 1974, que establecía el derecho de los refugiados a regresar a sus hogares o a recibir indemnizaciones.

Muchos de los palestinos que hoy en día viven en Gaza son refugiados, expulsados o descendientes de los expulsados en 1948. Solo pudieron permanecer dentro de Israel, en muchos casos como desplazados, unos 150.000 palestinos, el 15% de la población, que en 1952 accedieron a la ciudadanía. Son los llamados árabes israelíes.

Ley de Bienes Ausentes

Para que Israel pudiera ser un Estado de mayoría judía el primer Gobierno, con David Ben Gurion como primer ministro, organizó la recolonización de las tierras y la gestión de los llamados bienes inmuebles «abandonados». Para ello aprobó en 1950 la Ley de Bienes Ausentes, que gestionó el traspaso a manos judías de las viviendas de palestinos, no solo de quienes habían sido expulsados fuera de las fronteras israelíes, sino también de aquellos que fueron reubicados dentro de las fronteras del Estado israelí.

También se aprobaron otras leyes que prohibieron la venta o transferencia de tierras para garantizar que no cayeran en manos palestinas, y que permitían decretar la expropiación de bienes por interés público o declarar una superficie como «zona militar cerrada», lo que impedía a los propietarios de la misma reclamarla como suya. De ese modo, 64.000 viviendas de palestinos ya habían pasado a manos judías en 1958.

Mantener la mayoría judía

Otra de las leyes fundamentales y una de las más controvertidas es la Ley del Retorno, que confirma esa insistencia en el carácter judío del Estado a través de la concesión de privilegios a los judíos. Esta ley concede el derecho a la ciudadanía de todos los judíos del mundo, de los hijos, nietos y cónyuges de los judíos, así como de quienes se conviertan al judaísmo. Sin embargo, no incluye a los judíos de nacimiento convertidos a otra religión y de hecho se ha denegado la ciudadanía a varios judíos convertidos al cristianismo.

Es decir, un palestino nacido antes del 48 en el área de Tel Aviv cuyo padre, abuelo, bisabuelo y tatarabuelo hubieran nacido allí no puede ir ni vivir en Tel Aviv, ni sus descendientes, pero un español que se convierta al judaísmo sí tiene derecho a residir en Israel y a obtener la ciudadanía. Además, es probable que pudiera acceder a ayudas económicas del Estado para financiar estudios o adaptación a su nuevo hogar.

En 2003 se construyó un escalón más en esta política exclusivista con la aprobación de la Ley de Ciudadanía y Entrada en Israel, que indica que los palestinos de Cisjordania o Gaza menores de 35 años y las palestinas de Cisjordania o Gaza menores de 25 años no podrán residir en territorio israelí aunque se casen con un/a israelí. Sin embargo, si cualquier europeo contrae matrimonio con un ciudadano o ciudadana israelí tendrá derecho tanto a la residencia como a la ciudadanía.

La cuestión demográfica

Nada de lo que ocurre en Israel y en los Territorios Ocupados Palestinos puede entenderse sin tener en cuenta este objetivo, el de mantener la mayoría judía. Para ello Israel excluye el concepto de ciudadanía universal. Si aceptara como ciudadanos a los palestinos de Gaza y Cisjordania –territorios que controla y ocupa– su concepción como Estado judío estaría en peligro, ya que la población judía dejaría de ser la mayoritaria. Esta cuestión demográfica explica la limpieza étnica realizada en el pasado y el apartheid aplicado en el presente.

El contexto político

La última ofensiva israelí, todavía en pleno curso, se produce en un contexto político delicado para el Gobierno actual. El primer ministro Benjamin Netanyahu se enfrenta a un juicio por corrupción del que pretende librarse. Tras las últimas elecciones no consiguió formar gobierno, por lo que el presidente del país encomendó la misión al líder del partido Hay un futuro, Yair Lapid, quien estaba en plenas negociaciones en busca de acuerdos cuando estalló la ofensiva. La situación actual en Gaza retrasa las posibilidades de ese nuevo Ejecutivo israelí y facilita al primer ministro Netanyahu mantenerse en su puesto por el momento.

Por otro lado, la Autoridad Nacional Palestina debería haber celebrado elecciones este mes, pero de nuevo las ha retrasado, con la excusa de que Israel no iba a permitir votar a los palestinos de Jerusalén Este. El presidente palestino Mahmoud Abbas, del partido Al Fatah, fue elegido en 2005 por un mandato de cuatro años que tenía que haber concluido en 2009.

La movilización civil palestina

Hay otros dos asuntos clave para entender lo que pasa estos días: La voluntad de colonos judíos de expulsar de sus viviendas a varias familias palestinas que habitan el barrio Sheikh Jarrah, en la Jerusalén Este ocupada, (una amenaza de expulsión que explicaré con detalle en un próximo artículo) y el ataque israelí a la mezquita de Al Aqsa cuando sus feligreses rezaban tranquilamente por la noche durante el Ramadán.

Ambos episodios han provocado una reacción de solidaridad y unión entre la población palestina de Cisjordania y también entre la población árabe israelí, que ha salido a manifestarse en varias ciudades del Estado hebreo, algo que no ocurría desde hacía tiempo. A su vez, Hamás lanzó hace una semana un ultimátum a Israel exigiéndole la evacuación tanto de Al Aqsa como del barrio Sheikh Jarrah.

Lo que ocurre en Israel y en los Territorios Ocupados no es un conflicto simétrico, entre otras cosas porque uno de los bandos es un Estado, mientras que el otro no dispone ni de Estado ni de Ejército. Las cifras de muertos y heridos en estas décadas hablan por sí solas.

El daño a la población palestina es incuestionable. Hamás ha matado a civiles israelíes con sus cohetes, y es terrible. Pero eso no justifica ninguna de las violaciones sistemáticas contra los derechos humanos que comete Israel de manera cotidiana. El «conflicto» no va de un enfrentamiento entre religiones, sino de un colonialismo en pleno siglo XXI y de la reacción frente a ello.

Hamás nace 39 años después de la creación de Israel

La movilización civil de la población palestina en estas semanas está dando una lección a sus propios dirigentes y dificulta el éxito de esa narrativa israelí que pretende centrarlo todo en Gaza y en Hamás, afirmando que toda la Franja es objetivo potencial justificable. No, los palestinos no son solo Hamás. Algunos apoyan a esta organización porque creen que es el único recurso que tienen para responder a la ocupación y al apartheid. Otros muchos la rechazan. Lo particular de este capítulo es la reacción de miles de ciudadanos palestinos dentro de las fronteras israelíes que han salido a la calle en ciudades como Acre, Lydd, Ramla o Haifa y la acción de protesta coordinada de la población palestina.

Israel no se limita, como dice, a actuar en respuesta a los proyectiles de Hamás. Lo que pasa en la zona a día de hoy no se puede entender ni explicar sin tener en cuenta la cuestión demográfica, la ocupación y el apartheid. La ocupación israelí comenzó en los años cuarenta del siglo pasado, cuando Hamás no existía. Desde entonces hasta la creación de la organización islámica pasaron 39 años. Durante ese periodo varios grupos protagonizaron la resistencia palestina, todos ellos de carácter principalmente laico. Hamás no fue fundada hasta el año 1987, al calor de la Primera Intifada palestina. En 2001 lanzó su primer cohete, 53 años después del inicio de la ocupación, expulsión y discriminación contra los palestinos. En 2004, 56 años después, uno de esos cohetes provocó por primera vez víctimas mortales en la ciudad israelí de Sederot.

Tomado de: El Diario

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Gaza

Una investigación sobre su martirio

Autor: Norman G. Finkelstein

Basado en numerosos informes de derechos humanos, Gaza. Una investigación sobre su martirio no solo presenta un meticuloso análisis de la Gran Mentira que Israel ha construido para justificar su supuesta «legítima defensa». La obra tampoco se queda en un mero relato de la catástrofe humanitaria que padece la población de la Franja de Gaza, sino que también es la prueba demoledora de que los valedores del derecho internacional, desde Amnistía Internacional, pasando por Human Rights Watch hasta el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, han traicionado los valores que definen Occidente para, más que abandonar a los palestinos a su suerte, justificar su exterminio.

El presente libro de Norman G. Finkelstein es tanto un monumento a los mártires de la Franja de Gaza como un acto de resistencia contra el olvido de la historia que las instituciones internacionales, gobiernos, medios y poderes económicos tratan de imponernos.

Testimonios de miembros de las Fuerzas de Defensa Israelíes

«—¿A qué disparabas?

—A las casas.

—¿Casas elegidas al azar?

—Sí.»

«Disparas a todo lo que se mueve, y también a lo que no se mueve, cantidades demenciales. […] Se convierte un poco en un videojuego, totalmente molón y real.»

«La cantidad de destrucción era increíble. Cuando pasabas por esos barrios no se podía identificar nada. No quedaba piedra sobre piedra. Se veían muchos campos, invernaderos, frutales, todo devastado. Totalmente arruinado. Es terrible. Es surreal.»

Norman G. Finkelstein es hijo de supervivientes de los campos de concentración de Auschwitz y Majdanek. Politólogo y ensayista, entre sus libros destacan A Nation on Trial (1998), Knowing Too Much. Why the American Jewish Romance with Israel Is Coming to an End (2012) y What Gandhi Says. About Nonviolence, Resistance and Courage (2012). Además de su controvertido La industria del Holocausto. Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío (2.a edición aumentada, 2014), en castellano contamos con Imagen y realidad del conflicto palestino-israelí (2003) y Método y Locura (2015).

Tomado de: Akal

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Israel: matar sin testigos

ISRAEL DESTRUYE EL EDFICIO SEDE DE LA AGENCIA AP Y DE OTROS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Por La Jornada

Tras varios días de bombardeos aéreos y terrestres sobre Gaza que han causado más de 140 muertes, entre ellas las de unos 40 niños, y alrededor de un millar de heridos, el gobierno de Israel bombardeó un campo de refugiados, mató a ocho integrantes de una familia y demolió con misiles el edificio sede local de la cadena árabe Al Jazeera, la agencia Associated Press (AP) y otros medios informativos, con el pretexto de que en el inmueble había militantes de la organización fundamentalista Hamas. Ésta, por su parte, siguió lanzando cohetes caseros sobre las localidades israelíes de Ashkelon y Beer Sheba, en el sur del país, después de varios días de ataques a Tel Aviv –e incluso el aeropuerto Ben Gurion, localizado a medio camino entre ésta y Jerusalén–, con un saldo fatal de unos 10 muertos.

Es claro que las causas coyunturales y las históricas de este nuevo ciclo de violenta confrontación entre el gobierno del Estado hebreo y la facción que gobierna en Gaza surgen de la determinación israelí de expulsar de sus casas y territorios a la población palestina. El lanzamiento de misiles de Hamas a ciudades israelíes fue un acto de represalia por la injustificada y violenta represión lanzada la semana pasada por la policía israelí contra fieles musulmanes que celebraban el Ramadán en la mezquita de Al Aqsa y por el desalojo programado de habitantes árabes del barrio jerosolimitano de Sheij Jarrah, en la porción oriental de Israel, para poblarlo con colonos judíos.

La represión policial en el templo islámico y el nuevo intento de despojo territorial en Sheij Jarrah poseen una carga histórica nefasta para la población palestina, pues se trata de los más recientes actos de opresión y robo territorial de una larga historia de más de siete décadas, en las cuales Tel Aviv se ha apoderado de 78 por ciento del antiguo protectorado británico de Palestina y ha acorralado a sus habitantes árabes en guetos amurallados de Cisjordania y en la franja de Gaza, que ha sido expresivamente descrita como una enorme cárcel en la que se hacinan millones de personas, procedentes, en su gran mayoría, de las tierras que fueron incorporadas al Estado israelí y en las que se practicó una despiadada limpieza étnica para instalar a la población judía, en su mayoría emigrada de naciones europeas y africanas.

Los sucesos de Jerusalén, a la que los palestinos llaman Al Qods, y en cuya parte oriental aspiran a establecer la capital de un país propio, también se han traducido en confrontaciones entre palestinos y hebreos en ciudades de población mixta de Israel, así como en intercambios de proyectiles en la frontera norte del Estado hebreo, que colinda con Líbano y Siria.

Ciertamente, la escalada de esta semana ha introducido los horrores de la guerra en la vida cotidiana de muchos habitantes de Israel, algo que no había ocurrido en las anteriores ofensivas de Tel Aviv contra los palestinos, pero el sufrimiento de los depauperados pobladores de Gaza es incomparablemente mayor, toda vez que se encuentran sometidos desde hace más de una década a un bloqueo por aire, mar y tierra, y en cada arremetida israelí padecen, además de una pavorosa destrucción humana y material, el corte de la energía eléctrica, el agua y las comunicaciones.

En tales circunstancias y con los antecedentes mencionados, es éticamente aberrante la pretensión –sostenida por gobiernos y medios occidentales en estos días– de dar un trato igual a bandos separados por una abrumadora desigualdad militar, política, económica, tecnológica, financiera y sanitaria, y cuando uno es claramente víctima de la historia y, el otro, la parte agresora.

Finalmente, la destrucción de las oficinas de medios de información tan relevantes para la cobertura del conflicto como la cadena Al Jazeera y la agencia AP es indicativa de la determinación de los gobernantes de Tel Aviv de privar a los palestinos hasta de cobertura periodística que brinde testimonio de su tragedia.

Tomado de: La Jornada

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Crónicas de un instante: El genocidio anunciado

HAITHAM IMAD (AGENCIA EFE)

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Un primer plano detalle. Cinco actores y una protagonista. Un entorno citadino derruido. Los cimientos de un edificio destrozado por las furias de artefactos explosivos. Tras la cámara, las huellas de un cronista que testimonia las furias de la prepotencia y el sistemático terror. Palestina es, una vez más, el punto de mira de la soldadesca israelí.

En la foto, dos predominantes tonos de colores. Una primera lectura avista el conjunto de cromatismos que delinean los cuerpos, las ropas, las identidades y el curso agitado de los sucesos, tras el aporreo de misiles sacados de algún grotesco artefacto, construido para eliminar vidas, anular el tiempo de humanos desarticulados o el rumbo “natural” de multitudes, muchas veces anónimas.

En torno a un personaje central, menudo, indefenso, se dibuja esta foto. Su rostro no colmará las páginas de publicaciones glamorosas o vallas digitales de corporaciones internacionales. Pasará a la historia como una cifra, un dato estadístico. Compulsará una suma de protestas en las redes sociales que los “virtuosos” algoritmos se ocuparán de deshilachar como si nada.

Un segundo color, el blanco. A veces perceptible; otras, secreto. Pero, definitivamente, atiborra todo el encuadre. Se puede tocar como parte esencial de la narrativa que evoluciona en esta imagen. Es un relato ensordecedor, violento, moribundo. Los granos del espectro sirven de parabán, de inexplicable estela. Es una gran nube incontenible o sábana de grandes proporciones, desplegada para la ocasión, que al final resulta efímera.

Es el protagonismo del polvo que explota —y explora— cada centímetro de la escena y cada pixel de una instantánea, cuyos adjetivos suman: indignante, estremecedora, dolorosa. También cabe la jodida palabra impotencia.

Son los signos de esta entrega resuelta para documentar momento “único, irrepetible”, a veces inconfesable, pues caes —o puedes caer— en el desasosiego. Las requeridas articulaciones se rompen, la coherencia se corta, el punto final de tus deseos de hablar enrumban hacia otros dispares derroteros o hacia la nada, a esa nada que es también el todo. Y se desata la ira, esa ira que también es efímera, reciclada.

Eso sí, habita un tercer color en esta crónica, que en verdad, no está en sus enconados límites. No habita en sus faldas fotográficas, en los contornos de sus mejores encuadres. Incluso, tampoco está en el imaginario de un crítico especializado, habituado a descifrar las claves de toda simbología.

Ese color no existe en ninguna paleta cromática, en ningún catálogo de acuarelas, oleos o pinturas, estas últimas concebidas para bocetar paredes enteras, espacios interiores o mobiliarios de florestas. Claro está, se puede describir, descifrar, ponerle adjetivos o signos de interrogación que transitan, muchas veces, como múltiples respuestas conexas.

Es el color del silencio de los otros, del calculado equidistante o del que articula palabras construidas previamente, pensadas como asimetrías. Todas ellas dispuestas para no molestar al otro. El del poder oculto sentado en un potente ordenador soportado por servidores climatizados. O ese lobista que paga sumas escandalosas, o no tanto, para acallar una duda, una pregunta, un imperceptible momento de furia.

Son de ese mismo color los que asisten por la vida, vestidos de diputados, senadores, columnistas, editorialistas o agentes secretos. Los políticos de carrera o los oportunistas de esta esencial “profesión”, se pueden sumar a este color indescriptible, que algún congreso de semiótica aplicada debería nombrar, para resolver ese vacío conceptual y terminológico.

Y están, como parte de ese color no resuelto, las respuestas que se embuten con esas dos sinuosas palabras, siempre “salvadoras: “comunidad internacional”. Con ellas, no pocos habitantes de este agrietado planeta, se “salvan” de toda responsabilidad, de toda duda ética y humanista. Es una suerte de sentencia frontal: “si la comunidad internacional ha hecho una declaración, ya todo ‛está resuelto’”.

Y mientras el palabrerío se agolpa en las redes sociales, en los mass media — y las muchas otras suculentas voces autorizadas emiten “contundente declaraciones”— el genocidio anunciado sigue su curso.

El pie de foto de esta instantánea resuelve: “Un palestino lleva el cuerpo sin vida de su hija tras rescatarlo de entre los escombros de un edificio destruido en un ataque aéreo en la ciudad de Gaza. El secretario general de la ONU, António Guterres, ha advertido a los bandos en conflicto que “los ataques indiscriminados contra civiles violan las leyes internacionales”.

Foto: Haltham Imad (Agencia EFE)

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La catástrofe del pueblo palestino en 1948

Por Jorge Mazón Rodríguez

Cada 15 de mayo se conmemora el Día de la Nakba, o la cátastrofe, en Palestina, fecha en que fueron expulsados alrededor de 800 000 civiles palestinos tras la ocupación de sus tierras y hogares en 1948. Solo había transcurrido un día desde la proclamación del Estado de Israel en el territorio palestino y ya este mostraba su vocación expansionista y usurpadora.

La partición de Palestina, aprobada por la ONU en noviembre de 1947, precipitó los acontecimientos que venían desarrollándose desde hacía un tiempo. Mucho antes, Theodor Herzl había esbozado los fundamentos del sionismo y del futuro estado judío. El ministro de Relaciones Exteriores británico, Arthur James Balfour, expresó al barón Rothschild el apoyo de su gobierno al establecimiento de un «hogar nacional para el pueblo judío» en la región de Palestina; y los sionistas asentados paulatinamente en Palestina, apoyados por la oligarquía judía internacional, habían aprovechado el «descuido» de Gran Bretaña como potencia mandataria de la región para organizarse política y militarmente.

Una vez anunciado el cese del mandato británico sobre Palestina, la coexistencia entre las comunidades árabes y judías se tornó muy tensa y comenzaron los enfrentamientos ante el avance del proyecto sionista y la negativa de los palestinos a ceder sus territorios. En este punto, se implementó lo que los historiadores llaman «limpieza étnica programada», una política deliberada encaminada a desplazar a los árabes palestinos para insertar a los inmigrantes judíos que empezaban a llegar en masa.

Yosef Weitz, director del Departamento de Tierras y Forestación del Fondo Nacional Judío y artífice de la adquisición de tierras para la comunidad judía en Palestina, dio fundamento ideológico a la política de expulsión: «Entre nosotros ha de quedar claro que no hay lugar para los dos pueblos en este país (…). No alcanzaremos nuestro objetivo de ser un pueblo independiente mientras haya árabes en este pequeño país. La única solución es una Palestina, por lo menos Palestina occidental (al oeste del río Jordán) sin árabes (…). El único medio de conseguirlo es trasladar a los árabes de aquí a países vecinos, trasladarlos a todos; no ha de quedar ni una aldea ni una tribu. Solo así el país podrá absorber a millones de nuestros propios hermanos. No hay otra solución (…)».

Uno de los hechos más notorios de la violencia de las bandas sionistas fue la masacre perpetrada en Deir Yassin, donde fueron brutalmente asesinados 254 árabes palestinos. Un exgobernador militar israelí de Jerusalén lo describió así: «(…) unidades de las bandas de Etzel y de Stern organizaron conjuntamente, sin mediar provocación, un ataque deliberado contra el poblado árabe de Deir Yassin, en el borde occidental de Jerusalén. No había ninguna razón que justificara el ataque. Se trataba de un poblado tranquilo, que había negado la entrada a las unidades árabes voluntarias del otro lado de la frontera y no había participado en ningún ataque contra zonas judías. Los grupos disidentes lo escogieron por motivos estrictamente políticos. Fue un acto deliberado de terrorismo (…)».

Según el informe final de la Misión de Estudio Económico de las Naciones Unidas para el Medio Oriente en 1949, el número de refugiados palestinos resultantes de la violencia y la guerra posterior a la proclamación de Israel como estado, ascendía a 726 000, lo que constituía la mitad de la población autóctona de esa región. Desde ese entonces, solo en las zonas de Cisjordania, incluyendo a Jerusalén Este, Gaza, Siria, Jordania y Líbano se contabilizan en más de 5,7 millones de refugiados palestinos, donde en estos momentos afrontan el impacto de la pandemia como una de las poblaciones más vulnerables.

Tras 73 años de constantes amenazas, ataques y el intento sionista de privar a los palestinos de sus derechos, los principios de la causa palestina se mantienen inamovibles, al igual que el respaldo de Cuba al retorno de los refugiados y a la solución de dos Estados, que pasa por la materialización del derecho del pueblo árabe a su autodeterminación y a acceder a un Estado libre, independiente y soberano, con su capital en Jerusalén Oriental, y enmarcado en las fronteras previas a la ocupación israelí de 1967.

Sirva entonces este Día de la Nakba para reivindicar el derecho de la población refugiada palestina a retornar a su país y a sus hogares, y para exigir el cese de los ataques del régimen sionista contra Gaza, donde los civiles, distribuidos a razón de 4 167 habitantes por kilómetro cuadrado, son los que más sufren en cada ataque.

Tomado de: Granma

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No es un conflicto, es colonialismo

LA OFENSIVA DE ISRAEL EN GAZA Y SUS EFECTOS

Por Carolina Bracco

Mientras asistimos a una nueva escalada de violencia en Medio Oriente, es imposible no tener en mente que el próximo sábado se cumplen 73 años de la creación del Estado de Israel y de la Nakba o “catástrofe” palestina. Este acontecimiento, celebrado por algunos y lamentado por otros hasta hoy, es el germen del estado de cosas en la región y por ello el necesario punto de partida para comprender la situación actual.

Ya unos años antes de ese 15 de mayo de 1948, se promovió la inmigración a Palestina con la intención de constituir allí un Estado con mayoría judía. En busca de legitimar tal proyecto colonial, desde un primer momento se procuró “indigenizar” a los primeros inmigrantes, marginando a la población nativa histórica. Utilizando la geografía para reforzar el etno-nacionalismo, a las nuevas generaciones se les enseñó a verse como los dueños legítimos de la tierra, sus recursos y pobladores, así como a aumentar la dominación judía y su expansión.

Para concretar este plan, desde el comienzo la expulsión de la población originaria fue central y años antes de que se desatara la primera guerra entre árabes y judíos, 300.000 nativos fueron desterrados con la complicidad del entonces poder colonial británico. Luego de la guerra, 450.000 más fueron expulsados a los países vecinos donde aún viven como refugiados, otros fueron desplazados internos y unos pocos lograron quedarse en el ahora Estado de Israel, convirtiéndose en una minoría de la que siempre se desconfía y a la que se margina. Conocidos como los palestinos del 48, son el 20 por ciento de la población israelí y viven en ciudades “mixtas” como Haifa, Nazaret o Yafa. El resto de la población palestina quedó del otro lado de la denominada línea verde, bajo administración de Jordania y Egipto que gobernaron Cisjordania-Jerusalén Oriental y Gaza respectivamente. En junio de 1967, tras el triunfo israelí en la Guerra de los Seis Días, este Estado ocupó militarmente los tres territorios mencionados, extendiendo su proyecto colonial a base de expulsiones, detenciones arbitrarias, matanzas e instalación de colonias ilegales: la colonización nunca se detuvo.

Israel buscó no sólo sostener su supremacía militar en la región sino también, como todo proyecto colonial, presentarse como una población superior y más civilizada. La identificación de los palestinos como una plebe primitiva y violenta contrapuesta a la sofisticada, culta y europea sociedad israelí abona este sentimiento de superioridad, a la vez que refuerza el lazo inequívoco con su origen europeo y el aval estadounidense. A fin de cuentas, son estos Estados los que financian la política militar israelí. De ahí la inmanencia del discurso de seguridad, que habilita a su vez las prácticas de opresión, discriminación y asesinato transformándolas en prácticas de defensa y venganza.

En diciembre de 1987 los ojos del mundo se posaron por primera vez en la realidad palestina y la desigual correlación de fuerzas. Ante la simpatía internacional que despertaban los niños que tiraban piedras a los tanques, la sustitución del movimiento social de base por una dirigencia servil fue un paso necesario para la despolitización de la población palestina y la continuidad de la ocupación. Así, la Intifada, un levantamiento popular y transversal contra la ocupación, luego de unos años decantó en los Acuerdos de Oslo entre la Organización para la Liberación de Palestina y el Estado de Israel. La flamante Autoridad Palestina se ocupó desde entonces de administrar la ocupación israelí del otro lado de la “línea verde” asfixiando a las nuevas generaciones y manteniendo el statu quo.

En este contexto, la expulsión de los habitantes de Sheij Jarrah es tan sólo un microcosmos de un estado de cosas instalado hace poco más de 70 años, de la Nakba continua que aún busca fragmentar, dispersar y oprimir a la población palestina para borrar todo rastro de su identidad a través de expulsiones, desplazamientos forzados, matanzas y la imposición de un sistema de apartheid. Todos estos esfuerzos han tenido un costo muy alto para colonizadores y colonizados y no hicieron más que reforzar la desigualdad intrínseca que divide a opresores de oprimidos.

Al tiempo que escribo estas líneas los enfrentamientos y ataques en todo el territorio de la Palestina histórica se intensifican y seguramente en los próximos días la violencia continuará escalando, pero no habrá guerra. Para que haya guerra se necesitan dos partes iguales; para que haya paz, también.

Politóloga y Doctora en Culturas Árabe y Hebrea. Profesora en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Tomado de: Página/12

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