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Todo va de maravilla

Julian Assange, periodista y editor del sitio web WikiLeak Foto Agencia Envolverde

Por Edward Joseph Snowden

Edward Snwoden explica por qué la decisión del Tribunal Supremo británico de extraditar a Assange podría sentar un precedente extremadamente peligroso para la profesión del periodismo. Y el denunciante no perdona a todos los “periodistas” que han optado por condenar a Assange, cavando la tumba de su propia profesión.

Evangelio, una palabra del inglés antiguo, es un concepto que significa “buenas noticias”. Y es el evangelio lo que ha escaseado al adentrarnos en la temporada navideña. Cada vez que este hecho me deprime, recuerdo que encontrar el mal, la fechoría e incluso el sufrimiento en los titulares, es sólo una señal de que la prensa está haciendo su trabajo. No creo que ninguno de nosotros quiera despertarse por la mañana y leer “¡Todo va de maravilla!” sobre nuestro cóctel de ponche de huevo, aunque incluso si lo hacemos, sabemos que un titular así es sólo una indicación de todo lo que no se informa.

Al entrar en esta época navideña, me siento acosado por extraños sentimientos religiosos; digo extraños porque no soy muy creyente, ni en Dios, ni en los gobiernos, ni en las instituciones en general. Trato de reservar mi fe para las personas y los principios, pero eso puede llevar a algunos años de escasez en el apaciguamiento de la sed espiritual. Puedo encontrar una forma de atribuir mis impulsos al ritualismo del Covid-19 –las abluciones de desinfección y enmascaramiento, el aislamiento penitente, el ¿qué significa todo esto? que surge de la confrontación con la impotencia y el capricho de la enfermedad–, pero una fuente más convincente podría ser la novedad de la paternidad: siendo la religión un sustituto de la tradición en general, me pregunto: ¿qué voy a dejar a mi hijo? ¿Qué herencia intelectual y emocional?

Junto con las “buenas noticias”, he estado pensando en la “mala fe”, una frase que siempre me recuerda el chiste de Thomas Pynchon, en el que todo lo malo se convierte en un balneario alemán: Bad Kissingen, Bad Kreuznach, Baden-Baden… Bad Karma.

Conocía la frase sobre todo por su cosecha jurídica, pero empecé a notar que se aplicaba cada vez más a la política durante los ciclos de la historia de Bush-Obama: los republicanos siempre estaban “negociando de mala fe”, u “operando de mala fe”, y sólo empeoró después de eso: la frase se hizo más frecuente una vez que Trump asumió el cargo. Así que me sorprendió descubrir que “mala fe” tiene raíces mucho más profundas que nuestro derecho consuetudinario: male fides, del latín. Su uso, que es fascinante explorar, era originalmente literal: se utilizaba para caracterizar a alguien que practicaba la religión equivocada. De ahí pasó a la contradicción Whitmaniana, pero muy anterior a ella. Alguien que estaba “en mala fe” estaba en contradicción consigo mismo; tenía dos corazones, o dos mentes, o más. En este sentido, incluso Jesús podría decirse que estaba en mala fe, siendo en parte humano y en parte divino.

Me impresiona profundamente la generosidad de esta definición primitiva: hay una simpatía –una simpatía con “una casa dividida contra sí misma”– que falta por completo en el sentido contemporáneo, en el que la “mala fe” es una fechoría intencionada. Esto sigue siendo, al menos para mí, una historia cautivadora que hay que descifrar: cómo una frase que significaba, a grandes rasgos, “mentirse a uno mismo sin saberlo” llegó a significar, a grandes rasgos, “mentir a otros a sabiendas”.

Estoy seguro de que todos tenemos nuestros ejemplos favoritos (o menos favoritos) de esta práctica doble (o múltiple) –esta condición que sólo luego se convirtió en práctica–, pero para mí, la categoría de mala fe que se lleva el premio siempre ha sido el legalismo burocrático que me resulta más familiar. Tal vez una mejor manera de decirlo sería: aquellas situaciones en las que el derecho se opone a la justicia.

Estoy seguro de que conocemos bien este fenómeno: el representante del seguro médico o el empleado del instituto de transporte que dice “tengo las manos atadas”; el oficial de policía o el soldado que invoca sin ironía ciertas de las fuerzas del orden más malvadas del siglo pasado cuando se encogen de hombros y dicen: “Sólo estoy cumpliendo órdenes, amigo”; o incluso aquellos que salen en la televisión para sugerir que los denunciantes (whistleblowers) podrían estar protegidos, si sólo se sometieran a los “canales adecuados”, que es el código para estar en una parte muy particular del suelo suspendido por encima de un tanque con la etiqueta: ¡PELIGRO! PIRAÑAS.

Fue Jesús el que pidió perdón a sus crucificadores diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, pero estos insoportables practicantes de la mala fe invierten la fórmula: saben exactamente lo que hacen, y sin embargo lo hacen. Me pregunto si pueden incluso perdonarse a sí mismos.

Esta Navidad puede ser la última que el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, pase fuera de la custodia de Estados Unidos. El 10 de diciembre, el Tribunal Superior británico falló a favor de la extradición de Assange a Estados Unidos, donde será procesado en virtud de la Ley de Espionaje (de 1917) por publicar información veraz. Para mí está claro que los cargos contra Assange son infundados y peligrosos, en desigual medida: infundados en el caso personal de Assange, y peligrosos para todos.

Al tratar de procesar a Assange, el gobierno de EE.UU. pretende extender su soberanía a la escena mundial y hacer que los editores extranjeros sean responsables de las leyes de secreto de EE.UU. Al hacerlo, el gobierno de EE.UU. establecerá un precedente para procesar a todas las organizaciones de noticias en todas partes –todos los periodistas en todos los países– que se basan en documentos clasificados para informar sobre, por ejemplo, los crímenes de guerra de EE.UU., o el programa de aviones no tripulados de EE.UU., o cualquier otra actividad gubernamental o militar o de inteligencia que el Departamento de Estado, o la CIA, o la NSA, preferiría mantener encerrado en la oscuridad clasificada, lejos de la vista del público, e incluso de la supervisión del Congreso.

Estoy de acuerdo con mis amigos (y abogados) de la ACLU: la acusación del gobierno estadounidense contra Assange equivale a la criminalización del periodismo de investigación. Y estoy de acuerdo con innumerables amigos (y abogados) de todo el mundo en que en el centro de esta criminalización se encuentra una paradoja cruel e insólita: a saber, el hecho de que muchas de las actividades que el gobierno de Estados Unidos preferiría silenciar se perpetran en países extranjeros, cuyo periodismo será ahora responsable ante el sistema judicial estadounidense. Y el precedente establecido aquí será explotado por todo tipo de líderes autoritarios en todo el mundo. ¿Cuál será la respuesta del Departamento de Estado cuando la República de Irán exija la extradición de los reporteros del New York Times por violar las leyes de confidencialidad iraníes? ¿Cómo responderá el Reino Unido cuando Viktor Orban o Recep Erdogan pidan la extradición de los reporteros de The Guardian? No se trata de que Estados Unidos o el Reino Unido vayan a acceder a esas demandas –por supuesto que no lo harían–, sino de que carecerían de cualquier base de principios para su negativa.

Estados Unidos intenta distinguir la conducta de Assange de la del periodismo más convencional calificándola de “conspiración”. ¿Pero qué significa eso en este contexto? ¿Significa animar a alguien a descubrir información (algo que hacen a diario los redactores que trabajan para los antiguos socios de WikiLeaks, The New York Times y The Guardian)? ¿O significa dar a alguien las herramientas y técnicas para descubrir esa información (lo que, dependiendo de las herramientas y técnicas implicadas, también puede interpretarse como una parte típica del trabajo de un editor)? La verdad es que todo el periodismo de investigación sobre seguridad nacional puede ser tachado de conspiración: el objetivo de la empresa es que los periodistas persuadan a las fuentes para que violen la ley en interés del público. E insistir en que Assange de alguna manera “no es un periodista” no hace nada para quitarle fuerza a este precedente cuando las actividades por las que ha sido acusado son indistinguibles de las actividades que nuestros periodistas de investigación más condecorados realizan rutinariamente.

Cualquiera que haya visto las malas noticias esta última semana, seguro se ha encontrado con una versión precisamente de esta pregunta, ¿es Assange un X o un periodista? En esta fórmula absurda, X puede ser cualquier cosa: hacktivista, terrorista, reptiliano. No importa qué pieza se coloque para completar el rompecabezas, porque el ejercicio no tiene sentido.

Este tipo de indagación sincera, crédula, petulante y complaciente, es sólo el ejemplo más reciente –justo a tiempo para Navidad–, de la mala fe en la carne y en la palabra, presentada por profesionales de los medios de comunicación que nunca tienen peor fe que cuando informan –o juzgan– a otros medios.

La ocultación, la retención, la manipulación del significado, la negación del significado, estas son sólo algunas de las formas en que algunos periodistas, –y no sólo los periodistas estadounidenses–, han conspirado, sí, conspirado para condenar a Assange en ausencia, y, por extensión, para condenar a su propia profesión, para condenarse a sí mismos. O tal vez no debería llamar “periodistas” a los autómatas de Fox, o a Bill Maher, porque ¿cuántas veces han hecho el duro trabajo de cultivar una fuente, o de proteger la identidad de una fuente, o de comunicarse de forma segura con una fuente, o de almacenar el material sensible de una fuente de forma segura? Todas esas actividades constituyen el alma del buen periodismo y, sin embargo, son precisamente las actividades que el gobierno estadounidense acaba de intentar redefinir como actos de conspiración criminal atroz.

Criaturas de dos corazones y dos mentes: los medios de comunicación están llenos de ellos. Y demasiados se han contentado con aceptar la determinación del gobierno de Estados Unidos de que lo que debería ser el propósito más elevado de los medios de comunicación –la revelación de la verdad, frente a los intentos de ocultarla– está súbitamente en duda y muy posiblemente sea ilegal.

¿Ese escalofrío en el aire en esta temporada navideña? Si se permite que la persecución de Assange continúe, se convertirá en una helada.

A abrigarse.

Tomado de: Investig’ Action

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Juan Pasarelli: Los medios son cómplices de la desinformación para promover guerras

Juan Pasarelli, periodista y cineasta guatemalteco,

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

El pasado 10 de diciembre el Tribunal Superior de Justicia de Londres autorizó la extradición del australiano Julian Assange, periodista y editor de WikiLeaks. Por la relevancia e impacto que esta noticia tiene para el ejercicio del periodismo, la Unión de Periodistas de Cuba (Upec) convocó este diálogo con Juan Pasarelli, periodista y cineasta guatemalteco, quien ha seguido todo el proceso jurídico que se lleva a cabo contra el líder de esta organización internacional.

Octavio Fraga: Buenos días. Diez de la mañana, hora de Cuba, cuatro de la tarde, hora de Londres. Tenemos hoy, como invitado, a  Juan Passarelli, que el 8 de enero del año en curso abrió nuestro espacio “Diálogos en reverso”. Él es el director del documental La guerra contra el periodismo. El caso de Julian Assange. Le damos la bienvenida a Juan y las gracias por aceptar este encuentro.

Juan Passarelli: Gracias, Octavio, es realmente un privilegio que me inviten desde la Upec, yo tengo mucho cariño por Cuba, tengo familia en Cuba, familia del lado de mi mamá que viene de Cuba, los llevo cerca en mi corazón.

Octavio Fraga: Bienvenido. Quiero empezar con la pregunta de rigor sobre el tema de Julian Assange. Como sabes, el 10 de diciembre el Tribunal Superior de Justicia de Londres autorizó su extradición a los Estados Unidos, este ha sido reclamado por Washington ¿Cuál es tu interpretación primaria sobre esta decisión? ¿Qué apuntes compartirías al respecto?

Juan Passarelli: Mira, creo que ahorita lo que se ha visto es realmente una tragedia en términos de derechos humanos. El punto más importante que tenía que evaluar la Corte es si lo mandaba al país que planeó su asesinato o si protegía sus derechos humanos. La corte no lo mencionó una sola vez. A pesar de que sabía que la CIA planeó el asesinato de Julian Assange y su secuestro, y que llegaron hasta la Casa Blanca con esta información, se enfocó en unas supuestas garantías, que no son tales. Los jueces decidieron decir que sí, que no tienen ninguna razón por la cual dudar de estas garantías, y decidieron cambiar la decisión que tomó la primera corte, que era la de no extradición por términos de salud. También nos acabamos de enterar antes de ayer que Julian sufrió un derrame cerebral durante la audiencia de esta corte en octubre. Estamos comenzando a ver que físicamente él ya no puede más, porque lo han estado torturando durante once años.

Octavio Fraga: El caso Assange todavía tiene espacio para recurso, para seguir litigando su no extradición, ¿te aventurarías a pronosticar lo que va a pasar en los próximos meses? Sabemos que será un proceso dilatado.

Juan Passarelli: Sus abogados dijeron que iban a apelar a la Corte Suprema, esta es una apelación que esta instancia puede decidir tomar o no, y también dieron indicaciones que harán una segunda apelación a la Alta Corte para algunos temas que no se tocaron en la apelación estadounidense, que son la libertad de prensa, la obvia naturaleza política de los cargos y del caso en sí. Cabe señalar que en el tratado de extradición firmado entre los Estados Unidos y Reino Unido se prohíbe una extradición por causas políticas, y algunos otros temas de ese tipo. Entonces habrán dos cursos que creo se estarán tomando simultáneamente. En la Corte Suprema no se argumenta el caso, sino si hubo ilegalidades o no, y eso será interesante de ver.

Después hay un último recurso cuando se exhaustan los recursos nacionales, que es la Corte Europea de los derechos humanos. Es seguro que Julian seguirá sufriendo en la cárcel por cargos políticos por algún tiempo innecesario más.

Octavio Fraga: ¿Esta amenaza de Washington contra el periodismo de investigación, cómo lo interpretas? ¿Cómo dibujarías el futuro del periodismo que tú desarrollas como profesional de los medios?

Juan Passarelli: Este es el caso más importante que tenemos de libertad de expresión en la historia moderna, que el país más poderoso del mundo decida por primera vez en su historia darle cargos de espionaje a un periodista por lo mismo que hizo The New York Times, el The Guardian, El País, Le Monde, es algo inaudito. Sienta un precedente de que no nos podremos escapar. Los abogados de cada uno de estos periódicos estarán entonces mucho más atentos a los posibles reportajes de un nuevo Chelsea Manning, un nuevo Edward Snowden. Y esos abogados pondrán presión para que no se libere más información. Entonces veremos una autocensura como primer nivel, y si hay otra de estas grandes filtraciones, puede que también se persiga a los periodistas de estos medios.

Octavio Fraga: Y además, el que quiera aportar un testimonio revelador, necesario, de bien público, se lo pensará. Te pregunto.

Juan Passarelli: Eso es evidente. Hemos visto que desde la época de Obama se incrementó drásticamente el uso de la Ley de Espionaje contra periodistas, contra esta gente que decide liberar en bien común y en bien de la población, información que es de carácter criminal respecto al comportamiento de gobiernos e instituciones. Obama puso a más gente detrás de barras por liberar información a través de esta Acta de Espionaje, a más gente que todos los presidentes anteriores juntos. Lo hemos seguido viendo con Trump, y ahora otra vez con Biden.

Hablan mucho de la protección a los periodistas, y lo estamos viendo constantemente, incluso en esta Cumbre que hubo recientemente. No están realmente haciendo lo que están diciendo, son palabras vacías, y lo que estamos viendo es que a los propios disidentes que ellos tienen los están tratando con normas que son realmente abusivas y que llegan a ser consideradas como tortura, como en el caso de Julian. Esto no lo digo yo, lo dice el Relator Internacional de la Tortura de las Naciones Unidas, Nils Melzer.

Octavio Fraga: Discúlpame que me vaya un poco del tema. Si nos ubicamos en la invasión a Irak perpetrada por los Estados Unidos, el operador de cámara español José Couso fue asesinado por tres oficiales de las fuerzas armadas de este país, y nunca han sido juzgados en tribunal alguno, y fue un asesinato en toda regla.

Juan Passarelli: De hecho, ninguno de los tantos crímenes que se revelaron en las filtraciones de Wikileaks en 2010 y 2011 con respecto a la guerra de Irak, la guerra de Afganistán, o la base naval de Guantánamo, han sido procesados. El caso de la inaudita tortura de Jalid El-Masri, un ciudadano alemán que fue confundido con un supuesto terrorista, y miles de otros casos de tortura, ejecuciones extrajudiciales, etcétera. Todos estos criminales de guerra no han sido juzgados, no hay ni siquiera un proceso abierto en contra de ellos. Pero la persona que reveló estos crímenes, está amenazada de pasar ciento setenta y cinco años detrás de las barras.

Octavio Fraga: Al principio tocaste un tema que se impone abordar. Me refiero a la revelación de que la CIA pretendía secuestrar y asesinar a Assange en la embajada de Ecuador en Londres ¿Cuál es tu interpretación sobre eso? ¿Es ira, venganza, miedo a que se conozca la verdad? ¿Qué es?

Juan Passarelli: Bueno, sabemos que la CIA fue humillada fuertemente al levantarse las revelaciones sobre Vault 7, donde se mostró su armamento digital. Algunas de las armas que poseían tenían la posibilidad de prender y apagar cámaras, prender y apagar micrófonos de móviles y de ordenadores, también una herramienta que a mí me pareció muy interesante y que fue poco reportada: podían hackear automóviles modernos e incluso presionar el acelerador o los frenos, y uno se puede imaginar para qué quisieran hacer eso ¿verdad?, sabiendo que la CIA tiene un gran historial de asesinatos extrajudiciales. De esa forma, también planearon el secuestro de Julian y el asesinato dentro de la embajada ecuatoriana; tenemos suficiente evidencia para saber que esto es real, incluyendo testimonios de treinta ex-funcionarios de la CIA. Un caso que se está llevando a cabo ahorita en España, en donde los contratistas de seguridad que cuidaban la embajada estaban, según trabajadores de la empresa, trabajando para la CIA, mandando videos, mandando audio de micrófonos ocultos directamente a la CIA por años. Desde al menos el 2016, sabemos que hubo trato con ellos y se tenía guardada información. De 2014 es la información más vieja que he visto. Entonces casi todo el tiempo que estuvo Julian ahí estuvo espiado, y el espionaje subió de una manera increíble hasta el 2018, cuando realmente era inaguantable, así como también las condiciones que se le comenzaron a imponer dentro de la embajada. Él no podía casi salir de su cuarto, tenía a un embajador y a unos guardias de seguridad que le imponían reglas arbitrarias. Le quitaron el internet, y cualquier pequeña cosa que él pudiera hacer podía ser tomada en su contra como excusa para sacarlo, que fue lo que eventualmente hicieron. Invitaron a un tercer país a arrestarlo para extraditarlo al país del cual ellos lo estaban protegiendo. Es realmente una desgracia el gobierno de Lenin Moreno para Ecuador, un país que ha sido aliado con un pueblo realmente admirable, que tomaron la decisión de protegerlo. Sus élites fueron vendidas, así como la cabeza de Julian, por tres millones de dólares del Fondo Monetario Internacional.

OCTAVIO FRAGA: En el 2012 el cineasta estadounidense Oliver Stone afirmó en el Festival de Cine de San Sebastián que el ex presidente del gobierno José María Aznar debía ser juzgado por el Tribunal de la Haya por su complicidad con George W. Bush en la invasión de Irak. Yo agregaría al ex Primer Ministro del Reino Unido Tony Blair. ¿Cuál es la paradoja de esta legítima demanda aun no cumplida puesta en el contexto del caso Assange?

Juan Passarelli: Lo que es muy importante ver es el papel que juegan los medios en la forma, en la desinformación, y en contribuir con lo que es claramente una guerra psicológica que originan departamentos de inteligencia del Pentágono, del MI-6, entre otras agencias. Hubo un ataque en 2010 cuando Wikileaks comenzó a lanzar los papeles de Afganistán, y luego los de Irak, y luego otra vez con los cablegate, con los cables diplomáticos, que decía: “Wikileaks podría tener sangre en sus manos”, los medios quitaron el podría y dijeron: “Wikileaks tiene sangre en sus manos”.

Lo que Wikileaks reveló fueron quince mil muertes nuevas de civiles en esa guerra, la gente que estaba causando esas muertes: el presidente George Bush, Tony Blair, y todos esos operadores de guerra, quienes fueron realmente lastimados por estas filtraciones y nombrados con nombres y apellidos. Por eso es que es una gran amenaza para los Estados Unidos y otros países que siguen promoviendo la guerra como un método para incrementar sus capacidades económicas y seguir robando los recursos naturales de otros países soberanos. Esto es algo muy importante, el papel de los medios en desinformar a la población sobre quiénes son realmente los que cometen los homicidios en estas guerras.

Alguien que liberó información sobre crímenes, sobre tortura, sobre cómo a una niña de seis años la torturaron hasta la muerte con un taladro en la cabeza, sobre cómo ejecutaron a sangre fría a una familia iraquí, en donde había dos abuelos, una abuela y dos o tres personas adultas, incluyendo dos mujeres y cinco niños, uno de ellos de seis meses, que fueron literalmente ejecutados después de haber sido esposados. Y luego, los Estados Unidos mandó a tirar una bomba en la casa para eliminar la evidencia. Esa es la información que Wikileaks liberó. Wikileaks nunca puso a nadie en peligro, fueron los estados los que estaban asesinando a millones de gente durante los últimos veinte años de la supuesta guerra contra el terrorismo, son millones de muertos, el ochenta por ciento civiles, y decenas de millones de personas migrantes que han sido afectadas por estos conflictos.

Los medios realmente han mordido el anzuelo que le han puesto los gobiernos y no los han cuestionado, por lo cual, como dice Julian, son complicitos en estas guerras, porque su trabajo es enseñarle a la población lo que está haciendo realmente el estado por el cual ellos votaron, y lo que hemos visto en general es que estos medios son complicitos en desinformar a la población para promover guerras.

OCTAVIO FRAGA: El Tribunal Superior de Justicia de Londres anunciaba la autorización para extraditar a Assange hacia los EE.UU. el mismo día que el gobierno de Biden hacia pública la iniciativa de destinar 30 millones de dólares para: “fomentar la independencia, el desarrollo y la sostenibilidad de los medios independientes”. ¿Tienes idea de a cuales medios se refiere esta iniciativa? ¿No te parece un chiste de mal gusto este anuncio?

Juan Passarelli: Pues me parece un chiste que los medios decidieron reportar eso sin darle ningún contrapeso a lo que estaban diciendo. En parte, el trabajo del gobierno es hacer pensar, un gobierno partidista, hacer pensar a la población lo que ellos quieren transmitir. El trabajo de la prensa es desmentir cuando ellos están hablando barrabasadas como esas ¿Treinta millones para apoyar a periodistas de dónde? Periodistas disidentes de regímenes contra los que ellos están en contra; periodistas probablemente de Rusia, de China, de Venezuela, y otros enemigos de los Estados Unidos. Pero los disidentes del occidente, los disidentes de los Estados Unidos, los disidentes en Inglaterra y en Europa, a ellos los persiguen, y los persiguen con las mismas técnicas crueles de los peores dictadores de la historia. Entonces es realmente risible ese tipo de propaganda, pero es más risible, es más espeluznante, que los medios no le den ese contrapeso necesario para que la población entienda esto.

Octavio Fraga: Desde tu perspectiva esa noticia no ha tenido un enfoque crítico de los medios ¿Esa es la mirada que tú le das a esa noticia?

Juan Passarelli: Ni esa ni la mayor cantidad de decisiones más importantes que han tomado los gobiernos del occidente en los últimos sesenta años.

Hay algo que te quería comentar y lo he tenido en mente desde que comenzamos a conversar. Wikileaks ha hecho las revelaciones más importantes de la era moderna,  con excepción tal vez de las de Snowden y algunas como los Panamá Papers, que realmente no han tenido el impacto que deberían. Porque se han liberado alrededor del tres al cinco por ciento de todos los documentos que tienen, y esto es porque los periodistas que trabajan en eso tienen en esos papeles, tienen esta filosofía que a mí me parece detestable, de que ellos saben lo que la población debe de saber, en vez de dar el material al público y entender que realmente ellos tienen una comprensión muy limitada de cómo funciona el mundo, y de que la población en general debería poder educarse con este tipo de material.

Cuando comenzó la guerra de Irak los grandes medios como CNN, NCBC, BBC y otros que estuvieron reportando estos acontecimientos, tenían como deber reportar que no había armas de destrucción masiva. Lo que hicieron fue, simplemente, ser portavoces de estos gobernantes que pretendían iniciar una guerra pensada para responder a sus propios intereses. Esto se ve en la guerra muy claramente, pero se ve en todas las decisiones que son reportadas, la COVID, cualquier tema. Si ves las noticias del día a día, realmente lo que tienes que pensar —especialmente en televisión— es qué de todo lo que te están diciendo es verdad, no al revés.

Octavio Fraga: Juan, me lo comentaste al principio, pero quiero señalarlo. Me refiero a que Assange, en plena audiencia, tuvo un derrame cerebral, lo cual es una evidencia de su deterioro físico como persona recluida ¿De qué prisma están hechos los jueces del Reino Unido? ¿Qué mirada tienen ellos para aún así justificar la extradición hacia Estados Unidos? Tenemos el ejemplo de la Base Naval de Guantánamo, asentada en nuestro país contra de la voluntad del pueblo cubano, donde sabemos que se torturó, se humilló a muchas personas, y aun así aprueban su extradición.

Juan Passarelli: Mira, la primera juez tuvo la moral de decidir, al menos, no extraditarlo por salud. El caso es cien por ciento político, hasta un niño lo puede ver. Nils Melzer, el Relator de la Tortura de la ONU, no sólo ha hecho declaraciones diciendo que Julian está siendo torturado en la prisión británica en donde está, que por cierto, le dicen el British Guantánamo, sino que también ha declarado que no hay forma de que en el Reino Unido ni en los Estados Unidos Julian reciba un juicio justo, por alguna razón este caso está fuera de control del aparato judicial. Pareciera como que las carreras de esta gente están tan apegadas a cómo funciona el sistema político estadounidense y británico que no hay voluntad para ser independientes, por eso estamos dependiendo —casi de manera exclusiva— del público y de una presión política de la población y de los periódicos.

The Guardian, un periódico que ha sido crítico de Assange, también un periódico al cual Julian le dio las más grandes revelaciones de la historia, tanto diplomáticas como militarmente, publicó por segunda vez un editorial que dice que no, que están extremadamente en contra, unilateralmente en contra de una extradición, que lo que se está cometiendo es un abuso de los derechos humanos y la libertad de prensa sin precedentes, y que debe ser liberado inmediatamente.

Vuelvo y te repito: ¿cómo un juez, en este caso dos, deciden enviar a una persona al país que planificó su homicidio? Esto es ridículo, hay una excepción para cada norma, y se llama Assange. En este caso hemos visto el caso amañado en cada parte de los once años que lleva luchando por su libertad, algo de corrupción; en cada pedacito ha habido movidas políticas para tratar de alargar el caso y de dejarlo en prisión el mayor tiempo posible, tanto que muchos expertos lo llaman: punishment by process. Es una forma de lastimarlo con el proceso antes de que sea procesado injustamente.

Octavio Fraga: Cierro este dialogo con una pregunta sobre alguien que conoces muy bien, que es muy cercano a ti. Se trata de John Pilger, el cineasta y periodista australiano radicado en el Reino Unido, que fue parte de los testimoniantes de tu documental, y además, activo defensor de la causa por la liberación de Assange. Te pregunto, ¿cuál es la implicación del gremio de cineastas del Reino Unido con el caso Assange, y en qué medida crees que pueda tener un peso el gremio de los artistas, de los periodistas, de los intelectuales, en torno a la liberación de Assange?

Juan Passarelli: Pues tenemos mucha gente detrás. Creo que del lado de los cineastas, y cuando hablo de cineastas me refiero más a los documentalistas que a los de ficción. Porque pareciera que la ficción está viviendo también una ficción en la vida diaria, donde las películas que salen de Hollywood y de otros lados, apoyan a la guerra y a los departamentos de inteligencia.

Vemos un gran apoyo para Julian en muchísimos gremios, en gremios de derechos humanos, en gremios de leyes, hasta hay un grupo que se llama Doctores por Assange, y los cineastas no son excepción, gente como John Pilger han sido luchadores durante una década por la libertad de Julian. Él hizo una película que se llama La guerra que usted no ve, en la cual enseña a Wikileaks como una de las soluciones para el siglo xxi ya que hay una complicidad, como te hablé antes, entre los medios y los estados del occidente para difundir al público información que no es verdadera.

Octavio Fraga: Bueno, muchas gracias a Juan por tus palabras. Por sus testimonios y valoraciones, y bueno, que tengas un estupendo día.

Juan Passarelli: Hasta la victoria siempre, mis amigos cubanos.

Octavio Fraga: Gracias, un abrazo para ti en nombre de la Unión de Periodistas de Cuba.

Juan Passarelli: Un abrazo.

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El inhumano juicio contra Assange: un riesgo para la justicia de todos

Julián Assange, editor del sitio web WikiLeaks

Por John Pilger

La reciente audiencia sobre el caso Assange estuve ausente de la autollamada “prensa libre”. La mayoría de la gente no sabe que un tribunal en el corazón de Londres juzga sobre su propio derecho a saber, a cuestionar y disentir.

La primera vez que vi a Julian Assange en la prisión de Belmarsh —durante el 2019, un poco después de que le quitaran su calidad de refugiado en la embajada de Ecuador— me dijo “creo que estoy enloqueciendo”.

Había adelgazado y estaba demacrado, con los ojos hundidos. Lo delgado de sus brazos se acentuaba por una tela identificadora de color amarillo amarrada alrededor de su brazo izquierdo, un símbolo que evoca el control institucional.

Durante todo el tiempo que duró mi visita, estuvo confinado a una celda aislada en un ala conocida como “atención sanitaria”, un nombre orwelliano. En la celda contigua, un hombre claramente perturbado gritaba durante toda la noche. Otro sufría de cáncer terminal. Otro estaba gravemente discapacitado.

“Un día nos dejaron jugar monopolio”, me dijo, “como terapia. ¡Esa fue nuestra asistencia sanitaria!”

“Esto es Alguien voló sobre el nido del cuco”, le dije.

“Si, sólo que más loco”.

El humor negro de Julián lo rescató muchas veces, pero ya no más. Las insidiosas torturas que sufrió en Belmarsh han tenido efectos devastadores. Hay que leer los informes de Nils Melzer, Relator especial de la ONU sobre la tortura, y las opiniones clínicas de Michael Kopelman, profesor emérito de neuropsiquiatría en el King College de Londres y del Dr. Quinton Deeley, y reservar el desprecio para el sicario estadounidense en los tribunales, James Lewis QC, que calificó esto como un “proceso de enfermedad (malingering)”.

Me conmovieron especialmente las palabras expertas de la Dra. Kate Humphrey, neuropsicóloga clínica del Imperial College, de Londres, quien declaró el año pasado al Old Bailey que el intelecto de Julian había pasado de estar en “el rango superior, o mejor dicho, probablemente muy superior” a “un nivel significativamente por debajo” de su nivel óptimo, hasta un punto donde le costaba mucho retener información y “rendir en un rango bajo a medio”.

En otra escena judicial de este vergonzoso drama kafkiano, pude ver cómo a Julián le costó recordar su nombre cuando el juez le pidió que lo dijera.

Estuvo encerrado durante la mayor parte de su primer año en Belmarsh. Ante la negación de realizar ejercicio adecuadamente, recorría su pequeña celda, ida y vuelta, ida y vuelta, para “mi propio auto-maratón” me dijo. Se podía sentir la desesperación. Encontraron una hojilla de afeitar en su celda. Escribió “cartas de despedida”. Llamó varias veces a los samaritanos.

Primero le negaron sus lentes de lectura, abandonados en la brutalidad de su secuestro de la embajada. Cuando los lentes finalmente llegaron a la cárcel, tardaron días en entregárselos. Su defensor, Gareth Peirce, se cansó de escribir cartas al director de la cárcel, reclamando por la retención de sus documentos legales, la negación del acceso a la biblioteca de la prisión y al uso de una laptop básica que tenían preparada para un caso como este. La prisión se tomó semanas, incluso meses en responder. El gobernador, Rob Davis, fue galardonado con la Orden del Imperio Británico.

Los libros que le envió un amigo, el periodista Charles Glass, sobreviviente de una toma de rehenes en Beirut, fueron devueltos. Julian no podía llamar a sus abogados estadounidenses. Desde el comienzo, estuvo constantemente medicado. Una vez, cuando le pregunté qué le estaban dando, no pudo responderme.

A finales de octubre, durante la audiencia ante la Corte Suprema para decidir si finalmente Julián iba a ser o no extraditado a Estados Unidos, solo pudo comparecer —brevemente, durante el primer día— por video-conferencia. Se veía indispuesto e inquieto. A la Corte se le dijo que no había asistido “excusado” por su “medicación”; pero su compañera, Stella Moris, declaró que Julian había solicitado asistir y que el permiso fue negado. No hay dudas de que comparecer ante el tribunal que te va a juzgar es un derecho.

Este hombre, profundamente orgulloso, también exige el derecho a mostrarse fuerte y coherente en público, como hizo en Old Bailey el año pasado. En ese momento, consultó constantemente con sus abogados a través de las rendijas de su jaula de cristal. Tomó muchas notas. Se puso de pie y protestó, con una rabiosa elocuencia, contra las mentiras y abusos del proceso.

No quedan dudas sobre el daño que se le ha hecho a Julián durante esta década de encarcelamiento e incertidumbre, incluyendo más de dos años en Belmarsh (cuyo brutal régimen es celebrado en la última película de Bond).

Pero tampoco quedan dudas sobre su coraje y su heroica capacidad de resistencia y resiliencia. Esto podría llevarlo a superar la actual pesadilla kafkiana (si logra sobrevivir al infierno estadounidense).

Conocí a Julian cuando llegó a Gran Bretaña en 2009. En nuestra primera entrevista, me habló del imperativo moral detrás de WikiLeaks: el derecho a la transparencia de los Gobiernos y el Poder es un derecho democrático básico. Lo he visto aferrarse a este principio incluso en detrimento de sus condiciones de vida.

Casi ninguno de estos notables rasgos de su carácter ha aparecido en la llamada “prensa libre”, cuyo futuro, según dicen, está en riesgo en caso de que Julian sea extraditado.

Obviamente, porque esa “prensa libre” no ha existido nunca. Lo que ha existido son periodistas extraordinarios que han ocupado cargos en “los medios” —clausurada esta opción, el periodismo independiente se ha visto obligado a volcarse en internet—.

Allí, se ha convertido en un “quinto poder” un samizdat de trabajo voluntario, sostenido por quienes fueron excepciones honorables en los medios, ahora reducidos a una cadena de clichés. Palabras como “democracia”, “reforma”, “derechos humanos” son despojadas de su significado en el diccionario y la censura funciona por omisión o exclusión.

La reciente audiencia fatídica ante la Corte fue “desaparecida” de la “prensa libre”. La mayoría de la gente no sabe que una Corte en el corazón de Londres se sentó a juzgar su derecho a la información; el derecho a cuestionar y discernir.

Muchos estadounidenses, si saben algo del caso de Assange, creen en la fantasía de que Julián es un agente ruso responsable de la derrota de Hillary Clinton contra Donald Trump en las elecciones presidenciales del 2016. Esto es sorprendentemente similar a la mentira de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva, lo que justificó la invasión a Irak y la muerte de —aproximadamente— un millón o más de personas.

Es poco probable que sepan que el testigo principal de la investigación que sustenta uno de los cargos inventados contra Julián admitió recientemente que mintió, fabricando su “evidencia”.

Tampoco habrán oído o leído sobre las revelaciones de que la CIA, bajo su antiguo director Mike Pompeo (un imitador de Hermann Goering), planeaba asesinar a Julián. Nada nuevo. Desde que conozco a Julián, ha estado bajo amenaza (y cosas peores).

En su primera noche en la embajada de Ecuador durante el 2012, figuras oscuras se arremolinaron frente a la embajada golpeando las ventanas, tratando de entrar. En EE. UU., figuras públicas —incluyendo a Hillary Clinton, recién llegada de destruir Libia— tienen mucho tiempo pidiendo el asesinato de Julián. El presidente actual, Biden, lo denominó un “terrorista tecnológico”.

La ex primera ministra de Australia, Julia Gillard, tuvo tantas ganas de complacer a los que llamó “nuestros mejores amigos” en Washington, que pidió que se le quitara el pasaporte —hasta que le advirtieron que eso sería ilegal—. El actual primer ministro, Scott Morrison, un diplomático, cuando se le preguntó sobre Assange, dijo: “debería dar la cara”.

La temporada de caza contra el fundador de WikiLeaks empezó hace más de una década. En 2011, The Guardian explotó el trabajo de Julián como si fuera propio, acumulando premios de periodismo y acuerdos con Hollywood, para luego volverse en contra de su fuente.

Vinieron años de condenables ataques contra el hombre que se negó a ser parte del club. Fue acusado de no cuidar, en la redacción de los documentos, los nombres de las personas que podían entrar en riesgo. En un libro de The Guardian, escrito por David Leigh y Luke Harding, Assange es citado diciendo, durante una cena en un restaurante en Londres, que no le importaba si los informantes nombrados llegaran a sufrir daños.

Ni Harding ni Leigh estaban en esa cena. John Goetz, un periodista de investigación de Der Spiegel, sí estuvo allí, y en su testimonio declaró que Assange no dijo nada de esto.

El gran denunciante Daniel Ellsberg declaró al Old Bailey el año pasado que Assange había redactado, personalmente, 15.000 documentos. El periodista de investigación neozelandés, Nicky Hager, quien trabajó con Assange en las filtraciones de la Guerra de Afganistán e Irak, describió cómo Assange tomó “precauciones extraordinarias en la redacción de los nombres de los informantes”.

En 2013, le pregunté al cineasta Mark Davis sobre esto. Un respetado locutor radial de SBS-Australia, con Davis como testigo, acompañó a Assange durante la preparación de los archivos filtrados para su publicación en The Guardian y The New York Times. Me dijo: “Assange fue el único que trabajó día y noche extrayendo los 10.000 nombres de personas que podían ser fichadas por la revelaciones de los registros”.

En una conferencia ante un grupo de estudiantes de la Universidad City, David Leigh se burló de la idea de que “Julian Assange terminará en un traje anaranjado”, despreciando con sorna lo “exagerado” de sus temores. Más tarde, Edward Snowden reveló que a Assange lo tenían sujeto a un “cronograma de persecución”.

Luke Harding, quien coescribió con Leigh el libro de The Guardian en donde se reveló la contraseña de los cables diplomáticos que Julián había confiado al periódico, estaba fuera de la embajada de Ecuador cuando Julián pidió el asilo. Parado junto a una línea de policías, se regodeó en su blog: “Scotland Yard puede reírse de último”.

La campaña fue implacable. Los columnistas de The Guardian escarbaron hondo. “Él es, realmente, la cagada más grande”, escribió Suzanne Moore de un hombre que no conocía.

El editor que presidió todo esto, Alan Rusbridger, se ha unido últimamente al coro que repite que “defender a Assange es proteger la prensa libre”. Después de publicar las revelaciones iniciales de WikiLeaks, Rusbridger podría preguntarse si la posterior excomunión de Assange de The Guardian será suficiente para proteger su propio pellejo de la ira de Washington.

Es probable que los jueces de la Corte Suprema anuncien su decisión sobre la apelación estadounidense el próximo año. Lo que ellos decidan determinará si el poder judicial británico ha destruido, o no, los últimos vestigios de su criticada reputación. En el país de la Carta Magna este vergonzoso caso debería haber salido de los tribunales hace tiempo.

El tema acá no es el posible impacto sobre una cómplice “prensa libre”. Es la justicia negada —voluntariamente— para un hombre perseguido.

Julian Assange es un narrador de verdades cuyo único crimen ha sido revelar los crímenes y mentiras del Gobierno en una gran escala, realizando así uno de los más grandes servicios públicos que he visto en toda mi vida. ¿Necesitamos recordar que la justicia para uno es la justicia para todos?

Tomado de: Investig Action

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Julian Assange

Por Santiago O’Donnell

A Julian Assange lo metieron preso por lo que publicó. No por robar, no por matar, no por cometer actos violentos y mucho menos terroristas. Ni siquiera lo metieron preso por lo que piensa. Fue por publicar a cualquier precio pero no cualquier cosa. No publicó chismes ni intimidades. Publicó filtraciones muy fuertes de Rusia y de China, además de Estados Unidos. Revelaciones de su Australia natal, de Kenia, Indonesia y Perú. Cruzó un límite cuando publicó cientos de miles de cables de embajadas estadounidenses, exponiendo los crímenes que esos cables detallan. Y pagó el precio. Por su defensa tecnológica del independentismo catalán había quemado sus últimos puentes con las potencias de la Unión Europea. Por eso lo metieron preso: por publicar hasta quedarse solo.

Últimos cartuchos

Lo vi gastar sus últimos cartuchos en la embajada de Ecuador cuando preparaba Vault Seven, la mayor filtración de la historia de la CIA. Tenía a Donald Trump comiendo de su mano después de conquistarlo con la publicación de los mails de Hillary Clinton, un hecho determinante en el triunfo electoral del magnate norteamericano. Con el apoyo de Trump, Assange se había ganado su libertad, su prosperidad y el fin del calvario de años de encierro en tres cuartos de embajada. Solo tenía que no publicar. Pero publicó. Nada menos que Vault Seven, documentos ultrasecretos que muestran cómo la CIA espía celulares y televisores inteligentes. Ahí es cuando se reunieron los espías de la CIA de Trump y se pusieron a pensar cómo hacían para matarlo. Se supo hace un mes gracias a una investigación de Yahoo! News que el propio director de la CIA de entonces, Mike Pompeo, confirmó diciendo que la fuente anónima que dio la información debería ser criminalizada.

Ese es el problema. Mientras que en estos días se decide la suerte de Assange en un extraordinario juicio de extradición en Gran Bretaña a pedido de Estados Unidos, es importante decir que lo metieron preso y lo quieren matar por publicar. Y que por eso lo quieren mostrar como una especie de terrorista solitario con aires de intelectual, una especie de Unabomber que amenaza la seguridad estadounidense. Pero Unabomber, además de haber escrito un manifiesto anticapitalista, usaba explosivos que mataban personas. En el caso de Assange, las bombas son sus verdades. Jamás, ni siquiera en Suecia, ha sido tan siquiera acusado de ejercer la violencia en cualquiera de sus formas. Ni él ni ningún miembro de WikiLeaks, pasado o presente. Más aún, nadie ha podido demostrar que alguien haya muerto a raíz de las revelaciones de WikiLeaks. Pero el sitio publicó verdades muy pesadas. Tanto que a su editor lo metieron preso y lo quieren matar.

Palomas y halcones

O, para ser más precisos, las palomas tipo Joe Biden, Hillary Clinton y Barack Obama lo quieren preso. Igual que muchos ingleses, suecos y ecuatorianos, por solo mencionar a los directamente involucrados en esta historia. En cambio los Pompeo, los amigos de Trump y los espías británicos y estadounidenses prefieren verlo muerto. Y si no lo pueden matar con un dron porque sólo aplican esa clase de castigo sumario a personas de rasgos arábigos que viven en países lejanos, y ya que no pueden freírlo en una silla eléctrica porque ningún tribunal lo va a condenar a muerte en Estados Unidos, van a tratar de hacer que se pudra en una cárcel. O que se vuelva loco, que para el caso es lo mismo.

Ya lo tuvieron siete años encerrado en un pedacito de embajada a la vuelta de Scotland Yard. No lo dejaban respirar. De día ni se acercaba a las ventanas por miedo a que le disparen. Por las noches se escondía detrás de las cortinas y le sacaba fotos a los policías y espías que lo vigilaban. Pobre, pensaba todo el tiempo que lo iban a matar.

Amenazas de muerte

Guardaba sus amenazas de muerte prolijamente en una carpeta que siempre tenía a mano para mostrarles a sus amigos y a los periodistas que lo iban a ver. Él ya sabía que lo querían matar pero aún gozaba de dos libertades que para él eran todo, o casi: “tengo acceso a internet y visitas ilimitadas,” me dijo confiado más de una vez, mientras el gobierno ecuatoriano de Rafael Correa lo cobijaba con cama, comida, asilo y ciudadanía. Después vino Lenin Moreno y primero le sacó una habitación, la sala de reuniones, prácticamente un tercio de su preciado territorio. Después le recortó las visitas, después le sacó la compu y al final lo tiró a los perros ingleses que entraron a la embajada para llevárselo de los pelos a la peor celda que pudieron encontrar. Todo eso y más a cambio de un crédito del Fondo Monetario Internacional. Assange terminó en la cárcel de máxima seguridad de Belmarsh entre asesinos seriales y pesados de caño, aislado, enfermo, casi siempre lejos de su familia y abogados por disposición de funcionarios anónimos que se esconden detrás de la burocracia de la pandemia, y por la inacción de Su Señoría Vanessa Baraister, la jueza del caso. Encima en las audiencias de su juicio lo exhiben en uniforme carcelario, encerrado en una jaula de vidrio, como si fuera la reencarnación rubia de Abimael Guzmán.

Por eso el fallo de Baraister a favor de Assange contiene un par de, digamos, mentiras, que no conviene mencionar en voz alta porque a fin de cuentas es un fallo a favor de Assange que muy pocos esperaban, que Estados Unidos apeló y en pocos días más se decide esa apelación. El fallo dice, en esencia, que Estados Unidos tiene razón en que Assange es un peligroso terrorista que se choreó un montón de información. Sin embargo, agrega la jueza, no lo pueden extraditar porque está muy deprimido, las cárceles estadounidenses son muy rigurosas y es probable que en semejantes condiciones Assange encuentre la manera de suicidarse. Las mentiras de la jueza no están en aceptar que Assange es un peligroso terrorista que choreó información. OK, no choreó información, se la pasaron, y no atacó a nadie. Pero en todo caso es lo que dice el pedido de extradición. La mentiras de la jueza son, primero, dar a entender que no lo manda a Estados Unidos porque supuestamente las cárceles de ese país vendrían a ser mucho peores que la inglesas. La segunda mentira es dar a entender que a la jueza le importa la salud mental de Assange cuando es tanto lo que podría haber hecho para mejorarla.

¿Cuánto lleva preso y aislado? ¿Dos años? ¿Tres? ¿Tres más siete en la embajada? En la vida de Assange horas, días, meses y años se suceden en un trance continuo, me contó una vez, como una película que nunca termina. No hay que criticar el fallo de la jueza porque es a favor y hay que esperar calladitos que se decida la apelación, pero uno no puede dejar de pensar que el fallo llegó después de que los que quieren verlo muerto perdieran las elecciones con los que quieren verlo preso. Y los que quieren verlo preso prefieren que se pudra en una cárcel lejos de Estados Unidos: no quieren un juicio que sería un papelón en un país con una Primera Enmienda constitucional que defiende la libertad de expresión. Entonces la jueza falla a favor de Assange pero lo deja encerrado para que se vaya muriendo de a poco. Estirando el proceso pese a que Assange no tiene ninguna cuenta pendiente con la justicia británica. En una cárcel de máxima seguridad pese a que nunca mató ni a una mosca.

Se podría decir, desde nuestro chauvinismo, que la jueza le aplicó a Assange la doctrina Irurzun. Pero sería más justo decir que Irurzun aplicó en Argentina la doctrina Assange: castigo preventivo para no depender del resultado un juicio.

El costo de publicar

El tema es que lo metieron preso y lo quieren matar por lo que publicó. Y no es porque lo odian. O no es solo por eso. Las razones de Estado van más allá. Lo quieren silenciar y lo quieren ver sufrir porque publicó verdades que nunca más deben salir a la luz. Y para que eso no vuelva a pasar, nadie más debe atreverse a publicarlas sin sentir el riesgo de terminar loco o muerto o pudriéndose en alguna cárcel de máxima seguridad. Entonces mejor callamos o publicamos pavadas. Por eso su liberación inmediata es tan importante para el oficio, para la libertad de expresión y para la democracia. Por eso miles de personas en todo el mundo exigimos que lo suelten y lo dejen en paz. Ojalá se sumen muchos más.

“Conseguir información es fácil, lo difícil es publicar,” me dijo una vez. Tan difícil que lo metieron preso y lo quieren matar. Por publicar.

Tomado de: Página/12

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La CIA vs. Assange: el mundo debe saber

Por Patrick Cockburn

Hace tres años, el 2 de octubre de 2018, un comando de oficiales sauditas asesinó al periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudita en Estambul. El propósito del asesinato era silenciar a Khashoggi y atemorizar a los críticos del régimen saudita al mostrar que se les perseguiría y castigaría como si fueran agentes de una potencia extranjera.

Esta semana se reveló que en 2017, un año antes del asesinato de Khashoggi, la CIA había maquinado el secuestro o asesinato de Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, quien cinco años antes se había refugiado en la embajada de Ecuador en Londres. Un alto funcionario estadunidense de contrainteligencia señaló que “en los más altos niveles” del gobierno de Donald Trump se discutieron planes para la entrega forzada de Assange a Estados Unidos. El informante fue uno de los más de 30 funcionarios estadunidenses –ocho de los cuales confirmaron detalles de la propuesta de secuestro– citados en una investigación de 7 mil 500 palabras de Yahoo News sobre la campaña de la CIA contra Assange.

El plan era “irrumpir en la embajada, sacar a rastras a Assange y llevarlo a donde queremos”, recordó un antiguo oficial de inteligencia. Otro informante comentó que tuvo conocimiento de una reunión celebrada en la primavera de 2017 en la que Trump preguntó si la CIA podría asesinar a Assange y plantear “opciones” de cómo hacerlo. Trump lo ha negado.

Mike Pompeo, jefe de la CIA designado por Trump, declaró en público que clasificaría a Assange y a WikiLeaks como equivalentes a “un servicio hostil de inteligencia”. Apologistas de la CIA aseguran que la libertad de prensa no estaba amenazada, porque Assange y los activistas de WikiLeaks no eran verdaderos periodistas. Los funcionarios de inteligencia del más alto nivel intentaban decidir quién es periodista y quién no, y cabildeaban con la Casa Blanca para redefinir a otros periodistas de alto perfil como “traficantes de información”, a quienes se consideraría susceptibles de ser atacados, como si fueran agentes de una potencia extranjera.

Entre aquellos a quienes se mencionó que la CIA quería atacar estaban Glenn Greenwald, fundador de la revista Intercept y ex columnista de The Guardian, y Laura Poitras, cineasta documentalista. Los argumentos para hacerlo eran similares a los empleados por el gobierno chino para suprimir a disidentes en Hong Kong, los cuales fueron muy criticados en Occidente. Encarcelar periodistas como espías ha sido siempre la norma en países autoritarios, como Arabia Saudita, Turquía y Egipto, en tanto que denunciar a la prensa libre como antipatriota es una marca más reciente de gobiernos nacionalistas populistas que han llegado al poder en todo el mundo.

Sólo es posible hacer un breve resumen de la extraordinaria historia expuesta por Yahoo News, pero los periodistas que la escribieron –Zach Dorfman, Sean D. Naylor y Michael Isikoff– deben arrasar con todos los premios periodísticos. Sus revelaciones deben ser de particular interés en Gran Bretaña, porque fue en las calles del centro de Londres donde la CIA planeaba un asalto extrajudicial a una embajada, el secuestro de un ciudadano extranjero y su entrega secreta a Estados Unidos, con la alternativa de asesinarlo.

No se trataba de ideas deschavetadas de oficiales de inteligencia de bajo nivel, sino de operaciones que, según la información, Pompeo y la agencia tenían toda la intención de llevar a cabo. Esta fascinante y trascendental historia, basada en múltiples fuentes, debería atraer extensa cobertura y variados comentarios editoriales en los medios británicos, para no mencionar al Parlamento. Muchos periódicos han publicado cuidadosas versiones de la investigación, pero no han causado furor. Hay desconcertantes vacíos de cobertura, como en la BBC, que sólo dio cuenta del caso, hasta donde puedo ver, en su servicio de radio para Somalia. El Canal 4, normalmente tan diligente en defender la libertad de expresión, al parecer no mencionó la noticia para nada.

De hecho, el ataque a la embajada nunca ocurrió, pese a lo avanzado de la planeación. “Hubo una discusión con los británicos sobre poner la otra mejilla o mirar para otro lado cuando un equipo de tipos entrara e hiciera una acción”, aseveró un ex alto oficial de contrainteligencia estadunidense, quien añadió que los británicos se negaron a permitir la operación.

Sin embargo, el gobierno británico realizó su propia acción contra Assange, menos melodramática, pero más efectiva, al sacarlo de la embajada el 11 de abril de 2019, luego de que el nuevo gobierno de Ecuador revocó el asilo. Dos años y medio después, Assange permanece en la prisión de máxima seguridad de Belmarsh, mientras Washington apela contra una decisión judicial de no extraditarlo a Estados Unidos por un posible riesgo de suicidio.

Si se le extradita, enfrentaría 175 años de prisión. Sin embargo, es importante entender que sólo cinco de ellos estarían fundados en la Ley de Fraude y Abuso con Computadoras, en tanto que los otros 170 años potenciales serían conforme a la Ley de Espionaje de 1917, adoptada durante el punto más alto de la fiebre de patriotismo a raíz de que Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial.

Sólo un pequeño cargo contra Assange se refiere a la revelación por WikiLeaks, en 2010, de una colección de cables diplomáticos estadunidenses y reportes del ejército relativos a las guerras de Irak y Afganistán. Los otros 17 cargos están relacionados con clasificar investigación periodística normal como equivalente al espionaje.

La determinación de Pompeo de mezclar investigación periodística con espionaje tiene particular relevancia en Gran Bretaña, porque la secretaria del interior, Priti Patel, pretende hacer prácticamente lo mismo. Propone actualizar la Ley de Secretos Oficiales para que periodistas, denunciantes ciudadanos y filtradores de noticias enfrenten sentencias hasta de 14 años de prisión. Un documento de consulta emitido en mayo, titulado Legislación para Contrarrestar Amenazas al Estado (Actividad Hostil al Estado) redefine el espionaje como “el proceso encubierto de obtener información confidencial delicada que normalmente no está a disposición del público”.

La verdadera razón de que la exclusiva acerca del complot de la CIA para asesinar a Assange haya sido ignorada o minimizada es que, desde todos los credos políticos, de izquierda, derecha o centro, se le está relegando injustamente como un paria.

Por dar sólo dos ejemplos, el gobierno estadunidense ha seguido afirmando que las revelaciones de WikiLeaks en 2010 pusieron en riesgo vidas de agentes estadunidenses. Sin embargo, el ejército de ese país reconoció en una audiencia judicial en 2013 que un equipo de 120 oficiales de contrainteligencia no logró hallar en Irak o Afganistán una sola persona que hubiera muerto por dichas revelaciones. En cuanto a las acusaciones de violación en Suecia, muchos sienten que bastaría con ellas para negar a Assange cualquier aseveración de ser un mártir en la causa de la libertad de prensa. No obstante, el fiscal sueco sólo realizó una “investigación preliminar” y no se han presentado cargos.

Assange es una clásica víctima de la “cultura de cancelación”, tan satanizado que ya no puede obtener una audiencia, ni siquiera cuando un gobierno conjura para secuestrarlo o asesinarlo.

En realidad, Khashoggi y Assange fueron perseguidos sin tregua por el Estado porque cumplieron el deber primordial de un periodista: descubrir información importante que el gobierno quiere mantener en secreto y revelarla al público.

Tomado de: La Jornada

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Un día en la moribunda justicia británica

Foto El Nacional

Por John Pilger

El jueves 12 de agosto estuve sentado en los Reales Tribunales de Justicia de Londres junto a Stella Moris, la compañera de Julian Assange. Conozco a Stella desde que conozco a Julian. Ella también es una voz que clama por la justicia, procedente de una familia que luchó contra el fascismo del apartheid. Hoy su nombre fue pronunciado en el tribunal por una abogada y un juez, personas nada memorables si no fuera por el poder que les otorga su cargo.

La abogada, Clair Dobbin, está a sueldo del régimen de Washington, antes del de Trump y ahora del de Biden.  Es la sicaria de Estados Unidos, o la “conseguidora”, como ella preferiría que la llamaran. Su objetivo es Julian Assange, alguien que no ha cometido ningún crimen y ha desempeñado un servicio público de carácter histórico al revelar los actos criminales y los secretos en los que los gobiernos, especialmente los que se consideran democráticos, basan su autoridad.

Para aquellos que puedan haberlo olvidado, Wikileaks, organización de la que Assange es fundador y editor, desveló los secretos y mentiras que condujeron a la invasión de Irak, Siria y Yemen, el papel criminal del Pentágono en docenas de países, el plan de acción para la catástrofe de veinte años que ha sido Afganistán, los intentos de Washington por derribar gobiernos electos, como el de Venezuela, la connivencia entre supuestos adversarios políticos (Bush y Obama) para suprimir la investigación sobre la tortura y los planes de la CIA (desvelados en los documentos denominados Vault 7) para convertir su teléfono móvil e incluso su aparato de televisión en espías.

Wikileaks publicó casi un millón de documentos de Rusia que permitieron a sus ciudadanos alzarse por sus derechos. Reveló que el gobierno australiano había conspirado con el de EE.UU. contra uno de sus ciudadanos, Julian Assange. Puso nombre a los políticos australianos que habían pasado “información” a EE.UU. Realizó la conexión entre la Fundación Clinton y el ascenso del yihadismo en los Estados del Golfo armados por Estados Unidos.

Todavía hay más: Wikileaks reveló la campaña de EE.UU. destinada a moderar los salarios en “países maquila” como Haití, la campaña de tortura de la India en Cachemira, el acuerdo secreto del gobierno británico para proteger los “intereses estadounidenses” en su investigación oficial sobre Irak y el plan del Foreign Office británico para crear una falsa “zona de protección marítima” en el Océano índico, con el fin de negar a los habitantes del archipiélago de Chagos el derecho a regresar a sus hogares.

En otras palabras, Wikileaks nos ha informado verazmente de quienes nos gobiernan y nos llevan a la guerra, permitiéndonos ser críticos con la propaganda precocinada y repetitiva que llena los periódicos y las pantallas de los televisores. Eso es el verdadero periodismo. Y por el crimen de hacer verdadero periodismo, Assange ha pasado la mayor parte de la última década encarcelado, de una forma o de otra, incluyendo la prisión de Belmarsh, un lugar terrible.

Diagnosticado con el síndrome de Asperger, Julian es un intelectual visionario motivado por su convicción de que la democracia no es democracia si no es transparente y rinde cuentas ante sus ciudadanos.

La semana pasada Estados Unidos buscaba la aprobación del tribunal supremo británico para ampliar los términos de su apelación contra la decisión tomada en enero por la juez de distrito, Vanessa Baraitser, de denegar la extradición de Assange. Baraitser aceptó la profundamente perturbadora evidencia presentada por una serie de expertos según la cual la vida de Assange correría peligro si entrara dentro del infame sistema carcelario de EE.UU.

El profesor Michael Kopelman, una autoridad mundial en neuropsiquiatría, había declarado que Assange encontraría el modo de acabar con su vida como resultado directo de lo que Nils Melzer, el Relator de Naciones Unidas sobre la Tortura, describió como el “cobarde acoso” a Assange por parte de los gobiernos y de sus lacayos mediáticos.

Quienes estuvimos en la sala de Old Bailey el pasado septiembre y escuchamos el testimonio de Kopelman quedamos conmocionados y conmovidos. Yo estaba sentado junto al padre de Julian, John Shipton, que se cubría la cabeza con las manos. El tribunal pudo escuchar también el descubrimiento de una cuchilla de afeitar en la celda de Julian en Belmarsh, que había hecho llamadas desesperadas a [la ONG de prevención del suicidio] los Samaritanos, escrito notas y muchas otras cosas que nos dejaron a todos consternados.

Tras escuchar al abogado principal a sueldo de Washington, John Lewis (un antiguo militar que utiliza la fórmula servilmente teatrera “ajá” con los testigos de la defensa) reducir estos hechos a “fingimiento” y al “falso testimonio” de los expertos, nuestro espíritu se animó con la respuesta de Kopelman, cuando explicó que el propio Lewis le había buscado en otra ocasión para que diera su opinión experta en otro caso.

La compinche de Lewis es Clair Dobbin, que tuvo su gran día en la audiencia del jueves pasado. Ella se encargó de redondear las calumnias a Kopelman. Un estadounidense con cierta autoridad se sentaba tras ella en la sala. Dobbin afirmó que Kopelman había “engañado” a la juez Baraitser en septiembre porque no había divulgado que Julian Assange y Stella Moris eran pareja y que sus dos hijos, Gabriel y Max, fueron concebidos durante el periodo en que Julian había buscado refugio en la embajada ecuatoriana en Londres.

Aparentemente este hecho restaba importancia al diagnóstico médico de Kopelman: que Julian, encerrado en aislamiento en la prisión de Belmarsh y enfrentado a su extradición a EE.UU. sobre la base de falsos cargos de “espionaje”, había sufrido una grave depresión psicótica y había planeado, o incluso había intentado, acabar con su propia vida.

Por su parte, la juez Baraitser no observaba ninguna contradicción. Desde marzo de 2020 conocía la naturaleza de la relación entre Stella y Julian, y el profesor Kopelman había hecho referencia a ella en su informe de agosto de 2020. Así pues, tanto la juez como el tribunal tenían pleno conocimiento de la misma antes de que se celebrara la principal audiencia sobre la extradición en septiembre. En su veredicto de enero Baraitser afirmó:

“[El profesor Kopelman] evaluó al Sr. Assange en el periodo entre mayo y diciembre de 2019 y estaba en inmejorable disposición para considerar sus síntomas de primera mano. Ha sido sumamente cuidadoso en proporcionar un relato documentado sobre los antecedentes del Sr. Assange y su historial psiquiátrico. Ha prestado la máxima atención a las notas médicas de la prisión y ha proporcionado un detallado resumen anexo a su informe de diciembre. Es un médico forense experimentado y era plenamente consciente de la posibilidad de exageración o fingimiento de enfermedad. No hay razones para dudar de su opinión clínica”.

Añadió, además, que “no había sido engañada” por la exclusión de la relación entre Stella y Julian en el primer informe de Kopelman y que entendía que Kopelman estaba protegiendo la intimidad de Stella y de sus dos hijos pequeños.

En realidad, como bien sé, la seguridad de la familia siempre ha estado amenazada. Como muestra les contaré que un guardia de seguridad de la embajada confesó que le habían pedido que robara uno de los pañales del bebé para que una empresa contratada por la CIA pudiera analizar su ADN. Ha habido una sarta de amenazas que no se han hecho públicas contra Stella y sus hijos.

Para EE.UU. y sus mercenarios legales en Londres, dañar la credibilidad de un renombrado experto al sugerir que retenía esta información era una forma, con la que sin duda contaban, de dar nuevo impulso a su debilitado caso contra Assange. En junio el periódico islandés Stundin informó de que un testigo clave de la acusación contra Assange admitió haber fabricado la evidencia. La acusación de “pirateo” que EE.UU. tenía la esperanza de usar contra Assange si podían echarle las manos encima dependía de esta fuente y este testigo, Sigurdur Thordarson, un informante del FBI.

Thordarson había trabajado como voluntario para Wikileaks en Islandia en 2010 y 2011. En 2011, cuando se levantaron cargos penales contra él, contactó con el FBI y se ofreció como informante a cambio de lograr inmunidad ante cualquier acusación. Resulto que era un estafador convicto que malversó 55.000 dólares de Wikileaks y había cumplido dos años de prisión. En 2015 fue sentenciado a tres años más por delitos sexuales contra muchachos adolescentes. El Washington Post considera que la credibilidad de Thordarson es el “núcleo” del caso contra Assange.

En la audiencia de la semana pasada, el presidente del Tribunal Supremo Holroyde no hizo mención alguna a este testigo. Su motivo de preocupación era que la juez Baraitser hubiera dado demasiado peso al testimonio del profesor Kopelman, un hombre venerado en su campo. Afirmó que era “muy poco habitual” que un tribunal de apelación tuviera que reconsiderar las evidencias aportadas por un experto y aceptadas por un tribunal inferior, pero estuvo de acuerdo con la Sra. Dobbin en que eran “engañosas”, aunque aceptó la “respuesta comprensiblemente humana” de Kopelman con el fin de proteger la privacidad de Stella y de los niños.

Si usted es capaz de descifrar la lógica arcana de todo esto, posee una capacidad de comprensión mayor que la mía, que he seguido este caso desde el principio. Es obvio que Kopelman no engañó a nadie. La juez Baraitser –cuya hostilidad personal hacia Assange fue evidente durante el juicio– declaró no haber sido engañada, ese tema no era una cuestión; no tenía importancia alguna. Entonces ¿por qué el presidente del Tribunal Supremo Lord Holroyde dio un giro al lenguaje con sus legalismos equívocos y envió a Julian de vuelta a su celda y a sus pesadillas? En ese lugar tendrá que esperar hasta la decisión final que se tome en octubre y que, para Julian, es una decisión de vida o muerte.

¿Y por qué Holroyde dejó que Stella saliera de la sala del tribunal temblando de angustia? ¿Por qué es “poco habitual” este caso? ¿Por qué arrojó una balsa salvavidas a la banda de matones del fiscal del Departamento de Justicia de Washington –que tuvo su gran oportunidad bajo la presidencia de Trump y que había sido rechazada por Obama– cuando su caso podrido y corrupto contra un periodista ejemplar se hunde como se hundió el Titanic?

Eso no significa necesariamente que en octubre toda la bancada del Tribunal Supremo vaya a ordenar la extradición de Assange. Supongo que en las capas superiores de la estructura que constituye el sistema judicial británico existen personas que creen en la verdadera ley y la verdadera justicia, de las que el término “justicia británica” toma su consagrada reputación en la tierra de la Carta Magna. Ahora recae sobre sus hombros armiñados la responsabilidad de que esa historia viva o muera.

Me senté con Stella en la columnata del tribunal mientras ella bosquejaba unas palabras para la multitud de medios de comunicación y simpatizantes que esperaban afuera al sol. Un taconeo precedió a la peripuesta Clair Dobbin, con su ondeante cola de caballo, que caminaba con su carpeta de archivos y su apariencia de seguridad: alguien capaz de afirmar que Julian “no está tan enfermo” como para considerar el suicidio. ¿Cómo puede ella saberlo?

¿Acaso ha atravesado la Sra. Dobbin el laberinto medieval de Belmarsh para sentarse con Julian, como han hecho los profesores Kopelman y Melzer, como ha hecho Stella, o como he hecho yo mismo? No importa. Estados Unidos ha prometido ahora no encerrarle en un infierno, al igual que “prometió” no torturar a Chelsea Manning, la misma promesa.

¿Acaso ha leído ella la filtración de Wikileaks de un documento del Pentágono fechado el 15 de marzo de 2009? En él se vaticinaba la guerra actual contra el periodismo. Los servicios de inteligencia de EE.UU., afirmaba, tenían la intención de destruir el “centro de gravedad” de Wikileaks y de Julian Assange mediante amenazas y “procesamiento penal”. La lectura de sus 32 páginas no deja lugar a dudas de que su objetivo era silenciar y criminalizar al periodismo independiente y la difamación el método elegido.

Intenté cruzar la mirada con la Sra. Dobbins pero siguió su camino con decisión: misión cumplida.

En el exterior Stella se esforzaba por contener la emoción. Es una mujer valiente, al igual que su compañero es un hombre de coraje. “De lo que no se ha hablado hoy –dijo Stella– es de por qué yo temo por mi seguridad, por la de mis hijos y por la vida de Julian. Ni de las amenazas y la intimidación constantes que hemos soportado durante años, que nos han aterrorizado y han aterrorizado a Julian durante 10 años. Tenemos derecho a vivir, tenemos derecho a existir y tenemos derecho a que esta pesadilla se acabe de una vez por todas”.

John Pilger es un periodista, escritor y documentalista antiimperialista australiano. Merecedor de múltiples premios y muy crítico con los grandes medios. Ha apoyado a Assange a lo largo de su reclusión. Se le puede seguir en su web www.johnpilger.com

Tomado de: Counterpunch

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La hipótesis Assange

Julian Assange, editor australiano.

Por Francisco Sierra Caballero @fsierracb

Dejó escrito Marx que la seguridad es el supremo concepto de la sociedad burguesa, el concepto de la policía, según el cual toda la sociedad existe solamente para garantizar a cada uno de sus miembros la conservación de su persona, de sus derechos y de su propiedad. Un empeño condenado al fracaso cuando la inseguridad de la existencia del precariado, el empobrecimiento de los sectores populares que ven desintegrarse la Seguridad Social, marca, en nuestro tiempo, todo avatar de la coyuntura política que los medios pretenden, por sistema, ocultar. Ya advertía Simmel, en El secreto y las sociedades secretas, que una de las características de la dialéctica moderna es el mito de la transparencia por la que se impone la ocultación como norma y no como excepción, desplegando técnicas de gubernamentalidad sofisticadas para evitar desviaciones: la indiscreción, las filtraciones o la confesión.

Además del mito del progreso y la libertad, la era moderna de la comunicación se proyecta como relato de la sociedad positiva en esta noción iluminista. El discurso de luz y taquígrafos es la panoplia de la prensa liberal para justificar lo evidente: la opacidad constitutiva del modelo de mediación que oculta el trabajo y la miseria del mundo en el modo de producción capitalista. Por ello preocupa al Foro de Davos y a los adláteres de los paraísos fiscales que se proponga vigilar a los vigilantes. De un tiempo a esta parte, tal aseveración se torna tesis indiscutible para ilustrar la naturaleza de nuestra contemporaneidad. La minería de datos, la vigilancia global del Pentágono y la NSA dan cuenta, como revelara Snowden, de una sistemática política institucional de control biopolítico contra toda resistencia, como antaño la Comisión Trilateral advertía de las amenazas de la migración, el narcotráfico y el crimen organizado para justificar la política de represión contra los movimientos revolucionarios.

Hoy, como ayer analizara Mattelart, el complejo industrial-militar con anuencia de la Casa Blanca y Silicon Valley despliegan esta lógica biopolítica de control que nos amenaza pervirtiendo el futuro de la democracia por el control opaco del algoritmo. Mientras los GAFAM (acrónimo de Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) y las start-up anexas al universo Google obtienen ganancias de más de 20.000 millones de dólares sin retribución a autores, periodistas, analistas, programadores y, en general, el cognitariado que hace posible, con su proletarización, la multiplicación de la riqueza, asiste inconsciente a la era del control y la pantalla total, mientras Google reconoce que escucha nuestras conversaciones privadas y Alexa (Amazon), como la Smart TV de Samsung, realizan a diario la distopía de Orwell.

Criminalizar la disidencia e imponer la muerte civil

El problema es que, aquí la hipótesis Assange, Wikileaks violó la ley de secretos oficiales. La sentencia que de momento impide la extradición a Estados Unidos no aborda la cuestión esencial que nos ocupa: la estrategia de lawfare, la guerra asimétrica, basada en la criminalización de la disidencia, las relaciones públicas y el sometimiento por medio de la muerte civil de las fuerzas antagonistas, actualizando así la estrategia de la ideopolítica y la doctrina de seguridad nacional que arranca con la Guerra de Baja Intensidad (GBI) y la era Reagan en la guerra sucia contra la Nicaragua sandinista y tiene ya un recorrido, merced a la noción y estrategia de golpes blandos, contra Lugo (2012), Dilma (2016), Correa (2017), Kirchner (2018) y Petro (2019). Ello sin mencionar la guerra sucia contra Cuba y Venezuela, o la variante catalana en España y el 135.

Pero esto parece no conveniente decirlo en los medios mainstream, que defienden la libertad de expresión solo donde sus intereses son afectados, proyectando como modelo países como Colombia donde ni es posible el derecho de reunión y manifestación, salvo arriesgando la propia vida. Assange, en fin, es la prueba del algodón que demuestra la limitada concepción liberal del periodismo en nuestros días y Wikileaks, el ejemplo de que el núcleo de poder de nuestro tiempo depende de la capacidad de hackeo del espacio público. Más aun cuando sabemos, desde el fallo de la justicia europea, que Facebook, y en general los GAFAM, no garantizan la protección de los datos personales ni, mucho más allá, la soberanía sobre los territorios en el flujo transatlántico de datos tras la USA Patriot Act.

Desde los atentados de las Torres Gemelas, se viene impulsando una política de control en el que la vigilancia clandestina se ha extendido al tiempo que se privatizan los dispositivos y procesos de organización de la red telemática. Programas informáticos como mSpy, EasySpy, Flexispy o Spyes y los acuerdos de Facebook, Twitter, Microsoft y Whatsapp con la NSA dejan en evidencia un problema de libertades civiles y de soberanía ajeno al escrutinio público. Pues la opacidad es la condición de la doctrina del shock. Como advierte Ignacio Ramonet (El imperio de la vigilancia), en la era Internet, el control del Estado y las corporaciones privadas es extrema, desnudan literalmente nuestro cuerpo, espíritu y prácticas privadas en una suerte de escáner o radiografía compleja del cuerpo social.

Lo que está en juego

Si Julian Assange es eliminado por la CIA y los lacayos del imperio, la ventana abierta por Wikileaks para imponer la lógica de la confianza y la rendición de cuentas de los profesionales del silencio, en la era de la diplomacia Facebook, asistiremos impávidos al reino de la censura previa sin límites. Y a la criminalización de la pobreza, pues no es posible la acumulación por desposesión sin asegurar el control total del proceso de reproducción, así sea con la necropolítica, máxima expresión de la biopolítia contemporánea en la era de la fábrica social, o con la videovigilancia total. Ya Morozov ha demostrado el control férreo de este sistema contra los activistas de izquierda en las redes sociales. Pero algunos, como Yoani Sánchez, a sueldo del capital, al tiempo que considera demócrata a Donald Trump, cargan contra Maduro, Cuba o el gobierno plurinacional de Bolivia y niega la mayor y evidente lógica de captura e interceptación de las redes sociales por Estados Unidos. Cuando está comprobado, en los propios documentos del Pentágono, que la verdadera ciberguerra de nuestro tiempo no es solo un problema de seguridad sino la lucha ideológica por el código para legitimar el proceso de acumulación por desposesión y las instituciones que lo hacen posible. En palabras de Terry Eagleton, si los soviets han desaparecido, siempre nos quedarán los musulmanes, nacionalistas, indígenas o periodistas de investigación. La OTAN precisa conspirar contra todo enemigo potencial o imaginario. Solo así es posible la reproducción del orden y del progreso. El discurso securitario no tiene, en este sentido, otra función que legitimar la aporafobia y el uso ideológico del miedo para la reproducción de los medios de representación del orden reinante como legitimidad en el espacio público. Y ello, incluso, a condición de planificar y producir masivamente programas de terror mediático y militar, como viene exportando el poder sionista, para cubrir los objetivos imperiales, anulando todo resquicio de crítica y pluralismo informativo en la comprensión de los problemas fundamentales de nuestra sociedad.

Por ello, de acuerdo con Zizek, Assange representa una nueva práctica de comunismo que democratiza la información. Lo público sólo se salvará por la épica de los héroes de la civilización tecnológica. Y por ello muchos seguimos exigiendo su libertad: en Quito, desde CIESPAL, en Sevilla con su abogada Renata Ávila, en ULEPICC, en CLACSO con la Universidad y donde quiera que el lawfare siga criminalizando la verdad y la justicia social. Somos conscientes de que con la libertad del fundador de Wikileaks nos jugamos el futuro de la democracia y los derechos humanos. Ahí es nada.

Tomado de: Mundo Obrero

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Juan Passarelli: “El mundo de hoy tiene la memoria muy corta”

Juan Passarelli, documentalista

Transcribimos la videoentrevista a Juan Passarelli, —periodista de investigación guatemalteco y realizador del documental La guerra contra el periodismo. El caso de Julian Assange—, para la primera edición del espacio Diálogos en reverso, de la Unión de Periodistas de Cuba, celebrada el 8 de enero de 2021.

Octavio Fraga: Buenas tardes desde Cuba, desde la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC). Hoy inauguramos un espacio de conversación, de cruce de palabras a través de la videoconferencia: Diálogos en reverso. En este espacio serán invitados documentalistas, periodistas, ensayistas, críticos de cine, y todos los que tienen un protagonismo, articulación o relación entre el cine documental y el periodismo.

Quiero agradecerle al presidente de la UPEC, Ricardo Ronquillo, a Rosa Miriam Elizalde, Vicepresidenta Primera de la organización quién nos acompaña, su acogida para materializar esta cita que será cada miércoles a la una de la tarde. También a la directora de comunicación de la UPEC, Flor de Paz, que también está junto a nosotros.

El entrevistado de hoy es un invitado de lujo, Juan Passarelli, un guatemalteco radicado en el Reino Unido, periodista de investigación con una vasta experiencia en proyectos audiovisuales, que dirigió un fabuloso documental: La guerra contra el periodismo. El caso de Julian Assange. Bienvenido Juan a Diálogos en reverso, y comenzamos nuestra plática.

Juan Passarelli: Gracias, muchas gracias a la UPEC y a ti Octavio por invitarme. Me siento muy honrado de ser el primero de este espacio, y bueno, les deseo lo mejor, también en el futuro de esta apuesta, gracias.

Octavio Fraga: Juan está involucrado en todo el proceso de liberación de Assange, y su filme constituye un aporte esencial para el conocimiento y evolución del caso. Mi primera pregunta, ¿cómo se gestó este filme? ¿qué pretextos y razones tuviste para hacerlo?

Juan Passarelli: Yo llevo diez años de estar filmando a Julian Assange y al equipo de WikiLeaks. Comencé en octubre del 2010, en donde me invitaron a filmar detrás de escenas, detrás de cámaras, cómo se hacían las revelaciones sobre los papeles de la guerra de Irak.

Estos documentos básicamente mapeaban incidente por incidente, qué era la guerra de Irak, qué había pasado en cada suceso, donde estaba involucrado el gobierno de los Estados Unidos. Una revelación extremadamente importante donde se descubrió a quince mil personas civiles que no habían sido contabilizadas, y también se descubrió que el ochenta por ciento de las personas que habían muerto en esa guerra eran civiles, es algo desastroso. Esa fue una de las publicaciones por las cuales hoy Julian Assange está siendo imputado por espionaje. Los Estados Unidos están tratando de extraditarlo del Reino Unido para que enfrente una supuesta justicia en Virginia, por un jurado integrado por personal de la CIA, el FBI, etcétera.

¿Por qué hago el documental? Porque en septiembre de este año se celebró el primero de los juicios de extradición de Julian Assange, y me parecía muy importante recordarles a las personas que este caso no comenzó hace cinco meses, seis meses o un año. Comenzó hace diez años cuando se hicieron las revelaciones que se le atribuían a Chelsea Manning, una soldado estadounidense analista que tuvo un coraje increíble y que filtró unas de las revelaciones más grandes que se han hecho del Pentágono hasta el día de hoy, y del Departamento de Estado. Entonces quise quitar todo el ruido de los diez años y recordarles a la gente que lo que se expuso en esas revelaciones fueron crímenes de guerra, tortura, lo que pasaba dentro de la prisión de Guantánamo, allí en Cuba, y diferentes programas de tortura y asesinato que tenían los Estados Unidos, que constituyen crímenes de guerra y que las personas que hicieron esos crímenes están libres y felices de viajar y ser aplaudidos alrededor del mundo, como George Bush y Tony Blair, y la persona que está en la cárcel es Julian Assange, siendo torturado al igual que Chelsea Manning lo fue en su momento, torturada y encarcelada por exponer estos crímenes que cometieron los grandes gobernantes del mundo.

Octavio Fraga: En tu documental edificas una especie de mapa por capítulos, por períodos, digamos, de la niñez de Assange hasta lo que estamos viviendo hoy ¿Lo construiste de esa manera por una mejor comprensión del personaje, para hacer un recuento de toda su historia?

Juan Passarelli: Bueno, comencé primero con lo más importante para mí, que son las revelaciones de Afganistán e Irak, los cables diplomáticos de los Estados Unidos y los documentos de los prisioneros en Guantánamo, de los cuales el noventa y ocho por ciento son personas que no son terroristas y todavía hoy se mantienen en esa desgracia de prisión que ha hecho los Estados Unidos y no han querido cerrar hasta el día de hoy.

Entonces comienzo con lo más importante, que es el nombramiento a las víctimas,  que fue expuesto hace diez años, que cambió el mundo a tal punto que uno de los cables que se expuso terminó la ocupación de Irak o la masiva ocupación de Irak en la época de Obama, cuando se descubrió que un grupo de soldados entró a la casa de un granjero, donde estaban él y su familia extendida, incluyendo cinco niños, y los esposaron y ejecutaron a sangre fría. Luego mandaron a un avión a que bombardeara la casa para quitar la evidencia. Eso causó que el primer ministro de Irak en ese tiempo dijera que ya los soldados no iban a tener inmunidad, lo cual hizo que Obama retirara las tropas; ese es el nivel de importancia que han tenido estas filtraciones.

Y quería recordarle al mundo que eso era lo que había pasado, porque fueron hace diez años, uno ya no se acuerda qué pasó en la política. El mundo de hoy en día tiene una memoria muy corta con respecto a lo que pasa, a nuestra historia reciente; y segundo, hay una nueva generación que está siendo políticamente muy activa, especialmente en lugares como Estados Unidos, el Reino Unido y Europa, que no vivieron estas revelaciones, que probablemente nunca las habían escuchado.

Y luego, exactamente después paso a hablar sobre las repercusiones de esta acusación que ha hecho los Estados Unidos: diecisiete cargos por espionaje. Es la primera vez que los Estados Unidos acusa a un periodista, y sí, hay muchas personas que niegan que es periodista, pero es innegable que es un editor, es alguien que publica, y es la primera vez que a un editor se le ponen cargos de espionaje en los Estados Unidos, que choca totalmente contra la Primera Enmienda, algo que realmente se le debe aplaudir a los Estados Unidos, la libertad de expresión como el primer punto de la Constitución, y que reglamenta que el Congreso no podrá legislar algo en contra de la capacidad de comunicación de los individuos, de la libertad de religión, etcétera.

El Acta de Espionaje hace exactamente eso, es una legislación que está en contra de la libre expresión, y cuando es usada para un periodista en la forma en que está siendo usada, lo que se sienta es un precedente que quiere decir que cualquier periodista alrededor del mundo, en los Estados Unidos y fuera, que publique un documento que los Estados Unidos considera como secreto se le puede acusar y extraditar por espionaje. Esto es algo que nunca se había dado antes y que podría, poco a poco, erosionar, la democracia de Occidente y la libertad de expresión a un punto donde llegaremos a un autoritarismo al que realmente no se debe llegar porque nos quita los derechos humanos.

Octavio Fraga: Assange fue víctima de la manipulación, de ataques, y hay un capítulo en el documental que le da un tratamiento biográfico ¿Responde a tu intención de intentar bloquear esa manipulación que hay contra él?

Juan Passarelli: Bueno, quería enseñar que él es una persona normal. Hay cinco países con aparatos muy sofisticados de propaganda para convertir a una persona en un monstruo, lo cual se puede hacer con los suficientes medios a cualquier persona.

Julian Assange es una persona normal, aunque cuando se le menciona a mucha gente dirán cosas como violador, narcisista, que es sucio, etcétera. Son propagandas que se han hecho y que realmente lo que se ha tratado de hacer es enfocar la atención en él y no en las revelaciones, que son los más importante. La tortura de una niña de seis años por las fuerzas iraquíes, la tortura y captura de una persona inocente en Macedonia, donde fue torturado por meses y después cuando se dieron cuenta que tenían a la persona equivocada lo fueron a tirar a una montaña de Albania, a un ciudadano alemán, y que gracias a esos cables logró una victoria en la corte europea de derechos humanos.

Lo que he tratado de hacer es enfocar nuevamente la luz en los crímenes y tratar de quitársela a él, porque él como figura puede ser cualquier otra persona, puede ser cualquier otro periodista, pero lo importante es el papel que él jugó, y el papel que va a jugar el próximo periodista. Porque esta filtración no fue la última, verán, habrá muchas más, y la pregunta es si tendrán las agallas los periodistas después de un precedente como este para publicar, o si estaremos condenados a ser ignorantes por legislaciones draconianas que nos quitan la habilidad de saber qué es lo que hacen los gobiernos en nuestro nombre.

Octavio Fraga: Yo percibo en tu documental que no te apropias de las llamadas estéticas postmodernas, sino más bien lo resuelves con imágenes limpias, sobrias, no te apropias de ningún elemento contemporáneo en el tratamiento de la imagen de tu documental ¿Me podías comentar sobre eso?

Cartel La guerra contra el periodismo. El caso de Julian Assange. (Juan Passarelli, 2020)

Juan Passarelli: Estás entrando en el lado artístico. Yo soy un documentalista con poco sentido de la estética, a mí lo que me apasiona es la historia. Entiendo muy bien que para el mundo moderno hay que enfocarse mucho en la estética y en ese tipo de cosas. Yo escribo la historia y le pongo las imágenes, después se la paso a mi hermano, que es realmente un artista visual, para que me la ponga bonita. Yo no tengo paciencia para eso, aunque el cine es algo que se hace con muchas personas, ¿verdad?

Al principio yo comencé siendo un camarógrafo, comencé siendo un pequeño editor, ahora prefiero no ser el editor principal, no ser el camarógrafo principal, sino más bien enfocarme en cómo se cuenta una historia. Si miras los documentales que he hecho en el pasado, es una estética de lo que está pasando en el momento. Cuando yo agarro una cámara no trato de hacer que la luz, que las sombras; no, yo agarro la cámara, me pongo hasta atrás y trato de captar la vida real porque eso es lo que me interesa, no me interesa una vida real construida, me interesa la vida real como es.

Octavio Fraga: Tú te defines como periodista de investigación, ¿qué componentes tiene ese oficio tuyo en el arte final de tu documental? ¿cómo está incidiendo eso en el documental?

Juan Passarelli: Bueno, llevo diez años siguiendo el caso; para entender un caso tan complejo, con tantas sub-historias, realmente hay que pasar horas de horas investigando documentos. Por ejemplo, sólo en el caso de US Global yo podría hacer dos películas. Es el caso del espionaje que se le hace a Julian Assange en la embajada de Ecuador en el Reino Unido, y que se está celebrando ahorita en las cortes de España, donde hay una clara conexión entre los servicios de inteligencia de Estados Unidos y esta compañía que proveía seguridad a la embajada de Ecuador, y se grababan conversaciones de los abogados, se grababan todas las visitas de Julian Assange tanto en audio como en video.

Hay mucho que investigar detrás de cada una de las historias que destilé en treinta y ocho minutos. Pero si miras cada una de las publicaciones, es una película cada una; si miras sólo el juicio —uff— hay una cantidad de información que hay que destilar para entender realmente la gran imagen y poder darles a las personas en el audiovisual, ese poquito de información que les deja ver esa gran imagen con pocos detalles ¿verdad? Detrás de cada pieza que hago, hay rimeros de papeles de este tamaño, guías de guías de guías de información que me paso leyendo para poder construir la historia.

Octavio Fraga: ¿Cómo retratarías en pocas palabras a Julian Assange?

Juan Passarelli: Julian Assange es una persona con principios, con más principios que yo conozco en esta tierra. Tengo el privilegio de considerarlo un amigo, algunas personas dirían que eso no me hace apto para hacer un documental, pero lo he vivido yo de tan cerca que creo que soy una de las pocas personas que puede contar la historia de una manera verídica, porque he sido testigo de todo esto.

Julian Assange está donde está por sus valores, por su ética, por sus principios. Trump le ofreció un indulto en el 2017 a cambio de la fuente de los documentos del Partido Demócrata, de los correos electrónicos del Partido Demócrata y del líder de campaña de Hillary Clinton, John Podesta, y Julian Assange se negó. Pocos meses después se hizo público el primer cargo en contra de él y la orden de extradición.

 Octavio Fraga: En tu documental incorporas como un elemento simbólico, y también de recordatorio, el video Asesinato colateral. Para los que no lo recuerdan, fue aquella imagen reveladora de unos soldados estadounidenses en un helicóptero Apache que mutilaron a una docena de civiles incluidos dos periodistas de Reuters. Partiendo de esa escena, que es simbólica, te pregunto ¿cómo aborda el documental la memoria pretérita de la historia?

Juan Passarelli: Bueno, ese acto, esa filtración fue clave —y creo que llegará a ser tan conocida en la historia como la imagen de la niña napalm en la guerra de Vietnam. Hay dos helicópteros viendo a once civiles y hay un civil que tiene un arma en el hombro, cosa que no era ilegal en ese tiempo en Bagdad, y confunden la cámara de video del periodista de Reuters con un lanzamisiles, un RPG. Ellos están dando vueltas, viéndolos, y comienzan a pedir permiso para dispararles. Las balas que ellos usan son calibre treinta de uranio y tienen tal potencial que se destrozan en miles de pedacitos cuando caen. En el audio que se escucha desde el Apache los soldados están muy dispuestos, quieren disparar. Al final les dan permiso, y se ve una lluvia de balas que despedaza a muchas personas que estaban ahí, y dejan a uno de los periodistas de Reuters herido. En ese momento dan una vuelta y se escucha a uno de ellos decir: “Miren a esos, a todos esos bastardos muertos”. Y el otro se ríe, porque cuando están en ese helicóptero realmente lo que parece es que están en un videojuego, lo que miran ellos es blanco y negro. Después de eso se ve que el periodista está caminando, está gateando, tratando de salvarse, y se acerca una VAM. En esa VAM iban dos hombres y dos niños, los niños iban a la escuela. El papá mira a un hombre en la calle herido y lo comienzan a levantar para meterlo a la VAM. Los helicópteros piden permiso para volver a disparar, el cual se les da por el simple hecho de que estaban recogiendo a alguien que estaba lastimado. Y aquí es donde realmente se puede decir que fue homicidio, que fue asesinato, porque no había ninguna razón lógica para dispararle a una persona que ya estaba herida y no tenía absolutamente nada que pudiera hacerle daño a los Estados Unidos.

En ese momento se ve mucho más claro. Todos son asesinados. Las únicas dos personas que sobreviven, fuertemente heridas, son los niños, y sólo porque su papá se tiró encima y logró salvarles la vida. Los niños fueron retirados y el ejército le preguntó al centro de operaciones que, si podían llevarlos al hospital estadounidense, que tiene el mejor equipo en medicina. El permiso fue denegado porque los niños eran iraquíes. Entonces es un milagro que sobrevivieran. El editor de WikiLeaks ahora, Kristinn Hrafnsson, fue a conocer a la familia, y conoció a los niños, que ahora estarán en sus veinte. También a la esposa y al esposo de una de las víctimas de un misil que pasa más adelante en el video, donde hay otro incidente: dentro de una casa abandonada matan a una familia entera. El señor sobrevive y cuenta su historia también. Ese video cambió la percepción de qué era la guerra de Irak, pero creo yo que ahora no nos acordamos qué era la guerra, ahora después de eso fue Siria, fue ISIS ¿me entiendes? Ha sido una temporada de guerra perpetua desde el principio de los 2000, desde el 2001. Después del ataque de las Torres Gemelas no ha parado la guerra, ha sido una constante.

Y creo que sí, que tenemos muy poca memoria de la historia reciente; tanto, que para nosotros es normal pasar veinte años en guerra constante. O sea, Afganistán es la guerra más larga que ha tenido los Estados Unidos y para nosotros, pues ya está fuera de los medios todos los días, ya básicamente es una cuestión que ahí se están matando, pero no nos interesa.

Octavio Fraga: ¿Tu documental se ha puesto en el circuito comercial, o en un algún espacio público del Reino Unido, o en algún otro lugar fuera del Reino Unido?

Juan Passarelli: El documental estuvo nominado a mejor película para el Festival de Barcelona, pero para mí no era importante meterlo en algún circuito comercial. Cuando uno hace un documental para que sea distribuido en festivales y que gane premios y que después sea distribuido en televisiones o en cine, lo que uno genera es que el público en general no lo pueda ver hasta el momento en que el documental pierde su valor financiero. Para mí esto no era importante. Para mí lo importante era que todo el mundo tuviera acceso a esa información desde un mes antes de que fuera el juicio de Julian Assange. Es más, ahorita ya está perdiendo su relevancia el final del documental ¿Por qué? Porque ya ha habido varias cosas que han pasado que no están escritas. Si hablamos, por ejemplo, del trato inhumano que se le ha tenido y la cantidad de irregularidades que ha tenido este caso, eso sigue vigente, y sigue vigente hasta el día de antes de ayer cuando se le negó la fianza nuevamente a Julian Assange, aunque el lunes se le exoneró y la corte ordenó que no va a ser extraditado.

Octavio Fraga: A mí me resulta muy importante la presencia de John Pilger, documentalista y periodista australiano quien también radica en el Reino Unido, quien aporta testimonios, valoraciones importantes. ¿Cómo ha sido desde tu percepción la visión del gremio del cine británico en torno al tema de Julian Assange, el caso Julian Assange?

Juan Passarelli: El gremio del cine es un gremio que apoya a Julian. Cuando estrené el documental el cineasta británico Ken Loach estuvo conmigo en el lanzamiento. John Pilger es para mí un dios del periodismo y del documentalismo en el mundo. Tengo la suerte, el honor de poder decirle amigo. John lleva también diez años de estar apoyando a Julian constantemente, al punto que es una de las personas que maneja el fondo de defensa de Julian Assange.

Los artistas en Inglaterra y Europa entienden el problema de Julian Assange, las organizaciones de derechos humanos y de libertad de expresión entienden muy bien el problema de Julian Assange; incluso, las organizaciones de periodismo de Europa, e internacionales, como la Federación Internacional de Periodistas, entienden muy bien el caso de Julian Assange. Los grandes periódicos del mundo como The Guardian, The New York Times, Der Spieger, entienden muy bien lo que le está pasando a Julian. El problema es que en sí los grandes medios no le dedican presupuesto a la investigación, a las irregularidades de este caso, no le dedican una campaña, que debería de haber, que este hombre debe ser liberado hasta que sea liberado, eso no lo hemos visto, y hace falta urgentemente ¿Por qué? Porque hoy, el martes por la mañana, amanecimos en una Gran Bretaña donde se ha sentado un precedente: cualquier periodista que publique secretos de un gobierno extranjero puede ser extraditado por cargos políticos. Eso es un precedente muy peligroso para el Reino Unido.

Octavio Fraga: Cuando se revelaron más de ciento cincuenta mil documentos, de ellos se beneficiaron The New York Times, El País, The Guardian, etcétera. Hoy, con el consenso que se está viviendo con Assange ¿cómo ha sido la posición de estos medios en torno al caso Assange, a su extradición, o no?

Julian Assange junto a Juan Passarelli y el vocalista René Pérez Joglar «Residente»

Juan Passarelli: Todos estos periódicos han lanzado al menos un editorial diciendo que el caso que se está desvelando ahorita en las cortes británicas es un riesgo a la libertad de expresión y a la libertad de prensa; lo que no hemos visto realmente es una campaña concertada de medios a favor de Julian, haciendo presión a los estados, al legislativo, al judicial, al ejecutivo, de estos países, tanto en los Estados Unidos como en el Reino Unido, que son las dos jurisdicciones más importantes ahorita para la libertad de prensa del mundo occidental. Este es el caso más importante de nuestras vidas en términos de libertad de expresión, y sé que Cuba tuvo en algún momento un rol en el que casi le dan asilo a Snowden, y el gobierno cubano ha tenido un papel importante. Yo conocí muy bien a la embajadora cubana en Londres, apoyaba a Julian Assange. Cuba mantiene esa independencia que los países latinoamericanos, no en su totalidad, han logrado mantener en contra de un imperio que trata de comérselos vivos.

Octavio Fraga: Yo quisiera citarte una declaración que hizo el Relator Especial de Naciones Unidas sobre el tema de la tortura, seguramente lo habrás oído. Nils Metzer ha dicho: “Si Julian Assange es condenado será una sentencia de muerte para la libertad de prensa” ¿Qué opinas tú sobre eso?

Juan Passarelli: Es totalmente cierto. Lo que más miedo me da es que hacemos estas advertencias, así como las hicimos hace diez años. Julian Assange hace diez años se ve en mi documental hablando sobre este mismo tema, cuando todavía hace diez años nadie imaginaba que había la posibilidad de que en el Reino Unido hubiera presos políticos, periodistas que simplemente denunciaron crímenes de guerra. Ahora lo vemos diez años más tarde. Como estas situaciones toman mucho tiempo, lo que Nils Metzer está diciendo ahorita no se verá en los próximos meses, no es algo que pasa de un día para otro, es algo que va progresivamente.

El problema es que hay dos salidas para esto. Si el caso sigue por donde va, hay dos formas en que vamos a sufrir. Una es un periodista muy valiente que se atreva a sacarlo y va a la cárcel, y repetir lo mismo que le está pasando con Julian. Otra, la más peligrosa, es que vienen todos los abogados del medio que sea, pongámosle The New York Times, y dicen: “Esto no lo podemos sacar, porque hay riesgo de que el gobierno nos persiga”. Entonces quienes sufren son las personas, los ciudadanos del mundo, nosotros nos volvemos más ignorantes cada vez que algo no es publicado, y eso es lo que más seguro va a pasar a través de este precedente, que cada vez va a ser más peligroso para los periodistas publicar en las grandes publicaciones, las grandes revelaciones, y si no las publican no nos damos cuenta que estamos perdiendo nuestra democracia, nuestra libertad de expresión, porque ellos están decidiendo no publicarlo.

No van a comenzar a meter a todos los periodistas presos, eso sería muy escandaloso. Están comenzando con la persona más débil, la persona que lograron hacer un monstruo por diez años, para sentar el precedente y dejarlo ahí, y después decir: “¿Quién se anima, ¿quién se anima a hacer lo mismo que hizo Julian Assange? Si hay otro que se anima, bueno, entonces lo agarramos”. Y lo que vamos a ver es, cada vez más, que hay una autocensura que nos va a afectar a todos nosotros, los ciudadanos del mundo. Lo veremos en diez años.

Octavio Fraga: La jueza Vanessa Baraitser, ya es sabido, decidió no dar el visto bueno a la extradición de Assange; sin embargo, hizo revelaciones que han conmocionado al mundo, quisiera tu opinión sobre esos capítulos temas, sobre esas revelaciones que ha hecho en torno a la legitimación del espionaje contra Assange, etcétera, etcétera.

Juan Passarelli: El lunes Julian Assange tuvo una victoria. Julian Assange no va a ser extraditado. Esto lo pone a él en una posición mucho más fuerte entrando a la siguiente corte ¿Y por qué digo que va a haber una siguiente corte? Porque los Estados Unidos ya dijo que van a apelar la decisión de la juez. Ahora, Julian Assange tuvo la victoria, el periodismo la perdió. Por eso dije que a partir del martes de esta semana que acaba de pasar nos encontramos en un país que está dispuesto a extraditar a los periodistas por cargos políticos, que son los cargos que se le ponen a alguien que revela secretos de estado, entonces ya el precedente está hecho. Ahora nos queda pelear en la próxima corte. Pero básicamente durante la hora de audiencia que hubo el lunes la señora Vanessa Baraitser estuvo de acuerdo con cada uno de los puntos de la fiscalía estadounidense. Y solo fue porque no logró encontrar una forma de no extraditar a Julian por su estado mental y físico, porque las condiciones en los Estados Unidos que enfrentaría en prisión no pueden ser llamadas más que tortura por cualquier país o persona que tiene la más mínima decencia de derechos y valores de derechos humanos.

Los Estados Unidos tienen un sistema carcelario que es espeluznante, entonces por la salud de Julian Assange y el riesgo de que él se suicide, fue que no lo extraditó. Pero incluso, cuando se habló sobre el espionaje que hubo en contra de él por años, ella estaba de acuerdo que tal vez los Estados Unidos tenían razones para espiarlo, incluyendo sus conversaciones privilegiadas con sus abogados y sus citas con los doctores. Cuando se habló sobre las publicaciones, pues dijo de plano: “Cometió un crimen porque les reveló secretos”; cuando hablaron sobre que no se puede extraditar a alguien por cargos políticos como espionaje, ella dijo: “sí”. Pues entonces es cierto que en el tratado de extradición no se puede extraditar a alguien por cargos políticos, pero en la legislación del 2003, donde se legisló este tratado de extradición no se legisló que no se puedan extraditar por cargos políticos, por consecuente voy a usar la legislación. Significa que Julian Assange está siendo extraditado a través de este convenio de extradición, pero no se puede defender usando el mismo convenio de extradición que se está usando para extraditarlo. Es algo totalmente increíble.

Octavio Fraga: ¿Piensas que pudiera ser liberado Assange en un corto plazo?

 Juan Passarelli: Este caso va a durar varios años antes de que él llegue a los Estados Unidos. Y estoy cien por ciento seguro de que lo lograremos liberar. El apoyo que teníamos hace un año exacto, comparado con el apoyo que tenemos hoy día es totalmente otra cosa. Hace un año a nadie le importaba, no había gobierno de Alemania detrás de esto, no había gobierno de Suiza atrás de esto, no estaban Reporteros sin Fronteras, Amnesty International, no estaban los grandes medios; apenas había un par de editoriales en los grandes medios. Graciosamente un medio que es muy populista y de carácter de derecha, que se llama el Daily Mail aquí en Inglaterra, ha sido uno de los grandes campeones defendiendo a Julian Assange. No había un Nils Metzer el año pasado, la ONU está a favor de Assange, y el Reino Unido actualmente está rompiendo leyes internacionales por este caso. Entonces estoy completamente seguro de que mientras vaya dando cada paso de las apelaciones y cortes que vendrán, habrá posibilidades de sacar a Julian; ahora, si será a principio o finales de este año, o si será hasta el año entrante, o si le dan una garantía de fianza mientras sigue luchando, pues eso todavía está un poco por decidirse, creo yo, ¿no? Es un caso tan importante que yo veo imposible que los Estados Unidos puedan llegar a extraditarlo.

Octavio Fraga: Cierro con una última pregunta, ¿podremos ver tu documental en Cuba?

Juan Passarelli: Está en YouTube ¿Cuba tiene acceso al YouTube? Y si no lo tienen yo se los pongo en cualquier plataforma donde lo puedan ver. Y si la televisión cubana lo quiere usar, pues ahorita les estoy diciendo que tienen mi total autorización de usarlo sin ningún problema. Yo no estoy pidiendo nada a cambio, yo no estoy reclamando derechos, los derechos para ese documental son para el mundo entero, no son míos.

Octavio Fraga: Pues te tomo la palabra porque seguramente lo vamos a poner en todos los lugares posibles para que se conozca ese valioso documento que tú has hecho y que ayudaría a la mejor comprensión del tema Assange.

Te agradecemos todos los que estamos aquí por tu presencia, tu participación, tus aportes hoy en este espacio Diálogos en reverso, y seguimos en contacto. Muchas gracias por estar con nosotros.

Juan Passarelli: Muchas gracias, Octavio. Un gran abrazo a todos los cubanos, yo los llevo muy cerca de mi corazón, y espero poder ir pronto a Cuba porque me muero por un buen arroz con pollo, un buen arroz congrí. Buenas noches.

Octavio Fraga: Yo te invito. Te va mi abrazo.

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Jueza del Reino Unido justifica que la CIA espíe a Assange citando un informe de CNN desacreditado, basado en… espionaje de la CIA

Foto Daily Express

Por Ben Norton

La jueza británica Vanessa Baraitser justificó el espionaje de la CIA a Julian Assange citando un informe de CNN lleno de falsedades. Su juicio destacó el papel entusiasta de los medios corporativos en un asalto patrocinado por el estado a la libertad de prensa.

La jueza británica que falló en el caso de extradición del gobierno de los Estados Unidos contra el periodista Julian Assange justificó una operación de espionaje de la CIA dirigida tanto al editor de WikiLeaks, como al gobierno ecuatoriano, al señalar acusaciones desacreditadas publicadas por CNN. Sin embargo, en un ciclo autorreferencial, las dudosas afirmaciones del medio de comunicación estadounidense sobre Assange se originaron en una empresa de seguridad que estaba espiando a Assange para la CIA, y que ahora enfrenta un procesamiento en España por actividad ilegal.

Si bien la jueza del Reino Unido finalmente decidió no extraditar a Assange, citando el deterioro de su salud mental y la probabilidad de suicidio en el draconiano sistema penitenciario de EE. UU., su juicio hizo eco y reforzó los cargos infundados y políticamente motivados del gobierno de EE. UU. contra el periodista. Por lo tanto, preservó la grave amenaza a la libertad de prensa y la libertad de expresión que plantea la persecución de Assange.

En una de las secciones más descaradamente políticas de su sentencia judicial del 4 de diciembre, la jueza de distrito de Westminster, Vanessa Baraitser, citó un informe sospechoso de CNN que acusó a Assange de conspirar con los rusos para convertir la embajada de Ecuador en Londres, donde estuvo atrapado en refugio durante aproximadamente siete años, «en un puesto de mando para la intromisión electoral».

Baraitser señaló dos veces este dudoso artículo de CNN para justificar una operación de espionaje de la CIA las 24 horas del día, los 7 días de la semana, que apuntó no solo a Assange, sino también a la embajada de Ecuador y sus operaciones soberanas y asuntos internos.

Lo que la jueza británica no mencionó es que la historia de CNN en la que se basó se basó en sí misma en informes de inteligencia poco confiables, redactados por una empresa de seguridad española llamada UC Global, que trabajó en secreto con la CIA para espiar al editor de WikiLeaks y al personal de la embajada ecuatoriana. El director de esa empresa, el exoficial militar español David Morales, fue detenido por la policía española en 2019 y actualmente está siendo investigado por el máximo tribunal de España por prácticas ilegales.

En un informe exclusivo que expuso el espionaje de la CIA dirigido a periodistas que informaban sobre Assange, el editor de The Grayzone, Max Blumenthal, reveló que el coautor de este artículo de CNN profundamente defectuoso, Arturo Torres Ramírez, es un activista ecuatoriano de derecha que se opone tanto a WikiLeaks, como al ex presidente Rafael Correa, quien le dio asilo a Assange. Además, Blumenthal informó que el trabajo de Torres ha sido apoyado por una ONG financiada por el Departamento de Estado de Estados Unidos y el gobierno del Reino Unido.

Pero ese no es el único problema con los informes de CNN. Un ex diplomático ecuatoriano de alto nivel, que ayudó a operar la embajada de Londres cuando Assange se refugió en el interior, desmanteló la historia de CNN punto por punto. En un artículo detallado para The Grayzone, titulado “40 refutaciones a las difamaciones de Julian Assange por parte de los medios, por alguien que realmente estuvo allí”, el excónsul Fidel Narváez documentó docenas de afirmaciones engañosas y falsedades descaradas contenidas en el informe exclusivo de CNN.

El exdiplomático ecuatoriano dijo que UC Global hizo más que espiar a Assange para la CIA; también «produjo informes mal representados, exagerados, hostiles, cargados de paranoia y, a veces, información falsa», que tenían como objetivo «sembrar sospechas sobre Assange y sus visitas».

Narváez, quien asistió a la mayoría de las audiencias de extradición de Assange, le dijo a The Grayzone que la fiscalía del gobierno de EE. UU., también citó el mismo informe de CNN en febrero, junto con otros artículos de The Guardian, para presentar su caso contra el editor de WikiLeaks.

Además de confiar en los informes dudosos de CNN, la jueza británica se basó en varios informes del New York Times, Washington Post y The Guardian para retratar al periodista de WikiLeaks como un peligroso criminal y hacker.

Estas citas son un ejemplo de cómo los principales medios corporativos proporcionan la música ambiental para los gobiernos occidentales y los servicios de inteligencia, actuando como lo que un alto funcionario de la CIA alguna vez llamó un «poderoso Wurlitzer». Trabajan en conjunto con la Agencia de seguridad.

Juez del Reino Unido pone en duda que Estados Unidos espíe a Assange y al mismo tiempo lo justifica

Grayzone ha publicado varias investigaciones sobre la operación de espionaje del gobierno de Estados Unidos que apuntó a Julian Assange cuando estaba atrapado en la embajada de Ecuador. La empresa española contratada por Ecuador para proporcionar seguridad, UC Global, estaba trabajando en secreto con la CIA, proporcionando a la agencia de espionaje de EE. UU. Vigilancia por video y audio 24 horas al día, 7 días a la semana, que cubría casi cada centímetro del edificio diplomático, incluido el baño de mujeres.

Max Blumenthal demostró que la CIA presidió esta red de espionaje ilegal con la ayuda de una empresa propiedad del mega-donante multimillonario republicano Sheldon Adelson, un aliado cercano del presidente Donald Trump y el exdirector de la CIA y secretario de Estado Mike Pompeo.

Sin embargo, en su sentencia contra Julian Assange, la jueza de distrito del Reino Unido Vanessa Baraitser puso en duda la existencia misma de la operación de espionaje estadounidense, sugiriendo que podría no haber sucedido. Irónicamente, al mismo tiempo, también trató de defender la vigilancia, ofreciendo varias razones por las que estaría justificada, si fuera cierto.

A la luz de la investigación del tribunal superior español sobre UC Global y su propietario, David Morales, por su papel en la red de espionaje de la CIA, Baraitser argumentó que “sería inapropiado que este tribunal (británico) determinara los hechos sobre las acusaciones aún investigados en España y sobre la base de pruebas parciales e incompletas”.

El día después de que la jueza británica diera a conocer su fallo, el 5 de enero, el diario español El País publicó una historia de seguimiento que documentaba aún más el espionaje ilegal de la CIA, revelando que las direcciones IP que accedían a los servidores de UC Global con sede en España coincidían de la Shadowserver Foundation, con sede en Estados Unidos, que cuenta con una lista de clientes de los estados de la OTAN y organizaciones policiales.

Al confirmar gran parte de lo que The Grayzone había informado antes, El País avanzó en el caso que el gobierno estadounidense había espiado a Assange y sus abogados con el objetivo explícito de extraditarlo. Es revelador que los gobiernos de EE. UU. y el Reino Unido se hayan negado a cumplir con el tribunal español en su investigación.

A pesar de la enorme cantidad de evidencia que demuestra que UC Global fue contratada por la CIA para espiar a Assange y sus asociados, incluidos los principales periodistas estadounidenses, la jueza Baraitser procedió a cuestionar la existencia misma de la operación de espionaje estadounidense. Para hacerlo, hizo referencia a un artículo de 2018 del plagiario documentado, fabulista y notorio propagandista de Rusiagate Luke Harding en The Guardian para sugerir que «los arreglos para el monitoreo y la vigilancia de su embajada fueron hechos por Ecuador en lugar de los Estados Unidos». (Baraitser no reconoció el drástico cambio de gobierno en Ecuador del presidente izquierdista Rafael Correa al líder derechista respaldado por Estados Unidos, Lenin Moreno).

Sorprendentemente, Baraitser continuó argumentando que incluso «si Estados Unidos estuvo involucrado en la vigilancia de la embajada, no hay razón para asumir que esto está relacionado con estos procedimientos».

La jueza británica escuchó reflexivamente a Washington y al fiscal federal adjunto Gordon Kromberg, alegando que cualquier espionaje de la CIA sería irrelevante para la audiencia de extradición, a pesar de que los contratistas de la CIA claramente espiaron las reuniones de Assange con su equipo legal, propusieron asesinarlo o secuestrarlo, y podrían haber irrumpido en la oficina de su asesor legal Baltazar Garzón.

Por lo tanto, Baraitser insistió en que «las comunicaciones privilegiadas y los frutos de cualquier vigilancia no serían vistos por los fiscales asignados al caso y serían inadmisibles en el juicio del Sr. Assange como una cuestión de la ley estadounidense».

Baraitser concluyó su argumento justificando crudamente la red de espionaje de la CIA. «Una posible explicación alternativa para la vigilancia estadounidense (si la hubiera) es la percepción de que el Sr. Assange seguía siendo un riesgo para su seguridad nacional», escribió la jueza del Reino Unido.

Señaló la publicación de WikiLeaks de materiales que prueban que la Agencia de Seguridad Nacional de EE. UU., (NSA) espió a numerosos líderes de gobiernos extranjeros, así como la filtración de Vault 7 del sitio web, que expuso las herramientas de vigilancia y piratería de la CIA, como ejemplos de los supuestos riesgos que Assange podría tener planteado.

Baraitser luego citó el informe de CNN de 2019 que acusa a Assange de convertir la «embajada ecuatoriana en un puesto de mando para la intromisión electoral».

Baraitser se refirió a este artículo de CNN dos veces en su decisión de 132 páginas, en las páginas 66 y 94. En ambos casos, utilizó el informe para repetir la narrativa del gobierno de Estados Unidos de que Assange representaba una peligrosa amenaza para la seguridad nacional.

Más adelante en su decisión, cuando Baraitser citó a CNN por segunda vez, la jueza británica prácticamente regurgitó las acusaciones del medio corporativo como propias, escribiendo que “confirmó que el Sr. Assange ha seguido reuniéndose con rusos y hackers de ‘clase mundial’ y ha adquirió un nuevo y poderoso hardware de red y computación para facilitar la transferencia de datos mientras se encontraba en la Embajada de Ecuador”.

En particular, su referencia a los «rusos» no contenía evidencia de que Assange se reuniera con funcionarios rusos, lo que implica asociaciones siniestras basadas únicamente en la nacionalidad rusa de sus presuntos visitantes.

Fuente de CNN: firma de seguridad paranoica y poco confiable respaldada por la CIA

Una mirada más cercana al artículo de CNN citado por Baraitser revela que descansa sobre una base de mala calidad.

Publicada en julio de 2019, la historia de CNN fue parte de una campaña más grande, políticamente motivada, concebida por el aparato de inteligencia de Estados Unidos y exasistentes de Hillary Clinton que buscaban retratar a Assange, WikiLeaks y otros rivales políticos como herramientas nefastas del Kremlin.

Co-escrito por Arturo Torres Ramírez, el activista ecuatoriano de derecha anti-Assange y anti-Correa cuyo trabajo ha sido apoyado por organizaciones financiadas por el Departamento de Estado de los Estados Unidos y el gobierno británico, el artículo de CNN se basa en el acceso exclusivo a cientos de horas de vigilancia, de informes elaborados por la firma de seguridad española UC Global.

CNN no mencionó ni una sola vez en el artículo de casi 4.000 palabras que UC Global era, de hecho, un contratista de la CIA. En cambio, el gigante de los medios estadounidenses describió a UC Global como un tercero supuestamente independiente y confiable.

Fidel Narváez, el diplomático ecuatoriano que ayudó a dirigir la embajada de Londres cuando Assange vivía allí, en el asilo, escribió en su artículo 40 falsedades en el informe de CNN:

Lo sorprendente es que CNN considera los informes producidos por UC Global como una fuente confiable. Sé, personalmente, que muchos de sus informes no reflejan la realidad.

UC Global produjo informes mal representados, exagerados y hostiles, cargados de paranoia y, a veces, información falsa. Aquellos de nosotros que sabemos lo que sucedía dentro de esa embajada sabemos que los informes de la compañía van en una sola dirección: sembrar sospechas sobre Assange y sus visitas, para justificar el trabajo de la empresa de seguridad.

La compañía estaba espiando todos los movimientos de Assange, filtrando materiales y documentos del interior de la embajada, ya sea por ineptitud o intencionalmente.

UC Global llegó incluso a falsificar un documento, falsificar la firma de un embajador y luego presentarlo en un tribunal laboral, hecho que el propio embajador denunció ante la Cancillería.

Esta no es la primera vez que los informes filtrados de UC Global han generado informes de los medios que están lejos de la realidad, como varios de los artículos de The Guardian sobre Julian Assange.

CNN utilizó estos informes poco fiables y con motivaciones políticas para manchar la reputación de Assange y caracterizar falsamente a WikiLeaks como una operación de influencia rusa. Según CNN, un documento de UC Global «concluyó que no había ‘duda de que hay evidencia’ de que Assange tenía vínculos con agencias de inteligencia rusas». Sin embargo, el medio corporativo no proporcionó ni una sola pieza de evidencia tangible para respaldar esta asombrosa afirmación.

El artículo de CNN utilizó las palabras «Rusia» o «ruso» 44 veces. Y citó al fiscal especial del FBI Robert Mueller y a UC Global, patrocinada por la CIA, para pintar un cuadro de una conspiración global liderada por el Kremlin que emplea a Assange para robarle a la candidata demócrata Hillary Clinton la victoria en las elecciones presidenciales de 2016.

Una versión del informe de Mueller de 2019 publicado por el Departamento de Justicia de EE. UU. En noviembre de 2020 con menos redacciones arrojó más agua sobre el fuego conspirativo de Russiagate. Reveló que el equipo de Mueller investigó a Assange por supuestos vínculos con Rusia, pero decidió no presentar ningún cargo debido a la falta de pruebas.

En última instancia, CNN se vio obligada a reconocer que su informe sobre Assange era completamente infundado, aunque de manera silenciosa y oblicua, informando más de un año después que, «en última instancia, escribió Mueller, el Departamento de Justicia ‘ no tenía pruebas admisibles”.

La otra afirmación extraordinaria hecha por CNN, y repetida acríticamente por la jueza británica Vanessa Baraitser, fue que «Assange se reunió con rusos y piratas informáticos de clase mundial en momentos críticos (antes de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016), con frecuencia durante horas».

Lo que hizo que esta declaración fuera tan falsa fue que ni CNN ni Baraitser mencionaron que estos rusos eran civiles y no funcionarios del gobierno. No hay nada intrínsecamente criminal o sospechoso en reunirse con ciudadanos rusos, excepto quizás en la mente agotada de un fanático enloquecido por la Guerra Fría.

Fidel Narváez, quien dijo que el artículo de CNN “contiene numerosos errores, omisiones, ejemplos de sesgo, especulaciones y simplemente información falsa”, respondió a esta acusación escribiendo:

Una embajada no es una cárcel, aunque el año pasado, el gobierno de Lenin Moreno convirtió su embajada en Londres en una prisión de facto.

Por lo tanto, no es nada inusual que Assange reciba visitas durante varias horas al día. Se reunió con cientos de personas de todo el mundo: intelectuales, artistas, políticos, periodistas, disidentes, activistas.

Los ciudadanos rusos, como el grupo activista Pussy Riot, un archienemigo del Kremlin, estaban entre los visitantes de Assange.

Las personas a las que CNN se refiere erróneamente como «piratas informáticos» son especialistas en seguridad informática y protección de datos. CNN elige referirse a ellos como «piratas», porque está más en sintonía con el sesgo general de su informe.

En un informe infundado de CNN para justificar el espionaje de la CIA a Julian Assange y sus asociados proporciona una poderosa ilustración del papel de los medios corporativos estadounidenses como brazo publicitario de facto de los servicios de seguridad. Habiendo sido desplegado contra un periodista en juicio por el delito de publicar documentos clasificados, la representación demoníaca de Assange por CNN ha ayudado en última instancia a la asfixia estatal de una prensa libre.

Tomado de: The Grayzone

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Miseria moral del “periodismo independiente”

Foto Sputnik Mundo

Por Atilio Boron @atilioboron

Revisando algunos viejos apuntes acumulados en el disco duro de mi computadora encontré una serie de declaraciones de la Academia Nacional de Periodismo de la Argentina manifestando su preocupación por la libertad de expresión y el ataque a “periodistas” como Luis Majul y Daniel Santoro. La institución de marras la preside Joaquín Morales Solá, un señor que finge ignorar la diferencia entre informar y -sobre la base de información confiable y chequeada opinar- y utilizar los medios de comunicación en los que se desempeña para operaciones propagandísticas presentadas ante su indefensa audiencia como si fueran “periodismo independiente”. En una reciente emisión de su programa Desde El Llano el presidente de la ANP “entrevistó” a la señora Elisa Carrió quien se despachó con una serie interminable de disparates ¡sin que el supuesto periodista atinara a balbucear una sola repregunta! No fue una entrevista periodística sino un caso de propaganda política subliminal, probablemente remunerada. Es decir, una estafa a la teleaudiencia. Lo mismo había hecho unos días antes Carlos Pagni, otro representante del “periodismo serio” en la Argentina, cuando “entrevistó” durante poco más de media hora a Juan Guaidó que, como lo haría Carrió después con Morales Solá, derramó enormes cantidades de “bullshit” ante un impasible Pagni, que no hizo el menor comentario o formuló pregunta alguna para poner a prueba los dichos de Guaidó. El objetivo, claro está, era brindarle al esperpento venezolano una plataforma para difundir su proyecto político. En ambos casos un espacio supuestamente periodístico parecería haber sido alquilado para promover la agenda política de una autoproclamada candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires, retornada a las lides políticas pocos meses después de haber anunciado su definitivo retiro; o la de un pelele orgulloso de haber sido designado “presidente encargado” de su país por Donald Trump. Todo esto, repito, ante la actitud complaciente de los aquiescentes “entrevistadores.” En resumen, gran parte de eso que llaman “periodismo independiente” no es otra cosa que una tapadera para que algunos mercaderes trafiquen con su espacio comunicacional y lo subasten (ellos o sus patronos) al mejor postor. ¡Y encima se dan el lujo de pontificar sobre la libertad de expresión, la república y la democracia!

En fin, esta es la dura realidad del periodismo que en nuestro tiempo se autocalifica como “serio y profesional”, y no sólo en la Argentina y Latinoamérica. Europa o Estados Unidos tampoco están a salvo de este flagelo que es una de las mayores amenazas que acecha a la democracia en el mundo moderno. La ANP salió en defensa de dos personajes de la cloaca mediática como Luis Majul y Daniel Santoro cuyo “periodismo de investigación” es producido por un singular equipo cuyos puntales son los servicios de inteligencia y un manojo de jueces y fiscales corruptos, unos y otros en abierta violación a las leyes de este país. Esta operación no tiene nada que ver con el periodismo. Su objetivo es obtener instrumentos y supuestas pruebas para perseguir, acosar y eventualmente extorsionar a rivales políticos y sectores ligados en este caso al oficialismo.

Lo de la ANP no es una excepción; tampoco lo son los grandes conglomerados mediáticos argentinos (que incluyen prensa gráfica, radio AM y FM, televisión abierta y por cable, granja de bots, etc.) como Clarín, La Nación o Infobae. Pero por su gravitación mundial el diario El País de España se lleva los laureles en lo que hace a la prostitución del periodismo convertido en un nauseabundo house organ al servicio de los ricos y poderosos de todo el mundo. Por eso no sorprendió que a mediados del año pasado Antonio Caño, ex director de aquel diario entre 2014 y 2018, publicara una nota titulada nada menos que “El Error de Llamar a Assange periodista.”[1] En ella arguye que el fundador de Wikileaks es un “impostor” porque, según él, “los periodistas no roban información legalmente protegida, no violan las leyes de los Estados democráticos, no distribuyen los documentos que les facilitan los servicios secretos sin haberlos verificado” tarea que Caño confía, corporativamente, al buen saber y entender de periodistas profesionales. ¿Periodistas profesionales, como quiénes?  Puede ser, en algunos poquísimos casos, pero ¿por qué no confiar en gente con mayor formación específica para evaluar los datos divulgados por Assange como politólogos, sociólogos, internacionalistas, historiadores, semiólogos y expertos en materias militares o en inteligencia? Pero, además, muchos de los amigos y colegas latinoamericanos de Caño lo que hacen es justamente eso: roban información que “debería” estar legalmente protegida, violan a destajo las leyes de los estados democráticos, y distribuyen los documentos que les facilitan los servicios secretos o funcionarios corruptos del poder judicial para acosar y/o destruir a sus adversarios políticos. En su angelical candor, o diabólico cinismo (cuestión que las y los lectores deberán discernir), el ex director de El País dice que los periodistas profesionales “cuidan de no causar daños innecesarios con su trabajo, les dan a las personas aludidas la ocasión de defenderse, buscan la opinión contraria a la que sostiene la fuente principal de una información, no actúan con motivación política para perjudicar a un Gobierno, un partido o un individuo. Los periodistas no defienden más causa en una sociedad democrática que la del ejercicio de su trabajo en libertad.”

Releo estas líneas de Caño y me rectifico: no creo que sea el suyo un caso de infantil ingenuidad. Digámoslo con todas las letras: es la sutil estratagema discursiva de un impostor de alta gama que sabe que en el ejercicio del periodismo hegemónico, ese que él llama “profesional”, aquellas reglas tan prístinas que él enunciara son violadas con premeditación y alevosía; que los autodenominados “periodistas independientes” causan intencionalmente daños a las personas o instituciones víctimas de su persecución; que no les dan ocasión de defenderse; que jamás buscan una opinión contraria a la línea que les bajan sus jefes o patronos y nunca aceptan debatir con quienes sostienen puntos de vista contrarios; y siempre actúan con motivación política para perjudicar a un gobierno, partido o individuo. El caso de Agustín Edwards Eastman, dueño de El Mercurio de Chile es una muestra paradigmática de lo que hacen los periodistas defendidos por Antonio Caño y por el presidente de la ANP, Joaquín Morales Solá. Por eso después más de cincuenta años de prostitución periodística en buena hora el Colegio de Periodistas de Chile lo expulsó de sus filas, precisamente por haber hecho exactamente eso que Caño dice que los periodistas profesionales no hacen.[2] Si en la Argentina existiera una institución con los mismos valores y valentía de sus colegas chilenos la cantidad de operadores políticos disfrazados de periodistas que serían expulsados de sus filas llegaría fácilmente a medio centenar.

Justamente a causa de esta degradación moral es que no sorprende el estruendoso silencio de la ANP ante caso de Julian Assange, injustamente encarcelado por haber informado al público sobre los crímenes de guerra, la corrupción y el espionaje global del gobierno de Estados Unidos. Ni una palabra en defensa de un verdadero campeón de la lucha por la libertad de expresión, que mentirosamente la ANP dice defender; ni un gesto de solidaridad ante un periodista retenido en una cárcel de máxima seguridad, en confinamiento absoluto, sin contacto con nadie, sin ver sino por unos minutos la luz del sol una vez a la semana, sometido a maltratos físicos y psicológicos de todo orden pese a la precaria condición de su salud. Pero al haber revelado los secretos del imperio y sus mandantes -que el sicariato mediático oculta bajo siete llaves- para la ANP Assange es un traidor, un “impostor” como dice Caño, que no merece solidaridad alguna. El próximo 4 de enero la jueza Vanessa Baraitser dará a conocer su sentencia en el juicio por la extradición del australiano a Estados Unidos. Pese a la debilidad de las pruebas aportadas por el querellante el acusado fue privado de su libertad y enviado a la cárcel. Cunde la indignación entre los periodistas de verdad de todo el mundo, advierte el laureado cineasta y periodista británico John Pilger, quien asegura jamás haber visto una farsa tan grotesca como el juicio celebrado en Londres. El lawfare se extiende como una mancha de aceite, y de la Argentina, Brasil, Bolivia, Chile y Ecuador ya arribó a Europa y Estados Unidos. Pero la ANP no cree que exista tal cosa porque, según sus dirigentes, el lawfare es una maligna invención de una izquierda totalitaria, populista, chavista, castrista, y por lo tanto desestima olímpicamente la denuncia de Pilger.[3] La inmoralidad de esa institución no tiene límites.

Este negacionismo también se revela en relación a la situación de los periodistas en Estados Unidos. Desde el estallido de las protestas del Black Lives Matters con motivo del asesinato a sangre fría de George Floyd por la policía de Minneapolis, 322 periodistas fueron  agredidos (salvo contadas excepciones, por las “fuerzas del orden”); 121 fueron detenidos, a 76 les destruyeron sus equipos (cámaras fotográficas o de video, teléfonos celulares) o instalaciones (salas de prensa) y 13 fueron querellados y sometidos a proceso judicial.[4] La misma fuente informa que en 2018 cinco periodistas fueron muertos a balazos en Estados Unidos. Pero esto no fue ni jamás será noticia en los medios hegemónicos, apropiadamente caracterizados por sus críticos como la Bullshit News Corporation porque la mayoría de la información que difunden es eso, basura; mucho menos será motivo de preocupación o denuncia para la ANP, obediente hasta la ignominia antes los menores deseos del amo imperial. La institución defiende a sus mercachifles de la comunicación, no a estos pobres diablos acosados por el poder en Estados Unidos que pagan con sus vidas su lealtad a la profesión que eligieran. En cambio, si un periodista, ¡aunque sea sólo uno!, hubiera sido detenido en Venezuela o sufrido la destrucción de su equipo de trabajo la gritería del sicariato mediático mundial habría sido ensordecedora. Su doble estándar moral los convierte en sujetos despreciables.

Conclusión: el autocalificado “periodismo independiente” no es otra cosa que una organización criminal porque, como lo recordara Gilbert K. Chesterton en tiempos de la Primera Guerra Mundial, “los periódicos comenzaron para decir la verdad y hoy existen para impedir que la verdad sea dicha.” Para ello cuentan con cuatro armas principales: promover la “posverdad”; mentir y usar las fake news a destajo; utilizar el blindaje informativo (por ejemplo, no decir jamás nada sobre la interminable matanza que a diario desangra Colombia o sobre las revelaciones de los Panamá Papers que involucran al ex presidente argentino Mauricio Macri) para proteger a socios y/o amigos; y el linchamiento mediático de líderes “molestos” a las cuales es preciso satanizar para que luego jueces y fiscales culminen el proceso enviándolos a la cárcel o inhabilitándolos para competir por cargos públicos. Por eso hoy esa prensa, así de corrupta, constituye una de las principales amenazas a la democracia, y si la sociedad no reacciona a tiempo probablemente acabe no sólo con lo poco que resta de libertad de expresión, sino que acentúe aún más la asimetría entre una prensa hegemónica que domina sin contrapesos el espacio mediático y el periodismo verdaderamente independiente, que sobrevive a duras penas ante tan desigual competencia. Pero lo que está en juego no sólo es la libertad de expresión; también el derecho de los pueblos a acceder a información verídica y comprobable, legalmente obtenida. Y por supuesto, la democracia también está en peligro porque para sobrevivir requiere que el espacio mediático sobre el que reposa sea efectivamente democrático y plural y no esté amordazado por la dictadura del pensamiento único. La democracia se vacía de contenidos, se degrada y finalmente sucumbe cuando el sustrato comunicacional sobre el que se apoya es una tiranía informativa. Evitar que esto suceda será una de las grandes e impostergables batallas que deberemos librar una vez derrotada la pandemia.

[1] Su nota se puede encontrar en:   https://elpais.com/elpais/2019/05/15/eps/1557937168_850658.html

[2] Toda le info puede verse en https://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2015/04/21/el-fin-de-un-intocable-colegio-de-periodistas-decide-expulsar-a-agustin-edwards/

[3] https://independentaustralia.net/life/life-display/john-pilger-eyewitness-to-the-agony-of-julian-assange,14374

[4] Datos de la U.S. Press Freedom Tracker, en https://pressfreedomtracker.us y también en https://www.worldpoliticsreview.com/articles/28908/more-journalists-are-being-assaulted-in-the-u-s-tarnishing-america-s-image

Tomado de: Blog del autor

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